ALEGACIONES EN RELACIÓN CON EL LIBRO VERDE DE LA COMISIÓN EUROPEA SOBRE REPARACIÓN DE DAÑOS Y PERJUICIOS POR INCUMPLIMIENTO DE LAS NORMAS COMUNITARIAS DE DEFENSA DE LA COMPETENCIA A. INTRODUCCIÓN Las normas comunitarias y nacionales de defensa de la competencia, adoptadas con la finalidad de proteger al mercado y los operadores del mismo contra conductas y prácticas anticompetitivas, son de aplicación tanto por parte de las autoridades públicas de defensa de la competencia, como entre particulares, mediante la presentación de litigios ante los tribunales nacionales del orden jurisdiccional civil. Mientras que el sistema de control público, ejercido por parte de la Comisión Europea y los demás órganos nacionales de competencia de los Estados miembros se ha visto desarrollado a lo largo de los años, y contribuye al día de hoy, a pesar de las indudablemente existentes deficiencias, a una verdadera protección del mercado, las acciones judiciales iniciadas entre particulares todavía se han de considerar totalmente subdesarrolladas, especialmente en cuanto a las acciones de indemnización por daños y perjuicios se refiere. Y particularmente en España existen al día de hoy unos importantes obstáculos que en la práctica dificultan extremadamente los litigios entre particulares por conductas anticompetitivas; uno de los obstáculos más destacables presenta al día de hoy el artículo 13.2 de la Ley española 16/1989, de 17 de julio, de Defensa de la Competencia, según el cual: “La acción de resarcimiento de daños y perjuicios, fundada en la ilicitud de los actos prohibidos por esta Ley, podrá ejercitarse por los que se consideren perjudicados, una vez firme la declaración en vía administrativa y, en su caso, jurisdiccional. El régimen sustantivo y procesal de la acción de resarcimiento de daños y perjuicios es el previsto en las leyes civiles.” Mediante este requisito de que previamente a cualquier acción de resarcimiento por actos anticompetitivos, las autoridades de competencia, y en caso de interposición de los recursos contenciosoadministrativos correspondientes, los órganos judiciales competentes, se hayan pronunciado acerca de la existencia de tal conducta anticompetitiva, se prolongaría cualquier procedimiento de una manera totalmente injustificada, desanimando a cualquier eventual demandante. 1 A pesar del hecho de que el artículo 13.2 de la Ley de Defensa de la Competencia solamente concierne a la normativa española de competencia, nos vemos confrontados con que, en la práctica, los artículos 81 y 82 del Tratado y su derecho derivado tampoco se suelen ver enjuiciados por particulares en reclamación de indemnización de los daños y perjuicios ocasionados. En segundo lugar, es la imprecisa atribución de competencias como una de las particularidades españolas que obstaculiza significativamente la realización de litigios entre particulares en solicitud de resarcimiento. Es decir, los nuevamente creados Juzgados de lo mercantil, competentes para la aplicación del derecho comunitario de defensa de la competencia no tienen, según la literalidad de los preceptos aplicables, competencia para la aplicación del derecho nacional en esta materia, debido, supuestamente, a una redacción inexacta de la norma1. La incertidumbre existente al respecto se ve agravada aún, si tenemos en cuenta que el ya citado artículo 13.2 de la Ley de Defensa de la Competencia remite las acciones de resarcimiento basadas en vulneraciones de la normativa de competencia a la vía civil, causando cierta inseguridad respecto de si dicha referencia se ha de interpretar como hecha a los juzgados de lo mercantil o los del orden civil. Resulta notorio que esta incertidumbre contribuye significativamente a las reticencias existentes respecto de la presentación de una acción judicial en reclamación de resarcimiento de unos daños y perjuicios ocasionados por una conducta anticompetitiva. Por todo lo expuesto, así como en virtud de las observaciones que presentaremos a continuación respecto de las cuestiones principales planteadas por la Comisión Europea, entendemos fundamental que se crea, a nivel comunitario y nacional, un marco normativo en relación con las acciones de indemnización por vulneración del derecho de competencia, a fin de permitir a los operadores del mercado particular de forma activa en la aplicación de la normativa de competencia. B. OBSERVACIONES RESPECTO DE LAS CUESTIONES PRINCIPALES Pregunta A: ¿Deberían existir normas especiales sobre la divulgación de pruebas documentales en procedimientos civiles por daños y perjuicios Artículo 86ter, 2.f) de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, según la redacción que ha encontrado por la Ley Orgánica 8/2003, de 9 de julio, para la reforma concursal, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/1985, del Poder Judicial. 1 2 en virtud de los artículos 81 y 82 del Tratado CE? En caso afirmativo, ¿en qué forma deberían divulgarse? Al presentar el acceso de las partes al material probatorio necesario para el fundamento de sus acciones un requisito esencial para la verdadera y eficaz reclamación de sus legítimos derechos, entendemos necesaria la existencia de normas reguladoras de las pruebas; máxime cuando en muchos casos relacionados con posibles vulneraciones de la normativa de competencia, las pruebas pertinentes se encuentran en manos precisamente de la parte demandada. Es más, en muchas ocasiones, la parte actora ni siquiera sabe cuáles exactamente son los documentos existentes al respecto que le permitirían probar sus pretensiones. Por ello, entendemos no suficiente la solución propuesta por la Comisión Europea en la Opción 1ª, en virtud de la cual la divulgación se limitaría a documentos individuales y razonablemente identificados por la parte actora, siendo en muchos casos imposible dicha identificación e individualización de los documentos obrantes en manos de la parte contraria. Para permitir a las partes afectadas una verdadera prueba de las conductas anticompetitivas y de los daños y perjuicios por las mismas ocasionadas, consideramos útil el que se obligue a la parte demandada, en todo caso, o a requerimiento del tribunal, informar a la actora respecto de los documentos que obran en su poder o a los que tiene acceso. Ello se corresponde con el contenido de la Opción 3ª. Asimismo, entendemos necesario se establezcan sanciones explícitas por la destrucción o no presentación de las pruebas. Dichas sanciones deberían ir más allá de la mera imposición de multas, como es la situación actual en España y en otros Estados miembros, siendo una solución viable, a nuestro entender, la inversión de la carga de la prueba en un caso de negativa injustificada de presentar pruebas, o al menos la posibilidad de que el tribunal, al evaluar si se consideran probados los hechos relatados, tenga en cuenta la negativa de la parte demandada de aportar los documentos de los que dispone; todo ello conforme se analizará de forma detenida en relación con las observaciones a la Pregunta C. Y finalmente, respecto de la Opción 5ª (obligación de conservar las pruebas pertinentes), sería útil la aplicación de unas diligencias preliminares que permitan la preparación del juicio, o bien la posibilidad de realizar prácticas de “aseguramiento de la prueba”, previas a la interposición de la demanda, ante el temor fundado del actor de que por conductas humanas o hechos naturales, no sea posible practicarla 3 en momento posterior. Ambos sistemas existen ya en derecho español 2; y aun cuando la conservación de las pruebas obrantes en manos de la parte contraria no se encuentra incluida en los supuestos de aplicación de dichas diligencias preliminares, el conjunto de posibilidades establecidas en derecho español presentan un buen ejemplo para un posible sistema de aseguramiento de las pruebas a nivel comunitario. Pregunta B: ¿Son útiles las normas especiales en cuanto al acceso a documentos en poder de una autoridad de competencia en caso de indemnizaciones por daños y perjuicios en materia de defensa de la competencia? ¿Cómo podría organizarse el acceso? Según lo que ya se ha comentado con respecto a la pregunta anterior, el difícil acceso al material probatorio puede tener un efecto disuasorio respecto de la presentación de litigios por parte de particulares en solicitud de que se les indemnice por los perjuicios causados por una conducta anticompetitiva. Un remedio eficaz a esta manifiesta desventaja presenta la obligación, propuesta por la Comisión Europea en su Opción 6ª, de que aquel litigante en un proceso civil que haya presentado determinados documentos ante una autoridad de competencia, sea comunitaria o nacional, proporcione en un procedimiento que versa sobre los mismos hechos, los documentos que haya presentado a dicha autoridad a la parte contraria. La protección de secretos comerciales u otra información confidencial se podría garantizar mediante la adopción de una norma de similares características que el artículo 32 del Código de Comercio español, el cual indica en su apartado 3º: “En todo caso, fuera de los casos prefijados en el párrafo anterior, podrá decretarse la exhibición de los libros y documentos de los empresarios a instancia de parte o de oficio, cuando la persona a quien pertenezcan tenga interés o responsabilidad en el asunto en que proceda la exhibición. El reconocimiento se contraerá exclusivamente a los puntos que tengan relación con la cuestión de que se trate”. A esto debemos añadir la previsión legal de que la exhibición a la que hemos aludido se ha de realizar en las instalaciones del empresario y en presencia de éste o representante. Artículos 256 y siguientes de la Ley española 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, sobre “diligencias preliminares”, y artículos 293 y ss. sobre “aseguramiento de la prueba”. 2 4 Pregunta C: ¿Debería reducirse la carga de la prueba de una infracción de defensa de la competencia para el solicitante de una reparación de perjuicios? En caso afirmativo, ¿cómo? En las acciones judiciales de indemnización de daños y perjuicios, la carga de la prueba de todos los elementos de hecho de las pretensiones suele recaer sobre la parte actora, la cual ha de demostrar la existencia de una conducta ilícita, el daño sufrido así como el nexo causal entre la conducta y el daño. La dificultad probatoria de estos procedimientos requiere, en beneficio de los afectados por un hecho dañino anticompetitivo, la toma de decisiones que faciliten la acreditación de la práctica prohibida así como del resultado dañoso. A estos efectos, la propuesta recogida como opción 8 del Libro verde que sugiere la inversión de la carga de la prueba en el supuesto de que exista previa resolución de las autoridades de la competencia nos parece más que acertada3, y ello por los motivos que aduciremos más adelante en relación con la temática de las pruebas en estos procedimientos. Así, una vez declarada la conducta ilícita por los órganos administrativos, esta declaración obliga al demandado a desvirtuar la misma, facilitando la labor del afectado-demandante. Asimismo la propuesta que en la opción 10 del Libro verde se hace, nos parece acertada, en tanto que, ante el caso de negativa injustificada por parte de la demandada a aportar los documentos obrantes en su poder que le sean requeridos por la actora y que sean necesarios para esclarecer el objeto del proceso, el Tribunal podrá optar entre: a) Por un lado, obligar mediante resolución judicial a la parte demandada a que aporte al proceso los documentos requeridos. b) Por otro lado, la posibilidad de que el Tribunal, a tenor del resto de pruebas practicadas, atribuya valor probatorio a la versión del contenido del documento solicitado que la parte actora haya realizado.4 Esta medida, si bien de naturaleza jurídico procesal distinta, obtendría parecidos resultados a la posibilidad de establecer una presunción (iruis tantum en tanto que permita la prueba en contrario consistente en la aportación, por parte de la demandada, de los documentos solicitados e injustificadamente no exhibidos en el proceso) de la veracidad Optamos por esta opción frente a la posibilidad, por el evidente riesgo de injusticia que pudiera acarrear, de dotar de fuerza vinculante a las decisiones de las autoridades de la competencia. 4 Esta opción se contempla en la Legislación procesal civil española, así vid. el artículo 329 de la L.E.Civ. 3 5 de la versión de la actora que facilite la labor probatoria de la misma. En cualquier caso, sobre este aspecto volveremos a incidir en la respuesta a la pregunta N. Pregunta D: ¿Debería existir el requisito de conducta culpable en la reparación de daños y perjuicios en materia de defensa de la competencia? Conforme establece la normativa y jurisprudencia comunitaria, la responsabilidad por la realización de actos anticompetitivos no precisa de la prueba o existencia de una conducta culposa, dado que la mera existencia de la infracción implica su antijuridicidad. Veremos a continuación como incluso regímenes jurídicos como el español al día de hoy se han visto desarrollados hacía un sistema menos subjetivo, ya sea mediante la afirmación de una mera inversión de la carga de la prueba en caso de existencia de la infracción, ya sea mediante una presunción iuris et de iuris de la culpabilidad. Los preceptos nacionales de defensa de la competencia no hacen referencia alguna a un requisito de culpa o negligencia, remitiendo no obstante explícitamente al régimen sustantivo y procesal de la acción de resarcimiento de los daños y perjuicios de las leyes civiles, lo cual nos obliga a tener en cuenta lo regulado en el artículo 1.902 del Código Civil español, según el cual: “El que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado.” Si bien no es necesario que la negligencia (definida ésta como “la omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la obligación y corresponda a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar”, artículo 1.104 del Código Civil español) alcance un determinado nivel, es decir, basta la negligencia leve, el ejercicio de una acción de resarcimiento se veía obstaculizado extremadamente, debido a que según el precepto citado y la doctrina jurisprudencial asentada durante mucho tiempo, la conducta culpable no se presumía, recayendo la carga de la prueba sobre el perjudicado. No obstante, la responsabilidad extracontractual del art. 1.902 se ha visto objetivada, a fin de compatibilizar el desarrollo industrial con una mayor garant ía para el ciudadano, mediante una más estricta responsabilidad para quien realiza actividades arriesgadas. 6 Dicha evolución jurisprudencial viene recogida en la Sentencia del Tribunal Supremo español de 24 de enero de 2.002, que por su claridad citamos: “La interpretación progresiva del artículo 1902 del Código Civil que lo ha adaptado a la realidad social, pasó de la necesidad de la prueba de la culpa, a la inversión de la carga de la prueba y a la creciente objetivación, aplicando la doctrina del riesgo (la persona que provoca un riesgo que le reporta un beneficio, debe asumir la responsabilidad si causa un daño…), yendo a soluciones cuasiobjetivas (se exige un “reproche culpabilístico” aunque sea mínimo…) o llegando a la objetivación (al entender que si causa un daño, se cuasa con dolo o culpa, pues de no haberla, no habría causado el daño…).” Asimismo ha de tenerse en cuenta que muchas de las leyes reguladoras de la responsabilidad en casos especiales han optado precisamente por una responsabilidad objetiva, en materias tan diversas como la navegación aérea o la energía nuclear. En conclusión de lo anterior, entendemos que el referido requisito de que el perjudicado demuestre la conducta culpable del demandado, presenta uno de los obstáculos más graves para el ejercicio de las acciones civiles de resarcimiento de los daños sufridos por una conducta anticompetitiva. Por todo ello, entendemos conveniente una positivización de la Opción 11, la cual prevé que “la prueba de la infracción debe ser suficiente (similar a la responsabilidad objetiva)”. Esta solución no solamente es la que se corresponde con la normativa y jurisprudencia comunitaria aplicable, sino que es la única de las opciones presentadas por la Comisión que ofrece una solución que garantizaría la seguridad jurídica. Es decir, las referencias hechas en las Opciones 12 y 13, a “las infracciones más graves de la legislación de defensa de la competencia”, y al “error excusable de hecho o de derecho”, respectivamente, implican la necesidad de definir, jurisprudencialmente, los referidos conceptos, lo cual en la práctica equivaldría a un obstáculo grave a la presentación de estas acciones judiciales de resarcimiento. Pregunta E: ¿Cómo deberían definirse los daños y perjuicios? En derecho civil español, al igual que muchos otros de los regímenes jurídicos basados en las raíces del derecho romano, la indemnización de los daños y perjuicios resarcibles se rige por la regla general de “restitutio in integrum”, en función de la cual se pretende reponer al perjudicado en una situación económica como si no hubiese ocurrido el hecho dañoso. Dicha indemnización incluye tanto los daños 7 emergentes como las ganancias no obtenidas, o lucro cesante5, entendiéndose de forma general ambos conceptos en un sentido principalmente compensatorio y restitutorio. Ello no obstante, la mera compensación de la pérdida sufrida por la parte actora, no siempre presenta un medio adecuado y eficaz para desincentivar los posibles infractores de la realización de conductas anticompetitivas. Es decir, cuando las posibles ganancias derivadas de un acto infractor del derecho de competencia superan las pérdidas que eventualmente hayan de compensarse, el sistema de indemnización basado exclusivamente en la compensación de las pérdidas sufridos podría considerarse deficiente. Por ello, entendemos conveniente se permita a la parte actora perjudicada elegir libremente entre el resarcimiento en función de los daños sufridos, incluyendo los mismos el daño emergente así como el lucro cesante en un sentido meramente compensatorio, y la recuperación de las ganancias obtenidos de forma ilícita por parte del infractor. No es necesario limitar de antemano las posibilidades de la parte actora a una de las dos opciones (enumeradas 14 y 15 en el Libro Verde de la Comisión), sino que se podría establecer un sistema “abierto” que permite al perjudicado optar a favor de uno de los sistemas, en función, por ejemplo, del material probatorio del que dispone para demostrar las ganancias que no ha podido obtener, o bien las ganancias obtenidas por la parte contraria. Como ejemplo podría servir el artículo 43 de la Ley española 17/2.001, de 7 de diciembre, de Marcas, según el cual: “1. La indemnización de daños y perjuicios comprenderá no sólo las pérdidas sufridas, sino también las ganancias dejadas de obtener por el titular del registro de la marca a causa de la violación de su derecho… 2. Las ganancias dejadas de obtener se fijarán, a elección del perjudicado, con arreglo a uno de los criterios siguientes: a) Los beneficios que el titular habría obtenido mediante el uso de la marca si no hubiera tenido lugar la violación. b) Los beneficios que haya obtenido el infractor como consecuencia de la violación. …”6 Art. 1106 del Código Civil Español: “ La indemnización de daños y perjuicios comprende, no solo el valor de la pérdida que hayan sufrido, sino también el de la ganancia que haya dejado de obtener el acreedor, salvas las disposiciones contenidas en los artículos siguientes”. 5 En el mismo sentido, la Ley española 11/1986, de 20 de marzo, de Patentes de invención y modelos de utilidad, art. 66. 6 8 Con independencia de lo anterior, sobre todo cuando se opta a favor de un sistema de indemnización basado en una mera compensación de los daños causados, entendemos imprescindible se establezca la posibilidad de que se conceda a la vez una indemnización punitiva, es decir una indemnización superior a los daños realmente sufridos que adquiere cierto carácter sancionador. La misma se podría otorgar en casos de especial gravedad, por ejemplo cuando el infractor realiza la conducta anticompetitiva a sabiendas de que la compensación a abonar será inferior a los beneficios que obtendrá, cuando actúa de forma dolosa, o en cualquier caso de grave vulneración del derecho de defensa de la competencia. Conforme indica la Comisión Europea en la Opción 16ª, la concesión de las reparaciones punitivas podría ser automática, condicional o a la discreción del tribunal. Por razones de seguridad jurídica optaríamos por la concesión automática de unas indemnizaciones punitivas, permitiendo a los operadores del mercado prev er y calcular en todo momento los riesgos inherentes a sus actuaciones, siempre cuando la determinación y definición de los supuestos sometidos a dicho automatismo se hayan realizado con la máxima precisión. Y finalmente, en relación con los intereses, ha de tenerse en cuenta que es de importancia no ya sólo el momento a partir del cual se conceden los mismos, sino asimismo la tasación de los mismos. La Comisión Europea propone como posibles momentos a partir de los cuales se podrían conceder intereses, la fecha de la infracción, la de la producción del daño, la de la remisión fehaciente de un eventual requerimiento de parte solicitando el resarcimiento de los daños causados, la de la presentación de la demanda 7 y finalmente la de la Sentencia. Es cierto que si se pretende compensar la totalidad de los daños ocasionados, no es suficiente atenerse al importe nominal de dichos daños, sino que ha de tenerse en cuenta la verdadera cuantía de los mismos; para ello es necesario incluir, como tarde a partir del momento en el que se producen dichos daños, los intereses correspondientes. El tipo de los intereses devengados debería alcanzar un nivel que permita presionar a la parte infractora a que no dilate en el tiempo el abono de las indemnizaciones debidas, pudiendo servir como ejemplo el tipo aplicado en España para los casos de mora procesal, es decir Esto se corresponde con una importante línea jurisprudencial en España, entre otras las Sentencias del Tribunal Supremo de 23 de mayo de 2.001, 18 de noviembre de 1.996 y 15 de noviembre de 2.000. 7 9 cuando se haya dictado la Sentencia de primera instancia, devengándose un interés igual al interés legal del dinero, publicado anualmente en el Boletín Oficial del Estado, incrementado en dos puntos8. Pregunta F: ¿Qué método debería utilizarse para calcular los daños y perjuicios? Entendemos que en la mayoría de los procedimientos, la utilización de modelos económicos complejos no presenta un valor añadido que pueda justificar los elevados costes que dichos modelos suelen conllevar en comparación con los métodos más sencillos; máxime cuando tenemos en cuenta que incluso el método más econométrico y detallado presenta nada más que una aproximación. Especialmente en reclamaciones de indemnización por ganancias dejadas de obtener (lucro cesante), todo cálculo, aun cuando se basa en parámetros razonables y acertados, sigue siendo hasta cierto punto hipotético. Si bien entendemos imprescindibles que la Comisión Europea publique criterios orientadores sobre la cuantificación de los daños y perjuicios, tal como lo prevé la CE en su Opción 19ª, estas orientaciones habrán de ser claras y sencillas para permitir a cualquier perjudicado por un acto anticompetitivo evaluar de antemano la valoración que un tribunal realizaría respecto de los daños y perjuicios ocasionados. Y en cualquier caso, en un sistema como el español, en el que se permite la aportación de informes periciales de parte9, nada impide que dichos informes de parte se fundamenten en un cálculo económico de los calificados como complejos. En otro orden de cosas, en todos aquellos casos en los que la determinación del importe exacto de los daños y perjuicios presenta grandes dificultades, especialmente cuando se trata de la evaluación de un lucro cesante, es aconsejable permitir al tribunal realizar una valoración equitativa del importe de los daños resarcibles; nuevamente, unas orientaciones por parte de la CE podrían contribuir al respecto a que dicha valoración no se realice por completo de forma discrecional e incontrolable. Y finalmente, la división de los procedimientos en una parte relativa a la determinación de la responsabilidad del infractor, y otra posterior, en la que se cuantifican los daños y perjuicios resarcibles, Art. 576.1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. Este tema lo trataremos de manera detenida en las observaciones respecto a la Pregunta L. 8 9 10 puede presentar en determinados casos una simplificación favorable del litigio. No obstante, el alargamiento del procedimiento y los costes adicionales que la duplicidad de trámites pueden conllevar, no aconsejan prever de manera automática semejante separación, sino que la misma habrá de reservarse para aquellos casos en los que las partes, en virtud del poder de disposición que ostentan sobre el procedimiento, decidan simplificar el procedimiento mediante su división. Pregunta G: ¿Deberían existir normas sobre la admisibilidad y funcionamiento de la defensa “passing-on” o de daños repercutidos? En caso afirmativo, ¿en qué forma? ¿Debería el comprador indirecto estar legitimado? En determinados casos, el perjudicado directo de una conducta anticompetitiva de su empresa proveedora puede aminorar los daños sufridos mediante el simple traslado de sus daños al consumidor final, incrementando, por ejemplo, los precios de sus productos. Si bien indudablemente pueden generarse casos de enriquecimiento injusto, cuando a la vez un comprador consigue que se le indemnice por la totalidad de los daños, sin tener en cuenta hasta que punto dichos perjuicios han podido ser trasmitido al comprador último, la defensa de passing-on aumenta considerablemente la complejidad del régimen indemnizatorio, y genera una inseguridad jurídica que de nuevo obstaculizaría posibles acciones de indemnización por parte de particulares. Entendemos que la posibilidad de la defensa passing-on, lejos de facilitar unas demandas entre particulares por conductas anticompetitivas, obstaculizaría las mismas, visto que el reparto de daños entre los diferentes participantes de una cadena de suministro puede ser de tal complejidad que al final ni el comprador directo ni el consumidor final puedan probar los daños que concretamente han sufrido. Ello beneficiaría principalmente a los grandes operadores del mercado que pueden permitirse una defensa jurídica compleja, analizando de forma detenida la política de precios de sus clientes, en perjuicio de los pequeños y medianos empresarios. Al respecto ha de tenerse en cuenta que, aun cuando un perjudicado por una conducta anticompetitiva decidiera trasladar una parte de sus daños al siguiente operador en la cadena, o, en su caso, al consumidor final, ello conllevaría normalmente la pérdida de una parte de la clientela, que ante precios altos se desviaría hacía otras empresas con actividades en el sector. 11 Asimismo en la mayoría de los casos parece extremadamente complicado determinar que parte de los daños se atribuiría a cada uno de los participantes en la cadena de suministro que haya participado en la reclamación de resarcimiento. En cualquier caso, parece imprescindible que en el caso de que se permitiese una defensa passing-on, la carga de la prueba ha de recaer sobre el infractor, teniendo que demostrar el autor de las conductas anticompetitivas que los daños ocasionados han sido trasmitidos a otro participante del mercado. Por otro lado, bajo ningún concepto se puede privar a un perjudicado indirecto, como puede ser un consumidor final, de su derecho a reclamar el resarcimiento de los daños que le fueron ocasionados por una conducta anticompetitiva, si bien ha de tenerse presente que en la mayoría de estos casos, será extremadamente complicado probar la cuantía de los perjuicios sufridos y el nexo causal entre la infracción y dichos daños. En conclusión de lo anterior, entendemos que la opción 23ª es la más acertada y compatible con las regulaciones existentes respecto de la legitimación activa de un perjudicado y la determinación de los daños realmente sufridos. Pregunta H: ¿Deberían existir procedimientos especiales para interponer acciones colectivas y proteger los intereses de los consumidores? En caso afirmativo, ¿qué marco deberían tener estos procedimientos? Como modelo para la respuesta de esta cuestión analizaremos el caso de España, donde la legislación procesal vigente otorga capacidad para ser parte10 (Ver el artículo 6.1.7º de la Ley de Enjuiciamiento Civil) a los “grupos de consumidores o usuarios afectados por un hecho daños”. Así la Ley prevé que, para el caso de un grupo de afectados que esté determinado, la legitimación procesal para esgrimir acciones judiciales recaiga tanto en el propio grupo de perjudicados como en las asociaciones de usuarios y consumidores legalmente constituidas, y ello sin perjuicio de mantener la legitimación de cada consumidor que de manera individual puede reclamar por los daños derivados por un hecho anticompetitivo. Por ot ro lado, en España se contempla, para el supuesto de que los perjudicados por un hecho dañoso no sean determinados o sean Trasunto procesal de la “personalidad” o “capacidad civil” es decir, habilidad o aptitud para ser parte de un litigio. 10 12 difícilmente determinables, la legitimación exclusiva de las asociaciones de consumidores y usuarios para la tutela de sus intereses (la Ley habla de “intereses difusos”). A esta medida se le acompaña la obligación legal de llamar a los perjudicados para conseguir una verdadera demanda colectiva que tutele (en clara sintonía con el principio de economía procesal) los legítimos intereses de los afectados. Por último, el artículo 221 de la Ley procesal civil española, en manifiesta intención de tutelar los intereses colectivos de los consumidores y usuarios (parte débil por definición de la relación contractual), impone a los Jueces la obligación de dictar sentencias en las que los afectados estén claramente individualizados o bien, si esto último no es posible, en las que se establezcan los mecanismos necesarios para identificar a los perjudicados y así estos puedan acogerse a lo resuelt o en el pleito. Asimismo, en sede de ejecución de sentencia, la Ley española facilita de que se cumpla lo resuelto en el juicio declarativo y de condena mediante declaración judicial que cualquier perjudicado que se encuentre dentro de los parámetros identificativos a los que hemos aludido puede obtener solicitándola en el Juzgado. 11 Como se puede apreciar est a Legislación de un Estado Miembro acoge (entendemos que de manera más que acertada) el camino de legitimar procesalmente a los grupos de afectados, así como a las asociaciones tuitivas de los derechos e intereses de los perjudicados, y lo lleva hasta el final del proceso, esto es la ejecución de la sentencia de condena, favoreciendo y facilitando la salvaguardia de los legítimos intereses de los perjudicados en el seno del propio proceso. Y ello dentro del marco procesal ordinario, sin necesidad de crear ex novo, un nuevo “procedimiento especial”. Pregunta I: ¿Deberían introducirse normas especiales para reducir el riesgo de coste para el demandante? En caso afirmativo, ¿de qué tipo? Litigar genera costes. Esta afirmación obvia se ha de poner en relación con la complejidad de los pleitos sobre competencia (necesidad de costosas pruebas periciales, duración del procedimiento, etc.) que eleva los estipendios a desembolsar por los actores. Esta circunstancia puede producir un efecto disuasorio en los perjudicados por un hecho dañoso anticompetitivo puesto que junto con los propios gastos procesales, el actor que vea desestimadas sus pretensiones (y aquí debemos hacer un pequeño alto para volver a poner de manifiesto la dificultad probatoria en los procesos de competencia) puede verse condenado en costas, es decir obligado a cargar con los 11 A estos efectos consultar el artículo 519 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. 13 gastos procesales de la otra parte, según el “principio del vencimiento” (loser pays). 12 Estos impedimentos han de considerarse especialmente graves en aquellos casos en los que un pequeño o mediano empresario o un consumidor se ve confrontado con conductas prohibidas realizadas por uno de los grandes operadores del mercado, los cuales, además de ostentar una posición en el mercado en el que actúan que ya por si sola puede tener cierto efecto exclusorio y de cierre de mercado, sino que además en general no temen los costes de un procedimiento. Ante esta situación, y principalmente por lo acordado en el Convenio Europeo de Derechos Humanos (el derecho de acceso a la Justicia), se plantea la Comisión en su Libro verde, la posibilidad de, frente al automatismo del “principio de vencimiento” tutelar los intereses de los afectados por un hecho dañoso en los supuestos en que, por las circunstancias que concurran (y por, insistimos, la dificultad de la actividad probatoria) no logren que se estimen sus demandas (siempre y cuando éstas sean razonables, no sean temerarias o no estén manifiestamente fundadas en la mala fe), dispensándolos de la obligación del pago de las costas procesales. Mediante esta medida se consigue (es sabida la doble naturaleza “incentivo/disuasorio” de los costes de litigación) que las prácticas anticompetitivas sean llevadas a los Tribunales por aquellos afectados que, en primer término, temían por la posibilidad de cuantiosas condenas en costas. Pregunta J: ¿Cómo conseguir una coordinación óptima de la aplicación privada y pública? La comisión, en el Documento de trabajo expone cuál es, a su juicio, el principal logro de una buena coordinación entre la “lucha” pública y privada contra las prácticas contra la competencia, distinguiendo entre: a) Las acciones públicas llevadas por la Administración, con especial mención a los llamados programas de “clemencia” o “indulgencia” (leniency programs), es decir, la inmunidad o limitación de sanciones a aquellas empresas que revelen información sobre prácticas anticompetitivas (o “saquen a la luz” cárteles secreto) a las autoridades de la competencia. A los solos efectos ejemplificativos cfr. artículo 294 de la Ley procesal civil española que dispone: “…las costas se impondrán a la parte que haya visto rechazadas todas sus pretensiones…” 12 14 b) Las acciones privadas por resarcimiento de daños y perjuicios derivados de consecuencias dañosas producidas por actos que atenten contra la competencia. Dicho esto se hace necesaria una óptima sincronía entre la “clemencia” y las acciones privadas por resarcimiento en orden a conciliar los intereses del solicitante de clemencia (que a pesar de reducir o eliminar su sanción administrativa se puede enfrentar a demandas civiles) así como los de los afectados por hechos dañosos (que facilitan su ardua labor probatoria gracias a las revelaciones del solicitante de clemencia). Las diferentes opciones (número 28, 29 y 30) presentadas en el Libro verde no acaban de solucionar el conflicto de intereses al que hemos eludido, así, si bien es cierto que la opción 28 (protección de los datos de las solicitudes de clemencia) favorece los intereses de la “empresa delatora” y de las autoridades de la competencia, no beneficia a los perjudicados que civilmente persigan la reparación de su derecho (y ello porque no se le facilita la tarea probatoria); la opción 29 (descuento de las indemnizaciones debidas por un solicitante de clemencia) impide la plena satisfacción de los derechos del afectado por el hecho anticompetitivo; por último la opción 30 (suprimir la responsabilidad civil solidaria del solicitante de clemencia) tiene efectos similares a la mencionada opción 29. Dicho esto, en un difícil ejercicio de ponderación de intereses, entendemos como menos perjudicial para la parte más débil de la relación (el afectado por el hecho dañoso) la opción 28, puesto que a pesar de no favorecer la tarea probatoria (esto se puede solucionar por otras vías, como hemos apuntado supra, como por ejemplo invirtiendo la carga de la prueba) no perjudica ni merma el derecho a una indemnización por parte del perjudicado. Pregunta K: ¿Qué derecho objetivo debería aplicarse en las indemnizaciones por daños y perjuicios en materia de defensa de la competencia? Como es conocido, la Competencia Judicial internacional para las materias civil y mercantil, en el marco de la Unión Europea, se rige por las disposiciones del Reglamento 44/200113. Una vez determinado el foro judicial, debemos preguntarnos por la Ley sustantiva aplicable al caso, para este aspecto se presentan múltiples opciones: Reglamento (CE) NÚM. 44/2001, de 22 de diciembre de 2000, del Consejo. Competencia, reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales en materia civil y mercantil. 13 15 I) Por un lado, y de manera paralela al Convenio de Roma de 1980 relativo a la ley aplicable a las relaciones contractuales, podemos tomar como referencia el “reglamento ROMA II”14 cuya regla general, contemplada en el artículo 5, dispone que se aplicará el derecho del lugar donde se produzca el daño15 II) Otra posibilidad consiste en facilitar la labor del Juzgador mediante la aplicación de la LEX FORI, una vez que, por medio del Reglamento 44/2001, se ha determinado la competencia judicial. Esto significaría que el Juez que conoce del asunto anticompetitivo aplicará al mismo su propia Legislación sustantiva. No obstante esta solución (aplicación de la Lex fori) puede incentivar la práctica del forum shopping. III) Frente a los dos modelos anteriores, de leyes de aplicación automática, y en orden a proteger los intereses de los afectados por hechos atentatorios contra la competencia, cabe la posibilidad (que se recoge en el Documento de trabajo de la Comisión) de establecer diversas leyes aplicables de manera alternativa. Esta opción despliega sus mayores virtudes en los supuestos en los que el acto ilícito afecta a más de un Estado Miembro, y siempre que el Juez que conozca del asunto tenga competencia para pronunciarse sobre la totalidad del daño causado. En este supuesto el actor debiera tener la posibilidad de elegir entre: a) Una única ley sustantiva (derivada de la aplicación del principio general del “ROMA II”, esto es, la ley de un Estado donde se haya producido el daño) aplicable a todo el asunto. b) La aplicación de la Lex Fori a todo el caso. c) Aplicar a cada perjuicio su propia ley, según el reiterado principio del “ROMA II” (con la complejidad procesal que esta opción conlleva). Pregunta L: ¿Debería el tribunal nombrar un experto, si éste fuera necesario? De acuerdo con el Documento de trabajo elaborado, desde el punto de vista estrictamente económico, es evidente que la designación de un sólo experto o perito que intervenga en un juicio ahorra costes a las partes litigantes. La idea que late en el mencionado Propuesta de Reglamento del Parlamento europeo y del Consejo relativo a la ley aplicable a las obligaciones extracontractuales COM (2003). 15 Esta opción ha de ser matizada en orden a que se debe entender “lugar donde se produzca el daño” como “mercado afectado” por la práctica contraria a la competencia. 14 16 documento es que los “expertos externos” o no judiciales son un “mal menor” en aquellos estados miembros en los que no existe la posibilidad de designación judicial de perito; asimismo en el reiterado documento se pone de manifiesto el “mayor valor” probatorio del experto judicial frente al perito de parte o externo. Dicho esto debemos señalar: En primer lugar, que la posibilidad de designar un perito judicial16 nos parece acertada por los motivos manifestados por la Comisión (esto es, ahorro de costes de la litigación, independencia, etc.). Asimismo entendemos más que acertada la posibilidad de formar y especializar a determinados expertos judiciales en las complejas ramas del Derecho antitrust (expertos en análisis de mercados, valoración de datos financieros, etc.) En segundo lugar, a pesar de lo dicho supra nos parece oportuno mantener la figura del perito externo al Tribunal, elegido por la parte, independientemente de la posibilidad (alternativa o conjuntiva) de designar un perito judicial, que complemente a éste. De otro modo (y asumiendo el incremento de costos) se vería mermada la tutela judicial efectiva puesto que se coartaría la posibilidad de las partes de aportar (incluso con su escrito inicial o demanda) un estudio de los daños causados. Además nos parece oportuno, frente a la tesis mantenida por el “Documento de trabajo” y de acuerdo con lo establecido en la legislación procesal española (a tal efecto cfr. artículo 348 de la Ley de Enjuiciamiento Civil) que los estudios o dictámenes elaborados por los expertos en la materia (peritos) serán valoradas según los criterios de la sana crítica del Juez con independencia de que se trate de un perito judicial o de parte y ello porque se trata de expertos en una concreta materia, independientes y con el deber de actuar con la mayor objetividad posible. Pregunta M: ¿Deberían suspenderse los plazos de prescripción? En caso afirmativo, ¿a partir de qué momento? La prescripción (o extinción de un derecho por falta de ejercicio del mismo) en una institución jurídica cuya finalidad evidente es la de otorgar certeza y seguridad jurídica a un sistema: tras un lapso de tiempo desde que se produjo el hecho dañoso sin que la parte perjudicada entable acciones legales, su derecho a reclamar por los daños y perjuicios causados por los actos anticompetitivos decae frente a la seguridad jurídica que garantiza el Ordenamiento del Estado.17 Contemplada en la legislación procesal española. Vid. artículo 339 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. 17 A tal efecto consultar el artículo 9 de la Constitución Española. 16 17 Por la propia naturaleza de la prescripción (que sacrifica el valor Justicia por el Principio de la Seguridad) es necesario graduarla en orden a no conseguir resultados inicuos. De ahí que los distintos Ordenamientos Jurídicos prevean la posibilidad de suspender los plazos de prescripción en distintos momento en orden a proteger el valor Justicia pretendido por el Derecho. La mayoría de los Estados Miembro optan por suspender la prescripción al tiempo de presentar ante las Autoridades de la Competencia una reclamación por daños. En España, la regulación se asemeja a lo que acabamos de exponer, sin embargo debemos recalcar ciertos matices que se contemplan en el “Documento de trabajo” de la Comisión; así, si bien es cierto que la prescripción se interrumpe en el momento de interposición de la reclamación ante las Autoridades de la Competencia, el cómputo del plazo (que en Estado español es de 1 año desde que la parte tiene conocimiento del hecho dañoso) no se reinicia 18 hasta que el interesado obtiene una resolución firme por parte de los órganos encargados de tutelar la competencia19. Esta solución, y debido principalmente a la fugacidad del plazo (sólo un año), gradúa la inexorabilidad de la prescripción, alcanzando el debido equilibrio entre la Justicia (que se materializa en el reconocimiento del hecho dañoso, la cuantificación de los daños y la reparación de los mismos) y la seguridad que aporta la prescripción, permitiendo que los afectados por un hecho anticompetitivo puedan ejercitar sus acciones por daños una vez que los órganos de la competencia se hayan pronunciado y sin temor de que la prescripción extinga el derecho a reclamar. Pregunta N: ¿Es necesario aclarar el requisito jurídico de causalidad para facilitar la reparación de daños y perjuicios? Como sabemos la causación de un daño implica una conexión que parte de un actuar (voluntario, negligente o simplemente objetivo, según los casos, tal y como hemos detallado en la con anterioridad en la Pregunta D) y deriva en un hecho dañino. La causalidad es el vínculo lógico que une ambos extremos el acto agente y el resultado. Téngase en cuenta, a los solos efectos recordatorios que en la llamada “prescripción” el cómputo temporal se reinicia, frente a la “caducidad” en la que el cómputo se reanuda. 19 Así se afirma no expresamente por la Ley sino por la Doctrina científica más autorizada así como por reiterada y sólida Jurisprudencia. 18 18 Esta estructura lógica tan fácilmente aprehensible puede llegar hasta extremos harto complejos en materia antitrust y ello, principalmente por motivos de prueba (se requiere análisis del mercado, de datos económicos, etc.). De esto se infiere, de nuevo en orden a tutelar a los afectados por actos anticompetitivos, la necesidad de adoptar de manera fiable y que no deje resquicio a duda alguna una configuración jurídica, y no meramente causal o naturalista, del principio de causalidad. Son perfectamente conocidas por la Doctrina científica de cada Estado Miembro las distintas teorías (derivadas de los principios del Derecho Penal) que han pretendido explicar la relación entre un hecho y el daño derivado de éste, así “la equivalencia de condiciones”, “la causalidad adecuada” o la “imputación objetiva” (ésta última de contenido más jurídico, y por tanto dotada de mayor certeza). Estas diversas doctrinas ayudan a los tribunales a resolver diariamente cuestiones de Derecho común general en los que se producen daños y además permiten una mayor flexibilidad a fin de proteger a la parte dañada por el hecho injusto. Por ello, y debido a que la “especialidad” del derecho antitrust no es de índole causalista sino que cae dentro del ámbito de la prueba, entendemos que no es necesario un concepto “aclarado” o legal del principio de causalidad puesto que éste es más una estructura lógica del pensamiento, desarrollada por diversas teorías jurídicas con la intención de hacerlo operativo en las controversias judiciales, por lo que una definición legal acabaría por encorsetar el principio. Frente a esto, y con la intención de no dejar desamparados los intereses de afectados por hechos anticompetitivos, optamos, en lugar de por positivar un concepto de “causalidad antitrust ”, por realizar presunciones (iuris tantum )20 que faciliten la prueba de la relación causal para el supuesto de que nos encontremos ante casos de difícil prueba, trasladando el onus probandi al agente del hecho anticompetitivo. C. CONCLUSIÓN Una verdadera y eficaz protección de la libre competencia, uno de los pilares para la realización de un mercado común productivo e innovador, precisa de un marco normativo claro y estable que permita a las autoridades de defensa de la competencia, a los órganos judiciales, y en última instancia, a los diferentes operadores del mercado, los propios empresarios y consumidores, apreciar en todo 20 Cfr. respuesta planteada a la pregunta C. 19 momento las consecuencias jurídicas que una determinada conducta pueda conllevar. La aplicación privada de la normativa de competencia juega un papel importante en el mantenimiento de una competencia efectiva, pero no obstante, los sistemas nacionales y comunitario al respecto han de considerarse completamente subdesarrollados. Con la presentación del Libro Verde que forma el objeto de estas alegaciones, la Comisión Europea ha dado un primer paso para fomentar las acciones presentadas por particulares ante los tribunales nacionales, centrándose en una de las grandes problemáticas existentes al respecto, que es el resarcimiento de los daños y perjuicios causados por una conducta anticompetitiva. Las particularidades de las reclamaciones basadas en derecho antitrust (tales como complejidad de pruebas, difícil accesibilidad al material probatorio, elevados daños que conllevan un aumentado riesgo de costes, para nombrar solamente algunas de ellas), hacen imprescindible, a nuestro entender, se adopten por parte de la Comisión Europea unos criterios orientadores que tengan en cuenta dichas características específicas. Mariano Aguayo Fernández de Córdova Law Firm Mariano Aguayo Abogados, S.A. 20