Viejos yacimientos Nuevas aportaciones 10-11 diciembre de 2008 Viejos yacimientos Nuevas aportaciones Alicia Rodero y Magdalena Barril, coordinadoras 10-11 diciembre de 2008 Coordinadores Alicia Rodero Riaza Magdalena Barril Vicente Diseño y maquetación Raúl Areces Museo Arqueológico Nacional Serrano, 13 Tel.: 915 777 912 Fax.: 914 316 840 Madrid 2010 MINISTERIO DE CULTURA Edita: © SECRETARÍA GENERAL TÉCNICA Subdirección General de Publicaciones, Información y Documentación © Del texto y las imágenes: los respectivos autores NIPO: 551-10-119-6 MINISTERIO DE CULTURA Ángeles González-Sinde Ministra de Cultura Mercedes E. del Palacio Tascón Subsecretaria de Cultura Ángeles Albert Directora General de Bellas Artes y Bienes Culturales El Departamento de Protohistoria y Colonizaciones del Museo Arqueológico Nacional, continuando con su interés en facilitar una tribuna a los estudiosos para dar a conocer novedades y puestas al día en los diversos ámbitos de la investigación relativa a la Edad del Hierro de la Península Ibérica y sus islas, organizó los días 10 y 11 de diciembre de 2008 un ciclo de conferencias titulado “Viejos yacimientos, nuevas aportaciones”. Dicho ciclo nació con la intención de ofrecer los resultados de las recientes investigaciones llevadas a cabo en diversos yacimientos arqueológicos de donde proceden las colecciones que hoy en día se custodian en el Museo Arqueológico Nacional, procedentes de antiguas intervenciones. Para esta primera sesión del ciclo, que se pretende tenga continuidad a lo largo de los próximos años, se seleccionaron Tútugi, Toya, el Puig des Molins, Numancia, La Mesa de Miranda y La Alcudia. Así, las revisiones de los materiales procedentes de yacimientos conocidos en el pasado y las nuevas excavaciones de esos mismos lugares o de otros de su entorno, permiten ampliar los nuevos conocimientos adquiridos, a veces con metodologías y técnicas antes imposibles y, en consecuencia, aportan una nueva visión al contexto cultural, tecnológico, social o religioso de aquellos materiales procedentes de excavaciones antiguas y a sus lugares de procedencia. Las ponencias expuestas por sus excavadores y estudiosos actuales, agrupadas en ámbitos culturales y territoriales, fueron precedidas a manera de prólogo de una corta intervención introductoria a cargo del personal técnico del Departamento, centrada en la historiografía y vicisitudes de las colecciones de dichos yacimientos dentro del Museo, los cuales constituyen un ejemplo de la arqueología de los siglos XIX y principios del XX y fueron los hitos arqueológicos del momento. Estas colecciones que se conservan en el Museo Arqueológico Nacional han tenido una vida administrativa variada de ingreso y catalogación dentro del Museo, lo que ha condicionado en parte su conocimiento, dependiendo, además, de que sus primeros excavadores las publicasen o de que algunas características determinadas del yacimiento lo hiciesen emblemático por motivos políticos, como es el caso de Numancia. Los materiales de este yacimiento celtibérico soriano llegaron en diferentes momentos, ya desde la fecha de fundación del Museo en 1867, procedentes de colecciones de particulares como la de Eduardo Saavedra, o de la Comisión de Monumentos, hasta que se realizan excavaciones más o menos regladas como las de Schulten y Koenen, a los que se reclama el envío de los materiales excavados en Numancia y los campamentos. Únicamente enviaron parte de los primeros, pero nunca los segundos, que permanecen en la Universidad de Ma- guncia. Años más tarde, en 1920 otros materiales ingresarán de la mano de Mélida, excavador de Numancia y a la vez director del Museo Arqueológico Nacional, en virtud de la Ley de excavaciones de 1911. Otro yacimiento meseteño de relevancia, esta vez del ámbito vettón, fue el castro abulense de la dehesa de Mesa de Miranda, en Chamartín, pese a que su importancia quedó eclipsada por la de su magnífica necrópolis denominada La Osera, ya que los materiales arqueológicos de ambos contextos ingresaron juntos y la bibliografía posterior dio mayor importancia a la necrópolis. Los primeros ingresaron en 1932, de la mano de Juan Cabré y Antonio Molinero, su descubridor. Se trataba de los hallazgos casuales que habían dado lugar a su identificación y a valorar su interés y, más tarde, ingresarían los procedentes de las excavaciones regladas y llevadas a cabo entre 1932 y 1943, dirigidas por Juan y Encarnación Cabré y Molinero, y que ingresaron siguiendo la normativa de Junta Superior de Excavaciones Arqueológicas, parte posiblemente antes de 1939 y el resto en 1948 y 1986 de manos de sus familiares. En cuanto a las colecciones de las necrópolis ibéricas de Tútugi (Galera, Granada) y Toya (Peal del Becerro, Jaén), ingresaron en la Institución siguiendo diversos derroteros, mostrando también la casuística de las diversas formas de adquisición por parte del Museo. Los materiales de la primera necrópolis proceden tanto de la Colección Góngora adquirida en 1871, como de la adquisición por parte del Estado en 1918 de los materiales procedentes de las excavaciones de Federico Motos y Juan Cabré, así como de la colección del primero en 1922. El tercer lote de ingreso lo integraron los materiales de esta procedencia que formaban parte de la colección del Marqués de Cerralbo, quien había ofrecido su colección al Museo en calidad de donación a cambio de una serie de condiciones, entre las que se encontraba la de disponer de una sala adecuada para la exposición de los materiales. La donación se aceptó en 1915, aunque los materiales no llegarán hasta 1926 y 1940. Por último, cabe recordar que los materiales procedentes de cuatro tumbas, entre los que destaca la Dama de Galera, no ingresaron hasta el año 1929, fecha en la que Siret, su dueño por aquellos años, la dona al Museo junto a toda su colección. En cuanto a los materiales procedentes de la necrópolis de Toya tras su descubrimiento a principios del siglo XIX, el Museo adquirió una serie de piezas a Víctor Linares y a Emilio Camps Cazorla en 1918. Posteriormente, ingresó la colección de Tomás Román Pulido, procedente de sus excavaciones en el yacimiento, realizadas con la autorización de la JSEA en 1919 y 1922, así como otros tantos materiales llegados a través de Cabré después de 1932 y de Julio Martínez Santa Olalla en 1973, los últimos. 8 Por lo que respecta a las colecciones púnicas, el lote principal lo constituye la colección de Antonio Vives y Escudero, procedente de Ibiza, formada mayoritariamente a partir de las excavaciones que con permiso oficial realizó en la necrópolis del Puig des Molins hasta el año 1913, fecha en la que fue excluido de las mismas, motivo por el que interpuso un pleito al Estado que perdería. Dicha colección se depositó en el Museo Arqueológico Nacional en 1923 y fue Manuel Gómez Moreno la persona designada desde el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para emitir el informe sobre la conveniencia de comprar la colección en el año 1928. Entre la selección de colecciones o piezas señeras del Departamento de Protohistoria y Colonizaciones para organizar este ciclo de conferencias no podíamos dejar atrás la Dama de Elche, ni su yacimiento de procedencia, La Alcudia. La salida de la Dama de Elche de España por venta al Museo del Louvre y su vuelta gracias a un intercambio de obras de arte entre los gobiernos de Francia y España en 1941 ya se ha descrito por diversos autores, por lo que no incidiremos sobre ello. En cuanto a la colección procedente de La Alcudia, propiedad de Aureliano Ibarra, ingresó en el Museo Arqueológico Nacional en el año 1892, siendo vendida por su hija y heredera de la misma, tras el informe favorable realizado por Juan de la Rada y Delgado y Juan Vilanova a petición de la Real Academia de la Historia, de la que el erudito era correspondiente. En resumen, los yacimientos seleccionados lo fueron con el fin de presentar un ejemplos de las diversas culturas de la Edad del Hierro en territorio español y se concretaron en el ciclo de conferencias VIEJOS YACIMIENTOS, NUEVAS APORTACIONES, I que se desarrolló de acuerdo con el siguiente programa: Día 10 de diciembre Mañana: 09,30 - 09,45 PRESENTACIÓN 9,45 - 10,00 Esperanza Manso. Museo Arqueológico Nacional Las colecciones ibéricas de la Alta Andalucía en el M.AN. 10,00 - 11,00 Mª Oliva Rodríguez. Universidad de Jaén Tútugi: del sueño a la realidad 11,00 - 12,00 Manuel Molinos y Arturo Ruiz. Universidad de Jaén. Centro Andaluz de Arqueología Ibérica Bajando por el Valle del río Toya 12,00 -12,30 PAUSA-CAFÉ 12,30 - 12,45 Alicia Rodero. Museo Arqueológico Nacional Las colecciones fenicias y púnicas en el M.AN. 13,45 - 14,15 DISCUSIÓN Tarde: 16,30 - 17,30 Ana Mezquida La necrópolis del Puig des Molins: pasado y presente 17,30 - 17,45 Magdalena Barril. Museo Arqueológico Nacional Las colecciones prerromanas de la Meseta en el M.A.N. 17,45 - 18,45 Alfredo Jimeno Mito y realidad: Numancia y el cerco romano 18,45 - 19,30 DISCUSIÓN Día 11 de diciembre Mañana: 09,30 - 10-30 Francisco J. González Tablas. Universidad de Salamanca El espacio doméstico en el castro de la Mesa de Miranda 10,30 - 10,45 Alicia Rodero. Museo Arqueológico Nacional Las colecciones ibéricas levantinas en el M.A.N. 10,45 - 11,45 Lorenzo Abad. Universidad de Alicante La Alcudia de Elche: ayer y hoy de un yacimiento emblemático 11,45 - 12,15 PAUSA-CAFÉ 12,15 - 13,15 Pierre Rouillard. Universidad de Nanterre, Paris Entre “Dama “ y “Santa María”, las canteras de El Ferriol en Elche 13,15 - 14,15 MESA REDONDA 10 Índice Introducción Tútugi: del sueño a la realidad 13 De la cámara de Toya al hipogeo de Hornos 53 La necrópolis del Puig des Molins: pasado y presente 79 Mª Oliva Rodríguez Manuel Molinos y Arturo Ruiz Ana Mezquida Mito y realidad: Numancia y el cerco romano 109 El espacio doméstico en el castro de la Mesa de Miranda 139 La Alcudia de Elche: ayer y hoy de un yacimiento emblemático 173 Entre «Dama» y «Santa María», las canteras de El Ferriol en Elche 211 Alfredo Jimeno Francisco J. González Tablas Lorenzo Abad Pierre Rouillard Tútugi: del sueño a la realidad Mª Oliva Rodríguez-Ariza Centro Andaluz de Arqueología Ibérica Edif. B–1, Universidad de Jaén. 23071 Jaén moliva@ujaen.es Figura 1. Mapa realizado por J. Cabré del poblado y la necrópolis de Tútugi (Cabré y Motos, 1920). 14 I. El sueño La historia de Tútugi comienza con un sueño, revelación o delirio, de una joven de un pequeño pueblo de la provincia granadina (Galera) de principios del siglo XX. Son los arqueólogos, que después van al lugar, los que hacen el relato de los hechos y a través de los cuáles podemos acercarnos a lo que allí ocurrió: “En los primeros días del mes de agosto de 1916, encontrándose uno de los que firman la presente Memoria (Motos) con el abate francés H. Breuil, en la región de Huéscar... Supieron que en la villa de Galera se estaban haciendo unas excavaciones, que por su originalidad traían alborotados a muchos habitantes de aquel pueblo, no tan sólo por los descubrimientos realizados sino por ser la iniciadora de estos trabajos una joven llamada Marta, que habita una cueva inmediata al sitio de los hallazgos, la que con una fe y entusiasmo extraordinarios profetizaba se encontrarían abundantes y ricos tesoros en el sitio que ella designó, según las revelaciones y ensueños que en repetidas ocasiones había tenido. Ello dio lugar al descubrimiento de un suntuoso edificio romano... y luego de su necrópoli” (Cabré y Motos, 1920: 5). Sin embargo, el relato de los hechos no está exento de prejuicios del momento, tanto de género como de clase (Olmos, 2004), que hacen que dificilmente sepamos lo que allí ocurrió y que dio lugar al descubrimiento y posterior saqueo del poblado y necrópolis de Tútugi. Es una joven, Marta, que vive fisícamente bajo el poblado de Tútugi, en una cueva en la primera terraza de la ladera occidental, quién sueña con un tesoro que, probablemente, la sacara de la pobreza. No sabemos como inició su busqueda y si fue ayudada por alguién, pues si, como Cabré y Motos relatan, dio con el templo romano de la ciudad, hemos de suponer que, dada la envergadura del trabajo realizado, fuera ayudada por una o varias personas. Si parece que el hecho es conocido por el resto de la población y que pronto se comienzan a hacer agujeros en otras zonas del pueblo. Así nos narran Cabré y Motos el inicio del saqueo de la necrópolis: “De las primeras contaminadas de la dolencia de la Marta fueron la mujer e hijas del colono del cortijo de San Gregorio... Ellas se dieron a excavar en un montículo inmediato a su casa. Bien pronto anima15 ronse en las rebuscas, al ver que hallaban tierra afable, como si estuviese removida, y su asombro no tuvo límites cuando vieron ante sí varias vasijas, platos y una imagen de piedra ricamente ataviada: era el túmulo que hemos demarcado en nuestro plano con el número 20”. (Cabré y Motos, 1920: 12). Es así como un sueño de una joven pasa de ser un hecho privado a ser de dominio público de una pequeña comunidad que, tal vez, busca la salida a una situación socioeconómica de pobreza y marginación. La sucesión de hechos que se producen después es relatada por los ya citados Juan Cabré y Federico de Motos en su Memoria (Cabré y Motos, 1920) y más recientemente por el equipo que ha estudiado los restos arqueológicos que se conservan en el Museo Arqueológico Nacional (Pereira et al., 2004). II. La intervención arqueológica La llegada de Juan Cabré a Galera, mandado por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, como codirector, junto a Federico de Motos, de las excavaciones supone un intento de poner orden en el gran desvario que se había producido, no sólo por la actuación de los aldeanos al saquear los distintos túmulos, sino por todos los eruditos provinciales y nacionales que fomentaron dicho saqueo para obtener las piezas que engrosaran sus colecciones. Suponemos que la labor no fue fácil y que mucho tiempo y paciencia se tuvó que dedicar a hablar con los lugareños para ir identificando las distintas sepulturas y los materiales que de ellos se extrajeron. Numeraron 134 sepulturas entre las Zonas I y II, mientras que de la Zona III recuperan materiales o dan información de 19 (Fig. 1). El nivel de documentación de cada una de estas sepulturas es muy variado: - En la Zona I de 85 sepulturas numeradas sólo pudieron excavar 6 de ellas (nº: 10, 12, 13, 14, 17 y 65) y reexcavar 7 (nº: 2, 26, 29, 34, 36, 75 y 76) de las que pudieron en algunos casos recuperar parte de los ajuares y, en el caso de los túmulos 75 y 76, documentar la estructuras, aunque en parte estuvieran destruidas. - De las 49 sepulturas de la Zona II sólo se pudo excavar en la campaña de 1918 la sepultura 89, mientras que Motos en las excavaciones de 1916 y 1917 excavó 2 (nº: 106 y 128) y reexcavó 1 (nº: 134). 16 - En la Zona III Cabré y Motos excavaron un número importante de sepulturas pero al no tener una arquitectura monumental no las numeraron. En la Memoria se presentan plantas de 11 sepulturas de las Zonas I y II, las numeradas, y que en cinco casos no coinciden con las que se indican que han sido excavadas y 4, sin numerar, de la Zona III. Por tanto, de la Zonas I y II se excavaron o reexcavaron un 12,6% del total de estructuras numeradas. El porcentaje desciende al 8,2% si contamos las que tienen alguna documentación planimétrica o estratigráfica. Porcentaje ciertamente escaso y que no se correspondería con el total de estructuras de las que aún se podían extraer datos arqueológicos. Factores como el tiempo, presupuesto, visibilidad de estructuras, etc. jugarían un papel determinante a la hora de excavar y documentar las sepulturas. La formación de Cabré como fotógrafo y dibujante ha sido ensalzada en numerosas ocasiones y, especialmente, en relación a la documentación gráfica realizada en Tútugi (Adroher, 2004), estribando, en buena parte, el que la obra se haya convertido en un clásico dentro de la historiografía del mundo ibérico del Sureste de la Península ibérica. Sin embargo, esta documentación está realizada con un cierto sentido ideal y de interpretación de los restos visualizados, sin que respondan a una documentación totalmente fidedigna de los restos, que en muchos casos y así hemos podido constatar en las actuaciones recientes, no coinciden con las plantas o alzados que hemos obtenido para esas mismas estructuras funerarias. Pero, ciertamente, el trabajo que Cabré y Motos realizaron en la necrópolis fue un referente para la determinación y caracterización del mundo ibérico, al mismo tiempo que, parte de las láminas y dibujos, han sido repetidamente reproducidas en todas las grandes obras de conjunto sobre la cultura ibérica. III. La realidad actual de Tútugi Desde hace años conocíamos la existencia de numerosos materiales procedentes de Tútugi en poder de gente de Galera, pero fue a partir de 1998 cuando se realizó la donación y catalogación de estas colecciones particulares para la creación del Museo de Galera, que nos dimos cuenta de la potencialidad que aún tenía la ne17 crópolis. A partir de este momento, comenzamos a recorrer el terreno en compañía de los descubridores de las piezas y ver que aún existen zonas que no han sido investigadas, así como túmulos y estructuras no documentadas por Cabré. Fué así como en 1999 publicamos un artículo con el título de “La necrópolis ibérica de Galera. Un patrimonio recuperable” (Rodríguez–Ariza, 1999), tras no aceptar el significativo título propuesto por los editores, y que reflejaba la opinión generalizada de “La necrópolis de Galera. Un patrimonio perdido”. Después de 80 años de realizada la actuación de Cabré y Motos, anteriormente citada, y sin que se hubiera realizado ninguna otra, la necrópolis presentaba un paisaje fosilizado en el tiempo, con túmulos con agujeros cónicos en su centro y donde se podían encontrar algunos fragmentos de cerámica en sus inmediaciones. Es a partir del año 2000 cuando se inician una serie de nuevos trabajos en la necrópolis con la realización de Trabajos de limpieza en cinco túmulos aprovechando el Campo de Trabajo Galera: Oasis de la Historia, Subvencionado por la dirección General de la Juventud de la Junta de Andalucía (Rodríguez–Ariza, 2001). En 2001 se realizan trabajos de Documentación, limpieza y prospección, que permiten topografiar el área de la necrópolis y el poblado a escala 1:500 y realizar una localización de los túmulos aún existentes. Estos trabajos fueron subvencionados por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía (Rodríguez–Ariza, Molina y Turatti, 2004). En 2006–07 se realiza la 1ª fase del Proyecto de Puesta en Valor de la Necrópolis de Tútugi, promovido por el Ayuntamiento de Galera y la Mancomunidad de Municipios de la Comarca de Huéscar y subvencionado por: el Plan Turístico de la Comarca de Huéscar de la Consejería de Turismo de la Junta de Andalucía, el Taller de empleo: Necrópolis de Tútugi de la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Galera. Esta 1ª fase culmina con la apertura al público de la Necrópolis y su inclusión en la Red de Espacios Culturales de Andalucía (RECA) en octubre de 2008. IV. El conjunto arqueológico de Tútugi El yacimiento forma parte de un conjunto arqueológico compuesto por poblado (Cerro del Real), necrópolis (Tútugi) y posibles lugares de culto o Santuarios (Cerro del Castillo) distribuidos por un amplia zona cercana 18 al actual pueblo de Galera (Fig. 2). Es dentro de este conjunto donde la necrópolis encuentra su articulación y significado, pese a que los distintos yacimientos que lo forman no hayan tenido demasiada fortuna en lo que se refiere a su conservación. Aunque las intervenciones que se realizaron en ellos tienen varias publicaciones científicas (Cabré y Motos, 1920; Cabré, 1920–21; Pellicer y Schüle, 1962, 1964 y 1966). Al ser la necrópolis el primer yacimiento que se excavó coge el topónimo antiguo de lo que sería la ciudad ibérica, mientras que a esta se le da el nombre de Cerro del Real, por ser el lugar del emplazamiento del Campamento de D. Juan de Austria en el asedio de Galera en la Guerra de los Moriscos, en 1570. IV.I. El poblado Como ha sido señalado anteriormente, la necrópolis de Tútugi va asociada a la existencia de un importante poblado ubicado en el denominado Cerro del Real. En este Cabré en 1918 se limitó a excavar un templo romano, del cual hoy en día no quedan más que unas grandes basas de columnas en la zona superior del yacimiento, las cuales se encuentran desplazadas de su sitio original. De esta parte de sus excavaciones no se conocen detalles, salvo una planta en el plano general de los yacimientos de Galera. Fueron sobre todo las actuaciones de los profesores Pellicer y Schüle en los años 60 las que darían a conocer al yacimiento (Pellicer y Schüle, 1962, 1964,1966; Schüle y Pellicer, 1963). La zona en que se sitúa el hábitat es un espolón amesetado en la margen izquierda del río Orce en su confluencia con el de Huéscar a 919 mts. de altitud. En las campañas de excavación realizadas en 1962 y 1963 se excavó en varias zonas del asentamiento, distinguiéndose en los sondeos que alcanzaron mayor profundidad (cortes VII, IX y el conjunto de los cortes I/IV/VIII/X) varias fases desde el Bronce Final a la época romana (Fig. 3). En los estratos V–II del Corte VII aparece una importante estratigrafía de época preibérica e ibérica. Igualmente, en el Corte IX aparece esta estratigrafía, definiendo el estrato III como Ibérico Pleno, que los autores fechan entre el 400 el 200 a.C., momento que parece corresponder con el auge de la necrópolis. En toda el área aparece una gran cantidad de restos arqueológicos, principalmente cerámica, de todas las épocas desde el Bronce Final a época medieval. También aparecen en superficie una serie de estructuras mura19 Figura 2. Mapa topográfico (E.: 1:10.000) con la ubicación de la necrópolis de Tútugi y del Cerro del Real. Figura 3. Perfil SE del Corte VII del Cerro del Real (a partir de Pellicer y Schüle, 1962) rias que son difíciles de datar, por lo que no sabemos si el poblado ibérico ocuparía toda la superficie del Cerro. Conocemos los restos de una muralla en su lado oriental, posiblemente con varias torres, que por su factura es claramente romana. Igualmente, conocemos varios muros en el centro de su lado norte, entre las dos lenguas que avanzan hacia la vega, donde posiblemente se ubicaría una de las puertas de entrada al poblado. También, existe un muro paralelo al cortado de la lengua oriental. 20 En el centro de la meseta se encuentran los huecos dejados por las excavaciones de Schüle y Pellicer. Actualmente los restos muy destruidos pertenecen a construcciones romanas bajo las cuales se definieron varias habitaciones ibéricas. En los estratos IV y III del Corte VII de las excavaciones de Schüle y Pellicer pertenecientes al periodo ibérico se definen varias habitaciones ibéricas II.2. La necrópolis La necrópolis de Tútugi abarca un área aproximada de 1.500 m. en sentido Este–Oeste y 800 m. Norte–Sur al Norte del río de Orce, frente al actual pueblo de Galera. Cabré y Motos dividieron en tres zonas la superficie total de la necrópolis. Las dos primeras se encuentran al Norte del Cerro del Real, ubicación de la ciudad, y separada de esta por el río Orce y la vega contigua. Mientras que la Zona III se ubica al Este del poblado en una pequeña cañada, denominada del Metro, interponiendose enmedio la cañada de la Desesperada (Figs. 1 y 2). La zona septentrional y principal de la necrópolis está constituida por una topografía compuesta por suaves lomas y cerretes de entre 15 y 25 m. de altitud sobre las zonas de vega (Fig. 2; Lám. I), por lo que se constituye un paisaje muy contrastado y fuertementa delimitado entre las zonas bajas de vega, con una topografía llana o en pequeñas terrazas donde predominan los colores fuertes y vivos de los cultivos, y las zonas altas, totalmente denudadas o con escasa vegetación, compuesta principalmente por atochas de esparto, con un color blanquecino debido a la formación geológica compuesta de margas yesíferas. Las Zonas I y II quedan separadas entre sí por una vaguada, actualmente recorrida por el camino de Galera a Riego Nuevo que discurre en sentido SW–NE, formando casi dos triángulos equiláteros. La Zona I es la más grande con una extensión aproximada de 1100 m. de este a oeste y de 710 m. de norte a sur. Es la zona que actualmente se puede recorrer y en la que se han restaurados varios de sus túmulos. En esta zona se pueden distinguir tres subzonas tanto por su topografía, perfectamente delimitada, como por los conjuntos de sepulturas (Fig. 4). 21 Figura 4. Plano de la Zona I de la Necrópolis de Tútugi con la ruta señalizada y túmulos restaurados y excavados. La Subzona Ia está constituida por los cerros más occidentales de la Zona I y en ella se ubican los túmulos del 1 al 50, de los que se han podido identificar 32 de los marcados por Cabré y uno nuevo. Han desaparecido el grupo de túmulos 26, 27, 28 y 29 al realizarse la explanada contigua en la década de los ochenta. Asimismo han desaparecido los túmulos del 1 al 9 situados en la más occidental de la zona, probablemente al realizarse la cueva y eras situadas allí. 22 En esta subzona Cabré y Motos sólo pudieron excavar 5 de ellos (nº: 10, 12, 13, 14 y 17) y reexcavar 5 (nº: 2, 26, 29, 34 y 36) de las que pudieron en algunos casos recuperar parte de los ajuares. Los túmulos identificados ofrecen un aspecto formado por una pequeña elevación con una depresión central, que corresponde al expolio o excavación de la cámara. Sin embargo, los túmulos situados en la parte alta de la zona en torno al camino, se han rellenado con tierra con el objeto de restituir su aspecto tumular. Cada túmulo de esta zona se ha señalado con su número correspondiente (Lám. I). Esta es la zona donde más se ha trabajado recientemente. Se han restaurado los túmulos 20, 21 y 32 y se han excavado los números 20 y 50, siendo el Túmulo 20, a pesar del fuerte saqueo sufrido en los años 10 del siglo XX, el que ha proporcionado datos más significativos (Rodríguez–Ariza, Gómez y Montes, 2008) y que analizamos en un epigrafe posterior. La Subzona Ib se sitúa en el área central y en ella quedan los restos de las sepulturas comprendidas entre los números 51 al 67. Se han identificado 10 y 2 nuevos posibles. Cabré y Motos excavaron el Túmulo 65, del que hoy sólo podemos ver una leve depresión en el suelo, aunque no se ha conservado su rico ajuar compuesto por más de 19 vasijas. Lámina I. Vista general de la Zona Ia tras la restitución volumétrica de los túmulos. 23 En esta zona actualmente podemos ver el Túmulo 57 limpiado y restaurado y se ha excavado el número 62, aún pendiente de restauración. La Subzona Ic ocupa un espolón en la parte más oriental de Zona I y en ella se documentan las sepulturas de la 69 a la 85, de los que se han identificado 12. En esta subzona Cabré y Motos pudieron documentar los túmulos 75 y 76, previamente saqueados, y de una enorme envergadura que los convierten en los de mayores dimensiones de la necrópolis. En esta zona podemos ver el Túmulo 78 restaurado. En 2006 se han reexcavado los Túmulos 73 y 75. La documentación obtenida de éste último confirma en parte la planta publicada por Cabré y Motos, aunque está notablemente idealizada. En esta subzona se puede reconocer un conjunto o círculo de sepulturas que probablemente esté reflejando una estructura social jerarquizada, donde las sepulturas mayores con grandes túmulos, como el 75, posiblemente fuera de un noble, rodeado por sepulturas más pequeñas pertenecientes a clientes y servidores, como ocurre en la necrópolis de Baza (Ruiz, Rísquez y Hornos, 1992). La Zona II tiene de longitud máxima las siguientes dimensiones aproximadas: 640 m. de este a oeste y 750 m. de norte a sur. En esta zona también podemos distinguir dos subzonas atendiendo a la topografía: - la IIa comprende el Cerro de San Gregorio y los espolones adyacentes. Aqui se ubican las sepulturas 86 a la 112, de los cuales se han identificado 18. - la IIb comprende una serie de espolones que se adentran en la vega, quedando su parte septentrional menos definida. Se documentaron las sepulturas 113 a la 134, de las que 13 hemos identificado más un túmulo nuevo De las 49 sepulturas de esta zona sólo se pudo excavar en la campaña de 1918 la sepultura 89, mientras que Motos en las excavaciones de 1916 y 1917 excavó 2 (nº: 106 y 128) y reexcavó 1 (nº: 134). También aquí se pudo saber parte del ajuar de algunas de las sepulturas violadas, la mayoría vendido a un anticuario belga y a J. Rodríguez–Acosta, materiales que aún se conservan en la Fundación Rodríguez–Acosta en Granada. 24 En la Zona II también son fácilmente reconocibles numerosos tumulos, aunque también han desaparecido algunos por algunas obras y remociones de tierras realizadas de forma ilegal recientemente. Pero es de esta zona de donde provienen varios ajuares y materiales, que han ido apareciendo a lo largo del tiempo por la realización de labores agrícolas y desmontes, y que estaban en poder de vecinos del pueblo, lo cuales han sido donados para la realización del Museo de Galera. Hemos de destacar el conjunto compuesto por: Urna funeraria con tapadera y restos humanos en su interior, falcata, soliferrum, restos de manillas de escudo, regatum, lanza, caldero de bronce que contenía en su interior una fíbula hispánica y otra de charnela. También es de destacar en esta zona la aparición de 3 glaucas. En esta zona no se ha relizado ninguna actividad de excavación recientemente, aunque se pueden reconocer bastantes de los túmulos ubicados por Cabré. Asimismo, por la ubicación de la sepultura que contenia el conjunto antes descrito, cerca de un túmulo, creemos que alrededor de todos estos túmulos pueden existir zonas con sepulturas más pequeñas que no destacan en el terreno y que aún permanecen sin investigar. En la Zona III Cabré y Motos excavaron un número importante de sepulturas pero al no tener una arquitectura monumental no las numeraron. La mayoría de las sepulturas de esta zona están constituidas por una urna cerámica, donde se depositaban los restos óseos quemados del difunto, con su tapadera sobre un hoyo realizado en la roca, a veces revestido con una lechada de yeso, o aprovechando los huecos que se producen por debajo de las capas de roca arenisca en las vertientes y pequeños acantilados de la cañada del Metro. También hablan de inhumaciones de niños en vasija y alguna cámara sepulcral con túmulo destruido por la existencia de enterramientos musulmanes y la fuerte roturación debido a los cultivos que ha sufrido esta zona. En la Zona III actualmente se pueden observar algunos de los nichos y oquedades que se utilizaron para el deposito de urnas funerarias, aunque aquí la erosión ha actuado fuertemente. En esta zona hemos identificado dos nuevos túmulos en la parte alta de la Cañada, uno de ellos fue saqueado parcialmente hace unos años y aún conserva una cámara funeraria rectangular. En los años noventa, con la realización de hoyos para la plantación de almendros en la parte baja y central de la cañada, aparecieron nuevos materiales entre los que destaca una falcata con cinco remaches de bronce, depositado en el Museo de Galera. Estos movimientos de tierras 25 incontrolados han puesto de manifiesto que en esta zona aún existen estructuras funerarias enterradas, de las que Cabré y Motos hacen mención al observar restos arquitectónicos en el corte de una acequia, restos que aún hoy día se pueden observar. II.3. Los santuarios Cabré y Motos en su publicación de 1920 hablan de la existencia de 3 alfarerias al Sur del poblado. En las prospecciones que realizamos en la zona a finales de los los años ochentas (Fresneda et al., 1991), localizamos dos pequeñas acumulaciones de cerámicas de tipología ibérica, que se podrían corresponder con las Alfarerias 2 y 3. Entre los materiales destaca la presencia de pequeñas copitas, que podrían tener una función ritual y, por tanto, indican un espacio sacralizado. Sin embargo, en un cerro testigo a unos 600 m. al sur del poblado, llamado Cerro del Castillo, existe en su ladera sur una gran acumulación de cerámica, donde se pueden distinguir dos zonas, una donde aparecen principalmente platos de pasta clara y otra donde aparecen ollas de color grisáceo. La singularidad de este yacimiento nos hecho realizar una nueva microsprospección del mismo, estudio que presentamos en el Congreso de Arqueología Bastetana (Rodríguez–Ariza, Rueda y Gómez, 2009). En él incidimos en la posible interpretación del lugar como santuario periurbano de Tútugi, con una serie de características que han definido A. Adroher y sus colaboradores (Adroher y López, 2004), para una serie de pequeñas acumulaciones de materiales, como santuarios al aire libre bastetanos. Sin embargo, la complejidad y especifidad de este lugar nos hace ser cautos hasta que no se realice una excavación del mismo. V. Nuevas aportaciones sobre las técnicas constructivas de la Necrópolis de Tútugi Cabré y Motos en base a las sepulturas y túmulos que excavan y a los que pueden visualizar saqueados realizan una síntesis de los sistemas de sepulturas (Cabré y Motos, 1920: 62–66) definiendo 9 tipos: 1. Hoyos. 2. Inhumaciones de niños en vasija. 3. Hoyos recubiertos con yeso. 4. Cistas que contienen urnas cinerarias. 26 5. Cámaras tumulares en forma de aljibe con muros de piedra, adobe o mampostería. 6. Cámaras tumulares de planta rectangular o cuadrilátera y con corredor lateral de entrada. 7. Cámaras tumulares de planta semicircular con corredor. 8. Cámaras tumulares de planta circular con corredor. 9. Cámaras con nichos y hornacinas labradas en la roca. En la tabla tipológica que se ha realizado (Fig. 5) hemos unido las cámaras circulares y semicirculares con corredor y se han metido las cajas funerarias, tan características del mundo funerario bastetano. Sin embargo, a tenor de la excavación de 11 nuevos túmulos, muchos de ellos inéditos, podemos realizar algunas consideraciones sobre los sistemas constructivos: - Para la construcción de las cámaras en zonas de pendiente se realiza una pequeña terraza, adosando parte de los muros al corte de la pendiente, lo que hace que éstos sólo tengan cara hacia el interior. Esto ocurre en el nuevo túmulo circular documentado (Túmulo 21) y en los Túmulos 22, 62, 57 y 75, frente al Túmulo 26 de planta circular, dibujado por Cabré con cara tanto al exterior como al interior. - La construcción en zonas llanas realizan un pequeño rebaje en el terreno sobre el cual realzan los muros que pueden presentar doble cara, exterior e interior, (Túmulo 78) (Lám. II) o sólo al interior (Túmulo 32–2). - Las cámaras excavadas directamente en la roca presentan pasillo también excavado en la roca (Túmulos 20 y 73) o puerta de acceso en uno de sus lados (32–1). En el primero de ellos no se ha documentado revestimiento de las paredes. Sin embargo, en el Túmulo 50 al recorte de las paredes se le adosan muros de piedra con cara hacia el interior y revestimiento de yeso (Lám. III). - Los túmulos, en la mayoría de los casos, son artificiales construídos con varias técnicas: - con una mezcla de tierra, piedras pequeñas y agua (21, 22, 32–2, 57 y 78) que le confieren una dureza muy grande. - con grandes piedras y tierra sin orden aparente (62). 27 Figura 5. Tipología de Sepulturas de la Necrópolis de Tútugi (elaboración propia a partir de Cabré y Motos, 1920). 28 Lámina II. Vista general del Túmulo 78 tras su excavación. 29 Lámina III. Vista general del túmulo 50 tras su excavación. 30 Lámina IV. Vista general de Túmulo 32 tras su restauración. 31 - con tongadas alternas de tierra y piedras enmarcadas dentro de un anillo de sujección (75). - rebajando el terreno adyacente y dandole la forma de túmulo o pequeña elevación (50), o creando plataformas recubiertas de yeso (32–1) (Lám. IV). Los materiales empleados en la construcción de los túmulos son básicamente la piedra, el yeso y los adobes, junto con la utilización de pigmentos para el pintado de las paredes. Las piedras utilizadas para la construcción de los muros, por lo general, proceden de un entorno muy cercano al túmulo, aunque en el caso del Túmulo 75 el estudio petrográfico de tres tipos de piedras documentadas (Rodríguez–Ariza, García Tortosa y Nieto, 2009) ha permitido conocer la distinta procedencia de cada uno de los grupos de piedras analizados: - Los sillares están realizados con rocas detríticas muy arenosas y con abundante yeso (Lám. Va). Provienen de la zona alrededor del túmulo. Con esta misma roca se han realizado los fragmentos de escultura recuperada en el Túmulo 50, lo que indica que esta roca se utilizó por ser muy blanda y fácil de trabajar para conseguir superficies regulares. Actualmente tanto los sillares como los fragmentos de escultura presentan problemas de conservación. - La gran mayoría de la mampostería utilizada como contrafuerte de las paredes de la cámara y en la realización de los anillos de piedra que sostienen el túmulo de tierra son piedras carbonatadas (Lám. Vb). Estas piedras provienen de la zona oriental adyacente al túmulo 75, en la margen opuesta de la Cañada Castaño. Zona, que aunque cercana, está más alejada que la anterior. En esta zona oriental se han localizado afloramientos de calizas, donde se encuentran bloques individualizados por la intersección entre los planos de diaclado y las superficies de estratificación, casi preparados naturalmente para su uso en la contención de grandes pesos por su mayor consistencia. - Las rocas utilizadas para la realización de elementos decorativos dentro de la cámara pertenecen a una litología alóctona, importada desde fuera de la cuenca. Se trata de una calcarenita de origen marino (Lám. Vc) y mucho más antigua que las que constituyen el relleno pliocuaternario del lugar. Esto indicaría que ciertos elementos decorados pudieron venir desde el exterior. 32 a b c Lámina V. Láminas delgadas de las distintas piedras utilizadas en el Túmulo 75. Para los recubrimientos de los muros hay una diferenciación entre los internos donde el material utilizado es el yeso, que tiene una pequeña proporción de dolomita, y los externos compuestos principalmente de calcita, material más resistentes al agua y, por tanto, ideal para el recubrimiento de superficies expuestas a la intemperie. Respecto a los pigmentos utilizados para la decoración de las paredes se han utilizado la goethita y la hematita para obtener el rojo y el carbón vegetal para el negro (Parras–Guijarro et al., 2006; Sánchez et al., 2007; Parras–Guijarro, 2008) VI. El túmulo 20: un espacio ritual dentro de la necrópolis El Túmulo 20 se sitúa en el centro de la Zona Ia, en la parte más alta junto al camino que atraviesa la necrópolis, en una de las zonas con mayor aglomeración de túmulos. Fue el túmulo donde se recuperó la Diosa de Galera, por lo que su documentación era fundamental para la contextualización de la estatuilla y es también un importante reclamo a nivel turístico. Las noticias que Cabré y Motos daban de este túmulo son las siguientes: “Era la cámara mortuoria de aparejo de mampostería y tenía callejón de entrada, no pudiendo precisarse tamaño y orientación, porque, a raíz de su hallazgo, el propietario del terreno extrajo las piedras con que fué edificada para contener las tierras de las parcelas vecinas” (Cabré y Motos, 1920: 26). 33 Figura 6. Planta del Túmulo 20. 34 La nueva excavación realizada en 2006 (Rodríguez–Ariza, Gómez y Montes, 2008) abre nuevas posibilidades de interpretación no sólo de la construcción y uso de éste túmulo, sino también de la organización espacial del conjunto de la necrópolis. El estado del túmulo era el de un gran montículo con un agujero en el centro, en el que no se observaba ningún tipo de indicios que nos indicarán la existencia de alguna estructura muraria. La excavación se planteó mediante la división del túmulo en cuatro cuadrantes a partir de un eje central que, con dirección aproximada este–oeste, seguía la fosa de expolio del posible corredor. A partir de este eje se estableció el eje transversal que mantiene una dirección aproximada norte–sur (Fig. 6). VI.1. Los procesos constructivos del Complejo estructural 20 La cámara y el corredor de entrada de este complejo estructural se encuentran excavados en la base geológica formada por margas arcillosas que alternan estratos horizontalizados de areniscas y arcillas.La cámara (UEC6) presenta forma rectangular, con unas dimensiones aproximadas de 5 m, en su eje norte–sur, por 3,30 m, en el este–oeste. Esta fosa se va estrechando desde la superficie hasta la base a 1,75 m de profundidad, teniendo unas dimensiones de 4,35 m por 2,60 m, de manera que las paredes presentan forma de talud con una reducción de planta de entre 70–75 cm desde la superficie a la base. La superficie de la cámara en la parte alta es de 16,5 m2. El fondo de la cámara conserva, sobre todo en su esquina oriental, restos de un suelo de yeso (UEC33) que en algunas zonas mantiene algo de pigmento rojo (UEC34) (Fig. 7). En las paredes de la cámara no se observan restos de revoco. Aproximadamente localizado en el centro de la cámara, sobre el suelo de ésta, se ha documentado un pilar de adobes (UEC18) de gran dureza que serviría para sostener la techumbre de la cámara. Este pilar central tiene planta rectangular, con unas dimensiones de 1 m, en el sentido este–oeste, por 0,8 m, en el eje norte–sur, y presenta una altura conservada de 1,36 m Los adobes empleados para la construcción de este pilar parecen no tener una medida estándar, variando su tamaño en función de las necesidades, pero, por norma general, pre35 Figura 7. Perfiles Este-Oeste, Norte-Sur y del interior de la Cámara del Túmulo 20. sentan una medida media de 30 cm de ancho por 60 cm de largo y 20 cm de alto. La parte alta del pilar está desmontada por los saqueos del descubrimiento, lo que nos impide observar si sobre él se asentaban vigas para sostener una posible techumbre (Lám. VIb). El corredor de entrada (UEC7) se sitúa en el lado oeste de la cámara, ligeramente descentrado hacia el norte (a 1,90 m del lado norte y 3 m del lado sur) (Fig. 6). Presenta un largo de 5,80 m y un ancho aproximado de 70 cm en la superficie y de 50 cm en la base, presentando, al igual que la cámara las paredes en talud. La profundidad del pasillo es de unos 90 cm, presentando una base horizontalizada en la que se observa un pequeña inclinación de la superficie hacia la cámara de unos 14 cm de desnivel. En la zona de la entrada, el corredor pre36 senta una acumulación de piedras (UEC25) que podrían funcionar como escalones de acceso. Esta acumulación está formada por cuatro losas de gran tamaño que presentan una diferencia de cota con respecto a la base del corredor de 50 cm La unión del corredor con la cámara se solventa mediante un escalón, ya que la diferencia de cota de sus respectivos suelos es de 52 cm, facilitándose la bajada mediante la colocación de una piedra en sentido vertical que cumple la función de peldaño (UEC24) (Fig. 6). La cámara es rellenada por una acumulación de piedras de mediano y gran tamaño (US13), con una potencia entre 40 y 65 cm. Este relleno se ha documentado en el lado norte (Fig. 7) y en la esquina suroriental de la cámara, lo que nos indica su extensión por toda la superficie. Asimismo, la coincidencia de cota con la base del pasillo nos hace pensar en una remodelación interior de la cámara, máxime cuando sobre este vertido de piedras se ha documentado un nivel fino de barro (UEC31), que podría haber funcionado como suelo. Todas estas unidades estratigráficas y estructuras descritas forman parte de una primera fase constructiva de la que sabemos poco más por la realización de la fosa de saqueo, que ocupa casi la totalidad del interior de la cámara y el pasillo de acceso. Una interpretación probable es que estuviera funcionando como túmulo, al igual que el resto de las sepulturas de la necrópolis, si bien, no se ha podido documentar ningún indicio de la presencia de éste. En una segunda fase se remodela este espacio, manteniendo la orientación y dimensiones de la cámara y el corredor. Sobre el suelo de barro se deposita un nivel de tierra suelta con abundante chinarro y piedras de pequeño tamaño que rellena la cámara hasta su zona superior (US11), al igual que posiblemente se rellena el pasillo. Una vez rellenada la cámara se disponen una serie de losas de piedra (UEC32), documentadas en su lado norte, sobre las que se disponen 1 ó 2 hiladas de adobe (UEC14) por toda la superficie de la cámara tapada. Los adobes utilizados presentan unas medidas aproximadas de 30 x 40 x 10 cm (Lám. VIa). Asimismo, las losas de adobe sirven de cimentación a un muro de adobe (UEC11) que, con la misma orientación de la pared norte de la cámara, se sitúa a 60 cm hacia el interior, disminuyendo el espacio. Esta disminución del espacio sólo se observa en este lado norte, ya que en el resto de los lados se construyen igualmente muros deadobe (en las esquinas suroeste –UEC1– y sureste –UEC26–), pero en este caso en el borde superior de la fosa de 37 a b c d Lámina VI. Diversos aspectos del Túmulo 20. 38 la cámara, apoyando directamente sobre la base geológica (Figs. 6 y 7). Se conformaría, por tanto, una proyección de la cámara subterránea, con su espacio algo reducido, construida a base de muros de adobe de 30 cm de grosor, que presentan un recubrimiento de yeso tanto al exterior (UEC2 y UEC22), como al interior (UEC12). La construcción de estos muros parece que se ha realizado de una vez, posiblemente utilizando cajones de madera donde se ha vertido la masa de adobe. En el corredor de entrada se lleva a cabo una remodelación muy parecida, una vez se ha rellenado se levantan dos muros sobre el borde superior del recorte de la roca, realizados con adobes de mayor tamaño, con unas dimensiones de 50 cm de largo por 30 cm de ancho, sin que podamos saber su grosor por la erosión de los mismos, aunque alguno conserva 20 cm y presentan mayor dureza que los empleados para la nivelación del suelo de la cámara. Estos dos muros (UEC19 y UEC5) vuelven a reproducir el pasillo al dejar el mismo vano entre ellos que el del corredor subterráneo. En la zona de acceso al corredor se han documentado dos grandes adobes (UEC20 y UEC8) que enlazan con los muros precedentes, aunque el meridional se desplaza hacia el norte situándose por encima del relleno del corredor subterráneo y variando ligeramente la dirección del pasillo. En el centro de cada uno de estos adobes se localizan dos hoyos de poste (UEC21 y UEC9). Probablemente están relacionados con algún tipo de estructura de entrada a este corredor de esta segunda fase constructiva. Estas remodelaciones son coetáneas al recorte de la roca (UEC35) en la zona exterior de la cámara y el corredor de entrada, de tal modo que se configura una plataforma ligeramente oval de 15 m, en el eje este–oeste, por 12 m en el norte–sur, que englobaría todas las estructuras anteriormente descritas (Fig. 6). Sobre esta plataforma y bordeando el espacio de la cámara, se construye un suelo de yeso (UEC3) que presenta una planta que tiende a la rectangularidad con unas dimensiones aproximadas de 7,40 m por 5,80 m El borde exterior de este suelo dista de los muros de la cámara un metro por sus lados norte, oeste y sur, siendo la distancia al muro en su lado este de 1,5 m. En el borde de este suelo de yeso se localizan restos de pintura roja que conforman una banda que oscila entre los 10 y los 40 cm de anchura conservada. Esta banda, realizada en cinco tramos (UEC23, UEC17, UEC16, UEC29 y UEC4) que engloba el edificio, tiende a abrir su dirección en los vértices, creando una figura que recuerda mucho al lingote chipriota (Fig. 6; Lám. VIa y b). El resto de la plataforma es pintada igualmente mediante pigmento rojo que se aplica directamente sobre la roca (UEC10), de tal modo 39 que en su visión original el edificio de adobes de la cámara estaría enmarcado por un rectángulo blanco cuya forma podría ser el lingote chipriota, con una enorme carga simbólica en época ibérica, en el centro de una gran plataforma circular de color rojo. Las dos esquinas orientales de este motivo simbólico se señalan cada una con un adobe (UEC28 y UEC15). La distancia entre ambos es de 5,8 metros y sus dimensiones son las mismas que las de la preparación del suelo de la cámara (40 x 30 x 10). En la zona sur de la plataforma se ha documentado una estructura de adobe (UEC27) que se localiza en el interior de una pequeña fosa (UEC30). La estructura tiene forma irregular y parece presentar dos superficies planas a diferentes alturas, con una diferencia de cota de 30 cm. Una interpretación podría ser que se trata del arranque de una escalera, pero la mala conservación de la estructura hace muy difícil determinar su funcionalidad. En la zona oeste de la plataforma, cercana al borde del suelo de yeso, se localiza una pequeña mancha de cenizas (US17) cuyo origen es desconocido. VI.2. Los procesos postdeposicionales y de expolio Una vez este edificio deja de funcionar parece que sufre un lento proceso de abandono, pues cubriendo las estructuras de adobe y el suelo de la plataforma se localiza un nivel irregular de sedimento muy limoso, posible acumulación por efecto del viento (US10), que conserva una potencia máxima de 20 cm junto al muro suroeste de adobe, y de apenas 1 o 2 cm sobre el suelo de yeso y la plataforma recortada. Sobre este nivel y, en algunos sitios apoyado directamente sobre el suelo de yeso y la plataforma encontramos la US7, que es un nivel de unos 4 cm de potencia media, de color rojizo fruto de la descomposición de raíces. Este nivel marca una zona que durante cierto tiempo fue una superficie al aire libre, hecho que prueba la no presencia de túmulo. Sobre él se deposita la US6 que es un nivel de tierra amarillenta, probablemente fruto de la descomposición de los adobes, con una potencia de entre 10–15 cm Sobre este nivel se asienta un estrato muy similar a la US7, con las mismas características de ser fruto de la descomposición de raíces y de color rojizo 40 (US5), y que marcaría la superficie original que se encontraron los expoliadores. Por tanto, una superficie muy poco elevada respecto al recorte de la plataforma horizontal y, en ningún momento, de la altura y volumen que después presenta (Fig. 7). La fosa de expolio (UEC36) afectó tanto a la cámara como al corredor de entrada, arrasando también parte de los muros de adobe y el suelo de yeso exterior. Los saqueadores se fueron guiando por la blandura de los niveles que iban destruyendo, dejando aquellos que presentaban mayor dureza como el pilar central de adobes. Este hecho ha ocasionado que, en parte, la fosa de expolio coincida con las fosas originales de la cámara y el pasillo y haciendo imposible su detección en el transcurso de la excavación. La tierra que durante el expolio se sacaba del interior se iba depositando en el contorno exterior de la cámara, conformando, en parte, una estratigrafía invertida. Así, encontramos en la parte alta de la US4, estrato de gran dureza y con una potencia media de 40 cm, un nivel de grandes piedras provenientes del relleno inferior de la cámara. Estas presentaban la inclinación hacia el exterior, fruto de haber sido tiradas en el transcurso del saqueo (Fig. 7). Tras este primer saqueo, que da como consecuencia la creación de un falso túmulo con cráter central, parece que pasa un tiempo en el que esta nueva superficie creada queda al aire libre, formándose en varias zonas un nivel de 3–4 cm de potencia de color amarronado y textura arcillosa. Este nivel parece corresponderse con el detectado en la zona del pasillo (US19) con la misma naturaleza. La deposición de nuevos estratos, como la US2 que se corresponde con US18 del pasillo con una textura muy suelta de color marrón claro, la US9, US1 y US17, parece indicar que se realizaron nuevos expolios en el hoyo existente (Fig. 7). En todas estas unidades se han documentado fragmentos de cerámica ibérica. Estos nuevos saqueos o remociones realzan el volumen del falso túmulo con la aportación de más tierra proveniente del centro del hoyo existente, configurando el aspecto que tenía antes de la intervención. El tiempo existente entre el expolio primero y las sucesivas remociones es imposible calcularlo, aunque si sabemos que muchos túmulos fueron de nuevo saqueados, bien con el ánimo de encontrar objetos valiosos que hubieran pasado desapercibidos, bien para llevarse las piedras de las estructuras para la construcción de paratas agrícolas en los campos cercanos. 41 El interior de la fosa de expolio se va rellenando simultáneamente por la misma tierra que se va sacando, principalmente proveniente del relleno de la cámara (US11) y de las estructuras asociadas, pero con una textura más suelta y que posteriormente se seguiría colmatando a lo largo del tiempo. Es por ello, que esta unidad (US8), ha sido imposible de distinguir de la US11, salvo en el sector intacto por debajo del muro norte de la cámara. Entre los materiales documentados en este nivel destaca la presencia de restos de madera que podrían pertenecer a las vigas de la techumbre, no pudiéndose constatar si estas vigas pertenecerían a la primera o a la segunda fase. Igualmente se han recogido fragmentos de cerámicas ibéricas, fragmentos de bronce y restos de huesos humanos quemados. VI.3. Material recuperado Los materiales recuperados son escasos y muy fragmentados recuperados principalmente en los niveles revueltos. En la mayoría de los casos, presentan roturas recientes lo que indicaría que fueron destruidos en el transcurso del expolio de la estructura. Entre los fragmentos de cerámica recuperados destacan los pertenecientes a un mismo vaso, posiblemente globular o bitroncocónico, que presenta la superficie decorada de bandas de color rojo de las que salen semicírculos y octavos de círculo en rojo y negro (Fig. 8, nº 11–15). Este vaso junto a varios fragmentos de cuello acampanado (Fig. 8, nº 2–6 y 10) del Tipo 4 de Pereira (1988: 152) nos dan una cronología entre los siglos VI y IV, aunque podrían pertenecer a vasos similares a los recuperados por Cabré y Motos (Pereira et al., 2004: 91) y que se fechan entre el siglo V y IV a.C. Igualmente los fragmentos de cuencos recuperados (Fig. 8, nº 7–9) pertenecientes al grupo formal 16 de Pereira (1988: 166-169) nos dan una cronología principalmente de los siglos V–IV a.C. Entre los materiales recuperados destaca la mitad inferior de un anforisco de pasta vítrea en color azul con pequeñas bandas en amarillo (Fig. 8, nº 16). Tiene una altura conservada de 35 mm y un diámetro en la panza de 40 mm. La base o botón inferior presenta una factura irregular, no simétrica. Es similar a los dos recuperados por Cabré y Motos en esta estructura (Pereira et al., 2004: 90). También se ha recuperado un fragmento 42 Figura 8. Materiales recuperados en el Túmulo 20 de asa de cerámica ática que presenta la parte inferior con un engobe rojizo (Fig. 8, nº 1). Por la descripción y dibujo podría pertenecer a la copa ática tipo Cástulo que se encuentra en el M.A.N. procedente de esta estructura (Pereira et al., 2004: 91) y cuya cronología propuesta es del siglo V a.C. 43 VI.4. Discusión Como conclusión se puede plantear el hecho de que estamos ante un complejo estructural inédito hasta el momento en la Necrópolis de Tútugi, con dos fases constructivas y que plantea una serie de interrogantes de difícil respuesta a raíz de la destrucción de parte del registro estratigráfico por el saqueo inicial de 1916 y otros sucesivos. Es en el primer momento de utilización de la estructura cuando se plantean las mayores dudas, pues si bien estamos ante una cámara funeraria con pasillo de acceso excavado en la roca, las grandes dimensiones de esta y la situación del corredor con respecto a la cámara, en medio y no en un lateral como el resto de sepulturas, lo convierte en una estructura original. Ninguna de las sepulturas publicadas por Cabré y Motos (1920), ni de las recientemente excavadas por nosotros presentan el pasillo en el centro de una cámara rectangular, sólo las circulares presentan el corredor como prolongación de uno de sus radios. Igualmente las dimensiones de la cámara y el pasillo son las mayores hasta el momento documentadas en la necrópolis (la cámara de la Sepultura 75 tiene unas dimensiones interiores de 3,10 x 3,10 m y una superficie de 9,60 m2), indicando ya de entrada la importancia de la estructura. La gran superficie de la cámara (16,5 m2 en la zona del techo) plantea el problema de su cubrición, para lo cual se construye un pilar central (de nuevo el único documentado es el del Túmulo 75) sobre el que descansarían bien, como Cabré señala para el 75, grandes piedras o tablones o vigas de madera. Ahora bien, los vanos a cubrir desde el pilar central hasta las paredes de la cámara oscilan aproximadamente desde 1,40 m en los lados este y oeste hasta los 2,20 y 3 m en los lados norte y sur respectivamente (Fig. 6). Encontrar y movilizar losas u ortostatos de este tamaño aunque no imposible, como hay ejemplos en la prehistoria peninsular, sí algo desproporcionado en relación al pilar de adobe que se construye, el cual no soportaría grandes pesos, por lo que nos inclinamos por la solución de una cubrición de tablas. No podemos saber si sobre este techo se construye un túmulo de tierra al igual que en el resto de la necrópolis o, por el contrario, la sepultura presenta una primera estructura exenta, similar a la documentada en la segunda fase. Lo que si parece probable, por la documentación obtenida, es que el interior de la cámara sufre una remodelación con la construcción de un segundo suelo a la altura del pasillo. Este suelo de tierra se rea44 liza sobre un relleno de grandes piedras y tierra. La altura interior de la cámara, por tanto disminuye desde aproximadamente 1,84 m a 1,20 m, similar a la documentada en otros túmulos de la necrópolis de 1,30 m (Sánchez, 2004: 205–208). Ello avalaría que, a pesar de su originalidad en cuanto a planta y tamaño, esta sepultura se realiza siguiendo los modelos preestablecidos para el conjunto de la necrópolis, por lo que la existencia del túmulo es probable. El peso que el túmulo ejercería sobre el techo de la cámara con tablas o vigas de entre 2 y 3 m de largo, muy superiores en longitud a las presumibles lajas de piedra que cubrirían otros túmulos de entre 1,50 y 1,75 m (Sánchez, 2004: 205), sería muy grande, llegando en un determinado momento a romper éstas, provocando la caída del techo y del túmulo en el interior de la cámara. Este hecho explicaría la presencia de numerosos fragmentos de madera de Pinus nigra–sylvestris en el relleno de la fosa de expolio y de la US4, primer nivel del falso túmulo, provenientes del relleno de la cámara. Una vez este hecho se ha producido, la cámara y pasillo se terminarían de rellenar y se recortaría la roca para conformar una plataforma circular de 13 m de diámetro que es pintada de rojo. En el centro de esta plataforma se construyen, como proyección de las estructuras subterráneas, un espacio cuadrangular con corredor de entrada, edificio que quedará enmarcado dentro de la plataforma por la forma del lingote chipriota en blanco (Fig. 7). El escaso grosor del nivel de derrumbe de las estructuras de adobe, así como el escaso número de fragmentos de adobe encontrados en los niveles postdeposicionales, hacen pensar que este recinto no es cerrado, sino que presenta muros de adobe de una altura de entre 50–60 cm. Por tanto, nos hallamos ante un edificio exterior o abierto que reproduce un espacio interior, con alto poder simbólico y que se destinaría a la realización de determinados rituales dentro de la necrópolis. El porqué de esta transformación de un espacio funerario en un espacio ritual es posible que tenga que ver con lo que apuntan primero T. Chapa y A. Madrigal (1997) y posteriormente Ricardo Olmos (2004), cuando analizan la iconografía de la Dama de Galera y el ajuar recuperado junto a ella procedentes de este túmulo, en el sentido de ser una sepultura que alberga un personaje de alto rango aristocrático y/o sacerdotal, cuyos restos, al morir, se acompañan de los útiles sagrados que ha utilizado a lo largo de su vida. Sepultura que desde el principio pudo actuar como un punto o eje central sobre el que se articulan el resto de sepulturas, al menos, de esta zona de la necrópolis (análisis espacial que estamos realizando en la actualidad). Parte de las funciones del 45 personaje enterrado pudieron ser transferidas a su sepultura, adquiriendo el lugar una función ritual, donde se realizarían algunas de las ceremonias funerarias. También se puede pensar, al igual que ocurre en la Necrópolis de Baza (Ruiz, Rísquez y Hornos, 1992), que esta sepultura es una de las sepulturas de los fundadores del linaje y que, por tanto, desde el primer momento presenta unas características especiales tanto en su construcción como en la composición del ajuar. Cuando el túmulo de la sepultura se derrumba el carácter funerario desaparece y la estructura se reorganiza en base a su función ritual dentro de la necrópolis. Sin embargo, ahora, una vez que conocemos el singular contexto de este túmulo 20, se abre una nueva conjetura o hipótesis sobre el significado de los objetos recuperados y el espacio en sí. Este espacio, construido en la parte más alta de esta zona de la necrópolis, tiene desde el principio una función eminentemente ritual y simbólica. Es allí donde se realiza parte del ritual de enterramiento, antes o después de la incineración, y antes de introducir definitivamente los restos en su última morada. Es por ello, que este espacio ritual podría no haber funcionado como sepultura en un principio, sino como un pequeño santuario y, por tanto, la dama y su ajuar podrían ser los elementos que participan en los ritos que allí se realizan. Este carácter ritual o sagrado del espacio explicaría en primer lugar la remodelación interna de la estructura, con la realización de un suelo al nivel del pasillo, cuando aún es un espacio cerrado y en segundo lugar, la transformación en un espacio abierto y la utilización de un símbolo tan importante en el mundo ibérico como es el del lingote chipiotra, además de la probable articulación de las sepulturas de la zona. Bien optemos por una u otra de las hipótesis planteadas, el sistema constructivo utilizado en los dos momentos documentados de este complejo estructural 20 de Tútugi parece repetir esquemas constructivos comunes al ámbito territorial bastetano, como se ha documentado en la sepultura 11/145 de Castellones de Ceal (Chapa et al., 1991, 1998), donde se utilizan los mismos materiales como son la piedra, el adobe, el yeso y la madera. Igualmente en esta sepultura el espacio exterior queda delimitado por un murete de adobe, aunque aquí sin el símbolo del lingote chipiotra, pero si pintado de rojo. 46 VII. Puesta en valor de la Necrópolis de Tútugi Como ya ha sido señalado con anterioridad, durante 2006 y parte de 2007 se ha realizado la 1ª fase del Proyecto de Puesta en Valor de la Necrópolis de Tútugi con los objetivos generales de: recuperar un importante Patrimonio arqueológico, acondicionar la Zona I de la Necrópolis para la visita pública de indudable interés histórico–artístico, poner en valor tierras baldías y fomentar el turismo rural y cultural. La excavación de otros 6 túmulos (números: 20, 50, 62, 73, 75 y 79) de la Zona I, a parte del indudable valor científico y de conocimiento de los mismos, nos permite el completar el mapa de ubicación de los túmulos en torno a la ruta acondicionada para la visita de la Zona (Fig. 4).Túmulos que en una 2ª fase serán restaurados para su exposición pública. Los trabajos de consolidación y restauración de los túmulos 21, 22, 32, 57 y 78, han seguido, en general, un proceso de trabajo en varias etapas que seguidamente enumeramos, aunque no siempre se hayan realizado en este orden (Lám. VII): - Tratamiento de las pinturas originales: consistente en la limpieza de las pinturas eliminando de forma manual las concreciones de arcilla adherida a su superficie (Lám. VIIa).El siguiente paso fue su consolidación y fijación sobre los yesos con un consolidante. - Consolidación y restauración de muros de las cámaras y pasillos: las actuaciones sobre los muros, según los casos, han consistido en la reposición de morteros y en la regularización de la altura de los muros utilizando el mismo aparejo pétreo de cada muro (Lám. VIIc). Los ortostatos de piedra antiguos han sido separados de los reconstruidos a través de una malla de fibra de vidrio, que al exterior deja una suave línea punteada entre lo original y lo reconstruido, casi imperceptible a cierta distancia. En algunos casos, las piedras originales han sido consolidadas para evitar que siguieran desintegrándose. En algunos casos, las paredes de los corredores estaban realizadas con barro. Para su restitución en altura se utiliza una mezcla de tierras locales y guijarros a las que se les añade una pequeña 47 a b c d Lámina VII. Trabajos de consolidación y restauración del Túmulo 22. 48 cantidad de yeso moreno al 5–10 % para darle mayor consistencia. Todo ello separado de los restos originales por una malla de geotextil. - La restitución de estructuras internas como bancos y poyetes se ha realizado siguiendo el mismo criterio que en el resto de las estructuras, es decir, separando la parte reconstruida de la original a través de una malla de fibra de vidrio. - Restitución de suelos: la mayoría de las cámaras presentan suelos parcialmente conservados de yeso junto con los agujeros de expolio que los destruyen. Estos huecos se rellenaron con grava hasta alcanzar el nivel de suelo original, para después colocar una malla de geotextil sobre toda la superficie y sobre ella reconstruir un suelo a base de yeso blanco. En algunos casos, antes de la reconstrucción del suelo, se instaló un tubo drenante que traspasa la pared de la cámara hasta el exterior y permite la evacuación de las aguas pluviales. - Protección y reproducción de las pinturas: las pinturas tras su limpieza y consolidación fueron protegidas mediante la colocación de gasas fijadas a las paredes a través de un adhesivo reversible (Lám. VIIb). Posteriormente, éstas han sido cubiertas con una capa de yeso blanco, similar al documentado originalmente (Lám. VId). Sobre esta capa de yeso se han reproducido las pinturas documentadas tanto en las cámaras con en los corredores. A las pinturas reproducidas, de color rojo vivo, se ha intentado dar una textura y un color rojo degradado. - Recrecido exterior del túmulo: al aumentar el alzado de parte de las cámaras ha sido necesario recrecer el túmulo original de tierra. Se ha realizado con tierra del lugar mezclada con agua, siguiendo las pautas de construcción del original que hemos podido documentar en la mayoría de los túmulos. Además de los trabajos de conservación y restauración de los restos arqueológicos también se ha acometido trabajos de infraestructuras, conducentes a crear las condiciones necesarias que permitan la llegada de visitantes y la visualización de los distintos túmulos. - Creación de un nuevo acceso a la necrópolis con el ensanche de una antigua senda que conecta con la red de caminos que existía en la necrópolis. 49 - La creación de una ruta para la visita, con el acondicionamiento de los caminos y señalización de los mismos. - Creación de una zona de aparcamiento y una zona de acogida que incluye una pequeña zona de información donde se facilitará al visitante una primera explicación general de la necrópolis. - Señalización de todo el recorrido así como la instalación de paneles informativos en cada Subzona y en todos los túmulos restaurados. - Delimitación de los túmulos con un cable a baja altura, que consigue que la mayoría de la gente respete el espacio señalado y que el impacto visual sea de máximo respeto hacia las estructuras restauradas. - Recuperación del paisaje tumular de la subzona Ia con la restitución volumétrica de los túmulos expoliados. 50 Bibliografía ADROHER, A., 2004: “La necrópolis ibérica de Galera. Nada lera desde Galera a Castilléjar. Campaña de 1989», Anua- antes de Cabré”. En J. Blánquez y B. Rodríguez: El ar- rio Arqueológico de Anadalucía 1989, II, Sevilla: 51–56. queólogo Juan Cabré (1882–1947). La fotografía como OLMOS, R., 2004: “La Dama de Galera (Granada): la apropiación técnica documental. Ministerio de Cultura. IPHE. Madrid. sacerdotal de un modelo divino”. En J. Pereira, T. Chapa, ADROHER, A. y LÓPEZ, A. (Dirs.), 2004: El territorio de las alti- A. Madrigal, A. Uriarte y V. Mayoral (Eds.): La Necrópolis planicies granadinas entre la Prehistoria y la Edad ibérica de Galera (Granada). La colección del Museo Ar- Media. Arqueología en Puebla de Don Fadrique queológico Nacional, Ministerio de Cultura, Madrid: (1995–2002). Arqueología Monografías. Consejería de 213–237. Cultura de la Junta de Andalucía. Sevilla. CABRÉ, J. y MOTOS, F., 1920: La Necrópolis ibérica de Tútugi (Galera, Provincia de Granada). J.S.E.A. 25, Madrid. CABRÉ, J., 1920–21: La necrópolis de Tutugi: Objetos exóticos de influencia oriental en las necrópolis turdetanas.Boletín de la Sociedad Española de Excursionistas nº 28. Madrid. CHAPA, T. y MADRIGAL, A., 1997: “El sacerdocio en época ibérica”, Spal 6: 187–204. CHAPA, T.; PEREIRA, J.; MADRIGAL, A. y LÓPEZ, M.T., 1991: “La sepultura 11/145 de la Necrópolis ibérica de Los Castellones de Ceal (Hinojares, Jaén)”, Trabajos de Prehistoria 48: 333–343. PARRAS–GUIJARRO, D., 2008: Análisis en contextos arqueológicos de Andalucía mediante Microscopía Raman y Cromatografía de Gases–Espectrometría de masas. Tesis Doctoral. Universidad de Jaén (inédito). PARRAS–GUIJARRO, D.; MONTEJO–GÁMEZ, M.; RAMOS–MARTOS, N. y SÁNCHEZ, A., 2006: “Analysis of pigments and coverings by X–Ray Diffraction (XRD) and Micro Raman Spectroscopy (MRS) in the cemetery of Tutugi (Galera, Spain) and settlement Convento 2 (Montemayor, Córdoba, Spain)”. Spectrochimica Acta A, 64: 1133–1141. PELLICER, M. y SCHÜLE, W., 1962: Cerro del Real (Galera), Excavaciones Arqueológicas en España 12, Madrid. CHAPA, T.; PEREIRA, J.; MADRIGAL, A. y MAYORAL, V., 1998: La PELLICER, M. y SCHÜLE, W., 1964: Ein Grab aus der iberischen necrópolis ibérica de Los Castellones de Ceal (Hinoja- Nekropole von Galera (Provincia Granada). Madrider Mit- res, Jaén). Arqueología Monografías. Junta de Andalu- teilungen, vol. 5. cía. Sevilla. FRESNEDA, E.; RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O.; PEÑA, J.M. y LÓPEZ, M., 1991: «Prospección arqueológica superficial del Río Ga- PELLICER, M. y SCHÜLE, W., 1966: Excavaciones en el Cerro del Real (Galera, Granada), Excavaciones Arqueológicas en España 52, Madrid. 51 PEREIRA, J.; CHAPA, T.; MADRIGAL, A.; URIARTE, A. y MAYORAL, V. RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O.; RUEDA, C. y GÓMEZ, F., 2009: «El po- (Eds.), 2004: La Necrópolis ibérica de Galera (Granada). sible santuario periurbano de Tútugi: el Cerro del Castillo La colección del Museo Arqueológico Nacional. Ministe- (Galera, Granada)”, Primer Congreso Internacional de Ar- rio de Cultura. Madrid. queología Ibérica Bastetana. Baza (Granada). RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O., 1999: “La necrópolis ibérica de Ga- RUIZ, A.; RÍSQUEZ, C. y HORNOS, F., 1992: “Las necrópolis ibéri- lera. Un patrimonio recuperable”. En J. Blánquez Pérez cas en la Alta Andalucía”, Serie Varia 1, Madrid: 397–430. y L. Roldán Gómez (Eds. Científicos): La Cultura Ibérica SÁNCHEZ, A.; PARRAS–GUIJARRO, D.; MONTEJO–GÁMEZ, M.; a través de la fotografía de principios de siglo. Un ho- RAMOS–MARTOS, N., 2007: “Microscopía Raman en dos menaje a la memoria, Madrid: 143–152. contextos arqueológicos de época orientalizante e ibé- RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O., 2001: “Trabajos de limpieza, acondicionamiento y reconstrucción realizados en el Castellón Alto (Galera, Granada). Actuación de 1997». Anuario Ar- rica”. Avances en Arqueometría 2005. Actas del VI Congreso Ibérico de Arqueometría: 175–182. SÁNCHEZ, J., 2004: “La arquitectura en la Necrópolis de Ga- queológico de Andalucía 97–II, Sevilla: 198–204. lera”. En J. Pereira, T. Chapa, A. Madrigal, A. Uriarte y V. RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O.; GARCÍA, F.J. y NIETO, L., 2009: “Origen Mayoral (Eds.): La Necrópolis ibérica de Galera (Gra- y características petrográficas de las rocas utilizadas en nada). La colección del Museo Arqueológico Nacional. la necrópolis ibérica de Tútugi (Galera, Granada)”, IV Reu- Ministerio de Cultura, Madrid: 195–212. nión de Trabajo sobre aprovisionamiento de recursos líticos en la Prehistoria, Cádiz: 112–120. RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O., GÓMEZ, F. y MONTES, E., 2008: “El Túmulo 20 de la Necrópolis ibérica de Tútugi (Galera, Granada)”, Trabajos de Prehistoria 65, Nº 1: 65–78. RODRÍGUEZ–ARIZA, M.O.; MOLINA, F. y TURATTI, R., 2004: “Trabajos de documentación arqueológica en la Necrópolis ibérica de Tútugi (Galera, Granada)”, Anuario Arqueológico de Andalucía 2001.I, Sevilla: 144–150. 52 SCHÜLE, W. y PELLICER, M., 1963: Excavaciones en la zona de Galera (Granada), VII Congreso Nacional de Arqueología (Sevilla–Málaga, 1963), 1965, Zaragoza: 387–392. De la cámara de Toya al hipogeo de Hornos Manuel Molinos Molinos Área de Arqueología Departamento de Patrimonio Histórico mmolinos@ujaen.es Arturo Ruiz Rodríguez Departamento de Patrimonio Histórico Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Edif. C–5) Campus Las Lagunillas. 23071 Jaén. arruiz@ujaen.es Figura 1. Intervenciones de Juan Cabré (1), Cayetano de Mergelina (2) y Luis Berges (3), en la cámara y necrópolis de Toya. 54 La cámara de Toya: Un viaje de ida y vuelta Hacia 1901, según Cazabán, según otros autores algo mas tarde, se descubrió en Peal de Becerro (Jaén) la cámara de Toya, aunque la primera noticia pública de su localización data de 1914 en un artículo publicado en el Noticiero Granadino (Cazabán 1915, 1926; González Reyero 2007). La revista “Don Lope de Sosa” reproducía este artículo en 1915 iniciando una largísima historia que acabó convirtiendo la expoliada cámara en una de las referencias mas tempranas y notables de la arqueología ibérica de la Alta Andalucía. Pero los inicios, desde que “El Pernazas” levantó una de las losas que cubría la entrada, no pudieron ser mas lamentables: al menos hasta 1918 la cámara y a continuación toda la necrópolis del Cerro de la Horca, denominación topográfica del lugar donde se ubica el conjunto, fue sometida a un continuado expolio contra el que en 1915 ya había alzado su voz Agustín Caro en “Don Lope de Sosa” al advertir que la incultura y la desidia podían destruir “aquella notable necrópolis”. Su denuncia fue vana; continuó el expolio y los materiales acabaron vendidos en el mercado de antigüedades pasando a engrosar colecciones particulares, incluidas las de conocidos investigadores de la época como Antonio Vives Escudero o Juan Cabré, quien a partir de 1918 iniciaría un primer trabajo de sistematización de la cámara por encargo del director del Centro de Estudios Históricos, Manuel Gómez Moreno que también había atesorado en su colección particular importantes materiales procedentes del saqueo de la necrópolis (González Reyero 2007). Una lamentable historia que es parte de la propia de la arqueología española. Cabré fue quien primero se planteó una sistematización del conjunto de la necrópolis, y la recopilación de información que realizó in situ (Cabré 1925; Blanquez 1999) ha sido la base de las posteriores propuestas y actuaciones alrededor de aquella, tanto en lo referente a cuestiones de índole arquitectónica como del conjunto de los materiales y su relación con el contexto funerario. Cabré realizó una meritoria documentación de la arquitectura del singular edificio y a raíz de su informe el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes declaró la cámara como Monumento Histórico – Artístico, lo que a la larga sin duda fue el elemento mas decisivo para su protección. A los primeros trabajos de Cabré, siguieron varios años de expolio y vandalismo, que acabaron provocando la intervención del Director General de Bellas Artes que, en 1924, ordenó al entonces Delegado Regio de Bellas 55 Artes, Alfredo Cazabán Laguna, un nuevo informe sobre la situación del ya declarado “monumento”. Como consecuencia de de aquél la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades abordó el problema encargando a Cayetano de Mergelina el primer proyecto de restauración y adecuación de la cámara y las primeras intervenciones arqueológicas que se llevaron a cabo en verano de 1927. Los resultados de la excavación fueron limitados y se redujeron a la de algunas tumbas que confirmaban lo que Cabré había ya demostrado: la importancia y notable extensión de la necrópolis (Mergelina 1943). Aportaba sin embargo un dato fundamental como era la localización de los restos de, al menos, otras dos cámaras mas pequeñas que la primera (una de ellas ya había sido advertida por Cabré) aunque con similar calidad constructiva, lo que venía a demostrar la complejidad de la estructura de la necrópolis y por ende del grupo social. La reflexión sobre este hecho tardaría de todas maneras mucho tiempo en hacerse efectiva y sólo comenzó a valorarse mucho mas tarde, cuando la arqueología ibérica alcanzó su madurez. Las aportaciones posteriores sobre la cámara y su contexto (García y Bellido 1935, Fernández Avilés 1942, Blázquez 1960) se centraron en valorar cuestiones de cronología y de paralelos para lo que era un monumento excepcional, realmente único en el panorama general de la aun deficitaria arqueología ibérica. Mucho mas recientemente, en 1971, un arquitecto giennense, Luis Berges Roldán, abordó un nuevo proyecto de restauración de la cámara, ya aislada de la antigua necrópolis en la que cobraba sentido. Los objetivos de aquella restauración fueron fundamentalmente la eliminación de humedades y para ello se “vació” el exterior de la construcción. Este vaciado dio lugar al fortuito hallazgo de las ruedas de un carro, sin duda vinculado a un ritual principesco de enterramiento (Fernández Miranda y Olmos 1986), pero la ausencia de un verdadero análisis arqueológico, salvo un elemental aunque meritorio croquis, realizado por el propio Berges, del perfil del exterior de la cámara, propició el arrasamiento de la escasa información estratigráfica que pudiera quedar residualmente en un edificio pensado y construido como estructura semisubterránea; además estableció un sistema de acceso, en rampa circular, sin sustento arqueológico alguno que ha configurado una visión historicista bastante alejada de lo que debió ser el acceso original a la estructura funeraria. En general tuvo mala suerte la arqueología de la necrópolis de Toya a lo largo de todo el siglo XX, salvando el ambicioso intento de Cabré por recuperar información artefactual y contextual de la misma, y desde luego, y 56 a pesar de las salvedades apuntadas, por las restauraciones que permitieron su conservación. Habría que esperar a finales de aquella centuria y a los inicios del siglo XXI para que las nuevas perspectivas que dibujaba la arqueología ibera, comenzaran a hacer posible otra forma de ver la cámara. En primer lugar el inicio de la sistematización de las formas cerámicas asociadas a la necrópolis (Pereira 1979, 1987, 1988 y 1999), que fijaron tipos y tiempos, y posteriormente los trabajos sobre la propia arquitectura del sepulcro (Sánchez 1998; Roldán 1999) y las mas recientes propuestas sobre la contextualización de aquellos materiales, particularmente los cerámicos (Madrigal 1997; González Reyero 2007). Junto a todos los trabajos realizados hay además que destacar la labor historiográfica y arqueológica de Juan Blanquez, en el primer caso recuperando una ingente documentación literal y gráfica sobre el monumento; en el segundo planteando propuestas sobre la estructura del mismo, entre las que destacamos su propuesta de la existencia sobre el sepulcro de un túmulo con un alzado mínimo de 1,33 metros y un diámetro de, cuanto menos, 8 metros (Blanquez y Roldán 1999; Blanquez 1999). Pero, como sucede frecuentemente en arqueología, fueron otros trabajos posteriores los que permitieron comprender el alcance y el significado de la necrópolis del Cerro de la Horca. Hasta que no se excavaron con criterios arqueológicos extensivos otras necrópolis, como la de Baza (Presedo 1982) o la del Cigarralejo (Cuadrado 1987), pero sobre todo cuando los nuevos planteamientos teóricos de la arqueología ibérica repensaron aquellas (Ruiz y otros 1992; Chapa y otros 1997), se abrieron nuevas vías para la interpretación y comprensión de la que fue imponente necrópolis de Peal de Becerro. Pero para completar y entender el proceso en el propio valle de la antigua Tugia recientes investigaciones, iniciadas en 1998, parecen ser muy significativas: las del Hipogeo del Cerrillo de la Compañía en Hornos de Peal, un complejo funerario muy próximo al Cerro de la Horca, con el que establece, al igual que con el oppidum de Tugia, una relevante relación visual. El sitio, dadas sus características estructurales y su excelente estado de conservación, había pasado inadvertido en las intensivas prospecciones arqueológicas realizadas en el valle. De nuevo el origen de estas últimas investigaciones fue la acción de salteadores de tumbas, de tal manera que si un expolio caracterizó el inicio de la investigación en la cámara de Toya otro tanto sucedió con el de Hipogeo del Cerrillo de la Compañía. Aquí los ladrones, que apenas habían comenzado el expolio del sitio arqueológico, tuvieron peor suerte porque al iniciar el saqueo golpearon el repetidor de televisión que mandaba la señal a la aldea de Hornos y fueron sorprendidos por la denuncia de los vecinos que sufrieron el apagón; la inmediata 57 actuación de las fuerzas de orden público y del ayuntamiento pealeño permitieron una rápida intervención arqueológica. La excavación, realizada con el acopio de los sistemas de registro que caracterizan la actual arqueología, así como la aplicación de nuevas tecnologías en el análisis artefactual y contextual, ha permitido interpretar no sólo el contexto estratigráfico y espacial del sepulcro, en realidad una tumba aislada en el valle del río Toya, sino sobre todo avanzar en el análisis de lo que debió ser la primera invención del paisaje funerario de los príncipes iberos en un momento antiguo del siglo VI a.n.e. (Ruiz y otros 2007). El Hipogeo del Cerrillo de la Compañía de Hornos Se trata de un túmulo levantado sobre un tambor, en cuya base se abre la cámara, todo el conjunto excavado en la roca. El Cerrillo de la Compañía era en su origen preantrópico una pequeña colina situada en el corazón del valle del río Toya, muy cerca, apenas 400 metros, de la aldea de Hornos de Peal. Se enmarca, como el Cerro de la Horca, en un paisaje que define el límite de la Campiña Alta, con cotas entre los 400 y 600 metros, pero desde donde ya comienza a percibirse la cercanía de la Sierra de Cazorla cuya silueta se recorta hacia el norte dominando el paisaje. La primera actividad edilicia de los iberos en el lugar fue el trabajo demodelado del cerro creando una plataforma ovalada de 33 x 22,5 metros. Sobre este óvalo, centrado respecto al eje principal pero excéntrico respecto al ancho de la plataforma, se dejó en la piedra caliza del substrato geológico, una estructura cilíndrica con la clásica forma de tambor de los túmulos, de 17 metros de diámetro en su base con una altura en el centro de 2,90 metros respecto a la plataforma oval inferior. El monumento fue visible desde cualquier punto del Valle del Río Toya lo que es un aspecto además fundamental para comprender suubicación y caracterización: todos los elementos estructurales y materiales lo definen como un sitio destinado a ser una referencia en el valle. En el lado oeste de esta construcción se constata el avance del tambor central en una prolongación en codo, de 3,5 metros en dirección E – W, con un ancho máximo de 6 metros. Esta prolongación posibilita el acceso desde el exterior hasta un espacio, igualmente conseguido a partir de la talla del cerro–base, que constituye el enterramiento propiamente dicho: la cámara. Evidencias físicas y los análisis químicos demuestran que la parte superior del tambor estuvo cubierta por una capa de enlucido que en ocasiones conserva un tono fuer58 Figura 2. El Valle de Toya con el Hipogeo del Cerrillo de la Compañía en primer plano. En segundo plano, recortados en el horizonte, el Cerro de la Horca y Tugia. Al fondo la Sierra de Cazorla. 59 temente rojizo como consecuencia de la utilización en composición de una mezcla de óxidos de hierro (Sánchez Vizcaino 2007). No hemos localizado evidencias que permitan definir el revoco de las paredes verticales del tambor, pero si parece confirmarse que la plataforma inferior recibió también un tratamiento superficial, una capa esteril que homogenizaba la irregular superficie conseguida tras la talla de la roca natural.En el centro de la parte superior del túmulo se construyeron dos plataformasconcéntricas de 5 x 4 metros la inferior, que presentan una orientación E–W en su eje mayor. Las plataformas tienen una altura bastante desigual pero en ningún caso sobrepasan los 30 centímetros entre los dos niveles. Para la construcción de esta doble plataforma se procedió a la elaboración de una mezcla de tierra y pequeños guijarros, sobre los que se extendió una depurada capa de arcilla que en algunos puntos conserva un fuerte color ocre.Se trata en realidad de un altar con función de ustrinum, una pira funeraria en la que se utilizó como combustible madera de pino y encina, y lentisco para el encendido (Rodríguez Ariza 2007). Dada la coloración blanca que afecta tan sólo a la cortical externa de muchos fragmentos óseos puede deducirse que la cremación se produjo durante un largo período a temperaturas altas, próximas a los 650º pero inferiores a 800º. Algunos fragmentos grises oscuros e incluso negros indican que algunas zonas de la pira funeraria no se vieron favorecidas por una elevada oxigenación y la temperatura alcanzada fue marcadamenteinferior (Trancho y Robledo 2007). Una vez que se produjo la combustión en la pira y la cremación de dos cadáveres sobre aquella, los restos fueron colocados en dos urnas,procurando que cada una de ellas contuviera los de cada uno de los dos individuos, un hombre y una mujer, que acababan de ser incinerados. En una urna se depositaron mayoritariamente los restos pertenecientes a un individuo masculino adulto de edad inferior alos 30 años, en la otra se vertieron principalmente los restos de una mujer a la que debe asignársele una edad en torno a los veinte años. En cualquier caso, tal y como refleja elestudio de caracterización del material óseo, la separación no fue completa y algunos huesosse intercambiaron por error en el proceso de su recogida de la pira fúnebre, lo que certifica que el acto ritual fue único. La cámara excavada en el tambor tiene forma con tendencia rectangular orientada en perfecta dirección E–W, con una longitud máxima desde el quicio de la entrada de 3,20 metros y ancho máximo de 1,38 metros, tiene una altura al nivel del dintel de entrada de 0,81 metros y a tenor de los elementos conservados esta altura debió ser bastante homogénea en su recorrido. La entrada a la cámara está marcada por un dintel de piedra y revestida en sus lados oeste y sur por dos ortostatos, de tal modo que el acceso se haría por el norte. A la al60 tura del dintel se colocaron otros dos ortostatos que lo sostienen y enmarcan la primera parte de la cámara. Este diseño de la obra creó una entrada lateral en codo. Todo el interior fue revocado (suelo, paredes y seguramente el techo abovedado) y encalado. Los resultados de la difracción de rayos–x muestran que la elaboración del mismo se realizó con dos elementos básicos: un componente ma- Figura 3. Fragmentos tibiales adyacentes localizados en diferentes urnas de Hornos de Peal. yoritario de cal (carbonato cálcico) que actuaría como material ligante (Sánchez Vizcaino 2007) y un componente arenoso en menor proporción, el cuarzo (óxido de silicio), que actuaría de árido en la mezcla. El análisis también detectó la presencia de dolomita que formaría también parte del ligante. Al fondo de la cámara, a laizquierda, se construyó un banco de arcilla muy depurada, de color anaranjado realizado en una sola pieza que descansa sobre el nivel del revoco. Sobre este banco y apoyadas contra la pared se colocaron las dos urnas conteniendo las cenizas de los muertos recién incinerados y algunos vasos de ofrendas. Por último ha de hacerse notar la existencia de un gran bloque de piedra, un betilo, que situado verticalmente debió constituir un hito que señalaría el acceso ala cámara. Como indicábamos mas atrás, un monumento claramente destinado a servir de hito en el territorio de Tugia. La sepultura tenía un ajuar muy sencillo que acompañaba a las dos urnas: un enormerecipiente con cuatro asas y algunos platos. La presencia de huesos de ovicápridos sugiere algún tipo de ritual de sacrificio y consumo ritual como parte de los ceremoniales fúnebres. No podemos descartar que la ausencia de un rico ajuar, aparentemente contradictoria con la enorme inversión de trabajo que significó la construcción del sepulcro, pudiera ser producto de un expolio de época antigua, aunque no hay que descartar que aquel no existiera, lo que noimplica que el Alto Guadalquivir no alcanzara en los ajuares la riqueza de otras partes del valle. Una tumba antigua de Castulo (Blanco 1962), contenía tres incineraciones y si bien se desconoce si contaba con estructura tumular, presentaba un clásico ajuar principesco con panoplia guerrera compuesta por lanza y espada, cal61 dero de bronce, un thymiaterion con representaciones de Hathor, trípodes, asadores y un broche de cinturón. Aunque algunos materiales pudieran fecharse en el siglo VII a.n.e. (el broche de cinturón, el thymiaterion o la espada tipo Ronda Sa–Idda (Torres 1999)), sin embargo pudo tratarse de un ajuar del siglo VI a.n.e. que amortizaba materiales de elite. En Hornos de Peal hay además otros datos de interés para nuestro análisis. El enterramiento de una pareja hombre–mujer en la cámara no deja lugar a dudas del papel que está cobrando el linaje en el seno de la nueva sociedad y el interés en hacer visible esta estructura de parentesco a través de la propia pareja. Pero siendo indudablemente simultáneo el proceso de incineración y enterramiento de la pareja, llama poderosamente la atención la elección de las urnas que debían recibir a los dos individuos, una cuidada selección que pudo entroncar en el imaginario ibérico con lo que se ha analizado para el caso de los broches de cinturón en casos como Setefilla (Aubet y otros 1996) donde destaca su aparición en losajuares de las tumbas femeninas, lo que podría demostrar una pervivencia del carácter colectivo y segmentario de la estructura parental subyacente, porque deja notar que la legitimidad en el tiempo se hacía gracias al control por parte de la mujer de un claro símbolo de poder (Molinos y Ruiz 2007). En Hornos la urna nº 98, que corresponde al individuomasculino (salvando lo indicado acerca de una cierta mezcla del material óseo), se trata de unvaso troncopiramidal decorado con una limpia serie de bandas horizontales en color rojo, deuna tipología que ha sido definida por Pereira para la mitad del siglo VI a.n.e. (Pereira 1987). En la urna nº 99 se depositaron los restos de una mujer, aunque existen restos masculinos compatibles con los de la urna nº 98. Se trata de un vaso ovoide y algo mas antiguo que éste último. Estaba decorado con motivos de puntillados y bandas en color negro y rojo. Siembargo para su uso como urna había sido cubierta con un enlucido de yeso y repintada de nuevo, con una única tonalidad en rojo cuyos motivos no son reconocibles. Pensamos que la identificación de la mujer con una urna antigua, un objeto que debió haber sido conservado durante muchos años en el seno del grupo familiar, debe vincularse, como ocurría con los bronces de cinturón en Setefilla, a un símbolo de la mujer como portadora de la legitimidad del linaje representada en un viejo recipiente de barro. En estamisma línea no podemos pasar por alto otro dato que podría ser relevante y que se desprende de la misma información arqueológica proporcionada por nuestra cámara. Hemos hablado de la unicidad del ritual de incineración de ambos individuos, pero además se da el caso de que la caracterización del material óseo (Trancho y Robledo 2007) indica que el hombre teníaim62 portantes problemas de salud (anemia nutricional, traumatismos antemortem que había supuesto la pérdida de dos piezas dentarias ya remodeladas en el momento del fallecimiento lo que sugiere que la pérdida se produjo al menos dos años antes del fallecimiento,…), mientras que la mujer no presentaba aparentemente problemas similares o de cualquier otro tipo. En estas condiciones, ¿la simultaneidad del enterramiento, estuvo en paralelo con una muerte igualmente simultánea en condiciones naturales, o fue provocada en el caso de la mujer? Es evidente que pueden encontrarse otras muchas explicaciones y que la ausencia decparalelismo en otros espacios funerarios donde se produce la doble asociación de enterradosnos obliga a ser cautos, pero no podemos dejar de citar esa posibilidad. En las sociedades aristocráticas de tipo heroico en el Mediterráneo los casos de sacrificios de la esposa junto al hombre muerto no están documentados e incluso las fuentes y la literatura clásica apenas citan casos de esta índole, todo lo mas algún caso de suicidio, igualmente ritual, expresado en la tragedia griega como el que se relata en Las Suplicantes de Eurípides. Pero el espacio funerario de Hornos se corresponde con un momento de transición, de profunda contradicción entre el mundo de los vivos y el mundo funerario, y en estas condiciones la propia afirmación de los emergentes linajes aristocráticos pudo haber definido un tipo de ritual en el que la muerte de la esposa fuera una suerte de afirmación de aquellos o incluso elemento de su propia definición y origen. En definitiva, el sepulcro de Hornos, en su absoluta soledad, es buen ejemplo de las tendencias que se desarrollaron a partir de este momento y que dieron lugar entre el siglo VI a.n.e. y fines del siglo V a.n.e. a tumbas con enterramiento doble, aisladas o con pocos o ningún enterramiento en su entorno (Ruiz y Molinos 2007). Pero al mismo tiempo se trata de un momento en que los príncipes estaban desarrollando en el territorio los sistemas de clientela con la imposición del modelo de los oppida como exclusiva unidad de residencia sustituyendo la vieja estructura poblacional del siglo VII a.n.e. que incluía grandesasentamientos, aldeas y factorías agrarias (Molinos y otros 1994); en el interior de los oppida el proceso de urbanización, con la creación de espacios según modelos cuadrangulares y compactos, venía a ajustarse al desarrollo de estructuras clientelares; una situación que viene a indicar que en el mundo real los modelos heroicos entraban en su fase de pleno desarrollo. Contradictoriamente con lo que sucedía en el hábitat, en el paisaje funerario los mismos príncipes potenciaban su mayor aislamiento. Un desajuste entre el mundo de los vivos y el de los muertos que solo comenzó a acoplarse en los años posteriores cuando los aristócratas alcanzaron la legitimidad del tiempo y del 63 espacio, del poder ante la muerte, y quedaba como un lejano sueño la pretensión de construir un poder sacro que hiciera de los aristócratas dioses al modo oriental. El espacio funerario de los príncipes heroicos Con el desarrollo de los modelos de poder de tipo heroico, que en la Alta Andalucía tan bien representan los monumentos de Cerrillo Blanco y el posterior de El Pajarillo, pero también el urbanismo interior de asentamientos Figura 4. Primera visión del interior de la cámara del Cerrillo de la Compañía de Hornos de Peal. como Puente Tablas en Jaén, la estructura político parental de la clientela y las redes de vecindad creadas en el oppidum, terminaron por transformar el paisaje funerario, pero para ello se hizo necesaria la entrada de la comunidad , es decir de los clientes, en los nuevos espacios funerarios creados por los príncipes. En las fases mas antiguas de Setefilla (Aubet 1975 y 1978), durante el siglo VIII a.n.e., la presencia de las gentes de la comunidad en el espacio funerario se legitimaba en su pertenencia a un linaje y por ende a la comunidad aldeana; en las nuevas necrópolis, partir de la segunda mitad del siglo V a.n.e., pero sobre todo en el siglo IV a.n.e., el espacio funerario había sido privatizado por los príncipes y la presencia de las tumbas de gente de la comunidad exigía la existencia de un pacto de fidelidad para con el aristócrata que permitiera alcanzar el gentilicio de aquel y con ello se alcanzaba la legitimidad que les permitía incorporarse al espacio de la muerte cuando esta llegara. Aparentemente la presencia en las necrópolis se justificaba en el parentesco por el uso del gentilicio, pero en la práctica se lograba por su conversión en clientes. Un detalle lo confirma: en ningún momento sus tumbas se depositaron bajo el túmulo que cubría la tumba principesca. Los objetivos que los aristócratas habían logrado en los siglos anteriores: apropiación del túmulo y el enterramiento familiar en cámara no se pusieron nunca en cuestión. 64 Conviene en este punto valorar algunas cuestiones de comparación entre el Cerro de la Horca y el Cerrillo de la Compañía. Aunque no conocemos la secuencia estratigráfica de la primera necrópolis, es cierto que para ella se han asociado materiales que podrían indicar un origen en el siglo VI a.n.e., es decir ambos complejos funerarios pudieron haberse iniciado en el mismo ámbito no sólo espacial sino también cronológico y en consecuencia su posterior desarrollo, inexistente en el Cerrillo de la Compañía, pudiera haber sido debido a la no consolidación aquí del linaje del príncipe enterrado junto a su esposa en el enorme hipogeo excavado en la roca, cosa que no pasaría en el Cerro de la Horca, donde la continuidad del linaje principesco llevó a la definición de un amplísimo grupo clientelar. El hipogeo de Hornos vendría así a explicar, un siglo después, las lagunas de la escasísima información que rodea a la cámara de Toya. Un viaje de ida y vuelta desde la historia y desde la arqueología. Para valorar a partir de la información arqueológica como eran estos linajes gentilicios clientelares, podemos recurrir a la información producida en la investigación de otros espacios funerarios, sobre todo para las fases de su pleno desarrollo a partir de los inicios del siglo IV a.n.e. cuando se desarrollaron las autenticas necrópolis como la del Cerro de la Horca. Si como hemos indicado anteriormente resulta imposible reconstruir hoy la distribución espacial de las tumbas, si se puede en cambio constatar como ha evolucionado el modelo de cámara que hemos visto en Hornos de Peal. La estructura arquitectónica de la cámara de Toya tiene planta cuadrangular y su interior se divide en tres naves longitudinales, la central de las cuales tiene al oeste la única puerta de acceso a la construcción. Las dos naves laterales a diferencia de la central están divididas en dos espacios cada una de ellas, el primero a modo de antecámara es el que comunica en ambos casos con la nave central. Los sillares de la construcción perfectamente labrados se colocaron sin ayuda de grapas o mortero, es decir van montados en seco. La cubierta por último se caracteriza por una serie de grandes losas que se apoyan en los muros de las estancias longitudinales. La cámara tuvo en los testeros de sus tres naves nichos rectangulares labrados en las piedras de los muros e incluso un cuarto más en la pared meridional de la nave sur. A ello se añade un poyo continuo bajo, adosado a los pies de los muros y aleros de piedra que vuelan a la altura de la base de los nichos. Las puertas son en general vanos rectangulares pero las dos que comunican las tres naves muestran una característica muy particular de la construcción ibera de estas tierras y es que los últimos sillares en vez de ascender hasta encontrarse con el adintelado en vertical, se curvan hasta dar la imagen de una falsa ojiva. 65 La tumba de Toya estaba semienterrada y cubierta por un impresionante túmulo, valorado por Juan Blanquez (1999) en un mínimo de ocho metros de diámetro, que marcaría el paisaje como un autentico hito. Aunque no podemos valorar el paisaje funerario del Cerro de la Horca en su integridad, la existencia de varias cámaras y la confirmación del túmulo en la mas notable de éstas nos permite hipotetizar un paisaje tumular definido por las sepulturas mas importantes que actuarían como centrales en una estructura piramidal como la que se define en la necrópolis de Tutugi, en Galera (Granada), donde se puede observar aún a pesar del paso de los años un paisaje de túmulos (Cabré y Motos 1920 – 1921) que en los últimos años está siendo reexcavado y reconstituído por un equipo dirigido por Oliva Rodríguez (Rodríguez–Ariza y otros 2008). La necrópolis se articula en tres áreas diferenciadas como ya observaron sus investigadores, Zonas I, II y III, donde puede interpretarse una estructura social jerarquizada en diferentes niveles que indicarían un complejo modelo aristocrático–clientelar. Cabré y Motos establecieron una tipología con nueve tipos de sepulturas que podrían sintetizarse en cuatro grandes grupos: cámaras tumulares de planta circular, semicircular, rectangular o en forma de aljibe con muros de mampostería, tumbas en cista que contienen las urnas cinerarias, inhumaciones de niños en vasijas o simples hoyos, a veces recubiertos con yeso. Las nuevas actuaciones están abriendo nuevas posibilidades de interpretación del conjunto de la necrópolis, siendo buena prueba de ello los resultados obtenidos en el túmulo 20, uno de los mas significativos de la necrópolis y de los mas emblemáticos pues aquí se localizó la llamada Diosa de Galera. El túmulo podría constituir el punto de arranque de la propia necrópolis, la sepultura de los fundadores del linaje, lo que le conferiría un lugar central en el conjunto (Chapa y Madrigal 1997; Olmos 2004; Rodríguez–Ariza y otros 2008), aunque también podría ser valorada como un espacio con una función ritual y simbólica lo que explicaría las remociones del túmulo y que el edificio de la cámara esté enmarcado con lo que se interpreta como un lingote chipriota (Rodríguez–Ariza y otros 2008). Cronológicamente la necrópolis de Galera tiene su mayor desarrollo en los siglos IV – III a.n.e., aunque tiene un arranque anterior (siglos VI–V a.n.e.). Se trata de un paisaje de túmulos desde luego muy diferente al que en el siglo VII a.n.e. se definió en Los Alcores de Sevilla durante el periodo orientalizante, porque aquí en Tutugi en las proximidades de cada túmulo se excavaron numerosas tumbas, de menor rango constructivo y seguramente social, para enterrar al grupo de clientes. Un paisaje en definitiva que deja de manifiesto la tremenda complejidad de una sociedad gentilicia, donde los niveles de la clientela, los rangos, se multiplican, generando un paisaje ya muy distante históricamente de aquel con el que había comenzado el paisaje funerario de los príncipes en el Cerrillo de la Compañía de Hornos de Peal. 66 Pero este paisaje funerario no es el único conocido en la Alta Andalucía. Tan complejo pero peor conservado que la Cámara de Toya es el monumento funerario de Estacar de Robarinas en Castulo. Se trata de una plataforma de piedra de gran tamaño sobre la que se levantaría un monumento escultórico que no se ha conservado, dándose la circunstancia de que también estaba expoliada la tumba cuando la excavaron Blázquez y García Gelabert en la década de los años setenta (Blázquez y García Gelabert 1988). Este tipo de sepultura existe en otros ámbitos ibéricos del sureste como es el caso de la tumba nº 200 de la Necrópolis del Cigarralejo en Mula (Murcia), donde Emeterio Cuadrado reconoció una plataforma que definió como tumba de empedrado tumular y que presentaba casi siete metros de lado (Cuadrado 1951, 1987a, 1987b). Sobre esta primera plataforma existió una segunda superpuesta, también en piedra, de 2’5 por 2’2 metros que le daba una forma escalonada y sobre la que debió existir el monumento funerario. Precisamente una prueba de este tipo de enterramientos, con una excelente escultura de caballo y jinete sobre empedrado tumular, ha sido hallada recientemente en los Villares en Albacete por Juan Blánquez (Blánquez 1991), y no hay que olvidar el hallazgo de restos de escultura de caballo no lejos del monumento de Castulo. La existencia de estos dos tipos de tumbas principescas en la provincia de Jaén denota tradiciones diferentes entre el área de Castulo al norte de la Loma de Úbeda, y el río Guadalquivir y la población de los afluentes que corren al sur del citado río, como es el caso del Guadalbullón, Jandulilla, o el Guadiana Menor. En este último valle, del que forman parte tanto el Cerro de la Horca como el Cerrillo de la Compañía, se localiza también Castellones de Ceal, donde en 1955 Fernández Chicarro (1955 y 1956) realizó las históricas excavaciones de su necrópolis, donde localizó una sencilla cámara de una sola nave, realizada en mampostería irregular pero enlucida en su interior, pintada con cal y decorada con una guirnalda pintada en rojo. La puerta se situaba como en Toya al oeste, con un escalón de entrada al interior que se encontraba más bajo que el suelo de uso de la necrópolis. El frente exterior de la puerta, el único cuidado, también estaba revocado y mostraba decoración pintada en su zócalo. La cámara quedó así semienterrada y cubierta seguramente por un túmulo. Pero la necrópolis de Castellones de Ceal, a pesar de haber sido muy maltratada por el expolio y el abandono, si permite valorar lo que no podemos hacer en la vecina del Cerro de la Horca, por lo que, dada su cercanía, resulta interesante su análisis. Castellones, cuya investigación fue retomada desde los años ochenta por Teresa 67 Chapa y Juan Pereira, nos permite una aproximación a los ritos funerarios y a la tipología de estructuras constructivas de los enterramientos. Tras la cámara, en un segundo nivel de rango de dificultad constructiva, se sitúa la tumba de fosa, también conocida como tumba de pozo, pues su entrada es siempre por la cubierta y no por un lateral como en el caso anterior. El modelo era conocido en la misma zona de las cámaras, pues se documenta en las tumbas más ricas de Baza, o en Gil de Olid en Puente del Obispo. La tipología es más o menos semejante en todos los casos: una fosa excavada en la tierra con forma cuadrada o rectangular cuyos suelos y paredes se revisten de barro, adobes, madera o incluso mampostería. La cubierta también podía ser de vigas de madera o losas de piedra. La tumba 11/145 de Castellones de Ceal por su excelente estado de conservación puede ser un ejemplo paradigmático de este tipo de enterramiento. Se construyó practicando una fosa en la tierra, cuyo suelo fue revestido de adobes ligados con barro, al parecer algunos pintados, hasta conformar un primer espacio funerario de forma cuadrada con 1,25 metros de lado y 40 centímetros de altura. Este fue revestido en su interior con planchas de madera y se cubrió también con cinco vigas de madera que apoyaron sobre un murete lateral. El espacio interior de esta estructura recibió el ajuar del difunto compuesto por la urna en la que se depositaban las cenizas, tres vasos, una copa ática, un cuenco y restos de huevos de gallina y huesos de animal. Una vez cerrada la tumba se encaló la madera y se hizo una nueva deposición consistente en cuatro platos y un vaso de cerámica gris además de restos de huevos de gallina y huesos de animal. Se cerró la sepultura y se levantaron los muros laterales hasta alcanzar el nivel del suelo de uso de la necrópolis a 1,60 metros desde su punto mas bajo. Desde allí el muro se retranqueaba con un nuevo muro con zócalo de piedra y adobes que se alzaba cincuenta cm mas sobre el suelo, mientras su entorno creaba un pasillo a todo su alrededor de tierra apisonada y guijarro cubierto de cal y pintado de rojo (Chapa y otros 1997). El tercer tipo de tumba de Castellones de Ceal ha sido definido como empedrado tumular. Son recintos cuadrangulares, que van desde 1 metro de lado en el enterramiento 5/617 hasta los 4 metros en el enterramiento 5/719, normalmente de piedra de diferentes tamaños, aunque también se emplea el adobe, que dejan en su interior un espacio siempre con suelo de adobe, en ocasiones encalado o pintado de rojo y a veces con banco donde se deposita el ajuar y la urna. Después se levantan las paredes de la tumba, cubriéndose con adobes, hasta formalizar una pequeña estructura cúbica cuya altura en uno de los casos estudiados, el enterramiento 5/066, se conservaba hasta los setenta centímetros. Este tipo de enterramiento se ha vinculado habitual68 mente al norte de la provincia, en el entorno de Castulo como ya se ha indicado, lo que podría dada su excepcionalidad, hacer pensar en una procedencia de esa zona de la población de Castellones de Ceal o de parte de ella, pues como señalan sus autores este tipo de enterramiento se realizaba con frecuencia en el siglo IV a.n.e. que es la etapa inmediatamente posterior a la fundación del sitio. Este hecho es interesante porque podría Figura 5. Esquema de la estructura de la Necrópolis de Baza (Ruiz y Otros 1992). indicar que, como sucedió en otras partes del mediterráneo, linajes clientelares procedentes de otras zonas pudieron incorporarse como clientes a la dependencia de príncipes poderosos del Alto Guadalquivir, manteniendo sus tradiciones funerarias. Destacan además sus investigadores que el desarrollo habido en la necrópolis con el crecimiento de las tumbas de fosa en el siglo III a.n.e. podría hablar en favor de relaciones abiertas entre el linaje de Castellones de Ceal y los de Baza, pues esa tipología de tumba era frecuente allí en el siglo IV a.n.e. (Presedo 1982). En el Mediterráneo no faltan ejemplos de movimientos de linajes en el territorio y de su integración posterior, sirva el caso de Atta Clauso, príncipe de la gens clientelar de los Claudios, que cuando llego a Roma para defender uno de sus flancos recibió veinticinco iugera de tierra él y dos cada uno de sus cinco mil clientes (Torelli 1988). El hecho es muy interesante por cuanto de ser cierto contribuiría a informar como se producía la construcción de un territorio colonizado, efecto de la expansión de un oppidum y también como se creaban las pirámides clientelares, que implicaban ya mas de dos rangos de clientela. No hay que olvidar que la construcción de territorios políticos que significaban la articulación piramidal de varios oppida fue una de las principales tesis que se plantearon en la interpretación del santuario de El Pajarillo, en el vecino valle del río Jandulilla, a partir de la articulación entre Iltiraka como oppidum matriz, la Loma del Perro y el propio santuario heroico (Molinos y otros 1997). Sin embargo dos cuestiones condicionan esta hipótesis en la relación entre los linajes de Castellones 69 de Ceal y los de Baza: de una parte que, como bien señalan los investigadores de Castellones, los enterramientos de plataforma o empedrado tumular del área manchego–alicantino–murciana nunca integran en su interior el enterramiento, sino que se levantan sobre él, lo que cambia el significado del ritual de enterramiento entre un modelo y otro y de otra parte que si bien se conocen los enterramientos del oppidum de Baza en el siglo IV a.n.e. y estos responden a un esquema tipológico en el que no esta el empedrado tumular, en cambio no se sabe apenas nada de los enterramientos de Toya salvo en la existencia del tipo de enterramiento en cámara. Las excavaciones de esta necrópolis apenas cuentan con información como ya se ha indicado; incluso algunas de las excavadas con cierto rigor metodológico por Cayetano de Mergelina, nunca se publicaron en detalle. Se desconoce por tanto si Tugia tuvo este tipo de enterramiento, porque de haberlo tenido, el linaje de Castellones podría haber surgido de este oppidum. De todos modos llama la atención que la cámara, que es un elemento básico en la definición del espacio funerario de la necrópolis del Cerro de la Horca de Toya, no aparezca en Castellones de Ceal hasta fines del siglo IV o inicios de III a.n.e que es el momento en que se fecha la ya citada tumba nº 11 (Chapa y otros 1997). El cuarto tipo corresponde a la cista y como el quinto tipo, el hoyo, son las formas más simples de las necrópolis del valle del Guadiana Menor. Las primeras excavadas en el suelo son de piedra, adobe o yeso en sus paredes y tienen forma cuadrangular. Este mínimo esfuerzo constructivo no se documenta en los hoyos que a lo sumo pueden tener un enlucido de barro o algunas piedras para dar solidez al agujero. Se cubrían con piedras y adobes. Es sorprendente sin embargo que fueron tumbas de hoyo en Castellones de Ceal (6, V y XXVII) las que ofrecieron en sus ajuares elementos de alta consideración en necrópolis como Baza, como es el caso de la crátera, o que hayan sido cistas (tumbas 8 y I) las que han ofrecido cuantitativamente un mayor numero de elementos griegos (tres y seis respectivamente) en tanto que una tumba constructivamente tan compleja como la 11/145, ya citada como de tipo fosa o pozo solo contuviera en su ajuar una copa ática, un kylix. En la necrópolis del Cigarralejo una tumba no especialmente rica también contenía una crátera, en cambio para analizar la jerarquía entre tumbas el número de elementos que componían el ajuar era muy significativo, pues las tumbas principescas mostraban un número de piezas mucho mayor que las demás. Ello contrasta enormemente con el rigor orgánico con que funciona la relación entre ajuar y tipo de tumba en Baza, como veremos a continuación y confirma que cada asentamiento estableció variables distintas para ordenar el paisaje funera70 rio, aunque algunas como la complejidad constructiva o la presencia del carro en el ajuar pudieron ser comunes a todos los casos. La estructura de los linajes clientilicios aristocráticos La necrópolis de Baza, en Granada es un espacio funerario clásico del siglo IV a.n.e. que permite avanzar en este nivel del discurso. Aquí podemos mostrar como en pocos sitios la estructura de un linaje gentilicio clientelar, gracias a los diferentes estudios arqueológicos de excavación (Presedo 1982) y de análisis de la distribución de las tumbas, su tipología y la relación con el ajuar (Ruiz y otros 1992). La necrópolis, en el mismo valle del río Guadiana Menor, en el que se encuentran Toya y Castellones de Ceal, ha confirmado que la relación tipo de tumba, tipo de ajuar y disposición en la necrópolis es altamente significativa para detectar la estructura social ibera. La asociación del tamaño y el sistema constructivo de la tumba, la cantidad y cualidad del ajuar y la disposición en el espacio funerario de cada enterramiento en relación con los demás ha permitido concluir la existencia de cinco grupos o niveles sociales, en una ordenación que arranca de las tumbas 155 y 176, caracterizado por su mayor tamaño, dificultad constructiva, diversidad cualitativa del ajuar y por su disposición distanciada de los demás enterramientos. La primera tumba citada, de pozo, contenía la Dama de Baza y parecía constituir según la lectura estratigráfica el punto de arranque cronológico de la necrópolis. La estructura en los cinco niveles es, sin duda, la de un grupo gentilicio clientelar. En ella se manifiesta la jerarquía en las armas, la desigualdad en la riqueza y una lógica de distanciamiento–proximidad entre grupos de enterramientos en su distribución espacial. Además de los cinco niveles analizados es perceptible que los dos primeros correspondían a la jerarquía interna del grupo aristocrático y que los dos últimos eran los clientes. El hecho viene avalado por una primera conclusión, los niveles aristocráticos eran los que ordenaban el espacio funerario. El tercer nivel es complejo en su definición por la ausencia de armas aunque su riqueza de ajuar y capacidad para ordenar el espacio funerario no dejan lugar a dudas sobre su vinculación al ámbito aristocrático. En todo caso es segura la segregación del mismo de la función guerrera. Difícil es también definir la diferencia entre 71 el cuarto y el quinto nivel ya que es solo cuantitativa en la media global de riqueza, ello posibilitaría que algunas tumbas del quinto nivel fueran más ricas que otras que aparecen en el cuarto; en todo caso esta descompensación en las medias de riqueza de los ajuares es coincidente con un distanciamiento mayor al espacio de los dos primeros niveles aristocráticos. Desde luego no parecen responder a diferencias de edad o genero. Figura 6. Evolución del paisaje funerario y del paisaje del oppidum entre los siglos VII y III a.n.e. La distinción por otra parte entre los dos primeros niveles aristocráticos residía fundamentalmente en su relación de vecindad con el cuarto y quinto nivel. La tumba 176 se alejaba significativamente de todos los enterramientos, en tanto las tumbas 130 y 43 agrupaban a su alrededor los enterramientos del nivel cuarto. Este doble tratamiento en la relación espacial con las tumbas atribuibles a los clientes, la ausencia de carro y su menor tamaño respecto a la tumba 176 constituyen indicadores claves para conocer la estructura de un grupo gentilicio clientelar del siglo IV a.n.e. El estamento aristocrático había generado una doble escala para reflejar la contradicción que marcaba el ejercicio del poder en una sociedad que fundamentaba su acceso a la propiedad en la comunidad y que basaba la capacidad política de sus príncipes en la cantidad de individuos que les reconocían como patronos. Por esta razón la integración del estamento clientelar con el cuerpo aristocrático a partir de la práctica de la proximidad 72 en la vida cotidiana y en la muerte era absolutamente necesaria, como también que los príncipes dispusieran de un cierto distanciamiento para formalizar su existencia. Esta doble tendencia pudo resolverse con la práctica del desdoblamiento en dos niveles jerarquizados. En esta dirección conviene valorar el discurso que se deduce del espacio urbano del oppidum de Puente Tablas, porque en él existen también al menos dos niveles aristocráticos distintos en la disposición de las casas. El primero con el mayor tamaño de la residencia y estructura porticada se dispuso en un extremo del poblado separado por una calle del resto de las estructuras urbanas; el segundo, con tamaño inferior, se insertó en el entramado ortogonal de las casas correspondientes a los clientes aunque dejó definidos ciertos signos de distinción respecto a las demás casas de la manzana (Ruiz y Molinos 1993). En fin una situación especular entre los espacios de la vida y de la muerte que viene a refrendar el carácter orgánico de la ideología aristocrática naciente. En conclusión la estructura de un linaje clientelar en el siglo IV a.n.e., como el que caracterizaría la destruida necrópolis del Cerro de la Horca, debió presentar diferentes niveles de jerarquía, tanto relativos al estamento aristocrático como al de los clientes. Es también posible, como se indicó en el caso de Baza (Ruiz y Molinos 2007) la presencia de otros niveles cuya naturaleza no es compresible en la actualidad y que nunca podrán precisarse en el caso de Toya. El nivel superior de la pirámide social, aquel que caracterizó al grupo gentilicio clientelar y lo definió como una unidad, se debió mostrar, como prueba de su posición jerárquica, distante espacialmente de la comunidad, es decir de los restantes niveles; al menos es lo que sugiere el enorme túmulo que coronaría la estructura semicubierta de la gran cámara. Otros niveles aristocráticos, que pudieran quedar definidos en al menos las dos restantes cámaras de las que tenemos información puntual, actuarían como cabeza de los subgrupos que componen la unidad gentilicia, en los que se debieron de mezclar las relaciones de parentesco y las de servidumbre clientelar, como cuestión que está en la base misma del sistema de las relaciones sociales de servidumbre. El nivel aristocrático desarrolló, al menos en su cúspide, un modelo de enterramiento familiar que no debió estar presente en los niveles de la clientela porque de esta manera el linaje clientelar quedaba fortalecido en la unidad que representaba la necrópolis y en el derecho de los clientes a participar del espacio funerario. 73 Bibliografía ALMAGRO GORBEA, M., 1982: “Tumbas de cámara y cajas funerarias ibéricas. Su interpretación sociocultural y deli- BLANQUEZ, J., 1993: “El poblado ibérico de La Quéjola (San Pedro, Albacete)”. Patina, 6: 99–107. mitación del área cultural ibérica de los bastetanos”. BLANQUEZ, J., 1999: “La necrópolis del Cerro de la Horca y la Homenaje a Conchita Fernández Chicarro: 249–257. Mi- Cámara de Toya”. En Blanquez Pérez y Roldán Gómez nisterio de Cultura. Madrid (edit) (1999): La cultura ibérica a través de la fotogra- AUBET, M. E., 1975: La Necrópolis de Setefilla en Lora del Río (Sevilla): El túmulo A. Programa de Investigación Protohistórica, II. Universidad de Barcelona. AUBET, M. E., 1978: La Necrópolis de Setefilla en Lora del Río (Sevilla): El túmulo B. Programa de Investigación Protohistórica, II. Universidad de Barcelona. AUBET, M.E. (Coord.), 1989: Tartessos. Arqueología Protohistórica del Bajo Guadalquivir. Ausa. Sabadell. AUBET, M.E., BARCELÓ, J.A. y DELGADO, A. , 1996: “Kinship, gen- fía de principios de siglo. Un homenaje a la memoria. Madrid: 127–134. BLANQUEZ, J. y ROLDÁN, L., 1999: La cultura ibérica a través de la fotografía de principios de siglo. Un homenaje a la memoria. Madrid: 127–134. BLÁZQUEZ, J.M. y GARCÍA GELABERT, M. P., 1988: Cástulo. España. Excavaciones en la necrópolis ibérica del Estacar de Robarinas (s. IV a. C.). BAR Internacional Series. Oxford. der and Exchange: the origins of tartessian aristocracy”. CABRE, J., 1925: “Arquitectura hispánica. El Sepulcro de Toya”, Ar- XII International Congress of Prehistoric and Protohistoric chivo Español de Arte y Arqueología,n.º 1: 73–101. Madrid. Sciences. Colloquium: The Iron Age in Europe. Vol,12. CABRE, J. y MOTOS, F. de., 1920: La necrópolis ibérica de Tútugi ABACO edizioni, Forli: 149–159. BLANCO, A., 1959: “Excavaciones arqueológicas en la provincia de Jaén”. Boletín del Instituto de Estudios Giennenses n.º 22: 89–125. Jaén. BLANCO, A., 1962: “El ajuar de una tumba de Castulo”. Oretania 19. Museo de Linares. (Galera, provincia de Granada). Campaña de 1918. Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, 25. Madrid. CARO RIAÑO, A., 1914: “La necrópolis de Toya”. Noticiario Granadino: 3–7. CAZABÁN, A., 1915: “La necrópolis de Toya”. Don Lope de Sosa, n.º 32: 240. Jaén BLANQUEZ, J., 1991: “Las necrópolis ibéricas en el Sureste de la CAZABÁN, A., 1926: “La cámara sepulcral ibérica del Cerro de la Meseta”. Congreso de Arqueología Ibérica: las necrópolis: Horca. Sus vicisitudes y su defensa”. Don Lópe de Sosa 235–278. Serie Varia. Universidad Autónoma de Madrid. XIV:232–236. 74 CHAPA, T.; PEREIRA, J.; MADRIGAL, A. y MAYORAL, V., 1997: La GARCÍA Y BELLIDO, A., 1935: “La cámara sepulcral de Toya Necrópolis ibérica de Castellones de Ceal (Hinojares, (Jaén) y sus paralelos mediterráneos”. Actas y memo- Jaén). Consejería de Cultura Junta de Andalucía–Uni- rias de la Sociedad Española de Antropología, Etnología versidad de Jaén. y Prehistoria XIV: 67–106. CUADRADO, E., 1987: La necrópolis ibérica de El Cigarralejo. GONZÁLEZ REYERO, S., 2007: Juan Cabré y la construcción de Mula, Murcia. Biblioteca Praehistórica Hispana. Madrid. la cultura ibérica en la primera mitad del siglo XX. Mo- CUADRADO, E., 1951: “Las tumbas ibéricas de empedrado tu- nografías del Museo de Arte Ibérica de El Cigarralero. mular y la celtización del sureste”. II Congreso Nacional Murcia. de Arqueología. 1951. Madrid. Cartagena 1952: 247–267. MADRIGAL, A., 1997: “El ajuar de la cámara funeraria ibérica de CUADRADO, E., 1987 b: “Las necrópolis ibéricas del Levante es- Toya (Peal de Becerro, Jaén”. Trabajos de Prehistoria pañol”. En Ruiz y Molinos (1987): 185–203.Jaén. 54–1: 167–181. FERNÁNDEZ DE AVILÉS, A., 1942: “El aparejo irregular de algu- MALUQUER, J.; PICAZO, M. y RINCON, M A., 1973: La necrópolis nos monumentos marroquíes y su relación con el de ibérica de la Bobadilla (Jaén). Programa de Investiga- Toya”. Archivo Español de Arqueología XV: 344–347. ción Protohistórica I. Barcelona. FERNANDEZ CHICARRO, C., 1955: “Prospección arqueológica en MERGELINA. C., 1943: “Tugia. Reseña de unos trabajos”. Boletín los términos de Hinojares y La Guardia”. Boletín del Ins- del Seminario de estudios de Arte y Arqueología X: tituto de Estudios Giennenses, n.º 6: 89–99. Jaén 13–35. FERNANDEZ CHICARRO, C., 1956: “Prospección arqueológica MOLINOS, M.; CHAPA, T.; RUIZ, A.; PEREIRA, J.; RISQUEZ, C.; MA- en los términos de Hinojares y La Guardia (II)”. Boletín DRIGAL, A.; ESTEBAN, A.; MAYORAL, V. y LLORENTE, M., del Instituto de Estudios Giennenses, n.º 7: 101–117. 1997: El Santuario Heroico del Pajarillo (Huelma, Jaén). Jaén Diputación Provincial de Jaén, Universidad de Jaén, Con- FERNÁNDEZ MIRANDA, M. y OLMOS, R., 1986: Las ruedas de Toya y el origen del carro en la Península Ibérica. Ministerio de Cultura. Madrid. sejería de Cultura de la Junta de Andalucía y Centro Andaluz de Arqueología Ibérica. Jaén. MOLINOS, M.; RÍSQUEZ, C.; SERRANO, J. L. y MONTILLA, S., 1994. GARCÍA–GELABERT, M. P. y BLÁZQUEZ, J. M. , 1988: Cástulo, Un problema de fronteras en la periferia de Tartessos: Jaén, España I. Excavaciones en la necrópolis ibérica las Calañas de Marmolejo. Colección Martínez de Mazas. del Estacar de Robarinas (s. IV a.C.). BAR International Serie Monografías de Arqueología Histórica. Servicio de Series 425. Oxford. Publicaciones de la Universidad de Jaén. Jaén. 75 MOLINOS, M. y A. RUIZ, 2007: El Hipogeo ibérico del Cerrillo de RUIZ RODRIGUEZ, A., 2000: “El concepto de clientela en la so- la Compañía de Hornos (Peal de Becerrol, Jaén). Uni- ciedad de los príncipes”. III Reunió sobre Economía en el versidad de Jaén. Món Ibéric. Saguntum, n.º 3 Valencia. PEREIRA, J, 1979: “La cerámica ibérica procedente de Toya RUIZ RODRÍGUEZ, A.; HORNOS MATA, F.; CHOCLÁN, C. y CRUZ GA- (Jaén)”. Trabajos de Prehistoria, n.º 36: 289–347. Ma- RRIDO, J. T.: “La necrópolis ibérica «Finca Gil de Olid» drid (Puente del Obispo–Baeza)”. Cuadernos de Prehistoria Pereira, J., 1987: La cerámica pintada a torno en Andalucía. Si- de la Universidad de Granada. n.º 9: 195–234. Granada glos VI–III a.C. Cuenca del Guadalquivir. Universidad Com- RUIZ RODRIGUEZ, A. y MOLINOS, M., 1993: Iberos. Análisis ar- plutense. Madrid. PEREIRA, J., 1988: “La cerámica ibérica de la cuenca del Guadalquivir. I Propuesta de clasificación”, Trabajos de Prehistoria, n.º 45: 143–173. Madrid. queológico de un proceso histórico. Critica. Barcelona. RUIZ RODRIGUEZ, A. y MOLINOS, M., 2007: Iberos en Jaén. Universidad de Jaén. RUIZ, A.; MOLINOS, M. y RISQUEZ, C., 2007: “El espacio funerario PEREIRA, J., 1989: “La cerámica ibérica de la cuenca del en el proceso de construcción del modelo aristocrático Guadalquivir. II. Conclusiones.” Trabajos de Prehistoria. ibérico en la Alta Andalucía”. En MOLINOS, M. y RUIZ, A., n.º 46: 149–159. 2007: El Hipogeo ibérico del Cerrillo de la Compañía de PRESEDO, F., 1982: La Necrópolis de Baza. Excavaciones Arqueológicas en España. 119. Madrid. Hornos (Peal de Becerrol, Jaén). Universidad de Jaén. RUIZ RODRIGUEZ A.; RISQUEZ, C. y HORNOS, F., 1992: “Las Ne- RODRÍGUEZ ARIZA, O., 1999: “La necrópolis ibérica de Galera. crópolis Ibéricas en la Alta Andalucía”. Congreso de Ar- Un patrimonio recuperable”. En BLANQUEZ, J. y ROLDÁN, queología Ibérica: Las Necrópolis: 397–430. U.A.M.– L., 1999: La cultura ibérica a través de la fotografía de Comunidad de Madrid. principios de siglo. Un homenaje a la memoria. Madrid. SÁNCHEZ, J., 1998: “La arqueología de la arquitectura. Aplica- RODRIGUEZ ARIZA, O.; GOMEZ, F. y MONTES, E., 2008: “El túmulo ción de nuevos modelos de análisis a estructuras de la 20 de la necrópolis ibérica de Tútugi (Galera, Granada)”. Alta Andalucía en época ibérica”. Trabajos de Prehisto- En Trabajos de Prehistoria 65–1:169–180. ria 55–2: 89–109. ROLDÁN, L., 1999: “La cámara de Toya y la arquitectura princi- SÁNCHEZ VIZCAINO, A., 2007: “Análisis físicoπquímicos en el pesca mediterránea”. En BLANQUEZ, J. y ROLDÁN, L., Cerrillo de la Compañía”. En MOLINOS, M. y RUIZ, A., 2007: 1999: La cultura ibérica a través de la fotografía de prin- El Hipogeo ibérico del Cerrillo de la Compañía de Hornos cipios de siglo. Un homenaje a la memoria. Madrid. (Peal de Becerrol, Jaén). Universidad de Jaén. 76 TORELLI, M., 1988: “Dalle aristocrazie gentilicea alla nascita della plebe”. Storia de Roma. Einaudi. Torino. TORRES ORTIZ, M., 1999: Sociedad y mundo funerario en Tartessos. Biblioteca Archaeológica Hispana. Real Acade- TRANCHO, G. y ROBLEDO, B., 2007: “Paleodieta y caracterización antropológica”. En MOLINOS, M. y RUIZ, A., 2007: El Hipogeo ibérico del Cerrillo de la Compañía de Hornos (Peal de Becerrol, Jaén). Universidad de Jaén. mia de la Historia. Madrid 77 La necrópolis del Puig des Molins: pasado y presente Ana Mezquida J. H. Fernández Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera Vía Romana, 31 07800 EIVISSA (Illes Balears) jhfmaef@telefonica.net ANAMEZQUIDA@terra.es Figura 1. Vista aérea de la necrópolis del Puig des Molins. 80 El Puig des Molins fue el cementerio de la ciudad de Eivissa durante toda la Antigüedad. Se halla en un pequeño cerro que recibe el nombre genérico de Puig des Molins debido a la existencia de molinos de viento en su cima desde al menos el siglo XIV, hoy solamente quedan algunos ejemplares de los siglos XVIII y XIX en desuso. La necrópolis esta situada unos 500 m. a poniente del Puig de Vila, donde se ubica el casco histórico, separada de éste por una pequeña vaguada en su lado N, siguiendo el clásico modelo fenicio de establecimiento urbano, que encontramos tanto en Oriente como en Occidente, donde ciudad y necrópolis están próximas entre sí, a la vista la una de la otra, pero separadas por un accidente geográfico. Se trata de la necrópolis más antigua, extensa e importante de la isla de Ibiza. En ella se han realizado numerosas campañas de excavación que han proporcionado un conjunto de materiales numeroso y variado, convirtiéndola en un yacimiento arqueológico fundamental para la investigación y la reconstrucción de la historia de la ciudad y de la isla durante la toda la Antigüedad. Aunque su secuencia histórica es dilatada, comprendiendo diversos períodos, es la singularidad de su etapa púnica la que la convierte en un referente para el conocimiento de esta cultura en el Mediterráneo, razón por la cual fue declarada Patrimonio de la Humanidad en la sesión de la UNESCO celebrada en Marrakech el 8 de Diciembre de 1999. (Fig. 1) 1. Historia de la investigación La investigación y excavación de la necrópolis da comienzo a principios del siglo XX coincidiendo con el inicio de los estudios fenicio–púnicos en casi todo el Mediterráneo. Las primeras intervenciones en el yacimiento corren a cargo de la Sociedad Arqueológica Ebusitana entre 1903 y 1905. Durante estos trabajos se recuperó un importante patrimonio, parte del cual fue donado por los miembros de la Sociedad Arqueológica Ebusitana (S.A.E.) al Estado para fundar el Museo Arqueológico de Ibiza en 1907. Es el momento en el se producen las primeras publicaciones sobre arqueología ibicenca, en las que se darán a conocer, sobre todo, los materiales recuperados en las diferentes intervenciones pero sin apenas información sobre los trabajos realizados. Entre ellas podemos incluir la obra de J. Román y Calvet (1906), primer intento de reconstrucción de la historia de las islas o los trabajos de A. Pérez Cabrero (1909, 1911, 1913), menos eruditos pero con más rigor en las descripciones y cierta preocupación metodológica, o la obra de C. Román Ferrer (1913), que constituye el colofón a esta primera etapa. 81 La divulgación de los hallazgos realizados durante estos años, junto a la falta de legislación y protección del yacimiento va provocar entre 1910 y 1921, un periodo de saqueos sistemáticos del yacimiento y de formación de grandes colecciones, entre otras la de A. Vives y Escudero, actualmente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, la de Santiago Rusiñol, conservada en el Museo del Cau Ferrat (Sitges) o la de José Costa “Picarol”, en el Museo de Arqueología de Catalunya. Además, en este primer periodo hay que destacar la prohibición de realizar excavaciones en el yacimiento a causa del pleito interpuesto por Vives y Escudero al Estado, que no se resolverá hasta 1921 (Costa y Fernández, 2003a: 30), así como la publicación en 1917 de la obra que dedicó a la arqueología púnica a partir de sus intervenciones en la isla. Esta publicación, que fue durante muchos años la más conocida de la arqueología ebusitana, proporcionará una visión muy negativa del Puig des Molins al indicar que, debido al estado en el que se encontraban los hipogeos, removidos y revueltos, no se podía obtener información útil del yacimiento. Estas afirmaciones van a generar una leyenda negra sobre la necrópolis, que será recogida y extendida posteriormente por autores de la talla de García y Bellido (1952) o Colominas (1954) quien también describe los saqueos de los que fue testigo en 1916. Entre 1921–1929 volvemos a encontrar un periodo de excavaciones sistemáticas en el yacimiento, esta vez a cargo de Román Ferrer. Las excavaciones publicadas en las Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, recogen descripciones parciales de los trabajos, pero pocas interpretaciones, ya que sigue predominando el interés por el objeto, dejando sin recoger casi todo el material fragmentario que aparecía en las sepulturas. Tras las excavaciones de Román se produce un periodo de inactividad hasta que el entonces director de Museo José Mª Maña de Angulo retoma, en los años 1946, 1949, 1950, 1951, 1954 y 1955, las excavaciones en el yacimiento. Las memorias de excavación de estas intervenciones permanecen en su mayoría inéditas, puesto que el excavador tan solo pública cortas noticias de sus trabajos en diversos artículos. Un segundo momento en el estudio del yacimiento corresponde al inicio de las excavaciones y la investigación moderna en la necrópolis. Los trabajos se reanudan en 1966 con la excavación de urgencia de Mª José Almagro, 82 con motivo de las obras en la Clínica de Ntra. Señora del Rosario. Posteriormente una serie de hallazgos casuales en 1972, 1973 y 1976 (Ramón, 1978: 65–83; Costa et al., 1991: 759–795; Gómez Bellard et al., 1990) motivarían la realización de excavaciones en 1977 a fin de confirmar la existencia de una fase arcaica, correspondiente a los fundadores de la ciudad, que habían puesto de manifiesto estos hallazgos. Durante los años 80 se van a producir una serie de intervenciones, tanto en la zona vallada como en solares próximos a la necrópolis como el de Can Partit o la Calle León, que permitirán completar la información sobre esta fase arcaica, además de documentar la existencia de un período islámico con el hallazgo de un asentamiento de esta época dentro del recinto en el sector NE de la necrópolis. Durante este periodo aumentan las aportaciones bibliográficas, donde un hito esencial lo constituye la publicación de la Eivissa Cartaginesa de M. Tarradell y M. Font (1975). Por otro lado, se inicia un plan de estudio de los materiales a partir de los diarios y de la documentación depositada en el Museo, publicándose algunas campañas antiguas, como las de Maña de los años 1946 (Goméz Bellard, 1984), 1949 y 1951 (Marí y Hachuel, 1990) o las excavaciones de Román Ferrer entre 1921–1929 (Fernández, 1992). También durante esta fase de la investigación se realiza en 1986 la planimetría subterránea del sector NO, que se ubica entre el edificio del Museo y la Clínica Ntra. Señora de Rosario, aprovechando los orificios de saqueo y la comunicación entre las cámaras. Por último, podemos establecer un tercer periodo en la investigación de este yacimiento, correspondiente ya al siglo XXI. Después de más de una década sin ninguna intervención, en el año 2000 se inicia un proyecto de excavación en el sector NO continuando con los trabajos de 1983. Estas excavaciones, dirigidas por Jordi H. Fernández y Ana Mezquida, fueron financiadas por la empresa Diario de Ibiza. El proyecto de investigación, que ha tenido una duración de seis años, ha permitido documentar un total de 16 cremaciones, 18 inhumaciones y 12 hipogeos (Fernández y Mezquida, 2004). Por otro lado, debido a las obras de reforma del edificio del museo, durante el 2005 se va llevar a cabo una intervención en el subsuelo de la fachada principal del Museo, localizándose 6 cremaciones y 19 inhumaciones (Mezquida, 2006: 14–24). 83 Las últimas excavaciones han tenido lugar a fines del 2006 y principios del 2007. La futura musealización del sector NO, motivó la excavación parcial de esta área, a fin de documentar los enterramientos en superficie y dejar visibles los posibles pozos de acceso a las cámaras. Los trabajos, que fueron realizados por la empresa Arpa Patrimonio, permitieron localizar un total de 25 cremaciones, 48 inhumaciones y 85 pozos de hipogeos. Durante el 2007 con motivo de implantación de un centro de transformación eléctrica, se excavó un pequeño sector de 25 m2, donde se exhumaron otras 28 inhumaciones. 2. Periodización del yacimiento 2.1. La fase fenicia (ca. 625/600–475/450 a.C.) La fase más antigua que tenemos documentada en el yacimiento corresponde al período en que los fenicios se instalaron en el Puig de Vila e inmediaciones, a fines del siglo VII a.C. La necrópolis en este momento se ubica en la vertiente septentrional, extendiéndose hacia el Oeste alcanzando una superficie de 10000 m2 como máximo y 8000 m2 como mínimo (Ramon, 1996: 80; Costa y Fernández, 2003b: 91). El rito funerario utilizado en esta fase es exclusivamente la cremación de los cadáveres. En cuanto a las sepulturas de este momento podemos encontrar una gran variedad de tumbas. Un primer grupo está formado por pequeñas cavidades en la roca, ya sean naturales, retocadas o artificiales y hoyos en la tierra. En todos los casos son cremaciones de carácter secundario, es decir, la combustión del cadáver se realizaba en otro lugar y una vez recogidos los restos óseos se colocaban directamente en la sepultura probablemente en un contenedor perecedero, o bien en urnas de cerámica, pudiendo estar los enterramientos delimitados o cubiertos por lajas de piedra. (Fig. 2) 84 Figura 2. Cremación nº 23 de la campaña de 2004 en una oquedad de la roca. El segundo grupo está formado por las fosas talladas en la roca o abiertas en el terreno, que pueden ser simples, con canal central o con resalte. Las fosas simples presentan numerosas variantes en función de su forma, tamaño y orientación, pero con excepción de un único caso, la cremación 1981/1 de la cata B–1 del sector NO (Gómez Bellard et al., 1990: 39–39, lám. V, fig. 19) son todos enterramientos secundarios. Las fosas con canal son cuadrangulares con los lados cortos ligeramente curvos. Son enterramientos primarios, en los que la cremación se realizaba en el interior de la tumba, que se caracteriza por tener una especie de canalillo estrecho y profundo excavado en el suelo que facilitaría la circulación del aire y la combustión de la pira. Las fosas con resalte son de planta rectangular y en sus laterales presentan un pequeño resalte sobre el que apoyan la cubierta. Un tercer tipo de tumbas corresponde a las deposiciones directas sobre el terreno. Éstas pueden ser enterramientos secundarios cuyos restos se depositan aprovechando una irregularidad de la roca y cubiertos con tierra, pero también se han documentado cremaciones primarias o busta realizadas directamente sobre la roca y cubiertas igualmente con tierra y piedras. Estas tumbas se pueden fechar a partir de la segunda mitad del siglo VII a. C hasta la primera mitad del siglo VI a. C., siendo las del primer grupo algo más antiguas que las fosas. Los ajuares de este momento son casi inexistentes, reduciéndose, cuando existen, a elementos o joyas de adorno personal y, en ocasiones, a alguna pieza de cerámica como ampollas de perfume, pequeños vasos hechos a mano, etc. que se relacionan con posibles libaciones. Entre las novedades de las últimas intervenciones debemos destacar la excavación en la campaña de 2002, de una cremación en el interior de una de marès de 47 cm x 48,5 cm, conteniendo a una mujer joven cuyos restos 85 óseos, parcialmente triturados, habían sido depositados en el interior y exterior de la urna. Se trata de un tipo de tumba no documentado hasta la fecha en el yacimiento. El análisis de los materiales que forman el ajuar permite fecharla en el siglo VI a. C. (Fernández y Mezquida, 2004: 16) (Fig. 3) Otro aspecto interesante ha sido el hallazgo de “fuegos” o “estructuras de combustión”. En la necrópolis ya se tenían documentados cinco casos, tres en la campaña de 1983 en el sector A/B, dos de ellos con Figura 3. Cremación en el interior de una urna de mares Campaña restos cerámicos y un tercero sin material y dos más de 2002. hallados en las excavaciones realizadas entre la Clínica Ntra. Señora del Rosario y la necrópolis, uno con un colgante y cuentas de collar, y otro con fragmentos de plato de pocillo (Costa y Gómez, 1987: 39–40; Gómez et al., 1990: 75–77; Costa et al, 1991: 773–777; Fernández y Costa, 2004: 382–383). En la campaña de 2001, al lado de la cremación nº 16, apareció una superficie quemada que se relacionó con el posible lugar donde se llevó a cabo la combustión del cadáver. Además, la cremación nº 8, de fines del siglo V a. C. depositada en un orificio, aparecía bordeada por una estrecha franja de tierra quemada que fue interpretado como el testimonio de un hecho intencionado de purificación de la tierra, antes de realizar el orificio para depositar la cremación (Fernández y Mezquida, 2004: 14–15). Durante la campaña de 2006 también se excavaron fuegos o estratos de tierra quemada pero sin restos óseos, en algún caso con materiales como la ue. 240, donde se recuperó un amuleto egipcio representando a Horus. Estos fuegos u hogueras son difíciles de interpretar, algunos autores ha sugerido que debían tener un carácter ritual vinculado a posibles ofrendas de aromas o libaciones, que no han dejado huella (Córdoba, 1991: 211). Por último, debemos destacar el hallazgo en las excavaciones del 2006 de dos tumbas de cremación con presencia de bétilos o cipos de forma rectangular, de los que en los fondos del museo se conservan algunos ejem86 plares procedentes de las campañas antiguas, pero sin referencia a sus contextos. De las intervenciones de los años 70 y 80 se tienen también documentados algunas piezas aparecidas en fosas aunque desplazados de su posición original, así como en los accesos a las cámaras de hipogeos (Gómez Bellard et al., 1990; Ramon, 1978). No existe unanimidad en cuanto al significado de estos materiales, algunos autores plantean la posibilidad de que se trate de indicadores de sepulturas, sin embargo otros los han interpretado como la abstracción o la morada de la divinidad. También se ha planteado que podía ser el soporte material en donde residía el alma del difunto. Los dos últimos ejemplares aparecieron uno por encima de la cremación, por lo que la interpretación como posible señalización tendría cabida, pero el otro se encontraba bajo ella, clavado en un orificio de la roca, por lo que en este caso deberíamos plantear otras opciones, como la posible representación de la divinidad o el soporte donde residía el alma del difunto (Mezquida, et al., 2007: 31) (Fig. 4). Figura 4. Betilo aparecido bajo la cremación ue. 375 de la campaña de 2006 (Mezquida, et al. 2007: 31) En cuanto al análisis de los restos óseos excavados, contamos en este momento con la información antropológica de 56 cremaciones de las excavaciones de los años 70 y 80 que han sido recogidas por Fernández y Costa, (2004). Este análisis permite señalar que tras la combustión del cadáver, en ocasiones, la recogida de los huesos se hacía de forma minuciosa e incluso éstos eran lavados antes de su deposición en la tumba, mientras que en otros casos no había tanto cuidado y los huesos se recogían mezclados con carbones y cenizas. La calidad de la combustión del cadáver solía ser buena y los análisis de muestras de carbón procedentes de algunas tumbas, han permitido determinar que la madera uti87 lizada en las piras funerarias era pino, a excepción de un caso donde se trataba de ciruelo. Las últimas investigaciones también han permitido observar cierta tendencia a proporcionar a las mujeres un enterramiento más cuidado, depositando sus restos en urnas y cavidades artificiales. En cuanto a los niños pequeños, los datos de que actualmente disponemos señalan que no existía un lugar diferenciado para su enterramiento, ocupando el mismo espacio cimentarial que los adultos, aunque de momento debemos dejar a parte el tratamiento a los adolescentes, de los que de momento carecemos de datos que permita determinar si estos se enterraban con los adultos o no. También se tiene documentada la existencia de enterramientos dobles, de mujeres y hombres con niños. Las excavaciones de los últimos años han sacado a la luz un total de 46 nuevas cremaciones, que todavía están en estudio y que sin duda ayudaran a completar los datos de que actualmente se dispone. 2.2. La fase púnico–arcaica (ca. 530/525–450/425 a.C.) La fase púnica arcaica se inicia en la segunda mitad del siglo VI a.C., momento en el que se producen profundos cambios en los centros fenicios del Mediterráneo central y Cartago asume un papel de liderazgo. Al igual que sucede en otras ciudades fenicias, a Ibiza llegan nuevos contingentes de población púnica procedentes, al menos en parte, de Cartago y de su área de influencia, por lo que podemos señalar que en este momento la isla pasará a integrarse en el mundo púnico. También se producen importantes cambios en el ritual funerario durante el segundo tercio del siglo VI a.C., que han sido interpretados por los investigadores como el resultado de este importante aporte de población. Se introduce el rito de la inhumación, aunque esto no supone la desaparición de la cremación, de hecho vemos como conviven a lo largo de todo el siglo V a. C. e incluso en el siglo IV a. C. Por lo que se refiere a los enterramientos de cremación, las últimas excavaciones han 88 Figura 5. Cremación nº 19 de la campaña de 2002 que presentaba como ajuar un escarabeo de jaspe verde. confirmado su perduración, pero presentando ahora elementos nuevos en los ajuares como son las navajas de afeitar, los escarabeos, las cuentas de pasta vítrea o cuencos cerámicos. (Fig. 5) Además de los enterramientos de cremación, el ritual más utilizado es la inhumación tanto en fosas como en hipogeos. En esta etapa inicial de la época púnica, la necrópolis del Puig des Molins se expande prolongándose hacia el Este, donde se localiza un grupo de hipogeos situados en la calle León n.º 10–12, que constituyen un conjunto aislado en la periferia del cementerio fenicio de seis cámaras de notables dimensiones. Posiblemente, este conjunto de sepulturas pudiera pertenecer a un grupo de nuevos pobladores púnicos, que se enterrarían de forma diferenciada junto a la necrópolis fenicia. Los hipogeos son tumbas subterráneas, excavadas en la roca, que consta de dos partes: un pozo de acceso de planta rectangular de varios metros de profundidad y una cámara, generalmente de planta cuadrangular, de dimensiones muy variadas, en donde se depositaban los difuntos. Los pozos de estas primeras tumbas presentaban unas paredes rectas y muy bien talladas con orientaciones este–oeste, y en ocasiones pequeños orificios para facilitar el descenso. Las cámaras, igualmente tenían las paredes bien talladas. La puerta de acceso, que en este momento no ocupan toda la anchura del pozo, se cerraba con una gran losa, trabada con piedras más pequeñas, una vez depositado el difunto. En un principio este tipo de sepultura será individual, como lo demuestra el hallazgo del hipogeo 5, que se encontraba intacto y donde apareció un único esqueleto depositado sobre el suelo, con una lucerna de 2 mecheros sin engobe rojo como ajuar (Fernández et al., 1984). En este momento se produce importantes cambios en la composición de los ajuares con respecto a la época fenicia. Ahora son más numerosos y variados, encontramos elementos de carácter mágico o religioso, como son las terracotas, los huevos de avestruz, los amuletos, escarabeos, etc, o elementos relacionados con el tocado y adorno personal, como las cuentas de collar, joyas, etc. Además, ahora son más frecuentes los recipientes de cerámica, cuya función debía ser la de contener sustancias líquidas o sólidas que se depositaban con el difunto, como parece demostrar el hallazgo de residuos en algunas piezas halladas en las necrópolis de Cartago. Su análisis indica que las sustancias líquidas podían ser leche, vino o agua, y que las sólidas legumbres, frutas o pequeños animales como peces y aves. 89 Se calcula que en este periodo se abren en torno a unas trescientas cámaras, lo se supone una población aproximada de 600 personas. La construcción de estas tumbas supone una notable inversión de energía en su realización que, junto a la calidad y cantidad de los ajuares funerarios, reflejan, además de un cambio de tradiciones, una profunda transformación en las creencias religiosas respecto al más allá y a una concreción distinta del imaginario sobre el tránsito de la muerte, además de una situación social y económica diferente de la colonia. 2.3. Fase púnica clásica (450–200 a.C.): de apogeo o «clásica» (ca. 450/425–350/325 a.C.) y púnico– media de «decaimiento» (ca. 350/325–200 a.C.) Dentro de esta fase podemos distinguir dos períodos: uno primero de apogeo, que iría del 450–350 a.C., y que se corresponde con el momento de mayor expansión de la necrópolis ya que se extiende por toda la ladera de la colina, desde la cima hasta el inicio del llano, reflejo del crecimiento demográfico que sufre la ciudad, alcanzando una extensión aproximada de 5 Ha., ocupando zonas donde se localizaba el antiguo cementerio fenicio, por lo que algunas sepulturas arcaicas de cremación serán destruidas o se verán afectadas por la abertura de las nuevas tumbas. Al menos, el 90 % de los hipogeos abiertos en la necrópolis, que se calculan en torno a unas 3000 cámaras, se fechan en este momento. Un segundo momento correspondería a la llamada fase de “decaimiento” que iría desde 350–200 a. C. Para este período la información que tenemos es marcadamente desigual. A partir del 350 a.C. dejan de abrirse nuevas cámaras por lo que la reutilización de las existentes será la tónica general. También se tiene documentado el uso de cámaras de hipogeos como osarios, cuya cronología, entre el siglo III–II a.C., a veces resulta difícil de precisar ya que normalmente no van acompañados de ajuar y cuando lo tienen, el material asociado suele corresponder a objetos cerámicos o elementos de adorno personal de datación imprecisa por la ausencia de fósiles directores que permitan una clara adscripción cronológica. Esta fase de decaimiento que se documenta en la necrópolis contrasta con el crecimiento y desarrollo económico de este período que se refleja en contextos no funerarios, con un incremento de la producción insular y de las exportaciones fuera de Ibiza, además de la acuñación de su propia moneda. Algunos autores han buscado la ex90 plicación de este fenómeno en la suma de varios factores, por un lado posibles lagunas en la investigación, en que la falta de datos no reflejaría la secuencia real del yacimiento, o bien un problema en la datación de los materiales, que de forma sistemática se han fechado dentro del siglo IV a.C. en relación a los materiales griegos hallados en las sepulturas a los que han sido asociados. También puede ser resultado de cambios en el ritual funerario que conllevarían una pobreza de ajuares y por lo tanto de materiales que permitan fechar las tumbas en este momento en que el hipogeo sigue siendo la sepultura más utilizada. En las campañas de 2000 a 2005 se han excavado un total de 12 hipogeos, todos ellos saqueados y removidos, pero a pesar de ello podemos señalar que presentaban una secuencia de uso desde fines del siglo V a.C. hasta época imperial. Respecto al ritual funerario, los cadáveres se depositaban en las cámaras directamente en el suelo o en sarcófagos de piedra arenisca (mares). Aunque no se ha conservado ningún ataúd de madera, la presencia de clavos y asas de bronce permite plantear su presencia o bien la existencia de parihuelas o andas sobre las que eran transportados los cadáveres. Por otro lado, Román señala que en 1922 en un hipogeo aparecieron los restos de dos cadáveres que al parecer estuvieron depositados en ataúdes de madera de los que se hallaron pequeños fragmentos (Román, 1925: 469; Fernández, 1992: 263). El número de sarcófagos encontrados dentro de cada cámara puede variar, lo más frecuente es que sean dos o tres, pero existen casos de hasta seis y siete en una misma tumba. Los datos de las excavaciones de Román señalaban que tan sólo un tercio de los hipogeos contenían sarcófagos. En los hipogeos excavados en las últimas intervenciones tan solo en los números 8 y 11 se conservaban los sarcófagos más o menos enteros, en el resto se documentaron abundantes fragmentos de marès, con toda seguridad parte de sarcófagos rotos, lo que plantea la posibilidad de que el número de hipogeos con sarcófago fuera bastante mayor y que los saqueos a los que éstos se vieron sometidos provocaran su desaparición o fragmentación, quedando tan solo fragmentos en el relleno de las cámaras por lo que no fueron contabilizados por Román. (Fig. 6) También se han encontrado fosas talladas en el suelo de la cámara, en hipogeos de 1924 y 1925. En la campaña de 2004 en el hipogeo n.º 10 se documento una fosa de estas características, en la que aparecieron varios es91 tratos con restos óseos sellados con capas de arcilla y un material que podemos fechar en el siglo V a. C. (Fig. 7) Figura 6. Interior del hipogeo nº 8 de la campaña de 2004 con dos sarcófagos en su interior, uno de ellos muy fragmentado. Uno de los datos más interesantes de las últimas intervenciones, ha sido el nuevo hallazgo de muretes rodeando los pozos de acceso. Durante la campaña de 1982 se pudo documentar la existencia de estos muros en uno de los hipogeos, hecho que fue descrito como un rasgo poco usual. Los trabajos llevados a cabo en el llamado sector A–D proporcionaron algunos ejemplos más, pero con la intervención en 2006 se confirma que este tipo de estructuras no es inusual, de hecho de los 30 pozos descubiertos, un total de 17 conservan en mejor o peor estado, muretes en sus lados, a los que en ocasiones se adosan los pavimentos que debían cerrar los pozos de acceso. Estos muros están formados por piedras calizas de tamaño medio, trabadas con tierra, cuya función por el momento no está determinada. En algunos de estos muros se conserva todavía restos del enlucido que debía cubrirlos. (Fig. 8) Precisamente el hallazgo de pavimentos en torno a los pozos de acceso a los hipogeos es otro de los elementos más destacables de las últimas excavaciones, aunque ya habían sido documentados en este sector con anterioridad ahora se han podido excavar y documentar en un notable número de casos y en un mejor estado de conservación. Se trata de pavimentos formados por un mortero de cal, arena, gravas y pequeñas piedras con un grosor en torno a los 10 cm, sobre el cual se realiza una lechada de mortero de cal y arena. Algunos presentaban distintas capas que se superponían y que podrían estar relacionadas con distintas reparaciones realizadas a lo largo del tiempo, sobre todo si interpretamos estos pavimentos como Figura 7. Detalle de la fosa aparecida en el interior del hipogeo nº 10. Campaña de 2004. 92 Figura 8. Muretes que rodean el pozo de acceso al hipogeo nº 6 . C. 2003. cierres de las cámaras. Si los hipogeos se volvían a abrir para introducir nuevos cadáveres habría que romper el pavimento que los sellaba, de ahí estas posibles superposiciones y las roturas de éstos en torno a las bocas de las cámaras. (Mezquida et al., 2007: 32) (Fig. 9). Además, en los últimos hipogeos excavados ha aparecido en el interior de las cámaras gran cantidad de restos de enlucido. Vives ya había señalado la presencia de estuco en el interior de alguna de las cámaras, pero no había podido ser confirmada hasta ahora. En cuanto al ajuar de los hipogeos es mucho más abundante que en la etapa anterior y según sea su tipología se disponían cerca del difunto o distribuidos en el recinto funerario. Éste estaba formado por objetos de uso per93 Figura 9. Detalle de los pavimentos parecidos en torno a los pozos de acceso a los hipogeos. Campaña de 2003. sonal, escarabeos, joyas, cuentas de collar, amuletos profilácticos, etc., que se depositaban cerca del muerto, y si había sarcófago, en su interior. A la altura de la mano suelen aparecer los espejos–que se asocian a enterramientos femeninos– y las llamadas navajas de afeitar que también aparecen acompañando a niños y a mujeres. También se encuentran cerca de la mano los vasos de aceites –lecitos y ungüentarios cerámicos y los recipientes de perfumes contenidos en recipientes de pasta vítrea policroma. Los huevos de avestruz siempre se disponían en la cabecera del difunto. Las terracotas aparecen por lo general al fondo de la cámara, como pa94 rece indicarlo el hecho de que la mayor parte de ejemplares están únicamente para ser vistos por su parte frontal, probablemente colocadas sobre un soporte perecedero como parecen indicarlo los orificios que presentan a los lados muchas de ellas. No hay unanimidad en cuanto al significado de estas piezas, en su mayoría femeninas, si representaban alguna divinidad o si eran imágenes de los difuntos. Las lucernas aparecen normalmente a la altura de la pelvis y, en ocasiones, entre las piernas a la altura de las rodillas. Los jarros de pequeño tamaño (Eb. 1, Eb. 2, Eb. 13) suelen colocarse a los pies o en la cabecera. Otros se distribuyen en el recinto, a veces apilados como las cerámicas áticas, las cerámicas ebusitanas de engobe, etc. Los recipientes de mayor tamaño como las ánforas, las jarras Eb. 66, las Eb. 30 b, las Eb. 64, etc. se distribuían en el recinto, adosadas a las paredes. También aparecen cuchillos, que debieron estar cerca de los difuntos o envueltos en telas ya que se han encontrado restos de tejido en ellos. De otros objetos resulta más difícil saber su disposición pero son interesantes ya que pueden aludir al oficio del difunto: moldes de alfarero o panadero, útiles para reparar redes, etc. El estudio antropológico de los últimos hipogeos excavados, está en curso pero una primera aproximación nos permite señalar que en las cámaras encontramos hombres, mujeres y niños de todas las edades, en números variados que van de 6 a 19 individuos. También aparecen restos óseos de animales, ovicapridos, aves, y perros, que debieron formar parte del ritual funerario. A parte de los hipogeos en este momento se siguen utilizando las fosas, excavadas en tierra o en el sustrato rocoso, aunque se documentan en menor cantidad. Podemos distinguir tres variantes: - fosas simples: De forma más menos rectangular con los extremos redondeados, son el tipo más habitual. Sus características vendrán determinadas por las dimensiones del cuerpo que se tiene que enterrar. Los esqueletos normalmente aparecen decúbito supino, en ocasiones con posturas un tanto forzadas. Podemos encontrar tanto niños como adultos. La mayoría de las tumbas no presentan ajuar, cuando lo hacen suelen ser elementos de carácter profiláctico y de adorno personal sobre todo en tumbas infantiles. (Fig. 10). En la campaña de 2005 se excavó un enterramiento que presentaba como ajuar dos monedas púnico–ebusitanas a la altura del pecho, que se pueden fechar en el siglo III a.C. La presencia de monedas en el Puig des Molins y en otras necrópolis púnicas está bien atestiguada desde fines del siglo 95 IV a.C. Se ha interpretado como un posible pago del difunto para su viaje al más allá (Costa et al., 2004). - fosas conteniendo sarcófagos de mares: Se trata de un tipo de enterramiento menos frecuente ya que de momento sólo se tiene documentados nueve casos en todo el yacimiento, las excavaciones en el subsuelo del museo han permitido documentar un caso más (Mezquida, 2006) (Fig. 11). - enterramientos infantiles en ánfora en el interior de fosas: Se trata de un tipo de sepultura relativamente común en los enterramientos infantiles. Durante las últimas campañas se han podido excavar un total de 20 enterramientos en ánfora, la mayoría púnico–ebusitanas. La cronologías de este tipo de enterramiento van desde el siglo V–II a.C. La mayoría están calzadas con piedras. En cuanto a los ajuares son escasos limitándose a cuentas de collar, campanitas de bronce, jarritos biberón, algún cuenco, etc., materiales a veces difíciles de datar por lo que en muchos casos es la propia ánfora que contiene los restos óseos la que permita fechar el enterramiento. (Mezquida et al., 2007: 29) (Fig. 12). Figura 10. Inhumación infantil aparecida en la campaña de 2000. 2.4. Fase púnico tardía (200–30/25 a.C.) Este período coincide con el final de la Segunda Guerra Púnica y con el proceso de disolución de las estructuras existentes en la isla hasta su total integración en el estado romano. En este momento el rito de la cremación termina por afianzarse, aunque sigue siendo minoritario con respecto a la inhumación. 96 Figura 11. Detalle del enterramiento en sarcófago (inhumación nº 5) de la campaña de 2005. Los restos óseos se depositaban en el interior de urnas de cerámica que eran colocadas tanto en el interior de las cámaras de los hipogeos, como en cavidades u orificios excavados en la tierra. También podemos encontrar las cremaciones sin ningún tipo de contenedor o cubiertas simplemente por fragmentos de ánforas. Generalmente llevan como ajuar alguna cerámica, un ungüentario, una lucerna, un plato, o algún elemento de adorno personal o amuleto protector. Aunque existen ejemplos donde no ha aparecido ajuar, lo que obliga a ser cautos a la hora de establecer su datación. 97 Figura 12. Enterramiento infantil en ánfora. Campaña de 2003 Por lo que se refiere a los enterramientos de inhumación, por una parte vemos que se siguen reutilizando los hipogeos. Se ha calculado que continúan en uso un 19,8% de las cámaras. Los cadáveres ya no se colocan dentro de sarcófagos de piedra arenisca, sino que se depositan simplemente amortajados, en ataúdes. Si en ese momento no hay espacio libre en la cámara, se desplazan los huesos de los enterramientos más antiguos y se apilan en algún rincón para dejar sitio a las nuevas deposiciones. Los materiales que aparecen como ajuar, son en su mayoría distintos al período anterior, encontramos cerámicas de importación de tipo campaniense, junto a cerámicas de engobe ebusitano que con frecuencia imitan o inspiran en estas producciones: jarritos, cerámicas de cocina, ungüentarios cerámicos helenísticos y algún ejemplar más tardío en pasta vítrea. Aunque seguirán apareciendo en menor medida terracotas, amuletos, vasos de pasta vítrea, amuletos, etc. Además de la reutilización de las cámaras de hipogeos son muy frecuentes en este momento los enterramientos en fosas simples excavadas en la tierra que se viene usando desde época arcaica. Éstas se abren en las 98 zonas llanas, donde la capa de tierra es mayor. Igualmente se siguen enterrando a los niños en ánforas, a modo de ataúd, en el interior de las fosas. Normalmente van acompañados de algún elemento de adorno personal o de algún amuleto. La disminución tanto del número, como de la variedad de los componentes de los ajuares funerarios, que es general en todo el mundo púnico en época tardía, se ha interpretado como consecuencia de una tendencia a la abstracción y sublimación de las creencias funerarias, que necesitarían menos medios materiales para ser expresadas. La práctica de la cremación de los cadáveres sería otra expresión de la misma tendencia. Durante la mitad del siglo I a.C. volvemos a encontrar en el yacimiento un período en el que se conocen muy pocas sepulturas. Parece que nos hallamos ante una etapa de recensión que quedaría reflejada en la necrópolis, aunque no podemos descartar que este vacío pueda responder de nuevo a una laguna en la investigación. 2.5 Fase romano–imperial antigua (ca. 25 a.C.–150 d.C.) En esta etapa la sociedad púnico–ebusitana dio los pasos definitivos hacia su transformación en romano–ebusitana. Con la aplicación del decreto del emperador Vespasiano del año 74 d. C., otorgando el derecho latino a todas las ciudades hispanas que aún no se habían integrado en el estado romano, la ciudad de Ibiza –llamada Ebusus por los romanos– dejará de ser federada para convertirse en Municipio Flavio Ebusitano, culminando así su proceso de romanización. En la necrópolis de Puig des Molins, en esta fase, al igual como en la anterior, siguen coexistiendo la inhumación y la incineración. Los ajuares funerarios se romanizan completamente, incluyendo mayormente productos importados por el comercio romano, tales como cerámicas sigillatas o vasos de “paredes finas”, también confeccionadas en alfares ebusitanos. Las sepulturas de esta fase, tanto de inhumación como de incineración, se realizan frecuentemente dentro de los pozos de acceso de los antiguos hipogeos púnicos, que ahora son utilizados a modo de fosa. 99 Los enterramientos de inhumación en fosas en la tierra son escasos, en cambio las incineraciones están muy bien documentadas. Hallamos casos en que los restos óseos después de la cremación, se recogen junto con los carbones y cenizas de la pira y se depositan en el interior de un orificio en la tierra, a veces cubiertos con trozos de ánfora, con escaso o ningún ajuar o por el contrario, los huesos incinerados han sido recogidos con cuidado de entre los restos de la pira, lavados y depositados, junto a algún elemento de ajuar, en el interior de una jarra de cerámica o, en algún caso, en una urna de vidrio. La urna cineraria era enterrada en un orificio en la tierra, en el que también, cuando el ajuar era abundante, podían colocarse otros elementos alrededor del contenedor. A mediados del siglo II d.C., la incineración, hasta entonces el rito funerario normalmente utilizado por los romanos, desapareció casi totalmente, dejando la inhumación como el ritual mayoritario practicado en todo el Imperio. 2.6 Fase romana imperial media (125/150–300 d.C.) Esta fase de la necrópolis del Puig des Molins, que empieza a mediados siglo II d.C., aproximadamente, se encabalga entre dos períodos históricos: el final del Alto Imperio (31 a.C.–235 d.C.) y el comienzo del Bajo Imperio (235–455 d.C.). Se caracteriza por la práctica en exclusiva de la inhumación. El único tipo de sepultura documentado en esta fase es la fosa excavada en la tierra, que generalmente tiene los laterales delimitados bien por losas planas de piedra calcárea o arenisca, bien por muretes de piedra trabados con tierra o mortero. La cubierta estaba compuesta por varias losas planas de piedra. Su orientación es invariablemente norte–sur. El cementerio de esta época ocupaba sólo la parte baja de la vertiente del puig, hasta llegar al llano. Esto es lógico, porque en la parte alta de la vertiente no hay sedimento de tierra suficiente para realizar el tipo de fosa excavada en la tierra. Los ajuares se reducen a la mínima expresión, ya que, cuando existe, generalmente es una única pieza de cerámica o de vidrio y, más raramente, algún elemento de uso personal o de ornamentación. La colocación de monedas, en algún caso dentro de la boca del difunto, para pagar al barquero de las almas, también está documentada. La deposición del cuerpo dentro de la fosa se realiza directamente, o bien en ataúd de madera. Así mismo, se conoce algún caso de enterramiento infantil en ánfora que, a su vez, se depositaba en una 100 fosa excavada en la tierra; pero también se ha descubierto un caso excepcional de dos niños de corta edad enterrados dentro un sarcófago de plomo. Las últimas excavaciones han permitido documentar varios enterramientos en cista de época romana, una (inhumación n.º 24) en la campaña de 2003 y tres más (UU.EE. 5, 30 y 105) en la campaña de 2006. El enterramiento n.º 24 estaba delimitado por dos muretes de piedras irregulares de mediano y pequeño tamaño y su estado de conservación era deficientes. (Fig. 13). La tumba (ue. 5) estaba realizada igualmente con piedras calizas de tamaño medio y losas de mares enlucidas con mortero de cal en tres de sus lados, mientras que en el norte presenta un murete realizado con pequeñas piedras sin enlucir. Las otras dos (ue. 30 y ue. 105) eran de características similares, pero se encontraban en peor estado de conservación. Las paFigura 13. Enterramiento romano en cista de cmpaña de 2002. redes están realizadas con piedras de pequeño y mediano tamaño combinando igualmente calizas y areniscas. En todas, el esqueleto se encontraba en posición decúbito supino con las manos sobre la pelvis, y la cabeza mirando de frente en la tumba UE 5, y girada a la derecha en la sepultura UE 30. 101 Figura 14. Collar de oro y cuentas de azabache aparecido en la cista UE. 5. Campaña de 2006. (Mezquida, et al. 2007: 27) Como ajuar la inhumación n.º 24 presentaba un brazalete de bronce en su brazo derecho. La ue. 5 llevaba en torno al cuello un collar formado por cuentas de piedra de color negro —azabache— y una cadena de oro formada por eslabones. (Fig. 14). La otra tumba, que se encontraba a tan sólo 95 cm de la anterior, presentó como ajuar un objeto de oro en forma de anillo, con un motivo decorativo inciso en forma de espiga. Éste se hallaba junto al hueso occipital y el individuo tenía ambas manos perfectamente colocadas encima de la pelvis, por lo que el objeto podría interpretarse más como un adorno del pelo que como un anillo. Estos dos últimos objetos de oro son dos piezas excepcionales, no sólo por el buen estado de conservación en el que se encontraban, sino porque son los primeros ejemplares de este tipo hallados en la necrópolis. Similar al collar encontramos una pulsera procedente del yacimiento romano de Pollentia en Mallorca, que ha sido fechada en el siglo I–II d.C. La tercera cista no presentó ningún material acompañando al difunto. El tipo de tumba y la presencia de estos materiales permiten fechar a grosso modo estos enterramientos en los siglos II–IV d. C. 102 2.7. Fase romana bajo–imperial y de la antigüedad tardía (300–700 d.c.) Esta última fase arqueológica del Puig des Molins como cementerio de la ciudad, queda comprendida entre el fin del Bajo Imperio (235–455 d.C.) y los siglos de la Antigüedad Tardía (455–707 d.C.). Los enterramientos siguen realizándose en el área septentrional del yacimiento, en la zona baja de la colina llegando al llano, que corresponde a la Vía Romana, Vía Púnica, Avenida de España y calle Aragón, donde las tumbas se superponen a los restos de antiguas alfarerías púnicas, a restos de viviendas del siglo III d.C. y, en algunos casos, incluso a enterramientos de la fase anterior. En este periodo se rompe la exclusividad del Puig des Molins como cementerio no solo de los habitantes de la ciudad, sino también de los que vivían en los establecimientos campesinos de sus alrededores. De esta época se conocen varias pequeñas necrópolis en ses Figueretes, Can Cantó, Cas Clot, Ca na Marieta, Sa Blancadona, etc. Desde la perspectiva del ritual funerario, se da una total continuidad con respecto a la fase anterior, ya que los enterramientos son exclusivamente inhumaciones en fosas en la tierra. Éstas, de dimensiones un poco mayores que las del cadáver, pueden ser simples o bien estar delimitadas por una hilera de piedras, o tener sus laterales revestidos con losas planas de piedra, generalmente calcárea local sin trabajar. Igualmente, las cubiertas se realizaban con varias losas planas colocadas encima de la fosa. La única diferencia significativa es que ahora su orientación será Este–Oeste. Este cambio, posiblemente, está relacionado con la fuerte penetración en la sociedad romana de creencias de origen oriental, relacionadas con el culto solar. Para los enterramientos infantiles continúan utilizándose las ánforas, aunque el número de las que se han documentado es muy bajo. Un caso excepcional lo constituye un fragmento de columna reaprovechado para hacer un sarcófago que, dadas sus dimensiones, sólo pudo acoger el cuerpo de un niño. 2.8 Fase medieval islámica (s. X–XII d.C.) Las excavaciones de 1983 localizaron en el sector NE del yacimiento restos de un asentamiento islámico, en el que se excavó parte de un área residencial, con un almacén, una noria, su correspondiente aljibe y algunos 103 Figura 15. Enterramientos islámicos aparecidos en la campaña de 2002. pozos tallados en la roca. Además, de estos restos, las excavaciones de 1983 en el sector A/B, pusieron al descubierto un pequeño cementerio de fosas simples de inhumación en la tierra, todas con las mismas características, orientadas N.E.–S.O., en las que los cadáveres fueron enterrados sin ajuar alguno, acostados sobre su lado derecho, con las manos recogidas frente al abdomen, con los pies hacia el N.E. y la cabeza al S.O., de tal manera que el rostro quedaba mirando hacia el S.E., en dirección a la Meca. Las excavaciones de 2000–2005 continua104 ron con la documentación de esta área cimenterial, localizándose hasta un total de 19 inhumaciones a las que se suma una más durante las excavaciones de 2006. Durante el 2005 se excavó otro enterramiento infantil islámico en la parte NE del yacimiento, y posteriormente en el 2007 se excavaron 7 fosas más. Este cementerio hay que ponerlo en relación con los restos de la alquería islámica, que se fecha en torno al XII–XIII, último momento de la ocupación islámica de la isla. (Fig. 15) Para finalizar y a modo de conclusión hemos de destacar que la necrópolis del Puig des Molins sigue siendo un yacimiento clave para el conocimiento del mundo funerario fenicio–púnico, como lo demuestran los últimos trabajos realizados, sobretodo teniendo en cuenta que quedan sectores sin excavar que sin duda nos aportaran importantes y novedosos hallazgos en el futuro. 105 Bibliografía CORDOBA ALONSO, I., 1998: “Rituales de cremación durante la protohistoria en el mediterráneo y sur peninsular”. En logía Ebusitana (II), Treballs del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera 52, Ibiza: 22–86. Cunchillos, Galán, Zamora, Villanueva de Azcona (eds.): COSTA, B. y FERNÁNDEZ, J. H., 2003b: Necrópolis del Puig des Actas del Congreso El Mediterráneo en la Antigüedad: Molins (Eivissa): Las fases fenicio–púnicas. Miscelánias Oriente y Occidente. Publicaciones en Internet II. [http:// de Arqueología Ebusitana (II) Treballs del Museu Ar- www.labherm.filol.csic.es] queològic d’Eivissa i Formentera, Ibiza, 52: 87–147. COLOMINAS, J., 1954: “Sepultura de un alfarero vaciador en la COSTA, B y GÓMEZ BELLARD, C., 1987: “Las importaciones ce- necrópolis del Puig des Molins”. I Congreso Arqueológico rámicas griegas y etruscas en Ibiza”. Melanges de la del Marruecos Español, Tetuán: 191–197. Casa de Velázquez, XXIII, Paris: 31–56. COSTA, B., 1987: “Las excavaciones arqueológicas realizadas COSTA, B. y FERNÁNDEZ, J. H. Y GÓMEZ, C.,1991: “Eivissa Feni- en la Vía Romana: Can Partit”. Anuario de Ibiza y For- cia: La primera fase de la colonización de la isla (siglos mentera V, Ibiza: 99–103. VII y VI a.n.e.)”. Atti del II Congreso Internazionale di Studi COSTA, B., 1991: “Las excavaciones arqueológicas en el solar n.º 38 de la Via Romana (Can Partit). Nuevos datos para Fenici e Punici (Roma, Novembre 1987), Vol. II: 759–795. el conocimiento de la Necrópolis del Puig des Molins”. COSTA B., FERNÁNDEZ, J. H. y MEZQUIDA, A., 2004: “Ahorros para I–IV Jornadas de Arqueología Fenicio–Púnica (Ibiza, la otra vida, una sepultura púnica conteniendo una 1986–89). Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza 24, hucha en la necrópolis del puig des Molins (Eivissa) y Ibiza: 29–57. su contexto histórico”. En A. González Blanco, G. Manti- COSTA, B. y FERNÁNDEZ, J. H., 1995: “La secuencia cronológica lla Séique, y A. Egea Vivancos, (Eds): El mundo Púnico. de la necrópolis del Puig des Molins (Eivissa): Las fases Religión, Antropología y Cultura material, Actas II Con- Fenicio–púnicas”. IIIe Congrès International des Études greso Internacional del Mundo Púnico, (Cartagena 6–9 Phéniciennes et Puniques (Tunis, 11–16 novebre 1991). de abril de 2000), Murcia: 207–242. Institut National du Patrimoine Vol. I, Tunis: 295–310. FERNÁNDEZ, J.H., 1992: Excavaciones en la necrópolis del Puig COSTA, B. y FERNÁNDEZ, J. H., 2003a: “El puig des Molins, de des Molins (Eivissa). Las campañas de D. Carlos Román campos de cultivo a Patrimonio de la Humanidad: un Ferrer: 1221–1929, Trabajos del Museo Arqueológico de siglo de Historia (1903–2003)”. Miscelánias de Arqueo- Ibiza, 28–29, Ibiza. 106 FERNÁNDEZ, J. H. et al., 1984: Excavaciones de urgencia en Eivissa. Excavaciones arqueológicas en la C./. León, 10–12. Ibiza. FERNÁNDEZ, J.H. y COSTA, B., 2004: “Mundo funerario y sociedad en Eivissa arcaica. Una aproximación al análisis de MAÑA, J.M., 1953: “Puig des Molins (Ibiza)”. Noticiario Arqueológico Hispánico 1–3, Madrid: 121–125. MEZQUIDA, A., 2002: La forma EB. 64/65 de la cerámica púnico–ebusitana. Treballs del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera, 48. Eivissa. los enterramientos de cremación” en El Mundo Funera- MEZQUIDA, A., 2006: “Excavaciones en el subsuelo del museo rio Actas del III Seminario Internacional sobre Temas Fe- Monográfico del puig des Molins”. Fites 7, Eivissa: 24–33. nicios (Guardamar del Segura, 3 a 5 de mayo de 2002), MEZQUIDA, A. et ali., 2007:“Excavaciones en la necrópolis del Puig Alicante: 315–408. des Molins. Campaña de 2006”. Fites 7, Eivissa: 24–33. FERNÁNDEZ, J.H. y MEZQUIDA, A., 2004: “Excavaciones en la MARÍ, V., HACHUEL, E., 1990: “La necrópolis del Puig des Molins: necrópolis del Puig des Molins (2000–2003)”. Fites, 4, Propuesta metodológica para el estudio de los enterra- Ibiza: 9–20. mientos púnicos de inhumación en fosa (Campañas de GARCÍA Y BELLIDO, A. 1952: La colonización púnica. En Historia de España dirigida por Menéndez Pidal. Vol., I, 2, Madrid: 309–492. GÓMEZ–BELLARD, C., 1894: La necrópolis del Puig des Molins (Ibiza) Campaña de 1946. Excavaciones Arqueológica en España, 132, Madrid. GÓMEZ–BELLARD, C. y GÓMEZ–BELLARD, F., 1989: “Enterramientos infantiles en la Ibiza fenicio–púnica”. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonense 14, Castellón: 211–238. GÓMEZ–BELLARD, C. Et al., 1990: La colonización fenicia de la isla de Ibiza. Excavaciones Arqueológica en España, 157, Madrid. 1949 y 1951)”. Saguntum, 23, Valencia: 183–213. PÉREZ CABRERO, A., 1909: Ibiza: Arte , agricultura, comercio, costumbres, historia, topografía. Guia del Turista. Impremta Joaquim Costa. Barcelona PÉREZ CABRERO, A., 1911: Ibiza Arqueológica. Establecimiento Gráfico Thomas. Barcelona. PÉREZ CABRERO, A., 1913: Arqueologia Ebusitana. Rev. Museum. Barcelona. RAMON, J., 1978: “Necrópolis des Puig des Molins: Solar núm. 40 del carrer de la Via Romana de la Ciutat d’Eivissa”. Fonaments, 1, Barcelona: 65–83. RAMON, J., 1996: “Puig des Molins (Eivissa). El límite NW de la necrópolis fenício–púnica”. Pyrenae 27, Barcelona: 53–82. MAÑA, J. M., 1948: “Excavaciones arqueológicas en el Puig des RAMOS, Mª. L., 1990: Estudio sobre el ritual funerario en las ne- Molins (Ibiza)”. Campaña de 1946” III Congreso del Sud- crópolis fenicias y púnicas de la Península Ibérica. Ed. este Español, Cartagena: 202–209. de la Universidad Autónoma de Madrid. Madrid. 107 ROMAN CALVET, J., 1906: Los nombres e importancia arqueo- ROMAN FERRER, C., 1925: “Guía del Museo Arqueológico de lógica de las islas Pythiusas. Tipografía L’Avenç. Barce- Ibiza”. Museos Arqueológicos de España. Madrid: lona. 441–480. ROMAN FERRER, C., 1913: Antigüedades Ebusitanas. Tip. La Academia. Barcelona. 108 TARRADELL, M. y FONT, M., 1975: Eivissa cartaginesa. Edit. Curial. Barcelona. Numancia: aportación de los trabajos actuales Alfredo Jimeno Martínez Departamento de Prehistoria Facultad de Geografía e Historia Universidad Complutense de Madrid Ciudad Universitaria – 28040 Madrid aljimen@ghis.ucm.es Figura 1. Situación de Numancia y de la necrópolis celtibérica entre los ríos Merdancho y Duero. 110 La nueva realidad de la España democrática y descentralizada conllevó el traspaso de competencias a la Junta de Castilla y León, a partir de 1985, lo que unido a cierto despertar del turismo cultural, propició el ambiente necesario para intervenir en Numancia y aprobar un Plan Director que tiene como misión coordinar el conjunto de actuaciones, teniendo en cuenta que la investigación es la base de conocimiento esencial, a la que se supeditan las demás (Fig. 1). Una de las aportaciones más significativas, en el campo de la investigación, ha sido la excavación y publicación de la necrópolis celtibérica, buscada por los arqueólogos a lo largo del siglo XX, que ha aportado importantes datos (ritual funerario, concepto de riqueza, dieta alimenticia, artesanado, diferencia de género y demografía) sobre la población de la ciudad celtibérica destruida por Escipión. A su vez, los trabajos en la ciudad se han centrado en la reinterpretación de las estructuras arquitectónicas, superposición de ciudades y la excavación de una nueva manzana, que está representando un salto cualitativo para el conocimiento de la ciudad, como exponemos a continuación. El ritual funerario Los escritores de la Antigüedad han transmitido un doble ritual de enterramiento entre los celtíberos; según Silio Itálico «dan sepultura en el fuego a los que mueren de enfermedad..., mas a los que pierden la vida en la guerra... los arrojan a los buitres, que estiman como animales sagrados» (Fig. 2). Figura 2. Los dos rituales de enterramiento: la incineración y la exposición de cadáveres. 111 La necrópolis celtibérica La localización de la necrópolis de Numancia centró la atención de los investigadores a lo largo del siglo XX. Ya en las primeras décadas la Comisión de Excavaciones realizó un amplio programa de sondeos, unos 53, en torno al cerro numantino (más en las zonas norte y sur) sin resultados satisfactorios (Mélida y Taracena, 1923; Mélida y otros, 1924; Wattenberg, 1963:25). Se planteó incluso la posibilidad de que Escipión, al fortificar sus posiciones frente a Numancia, hubiera destruido la necrópolis, para conseguir un efecto moral contra los sitiados. La necrópolis se descubrió en 1993 por trabajos realizados furtivamente, que fueron puestos en conocimiento del Plan Director de Numancia por D. Fernando Morales. Se localiza en la ladera sur del cerro, y tiene una extensión de algo más de una hectárea. Su excavación ha aportado una importante información sobre la vida de los numantinos, ya que a través del estudio de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición y organización del cementerio, así como de los análisis osteológicos y dieta alimenticia, podemos conocer nuevos aspectos del ritual funerario y de la organización socio–económica (Fig. 3). Se han excavado 155 tumbas y 58 manchas, alejadas en cuanto a sus dimensiones y estructuras de aquellas. Son manchas o fosas diferenciadas por la acumulación de cenizas y carbones vegetales, restos de un foco de fuego y, en ocasiones, también fragmentos de objetos de metal y briznas de huesos quemados. No ha podido resolverse si se 112 Figura 3. Sondeos realizados por la Comisión de Excavaciones en busca de la necrópolis celtibérica y su localizada en 1993. trata realmente de “ustrina”, para la incineración de los cadáveres, aunque sí se han podido documentar otros aspectos significativos sobre el ritual funerario, previo a la deposición del cadáver en la tumba (Fig. 4). Las tumbas descubiertas ofrecen una estructura funeraria muy simple; consiste básicamente en un pequeño hoyo de dimensiones variables, en el que se depositan directamente los restos de la cremación acompañados del ajuar (conjunto de objetos personales entre los que predominan las armas y adornos de metal) y un pequeño vaso cerámico, que a modo de ofrenda se depositaba en la parte superior de la tumba, una vez cerrada ésta. Algunas piedras limitan y protegen, generalmente de forma parcial, los enterramientos y ajuares, observándose ligeras acumulaciones de ellas sobre las tumbas. Es frecuente la presencia de una pequeña laja de piedra hincada, dispuesta diferenciadamente entre las restantes piedras que delimitan la tumba. Algunos de los enterramientos están señalizados con estelas de piedra bruta visibles al exterior (Fig. 5). La ubicación de los ajuares y su distribución han permitido conocer el proceso de construcción y uso de la necrópolis, que por otro lado aporta un paisaje funerario de concentración y acumulación de tumbas en grupos, sin dejar espacios libres entre si, ni calles por donde deambular, lo que plantea la dificultad de la práctica de rituales individualizados a cada uno de los enterrados con posterioridad al cierre Figura 4. Portada de la publicación de la Necrópolis Celtibérica de Numancia. Figura 5. Diferentes tipos de tumbas halladas en la necrópolis. 113 de su tumba. Esto permite pensar en cierta consideración colectiva de los enterrados del mismo grupo, por lo que la prácticas posteriores de ofrendas debían de estar destinadas al conjunto; aunque esto no armoniza bien con la existencia de vasos, probablemente de libaciones, depositados fuera de las tumbas, a no ser que pertenecieran al momento del enterramiento. Al tratar de los contenidos de los enterramientos, no se han abordado sólo los ajuares convencionales, sino que se ha atendido a otros contenidos como los de fauna, de gran significación y simbolismo, e, incluso, se ha intentado controlar los rellenos de las tumbas, por si era posible localizar vegetales o restos de tejido, relacionado con el envoltorio de la cremación, aunque el resultado haya sido negativo. Se pueden distinguir, al menos, cuatro grupos de enterramientos: uno, con armas (espada, puñal, escudo, punta de lanza y regatón); otro, con adornos de bronce (algunos también con báculo de distinción); un tercero, más pobre, con canicas y agujas de coser; y un cuarto grupo sin ajuar. Las tumbas están organizadas en zonas, dejando espacios intermedios con menor intensidad o sin enterramientos, que se diferencian tanto por su ubicación espacial como por las características de sus ajuares. El grupo que ocupa la zona central de la necrópolis es el más antiguo (del primer momento de la ciudad, finales del siglo III o inicios del siglo II a.C.) y se caracteriza por la presencia más generalizada de armas y objetos de hierro. Otros dos grupos más modernos (anteriores al 133 a.C.) aparecen separados y dispuestos en torno al primero, y sus ajuares contienen, mayoritariamente, elementos de adorno y objetos de prestigio de bronce (las armas se reducen a algún puñal dobleglobular con rica decoración), mostrando un concepto de riqueza diferente, probablemente consecuencia de la incidencia progresiva de la organización urbana (Figs. 6, 7 y 8). Se practica en esta necrópolis de forma generalizada, al igual que en otras celtibéricas, la inutilización intencionada de todas las armas y objetos de metal. Esta práctica trataba de evitar la separación del difunto de sus objetos personales, ya que existía una completa identificación entre la persona y sus objetos (las armas para el guerrero) como exponentes visibles de su propia identidad. Los objetos eran «matados» a modo de sacrificio, con el fin de que acompañaran para siempre a su difunto portador; también existen referencias etnográficas de la necesidad de la muerte ritual, la destrucción íntegra del objeto o el arma, para que su espíritu pueda acompañar 114 Figura 6. Ejemplo de un ajuar con armas y otro con adornos. Figura 7. Placas pectorales articuladas, dobladas ritualmente y desarrolladas en dibujo, que aportan nueva información iconográfica. Figura 8. Dos excepcionales piezas: fíbula de caballito con jinete y remate de un “báculo de distinción” con prótomos de caballo, jinete, cabezas cortadas y círculos concéntricos. 115 Figura 9. Espada y puñal con vaina inutilizados ritualmente antes de ser introducidos en la tumba. al difunto al Más Allá. Muchos de los objetos de metal recuperados, como las fíbulas y los broches de cinturón, muestran señales evidentes de haber sido incinerados acompañados con el difunto (Fig. 9). Los análisis morfológicos y químicos de los restos óseos quemados han proporcionado importantes datos para el conocimiento de aspectos relacionados con el ritual, así como con la dieta alimenticia, de la que se derivan implicaciones sociales, económicas y ambientales. Llama la atención la uniformidad de los restos humanos depositados en todas las tumbas, muy escasos y seleccionados –corresponden únicamente a zonas craneales y huesos largos– y fuertemente fragmentados, que indican una selección y manipulación de los huesos que se introducen en las tumbas. Los huesos fueron quemados a una temperatura que oscila entre 600 y 800 grados centígrados. Es frecuente que acompañen a estos restos huesos de fauna, a veces cremados, correspondientes a zonas apendiculares, costillares y mandíbulas de animales jóvenes, destacando los de cordero y de potro. Esta práctica se conoce en otras necrópolis celtibéricas, y se ha relacionado con porciones de carne del banquete funerario destinadas al difunto. Un porcentaje alto de tumbas (31,8%) sólo contiene restos de fauna, lo que hace pensar en enterramientos simbólicos, condicionados por la dificultad de recuperar el cuerpo del difunto (Fig. 10). Por lo que se deduce de los análisis realizados, la dieta alimenticia de los numantinos era rica en componentes vegetales, con un peso importante de los frutos secos (bellotas) y pobre en proteínas animales, lo que dibuja claramente las bases de su economía mixta. Pero además, el conocimiento de la dieta de cada individuo 116 permite relacionar su mayor o menor riqueza con las características de su ajuar y estatus, establecer diferencias entre hombre y mujer, así como destacar a aquellos enterrados que se apartan de la dieta generalizada (Fig. 10). Como reflexión podemos apuntar, cómo el estudio de los ajuares ha evidenciado los problemas para el mantenimiento de diferentes esquemas y atribuciones establecidas, en relación a una Figura 10. Restos de fauna introducidos en las tumbas y dieta alimenticia de los enteconcepción social que estriba en rrados. la diferenciación de hombres y mujeres, a través de la presencia de armas o adornos en la tumbas. Este planteamiento está condicionado por el modelo invasionista de grupos ultrapirináicos fuertemente armados y que habrían penetrado a caballo. Todo ello ha conllevado una asociación genérica de los ajuares funerarios, presentándolos por su repetición y, en ocasiones, por su excepcionalidad, como un estereotipo de los grupos característicos de la sociedad celtibérica, sesgando posiblemente su composición social. La necrópolis de Numancia aporta, sin duda alguna, otra dimensión al conocimiento del mundo numantino y celtibérico. Tenemos una importante información sobre la vida de los numantinos, ya que a través del estudio de la estructura de las tumbas, los elementos de ajuar, la composición y organización del cementerio, así como de los análisis osteológicos y dieta alimenticia, nos hemos acercado a nuevos aspectos del ritual funerario y de la organización socio–económica. La información de la necrópolis ha permitido contestar a nuevas preguntas, 117 al tener un mejor conocimiento de la sociedad numantina del 133 a.C., aunque la imposibilidad de determinar género, sexo y edad haya condicionado la respuesta a más preguntas y más profundamente. Otras preguntas que nos planteábamos: ¿en todas las necrópolis celtibéricas se practica el mismo ritual, sin variantes?, ¿no existen diferencias en el ritual a lo largo de los seis siglos de cultura celtibérica?, ¿no se acusa en el ritual y composición de los ajuares los cambios que conlleva el desarrollo urbano?. En este sentido, ha quedado puesto de manifiesto como los cambios introducidos por la organización urbana pudieron incidir en la diferencia que se observa en relación al concepto de riqueza en las dos fases de la necrópolis, reflejado en el contenido y composición de los ajuares. La necrópolis ha proporcionado una valiosa información para conocer aspectos sobre sus esquemas sociales e ideológicos, pero, sobre todo, nos ha permitido realizar nuevas y diferentes preguntas al registro arqueológico sobre la ordenación, estructura y contenido de las tumbas y su reflejo social; acerca de la dieta alimenticia de los enterrados y su incidencia en la diferenciación social o de género, así como realizar cálculos demográficos para saber ¿cuantos eran los numantinos y cuantos los enterrados?, y preguntarnos a continuación ¿quiénes son los enterrados?, si están o no enterrados los artistas y artesanos que realizaron las armas y los objetos de adorno depositados en las tumbas, o atender a las relaciones e intercambios que denuncia la presencia de algunos objetos exóticos. Aunque, evidentemente, a todas estas preguntas no habremos sabido dar respuesta satisfactoria, creemos que el cambio cualitativo para la investigación estriba en el hecho de haber podido plantearlas (Jimeno y otros, 2004). Círculos de piedras y exposición de cadáveres La incesante búsqueda de la necrópolis de Numancia, unida a la tendencia a destacar sistemáticamente su heroísmo, llevó a utilizar en exceso las noticias transmitidas por los escritores de la Antigüedad, y se trató de explicar la ausencia de necrópolis por la práctica sistemática del ritual de la exposición de los cadáveres numantinos a los buitres, ya que se entendía que todos habrían muerto en combate. Esta idea se vio apoyada por la repre118 sentación en algunas cerámicas de Numancia de guerreros caídos, que están siendo picoteados por aves rapaces. Unos círculos de piedras, situados en la ladera sur de Numancia (junto a la ermita de San Antonio de Garrejo), fueron interpretados como el lugar donde se exponían los muertos (Fig. 2). Estos círculos están realizados con grandes piedras –algunas pasan de los 50 cm. de altura– y tienen formas circulares u ovales, por lo general, con dimensiones de 3 m. por 2’5 m., y 2’5 m. por 2’25 m.; uno de mayor tamaño, realizado con 32 piedras, es rectangular y mide 12 m. de largo por 6’50 m. de ancho, disponiendo de un suelo empedrado en el que se dibuja una cruz orientada. Mélida, que llevó a cabo excavaciones en este lugar, pudo determinar que no se trataba de enterramientos, pero el hallazgo de algunos carbones y fragmentos de cerámica de color rojo por debajo de las piedras lo interpretó como restos de algún sacrificio, explicando estas construcciones como recintos sagrados donde se realizarían sacrificios de animales por los augures, y que la unión de los cuatro puntos cardinales indicados por la cruz comentada señalaría el lugar donde debían situarse para realizar el sacrificio y pronosticar o augurar a la vista de las vísceras del animal. También se sugirió la posibilidad de que se tratara de expositorios de enfermos para la cura por el sol, deificado por los celtíberos. No se conoce la finalidad de estos círculos, de los que hay que destacar su poca homogeneidad, ni siquiera de qué época son, por lo que cabe la posibilidad de que sean más recientes; ello explicaría que los restos de carbones y cerámicas rojas, al parecer celtibéricas, aparezcan por debajo de las piedras y no encima, como correspondería si fueran de algún sacrificio realizado en estos recintos. Por otro lado, se ha limpiado uno de estos círculos, que parecía más intacto y ha dado suelo completamente virgen, sin ninguna huella de uso (Jimeno y otros, 2004: 36–37). Los trabajos realizados en la muralla–puerta norte En esta zona se ha llevado a cabo la revisión de los trabajos realizados por González Simancas (1926), que han permitido, posteriormente, reconstruir un tramo de la muralla con su puerta y torres defensivas. Por otro lado, se vio la necesidad de plantear un nuevo corte estratigráfico en la muralla que se realizó a unos metros de esta excavación antigua, separada por la carretera de acceso al yacimiento. 119 Ocupación del Bronce Final Estos trabajos pusieron al descubierto un nivel del Bronce Final, por debajo de la muralla excavada por González Simancas (1926) y que se prolonga hasta la zona del nuevo corte estratigráfico, que ha sido fechado, a través de análisis de C–14, en 830+–50a.C. Este nivel de ocupación, dispuesto sobre el conglomerado natural, se caracteriza por cerámicas realizadas a mano, de formas bitroncocónicas con decoración incisa, excisa y acanalada, así como otras de superficies grafitadas. A éstas hay que añadir otro conjunto de cerámicas, representadas en mayor número, como cuencos, vasos globulares, vasijas de cuello cilíndrico y ollas de perfil en “s”, generalmente sin decoración o bien decorados con cordones digitados (Fernández Moreno, 1997: 72–82). Junto a las cerámicas se han recogido fragmentos de barro con improntas de ramaje, relacionadas con manteados de barro de cabañas realizadas con entramado vegetal. Además, se ha localizado una pequeña zanja, que debió servir para sujetar un vallado o mampara, que delimitaría y “protegería” el pequeño asentamiento, relacionado con grupos móviles que frecuentaron recurrentemente este cerro en sus estancias temporales a fines del Bronce Final e inicio de la Edad del Hierro. Con este momento de ocupación hay que asociar también una serie de vasos y vasijas con estas características y decoraciones, procedentes de excavaciones antiguas, para las que no existía referencia estratigráfica (Jimeno y Chaín, 2008). Sobre el origen de la ciudad Los trabajos realizados en la muralla norte de la ciudad han permitido documentar la muralla antigua, cuya parte superior aparecía quemada y caída, realizada a base de postes de madera y adobes, obteniendo una cronología, a través del C–14, de finales del siglo III, principios del siglo II a.C., que puede corresponder al momento de fundación de la ciudad celtibérica. El corte realizado en la muralla norte y las casas del siglo I a.C. El nivel del Bronce Final, citado anteriormente, se ha localizado también al otro lado de la carretera, sobre el 120 Figura 11. Reconstrucción de las casas del siglo I a.C., con la casa A adosada a la muralla, ya amortizada, y la zanja de una posible empalizada de un pobladito del Bronce Final. manto natural, por debajo de las casas excavadas, habiendo podido documentar en esta zona la pequeña zanja de la ocupación del Bronce Final, comentada anteriormente (Fig. 11). Estos trabajos, además, nos han permitido conocer la muralla antigua amortizada como bancal, apoyándose una casa en el aterrazamiento superior y disponiendo otra vivienda encajada, delante de la muralla, en el inferior. Una de estas casas proporcionó la asociación en un mismo momento del siglo I a.C., de cerámica, monocroma, policroma y gris con círculos estampillados, confirmando la cronología avanzada propuesta por Wattenberg (1963: 33–35). 121 Superposición urbanística en el Barrio Sur La limpieza realizamos, en su momento, en la Manzana I, situada en el Barrio Sur, permitió documentar la existencia de dos urbanísticas superpuestas, con diferente orientación, que vendrían a apoyar la lectura cartográfica. Esta zona fue progresivamente acondicionada por medio de sucesivos aterrazamientos, de acuerdo con la topografía del terreno, para asentar los espacios habitacionales. Estos acondicionamientos salvaron los desniveles de sur (zona más baja) a norte y de este (zona más baja) a oeste. La urbanística más antigua se circunscribe a la zona alta, más interior y es de casas de planta rectangular, de unos 12 Figura 12. Superposición de urbanísticas en el Barrio Sur. metros de largo por unos 6 metros de ancho, con muros de unos 40 cm de grosor. La disposición de las casas, con orientación norte–sur, se acomoda, por uno de sus lados estrechos, al trazado semicircular de la calle A y, por el lado estrecho sur, a la línea de la muralla, del siglo I a.C., paralela a la calle A, separada de las casas por una calle de ronda empedrada, visible solamente en el extremo oeste. A esta urbanística se superpone otra más regular, de época romana, de casas más grandes y complejas, con orientación noroeste–sureste. Los muros de estas casas están mejor construidos y tienen mayor anchura. Son grandes casas, dispuestas en las zonas aterrazadas superiores, con habitaciones bien escuadradas, alternando estancias más grandes con otras más pequeñas (Fig. 12). 122 La información cronológica de algunos materiales Por otro lado, el mayor número de monedas, localizadas en Numancia, se centra entre el 133 y el 75a.C., consecuencia del auge de las acuñaciones ibéricas, que conlleva un mayor número de monedas y diversidad de cecas; pero también estos datos reflejan el pulso y auge de la ciudad y por tanto la presencia de una ocupación importante en el siglo I a.C., lo que indica una continuidad de la ocupación de Numancia con posterioridad a la destrucción, negando el supuesto de que Numancia no se volvió a ocupar hasta época augustea. Esta ocupación se prolonga a lo largo del siglo I a.C., acusándose un aumento de monedas a partir del 27a.C., procedentes de cecas del entorno más próximo del valle del Ebro (Turiaso, Calagurris y Bilbilis). La ubicación de algunos materiales de las excavaciones antiguas, hallados en las manzanas XIV y I, nos aportan datos a tener en cuenta. En la primera los datos son poco claros y proceden de las excavaciones realizadas previamente a la construcción del monumento, realizado a expensas de D. Ramón Benito Aceña e inaugurado por el rey Alfonso XIII. Se recogieron 13 monedas: ases, denarios republicanos, ases y denarios ibéricos, medianos bronces autónomos e imperiales, que se pueden fechar desde la primera mitad del siglo II a.C. a Adriano. Más claros son los datos aportados por la Manzana I, así en la habitación 35, a 3,50 m de profundidad, se cita una moneda de Ilerda, asociada a una fíbula de pie vuelto; en la número 57, a 3,10 m de profundidad, se halló una moneda de Celsa y un as de Arekoratas, del primer tercio del siglo I a.C., una copa de cerámica de pie corto (Wat. 725) y disco de plomo; en la habitación 73, a 3 m de profundidad, se recogió una fíbula de pie vuelto tangente al arco, otra terminada en cabeza de animal, brazalete de bronce con espirales de extensión, as de la república, as republicano, , fíbula de pie vuelto , husillo de barro moreno con incisiones; y a 3,75 m, 8 denarios de Bolscan (del 80 al 72 a.C.) y uno de Turiaso de fines del siglo II o inicios del I a.C. (Jimeno y Martín, 1995: 179–190). Estas asociaciones y referencias estratigráficas apoyan la existencia de la ocupación de Numancia a lo largo del siglo I a.C. y sitúan en este momento la ciudad celtibérica inferior hallada por debajo de la ciudad romana, sin que podamos determinar con claridad los restos de la Numancia destruida en el 133 a.C., como ya apuntó Wattenberg (1963). 123 La superposición de ciudades Las dificultades para solucionar de una manera nítida el problema estratigráfico de Numancia lo hemos ido viendo a lo largo de estos años de trabajo en Numancia, pero se ha hecho más evidente en los últimos, ya que la amplitud de la excavación de la Manzana XXIII, nos ha permitido tener una mayor información que la que posibilita un pequeño corte. No obstante, teniendo como referencia esta documentación, podemos entender todavía mejor las dificultades que encontró Wattenberg (1972: 66) para diferenciar los distintos horizontes de los estratos indígenas, lo que le lleva a explicar por qué nunca se precisó ni se llegó a establecer su diferenciación, presentándolos como un conjunto de estratos incendiados revueltos y relacionables con la Numancia destruida por Escipión. La excavación que estamos realizando en la Manzana XXIII nos ha proporcionado una referencia estratigráfica muy próxima a la que Wattenberg obtuvo en sus cortes, pudiendo asumir sus manifestaciones (Fig. 13). Atendiendo a este problema, ya hace unos años, planteamos la posibilidad de obtener más información no tanto a través de la visión vertical, como de la perspectiva horizontal que proporciona el estudio del plano urbanístico de la ciudad, completado con otras observaciones en los diferentes trabajos realizados. El análisis de la planta visible de la ciudad, a través de los planos y fotografías aéreas disponibles, tanto antiguos como modernos, nos ha permitido diferenciar distintas alineaciones que se apartan del trazado uniforme de la urbanística más reciente y que creemos que son huella de trazados urbanos anteriores. Se ha podido detectar la huella de los perímetros de tres ciudades o ampliaciones, que podrían corresponder a una más antigua, a la que puso fin Escipión, en el 133 a.C.; otra del siglo I a.C., con la que se relacionan las singulares cerámicas monocromas y policromas de Numancia; y una tercera de época imperial romana, que llegaría hasta el siglo IV (Fig. 14). En este sentido cabe destacar los trabajos de Koennen, ya citados anteriormente, que pudo diferenciar, en la Manzana IV, la superposición de tres trazados urbanísticos diferentes, que fueron interpretados por Schulten (1945: 255, fig. 13) de siguiente modo: uno inferior de casas rectangulares, en dirección este–oeste, con la puerta situada hacia el este, que denomina celtibéricas; otra urbanística bien diferenciada, también de casas rectangulares, pero de mayor anchura y que aparecen cruzadas sobre las anteriores, que denominó ibero–ro124 Figura 13. Estratigrafía de Schulten (Koenen), interpretada por Wattenberg. Figura 14. Lectura del planta de la ciudad con la ampliación de las diferentes ciudades. 125 manas y, finalmente, la urbanística más moderna, también de casas rectangulares, con ciertas variaciones, y de estructura más amplia y compleja, consideradas romanas (Fig. 15). A modo de reflexión final sobre los trabajos de la ciudad, parece evidente que los niveles antiguos del cerro de La Muela, los correspondientes al Calcolítico–Edad del Bronce y al Bronce Final, no van a extenderse por todo el cerro, sino como hemos podido documentar, en relación con el contexto más reciente, se trata de pequeños asentamientos de poca estabilidad y probablemente recurrentes en distintas partes del cerro. Figura 15. Estratigrafía de las excavaciones de A. Schulten en el Manzana IV, con superposición de tres niveles de casas (1905). Plano de la Comisión de Excavaciones Arqueológicas con la superposición de dos ciudades (1906-1923) y visión aérea de la zona excavada de la ciudad. 126 Los primeros restos de ocupación humana en La Muela son del Calcolítico e inicios de la Edad del Bronce. Se conocen más de un centenar de objetos de piedra, unos tallados –láminas retocadas o cuchillos– y otros pulimentados –hachas, azuelas y algunos cinceles–. Con estos útiles de piedra aparecen los primeros elementos metálicos, realizados en cobre, entre los que destacan las puntas de jabalina, tipo Palmela, y las hojas de puñales con una lengüeta para el ajuste de la empuñadura, que acompañan habitualmente a los ajuares de los enterramientos con cerámicas campaniformes. Materiales que serían del Calcolítico y Edad del Bronce, sin que tengamos documentación estratigráfica sobre los mismos (Fernández Moreno 1997: 35–68). Hasta casi un milenio después no se tienen noticias de nuevas ocupaciones, momento que hay que situar en el siglo IX a.C., ya que excavaciones recientes, realizadas en la muralla norte, han puesto al descubierto un nivel del Bronce Final, por debajo de la muralla celtibérica, que ha sido fechado, a través de análisis de C–14, en 830+–50 a.C., que hay que relacionarlo con grupos móviles que frecuentaron recurrentemente este cerro en estancias temporales en los momentos del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro. Como ya apuntamos Taracena (1941: 69) consideraba para esta ocupación “hallstáttica”, demasiado antigua la fecha de 850a.C. Con este momento de ocupación hay que asociar también una serie de vasos y vasijas con estas características y decoraciones, procedentes de excavaciones antiguas, para las que no existía referencia estratigráfica (Fernández Moreno, 1997: 73–82). En contra de lo apuntado en estudios anteriores, no existen restos significativos que permitan hablar de una ocupación continuada desde este momento hasta el inicio de la primera ciudad celtibérica. La continuidad de poblamiento venía argumentada por un conjunto de vasos de borde entrante, conocidos de antiguo, cuya pared exterior presenta un tratamiento diferenciado (el tercio superior del cuerpo pulido y el resto intencionadamente rugoso), decorados en su parte más prominente con series de triángulos estampillados con punta de espátula (imitando la cerámica excisa), digitaciones y ungulaciones e incrustación de botones de bronce, entre los que destaca el conocido “vaso biberón”; estos materiales se atribuían a un castro “posthallastáttico” que se suponía que habría llegado hasta el siglo III a.C, empalmando con el inicio de la ciudad celtibérica. Sin embargo, ahora se sabe que estas cerámicas alcanzan el siglo I a.C. y conviven con las cerámicas pintadas, realizadas a torno, halladas en la ciudad celtibérica. Para el origen de la ciudad celtibérica tenemos datos proporcionados por la excavación en la muralla de la zona norte, cuya parte superior quemada, estaba realizada a base de postes de madera y adobes, proporcionando el C–14 una fecha de finales del siglo III, principios del siglo II a.C.. Este marco cronológico se ve también confirmado por la excavación de la necrópolis celtibérica que indica una utilización desde un momento avanzado del siglo III e inicios del siglo II hasta el 133 a.C. y que ha proporcionado la posibilidad de tener un conocimiento sobre los habitantes de la Numancia destruida por Escipión, que hasta ahora no teníamos. Parece evidente la ocupación posterior al 133 a.C., como lo muestra la superposición de tres urbanísticas, proporcionada por los trabajos de Schulten en la Manzana IV; es decir dos alineaciones diferentes por debajo de la 127 urbanística romana. Esta información se ve ratificada, solo en parte, por la superposición documentada en el Barrio Sur (Manzana I), en donde por debajo de la alineación de época romana imperial, se observa alterada otra urbanística de casas rectangulares, similares a la considerada por Schulten como ibero–romana. También, de los tres perímetros visibles en la planta urbanística, uno correspondería a este momento. Por otro lado, esta ocupación estaría refrendada por la información aportada por lo materiales comentados más arriba, correspondientes a esta etapa (Figs. 14 y 15). Así mimo, las fechas más recientes, proporcionadas por la interpretación estratigráfica de Wattenberg para las cerámicas numantinas, han sido afirmadas por trabajos posteriores (Romero, 1976: 177–189); así como, por el hallazgo de cerámicas monocromas y policromas halladas en una casa del siglo I a.C., excavada en los recientes trabajos y que se ha comentado anteriormente. Pero el esquema de Wattenberg tiene también puntos débiles: todas las conclusiones se deducen de cortes practicados en una superficie reducida de la ciudad; ofrece una visión de la ocupación de Numancia continuista, sin interrupciones, desde la base indígena más antigua hasta la época imperial romana; finalmente resulta evidente el dirigismo que ejercen los acontecimientos bélicos, acaecidos en la Celtiberia, narrados en la Fuentes, y resulta problemático que todos ellos queden reflejados tan minuciosamente en una parte reducida de la Ciudad. La ciudad de época imperial romana ha sido la más clara a la hora de su identificación, pero no se ajusta al modelo conocido de las ciudades romanas conocidas en esta zona, ya que no se ha localizado el foro y la ciudad se organiza en torno a dos largas calles en dirección norte–sur y un número de calles en dirección este–oeste, encontradas escalonadamente para protegerse de las corrientes de aire. También se ha podido documentar por el hallazgo de algunos elementos constructivos y objetos de metal un pequeño asentamiento visigodo, ya que en la excavación de la manzana XIII (Mélida, 1918: 22) aparecieron restos arquitectónicos: un capitel de hojas esquemáticas, imitadas de las de acanto, y una basa con ligeras molduras y con parte de fuste de una pilastra; a estos restos solamente podemos añadir dos hebillas amigdaloides y una fíbula de bronce del siglo VI. Mélida se pregunta, si estos restos no corresponderían a una primitiva ermita edificada en la meseta, con anterioridad a la románica, dispuesta en la ladera que desciende a Garray. 128 Los trabajos previos, realizados en los campamentos y el cerco de Escipión, permiten albergar nuevas posibilidades interpretativas, que irán más allá del modelo planteado por Schulten (1945), lo que se une a la revisión de la situación de Ocilis y a la ruta planteada, por este autor, por el Jalón y Medinaceli para el acceso de las legiones romanas a la zona del Alto Duero (Jimeno y otros, 2000: 76; Jimeno, 2006: 276). Los campamentos y el cerco romano Según Apiano, tras la campaña contra los vacceos, en el 134 a.C., Escipión avanzó para invernar en la región de Numancia. No mucho después, habiendo instalado sus dos campamentos cerca de Numancia, puso el uno a las órdenes de su hermano Máximo, y el otro bajo su propio mando. Como los numantinos incitaran a los romanos a entablar batalla, prefirió encerrar a los numantinos y rendirlos por hambre. Para ello, levantó 7 castillos alrededor de la ciudad y ordenó rodearla con un foso y una valla. Cuando tuvo esta obra acabada, para una mejor protección, más allá de esta fosa y a poco intervalo construyó otra, guarneciéndola de estacas, y levantando un muro de ocho pies de ancho y diez de alto, sin contar las almenas. Se levantaban torres por todas partes, a unos treinta metros unas de otras. Y no siendo posible cercar la laguna próxima, construyó a través de ella una valla de la misma altura y anchura, para suplir la muralla. En lugar de puentes sobre el Duero construyó dos castillos, desde los que tendió vigas de madera, atadas con cuerdas sobre la parte ancha del río; clavadas en ellas había muchos hierros agudos y dardos. El texto de Apiano no deja claro si los dos campamentos iniciales formaban parte del cerco o no. No obstante, Schulten, que estudió los campamentos y el cerco, entre 1906 y 1912, habla de un número total de 9 instalaciones militares. Según el investigador alemán, el cerco de asedio estaría constituido por siete campamentos levantados en los cerros que rodean Numancia y dos castillos ribereños para el control de los ríos (Schulten, 1945:148–213). Sus exploraciones y la interpretación de los textos de Apiano, le llevaron a localizar los dos campamentos principales en los cerros del Castillejo y Peñaredonda, ya que, situados diametralmente opuestos, ofrecían la mejor posición para la defensa de toda la empalizada y el mayor control visual. En el primero, situado al norte, ocupado anteriormente por Marcelo y Pompeyo, se instalaría Escipión (identificó la planta del Pretorio y la casa del 129 Tribuno). En el segundo, dispuesto en el sureste, donde quedan ruinas bien definidas, se instalaría su hermano Fabio Máximo. Añadió a éstos otras 5 instalaciones militares más, que situó en Valdevorrón (al este) con restos informes del llamado puesto de artillería, y en los fuertes de Travesadas (al nordeste), Dehesilla y Alto Real (al oeste) y La Rasa (al sur); así como los castillos ribereños, que ubicó en La Vega, con escasos restos, donde se une el río Tera al Duero, y en El Molino de Garrejo, donde se une el Merdancho al Duero, con muros bien distribuidos y conservados. Además, cita restos también en Valdelilo y Peña Judía. Estos siete campamentos y castillos estarían unidos por un sólido muro, de 2,4 m. de ancho (Schulten entiende que Apiano se refiere a su parte alta, pero que en su zona baja medía 4 m.) y 3 m. de alto (más 1,5 m. del aparejo), de 9 km. de perímetro, con torres o fortines de madera, dispuestos a distancias irregulares, y constituidos por dos pisos, el de abajo para catapultas y el de arriba para las señales. Este muro iba precedido de un foso profundo y una empalizada, aprovechando los tres ríos y las zonas pantanosas para intensificar la defensa, e incluso el Duero fue controlado por medio de rastrillos; la comunicación entre campamentos se establecía por señales visuales para acudir con refuerzos a aquellos lugares que lo precisaran. Schulten documentó restos de la muralla del cerco entre el castillo ribereño del Molino y el campamento de la Dehesilla, entre Dehesilla y Alto Real, entre el Castillejo y Valdevorrón, y entre el Merdancho y Peña Redonda; el resto la dedujo de la posición del terreno y de la topografía. En las últimas décadas, diferentes investigadores han llevado a cabo revisiones del material numismático y de los restos arqueológicos hallados por Schulten, sobre todo de los materiales cerámicos (cerámica de importación y ánforas), así como de la interpretación que hace el texto de Apiano sobre campamentos y fuertes –no contemplada por Schulten–, elevando el número de instalaciones militares en torno a Numancia a dos campamentos, siete fuertes y dos castillos ribereños (frente a los siete campamentos y dos castillos ribereños de Schulten). Esto ha dado pie para plantear algunas interpretaciones alternativas, aunque se mantienen básicamente las líneas generales, tal como las trazó Schulten, con los campamentos principales en Castillejo y Peña Redonda, y se asume el mismo esquema de circunvalación y los emplazamientos propuestos por el investigador alemán, incorporando tres nuevos cerros o lugares, uno al sur, Cañal, otro al oeste, Peña Judía, y un tercero al este, Valdelilo (Morales 2000). 130 El problema que se plantea ahora en la investigación del cerco escipiónico es que la localización de los hallazgos, sobre todo de materiales cerámicos, son frecuentes en el entorno de Numancia, superando el número de campamentos y fuertes citados por Apiano; por ello la investigación deberá centrarse en determinar la entidad de esos hallazgos, ya que un contingente militar de miles de legionarios moviéndose en el entorno numantino pudieron dejar múltiples huellas de su actividad, sin necesidad de que todos esos restos tengan que corresponder a campamentos o fuertes (Jimeno y otros, 2000: 86–89; Jimeno, 2004: 241–245). Además, los trabajos de campo llevados a cabo, en los años 2003 y 2004, han permitido determinar que algunos tramos del cerco, que Schulten daba como seguros, corresponden a antiguos bancales de cultivo; así como, determinar alineaciones del cerco romano que cuestionan el modelo propuesto por Schulten, lo que será planteado en la memoria que se está preparando sobre este tema, a la que se incorporará las actuaciones que, a través de la empresa Areco, se están realizando actualmente en el campamento Alto Real (Fig. 16). Figura 16. Distintas interpretaciones del vallum o cerco romano y los cortes realizados para comprobar su existencia. 131 Arqueología y sociedad: presentación didáctica y sociedad Finalmente, hay que destacar que el Plan Director ha propiciado la presentación para el visitante de la historia y evolución de Numancia en 3D; así como, la ordenación, conservación, consolidación y restauración de los restos arqueológicos; ha diseño el itinerario de visita con los correspondientes carteles explicativos, haciendo más comprensible el yacimiento a través de la reconstrucción de dos tramos de muralla (uno en la puerta norte, con sus torres de defensa y otro en el lado oeste), una casa celtibérica y otra de época romana (Figs. 17 y 18); ha propiciado el apoyo social, fomentado la participación de los más pequeños, a través de la Escuela Arqueológica (en colaboración con la Cátedra Internacional Alfonso VIII, de la Diputación de Soria) dirigida a los niños, de 9 a 12 años, donde se les pone en contacto con la investigación arqueológica y los modos de vida celtibéricos (Fig. 19); así como la incorporación del Ayuntamiento de Garray con la instalación de un Aula Arqueológica en las antiguas escuelas sobre “El Cerco de Numancia” (Fig. 20); pero sobre todo, con la incorporación de la sociedad inmediata al programa de difusión del patrimonio numantino, a través de la Asociación Cultural Celtibérica Tierraquemada, que se ha convertido en una verdadero puente entre los trabajos de investigación y su difusión a la sociedad, a través de representaciones anuales de episodios de las Guerras Numanctinas, así como impulsando días de puertas abiertas en Numancia, de forma viva y la organización anualmente, durante diez días, el Proyecto Keltiberoi, que se está convirtiendo en un referente internacional de grupos de reconstrucción histórica del mundo celtibero–romano (Jimeno 2000; Jimeno y otros 2000) (Figs. 21 y 22). Estas actuaciones han contribuido a proporcionar otra visión diferente de los restos arqueológicos, a revalorizar la ruina haciéndola comprensible, de esta manera junto al valor simbólico de Numancia, la mejor comprensión del yacimiento aparece ahora valorada, al cumplir con el objetivo fundamental de la investigación arqueológica de proporcionar a la sociedad un mayor y mejor conocimiento del pasado. Así, Numancia, integrada en el conjunto de posibilidades de atracción y desarrollo de su zona se ha convertido en elemento de desarrollo, ganando en valoración y aprecio social, como lo demuestra el número de visitantes (Fig. 23). Se está trabajando ahora en la construcción de un futuro Centro de Interpretación que proporcione un espacio digno para acoger a unos 60.000 visitantes anuales y que disponga de talleres para los más de 400 alumnos 132 Figura 17. Casa de época celtibérica reconstruida en Numancia. Figura 18. Casa de época romana reconstruida en Numancia. de la Escuela Arqueológica; así como, la puesta en valor de los campamentos y el cerco romano para ampliar esta dimensión histórica del patrimonio numantino, impulsando no sólo la visión celtibérica desde Numancia, sino también la perspectiva de la Ciudad desde las instalaciones romanas (campamentos y cerco). Todo ello conllevará el establecimiento de una figura de gestión acorde con los tiempos actuales, que permita articular la competencia pública con la iniciativa privada, manteniendo de forma equilibrada y digna patrimonio y turismo, para generar los fondos necesarios que reviertan en su conservación, mejora constante y renovación de conocimientos, a través de la investigación. 133 Figura 19. Escuela Arqueológica de Numancia: actividades de forja y siega. Figura 20. Aula Arqueológica del “Cerco de Numancia”, en las antiguas escuelas de Garray. Figura 21. Jornadas de puertas abiertas en Numancia por la Asociación Cultural Celtibérica “Tierraquemada” de Garray. 134 Figura 22. Talleres didácticos de la Asociación Cultural Celtibérica “Tierraquemada” de Garray en “Tarraco Viva”. Figura 23. Numancia y desarrollo, reflejado en los establecimientos del pueblo de Garray. 135 Bibliografía BELTRÁN, A., 1972: “Crónica del Coloquio sobre las excavacio- JIMENO, A., 2006: “La Numancia que acogió a los segedenses”. nes de Numancia en el siglo XXI”. En NUMANCIA. Crónica F. Burillo (ed.): Segeda y su contexto histórico: Entre del Coloquio Conmemorativo del XXI Centenario de la Catón y Nobilior, Homenaje a Antonio Beltrán, Fundación Epopeya Numantina. Monografías Arqueológicas 10, Za- Segeda–Centro de Estudios Celtibéricos, Diputación Pro- ragoza. vincial de Zaragoza, Zaragoza. FERNÁNDEZ MORENO, J.J., 1997: “El poblamiento prehistórico JIMENO, A.; CHAÍN, A., 2009: El Coloquio Conmemorativo del XXI de Numancia”. Estudios y Catálogos 7, Junta de Castilla Centenario de la Epopeya Numantina y los cortes estra- y León, Salamanca. tigráficos, dirigidos por F. Wattenberg bajo al inspección GONZÁLEZ SIMANCAS, M., 1926: Las Fortificaciones de Numancia. Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, núm. 74:71. JIMENO, A., 1996: “Numancia: Relación necrópolis–poblado”. Archivo Español de Arqueología 69: 57–76. JIMENO, A.; MARTÍN, A., 1995: “Estratigrafía y numismática: Numancia y los campamentos”. En M.P. García y Bellido y del Profesor Beltrán Martínez. Homenaje al Profesor D. Antonio Beltrán Martínez, Kalathos 24–25 (en prensa). MÉLIDA, J. R., 1918: Excavaciones en Numancia. Memoria de la Junta Superior de Excavaciones Arqueológcas, 19. MÉLIDA, J.R.; TARACENA, B., 1923: Excavaciones en Numancia. Memoria de la Junta Superior de Excavaciones Arqueológicas, 49. R.M. Sobral (eds.): La moneda Hispánica, Ciudad y Terri- MÉLIDA, J.R.; ANIBAL, M.; GÓMEZ, S.; TARACENA, B., 1924: Exca- torio. Anejos de Archivo Español de Arqueología XIV, vaciones en Numancia. Memoria de la Junta Superior de C.S.I.C., Madrid: 179–190. Excavaciones Arqueológicas, 61. JIMENO, A.; TORRE, J.I. de la; BERZOSA, R.; MARTÍNEZ, J.P., 2000: MORALES, F., 2000: “Una reinterpretación de la circunvalación Numancia, Garray (Soria). Guía Arqueológica. Junta de escipiónica de Numancia”. Revista d´Arqueologia de Po- Castilla y León y Asociación de Amigos del Museo Nu- nent, 10: 227–241. mantino, Soria. JIMENO, A.; TORRE, J. I.; BERZOSA, R.; MARTÍNEZ, J. P., 2004: La necrópolis celtibérica de Numancia. Memorias, Arqueología en Castilla y León, 12. Junta de Castilla y León, Salamanca. 136 ROMERO, F., 1976: Las cerámicas polícromas de Numancia. Centro de Estudios Sorianos, Valladolid. SCHULTEN, A., 1945: Historia de Numancia. Ed. Barna, Barcelona. Taracena sondeos búsqueda necrópolis. TARACENA, B., 1941: Carta Arqueológica de España. Soria. Madrid. WATTENBERG, F., 1963: Las cerámicas indígenas de Numancia. Bibliotheca Praehistorica Hispana, IV, Instituto Es- WATTENBERG, F., 1963: “Informe sobre los trabajos realizados en las excavaciones de Numancia (Del 24 de Septiembre al 2 de Noviembre de 1963)”. Noticiario Arqueológico Hispano, VII, 1–3: 132–142. pañol de Prehistoria del C.S.I.C., y Diputación de Valladolid, Madrid. 137 La mesa de Miranda Chamartín de la Sierra (Ávila) 1930–2007 Francisco Javier González–Tablas Sastre Departamento de Prehistoria, Hª Antigua y Arqueología Facultad de Geografía e Historia Universidad de Salamanca c/ Cervantes s/n, 37002–Salamanca gtablas@usal.es 140 Introducción El castro de La Mesa de Miranda fue descubierto por D. Antonio Molinero Pérez en 1930. Un año más tarde y después de varias visitas y vicisitudes comunica su descubrimiento a D. Juan Cabré Aguiló, iniciándose de este modo una fructífera relación y colaboración, cuyo resultado más notable lo constituye, sin duda, la publicación en 1950 de la memoria de excavaciones en el castro y su necrópolis. Es necesario señalar que será precisamente Molinero quien finalmente redacte el texto relativo a la intervención en el castro, mientras que Cabré, ya por entonces tristemente fallecido, y su hija Encarnación serán los responsables de la redacción de los capítulos dedicados a la excavación de la necrópolis de La Osera y al estudio de su zona VI. Los trabajos de campo se llevaron a cabo a lo largo de cinco campañas, tres con anterioridad a la guerra: 1932, 1933 y 1934, y otras dos pasada ya la contienda: 1943 y 1945. El esfuerzo fundamental en todas ellas irá dirigido a la excavación de la vastísima necrópolis, así en 1932 se excavarían las zonas I y II y parte de la III, sin que en ningún momento se señale intervención alguna en el castro; en 1933 se culminarían los trabajos en la zona III y se excavarían la IV y buena parte de la V, siendo en esta campaña cuando se inician tímidamente los primeros cortes en el entorno de la muralla; en 1934 se centró toda la intervención en culminar la zona V iniciándose la excavación de la VI. Será en las campañas de 1943 y 1945 cuando se intervenga más activamente en el castro, al tiempo que se culmina la excavación de la zona VI. Es cierto que los trabajos en La Mesa de Miranda habían estado precedidos por las excavaciones efectuadas por Cabré en el castro de Las Cogotas, lo que implicaba un conocimiento previo, conocimiento corroborado por los resultados obtenidos en Chamartín, pero al mismo tiempo supuso una limitación importante para el propio conocimiento. La cultura de Las Cogotas había quedado definida y estructurada con la publicación de la memoria de excavaciones en el castro epónimo, orientando los planteamientos de investigación en La Mesa a la búsqueda y excavación de la necrópolis, sabedor Cabré que en ella se habían de encontrar los materiales más ricos y espectaculares y en un mejor estado de conservación que aquellas otras piezas que se pudieran obtener en las construcciones habitacionales del castro. 141 El enfoque resultó claramente acertado al localizarse y excavarse más de 2.500 tumbas distribuidas en seis zonas diferentes, pero ciertamente supuso una minusvaloración del estudio del hábitat doméstico y del conocimiento de las áreas de habitación. Los trabajos, empero, no se centraron exclusivamente en la necrópolis sino que también se abordó, con una cierta intensidad, el estudio del sistema de fortificación; las puertas de las murallas, las torres y bastiones así como el foso y los campos de piedras hincadas, fueron objeto de atención por parte del equipo de Cabré, llegándose incluso a restituir buena parte de la estructura denominada cuerpo de guardia y parte del lienzo del tercer recinto. La intervención en tres de las viviendas, todas ellas en el primer recinto, de las que tan sólo una y media serían excavadas en su interior, constituye la única aproximación al conocimiento del hábitat doméstico del castro. Pese a todo la información que ofrecieron fue relevante, aunque no totalmente comprendida ni valorada en tiempos posteriores. Es lógico pensar que este planteamiento de investigación permitiera a Cabré dibujar una imagen concreta de los habitantes de aquellos castros, los vettones, imagen ciertamente modificada hoy en día, debidas a las matizaciones o correcciones aportadas por la investigación a lo largo del siglo pasado. Para realizar ese dibujo Cabré se basó en cuatro pilares fundamentales: la necrópolis, las fortificaciones, las fuentes literarias clásicas y los verracos. En el primero de estos pilares se observaba que, dentro de la estructura del cementerio, sobresalían un determinado número de sepulturas con lo que denominó ajuares de guerrero. Espadas y puñales ricamente decorados con nielados, lanzas, chuzos, bocados de caballo o umbos de escudo, permitían definir la existencia de una élite guerrera dominante, poco numerosa y presidida por un jefe, frente al simplismo de la mayoría de las sepulturas de la necrópolis. El segundo de los pilares refrendaba absolutamente la imagen del primero; la construcción de las poderosas murallas con sus complementos defensivos de piedras hincadas y fosos, no hacían más que reafirmar la existencia de esa élite entre aquellas gentes, aún sosteniendo que debía existir una estabilidad general hasta los últimos momentos, estabilidad que quedaría rota por la intervención de ejércitos extranjeros documentada en los textos de los autores griegos y romanos. Por último el hallazgo de esculturas de verracos en las proximidades de las puertas permitió determinar la actividad económica fundamental de sus habitantes, la ganadería. 142 En este punto es conveniente citar textualmente a Cabré, pues serán sus palabras mucho más clarificadoras que nuestro intento de explicarlas y así dice: «...debemos preguntar: ¿quienes eran los moradores de Las Cogotas, constructores de sus murallas y sistema especial de defensas al exterior, a los que corresponden la necrópoli de Trasguija? Probablemente los “vettones”, de quienes nos hablan los autores clásicos... ... Estos supuestos “vettones” son ya indudablemente de relativa baja época dentro de la Edad del Hierro; quizá no alcancen el siglo V antes de J.C.; vivían en tiempos de relativa paz, si no lo eran ya por completo, menos en su fase final, que sucumbieron trágicamente, tras el asedio, destrucción y quema de su poblado, ...» (Cabré, 1932: 145–146). “...la gente de Las Cogotas debió ser esencialmente ganadera y que sólo usaban espadas y puñales los jefes, y lanzas, o más bien chuzos, pequeños cuchillos y en escaso número, algunos individuos, y los restantes, palos y ondas”. (Cabré, 1932: 147). Como se puede observar en estos breves párrafos Cabré identifica primero a los vettones como el pueblo que pudo ser el autor de la construcción de estos castros y sus necrópolis. Afirma que la paz debió ser la norma en el comportamiento de sus gentes, salvo en sus momentos finales en que una potencia hegemónica, Cartago, romperá esa tranquilidad y supondrá la destrucción definitiva del castro. Para concluir definiendo los dos niveles sociales: la jefatura “guerrera” y la gran masa de población dedicada a la explotación del ganado. Pero abundando en esa imagen Cabré señala a la hora de interpretar la presencia de espadas y puñales que: “... las mismas espadas y puñales sean por regla general excepcionales en su género y ricas en lo que cabe y que varias de las mismas armas, en particular la de tipo Monte Bernorio–Miraveche y sus derivadas, teniendo en cuenta sus reducidas dimensiones, poco aptas para la ofensiva y defensa de quien las poseyera, revelen un carácter representativo o símbolo jerárquico de la persona que las llevase...”(Cabré, 1932: 147). 143 Es decir, que las armas serían el símbolo de esa jefatura y no un instrumento utilizado o utilizable en la práctica guerrera. Un símbolo que distinguiría de forma eficiente al dirigente, del mismo modo que podría haberlo hecho una placa de cinturón. Los estudios más recientes nos ofrecen una visión en la que se acentúa el carácter militar, se presenta a los vettones como una sociedad fuertemente jerarquizada en la que la élite militar juega un papel preponderante, Así, Álvarez–Sanchís nos plantea un modelo de sociedad vettona del siguiente tenor Es cierto que la sociedad vettona era muy similar a otras sociedades europeas, donde el sistema de prestigio descansaba en la perpetuación de los conflictos, dando lugar a una inestabilidad permanente. (Álvarez–Sanchís, 2003: 111). ... El robo de ganado y los ataques por sorpresa contra comunidades vecinas era otra práctica habitual. La movilidad y la necesidad de acceder y controlar grandes extensiones de pastos y agua las hacía muy agresivas. Estas bandas se mostrarían especialmente activas en el transcurso de la conquista romana. (Álvarez–Sanchís, 2003: 111–112). Como se deduce del texto, la imagen de los vettones ha sufrido una notable transformación con relación a la que ofreciera en su día Cabré. El carácter guerrero se ha acentuado adquiriendo una dimensión fundamental en la definición de la sociedad vettona. Esto no supone en modo alguno que no se les siga considerando un pueblo básicamente ganadero, pero incorporando el concepto de control de los recursos por parte de la élite militar dirigente, como muy gráficamente se refleja en el propio título de la obra de Álvarez–Sanchís, Los señores del ganado. Esta nueva forma de interpretar a la sociedad vettona se sustenta básicamente en los propios trabajos de Cabré, pues desde el punto de vista puramente arqueológico son muy escasas las intervenciones posteriores en estos castros y, salvo en el caso específico de El Raso, muy limitadas. A lo largo de cuatro años, desde 2004 a 2007, hemos llevado a cabo la excavación de la casa C, denominación que le dio en su día Cabré, con el patrocinio de la Diputación de Ávila. Como ya hemos expuesto, esta estructura se comenzó a excavar, probablemente en la campaña de 1943 o 1945, reduciéndose los trabajos a la de144 limitación exterior de parte del muro perimetral de la vivienda por su cara externa, en concreto todo el frente del muro norte de 14,50 metros, donde se identificó la puerta de acceso, 10 metros de la pared del Saliente y 7,40 metros de la pared de Poniente. Ya en la memoria se manifiesta por Molinero la posibilidad de que se tratara de un edificio singular, bien como vivienda, bien como un edificio de carácter público dadas las dimensiones que se intuían a través de los muros exhumados y por su propia localización espacial, ya que se ubica en la zona más elevada del castro, en una posición claramente dominante con respecto al resto. Los resultados obtenidos a lo largo de estos cuatro años son de gran interés para el conocimiento, tanto del castro de La Mesa de Miranda como para el de la evolución de la cultura vettona en general. Muchos aspectos se encuentran todavía en fase de estudio y por consiguiente las conclusiones no pueden dejar de ser provisionales y, en cualquier caso, siempre sujetas a la subjetividad del que interpreta los datos. Podemos dividir los resultados preliminares en tres grandes bloques: la arquitectura, tanto desde el punto de vista constructivo como de los materiales empleados y su captación; la cultura material, fundamentalmente la referida a la casa C y algunas anotaciones a lo subyacente; y la secuencia histórica, que nos permite dibujar los procesos que pudieron afectar al conjunto del castro. Apuntes sobre la arquitectura La arquitectura es probablemente el aspecto que nos ofrece las novedades más interesantes; es también la labor que se encuentra en una fase más avanzada de estudio al haber sido objeto de la Memoria de Grado de Juan Pablo López (López, 2007) y que esperamos sea publicada en breve. Básicamente, nos encontramos ante un edificio de grandes dimensiones, cerca de 290 m2, dividido en 10 compartimentos o habitaciones distribuidas en torno a una dependencia central. El eje mayor, de 19,39 metros, sigue una dirección próxima a la Norte–Sur, mientras el eje menor, de 14, 47 metros, sigue la dirección Este–Oeste (Fig. 1). Independientemente de sus dimensiones, sorprenden varios aspectos de la construcción: la regularidad en el diseño y distribución de las distintas dependencias, por un lado; la técnica y materiales empleados en la construcción y el tratamiento diferenciado en la preparación de suelos entre unas habitaciones y otras. 145 Figura 1. Mapa realizado por J. Cabré del poblado y la necrópolis de Tútugi (Cabré y Motos, 1920). La casa cuenta con un muro perimetral de planta rectangular y una anchura variable que oscila entre ochenta centímetros y un metro. La base está formada por un zócalo de piedras de tamaño medio (Lám. I-1) colocadas en una sola hilada, generalmente en pares y en ocasiones calzadas, rellenándose las juntas con barro y cascajo de piedra. Suele presentar la cara exterior alineada y plana así como la superficie superior sobre la que se eleva un muro de tapial de anchura igual o superior a la del zócalo. La altura conservada en el muro sur es superior a un metro, mientras que en el muro norte tan sólo se conserva el zócalo de piedra. Es muy probable que este tapial fuera protegido al exterior mediante un manteo de barro, técnica perfectamente documentada en el interior. En el exterior, en su frente norte presenta una plataforma a modo de terraza con un enlosado constituido por grandes lajas de pizarra (Lám. I-2). 146 La compartimentación interior se efectúa con una técnica radicalmente diferente y empleando materiales distintos a los utilizados en el levantamiento del muro perimetral. La mayoría de los muros interiores emplean masivamente el ladrillo, colocado a soga y cogido con barro. Estos ladrillos realizados a caja, macizos y cocidos, tienen un patrón bastante regular de 28 x 40 x 8 cm, aunque se dan ligeras variaciones, tanto en tamaño como en cochura. El resultado son muros de unos 30 cm de anchura, a la que se suma el manteado de ambas caras del muro, sorprendiendo la posible utilización de la cal para el enlucido final. La producción de ladrillo, aunque estandarizada e industrializada, no está plenamente dominada por los ceramistas vettones. Probablemente el uso de hornos de una sola cámara hace que la cocción se realice en apilamiento, es decir que se introducen los ladrillos unos encima de otros, de tal modo que unos quedan más cocidos que otros, del mismo modo que las contracciones de la propia cocción afectará de forma diferente a los ladrillos según el caso. Tal vez, la razón de esta diferencia o desconocimiento resida en que se utilizara el horno tanto para la fabricación de cerámica como de ladrillos, aplicándose los mismos parámetros de temperatura para ambos casos. Ciertamente, puede sorprender la presencia del ladrillo en la construcción; más aún si consideramos la creencia generalizada de que esta técnica constructiva fue introducida en la Península por los romanos. Sin embargo, ya el propio Cabré o Molinero hacen referencia clara a su presencia en la construcción de la casa A, aneja a la puerta occidental del primer recinto, diferenciándolos de los adobes también presentes en la edificación. Lamentablemente ninguno de los investigadores posteriores hemos dado importancia a esta referencia y, en consecuencia, hemos centrado la técnica constructiva de los vettones en los zócalos de piedra, el tapial y el adobe (Lám. II-1). Los muros interiores compartimentan el espacio interior en 10 dependencias siguiendo un patrón de simetría casi total. La entrada a la vivienda se realiza por el muro norte, estando desviada hacia el oriente con relación al eje de la vivienda y con una achura de vano de 1,35 metros, dando acceso a una dependencia (d10) de 5,47 x 5 metros que actúa a modo de zaguán o repartidor. En el ángulo suroccidental de la misma aparece una estructura que aprovechando el ángulo formado por los muros occidental y sur, forma un cuarto de círculo y que hemos interpretado como fresquera. En el muro occidental se abren dos puertas que dan acceso a otras tantas dependencias (d1 y d2), de 9 m2 cada una y separadas por un muro de adobes y tapial, presentando en el 147 umbral de ambas un enlosado de pizarra. En el muro oriental, otra puerta da acceso a la dependencia 9 (d9), de 20 m2, cuyo umbral estaba constituido por una viga pasera sobre la que se apoyaba el manteado de barro del suelo (Lám. II-2). En el muro sur se sitúa la puerta por la que se accede a la dependencia 6 (d6) que da paso al resto de las habitaciones de la casa. D1, d2 y d9 las interpretamos como zonas de servicio o áreas de trabajo internas. Lámina I. Zócalo de piedra del muro perimetral de la casa. Plataforma enlosada de pizarra delante del muro norte. 148 D6 es probablemente la estancia fundamental de la casa. Sus dimensiones son de 7,39 x 5 metros, es decir unos 38 m2 de superficie. La presencia de una encina impidió su completa excavación. Esta habitación sirve a la vez como lugar de reunión y como distribuidor hacia el resto de las estancias de la casa, tal y como parece deducirse de la presencia de una plataforma elevada unos 15 cm sobre el suelo, a modo de mesa baja, con unas dimensiones de 1,7 x 1,7 m en su borde exterior y 1 x 1 m la superficie plana interior, que se sitúa en un plano ligeramente inferior al del reborde de la estructura (Lám. III-1). Esta mesa ocupa una posición central en la habitación y sobre ella apareció, prácticamente entero, un gran vaso de asas de anillas, lo que nos ha llevado a pensar en su función de mesa y no de hogar, como se propone en otros casos (Lám. III-2). En su muro occidental se abren dos puertas, de 91 cm de anchura la primera y 56 cm la segunda, con un murete de cierre de unos 40 cm de altura en esta última, que dan acceso a las dependencias 3 (d3) y 4 (d4), con unas superficies de 20 y 21 m2 respectivamente. La primera parece ser la habitación de los señores de la casa, pues en ella aparecieron los materiales más nobles tanto de vajilla como de metal; la segunda cumpliría la función de cocina con un horno de cúpula, muy destruido, y todo un compendio de vajilla de cocina y de almacén (Lám. IV). En el muro sur de d6 se encuentra el acceso a la habitación 5 (d5) de 72 cm de anchura, en la que no apareció ningún resto mueble reseñable, lo que nos induce a pensar que pudo ser empleada como dormitorio. La pared oriental de d6 cuenta con dos puertas que comunican con las estancias 7 (d7), de 92 cm y un larguero de madera en el umbral encastrado en el suelo, y 8 (d8), de 88 cm de an- Lámina II. Muro de ladrillo a soga entre d2 y d3. Puerta de acceso a d9 con el tronco pasero. 149 chura. D7 parece ser una dependencia dedicada a algún tipo de culto de carácter familiar, no público, mientras que d 8 sería un almacén como parece deducirse de la presencia de cuatro tinajas de almacenamiento junto a su pared sur. La cubierta del edificio sería a dos aguas, con un entramado de pares e hilera y un cierre de ripia; sobre él un manteado de barro y finalmente la escoba o retama. La presencia de abundantes pellas de barro con marcas de tablas parece certificar la solución propuesta para la cubierta (Lám. V). Lámina III. Mesa central de d6. Vaso de anillas aparecido sobre la mesa. 150 Los suelos y su tratamiento son otro de los elementos notables de esta casa. Cada habitación parece haber sido tratada de forma diferente en relación al destino o función que se le otorgara. Así, tres dependencias presentan suelos de manteado de barro montado sobre troncos, de unos 12 cm de diámetro, adosados unos a otros (Lám. VI-1), habiéndose podido determinar hasta 7 capas de manteado diferentes (Lám. VI-2). Son las habitaciones d3, d5 y d8, aquellas que identificamos como lugares de reposo o de almacenaje de productos que requieren una mayor protección frente a la humedad del subsuelo. Es probable que las habitaciones d1 y d2 contaran también con este tipo de suelo, aunque lamentablemente no se ha conservado, pues la presencia de gran cantidad de pellas de barro con negativos de poste así parece indicarlo. Negativos similares fueron localizados por Cabré en la excavación de las viviendas escalonadas de Las Cogotas, e interpretados como los restos de muros fabricados con troncos y manteado de barro al exterior. Es probable que al igual que sucede en d1 y d2, los suelos de las casas escalonadas estuvieran desmantelados y de ahí la dificultad para su identificación por Cabré. El resto de las dependencias de la casa presenta unos suelos con un preparado previo a base de cascote, tierra y piedra menuda, sobre el que se monta el manteado. Las propias características de la preparación de suelo hacen que, en el proceso de destrucción de la casa, éstos hayan sufrido un mayor deterioro que aquellos otros montados sobre troncos, en los que la flexibilidad del sustrato permite su mejor conservación frente a los posibles golpes del derrumbe. Lámina IV. Horno de d4.. Un aspecto interesante es el de las fuentes de aprovisionamiento del material para la construcción de este edificio. Los materiales, como ya se ha señalado, son diversos: granito para el zócalo, pizarra para los enlosados, y barro para los adobes, el tapial o la fabricación de ladrillos, madera para la cubierta, muebles o puertas. La necesidad de determinar estas fuentes de aprovisionamiento nos llevó a realizar un estudio cartográfico y 151 Lámina V. Pella de barro con negativo de tabla. Pella de barro con negativos del entramado de la techumbre. Lámina VI. Negativos de los troncos de base del suelo de d3. Suelo de d3. 152 fotogramétrico del entorno del castro, lo que nos permitió localizar distintas áreas de captación. Es evidente que el granito para el zócalo se pudo obtener en las proximidades de la propia obra, por lo que centramos nuestros esfuerzos en tratar de localizar el lugar de captación de barro, y para ayudarnos contábamos con un dato obtenido en la misma excavación de la casa, la presencia de lascas y piezas paleolíticas incrustadas como desgrasante en los ladrillos. La observación de una anomalía en la ribera del arroyo Matapeces nos llevó a realizar una visita a la zona, allí nos encontramos con un corte en la terraza del arroyo que presenta un frente de cantera en V y una diferencia de cota superior a los dos metros, completándose la evidencia por la presencia de lascas y núcleos de clara filiación paleolítica en superficie. El problema que se nos planteaba era el del acarreo del material hasta la obra, pues había que salvar más de 80 metros de fuerte desnivel entre el arroyo y la casa. El recorrido por la ladera del cerro permitió localizar un camino antiguo de un kilómetro de longitud y una pendiente máxima del 10%, que permite salvar el desnivel y conectar el castro con las áreas de explotación de la planicie, y al mismo tiempo nos permite identificar la ruta seguida en el transporte de las lajas de pizarra, cuyos afloramientos más próximos se encuentran en el cercano pueblo de Solana del Río Almar. Este camino presenta algunos tramos perfectamente delimitados por amontonamientos de piedra en sus laterales, así como obras de aterrazamiento en aquellos puntos en que la orografía del terreno así lo exigía. El abastecimiento de la madera necesaria en la construcción no ofrece grandes complicaciones, pues la existencia de varios cursos fluviales garantizan la presencia de especies de ribera como el chopo, el álamo blanco o similares, perfectamente aptos para esa función. El mobiliario y marcos de puertas y ventanucos, si los hubiera, se podrían obtener de cualquiera de las especies arbóreas de la zona. La casa se aproxima a la muralla del flanco sur del primer recinto, separándola de la misma una especie de paseo de ronda de unos tres metros de anchura. Si inicialmente lo interpretamos como paseo de ronda fue por influencia de Cabré, cuando al describir el sector de las casas escalonadas de Las Cogotas hace referencia a la existencia de este tipo de estructura entre la muralla y las viviendas. Ciertamente nuestra valoración hoy es algo diferente como expondremos más adelante (Lám. VII). La vivienda que hemos descrito sucintamente pertenece al último momento de ocupación del castro, lo que nos impulsó a sondear en aquellos lugares donde fuera posible y no se alterara la estructura, con el objetivo de deter153 minar la secuencia de ocupación de esta zona del castro. Los primeros sondeos se efectuaron en la totalidad de la superficie de las dependencias d1 y d2 y en una parte de d3, donde el suelo se encontraba alterado, llegándose hasta el suelo geológico en todos los casos. En d1 y d2 la secuencia comprende dos momentos de ocupación anteriores a la construcción de la casa C, mientras que en d3 tan sólo se encuentra uno de ellos. Inmediatamente por debajo del derrumbe de la casa C, aparece un potente nivel de incendio asociado a muretes de adobe recocidos (d3) y posiblemente otros muros de ladrillo, absolutamente destruidos, de dimensiones similares a los ya vistos pero de mayor grosor, en torno a los 10 cm y ligeramente más cortos. A esta estructura la denominaremos C2. Lámina VII. En primer término el muro perimetral de la casa y a continuación las dos líneas de murallas. Paramento de la primera muralla al que se adosa la casa C. 154 En la base de esta secuencia encontramos un gran muro transversal, de unos 80 cm de anchura, construido con piedra menuda, barro y ladrillos y en el que aparece reaprovechada la pieza durmiente de un molino de mano. Este hecho nos indicaba que, pese a encontrarse este nivel directamente sobre el suelo geológico, no podía corresponderse con el momento de fundación del castro. Este muro debe pertenecer a una estructura vinculada a un horno de producción de cerámica que aparece en el límite entre ambas habitaciones y justo por debajo del muro perimetral de la casa C, lo que impidió su excavación. Este horno, fabricado con ladrillos de formato muy variable, en forma de cúpula de una sola cámara, presenta como embocadura otra pieza de molino completa, en este caso la pieza móvil. Lo más sorprendente, desde el punto de vista arquitectónico, es la constatación de la utilización del ladrillo como material constructivo desde estos momentos antiguos de la vida del castro. Es cierto que su utilización es anárquica, a diferencia de lo que sucede en la casa C, pero su presencia como material constructivo es incuestionable. Para una mejor comprensión posterior denominaremos a este nivel C3. El siguiente sondeo se efectuó en las proximidades de la puerta de acceso a d6, con nulos resultados en lo que a elementos constructivos se refiere, pudiéndose constatar que en este punto la roca de sustrato se eleva en dirección sur, limitando como es lógico la utilización de este espacio como área de construcción. El último de los sondeos se efectuó en d7, localizándose por debajo de la preparación del Lámina VII. Muro sur de la casa y sondeo efectuado en d7. Cenizas y piedras vinculadas al hogar de C4. 155 suelo de la casa C un gran hogar, con abundante ceniza y pequeños trozos de carbón, con dos fases de utilización (unidades estratigráficas 114 y 115) separadas por una pequeña capa de arenas del sustrato muy suelta y apoyado en su base en el suelo geológico, así como gran cantidad de restos faunísticos y numerosos fragmentos de cerámica. La tipología de los fragmentos cerámicos nos indicaba que posiblemente nos encontráramos ante el nivel de fundación del castro debido a la ausencia prácticamente absoluta de fábrica a torno y el predominio de la decoración a peine blando en los fragmentos cerámicos, incluida la decoración interior, así como la presencia de un fragmento de pie realzado característico del mundo soteño. Llamaremos al conjunto de este nivel C4 (Lám. VIII). Como complemento a los sondeos anteriores, se efectuó un pequeño corte en lo que hemos calificado como paseo de ronda, encontrándonos ante un relleno típico de un bloque de muralla y un material cerámico con predominio de la fábrica manual y la decoración a peine blando. Los materiales El compendio de material aportado por la excavación es ingente en cuanto volumen y valioso en cuanto a la información que nos ofrece. El mayor porcentaje corresponde a la casa C, pese a que inicialmente podría pensarse que si el castro fue abandonado, poco o nada nos habrían dejado los moradores de su último momento. Pese a todo, no es poco el volumen de material recuperado de los tres momentos infrapuestos: C2, C3 y C4, pero con el inconveniente de no permitir reconstrucciones completas de piezas como sucede con los materiales de la casa C. Desde el primer momento nos sorprendió encontrar las vasijas prácticamente completas, aplastadas por el peso del derrumbe, pero perfectamente reconstruibles. Esta es la tónica general en toda la casa C lo que permite una identificación funcional de los espacios con un cierto grado de seguridad. En la dependencia d10, o zaguán, encontramos un buen número de piezas cerámicas, amontonadas, como si hubieran estado metidas dentro de una gran vasija que formaba parte del conjunto. Junto a ellas una cazuela que presenta grabada en la base y por el exterior la figura de un antropomorfo, cuyos brazos y piernas se han 156 realizado con doble trazo (Lám. IX-2). De d1 y d2 la pieza más destacada es sin duda un tonelete (Lám. IX-1) absolutamente similar al localizado por F. Fernández en El Raso de Candeleda (Fernández, 1986: fig. 264–2). Algunas alcayatas y escarpias anilladas así como clavos de distinto formato acompañan a la anterior junto a otras vasijas comunes y de almacenaje. Algunos fragmentos de grandes tinajas con decoración impresa consideramos que pueden pertenecer en realidad a C2, ya que con el hundimiento y rotura del suelo de ambas dependencias por efecto del derrumbe de los muros bien pudieron mezclarse materiales con los subyacentes. Téngase en cuenta que esta zona es la que presenta la mayor potencia de acumulación de derrubios de toda la casa. La habitación 3 (d3) aportó los materiales de mayor calidad. Una copa, una botella, un vaso con asa de cinta y pintura de bandas rojas horizontales, son algunas de las Lámina VII. Tonelete localizado en d1. piezas más notables. Junto a ellas, algunas piezas de Cazuela con figura de antropomorfo en su base. hierro como lo que parece ser una contera de una vaina de puñal, algunas chapitas de bronce decoradas con incisiones longitudinales y círculos troquelados, un cincel de bronce, clavos, anillas y un disco de metal de unos tres cm de diámetro. Prácticamente todo el material apareció concentrado en las proximidades de la puerta, como si lo hubieran reunido para transportarlo. En dos puntos de esta habitación aparece el suelo requemado y, sobre él, carboncillos y ceniza, dato que nos permite afirmar, no sin cautela, que se utilizaron pequeñas candelas a modo de brasero para caldear la dependencia. 157 D4 es sin duda la cocina de la casa. El material asociado a esta dependencia lo constituyen fundamentalmente vasos de cocina y algunas otras piezas curiosas, como una de gran tamaño calada, sin base, con dos bocas y decoración incisa, que nosotros interpretamos como brasero vinculado a los restos de candelas aparecidos en la habitación anterior (Fig. 2). Un segundo tonelete, un recipiente que interpretamos como escurridor para eliminar el suero de productos lácteos como el requesón, y algunas vasijas de almacenaje completan el abanico de piezas cerámicas. Un vaso de buena calidad y decorado con estampillas muy finas de palmetas, es la única pieza que desentona del conjunto. Como elemento extraño apareció una punta de lanza de bronce, de filiación claramente muy anterior a este momento, pues por sus características es atribuible sin duda al Bronce Final y no al final de la Edad del Hierro. En d5, como ya hemos indicado, no apareció ningún material reseñable salvo un clavo de hierro perteneciente muy probablemente al entramado de la cubierta. En d6 el Figura 2. Recipiente cerámico calado y decorado con moti- material fue abundante, pero al igual que en las anteriores vos incisos de d4. Casa C. habitaciones, salvo d4, apareció muy concentrado en dos puntos básicamente: la zona de la mesa y las proximidades de un posible banco de madera que se encontraba adosado a la pared sur de la habitación. Entre las piezas más destacadas hay que citar el gran vaso de asas de anillas que se encontraba sobre la mesa. Junto a él, un segundo escurridor, similar al de d4, y una cantimplora de la que sólo se pudo recuperar una parte por encontrarse el resto bajo la encina. En torno al banco se localizaron dos soportes de carrete y algunos vasos que por la dispersión de los fragmentos parece bastante claro que cayeron desde el mismo al suelo. Clavos y es158 carpias así como una abrazadera de hierro, posiblemente del marco de la puerta que da acceso a d10, y afiladeras de distintos formatos completan el repertorio de esta habitación. D7 es probablemente la habitación más enigmática. En la zona sur desaparecían totalmente los restos de manteado de suelo, apareciendo una tierra mucho más clara y restos de largueros de madera carbonizados. En este espacio y coincidiendo con el ángulo sur occidental de la estancia, fue localizada una urna enterrada a ras de suelo, calzada con adobes y piedras y acompañada por un asa de caldero de hierro y un fragmento de maxilar de carnívoro en el exterior de la misma. La urna en su interior sólo contenía un fragmento de lo que parece un disco de chapa de plata y granos de trigo del tipo aestivum. En las proximidades, una tapadera muy rústica, también de cerámica, podría haber servido para tapar la urna (Fig. 3). Un vaso de asa de cinta, clavos de hierro, un pequeño disco de bronce con perforación central y un canto rodado con pintura negra bordeándolo, completan los restos aparecidos en Figura 3. Tapadera de cerámica de d7. Casa C. el entorno inmediato de la urna. Podemos afirmar pues que en este pequeño espacio se encuentran representados todos los elementos significativos de los vettones: el metal, el alimento (grano y ganado), la tierra (adobes y urna) y el agua (canto rodado y pintado), reflejando probablemente algún tipo de culto de carácter familiar orientado hacia los elementos naturales. En el ángulo sur oriental apareció una pequeña aceitera completa y pegado a la pared norte de la habitación una varilla de hierro partida en tres trozos y un fragmento de lo que puede ser un espejo de bronce. Completa lo apor159 tado por d7 un hoyo excavado en el suelo, de 70 cm de diámetro, que se cierra en embudo alcanzando una profundidad de 60 cm. En su interior tan sólo apareció un nuevo fragmento de maxilar, esta vez de suido, bien cerdo o bien jabalí. Es probable que este hoyo tenga relación con algún tipo de rito de fundación de la casa, aunque lamentablemente no deja de ser una simple propuesta ciertamente atractiva. D8 nos deparó poco material, que se redujo a tres tinajas de almacenaje, y otra posible, alineadas a lo largo de la pared sur de la habitación. En D9 más de lo mismo, escaso material entre el que hay que destacar una fusayola. En todo el conjunto de las diez habitaciones son muy escasos, por no decir nulos, los restos óseos localizados, salvo los reseñados en d7. Tan sólo en d4 se encontraron en el interior del horno algunos fragmentos de huesos largos de suido joven. Lo mismo sucede con los restos de cereal o semillas de cualquier tipo, ausencia prácticamente absoluta en toda la casa, salvo los mencionados en el interior de la urna encontrada en d7. Lámina X. Cerámica con decoración de estampillas de C2. Cerámica escoriada por acción del incendio de C2. 160 En el nivel inmediatamente por debajo de la Casa, es decir, en lo que hemos denominado C2, el material aparece fuertemente alterado por la acción del gran incendio al que nos hemos referido. Las cerámicas llegan a escoriarse de tal forma que incluso flotan en el agua (Lám. X-2). La decoración es abundante y predomina sobre todo el estampillado, con un abanico amplio de modelos entre los que sobresalen los dameros, aspas inscritas o series de M (Lám. X-1), estampillados realizados casi siempre sobre vasijas de gran formato. La decoración pintada también está presente con ejemplares de tipo celtibérico, no existiendo ningún fragmento con decoración a peine. El grado de fragmentación es muy alto y la posibilidad de reconstrucción remota. En cualquier caso, estos materiales se encuentran en una fase de estudio inicial y los resultados no pueden dejar de ser muy provisionales. Pese a ello sí es importante destacar el hecho de que prolifere en este nivel la decoración de estampillados junto a la cerámica pintada de tipo celtibérico, contrastando con su casi total ausencia en la casa superior. La fábrica es el torno, prácticamente en el 99% de las piezas. También aparecen abundantes granos de trigo aestivum, muy carbonizado, poniendo de manifiesto la importancia de la agricultura cerealista para los habitantes del castro. En C3, las técnicas decorativas del material cerámico se amplían. Junto a los estampillados, más finos que en C2, aparecen algunos fragmentos con decoración a peine duro, técnica similar a la utilizada en los vasos de la necrópolis, así como cerámica pintada pero de filiación mediterránea, no celtibérica (Lám. XI-1). Incisiones, baquetones, hoyuelos y cordones, también están presentes. La utilización del torno es mayoritaria aunque algunos ejemplares son de clara producción manual. Uno de los aspectos más interesantes es la presencia de restos de líquenes adheridos a muchos de los fragmentos recuperados, lo que nos indica claramente que este sector estuvo deshabitado durante bastante tiempo después de la ruina del alfar y, consecuentemente, se pudo ver afectado por procesos postdeposicionales imposibles de detectar por lo limitado de la superficie excavada. C4, como ya hemos expuesto, parece corresponderse con el momento de fundación del castro, aunque como es lógico no podemos descartar la posibilidad de que puedan surgir sorpresas en otros puntos. La cerámica recogida es de fabricación manual en su casi totalidad, destacando la finura y el tratamiento de aquellas que ostentan decoración con peine blando, tanto en el interior como en el exterior y presentando en algunos casos restos de pintura roja e incrustación de pasta del mismo color en las incisiones del peine (Lám. XI-2 y Lám. XII). Dos fragmentos de cerámica a torno, con pintura de bandas anchas, pueden identificarse con producciones de 161 Lámina XI. Cerámica pintada de C3. Lámina XI. Galbo con decoración a peine de C4 (UE. 115). Cerámica decorada con incisiones a peine de C4 (UE. 114). Fragmento de vaso de perfil en S suave con decoración a peine de C4 (UE.115). 162 origen ibérico antiguo, por su similitud con los fragmentos localizados en el nivel III de Sanchorreja (González–Tablas y Domínguez, 2002), al que se pueden asimilar perfectamente todos los fragmentos con decoración a peine de esta estructura de hogar. Los abundantes restos óseos que acompañan a los fragmentos cerámicos son indicativos de una relativa larga vida de utilización de este lugar. Lo limitado del espacio excavado impidió la posibilidad de determinar la existencia de restos de la estructura, ya que no nos cabe duda de que este hogar había de pertenecer a una cabaña, pues no parece haber sufrido alteraciones por lluvias o agentes atmosféricos, que de haber estado al aire libre habrían modificado significativamente el depósito de cenizas. El pequeño corte al denominado paseo de ronda consisto más en una limpieza que en un autentico corte. Eliminada la cobertera vegetal, aparecía abundante material cerámico, fabricado a torno y con formatos de lo más variado. Al alcanzar el relleno del bloque, a unos 15 ó 20 cm por debajo de la superficie, aparecieron algunos fragmentos con decoración a peine blando de tipología similar a los de C4. Dado que el interés fundamental consistía en comprobar si efectivamente se trataba de un paseo de ronda coetáneo de la muralla, decidimos no progresar en el corte. Era evidente que nos encontrábamos ante un bloque de muralla infrapuesto a la visible. La secuencia histórica Ya hemos señalado la provisionalidad de los datos, por tanto esa provisionalidad se ha de hacer extensiva a la interpretación de los mismos y al intento de reconstrucción de los procesos históricos. Sin embargo consideramos que se hace necesario apuntar algunos aspectos notables, que en cierto modo han conducido a variar nuestro modo de ver y entender a los vettones, aunque podamos pecar de precipitación. Como parece lógico en este intento de reconstrucción de los procesos que han afectado a la casa C y a su entorno, hemos de seguir un procedimiento inverso al seguido en los apartados descriptivos, es decir, comenzaremos por las fases más antiguas para culminar con el momento del abandono del castro. Tal y como hemos señalado, el primer momento de ocupación del castro, es decir, su momento fundacional, parece corresponderse con C4, El conjunto material aportado por este hogar nos remonta hasta el siglo V a. C., por 163 su paralelismo perfectamente asumible con el conjunto material del nivel III de Sanchorreja. Abundando en ello, la presencia de un fragmento de pie realzado nos sitúa en el mundo del Soto, en su fase avanzada. Serían pues las mismas gentes de Sanchorreja las que fundaran un nuevo castro en este solar. Las razones para plantear esta explicación son varias, aparte de la similitud del material: sabemos que el nivel III de Los Castillejos se corresponde con el momento final del castro que iniciará un proceso lento de abandono, no alcanzando probablemente los inicios del siglo IV a. C.; por otro lado la proximidad física entre ambos plantea serios problemas de explotación del territorio; así mismo sabemos que la economía de Sanchorreja se fundamentaba en el ganado menor y en el cultivo de cereal y su lejanía de las tierras aptas para la siembra, así como la dificultad de acceso al castro, reclamaban una reubicación del mismo. Sanchorreja es un castro de dominio y control del territorio y de las rutas que discurrieran por él, tanto hacia el norte como hacia el Valle Amblés. El incremento de la población y la generación de nuevos asentamientos distribuidos por ese territorio hicieron innecesaria la permanencia en altura, descendiendo sus pobladores a una zona económicamente mucho más viable y defensivamente bien acondicionada. Estos primeros pobladores del castro serán los que levanten una primera cerca, construida con un aparejo menudo, que contrasta con el aparejo de los muros posteriores, aprovechando tanto el escarpe de los frentes norte, oriental y occidental y la parte más elevada de la meseta de la Mesa en su flanco sur, cercando de este modo el denominado “Castillo bajero”. Esta cerca primitiva se convertirá con el transcurso del tiempo en el paseo de ronda de la nueva muralla. La tipología, anchura y altura de esta cerca nos es desconocida absolutamente; tan sólo el paramento interior nos permite apuntar las diferencias notables en relación a las murallas posteriores. En un momento más avanzado, posiblemente iniciado el siglo IV a. C., se construye en este lugar una estructura relacionada con la producción cerámica, C3. Lo más destacable sin duda es el hecho de que tanto en la construcción del horno como en la construcción del muro que cierra la estructura, se empleara el ladrillo macizo, ya que estamos planteando su utilización en la Meseta en fechas mucho más tempranas de lo que hasta ahora se venía admitiendo. Una segunda cuestión importante es lo sorprendente que resulta que un taller de producción 164 se instale en un lugar preeminente dentro del castro, lugar generalmente reservado para edificios públicos o vivienda de las élites del poblado, si consideramos que la exhibición forma parte de los principios que rigen el poder. Por otro lado, parece instalarse en un lugar alejado de los cursos de agua que hoy conocemos, tan necesaria para el desarrollo de la actividad. Sin embargo, cabe la posibilidad de que en aquel momento existiera alguna fuente en las proximidades, dado que la orografía inicial del castro no tiene nada que ver con el resultado que hoy podemos contemplar, debido a los procesos acumulativos e, incluso, a la barrera frente a la erosión que debía suponer la propia muralla y que indudablemente favoreció a los primeros. Esta estructura deja de estar en uso antes de que finalizara el siglo IV a. C., siendo abandonada y probablemente demolida parcialmente para reaprovechar algunos de sus elementos constructivos. El lugar permanece largo tiempo sin ser ocupado de nuevo, como lo demuestran los líquenes adheridos a muchos de los fragmentos cerámicos localizados. Es más que probable que sea en este momento cuando se construya el nuevo frente de muralla en el flanco sur del castro, configurando las puertas tal y como hoy las podemos contemplar con sus defensas de torres y bastiones, superponiéndose al menos en parte a la primera cerca, aprovechando de este modo la obra anterior, excavándose al mismo tiempo el foso y levantando las barreras de piedras hincadas frente a este lienzo. No sabemos si los dos momentos descritos son consecutivos en el tiempo, aunque pensamos que entre ambos hubo de haber otro momento en el que proliferaran más las cerámicas de producción manual con decoración a peine duro, oquedades o gallones, junto a una incipiente producción a torno. En cualquier caso, este momento, de existir, no se encuentra representado en el entorno de la casa C. Ya en el siglo III a. C., probablemente en sus inicios, se vuelve a ocupar el lugar con una nueva estructura, cuya planta o diseño desconocemos, y que perecerá como consecuencia de un gran incendio. Es el momento del auge de la decoración estampillada sobre recipientes de tamaño medio y grande y la llegada de los influjos del mundo celtibérico del centro de la cuenca. La producción manual prácticamente ha desaparecido lo mismo que la decoración a peine. Parece ser un momento en el que la producción agrícola y posiblemente la ganadera tuvo una gran expansión, lo que provocaría un incremento significativo de la población, que desbordaría los límites determinados por la muralla como área de habitación. Este hecho obligaría, más por una cuestión formal que por riesgo, a ampliar el espacio protegido y delimitado por el amurallamiento, construyéndose la 165 cerca del segundo recinto. No tenemos certeza del momento concreto en que se construye, aunque bien pudo realizarse a comienzos del siglo III a. C., incorporando nuevas técnicas y conceptos defensivos, como la gran torre F y la utilización mucho más limitada de los campos de piedras hincadas. De lo que sí tenemos certeza es que entre el final de C3 y el inicio de C2 transcurrió un lapso de tiempo lo suficientemente largo como para permitir la colonización de líquenes sobre los restos de cerámica de C3, y que en ambos momentos la producción parece ser ingente. Desconocemos las causas que originan el gran incendio que pone fin a C2, lo cierto es que este hubo de ser pavoroso a la luz del estado en que quedaron los restos por él afectados. Es indudable que existe la tentación de vincular este hecho con acontecimientos históricos de todos conocidos, como la campaña efectuada por Anibal en el verano del 220 a. C. por estas tierras. Ya Cabré señala la posibilidad de que la destrucción de Las Cogotas se debiera a este acontecimiento. La imposibilidad de hacer extensivo este incendio al resto del castro nos obliga a la prudencia, pero sin duda resulta de lo más sugerente y atractiva la posibilidad de que así fuera. Destruido C2, en muy corto espacio de tiempo se construye una nueva estructura, la casa C. Esta construcción significa un cambio radical en el concepto constructivo de los vettones. En primer lugar debemos mencionar la elección del lugar por su posición preeminente y dominadora sobre todo el castro. La casa se encuentra en el punto más elevado tanto del primer como del segundo recinto, pero además es visible desde la práctica totalidad de ambos, potenciando de ese modo el principio de exhibición. En segundo lugar, las dimensiones de la vivienda y su articulación en distintas dependencias de forma regular y simétrica, que contrasta con la idea de formas rectangulares con escasos espacios compartimentados que parecía dominar entre los vettones. En tercer lugar, la preparación previa del solar donde se va a construir, excavando y arrasando depósitos anteriores en la zona próxima a la muralla y rellenando de escombros en la zona baja, acompañado de un aterrazamiento del terreno. Y en cuarto lugar, por la utilización masiva del ladrillo macizo como material de construcción, ladrillos realizados a caja y con un patrón uniforme que denota una producción industrial de los mismos. Cabe la posibilidad de que sea en este momento cuando se inicia lo que Álvarez–Sanchís ha denominado “proceso de oppidización” de los castros vettones. La reestructuración del espacio habitacional lleva a una orga166 nización jerárquica del mismo, ordenando los espacios y, en cierto modo, rompiendo con la distribución anárquica del caserío. Así podemos afirmar que a lo largo del lienzo sur del primer recinto son varias las casas o estructuras que se alinean siguiendo al lienzo, pero presentando un frente también alineado al norte y calles de unos tres metros entre unas y otras, que permiten el acceso a la muralla. A nuestro entender este proceso en la Mesa de Miranda es paralelo al proceso de construcción y remodelación que suponen las viviendas escalonadas de Las Cogotas, proceso que quedaría inconcluso en ambos castros por el abandono definitivo de los mismos en torno al 153 a. C. Esta vivienda es abandonada de forma precipitada. La presencia de gran cantidad de vasijas de almacén, vasos, ollas, soportes e incluso copas y botellas, nos lleva a pensar en un abandono rápido. Por otro lado, el hecho de que muchas de estas piezas aparecieran agrupadas, como si se hubieran juntado para ser transportadas, no hace más que reafirmarnos en esta apreciación. Por supuesto echamos de menos objetos de lujo, adornos o armas, e incluso una vajilla fina que con seguridad fue utilizada en la casa. Lo mismo podemos decir de los restos de semillas de cereal o de cualquier otro tipo, que presumiblemente debían encontrarse en las tinajas de almacenaje. El abandono de la vivienda supone también el abandono definitivo del castro, y consecuentemente de las obras de fortificación iniciadas en el tercer recinto, pues no nos cabe duda de que, si no fuera así, los restos localizados se habrían reducido de forma significativa, ya que difícilmente se puede aceptar que, ante el abandono de una vivienda, no se hubiera producido un expolio de la misma por parte de aquellos otros que permanecieran en el lugar. El mismo razonamiento nos lleva a afirmar que el lugar no vuelve a ser visitado, ni tan siquiera esporádicamente, al menos hasta que la ruina absoluta de las estructuras convierte en invisibles o inutilizables los restos que en ellas se encuentran. Ya hemos señalado que, desde nuestro punto de vista, estos hechos se producen con el comienzo de las guerras celtibéricas, es decir en torno al año 153 a. C. La ausencia de objetos de filiación romana nos indica que este poblado se abandona con anterioridad a la efectiva pacificación del territorio. 167 Las razones para este abandono precipitado pueden ser de muy distinto tipo y muy difíciles de determinar, aunque creemos que responde a un convencimiento de los moradores del castro sobre la inutilidad de sus sistemas defensivos, ante un ejército numeroso, organizado y, lo que es más concluyente, dotado de instrumentos de ataque y asedio que hacen absolutamente inútiles las murallas, fosos o barreras de piedras hincadas. Se podría aducir la dificultad que supondría, para un ejército como el romano, el acceder a las proximidades del castro, pero lo cierto es que el acceso sólo presenta dificultades, en el entorno inmediato, en sus flancos norte, este y oeste, no así en el sur, donde la aproximación es sumamente sencilla y fácil y desde donde la maquinaria de guerra podía destrozar las defensas y el castro sin necesidad de una confrontación directa. La pregunta surge necesariamente, ¿a dónde fueron los habitantes de La Mesa de Miranda?, ¿se echaron al monte como parece deducirse del dibujo que nos han transmitido los autores clásicos? Nosotros creemos, y no deja de ser más que una propuesta, que los vettones debieron seguir un modelo similar al seguido en Numancia, es decir, buscaron refugio en un lugar en el que la maquinaria militar romana –léase catapultas, ballestas o similares– no pudiera actuar, y ese refugio en el entorno del Valle Amblés se llama Ulaca. Su posición en un monte isla hace que no sea posible la utilización de ningún tipo de armamento de ataque directo, reduciéndose las posibilidades al empleo de la infantería y, con muchas dudas, la caballería. Creemos que este castro será el lugar de acogida no sólo para los moradores de La Mesa sino también para los de Las Cogotas, concentrando de ese modo, al igual que en Numancia, un volumen de población que hiciera posible la defensa. A modo de conclusiones 1. Retomemos el comienzo de esta intervención. Cabré nos planteó la imagen de un pueblo pacífico, volcado fundamentalmente en el día a día, y con una estructura ligeramente jerarquizada, en la que la figura armada era más simbólica que efectiva. Todo ello desde el análisis de una actividad tan particular y que reúne características de exclusividad, como lo es la vinculada al fenómeno de la muerte –las necrópolis, el ritual y los ajuares serán la base sobre la que sustentará esa imagen–. 168 Pues bien, después de excavar la casa C no podemos dejar de estar de acuerdo con lo manifestado por Cabré, con el añadido de que los elementos simbólicos del poder van más allá de las armas, pues las propias viviendas serán, como lo son en cierto modo hoy, reflejo de la posición social del que la ocupa, al menos en los momentos finales de la vida del castro. 2. Si es cierto que la ganadería era una de las actividades económicas importantes entre los vettones, no lo es menos la agricultura. La necesidad de poner en explotación terrenos más aptos para el desarrollo de esta actividad será una de las razones de peso para el cambio de solar –de Los Castillejos a La Mesa–. 3. La ocupación del solar varía con el paso del tiempo y unas estructuras sustituyen a otras, se modifica el suelo, se arrasan viejas edificaciones, se excava en unas zonas y se rellena en otras con el objeto de nivelar el suelo. Todos estos procesos complican de manera notable la lectura estratigráfica del yacimiento, pero al mismo tiempo ponen en evidencia la pujanza y el dinamismo del proceso de vida del castro. Podemos afirmar que los materiales más antiguos hasta ahora localizados situarían el inicio del yacimiento en algún momento de la segunda mitad del siglo V a. C., probablemente con una ocupación restringida al primer recinto, construyéndose una primera cerca que quedará amortizada a comienzos del siglo IV a. C. al levantarse una nueva muralla más sofisticada. Con el discurrir de los años se desbordaría la población más allá de los límites marcados, haciéndose necesaria la ampliación del sistema defensivo con la construcción de la muralla del segundo recinto, muy probablemente a lo largo del siglo III a. C., lo que llevaría a la pérdida de funcionalidad del lienzo sur, el foso y los campos de piedras hincadas que defendían el primer recinto. Mediado el siglo II a. C. es probable que se iniciara lo que consideramos una obra inconclusa –la muralla del tercer recinto– abandonada su culminación por el abandono definitivo del castro. 4. Desde el punto de vista constructivo, hemos constatado la utilización del ladrillo ya desde el siglo IV a. C., si bien su uso masivo no se dará hasta el siglo II a.C., momento en que se aplican criterios específicos a la hora de seleccionar el material constructivo para cada una de las partes de la vivienda; en concreto el ladrillo se re169 servará para el levantamiento de la tabiquería interior mientras que los muros exteriores se construirán con tapial sobre un zócalo de piedras. Tan sólo en esta última fase constructiva hemos podido detectar un tratamiento de enlucido de los muros, generalmente con manteado de barro y en ocasiones con cal. Los suelos detectados en las distintas fases de ocupación de este espacio, difieren muy ligeramente cuando se trata de suelos preparados a base de tierra, siendo en el último momento cuando se observan auténticas novedades en su preparación y ejecución; soleras de troncos o de piedra menuda mezclada con cascotes y tierra, soportan un manteado de barro con capas muy finas de reparación. Las puertas de la casa C se debieron enmarcar en algunos casos con largueros de madera, de los que nos resta tan sólo el travesaño del umbral. La techumbre de esta casa, a dos aguas, se estructura a partir de un armazón de pares e hilera con cubierta de ripia, manteado de barro y retamas o escobas. De las estructuras subyacentes carecemos de datos que nos permitan plantear cuales fueron las soluciones arquitectónicas aplicadas en cada caso, tanto a cubiertas como a los vanos. 5. Las piezas obtenidas son las que, de momento, nos permiten una aproximación cronológica y una fijación de los distintos momentos de la evolución del castro. Ya hemos señalado que las cerámicas con decoración a peine de C4, tienen su paralelo más claro en las obtenidas por nosotros mismos en el nivel III de Los Castillejos de Sanchorreja, ello nos permite situar el inicio de la vida en La Mesa dentro de la segunda mitad del siglo V a.C., no siendo posible de momento descartar la existencia de una ocupación anterior. El siguiente momento corresponde a C3, aunque es posible que pudiera haber un cierto vacío entre ambos. Las cerámicas pintadas antiguas asociadas a producciones con decoración a peine y estampillados, parecen indicar que nos encontramos en un momento de clara indefinición, en lo que se refiere a los gustos decorativos, pero que indudablemente representa la fase más característica de los vettones, o al menos la que se considera como más definitoria. Estas piezas, fundamentalmente por la presencia de las importaciones de cerámicas pintadas, nos permiten fijar una cronología dentro de la primera mitad del siglo IV a. C para esta estructura. 170 La destrucción o ruina de C3 supuso un abandono temporal de esta área, atestiguado por la presencia de líquenes en el testero, y no será hasta comenzado el siglo III a. C. que se vuelva a ocupar el lugar con una nueva edificación; C3. Esta nueva estructura refleja ya claramente la influencia del mundo celtibérico con sus clásicas cerámicas pintadas a las que se asocia la decoración a base de estampillados, fundamentalmente sobre vasijas de gran formato. C3 es destruida por un gran incendio, acontecimiento que pudiera estar relacionado con la campaña de Aníbal el año 220 a. C., e inmediatamente se inicia la construcción de la casa C. El material asociado nos presenta un panorama en el que la decoración cerámica se reserva para piezas especiales, mientras que la vajilla de uso común y la de almacén carecen por completo de decoración. La presencia de toneletes, similares a los ejemplares de El Raso o Villasviejas de Tamuja, nos permite fechar esta vivienda en el siglo II a.C. Su abandono supondrá como ya hemos señalado el final de la vida en el castro de La Mesa de Miranda. Proponemos la posibilidad de que este abandono se efectuara como consecuencia de la situación de inseguridad generada con el inicio de las guerras celtibéricas y lusitanas, en torno al año 153 a. C., huida que conduciría a que los pobladores de La Mesa buscaran refugio en el castro de Ulaca, lo que a su vez explicaría las dimensiones y el amplísimo caserío en este castro, dando sentido a la baja cronología a él atribuida. 171 Bibliografía ÁLVAREZ–SANCHÍS, J. R., 2003: Los señores del ganado. Ar- FERNÁNDEZ GÓMEZ, F., 1986: Excavaciones Arqueológicas en el queología de los pueblos prerromanos en el occidente Raso de Candeleda (I–II) Institución Gran Duque de Alba. de Iberia. AKAL. Madrid. Ávila. CABRÉ AGUILÓ, J., 1930: Excavaciones en Las Cogotas. Carde- GONZÁLEZ–TABLAS SASTRE, F. J. y DOMÍNGUEZ CALVO, A., 2002: ñosa (Ávila). I El Castro. Junta Superior de Excavaciones Los Castillejos de Sanchorreja. Campañas de 1981, 1982 y Antigüedades, 120. Madrid. y 1985. Ediciones Universidad de Salamanca. Sala- CABRÉ AGUILÓ, J.; CABRÉ HERREROS, M.E. y MOLINERO PÉREZ, 172 manca. A., 1950: El castro y la Necrópolis del Hierro Céltico de LÓPEZ GARCÍA, J. P., 2008: La Arqueología de la Arquitectura en Chamartín de la Sierra (Ávila). Acta Arqueológica Hispá- la zona centro peninsular. La Casa C de La Mesa de Mi- nica, V. Madrid. randa. Trabajo de Grado. Universidad de Salamanca. La Alcudia de Elche (Alicante). Ayer y hoy de un yacimiento emblemático1 Lorenzo Abad Casal Área de Arqueología Facultad de Filosofía y Letras Edificio B Universidad de Alicante E–03080 Alicante lorenzo.abad@ua.es 1 Los estudios que están en la base de este trabajo se han realizado en el marco del proyecto HUM–2006–09874/Hist: Un proceso de romanización comparada: los casos de Ilici y Elo, Proyecto de Investigación y Desarrollo Tecnológico del Ministerio de Educación y Ciencia. 174 Historia En las primeras décadas del siglo XX tuvo lugar en lo que hoy es la Comunidad Valenciana una intensa actividad en la arqueología de campo. Se excavaron en extensión varios yacimientos, con resultados dispares El Puntal de Sant Miquel de Llíria, la Bastida de les Alcuses, la Covalta, Sagunto, o El Tossal de Manises, son buen ejemplo de ello. La Alcudia de Elche no fue ajena a esta actividad. El yacimiento había sido objeto de estudio en la segunda mitad del siglo XIX por parte de Aureliano Ibarra, verdadero ‘padre’ de la arqueología ilicitana, cuya obra Ilici. Su situación y antigüedades, recogió sus investigaciones filológicas acerca del nombre y emplazamiento de la ciudad, y arqueológicas, en el propio yacimiento y sobre todo en sus inmediaciones. El libro, publicado a sus expensas por fascículos en el año 1879 (Ibarra, 1879), fue un fracaso económico para su autor y tuvo escasa difusión. Aureliano Ibarra murió en 1890 y su colección fue vendida por su hija y su yerno, el doctor Campello, al Museo Arqueológico Nacional. No pudo ver lo que sin duda fue el hallazgo más importante de fines de la centuria: la Dama de Elche. La figura de Aureliano Ibarra ha pasado bastante más desapercibida de lo que merecía, hasta que recientemente se le ha comenzado a prestar atención (Papí, 2008). Este acontecimiento, que tuvo lugar en 1897, catapultó La Alcudia a la primera línea de la actualidad arqueológica internacional. Se trataba de una escultura en muy buen estado de conservación, que aparecía cuando aún estaba en el recuerdo la polémica acerca de la autenticidad de las del cerro de los Santos. Pedro Ibarra, hermano de Aureliano, se dirigió a las instituciones españolas para que la adquirieran, previendo que el doctor Campello se desharía de ella, como así fue. Pero el comprador fue el investigador francés Pierre Paris y la escultura acabó en el museo del Louvre2. 2 Los estudios acerca de su descubrimiento y venta son muy numerosos. A modo de síntesis, puede consultarse la obra de Rovira Llorens (coord), 2006. 175 La llegada de la Dama al Louvre despertó el interés de los investigadores franceses por el yacimiento en que había aparecido. Era muy poco lo que entonces se conocía de La Alcudia y su entorno, puesto que el libro de Aureliano Ibarra apenas había tenido difusión. Es posible que Pierre Paris lo conociera a través de Pedro Ibarra, que había estado en comunicación directa con él. Figura 1. Plano de La Alcudia con itinerarios y paneles. 176 Por encargo de Paris, el arqueólogo francés Eugène Albertini realizó poco después excavaciones en torno a la zona de aparición de la dama, en busca de los edificios que la hubieran podido albergar (Albertini, 1905; 1906; 1907). Al no encontrarlos, abrió largas zanjas y excavó en la zona occidental del yacimiento, donde se habían encontrado teselas de mosaico, en lo que resultó ser la iglesia cristiana. Su conclusión general fue que el yacimiento se encontraba muy deteriorado y que no merecía la pena seguir adelante. Como hecho secundario apuntó que la cerámica pintada que hoy sabemos es ibérica se encontraba en niveles inferiores a los de la romana. Era la primera aproximación fiable a la estratigrafía de La Alcudia. A comienzos del siglo XX compró la finca Rafael Ramos Bascuñana cuyo hijo, Alejandro Ramos Folqués, comenzó a interesarse por las antigüedades que aparecían en el yacimiento. En el año 1935 comenzó las excavaciones, que continuarían ininterrumpidamente hasta su muerte, primero en solitario y luego en colaboración con su hijo Rafael (Ramos Fernández y Ramos Molina, 2004)3. El yacimiento fue durante décadas una finca agrícola, y a las funciones agrícolas se supeditaban los trabajos arqueológicos. En un momento determinado, comenzó a adquirir renombre en la arqueología española. Ramos Folqués fue uno de los creadores de los Congresos Arqueológicos del Sudeste Español, junto a otros como Antonio Beltrán, Emeterio Cuadrado o el almirante Bastarreche. Luego fue asiduo a los Congresos Nacionales de Arqueología que surgieron de ellos, y allí presentó una tras otra las novedades que iban surgiendo. Antonio Beltrán, Miquel Tarradell, Antonio Blanco, entre otros, fueron sus visitantes y consejeros. A sugerencia suya, Ramos Folqués excavó en los cuatro ángulos del yacimiento, para confirmar que la ciudad se extendía por toda la finca. Las áreas excavadas comenzaron a dejarse descubiertas y poco a poco el yacimiento fue tomando la configuración actual. Lo que es hoy La Alcudia, la bibliografía existente y los vestigios conservados son en buena parte resultado de la actividad desarrollada durante estas décadas. Una fotografía del estado de la cuestión puede verse en Ramos Molina, 1997. En el año 1996 se constituyó la Fundación Universitaria de Investigación Arqueológica La Alcudia, que ha promovido la modernización de las estructuras y de los métodos de actuación (Abad y Hernández (eds.), 2004) y la construcción de un nuevo edificio que como museo alberga la parte más importante de la colección y tiene la función de un centro de interpretación (Abad y Tendero, 2008: 37–42). Con ese motivo se han rediseñado los circuitos de visita y la señalización del yacimiento, intentando superar los numerosos problemas que el yacimiento plantea (Fig. 1). 3 Sobre la vida y la obra de Alejandro Ramos existe una amplia documentación, obra de Rafael Ramos Fernández. Puede consultarse online la página http://www.cervantesvirtual. com/bib_autor/ramos/, dentro de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante. 177 Interpretación Casi todas las publicaciones sobre La Alcudia de Elche realizadas hasta la década de los noventa han manteniendo inalterado el esquema forjado por Alejandro Ramos en los años cincuenta y sesenta (Ramos Folqués, 1955; 1966). En los últimos tiempos se han comenzado a presentar, por parte de otros autores, visiones nuevas que en parte confirman, y en parte contradicen, supuestos tenidos hasta ahora por incontestables (Ramos Fernández, 1983; Gutiérrez Lloret, 2004). Los principios básicos de esta interpretación eran los siguientes: - La ocupación de La Alcudia comienza en el Neolítico y continúa ininterrumpidamente hasta el abandono en época musulmana. - A partir de las excavaciones realizadas en diversos puntos puede restituirse una estratigrafía que consta de nueve niveles (A–H) y es la misma en todas las áreas del yacimiento. - La ciudad muestra huellas de los acontecimientos históricos conocidos por las fuentes. - La ciudad ibérica fue destruida por los cartagineses durante la invasión cartaginesa, seguramente en el marco de la segunda guerra púnica, lo que conllevó también la destrucción de las esculturas ibéricas tipo ‘Dama de Elche’ - La ciudad se rehizo hasta sufrir las invasiones de los bárbaros a lo largo del siglo III d.n.e. En este período se fundó la colonia romana Iulia Ilici Augusta - El cristianismo llegó muy pronto, lo que se plasmó en la edificación de una de las primeras iglesias cristianas del orbe, datada en el año 322, y en la creación de la sede episcopal de Ilici. - La ciudad siguió su existencia hasta la invasión musulmana, formando parte de las siete citadas en el pacto de Teodomiro. En este esquema existen puntos fuertes y puntos débiles. Los puntos fuertes principales gravitan en torno a dos hechos: la fundación de la colonia y el pacto de Teodomiro. Junto a ellos, el establecimiento de una secuencia estratigráfica que permitió proponer una fecha antigua para la escultura ibérica tipo “Elche” y una más 178 moderna para la cerámica ibérica decorada de esta misma denominación. Puntos débiles son esta misma secuencia estratigráfica, que se convirtió en algo inamovible a la que referir todo aquello que se hacía en La Alcudia, y el tratar de vincular los testimonios que aparecían en el propio yacimiento con las vicisitudes históricas conocidas por las fuentes. Se desarrolló una arqueología historicista que ha lastrado en buena medida la investigación (Abad, 2004: 71–73; Gutiérrez Lloret, 2004: 97–100). Se ponía especial empeño en buscar los testimonios de la destrucción cartaginesa o de las invasiones del siglo III, pasando por alto sin embargo buena parte de los acontecimientos ‘menudos’ de la vida cotidiana que tan bien se reflejan en la documentación arqueológica. A este esquema se fueron adaptando las excavaciones realizadas a lo largo de los años (Ramos Fernández, 1991). A continuación vamos a relacionar cada una de ellas, exponiendo las hipótesis tradicionales y lo que hoy podemos saber a la luz de los trabajos recientes. Dado que éstos no han tenido hasta el momento igual intensidad ni desarrollo en todo el yacimiento, en algunos casos habrá que mantener las hipótesis tradicionales, en tanto que en otros las novedades serán importantes. Las propias características de los trabajos realizados en La Alcudia han hecho que los vestigios visibles se encuentren distribuidos por todo el yacimiento, sin que resulte fácil organizar un circuito con contenido cronológico o cultural. Época ibérica La Dama de Elche Al sur del yacimiento encontramos el lugar donde apareció la Dama de Elche, señalado hoy por una especie de templete en el que se reproduce la estratigrafía del lugar en el momento de su aparición. Las noticias sobre su hallazgo se basan en el testimonio de los que la encontraron, recogido primero por Pedro Ibarra y muchos años después por Alejandro Ramos. Aunque existen contradicciones, parece que se encontró dentro de la muralla en una especie de cista realizada con piedras y rellena de arena. La Dama de Elche se ha convertido en un 179 Figura 2. Vista del nuevo museo y centro de interpretación. icono ilicitano, y ha estado permanentemente vinculada al yacimiento de La Alcudia, pese a que nunca ha retornado a él (Ramos Fernández, R. 2003; Rovira Llorens, 2006). Podemos decir que la Dama de Elche ha lastrado el yacimiento de La Alcudia, que en cierta medida ha pasado a convertirse en un apéndice de aquella, tocado por la vertiente más folklórica y populista de la célebre escultura. Sin embargo, cuando la Dama vino a Elche con motivo de la inauguración del Museo de Arqueología e Historia, La Alcudia quedó en buena medida al margen de los actos y celebraciones oficiales, como si se temiera que restase protagonismo al evento central, una actitud difícil de entender. La inauguración del nuevo Museo y Centro de Interpretación, en cuya construcción han colaborado la Universidad de Alicante, el Ayuntamiento de Elche, la Diputación Provincial de Alicante y la Conselleria de Cultura de la Generalitat, ha venido a superar algunas de las carencias del yacimiento, y esperamos que marque el inicio de una nueva etapa en la vida y en la actividad de La Alcudia (Fig. 2). 180 El ‘templo’ ibérico En 1990 se descubrió bajo la iglesia cristiana un edificio de adobe que los investigadores identificaron con un templo. Se trata de un edificio de planta cuadrada, con una estancia menor en uno de sus lados, también cuadrada y de muros más gruesos, que se ha considerado como una torre. En su interior apareció un hogar cuadrado, hecho con cantos de río, y un pozo. En uno de los muros de la iglesia superior, un capitel protoeólico muy deteriorado. Con todo ello, el edificio se ha reconstruido, sobre el montículo de la propia terrera, como un templo de tipo oriental, con una estancia principal y una torre anexa, y dos pilares rematados en capiteles protoeóliFigura 3. Planta de la segunda fase del templo ibérico de La Alcudia. cos a los lados de la puerta, a la manera de los de los templos de Jerusalén y de Hércules en Gadir. En cuanto a los elementos del interior, se ha pensado que el hogar sería la mesa de ofrendas y el pozo un pozo sagrado (Fig. 3). El edificio tendría dos fases, una primera que llegaría hasta finales del siglo III a.n.e, destruido durante la invasión cartaginesa, y otra que llegaría hasta el año –10, cuando se abandonaría para sustituirlo por otro templo construido en la zona del denominado ‘foro’4 (Ramos Fernández y Ramos Molina, 1995: 14). Se ha propuesto también que se tratara del edificio al que corresponderían las estatuas ibéricas encontradas en sus proximidades, e incluso la propia Dama de Elche, oculta en la muralla a unos 150 m de allí, y que la destrucción de todo este conjunto fuera consecuencia de la invasión cartaginesa. Muchas son las incógnitas de este edificio, puesto que la publicación de los resultados es incompleta y parte de la idea de que se trata de un templo, lo que no está plenamente probado. Los argumentos esgrimidos (la planta del edificio, un fragmento de escultura y la cabecita recortada de un pebetero con cabeza femenina) 4 Sobre el carácter de este supuesto ‘foro’, véase más abajo. 181 dejan abierta la cuestión. No sabemos si se trataba de un edificio aislado, como aparece en las reconstrucciones, o parte de un conjunto más amplio. La primera fase del edificio, desde finales del siglo VI “hasta la invasión cartaginesa”, sin que se detecten reformas o renovaciones de ningún tipo, conlleva implícito el hecho de que las esculturas se preservaran hasta ese momento, algo que contradiría lo que conocemos en los demás yacimientos. Además, los testimonios conocidos no permiten afirmar que la ciudad sufriera una destrucción violenta ni en época cartaginesa ni con la conquista romana, ya que no se atestiguan señales de abandono o de incendio generalizados. Otro problema es el de su ubicación en el yacimiento ibérico de La Alcudia. Feli Sala ha propuesto que, en caso de que se tratara de un edificio de culto, estuviera más bien en relación con un heroon dedicado a un héroe local que con un templo de tipo urbano. Parece que los vestigios más antiguos de La Alcudia, que corresponderían a la fase inicial de este edificio, se encuentran en la zona norte5 (Moratalla, 2004–2005; inédito). Época tardorrepublicana Al sur del yacimiento se ha preservado un área de excavación con parte de una casa ibérica de época tardía y en niveles superiores vestigios de construcciones romanas. Es lo que se conoce en la bibliografía como “casa de la cabeza cortada”, por un cráneo que apareció entre sus restos y que dio pie a interpretarlo, en un momento de auge de las ‘cabezas cortadas’ célticas, como un santuario a este culto. Lo que se conserva, muy restaurado, es parte de una vivienda ibérica con un hogar, en torno al cual aparecieron algunos vasos de forma poco común y el cráneo citado. Es posible que se trate de un espacio singular, vinculado a cultos de tipo doméstico o gentilicios, ya que allí han aparecido recipientes y objetos de pequeño tamaño que le dan un valor más simbólico que útil: un guttus en forma de pequeño torito, un kernos con cabeza femenina pintada en uno de sus platillos, un vaso geminado, una copa, cabecitas de terracota... (Fig. 4). En cuanto a los niveles superiores, parecen propios de una vivienda romana similar a las conocidas en el yacimiento, que podría corresponder a dos momentos diferentes y alcanzaría el periodo tardorromano. 5 Un estudio en profundidad de los problemas de estos periodos, en Moratalla, 2004–2005. 182 Figura 4. Panel con ajuares de la llamada ‘casa del culto de la cabeza cortada’. Las casas ibéricas En otra área de excavación situada al norte, se conserva una calle y varias habitaciones. En una de ellas apareció un conjunto de materiales conocido como “la tienda del alfarero” (Sala, 1992). Allí se encontraron apilados materiales cerámicos de procedencia local e importada: vasos del estilo de Elche, cerámicas campanienses, itálicas e ibicencas, todo lo cual proporciona una cronología de fines del siglo II y I a.n.e. Parece claro que lo visible a esa cota 183 Figura 5. Las ‘casas ibéricas’ antes y después de la intervención. 184 ha de pertenecer a esa misma fecha, y por tanto nos encontraríamos ante un conjunto de época tardorrepublicana. Por encima se observan en los perfiles niveles que corresponderían a las épocas romana y visigoda. En un corte abierto al oeste de estas casas se encontraron niveles inferiores que alcanzan la Edad del Bronce, pero en la que faltan materiales de estilo Elche. Sondeos geológicos aquí realizados dieron también como resultado abundantes depósitos de limos que llevaron a considerar como de abandono esta etapa, que en la estratigrafía ideal de La Alcudia correspondería al siglo III a.n.e. (Fig. 5). Parece, pues, que al menos en este lugar la secuencia estratigráfica muestra interrupciones que contradicen la hipótesis de los estratos uniformes en todo el yacimiento. Para aclarar estos problemas comenzamos a excavar en este lugar, dentro del programa de prácticas docentes. Durante la limpieza efectuada aparecieron en el perfil oriental una considerable cantidad de adobes caídos, correspondientes al alzado de estas estructuras o de otras próximas. Pero en otros lugares se encontraron niveles tardíos con pequeños basureros de época visigoda de gran interés que obligaron a reorientar el proyecto. Se trataba de pequeños basureros de época visigoda, lo que confirma que en algunos lugares se conservan vestigios estratificados de esta época, muy mal conocida en La Alcudia. Durante estos trabajos ha podido documentarse que en época altoimperial, quizás flavia, se produjo un cambio de orientación en algunas estructuras, lo que tal vez pueda ponerse en relación con el momento de construcción de las termas y, no sabemos, si también con una remodelación del urbanismo de la ciudad. La calle conservada en parte al sur de la excavación puede corresponder a uno de los decumanos (Cf. fig, 14).6 6 Estos datos, y los de las excavaciones posteriores, aún inéditos en su mayor parte, se encuentran recogidos en los Informes presentados anualmente a la Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana. 185 Época imperial Termas y murallas occidentales En este ámbito, lo que mejor se conocía era la llamada muralla tardorromana, atribuida tradicionalmente a la reconstrucción de la ciudad tras las invasiones del siglo III d.n.e. Se trata de un muro de mampostería, de unos 60 cm de grosor, que forraba el talud en la parte noroccidental del yacimiento. Por encima se vislumbraba un pavimento de opus caementicium, lo que dio pie a una propuesta de restauración a partir de dos paramentos, uno exterior y otro interior, este último parte de un muro existente a una cota muy superior, y entre ambos, a modo de camino de ronda, el pavimento de opus camenticium. Un estudio realizado en 1999, en el primer proyecto dirigido por L. Abad y M. Tendero, puso de manifiesto que esos dos muros no estaban relacionados entre sí, y que el pavimento de hormigón que se veía era parte del suelo de circulación relacionado con una natatio de considerables dimensiones (Abad, Moratalla y Tendero, 2000). 186 Figura 6. Termas occidentales antes y después de la intervención. Otro dato que llevó a interpretar el muro como una muralla del siglo III era la presencia en el perfil de un posible relleno en “spicatum”. Después de su estudio pudimos ver que era el encofrado de la natatio (Fig. 6). En las inmediaciones de ese lugar, Pedro Ibarra había puesto al descubierto a principios del siglo XX habitaciones con hypocausta. El conjunto pertenecía a un conjunto termal y el muro exterior conservado resultó ser la parte inferior de su recinto perimetral, dotado de salientes cuadrangulares a modo de refuerzo. Eso explicaba la escasa calidad del muro: era en realidad una cimentación, de mampostería irregular, y su parte superior, de la que quedaban algunos vestigios, opus vittatum de mejor calidad. Este muro pasaba por encima de una muralla anterior, que seguramente había sido desmochada para la ocasión. Puesto que el conjunto termal se databa a mediados del siglo I d.n.e., esta demolición había debido tener lugar antes de esa fecha. Resultaba curiosamente similar a lo ocurrido en Lucentum, El Tossal de Manises, cuya muralla se había demolido para dejar espacio donde construir el tepidarium y el caldarium de las termas llamadas de la muralla, con vistas al mar. Este hecho debió tener lugar algo antes que en Ilici, seguramente en las primeras décadas del siglo I a.n.e. (Olcina y Pérez, 1998: 72) En el año 2003, con motivo de la renovación de los órganos de la Fundación y de la redacción de un primer plan director, se planteó la construcción de un nuevo edificio que sirviera de museo, albergando las piezas más destacadas de la colección, y de centro de interpretación. Este edificio estaría ubicado a la entrada del yacimiento, en la zona más baja, lo que permitiría también el control de las visitas, algo que hasta el momento resultaba muy difícil. Para adecuar el acceso desde el edificio al yacimiento, se limpió el talud occidental de La Alcudia, ya que eran visibles algunas piedras, que se habían interpretado como restos de un bancal agrícola. Los resultados obtenidos en las termas occidentales, sin embargo, apuntaban hacia una estructura defensiva, como así ha resultado. En síntesis, podemos adelantar que en este lugar existió una estructura de tapial antigua, quizás defensiva, que debía encontrarse bastante alterada cuando a mediados o finales del siglo I a.n.e. se traza la nueva muralla, de 187 mampostería y adobe. Sobre el propio terreno, sin que haya podido identificarse una zanja de fundación, se coloca una capa de cantos rodados, y sobre ella una cimentación escalonada de piedras areniscas de considerable tamaño, tratadas en forma de sillar; por encima, un zócalo también escalonado de mampostería, que en determinados tramos se interrumpe para dar paso a estructuras de adobe de 1 x 1,5 pies (sesquipedalis); no se trata de torres propiamente dichas, ya que no sobresalen del resto del lienzo, sino de partes del propio lienzo realizado en adobe y no en piedra. Esta estructura sigue en línea más o menos recta hasta enlazar con el trozo de lienzo que habíamos visto introducirse por debajo de la plataforma construida para asentar las termas. Su cronología parece estar en las décadas finales del siglo I a.n.e., aunque el Figura 7. Muralla occidental en proceso de excavación. hecho de que no se haya podido poner al descubierto su cara interior, y de que la estratigrafía exterior estuviera alterada, no permite obtener datos precisos (Figs. 7 y 8). La línea de la muralla hace un pequeño ángulo en la parte excavada, que le permite enlazar con la que se introducía por debajo de la plataforma de las termas occidentales. Hacia el sur, por el contrario, no sigue el contorno actual, sino que se dirige en línea recta hacia el interior de la finca, aunque en algún momento debe girar en dirección al talud, ya que por debajo del muro de bancal que bordea el yacimiento al oeste de la iglesia se detectan algunas piedras que parecen corresponder a una muralla y que han servido de base al muro de bancal, construido a fines del XIX cuando se puso en regadío la finca. A mediados del siglo I d.n.e. la muralla ya estaba desmochada y sobre ella se estaban vertiendo materiales de construcción amortizados, tierras y basuras de diversas clases. Los sondeos geotécnicos y arqueológicos realizados con carácter previo a la construcción del edificio, han puesto al descubierto que en esta zona existía 188 Figura 8. Muralla occidental tras la restauración. un considerable desnivel y que la muralla cuyos restos se han descubierto estaba muy sobreelevada con respecto al nivel de base actual. Parece que en este espacio no existieron construcciones extramuros, sino que en varios momentos de su historia se utilizó como vertedero7. Las domus Al otro lado de la ciudad se encuentran las domus romanas, de las que hay excavadas parcialmente dos. La más extensa, la domus 5F, presenta como núcleo central un peristilo porticado con un estanque polilobulado en su centro, que desaguaba en una alcantarilla que recorre de sur a norte su lado occidental y cruza por debajo de las habitaciones del conjunto septentrional. Alrededor se ubican varias estancias, entre las que destacan dos similares a ambos lados de su eje norte–sur; son de planta rectangular y se abren a ese espacio central mediante un amplio vano dividido en tres por dos pilares; la habitación septentrional era la más grande y conservaba un pavimento de mosaico y pinturas murales, que también existían en las inmediatas. A ambos lados 7 Estos son un adelanto de los resultados de un proyecto de intervención que se ha desarrollado durante 2007 y 2008, gracias a un convenio entre la Fundación Marq y la Fundación La Alcudia. 189 de su flanco oeste, el único excavado, se abren dos conjuntos de habitaciones, más grande el septentrional y más pequeño el meridional. De todas formas, lo incompleto de la planta no permite conocer con seguridad cómo era, y si se trataba de una vivienda de peristilo o de atrio y peristilo. De atrio y peristilo parece la vivienda 3F, con un atrio de 6 x 4 columnas, abierto al norte; tiene impluvium unido por tuberías de plomo a lo que parece el brocal de un aljibe situado en la dependencia inmediata, más al sur, y a un estanque polilobulado similar al de 5F, aunque más pequeño, rodeado de muros cuya relación con aquel no acaba de estar clara. Era de esperar un patio similar al 5F, pero los vestigios conservados no permiten asegurarlo8. La cronología de estas domus no está bien precisada, más allá de su adscripción a la época imperial. Ignoramos la fecha exacta de construcción de las casas ahora visibles y sus vicisitudes, aunque Balil apuntó en su momento que los estanques polilobulados como los que se conservan en las dos casas parecen propios de época severiana (Balil, 1974: 5–15). Por debajo de 5F se encontró un conjunto de tres habitaciones, una central que se excavó casi completa y dos laterales, pavimentadas con mosaico; la primera estaba pavimentada con el conocido mosaico ‘helenístico’, una de las laterales con un opus signinum con dibujo de rombos sobre un fondo de mortero y otra con un suelo de adobe (Ramos Folqués, 1975; Abad, 1986–87; Lara, 2007). Son edificaciones del siglo II a.n.e. que seguramente siguieron en uso hasta el siglo I, y que serían los antecedentes de las domus ahora visibles; denotan una clara influencia romana en lo que se refiere a distribución y decoración. En este lugar se alcanzaron estratos con materiales de la Edad del Bronce, aunque sin estructuras. Por encima de lo actualmente visible debieron estar las construcciones tardorromanas y visigodas, muy arrasadas y de las que apenas existe información. Interesante es también indicar que muchos de los grandes vasos decorados del estilo de Elche se encontraron en niveles inferiores, que debían corresponderse, por cota y por fecha, a la decorada con el mosaico helenístico (Fig. 9). 8 Estas domus fueron objeto de una presentación de conjunto por Ramos Fernández en 1991: 69–78. 190 Figura 9. Domus 5F con la superposición de estructuras. Adaptación de Ramos, 1984: 149–153. 191 Figura 10. Placa de bronce con distribución territorial. El área central Al sur de este conjunto de estructuras se encuentra una amplia área muy restaurada, excavada en la década de los noventa (Ramos Fernández, 1995b; Ramos Molina, 1995). Es el conjunto que en la bibliografía se conoce como “foro romano”, aunque los vestigios que en él existen no corresponden a la estructura forense de una colonia como Ilici. No es posible identificar el edificio que lo preside como el templo de Juno atestiguado en las monedas, y ni siquiera con un templo propiamente dicho. La casa existente al otro lado de la calle, hacia el sur, contiene un pozo, un pie de prensa, alguna balsa y varias de sus habitaciones están revestidas con opus signinum y moldura de media caña; se trata de una instalación de tipo hidráulico no bien precisada, pero similar a otras que aparecen en edificios reutilizados en época tardía en el centro de las ciudades. Al pie de los muros se realizaron pequeños sondeos que mostraron que estas estructuras son más modernas de lo que se había creído, que pueden datarse en los siglos III y IV d.n.e. y que poco tienen que ver por tanto con la plaza del foro con la que se la ha relacionado tradicionalmente. 192 Todo este conjunto es pues de época tardía, y no parece constituir en sí ningún espacio forense, que en todo caso estaría en niveles inferiores9. Uno de los proyectos de futuro es proceder a la excavación del espacio abierto al oeste, donde prospecciones de georadar han indicado la existencia de estructuras infrapuestas. Esta área es importante porque en ella se observa la existencia de un cruce de calles que debía corresponder a un cardo y un decumanus, con una orientación ligeramente desviada hacia el oeste, que coincide con otros trozos de calle detectados a lo largo del yacimiento. Y también porque aquí se encontró, en niveles superficiales alterados, la placa de bronce con la distribución territorial, sin duda el descubrimiento más importante realizado en La Alcudia en los últimos años (Alföldy, 2001: 41–45) (Fig. 10). Las termas orientales En dirección sur encontramos las termas orientales, uno de los conjuntos más monumentales del yacimiento. Lo que se conserva, excavado entre los años 1999 y 2002, es una natatio rodeada de un pasillo descubierto, con un pórtico cubierto en su parte occidental. A su lado encontramos una estancia cuadrada dotada dehypocausta, perteneciente a un conjunto que parece extenderse hacia el norte. Al este, un conjunto de dependencias con una cisterna, lo que debieron ser las letrinas y un pasillo decorado con mosaico, en descenso hacia el este, que pudo haber constituido una de las entradas del edificio (Ramos Molina y Tendero Porras, 2000). Da la impresión de que lo descubierto es uno de los extremos del conjunto termal, cuya orientación no resulta fácil de establecer. Lo normal es que la natatio sea la parte final de las termas, al otro extremo del caldario, que suele estar orientado hacia el sur. De ser así, el cuerpo de las termas se extendería hacia el norte, aunque el hecho de que una habitación con calefacción se encuentre en el ángulo noroccidental hace pensar que la parte caliente se extendiera hacia el norte, o hacia el oeste. Son datos que hoy por hoy no resultan fáciles de precisar. Es importante, como luego veremos, que el pasillo con mosaico que se orienta hacia el este acabe en un umbral dotado de dos quicialeras y un hueco para el cerrojo, correspondiente a una puerta de dos hojas que abría 9 Sobre estos aspectos, véase el libro de Lara Vives, 2005. 193 Figura 11. Termas orientales. hacia el este, lo que indica que no se trataba de la puerta de entrada al edificio, sino de la de una dependencia interior. De esta forma, el conjunto termal sobrepasaba los límites tradicionales del altozano de La Alcudia, que siempre se ha considerado el recinto externo de la ciudad, para extenderse por el terreno inmediato (Fig. 11). En este lugar, conocido como El Borrocat, se realizaron sondeos a cargo de la empresa Alebus, S.L. en el momento previo a la urbanización. Los resultados de que podemos disponer, por gentileza del director de la misma, Eduardo López Seguí, muestran la existencia de estructuras a una profundidad de cuatro o cinco metros, aunque no ha sido posible relacionarlas con el plano de La Alcudia. Dado que lo realizado son sondeos en forma de largas zanjas, lo único que por el momento puede deducirse es que en esta zona existían construcciones –en algunos casos de gran porte— relacionadas con el núcleo urbano de lo que tradicionalmente se ha conocido como La Alcudia, a diferencia de lo que ocurre en el lado occidental, donde parece que más allá del recinto conservado sólo existían vertederos. Época tardía Cerca de las domus ya estudiadas se encuentran los vestigios de la construcción en la que apareció el llamado “tesorillo bizantino”, en realidad de época tardorromana, ya que los sólidos que permiten una ubicación cronológica post quem son de los emperadores Teodosio y Honorio. Consta de pendientes, anillos y un pequeño lingote de oro, quizás reserva del propietario para ulteriores producciones o atesoramiento. El lugar apenas es reconocible, ya que se encontraba muy alterado y dañado, y se ha conservado sólo como testimonio de su hallazgo10. El edificio más importante de esta época es sin duda la iglesia cristiana. Se conoce desde principios del siglo XX, cuando Eugène Albertini excavó en el lugar, por indicación de Pedro Ibarra, y dado que se encontraban numerosas teselas en superficie. El mosaico volvió a cubrirse hasta que en 1948 se destapó de nuevo para la visita de los participantes en el Congreso de Arqueología del Sudeste español. En esa fecha se procedió a su levantamiento y a colocarlo sobre un soporte de losas de hormigón que se almacenaron en el museo, hasta su recolocación in situ en 1996. 10 Sobre esta época se ha realizado un estudio de conjunto a cargo de Roberto Lorenzo de San Román (2006). 196 Han sido numerosas las publicaciones sobre este edificio, desde la primera de Pedro Ibarra hasta el estudio reciente de Robert Lorenzo (2004–2005: 127–156). En el ínterin le han dedicado atención Alejandro Ramos, Helmut Schlunk, Theodor Hauschild y otros investigadores. Las polémicas en torno a la iglesia han sido varias, comenzando por su identificación como una posible sinagoga, al interpretar como judíos los textos que aparecen en su pavimento. Schlunk demostró sin embargo que esos mismos textos se encontraban en pavimentos de iglesias orientales. También se ha reflexionado acerca de las fases de construcción, siendo hoy la hipótesis más aceptada la de que la iglesia se construye como tal en un primer momento, y que en una segunda fase se incluyen los canceles y las celosías de las ventanas. Otro problema es el de la configuración original del edificio y su incardinamiento en La Alcudia. Hoy aparece como un edificio exento, aislado de su entorno, aunque sabemos que en origen no era tal, sino que formaba parte de un conjunto mayor, cuya forma, estructura y función desconocemos. También estaba rodeado por su lado norte por una serie de enterramientos de inhumación que deben corresponder a una necrópolis ad sanctos similar a la encontrada en El Tolmo de Minateda (Abad et alii, 2000; idem, 2008: 330–332). La iglesia es de pequeño tamaño, aunque cuenta con un mosaico de pavimento de gran calidad y cierta complejidad, parecido en cuanto a su temática a los mosaicos de la villa de Algorós, excavados por Aureliano Ibarra, y de Jumilla, datados en el siglo IV avanzado, y con unos canceles o celosías de ventana muy elaborados (Fig. 12). Eso hace suponer que se trata de una iglesia importante, aunque pequeña para ser la iglesia episcopal, sobre todo si tenemos en cuenta que la que sustituye a ésta cuando Ilici cae en manos bizantinas, la de la ciudad de Elo / Eio, en El Tolmo de Minateda, tiene más del doble de tamaño, con tres naves en lugar de una, aunque sin los detalles de lujo que encontramos en la de Ilici. En cuanto a su cronología, el mosaico parece del siglo IV avanzado, aunque dada la existencia de letreros griegos, no sería descabellado proponer una datación en época bizantina, ya que los motivos decorativos de índole geométrica, similares a los de Jumilla y Algorós, tienen una larga perduración y no suponen más que un término post quem a la hora de fijar una cronología. La tesis oficial, mantenida por la familia Ramos, es la de que se trata de una iglesia de muy temprana construcción, dado que en el revestimiento de un muro, muchos años 197 Figura 12. Iglesia cristiana con el mosaico restituido en su lugar. después de su excavación, aparecieron unos huesecillos de paloma y dos monedas de Constantino, que constituirían un depósito fundacional datado por las monedas en el año 322. Sin embargo, la presencia de esas monedas sólo proporciona un término ante quem non, y las circunstancias de su aparición, fuera de cualquier intervención controlada, y por una persona ajena a la Alcudia, genera considerables dudas (Lorenzo, 2004– 2005: 148–149) Estructuras de época tardía se conservan pocas en el yacimiento. Pero sabemos que sobre una capa de relleno de unos 30 cm en la sala meridional de las termas orientales se alzaban cuatro muros de ladrillo, sin duda tardíos, que la dividían en cinco estancias rectangulares. 198 El problema de la extensión de La Alcudia El entorno de La Alcudia no ha sufrido hasta el momento graves alteraciones, aunque en los últimos años se han levantado construcciones unifamiliares y naves industriales en las cercanías que han alterado el paisaje más de lo deseable. El yacimiento se declaró BIC en 1962, pero el decreto es un monumento a la confusión, que ha acarreado problemas importantes. En él se declara Bien de Interés Cultural el yacimiento de La Alcudia y se fija como área de protección un conjunto de parcelas que son en realidad las que conforman el propio yacimiento, es decir, que fuera de él no garantiza un solo metro de protección. En el momento en que se urbanizó el entorno, no hubo forma legal de detener el proceso, aunque se aplicaron todas las cautelas necesarias a la hora de conceder los permisos de edificación. Con ese motivo, el Ayuntamiento estableció un área de protección de 500 m en torno al yacimiento, que constituye una salvaguarda provisional hasta tanto se ultime el Plan Especial en proceso de redacción. Su entorno corresponde en buena medida al terreno centuriado. Los trabajos sobre esta centuriación han sido numerosos a lo largo del tiempo, aunque como ocurre en tantos temas relacionados con La Alcudia, la mayor parte son repeticiones de argumentos antiguos y dan por probadas cosas que al estudiarlas desde un punto de vista más próximo o actual se ve que no lo están. La gran novedad de los últimos años ha sido la aparición de una placa con corresponde a un fragmento de la repartición original, lo que ha permitido nuevos estudios sobre la centuriación y sobre el proceso de fundación de la ciudad11. La existencia de una red viaria fosilizada en el territorio permite conocer la centuriación con bastante verosimilitud (Fig. 13). Pero sigue existiendo el problema de que la orientación del yacimiento no coincide con la de esta organización, y de que el cardo máximo de la centuriación no corresponde al eje principal norte–sur del yacimiento. Hoy podemos avanzar algo más: a partir del cruce de caminos que encontramos en el llamado 11 Alföldy, 2001: 37–45. Algunos de sus puntos de vista han sido revisados por Oriol Oresti, póster. 199 ‘foro’ del yacimiento, que se corresponde con los escasos vestigios de otras calles en el resto de su superficie, parece que la orientación viaria de la ciudad no era la misma que la de la centuriación, ya que en lugar de nordeste–suroeste era noroeste–sureste. De hecho, ninguno de los cardines mayores de la centuriación toca el yacimiento, que queda entre dos de ellos; sólo podría alcanzarlo un cardo minor de una de las centurias, en un lugar que marcaría el inicio de un cardo urbano paralelo al identificado en la zona del llamado ‘foro’. A modo de hipótesis podríamos avanzar el hecho de que el altozano de La Alcudia correspondiera a la ciudad tardorrepublicana, en tanto que la fundación augustea se encontrara al este de la misma, en torno a un cardo principal que corre al este del yacimiento y que podría articular una organización reticular urbana. Todo ello no es sin embargo sino una hipótesis que requiere aún de mucho trabajo arqueológico y de interpretación (Fig. 14.)12. Figura 13. Pertica y organización de la ciudad. 200 Infraestructuras En el año 2003 se redactó un Plan Director (2003–2008) que marcó las diferentes etapas de actuación en el yacimiento. La primera consistió en desmontar las numerosas terreras existentes, que en algunos casos se remontaban hasta los años 50 y que conferían a La Alcudia un aspecto desolador. Inmediatamente se diseñó un nuevo itinerario a partir de una plaza central que sirviera de centro distribuidor para los visitantes (Cf. fig. 1). Las sendas se pavimentaron con arena y gravín apisonado y rehicieron aptas para personas discapacitadas. Se instalaron también pantallas vegetales y riego por goteo, para lo que hubo que construir una balsa en la zona marginal del yacimiento. A lo largo de las sendas se han colocado nuevos paneles con información actualizada de cada uno de los monumentos, que completan la existente 12 Esta idea no es nueva. Ya Juan M. Abascal indicó en su día que posiblemente el foro de la colonia, atestiguado por inscripciones, debería encontrarse no donde se ha ubicado tradicionalmente sino en esta zona. Y los trabajos que está llevando a cabo actualmente Mercedes Tendero sobre la organización interna de La Alcudia y su estructura territorial arrojarán sin duda nueva luz sobre estos problemas, en el momento en que se publiquen. Figura 14. Propuesta de organización de la ciudad. 201 Figura 15. Vista del interior del nuevo museo. (Cf. fig. 4), y en una de ellas copia de las inscripciones que se encuentran empotradas en el Ayuntamiento de Elche, aparecidas en La Alcudia y sus inmediaciones y que constituyen la partida de nacimiento de la ciudad. Se ha actuado también en los perfiles de las áreas excavadas, ensayando posibles soluciones, ya que el revestimiento con hormigón ligero proyectado sobre un mallazo resulta demasiado costoso. Se ensayó el revestimiento con enlucido de barro y paja sobre una tela metálica clavada al perfil, que ha dado buenos resultados, aunque resulta sensible a las filtraciones de agua. Los perfiles, asegurados o no, se han estabilizado mediante plantas del tipo de diente de león, cuyas raíces se fijan al borde exterior del corte; al caer forman una malla natural que lo contiene sin alterarlo, ya que no enraízan en él. Con ello se aumenta también la masa vegetal que contribuye a hacer más agradable el yacimiento. Se ha construido un nuevo edificio que funciona a modo de centro de interpretación y de museo (Cf. fig. 2). En él se albergan las piezas más importantes de la colección y se entrega al visitante la información actualizada, 202 Figura 16. Pasarela de acceso al yacimiento. en forma de folletos, audiovisuales, guías, etc. (Fig. 15) De aquí arranca una pasarela que facilita el acceso, salvando la diferencia de altura. Pasarela y museo son el símbolo del nuevo periodo iniciado en La Alcudia a partir del año 2003 (Fig. 16). En el museo antiguo se ha procedido al remozamiento de las salas, con un nuevo diseño cromático, de color rojo con marcos en negro, y con menos piezas expuestas, haciendo de él algo más diáfano. Se ha intentado mejorar en la medida de lo posible las deficiencias estructurales, que son muchas y que requieren de un proyecto de intervención redactado, a la espera de la dotación económica necesaria (Fig. 17). La conservación de los materiales es problemática. La falta de un almacén permanente se ha salvado, de momento, con la reconversión de una de las salas del antiguo museo en almacén y laboratorio, concretamente la 203 Figura 17. Vista de una de las salas del museo antiguo. sala V, que estaba destinada a exponer la colección de época visigoda. Con ello se ha solventado, al menos por ahora, uno de los principales problemas del yacimiento, aunque no es sino una solución provisional. La conservación de las piezas más importantes se ha resuelto con su ubicación en el nuevo museo, donde cuentan con climatización y seguridad adecuadas. Asimismo, muchas de las restauraciones son ya antiguas, y se está procediendo a rehacer algunas de las de los vasos más importantes y conocidos. Se está procediendo también al inventario de la colección, que no existía, y al control de temperatura y humedad. La conservación de las estructuras es aún más complicada. La falta de un registro de intervenciones realizadas impide conocer el grado de afectación en cada una de ellas, aunque a tenor de la información recibida ha 204 sido muy elevado. Como se indicó en su momento, la dificultad de evacuar las aguas pluviales hace que los monumentos se deterioren y que los trabajos de restauración hayan contribuido a enmascarar lo poco original que quedara. Está en curso un proyecto de dibujo y documentación de todas las estructuras, así como de sus relaciones estratigráficas, trabajo que debió constituir la tesis doctoral nunca realizada de un becario de FPI. Una solución sería cubrir las áreas excavadas, algo que se realizó en su momento para la iglesia cristiana, con una cubierta a doble vertiente que reproduce lo que debió ser la cubierta original. Existe un proyecto de cubrición de las termas orientales, pero es algo que por el momento desborda las posibilidades reales de la Fundación. Difusión Durante estos años se han venido impartiendo clases prácticas en el yacimiento, a cargo de Mercedes Tendero, técnico de la Fundación, y Jesús Moratalla, profesor de la Universidad, para los alumnos de primer curso de Arqueología de la Universidad de Alicante. Para ello se compuso un cuaderno de prácticas de campo que ha servido como manual para completar la enseñanza teórica en el aula. Algunas veces este curso se ha completado con prácticas en excavación, en función de las posibilidades del yacimiento. Estos alumnos, y los de otros cursos, han podido asistir también a las excavaciones que nos gusta designar como docentes, desarrolladas en los meses de verano y centradas en las llamadas casas ibéricas y en las termas occidentales. Uno de los aspectos en que más esfuerzo se ha hecho ha sido el de la difusión del yacimiento. Lo primero fue elaborar un cuaderno didáctico que sirviera de material de trabajo para los alumnos de secundaria. Más adelante, un Aula Virtual sobre La Alcudia de Elche, para facilitar la toma de contacto de los alumnos de los tres niveles educativos —y del público en general— con el yacimiento, la arqueología y el patrimonio (http://www.cervantesvirtual.com/portal/alcudia/). Se ha actualizado la página web de la Fundación, haciéndola más interactiva y con más y mejor información (http://www.laalcudia.uafg.ua.es/ ). Papel principal ha tenido la celebración de los ciclos de conferencias titulados Los Lunes con La Alcudia, patrocinados por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante. Hasta el momento se 205 han realizado cinco, dedicados al yacimiento, sus materiales, la Dama de Elche y su entorno, la vivienda y las estructuras defensivas. Tienen reconocimiento de créditos de libre elección de la Universidad de Alicante, y son reconocidos también por el Instituto de Ciencias de la Educación. Se ha llevado a cabo una gran exposición titulada Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici, patrocinada por Caja Mediterráneo, con un total de doscientas piezas, todas de Ilici o de su entorno inmediato. La han contemplado más de 130.000 visitantes en Alicante, Murcia, Palma de Mallorca, Cartagena, Valencia, Barcelona, Elche, Madrid y Albacete. Su objetivo era dar a conocer la rica colección de arqueología de Ilici y explicar el proceso de evolución cultural de las tierras del sudeste a partir de una de sus ciudades más importantes, con los procesos de iberización, romanización, cristianización e islamización como momentos estelares. Por primera vez se pudieron ver juntas piezas de las colecciones de La Alcudia, del museo arqueológico de Elche y de la colección Ibarra, lo que aumentó considerablemente su valor (Abad y Hernández, eds. 2004). Con motivo de la inauguración del centro de interpretación se ha llevado a cabo la renovación de la señalética, añadiendo nuevos paneles a los ya existentes, lo que aumenta y mejora la información que se ofrece al visitante (Cf. fig. 4). El texto de estos paneles, junto con el de las vitrinas del centro de interpretación, está en castellano y valenciano, se ha traducido al inglés y al francés, y está prevista al alemán. También se ha editado una nueva guía en pequeño formato, sintética y clara, con información actual sobre el yacimiento y sus problemas (Abad y Tendero, 2008). El nuevo centro de interpretación consta de un área de recepción, con un punto informático, una sala multiusos en la que se exponen dos audiovisuales, uno realizado por el Taller Digital de la Universidad, sobre la historia de La Alcudia y sus monumentos, y otro más intimista, obra de dos ilicitanas, Sol Pérez y Lola Peiró, que evocan las sensaciones y los sentimientos que una visita al yacimiento despierta. El núcleo del edificio es la sala de exposiciones, con una vitrina corrida en cada uno de sus laterales y al fondo una reproducción de la Dama de Elche obtenida del molde de Ignacio Picazo conservado en el Museo del Louvre de París. Tiene también una sala didáctica para que pequeños grupos de alumnos puedan comprender el trabajo de los arqueólogos y la forma en que se han recuperado los materiales que acaban de ver, con los que se puede explicar la historia del yacimiento. 206 Las vitrinas albergan lo más granado de la colección (Cf. fig. 2), y la exposición se ha organizado en dos partes: la de la izquierda muestra el ámbito en que se desarrollan las culturas y los testimonios de su organización material; se inicia con la presentación del yacimiento y su entorno y los objetos que permiten relacionarlo con el territorio, el comercio, la vida urbana y la vida cotidiana, para concluir con la Dama de Elche y la Fundación Arqueológica La Alcudia. En el centro de la sala, la copia de la escultura, única reproducción que se exhibe en el centro. El otro lado se dedica a los aspectos espirituales que han dejado huella material; la escritura, el ideal aristocrático, la religión y la muerte. Se cierra el proceso con el final de La Alcudia como ente urbano y su transformación en finca agrícola. Todas las vitrinas cuentan con textos explicativos en valenciano y castellano, y cuando es necesario con paneles complementarios y gráficos interpretativos. El edificio así concebido está a medio camino entre un museo y un centro de interpretación. El diseño original era el de un centro de interpretación, pero puesto que el edificio iba a contar con modernos sistemas de acondicionamiento, que faltaban en el museo antiguo, se optó por convertirlo también en museo para que pudiera albergar, en condiciones óptimas, la parte más importante de la colección. Desde este edificio se accede al yacimiento a través de un camino de acceso que ha conllevado la excavación del frente de la muralla. El camino discurre paralelo a la muralla en la zona conservada, sube por el talud en el área en que la muralla se mete más adentro, y realiza un giro de 90º para adentrarse en el altozano hasta el antiguo camino de acceso, convertido ahora en vía peatonal y tráfico rodado limitado al servicio interno y a emergencias. Esta actuación, integrada en el estudio del frente oriental de La Alcudia, ha sido posible gracias a un convenio entre la Fundación La Alcudia y la Fundación Marq, que es quien ha corrido con los gastos del proyecto. Todo el yacimiento, incluida la pasarela de acceso, permite el paso de personas discapacitadas. 207 Bibliografía citada13 ABAD, L., MORATALLA, J. y TENDERO, M. 2000: “”Contextos de antigüedad tardía en las termas occidentales de La Al- ABAD CASAL, L. 1986–87 “En torno a dos mosaicos ilicitanos: el ‘helenístico’ y el de conchas marinas”, Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, 13–14: 97–105. cudia (Elche, Alicante)”, Anales de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Murcia, 16: 133–147. ABAD CASAL, L. y TENDERO PORRAS, M. Ilici. La Alcudia de Elche, Alicante. Guía del parque arqueológico. Alicante, 2008. ABAD CASAL, L., GUTIÉRREZ LLORET, S. y GAMO PARRAS, B. ALBERTINI, E. 1905: “Rapport summaire sur les fouilles d’Elche 2000: “La basílica y el baptisterio de El Tolmo de Mina- (Espagne)”, Comptes rendus de l’Académie des Inscrip- teda (Hellín, Albacete)”, AEspA, 73: 193–222. tions et Belles Lettres. 661–620. ABAD CASAL, L., GUTIÉRREZ LLORET, S., GAMO PARRAS, B. y CÁNOVAS GUILLÉN, P. 2008: “Una ciudad en el camino. Pasado y futuro de El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete”, Recópolis y la ciudad en la época visigoda. Zona Arqueológica. Museo Arqueológico Regional. Madrid: 322– 337. ABAD CASAL, L. 2004: “La Alcudia ibérica. En busca de la ciudad perdida”. Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici. Caja Mediterráneo. Alicante: 69–78. ABAD CASAL, L. Y TENDERO PORRAS, M. 2008: Ilici. La Alcudia de Elche, Alicante. Guía del Parque Arqueológico. Fundación Universitaria de Investigación Arqueológica La Alcudia. Elche. ABAD, L. Y HERNÁNDEZ, M. 2004: Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici. Caja de Ahorros del Mediterráneo. Alicante. 13 ALBERTINI, E. 1906 : « Fouilles d’Elche », “Fouilles d’Elche”, Bulletin Hispanique, VIII: 337. ALBERTINI, E. 1906 : « Fouilles d’Elche », “Fouilles d’Elche”, Bulletin Hispanique, IX: 120–127. ALFÖLDY, G. 2001: “Administración, urbanización, instituciones, vida pública y orden social”, Las ciudades y los campos de Alicante en época romana, Canelobre, 48. Instituto de Estudios Juan Gil–Albert. Alicante: 35–58. BALIL, A. 1974: “Casa y urbanismo en la España antigua”. Studia Archaeologica, 4. Universidad de Santiago. Santiago de Compostela. GUTIÉRREZ LLORET, S. 2004: “Ilici en la Antigüedad Tardía. La ciudad evanescente”. Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici. Caja Mediterráneo. Alicante: 95–110. IBARRA I MANZONI, A. 1879 : Illici. Su situación y antigüedades. Alicante. Una bibliografía más completa y actualizada puede encontrarse en la página web de la Fundación La Alcudia: http://www.laalcudia.uafg.ua.es/bibliografia.jsp. 208 LARA VIVES, G. 2007: “Nuevos datos para la contextualización RAMOS FERNÁNDEZ, R. 1983: “Estratigrafía del sector 5F de La del mosaico helenístico de La Alcudia (Elche, Alicante)”, Alcudia de Elche”, Lucentum, 2. Alicante: 173–198. El arte ibérico en la España mediterránea. Alicante. Ins- RAMOS FERNÁNDEZ, R. 1991: El yacimiento arqueológico de La tituto Juan Gil–Albert, Alicante: 155– 165. LARA VIVES, G., 2005: El culto a Juno en Ilici y sus evidencias, Villena: 91–157. LORENZO DE SAN ROMÁN, R. 2004–2005: “La basilica-sinagoga de l’Alcúdia d’Elx (1905-2005). Problemes i estat de la qüestió 100 anys després”, Lucentum, 23–24: 127–156. LORENZO DE SAN ROMÁN, R. 2006: L’Alcúdia d’Elx a l’Antiguitat tardana. Anàlisi historiogràfica i arqueològica de l’Ilici dels segles V–VIII, Alicante. MORATALLA JÁVEGA, J. (inédito) 2004: Organización del territorio y modelos de doblamiento en la Contestania Ibérica. Tesis doctoral inédita. Alicante. MORATALLA JÁVEGA, J. 2004–2005: “La Alcudia ibérica. Una necesaria reflexión arqueológica”, Lucentum, 23–24. Alicante: 89–104. OLCINA, M. Y PÉREZ, R. 1998: La ciudad ibero-romana de Lucentum. Introducción a la investigación del yacimiento arqueológico y su recuperación como espacio público. El Tossal de Manises. Diputación Provincial. Alicante. PAPÍ RODES, C. 2008: Aureliano Ibarra y La Alcudia. Universidad de Alicante. Alicante. Alcudia de Elche. Consell Valencia de Cultura. Valencia. RAMOS FERNÁNDEZ, R. 1995b: “Un templo romano de época augustea en La Alcudia de Elche”, Actas del XXII CNA Arqueología, Vigo 1993. Zaragoza, 1995: 349–353. RAMOS FERNÁNDEZ, R. 2003: Documentos y reflexiones sobre una dama. Ayuntamiento de Elche. Elche. RAMOS FERNÁNDEZ, R. y RAMOS MOLINA, A. 1995: El templo ibérico de La Alcudia. La Dama de Elche. Ayuntamiento de Elche. Elche. RAMOS FERNÁNDEZ, R. y RAMOS MOLINA, A. 2004: “Historia de La Alcudia”, Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici. Caja Mediterráneo. Alicante: 241–248. RAMOS FOLQUÉS, A. 1955: Sobre escultura y cerámica ilicitanas. Estudios ibéricos, 3. Valencia. RAMOS FOLQUÉS, A. 1966: “Estratigrafía de La Alcudia de Elche”, Saitabi, 16, Valencia: 71–76. ORESTI, O. póster: “New perspectives about the tabula of Ilici (Elx-Elche, Spain). RAMOS MOLINA, A. “Sobre dos monedas halladas en el templo romano de Ilici”, Actas del IX Congreso Nacional de Numismática, Elche, 1994, Zaragoza, 1995: 173–176. RAMOS MOLINA, A. 1997: La planimetría del yacimiento de La Al- RAMOS FERNÁNDEZ, R. “La casa romana hispano romana en cudia de Elche. Caja de Ahorros del Mediterráneo. Elche. Ilici”, I Coloquio Internacional sobre la casa urbana his- RAMOS MOLINA, A. y TENDERO PORRAS, M., 2000: “Dos nuevos panorromana. Zaragoza: 69–78. conjuntos termales en Ilici (La Alcudia, Elche)”. En C. Fer209 nández Ochoa y V. García Entero (eds): II Coloquio Internacional de Arqueología de Gijón, Termas Romanas en el occidente del Imperio, Gijón: 245–250. ROVIRA LLORENS, S. (coord.), 2006: La Dama de Elche. Museo Arqueológico Nacional. Madrid. SALA SELLÉS, F. 1992: La ‘tienda del alfarero de La Alcudia de Elche’ Caja Provincial de Ahorros. Alicante. 210 Entre “Dama” y “Santa María”, las canteras de El Ferriol en Elche Pierre Rouillard UMR 7041 Maison René–Ginouvès, Archéologie et Ethnologie 21 Allée de l'Université 92023 NANTERRE Cedex pierre.rouillard@mae.u-paris10.fr Jesús Moratalla Departamento de Arqueología Universidad de Alicante San Vicente de Raspeig jesus.moratalla@ua.es Laurent Costa UMR 7041 Maison René–Ginouvès, Archéologie et Ethnologie 21 Allée de l'Université 92023 NANTERRE Cedex laurent.costa-asi@mae.u-paris10.fr Cyril Gagnaison Géosciences–IGAL Institut Polytechnique LaSalle-Beauvais 13, rue Pierre–Waguet BP 30313 60026 Beauvais Cedex cyril.gagnaison@lasalle-beauvais.fr Marine Gleise 51 rue de la Batissière 45130 Meung sur Loire marinegleyse@hotmail.com Gérard Montel UMR 7055 Maison René–Ginouvès, Archéologie et Ethnologie 21 Allée de l'Université 92023 NANTERRE Cedex gerard.monthel@mae.u-paris10.fr Christian Montenat Géosciences–IGAL Institut Polytechnique LaSalle-Beauvais 13, rue Pierre–Waguet BP 30313 60026 Beauvais Cedex christian.montenat@nordnet.fr Figure 1. Elche, carte. 212 Ce dossier est le résultat d’un enchaînement fait de rencontres et de hasards. Au départ de l’enquête se trouve la Dame d’Elche dont un des auteurs de cet article, Christian Montenat, a cherché et trouvé, dans les années 1970, dans les massifs calcaires situés entre Elche et Aspe (Fig. 1), l’origine de la pierre qu’un sculpteur anonyme avait utilisé il y a à peu près 25 siècles. En 2005, la découverte, par Cyril Gagnaison, d’une ébauche de sculpture attribuée à l’époque ibérique, dans les déchets et éboulis d’une ancienne carrière du même massif, au lieu–dit El Ferriol, venait nourrir un dossier et nous convaincre de la nécessité de mener à bien un ambitieux programme de travail. De fait, les massifs calcaires de la zone nord d’Elche ont fait l’objet d’une exploitation intensive de la pierre sur plus de 25 siècles, depuis l’époque Ibérique jusqu’à la période moderne. D’une part, cette activité a laissé des traces multiples dans le paysage, et, d’autre part, les monuments de la région, la Dame de Elche, mais aussi les églises et notamment la basilique Santa Maria de la ville d’Elche (Fig. 2), sont là pour situer l’importance de ces carrières. Au cours des campagnes de prospection, plusieurs centaines de carrières disposées en «chapelets» ont été recensées, notamment, dans trois secteurs : El Ferriol, Peligros et El Canteres. De ces ensembles, il nous a fallu choisir une carrière à étudier en particulier. Nous avons porté notre choix sur une exploitation située dans la vallée d’El Ferriol II, là où il nous semble que sont concentrées les carrières les plus anciennes1. Histoire d’une découverte 1. La rencontre de l’archéologie et de la géologie Le travail du géologue a précédé celui du archéologue, quand, dans les années 1970, l’un d’entre nous, Christian Montenat, préparant sa thèse sur la géologie de la région Alicante / Murcia, et son collègue Jean–Claude Echallier, ont identifié la pierre mise en œuvre pour sculpter la pièce emblématique de l’art ibérique. Le projet d’une étude globale des matériaux de la sculpture ibérique du Levante espagnol a été réanimé au moment de l’exposition « Les Ibères » qui s’est tenue à Paris, puis à Barcelone et Bonn, entre 1997 et 1998. Ce propos est le fruit d’un travail collectif, et pour lequel nous devons remercier les autorités valenciennes qui ont en charge l’archéologie, la Casa de Velázquez et le Ministère des Affaires Etrangères, les services du cadastre de l’Ayuntamiento de Elche et le service des archives de l’Ayuntamiento de Elche. 1 213 Figure 2. Elche: basilique Santa María. Figure 3. Carrière, dite “Santa María”. 2. Des prospections et une ébauche (Fig. 4) Une nouvelle étape est franchie en 2005 avec la découverte, au cours de prospections géologiques, par Cyril Gagnaison, dans les éboulis de El Ferriol, d’une ébauche de sculpture de guerrier. Elle a été retrouvée semi enterrée, et sa réapparition fait probablement suite à des travaux de replantation de conifères. Parmi les deux ou trois blocs sculptés retrouvés, le plus grand est un buste de guerrier qui a pu être daté autour de 400 av. J.–C. (Gagnaison et al., 2006; Gagnaison et al. 2007a; Rouillard et al., 2006). 214 La pièce mesure 50 cm de haut. Le guerrier a son bras droit replié vers la gauche. Le travail du sculpteur était déjà très avancé quand le bloc s’est cassé sur le côté gauche. On peut suivre ici les étapes du travail de la pierre, avec différents outils utilisés, du poinçon sur le pourtour de la nuque au petit ciseau qui sépare le visage de la masse de la tête. Le travail exécuté semble être plutôt celui du tailleur de pierre, le sculpteur ayant encore à peine intervenu. Quand la rupture survint, l’avant du torse, en bas, était en attente, avant d’être finement travaillé, comme on peut le voir, par exemple, sur la figure féminine de Caudete (Soler García, 1961). On entrevoit sur le bloc d’El Ferriol la place que devait occuper le bras droit, dans un geste vers la gauche seulement esquissé. Plusieurs traits caractérisent cette ébauche : l’asymétrie et l’orientation qui permettent de définir le mouvement du corps. Ainsi, l’oreille gauche est plus grosse que l’oreille droite. Le rendu d’un tel mouveFigure 4. El Ferriol : ébauche de sculpture, buste de guerrier. ment constitue une étape dans l’histoire de la sculpture ibérique, une étape déjà sensible dans le Guerrier « n° 6 » de Porcuna (González Navarrete, 1987: 53–60) où l’illusion du mouvement est accentuée par un volume plus important à droite qu’à gauche. La forme de la tête, cubique, est soulignée par celle du casque avec son rebord traité en bourrelet. Le visage est limité par des verticales parallèles, ce qui lui donne une forme de rectangle, trait que l’on retrouve sur des figurines du Cerro de los Santos (par exemple MAN 7707). Parmi les questions qui restent en suspens, relevons encore celle qui concerne l’ampleur totale du projet du sculpteur : cette pièce intégrait–elle un ensemble de deux ou trois blocs superposés? 215 A la rencontre d’études géologiques et archéologiques, un programme de travail s’est imposé à nous et notre équipe associe désormais collègues de l’Université d’Alicante, du CNRS (Maison René–Ginouvès, UMR 7041, Paris Ouest et Paris I ) et de l’Institut géologique Albert–de–Lapparent (Institut polytechnique La Salle–Beauvais). Le travail est soutenu par le Ministère des Affaires Etrangères (Paris) et la Casa de Velázquez (Madrid). Une géographie L’interrogation : quel matériau pour quelle sculpture ? L’étude pétrographique des pièces sculptées menée au Musée de la Alcudia de Elche et au Musée archéologique d’Alicante, MARQ, a permis de constituer des ensembles et de relier les matériaux archéologiques aux différents calcaires exploitables au nord d’Elche (Gagnaison et al., 2007). Une bonne partie de la statuaire étudiée a été sculptée dans un calcaire bioclastique, fin, beige jaunâtre, du Miocène inférieur–moyen. (faciès A). Liste des pièces travaillées dans cette pierre : Dame d’Elche, Tête de griffon de La Alcudia, Tête féminine, dite “korè” de La Alcudia, le Guerrier avec épée conservé au Museo Arqueológico Nacional de Madrid, et le buste ébauché trouvé en 2005. Appartiennent au même ensemble les pièces trouvées au Parque de Elche : la sphinge et la jambe de guerrier avec cnémide, le monument de Montforte del Cid, les sphinges d’Agost, une bonne partie des pièces trouvées dans la nécropole de Cabezo Lucero, à Guardamar del Segura (le reste étant travaillé dans une pierre extraite sur le lieu même) ; pour la basilique de Santa María de Elche le même matériau (avec d’autres aussi) a été utilisé. Les sculpteurs ont utilisé plus rarement un calcaire sableux fin, beige, à fossiles disséminés (ditrupes, pectinidés), d’âge Miocène supérieur, le Tortonien II de Montenat (Montenat 1977). Cette pierre (faciès B) a été utilisée pour le Torse de guerrier avec tête de loup ou la Dama sedente de La Alcudia. Un troisième calcaire bioclastique et détritique à grain très grossier (faciès C), d’âge Miocène supérieur, le Tortonien I de Montenat (Montenat 1977) a surtout servi pour le bâti et davantage, semble–t–il à l’époque romaine. 216 L’organisation des carrières : une approche cartographique Les reconnaissances de terrain menées sur les zones d’El Ferriol, de Peligros et d’El Canteres ont permis de se rendre compte de la densité et de la qualité exceptionnelle de ces vestiges. Au total 58 établissements correspondant à des exploitations de pierre de toutes tailles et de toutes époques ont été reconnus, visités et localisés à l’aide d’un GPS (DOC A); tel était l’état de l’inventaire en 2007 (Fig. 5). Parallèlement à cette approche du terrain, nous avons pu réunir les éléments de cartographies et de photographies aériennes afin de composer un corpus documentaire sur la région. Cet ensemble nous a permis de développer un premier embryon de Système d’Information Géographique (SIG) avec lequel nous proposons une première démarche de repérage et d’analyse de la répartition spatiale de ces établissements. Cette démarche est basée sur une série de traitements spatiaux semi–automatisés des données de l’orographie et une analyse de carto et photo–inteprétation destinées à repérer dans le paysage la présence d’anomalies topographiques susceptibles d’être interprétées comme des exploitations de pierre. Pour des questions de commodités, nous avons engagé nos premiers travaux sur les trois zones que nous avions préalablement prospectées (Peligros, El Canteres et El Ferriol). L’idée était alors de comparer notre démarche d’analyse documentaire avec les données issues directement du terrain. Une fois la démarche de repérage validée, nous avons peu à peu étendu à toute la zone Nord d’Elche (correspondant aux 18 feuilles au 1 / 2 000e) notre approche. A ce titre, le document réalisé par l’Ayuntamiento de Elche, au 1 / 2 000e, s’est révélé d’une très grande qualité et nous a servi de socle pour cette étude. Il nous a permis de développer une méthodologie originale de repérage et d’inventaire d’indices d’exploitation nous permettant de multiplier par 6 le nombre d’établissements reconnus susceptibles d’être des exploitations de la pierre. En effet, des 58 établissements repérés sur le terrain et regroupés sur nos trois zones de prospection, nous aboutissons actuellement à un premier corpus de 387 établissements supposés (Fig. 6). Bien entendu, il ne s’agit là que d’indices dont l’existence demande à être confirmée par des contrôles au sol et par une poursuite de l’analyse de la documentation. En outre les travaux de terrain de la campagne de 2008 laissent à penser que ce chiffre est encore probablement bien inférieur à la réalité de terrain. 217 Figure 5. Elche : les secteurs de carrières. 218 Figure 6. Atlas des carrières : un exemple d’une feuille au 1/5000e. 219 Figure 7. El Ferriol II, 1: restitution en 3D. 220 Les étapes de la recherche (Fig. 8) a- La mise en place de la base de données géographioques et du SIG. Les travaux ont été ciblés autour de l’inventaire, la numérisation et le géoréférencement d’un vaste ensemble documentaire de cartes et de photographies aériennes. Pour la base de données « Bd d’Elche » nous nous sommes appuyés sur deux documents de référence : · La carte topographique au 1 / 25 000e de l’IGN (Instituto Geográfico Nacional) a été la première à être geo– référencée. Elle a servi de base pour le géo référencement de toute la documentation cartographique et photographique. Elle permet de construire une série de couches utile pour les analyses à l’échelle micro– régionale. · Le fond topographique numérique au 1 / 2 000e de l’Ayuntamiento de Elche en 18 feuilles. Ce document déjà positionné dans l’espace a été la base pour toutes les opérations d’analyse détaillée et de repérage précis. Il propose une lecture très fine des différents éléments qui composent le territoire. Réalisé sur la base d’une photo–interprétation de clichés aériens de l’Instituto Cartográfico Valenciano au 2000e, ce fonds réalisé par les services de l’Ayuntamiento de Elche livre des informations sur l’altimétrie, le réseau viaire, la toponymie… avec une grande précision planimétrique (centimétrique). Les courbes de niveau y sont indiquées tout les 2 mètres contre 5 mètres pour la carte au 1 / 25 000e. De plus, étant déjà au format numérique (fichiers .dwg Autocad), nous disposions là d’une base de traitement prête à l’emploi. De ces documents, nous avons extrait plus spécifiquement deux ensembles de données spécifiques : · Les objets traitant de l’altimétrie (courbes isolignes et points côtés). Ces données ont été transformées en objets 3D (TIN) puis en grille (MNT) pour pouvoir être traitées numériquement. Les indicateurs de pendage et d’orientation ont été calculés et les anomalies extraites pour être comparées aux données de terrain, · les objets identifiés comme des ruptures dans les courbes topographiques normales. Ces éléments correspondent systématiquement à des fronts de taille. Ces lignes de rupture ont été comparées avec les données de terrain et les photographies aériennes pour validation sur les zones d’échantillonnage. 221 b- L’intégration et l’analyse des données Une fois la documentation organisée au sein d’une base de données géographique, nous avons modélisé ce qui nous semblait être la morphologie typique d’une carrière en dégageant trois indicateurs qui nous semblaient exploitables pour systématiser leurs repérages : · la discordance de pendage avec la tendance normale de la colline : cette discordance révèle généralement l’existence d’un front de taille plus ou moins marqué, · l’anomalie de forme dans le développement « naturel » des courbes de niveau : forme de carré ou “patatoïde”, · l’orientation divergente des fronts de taille par rapport à la tendance normale de la colline. A l’aide de ce schéma, nous avons ensuite réalisé un repérage semi–automatique des anomalies sur les zones d’El Ferriol et de Peligros. Une fois ce travail d’extraction réalisé nous avons établi un schéma de validation par photo et carto–interprétation, puis, par comparaison avec les données relevées sur le teFigure 8. Schéma du programme de travail. 222 rrain. Au final, après de multiples tests, nous nous sommes arrêtés à une méthode de repérage structurée en plusieurs étapes : · Extraction automatiques des indicateurs de pentes, orientations des pentes et dégagement des anomalies, · Analyse visuelle des courbes de niveau et des lignes de ruptures, complétée par une lecture visuelle du modèle projeté en 3D, · Validation et comparaison avec les anomalies de pentes et d’orientation, · Comparaison avec les tracés de la carte topographique au 1/2000e, · Compilation avec les données GPS, · Comparaison avec les images aériennes. Nous avons cherché à comparer ces données aux photographies aériennes verticales de 1945, Figure 9. Carrières d’El Ferriol, vues du nord vers le Sud. Les flèches indiquent les failles. 223 · Relevé topographique et modélisation avancée de la zone d’El Ferriol II, 1. Figure 10. La carrière de El Ferriol II, 1, vue de l’ouest. Figure 11. La carrière de El Ferriol II, 1, vue de l’ouest. 224 c- Premiers résultats de l’analyse cartographique Au final, les comparaisons que nous avons pu faire sur nos zones test, entre les points GPS et les données issues de la carto–interprétation, montrent une très bonne corrélation entre les deux ensembles de données. Les divergences que l’on observe au niveau de chacun des points sont généralement dues au manque de précision du GPS (plus de 5 à 10 m en moyenne en planimétrie). Seuls, les établissements trop petits ou ceux dont la morphologie n’est pas divergente par rapport à la morphologie générale des pentes ne peuvent pas être repérés sur les documents au 1 / 2 000e. Si l’on prend comme exemple la zone d’El Ferriol, les exploitations Figure 12. La carrière de El Ferriol II, 1, le secteur nord-est. Figure 13. La carrière de El Ferriol II, 1: saignées pour le détachement des blocs. Figure 14. La carrière de El Ferriol II, le secteur sud-ouest: traces de travaux préparatoires pour l’arrachement vertical des moellons. Figure 15. La carrière de El Ferriol II, 1 : traces d’outils. 225 repérées par la visite de terrain ne figurent pas en tant que telles sur le fond topographique au 1 / 2 000e. En revanche, on perçoit des anomalies topographiques à cet endroit. La visualisation tri– dimentionnelle et l’analyse des pentes permettent de préciser la morphologie des carrières vues à l’analyse et les travaux de terrain permettent de valider au final toute la chaine opératoire de repérage. Figure 16. La carrière de El Ferriol II, 1 : traces d’outils. En outre compte tenu de l’échantillonnage de done nées altimétriques des fonds au 1/2000 , on sait, par référence au théorème de Nyquist–Shannon2, qu’il est peu probable de repérer les anomalies dont la hauteur est inférieure à au moins 2 fois la distance moyenne des mesures d’échantillonnage. Ayant des courbes de niveau espacées tous les 2 m en altimétrie, les anomalies dont la hauteur est inférieure à 4 m ont peu de chances de figurer dans l’échantillonnage de base et donc d’être repérées par carto–interprétation. La campagne de lever topographique sur la zone d’El Ferriol a par ailleurs confirmé cet état de fait : de cinq éléments repérés par photo–interprétation, l’analyse de terrain nous a livré plus de 30 établissements individualisés. Malgré ces limites, les résultats obtenus sur les deux zones tests permettent d’appliquer la méthodologie sur l’ensemble des 18 feuilles au 1 / 2 000e du document de l’Ajuntament d’Elche et de disposer au final d’un premier inventaire nous donnant une idée assez juste (à 10–20% près) du corpus total des établissements. Au total, ce ne sont pas moins de 365 indices qui ont été repérés qui doivent maintenant, pour aller plus loin dans l’analyse, être autant que possible validés et datés. http://www.Sciences. Univ-Nantes.fr/ Théorème portant sur la fréquence d’échantillonnage : la fréquence d’échantillonnage doit être au moins égale au double de la fréquence du signal analogique. Si l’on se situe sous ce seuil théorique, il y a perte d’information 2 226 Figure 17. El Ferriol : saignées et moellons en cours de détachement. Figure 18. El Ferriol : exemple de carrière avec empreintes de blocs détachés. Pour la datation, les données archéologiques, celles fournies par l’études des techniques mises en œuvre seront fort utiles, mais nous disposons d’une autre source, au moins pour les époques les plus récentes, depuis le Moyen–Âge ; les Archives de la ville d’Elche possèdent les contrats d’attribution des carrières. Disposant des indices rédigés par Pedro Ibarra, nous devrions pouvoir saisir aussi les usages des livraisons des pierres. 3. Le cas de El Ferriol II, 1 Choix de la carrière et aspect général (Fig. 9) La carrière qui a été choisie afin de réaliser une analyse plus approfondie sur l’exploitation de la pierre calcaire dans les environs d’Elche, n’est pas visible depuis la route actuelle qui mène à la vallée d’El Ferriol. Il s’agissait de minimiser les risques de réutilisations ultérieures de l’exploitation et de multiplier les chances d’avoir là une carrière exploitée à une époque très ancienne, romaine, voire pré–romaine. 227 Cette carrière se situe immédiatement sous la crête et est ouverte sur le versant ouest de la montagne. Son plan a une forme schématique en U dont les dimensions sont approximativement de 10 par 20 mètre (Figs. 7, 10 et 11). Au premier abord, l’organisation de l’exploitation semble anarchique. En effet, on remarque que la pierre y est extraite de façon assez irrégulière : il n’existe pas de front de taille rectiligne comme on peut en trouver dans les carrières romaines antiques. Figure 19. El Ferriol : exemple de détachement de moellon abandonné. Les cavaliers de déblais sont bien délimités et bien conservés à l’entrée de la carrière. De plus, on peut émettre l’hypothèse de l’existence possible d’un atelier de taille au sommet du cône sud. Seule une fouille de la zone (prévue en avril 2009) pourrait nous renseigner sur la véracité de l’hypothèse et nous donner des indices supplémentaires afin de caractériser l’ouverture de la carrière et de reconnaître le départ d’un chemin qui mènerait au bas de la montagne. Figure 20. El Ferriol: grands blocs en tours de détachement. 228 La troisième particularité de cette carrière est sa richesse en négatifs d’outils (Figs. 15 et 16). Les traces sont multiples sur les fronts, ce qui indique une utilisation d’instruments variés lors de l’extraction ou le travail des blocs. Les carriers ont utilisé au moins six outils. Comme outils à percussion lancée, on retrouve le pic, la pique et les taillants de tailles variables (3–4 cm à 9–10 cm de large), dont le tranchant des plus larges est parfois légèrement courbé. La broche et les coins, outils à percussion posée, sont également utilisés, ce qui sous–entend l’usage de la massette et de la masse. Figura 21. El Ferrriol : quai de chargement de l’époque moderne. Enfin, il convient de noter que les abords de la carrière sont riches en informations. Plusieurs indices nous suggèrent que la carrière étudiée fait partie d’un ensemble d’une douzaine d’excavations qui appartiendraient au même schéma d’exploitation. Adossées à la montagne, ponctuant la courbe en demi–cercle du versant ouest d’un affleurement rocheux, ce « chapelet » de carrières sillonne le relief dans un rayon d’une centaine de mètre autour de la carrière étudiée. On peut fortement présumer qu’elles ont fonctionné ensemble. Lecture et analyse des fronts de taille Les trois fronts de la carrière présentent de nombreuses similitudes dans l’organisation du travail. La dernière suit le plan d’une faille principale orientée nord–sud. Les carriers ont utilisé cette ligne afin de faciliter à la fois leur travail d’extraction mais aussi afin d’éviter toute rupture lorsque le bloc est séparé de son gisement. De même, les artisans ont été obligés de s’appuyer sur les nombreuses microfailles et diaclases parfois comme 229 saignées à part entière, n’ayant alors qu’à peu tailler pour extraire le bloc (Fig. 12). L’extraction est faite principalement en lit, c’est–à–dire en suivant le litage naturel du banc rocheux, ici sub–horizontal. On note un repiquage systématique en délit (soit pseudo verticale), au fer plat, après l’arrachement du bloc, pour faciliter l’extraction du bloc inférieur. On retrouve sur ces fronts différentes traces d’outils utilisés pour l’extraction. Pour la plupart, elles sont dues à des instruments du type taillant à fer plat et pics d’épaisseur variés. Pour les enlèvements terminaux, on a utilisé des coins. Le front nord–est, à l’heure actuelle, est recouvert au 2/3 par le cône de déblais nord. La crête du front, dégagée au cours d’un premier nettoyage, est bien visible (Fig. 12). Seule l’extrémité nord–est nous a donné quelques renseignements sur l’exploitation du calcaire : on a pu obFigura 22. Els Canteres : ornières des voies de roulement server les restes d’un bloc en cours de dégagement (Fig. de l’époque moderne. 13). Malgré cela, la majeure partie du front nord visible semble avoir été profondément marquée par le passage du temps et les traces ne sont plus discernables. L’arrêt de l’exploitation est certainement dû à la mauvaise qualité de la pierre et la présence de nombreuses fissures et de micro diaclases. Sur le front sud, l’utilisation de pic est attestée pour la taille des saignées. La présence de bécoins prouve l’utilisation de deux types de coins (métalliques ?) sur le chantier, l’un de section carrée, l’autre de section circulaire, pour l’arrachement aussi bien horizontal que vertical des moellons de calcaire (Fig. 14). De même, 230 Figura 23. Entre Elche et Aspe. l’agrandissement de la zone située au dessus du bloc à enlever est effectué avec une broche et une massette, accessoirement avec le pic. Pour éliminer le négatif en relief, bourrelet ou bulbe, laissé lors de l’arrachement du bloc précédent, les carriers ont utilisé un outil à percussion lancée à fer plat dont le tranchant rectiligne légèrement courbe, large de 9 à 10cm, était suffisamment lourd pour enlever en profondeur au moins 2 cm de matière à chaque lancé. 231 Sur le front est, nous pouvons observer l’extraction d’au moins neuf lits de blocs d’environ une vingtaine de centimètres d’épaisseur. Chacun est matérialisé par une rangée de petites perforations perpendiculaires au front de taille laissées par la pointe de l’outil qui régularisait le lit supérieur du bloc à venir. Chaque saignée qui ceinturait le bloc aurait été creusée en plusieurs passées. Les bécoins présents sur ce front sont cylindriques, ce qui laisse supposer l’emploi de coins métalliques. Une première analyse distingue une technique d’enlèvement. L’organisation du travail est régulière, avec une exploitation de blocs quadrangulaires aux modules très semblables. En plan, le sommet des fronts sud et nord présente ici le même tracé ; ils se font écho. A l’est, en revanche, l’exploitation dirigée par les accidents géologiques a été plus chaotique, sans plan de travail défini. Sur la première exploitation se sont installés les ouvriers de la seconde. Leurs déblais ont peu à peu occulté les traces de sa régularité. Prise d’échantillon Sur le terrain, nous avons analysé différents blocs d’extraction et moellons abandonnés dans le fond de la carrière. L’objectif était d’en prendre les mesures afin d’en définir le module type. Les blocs correspondent majoritairement au profil suivant : 0,40 x 0,70 x 0,25m. On a également sélectionné un certain nombre de déchets de taille afin de déterminer avec plus de précision les tailles, calibres et types de percussions et donc d’outils mis en œuvre. Ces échantillons pourront éventuellement servir à l’analyse des caractéristiques géologiques et techniques de la roche exploitée dans la vallée d’El Ferriol. Premiers résultats de l’étude de la carrière d’El Ferriol et nouvelles pistes de travail La carrière choisie, au milieu d’un grand nombre, l’a été pour ce qui nous semble être sa richesse en informations. Nous avons perçu, en premier lieu, le double système d’exploitation. Il serait intéressant de pouvoir en déterminer la chronologie absolue. Les multiples traces d’outils présentes sur les fronts sont également un élément important à étudier. 232 La fouille ciblée de la carrière est à poursuivre. Elle pourrait notamment confirmer les différentes observations et hypothèses établies au cours de la campagne. Aussi, les axes suivants seront développés en particulier : · coexistence possible entre le système régulier d’exploitation et les accidents géologiques; les diaclases existent–elles sur l’ensemble de la carrière ? · déterminer les datations de cet ensemble, · augmenter notre « palette » d’outils par l’étude générale et systématique des stigmates qu’ils ont laissés sur toutes les parois : fronts de taille, blocs, moellons, etc, · connaître les relations entre un possible atelier de taille implanté au sommet du cavalier de déblais au sud et le passage du chemin d’accès au nord. 4. Conclusion L’objectif est d’affiner, avec ce premier exemple, la compréhension des techniques d’enlèvement, de caractériser un possible atelier de taille, de mesurer l’usage par les carriers des accidents géologiques et d’affiner les critères chronologiques, notamment pour les périodes ibérique et romaine. Au delà du cas de Ferriol II, 1, tant dans le temps (Fig 3: carrière Santa María) que dans l’espace, des enquêtes sont à approfondir sur l’évolution des techniques d’extraction (Fig. 17, 18, 19, 20) , sur les installations mises en place pour évacuer les blocs, du quai (Fig. 21) aux voies bien caractérisées par les ornières dans le sol (Fig. 22). 233 Bibliographie AZCONEGUI MORÁN, F. et CASTELLANOS MIGUELÉZ, A., 1999 : Guía practica de la cantería, León. GAGNAISON, C.; MONTENAT, C.; MORATALLA, J., ROUILLARD, P. et TRUSZKOWSKI, E., 2007a: “Un esbozo de escultura ibé- BESSAC, J.–Cl., 1981: «Sculptures préromaines: étude tech- rica en las canteras de la dama de Elche: el busto de El nique sur la taille et la provenance des matériaux». Ferriol (Elche, Alicante)”. Dans L. ABAD, F. SALA, et I. Dans M. PY: Recherches sur Nîmes préromaine, habi- GRAU (eds.): La Contestania ibérica, treinta años des- tats et sépultures, Gallia, Suppl. 41, Paris: 231–233. pues, Alicante: 141–153. BESSAC, J.–Cl., 1987: L’outillage traditionnel du tailleur de GAGNAISON, C.; MONTENAT, C.; BARRIER, P. et ROUILLARD, P., pierre de l’Antiquité à nos jours, Revue archéologique 2007b: “L’environnement du site ibérique de La Alcudia de Narbonnaise, Suppl. 14, Paris. et les carrières antiques de la Dame d’ Elche (province BESSAC, J.–Cl., 1999: «L’archéologie de la pierre de taille». Dans J.–Cl. Bessac et al.: La construction, Les matériaux durs: pierre et terre cuite, Paris: 7–49. ECHALLIER, J.–Cl. et MONTENAT, Ch., 1977: “Nota sobre la pro- ométrie, 31: 59–78. GONZÁLEZ NAVARRETE, J. A., 1987: Escultura ibérica de Cerrillo Blanco (Porcuna), Jaén. cedencia de las rocas utilizadas en las esculturas de GRAU, I. et MORATALLA, J., 2001: “Interpretación socio–econó- La Alcudia de Elche (Alicante)”, Revista del Instituto de mica del enclave”. Dans L. Abad et F. Sala: Poblamiento ibé- Estudios Alicantinos, 20: 37–45. rico en el Bajo Segura, El Oral (II) y La Escuera, (Bibliotheca FERNÁNDEZ DE AVILÈS, A., 1966: «Cerro de los Santos, Montealegre del Castillo (Albacete). Primera campaña 1962», Excavaciones Arqueológicas en España, 55, Madrid. GAGNAISON, C.; MONTENAT, C.; MORATALLA, J., ROUILLARD, P. et TRUSZKOWSKI, E., 2006: “Une ébauche de sculpture 234 d’Alicante, Espagne)”, ArcheoSciences, revue d’arché- Archaeologica Hispana, 12, Real Academia de la Historia, Madrid: 173–203. MONTENAT, Ch., 1977: Les bassins néogènes du Levant d’Alicante et de Murcia. Stratigraphie paléogéographique et évolution dynamique, Doc. Lab. Géol. Fac. Sci. Lyon, t. 69, Lyon. ibérique dans les carrières de la Dame d’Elche, Le MONTENAT, Ch., OTT D’ESTEVOU, Ph. et COPPIER, G., 1990: Les buste d’El Ferriol”, Mélanges de la Casa de Velásquez, bassins néogènes entre Alicante et Cartagena, Doc. Et 36, 1: 153–172. Trav. IGAL, n° 12–13, Paris: 313–368. MORATALLA, J., 2005 : «El territorio meridional de la Contes- PLA, E., 1968: “Instrumentos de trabajo ibéricos en la región tania». Dans L. ABAD, F. SALA et I. GRAU (eds.): La valenciana”. Dans M. TARRADELL (ed.): Estudios de eco- Contestania ibérica, treinta años despues , Alicante: nomía Antigua de la Península ibérica, Barcelona: 143– 91–117. 190. NEGUERUELA, I., 1990: Los monumentos escultóricos del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén), Madrid. RAMOS MOLINA, A., 2000: La escultura ibérica en el Bajo Vinalopó y en el Bajo Segura, Elche. NEGUERUELA, I., 1990–1991 : «Aspectos de la técnica es- ROUILLARD, P., GAGNAISON, C.; MONTENAT, C.; MORATALLA, J., cultórica ibérica en el siglo V a. C.», Lucentum, IX–X: et TRUSZKOWSKI, E., 2006: “Au pays de la Dame d’El- 77–83. che, la carrière et l’ébauche de buste de El Ferriol PARIS, P., 1897: «Buste espagnol de style gréco–asiatique trouvé à Elché (Musée du Louvre)», Monuments Piot, IV, Paris: 137–168. PEMAN, C., 1945: “Otro indicio cronológico para los hallazgos (Elche, Alicante)”, Comptes–rendus de l’Académie des Inscriptions et Belles–Lettres, Paris: 241–253. SOLER GARCÍA, J. M., 1961: «Cabeza escultórica del Museo Arqueológico de Villena”, AEspA, 34:165–168. de la Alcudia de Elche”, AEspA, 60: 257–260. 235