MENU SALIR MARÍA DEL ROSARIO CUEVAS GIMÉNEZ El "Endimión" de Marcelo Díaz Callecerrada en el contexto de la poesía barroca Tesis doctoral realizada por la Lcda. María del Rosario Cuevas Giménez, bajo la dirección del profesor doctor don Salvador Montesa Peydro Universidad de Málaga. Facultad de Filosofía y Letras. 2003 MENU SALIR MENU SALIR ÍNDICE INTRODUCCIÓN...........................................................................1 I. LA FIGURA Y LA OBRA DE MARCELO DÍAZ CALLECERRADA...............................................................16 1. Biografía de un escritor en la penumbra............................................17 2. Obra - ¿y obras? – de Marcelo Díaz..................................................37 3. El Endimión. Esbozo de sus aspectos generales................................41 II. APROXIMACIÓN GENERAL AL MITO DE ENDIMIÓN CON UN PREÁMBULO SOBRE EL FENÓMENO MITOLÓGICO .................................................................................................51 1. El mito: definición, historia y funciones..............................................52 2. El mito de Endimión. Aspectos principales.........................................66 2.1 Testimonios antiguos y modernos sobre la localización del mito..............................................................................................66 2.2 Genealogía del pastor de Latmo............................................68 2.3 Relaciones amorosas y descendencia de los protagonistas principales de este mito: Endimión y la Luna.............................69 2.4 El officium de Endimión........................................................84 2.5 Versiones del pastor de Latmo..............................................90 MENU SALIR 2.6 El mito como historia deformada.........................................101 III. MARCELO DÍAZ CALLECERRADA Y SU TRATAMIENTO DEL MITO DE ENDIMIÓN..............................................108 1. Las supuestas fuentes del Endimión de Callecerrada......................109 2. Argumento –y argumentos- del Endimión.......................................131 3. Del Endimión como mito clásico al Endimión de Callecerrada. La amplificatio, novelización y dramatización como técnicas principales .............................................................................................................139 4. El mito de Endimión como lección moral, y su aplicación a la fábula de Callecerrada.........................................................................................161 5. Mitos secundarios en el Endimión...................................................192 6. El problema del género literario del Endimión................................214 7. Otros autores que escribieron sobre el mito de Endimión...............229 IV. EL BARROCO Y EL ENDIMIÓN.....................................236 1. Notas para una teoría del Barroco como marco del Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada................................................................................237 2. La estética de la oscuridad (culta dificultad y dificultad conceptista).........................................................................................262 3. La huella de Góngora. Influjos y rechazos.....................................306 4. La dificultad / oscuridad en Lope de Vega....................................309 MENU SALIR V. EL ESTILO DEL ENDIMIÓN..........................................318 1. Aspectos generales........................................................................319 2. Retórica.........................................................................................338 2.1 Los tropos.......................................................................342 2.1.1 La metáfora......................................................347 2.1.2 La metonimia...................................................382 2.1.3 La sinécdoque..................................................395 2.2 El hipérbaton..................................................................407 2.3 La hipérbole...................................................................424 2.4 Otras figuras retóricas en el Endimión..........................445 VI. LENGUA POÉTICA.......................................................537 1. Léxico..........................................................................................538 2. Adjetivación................................................................................638 3. Reminiscencias estilísticas de otros poetas y obras en el Endimión.........................................................................................655 VII. MÉTRICA.......................................................................716 1. Aspectos generales. Los endecasílabos del Endimión................717 2. Estrofa: la octava real.................................................................762 3. Los encabalgamientos y la esticomitia.......................................795 MENU SALIR VIII. CONCLUSIONES..........................................................811 IX. BIBLIOGRAFÍA............................................................828 A) Ediciones del Endimión de Callecerrada..................................829 Íntegras..............................................................................829 En antologías.....................................................................830 B) Bibliografía sobre Marcelo Díaz Callecerrada.........................831 C) Bibliografía sobre el mito de Endimión...................................835 D) Bibliografía sobre mitos y mitología en general......................840 E) Bibliografía general..................................................................857 F) Bibliografía auxiliar..................................................................921 X. ANEXOS........................................................................940 A) Prosificación del Endimión.......................................................941 B) Edición facsímil del Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada. 1627................................................................................................990 MENU SALIR 1 INTRODUCCIÓN MENU SALIR 2 INTRODUCCIÓN A lo largo de mis estudios siempre me ha atraído la cultura del Barroco, en modo especial su producción literaria en España. Profundas afinidades me hicieron descubrir muy pronto lo que el barroquismo contiene de “feminidad fatal, de hechizo de sirena: su delicia y la turbación que esta delicia comunica al alma, capaz de aniquilar en un día los tesoros acumulados por un penoso aprendizaje de clasicismo”1. Afortunadamente, en mí no se ha perdido nunca la fascinación por lo clásico –al fin y al cabo, como bien sabemos, el Barroco no hace sino desarrollar, contorsionar y complicar gérmenes renacentistas–. Pero el atractivo de la artificiosidad desbordada por un incontenible afán expresivo, en que la libertad da la nota, aunque luego se someta férreamente a la norma que acuerda el cantar, me ha seguido subyugando hasta hoy. Lo primero que llamó mi atención de investigadora novel en la literatura del siglo XVII español fue la asombrosa 1 Eugenio d’Ors, Lo barroco, Madrid, Aguilar, 1964, p. 10. multiplicidad y MENU SALIR 3 enmarañamiento de sus elementos constitutivos. J. Ortega y Gasset lo dijo en 1915: “No dudo de que efectivamente haya sido el barroco un estilo de rebuscada complejidad”2. A esta constatación, que casi podríamos llamar fenomenológica, Ortega adjuntó una calificación definitoria: “rebuscada”. Y es que el Barroco supone, hablando en términos horacianos, una inclinación por el ars frente a la natura. En España, el ideal renacentista de “selección y naturalidad”, de que habló Menéndez Pidal, cede su puesto al artificio, y en los casos peores, a la afectación. Sea como fuere, esa complejidad no es vacua hinchazón en los mejores escritores barrocos. Lo que sucede es que la unidad de la cultura clásica se ha ido fragmentando en multitud de focos de interés –resultado de la sobreabundancia de puntos de vista–, hasta desembocar en la trama abigarrada de la obra barroca. Pero ese abigarramiento tiene una estructura hipotáctica, que hace que todos sus elementos se subordinen a la construcción artística de un ideal preciso: la elevación del expresionismo sin trabas a suprema categoría estética. Mis primeros contactos con dicha estética se produjeron a través de escritores de la talla de Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope, Calderón y Gracián. Ampliando perspectivas, fui luego conociendo a poetas y prosistas que seguían la estela de los anteriores, pero que no por ello dejaban de tener personalidad inconfundible: el Conde de Villamediana, Juan de Jáuregui, Pedro Soto de Rojas, Gabriel Bocángel, Francisco de Trillo y Figueroa, Baltasar Jacinto Polo de Medina, Sor Juana Inés de la Cruz, Rodrigo Caro, Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, 2 “La voluntad del Barroco”, en La deshumanización del arte [1925], Madrid, Revista de Occidente, 19585, p. 160. MENU SALIR 4 Guillén de Castro, Juan Ruiz de Alarcón, Luis Vélez de Guevara, Antonio Mira de Amescua, Francisco de Rojas Zorrilla, Agustín Moreto, Diego de Saavedra Fajardo y tantos otros. Todos ellos mostraban, según sus distintos gustos y estilos, un interés especial por el ornato de la obra literaria y una atención constante por la riqueza sígnica de sus textos. Ese ornato no ahogaba, sin embargo, el turbión afectivo que lo había generado, sino que, por extraña paradoja, lo potenciaba hasta el infinito. Precisamente por eso me resultaba más sugestivo. En los primeros momentos de mi carrera de filóloga me atraía en él lo que tenía de reto, de compromiso y de seducción. Era para mí un estímulo sondear y explicarme a mí misma los secretos de la poética, la retórica, las fuentes y los temas de esa masa admirable de escritores. Asimismo, me interesaban sus obras porque dejaban traslucir la época de crisis en que vivieron, crisis provocada por la quiebra de nuestra hegemonía política, militar y económica, que tanta repercusión tuvo en todos los aspectos de la vida de aquella España singular. A ello había que añadir la ruptura espiritual provocada por el cansancio de la visión unilateral del mundo que representó el catolicismo contrarreformista. Así se explicaba el patetismo que en los españoles del siglo XVII había generado la que Américo Castro bautizó como “edad conflictiva”. Los escritores del Barroco descubrían ante sí una ancha e inquietante problemática, que iba desde las disputas de auxilis –la apasionante polémica sobre el libre albedrío–, hasta la coerción intelectual de una Inquisición en pleno auge, la cultura de la desilusión, la teatralidad de la vida y del arte, o los contrastes más extremados entre ilusionismo y MENU SALIR 5 naturalismo. Todo conspiraba a la construcción de un mundo que habría de desembocar, como sabemos, en dos posturas fundamentales. Por una parte, en un desolado pesimismo –así, el de Quevedo o Gracián–, con el consiguiente espíritu de desengaño ante todo lo terreno; recordemos, por poner sólo un ejemplo, el famoso terceto de uno de los Argensola titulado “A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa”: “Porque ese cielo azul que todos vemos ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza! Por otra parte, las nuevas circunstancias socio-culturales habrían de traer a nuestro Barroco un desbordamiento vital, un apasionamiento y un dinamismo que propician el triunfo de lo sensorial y, por reacción inexorable, la convicción de lo efímero de cuanto existe y el ansia de trascendencia. La emoción ante lo tangible se une entonces a la decepción filosófica, generando una sensibilidad que es casi pensamiento, y una inteligencia que es casi sentimiento. “Ese doble impulso de atracción apasionada hacia la realidad concreta y de huida ascética hacia lo infinito, explica la doble tendencia del Barroco: a profundizar y espiritualizar todo lo sensible de una parte, y a hacer sensible de otra por medio de la alegoría todo lo espiritual [...] Ese doble impulso nos explica el sentido trascendente del realismo del Barroco que España extrema por identificarse con su sentido de la vida”3. 3 E. Orozco, Lección permanente del Barroco español [1951], Madrid, Ateneo, 19562, p. 45. MENU SALIR 6 Desde mis primeros contactos con nuestra literatura barroca percibí, pues, que en ella, aunque se cultivaran hasta la exageración los aspectos formales del arte, vibraba una emoción auténtica que conmueve nuestra sensibilidad enfrentándola a problemas vitales, como el sentido de la existencia, el pathos moral, la escatología que aguarda en el futuro – muerte, juicio, condenación o salvación–, las relaciones humanas, el optimismo y el pesimismo existencial, la visión transcendente o irónica del mundo, etc. El Barroco, en el fondo, no quiere sino “producir en el ámbito interno a la obra un puro dinamismo, un sistema de afectos tirantes, un giro tempestuoso de los ánimos”4. Antonio Machado, con adivinación propia del gran poeta que era, supo ver ese aspecto esencial del barroquismo español, plasmándolo en unos versos que subrayan el trasfondo de autenticidad humana escondido tras los arabescos estilísticos de las obras del siglo XVII: “El pensamiento barroco pinta virutas de fuego, hincha y complica el decoro. [...] Sin embargo... –Oh, sin embargo, hay siempre un ascua de veras en su incendio de teatro”5. 4 J. Ortega y Gasset, op. cit., pp. 160-161. MENU SALIR 7 Con certero instinto artístico D. Antonio expresó en esos versos cuanto hay de vital y de teatral en la época barroca. También la crítica literaria ha subrayado esos aspectos del arte del XVII, estudiándolos a veces de forma monográfica –recordemos las páginas ejemplares del libro de E. Orozco Díaz, El teatro y la teatralidad del Barroco–6. Esas actitudes dan lugar a un dramatismo que tiñe con colores inconfundibles, no sólo los textos destinados a la escena, sino también muchas otras obras que no pertenecen al género dramático, en las que se revela el alma “violenta y apasionada” del Barroco español. “Así –observa Orozco–, si se hace necesario a veces, al hablar de las grandes creaciones del arte barroco, emplear los términos del mundo del teatro, es porque precisamente en ellas se logra el más pleno efecto de ilusión de realidad”7. “Trasplantada la violencia a su arte –añade Dámaso Alonso, refiriéndose concretamente a Quevedo–, en él se quiebran los tabiques de separación de los dos grandes mundos estéticos del Siglo de Oro [...]. Hemos llamado desgarrón afectivo a esa penetración de temas, de giros sintácticos, de léxico, que, desde el plano plebeyo, conversacional y diario, se deslizan o trasvasan al plano elevado, de la poesía burlesca a la más alta lírica, del mundo de la realidad al depurado recinto estético de la tradición renacentista [...]. Lo plebeyo y lo hombre se funden [...] en una explosión de afectividad, en una llamarada de pasión que todo lo 5 Véanse en Nuevas canciones. 1917-1930, ed. crítica de O. Macrí-G. Chiappini, Obras completas, t. I, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 644. 6 El teatro y la teatralidad del Barroco. (Ensayo de Introducción al tema), Barcelona, Planeta, 1969. 7 Ib., p. 121. MENU SALIR 8 vivifica”8. Y es que el Barroco español es mucho más que una faceta histórica de la cultura: es toda una visión de la vida, una auténtica Weltanschauung9. Teniendo a la vista lo dicho, no es de extrañar que desde mi primera lectura del Polifemo de Góngora me haya interesado vivamente un género literario de profunda implantación en nuestro Siglo de Oro: el de la fábula mitológica, cuya riqueza y complejidad demostró J.Mª. de Cossío en su ya clásico estudio de las Fábulas mitológicas en España (1952), obra que ha reeditado recientemente, para provecho de estudiosos, la madrileña editorial Istmo. Siguiendo la senda alumbrada por Góngora, durante una breve investigación que hube de hacer sobre el tema de la mitología en el Barroco, y teniendo a la vista libros como el de P. Cabañas sobre El mito de Orfeo en la literatura española (1948), o el de A. Gallego Morell sobre El mito de Faetón en la literatura española (1961), tuve noticias de la existencia de la fábula dedicada por Marcelo Díaz Callecerrada al mito de Endimión, en la que canta en buenas octavas reales las vicisitudes en que se ven envueltos el joven pastor de Latmo y la Luna a causa de las rivalidades que la última mantuvo con Venus. En dicho poema –publicado precisamente el año de la muerte de D. Luis (1627)–, Callecerrada, pese a seguir al genial cordobés en multitud de detalles de idea y estilo –véanse, para probarlo, las notas a pie de 8 “El desgarrón afectivo en la poesía de Quevedo” [1951], en Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, Madrid, Gredos, 19573, p. 573. 9 Podemos citar como uno de los últimos estudiosos de este tema –tras el precedente de L.E. Rodríguez-San Pedro Bezares, Lo Barroco: la cultura de un conflicto, Salamanca, Plaza Universidad, 1988–, F. R[odríguez] de la Flor en su documentada monografía La Península metafísica. Arte, literatura y pensamiento en la España de la Contrarreforma, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999. MENU SALIR 9 página con que explicamos nuestra edición del poema, que está próxima a aparecer–, profesa una teórica aversión a la oscuridad del cordobés y un devoto discipulado al magisterio de Lope de Vega, que por cierto estampa al frente del libro una entusiasta aprobación del mismo – acompañada de otra de Juan de Jáuregui–, y que escribió a su respecto unos versos elogiosos en el Laurel de Apolo, a los que habría que añadir las alabanzas contenidas en el Para todos del Dr. Juan Pérez de Montalbán, también discípulo del Fénix. Este acervo de noticias, a veces contradictorias, me pareció digno de estudio y profundización. Desde el primer momento tuve conciencia de hallarme ante un núcleo argumental bien conocido, estereotipado, casi ritual, pero que resultaba brillante gracias a la destreza con que Marcelo Díaz explotaba el recurso manierista de la amplificatio y a la belleza formal de su arquitectura y estilo. El placer vendría de la mano de la lucidez, no de la embriaguez, y aunque no pudiera ser dionisíaco, tendría un innegable encanto apolíneo. Así me lo confirmó la lectura del poema, que llevé a cabo por la edición de D. Cayetano Rosell, impresa en la Biblioteca de Autores Españoles, en el tomo dedicado a los poemas épicos (1ª edición, 1854; reedición moderna, 1948). Debo confesar que dicha lectura me interesó vivamente, por lo que decidí investigar todo lo relativo al autor y a su obra como materia de mi tesis doctoral. No se me oculta que el poema de Marcelo Díaz es una obra que, aunque en su tiempo, como hemos visto, fuera apreciada de los mejores ingenios de España, se fue olvidando progresivamente, hasta ser hoy conocida sólo por contados especialistas, casi siempre de forma MENU SALIR 10 superficial y carente de detalles. Sin embargo, el cuidado con que fue redactada, su atención a la preceptiva del género, la compleja problemática interpretativa que plantea, su innegable brillantez inventiva, su estilo, fuentes, temas, estética, etc. le confieren un interés especial. Creo además que, a la altura de la investigación literaria de la España de principios del siglo XXI, se ha dedicado una atención exclusivista a las obras maestras de los grandes escritores, con un desconocimiento del ámbito literario en que florecen que las hace casi inexplicables. Por lo que se refiere a las fábulas mitológicas, con la excepción del Polifemo de Góngora, y –a distancia abismal– de la Fábula de Adonis, Hipómenes y Atalanta de D. Hurtado de Mendoza (1533), la Fábula de Acis y Galatea de L. Carrillo y Sotomayor (1611), Los rayos de Faetón (1639) de P. Soto de Rojas y pocas más, estamos ante un campo literario profusamente cultivado –véanse los trabajos de J.Mª. de Cossío, F. Pierce, etc.– al que apenas se ha dedicado atención. De ahí que mis investigaciones hayan intentado llenar en la medida de lo posible ese hueco, estudiando una obra de positivo interés que ayudará, siquiera sea en la corta medida de mis posibilidades, a ver la importancia del género en España. Resultado de ese propósito son las páginas que siguen, en las que he intentado hacer un serio acercamiento al tema en sus líneas esenciales. Para ello, he centrado mi atención en los aspectos ecdóticos, argumentales, temáticos, estilísticos, métricos, de fuentes, etc. del Endimión, obra que hasta ahora venía apareciendo en los manuales y MENU SALIR 11 diccionarios de literatura en lugar muy secundario, repitiéndose siempre los tópicos establecidos por una tradición “erudita” que, en sus escasísimas noticias, arranca del siglo XVII, apoyándose en las noticias ofrecidas por Lope, Jáuregui y Pérez de Montalbán cuando todavía vivía el poeta, y que continúa hasta hoy, aunque con una notable escasez de aportaciones nuevas. Esta escasez de estudios directos sobre el Endimión y su autor me ha impuesto un método de trabajo relativamente complejo. Por una parte, he debido aprovechar la observación directa de la obra, que en sus preliminares y texto ofrece datos de todo tipo para organizar una investigación filológica en profundidad sobre su alcance, sentido y características temático-formales. Por otra parte, he recurrido a una vasta bibliografía “indirecta”, que refiriéndose a géneros, estilos, autores y obras afines a Marcelo Díaz y su poema, son aplicables a éstos por argumentación a pari. De esa manera, sigo la áurea metodología propugnada por Séneca en la LXXXIV de sus Epístolas morales: “Debemos –recomienda a Lucilio, apoyándose en su propia experiencia de escritor– [...] escribir en fichas separadas lo que hemos recogido en diferentes lecturas, pues así podremos organizar mejor el material que nos interesa; después hemos de armonizar ese zumo intelectual, y darle por nuestro trabajo un sabor homogéneo, de manera, que si bien se note su procedencia, se vea claramente que no es copia servil [...]. Esto es lo que hace diariamente nuestro cuerpo con los alimentos, que antes de tomarlos son ajenos e independientes, y una vez asimilados se convierten en carne y sangre nuestra. Adoptemos esos principios para dar unidad a MENU SALIR 12 nuestros escritos [...]. Pero evitemos cuidadosamente reproducir en crudo los materiales tomados a otros: presentémoslos, una vez asimilados, como nuestros. Si en tus obras se reconoce algún rasgo de un autor que aprecias mucho, que esa semejanza sea la de un hijo, no la de un retrato, porque el retrato es cosa muerta”10. A estas alturas de mi investigación estoy convencida de que tiene positivo interés, para el conocimiento cabal de nuestra literatura barroca, disponer de una buena edición anotada del Endimión de Marcelo Díaz. Dicha edición, acompañada de sus notas, la tengo en este momento completamente terminada. El proceso que he seguido es el siguiente: lo primero que hice fue consultar directamente en la Biblioteca Nacional los dos ejemplares que poseen del Endimión –uno de ellos falto de los Preliminares11–. Luego obtuve la microficha de ambos. A continuación consulté –y por un afortunado azar, adquirí un ejemplar perfecto del tomo de D. Cayetano Rosell en que se contiene– la edición de la Biblioteca de Autores Españoles. Pertrechada con todos estos materiales, y siguiendo una metodología crítico-textual neolachmaniana, fijé el texto crítico del poema de Callecerrada. Una vez fijado, me dediqué en exclusiva a la resolución de todas las dificultades que presentaba, búsqueda de fuentes, intertextualidades diversas, observaciones culturales, humanísticas, históricas, de filosofía natural, filosóficoteológicas, etc. Todo ello ha terminado conformando un extenso aparato de notas a pie de página que no ha eludido ninguno de los problemas que el texto presenta. Como mi intención es destinar todos estos materiales a 10 Oeuvres complètes de Sénèque le Philosophe, ed. M. Nisard, París, F. Didot Frères, M.DCCC.LV, p. 710ab; traduzco libremente. MENU SALIR 13 la publicación de una edición crítica y ampliamente comentada del Endimión, no los incluyo –aunque sí los aprovechó asiduamente– en mi tesis doctoral. En cualquier caso, ya entregué al profesor Dr. D. Salvador Montesa Peydro, Director de mi tesis, un adelanto de esta edición anotada del Canto I, trabajo que hice bajo su dirección como parte de mis Cursos de Doctorado. A partir de esta edición, que por supuesto permanece inédita, mi tesis doctoral se ha organizado del modo que sigue: un estudio en que se trata sobre la vida y personalidad de Marcelo Díaz Callecerrada, sus relaciones literarias y sus obras seguras, probables y espúreas. Posteriormente he procurado ofrecer una visión general del mito de Endimión –localización, descendencia, genealogía, relaciones amorosas y officium, suerte final y la realización como historia deformada– tratando, además, los aspectos principales del fenómeno mitológico. A partir de aquí he considerado cuál ha sido el tratamiento concreto que hizo Marcelo Díaz de la historia mitológica sobre el joven pastor de Latmo y su relación con la Luna. De esta manera, he procurado dilucidar cuáles de las supuestas fuentes que se proponen, por ejemplo, por parte de Lope de Vega, son ciertas. También he mostrado el argumento –y los argumentos– que aparecen en esta obra manierista, con lo que se ha podido comparar este mito clásico y el de Callecerrada, constatándose el gran proceso amplificatorio que utiliza nuestro poeta, que no duda en jalonar su obra de muchos personajes y lugares mitológicos que no aparecían en la historia original, pero que aquí sirven 11 Véanse sus signaturas y demás detalles en la Bibliografía de nuestra tesis. MENU SALIR 14 para enriquecer y dotar de claros rasgos novelescos y dramáticos al poema. Por otro lado, he estudiado la gran importancia que tiene la lección moral en esta obra. Tras ello, he considerado la época históricaliteraria que le tocó vivir a Callecerrada: el Barroco, su estética, representantes principales e influjos entre ellos. Después, he analizado el proceso de elaboración del Endimión, investigando su retórica, lengua poética, reminiscencias de otros poetas y obras y métrica. Finalmente, aportamos las conclusiones más relevantes de todas nuestras investigaciones anteriores. Sólo me queda añadir que las páginas que siguen constituyen un mero punto de arranque y un primer esfuerzo de asedio de la obra de Callecerrada. El camino queda abierto para ir avanzando en este estudio, que, consideramos, completa y explica la rica historia literaria del Barroco español. No quiero terminar esta Introducción sin expresar mi más profundo agradadecimiento al interés y amabilidad, tan sabios como exquisitos, que me ha prodigado, a lo largo de los cuatro años que ha durado la elaboración de mi tesis, su Director, el profesor D. Salvador Montesa Peydro, sin cuya asistencia este trabajo hubiera sido imposible. Agradezco igualmente las noticias que sobre mitología griega me ha proporcionado el catedrático de griego Dr. D. Aurelio Pérez Jiménez. No quiero olvidar tampoco las ayudas puntuales obtenidas de diversos profesores del Departamento de Filología Española II y Teoría de la Literatura. Por lo que hace a la bibliografía, me ha sido muy útil el asesoramiento del personal de la Nacional de Madrid, el British Museum, MENU SALIR 15 el Fondo de Cultura Económica de México, las Bibliotecas Universitarias de Florencia, Sevilla y Complutense de Madrid. Por último, considero un deber de justicia agradecer al catedrático profesor Cristóbal Cuevas la ayuda que me ha prestado en aspectos exegéticos del Endimión y en temas importantes sobre poesía barroca, épica culta y otros puntos de crítica e historia literaria de nuestro Siglo de Oro. MENU SALIR 16 I. LA FIGURA Y LA OBRA DE MARCELO DÍAZ CALLECERRADA MENU SALIR 17 I. LA FIGURA Y LA OBRA DE MARCELO DÍAZ CALLECERRADA 1. Biografía de un escritor en la penumbra Al acometer el estudio de la figura de Marcelo Díaz Callecerrada, debemos partir de una constatación fundamental: es poquísimo lo que sabemos con certeza de este escritor, y casi nula la apoyatura documental con que contamos. Es por esto por lo que podemos deducir, sin temor a equivocarnos, que estamos ante una figura que apenas ha sido investigada12. Además, las pocas noticias que hallamos se basan, en su mayoría, en los apuntes que él mismo13 o sus amigos14 dejan en su única obra conocida, Endimión, de la que más adelante trataremos. De esta forma, los pocos datos de que disponemos, se repiten machaconamente en las fuentes consultadas y, en algunas 12 Nos tendremos que conformar en este apartado con la consulta, principalmente, de diccionarios e historias de la literatura, que citaremos debidamente en el momento oportuno. 13 Algunos, como J.M. Blecua, expresan: “De Marcelo Díaz de Callecerrada sólo sabemos lo que él mismo dice al frente de su poema”, Poesía de la Edad de Oro. II. Barroco, Madrid, Castalia, 1984, p. 242. 14 Tampoco las aportaciones de este tipo de fuentes sirven de ayuda. Corrobora esta idea la opinión de F. Zamora Lucas, pues aclara que no aporta datos para explicar su vida “ni Pérez de Montalbán, su buen amigo”, aunque esto no es del todo cierto, como ya veremos; cf., de Zamora Lucas, Lope de Vega censor de libros, Larache, Artes Gráficas Boscá, 1941, p. 83. Sin embargo, sí nos podemos servir de las opiniones de Lope de Vega y de Juan de Jáuregui en las aprobaciones que encabezan el Endimión. MENU SALIR 18 ocasiones, con más errores e inexactitudes de las que serían deseables15. Corrobora todo lo que señalamos el hecho de muchos artículos de los que tratan algún aspecto relativo a Callecerrada, comienzan poniendo de manifiesto las pocas noticias de primera mano que poseen del autor madrileño. Así, por ejemplo, F. Zamora Lucas afirma, sin más precisiones, que son muy escasas “las noticias [que] tenemos de este poeta madrileño”16. Por su parte, F.C. Sáinz de Robles ofrece alguna nota sobre este poeta “del que se tienen escasísimas noticias”17. También J. Montero Padilla se reafirma en la idea de que “pocos datos se conocen de este escritor”18. Podríamos multiplicar las citas de este tipo sin ninguna dificultad. Dicho esto, no cabe ninguna duda de que estamos ante un autor que es casi desconocido y, por ello, resulta difícil precisar bien los datos esenciales de su biografía. De esto se dan cuenta algunos ensayistas, como el ya citado Zamora Lucas, que expresa su sorpresa ante la ausencia de dichos datos al escribir: “Ni Álvarez Baena [sic], su paisano, ni posteriormente Ballestero Robles, aportan datos para su biografía”19. Queda esto mucho más claro si ponemos de manifiesto que, ni siquiera 15 Estos yerros e imprecisiones , que iremos viendo más adelante, son debidos a que, en muchas ocasiones, los críticos e historiadores de la literatura no conocen directamente esta obra, y se limitan a trasladar lo que han leído en otro lugar. Incluso hay algunos como J. Millé y Giménez que, en su artículo “Apuntes para una bibliogafía de las obras no dramáticas atribuidas a Lope de Vega”, Revue Hispanique, LXXIV(1928), pp. 345-572, aclara que la información que ofrece la “copia” [‘toma’, ‘recoge’] de otro, en su caso, de B.J. Gallardo en su Ensayo de una Biblioteca Española de libros raros y curiosos, Madrid, Imprenta de Rivadeneyra, 1886. Indica Millé, además, que toma las notas del tomo segundo de Gallardo, columna 775. 16 Loc. cit., p. 83. 17 Ensayo de un Diccionario de la Literatura española, tomo II. Escritores españoles e hispanoamericanos [1949], Madrid, Aguilar 19532, p. 303a. 18 Diccionario general de Madrid. Historia, biografías, calles, arte, leyendas, actualidad, J. Montero Alonso, F. Azorín García y J. Montero Padilla, Madrid, Méndez y Molina Eds., 1990, p. 177a. 19 Loc. cit., p. 83. MENU SALIR 19 en el tema del nombre de este poeta hay unanimidad de criterios, como se aprecia al observar que unos prefieren llamarle Marcelo Díaz de Callecerrada, y otros hacen mención a él sin usar la preposición “de” entre el primer y segundo apellidos. No obstante, es un hecho el que la mayoría de los que tratan su figura prefieren nombrarlo según esta última forma, es decir, como Marcelo Díaz Callecerrada20. Es más, en la edición que manejamos de su Endimión, y más concretamente en su portada, aparece nominado como Marcelo Díaz Callecerrada. Podemos añadir a esto el que en la suma de licencia, le llaman del mismo modo, y el propio autor firma la dedicatoria de esta manera21. De este modo nos decantamos decididamente por esta última forma. Sólo como un apunte curioso podemos agregar que hay quien le llama, por desconocimiento, equivocación o, tal vez, por errata, de otras formas diferentes. Es el caso de L. Conde, que se refiere a él erróneamente como “Mateo Díaz Callecerrada”22. También podemos recordar la referencia que hace A. Palau a un tal “Marcelo Díez”, dejando entender vagamente que puede ser el poeta que estamos investigando23. 20 Le llaman Marcelo Díaz Callecerrada, entre otros, C.A. de la Barrera y Leirado, B.J. Gallardo, J. Millé y Giménez, R. Ragucci, F.C. Sáinz de Robles, G. Savelli, P. Ward, J. Montero Padilla, etc. Por otro lado, usan la otra forma, Marcelo Díaz de Callecerrada, algunos como Nicolás Antonio, J. Cejador, J.A. Álvarez y Baena, el Diccionario enciclopédico hispano-americano de Literatura, Ciencias y Artes, J.M. Blecua... 21 No realizamos precisiones sobre otras partes de la obra porque, o bien no hacen referencia a su nombre, o, si la hacen, es de otra manera. Tal es el caso de J. de Jáuregui que, en la Aprobación civil de la obra, se refiere por dos veces al poeta madrileño utilizando simplemente la expresión “el autor”. Por su parte, Lope de Vega en su aprobación eclesiástica lo llama “Marcelo Díaz”, con lo que tampoco aporta nada a esta cuestión. 22 “Compuso Mateo Díaz Callecerrada otro notable poema, el Endimión”, Letras españolas. Historia ilustrada de la Literatura española con adición de fragmentos de diversos ingenios, según ordenación de Lorenzo Conde, Barcelona, Hymsa, 1936, p. 876. 23 En las páginas dedicadas a Otto Venio, del que aclara Palau que es Otto Van Veen, conocido también por Vaenio o Venius, enumera las obras que escribió. Entre ellas, leemos las distintas ediciones del Theatro Moral de toda la Philosophía de los antiguos y modernos, y expresa: “En las ediciones que siguen, para MENU SALIR 20 Sobre lo que sí coinciden todos los críticos, aunque no aporten prueba documental alguna al respecto, es sobre cuál fue su lugar de nacimiento. Todas las fuentes consultadas afirman que nació en la ciudad de Madrid24. El único que, aunque también lo recoge, muestra alguna duda sobre el dato, es J. Montero Padilla en la obra que dedica, junto a otros especialistas, precisamente a Madrid y todo lo que tenga que ver con esta capital, como vemos cuando escribe: “Díaz Callecerrada, Marcelo (¿Madrid?)”25. Y de nuevo llegamos a un escollo en este intento de clarificar la biografía del escritor que tratamos. No tenemos una idea clara de los años exactos en que vivió y, por supuesto, las fechas de su nacimiento y muerte son una incógnita. Así lo expresa, por ejemplo, G. Savelli: “Se desconocen las fechas de nacimiento y muerte de este autor”26. Es más, no estamos seguros ni siquiera del siglo o siglos en los que transcurrió su vida. En efecto, partiendo de que los únicos datos exactos que poseemos son que publicó el Endimión en 1627, y que fue amigo y discípulo de Lope de Vega (1562-1641) y de Juan Pérez de Montalbán (1602-1638), aumentar el embrollo, se atribuye el texto a un tal Jean Le Clerc y en la castellana a un no menos desconocido Marcelo Díez [que sería el autor del Endimión]”, Teatro moral de la vida humana en cien emblemas con Enchiridion de Marcelo Díez, Bruselas, 1682, grabs. fol.”; A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano, t. XXVI, Barcelona, 19752, p. 112a. No debemos perder de vista la referencia de este libro, pues nos servirá como indicativo en valoraciones posteriores. 24 Así, por ejemplo: “Díaz Callecerrada (Marcelo). Natural de Madrid”, C.A. de la Barrera y Leirado, Catálogo bibliográfico y biográfico del teatro antiguo español desde sus orígenes hasta mediados del siglo XVIII, Madrid, M. Rivadeneyra, 1860, p. 126a; “Don Marcelo Díaz de Callecerrrada, madrileño”, J. Cejador y Frauca, Historia de la Lengua y Literatura castellana, 14 tomos, tomo IV, Madrid, imprenta de Galo Sáez, 19352, edición facsímil, 7 tomos, tomos IV-V, Madrid, Gredos, 1972, p. 56; “El madrileño Marcelo Díaz Callecerrada”, R. Ragucci, Letras castellanas, Rosario (Rep. Argentina), ed. Apis, MCMXXXIX, p. 181b; “Escasas noticias tenemos de este poeta madrileño”, F. Zamora Lucas, loc. cit., p. 83; “Díaz Callecerrada, Marcelo. Madrileño”, G. Bleiberg, Diccionario de literatura española [1949], Madrid, Revista de Occidente, 19724, p. 263a; etc. 25 Loc. cit., p. 176a. 26 En González Porto-Bompiani, Diccionario de autores de todos los tiempos y de todos los países, tomo I, Barcelona, Montaner y Simón, 1963, p. 731b. MENU SALIR 21 lo más probable es que naciera a fines del siglo XVI y viviera hasta mediados del XVII, aunque tampoco pueda descartarse que el Endimión sea obra de juventud, y que su autor naciera en los albores del segundo de estos siglos. En este sentido, atendiendo a la documentación de que disponemos, observamos que, siguiendo la Enciclopedia EuropeoAmericana, Díaz Callecerrada “nace en Madrid a fines del siglo XVI”27. Además, pese a lo que acabamos de decir al respecto, la mayor parte de los que dan la síntesis de su biografía afirman que el siglo en que se desarrolló su vida fue el XVII28. Llama con fuerza la atención el error de G. Savelli al declarar que Marcelo Díaz “vivió durante el siglo XVIII”29. Encontramos incluso quienes se atreven a precisar más al manifestar que “era ya de madura edad por los años de 1627”30. Insiste en esta misma idea G. Bleiberg: “Debía de ser hombre de edad cuando publicó su poema narrativo Endimión”31, así como la Enciclopedia EuropeoAmericana en la que leemos que “en 1627 era ya de edad madura”32. Todo ello les debió hacer pensar que su nacimiento tuvo lugar en el siglo anterior. Quizá basan este último dato en el hecho de que el Endimión, dada su complejidad en cuando al manejo de recursos 27 Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana [1915], t. XVIII (primera parte), Madrid, EspasaCalpe, 1989, p. 887a. 28 Así aparece en algunos diccionarios en los que se lee: “Vivió en el siglo XVII”, Diccionario enciclopédico hispano-americano de Literatura, Ciencias y Artes, tomo VI, Barcelona, Montaner y Simón, 1890, p. 545a; o: “Madrid, s. XVII”, Ward Philip, Diccionario Oxford de literatura española e hispanoamericana [1978], traducción castellana y adaptación de Gabriela Zayas, Barcelona, Editorial Crítica, 1984, p. 225b; ese mismo es el caso de otros investigadores como F.C. Sáinz de Robles que aporta noticias de este escritor “del siglo XVII”, loc.cit., p. 303a; o J. Montero Padilla: “Díaz Callecerrada, Marcelo (¿Madrid?, s. XVII)”, loc. cit., p. 177a, etc. 29 Loc. cit., p. 731b. 30 C.A. de la Barrera y Leirado, loc. cit., p. 126a. 31 Loc. cit., p. 263a. MENU SALIR 22 estilísticos, léxico, métrica, mitología, etc., no parece que pueda ser fruto de una etapa juvenil, apreciación esta a la que nos sumamos33. Por ello, puede que sea cierto el que en la fecha de 1627 Callecerrada tuviera una edad relativamente avanzada lo que, además, guarda alguna concordancia con las fechas que ya se han señalado en relación con sus contemporáneos Lope, Pérez de Montalbán y Jáuregui. No obstante, sí existe contradicción con lo que ya dijimos que expresó A. Palau de aquel Marcelo Díez34. En efecto, si realmente hubiera realizado la versión castellana del Theatro Moral de toda la Philosophía de los antiguos y modernos, publicada en 1682, sería imposible que fuera un hombre de edad madura en 1627, por lo que nos reafirmamos en la idea de que el dato ofrecido por Palau es difícilmente defendible35. Un punto que guarda relación con el anterior es el de la época literaria en que se inscribe nuestro autor. Para ello es interesante hacer referencia a J. Ortega y Gasset que, en su teoría sobre las generaciones culturales, entre las que las literarias han de incluirse, establece unos criterios distributivos basados en que cada generación ocupa un período de quince años36. Partiendo, para el siglo XVII europeo, de que el personaje que más claramente marca un giro generacional es Descartes, el cual “cumplió los treinta años [en] 1626”, afirma que ésa será la fecha 32 Loc. cit., p. 887a. Siempre y cuando aceptemos como verdadero el hecho de que 1627 fuera el momento en que se terminó y rápidamente publicó el Endimión. No podemos dejar de dudar sobre si esta obra la escribió años antes – muchos o pocos– y que, después de un cierto tiempo, se publicara. 33 34 Vid. n. 12. Se puede añadir a esto que el mismo A. Palau y Dulcet, al final de la entrada de Marcelo Díaz Callecerrada, escribe que se debe consultar “Venio”; sin embargo, al acudir a esta referencia, ya no vuelve a relacionarlo directamente con el poeta madrileño, y lo más cercano que encontramos a él es el mencionado Marcelo Díez. 35 MENU SALIR 23 de su generación. Ignoramos el año de nacimiento de Callecerrada, pero si tenemos en cuenta que publica su libro en 1627, es posible que su edad no difiera mucho de la del autor del Discurso del método. De ser ello así nuestro poeta sería un estricto coetáneo –no sólo un “contemporáneo”37 – de dicho escritor francés, por lo que, según el propio Ortega, habría estado integrado en un movimiento cultural europeo de gran dinamismo, curiosidad intelectual y deseos de renovación. Ello explicaría que, dado su carácter de epígono, se adscribiera teóricamente a la escuela de un genial renovador de la poesía dramática como Lope de Vega, y en la práctica –en medida mucho mayor de lo que él mismo quiere reconocer– a la de otro renovador (Luis de Góngora) no menos genial de la poesía, en este caso lírica y narrativa (Polifemo, género en que se incluye también el Endimión, que tiene a la vista, sin duda, la obra del cordobés.) Para clarificar algo más este punto, es de ayuda la aportación de R. Ragucci, que, al explicar el desarrollo de la épica durante los reinados de Felipe IV y Carlos II38, muestra que “de los escasos épicos de este período sólo caben mencionarse los siguientes: El madrileño Marcelo Díaz Callecerrada [...], Luis de Ulloa Pereira [...], Enrique Gómez [...] y Trillo Figueroa”39. 36 Vid. En torno a Galileo. Esquema de la crisis [1993], Madrid, Espasa-Calpe, 1965, especialmente, p. 70. Para Ortega y Gasset, “contemporáneos” son los hombres y mujeres que en un determinado momento, prescindiendo de su edad, coexisten; por ejemplo, hoy serían contemporáneos José Antonio Muñoz Rojas, Rafael Morales, Antonio Carvajal, Guillermo Carnero, José Luis García Martín, etc. En cambio, “coetáneos” son los que pertenecen a una misma generación, es decir, los que por tener unas edades muy parecidas han recibido una formación y tienen una visión del mundo bastante semejantes; así, por ejemplo, los miembros de las llamadas Generación del 27, Generación de los 50, Novísimos, Transvanguardistas, etc. 38 Se abarca durante este tiempo el período comprendido entre los años 1621 y 1700. Lo incluye, pues, también en el siglo XVII. 39 Loc. cit., p. 181b. Añade Ragucci en el resumen que realiza de esta época, en el que incluye a Marcelo, que la materia épica pasó a ser argumento de las piezas dramáticas. También señala en la misma p. 181 que “la musa épica parece ya agotada. En el reinado de Felipe IV la Calíope española sólo de tarde en tarde arranca 37 MENU SALIR 24 Al seguir preguntándonos por algunos otros aspectos de la vida de Callecerrada, nos interesaría saber cuál pudo ser su profesión, a qué se dedicaba, cuál era su oficio. Como respuesta a todas estas interrogaciones, hallamos abundantes datos en las distintas fuentes consultadas40. Así, todos coinciden en afirmar lo que resulta evidente: que es un poeta, aunque ello no sea en sentido estricto una profesión. De esta manera, Nicolás Antonio señala: “Marcelo Díaz de Callecerrada, poeta”41; la misma especie se repite en el Diccionario Hispanoamericano en el que se lee que era un “poeta español”42, así como en la Enciclopedia Europeo-Americana43 y en el Ensayo de un Diccionario de la Literatura española de F.C. Sáinz de Robles44, y de esta manera en otros. Algo más aporta Pérez de Montalbán cuando lo califica en su Para todos como “poeta claro, sutil y agudo45, opinión que copia Álvarez y Baena46, que repite esas palabras a la letra. Por otro lado, se hace también referencia a que se dedicó, además de a las letras, a la Teología, y así lo explicitan de nuevo numerosos testimonios. Podemos citar la opinión de Pérez de Montalbán, que de su trompa sones apagados y dispersos y enmudece casi por completo en los días de su triste sucesor Carlos II”. Todos estos apuntes que nos ofrece Ragucci deberán ser tenidos en cuenta cuando tratemos sobre el género literario al que pertenece nuestro poema. 40 Aunque todas ellas, como viene siendo habitual, sin la necesaria apoyatura documental o bibliográfica. Se trata sólo de datos vagos y sin exactitud. 41 Biblioteca Hispana Nova, t. II, Roma, impr. de N. Angeli Tinassii, MDCLXXII, p. 66b. 42 Loc. cit., p. 545a. 43 “Díaz de Callecerrada (Marcelo). Poeta español”, loc. cit., p. 887a. 44 “Poeta español”, loc. cit., p. 303a. 45 Para todos. Ejemplos morales, humanos y divinos. En que se tratan diversas ciencias, materias y facultades. Repartidos en los siete días de la semana y dirigidos a diferentes personas [1632], en Obra no dramática, ed. y pról. de J.E. Laplana Gil, Madrid, Biblioteca Castro, 1999, pp. 461-889. La afirmación relativa a Callecerrada está en la p. 876. 46 “Poeta claro, sutil y agudo”, Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes. Diccionario histórico [4 tomos, Madrid, B. Cano, MDCCLXXXIX], edición facsímil, Madrid, Atlas, 1973, t. IV, p. 32. MENU SALIR 25 aclara: “Marcelo Díaz, gran teólogo”47. Esta dedicación a la ciencia que trata de Dios, sus atributos, etc., nos lleva a pensar en que Callecerrada fue posiblemente un sacerdote, quizá un predicador en Corte, y tal vez autor de alguna obra sobre esa materia que ha quedado inédita. Refuerza esta idea el hecho de que en su obra rastreamos variadas huellas de aleccionamiento moral48, además de otras pistas que, sin constituir pruebas concluyentes, nos inclinan también a creer en la probabilidad de ese hecho. Podemos poner algunos ejemplos. Así en los versos I, 49-52: “La indómita potencia de la muerte no es como tú valiente y atrevida, que tú, con poderosa mano fuerte, tiras a lo mejor de nuestra vida;” Estamos ante la concepción de “el amor más fuerte que la muerte” de conocida ascendencia bíblica, muy citada además en los tratados de teología mística, lo que sería natural en el caso de que estuviéramos ante un eclesiástico: “Quia fortis est ut mors dilectio, dura sicut infernus aemulatio”; Ct, 8,649. También dan fuerza a esta hipótesis los versos I, 399- 400: 47 Loc. cit., p. 876. Se hace eco de esta idea C.A. de la Barrera y Leirado que expresa que Montalbán “lo llama teólogo”, loc. cit., p. 126b. También siguen a Montalbán otros como F. Zamora Lucas al decir que era un “teólogo y poeta claro, sutil y agudo”, loc. cit. p. 82; G. Bleiberg: “Y Montalbán (Para todos) le alaba como teólogo”, p. 263a; G. Savelli: “Fue agudo teólogo además de poeta, según Pérez de Montalbán”, loc. cit., p. 731b. Se señala este oficio de teólogo también en el Diccionario Hispano-Americano, en la obra de J.A Álvarez y Baena, o en la Enciclopedia Europeo-Americana... 48 Vid. nuestro apartado dedicado al estudio de la lección ética del mito. 49 Para las abreviaturas de los libros bíblicos sigo las de la Biblia de Jerusalén. Sin embargo, tomo siempre las citas bíblicas latinas de la Vulgata, texto que leía Callecerrada y sus contemporáneos españoles en general. Sigo, en concreto, la edición de Amberes, impr. de A. Tavernerius, 1570. MENU SALIR 26 “si el cielo es con razón del abatido, y es el suelo del loco presumido”, en los que se aprecia, en esa contraposición, una raíz bíblica, como la del texto “deposuit potentes de sede et exaltavit humiles”; Lc, 1,52 –la idea es en el fondo la misma que expresa Jesucristo en Mt, 20, 16: Sic erunt novissimi primi, et primi novissimi– . O en I, 477-478, en los que el recuerdo de la Anunciación del arcángel Gabriel a María es tan evidente como vemos: “llega Mercurio, y ante sus altares propone arrodillado la embaxada.”50 Además, en I, 576: “Que sólo sea lo que tú quisieres”, verso en el que vemos un eco “a lo humano” de las expresiones bíblicas sobre la aceptación de la voluntad divina: “fiat mihi secundum verbum tuum”; Lc, 1, 38; “fiat voluntas tua”; Mt, 6, 10; “Pater mi, si possibile est, transeat a me calix iste; veruntamen non sicut ego volo sed sicut tu; Mt, 26, 3951. 50 Veánse, entre otras muchas representaciones pictóricas, las de Simone Martini (m. 1344) o fra Angelico (m. 1455). 51 Reparemos, sin embargo, en que también el amor cortés y la poesía de cancionero ofrecen expresiones parecidas. MENU SALIR 27 Otras referencias bíblicas se aprecian en I, 686: “verás clavar la frente de la Luna”, cuyo significado es que verá atrozmente afligida a la Luna, como si le pusieran una corona de espinas –recuérdese, por ejemplo, el relato de Mt, 27, 29, en que se dice que los verdugos clavaron en la cabeza de Cristo las espinas de una corona de zarzas: corona de spinis posuerunt super caput ejus (lo mismo dicen Mc, 15-17 y Jn, 19, 2 y 5)–. Observemos ahora los dos siguientes versos, I, 687-688: “a los montes pidiendo y los collados cubran sus pensamientos derribados.” En ellos se aprecia un recuerdo evidente de Os, 10, 8, cuando los israelitas, aterrados por el castigo divino, “dicent montibus: Operite nos; et collibus: Cadite super nos. Además, en I, 709, leemos: “assí las justas iras van volando”, verso en el que la expresión “justas iras” nos recuerda que la idea de que existe una ira virtuosa tiene su raíz en la Biblia, donde se habla a menudo de “la ira de Dios”; también, en Sal, 4, 5 y en Ef, 4, 26 leemos: Irascimini et nolite peccare, texto que interpretaban algunos teólogos MENU SALIR 28 como justificante de la “ira santa” que se ejercía contra el mal, los demonios, los enemigos de la religión, los precitos, etc. Por otra parte, en I, 748 hallamos otro verso que nos resulta interesante: “amor, que es puramente beneficio.” En la visión teológica de la charitas cristiana –léase S. Pablo, S. Agustín, etc.– el amor es don gratuito por parte de un Dios amante. El hombre ama en vista de los méritos del amado; Dios ama simplemente a quienes le aman –Ego diligentes me diligo (Pr, 8, 17)–, o incluso a quienes carecen de ese amor. Así lo confirman otros muchos textos bíblicos, como Ef, 2, 8-9, 2Tim, 1, 9, Rm, 11, 6, o el definitivo de Ef, 2, 4-5: Deus..., propter nimiam charitatem suam qua dilexit nos, et cum essemus mortui peccatis, convivificavit nos in Christo, cuius gratia estis salvati, etc. S. Agustín resume esta doctrina –Ama, et fac quod vis–, proclamando al amor mérito único del amante52. Debemos fijarnos también en II, 417-420: “El pastor, venerando algún portento de las divinas y fatales cosas, con temor y sagrado rendimiento tocó el labio en las ondas fervorosas.” 52 De nuevo, como decimos en la nota anterior, lo esencial del amor desinteresado se recoge “a lo humano” en el amor cortés, la poesía de cancionero, la novela sentimental del XV, muchos escritores neoplatónicos, etc. MENU SALIR 29 Se aprecia en estos versos cómo lo numinoso, tanto en la Biblia como en los clásicos greco-latinos, atemoriza a los mortales: Cum timore et tremore confitemini illi [Domino], leemos en Jb, 13, 6; y en Sal, 2, 11: Servite Domino... et exultate ei cum tremore. La reminiscencia de estos textos bíblicos, ya no vulgares, es plenamente explicable en un teólogo. Por otro lado, al leer II, 439-440: “duro caso que a todo amante assombra, que es del mayor amor el temor sombra”, entendemos que ‘el temor sigue al amor –aún al más intenso– como la sombra al cuerpo’; sed perfecta charitas –advierte S. Juan Evangelista– foras mittit timorem; 1 Jn, 4, 18. Además, en los versos II, 711-712: “assí la midió el Hado justiciero con la medida que midió primero,” volvemos a vislumbrar la formación eclesiástica de Callecerrada, que le hace integrar en este texto de tema pagano un dicho evangélico del propio Jesucristo: In qua mensura mensi fueritis, remetietur vobis (Mt, 7, 2 y Mc 4, 24); S. Pablo reformula parcialmente la idea en Rm, 2, 1: Propter quod inexcusabilis es, o homo omnis qui iudicas: In quo enim iudicas alterum, teipsum condemnas; eadem enim agis quae iudicas. MENU SALIR 30 En los dos versos siguientes, II, 713-714, percibimos otro recuerdo bíblico: “Entonces Endimión sobre el ganado velaba, con amor tan cuidadoso” La expresión es calco de la que aparece en Lc, 2, 8, a propósito de la adoración de los pastores a Jesús recién nacido: Et pastores erant in regione eadem vigilantes et custodientes vigilias noctis super gregem suum; el sentido es ‘velaba el ganado’, ‘vigilaba el ganado’, pero Callecerrada conserva la preposición “sobre” recordando el texto evangélico de Lucas. Si observamos II, 784: “los que en la sombra duermen de la muerte”, vemos con claridad que se refiere a ‘los muertos’; umbra mortis es expresión bíblica repetida en Job, los Salmos, los profetas, evangelios, etc. Demos algún ejemplo: sedentes in tenebris et umbra mortis (Sal, 106, 10); sedentibus in regione umbrae mortis lux orta est eis (Mt, 4, 16); illuminare his qui... in umbra mortis sedent (Lc, 1, 79), etc. En el Canto III, vv. 431-432, leemos: “dando la cessación que le transforma materia libre para amante forma.” MENU SALIR 31 De nuevo parece que los conocimientos de la filosofía escolástica, ajenos al pueblo, pero familiares para los eclesiásticos, como pudiera haber sido Callecerrada, pudieron sugerirle la teoría hilemórfica de Aristóteles y los escolásticos de su tiempo para la confección de este verso: la cesación de toda actividad por parte de Endimión actúa como materia prima, libre de condicionamientos, para recibir en sí la forma sustancial generadora del amor. Otro recuerdo, de nuevo de carácter bíblico, lo hallamos en III, 596-597: “para la dulce herida donde peno; láctea serenidad, mar sossegado”. Aquí, nuestro poeta hace referencia a la ‘frente serena como un mar de leche’; en la Biblia no es infrecuente asociar la leche a la placidez y serenidad; así, leemos en Jl, 3, 18: In die illa stillabunt montes dulcedinem, et colles fluent lacte. Y S. Juan de la Cruz, citando a Is, 55, 1, confirma: “Venid y comprad de mí vino y leche, que es paz y dulzura espiritual” (IS, 7, 3). También resultan interesantes los versos III, 655-656: “ni rija, rey, imperios divididos, que siglos firmes anunciáis unidos.” MENU SALIR 32 De esta manera, los unidos dientes de Endimión (vv. 649-650) son prenda de la unidad de los territorios y gentes que el ahora pastor ha de gobernar tal vez un día como rey. Al fondo se adivinan textos como el evangélico Omne regnum divisum contra se, desolabitur; et omnis civitas vel domus divisa contra se, non stabit; Mt, 12, 2, 25 (también, Mc, 3, 24-26). Observemos ahora otros dos versos, III, 657-658: “Nectárea espiración, que infundes vida al alba y a la siesta y a la tarde.” La Luna apostrofa al aliento o hálito de su pastor, del que dice que infunde vida a todas horas: al alba, al mediodía y a la tarde; recuerda en esto, sin duda, el pasaje del Gn, 2, 7 cuando Dios da vida al hombre insuflando en su rostro de barro un soplo de vida: Formavit igitur Dominus Deus hominem de limo terrae, et inspiravit in faciem eius spiraculum vitae, et factus est homo in animam viventem –he aquí un nuevo detalle, que parece confirmar la formación eclesiástica de Callecerrada–. Además, en relación con esto último estarían los versos III, 673-678: “Yo siento, amado dios –tanto merece nombre la causa hermosa que me alienta–, que de mi anhela vida el alma crece si tu anhélito vivo me alimenta; MENU SALIR 33 yo siento que la vida desfallece si escasa le reprimes, o violenta.” Se trata de un razonamiento de la Luna que está implícitamente deducido del pasaje del Génesis antes citado, acerca del poder vivificador que sobre ella ejerce el aliento de Endimión. Como se ve, el recuerdo de las citas precedentes, tomadas de nuestro poema, confirman, al menos, que Marcelo Díaz tenía una buena formación eclesiástica. En cualquier caso, todos los argumentos que hemos dado, y los que vamos a dar, tienen para nosotros su fuerza en su carácter acumulativo. Es el conjunto de ellos el que hace difícil explicar estas reminiscencias, algunas de ellas tan recónditas, en un autor ajeno a los estudios que seguían los eclesiásticos en nuestro Siglo de Oro, tras la legislación sobre seminarios del Concilio de Trento. Por lo demás, existen otros signos en la obra que no nos los proporciona el propio autor. Se trata, en primer lugar, de la “Aprobación” de Lope. En ella se lee: “Por comissión del Señor Doctor don Juan de Mendieta, Vicario General desta villa, he visto el Endimión que ha compuesto Marcelo Díaz. No tiene cosa que dissuene de nuestra fe y costumbres, y, como en otros sujetos, ha mostrado sus estudios en las letras divinas.” Como se ve, el testimonio del Fénix nos confirma en la idea de que debió de escribir otras obras de tema religioso. Al decir “letras MENU SALIR 34 divinas” puede aludir a obras de exégesis bíblica, teología dogmática o moral, ascética y mística, etc.; ello nos sigue induciendo a pensar en la condición de eclesiástico de Callecerrada53. En este sentido, también nos interesa la aprobación realizada por Juan de Jáuregui, que afirma: “El ingenio y estudios del autor desta obra son capaces de mayores assuntos, y assí ha mostrado en éste mucha inteligencia y caudal.” Sus palabras son más generales que las anteriores y sólo por hipótesis, cotejando estos “ingenio y estudios” con el tipo de saber que demuestra el texto del Endimión, podemos concretar vagamente su naturaleza. Creo, en consecuencia y según todo lo anterior, que Jáuregui proclama a Callecerrada docto en humanidades, filosofía, ciencias eclesiásticas y tal vez Derecho –los tres últimos son “mayores assuntos” que el de una fábula mitológica–. Así parecen confirmarlo el resto de la Aprobación y los conocimientos que encarna el poema, según ya se ha demostrado. Podemos decir que estos son los datos fundamentales que tenemos de la biografía de Callecerrada, bien escasos por cierto. Además de ellos conocemos algún otro dato, hipotético o claramente erróneo, que pensamos se debe, como ha ocurrido en otras ocasiones, a una deficiente documentación. Ocurre de esta forma en la información que ofrece P. Ward en el Diccionario Oxford, donde expresa que Marcelo Díaz fue un 53 J.Mª. de Cossío coincide con lo que decimos, al afirmar: “Lope de Vega, en su aprobación de este poema, parece dar a entender que [Marcelo Díaz] era sacerdote, y había escrito alguna obra de carácter religioso”, MENU SALIR 35 “poeta y rector de la Universidad de Salamanca, protegido de Rodríguez de Ledesma”54. Pensamos que esta es una equivocación más de las que existen sobre nuestro poeta. Puede deberse a una confusión con D. Martín Rodríguez de Ledesma y Guzmán, al que va dirigida la obra, ya que precisamente en la dedicatoria leemos: “Cuando leí la fábula de Pomona, que escribió V.S. con tanta erudición, y tan tiernos años, siendo Rector dignísimo de la Universidad de Salamanca...”. Parece demasiada coincidencia el que Rodríguez de Ledesma y Marcelo Díaz, durante un período de tiempo que no puede ser amplio, hayan realizado la función de Rector en la misma universidad. Otro dato que puede deberse a error es el que escribió G. Bleiberg en su obra: “Fue caballero de Calatrava”55. Pero, al consultar otra vez de manera directa el Endimión leemos: “A don Martín Rodríguez de Ledesma y Guzmán, caballero de Calatrava, Señor de Santiz, del Castillo del Almesnar, Santarén, el Acetre, Salinas, Estacas, Palacios, Sanmamé, Pelilla, Castillejo de Guebra, Gentilhombre de la Cámara del serenísimo Infante don Fernando...”. Fábulas mitológicas en España. Prólogo de Dámaso Alonso, Madrid, Espasa-Calpe, 1952, p. 389. 54 Loc. cit., p. 225b. 55 Loc. cit., p. 263a. MENU SALIR 36 Esta última cita nos sirve para que nos planteemos al menos el interrogante de si es posible que al mismo tiempo Callecerrada y Rodríguez de Ledesma pertenecieran a idéntica orden militar. Puede que esto sea cierto pero, si es así, queda la duda de cuál es la fuente en que se basa Bleiberg56, ya que como es habitual, no ofrece ninguna bibliografía. Creemos, por estos motivos, que estamos ante otra confusión con el personaje al que va dirigida la dedicatoria, nuevo error que pudiera estar motivado, una vez más, por no consultar ni conocer directamente la obra. Así pues, queda de manifiesto el hecho que ya explicamos al principio de este apartado: Callecerrada es un autor cuya vida nos resulta desconocida en la casi totalidad de sus puntos fundamentales. Careciendo de datos archivísticos, sólo podemos apoyarnos en fuentes impresas muy incompletas –los prolegómenos a su obra, y las menciones de Lope, Montalbán y Jáuregui–. Todo lo demás hemos de considerarlo como hipótesis, todo lo plausibles que se quiera. Por eso su figura se dibuja al fondo de su poema como una borrosa silueta que sólo algún descubrimiento documental o bibliográfico fortuito podría alguna vez clarificar. Pensamos que esa fuente original –bibliográfica o archivística– no existe en este caso, pues D. Germán no ofrece aquí más que materiales de acarreo. 56 MENU SALIR 37 2. Obra –¿y obras? – de Marcelo Díaz Tampoco podemos precisar con seguridad cuál es la producción literaria completa de nuestro escritor. Sólo se puede afirmar que escribió el Endimión, pero, debemos plantearnos si estamos ante su única obra. Parece probable que Callecerrada hubiera compuesto otras, pero, desgraciadamente, no han llegado hasta nosotros. Tanto es así, que J.Mª. de Cossío afirma que no ha podido encontrar ninguna otra obra de Marcelo Díaz en su investigación57. Por su parte, C.A. de la Barrera y Leirado pensó que habría sido probable encontrar algún escrito del autor madrileño en las obras dedicadas a Lope de Vega y Juan Pérez de Montalbán tras su muerte58. De todos modos, si existieron, debieron de ser, según las pocas noticias que tenemos, comedias, obras menores y algunos papeles sueltos. Conocemos la posible existencia de esta producción perdida del poeta gracias a las afirmaciones de Montalbán en su Para todos. Precisamente a sus palabras recurren muchos de los que tratan la obra de Díaz Callecerrada59: “Marcelo Díaz –dice el Dr. Juan Pérez– [..., escribió] muchos papeles sueltos”60. Estos “papeles sueltos” a los que se refiere, podrían ser memoriales –como los que conocemos de 57 “No conozco otra obra de Callecerrada, ni hacen memoria las bibliografías más que de ésta”, loc. cit., p. 389. 58 Sin embargo explica que “no se halla composición alguna de este poeta en las coronas fúnebres de Lope y de Montalbán”, loc. cit., p. 126b. Tampoco nosotros hemos logrado encontrar ningún rastro de otras obras de Díaz Callecerrada. 59 “Este último [Montalbán] nos refiere que Díaz había escrito varias comedias y un gran número de composiciones menores”, Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana [1915], t. XVIII (Primera parte), Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p.887a. J.A. Álvarez y Baena aclara que la fuente primera en que aparecen las afirmaciones de Montalbán es la de Nicolás Antonio que, por haber vivido en el siglo XVII, pudo tener un fácil acceso a la obra de Juan Pérez y aún a las de Marcelo Díaz. Sin embargo, el apoyo de Nicolás Antonio en este sentido es muy vago, pues se limita a decir que Callecerrada “fue poeta” y que escribió el Endimión. Pero, en rigor, al escribir esta obra ya merecía aquel nombre. MENU SALIR 38 su contemporáneo Juan de Ovando Santarén–, dictámenes, poemas de ocasión, escritos destinados a certámenes y justas, etc. No conocemos, desafortunadamente, ninguno de ellos. Además, en la misma página de su Para todos, Montalbán parece hacer referencia a la condición de dramaturgo que podría también haber tenido el autor del Endimión. Por ello, aclara que “Marcelo Díaz [escribió,] fuera de algunas comedias...”61, aunque ni Juan Pérez, ni ninguno de los escritores que tratan de Callecerrada citan el título de ninguna de ellas. Por otra parte, si repasamos de nuevo las palabras de Lope de Vega en la aprobación de nuestra fábula: “No tiene cosa que dissuene de nuestra fe y costumbres, y como en otros sujetos, ha mostrado sus estudios en las letras divinas”. Al decir “sujetos” entendemos ‘temas’, ‘asuntos’; aparte del Endimión, no conservamos ninguna obra de Callecerrada, ni manuscrita ni impresa; sin embargo, el testimonio de Lope nos confirma en la idea de que debió de escribir obras de tema religioso. J.Mª. de Cossío coincide con nuestra observación al afirmar que Lope “parece dar a entender que era sacerdote, y había escrito alguna obra de carácter religioso”62. Hasta aquí lo poco que conocemos de su producción literaria. Parece ser, en suma, que escribió algunas otras obras, pero no tenemos 60 Loc. cit., p. 876. En su cita, Pérez de Montalbán dice de Callecerrada que fue teólogo, poeta y autor del Endimión, “fuera de ...”: este “fuera de” indica que su condición de dramaturgo (o poeta dramático) no coincide para Montalbán con la de poeta lírico o épico. 61 MENU SALIR 39 constancia cierta de ninguna que no sea el Endimión, y lo que es seguro es que no publicó ninguna. De todas formas, Callecerrada fue un escritor que, ya sea sólo por su fábula o por las otras obras que desconocemos, tuvo un gran respeto y reconocimiento en su época. Esta afirmación se desprende de las alabanzas que hacen de él sus contemporáneos, como Lope de Vega y Pérez de Montalbán. Muchos de los que tratan la vida y obra del escritor, realizan diferentes alusiones a estos halagos. Entre ellos podemos señalar a C.A. de la Barrera y Leirado que explica que Montalbán le “alaba de poeta claro, sutil y agudo [...]. Lope de Vega en Laurel (Silva 7ª)” le elogia también63 . En el Diccionario Hispanoamericano leemos que “Álvarez Baena [sic] le califica de poeta claro, sutil y agudo”64. J. Cejador escribe a su vez: “Alabáronle Montalbán y Lope”65. Estos mismos datos los recogen otros muchos historiadores de la literatura, como F. Zamora Lucas, G. Bleiberg, J.Mª. de Cossío, G. Savelli, Álvarez y Baena, P. Ward, J. Montero Padilla, etc. Lope de Vega, por su parte, dedica un elogio de excepcional importancia al Endimión de Callecerrada en la silva 7ª de su Laurel de Apolo, en el que no todo puede atribuirse a motivos de amistad: “Marcelo Díaz, la feliz fortuna de Endymión dejó a la fama escrita, con que tantos laureles solicita, que si por el pastor la blanca Luna 62 Loc. cit., p. 389. Loc. cit., p. 126b. 64 Loc. cit., p. 545a. Nuevo error: esta vez no es Álvarez y Baena el que da la noticia, sino Pérez de Montalbán, como ya hemos visto, y así se hará de nuevo en repetidas ocasiones. 63 MENU SALIR 40 puso los pies de plata vez alguna en el Latmo, pudiera por Marcelo mejor dejar su esfera; pues no la contempló la Astrología con tanta mitológica armonía, por que fuese Marcelo mar de elocuencia y de planetas cielo”66 También Nicolás Antonio lo alaba en su obra al dedicarle unas líneas en las que le proclama como poeta que “non sine ingenio et venere fabulam ardentis Endymionem Dianae lusit”67. Debemos pensar que los elogios a los que acabamos de hacer referencia son debidos a su obra Endimión68, aunque, posiblemente también tuvieran ellos constancia de esas supuestas obras de las que hablábamos con anterioridad. De todos modos, no cabe duda de que hacen refencia a sus capacidades como escritor, sea de las obras que fuera. 65 Loc. cit., p. 57. Laurel de Apolo [1630], Colección escogida de obras no dramáticas de frey Lope Félix de Vega Carpio, ed. de C. Rosell, Madrid, B.A.E., 1856, p. 213a. Por lo demás, resulta curiosa la coincidencia de la hipérbole de los vv. 6-7 de este fragmento con la de los vv. 9-11 del soneto “Al túmulo de Felipe II” de Cervantes (véase en Miguel de Cervantes, Poesías completas, ed. de V. Gaos, Madrid, Castalia, 1981, t. II, p. 377). 67 Loc. cit., p. 66b. Esta misma cita la recoge F. Zamora Lucas, loc. cit., p. 83. Traducimos: ‘compuso el Endimión, fábula de la enamorada Diana: no sin ingenio y graciosa belleza’. 68 Desde luego sí los de Lope y Nicolás Antonio, pero ¿y los de Montalbán? 66 MENU SALIR 41 3. El “Endimión”. Esbozo de sus aspectos generales De este modo, como indica Pérez de Montalbán69, nos tenemos que conformar con el conocimiento del Endimión, obra de la que sí tenemos todos los datos, ya que se conserva de manera íntegra. Podemos aclarar sobre ella algunos aspectos principales. Así, la fecha de publicación es 162770, en Madrid, en la imprenta de la viuda de Luis Sánchez. La seguridad sobre lo último que acabamos de decir queda confirmada por la consulta directa de la primera edición de la obra. Además, tratan sobre ello casi todos los que refieren algún aspecto de la obra de Marcelo71. Esta primera edición que manejamos es, hoy en día, bastante rara y goza de alto valor bibliofílico. Para apoyarlo basta leer el dato comercial de Palau: “21fr[anco]s; Heredia, 1892”72. Como se ve, ese precio, a la altura de fines del siglo XIX, y en tasación de hombre tan perito como Heredia, demuestra que ya para entonces la edición príncipe era bastante cara/rara. 69 “Conocemos sólo una [obra de Callecerrada]: Endimión”, Enciclopedia europeo-americana, loc. cit., p. 887a. 70 Hablamos de fecha de publicación, y no como expresa ambiguamente P. Ward: “Escribió Endimión (1627)”, loc. cit., p. 225b. 1627 es el año de la editio princeps, aunque es evidente que la redacción hubo de hacerse un periodo de tiempo anterior necesariamente largo, habida cuenta de la complejidad y longitud del poema. 71 Es el caso, por ejemplo, de Nicolás Antonio, J. Millé y Giménez, N. Alonso Cortés, J. Cejador y Frauca, L. Conde, R. Ragucci, la Enciclopedia Europeo-Americana, G. Bleiberg, F.C. Sáinz de Robles, A. Palau y Dulcet, J.Mª. de Cossío, G. Savelli, P. Ward, J. Montero Padilla, etc. De nuevo encontramos equivocaciones, esta vez referidas a la fecha de la primera edición: en el Diccionario Hispanoamericano se afirma que se publica por vez primera en 1624. Esto lo recogen, incurriendo de nuevo en error, F. Zamora Lucas y J.A. Álvarez y Baena. C.A. de la Barrera y Leirado sí se da cuenta del fallo y, tras dar bien el dato, se hace eco de él en una nota que dice: “Baena refiere la edición al año 1624”. 72 Loc. cit., p. 416b. MENU SALIR 42 Posteriormente se reimprime en la Biblioteca de Autores Españoles, concretamente en el tomo II, que está dedicado a los poemas épicos73. F. Pierce explica cómo realizó C. Rosell la compilación de las obras que incluye en su libro: “Estas últimas [la Nápoles, La Creación del mundo, el Arauco domado, etc.] van seguidas de una serie de composiciones épicas cortas, generalmente de un solo canto y correspondientes a los siglos XVII y XVIII: el Endimión de Callecerrada; la Fábula del Genil, de Espinosa; la Raquel de Ulloa; el Deucalión, de Verdugo y Castilla; la Agresión Británica, de J.Mª. Mauri; las Naves de Cortés destruidas, de Nicolás Moratín; el poema sobre el mismo tema de Vaca de Guzmán; y la Inocencia perdida, de Alberto Lista y F.J. Reinoso”74. Sólo podremos consultar estas dos ediciones, ya que son las únicas existentes (como se ve en nuestra Bibliografía, sección de Ediciones, la de 1624, atestiguada por J.A. Álvarez y Baena, no existió nunca). Así pues, en el aspecto de la fortuna que gozó el Endimión, es muy significativo el hecho de que durante el siglo XVII hablen de él Lope, Jáuregui y Pérez de Montalbán. Luego parece que fue olvidado, pero, sin embargo, C. Rosell lo considera en el siglo XIX, hacia 1854, como una obra relativamente divulgada. Por ello, afirma que “el espacio que resta para completar las páginas de este tomo [II de Poemas épicos de la B.A.E.] lo ocupamos con varios poemas de cortas dimensiones, acerca 73 Endimión, de Marcelo Díaz de Callecerrada, en Cayetano Rosell, Poemas épicos, 2 tomos, t. II, Madrid, B.A.E., 19482, pp. 457-474”, loc. cit., p. 84. 74 F. Pierce, La poesía épica del Siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1961, p. 156. Añade Pierce en la nota 5 de esta misma página que “hay que reconocer que la antología épica de Rosell, en comparación con las de Quintana y Ochoa, constituye un avance considerable y es la más completa que existe”. MENU SALIR 43 de los cuales no creemos necesario hacer advertencia alguna porque en general son bastante conocidos”75. Al comprobar que C. Rosell incluye este poema entre los épicos, nos damos cuenta de que se le ha considerado alguna vez como una obra perteneciente a este género. De todos modos, ello no quiere decir que no se hayan barajado otras propuestas. De un modo general76, se puede explicar que precisamente Callecerrada, en las páginas que dedica al lector, atendiendo sin duda a la condición de pastor del protagonista de la fábula, y a buena parte del paisaje en que se desarrolla, escribe: “Yo de la manera que supe usé de estos preceptos en este brevísimo poema, que llamara égloga si siguiera mi juicio”. Sin embargo, en nuestra opinión, todas estas clasificaciones son demasiado tradicionales y en muchas ocasiones no aciertan del todo. Por ello, intentando precisar más, podríamos aceptar la teoría que el profesor Luis Gil propone para estas composiciones, sugiriendo en contraposición al nombre de “idilio”, el de “epilio”. Aunque hay idilios pastoriles, épicos, líricos y hasta mímicos, actualmente se emplea este término en su significado pastoril, definiéndosele como un breve poema, generalmente erótico, de asunto pastoril (bucólico) o campestre (geórgico), como los de la égloga – recuérdense los idilios y églogas de Teócrito, Bión, Mosco, Ausonio o Virgilio–. Paralelamente, pues, el profesor Luis Gil ha propuesto llamar a las fábulas mitológicos “epilios”, como poemas cerrados, más o menos cortos –aunque generalmente más largos que los idilios– que relatan a 75 Op. cit., t. II, p. XVI. Se trata con más profundidad este tema en el apartado dedicado en nuestra tesis al Género literario del Endimión. 76 MENU SALIR 44 estilo épico un mito clásico. Proponemos, en principio, que el Endimión de Callecerrada es, genéricamente, un epilio de clara inspiración barroca. A la hora de hacer una descripción de la obra de Marcelo Díaz, podemos empezar comentando que ni siquiera en el título existe un común acuerdo. Hasta ahora, aceptando el de la editio princeps, siempre la hemos llamado Endimión, y así lo hace la mayoría de los que tratan la figura de este autor del Barroco. No obstante, hay algunas divergencias. Así, J. Cejador recoge las dos denominaciones que se le dan: “Publicó Endimión o La Luna y Endimión”77. Para solucionar el interrogante de a qué se debe esta confusión, F. Zamora Lucas explica que “Endimión dice únicamente la portada de la obra y lo mismo Lope de Vega en la aprobación, pero en la tasa, suma de licencias y en las erratas todos hablan de este libro intitulado La Luna y Endimión”78. Nuestra propuesta es que, si nos atenemos a la Aprobación de Lope de Vega (12 de junio de 1627), Callecerrada debió de intitular en un primer momento a su poema el Endimión –la aprobación de Juan de Jáuregui habla simplemente de “esta obra”–; pero si atendemos a la Suma de Licencia (22 de junio), a la Fe de erratas (17 de julio) y a la Suma de la Tassa (19 de julio), el título sería ya La Luna y Endimión. Finalmente, parece que optó por la forma sucinta de Endimión, primando el protagonismo del pastor de Latmo. Nuestro poema se encuentra dividido en tres extensos cantos79: el primero de ellos consta de noventa y ocho estrofas, el segundo de cien, y 77 Loc. cit., p. 56. Loc. cit., p. 84. El subrayado es mío. 79 Llama muchísimo nuestra atención el inexplicable error en que incurre C. Rosell sobre este aspecto, ya que en el Prólogo a su edición sobre el Endimión habla de “los dos cantos del Endimión, de MARCELO DÍAZ CALLECERRADA”, op. cit., t. II, p. XVI. 78 MENU SALIR 45 el tercero de noventa y nueve80. De este modo, en total, nos encontramos ante doscientas noventa y siete estrofas, que son, concretamente, octavas reales81. Sobre ellas han opinado algunos como N. Alonso Cortés, que califica el poema de digno de mención “por la belleza de sus octavas reales, desusada en esta clase de obras”82, o R. Ragucci que considera que la obra es “apreciable por la soltura de sus octavas”83. Además de los tres cantos, la obra contiene otras partes que hay que destacar. En primer lugar, después de la portada, hallamos la suma de licencia84, y a continuación la fe de erratas y la suma de la tasa85. Pero son mucho más interesantes las páginas que le siguen, ya que en ellas se encuentran las dos aprobaciones: la primera de Lope de Vega, de 80 Según aclara J.Mª. de Cossío “los tres cantos del Endimión exceden las dimensiones habituales en estos poemas”, loc. cit., p. 390. 81 Siguiendo a J. Domínguez Caparrós, se trata de una “estrofa de ocho versos endecasílabos, de los que riman en consonante: el primero con el tercero y el quinto; el segundo con el cuarto y el sexto; el séptimo con el octavo. Es posible, aunque no frecuente, encontrar otra disposición de la rima de los seis primeros versos. [...] De acuerdo con su contenido, la octava real suele subdividirse en dos grupos de cuatro versos, aunque es posible otra distribución. Es una estrofa tradicionalmente asociada a la poesía épica o a la lírica de tono elevado”, Diccionario de métrica española, Madrid, Editorial Paraninfo, 19922, s.v. “Octava real”. Aunque estudiamos más adelante con detalle, en el apartado de Métrica de nuestra tesis, todo lo relativo a este tema, sugerimos aquí una bibliografía elemental. Véase, por ejemplo, la síntesis de A. Quilis, Métrica española. Edición corregida y aumentada, Barcelona, Ariel, 1984, p. 109. Hay noticias más circunstanciadas en T. Navarro Tomás, Métrica española. Reseña histórica y descriptiva, New York, Las Americas Publishing Company, 1966, pp. 186 y 236-237; Repertorio de estrofas españolas, New York, Las Americas Publishing Company, 1968, pp. 117-118; R. Baehr, Manual de versificación española [1962], Madrid, Gredos, 1969, pp. 287-290 y passim, etc. 82 Loc. cit., p. 171. 83 Loc. cit., p. 181b. 84 Los Reyes Católicos habían impuesto a libreros e impresores la obligatoriedad de esta licencia por carta dada en Toledo el 8 de julio de 1502 (véase en Lcdo. Diego Pérez, Pragmáticas y leyes hechas y recopiladas por mandado de... el rey don Fernando y la reina doña Isabel..., Medina del Campo, P. de Castro, M.D.XLIX, fol. Cxxvij r a). Esta disposición fue confirmada por la princesa doña Juana, en nombre de Felipe II, en Valladolid, a 7 de septiembre de 1558 (Cuaderno [donde] están todas las suspensiones de pregmáticas... Está ansí mismo la pregmática de los impressores, libreros y libros; Valladolid, S. Martínez, 1559. Cf., además, Nueva Recopilación, ley XXIV, tít. VII, lib. I; Novísima Recopilación, ley III, tít. XVI, lib. VIII. Comenta y extracta la “pregmática” A. Ruméu de Armas, Historia de la censura literaria gubernativa en España, Madrid, Aguilar, 1940, pp. 16-20. Sobre otros aspectos de estas leyes, véase F. Gil Ayuso, Noticia bibliográfica de textos y disposiciones legales de los reinos de Castilla impresos en los siglos XVI y XVII, Madrid, Patronato de la Bibl. Nac., 1935, pp. VIII-IX. MENU SALIR 46 carácter eclesiástico (inquisitorial), y la segunda de Juan de Jáuregui, civil86. Tras éstas aparece la dedicatoria, dirigida a D. Martín Rodríguez de Ledesma y Guzmán, el que fuera Rector de la Universidad de Salamanca y autor de la Fábula de Pomona87. Además de los títulos que se consignan en la portada88, Rodríguez de Ledesma obtuvo, después de 1627, el de Marqués de Palacios –la portada le acredita como Señor del mismo título–. Muy sintomático de la naturaleza convencionalmente panegírica de estas dedicatorias es el contraste entre las alabanzas que se prodigan aquí al futuro Marqués y la catadura real de su persona. Don Martín, según J.Mª. de Cossío, “fue poeta no despreciable, pero, sobre todo, fue cortesano de rompe y rasga, tahúr conocido, pendenciero, opositor a destierros que sufrió más de una vez, y nunca por motivo honroso, a quien sostenía en la Corte su parentesco con allegados al Conde-Duque, que si reparaban el golpe después de ejecutado, no 85 Sobre la Fe de erratas y la Tasa, véase J. Simón Díaz, “La fe de erratas. Los correctores oficiales” y “La Tasa”, en La Bibliografía: conceptos y aplicaciones, Barcelona, Planeta, 1971, pp. 163-171. 86 Para la historia, exigencias legales, estructuras, trámites, etc. de esta parte de los preliminares del libro aurisecular, cf. J. Simón Díaz, “Las Aprobaciones”, op. cit., pp. 146-163. B.J. Gallardo recoge esta Aprobación de Lope, junto con la descripción del Endimión, la aprobación de Juan de Jáuregui, y las dedicatorias a D. Martín Rodríguez de Ledesma y al Lector, en su Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, t. II, Madrid, Rivadeneyra, 1866, cols. 775-776. F. Zamora Lucas, por su parte, en su Lope de Vega censor de libros. Colección de aprobaciones, censuras, elogios y prólogos del Fénix, que se hallan en los preliminares de algunos libros de su tiempo, con notas biográficas de sus autores (Larache, Artes Gráficas Boscá, 1941), vuelve a recoger esta aprobación en la p. 52, y habla d su autor en pp. 83-84. 87 De esta forma lo expresa Callecerrada: “Cuando leí la fábula de Pomona, que escribió V.S. con tanta erudición, y tan tiernos años, siendo Rector dignísimo de la Universidad de Salamanca...”. Como se ve por este texto, D. Martín, al igual que su pariente el Conde-Duque de Olivares, había sido Rector –de Alumnos– en la Universidad de Salamanca. En esos años moceriles debió de escribir la citada fábula mitológica sobre la diosa de los frutos y la fecundidad, a la que tituló Pomona. J.Mª. de Cossío la da por perdida (op. cit., p. 389). A nuestro parecer, no llegó siquiera a imprimirla –en ningún catálogo bibliográfico referente al siglo XVII hemos hallado rastro de ella–. Callecerrada, a lo más, debió de leer el manuscrito, lo que le sirve para exaltar adulatoriamente las dotes de poeta del magnate, y le da pie para dedicarle su propio epilio. 88 Como antes hemos indicado, D. Martín fue Caballero del hábito de Calatrava, Señor de Santiz, del Castillo del Almesnar, Santarén, el Acetre, Salinas, Estacas, Palacios, Sanmamé, Pelilla, Castillejo de Guebra, Gentilhombre de la Cámara del Sereníssimo Infante don Fernando. MENU SALIR 47 pudieron impedir a veces que descargara reciamente”89. No es extraño, pues, que Callecerrada le recuerde reiteradamente en esta Dedicatoria que tenía por igual amigos y enemigos. Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares, todopoderoso valido de Felipe IV, y D. Martín Rodríguez de Ledesma y Guzmán, Marqués de Palacios, emparentaban por el tronco común de los Guzmanes. Por otro lado, es también interesante recoger las palabras de C.A. de la Barrera, ya que afirma que Callecerrada perteneció al servicio de este noble, Rodríguez de Ledesma: “En su juventud [Callecerrada] sirvió en la ilustre casa de don Martín Rodríguez de Ledesma y Guzmán, señor de Santiz, del castillo de Almesnar, de Santarén, etc., caballero de Calatrava, gentil hombre que fue del infante cardenal don Fernando, y procedente, por la línea materna, de la casa de Toral”90. No sabemos si confiar en que sea cierto este “servicio” por parte de nuestro poeta. Resulta extraño que nadie más recoja ese detalle, lo que puede llevarnos a pensar que se trate de un nuevo error, y más aún teniendo en cuenta que Barrera y Leirado no ofrece ninguna base que sustente tal noticia. Es muy importante destacar, además, el hecho de que Díaz Callecerrada aprovecha en esta Dedicatoria para declarar cuál es su estilo, expresando: “Determiné seguir el estilo claro y cierto de Castilla, contra quien se levantaban entonces torres de presunciones vanas, fundadas sólo sobre la 89 90 Loc. cit., p. 389. Op. cit., p. 126a. MENU SALIR 48 oscuridad, que es nada puro. No se debe poco al Mercurio que, con docta vara, discierne el camino peligroso del seguro al dudoso caminante.” Además proclama como maestro suyo a Lope, pues le pide a Rodríguez de Ledesma que enmiende el Endimión para que compruebe “y examine si pertenece a la escuela de Lope de Vega, de quien V.S. aprendió, y a quien yo a vozes llamaré Maestro con eterno elogio mío, porque lo es, doctíssimo, de España, de Europa, del Orbe.”91 De todos modos, sobre este aspecto de si Marcelo Díaz es verdaderamente un seguidor de Lope y sobre si su poesía va siguiendo el camino de la claridad habría mucho que decir. Sólo con darle un vistazo al poema nos damos cuenta de que encierra un grado muy notable de dificultad. Son abundantísimas las alusiones mitológicas, las metáforas complicadas, los hipérbatos y otras muchas figuras estilísticas. Todas ellas ponen de manifiesto que la huella de Góngora y su culta dificultad se encuentran en el Endimión, aunque su propio autor no lo quisiera reconocer o, al menos, no lo percibiera. De este modo lo han visto algunos críticos e historiadores de la literatura, entre los que podemos citar, por poner un ejemplo, a F. Zamora Lucas que aclara, apoyándose en M. Romera Navarro, que “lo curioso es [...] que a pesar de lo que el autor sostiene en este prólogo su poema es bastante conceptuoso y 91 Queda claro el modo en que Marcelo Díaz proclama aquí el discipulado de D. Martín, el suyo propio, el de España, Europa y el mundo respecto de Lope de Vega, cuya claridad es el mejor antídoto contra la oscuridad culterana. Por eso pide al dedicatario de su poema que le diga si pertenece a la escuela del Fénix, lo que sería para él el máximo elogio. MENU SALIR 49 oscuro”92. Esperamos, a lo largo de nuestra tesis, ir dando luz a este problema de las influencias en nuestro escritor de los dos grandes representantes de los movimientos culterano y conceptista. Después de la Dedicatoria, encontramos en la obra una explicación sobre su poema que dedica Marcelo al lector. En ella expone cuál es la estructura –a la que ya hemos aludido–, aclara que ha añadido bastante al argumento inicial de la fábula mitológica de la Luna y el joven pastor – amplificatio–, y ofrece un resumen sucinto del relato: “Va repartido en tres cantos lo que pudo fundar este sujeto. En el primero, Venus, baldonada de la Luna, incita a Amor que la enamore y rinda sus presunciones. Abrásase por Endimión la helada diosa en el segundo. Y en el tercero le adormece para el recatado fin de sus amores, trayendo sueño de los famosos campos de Bayas y de Cumas.” Tras este prólogo, dedicado a los que van a leer lo que ha escrito, y en que justifica la obra y de nuevo da cuenta de sus preferencias estilísticas, comienza propiamente el poema. Los preliminares del libro son, pues, los consabidos en una obra de esta índole publicada en el Siglo de Oro. En nuestro caso, sin embargo, hay dos cosas muy importantes que subrayar: en primer lugar, la declaración que hace Callecerrada de su estética –entendiendo por tal la teoría de los géneros literarios, la valoración de la claridad y las cuestiones de estilo–; en segundo, la importancia de los aprobadores oficiales del libro –Lope de 92 Loc. cit., p. 84. MENU SALIR 50 Vega y Juan de Jáuregui–, que además de las noticias que nos proporcionan sobre su autor y el mérito de la obra, demuestran las excelentes relaciones literarias que mantenía Marcelo Díaz y la filiación consciente de su estética. MENU SALIR 51 II. APROXIMACIÓN GENERAL AL MITO DE ENDIMIÓN, CON UN PREÁMBULO SOBRE EL FENÓMENO MITOLÓGICO MENU SALIR 52 II. APROXIMACIÓN GENERAL AL MITO DE ENDIMIÓN, CON UN PREÁMBULO SOBRE EL FENÓMENO MITOLÓGICO 1. El mito: definición, historia y funciones Estudiada ya, en la medida en que nos lo permiten los documentos de que hoy por hoy disponemos, la figura humana y literaria de Marcelo Díaz Callecerrada, hemos de enfrentarnos ahora a la investigación de la compleja problemática que afecta a la única obra que de él nos ha llegado, el Endimión. Y lo primero que advertimos en ella es su carácter de relato mitológico ampliamente novelizado y “dramatizado”. Por eso se impone, a nuestro entender, como cuestión previa y marco que hará inteligible la obra del poeta madrileño, examinar brevemente el concepto y función del mito clásico en tiempos de nuestro autor, y profundizar en el conocimiento argumental de ese mismo mito, sirviéndonos de las fuentes mitográficas que están a nuestro alcance. Sólo así podremos deslindar –por encima, y más allá de las afirmaciones del propio poeta– en qué medida utiliza las fuentes mitológicas que pudo haber conocido, y qué es los que nuestro poeta aporta a las mismas, ya sea amplificando, seleccionando, resumiendo o manipulando de cualquier forma los materiales que alcanzó a conocer. De esa manera, podremos precisar la originalidad del poema de Callecerrada, su género literario, sus peculiaridades en el marco de la historia de la fábula mitológica en el MENU SALIR 53 Barroco, y otras circunstancias derivadas de la vinculación del poema con una gran cantidad de obras literarias afines en cuyo seno cobra todo su sentido. Pretendemos, pues, que esta parte de nuestra tesis sea, modestamente, un estudio de mitología científica93. La bibliografía que a estas alturas del siglo XXI existe sobre mitología y mitografía, así como sobre la filosofía y alcance vital de los propios mitos, es inmensa. Como es lógico, nuestra tesis doctoral no aspira a recoger y sistematizar esos materiales, lo que, por una parte, desborda los límites que para ella nos hemos trazado, y por otra parte, sería imposible. No vamos a escribir, pues, en este capítulo, una teoría general del mito –daremos simplemente unas sucintas ideas-marco sobre el mismo–, ni una historia de los mitógrafos, ni una filosofía de sus relatos. Nuestra tesis doctoral se centra en una dirección: el estudio del mito de Endimión y la Luna, y más concretamente en la fábula mitológica que sobre él escribió Marcelo Díaz Callecerrada. Por lo tanto, las noticias que demos de los aspectos a que acabamos de referirnos se utilizarán sólo con carácter circunstancial, y en la medida en que ayuden, directa o indirectamente, a esclarecer alguno de los puntos que integran la investigación formal a que dedicamos este trabajo. Tras aclarar estos términos, podemos evidenciar el hecho de que no hay nada más natural que la presencia de la mitología clásica grecolatina en la literatura –y en las artes, en general– de nuestro siglo barroco. Sedimentada ya la cultura humanística en el Renacimiento, el siglo 93 Seguiremos para ello las pautas iniciadas por K.O. Müller. Según J. Alsina Clota, “el fundador de la mitología científica fue el helenista K.O. Müller, quien en sus Prolegomena zu einer wissenschaftlichen Mythologie, Gottingen, 1825, echa las bases para una cabal comprensión de la mitología y de los métodos MENU SALIR 54 siguiente no hace sino desarrollar, complicar, sacar consecuencias filosóficas y morales de los materiales de la centuria anterior. Entre estos materiales, la mitología ocupa un lugar preeminente por su belleza argumental, su intertextualidad reflejada en su incidencia en el arte a lo largo de los siglos, sus interpretaciones históricas, filosóficas, teológicas, metafísicas, etc. De ahí que todo el arte barroco esté impregnado de mitología. Y esto es todavía más cierto en la literatura, donde los mitos, unas veces simplemente aludidos, otras desarrollados, y otras convertidos en poemas extensos –“epilios”, según la terminología del profesor Juan Gil de la cual hemos hablado antes– aparecen por todas partes. La investigación humanística moderna es plenamente consciente de este fenómeno. Piénsese, en efecto, en la multitud de estudios al respecto de que hoy disponemos94. En cuanto al origen del mito, según la interpretación antropológica de la mitología, representada, entre otros, por E.B. Tylor y A. Lang, y que se desarrolla en Inglaterra como fruto de una investigación científica basada en la etnografía comparativa, los clásicos crearon sus mitos por medio de observaciones lógicas y racionales intentando encontrar respuestas a fenómenos que la tienen hoy científicamente por otro camino. El valor de esta teoría es innegable, pero parcial, porque limita la mitología a una especie de “ciencia primitiva”, desprovista de todo componente poético. La mitología queda así privada de valores artísticos, ligándose exclusivamente a interpretaciones erróneas de científicos –no meramente descriptivos, pues– con los que deben abordarse sus estudios”, “Literatura y mitología” en Problemas y métodos de la literatura, Madrid, Espasa-Calpe, 1984, p. 295. MENU SALIR 55 fenómenos naturales95. Por lo que hace a las fábulas mitológicas españolas del Siglo de Oro, esta teoría tiene un valor relativo, en cuanto se conecta con interpretaciones de hechos, sobre todo referentes a la conducta y moral humanas, que aparecen en las mismas. Pero, lógicamente, no puede explicar, ni en lo formal ni en lo sentimental, la dimensión épico-lírica que todas estas fábulas comportan. A la hora de intentar llegar a una definición de mito, nos encontramos con algunas dificultades. Normalmente se usa ese término en un sentido vago, sin determinar con precisión, aludiendo de alguna forma a aspectos relacionados con la irrealidad, lo fantástico, imaginativo o mágico. Resultan significativas, a este respecto, las palabras de M. Müller, que comenta que la mitología “signifique lo que signifique, ciertamente no significa lo que parece significar”96. Apoya esta opinión M.C. Peñuelas, al escribir que “el mito se nos escabulle cuando intentamos atraparlo con una teoría o definición”97. Sin embargo, podemos recoger algunas definiciones modernas que irán arrojando luz al tema. Wellek y Warren citan a Aristóteles para decir que en su Poética el mito “aparece en la acepción de trama, estructura narrativa, fábula. Su antónimo y contrapunto es logos. El mito es narración, cuento, en 94 Tanto es así que se dedican congresos enteros a esta materia. Por poner un ejemplo reciente, podemos señalar los “XI Cursos de Verano de la Uned”, que se celebraron en Ávila del 24 al 28 de julio de 2000, sobre la “Influencia de los mitos clásicos en la Literatura española del siglo XVII”. 95 Ésta es la teoría que propone E.M. Meletinsky en The Poetics of Myth [1998], New York and London, Routledge, 2000. La traducción de sus ideas es mía, y corresponde a las páginas 13 y 14. 96 “On the Philosophy of Mythology”, en Chips from a German Workshop, New York, 1885, vol. IV, p. 55. La traducción es mía. 97 Mito, Literatura y Realidad, Madrid, Biblioteca Universitaria Gredos, 1965, p. 10. Añade en la n. 2 de esa misma página el punto de vista del investigador húngaro Kereny: “La palabra mito es demasiado equívoca, gastada y vaga”, C. Kereny y C.G. Jung, Essays on a Science of Mythology, New York, 1949, p. 3. MENU SALIR 56 oposición a discurso dialéctico, exposición; es también lo irracional o intuitivo, a diferencia de lo sistemáticamente filosófico”98. La palabra mito, etimológicamente, proviene del griego µυθοζ, que no es en principio sino una “narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”99. Pero, si queremos atender a definiciones más especializadas, podemos seguir, ante todo, al citado don Sebastián de Covarrubias y Horozco que dice que “todos aquellos grandes filósofos que se dieron a la especulación del movimiento de los cielos y de sus efetos, la generación y corrupción de las cosas elementadas, la conversión por partes de los mesmos elementos, para ocultar su dotrina, fingieron essa multitud de fábulas con tanta diversidad de dioses [...], y a uno pusieron Júpiter, como al aire, Juno a la exalación y vapor que sube de la tierra, Febo al sol, Diana a la luna y de los demás se entiende lo mesmo...”; Tesoro, s.v. “Fábula”. Modernamente, A. Ruiz de Elvira aclara que el mito es “el conjunto de las leyendas [...] que son inciertas e incomprobables, pero sobre las cuales existe una tradición que las presenta como realmente acaecidas”. Entre éstas lograron especial importancia “los mitos griegos y romanos que [...] tuvieron vigencia 98 Teoría Literaria, Madrid, Gredos, 19592, edición ampliada y corregida , p. 227. Añade que “la palabra mito, término dilecto de la crítica moderna, señala y acota una importante zona de significado, compartida por la religión, el folklore, la antropología, la sociología, el psicoanálisis y las bellas artes. En algunas de sus habituales contraposiciones es lo opuesto a historia o a ciencia o a filosofía o a alegoría o a verdad, ib. 99 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Espasa-Calpe, 200122, s.v., 1ª ac. Curiosamente, el término no viene definido en el Tesoro de Covarrubias (1611), aunque sí define su acepción referida a los dioses de la gentilidad bajo el término “Fábula”. MENU SALIR 57 como tales leyendas en cualquier momento del ámbito temporal que va desde los orígenes hasta el año 600 d.C.”100. En este sentido aclara R. Romojaro –y mantenemos su texto, pese a su longitud, por su extremada precisión– que, “perdido ya el origen primigenio del mito clásico, la forma fundamental, como diría Cassirer, el punto referencial al que necesariamente tendremos que atenernos habrá de ser la recopilación de estos mitos como narración por parte de los autores que los refunden: se darán, pues, literarizados de uno u otro modo. Partiendo de esta base ineludible, consideramos mitos clásicos a estos relatos y referencias, fuentes literarias de una transmisión que habría de permanecer, anacrónicamente si atendemos a su esencia y fines, a través de los tiempos, en los textos literarios, adoptando unas funciones específicas como elementos significativos de dichos textos, ajenos a su carácter primordial o sagrado”101. Además, siguiendo esa misma línea de razonamiento, debemos advertir que entendemos la palabra mito como un relato transmitido por cauces de tradición, y que se conserva en la memoria de los pueblos, teniendo un origen pre-histórico, y que, aunque sea indemostrable, incide fuertemente en las creencias y conductas humanas por referirse a dioses o personajes y hechos cercanos a ellos, y que ha permitido a distintas culturas explicar el sentido de objetos, fenómenos o acaecimientos de la más diversa índole102. 100 Mitología clásica, Madrid, Gredos, 1975, p. 7. Funciones del mito clásico en el Siglo de Oro. Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Barcelona, Anthropos Editorial. Rubí, 1998, pp. 9-10. 102 Estos conceptos, tomados en esencia de R. Romojaro, Lope de Vega y el mito clásico, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1998, p. 13, los repite dicha investigadora en Funciones del mito clásico, cit., p. 9. Añade Romojaro en ambas obras que para esta definición sigue a C. García-Gual, para el 101 MENU SALIR 58 Por su parte, E.M. Meletinsky afirma que Juan Bautista Vico es el creador de la primera interpretación filosófica seria del mito, que nada tiene que ver con el enfoque arcaico de la Edad Media. La filosofía del mito de Vico contiene en embrión –esto es, de manera sincretística– casi todas las tendencias reflejadas en los estudios mitológicos posteriores a él. En sus Principi se dan anticipadamente muchos de los rasgos que caracterizarán la moderna investigación sobre los mitos103. No cabe duda de que en el Endimión de Callecerrada existe un fuerte componente ritual, que regula la dialéctica del amor, los celos, las formas de venganza, los tiempos y espacios de las actuaciones, las relaciones de obediencia o reverencia entre los personajes , etc. Este aspecto de los estudios mitológicos ha sido estudiado en profundidad por la escuela de Cambridge –J. Frazer, J. Harrison, F. Cornford, A. Cook, G. Murray, etc.–. El punto de partida común en su pensamiento está en la aceptación de que rito y mito están relacionados inseparablemente. Lo ritual se considera la fuente principal de la que emerge el mito, la que el mito es un “relato tradicional que cuenta la actuación memorable de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano”, Mitos, viajes y héroes, Madrid, Taurus, 1981, p. 9. Además, dicha profesora muestra en las dos obras señaladas, cómo “en esta obra García-Gual pone de manifiesto el fárrago definitorio sobre la palabra mito”. Lo demuestra citando, entre otros, a M. Eliade, Mito y realidad, Madrid, Guadarrama, 1978, p. 12 y Lo sagrado y lo profano, Madrid, Guadarrama, 1973, p. 84; G.S. Kirk, El mito: su significado y funciones en las distintas culturas, Barcelona, Barral Editores, 1973, pp. 46 y ss.; K. Kerenyi, La religión antigua, Madrid, Revista de Occidente, 1972, pp. 23 y ss.; E. Cassirer, Filosofía de las formas simbólicas, II, México, FCE, 1972, pp. 45 y ss.; C. Lévi-Strauss, Antropología estructural, Buenos Aires, Eudeba, 1977; A.J. Greimas, Semántica estructural. Investigación metodológica, Madrid, Gredos, 1973 y En torno al sentido. Ensayos semiológicos, Madrid, Fragua, 1973; L. Cencillo, Mito. Semántica y realidad, Madrid, BAC, 1970; G. Dumézil, Mito y epopeya, I, Barcelona, Seix Barral, 1977. Ni que decir tiene que esta lista de investigadores podría alargarse con otros muchos nombres. Por ejemplo, también podrían consultarse las distintas definiciones de mito que ofrece M.C. Peñuelas en las páginas 13, 14 y15 de su ya citada obra Mito, Literatura y Realidad, ya que recoge un muestrario que él mismo califica de “bastante completo”. Ante tantas y tan variadas teorías considera este investigador que “el camino menos aconsejable será siempre el de aceptar alguna y rechazar y rebatir las otras. Quizá lo mejor sea aceptarlas todas, con las consiguientes reservas”, loc. cit., p. 12. 103 Loc. cit., pp. 4-7. La traducción es mía. Para profundizar en el conocimiento de estas ideas propone Meletinsky que se consulte la obra de Vico sobre la mitología, Principi della scienzia nuova (1744). MENU SALIR 59 religión, el arte y hasta la filosofía clásica. El grupo de Cambridge estudió con especial acierto los problemas del origen de diferentes formas de cultura, especialmente la mítico-literaria, por lo que su metodología es muy útil para un estudio de las características del nuestro. Una vez que queda en cierta forma aclarado qué se entiende por mito, algunas de sus relaciones e interpretaciones, debemos dedicarnos a sentar las bases del término “función”, que en su definición etimológica es la ‘misión’, o cumplimiento de un papel, de una entidad con respecto a otra (functio). En este sentido el signo mítico realizará un cometido determinado en el texto literario en el que vaya inmerso, o, en otras palabras, el autor utiliza el paradigma mítico, en general, y selecciona un mito, en particular, con una intención funcional104. Para formular otras definiciones del término “función”, su importancia, alcance y acogida en la investigación actual, es útil leer también lo que dicen al respecto R. Jakobson, V. Propp, A.J. Greimas, etc. Para nosotros, la mejor síntesis al respecto, por su rigor crítico y metodológico, es la de A.J. Greimas y J. Courtés105. De todas estas investigaciones sacamos en claro que la función del mito hace de éste un complejo signo literario (mito literario) convirtiendo a “función” y “mito” en polos mutuamente relacionados de manera muy estrecha, 104 R. Romojaro, Funciones del mito clásico..., cit., p. 10. Añade dicha investigadora que tanto la acepción etimológica como la lógica, que entiende el término como relación y dependencia de entidades diversas, se cumplen si nos acercamos teóricamente a cómo entiende el término “función” la escuela de Hjelmslev; cf., de éste, los Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1974, pp. 55-56. También se aproxima a la interpretación instrumental del término A. Martinet, Elementos de Lingüística general, Madrid, Gredos, 1965. MENU SALIR 60 poniendo íntima dependencia entre los mitemas del relato mítico y los segmentos narrativos esenciales del fabular poético106. Así, si tomamos el mito como “mito literario”, queda claro que se integra en un ideal humano y personal, de manera que la fábula mostrenca recibida de la antigüedad llega a elevarse a signo connotativo de nuestra personal Weltanschauung. Sin embargo, hay que aclarar que los conceptos de “mito” y “mito literario” no son estrictamente coincidentes. Así lo aclaran Albouy y Cassirer al señalar que el “mito” es de naturaleza sagrada y hay que considerarlo como un objeto de fe; por el contrario, el “mito literario” no exige necesariamente que existan estos “creyentes”. Basta que por su belleza, alcance sígnico, utilidad didáctica, etc., el “mito literario” convierta en adeptos a quienes lo conozcan y lo asimilen desde perspectivas humanísticas107. El aspecto sagrado que tiene el “mito” se lo confieren su carácter no histórico y su función. Así, el “mito literario”, que en sí mismo no es sagrado, se inscribe en la historia desde el momento de su creación108. Al hablar de la “función” que tienen los mitos, lo que implica una enorme complejidad, es ineludible consultar los trabajos, ya aludidos anteriormente, de R. Romojaro al respecto109 105 R. Jakobson, Ensayos de Lingüística general, Barcelona, Barral, 1975; V. Propp, Morfología del cuento, Buenos Aires, Juan Goyanarte, 1972; A.J. Greimas y J. Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1982. 106 Para el término mitema es interesante consultar a C. Lévi-Strauss, Antropología estructural, Buenos Aires, EUDEBA, 1977, pp. 19 y ss. 107 P. Albouy, Mythes et mythologies dans la littérature française, Paris, A. Colin, 1969; eiusdem, Mythographies, Paris, Corti; y E. Cassirer, Individuum und Kosmos in der Philosophie der Renaissance, Studien der Bibliothek Wartburg, X, Leipzig-Berlin, 1927 y Filosofía de las formas simbólicas. II. El pensamiento mítico, México, FCE, 1972. 108 P. Swiggers, “La notion de ‘mythe littéraire’. Note épistémologique”, LR, XXX, 4(1981), p. 338. MENU SALIR 61 No obstante, en lo que no hay ninguna duda es en que la explotación literaria de todas estas funciones descansa en amplios conocimientos, en lecturas variadas, en la documentación, en suma, en la erudición cultista. Es aquí donde hallamos la base de las distintas funciones del mito. Y todo ello sin dejar de lado que también tiene una cierta influencia, aunque más ligera, el ideario personal y las circunstancias y acontecimientos que le pueda haber tocado vivir a cada individuo110. De esta forma, llega el momento de plantearnos cuál es la historia mitográfico-literaria, que a lo largo de los siglos, llevó la fábula de Endimión a nuestros escritores del siglo XVII. Como es evidente, este mito les vino dado como una herencia que se estaba produciendo de una a otra generación a lo largo de los tiempos. Así, la cultura literaria grecorromana se mantuvo como el fundamento, un cimiento que aprovecharían las culturas posteriores. Recordemos que los romanos tardaron mucho tiempo en constituir una doctrina filosófica y religiosa, y en una gran parte la tomaron de los pueblos a quienes sometían. Esta última apreciación también deriva de su característica forma de ser, que busca la simplicidad y el sentido práctico. Es por ello por lo que en un principio no presentó a sus dioses en forma humana, y menos aún escribió leyendas sobre ellos. Antes de ponerse en contacto con los 109 Funciones del mito clásico..., cit., pp. 12-14 y Lope de Vega y el mito.., cit., pp. 26-27. En ellos se precisa que las funciones fundamentales del mito en los siglos de oro son: tópico-erudita, comparativa, ejemplificativa, re-creativa o metamítica y burlesca. Explica además, de forma rigurosa, las distintas maneras y procedimientos con que estas funciones se desarrollan. 110 Puede resultar de interés consultar el apartado de nuestra tesis que está dedicado a la función moral y ejemplificativa, puesta en relación directa con el mito de Endimión según la versión de Callecerrada. MENU SALIR 62 griegos, no dibujó ni esculpió divinidades. La antigua Vesta, por citar un ejemplo, no estuvo representada más que por el fuego sagrado. No obstante, ya en tiempos de la República, la religión comienza a sufrir una evolución, y ésta es debida fundamentalmente al helenismo, que se introdujo en la sociedad romana, es decir, la infiltración de las ideas, leyendas y costumbres griegas que tuvieron en el comercio, la guerra y demás relaciones humanas su vehículo de difusión. Tras la caída del Imperio Romano estos mitos clásicos siguieron perviviendo gracias a la lengua y literatura latinas, ya que ésta última se conservó en las bibliotecas eclesiásticas y conventuales, que guardaban, sobre todo, los autores y obras que creían que podían tener importancia desde el punto de vista moral o científico. Además, también tuvo su importancia en este aspecto de la conservación y transmisión de la cultura grecorromana, la aparición de las primeras Universidades, ya que adoptaron el latín como su lengua, y servía también como transporte ideal de su cultura. Y ya, como obra que sirve de puente entre la Edad Media y el Renacimiento, podemos citar la Genealogía deorum de Giovanni Boccaccio, cuya redacción comienza, según se cree, antes de 1350, y se acaba en 1360, encontrándose a caballo, en todos sus aspectos, entre las dos épocas históricas que acabamos de citar111. Es precisamente en el Renacimiento cuando el hombre se preocupa más por la cultura clásica. Como escribe E.M. Meletinsky, durante el 111 Esta idea la desarrolla de forma ejemplar J. Seznec, Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento [1980], versión castellana de Juan Aranzadi, Madrid, Taurus, 1983. Véase ahora la Genealogía de Boccaccio, y un resumen de su problemática, en la edición, traducción, introducción y notas de Mª Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias, Genealogía de los dioses paganos, Madrid, Editora Nacional, 1983. MENU SALIR 63 Renacimiento emerge de nuevo, tras el paréntesis de la Edad Media, el interés por la mitología clásica. Los mitos se enfocan positivamente, como series de alegorías poéticas teñidas de intención moralizante; o, también, como una manifestación de los sentimientos y pasiones que acompañaron al desarrollo humano; o incluso como una expresión alegórica de verdades religiosas, filosóficas y científicas112. En este momento de nuestra historia, los mitos paganos gozan de gran prestigio. Procedentes en gran parte de las Metamorfosis de Ovidio –aunque también hay que citar a Hesíodo, Platón, Horacio, Virgilio...–, son utilizados de una forma menos fría que en la Edad Media, y más como motivo literario o símbolo de las fuerzas de la naturaleza113. Podemos decir que el Renacimiento se caracteriza por ser un momento en el que se manifiesta una gran exaltación del hombre y del mundo, y un conocimiento y admiración excepcionales del ámbito de cultura que consideramos clásico por antonomasia. Sin embargo, en el siguiente siglo –el Barroco– se produce una gran crisis114 que desemboca en una radical desvalorización de la vida y de la naturaleza humana. Pero, lo que sí se sigue manteniendo es la admiración por la cultura grecolatina, aunque sus características 112 Loc. cit., p. 3. Como en los casos anteriores, la traducción es mía. Sobre este tema, consúltese G. Highet, La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental [1949], México, FCE, 1978, 2 vols., en especial el II, pp. 134-348. Mª Rosa Lida aplica los principios de este libro a nuestra literatura en “La tradición clásica en España”, NRFH, V2(1951), pp. 183223; véase, ampliado, bajo el mismo título, en la edición de Barcelona, Ariel, 1975. 114 Esta crisis acaece –al menos parcialmente–, en lo que respecta a España, porque en el siglo XVII llegamos a la pérdida de nuestra hegemonía política. A medida que avanza el siglo se acentúa esta decadencia. Así lo expresó José Cadalso en sus Cartas Marruecas al escribir, en frase muy conocida, que España no era entonces sino “el esqueleto de un gigante”. Por otro lado, para una útil visión de conjunto sobre el Barroco, cf. J.H. Elliot, La España Imperial (1469-1716), Barcelona, Vicens Vives, 19806. 113 MENU SALIR 64 anteriores –sencillez, equilibrio, proporción...– se sustituyen por otras muy distintas. En este tiempo –segunda parte del Siglo de Oro–, los escritores tienden especialmente a la imitatio o mímesis literaria, lo que hace que sea necesaria en ellos la erudición115. Esto hace que el mito vaya siguiendo un proceso pausado, un camino que le lleva a degenerar, a convertirse en algo distinto y deformado, a desempeñar lo que posteriormente se ha llamado “función burlesca” del mito. Todo ello indica cómo se está produciendo en cierta manera, y dado su uso, una pérdida de fuerza, un cansancio y agotamiento del signo mítico. Dámaso Alonso ofrece una interesante explicación sobre la evolución de los mitos, y escribe que “no pudiendo soportar el frenesí sublevado, el mismo siglo XVII habría de sofocar esa vida por él evocada: la llegaría a comprimir en violentos contrastes, la ahormaría en duros esquemas. Después, más tarde, todo había de ser decadencia: el mito clásico se arrastra por el siglo menos clásico (el neoclasicismo) y muere –salvo coletazos ocasionales– con el Romanticismo”116 Todas las evoluciones que acabamos de bosquejar se perciben de manera clara en la principales mitologías. Podemos comprobarlo, en primer lugar, en la ya citada Genealogia deorum del italiano G. Boccaccio en el siglo XIV. Esta obra influye en otras posteriores como la de L.G. Giraldi de 1548, titulada De deis gentium varia et multiplex 115 Así lo explica, bajo el tecnicismo de “culta dificultad”, F. Lázaro Carreter, “Sobre la dificultad conceptista” [1956], Estilo barroco y personalidad creadora, Salamanca, Anaya, 1966, pp. 11-59. Vid. también R. Menéndez Pidal, “Oscuridad, dificultad entre culteranos y conceptistas”, Romanische Forschungen, 56(1942), reproducido en el volumen Castilla. La tradición. El idioma, Buenos Aires, EspasaCalpe, 1945, pp. 221-232 (en la 3ª ed., Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1955, está en pp. 217-230). MENU SALIR 65 historia; también en las Mythologiae de N. Conti de 1551, y en Le imagini de gli dei delli antichi de V. Cartari, que se publicó en el año 1556 (Seconda novissima editione, Padova, P.P. Tozzi, M.DC.XXXVI: citaremos siempre por esta segunda edición). Por supuesto, estas obras influirán decisivamente en nuestros principales mitógrafos del Siglo de Oro. De esta manera se observa en J. Pérez de Moya y su Philosophía secreta, y en B. de Vitoria y su Theatro de los dioses de la gentilidad, que aparecen, respectivamente, en los años 1585 y 1620117. Los escritores que vivieron durante estos siglos conocían y consultaban estas y otras obras, con lo cual iban consiguiendo adquirir una erudición mitológica generalmente extensa y detallada, que en algunos casos resulta hoy asombrosa. Importa, sin embargo, observar que, al manejar estos materiales, no como textos sacros, sino como documentos puramente literarios –aunque reconocieran en ellos un fondo histórico profundamente deformado–, los utilizan con gran libertad, modificando datos no siempre secundarios según convenía al contexto en que los insertaban. Esto es hasta tal punto cierto que si se escribiera un tratado de mitología clásica utilizando sólo los materiales literarios en lengua romance de nuestro Siglo de Oro, las diferencias existentes entre dicho tratado y las mitografías canónicas nos dejarían admirados. En cualquier caso, la savia de las fuentes clásicas fluye pujante por las venas de nuestra literatura aurisecular, y llena de prestigio a la mayoría de sus 116 De los siglos oscuros al de Oro. (Notas y artículos a través de 700 años de letras españolas), Madrid, Gredos, 1958, p. 197. 117 Todas estas mitografías están debidamente citadas en nuestra bibliografía y en otras partes de este trabajo. Por supuesto, posteriormente a las obras que se acaban de reseñar y hasta nuestros días, se siguen publicando numerosos y nuevos volúmenes en que aparecen los acontecimientos e historias de los dioses. Sin embargo, MENU SALIR 66 escritores, desde Garcilaso a Quevedo, desde Feliciano de Silva a Gracián, y desde Diego Hurtado de Mendoza a Marcelo Díaz Callecerrada. 2. El mito de Endimión. Aspectos principales 2.1. Testimonios antiguos y modernos sobre la localización del mito Contra lo que sucede con otros mitos, el de Endimión se ubica en la toponimia clásica por parte de los mitógrafos con rara unanimidad. Entre los antiguos apenas existen divergencias. Para comprobarlo, léase, entre otros, a Apolodoro, Biblioteca, 1, 75; Apolodoro de Rodas, Argonáutica, 4, 57 y escolio; Higino, Fábulas, 271; Pausanias, Descripción de Grecia, 5, 1, 2; Platón, Fedón, 72c; Cicerón, Sobre los extremos del bien y del mal, 5, 20, 25; del mismo, Cuestiones tusculanas, 1, 38, 92; etc. Por lo que hace a los modernos, V. Gebhardt señaló cómo esta historia debió de tener lugar a la vez en Caria y en la Élida: [La] “leyenda –dice– se localiza a la vez en Caria y en la Élida, yendo en la última región mezclada con las genealogías de sus primeros reyes”118. De este mismo no me ocupo de ellos, puesto que todo lo que se investiga guarda relación con Marcelo Díaz Callecerrada, por lo que es suficiente con aclarar los principales sucesos hasta el siglo XVII. 118 V. Gebhardt, Los dioses de Grecia y Roma, o Mitología Greco-romana, Barcelona, Salvat y Cª, s.a., p. 133. MENU SALIR 67 modo, P. Decharme119 afirma que debemos establecer su ubicación en los mismos lugares, citando para ello a Pausanias: –“En Élida, la leyenda de Endimión, mezclada con las genealogías de los primeros reyes del país y con la institución de los juegos olímpicos es muy complicada”120–, y pone de manifiesto la dificultad que hay en dilucidar de cuál de estos dos países es originario. Por otro lado, F. Guirand también ratifica que el mito se desarrolla en estos dos lugares, y además nos advierte de cómo varía según sea narrado en un lugar o en otro121. P. Grimal, por su parte, lo sitúa en Caria, añadiendo que ésta está en el Peloponeso, cerca de Mileto122. La mayoría de los mitógrafos, tanto antiguos como modernos, eluden pronunciarse tajantemente al respecto. Recordemos, por ejemplo, las palabras de C. Falcón cuando dice que “la famosa leyenda de Endimión está localizada a la vez en Élida y Caria , sin que se pueda determinar cuál es la originaria”123. Tampoco vamos a tener una respuesta clara si nos preguntamos sobre el tema de cuál era la patria de Endimión. Así ocurrirá si seguimos, entre los mitógrafos renacentistas, a N. Conti que duda entre si fue 119 P. Decharme, Mythologie de la Gréce antique [h. 1878], Paris, Garnier Fr., s.a4., p. 246. Además, también en esa página recoge la forma en que se imbrica la leyenda de Endimión con las distintas genealogías de los primeros reyes del país y con la institución de los juegos olímpicos: “Pero el más célebre de los amantes de la diosa era el joven Endimión, cuya leyenda se localiza a la vez en Élida y en Caria, sin que sea fácil distinguir de cuál de estos dos países sea ella originaria”. 120 Pausanias, Los primeros asuntos de la Élide, V, 1, 2. 121 F. Guirand, Mitología general, Barcelona, Labor, 1960, p. 200. 122 P. Grimal, Diccionario de la mitología griega y romana, Barcelona, Labor, 1965, p. 156: “Esta leyenda se sitúa, ya en el Peloponeso, ya en Caria, cerca de Mileto”. El dato de Grimal es muy exacto; para más detalles, véase Ch. Cellarius, Notitiae orbis antiqui, sive Geographiae plenioris tomus alter, Lipsiae, impr. Gleditschi Senioris, MDCCV, pp. 89-96. 123 C. Falcón Martínez, E. Fernández-Galiano, R. López Melero, Diccionario de mitología clásica, Madrid, Alianza Edit., 1980, p. 205. MENU SALIR 68 espartano o eleo124. R. Graves afirma que era “eolio por la raza, aunque de origen cario”125. 2.2. Genealogía del pastor de Latmo Al investigar sobre la genealogía de Endimión encontramos abundante información. N. Conti126 opina que fue nieto de Júpiter127 y tiene en cuenta que Aetlio, padre, según muchos mitógrafos , de Endimión, fue hijo de Júpiter y de Protogenía. Hesíodo128 nos hace ver que el escolio, desde el punto de vista genealógico, “nos llevaría a la dificultad paterna (Aetlio era hijo de Protogenea, hija de Deucalión) y su filiación materna (Cálice es una de las hijas de Éolo)”129. Además, el mismo Hesíodo130, en Fragmentos, 260, vuelve a repetir que Endimión era hijo de Aetlio131, que era hijo, a su vez, de Zeus y de Cálice. Como se ve, en este aspecto de la paternidad del pastor existen opiniones encontradas: algunos no tienen seguridad en si Júpiter o Zeus era su abuelo –como los anteriores pensaban– o su padre. A. Ruiz de Elvira nos ofrece más detalles a este respecto: “Protogenía vive, pues, en 124 “Unos creyeron que fue espartano, otros que eleo”, N. Conti, Mitología [1551]. Traducción, con Introducción, notas e índices de Rosa Mª Iglesias Montiel y Mª Consuelo Álvarez Morán, Murcia, Universidad, 1998, p. 255. 125 R. Graves, Los mitos griegos [1955, 1960], ed. castellana, Madrid, Alianza Edit., 1985, p. 259. 126 N. Conti, loc. cit., p. 255: “Dicen que éste fue nieto de Júpiter, habida cuenta de que Aetlio fue hijo de Júpiter y de Protogenía o, el cual obtuvo de Júpiter el don de ser juez de vida y muerte en su propio beneficio, según ha sido transmitido por Hesíodo, Acusilao, Pisandro, Ferecides”. 127 Lo mismo dice, entre muchos otros antiguos y modernos, M. Chompré, Dictionaire abrégé de la fable..., Paris, Desaint et Saillant, M.DCC.LIX8, p. 145: “Endimión, pastor de la Caria y nieto de Júpiter”. 128 Obras y fragmentos. Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Fragmentos. Certamen, Introducción, traducción y notas de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez, Madrid, Gredos, 1983, Fr. 245[95]. 129 Cf. Apolodoro, Biblioteca, I, 7-5. 130 Loc. cit., Fr. 260. 131 Muchos otros apoyaron esta opinión. De este modo, entre los modernos, afirma J.F.M. Nöel, Diccionario de mitología universal [1801], Barcelona, Edicomunicación, 1987, p. 510: “Fue hijo de Etlio y de Chalice, y nieto de Júpiter”. Sustentan la misma opinión, entre otros, los renacentistas N. Conti, J. Pérez de Moya [cito siempre, salvo advertencia expresa, por la edición de 16113]. MENU SALIR 69 el siglo XVI [a.C.], y es madre, por Zeus de Aetlio (personaje oscuro, que parece un mero eslabón genealógico), quien, ya en el siglo XV, se casa con Cálice, hija de Eolo, y tiene en ella un hijo, Endimión”132. En esta duda se van a encontrar muchos, desde el viejo Apolodoro de Atenas a los mitógrafos más recientes, como Graves o Falcón133. Existen unos criterios más unificados a la hora de aclarar quién era la madre de Endimión. Todos apuntan a Cálice, y, es precisamente por esto por lo que llama más la atención la opinión de Baltasar de Vitoria, que mantiene: “Su padre se llamó Atlio [sic], y su madre Protogenia”134, a la que, como ya señalé, los demás presentan como abuela. Quizá sea su opinión, basada en una autoridad antigua que desconocemos, o bien puede tratarse de un error. En cualquier caso, lo que resulta evidente de todo esto es que no hay una misma opinión ni seguridad a la hora de establecer la genealogía del amado de la Luna. 2.3. Relaciones amorosas y descendencia de los protagonistas principales de este mito: Endimión y la Luna Llegamos, de este modo, a una de las partes primordiales de la fábula que nos ocupa: los amores de que fue objeto este fabuloso pastor. Dentro de este punto el principal es el de la relación que mantuvo con la 132 Mitología clásica, Madrid, Gredos, 1971, pp. 314-315. Apolodoro: “De Cálice y Aetlio nació un hijo, Endimión, quien con eolios sacados de Tesalia fundó Élide; algunos dicen que era hijo de Zeus”, Biblioteca, I, 7, 5. R. Graves: “Endimión era el hermoso hijo de Zeus y de la ninfa Cálice”, loc. cit., p. 259. C. Falcón: “Pasaba por ser un hijo de Cálice y Etlio, nieto por tanto de Zeus, o bien hijo del propio dios”, loc. cit., p. 205. 134 Primera y Segunda Parte del Teatro de los dioses de la Gentilidad, [1619], Valencia, Crysostomo Garriz, 1646, t. II, p. 354. 133 MENU SALIR 70 Luna135. Según P. Decharme, “un gracioso sentimiento poético había inspirado la fábula griega”136. En cuanto a la genealogía, Boccaccio dice que la Luna fue hija de Hiperión y hermana del Sol (Apolo), aunque la mayoría la proclama “hija de Júpiter y de Latona, hermana de Apolo”137. A este respecto, resultan muy clarificadoras las palabras de J. Pérez de Montalbán, que nos ofrece la genealogía de la Luna como Diana, Proserpina y Luna. Así, “como Diana en las selvas unos dicen que es hija del tercero Júpiter y de Latona, y otros, de Opis y Glauca [...]. Como Proserpina en el infierno es hija, según Ravisio Textor, de Júpiter y la diosa Ceres, y según 135 A esta diosa se la llama con muchos nombres: “Luna, Hécate, Lucina, Diana, Prosérpina, Trivia, Argéntea, Febe, Ceres, Artemis, Mena y otros”, G. Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, ed. preparada por Mª Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 244. Parecidas noticias ofrece, entre los modernos, S. Díez González en Instituciones poéticas con un discurso preliminar en defensa de la poesía y un compendio de la historia poética o mitología para la inteligencia de los poetas, Madrid, oficina de D. Benito Cano, 1793, pp. 252-253: “Los poetas le dan el nombre de Diana en los Bosques, de Luna en el cielo, y de Hecata en los Infiernos, donde en opinión de algunos se llamó también Proserpina [...]. Diana se llamó también Trivia y Triformis, porque la pintaban con tres cabezas; Lucina, que presidía a los partos y Dictynna, Diosa tutelar de la caza y de los bosques; muy amante de la castidad”. Pérez de Montalbán aclara que “se ha de advertir que la Luna se considera de tres maneras: como Diana en la tierra, planeta en el cielo y Proserpina en el infierno. Así lo sienten Textor, Guillermo de Choul, Jerónimo Ruscelo, Ariosto, Virgilio y Vicencio Cartario, y por eso la pintan con tres caras todos los poetas", loc. cit., p. 517. El mismo Pérez de Montalbán nos ofrece más información sobre los nombres que recibe la Luna en la p. 518 de su Para todos: “Y así, digo que como su hermano el Sol, tuvo la Luna muchos y diversos nombres, es a saber: Dictima, Diana, Cervicida, Nocticula, Tergimina, Triforme, Artemis, Aecate, Proserpina, Delia, Febea, Lucina, Perséfone, Upis, Ortia, Argéntea, Cintia, Trivia y Lucífera, sin otros muchos”. En esa misma página también ofrece algunos de los epítetos que se le dedicaron: “y llámase Luna quasi nocte una, porque ella sola luce de noche, y así Lope de Vega la llamó resplandeciente y don Juan de Jáuregui refulgente”. Curiosamente, una pluma anónima, posiblemente del siglo XVIII, establece esas identificaciones, para facilidad del lector, en unas notas manuscritas en la portada del ejemplar del Endimión de la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura R-16.668: “Nombres de la Luna:[...]”. Tras todo lo dicho, llama la atención que F. de Herrera se pregunte si son las mismas Diana y Lucina, pues escribe: “Lucina: Iuno se dezia Lucina, aunque tambien tenia Diana el mesmo apellido; porque se creia que dava luz a los que nacian, de donde se llamò semejantemente Lucecia. Pero Diodoro Siculo, tratando de Creta, haze diversas a Diana i Lucina, i dize que Lucina tiene a su cargo el cuidado de las que paren, i el oficio de aquellas cosas que padecen i sufren las mugeres de parto; de donde principalmente invocan a esta Diana las mugeres en el peligro i dificultad del parto; i que a Diana toca el cuidado de los niños rezien nacidos i de su mantenimiento”, Obras de Garcilaso de la Vega. Con Anotaciones de Fernando de Herrera. Edición facsimilar. Con estudio bibliográfico de J. Montero, Universidades de Córdoba, Huelva y Sevilla, 1998, p. 442. 136 Loc. cit., p. XXV. MENU SALIR 71 Apolodoro, de Júpiter y la laguna Estigia [...]. Como Luna en el cielo es hija de Hiperión”138. Sin embargo, éste no fue el único amor que tuvieron dichos dioses. Así, a la Luna se la ha relacionado habitualmente con Zeus o Júpiter, con quien incluso tuvo una hija, Pandia139. También se ha dicho con frecuencia que tuvo amores con el dios Pan140. Además, Pérez de Montalbán en su Para todos hace referencia a sus relaciones con Plutón y explica que de Proserpina “se enamoró Plutón, y no pudiendo con halagos, ruegos y caricias reducirla a su voluntad, aguardó a que estuviese en los jardines de Sicilia divertida en coger flores con otras doncellas, y la robó y llevó al infierno, donde se casó con ella por fuerza”141. Por su parte, Endimión tuvo relaciones con una náyade, o, según otros, con Ifianasa142. Con ésta tuvo a Etolo143, de quien recibió el nombre Etolia, ya que antes se llamaba Hiántide. De todas formas hay que aclarar que “unos creyeron que [Etolo] fue hijo de Morte, otros que 137 Véanse, respectivamente, G. Boccaccio, op. cit., p. 243, y S. Díez González, loc. cit., p. 252. Loc. cit., pp. 517-518. (Las cursivas son mías). 139 F. Guirand ofrece más detalles en cuanto a las hijas de la Luna: “Su belleza le granjeó el amor del señor de los dioses, del que concibió tres hijas: Pandia, notable entre los inmortales, por su hermosura, Erse (el Rocío) y Nemea”, loc. cit., p. 200. 140 Así lo explica V. Cartari: “Y leese también que la Luna no se entregó a Endimión solamente por amor, como también lo hizo con Pan, dios de la Arcadia, como refiere Virgilio, sino por lograr que Endimión le diera un rebaño de preciosas ovejas blancas”, loc.cit., p. 110. 141 Op. cit., p. 518. En esta misma página se refiere a la descendencia de la Luna, ya que “concibió a Ersa, que es el rocío”. 142 Apolodoro nos ofrece noticias sobre este asunto: “De Endimión y una ninfa náyade, o, según otros, de Ifianasa, nació Etolo, quien dio muerte a Apis, hijo de Foroneo, y huyó al país de los Curetes; allí mató a sus huéspedes Doro, Laódoco y Polipetes, hijos de Ftía y Apolo, y por su nombre llamó Etolia a la región”, Biblioteca, I, 7, 6. 143 N. Conti expresa que “también tuvo Endimión un hijo, Etolo, de quien recibió el nombre Etolia, ya que antes se llamaba Hiántide, según dice Demaranto en el libro I de Sobre los nombres cambiados de provincias y lugares”, loc. cit., p. 255. 138 MENU SALIR 72 de Marte”144. R. Graves nos ofrece datos más exactos en este tema, pues dice que “su esposa, conocida con muchos nombres diferentes como Ifianasa, Hiperipa, Cromia y Neis, le dio cuatro hijos”145. De todos modos, es A. Ruiz de Elvira el que especifica los nombres de estos últimos así: “Y de una Náyade, tiene cuatro hijos, que viven en el s. XV: Epeo, sucesor de su padre en el trono de Elis (por haber ganado una carrera en Olimpia, carrera cuyo vencedor sería el sucesor de Endimión por designio de éste; Pausanias V, 1, 4); Peón, que emigra a Macedonia y es allí el epónimo de los Péones o Peonia; Eurídice o Eurípile, madre, por Posidón, de Elis, epónimo de la ciudad y comarca del mismo nombre (Elis o Élide) y sucesor de su tío Epeo en el trono; y por último Etolo, que, habiendo dado muerte a Apis (hijo de Foroneo y hermano de Níobe...), emigra a la región del Aqueloo, donde es fundador y epónimo de Etolia”146. Además, dice Ruiz de Elvira que se mencionan otros hijos “sin importancia genealógica”147. Otra hija de Endimión parece que fue Pisa , como nos informan en varias ocasiones148. Incluso hay quien expresa que la Aurora es otra de sus hijas. Es el caso de M. Müller que, al hablar sobre los diversos nombre de la Aurora en la antigua Grecia, 144 N. Conti, ib. Acepto, con importantes mitógrafos, esta forma para sugerir paronomásticamente la relación existente entre “Morte” (‘Muerte’) y “Marte”. 145 Loc. cit., p. 259. 146 Ruiz de Elvira, loc. cit., p. 315. También R. Graves ofrece detalles sobre los hijos de Endimión: “Sus cuatro hijos corrieron una carrera por el trono vacante, carrera que ganó Epeo. Uno de sus hijos vencido, Etolo, intervino posteriormente en una carrera de carros con motivo de los juegos fúnebres de Azan, hijo de Árcade, la primera que se celebró en Grecia. Como los espectadores no sabían que debían apartarse de la pista, el carro de Etolo atropelló accidentalmente a Apis, hija de Foroneo, y causándole heridas mortales. Salmoneo, que estaba presente, desterró a Etolo al otro lado del Golfo de Corinto, donde mató a Doro y sus hermanos y conquistó el territorio que ahora se llama Etolio en su honor”, Graves sigue a Pausanias: viii. 4, 2-3 y v.1.6, Apolodoro: i. 7. 6 y Estrabón: viii. 3. 33. 147 A. Ruiz de Elvira, loc. cit., p. 315. 148 Así lo afirma N. Conti: “Tuvo, además, una hija, Pisa, que dio su nombre a la Pisa de Olimpia”, loc. cit., p. 255. Posteriormente, casi todos los modernos, como P. Grimal y C. Falcón, recogen la misma noticia. MENU SALIR 73 dice: “Les noms grecs de l’Aurore sont: [...] Eurikyde ou Euripyle, fille d’Endymion”149. Pero no fue Ifianasa el único amor que tuvo Endimión, también se le ha unido a otras, como es el caso de Hera. Así lo explica Hesíodo: “Pero en las Grandes Eeas se dice que Endimión fue llevado por Zeus al cielo, que enamorado de Hera fue engañado con la imagen de una nube”150. Por otro lado, H.J. Rose nos informa de una nueva relación, contando que “la declaración de que Hipno amó a Endimión e hizo que éste durmiera siempre con sus hermosos ojos abiertos es algo más que el capricho de un literato”151. Además, S. Díez González relata que el “pastor Endimión galanteaba a la Diosa Juno”152. De todos modos, no cabe duda de que estos amores no tienen realmente una gran importancia dentro de lo que es el mito de Endimión. La pasión por la que es realmente conocido es la que tuvo con la Luna153, cuyo desarrollo se sitúa en el monte Latmo. Así nos lo hace saber Boccaccio: “Sin embargo dice Tulio (Tusc., I, 38, 92) que él se había dormido en el Latmo o Latmio154, monte de Jonia, y que en sueños fue besado por la Luna”155. Parecidos datos nos proporciona N. Conti: “Dicen que la Luna solía venir a esa cueva y unirse a Endimión, lo que 149 Las ideas de M. Müller las recoge P. Cabañas; El mito de Orfeo en la literatura española, Madrid, C.S.I.C., 1948, p. 22, n. 28. 150 Hesíodo, loc. cit., Fr. 260. 151 Mitología griega [1970], traducción de Juan Godo Costa, Barcelona, Labor, 19732, p. 32. 152 Op. cit., p. 253. 153 “Pero el amante más famoso de la diosa fue el gentil Endimión” –dice Gebhardt, loc. cit., p. 133–. “Pero el más célebre de los amantes de la diosa era el joven Endimión”, P. Decharme, loc. cit., p. 246. “La más célebre leyenda que se cuenta de Endimión es la relativa a sus amores con la Luna (Selene)”, P. Grimal, loc. cit., p. 155. 154 “Se cuenta que éste [Endimión] tenía por costumbre vivir en una cueva en el monte Latmo de Caria, donde estuvo la ciudad de Heraclea, según escribió Nicandro en el libro II de Europa (Jac. 271/2F18= Schol. Ap. Rh. IV, 57)”, apud Conti, loc. cit., p. 255. MENU SALIR 74 trata así Ovidio en la Epístola de Leandro (Her. XVIII 63-62): No permite Endimión que sea propio de ti un duro pecho; haz que vengan a tu mente las rocas del Latmo”156. Dada la importancia que tiene el mito de Endimión –cuyo nombre hay quien dice que proviene del griego endeuein157–, encontramos múltiples autores que lo tratan. De esta forma, Pérez de Moya, nos cita a Plinio158. B. de Vitoria, por su parte, apunta: “Celio Augustino, en las Adiciones a Pierio, trató (aunque de paso) los misteriosos amores de la Luna y Endimión, y más largamente los cantó Valerio Flaco en su Argonauta, el cual le llamó Cazador”159. El mismo Vitoria añade más adelante que también Plinio toca estos asuntos. Además, completa las opiniones anteriores con más detalles: “De lo que toca a bajar la Luna a sus entretenimientos amorosos, díjolo Ovidio en la epístola de Leandro a 155 Boccaccio, loc. cit., p. 244. Loc. cit., p. 255. Constato la presencia de abundantes opiniones que afirman que el mito se desarrolló en el monte Latmo o Latmio, en Caria. Así, entre los mitógrafos renacentistas podemos recoger las palabras de N. Conti, loc. cit., pp. 255-256: “Sin embargo Cicerón en el Libro I (38-92) de las Discusiones Tusculanas dice que Endimión, que dormía eternamente amado por la Luna en el monte Latmo de Caria, recibió tan sólo besos de la Luna y que nunca se despertó, cuando escribe así: En cuanto a Endimión, si queremos prestar oídos a las fábulas, no sé desde cuándo se quedó dormido en el Latmo, que es una montaña de Caria...”. Cf. también las palabras de J. Pérez de Moya, Philosophía secreta [1585], Alcalá de Henares, Andrés Sánchez de Ezpeleta, 16113, p. 286: “...Y habitó en una cueva de un monte de Ionia, región de Asia, llamado Latmo”; o las palabras de los mitógrafos barrocos, como B. de Vitoria: “Algunos dijeron que su habitación de Endimión había sido en una cueva del monte Latmio de Caria”, op. cit., p. 356; entre los modernos apoyan esta noticia Mme. de Renneville, V. Gebhardt, H. Steuding, o R. Graves, que incluso cree que “la existencia de un templo de Endimión en el monte Latmos de Caria indica que se estableció allí una colonia eolia proveniente de Élida”, op. cit., p. 260. 157 “El nombre Endimión, “endeuein” [el original dice, creo que por errata, “endeuien”; doy al vocablo la forma de infinitivo griego, que no encuentro, por otra parte, en ningún diccionario de esa lengua de los que he consultado](en latín: “inducere”), se refiere a la seducción del rey por la Luna, como si fuera una de las empusas”, R. Graves, loc. cit., p. 260. O, como afirma P. Decharme, “la lengua griega basta a veces por sí misma para explicar algunos mitos. Todos conocen la fábula del bello Endimión, amado por la diosa Selene. Endimión (su propio nombre lo indica) es el sol que desaparece en el horizonte terrestre, o que se sumerge en las olas del mar al tiempo que la Luna avanza en el cielo”, loc. cit., p. XXV. 158 Loc. cit., p. 285: “Amar Endymión a la Luna, como dize Plinio, y ser desechado della”. Nótese la importancia que tiene el dato que ofrece Pérez de Moya sobre que la Luna desechó a Endimión, ya que Callecerrada ofrece en su obra una versión completamente opuesta. 159 Loc. cit., p. 353. 156 MENU SALIR 75 Hero, y se dijo aquí en el capítulo segundo: y el mismo Ovidio en la más elegante y docta carta que escribió, que fue la de Safo a Faón, tocó esta misma fábula. Hunc si conspiciat, quae conspicit omnia Phaebe Lussus erit somnos continuare Phaon. Faón, pues si te alcanza a ver la Luna, Querrá, que siempre duermas por besarte; Más védalo su amante y la fortuna. Y el famoso, y nunca bien alabado Lope de Vega160, trató este mismo pensamiento en el soneto décimosexto con la gallardía acostumbrada. SONETO Sentado Endimión al pie de Atlante Enamorado de la Luna hermosa: Dixo con triste voz, y alma celosa: En tus mudanzas, ¿quién será constante? Ya creces en mi fe, ya estás menguante, Ya sales, ya te escondes desdeñosa, Ya te muestras serena, ya llorosa, Ya tu Epiciclo ocupas arrogante. 160 Nótese el aprecio que hace B. de Vitoria, al igual que Callecerrada, de Lope de Vega, no sólo como poeta y dramaturgo, sino como mitógrafo. MENU SALIR 76 Ya los opuestos Indios enamoras, Ya me dejas muriendo todo el día, O me vienes a ver con luz escasa. Oyóle Clicie, y dijo: ¿Por qué lloras, Pues amas a la Luna qué te enfría? ¡Ay de quien ama el Sol, que solo abrasa!”161. “Y aunque sea muy gran desigualdad –sigue diciendo el P. Vitoria– poner poesía mía junto a la de un tan célebre poeta, no por eso desmerece; que las grandes casas se adornan y componen de alhajas ricas y pobres: y así arrimaré este soneto, que me pidieron a cierta consideración, para una dama, llamada doña Antonia de Luna. SONETO La blanca Luna con amor crecido Del bello Endimión aficionóse, Cansado él de cazar, porque repose, En la hierba quedóse adormecido. Como aquesta ocasión la Luna vido, Desde el cielo a la tierra descolgóse, Al cuello del amante allí abrazóse, Dándole besos al pastor dormido. 161 Véase este soneto en Lope de Vega. Obras Poéticas, I, ed. intr. y notas de J.M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1969, pp. 32-33 (la puntuación de los vv. 12-13 y las exclamaciones del 14 son mías). Se debe prestar mucha atención al hecho de que el Fénix describa el mito con un punto de vista inverso al que tiene Callecerrada: es Endimión aquí el que está enamorado de la Luna. MENU SALIR 77 Dichoso Endimión, pues que gozaste De Cintia su beldad, y sus favores, Sin haber puesta diligencia alguna. Tal me suceda (aunque mi vida gaste En ansias, en fatigas, y en dolores) Que goze los favores de otra Luna. Y el licenciado Antonio Ferreira, poeta lusitano, tocó también esta historia en la égloga octava. Branca Luna, senhora das mudanças, Dos tempos, e dos mares, h’algun hora Em desejos viueste, em esperanças. Inda o Latmio penedo, inda sàchora Tuas doces magoas: inda se deleyta Do teu amor, onde teu Endimión mora”162. El motivo fundamental que se aduce para explicar la relación entre Endimión y la Luna es el de la belleza del pastor. De esta forma nos lo hace saber, entre los antiguos, Apolodoro al escribir: “Por su extraordinaria belleza, Selene se enamoró de él”163. También los mitógrafos barrocos se hacen eco de las características físicas de Endimión: “No era mucho –observa el citado B. de Vitoria– que la Luna 162 B. de Vitoria, loc. cit., p. 355-356. Biblioteca, introducción de Javier Arce, traducción y notas de Margarita Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985, Libro I, 7-5; y más adelante añade: “El sueño de Endimión lo provocó la propia Luna (Selene) para poder besarlo”, ib., I, 7, 5[90]. 163 MENU SALIR 78 se enamorase de Endimión porque era hermosísimo; y así le pone R. Textor en su Oficina en el número de los hermosos”164. En efecto, en el t. I de las Officinae de Textor (Lyon, Hered. de S. Gryphio, 1560, p. 205), leemos: “Endimión, amante [sic: amasius] de la Luna, fue extraordinariamente hermoso; Valerio Flaco, lib. 8 (traduzco del latín). Los modernos, como no podía ser menos a la vista del testimonio de los antiguos, coinciden en lo relativo a la hermosura de este amado de la Luna. Así, J.F.M. Nöel afirma que la Luna estuvo “prendada de su hermosura”165; P. Decharme: “Todas las noches es visitado por su divina enamorada que se acerca y admira, en un amor silencioso, su belleza llena de gracia”166; V. Gebhardt: “Y cada noche era Endimión visitado por su divina amante, la cual contemplaba con silencioso arrobamiento su interesante hermosura”167. Sin embargo, es E. Genest el que puntualiza con más detalle este tema de la belleza del joven: “Durante uno de sus paseos por el monte Latmos, en Caria, [la Luna] quedó sorprendida por un espectáculo inesperado. En un soto perfumado, al pie de un frondoso árbol, reposaba un adolescente, un simple mortal, un simple pastor. Pero, ¡qué bello!, ¡qué robusto es! Su blanco cuerpo brilla nítidamente bajo los rayos de la dulce Luna; en sus mejillas florecen todavía las rosas de la infancia; la sonrisa de la felicidad entreabre sus labios. La casta diosa no puede contener su admiración al descubrir en 164 B. de Vitoria, loc. cit., p. 354. Loc. cit., p. 510. Y un poco más adelante, todavía en la misma página: “Según un poeta griego, Endimión fue también muy amado del dios del sueño, quien para tener el placer de ver siempre sus hermosos ojos, le hacía dormir con estos abiertos” (cursivas mías). 166 Loc. cit., p. 246. Además, en la misma página aclara: “El durmiente es descubierto por Selene, que enamorada de sus encantos baja hacia él”. Por otra parte, también P. Decharme, lo califica como “bello Endimión”. 167 Loc. cit., pp. 133-134. 165 MENU SALIR 79 aquella forma humana una belleza divina. Y cae en pleno éxtasis. Después, temiendo verse sorprendida por el seductor durmiente, cuando éste despertara, se retira lenta y discretamente, con el alma impresionada por la inolvidable visión de aquel insospechado mancebo que poseía la gentileza, la gracia delicada de las vírgenes y el vigor de un valeroso efebo”168. Lo confirman otro muchos, como R. Graves: “Endimión era el hermoso hijo de Zeus y de la ninfa Cálice”169; F. Guirand: “Lo vio Selene, y, cautivada por su hermosura, se aprovechó de su sueño para robarle un beso”170; P. Grimal: “Endimión, al que se representa entonces como un joven pastor de gran hermosura...”171; H.J. Rose: “Endimión, el más hermoso de los hombres...”172; A. Ruiz de Elvira; “Endimión, de quien, por su extraordinaria belleza, se enamora la Luna...”173; C. Falcón y otros: “En su leyenda más caracterizada, sin embargo, es Endimión un pastor de gran belleza que inspiró un profundo amor a Selene”174. De este modo, no nos cabe ninguna duda de la hermosura del joven pastor, que inspiró el amor en la diosa Selene. Además, si queremos conocer mejor el aspecto físico de Endimión podemos acudir, entre los modernos, a J.F.M. Nöell, que aclara de forma gráfica: “Endimión ha sido objeto muchas veces de los pintores y poetas: mas entre los primeros, dudo que alguno lo haya pintado tan poéticamente como M. Girodet, cuyos talentos han justificado este ensayo de la mayor perfección. Endimión, casi desnudo y de una hermosura ideal, duerme en 168 Figuras y leyendas mitológicas, Barcelona, Edit. Juventud, 19412, p. 100. Loc. cit., p. 259. 170 Loc. cit., p. 200. 171 Loc. cit., p. 155. 172 Loc. cit., p. 255. 173 Loc. cit., p. 315. 169 MENU SALIR 80 un bosque: el Amor, disfrazado de Céfiro, pero que a pesar de su disfraz se deja conocer por sus alas de mariposa y por su aire maligno, aparta las ramas y por el intervalo que deja abierto viene un rayo de luna donde respira todo el calor de la pasión, a extinguirse sobre la boca del hermoso dormido. El reflejo de la Luna, y el color de los objetos y del cuerpo del mismo Endimión, no dejan ninguna duda sobre la hora de la noche en que pasa la acción, y sobre la presencia de la diosa”175. Por su parte, V. Gebhardt recoge también representaciones que se han hecho de este mito: “En muchos bajorrelieves y antiguas pinturas viene representada esta escena: Endimión duerme en brazos de Morfeo, y Selene, guiada por el Amor, baja de un carro para contemplarle. Asunto es éste que figura en varios sarcófagos, y en ellos vese casi siempre al niño alado, símbolo que significaba el sueño y también la muerte”176. Pero no solamente tenemos abundancia de noticias relativas a la belleza de Endimión. También se comenta profusamente la hermosura de su amada, la Luna, e incluso P. Decharme aclara a qué se debía: “La belleza de la Luna, que debe a la pureza del cielo de Grecia un resplandor muy claro, era celebrada en las tradiciones mitológicas que contaban los amores de Selene”177. Dicho esto, podemos entrar de lleno en la relación amorosa que mantuvieron Endimión y Selene. De todos modos, ya se han ido apuntando muchos datos a lo largo de estas páginas por los que nos hemos ido dando cuenta del modo en que se desarrolla este mito, como 174 Loc. cit., p. 205. Loc. cit., p. 510. 176 Loc. cit., p. 134. En esta misma edición de V. Gebhardt se recoge una ilustración en que aparece explícitamente todo lo descrito. 175 MENU SALIR 81 es el de que Selene se enamorara de Endimión por su extraordinaria belleza. Recordemos: “Prendada la luna de su hermosura...”178. Algunos humanistas como G. Boccaccio nos informan de los comienzos de estos amores: “Cuentan también que fue amada por el pastor Endimión quien dicen que, en un primer momento rechazado por ella, finalmente, después de haber guardado como pastor sus blancos rebaños, fue recibido en su favor”179. Posteriormente, el renacentista J. Pérez de Moya nos relata los inicios de dichos amores cuando explica que “decir que Endimión al principio le desechó cierto tiempo la Luna, esto es que Endimión comenzó esta especulación, y dejóla por algunos días, y así no le amaría la Luna. Decir que después que apacentó los ganados blancos de la Luna, le volvió a querer bien...”180. De todos modos, como es evidente, y como recoge ya en época moderna Mme. de Renneville, “como divinidad del cielo, Diana no pudo defender su corazón de los encantos de Endimión”181. Tal atracción sentía la Luna hacia el joven pastor, tal era su pasión, que parece ser que bajaba cada noche para poder besarlo182. La relación se establece entre ellos: “La púdica diosa183 no deja ni una 177 Loc. cit., p. 246. J.F.M. Nöell, loc. cit., p. 510. 179 Loc. cit., p. 244. 180 Loc. cit., p. 286. 181 Loc. cit., p. 130. 182 “Que volvió tanto en su amor [la Luna] que le descendía a besar”, J. Pérez de Moya, loc. cit., p. 286. También recogen esta opinión mitógrafos más modernos, como M. Chompré: “Diana lo amó más tarde, y no atreviéndose a verlo durante el día, abandonaba el cielo todas las noches para visitarlo”, loc. cit., p. 145. Ya en nuestro tiempo, F. Guirand afirma: “Sea de ello lo que fuere [de la causa del sueño de Endimión], lo cierto es que la fiel Selene bajaba invariablemente cada noche a contemplar en silencio a su dormido amante. Así, los amistosos rayos de la luna vienen cotidianamente a acariciar el sueño de los humanos”, loc. cit., p. 200. 183 Son de todos conocidas las cualidades de castidad y ausencia de sentimientos pasionales que se le atribuyen a la Luna/Diana. Recordemos cómo ya Fray Luis de León traduce la Égloga IV de Virgilio de este modo: “Tú, Luna casta, llena de alegría”, en Poesías completas..., ed. de C. Cuevas, Madrid, Castalia, 1998, 178 MENU SALIR 82 noche de efectuar esa visita, que realiza con inefable ilusión. Cautivante peregrinaje que no tiene otro objeto, para ella, que el de contemplar una imagen. Todo su ser se conmueve con una alegría intensa. Su corazón, antes insensible, palpita fuertemente, inspirado por una emoción insospechada. Y cuando Endimión despierta de su largo sueño, la diosa, definitivamente presa en las redes de Cupido, olvida sus juramentos y declara su amor. No pudiendo elevar un simple mortal al rango de divinidad, Diana se conforma a descender hasta él”184. De esta manera se desarrollaron los acontecimientos, e incluso se ha comentado ampliamente el hecho de que los dos amantes tuvieran su propia descendencia185. Entre los mitógrafos renacentistas vierten sus opiniones al respecto algunos como N. Conti: [Endimión], “según escribe Pausanias en Los primeros asuntos de la Élide (V 1, 4), fue amado por la Luna, de la que cuentan las fábulas que tuvo cincuenta p. 208. Pérez de Montalbán en su Para todos explica los motivos de su frialdad al decir que cuentan de Diana “que hallándose presente al parto de su hermano Apolo y viendo el grande peligro que había tenido su madre Latona (porque como dicen Galeno y Avicena, y lo traen Mercado, Peramato y Andreas Laurencio, para dar lugar a que salga a luz la criatura es menester romperse aquellas ligaduras con que están atadas las pares y juntamente desquiciarse las puertas de la matriz tanto que se vienen a estirar y relajar los huesos, y aquella dilatación o extensión causa tan grandes dolores que algunas veces quita sin remedio de la vida), pidió a Júpiter la concediese el don de virginidad, o por no verse en otro tanto, o porque sabía que quien se casa compra a caro precio su servidumbre, y a veces su esclavitud, como dio a entender el padre maestro Hortensio Félix Paravicino en la oración funeral que hizo a la muerte de la reina y señora nuestra que fue doña Margarita de Austria (por señas que le obligó la obediencia forzosa de un mandato superior a escribirla en un día, estudiarla en otro y fiarla a la lengua en el siguiente, si bien lo acertado de la acción disimuló tanto la priesa con que se hizo, que pareció estudio de muchos años), o fue, finalmente, porque su inclinación era huir de los hombres, como lo hizo retirándose a las selvas donde su padre (así lo refiere Claudiano), viendo el justo y casto intento que tenía, la dio cincuenta doncellas que la sirviesen. Por lo cual de allí adelante Cartario, Textor, Horacio, Juvenal y Ovidio la pintaron en hábito de cazadora”, loc. cit., pp. 517-518. M. Bergier, por su parte, aclara que “aunque los poetas hayan representado generalmente a Diana como una divinidad celosa de su pudor, no han dejado de atribuirle por eso aventuras nocturnas con un cierto Endimión, pastor de Caria, que había sido condenado a dormir durante treinta años”, L’origine des dieux du paganisme, et le sens des fables découvert par une explication suivie des poësies d’Hésiode, 2 tomos, Paris, Humblot, M.DCC.LXXIV, t. II, p. 278. 184 185 Lo mismo afirma E. Genest, op. cit., p. 101. Aunque, no olvidemos que con otros amores ambos ya tuvieron hijos, como se ha señalado anteriormente. MENU SALIR 83 hijas, si bien otros dicen que él tuvo sólo tres hijos, a saber, Peón, Epeo y Etolo, y una hija, Eurídice” 186; o J. Pérez de Moya: “Decir que tuvo en ella tres hijas, o cincuenta...”187. Y el franciscano barroco B. de Vitoria señala que “vino a tener de ella cincuenta hijas: aunque algunos dicen que no fueron más de tres”188. Entre los modernos también se recogen opiniones al respecto, casi todas, como es lógico, a zaga de las de los antiguos. M. Chompré solamente dice que tuvo varios hijos189; J.F.M. Nöell: “Y tuvo de él cincuenta hijas y un hijo llamado Etolo”190; H. Steuding detalla algo más, al decir: “Según la concepción de los eleos, nacieron de los dos cincuenta hijas, los símbolos de los cincuenta meses del ciclo de las fiestas olímpicas191; E. Genest sigue a Pausanias al decir: “Y, según afirma Pausanias, le obsequió nada menos que con cincuenta hijas, sin contar con Etolo, que fue varón”192; R. Graves: “También tuvo cincuenta hijas con Selene, quien se había enamorado de él desesperadamente”193; otros como F. Guirand, P. Grimal, A. Ruiz de Elvira194 y C. Falcón repiten la noticia sin aportar novedades195. Además, P. Decharme 186 Loc. cit., p. 255. Loc. cit., p. 287; aunque antes, el mismo Pérez de Moya también duda sobre si fueron tres hijas o cincuenta: “Que volvió tanto en su amor que le descendía a besar, y tener de ella cincuenta hijas, aunque algunos dicen que fueron solas tres”, loc. cit., p. 286. 188 Loc. cit., p. 355. 189 “Diana lo amó más tarde, y no atreviéndose a verlo durante el día, abandonaba el cielo todas las noches para visitarlo, y tuvo de él varios hijos”, loc. cit., p. 145. 190 Loc. cit., p. 510. Hay que hacer hincapié en cómo difiere esta noticia aportada por J.F.M. Nöell de la común, a la que ya nos hemos referido con anterioridad, según la cual Etolo era hijo de Endimión, pero con una náyade, o según otros con Ifianasa, que recibía diversos nombres, pero no con la Luna. 191 H. Steuding, loc. cit., p. 97. 192 Loc. cit., p. 101. 193 Loc. cit., p. 259. Sigue a Apolodoro, i. 7. 5-6 y a Pausanias, v. 8. 1 y 1. 2. 194 Éste, lo único que aclara como novedad es que son hijas “innominadas”, loc. cit., pp. 44-45. 195 F. Guirand: “De su unión con Selene nacieron cincuenta hijas”, loc. cit., p. 200. P. Grimal: “Dícese que Endimión dio cincuenta hijas a su amante [la Luna]”, loc. cit., p. 156. A. Ruiz de Elvira: “Antes de obtener este don [el perpetuo sueño] engendra Endimión en la Luna cincuenta hijas”, loc. cit., p. 315. Y en páginas 187 MENU SALIR 84 escribe, intentando dar una explicación natural de este aspecto del mito: “Al igual que en la leyenda de Elis, las cincuenta hijas de Endimión y de Selene (del sol poniente y de la luna) no son otra cosa que las cincuenta lunas que se sucedían entre cada una de las fiestas de Olimpia”196. 2.4. El “officium” de Endimión En este punto, tampoco se muestran concordes los mitógrafos. Al joven, amado –¿y amante?– de la Luna, se le han atribuido distintos oficios y ocupaciones. Podemos recoger en primer lugar las palabras de aquellos que pensaban que era un pastor. De esta manera, el humanista G. Boccaccio escribe que “cuentan también que [la Luna] fue amada por el pastor Endimión”197. El renacentista J. Pérez de Moya señala, siguiendo para ello a Plinio: “Amar Endimión a la Luna, como dice Plinio, y ser desechado della, hasta que Endimión guardó treinta años los ganados de la Luna...”198. B. de Vitoria explica por su parte que “después le sirvió él de pastor, guardándole sus ganados treinta años: y en esto le vino a granjear la voluntad, de suerte que ella bajaba cuando él estaba dormido, y le besaba, y se regalaba con él”199. Tan conocida es esta dedicación de anteriores, el mismo A. Ruiz de Elvira puntualiza que la descendencia de la Luna “está formada por cincuenta hijas innominadas, que tuvo de sus amores con Endimión”, loc. cit., pp. 44-45. C. Falcón y otros: “Selene, todas las noches, se acostaba dulcemente junto a Endimión, que, según algunos, le dio cincuenta hijas”, loc. cit., p. 205. 196 Loc. cit., p. 511. 197 Loc. cit., p. 244. (Las cursivas son mías). 198 Loc. cit., pp. 285-286. 199 Loc. cit., pp. 354-355. MENU SALIR 85 Endimión que F. de Herrera escribe lo siguiente: “Pastor: perífrasis de Endimión”200. Ya entre los mitógrafos modernos admiten casi todos que Endimión fue un pastor. Así piensan, entre otros, M. Chompré, P. Decharme, V. Gebhardt, H. Steuding, C. Falcón y otros...201. Pero, al revisar en detalle sus opiniones, vemos que J.F.M. Nöell dice: “Según otros Endimión fue, no un pastor de Caria, sino el duodécimo rey de Élida”202. Es por esto por lo que se deben consultar las opiniones de los mitógrafos a los que Nöell y sus coetáneos siguen para escribir sus tratados sobre mitología. Así, recurrimos a Apolodoro, que en Biblioteca, I, 7, 5 aclara: “De Cálice y Aetlio nació un hijo, Endimión, quien con eolios sacados de Tesalia fundó Élide”. Posteriormente son muchos los mitógrafos modernos que se hacen eco de la realeza de Endimión. De esta manera, Mme. de Renneville subraya que “los mitólogos dicen que Endimión fue un rey de Élida, que se retiraba habitualmente a una gruta de Latma203, monte de Caria, donde estaba la ciudad de Heraclea, y la luna acudía a ese lugar”204. V. Gebhardt incluso señala “las dotes de justicia que mostrara 200 Obras de Garcilaso de la Vega. Con Anotaciones de Fernando de Herrera [1580], ed. facsimilar. Prólogo de A. Gallego Morell, Madrid, C.S.I.C., 1973, p. 442. 201 M. Chompré: “Endimión, pastor de la Caria...”, loc. cit., p. 145. P. Decharme: “A veces es un joven pastor...”, loc. cit., p. 246. V. Gebhardt: “Según unas [tradiciones] fue un pastor”, loc. cit., p. 133. H. Steuding: “... según la leyenda caria, por el contrario, el cazador y pastor Endimión dormía en una gruta de las montañas de Latmos”, loc. cit., p. 97. C. Falcón y otros: “En su leyenda más caracterizada, sin embargo, es Endimión un pastor de gran belleza que inspiró un profundo amor a Selene”, loc. cit., p. 205. 202 Loc. cit., p. 510. Nöell es uno de los pocos mitógrafos modernos que alude a los que niegan a Endimión la condición de pastor. La mayoría piensa que, además de este oficio, desempeñó otros que vamos a enumerar a continuación en el texto de la tesis. 203 Nótese cómo Mme. de Renneville habla de “Latma”, y no “Latmo”, como es habitual. 204 Loc. cit., p. 131. MENU SALIR 86 al regir los destinos del Élida...”205. Parecidas noticias recogen también F. Guirand, P. Grimal o A. Ruiz de Elvira206. Otros determinan el modo en que consiguió Endimión el trono de Élida, como R. Graves: “Que expulsó Endimión a Climeno del reino de Élide...”207, o C. Falcón y otros, que también recogen que “reinó en Élide después de haber destronado a Climeno”208. Por otro lado, nos consta que Epeo fue el sucesor de su padre, Endimión, en el trono de la Élide, como subraya A. Ruiz de Elvira, siguiendo para ello a Pausanias209. También C. Falcón y otros insisten en su Diccionario de mitología clásica al respecto: “Le sucedió en el trono su hijo Epeo, quizá porque en una carrera corrió más deprisa que sus hermanos Peón y Etolo, condición que habría puesto su padre al morir”210. Pero aún hay otros criterios y posibilidades a la hora de determinar cuál fue el officium al que se dedicaba Endimión. Siguiendo al renacentista R. Textor –que se apoya a su vez en Valerio Flaco–, leemos que fue también cazador: “Endymiona pastorem poetae dicunt quandoque in monte Lathmo vacasse consectandis feris (Val. Flac. lib. 8. 205 Loc. cit., p. 133. F. Guirand: “En Élide se decía que Endimión era un rey del país”, loc. cit., p. 200. P. Grimal: “Había conducido a los eolios de Tesalia a Élide y reinaba sobre ellos”, loc. cit., p. 155. A. Ruiz de Elvira: “... de Endimión, el fundador de Elis...”, loc. cit., p. 308. 207 Loc. cit., p. 259. Según A. Ruiz de Elvira: “Va a establecerse [Endimión] en la Élide, conduciendo allí a un grupo de tesalios (eolios en el sentido de haber sido, ellos o sus padres o abuelos, súbditos de Eolo)”, loc. cit., p. 315. 208 Loc. cit., p. 205. 209 “Epeo, sucesor de su padre en el trono de Elis (por haber ganado una carrera en Olimpia, carrera cuyo vencedor sería el sucesor de Endimión por designio de éste; Pausanias V, 1, 4)”, A. Ruiz de Elvira, loc. cit., p. 315. 210 Loc. cit., p. 205. 206 MENU SALIR 87 Argon.). Lathmius aestiva residet venator in umbra, / Dignus amore deae211. También F. de Herrera se hace eco, siguiendo a la fuente que acabamos de citar, de la dedicación a la caza del joven protagonista de la fábula que tratamos, y señala que “Valerio Flaco [le] llama cazador en el lib. 8”212. Posteriormente B. de Vitoria sigue a la vez a R. Textor –y a Ovidio– al escribir que “fue Endimión famoso cazador: y así le puso Textor en el número de los cazadores, y Valerio Flaco en el Argonauta. Lathmius aestiva residet venator in umbra Dignus amore Deae. En fresca sombra reposa Latmio, bello cazador, Que su regalado amor Fue digno de tan gran Diosa. También Ovidio, en el libro segundo de Arte Amandi, tocó esta fábula de Endimión. In Venerem Anchyses, in Lunam Lathmius heros”213. 211 “A veces –traducimos nosotros– los poetas dicen que el pastor Endimión se dedicaba en el monte Latmo a cazar fieras. Val. Flac., en el libro 8 de los Argonautas, escribe: El cazador latmio habita en la sombra veraniega, / siendo digno del amor de la diosa”, Ravisio Textor, loc. cit., p. 357. 212 Loc. cit., p. 442. Además, en esta página y la siguiente nos ofrece más detalles: “Unos piensan que fue cazador, y cazaba de noche a la lumbre de la Luna, porque en aquel tiempo salen las fieras al pasto; y descansaba de día en la cueva, de suerte que pensaban los hombres que dormía perpetuamente”. 213 Loc. cit., p. 357. La última cita de Ovidio, traducida al castellano, diría: “Para Venus, el héroe fue Anquises; para la Luna, Endimión” (traducción mía). MENU SALIR 88 Por otra parte, los modernos dudan también sobre si fue Endimión realmente cazador, como V. Decharme al decir que “a veces es un joven pastor o un cazador”214. Otros, como H. Steuding, creen que se dedicó a ambas tareas: “Según la leyenda caria, por el contrario, el cazador y pastor Endimión dormía en una gruta de las montañas de Latmos”215. F. Guirand cree igualmente que era un pastor que se dedicaba a la caza: “Y según la tradición caria, Endimión era un joven príncipe que, encontrándose un día de caza...”216. Por otro lado, no podemos dejar de reseñar la existencia de invenciones poéticas relacionadas con Endimión cazador. Es el caso de la “Égloga venatoria” de F. de Herrera, en la que el poeta dedica los diecinueve primeros versos del poema a una alusión interesante a Endimión. En ella dice que si Diana (la Luna) quiere conquistar el amor de este hermoso joven, lo retire del monte Latmo, donde está cazando la amada del poeta, Clearista; el argumento es que, si no lo hace así, Endimión no podrá resistirse ante la belleza de Clearista, enamorándose de ella y dejando para siempre sin esperanza a Diana. Se trata de una ponderación poética de la belleza de Diana, que podría ganar el amor de Endimión, con tal de no competir con Clearista, que es aún más hermosa que ella. Estamos, pues, no ante un pasaje poético que añada nada al mito de Endimión, pastor de Latmo, sino ante una amplificatio que utiliza el mito de Endimión para ponderar hiperbólicamente la belleza de 214 Loc. cit., p. 246. Loc. cit., p. 97. 216 Loc. cit., p. 200. 215 MENU SALIR 89 esta cazadora, creada por Herrera como protagonista de su famosa “Égloga venatoria”217 Pero, las opiniones que tenemos sobre los officia de Endimión no se reducen a las anteriores. Así, el italiano G. Boccaccio, citando a Fulgencio, piensa que fue un astrónomo218. Además, posteriormente, N. Conti escribe: “Otros dicen que Endimión fue el primero que descubrió la investigación de las cosas celestes”219. De nuevo F. de Herrera nos ofrece noticias a este respecto al explicar que “fue el primero que inquirió y buscó la ciencia de los meteoros. Y dicen que para ello le dio ocasión la iluminación y el movimiento de la Luna. Y porque de noche se ejercitaba en este estudio, no dormía; pero entregábase de día al sueño. Así dice el intérprete de Arato, que fingen que lo amó la Luna, porque fue el primero que halló su curso, investigando la causa de él y sus varios rostros con atentísima consideración en el monte Ladmo de Caria; de donde se dijo de él que fue deleite y regalo de la Luna, y que durmió profundísimo sueño muchos años; porque en toda su vida no estudió, ni atendió a otra cosa, sino a aquella observación, como trae Náseas en el primer libro de Europa”220. Posteriormente, J.F.M. Nöell propone que éste fuera el origen de la fábula de Diana, ya que “arrojado [Endimión] de su trono, se retiró al monte Latmos, donde el estudio que hizo de los cuerpos celestes dio 217 Vid. el texto de dicha égloga en la edición de C. Cuevas de la Poesía castellana original completa de Fernando de Herrera, Madrid, Cátedra, 1985, pp. 445-449. 218 “O de otro modo. Dice el mismo Fulgencio que este Endimión fue el primero que encontró la explicación del curso de la Luna”, loc. cit., p. 245. 219 Loc. cit., p. 256. 220 Loc. cit., p. 443. MENU SALIR 90 margen a la fábula de Diana”221. Su contemporáneo F. Llorente reafirma lo anterior cuando señala que “se cree que éste era un grande astrólogo que observaba mucho su curso, y de aquí dimanó la fábula”222. 2.5. Versiones del pastor de Latmo Sobre el tema de la suerte final que corre Endimión existen de nuevo versiones muy distintas. Si consultamos a Hesíodo en sus Fragmentos 245 y 260 leemos: “Pero en las Grandes Eeas se dice que Endimión fue llevado por Zeus al cielo, que enamorado de Hera fue engañado con la imagen de una nube, y que arrojado del cielo a causa de su amor, fue a parar a las profundidades del Hades”223. Y más adelante: “Hesíodo dice que Endimión era hijo de Aetlio, hijo de Zeus y de Cálice, y que había recibido de Zeus el don de ser despensero de su propia muerte cuando quisiera morir”224. Además, siguiendo con los mitógrafos antiguos, Apolodoro opina de la siguiente forma: “Por su extraordinaria belleza, Selene se enamoró de él, y Zeus le concedió lo que quisiera. Él eligió dormir por siempre, joven e inmortal”225. N. Conti supone que esa suerte final lo habría llevado sucesivamente al cielo y al infierno, explicando que “se dice también que 221 Loc. cit., p. 510. Compendio elemental de la mitología para la mejor inteligencia de toda especie de libros que maneja la juventud estudiosa, Lima, Casa de los Sres. Calleja, Ojea y Comª., 1847, p. 77. 223 Escolio a Apolonio de Rodas, IV, 58 (traducción citada). 224 Ib. (misma traducción). 225 Biblioteca, I, 7, 5. M. Rodríguez de Sepúlveda, en su ed. de la Biblioteca de Apolodoro, añade la siguiente nota a este punto: “Endimión había recibido la potestad de decidir el momento de su muerte; llevado al cielo se enamoró de Hera y fue engañado con la imagen de la diosa en una nube; en otras versiones, ante la cólera de Zeus, obtuvo el sueño eterno, en otras en cambio fue arrojado al Hades. Cf. Escolio a Apolonio de Rodas, IV, 58; Hesíodo, Fragmentos 245 y 260. En otros autores como Apolonio de Rodas IV, 57 ss. y Cicerón, Cuestiones Tusculanas I, 38 (92), el sueño de Endimión lo provocó la propia Luna (Selene) para poder besarlo”. 222 MENU SALIR 91 Júpiter acogió en el cielo a éste, a quien por haber intentado violar a Juno, precipitó a los infiernos tras ser engañado con una falsa imagen ante sí”226. También F. de Herrera se ocupa de recoger la suerte final de Endimión, ofreciéndonos un abanico amplio de posibilidades: “Júpiter le dio poder de elegir lo que quisiese, y él pidió inmortal juventud con perpetuo sueño. Escribe Hesíodo que fue llevado por Júpiter al cielo, y encendido en amor de Juno, fue engañado con un ídolo hecho de una nube, y arrojado del cielo, cayó en la región inferior. Epiménides tiene que habitando entre los dioses, se enamoró perdidamente de Juno, y enojándose Júpiter de ello, le pidió que le concediese sueño perpetuo. Íbico trae que fue señor de Elis, y algunos afirman que fue colocado entre los dioses por su gran justicia, y que pidió a Júpiter perpetuo sueño”227 Por su parte, B. de Vitoria también nos aporta noticias sobre estos aspectos: “Algunos quisieron decir que éste fue rey de Elis en el Peloponeso, y que por su gran rectitud y justicia fue llevado al cielo: sea por esto o por gusto de Júpiter, él fue allá según la opinión de Hesíodo, y aficcionado a la beldad de Juno, pretendió sus amores: y para engañarle, le pusieron una figura, o musaraña, que era retrato de la misma diosa, muy al vivo. Otros dicen que fue una nube, que representaba a Juno, para que fuese el cebo de su sensual apetito: y como procurase ejecutarlo, le precipitaron en el infierno”228. 226 Loc. cit., p. 255. R. Mª. Iglesias Montiel y Mª.C. Álvarez Morán en su ed. de 1998 añaden una apreciación a estas afirmaciones de Conti al decir: “Como se ve es algo semejante a lo que le ocurre a Ixión”. 227 Loc. cit., p. 442. 228 Loc. cit., p. 354. MENU SALIR 92 Como es lógico, también los mitógrafos modernos tratan en sus páginas sobre la suerte final del protagonista de este mito. Es el caso, por ejemplo, de J.F.M. Nöell229, o de R. Graves230. Este último comenta el hecho de que fuera enterrado en Olimpia. En este aspecto coincidirán y proporcionarán más detalles otros mitógrafos anteriores, como N. Conti: “Que éste murió y está sepultado en su territorio lo atestiguaron los eleos, quienes erigieron en su honor un importante sepulcro”231. Ya en el siglo XX, R. Graves sigue recogiendo la opinión de que fue enterrado en Olimpia232. Del mismo modo, F. Guirand explica que “en Élide se decía que Endimión era un rey del país, cuya tumba se mostraba en Olimpia”233. Pero, en lo que encontramos un mayor número de noticias y acuerdo con respecto a la suerte final de Endimión es en que nuestro personaje cayó en lo que se viene a llamar un “sueño perpetuo”234. Así, si consultamos a los distintos mitógrafos, siguiendo como hasta ahora un orden cronológico en el que primero citaremos a los más antiguos, de los que irán bebiendo los posteriores, comprobaremos la gran importancia que tiene el tema del sueño en la fase final de este mito. Así, ya Apolonio de Rodas opinaba que “por su extraordinaria belleza, Selene se enamoró de él, y Zeus le concedió lo que quisiera. Él eligió dormir por 229 “Se dice que durante este sueño, prendada la Luna de su hermosura, venía a visitarle todas las noches en una cueva del monte Latmos, y tuvo de él cincuenta hijas y un hijo llamado Etolo: después de lo cual Endimión fue admitido en el Olimpo”, loc. cit., p. 510. 230 “Sea como fuere, nunca se ha hecho ni un día más viejo y conserva en las mejillas la lozanía de la juventud. Pero otros dicen que está enterrado en Olimpia, donde sus cuatro hijos corrieron una carrera por el trono vacante, carrera que ganó Epeo”, loc. cit., p. 259. 231 Loc. cit., p. 256. 232 “Pero otros dicen que está enterrado en Olimpia”, loc. cit., p. 259. 233 Loc. cit., p. 200. MENU SALIR 93 siempre, joven e inmortal”235. Todavía el humanista G. Boccaccio se hace eco de este aspecto al escribir: “Sin embargo dice Tulio [Tusc., I, 38, 92] que él se había dormido en el Latmo o Latmio, monte de Jonia, y que en sueños fue besado por la Luna”236. N. Conti, por su parte, señala que “Teócrito consideró feliz a Endimión porque podía dormir siempre y no sentir molestia alguna, cuando escribe así en la Égloga III (49-50): Envidio al que duerme el sueño sin retorno, a Endimión...”237. Un punto fundamental en el que hay que reparar a la hora de comentar el tema del sueño del pastor amado por la Luna es el de las causas que lo provocaron. Ya Apolodoro explicó que “por su extraordinaria belleza, Selene se enamoró de él, y Zeus le concedió lo que quisiera. Él eligió dormir por siempre, joven e inmortal”238 B. de Vitoria propone: “Muy bien le pagó ella este amor, pues dice Cartario que le pidió a Júpiter que eternamente la dejase gozar de él, y que para eso le diese a él un perpetuo sueño, para que más a su salvo le pudiese gozar ella: y le depositó en el monte Latmio. Así lo dijo S. Fulgencio, obispo de Cártago”239. Muchos mitógrafos modernos recogen las causas que llevaron a Endimión a este sueño. M. Chompré aclara que “habiendo sido sorprendido en compañía de Juno, fue condenado a dormir durante 234 Como dice B. de Vitoria: “Los que tratan esto más piadosamente dicen que fue condenado a perpetuo sueño”, loc. cit., p. 354. 235 Argonáutica, I, 7, 5. 236 Loc. cit., p. 244. 237 Loc. cit., p. 256. 238 Loc. cit., I, 7, 5. Para este punto véase lo dicho anteriormente. 239 Loc. cit., p. 354. Y en la misma página, citando a Apolodoro, añade: “Apolodoro dice, que Júpiter le dio licencia para poder escoger, y elegir lo que él quisiese, y él escogió una perpetua juventud con perpetuo sueño”. MENU SALIR 94 treinta años”240. S. Díez González reafirma esta idea al escribir: “Diana, sin embargo de preciarse mucho de honesta y recatada, tuvo la flaqueza de enamorarse del pastor Endimión, que galanteaba a la diosa Juno, por lo cual Júpiter le condenó a perpetuo sueño”241. También J.F.M. Nöell reincide en esta idea242, aunque ofrece algunas aclaraciones cuando dice: “Algunos escritores refieren que habiéndole Júpiter dejado la elección de pedir lo que más estimase, pidió él poder dormir siempre, sin estar sujeto ni a las incomodidades de la vejez, ni a la muerte”243. Sin embargo, el mismo Nöell, un poco más adelante, citando a un poeta griego, cuyo nombre concreto no especifica, señala: “Según un poeta griego, Endimión fue también muy amado del dios del sueño, quien para tener el placer de ver siempre sus hermosos ojos, le hacía dormir con éstos abiertos”244, con lo que se nos ofrece una nueva opción como motivo de este sueño. Mme. de Renneville vuelve a insistir en que dicho sueño se debió a una condena dictada por Júpiter245. Según P. Decharme todo se debe a una elección del propio Endimión, que no quiere ser mortal246. Por su 240 Loc. cit., p. 145. Loc. cit., p. 253. 242 “... nieto de Júpiter, que lo admitió en el cielo: mas habiendo faltado al respeto que se debía a Juno, fue condenado a un sueño perpetuo, o según otros de treinta años”, loc. cit., p. 510. También E. Genest informa sobre esto al decir: “Diana se informa, pregunta, indaga y sabe por fin que el hermoso pastor Endimión, víctima de la cólera de la severa Juno, fue condenado a dormir treinta años seguidos, sin despertarse”, loc. cit., pp. 99-100. 243 Loc. cit., p. 510. 244 Ib. 245 “Este joven [Endimión] se hizo sospechoso a Júpiter, que le condenó a un sueño perpetuo. La diosa [Selene], conmovida por la desgracia de su favorito, y temiendo aún los funestos efectos de la cólera del dios, ocultó al bello pastor en la cumbre de una montaña”, loc. cit., p. 130. 246 “Habiéndole dado a elegir el dueño de los dioses [Júpiter o Zeus] el género de vida que prefería, Endimión pidió ser inmortal y no envejecer nunca, quedando sumergido en un sueño sin fin”. Para este punto, P. Decharme cita a Apolodoro, I, 7, 5, loc. cit., p. 246. Otros muchos mitógrafos modernos recogen esta opinión. Así, F. Guirand: “Endimión solicitó de Zeus le fuese concedida la inmortalidad y una eterna juventud, a lo que el dios accedió, a condición de que durmiese eternamente”, loc. cit., p. 200. También P. 241 MENU SALIR 95 parte, V. Gebhardt recoge la mayoría de las distintas variantes que estamos exponiendo: “Entregado a profundo sueño en una cueva del monte Latmos, Selene le vio, y de él enamorada, bajaba a besarle y reposar a su lado. Otras veces es el sueño de Endimión un descanso eterno, ya que hijo de Júpiter, quien le dio a escoger la clase de vida que más le agradase, pidió y alcanzó la facultad de dormir eternamente sin envejecer ni morir. Contaban otros que Júpiter sintió tal afecto hacia él por las dotes de justicia que mostrara al regir los destinos de Élida, que le acogió en el cielo; que una vez allí enamoróse de Juno, y que entonces el divino esposo le condenó a perpetuo sueño”247. E. Genest da cuenta de que “Diana se informa, pregunta, indaga y sabe por fin que el hermoso pastor Endimión, víctima de la cólera de la severa Juno, fue condenado a dormir treinta años seguidos, sin despertarse”248. F. Guirand dice que “según otra tradición, este sueño eterno era como un castigo infligido por Zeus a Endimión porque, una vez admitido en el Olimpo, se atrevió a aspirar al amor de Hera”249. H. J. Rose da una nueva opción introduciendo a un inopinado personaje –Hipno– como protagonista de los hechos: “La declaración de que Hipno [el Sueño] amó a Endimión e hizo que éste durmiera siempre con sus hermosos ojos abiertos es algo más que el capricho de un literato”250. Y A. Ruiz de Elvira piensa que Grimal: “Habiendo Zeus prometido a Endimión, a petición de Selene, concederle la realización de un deseo, éste escogió el don de dormirse en un sueño eterno, y así quedó dormido, permaneciendo eternamente joven”, loc. cit., pp. 155-156. Y A. Ruiz de Elvira: “... o que Endimión fue divinizado por su justicia, pidió y obtuvo el sueño perenne”, loc. cit., p. 316. 247 Loc. cit., p. 133. 248 Loc. cit., pp. 99-100. 249 Loc. cit., p. 200. 250 Loc. cit., p. 32. MENU SALIR 96 este sueño sin fin lo provocó la propia Luna: “El sueño de Endimión lo ha producido la misma Luna para poder besarlo libremente”251. Vemos, en suma, que no existe una opinión única sobre la causa que hizo dormir tan larga y profundamente Endimión. Así lo recoge H.J. Rose al explicar que “él [Endimión] o bien por su propio deseo, satisfecho por Zeus, o por designio de Selene o por alguna otra razón252, fue sumido en un sueño perpetuo”253. De esta manera, lo que queda claro es que no hay dudas de que ese sueño se produce254. También nuestros mitógrafos más antiguos dan noticia de ello. B. de Vitoria, ya en el siglo XVII, nos ofrece la opinión de Teócrito, “el cual añadió tener envidia al sueño de Endimión. Invideo dulci somno semperque gravate Endimioni. A Endimión le tengo grande envidia, que duerme en dulce sueño noche y día”255. 251 Loc. cit., p. 316. P. Decharme sugiere que el motivo del sueño pudo ser el cansancio tras una larga carrera: “A veces, es un joven pastor o un cazador, que fatigado por una larga carrera se sume en un sueño profundo dentro de una caverna del monte Latmos”, loc. cit., p. 246. 253 Loc. cit., p. 255. Para esta cita, Rose sigue a Apolodoro, I, 56. “Pero –puntualiza– no existe acuerdo acerca de la razón que explique el sueño de Endimión (un castigo por haber deseado a Hera: Epiménides en Escol.; Apolodoro de Rodas, IV, 57, donde se dan una docena de otras versiones, de varios autores, desde Hesíodo hasta los alejandrinos). Véase, además, V. Sybel en Roscher, s.u.”, loc. cit., p. 255. 254 Aunque tampoco se sigue un mismo criterio sobre la duración del mismo, como ya he señalado en citas anteriores. Así lo confirma, por poner un ejemplo, J.F.M. Nöell: “Fue condenado a un sueño perpetuo, o según otros de treinta años”, loc. cit., p. 510. 255 Loc. cit., p. 356. 252 MENU SALIR 97 El mismo mitógrafo franciscano recoge las palabras de Marcial: Quid tibi dormitor proderit Endymion256, y de Tito Strozzi: “También Stroza Pater: Dignata est tenero Luna coire proco”257. Es esta circunstancia del sueño del joven pastor la que aprovecha la Luna, como ya se señaló con anterioridad, para poder llevar a cabo su amor. Sobre este aspecto opina P. Decharme, siguiendo para ello a Teócrito, XX, 37, y Apolonio de Rodas, Schol. IV, 57: “El durmiente es descubierto por Selene, que enamorada de sus encantos, baja hacia él para besarlo y descansar a su lado”258. Parece ser, según recoge R. Graves, que su nombre alude, además del étimon que expusimos en n. 141, a la seducción por parte de la Luna del pastor de Latmo, aunque “los antiguos lo explican como refiriéndose al somnum ei inductum, ‘al sueño impuesto a él”259. Tal ha sido la importancia que ha tenido lo relativo al sueño en este mito, que se han realizado incluso pinturas y esculturas del mismo. P. Decharme apunta que “lo más frecuente es que el sueño de Endimión se represente como un descanso eterno”260 . Y F. Guirand en su Mitología General recoge la lámina en que se aprecia “El sueño de Endimión”, según el cuadro de A.L. Girodet-Troison (1767-1824), que se encuentra en el Museo del Louvre. También habría que recordar el 256 Loc. cit., p. 357. Que significa: ‘¿Qué bien puede reportarte el dormilón Endimión?’ (la traducción es mía). 257 Loc. cit., p. 357. Que significa: ‘La Luna se dignó unirse amorosamente con su tierno pretendiente’ (traducción mía). 258 Loc. cit., p. 246. 259 Loc. cit., p. 260. 260 Loc. cit., p. 246. MENU SALIR 98 antiguo fresco romano en el que Selene visita a Endimión, dormido: éste, según recoge Guirand, se encuentra en la “Casa Grande” de Pompeya261. Por otro lado, es importante destacar en este apartado que, debido al sueño del que estamos hablando, se ha relacionado o confundido a Endimión con otros personajes o historias. Uno de ellos, según M. Chompré, es Epiménides, el célebre filósofo de Creta. “Se dice que éste, habiendo entrado en una caverna, durmió en ella veintisiete años (Plutarco dice cincuenta y Diógenes Laercio cincuenta y siete), y que al salir de allí no conocía a nadie. Algunos poetas lo confunden con Endimión, y dicen de él cosas maravillosas”262. H.J. Rose también hace referencia a esto, añadiendo algo más, al escribir: “Otro paralelismo con respecto al argumento de la Bella durmiente263 podemos encontrarlo no sólo en el sueño de Endimión, sino también en el largo sueño del semihistórico Epiménides de Creta”264. Después de todo lo dicho, es un hecho demostrado el que existen en este mito –como en otros– distintas versiones, tradiciones y explicaciones. Hesíodo en Fragmentos 260 refería que “Endimión, hijo de Aetlio, hijo de Zeus y de Cálice, había recibido de Zeus el don de ser administrador de su propia muerte cuando quisiese morir...”. Sin embargo, Cicerón considera a nuestro pastor como un genio del sueño y de la muerte, y escribe: “El que la hace más leve [a la muerte] la supone muy parecida al sueño, como si nadie consintiera en vivir noventa años, 261 Loc. cit., p. 200. Loc. cit., p. 149. 263 De Ch. Perrault, Cuentos de mi madre la Oca (1697); existen multitud de ediciones y traducciones de este libro. 264 Loc. cit., p. 290. Para hablar sobre Epiménides, Rose cita a Plinio, Naturalis Historia, VII, 175; más referencias en Grote, II, p. 456; Bouché-Lecle, Histoire de la divination, II, p. 99. 262 MENU SALIR 99 viviendo dormido después de los sesenta. Ni los cerdos consentirían en esto. Endimión, si hemos de creer a la fábula, no sé cuándo se quedó dormido en el monte Latmo de Caria, y todavía no se ha despertado. Y ¿crees tú que le importan los besos que le da la Luna en sueños después de haberle adormecido? ¿Cómo se ha de cuidar de esto si no siente nada? Tienes el sueño por una imagen de la muerte, y cada día te entregas a él. Y dudas que en la muerte no haya sentido alguno, siendo así que en tu simulacro no le encuentras”265. Por otra parte podemos recordar las citadas palabras de Fernando de Herrera en las que nos ofrece variantes, ya que, como explica, “la alegoría de esta fábula es en dos maneras; unos piensan que fue cazador, y cazaba de noche a la lumbre de la Luna, porque en aquel tiempo salen las fieras al patio, y descansaba de día en la cueva, de suerte que pensaban los hombres que dormía perpetuamente. Otros afirman que nació esta fábula porque [Endimión] fue el primero que inquirió y buscó la ciencia de los meteoros. Y dicen que para ello le dio ocasión la iluminación y el movimiento de la Luna, y porque de noche se ejercitaba en este estudio, no dormía, pero entregábase de día al sueño. Así dice el intérprete de Arato que fingen que lo amó la Luna, porque fue el primero que halló su curso, investigando la causa de él y 265 Cuestiones Tusculanas, en Obras completas de Marco Tulio Cicerón, versión castellana de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, t. V, Madrid, Luis Navarro, Editor, 1884, p. 41. Podemos encontrar la versión latina en M. Tullii Ciceronis Opera, t. VIII, ed. de J.N. Lallemand, Parisiis, apud Saillant-Desaint, Barbou, MDCCLXVIII, p. 333: Quam [mortem] qui leviorem faciunt, somni similliman vollunt esse: quasi vero quisquam ita nonaginta annos velit vivere, est, quum sexaginta confecerit, reliquos dormiat: ne sues quidem id velint, non modo ipse. Endymion vero, si fabulas audire volumus, nescio quando in Latmo obdormivit, qui est mons Cariae: nondum, opinor, est experrectus: num igitur eum curare censes, quum Luna laboret, a qua consopitus putatur, ut eum dormientem oscularetur? Quid curet autem, qui ne sentit quidem? Habes somnum imaginem mortis, eamque quotidie induis: et dubitas, quin sensus in morte nullus sit, quum in ejus simulacro videas esse nullum sensum? Esta cita de las Cuestiones Tusculanas de Cicerón –1, 38, 92– fue una versión muy repetida en el Siglo de Oro. Así, F. de Herrera en sus Anotaciones se refiere a ella del siguiente modo: MENU SALIR 100 sus varios rostros con atentísima consideración en el monte Latmo de Caria, de donde se dijo de él que fue deleite y regalo de la Luna, y que durmió profundísimo sueño muchos años, porque en toda su vida no estudió ni atendió otra cosa, sino a aquella observación, como trae Náseas en el primer libro de Europa”266. Mucho tiempo después P. Decharme encontraba un nuevo sentido al mito, que él califica de “evidente”. Piensa que, como su nombre indica, Endimión “es aquél que se sumerge en las olas del océano, es decir, el sol poniente; es también aquél que entra en la caverna del monte de Latmos, es decir, el sol que penetra en las sombrías profundidades de la noche. Pero al mismo tiempo que él desaparece, el sol brilla todavía con claro resplandor. Endimión es por lo tanto joven y bello incluso en su sueño, y la Luna que se ha levantado en el horizonte lo contempla con amor, y acaricia su lecho con sus más dulces rayos”267. Más adelante escribe: “Para Preller (Mitología griega, I, 363), Endimión era en Caria un genio de la noche y del sueño de la noche, y por consiguiente del sueño de la muerte”268. V. Gebhardt expresa que “era Endimión objeto de tradiciones varias, inspiradas todas por el mismo poético sentimiento; según unas fue un pastor o un cazador entregado a profundo sueño en una cueva del monte Latmos; Selene le vio, y de él enamorada, bajaba a besarle y reposar a su lado. Otras veces es el sueño “Tulio se acordó de él [Endimión] en la primera Tusculana de este siguiente modo: Endymion vero, si fabulas...”. Cf. en la p. 443 de la edición a la que ya nos hemos referido. 266 Loc. cit., pp. 442-443. 267 Loc. cit., p. 246. Resulta interesante conocer que Decharme añade en nota a pie de página a sus anteriores palabras que “M. Max Müller, cuya interpretación aceptamos nosotros, ha vuelto a dar vida a la poesía de la leyenda de Endimión en varias y bellas páginas de sus Ensayos de mitología comparada (trad. G. Perrot, pp. 102-105)”. 268 Ib., p. 247. MENU SALIR 101 de Endimión un descanso eterno, ya que, hijo de Júpiter, quien le dio a escoger la clase de vida que más le agradase, pidió y alcanzó la facultad de dormir eternamente sin envejecer ni morir. Contaban otros que Júpiter sintió tal afecto hacia él por las dotes de justicia que mostrara al regir los destinos de Élida, que le acogió en el cielo; que una vez allí enamoróse de Juno, y que entonces el divino esposo le condenó en perpetuo sueño. Y cada noche era Endimión visitado por su divina amante, la cual contemplaba en silencioso arrobamiento su interesante hermosura”269. 2.6. El mito como historia deformada Son muchos los que, siguiendo la doctrina de Marsilio Ficino, Pico della Mirandola y otros humanistas italianos, que caminaban a su vez sobre las huellas de Fulgencio, han querido dotar a este mito, lo mismo que ocurre con otros, de una base histórica. De esta manera, N. Conti sugiere: “Investiguemos ahora cuál fue la causa de crear estas ficciones [i.e., los mitos]. Y, en primer lugar, conviene saber que los antiguos imaginaron, para eterno recuerdo de los hombres importantes, muchas cosas que más tarde, revestidas con los adornos de las fábulas, fueron conformadas para la utilidad y cultura de la vida humana. Así, aquellas cosas que se han dicho sobre Endimión fueron inventadas por los antiguos poetas para eterno recuerdo de este varón”270. Por su parte, J. Pérez de Moya advierte: “Es de saber que muchas cosas fingieron los poetas para su pura historia y memoria de algunos varones ilustres, disfrazando sus hazañas con fabulosos ornamentos; y así lo que se dice 269 270 Loc. cit., pp. 133-134. Loc. cit., p. 256. MENU SALIR 102 de Endimión, se dijo para perpetua memoria de la vida de este varón”271. El propio Pérez de Moya aclara más adelante cuál es en concreto, según su parecer, el origen del mito: “Algunos tienen que Endimión fue un pastor que holgaba en apacentar de noche sus ganados, cuando los otros pastores tenían recogidos los suyos, y dormían, y como con esta diligencia engordasen en gran manera, se dio lugar a la fábula”272. Siguiendo esta línea, muchos mitógrafos han escrito sobre el fondo “histórico” de este mito en los diferentes aspectos de los que ya hemos hablado. Así, G. Boccaccio, unos doscientos años antes que Conti, explicaba las razones por las que Endimión amó a la Luna al relatar: “Por su parte, al hecho de que sea amada por el dios de Arcadia puede dársele quizá un significado de tal clase que por el dios de Arcadia se entienda cualquier pastor. Pues los arcadios eran pastores en su mayoría y todos los pastores aman a la Luna, esto es a su luz, porque de ella obtienen la comodidad y por esta razón tenían por costumbre invocarla con sus votos en las selvas, para guardar en la noche más fácilmente a sus rebaños de las asechanzas de las fieras y por esto cuando llegaba brillante le inmolaban en sacrificio una oveja blanca y así decían que había sido cautivada por un vellón de lana blanca”273. 271 Loc. cit., p. 286. Loc. cit., p. 287. 273 Loc. cit., p. 244. Más adelante, en la p. 245, el mismo Boccaccio, aprovechando ideas de S. Fulgencio, (Mit., II, 16), sigue explicando por qué Endimión amó a la Luna, y escribe: “Por otra parte, que fuera amada por Endimión [la Luna] ... pudo ocurrir porque Endimión fue un pastor que, como hacen los pastores, amó la humedad de la noche que destilan los vapores de las estrellas y de la propia Luna sobre los jugos de las hierbas que sirven para reanimar y por ello revierte en la comodidad de los pastores”. Posteriormente, V. Cartari escribe a este respecto, aunque refiriéndose a los motivos reales que llevaron a la Luna a mantener una relación con el hermoso pastor de Latmo: “Y leese también que la Luna no se entregó a Endimión solamente por amor, como también lo hizo con Pan, dios de la Arcadia, como refiere Virgilio, sino por lograr que Endimión le diera un rebaño de preciosas ovejas blancas. Todas estas narraciones son, sin embargo, fábulas, pero tienen una cierta dosis de verdad”. 272 MENU SALIR 103 Por otro lado, también Boccaccio dará motivos “históricos” que expliquen la razón por la que se dice que fue un pastor. De esta forma, leemos en sus páginas: “Pero que antes apacentara los blancos rebaños pienso que fue añadido para que se mostrara la calidad del lugar de su meditación, que estuvo en la cima de aquel monte [i.e., el Latmo] que eligió para poder adueñarse libremente de las elevaciones como desde un lugar sin trabas, y las cimas de los montes y sobre todo las más elevadas la mayoría de las veces suelen estar nevadas y, puesto que observó durante mucho tiempo estas nieves, se le llamó pastor del níveo rebaño”274. Mucho después, ya en pleno Renacimiento, N. Conti sigue dando motivos para que Endimión fuera un pastor, observando que “sin embargo, no se me escapa que hubo otros que creyeron que Endimión fue un pastor, el cual se complacía con el pastoreo nocturno, mientras los demás pastores tenían sus rebaños encerrados en los establos y, al engordar sus rebaños de manera extraordinaria, se dio lugar a la fábula de que la Luna, cautivada por su amor, le había otorgado aquel regalo a la grey de Endimión”275. Como hemos visto, guardan mucha relación los distintos aspectos que encierra este mito. Así, junto a las explicaciones de por qué era pastor, hemos comprobado que también se hacía referencia a su officium de astrónomo. Precisamente sobre esto último, de nuevo Boccaccio propone: “Quien se dedica a sus meditaciones, de hecho no de otro modo que si durmiera, se inmiscuye en obras activas, lo cual se ha dicho acerca de Endimión, porque estando vivo no llevó a cabo otra cosa que prestar 274 Loc. cit., p. 245. Ni que decir tiene que lo de “níveo rebaño” no se refería originariamente a las nieves de los montes, sino a la nívea blancura de las ovejas que Endimión apacentaba. MENU SALIR 104 atención a esta meditación, según testimonia Mnaseas en el libro que escribió sobre Europa. Cosa que yo considero verdad y no haya quien se admire del largo espacio de tiempo, puesto que son muchas cosas a considerar las que versan acerca del curso de la Luna, como hizo patente el venerable Andalo en su Teoría de los planetas”276. Posteriormente, N. Conti, siguiendo a Luciano (Astrología, 18-9), añade que éste [Endimión fue] el primero que enseñó a los mortales el conocimiento científico de la Luna, de la misma manera que Faetón descubrió el curso del Sol, lo que constituyó la causa de por qué se dijo que la Luna lo amó, según atestigua Plinio en el Libro II (6, 43)”277. Siguiendo aún con los renacentistas, J. Pérez de Moya razona: “Y porque para esto [para la Astronomía] había menester muchos tiempos de consideración, por no tener principios de nadie, gastó treinta años en el dicho monte [‘el Latmo’]; y porque para observar esto, era menester velar de noche, por esto dicen que salía de noche”278. Y más adelante, siguiendo claramente a S. Fulgencio, aclara Pérez de Moya que “Endimión ... fue un gran sabio, el cual primero halló el arte y orden del 275 Loc. cit., p. 256. Loc. cit., p. 245. Y en esta misma página sigue resaltando el fondo “histórico” del presente mito en relación con la astrología. Además, aporta sus ideas sobre la simbología del beso. Así, propone desde perspectivas neoplatónicas, magistralmente desarrolladas luego por Bembo en El Cortesano de B. de Castiglione (1528): “Por otra parte, pienso que se creó la ficción de que fue besado por la Luna porque, así como los que aman a una doncella consideran un regalo de amor un beso, así también fue un regalo de esta larga meditación el haber descubierto el curso de la Luna, y así parece que ha recibido un beso de su amor”, ib. 277 Op. cit., p. 256. También escribe: “Otros dicen que Endimión fue el primero que descubrió la investigación de las cosas celestes, asunto al que dio ocasión para la fábula la Luna a causa de tan distintas formas y cambios de luz, dado que él se preocupaba especialmente de ser buen conocedor de ella, quien al dedicarse intensamente a estas consideraciones por la noche no gozaba del sueño, sino que dormía durante el día”, ib. 278 Loc. cit., p. 286. 276 MENU SALIR 105 movimiento de la Luna”279. Por otro lado, el muy documentado B. de Vitoria aclara que “él [Endimión] supo mucho de los varios discursos de la Luna: y dice Plinio en su Historia Natural, que fue Endimión el primero que halló el modo de las crecientes y menguantes de la Luna: y por eso cayó en lenguas de la fama que haya sido su amante”280. Como es lógico, a la vista de las fuentes antiguas, también los mitógrafos modernos hacen referencia al fondo “histórico” que tiene el hecho de que fuera astrónomo. Es el caso, por ejemplo, de S. Díez González y de Mme. de Renneville entre otros281. También postula raíces “históricas” la propuesta de N. Conti de hacer a Endimión cazador: “Pero quienes explicaron el asunto más bien desde el punto de vista de la historia –escribe–, cuentan que se dijo que Endimión dormía eternamente en aquel monte y era amado por la Luna porque, como dormía durante el día, por la noche, tiempo en el que las fieras suelen salir de sus escondrijos, cazaba a la luz de la Luna, y no era visto nunca durante el día”282. Y B. de Vitoria, apoyándose en el Libro VIII y último de la Argonáutica de Valerio Flaco283, llamó a Endimión “cazador”. El mismo título le dio Natal Conti. “Y en esto –concluye el mitógrafo franciscano– los quiso imitar Garcilaso de la Vega en la égloga primera, cuando trató el rigor grande que Diana había tenido en 279 Loc. cit., p. 286. (No confundir con la cita anterior). Loc. cit., p. 354. 281 Díez González: “Por lo cual Júpiter le condenó a perpetuo sueño. Esta fábula nació de que Endimión pasaba las noches en observaciones astronómicas en las montañas”, loc. cit., p. 253. Renneville: “Esta supuesta pasión de la Luna por dicho príncipe se funda probablemente en el gusto de Endimión por la astronomía, lo que le hacía pasar las noches en la cima de una montaña para poder observar mejor el curso de los astros”, loc. cit., p. 131. 282 Loc. cit., p. 256. 280 MENU SALIR 106 no acudir al trance riguroso del peligroso parto de doña Isabel Freyre, que no le costó menos que la vida. El cual dice así hablando con Diana ¿Íbate tanto en perseguir las fieras? ¿Íbate tanto en un pastor dormido? ¿Cosa pudo bastar a tal crueza, Que, conmovida a compasión, oído A los votos y lágrimas no dieras, Por no ver hecha tierra tal belleza?”284 Otro de los temas de los que se ha hablado en este mito como una de las partes centrales, era el del sueño del pastor. Y a este aspecto también se le ha atribuído un fondo “histórico”. Así, G. Boccaccio escribe: “...Y se dice que había dormido durante treinta años porque a juicio de los necios los que se entregan a la meditación duermen, esto es, pierden el tiempo”285. 283 Como es sabido, la Argonáutica de Valerio Flaco (m. h. 90 d. C.) se interrumpe en dicho libro. La obra, ignorada a lo largo de todo el Medievo, fue descubierta en 1416 por Poggio Bracciolini en un manuscrito del Monasterio de S. Gall, y tuvo una amplia resonancia en todo el Renacimiento europeo. 284 Loc. cit., p. 353. La cita de Garcilaso se halla exactamente en los versos 380-385; véase, con sus notas y comentarios correspondientes, en Garcilaso de la Vega. Obra poética y textos en prosa, Ed., pról. y notas de B. Morros, Barcelona, Crítica, 1995, p. 138. 285 Loc. cit., p. 245. Frente a esta teoría, véanse las ideas renacentistas de S. Ignacio de Loyola, Sta. Teresa y S. Juan de la Cruz. Ya en el siglo XVII las expone, en vibrante ataque a los quietistas seguidores de M. de MENU SALIR 107 Molinos, el jesuita P. Pablo Segneri en su Concordia entre la quietud y la fatiga de la oración, trad. Esp. De Madrid, de venta en F. Laso, h. 1704, passim. MENU SALIR 108 III. MARCELO DÍAZ CALLECERRADA Y SU TRATAMIENTO DEL MITO DE ENDIMIÓN MENU SALIR 109 III. MARCELO DÍAZ CALLECERRADA Y SU TRATAMIENTO DEL MITO DE ENDIMIÓN 1. Las supuestas fuentes del “Endimión” de Callecerrada Durante el Barroco los escritores tienden a realizar una imitación temática que no debemos contemplar como un desgaste en su inventiva o una falta de imaginación, sino más bien como una tendencia general que aceptaban, debido, principalmente, a las convenciones y contenciones que señalaban la estética y los gustos de la época. Un siglo antes, en el Renacimiento, durante el Humanismo, no se practica simplemente una actitud erudita o cultural, sino un auténtico movimiento liberador del hombre en todos los órdenes. La asimilación de los clásicos no será pasiva: debe desencadenar un proceso creador, que, partiendo de ellos, los supere. Hay que aclarar que existe una diferencia en el uso de los modelos clásicos entre los escritores renacentistas y barrocos. Para los primeros los modelos clásicos representan belleza, armonía, equilibrio y perfección, además de un estímulo. Cuando realizan un acercamiento a obras clásicas lo hacen con MENU SALIR 110 humildad y veneración, consideránlas como modelos insuperables –en este sentido, la postura de Fernando de Herrera, que consideraba a los clásicos “hombres como nosotros, que pudieron errar y erraron” (ms. 17.553 de la B.N.M., pp. 115-117) es excepcional, y extraordinariamente moderna–. En cambio los barrocos muestran distinta actitud: la de la fe en sí mismos, y en muchos casos incluso en su superioridad –también ahora encontramos la excepción renacentista de fray Luis de León que defendía “que [a] lo antigo / iguala y passa el nuevo / estilo” (Oda XI, 32-34)–. La antigüedad se transforma y moderniza, aunque se produce un desgaste. El poeta se preocupa por convertirla en algo suyo, intentando, además, renovarla e imprimirle rasgos novedosos. Como explica E. Carilla, “esto, en fin, poco o nada tiene que ver con el respeto que, en general, el poeta barroco siente por temas, tópicos, mitología e historia clásica, elementos culturales de una tradición que recibe como bien común y que siente como propios, o, si preferimos, como materia poética transmitida”286. Así, en el siglo XVII nos encontramos con que no se debilitan los temas mitológicos a imitación de los clásicos, sino, más bien al contrario, se produce una intensificación de su tratamiento. Quizá por esto Marcelo Díaz Callecerrada, continuando en la misma línea, centra su interés en la base del argumento del mito de Endimión y la Luna. Nuestra tarea es ahora la de encontrar las fuentes en que se basó antes de adornarla con nuevos detalles que conforman su obra final: el Endimión. En este sentido, J.Mª. de Cossío se refiere al hecho de que “son muchos 286 El Barroco literario hispánico, Buenos Aires, Editorial Nova, 1969, p. 69. MENU SALIR 111 los autores clásicos que aluden a los amores de Endimión y la Luna, mas dado lo diminuto del argumento de esta fábula, cualquiera parece suficiente para servirla de base”287. Por otro lado, Callecerrada no nos explica en las páginas introductorias de su fábula en qué fuentes concretas se ha basado, sino que dice de forma general que “lo que pensaron los antiguos de La Luna y Endimión estendí yo en estos versos porque es fácil añadir a lo inventado”. Es por esto por lo que tenemos que recurrir a la “Aprobación” de Lope de Vega, firmada en los prolegómenos de la edición princeps en Madrid, a 12 de junio de 1627 (s.p.). En ella leemos estas interesantes palabras que debemos analizar con detenimiento: “Diole sujeto Luciano en sus Diálogos, y no se despreció de tratarle Cicerón en el primero libro de sus Disputaciones tusculanas. Ha estendido con elegancia lo que desta materia escrivieron Pausanias, Nisandro y Teócrito”288. La lista de fuentes pretendidamente utilizadas por Marcelo Díaz para su Endimión según Lope de Vega es una pura ficción del Fénix que, como era su costumbre, acude a misceláneas, polianteas o tratados muy 287 Op. cit., p. 390. Como señalamos en otras partes de nuestro trabajo, también Lope de Vega, en el soneto 16 de las Rimas..., ahora de nuevo añadidas con el “Nuevo arte de hazer comedias deste tiempo” (Madrid, A. Martín, 1609), había cantado el tema desarrollado por Callecerrada dieciocho años antes que él. Éste es el texto: “Sentado Endimïón al pie de Atlante, / enamorado de la Luna hermosa, / dijo con triste voz y alma celosa: / En tus mudanzas, ¿quién será constante? / Ya creces en mi fe, ya estás menguante, / ya sales, ya te escondes desdeñosa, / ya te muestras serena, ya llorosa, / ya tu epiciclo ocupas arrogante; / ya los opuestos indios enamoras, / y me dejas muriendo todo el día, / o me vienes a ver con luz escasa. / Oyóle Ciclie, y dijo: ¿Por qué lloras, / pues amas a la Luna, que te enfría? / ¡Ay de quien ama al Sol, que solo abrasa!”. En Lope de Vega, Obras poéticas..., t. I, ed., intr. y notas de J.M. Blecua, cit., pp. 32-33. 288 MENU SALIR 112 manidos para demostrar erudición. En este caso concreto dice en su “Aprobación” de la fábula que su discípulo madrileño se inspiró para hacerla en esos cinco escritores a los que acabamos de referirnos. Pero tales escritores no han sido descubiertos por él, sino que aparecen sin excepción en las Mythologiae de Natal Conti, lib. IV, cap. 8 (cf. ed. de París, A. Sittart, 1582, pp. 332-335). Lope, pues, atribuye a Callecerrada unas fuentes arbitrarias cuyos contenidos se recogen, incluso con más detalle, por parte de otros mitógrafos o poetas antiguos y modernos. Resulta cuando menos curioso que Lope de Vega, al dar noticia de las fuentes del Endimión, aluda sólo a unas pocas antiguas y sólo conocidas por los eruditos, olvidando las que él mismo conoció de primera mano: en primer lugar, el citado N. Conti, y luego, el Teatro de los dioses de la gentilidad de Baltasar de Vitoria (1620). “Este libro – dice Lope en su “Aprobación”–, en que el autor da muestras de gran erudición, faltaba verdaderamente en nuestra lengua: Italia y Francia han reproducido ya varios de este tipo”. Pues bien, el Teatro de los dioses recopila precisamente los manuales anteriores, italianos y franceses: las Officinae de Textor, la Religión de los antiguos romanos de Du Choul; los Emblemas de Alciato y de Valeriano, y las glosas de sus comentadores; en fin, la Mitología de “Natal Comite”, es decir, Conti; y las Imágenes de Cartari289. Fray Baltasar de Vitoria recoge a través de todos estos intermediarios la tradición antigua, ampliada además con todos los aluviones de la Edad Media. 289 En la literatura emblemática es muy rara la presencia del mito de Endimión. En los Emblemata de A. Henkel y A. Schöne sólo aparece una vez, procediendo de los Emblemata de N. Reusner (Frankfurt, 1581). Está ausente, en cambio, de los Emblemas de Andrea Alciato (véase la ed. de S. Sebastián, Madrid, Akal, MENU SALIR 113 Pues bien, como hemos dicho, las noticias de Lope, y por supuesto de Callecerrada, sobre el mito de Endimión y la Luna, no proceden directamente de las fuentes que da el Fénix para aparentar erudición, sino, en primer lugar, de N.Conti –que cita las cinco fuentes alegadas por el Fénix–, y luego del prior del convento de S. Francisco de Salamanca, que cita a Cicerón y Teócrito, y repetidas veces al popular mitógrafo italiano290. Nos reafirmamos en estas ideas al leer la opinión de J.Mª. de Cossío, que desautoriza las fuentes convencionales alegadas por Lope: “El conocido tema [del Endimión], para el que Lope de Vega, en su citada aprobación, da con su proverbial desembarazo, como fuentes a Pausanias, Nicandro y Teócrito, pudo conocerle [sic] Callecerrada por infinitos conductos”291. En efecto, y siguiendo el orden establecido por Lope de Vega, ese quinteto de autores se limitan a decir lo siguiente: Luciano de Samosata en sus Diálogos de los dioses, 19 (11), 1-2, escribe: “AFRODITA.- ¿Qué es eso, Selene, que dicen que haces? ¿Que cada vez que bajas a Caria detienes el carro y te quedas plantada dirigiendo tu mirada a Endimión que duerme al raso, como pastor que es, y que en alguna ocasión bajas a su lado desde la mitad del camino? 1985), lo mismo que de la Enciclopedia de emblemas españoles ilustrados de A. Bernat Vistarini y J.T. Cull, Madrid, Akal, 1999. 290 Véase el mito en Natalis Comitis Mythologiae..., cit., pp. 332-335 (lib. IIII, cap. IX); y en el Teatro de los dioses de la gentilidad, Parte II, lib. V, cap. IIII –“De los amores de la Luna y Endimión”–; en la ed. de Valencia, impr. de B. Nogués, Parte II, 1646, pp. 353-357. 291 Op. cit., p. 390. MENU SALIR 114 SELENE.- Pregunta, Afrodita, a tu hijo, que es para mí el culpable de todo eso. AFRODITA.- ¡Quita!, que es un insolente. ¡Hacerme semejantes faenas a mí, su madre! (...) Pero dime ¿es guapo Endimión? Porque en este caso tu desgracia resulta inexorable. SELENE.- A mí me parece guapísimo, Afrodita, sobre todo cuando extendiendo sobre la piedra la clámide se acuesta sosteniendo en la izquierda los dardos que se le escapan de la mano, en tanto que su diestra ligeramente arqueada en torno a la cabeza, se adapta al rostro; él entonces desmadejado por el sueño, exhala un aliento de ambrosía. Yo entonces bajo sin hacer ruído, caminando de puntillas para no despertarle y que se asuste. Ya sabes, pero... ¿a qué contarte lo que viene después? En una palabra; que me muero de amor”292. También trata Luciano el tema en otros varios diálogos, entre los que podemos destacar el de El parlamento de los dioses, 7-8 (no se confunda con el diálogo que acabamos de citar): 292 En Luciano, Obras, IV, traducción y notas por J.L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992, pp. 285286. Puede verse también este texto en la traducción de C. Vidal y F. Delgado, Obras completas de Luciano. Traducidas directamente del griego con argumentos y notas, t. I, Madrid, Sucesores de Hernando, 1914, pp. 120-121. MENU SALIR 115 “MOMO.- ... Has sido tú, Zeus, el que ha comenzado a realizar estas prácticas indebidas, y el que ha iniciado la corrupción de nuestro cuerpo político cohabitando con mujeres mortales y bajando a visitarlas, en una u otra forma. (...) Desde el momento en que tú, Zeus, has abierto una vez nuestraspuertas a semejante gente y vuelto tu atención a mujeres mortales, todo el mundo te ha imitado, y no sólo el sexo masculino, sino –lo que es más indecente– también las diosas. ¿Quién no conoce en este respecto lo relativo a (...) Endimión (...)?”293. Por otro lado, Cicerón en sus Tusculanarum disputationum, V, I, xxxviii, 92 escribe: “Endimión, si hemos de creer a la fábula, no sé cuándo se quedó dormido en el monte Latmo de Caria, y todavía no se ha despertado. Y ¿crees tú que le importan los besos que le da la Luna en sueños después de haberle adormecido? ¿Cómo se ha de cuidar de esto si no siente nada?”294. Otra de las presuntas fuentes del Endimión de Callecerrada es, según Lope de Vega, Pausanias. Como se ve en los textos que reproduzco, las noticias de éste no tienen relación alguna con el poema 293 Lucian, with an english translation by A.M. Harmon, 8 vols., London-Cambridge (Massachussetts), Loeb Classical Library, MCMLXXII, t. V, pp. 427-428. La traducción es mía. 294 Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Versión castellana de D. M. Menéndez y Pelayo, t. V, Madrid, L. Navarro, 1884, p. 41. También Cicerón en De finibus, V, xx, 25 refiere: “Así pues, ni siquiera si pensamos que vamos a disfrutar de sueños agradabilísimos, querríamos que se nos diera el de Endimión; y si esto acontece, lo juzgaríamos equiparable a la muerte”. La traducción es mía. MENU SALIR 116 español. Lope ha dado el nombre de ese escritor griego sin consultarlo personalmente, eligiéndolo al azar de entre las fuentes en que N. Conti fundamenta su relato del mito. Traduzco estos pasajes del inglés, siguiendo la edición bilingüe – incluye también el texto griego– de la Description of Greece, traducción de W.H.S. Jones y H.A. Ormerod, 4 ts., Harvard University Press-W. Heinemann, t. II (libros III-V), MCMLXXVII. Así: “ [3] Los eleos que conocemos partieron de Caledón y de Etolia en general. Su historia primitiva es como sigue: Según dicen, el primero que llegó a esta tierra [del Peloponeso] fue Aetlio, hijo de Zeus y de Protogenía –la hija de Deucalión– y padre de Endimión. [4] La Luna – afirman– se enamoró de este Endimión y le dio cincuenta hijas. Otros dicen, y es muy probable que con razón, que Endimión casó con Asterodia –aunque otros hablan de Cromia, hija de Itón, hijo de Anfictión; y otros de Hiperipe, hija de Arcas–. En lo que todos están de acuerdo es en que Endimión engendró a Peón, Epeo y Etolo, e incluso a una hija, Eurícida. Endimión envió a sus hijos a Olimpia, a competir en una carrera para disputarse el trono. Venció Epeo y obtuvo el reino, y sus súbditos se llamaron por ello “epeos”. [5] Se dice que, de estos hermanos, Etolo permaneció en su tierra, mientras Peón, afligido por la derrota, se exilió en el lugar más lejano posible, y que la región en que se radicó, más allá del río Axio, se llamó por él “Peonia”. Al morir Endimión, el pueblo de Heraclea, junto a Mileto, no tuvo paz con los eleos. Y así, mientras éstos MENU SALIR 117 enseñaban una tumba de Endimión, el pueblo de Heraclea decía que éste se había retirado al monte Latmo, y le honró levantando un templo en su honor en el propio Latmo. [...] [8] Etolo, que accedió al trono tras Epeo, fue obligado a huir del Peloponeso, porque los hijos de Apis lo acusaron con pruebas de homicidio involuntario, pues Apis, hijo de Jasón, fue arrastrado desde Palantio, en Arcadia, y muerto por el carro de Etolo durante los juegos celebrados en honor de Azan”295. También este escritor griego aclara, como se recoge en las pp. 381385 de la edición citada: “Etolo, hijo de Endimión, dio su nombre a los que vivían alrededor del Aqueloo cuando voló a esa parte de la tierra. Pero el reino de los epeos vino a manos de Eleo, hijo de Euricida –hija de Endimión–, y hay quien cree que de Poseidón. Fue Eleo el que dio a aquella gente el nombre de eleos, en lugar del de epeos que antes tuvieron”. Por otro lado en p. 395, correspondiente a Pausanias, V, iii, 6, leemos: “[Oxilo fue hijo de Hemón, hijo de Toas]. Éste fue el Toas que ayudó a los hijos de Atreo a destruir el imperio de Príamo, y desde Toas a Etolo, hijo de Endimión, hay seis generaciones”. 295 Pausanias, V, i, 3-5 y 8. MENU SALIR 118 En V, viii, 1, 2 continúa Pausanias, pp. 420-421: “Endimión, hijo de Aetlio, destronó a Climeno, y envió a sus hijos a una carrera en Olimpia con el reino [del Peloponeso] como premio. Y aproximadamente una generación tras Endimión, Pelops fundó los juegos en honor de Zeus Olímpico en forma más espléndida que ninguno de sus predecesores”. Pausanias añade otras noticias sobre Endimión en VI, xix, 11 y xx, 9, que nada importante añaden a las que hemos traducido, y que, por supuesto, no tienen relación alguna con el argumento de la fábula de Callecerrada. También interesa señalar que he buscado cuidadosamente en diversas bibliotecas ricas en libros antiguos el nombre de “Nisandro”, que es el que da Lope de Vega. En ninguna aparece como fuente mitográfica. Sí se encuentra, en cambio, bajo la forma “Nicandro”, al que cita repetidas veces N. Conti. Sin embargo, los libros a que éste se refiere –Los asuntos de Etolia y Europa– no existen en ninguna de dichas bibliotecas. En la Nacional de Madrid se encuentran ediciones nicandrianas de Deffinitiones medicae (1578), Alexipharmaca (1549), Theriaca (1530, 1552 y 1557), Theriaca et Alexipharmaca (1614, 1764)296. Ante esta carencia, he optado por dar las noticias de Nicandro sobre Endimión que ofrece N. Conti, a quien se refiere sin duda Lope de 296 Las signaturas respectivas son: 7 / 14868, 2 / 28001, 3 / 23516, R-18735, R-29189, 2 / 43798, 3 / 5036770 (y tres ejemplares más: 2 / 16255-6, 2 / 49141 y U-5468-9) y 2 / 68224. MENU SALIR 119 Vega (Conti siempre habla, por cierto, de “Nicandro”, nunca de “Nisandro”). Allí se dice: [Endimión] “fue nieto de Júpiter, habida cuenta de que Aetlio fue hijo de Júpiter y de Protogenía, el cual obtuvo de Júpiter el don de ser juez de vida y muerte en su propio beneficio, según ha sido transmitido por [...] Nicandro en el libro II de Los asuntos de Etolia. [...] Se cuenta que éste [Endimión] tenía por costumbre vivir en una cueva en el monte Latmo de Caria, donde estuvo la ciudada de Heraclea, según escribió Nicandro en el libro II de Europa (Jac. 271 / 2F18 = Schol. Ap. Rh. IV 57)”.297. Por último, consultando a Teócrito, comprobamos que en su Idilio, III, 49-50, “La ronda”, o “Amarilis” [Canción del Cabrero a Amarilis] se lee: “Envidia me da el que goza del sueño sin retorno, Endimión”298. Así pues, como hemos comprobado tras la investigación de las supuestas fuentes, Lope no aludió a las auténticas, sino que eligió éstas de manera arbitraria –estos alardes de falsa erudición eran, por lo demás, 297 N. Conti, Mythologiae, lib. IV, cap. 8 (cf. Ed. de París, A. Sittart, 1582, pp. 332-335). Cito por Mitología, traducción, con introducción, notas e índices de R.Mª. Iglesias Montiel y Mª. C. Álvarez Morán, Murcia, Universidad, 1988, pp. 255-257. 298 Véase en Idilios. Nueva versión, noticias y notas de A. González Laso, Madrid, Aguilar, 1973, p. 61. En la nota 11 se señala que “Endimión, pastor arcadio, fue expulsado del Olimpo por culpa de Hera, que le castigó con un largo sueño de treinta años. Artemisa (o Artemis) se enamoró de él al verle dormido en una gruta. Tuvieron cincuenta hijas y un hijo. Luego Endimión regresó al Olimpo”. Por tanto, la expresión de Teócrito “sueño sin retorno” no es exacta, al menos resulta hiperbólica. Se refiere a un sueño de muy larga duración. MENU SALIR 120 práctica común en nuestro Siglo de Oro, como es bien sabido–. Sólo en el caso del diálogo de “Venus y Luna” de Luciano podríamos estar ante una posible excepción, ya que cabría admitir alguna leve reminiscencia de Marcelo Díaz para enfocar el “ambiente” erótico de ciertos pasajes de su epilio. Podemos volver a consultar las opiniones de J.Mª. de Cossío para intentar dilucidar las fuentes reales del Endimión. “Quizá el más frecuentado de todos [los clásicos que han tratado el tema de Endimión] sea Ovidio –concluye el autor de Fábulas mitológicas en España–, que toca varias veces el tema, aludiéndole o tomándole por ejemplo, y más extensamente en la epístola o heroida de Leandro a Hero. Éste, atravesando el Helesponto, recuerda a la Luna, que no quiere descubrirse de entre las nubes, sus amores con el pastor. He aquí este pasaje en la traducción de Diego Mexía: Oh blanca diosa, dame favor, y que te acuerdes, pido, de la cumbre de Latmio venturosa. Bien sé que Endimion, que es tu querido, quiere que tengas ese pecho abierto a la piedad, que agora te he pedido. Muéstrame, pues, el pecho descubierto, dame la luz que en Latmio demostrabas, hasta que llegue a mi esperado puerto. Del cielo en busca de un mortal bajabas MENU SALIR 121 (digamos la verdad, pues gustas della) y por amor a un hombre te humillabas”299. Existe una larga lista de críticos e historiadores de la Literatura que afirman, como es el caso de J. Hurtado, que “el autor [del Endimión] se inspiró libremente en las Metamorfosis de Ovidio”300. L. Conde cree, a su vez, “que procede en último término de las Metamorfosis ovidianas”301. R. Ragucci insiste en que Callecerrada escribió su fábula “basándose en las Metamorfosis”302. También F. Zamora Lucas apoya la afirmación anterior, y, al hablar sobre el Endimión, considera que está “inspirado libremente en las metamorfosis [sic] de Ovidio”303. Del mismo modo opina G. Bleiberg al escribir que esta obra se ha “inspirado en las Metamorfosis de Ovidio”304, al igual que F.C. Sáinz de Robles que cree que “el autor se inspiró libremente en Las metamorfosis de Ovidio”305. Además, en el Diccionario Oxford leemos que “temáticamente, el poema de Díaz debe mucho a las Metamorfosis de Ovidio”306, y J. Montero Padilla reincide en la idea de que está “inspirado en las Metamorfosis de Ovidio”307. De todos modos, la cuestión de las fuentes utilizadas por Callecerrada no es tan fácil como pudiera parecer. No cabe duda, desde 299 Op. cit., pp. 390-391. Los versos de Ovidio proceden de la obra de Diego de Mexía Fernangil, Primera parte del Parnaso Antártico, de obras amatorias. Con las 21 Epístolas de Ovidio i el Ibin [sic; ‘Ibis’] en tercetos, Sevilla, por Alonso Rodríguez Gamarra, 1608, fol. 190v. 300 Op. cit., p. 523. 301 Op. cit., p. 876. 302 Op. cit., p. 181b. 303 Op. cit., p. 84. 304 Op. cit., p. 263a. 305 Op. cit., p. 303a. 306 Loc. cit., p. 225b. MENU SALIR 122 luego, de que, directa o indirectamente, hubo de conocer algunas buenas versiones del mito, lo que unido a su continua labor amplificatoria y selectiva, a la que él mismo alude, da lugar al relato completo de su epilio, tan detallado como original en su estructura y argumento. Lo que está claro, sin embargo, es que, contra lo que creyeron J.Mª. de Cossío y otros críticos, Callecerrada no pudo inspirarse en las Metamorfosis del poeta de Sulmona, dado que nuestra fábula no aparece en ese genial tapiz mitográfico. Dicha atribución de fuente, pues, no obedece sino a una irresponsable suposición de sus autores, que debieron de creer seguro lo que era falso. Una vez más estamos ante otro caso de copia de datos de unos a otros investigadores, sin haber estudiado directamente la desconocida obra del poeta madrileño. Otra cosa es que interpretemos que Marcelo Díaz escribió su fábula more ovidiano, lo que no sería fácil de demostrar, y que en todo caso, nada tiene que ver con la cuestión de las fuentes que estamos tratando. De nuevo debemos acudir ahora a J.Mª. de Cossío, ya que ofrece otro dato sobre la fuente argumental más próxima que puede tener el Endimión: “La elección de su tema confiesa [Callecerrada] que tuvo consejero. De ella es de lo único que dice no desconfiar: Sé –advierte– que no erré en el asunto porque le confieso deudo del muy erudito señor don Francisco Bravo y Acuña, en quien mayor edad admira tanto la restauración a la luz de humanistas, de filósofos, de Padres, con las extrañas agudezas, con las inimitables novedades, humanadas, tal vez al más elevado estilo de las musas. Este don Francisco Bravo de Acuña, 307 Op. cit., p. 177a. MENU SALIR 123 fue autor del libro Del origen y progreso de la Orden de Calatrava, de la que era caballero profeso. Nicolás Antonio reproduce el elogio encarecidísimo que de tal personaje hace Vischius en su Biblioteca Cisterciense”308. En efecto, en este caso sí es cierto que Marcelo Díaz, en su dedicatoria “Al lector”, se refiere del modo que reproduce Cossío a Bravo y Acuña. Consultando los datos que da Nicolás Antonio en el t. I de su Bibliotheca Hispana Nova leemos: “D. Francisco Bravo de Acuña, Caballero de Calatrava –dice Vischio, autor de la Biblioteca cisterciense–, ilustre ornamento de España, cuya agudeza de ingenio, elocuencia y conocimiento de diversas lenguas, sobre todo de la griega, admiran todos los doctos. Escribió en su idioma patrio, con estilo elegante, Del origen y progreso de la orden de Calatrava, y se esperan de él muchas otras obras (Esto dice Vischio)”309. También Cossío opina sobre el modo en que pudieron influir en Callecerrada las obras de otros autores que escribieron sobre el mito de Endimión, puesto que tanto y más que él “ya la había tratado en verso castellano Gaspar de Aguilar”310. Sáinz de Robles se refiere a dicho escritor, al decir que “en la boda de sus Sres. los duques de Gandía [h. 1620] presentó [Gaspar de Aguilar, valenciano, 1561-1623] su notabilísima Fábula de Endimión y la Luna, epitalamio en deliciosas quintillas, que, mal interpretado por los duques, le costó a Gaspar de Aguilar su cargo [de secretario de los mismos]. Fue tal la impresión 308 Loc. cit., p. 390. Loc. cit., p. 314b. La traducción es mía. 310 Loc. cit., p. 390. 309 MENU SALIR 124 recibida por éste que a poco enfermó y murió. Fue enterrado de caridad”311. Sobre el tema de las fuentes que utilizó el autor de nuestra fábula podríamos seguir investigando aún mucho, y, más si nos refiriéramos a las posibles fuentes secundarias que se rastrean en uno u otro lugar. Así, por ejemplo, el que Venus desee que la Luna se enamore de Endimión sin que éste le corresponda recuerda a Horacio, Odas I, 33, 10-12 –Sic visum Veneri, cui placet impares / formas atque animos sub juga ahenea // saevo mittere cum joco–. Fray Luis de León lo tradujo de esta forma: “A Venus assí place de aprisionar diversos coraçones en duro laço, que haze compuesto de disformes condiciones, y de nuestro error ciego saca su passatiempo y crudo juego”312. Por otra parte, si releemos los versos I, 412- 416 de nuestro poema, reparamos en estos versos: “Yo te vi repetir ‘¡Plutón amado!’ en torpe sombra, Proserpina fiera; yo en el robo te vi dissimulado, aunque hazías de niebla obscuro manto, 311 312 Op. cit., t. II, s.v. “Aguilar, Gaspar de”. Poesías completas. Obras propias... y traducciones..., ed. de C. Cuevas, Madrid, Castalia, 1998, p. 270. MENU SALIR 125 con placentera faz enjuto el llanto”. La acusación contra Diana parece, a partir de los mejores mitógrafos, falsa. Véase el dramático relato que hace del rapto Ovidio, Met., 5, 396-401: “... Dea territa maesto / et matrem et comites, sed matrem saepius, ore / clamat, et, ut summa vestem laniarat ab ora...” En 1589 lo tradujo así el Licenciado Viana: “La diosa, muy turbada, con tristeza, / su madre y compañía a vozes llama, / mas a la madre más, y luego empieça / a desgarrarse toda; llora y clama...”313. También se encuentran otras reminiscencias argumentales, como en I, 421: “Baxa a cobrar, crüel, víctimas ciento”, en donde me parece que hay una clara reminiscencia de la hecatombe griega con respecto al sacrificio de los cien bueyes. Por otro lado, cuando nos referimos a la posible condición de eclesiástico de Marcelo Díaz, quedó de manifiesto claramente la gran influencia que ejerce la Biblia en su obra. Recordemos el verso I, 748, en el que además se contemplan otras corrientes fundamentales de nuestra Literatura: “amor, que es puramente beneficio”. 313 Las transformaciones de Ovidio, traduzidas del verso latino en tercetos y octavas rimas... Con el comento..., Valladolid, D. Fernández, M.D.LXXXIX, p. 50a. MENU SALIR 126 En la charitas cristiana –léase S. Pablo, S. Agustín, etc.– el amor es don gratuito –“puramente beneficio”– por parte de un Dios amante. El hombre ama en vista de los méritos del amado; Dios ama simplemente a quienes le aman –Ego diligentes me diligo (Pr, 8, 17)–, o incluso a quienes carecen de ese amor. Así lo confirman otros muchos textos bíblicos, como Ef, 2, 8-9, 2 Tim, 1, 9, Rm, 11, 6, o el definitivo de Ef, 2, 4-5: Deus..., propter nimiam charitatem suam qua dilexit nos, et cum essemus mortui peccatis, convivificavit nos Christo, cuius gratia estis salvati, etc. S. Agustín resume esta doctrina –Ama, et fac quod vis–, proclamando al amor mérito único del amante. Lo esencial del amor desinteresado fue recogido “a lo humano” por el amor cortés, la poesía de cancionero, la novela sentimental del XV, muchos escritos neoplatónicos, etc. También existen influencias de la escatología dantesca y musulmana en I, 225: “que sabrá el frío dios del reino helado”. Como vemos, se refiere a Plutón; ahora, según hemos dicho, parece recordar D. Marcelo la escatología dantesca –y, al fondo, como demostró M. Asín Palacios, la musulmana–; véase el canto VI del Infierno, vv. 1012, donde una terrible lluvia mezclada con nieve y granizo tortura a los MENU SALIR 127 condenados por gula: Grandine grossa, et acqua tinta, e neve / per l’aer tenebroso si riversa: / pute la terra, che questo riceve314. Se pueden observar otras posibles fuentes secundarias en escritores contemporáneos a Callecerrada. Así, Quevedo, en su “Poema heroico a Cristo Resucitado”, canta la bajada del Redentor a los infiernos, donde los justos del Antiguo Testamento esperaban su venida para subir al cielo. Quevedo describe de la siguiente forma el lugar donde están: “Hay, vecino a Cocito y Flegetonte, grande palacio, ciego e ignorante del rayo con que enciende el horizonte la luz, peso y honor del viejo Atlante; la entrada cierra, en vez de puerta, un monte, con candados de acero y de diamante; dentro, en noche y silencio adormecido, ociosa está la vista y el oído . Aquí, divinas almas sepultadas en ciega noche, donde el sol no alcanza, están, si bien ociosas, ocupadas en aguardar del tiempo la tardanza. Triunfa de las edades ya pasadas, no ofendida y robusta la esperanza, honrándose de nuevo cada día 314 La divina commedia di Dante Alighieri, gia’ ridotta a miglior lezione dagli accademici della Crusca, ed ora accuratamente emendata. Col comento del P. Pompeo Venturi, 3 vols., Livorno, T. Masi e Comp., 1817, MENU SALIR 128 con crédito mayor la profecía. Tembló el umbral debajo de la planta del Vencedor Eterno, y al momento, el monte con su peso se levanta, obediente al divino mandamiento; luego, la clara luz, la lumbre santa recibió el triste y duro encerramiento, y con el nuevo Sol que la hería, hasta la niebla densa se reía. En oro de los rayos del sol puro se enriquecieron redes y prisiones; vióse asimismo el gran palacio obscuro; vieron los viejos Padres sus facciones; y abrazando el larguísimo futuro, templando a los suspiros las canciones, de la puerta salieron todos juntos, con viva fe, en la sombra de difuntos”315. J.M. Blecua afirma que “B. Ximénez Patón, en su Libro de la eloquencia española, impreso en 1621, en el cap. VIII, escribe: Y don Francisco de Quevedo y Villegas, en el Poema de la Resurrección: Al arma, guerra, guerra llegó luego”. Como ese verso 117 [del “Poema t. I, p. 76. MENU SALIR 129 heroico...” de Quevedo –“¡Al arma! ¡Guerra! ¡Guerra luego, luego!”–] es idéntico (con la lección, que creo errata, de llegó) al impreso y al del texto B1, debemos aceptar que la versión primitiva corrió manuscrita antes de esa fecha”316. Luego es muy probable que Callecerrada hubiera conocido manuscrito este poema de Quevedo –y más teniendo en cuenta que ambos vivían en Madrid–, y que se inspirara en él para su descripción del ámbito tenebroso en que reina el Letargo con los que le están sujetos. Pero también hallamos en el “Poema heroico a Cristo Resucitado” de Quevedo el precedente del espacio alegre en que viven el Sueño y sus súbditos. Incluso empieza con palabras similares a las que luego empleará Marcelo Díaz –“Hay entre Bayas y la antigua Cuma / un sitio liberal, ameno, donde...”–: “Hay un lugar en brazos de la Aurora, que el Oriente se ciñe por guirnalda; sus jardineros son Céfiro y Flora, el sol engarza en oro su esmeralda; el cielo de sus plantas enamora, jardín Narciso de la varia falda, y el comercio de rosas con estrellas, enciende en joyas la belleza dellas. Por gozar del jardín docta armonía 315 Francisco de Quevedo, “Poema heroico a Cristo Resucitado”, vv. 321-352, en Obra poética, ed. de J.M. Blecua, 4 vols., Madrid, Castalia, t. I, 1969, pp. 354-355. MENU SALIR 130 que el pájaro desata en la garganta, a las tinieblas tiraniza el día el Tiempo, y con sus Horas se levanta; su luz, y no su llama, el sol envía, y, con la sombra de una y otra planta, seguro de prisión del yelo frío, líquidas primaveras tiembla el río. El firmamento, duplicado en flores, se ve en constelaciones olorosas; ni mustias envejecen con calores, ni caducan con nieves rigurosas; Naturaleza admira en las labores; con respeto anda el aire entre las rosas: que sólo toca en ellas, manso, el viento lo que basta a robarlas el aliento”317. Se podría hacer un estudio muy extenso sobre el tema de las distintas fuentes, tanto primarias como secundarias, que utiliza Marcelo Díaz Callecerrada en su obra. Sin embargo, pienso que lo mostrado es suficiente para cimentar la idea de que nuestro poeta se basa en el acervo mitológico clásico para emprender su aventura poética –y que, desde luego, no son ciertas las fuentes que ofrece Lope de Vega, ni, por supuesto, tampoco la dependencia de las Metamorfosis a la que muchos 316 317 Ib., p. 339. F. de Quevedo, “Poema heroico...”, vv. 673-696, Obra poética, cit., t. I, p. 369. MENU SALIR 131 críticos aluden–. Sobre ese pilar mitológico clásico va construyendo lo que será su obra, el Endimión, “amplificando”, novelizando... adornando, en suma, su composición con otras muchas fuentes en las que se inspira de forma voluntaria o inconsciente, y, cómo no, también con su imaginación y genio artístico. Todo ello produce como fruto final la rica fábula que estudiamos. 2. Argumento –y argumentos– del “Endimión” Marcelo Díaz escribe su poema basándose en algunos de los puntos principales a los que hemos hecho mención en el capítulo anterior en el que –recordémoslo– sistematizamos los datos que conforman el mito de Endimión como tal: localización, genealogía, relaciones amorosas, descendencia, officium, suerte final, etc. Sin embargo, es necesario realizar una observación detenida en este apartado de nuestra tesis, puesto que, como ya hemos dicho, y luego demostraremos, el autor de la fábula impregna con su personalidad toda la línea argumentativa de “este elegante poema, de corte italiano, [en el que] se refieren los amores de la Luna con el pastor Endimión”318. 318 De esta manera califica F. Zamora Lucas la obra del poeta madrileño, loc. cit., p. 84. MENU SALIR 132 Parece ser que el aspecto argumental de la obra le resultaba muy interesante a Callecerrada. Lo deducimos del hecho de que nos ofrezca en las páginas que dedica “Al lector” un sucinto resumen de lo que a continuación leeremos extensamente en el poema. Concretamente explica: “Va repartido en tres cantos lo que pudo fundar este sujeto319: en el primero, Venus, baldonada de la Luna, incita a Amor que la enamore y rinda sus presunciones. Abrásase por Endimión la helada diosa en el segundo. Y en el tercero le adormece para el recatado fin de sus amores, trayendo sueño de los famosos campos de Bayas y de Cumas”320. El motivo por el que escribe esta síntesis lo aduce a continuación: “Assí dexo la obscuridad para los agudos aristóteles: que aún esto que te he advertido te sabrían dezir los versos, sin que como Camoes me reprehendieras”. Irónicamente, Callecerrada ofrece este resumen, que, como dice luego, es perfectamente prescindible por la hasta ahora mismo supuesta claridad con que hablan sus versos, para que lo comprendan los más 319 lo que ... sujeto: ‘lo que logró dar de sí este tema’; para “fundar”, cf. Diccionario de autoridades, s.v., 2ª ac. 320 Muchos de los que han tratado de algún modo la obra y figura de Marcelo Díaz se han hecho eco de este aspecto importante del Endimión. J.Mª. de Cossío, por ejemplo, escribe que “la distribución o plan del poema nos lo explica muy por lo breve, pero con toda precisión, el propio Díaz Callecerrada en su advertencia al lector: Va repartido en tres cantos...”, loc. cit., p. 391. También recogen estas palabras otros investigadores como por ejemplo J. Hurtado y Á. González Palencia en Historia de la literatura española [1921; en el colofón, 1922], Madrid, Tip. de Archivos, 19323, p. 522: “... el cual [Callecerrada] en su advertencia al lector, dice que su poema, en octavas reales, va repartido en tres cantos...”. O L. Conde: “Según expone el propio MENU SALIR 133 lerdos. Él deja la oscuridad a “los agudos aristóteles”, es decir, a los poetas que, como Góngora y sus secuaces, presumen de estilo críptico. Naturalmente, llamar “aristóteles” (como sustantivo común) a esos poetas no es sino un sarcasmo. En cuanto a la alegación de Camoes como autor de poemas doctos sin afectación ni oscuridad no es infrecuente en la crítica literaria de nuestro Siglo de Oro321. Teniendo, pues, en cuenta lo breve y poco esclarecedor que puede parecer el resumen de Marcelo Díaz, consideramos que la siguiente síntesis argumental puede resultar algo más orientativa para un primer acercamiento general a la obra del poeta madrileño. Al seguir la propia estructura del Endimión, vemos que el Canto I comienza describiendo un momento de tranquilidad: Venus duerme mientras Cupido vela su sueño. Pero, de pronto, después de una larga disquisición sobre el poder del amor, asistimos a la turbación de la diosa. Sin que exista una causa aparente, se aprecia en ella una gran agitación. Así, su hijo Cupido, consternado por lo que contempla, la interroga sobre su malestar, prometiendo venganza sobre aquél que fuera el causante de tal aflicción. La diosa de Chipre le aclara que el problema no proviene de autor en la nota preliminar, en el primero, Venus, baldonada...”, loc. cit., p. 876. Así lo explican otros muchos. 321 Recordemos que M. de Faría y Sousa afirmó que “el ingenio de nuestro poeta [Camoens] ... no ha menester mayores testigos ni más elegantes elogios que sus obras. Por ellas veremos lo fácil, lo suave, lo alto –juntar esto es lo más difícil de la poesía, y es junta que hoy [la época de Góngora y sus secuaces] no se encuentra– con que dixo todo cuanto intentó dezir” (Lusíadas de Luis de Camoens ... comentadas por–, t. I, Madrid, J. Sánchez, 1639, p. 47a). Consecuente con esto es la opinión de Luis Rosales cuando escribe que “la influencia de Camoens es el dique principal que se opone, durante el siglo XVII, a las innovaciones culteranas y conceptistas” (Lírica española, Madrid, Editora Nacional, 1972, p. 55). Ello no se opone al juicio de D. Saavedra Fajardo, quien considera al portugués “conceptuoso y de grande ingenio en lo lírico y en lo épico” (apud Dámaso Alonso, “La recepción de Os Lusiadas en España (1579-1650)” [1973], en Obras completas, t. III, Madrid, Gredos, 1974, pp. 25-26 y 29. Téngase esto en cuenta cuando hablemos de las influencias culteranas y conceptistas en Callecerrada y del problema de la oscuridad. MENU SALIR 134 las acciones realizadas por un dios ni, por supuesto, por un hombre – como sospechaba su hijo–, sino por la Luna. De esta forma comienza un discurso en el que Venus explica a Cupido la razón de su disgusto. El problema estriba en que Diana se atrevió a atropellar el carro de la diosa cipria, y a cubrirla de insultos, despreciándola y haciéndola de menos. Así las cosas, Venus suplica ayuda a Cupido; le pide que, utilizando sus poderes de inducción de amores y desamores, provoque una pasión en la Luna que no sea correspondida, para, de esta manera, arruinar su conocida fama de honrada y virtuosa. Acto seguido, con la excusa de desahogarse, Venus cuenta a su hijo la siguiente historia: hubo un día en que Júpiter, al ver la desnudez en que se hallaba la Luna, mandó a Mercurio bajar al mundo para así confeccionarle un vestido. Ella en un principio se extrañó de recibir esta visita, pero, tras oír las razones del mensajero, y dada su proverbial castidad, aceptó el mandato del dios del poder supremo. De este modo, Mercurio le tomó medidas con gran cuidado. Cuál no sería su sorpresa cuando, al volver con la clámide confeccionada, comprueba que le está pequeña. Es por ello por lo que nuevamente le hace un traje, pero esta vez le queda holgado y largo. Sin embargo, no era la confección de la prenda lo único problemático entre estos dos dioses, pues Mercurio se iba enamorando de Cintia, por lo que aprovechó una de estas ocasiones para declarárselo. Como era de esperar en el carácter de la diosa helada, ésta hace ver al mensajero de Júpiter que no entiende lo que le dice, y le sugiere que le MENU SALIR 135 diga al padre de los dioses que él no ha sido capaz de realizar bien su encargo porque ella muda su apariencia continuamente de acuerdo con su característica inconstancia. Teniendo en cuenta estas palabras, replica Mercurio que él prefiere dedicar sus amores a alguien cuya personalidad sea más firme, tras lo cual se marcha. Acabado este relato, añade Venus que lo dicho, en su opinión, causó un gran pesar a Diana, pues ésta hubiera preferido que el hijo de Cilene hubiera sido más insistente en sus proposiciones. Una vez que termina de contar su historia, la diosa nacida de la espuma pide nuevamente ayuda a Cupido para llevar a cabo su venganza. Así, éste elige la flecha más sojuzgadora que poseía, con la punta de plomo del negro lago del infierno, y escribió en ella: “Diana, engreída, loca, necia y fría”. Además escogió otra de oro en que se leía: “Endimión, puro y sencillo”. Una vez trazadas las directrices del plan, el divino rapaz invita a su madre a ver el modo en que se ejecutará la venganza, desplazándose ambos al monte Latmo. De este modo los dos contemplan el momento en que la Luna recibe la perniciosa saeta que la sume en un profundo e inevitable enamoramiento. Finaliza este primer canto cuando la fría diosa consigue leer el nombre del que le traerá todas sus desdichas: Endimión. Al encarar las primeras estrofas del segundo canto, apreciamos la euforia en la que se encuentra Venus, orgullosa del plan llevado a cabo por su hijo. Pero aún tiene que realizar la otra mitad: clavar la flecha cuyo destino es el pecho de Endimión, hermosísimo y joven pastor del Latmo. Sin embargo, encuentran un impedimento con el MENU SALIR 136 que no contaban, y es que la saeta se clava en el pellico del muchacho. Al realizar un segundo intento, obtienen el mismo resultado. De esta forma, ya impacientes, tira Cupido una nueva flecha, con la que tampoco tiene éxito. Venus se desespera y pronuncia un discurso en el que pide explicaciones a todos los dioses por no permitirle llevar a cabo su venganza. Después, Endimión se levanta, y la diosa del amor le pide al niño ciego que le persiga. Él le responde que, si hay algún dios que lo está protegiendo, no servirá de nada, como ocurrió –recordaba el saetero– con el carnero manso que pastoreaba Apolo. De todos modos, y en vista del cariz que tomaban los hechos, sugiere Cupido que es incluso mejor así, pues, de esta forma, al no ser aborrecida, Selene sería aún más dañada en su altivez y en el orgullo que le producía su fama de casta, que le hacía creerse mejor que Venus. Por ello convence a su madre de que es preferible que transcurran las cosas sin forzarlas, tras lo cual se marchan los dos. En eso, aparece la Luna, que siente una mezcla de dolor y vergüenza. Se halla en busca de Endimión, del que aún ni siquiera sabe si es dios u hombre, aunque ella ya se siente humana. Ante estos nuevos sentimientos, llora desolada, y esas lágrimas se transforman, de río en el cielo, en lluvia en la tierra, que cae precisamente sobre el anhelado pastor y su ganado. El joven mojó sus labios con esta lluvia, sin llegar a beberla y, después, alzó la vista hacia Diana, dirigiéndole una alabanza. Éste fue el momento en que la Luna conoció en persona y directamente al objeto de su amor. MENU SALIR 137 Deseaba ella que él la solicitase para poder hacerse la esquiva, como hacen todas las Dianas –según aclara el poeta–, pero no ocurrió así. Sin embargo, al contemplar los blancos resplandores de la diosa helada, siente a la vez la contradicción de querer y no querer amarla, decidiéndose finalmente a adorarla como diosa y no a amarla como humano. Esto causó una gran desesperación en Cintia, llorando de tal forma, que el pastor tuvo que marcharse con su rebaño. Pronuncia entonces la Luna un largo monólogo en el que pone de manifiesto su desconsuelo y dolor, de tal forma que los dioses se apiadan de ella y le conceden un deseo: que Endimión se sumerja en un profundo sueño. El Canto III se abre con una minuciosa descripción alegórica –de abolengo calderoniano– de unos hermosos y amenos prados donde habitan el cruel Letargo y el dulce Sueño. En los umbrales de este bello lugar se encuentra la Luna para visitar a tan misteriosos personajes y solicitar su ayuda con la intención de verse libre de los sentimientos de amor y celos que la abrasan y conseguir restaurar su honor amenazado. Les solicita, pues, lo que le propuso el Hado: dormir al pastor y conseguir, de esta manera, gozar de su amor. El Sueño le da un ramo de un árbol bañado en agua cristalina. Parte con ello de nuevo la fría diosa, llegando al Latmo. En ese lugar todos dormían menos Endimión. Delia aprovecha para sacudir el ramo sobre la frente de su amado, dejándolo profundamente dormido. En esta situación, la Luna interroga al pastor sobre sus sentimientos, poniéndole una mano sobre el pecho. Pero, de tal modo le pesaba a aquél la nívea MENU SALIR 138 mano, que no lograba responder. Aprovechó este momento Amor para ayudar a su ofendida madre y le dijo a Diana que Endimión se reía de ella y de su cariño. De esta forma conseguía interesarla aún más, como ocurrió de hecho. Tras esto, la Luna describe de manera minuciosa la belleza de su amado, besándolo en los labios repetidamente. Habiéndolo hecho así, Venus propone de nuevo a Cupido que termine lo que empezó y le clave, por fin, la flecha del aborrecimiento. Al palpar Cupido el costado izquierdo de Endimión para hincarle la saeta, con su propio calor secó el líquido del ramo que infundía el sueño, despertando el pastor y huyendo de inmediato. De este modo se quedó Diana sin su amado, y Venus y su hijo sin conseguir su propósito de venganza. Esto fue lo que oyó el poeta, aunque confiesa que algunas cosas las imaginó. A partir de aquí esta historia será conocida de todos, ocupándose de ello la propia Fama322. 322 Es el propio Callecerrada el que lo afirma en III, 791-792: “Ícaro ya mi voz, Ícaro llama. / Espera un poco, presumida Fama”. Ícaro, el hijo de Dédalo, con alas de cera, se elevó a los cielos en pos de su padre, escapando del laberinto de Creta, lo que hizo que le admiraran cuantos le vieron; así el poeta dice que Ícaro llama a su voz –su relación poemática– para que se eleve por los aires y sea oída y admirada de todo el mundo. En el segundo verso de los que comentamos se explica que la presuntuosa Fama sólo tendrá que esperar un poco para dar a conocer estos versos en la república de las letras. La diosa Fama, hija de Titán y la Tierra, tiene innumerables ojos y bocas, y vuela por los aires con gran rapidez haciendo sonar su trompa; vive en un broncíneo palacio de mil ventanas, desde donde vigila a todo el universo; por ellas entran cuantas voces suenan en el mundo, y salen de allí amplificadas; son sus aliados el Error, la Credulidad y los Rumores Falsos. Véanse las descripciones que de ella hacen Virgilio (Eneida, IV, 173-188) y Ovidio (Metamorfosis, XII, 39-63). Góngora acaba sus dedicatorias del Polifemo y las Soledades mencionándola en el mismo sentido que Callecerrada: “Alterna con las Musas hoy el gusto; / que si la mía puede ofrecer tanto / clarín (y de la Fama no segundo), / tu nombre oirán los términos del mundo” (Polifemo, 21-24); “Honre süave, MENU SALIR 139 3. Del Endimión como mito clásico al “Endimión” de Callecerrada. La “amplificatio”, novelización y dramatización como técnicas principales Basta realizar una rápida revisión del argumento que acabamos de mostrar, para afirmar que en la obra de Marcelo Díaz se aprecia claramente una nueva visión del mito, su propia visión. El poeta barroco escoge algunas de las líneas generales que conforman la historia de Endimión y la Luna y las va enriqueciendo con nuevas historias, diálogos, disquisiciones, descripciones, etc., de tal modo que en un principio las percibimos como adornos del eje argumental primigenio, aunque realmente se está constituyendo un nuevo asunto. Ni siquiera la base de la historia del mito que tratamos se corresponde con aquel brevísimo resumen que habíamos citado anteriormente, el que Callecerrada apuntó como síntesis de la obra en sus páginas preliminares323. El autor –como hemos visto de pasada al final de nuestro resumen– declara de forma literaria en la última estrofa del poema (III, 789-790) que es plenamente consciente del enriquecimiento a que ha generoso nudo / Libertad de Fortuna perseguida; / que a tu piedad Euterpe agradecida, / su canoro dará dulce instrumento, / cuando la Fama no su trompa al viento” (Soledades, 33-37). 323 Incluso en esas breves líneas nuestro poeta amplifica el mito de Endimión. Al estudiar, como hicimos en el anterior capítulo, la historia del pastor de Latmo según los distintos mitógrafos, desde los antiguos a los modernos, ¿en qué lugar aparece, por ejemplo, Venus? MENU SALIR 140 sometido la historia de Endimión324, atribuyéndolo a la suma de lo que le contaron más lo que imaginó : “Yo lo que oí no más os he contado, mas lo que imaginé no sé deziros”. Al explicar que sólo ha contado lo que oyó, pero que no sabría decir lo que imaginó, estamos ante una traducción del dicho latino relata refero, ‘refiero [sólo] lo que he oído’, ‘cuento [sólo] lo que me han contado’325. Según G. Sánchez Doncel326, ese dicho tiene su origen en un pasaje de la Historia de Herodoto, 7, 152, en que narra algo inverosímil, sin querer asumir ninguna responsabilidad sobre su veracidad o exactitud. Pero también Cristo, en Jn, 8, 26, dice: Qui me misit verax est, et ego quae audivi ab eo, haec loquor in mundo (‘el que me ha enviado es veraz, y yo digo en la tierra lo que le he oído decir a él’). Es conveniente analizar también el hecho de que en los preliminares del poema se nos ofrecen las presuntas fuentes que han dado lugar al mismo. Sin embargo, cuando leemos la composición de Marcelo Díaz, comprobamos que esa alegación de fuentes327 es sólo una coartada erudita, pues tomando de ella unos pocos elementos 324 Para algunos se trata de un enriquecimiento excesivo. Es el caso, por ejemplo, de J.Mª. de Cossío que afirma que “sin duda, dilata [Marcelo Díaz] con exceso la materia. Así las quejas de Venus en el primer canto, a vuelta de cien detalles oportunos y graciosos, resultan prolijas y amplificadas en demasía. En ellas resalta más la gracia ingeniosa que la verdadera calidad poética. Véase un ejemplo: Entonces la quietud de los amores / el gusto de su causa contemplaba, / y en los descensos del amor mayores / Amor las inquietudes recelaba; / temía el más querido en los favores / disfavor y desdenes; así estaba / todo el humano sentimiento, estando / Venus durmiendo y el Amor velando.”, loc. cit., p. 391. 325 V.-J. Herrero Llorente, Diccionario de expresiones y frases latinas, Madrid, Gredos, 1980, p. 202b. 326 Diccionario de latinismos y frases latinas, Madrid, Noesis, 1997, p. 454a. MENU SALIR 141 característicos, la redacción se lleva a cabo mediante un ingente esfuerzo inventivo, que noveliza el argumento con libertad casi absoluta328. Así, de manera rotunda, lo afirma J.Mª. de Cossío: “El argumento del poema [del Endimión de Callecerrada] es de invención del poeta”329. Nos reafirmamos en esta opinión, basándonos en las palabras de Lope de Vega, que en la “Aprobación” del poema declara: “Diole el sujeto Luciano en sus Diálogos, y no se despreció de tratarle Cicerón en el primero libro de sus Disputaciones tusculanas330. Ha estendido con elegancia lo que desta materia escribieron Pausanias, Nisandro y Teócrito”. Al decir “ha estendido” se refiere a que ‘ha amplificado’ –en la mente de Lope late con claridad el recurso retórico de la amplificatio, tan del gusto del Barroco–. La afirmación del Fénix es sustancialmente correcta. Lo que pasa es que esa amplificatio se ha desarrollado tanto 327 Consúltese más adelante nuestro estudio por extenso en esta tesis sobre el tema de las fuentes argumentales del Endimión de Callecerrada. 328 Recordemos sobre esto las interesantes palabras de Federico García Lorca: “La grandeza de una poesía no depende de la magnitud del tema, ni de sus proporciones ni sentimientos. Se puede hacer un poema épico de la lucha que sostienen los leucocitos en el ramaje aprisionado de las venas, y se puede dar una inacabable impresión de infinito con la forma y olor de una rosa tan sólo”, “La imagen poética en don Luis de Góngora”, en Obras Completas, recopilación y notas de Arturo del Hoyo [1954], Madrid, Aguilar, 19573, p. 74. En la siguiente página añade nuevos datos de máximo interés: “Góngora trata con la misma medida todas sus materias, y así como maneja mares y continentes como un cíclope, analiza frutas y objetos. Es más. Se recrea en las cosas pequeñas con más fervor”. ¿Existen, por tanto, influencias o rasgos de Góngora en el Endimión? Mantenemos esta pregunta abierta hasta llegar al punto de la dilucidación de las influencias culteranas y conceptistas en Marcelo Díaz. 329 Loc. cit., p. 390. En la página siguiente añade que “tan sólo el dato de la bajada de la Luna a verse en los brazos de Endimión es el aprovechado por los pocos poetas que utilizan este tema para una fábula, pues el resto del argumento, como he indicado de Callecerrada, difiere sustancialmente, y suele ser de invención personal”. 330 Diole el sujeto: ‘le proporcionó el asunto’; para Lope, pues, las fuentes principales del Endimión son los Diálogos de Luciano de Samosata y las Cuestiones tusculanas de Cicerón (un griego y un romano). Consúltese sobre esto, nuestro apartado dedicado a las fuentes del Endimión. MENU SALIR 142 apoyándose en la fantasía y en la capacidad fabulatoria del autor, que ha llegado a adquirir proporciones de novelización. Y así, el lector del Endimión, a medida que avanza en la lectura de sus páginas, tiene la impresión de habérselas con una novela en verso. Esta novelización, por lo demás, acusa también hondas influencias teatrales. El discipulado de Callecerrada respecto de Lope de Vega tiene un reflejo estético evidente en la estructura narrativa del Endimión. Éste, en efecto, cristaliza en tres Cantos –cosa inusual en los epilios de la época–, que, siguiendo el precepto de la comedia lopesca –“El sujeto elegido escriba en prosa, / y en tres actos de tiempo le reparta. / ... / En el acto primero ponga el caso, / en el segundo enlace los sucesos / de suerte que, hasta el medio del tercero, / apenas juzgue nadie en lo que para” (Arte nuevo de hacer comedias, 1613, vv. 211-212 y 298-301–, constituyen la exposición, el nudo y el desenlace de la fábula. Así, ésta se configura como una especie de drama, en que los amores, celos y pasiones de los dioses se exponen en verso narrativo, pero more dramatico. Para confirmar lo dicho basta con leer el resumen argumental que antes ofrecimos, en el que los Cantos constituyen un trasunto de los actos de la comedia del Fénix. Por otra parte, y continuando con el carácter teatral de nuestro poema, resulta conveniente recordar las palabras de J.F. Ruiz Casanova, quien, refiriéndose al Apolo y Dafne de Villamediana, –lo que podría trasladarse al Endimión de Callecerrada– afirma que “los párrafos en los que los personajes hablan [...] son todo un prodigio en cuanto a la distinción de voces (y tonos dentro de una misma voz, caso éste que MENU SALIR 143 puede verificarse comparando el primer parlamento de Apolo con el planto tras la metamorfosis de Dafne)”331. Acomódense estos ejemplos a los parlamentos de la Luna, Venus, Cupido, Mercurio, etc., y a los diálogos llenos de matices psicológicos y humanos que mantienen entre ellos. Podemos verificar lo que acabamos de decir releyendo algunas de las estrofas, como las siguientes del Canto I, (vv. 201-248) –discúlpese su longitud en gracia a su valor probatorio–, que interesan porque en ellas Venus, tras los requerimientos de su hijo Cupido, le informa de los motivos de su penar, apreciándose continuamente los aludidos rasgos dramáticos, con repetidas apóstrofes, descripciones que sirven casi como acotaciones, pronombres deícticos, interrogaciones, exclamaciones, etc.: “–Madre –le dize, de la blanca mano asiendo con temor–; madre –repite–, ¿cúyo es el hado triste, soberano, que con tu gusto y mi poder compite? ¿A ti, que al gusto celestial y humano hazes de ambrosia y néctar real convite, alimentan ahora sinsabores, sobresaltos brindándome y dolores? Juro tu gusto a mi valor, y juro hazerte del supremo dios vengada por el sagrado humor del lago obscuro 331 Introducción a la Poesía impresa completa de Villamediana, Madrid, Cátedra, 1990, p. 45. MENU SALIR 144 y su negra corriente arrebatada: tú burlarás la luz de Jove puro en rudas formas torpes transformada si Júpiter excelso, allá en sus cumbres, no abate sus manubias a tus lumbres. Dime qué dios, ¡oh reina!, te ha ofendido –si no acusas a Jove soberano–, si tan libre presume y atrevido que esta flecha no teme en esta mano; di si te indigna Marte encruelecido, o si el inmenso rey del Oceano te amedrenta, o te abrasa en fuego interno el rey tirano del confuso infierno: que sabrá el frío dios del reino helado que le puede abrasar libre mi fuego, y el árbitro de Averno consagrado que hasta su coraçón de plomo llego; la ira amansaré de Marte airado, al Sol entre sus lumbres haré ciego, y la deidad de todos te prometo que no ha de quedar dios el dios sujeto. –No es dios el que me pena, caro hijo, MENU SALIR 145 ni me ofende a mí humano atrevimiento –Venus, resuelta en vivo llanto, dixo–: que el humo del terrestre descontento no toca en el empíreo regozijo, ni dios hay tan grosero, que el contento turbe del coraçón de Venus, antes los dioses buscan mi favor amantes. Diosa se llama, hijo, la atrevida Luna, de quien oí fieros baldones. Si mi vida, Cupido, con tu vida, y si mi muerte con tu muerte pones, sienta la Luna, hijo, aquella herida que abate los altivos coraçones, y la oculta soberbia de su frente castigue, humilde, liviandad patente”. De todos modos, retomando el tema del argumento del Endimión, y aún después de haber reparado en los rasgos teatrales que lo enriquecen, no podemos perder de vista, como hemos dicho, que lo que se ha producido, sobre todo, es una transformación del mito en relato “novelesco”. Consideramos este enfoque como algo esencial para entender la obra de Marcelo Díaz y su original forma de hacer la amplificatio. El poeta madrileño ha metamorfoseado un mito clásico – germinalmente novelesco, sin duda– en un cuento que tiene todos los MENU SALIR 146 rasgos esenciales de la novella italiana de su tiempo. Como observó certeramente E.M. Meletinsky, los momentos fundamentales en el proceso de transformación del mito en cuento o novela son su desritualización, secularización, pérdida de la fe en la veracidad de aquél, desarrollo de un discurso conscientemente inventado, olvido de la especificidad etnográfica, ausencia de rasgos divinos en el héroe y sustitución del pasado mitológico por una dimensión cronológica indeterminada332. Todo ello sucede claramente en el poema de Callecerrada, que por lo mismo podría ser considerado, más que como la poetización de un mito, como un cuento o novela corta en verso, de marco y personajes sólo formalmente mitológicos. Pero esta novelización de los poemas, sean de base mítica o no, no es exclusiva de Marcelo Díaz y su obra. En este sentido, resultan interesantes las palabras de F. García Lorca cuando señala a Góngora como el creador de esta forma de expresión: “Góngora tuvo un problema en su vida poética y lo resolvió. Hasta entonces, la empresa se tenía por irrealizable. Y es: hacer un gran poema lírico para oponerlo a los grandes poemas épicos que se cuentan por docenas. Pero ¿cómo mantener [en las Soledades] una tensión lírica pura durante largos escuadrones de versos? ¿Y cómo hacerlo sin narración? Si le daba a la narración, a la anécdota, toda su importancia, se le convertía en épico al menor descuido. Y si no narraba nada, el poema se rompía por mil partes sin unidad ni sentido. Góngora elige entonces su narración y se cubre de metáforas. Y es difícil encontrarla. Está transformada. La narración es 332 Estas ideas las desarrolla Meletinsky en su obra anteriormente citada, p. 237. MENU SALIR 147 como un esqueleto del poema envuelto en la carne magnífica de las imágenes. Todos los momentos tienen idéntica intensidad y valor plástico, y la anécdota no tiene ninguna importancia, pero da con su hilo invisible unidad al poema”333. También Dámaso Alonso hace referencia a estos procesos de novelización y amplificación que se practicaban con un cierto hábito en el Barroco, explicando que “de todo este montón de imitaciones ovidianas emerge, joya intacta y eterna, la Fábula de Polifemo, de Góngora. Góngora vitaliza toda la acción, le da un fondo encendido, estudia y analiza la psicología de los personajes. En otra ocasión lo hemos condensado así: Góngora lo cambió todo: nos presenta a Sicilia ardiendo en calentura por los amores de Galatea; el encuentro de ésta con Acis; los tímidos avances de su amor; las delicias de los amantes en medio de la barroca, exuberante vegetación siciliana. Góngora describe con genial novedad al gigante Polifemo; varía las comparaciones de su apasionado canto. Góngora apura e intensifica los colores hasta el frenesí, sube a los cielos la hipérbole, agarra con zarpazo de genio las más hirientes, las más excitantes metáforas, y, en fin, imprime en cada estrofa y en cada verso la poderosa huella de su genial intuición, de tal modo que de allí en adelante aquel tema, de todos manoseado, pasa a ser esencialmente suyo, y el poema, su indiscutible obra maestra, la cima de las imitaciones de la antigüedad que en nuestra literatura se han hecho en 333 Loc. cit., p. 84. MENU SALIR 148 los siglos XVI y XVII, y una de las joyas máximas de la poesía europea de tradición renacentista”334. Posteriormente, Dámaso Alonso reincidirá en este aspecto de la amplificación de los argumentos, al escribir sobre cuál es la fuente de la Fábula de Polifemo y Galatea: “Entonces fue [sobre los cincuenta años de Góngora], imagino, cuando se concretó en su mente la idea de dos largos poemas: el Polifemo, sobre la base de la historia contada en las Metamorfosis; y otro, todavía más ambicioso, de argumento inventado por el poeta: las Soledades”335. F. Gutiérrez, por su parte, hace referencia a la técnica amplificadora –tan similar a la que usa Callecerrada– que utilizó J. Bermúdez y Alfaro para escribir El Narciso [1618]: “Eligió como base las transformaciones quinta y sexta del Libro III de Las Metamorfosis de Ovidio (versos 339 a 511), de las que solamente eligió la temática y aún de cierto modo, puesto que mezcla a ella episodios de su imaginación o de su capricho”336. Es interesante también recordar a este respecto lo que dijo A. Gallego Morell a propósito del largo Faetón de Villamediana: “Villamediana es quien nos lega la fábula de Faetón que más alto vuela en la poesía española [...]. La fábula de Villamediana, rica en descripciones marginales a la narración del mito, es la que centra el simbolismo que Faetón entraña”337. 334 Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos. Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, cit., p. 316. Cuando comenta que esta misma idea que desarrolla la condensó en otra obra, se refiere –según aclara el mismo D. Alonso– a Ensayos sobre poesía española, Madrid, Revista de Occidente, 1944, pp. 254-255. 335 “Notas sobre el italianismo de Góngora” en Obras completas, t. VI, Madrid, Gredos, 1982, pp. 390-391. 336 El Narciso. Flor traducida del Cefiso al Betis [1618], ed. y pról. por [sic] F. Gutiérrez, Barcelona, Selecciones Bibliófilas, MCMLIII, pp. 13-14. 337 El mito de Faetón en la literatura española, Madrid, C.S.I.C., 1961, p. 43. MENU SALIR 149 Esa línea poemático-narrativa es la que sigue nuestro poema. Incluso hay algunos investigadores que vieron en la base del mito importantes cualidades para la narración. Ya en 1952, en el Prólogo a las Fábulas mitológicas en España de J.Mª. de Cossío, Dámaso Alonso descubrió la dimensión novelesca del mito de Endimión: “Silencio – dice–. En la linde del bosque está dormido Endimión; un rayo de luna – fiel enamorada– le cae sobre el rostro. [...] Ab initio, las fuerzas del mundo son fundamentalmente de dos clases: atractivas y dispersivas. ¡Y cuánto caso particular, novelesco [hay en este mito, como en los de Hipómenes y Atalanta, Dánae y Júpiter, Píramo y Tisbe, Hero y Leandro, Eco y Narciso, Apolo y Dafne, Alfeo y Aretusa, Polifemo y Galatea...]!”338. Además, J. Cebrián afirma que las “fábulas mitológicas pueden considerarse como ejercicios de amplificación poética o como recreaciones literarias que parten de una base argumental preexistente”339. Considera, pues, que “el poeta que elige un tema mitológico como motivo de recreación literaria utiliza casi siempre la técnica de la amplificatio / reductio”340. De esta manera, queda de manifiesto que los relatos mitológicos tienen un carácter abierto. En la mitología clásica no existe un corpus textual comparable a la Biblia, con su carácter sagrado, canónico e inmutable. Cada mitógrafo, y cada poeta o escritor clásico que incidentalmente se sirva de algún mito, lo relata aceptando vagamente 338 “Primavera del mito”, Prólogo a J.M. de Cossío, Fábulas mitológicas..., cit., p. XIII; lo repite en De los siglos oscuros al de Oro, Madrid, Gredos, 1958, p. 195. 339 En la Edad de Oro. Estudios de ecdótica y crítica literaria, México, El Colegio de México, 1999, pp. 5051. Añade que sobre esta cuestión es muy interesante consultar el trabajo de A. Prieto, “Origen y transformación de la épica culta en castellano”, en Coherencia y relevancia textual (de Berceo a Baroja), Madrid, Alhambra, 1980, especialmente las pp. 128-143. MENU SALIR 150 unos puntos fundamentales que él matiza, altera, u omite siguiendo tradiciones locales conocidas oralmente, relatos textuales de diversa procedencia o fabulaciones personales que le permiten utilizar el mito en los más variados contextos. Esta libertad en el tratamiento del material mitológico, que se produce desde los orígenes del género y se incrementa extraordinariamente en el tardío Clasicismo, adquiere proporciones casi arbitrarias en la elaboración literaria de los mitos por parte de escritores de literaturas romances, sobre todo en los epilios o fábulas mitológicas renacentistas y barrocas. En estos casos, las andanzas de unos dioses que se comportan como seres humanos sujetos a todo tipo de pasiones, se someten a procesos amplificativos –pensamos, como ya dijimos, en la amplificatio retórica tomada en su más amplio sentido– de muy diverso alcance. En algunos casos, por ejemplo en el ya aludido Polifemo de Góngora, tan atado a la línea argumental de las Metamorfosis de Ovidio, el respeto por los datos que proporciona la fuente literaria elegida es muy considerable, aunque utilice la imitatio composita sin olvidar en muchos pasajes la copia literal del modelo. Pero en otras ocasiones –tal es el caso del Endimión de Callecerrada– la amplificatio es desmesurada, como corresponde a la estética barroca. Entonces se redactan poemas en que el argumento primitivo ha sido novelizado en una proporción extraordinaria. Los rasgos procedentes de las fuentes clásicas quedan reducidos al mínimo, al paso que se producen excrecencias argumentales 340 Ib., p. 54. MENU SALIR 151 cuyas raíces sería vano buscar en textos anteriores, pues pertenecen a la inventiva del propio poeta. En este sentido, resulta interesante señalar que la amplificatio novelizadora resulta lícita cuando se trata de fábulas mitológicas, pero no para asuntos científicos. Así, por ejemplo, en la Soledad I, v. 74, Góngora dice que las Híadas son siete estrellas que están en la frente de la constelación de Tauro. Este hecho, que pertenece a la Astronomía, es cierto, “si tradición apócrifa no miente”. Y dice R. Jammes: “Tradición apócrifa. [Juan de] Jáuregui ironiza sobre este verso: Notable escrúpulo tuvo V. m. [es decir, Góngora] cuando tocó aquella similitud del carbunclo, pues dijo: Si tradición apócrifa no miente: Dejado que el verso es nada poético, el melindre es graciosísimo para quien toca mil mentirosas fábulas tan sin cuidado. (Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, ed. de E. Joiner Gates, Documentos gongorinos. Los Discursos apologéticos de Pedro Díaz de Rivas. El Antídoto de Juan de Jáuregui, México, El Colegio de México, 1960, p. 118). Es interesante la contestación de Díaz de Rivas, apuntada en nota por E.J. Gates (ibid.), porque permite precisar un punto de preceptiva poética que Góngora respeta del principio al final del poema: libertad de invención en todo lo que toca a tradiciones mitológicas, historias fabulosas, etc., pero exactitud escrupulosa en el dominio científico (geografía, cosmografía, historia, historia natural, etc.). La reacción inicial de Díaz de Rivas, conservada en los márgenes de algunos ejemplares del Antídoto, resume en términos pintorescos este precepto: Tontillo, esto pertenece a la MENU SALIR 152 historia natural, mas lo otro [las mentirosas fábulas que critica Jáuregui] a lo fabuloso, donde varía el poeta como quiere”341. Para entender lo que decimos, aplicándolo al poema de Marcelo Díaz, nos encontramos en un momento óptimo. Ya narramos con todo detalle cuanto nos ha llegado sobre la fábula de Endimión procedente de fuentes antiguas o de mitografías solventes. También comparamos esos datos con el argumento del Endimión de Callecerrada. La comprobación de hasta qué punto han sido reducidos al mínimo los datos anteriormente establecidos y se han desarrollado al máximo, con criterios novelescos, las aportaciones temáticas y argumentales añadidas por Callecerrada de propria Minerva ha quedado establecida resumiendo, como lo hemos hecho, con cierto detalle el argumento del poema del declarado discípulo de Lope. También debemos destacar las narraciones que nuestro poeta intercala en su obra, y que suele unir de forma hipotáctica, a estilo barroco. Nos referimos, por ejemplo, al pasaje en el que Venus cuenta la relación que tuvieron Mercurio y la Luna, o el que comienza el Canto III. Finalizó el II con una desesperada solicitud de Diana, que imploraba a los dioses para que le concedieran el sueño a Endimión. Es por esto por lo que las siguientes estrofas nos introducen en el llamado “Palacio del Sueño”, en cuya descripción de lugar342 y narración de los hechos se 341 “Introducción” a Luis de Góngora. Soledades. Edición, introducción y notas de R. Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 591, n. 74. 342 Algún crítico ha comentado muy elogiosamente el valor literario de esta descripción de nuestro poeta: “Marcelo Díaz Callecerrada –dice, por ejemplo, H. Rollin Patch– en el Endimión, III, 4 y sig., nota, además de la deliciosa vegetación y del sabio canto de los pájaros, el color elíseo y los visos de perpetua primavera del prado en que reside el Sueño”, El otro mundo en la literatura medieval. Seguido de un Apéndice: “La visión de trasmundo en las literaturas hispánicas” por María Rosa Lida de Malkiel [1950], México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 437. MENU SALIR 153 invierten nada menos que las cincuenta y una primeras estrofas de ese Canto –lo que significa algo más del cincuenta por ciento del último Canto del poema–. Podemos comprobar cómo rompe el argumento general el episodio al que nos referimos, simplemente leyendo su comienzo: “Hay, entre Bayas y la antigua Cuma, un sitio liberal, ameno, donde jamás alberga la pesada bruma, ni sus rayos el sol jamás esconde; siempre con toldos a la llama suma, y con abrigos siempre corresponde al invierno crüel la estancia amena, llena de abriles y de mayos llena”343. Es importante resaltar que la amplificatio que practica Callecerrada incide únicamente sobre una parcela de un microcosmos mayor; presenta un minúsculo orbe amoroso –minúsculo por lo humano y poco numeroso de sus protagonistas, pese a la intervención de Zeus y otros dioses grandes– cuyo significado es susceptible de ser extrapolado, trasladando sus pasiones al amor de hombres y mujeres reales, en 343 Sobre el palacio del Sueño, cf. Horacio, Odas, III, 27, 39-42: ... an vitiis carentem / ludit imago / vana, quae porta fugiens eburna / Somnium ducit? En la traducción que hace de esta oda fray Luis de León leemos: “¿Por dicha estoy llorando / culpada, o inocente estoy soñando? // ¿O velo, o sueño vano, / del umbral de marfil aparecido, / me burla?” (vv. 49-53). Para los antiguos, el Palacio del Sueño tenía una puerta de cuerno por donde salían los sueños verdaderos, y otra de marfil, para los falsos (Virgilio, Eneida, VI, 894-897; Garcilaso, en Égloga II, 2, 113-118, escribe: “¿Es esto sueño, o ciertamente toco / la blanca mano? ¡Ah, Sueño, estás burlando! / Yo estábate creyendo como loco. // ¡Oh cuitado de mí! Tú vas volando / con prestas alas por la ebúrnea puerta; / yo quédome tendido aquí llorando”. MENU SALIR 154 general. Arte, pues, del detalle, de la anécdota mínima. Así, la de la vestidura que Mercurio quiere para Diana, o la del pellico del pastor de Latmo. Como dice F.J. Ruiz Casanova, la poetización del tema amoroso permite al poeta “la introducción de todos aquellos tópicos [que corren por la lírica erótica del Barroco español]: los amores, la red de amor, el locus amoenus, la descriptio puellae, las paradojas amorosas como la del fuego y el hielo, la mariposa petrarquista [‘que se abrasa en la llama que adora’, como le sucede a la Luna], la mirada de la dama y sus rayos, el nudo de amor, la inscripción de amor virgiliana, y la alegoría de la cárcel de amor son algunos de los que aquí aparecen”344. Al haber ido observando con detención el argumento del Endimión de Marcelo Díaz, hemos descubierto en él unas pautas de comportamiento eminentemente sociales. Sus personajes no actúan de forma individual, ni se aíslan del resto de los hombres y de los dioses, ni mucho menos se relacionan entre sí caprichosamente. Sus actuaciones están regidas por principios de jerarquía, atendiendo a reglas estrictas de tratamiento y urbanidad, recurriendo a subterfugios varios para conseguir sus fines sin romper aparentemente el orden convencional, comunicándose sus ideas y sentimientos por canales oficiales u oficiosos, y encadenándose entre ellos, en fin, según las pautas de una sociedad que para Callecerrada –escritor que humaniza las relaciones de sus personajes siguiendo criterios costumbristas propios de la sociedad madrileña de su época– son más humanas que divinas. Así, en el proceso de novelización y dramatización de los mitos clásicos, la clave estética 344 Loc. cit., p. 45. MENU SALIR 155 está en el antropomorfismo de los personajes345. De acuerdo con ello, los dioses pierden sus rasgos de hieratismo sacro y asumen todas las pasiones humanas –violencia, celos, astucia, envidia, favoritismo, parcialidad, etc.–. De esta forma, el mito llega a equipararse, en última instancia, con la novela cortesana o con la comedia de capa y espada (urbana) creada por Lope de Vega y sus discípulos directos o indirectos. Como dijo el citado E.M. Meletinsky, en el mito, el aspecto social está legitimado por una peculiar visión del mundo. Todo sucede según claras leyes de exogamia, con el consiguiente intercambio social entre diferentes grupos. “La dimensión social –concluye– es el aspecto más importante en los mitos” –sobre todo, matizamos nosotros, en sus versiones romances auriseculares– “que se relacionan con el establecimiento de una armonía”346. Los medios de lograr esta armonía resultan, en la práctica, muy diversos, pero todos son referibles a pautas sociales. W. Wundt, en su magistral estudio sobre Mito y religión (Leipzig, 1905-1909, 3 vols.), destaca con profunda documentación científica, como sigue haciendo ver Meletinsky, el papel de las emociones, sueños, pasiones y estados de ánimo en general en la génesis del mito. Estos puntos de vista tienen una importancia especial para comprender un poema como el Endimión de Callecerrada que pone en 345 La literatura griega, como señala J. Alsina Clota, se caracteriza por “el personalismo de los héroes de su mitología: [los dioses] son personas que nos dicen mucho, con las que nos sentimos íntimamente identificados. Detrás de ellas hay una secular antropomorfización. [...] El logos helénico ha actuado purificando todo lo que podía destruir el carácter humano de sus mitos”, loc. cit., p. 297. Un poco antes, en la p. 296, explica que “el mito griego [...] se caracteriza por su carácter erosivo, antropomórfico, que lo hace muy atractivo para el escritor”, y que “el mito griego [...] ha estado largo tiempo en formación, y presenta, por tanto, diversas versiones y ampliaciones según las épocas y los autores”. 346 Loc. cit., p. 181. MENU SALIR 156 clave poético-mitológica acciones y reacciones de dioses y hombres movidos por el amor, los celos, el ansia de venganza, la envidia y otras pasiones. Según Wundt, la transferencia o proyección sobre personajes fictivos o legendarios de emociones humanas desencadena un proceso de objetivación y personificación mitológica parecido al proceso de empatía en un contexto poético. La novelización y dramatización del Endimión llegan en ocasiones, como en el episodio de Mercurio y la Luna, a los límites de la literatura costumbrista o de la comedia urbana en su aspecto más cómico. Esos dioses aparecen, en el episodio mencionado, como una pareja pícara, ducha en tretas, en la que el mensajero de los dioses se rebaja hasta el nivel de un mendaz seductor, y la amante de Endimión al de una experta conocedora y burladora de las astucias de sus galanes. En este sentido, Callecerrada no vacila en incurrir en lo que Giulia Bontempelli ha llamado declassamento del mito (‘desclasamiento’ o ‘degeneración del mito’), por lo que éste pierde su nobleza para convertirse en anécdota frívola y apicarada347. También llama nuestra atención –siguiendo con la ejemplificación del antropomorfismo en nuestra obra– la exacerbada pasión amorosa que siente la Luna. Su comportamiento no es propio de una diosa, ya que se caracteriza por la falta de prudencia e incluso de respeto humano. Se halla tan desesperada por los sentimientos que la inundan que llega a ponerse en evidencia y ridículo. Lo apreciamos en los versos que siguen (II, 585-592): 347 Cf. Giulia Bontempelli, “Polo de Medina, poeta gongorino” [1973], en Polo de Medina. Tercer centenario, Murcia, Academia de Alfonso X el Sabio, 1976, p. 115. MENU SALIR 157 “–Sigue –dixo Diana– tus ovejas y la rústica grey, pastor grosero; vive tú desdeñando lo que dexas, que yo siguiendo tus desdenes muero; cierra, pastor ingrato, las orejas, ni oigas de la Luna el llanto fiero: que lloverán fulmíneos mis amores truenos horribles, trémulos fulgores.” Este desbordamiento del sentimiento amoroso que humaniza a Diana nos recuerda las palabras de Fray Pedro Malón de Chaide: “¡Oh, amor, que eres impacientísimo, que no sabes modo ni razón! Tu razón es no tenerla, tu modo jamás guardarle, que no es mucho amor el que se deja ganar por razón. El amor no guarda reglas de crianza ni está atenido a leyes de palacio”348. Numerosos críticos, como D. Alonso, E. Orozco, J.M. Blecua, etc., han analizado con detalle en distintos vates de nuestro Siglo de Oro ese violento tirón que el poeta barroco da al cuadro mitológico con un punto de vista vital, por el cual el dios del Olimpo ha descendido bruscamente de su mundo para, de la mano del poeta, provocar la sorpresa ante su reducción a un nivel simplemente humano y hasta vulgar. Como dice R. Kraus: “El hombre creó a Dios a su propia imagen. Los dioses de Grecia eran enamoradizos, corrompidos y pendencieros. 348 La conversión de la Magdalena [1588], edición, prólogo y notas de F. García, 3 vols., Madrid, Clásicos Castellanos, t. III, 1947, p. 142. MENU SALIR 158 [...] Eurípides retrataba a los dioses y a los héroes con frágiles corazones humanos y no les eximía de los sufrimientos y las culpas de los simples mortales. [...] La religión [..., aparecía] mezclada con un poco de indulgencia hacia los dioses que, como los humanos, erraban, se apasionaban y con facilidad se incomodaban”349. Callecerrada escribe su Endimión desde esta perspectiva. La tradición humanística le había transmitido una visión de la mitología entre escéptica y antropomórfica. Venus, la Luna, Cupido y Endimión aparecen en sus versos como personajes de la comedia barroca, envueltos en amores, celos, rivalidades, intentos de venganza, burlas, etc. La Contrarreforma había ayudado decisivamente a consumar esta visión de los mitos, presentándolos como puras ficciones que podían manejarse con entera libertad, añadiendo o suprimiendo episodios, y buscando en ellos, a lo sumo, una lección moral. La culminación de este proceso la trae la estética barroca, que llega a ridiculizar a los dioses y fábulas gentílicas, burlándose de ellos350. Así lo hizo Quevedo en sus Sueños, por ejemplo. Y así lo hizo Góngora en la Fábula de Píramo y Tisbe351. Así pues, la práctica de humanizar los mitos la encontramos en otros poemas de corte parecido al de Callecerrada. Según explica F. 349 La vida privada y pública de Sócrates, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 19592, pp. 7, 10 y 39. Esta desmitificación de los dioses, que actúan como hombres muchas veces mezquinos y viciosos, llega a presentarlos en algunos textos burlescos del Barroco como caricaturas picarescas que provocan la hilaridad en el lector. El extremo lo tenemos en casos como el de L. Quiñones de Benavente, de quien dicen I. Arellano-J.M. Escudero y A. Madroñal: “En [su entremés] Los planetas el lenguaje de los dioses es pura jitanjáfora burlesca: LUNA: Zuribi trapigo rostripisuna / BERNARDA: Y el Sol le responde: / SOL: Trópico líbico zas pirilonde [...] [Así siguen hablando Marte, Vulcano y Venus] Cuando un personaje pregunta para qué hablan esta lengua que ni es romance ni es latín, otro responderá: Sólo para hacer reír”, Entremeses completos. I. Jocoseria, ed. de L. Quiñones de Benavente, Univ. De Navarra, Iberoamericana-Vervuert, 2001, p. 49. 350 MENU SALIR 159 Gutiérrez en el Prólogo a El Narciso de J. Bermúdez, “es una naturaleza exuberante, diáfana y luminosa, la que sirve de escenario al mito. De ella toma el poeta sus elementos más importantes para hacerlos condición de pensamiento, porque no olvida nunca que, aunque sus personajes sean fabulosos, representan a sus ojos y a los nuestros hombres y mujeres y, por lo tanto, pasiones y vida”352. El humor es otro de los rasgos que utiliza Marcelo Díaz para el enriquecimiento y personalización del argumento de su obra. En este sentido, refiriéndose a las fábulas mitológicas burlescas de Polo de Medina, F.J. Díez de Revenga hace ver que su burla se manifiesta, entre otras formas, en “el tratado de las actividades corrientes de los personajes (Siringa sale al prado a comer habas; Venus, arremangada, enjabona un menudo, etc.), las declaraciones amorosas, los desplantes de las amadas, los deseos turbios tratados con humor, las reflexiones de los enamorados despechados”353, etc. Todo esto sucede en el Endimión, aunque Callecerrada no dé a su poema un enfoque expresamente burlesco, sino que, mucho más sutilmente, mezcla situaciones, diálogos, reacciones, etc. más o menos humorísticos con una trama de fondo dramático en general. De esta forma, y resumiendo lo dicho anteriormente, hemos comprobado la gran riqueza técnica existente en la obra de Marcelo Díaz Callecerrada. Como vimos, si por su conexión con procedimientos de 351 Cf. P. Walley, “Enfoques y medios humorísticos de la Fábula de Píramo y Tisbe”, en Revista de Filología Española, XLIV(1961), pp. 385-398. Véase también, F. Lázaro Carreter, “Situación de la Fábula de Píramo y Tisbe de Góngora” [1961], en Estilo barroco y personalidad creadora, cit., pp. 61-96. 352 Loc. cit., p. 18. 353 “[Salvador Jacinto Polo de Medina]. El poeta... mitólogo burlesco”, en Polo de Medina, poeta del Barroco, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2000, p. 191. MENU SALIR 160 amplificatio, el Endimión de Callecerrada se ha desarrollado de forma extraordinaria con recursos novelizadores, por su macroestructura, sus diálogos, sus intrigas, su visión de los personajes y de las relaciones entre ellos, su dinamismo, etc., esta novelización emparenta estrechamente con procedimientos de dramatización. Desde tal punto de vista, la fábula se presenta –como ya hemos dicho– en tres cantos o “actos”, que corresponden al planteamiento, nudo y desenlace de la comedia lopesca. También hemos aclarado que ese mismo patrón estético impregna de elementos teatrales los versos del poema. El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo de Lope de Vega es también una falsilla que da forma y movimiento al argumento poetizado. Consecuencia de ello es que el Endimión, si se le examina atentamente, se nos aparece como un curioso híbrido de epilio, novela y comedia amorosa. En su factura interviene un Callecerrada muy complejo, que hace uso simultáneamente de dotes de poeta, novelista y dramaturgo. Y así como su declarado maestro Lope de Vega, y la mayoría de los grandes escritores del Barroco, cultivaron estos tres géneros literarios en obras independientes, Marcelo Díaz aúna todas esas técnicas, montando un compositum muy grato a los lectores, pues como dijo el propio Lope en el Arte nuevo, vv. 178-180, siguiendo teorías de Serafino Aquilano: “Aquesta variedad deleita mucho: buen ejemplo nos da Naturaleza, que por tal variedad tiene belleza.” MENU SALIR 161 4. El mito de Endimión como lección moral, y su aplicación a la fábula de Callecerrada Al investigar la trayectoria mitográfica de esta fábula, salta a la vista que son muchos los mitógrafos que han visto en ella una lección ética, por lo que resulta interesante, antes de introducirnos en el estudio moral del poema de nuestro madrileño, recoger las cualidades de ese cariz que se le han atribuido de forma general al personaje del que nos estamos ocupando. Podemos citar, por poner algunos ejemplos, la opinión de Erasmo de Rotterdam que explica que “Cicerón, en el libro V del De finibus, afirma que trabajar es una de las cosas que la naturaleza ha puesto en nosotros con más cuidado. Por tanto –añade–, no debemos entregarnos al sueño de Endimión, aunque pensemos que vamos a disfrutar de sueños muy placenteros. El propio Cicerón, en el libro I de las Tusculanas, observa que los que sólo hacen trabajos mínimos, llevan una vida parecidísima al sueño. Y si alguien quisiera vivir noventa años, trabajando sesenta y durmiendo treinta, ni él debería querer eso que los propios cerdos despreciarían”354. N. Conti, por su parte, señala que, para 354 Adagiorum chiliades [1513], Basilea, impr. Frobeniana, M.D.XLI, 1, 9, 63, p. 313. La traducción es mía. En esa misma página aclara que “el adagio Duermes el sueño de Endimión [Endymionis somnum dormis] MENU SALIR 162 algunos estudiosos, Endimión era ejemplo de pereza y holgazanería, y advierte que “no debe parecer digno de admiración, que Endimión, un hombre conocedor de la Astronomía y muy versado en la observación de los movimientos de las estrellas, fuese considerado por aquéllos holgazán e inclinado a los placeres...”355. Además, un poco más adelante añade que “el celo es útil en todas las cosas, puesto que la ayuda de Dios suele estar predispuesta de manera especial para quienes por sí mismos no son holgazanes y quienes la hayan pedido en sus súplicas. Pues sin duda Dios no estimula la desidia”356. Queda, pues, clara, la forma en que Conti intenta demostrar que en este mito hay una enseñanza, una lección que puede servir a todo aquél que quiera conocer la historia del pastor de Latmo. No obstante, como sabemos, el intento de atribuir estas lecciones y advertencias a la historia que tratamos –como ocurre en otras– no se reduce sólo al citado mitógrafo. Otros, también renacentistas, lo harán. Así ocurre con J. Pérez de Moya, que explica que a aquéllos que son de naturaleza tranquila y descuidada se les compara con el protagonista de viene bien a aquellos que se entregan a un dormir exagerado, y no se ejercitan en ningún trabajo, sino que llevan una vida muelle y de holganza. [...] Aristóteles, en el X libro de sus Moralia, usó de este adagio, concluyendo que ni el sueño conviene a los dioses, ni hay para ellos ninguna acción digna que no sea la contemplación. Y ya que todos saben que los dioses viven, es lógico que también hagan algo, y no conviene que duerman, como se dice el sueño de Endimión. Posteriormente J. Pérez de Moya se referirá nuevamente a este adagio –sin duda recordando a R. Textor o a Erasmo–, dado que “no faltó quien dixesse Endimión auer sido hombre floxo, y tan dado al sueño que se ordenó por ello un adagio que dize: El sueño de Endimión: dízese por aquellos que hazen las cosas muy de espacio, o tan descuidadamente, o con tanta flema, que parece que están durmiendo. En decir que començó esta especulación y la dexó, y después boluió a ella significa que la diligencia y perseuerancia en todas las cosas es útil”, op. cit., p. 287. 355 Loc. cit., p. 256. 356 Ib., pp. 256-257. MENU SALIR 163 nuestro mito, y termina advirtiendo a todo aquél que lea sus páginas: “Significa que la diligencia y perseverancia en todas las cosas es útil”357. Pero este último mitógrafo no sólo se conforma con la anterior conclusión de tipo, podríamos decir, moral, sino que va más allá, e incluso saca conclusiones de otra índole. Es éste el caso en el que precisa que los astros, y sobre todo la Luna, si no obligan la voluntad, sí la inclinan. Por eso escribe: “Dezían ser ganados blancos de la Luna, porque no tenía cuydado en otra cosa, saluo en lo que al mouimiento y efectos de la Luna pertenecía. Que la Luna decendiesse de noche, y durmiendo el pastor Endymión le besasse, significa que Endymión por larga consideración halló la verdad del mouimiento de la Luna, y quando la razón dello halló; porque es acto de amadores besarse quando primero se veen: entonces quando Endymión acabó de hallar el arte y orden y certidumbre de su mouimiento, la començó a besar. Dezir que tuuo en ella tres hijas, o cincuenta es por declarar las muchas diuersidades, y efectos de la Luna –puso número finito por infinito–. Fue éste el primero, según Luciano, que a los mortales mostró la cuenta de la Luna”358. También B. de Vitoria, en el siglo XVII, hizo mención de este rasgo de la pereza de Endimión, al decir que “por tanto vino a quedar en proverbio para los soñolientos, y dormilones: Endymionis somnum”359. Resulta interesante ver, por otro lado, cómo el maestro de Marcelo Díaz, Lope de Vega, también utilizó en uno de sus sonetos el mito de 357 Op. cit., p. 287. Y sigue Pérez de Moya aleccionando, ya que escribe que “dezir que después que apacentó los ganados blancos de la Luna, le boluió a querer bien: es, que así como apacentar ganados, es tener cuidado dellos no durmiéndose de noche, por defendellos de los lobos: assí la consideración es gran cuydado, por tanto a esta especulación de Endymión se llama apacentar”, loc. cit., p. 286. 358 Loc. cit., p. 287. 359 Loc. cit., p. 354. Aclara Vitoria que esta frase procede de la Oficina de R. Textor. MENU SALIR 164 Endimión360. De esta composición se pueden extraer asimismo conclusiones morales. En los mitos que en él aparecen –Endimión y la Luna, Clicie y el Sol– se aprecian características negativas que derivan del amor, y sirven, por tanto, de advertencia. Así pues, con los ejemplos que hemos citado, se aprecia la importancia que tiene la lección moral en todos los mitos, y no sólo, como es evidente, en el de Endimión. No hay duda, en todo caso, de que el mito en general, en muchas ocasiones, se utiliza para que su conocimiento derive en una doctrina o enseñanza. Se convierte, de esta forma, en algo que va dirigido directamente a un receptor para que éste obtenga la información y le sirva de instrucción y doctrina. Por ello, podemos decir que, cuando el mito adquiere esta función moral y aleccionadora361, se advierte que aparece de manera predominante la función apelativa o conativa del lenguaje362, ya que lo que se pretende es hacer que el receptor del mensaje cambie en su forma de pensar y recapacite sobre los distintos valores que se está intentando transmitir. No sólo se quiere comunicar una información objetiva más o menos entretenida, sino que se pretende, en muchos casos, influir en los que van a leer estas historias cuyos protagonistas son los dioses. Con todo, 360 Se trata del titulado “De Endimión y Clicie”, al que ya aludimos con anterioridad, al referirnos a la genealogía del pastor de Latmo. Recordémoslo : “Sentado Endïmión al pie de Atlante, / enamorado de la Luna hermosa, / dijo con triste voz y alma celosa: / En tus mudanzas ¿quién será constante? / Ya creces en mi fe, ya estás menguante, / ya sales, ya te escondes desdeñosa, / ya te muestras serena, ya llorosa, / ya tu epiciclo ocupas arrogante; / ya los opuestos indios enamoras / y me dejas muriendo todo el día, / o me vienes a ver con luz escasa. / Oyóle Clicie, y dijo: ¿Por qué lloras, / pues amas a la Luna, que te enfría? / ¡Ay de quien ama el sol, que solo abrasa!”, Lope de Vega. Obras poéticas, tomo I, ed., intr. y notas de J.M. Blecua, cit., pp. 32-33. 361 Sobre las funciones del mito, cf. R. Romojaro, Funciones del mito clásico..., cit., p. 12, y Lope de Vega y el mito clásico..., cit., pp. 26-27. 362 Vid. K. Bühler, F. Kainz, etc. Se encontrará una buena síntesis sobre las funciones del lenguaje en W. Abraham, Diccionario de terminología lingüística actual [1974], Madrid, Gredos, 1981, pp. 208b-209b. MENU SALIR 165 observamos que los mitos se convierten en un ejemplo363, en algo que sirve como enseñanza, que tiene un sentido. Ésta sería una de las utilidades fundamentales del mito en el Siglo de Oro: su objetivo, en muchos casos, es la moralización. C. Clavería explica cómo Pérez de Moya consigue acercar “su obra a la única corriente ideológica que le podía permitir tanto escribirla desde su estado de hombre de Iglesia como ofrecerle una coartada para utilizar la figura de los dioses antiguos con fines moralizadores aceptables en la España postridentina. Para ello, el evemerismo es la línea teórica que desmonta las ilusiones teogónicas de la poesía mitológica antigua. Evémero publicó a comienzos del siglo III (a.C.) lo que luego será la Historia sagrada, obra con la que intentará demostrar que los dioses de que hablan los filósofos eran tales porque antes se habían distinguido como hombres singulares. El historicismo evemerista se trasladó a Roma y al latín de mano de Ennio y de aquí llegó a los padres de la Iglesia”364. El evemerismo acabó imponiéndose en la interpretación de los mitos de muchos escritores de la España del Siglo 363 Esta palabra proviene del latín exemplum, palabra que designa también un género literario de ascendencia medieval. Siguiendo el Diccionario de la Real Academia Española, cit., p. 561a, s.v., leemos: “Caso o hecho sucedido en otro tiempo, que se propone, o bien para que se imite y siga, si es bueno y honesto, o para que se evite si es malo”. En su segunda ac.: “Acción o conducta que puede inclinar a otros a que la imiten”. 364 “Introducción” a la Philosofía secreta de la gentilidad [1585], Madrid, Cátedra, 1995, pp. 23-24. Según escribe J.R. Mélida, Evémero fue un “historiador, filósofo y viajero griego. Vivía hacia el año 300 antes de Cristo. [...] La exposición más completa de su sistema se halla en Diodoro Sículo. [...] Evémero, según Arnobio, quería demostrar que los llamados dioses eran hombres. De aquí el celoso cuidado con que indica los sitios de nacimiento y muerte de los dioses, contando escrupulosamente sus sepulcros y considerándolos como hombres. [La Historia sagrada de Evémero] se ha perdido por completo, y los fragmentos de la traducción de Ennio son poco numerosos y casi todos muy cortos. [...] Evémero exageró hasta el absurdo una sospecha justa: la de que la Mitología contiene ciertos elementos históricos; pero contiene tantos elementos variados que Evémero halló en la Astronomía, la Física y la Metafísica, y sobre todo tantos elementos puramente poéticos, que es imposible distinguir en aquella confusión lo que constituye una realidad histórica positiva. [...] Desde los comienzos de la predicación del cristianismo la opinión del pagano Evémero fue un MENU SALIR 166 de Oro365. Ello se debió en buena parte a la influencia de Lactancio y S. Isidoro. Aquél introdujo los pensamientos de Evémero-Ennio en sus Instituciones divinas, éste declaró en sus Etimologías cuál era el origen y sentido de los dioses paganos. Existen otras fuentes distintas relacionadas con la prosa moralizadora, pero, además de algún Ovidio moralizado –como el Metamorfóseos de A. Pérez Sigler366–, Lactancio e Isidoro dan unos límites clarísimos a la interpretación casi canónica que realiza J. Pérez de Moya del historicismo mitológico367. Así pues, la Philosofía secreta de Pérez de Moya tiene una larga lista de precedentes que también enfocan los mitos desde perspectivas moralizadoras. Entre ellos destacan las ya aludidas Divinae institutiones de Lucio C.F. Lactancio (h. 313), las Etimologías de S. Isidoro de Sevilla (a. 621), la Genealogía deorum de Giovanni Boccaccio (h. 1360), Las arma poderosa que manejaron los Padres de la Iglesia para combatir el paganismo”, Diccionario enciclopédico hispano-americano, t. VII, Barcelona, Montaner y Simón, 1890, pp. 1176c-1177a. 365 La teoría evemerista deja constancia de su presencia en la historia mitológica de Endimión. Es pastor y astrónomo, y simboliza al Ingenio, pues resuelve los problemas consultando a sus sueños. En la loa que escribió Calderón para que se representara antes del auto sacramental A Dios por razón de estado (1677), aparece Endimión, que en el auto hará de Ingenio, como árbitro para elegir la corte más noble, religiosa y sabia del mundo. Frente a las candidaturas de Roma, París y Viena, él se decide por Madrid, ciudad a la que proclama cabeza del mundo. Para el tema de nuestra tesis, que se centra en lo mitológico, sólo nos interesan las palabras con que Endimión mismo hace su presentación ante los espectadores: “Sale Endimión de pastor, que hace al Ingenio. FE.- ¿Quién eres, rústico joven, / que en ese traje grosero / tal vanidad es impropia [‘la de erigirse en juez’] / y error el mayor acierto? / ENDIMIÓN.- Yo soy Endimión, pastor / que mi ganado apaciento / en Jonia, monte del Asia / a donde feliz merezco / los favores de Dïana, / deidad que del alto cielo / desciende globo a mi vista / perceptible, pues contemplo / en sus lucientes figuras / sus distintos movimientos. / Soy el primero que supo / sus inconstancias...”, Pedro Calderón de la Barca, Autos sacramentales, edición y prólogo de E. Rull Fernández, t. III, Madrid, Biblioteca Castro, 2001, pp. 395-396. 366 Tampoco desaprovechó J. Pérez de Moya como fuente las alegorías que Pérez Sigler puso a la traducción en verso de las Metamorphóseos de Ovidio en 1580. Allí, por ejemplo, se dice que “la fábula de Dánae corrompida en una torre por Iúpiter en lluvia de oro significa que este metal rompe los altíssimos muros y castos pechos, la fe, la honra, y todas aquellas cosas que son de mayor precio en esta vida”, Burgos, impr. de Varesio, 1609, fol. 109. 367 Como explica C. Clavería: “Entre el alegórico Phornutus y su De natura rerum hasta las explicaciones morales del científico Conti en sus Mythologiae, el bachiller [Pérez de Moya] ha encontrado toda una tradición interpretativa que no va a despreciar y que será recurrente en su Philosofía secreta: el Mythologicarum liber de Fulgencio, el Ovidio moralizado de Bersuire y las Alegorías de Albercio-Neckam”, MENU SALIR 167 [...] qüestiones poéticas acerca del linaje y sucesión de los dioses de los gentiles de Alonso de Madrigal, El Tostado (1506-1507), y las Mythologiae, sive explicationum fabularum libri decem de Natal Conti (1551). De todos modos, no debemos pensar que Pérez de Moya trata de demostrar la inocencia y virtud de los dioses de los gentiles, sino que pretende constatar la ausencia de piedad y las malas costumbres de unos hombres que han hecho ascender al Olimpo a sus semejantes, queriéndoles dotar de una cierta virtud, así como la falta de valor formativo que se desprende de sus actuaciones. Todo ello acarreará diferentes implicaciones. Una de las más importantes es que el mito va perdiendo su frescura, se convierte en algo manido, estereotipado, que, en los casos extremos, busca ser el vehículo de una moraleja que resulte fácilmente comprensible368. Así, poco a poco los personajes, los diferentes elementos que participan en cada mito, algunos de sus componentes, sean éstos cuales sean, se van convirtiendo paulatinamente en lo que podemos llamar “figuras-tipo”, referencias a una serie de cualidades. De esta manera llegamos al punto en el que los op. cit., p. 28. En la nota 29 de esa misma página aclara que el Mythologicarum liber fue “reinterpretado y remoralizado a su vez en el siglo XV por Jhon Ridewall en el Fulgencius metaforalis”. 368 No ocurre así, por ejemplo, en la Philosofía secreta. C. Clavería, ib., p. 34, escribe que “hemos de saber apreciar el trabajo de Pérez de Moya como la más completa recopilación de datos mitológicos que pudieron leer en castellano los poetas del barroco español, y que sus especificaciones sí que pudieron ser útiles en algunos casos, sobre todo en aquellos en que el símbolo estaba enriquecido con una tradición y no empobrecido con una sentencia moralizante”. Y, anteriormente, en la p. 31, también hace referencia a este hecho, pues “la poesía castellana escapaba en algunos casos a esa necesidad moralizadora y utilizaba los mitos clásicos con intenciones distintas”. Sobre este mismo punto, es además conveniente citar a G. Serés, “La reescritura de la mitología en el Siglo de Oro: la Filosofía secreta de Juan Pérez de Moya”, ponencia inédita leída en el Seminario sobre Siglo de Oro y reescritura. Sesión IV. Prosa de ideas, Madrid, Casa de Velázquez, 17-18 de enero de 2000. Serés estudia los procedimientos, fines y técnicas por las que Pérez de Moya reescribe la mitología poniéndola en clave interpretativa moral. MENU SALIR 168 elementos elegidos de cada mito se erigen en símbolos369. Además, éstos, gracias a la erudición –fundamental, como veremos, en el Siglo de Oro– se van reproduciendo de manera constante y sistemática. Así pues, los dioses adquieren su calidad de símbolo, ya sea físico, espiritual o moral. Como advierte J. Seznec, “la empresa [de dar a los dioses una simbología del tipo que sea], en un primer momento, parecía una auténtica hazaña: los Olímpicos, en su conjunto están lejos de constituir modelos de virtud; la historia de sus orgías y sus crueldades, de sus incestos y sus fornicaciones no puede ser menos edificante. Pero ahí radica justamente lo que hacía legítima y necesaria la exégesis de los Estoicos. En efecto, Homero, que relata todas estas ignominias de los Dioses, es un noble y gran poeta: ¿es admisible que haya compuesto estos relatos impíos sin una oculta intención? No; con toda seguridad, es imposible: hay que esforzarse por consiguiente en comprender lo que ha querido decir cuando habla de los Dioses; hay que distinguir el sentido literal y el sentido profundo. El primero es frívolo, pero el segundo es grave –y es éste el verdadero sentido–. Así se constituye el método alegórico”370. Posteriormente los neoplatónicos heredan de los estoicos este método, el de la interpretación moral de los mitos, pero lo utilizan de una forma más amplia y con una intención diferente, que les lleva a aplicarlo a todas las tradiciones religiosas. “Tal es el caso, por ejemplo, de Salustio, el amigo del emperador Juliano, que en su tratado De los 369 Del mismo modo que Ícaro y Faetón simbolizan la osadía, Endimión se relaciona con la pereza y con todo lo que tenga que ver con una actitud holgazana, como ya hemos visto en las páginas anteriores y según recogen algunos de los mitógrafos citados. 370 Op. cit., p. 77. En la misma página añade: “Su ardiente deseo [de los estoicos] de conciliar la filosofía con la religión popular no les había llevado únicamente, como hemos visto, a buscar en los Dioses símbolos MENU SALIR 169 dioses y del mundo defiende con fervor la mitología, cuyo verdadero sentido, afirma, no se revela más que a los iniciados. Escoge muy a propósito, para su demostración, las fábulas que parecen más groseramente inmorales: así por ejemplo la de Saturno devorando a sus hijos o también la de Atis y Cibeles: por ejemplo, prueba mediante el análisis del mito y del ritual que en esta última hay que ver las vicisitudes del alma a la búsqueda de Dios. Sin perder nada de su valor como fuente de emoción religiosa, estas leyendas que Cicerón y Séneca trataban desdeñosamente como inepcias o cuentos de viejas [Cicerón, De natura deorum, 2, 28: superstitiones paene seniles; Séneca, fragmento 26: ineptiae poetarum] se ven finalmente explicadas en un sentido piadoso y filosófico”371. Sin embargo, hay que advertir que este método no fue siempre bien acogido por el cristianismo, que adoptó en ocasiones una actitud hostil ante él372. Ya la mayoría de los Padres de la Iglesia adoptan la postura contraria. San Agustín advierte cómo estas interpretaciones disfrazan bajo la forma de una doctrina profunda lo que él califica de “vergonzoso y miserable error”. San Basilio, por su parte, en su Discurso a los jóvenes enjuicia la actitud cristiana ante la literatura y el saber pagano. En su obra da normas para la lectura provechosa y eficaz de los clásicos físicos; se esforzaban también, llegado el caso, por descubrir en su figura y en su nombre mismo una significación espiritual; y en sus aventuras, una enseñanza moral”. 371 Ib., p. 78. También J. Alsina Clota se refiere a la función moralizadora de los mitos que realizan los neoplatónicos, y afirma que “ya los antiguos, sobre todo los neoplatónicos, intentaron justificar las inmoralidades de los dioses, tal como cuenta sus historias la mitología, acudiendo a una visión simbólica de los mismos (con un simbolismo físico o moral: cf. Buffière, Les mythes d’Homère, Paris, 1956)”, loc. cit., p. 295. 372 “El cristianismo habría tenido que mostrarse hostil a la alegoría: ésta era, en manos de los paganos, un arma defensiva de gran voz. Desde el momento en que Juliano, por ejemplo, confería a la mitología un MENU SALIR 170 griegos. En cuanto a los poetas, señala: “Como son diversos los asuntos que tratan, no es fácil dar para todos una norma común, sino que cuando os relatan las hazañas, proezas y dichos de los héroes, debéis esforzaros por aceptarlo con afecto y tratar de imitarles e intentar con todo ahinco ser como ellos; pero cuando se trate de hombres perversos, entonces es necesario huir de imitarles, dejar su ejemplo, tapándonos los oídos no con menos precaución de la que dicen que tuvo Ulises al huir del canto de las sirenas”373. De todos modos, no cabe duda de que todo este material mítico, y otro tipo de materiales, son utilizados posteriormente gracias a los que se ha venido a llamar la técnica del contrafactum o vuelta “a lo divino”. Con ella, como señala C. Cuevas, “se transmutaba el sentido profano original por otro religioso, sin más que alterar levemente palabras o estructuras, o insertando los versos elegidos en un contexto adecuado”374. Por lo demás, como estudió B.W. Wardropper, la “divinización” de los textos profanos se realizó ya desde los mismos comienzos del cristianismo, continuándose por los Padres de la Iglesia, y quedando legitimida por San Agustín, que “basándose en Éxodo, 12, 3536, argumenta que, al igual que los hebreos al salir de Egipto recibieron autorización divina ad expoliandos aegyptios, también los cristianos pueden aprovechar las riquezas culturales inicialmente ajenas a ellos”. sentido altamente espiritual, la protegía contra la crítica de los cristianos; y éstos no podían ya reivindicar para su propia religión una superioridad moral”, Seznec, loc. cit., p. 79. 373 San Basilio el Grande, Cómo leer la literatura pagana, Presentación y traducción de Ángel García, Madrid, Rialp, 1964, p. 41. En la p. 42 leemos una alusión explícita a los dioses mitológicos: “Y dejaremos para los cómicos los adulterios y amores de los dioses y sus libertinajes manifiestos, especialmente los de Júpiter”. 374 “La poesía de S. Juan de la Cruz”, en VV.AA., Introducción a la lectura de S. Juan de la Cruz, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991, p. 299. MENU SALIR 171 Añade que también en la Liturgia de la Noche de Pascua se cantaba: O vere beata nox, quae exspoliavit Aegyptios, ditavit Hebraeos!375. Por su parte, L.A. de Carballo opina que “esta manera de contrahacer es muy importante, porque hay algunas letras recibidas en el vulgo, de tan sucias cosas, que es menester Dios y ayuda para desterrarlas, por tener las tonadas de alguna gracia y donaire; y así es muy necesaria el contrahacerlas a lo divino, para que, ya que no pueden desterrar las tonadas, se destierren las vanidades de las letras, convirtiéndolas en bien”376. De esta manera, los mitos greco-latinos se asimilan en su búsqueda del sentido moralizador. Así, en la Edad Media, esta literatura con sentido doctrinal consigue una gran relevancia. Las fábulas ovidianas son un gigantesco material a la hora de erigir símbolos, y los personajes de su Metamorfosis adquieren sorprendentes valores morales. Al llegar el Renacimiento, concretamente en la primera mitad del siglo XVI, se persigue fundamentalmente la belleza formal, el deseo principal es llegar a obtener fines estéticos. Por este motivo la lección moral pierde, en cierto modo, parte de su importancia. Nos encontramos ante el dictado del humanismo. Pero esta última tendencia no dura demasiado. En la segunda mitad del siglo, se vuelve de nuevo, y con una 375 Apud ib., p. 300. Cisne de Apolo, I, p. 174. A ello se debe el que Fray Bernardino de Laredo componga un romance a San José advirtiendo al principio: “Cántase al tono: Gente va muy suficiente / a hecho determinado / a talar liberalmente / a Granada lo sembrado”; y otro, al mismo santo, con la advertencia: “Cántase al tono: Ya se salen de Ximena”; véase en C. Cuevas García, La prosa métrica. Teoría. Fray Bernardino de Laredo, Granada, Universidad, MCMLXXII, pp. 343 y 347. 376 MENU SALIR 172 fuerza mayor, a la justificación ejemplificativa de los textos literarios y, por tanto, también de los mitos377. Así, la corriente alegórica de la Edad Media se fortifica y extiende con mayor intensidad. Los dioses mitológicos se utilizan como instrumentos para educar según los criterios vigentes en el momento. En este punto, y aunque se trate de un recurso no aprovechado en el Endimión de Callecerrada, hay que indicar el valor que tienen, sin ningún género de duda, los emblemas. J. Seznec escribe que los humanistas buscaron un equivalente moderno a los antiguos criptogramas y “este equivalente fueron los Emblemas378, cuyo prototipo ofreció Alciato en su primer compendio, aparecido en 1531379. El emblema es una imagen que esconde un contenido moral; un comentario explicativo permite descubrir éste bajo aquélla. Alciato es naturalmente deudor de Horus, su modelo; pero utiliza muchas otras fuentes. Toma sus textos de los fabulistas y los historiadores latinos, sobre todo Marcial y los poetas de la Antología: el epigrama, con su sentenciosa brevedad, se presta perfectamente a su propósito”380. Añade que las imágenes que 377 Como señala J. Seznec, “a la luz del neo-platonismo, los humanistas descubren en los mitos algo más, que rebasa las ideas morales: descubren una doctrina religiosa, una enseñanza cristiana”, loc. cit., p. 87. En las pp. 91-92 añade que “por más que el Renacimiento trueque lo erótico alejandrino en enseñanza cristiana, no es nueva tal osadía: recordemos que la Edad Media descubrió la Sagrada Escritura en las Metamorfosis, y que las monjas del siglo XIII leían devotamente al poeta del Arte de amar”. Además aclara que considera al humanismo como una síntesis de las distintas tendencias del pasado. 378 Propone Seznec que se consulte el calificado por él “precioso” trabajo de Mario Praz, Studies in Seventeenth Century Imagery, Wartburg Institute, 1939. Por otra parte, también resulta de interés para este apartado la consulta del “Prólogo” de A. Egido y la “Introducción” de Santiago Sebastián a los Emblemas de Alciato, Madrid, Akal, 1965. 379 “La primera edición castellana de los emblemas es de 1549 y fue traducida y prologada elegantemente por B. Daza Pinciano, Lyon, Matías Bonhome, 1549”, C. Clavería, loc. cit., p. 35, n. 40. En la nota 42 afirma que “no hay que dejar de citar el contrapunto que para los comentaristas educadores tiene la erudición de los Emblemas de Alciato hecha por el Brocense (Lyon, Gulielmo Rovilio, 1573) con fines puramente científicos, apartándose de las características didácticas y moralizadoras, que son las propias de la emblemática española, según expresión de Santiago Sebastián”. 380 J. Seznec, loc. cit., p. 89. MENU SALIR 173 utiliza con mayor frecuencia son las de los animales y plantas –aparte de algunas consideradas, según su parecer, como “extrañas”–, aunque también hombres, y finalmente dioses. Dicho esto, afirma que “a los personajes mitológicos les corresponde un amplio espacio en los Emblemas”381. Esta última afirmación de Seznec no se corresponde, sin embargo, con la realidad en el caso del mito de Endimión. Su aparición resulta, en efecto, rarísima en la literatura emblemática, no sólo española, sino europea en general. Así, no lo encontramos en los Emblemas de Alciato, ni en ninguna de las grandes colecciones de diversos autores publicadas en España, como lo demuestra el libro de A. Bernat Vistarini y J.T. Cull, Emblemas españoles ilustrados (Madrid, Akal, 1999), donde no se documenta ni un solo caso. En cuanto a la literatura emblemática del resto de Europa, el fenómeno es muy parecido. En efecto, en los Emblemata de N. Reusner aparece uno solo bajo el lema Cupio dissolui [Flp., 1, 23: ‘deseo morir’= ‘que mi cuerpo se desintegre’], dedicado a Martín Crusio, que toma el mito de Endimión en sentido moral. En catorce versos latinos dice lo siguiente: “Mientras Diana, armada de arco, vaga por las cumbres de los montes, ve a Endimión que anda sin rumbo por las selvas. Se vuelve loca de amor por él, y para lograr los besos de la boca del pastor, carga sus miembros de un largo sueño. Así, Diana besa segura a su amado durante mucho tiempo. Pide tú también, lector, a los altos dioses besos dignos. El que es piadoso y vive como tal, teniendo intachables costumbres, y anhela 381 Ib., p. 90. MENU SALIR 174 seguir el camino que lleva a Dios sin mancha de crimen, recibe de Él por el sueño delicados besos, pues la dulce muerte de los hombres piadosos suele ser como un sueño. Y es que Cristo une a sí, una vez liberados de la carne, a aquellos a los que ama, elevándolos a los goces eternos de una nueva vida. ¡Oh feliz reposo!, ¡oh dulces besos, tan cercanos al cielo! Dichosos los que hayan merecido disfrutar de vosotros”382. No podemos dejar de señalar, llegados a este punto, que esta corriente que busca de nuevo con ahínco el sentido moral a los textos a los que hacemos referencia, y que se desarrolló con mayor energía a partir de la segunda mitad del siglo XVI, no es sino fruto de la Contrarreforma, que, ante la imposibilidad de destruir y olvidar los materiales que no consideraban aptos –dado el arraigo de que gozaban en aquellos momentos– no puede más que reinterpretarlos y convertirlos en ejemplos. El arte de la Contrarreforma, emanado del Concilio de Trento, defiende siempre una lección moral. No se concibe ahora el ideal de “el arte por el arte”. De ahí que, incluso en los textos más profanos –novela picaresca, poesía amorosa, teatro mundano, etc.– se incluyan reflexiones morales de extensión muy desigual, desde unas pocas palabras a párrafos enteros, que justifican su aprobación por parte de la censura inquisitorial. De esta manera, cobran gran fuerza figuras literarias como la alegoría, ya que se convierten en un método principal para interpretar moralmente los mitos. C. Clavería se refiere a esto al explicar que “de los sentidos para declarar fábulas, el que más le interesa [a J. Pérez de Moya] y el que le permite una doble originalidad es el alegórico, con el 382 Emblemata Nicolai Reusneri IC., Partim ethica et physica, partim vero historica..., Frankfurt, impr. Johannes Feyerabendt, M.D.LXXXI, III, nº 40, col. 1624. La traducción es mía. MENU SALIR 175 que va a poder sentar las bases de su particular obligación interpretativa y moralizadora; una obligación que se hacía necesaria para que los hechos de los dioses no quedaran como un atajo de fechorías y de caprichos de dudosa capacidad instructiva”383. También J. Seznec considera que para dar un sentido moral a los mitos paganos “se constituye el método alegórico. Lo encontramos sistemáticamente aplicado, al final de la era pagana, en dos pequeños tratados: las Alegorías homéricas de Heráclito, y el Comentario sobre la naturaleza de los Dioses de Phornutus384. En ellos aprendemos que los atributos viriles de Mercurio Quadratus significan la plenitud y la fecundidad de la razón y que las Arpías que le quitan su alimento a Fineo son las cortesanas que devoran el patrimonio de los jóvenes”385. Así pues, cualquier obra literaria publicada en España en el siglo XVII, incluye reflexiones morales, no siempre de valor artístico, pero sí religioso o doctrinal en general. Para hacer aún más claro el mensaje que sus autores pretendían transmitir, solían incluir en muchos de estos textos un epifonema o moraleja, con lo cual se conseguía cerrar, de manera clara y concreta, el pensamiento que estaban tratando. De acuerdo con estas ideas, la mitología, dada la popularidad de la que goza en este momento de nuestra historia, se usa habitualmente para inducir un enfoque moral del pensamiento386. 383 Loc. cit., pp. 26-28. En nota a pie de página añade que por eso decía Heráclito, Alegorías de Homero, ed. Calderón Ozaeta, Madrid, Gredos, 1989, p. 31: “Todos sus relatos [los de Homero] resultarían impíos, a menos de interpretarlos como alegorías”. 384 Opuscula mythologica physica et ethica, graece et latine..., Cambridge, 1671 (Palaephatus, Heraclitus, Phornutus, Sallustius, etc.). 385 J. Seznec, op. cit., p. 77. 386 De esto nos damos cuenta al consultar la mayoría de la mitografías de la época. Sin embargo, como señala C. Clavería en su edición e introducción a la Philosofía secreta de la gentilidad, cit., p. 34., “hemos de saber MENU SALIR 176 Todo esto encuentra una prueba evidente en las “aprobaciones” que había que realizar para poder conseguir que un libro se publicara. Así lo vemos en las palabras de F. Alonso Muñoz en su aprobación de la Philosophía secreta de Pérez de Moya en la que expresa que las fábulas que en este libro aparecen son provechosas para lo que se consideraba buen entendimiento. Otra muestra, que además nos resulta más cercana e interesante, es la que aparece en la “Aprobación” que hace Lope de Vega del Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada: “Por comisión del señor Doctor don Juan de Mendieta, Vicario general de esta villa –escribe el genial dramaturgo–, he visto el Endimión que ha compuesto Marcelo Díaz. No tiene cosa que disuene de nuestra fe y costumbres, y como en otros sujetos ha mostrado sus estudios en las letras divinas, en este asimismo la copia de las humanas, pintando esta fábula de la Luna, en cuya mitología fundaron los antiguos astrólogos tantas consideraciones [...] Por que merece la licencia que pide. Éste es mi parecer”387. Pero, no sólo se pone de manifisto la “moralidad” de esta obra porque contenga su necesaria aprobación. El Endimión de Callecerrada, como poema barroco que es, trata un tema profundamente humano: el del amor y los celos. El poeta, de acuerdo con las ideas de su época, ve en la mitología una trascendencia ideológica y moral que desborda la simple belleza del relato. Ésta se da por supuesta, pues deriva necesariamente de la elevación a mito artístico de los fenómenos apreciar el trabajo de Pérez de Moya como la más completa recopilación de datos mitológicos que pudieron leer en castellano los poetas del barroco español, y que sus especificaciones sí que pudieron ser útiles en algunos casos, sobre todo en aquellos en que el símbolo estaba enriquecido con una tradición y no empobrecido con una sentencia moralizante”. Sobre este aspecto vid. el apartado de este trabajo en que se explica qué es mito. 387 Las cursivas son mías. MENU SALIR 177 naturales o de los personales ilustres. “Siempre ocurre así en la cultura – observa Eugenio d’Ors–. El repertorio de sus mitos no es muy extenso ni en demasía cambiante. Ciertos fondos comunes de la naturaleza o de la historia parecen provocar casi naturalmente, una réplica en el mundo de la ficción [folclórica, literaria o artística en general]”388. La mitología, de acuerdo con estas ideas, concretaría en el fondo, recurriendo a la imaginación creadora, un repertorio de símbolos –mitos– que reflejan nuestros “complejos” psicológicos. Así lo vio genialmente S. Freud al hablar del complejo de Edipo, de Hécuba, etc. De esta forma, al leer la obra de Marcelo Díaz, apreciamos que toda ella constituye una lección de ética. La obra no supone sino una advertencia a todo aquel que actúe de forma contraria a lo debido. La Luna recibe su castigo por haber insultado a Venus con su pecado de arrogancia y soberbia. Así, leemos su diatriba contra la presunción en I, 393-400: “Hiélala en vivo fuego, y su aspereza abrasa ingrato con ardiente hielo, y el soberbio blasón de su limpieza desde su altiva cumbre mida el suelo: que no es digno lugar al altiveza desta desvanecida el alto Cielo si el Cielo es con razón del abatido, y es el suelo del loco presumido”. 388 Lo barroco, loc. cit., p. 36. MENU SALIR 178 Al no haber actuado la Luna como debiera, Venus hará que pague su temeridad con un castigo ejemplarizante, como decretado por dos dioses. Por ello, pide ayuda a Cupido con el objeto de sancionar a la helada diosa. Lo comprobamos en algunas estrofas, aunque de forma más clara en I, 385-392: “Busca, hijo mío, en tu temida aljaba entre todas la flecha más torcida, y en el libre, y soberbio pecho cava lugar a una pasión aborrecida: Amor allí con tu diamante clava, mas en la causa de su amor querida has de infundir con plomo penetrante olvido eterno de su eterna amante.” La misma idea sobre la necesidad de que el castigo se imponga y devuelva la armonía y el equilibrio perdidos se repite a lo largo del poema, como se puede comprobar en I, 145-146: “Mira cómo los Cielos tu extrañeza castigan justos, y tus presunciones”. MENU SALIR 179 O en I, 217-232, en que Cupido insta a su madre a que le cuente quién la ha ofendido, para poderle prestar así su ayuda en forma de punición divina, con lo que Venus conseguirá recuperar su honor, valor tan preciado en nuestro Barroco que Calderón escribió: “... pero el honor / es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios”389. “Dime qué dios, ¡oh reina!, te ha ofendido –si no acusas a Jove soberano–, si tan libre presume y atrevido que esta flecha no teme en esta mano; di si te indigna Marte encruelecido, o si el inmenso rey del Oceano te amedrenta, o te abrasa en fuego interno el rey tirano del confuso infierno: que sabrá el frío dios del reino helado que le puede abrasar libre mi fuego, y el árbitro de Averno consagrado que hasta su coraçón de plomo llego; la ira amansaré de Marte airado, al Sol entre sus lumbres haré ciego, y la deidad de todos te prometo que no ha de quedar dios el dios sujeto”. 389 Pedro Calderón de la Barca, El Alcalde de Zalamea, I, vv. 874-876, ed. de A. Cortina, Madrid, Clásicos Castellanos, 1955, p. 143. MENU SALIR 180 De nuevo aparece la idea del castigo restaurador de la justicia en I, 625-632: “Antes que su veloz curso consiga la fiera con su fuerça passadora, deseo yo [Venus] que tú [Cupido] de mi enemiga [Luna] partas la vil espalda voladora; pague su amor y doble su fatiga doble deslealtad y fe traidora; quiera de hoy más, adore ya olvidada, la que olvidó querida y adorada”. Y en I, 681-688, en que Cupido, por fin, invita a su madre a contemplar el castigo tan esperado a lo largo de todo el Canto I: “–Ven –el rapaz con voz encruelecida–, ¡oh madre! –dixo–, y sin tardança alguna la ruina verás y la caída desta mísera, intrépida, importuna; hoy, en viles abismos abatida, verás clavar la frente de la Luna, a los montes pidiendo y los collados cubran sus pensamientos derribados”. MENU SALIR 181 Sin embargo, Callecerrada quiere ofrecer también un ejemplo de la misericordia suprema de la Providencia, que prevalece sobre la ira justiciera de los Olímpicos. Por eso su poema acabará con la semisalvación del pastor de Latmo, que por la irrupción inesperada de una especie de deus ex machina, consigue librarse del castigo que le tenían preparado Cupido y su madre. Por ello, al final del poema se restablece el orden y todo vuelve a ser como en sus orígenes. Lo leemos en III, 769784: “Tocó el blanco pellico, presuroso, tentó el siniestro lado del aviso, y cuando al arco el passador furioso aplicar, inmaturo y presto, quiso, su calor enjugó el humor jugoso del soñolento ramo. Y de improviso se halló la Luna sin su hermoso dueño, sin fin Cupido, y Endimión sin sueño. El pastor, que otra vez la llama ardiente sintió de Amor en el pellico blando, cuando Cupido la inmortal corriente de las causas estuvo averiguando, con sabia astucia y con honor prudente, del amoroso prado levantando, MENU SALIR 182 a Venus dexa, y a su Amor, burlada con una muy hermosa retirada”. El desenlace resulta también moralizador, dadas las cualidades que se les atribuyen a los protagonistas de este enfrentamiento. Así, al hablar de Venus y su ciego hijo se ponen de manifiesto sus características de seres lascivos y livianos. Sin embargo, la Luna es casta y fría, por más que la cipria diosa quiera atacarla achacándole lo contrario. De esta manera, Callecerrada hace ver a sus lectores lo que considera virtud y lo que es defecto, como se aprecia en I, 257-264, estrofa en cuyo principio se advierte un claro matiz ridículo: “–¡Bien en lugar de Febo alumbraría la madre obscura del infante ciego! ¡Bien con mi casto yelo quedaría, impura Cipria, tu venéreo fuego! Huyan medrosas una y otra pía Lascivas de tu carro, que yo llego, y soy febea luz contra la noche con blancos cisnes y nevado coche”. Además en I, 281-288 se hace referencia de nuevo a la falta de candidez y pureza de la diosa del amor. Es también digno de observación el modo en que Marcelo Díaz condena a través de las palabras de la MENU SALIR 183 Luna el que Venus se compare con el Sol simplemente por su belleza, subrayando que este rasgo es propio también de los hombres: “Si has presumido, loca, por ventura, numerando de Febo ínclitos nombres, lo universal contar de tu hermosura, que es común a los dioses y a los hombres, razón forma tu error poco segura, porque a lo universal faltan renombres, en que yo tus desprecios asseguro: es limpio el Sol también, cándido y puro”390. También se critica la fanfarronería y vanidad de Venus en I, 265272: “Venus: tan mentirosas altivezes en baxo abismo cubran tus verdades, que, olvidada de ti misma, padeces 390 El tema de la castidad y la candidez como virtud fundamental es reiterado a lo largo de todo el poema. Sólo por poner algunos ejemplos más, podemos citar los versos I, 371-374, en los que se subraya el candor y sencillez de las avecillas de Venus, aprovechando esta última para intentar atribuirse esta cualidad: “dixo, y turbó las simples avezillas / que son a mi candor símbolo claro; / ellas, sin hiel, sinceras y senzillas, / huyeron mudas con temor avaro”. En I, 395-408 se constata cómo quiere despojar Venus de su castidad a Diana, consiguiendo que se transformara de honrada en enamorada. Nótese también la crítica que se realiza de la soberbia, y el sentido cristiano que impregna los versos en que se comenta que el cielo es el lugar para los humildes: “Yélala en vivo fuego, y su aspereza / abrasa ingrato con ardiente yelo, / y el soberbio blasón de su limpieza / desde su altiva cumbre mida el suelo: / que no es digno lugar al altiveza / desta desvanecida el alto cielo, / si el cielo es con razón del abatido, / y es el suelo del loco presumido. // Agora en Latmio, por las altas rocas / que las ondas del mar Ïonio bañan, / mi enemiga mortal vírgines pocas / con presumidos coros acompañan. / ¡Oh, si en sus cumbres las cantoras bocas / de las que altivas lo habitable infaman / llorassen a Diana despeñada, / de honrada esquiva, en vil enamorada!”. En II, 291-292 es la misma Diana la que MENU SALIR 184 naufragios de gloriosas tempestades; cuanto por tu fingida luz mereces, fundado en tus violentas vanidades, es montaña de mar, que esfera suma cuando nace acomete, y muere espuma”. Muy dura es también la condena moral de la holgazanería y comodidad de Venus, que se opone a la capacidad de sacrificio y, de nuevo, castidad de la Luna, como leemos en I, 313-320: “Yo, que en vez de la cama regalada, en soledades busco el duro suelo, de calor el estío fatigada, y en el invierno de pesado velo, a duros infortunios enseñada, de estremo a estremo passaré en el cielo: que triunfa del calor el yelo mío, ni temo, helada, yo el rigor del frío”. Sin embargo, no todo son alabanzas hacia la Luna. También ella recibe su tacha moral, que proviene de su carácter mutable e inconstante, con lo que el poeta madrileño aprovecha para atacar irónicamente un nuevo vicio, la instabilidad, como comprobamos en I, 409-411: presume de su castidad: “Yo, la más pura de las altas deas, / yo, casta reina del candor ufano...”. Y así en otros muchos pasajes a lo largo de nuestro poema. MENU SALIR 185 “Instable diosa: ¿Tanto persevera tu candor aparente en un estado? ¿Tan firme pisa tu voltaria esfera?”. O en I, 589-592: “Luna soy que, preciada de inconstante, aspecto mudo, vario y diferente. Mira tú allá si Júpiter alcança Adornar de firmeza mi mudança”391. Otro de los motivos que creemos que impiden que Venus y Cupido consigan llevar a cabo su castigo en una obra en que prevalece la moral, como es ésta que estudiamos, es el de la inocencia que presenta Endimión. El joven pastor es alguien ajeno a los problemas de los dioses, y no sería justo que él recibiera sanción alguna sin haber realizado ningún acto contrario a lo que se considera ético. Así se lee en II, 41-56: “Acaso entonces, mas de tiempo eterno, por orden infalible de los hados, un pastorcillo en Latmio, un joven tierno, 391 Sobre este defecto también se hacen muy distintas referencias a lo largo de la obra. Así en I, 593-608: “Dixo. Y el sabio numen: –Si de instable / tan claramente, ¡oh Luna!, te glorías, / ni seas causa de Mercurio amable, / ni aspiren, Luna, a ti finezas mías. / Objeto firme y ocasión durable / mis ansias buscarán, que por dos vías / dicha tienen: O eternas desdeñadas, / o con eterna possesión amadas. // Arrebató a Mercurio de su acento / el desdeñoso fin, y, arrebatado, / con los talares férvidos el viento / partió sutil y dividió delgado. / Pienso que dio a la Luna descontento / la ausencia del galán enamorado: / quisiera ella que el dios, sin esperança / y con firmeza, amara su mudança”. La misma idea la encontramos en II, 15-16: “condenando a tormento perdurable / de su inconstancia el vario ser mudable”, etc. MENU SALIR 186 libre de pena y libre de cuidados, contra el pesado frío del invierno y contra estivos aires abrasados, pastaba con el llanto de la Aurora su ganado, y con réditos de Flora. Endimión le llamaban las corrientes, Endimión hermosísimo los prados, y repetían Endimión las fuentes con ecos de cristales consagrados; dulce nombre a las diosas eminentes era Endimión de aquellos empinados cerros, y era Endimión nombre süave al bruto, al racional, al peze, al ave”. Hacerle daño se concibe casi como un sacrilegio, y así lo insinúa el poeta en II, 77-80: “Entonces el dios niño, que se atreve en la ocasión, sacrílego, divina, miróle torvo, y disparó derecha al tierno coraçón la dura flecha”. Es seguramente por esto, por su inocencia, y el respeto que le tienen todos los que le conocen, por lo que es ayudado y protegido cuando le MENU SALIR 187 quiere clavar la saeta Cupido a instancias de Venus, hechos estos que ocurren en II, 145-148: “–Dioses –lloraba–, que con peto duro, de un desnudo pastor guardáis el pecho, pálidas sombras del averno obscuro, que un rústico cubrís a mi despecho”392. Pero no sólo el argumento principal del Endimión contiene unos subliminales aleccionamientos morales. Además Marcelo Díaz Callecerrada aprovecha para, a lo largo de toda la obra, ir dando sus opiniones, con un trasfondo edificante, sobre muy distintos aspectos. Uno de los primeros puntos que podemos destacar en este sentido es el de los abundantes apuntes sobre el amor que aparecen en sus versos, dedicando pasajes enteros al tema filográfico. Ocurre, por ejemplo en I, 41-72: “Instantes son a tus velozes viras las distancias, Amor, e inmensidades; mayor fuego en mayor ausencia espiras, mayor llama en mayores soledades; rudas composiciones y mentiras simples del pecho, y cándidas verdades, 392 Se vuelve a hacer referencia a la justa protección que recibe el pastor de Latmo en otras ocasiones, como en II, 201-208: “–Síguele –dixo Venus–. Y Cupido: / –¿Qué importa, madre, mi correr alado / tras Endimión, si vuela defendido / de causa cierta y de preciso hado? / Yo, cuidadoso, el rústico vestido / del pecho a las espaldas he mirado, / y, por [una] infalible y alta suerte, / le absuelve alto conjuro de la muerte”. MENU SALIR 188 tu causa amada son y aborrecida, ¡oh espíritu incompuesto de la vida! La indómita potencia de la muerte no es como tú valiente y atrevida, que tú, con poderosa mano fuerte, tiras a lo mejor de nuestra vida; el destino legal forçosa suerte cumple en cosa a la ley fatal rendida; tú, domador de essentos señoríos, sujetas absolutos albedríos. Cumple el punto mortal la Parca helada y los escasos términos fatales, y en la precisa meta señalada el crecimiento para de los males; no bien assí las almas inmortales reciben la passión enamorada, ni hay término de bien o mal possible señalado en el alma indivisible. Más fuerte es el amor, que unión forçosa es de estremos que aun fueron dissonantes, que la muerte carencia maliciosa y negra desunión de almas constantes; MENU SALIR 189 las vencidas ventajas dan gloriosa corona vencedora a los triunfantes: por esso rinden con distinta palma la muerte al cuerpo, y el amor al alma”393. Se realizan, por otra parte, distintos apuntes sobre la ética de las relaciones con la mujer, que pueden servir también como una enseñanza a aquél que se pare a leer las estrofas que estudiamos. Así lo vemos, por ejemplo, en II, 37-40, versos en los que se aconseja respetar a la mujer enfurecida, pues más se conmueven las piedras a la vista del dolor que las diosas airadas: “Cuánto a femíneos pechos enajena la indignada passión! ¡Oh, cuánto alcança en piedras el dolor inanimadas, 393 Existen en la obra otras muchas alusiones, lejanamente inspiradas en Ct, 8, 6 y en 1 Cor, 13, 1-13, en que se alecciona sobre el inmenso poder del amor. Es el caso, por ejemplo, de los versos I, 245-248, en que se advierte de cómo es capaz de humillar a los altivos y soberbios: “Sienta la Luna, hijo, aquella herida / que abate los altivos coraçones, / y la oculta soberbia de su frente / castigue, humilde, liviandad patente”. También tienen interés los vv. I, 735-736: “que de los libres bríos más essentos / llevan de Amor los arcos violentos”. Y I, 737-752: “Nunca fue, Amor, tu proceder liviano, / si en un punto rindiesses los amantes: / que de tu vira y arco soberano / son pesadas tardanças los instantes; / tiro instantáneo de plomada mano / aves resuelve líquidas volantes; / en un soplo, la luz de otra se inflama, / y, en un punto, la llama de otra llama. // Que amor, si fue del alma acto perfecto, / sin méritos exerce libre oficio, / ni examina las causas del suje[c]to / amor, que es puramente beneficio. / Espere igual el merecido efecto, / contemple justo el galardón propicio / merecimiento vil: que amor no es paga, / si bien con otro amor amor se paga”. En II, 289-336 también se refiere al sentimiento amoroso como una fuerza igualadora. Transcribimos sólo la primera de estas estrofas para apreciar la idea sin alargarnos demasiado: “–Dulce Endimión, cualquiera que tú seas, / humano pobre o numen soberano, / yo, la más pura de las altas deas, / yo, casta reina del candor ufano, / aspiro, humana, a las humosas teas / que anuncia, blanca, tu candente mano, / y es de mis votos ya único empleo / Endimión y Diana y Himeneo”. En II, 273-280 se pronostica la desgracia de la Luna, basándose Venus en la concepción neoplatónica del amor como un círculo perfecto, cuyos radios convergen en el centro, que es el alma de la persona amada: “–Si es el Amor el círculo perfeto / que, cuantas líneas hazia el alma tira, / en el centro rematan, que sujeto / es del inmenso círculo que mira, / yo te adivino, en el dorado seto / que ya tu enamorada lumbre gira, / ¡oh Luna!, que perpetuamente llores, / que sin fin sientas y sin fin adores”. Como estas últimas citas, se podrían entresacar otras muchas a lo largo del poema. MENU SALIR 190 que no pudo en las diosas enojadas!”394. Callecerrada aprovecha también para repudiar los chismes y habladurías en I, 129-136: “Hay dama, clara diosa, que ha contado –dize fue parlería de Cupido– el indecente modo descuidado en que te puso el sueño aborrecido. No es mucho que un rapaz lo haya parlado; es mucho que una ninfa lo haya oído, porque dentro de aquel peñasco hueco la impura parlería escuchó el Eco.” En I, 145-152 se dice que los cielos castigarán esas murmuraciones. Además se aprovecha para advertir sobre las malas compañías: “Mira cómo los cielos tu estrañeza castigan justos, y tus presunciones, pues contra el resplandor de tu pureza escuchas de un lascivo dios razones; mal, ¡oh engañada ninfa!, en la aspereza solitaria el honor guardado pones, 394 “Para mientes –escribe el Arcipreste de Talavera– a la muger quando la vieres yrada. Cosas se dexa dezir por aquella boca ynfernal que non son de oyr nin escuchar. Antes tengo por sabyo e onbre de pro, al que la tal muger yrada viere, que fuya de sus nuevas, buelva sus espaldas e déxela dezir fasta que sea farta”, Corbacho MENU SALIR 191 que en lo habitable digna compañía aquel indigno lance vedaría”. Se podrían añadir a los ejemplos expuestos otros muchos en relación a esos mismos temas y a otros. Sin embargo, pensamos que son un número suficiente como para que podamos tener una idea clara de hasta qué punto Marcelo Díaz impregna su obra de contenido moral. Las enseñanzas que de sus estrofas se derivan son continuas y variadas, deteniendo, en algunas ocasiones, el argumento principal de la obra, para desarrollar alguna lección que considera importante. Quizá esta continua actitud aleccionadora derive de su posible condición de eclesiástico, que le haría dejarse llevar por esta tendencia moral, tan común en la España barroca que le tocó vivir. Sin embargo, y a pesar de las todas las lecciones de ética que ofrece Callecerrada, y que acabamos de puntualizar en estas páginas, no cabe duda de que su Endimión es un poema en que el atractivo argumental, estético y humano de los mitos novelados y dramatizados se aúna a la intención moral, que aparece unas veces explícita, otras implícita, y otras como simples incisos. Obrando así, nuestro poeta se asemeja a otros de su tiempo, aunque se aleje de alguno como D. Juan de Tassis, Conde de Villamediana. Hablando de la Fábula de Faetón de éste, escribe J.M. Rozas: “Es también una narración fastuosa, un poema épico-mitológico. Por fin, es un caso de honra y honor, un canto al valor de un hombre noble, un deseo de subir alto, de emprender grandes empresas. Éste es el [h. 1438], ed. de J. González Muela, Madrid, Castalia, 1970, p. 155. Por su parte, Góngora, en Soledades, 1, 32-33, había escrito: “que aun se dejan las peñas / lisonjear de agradecidas señas”. MENU SALIR 192 sentido que le da el conde [de Villamediana], sin ningún asomo de la moraleja de Pérez de Moya y de otros mitógrafos aureoseculares”395. 5. Mitos secundarios en el “Endimión” En el segundo capítulo de nuestra tesis –el dedicado al estudio general de la materia mítica y, por tanto, a todo lo relacionado con el mito de Endimión– nos propusimos la investigación de los aspectos fundamentales que rodean a los dos principales protagonistas de nuestra fábula: la Luna y el joven pastor Endimión396. Sin embargo, debido a la demostrada amplificatio que desarrolla Marcelo Díaz en su poema, es un hecho claro el que las estrofas aparecen constantemente cuajadas de nuevos personajes. Entre los principales, es necesario citar la insistente presencia de Venus y de su hijo Cupido –verdaderos deuteragonistas de la fábula del madrileño–, que se convierten en los rivales y, por ello, responsables de la desgracia en la que se ve sumergida la Luna. Tanto es 395 Villamediana. Obras, ed. de Juan Manuel Rozas, Madrid, Castalia, 1969, p. 38. Llama mucho nuestra atención el hecho de que el personaje de Endimión no aparezca hasta el final del Canto I, siendo los verdaderos protagonistas de esta primera parte del poema Venus y Cupido. Este retraso en la aparición explícita del nombre del protagonista de la fábula subraya el carácter entre novelesco y dramático con que el poeta la enfoca, creando desde el principio un estado de suspense que mantiene en tensión al lector hasta el momento en que el poeta lo considera oportuno. Entonces aparece por una técnica – más que de anagnórisis–, epifánica o de manifestación, un poco como un deus ex machina, que se presenta inopinadamente como instrumento que puede solucionar un conflicto. 396 MENU SALIR 193 así, que se erigen en personajes esenciales del poema de Callecerrada. Precisamente con ellos comienza el poema: “La cipria diosa397, en la mitad del día, al tronco de un aliso recostada, de su perdido amante suspendía el llanto y la passión enamorada. Velaba el niño dios398, Venus dormía, De zelosos temores descuidada: que no durmiera Venus si en los cielos hubiera diosa que le diera zelos.” Para un lector apresurado del Endimión, la fábula se limita a narrar la dialéctica afectiva entre la Luna y Endimión, continuamente interferida por el plan vengativo –argumento-marco– de Venus y Cupido. Sin embargo, una lectura más atenta del poema nos hace ver la coherencia argumental de esta fábula mitológica en la que, una gran parte del panteón pagano interviene de formas muy diversas – directamente, por referencias explícitas, por alusiones, reminiscencias, epónimos, etc.–. Este aspecto de la composición de Callecerrada tiene, a mi entender, una importancia capital, porque con él, como vamos a demostrar enseguida, se adensa el ambiente mítico del relato, que rodea 397 La ... diosa: Venus, como se sabe, tras su nacimiento marino fue llevada a Chipre por los Céfiros –de ahí el epíteto de “cipria”–. “En esta isla dize Natal Cómite que, después que aportó allí la diosa Venus en su concha, la criaron las olas, y lo mesmo dize Homero en un himno que haze de la mesma Venus”, B. de Vitoria, loc. cit., p. 395. En Chipre recibió siempre Venus un culto privilegiado. MENU SALIR 194 una relación hombre-diosa (Endimión-Luna) de un enjambre de deidades que, por una parte diviniza cuanto sucede, y por otra, lo mantiene en un plano apasionadamente humano, dada la antropomorfización a que esos dioses han sido sometidos, según hemos señalado ya. Para poner un poco de orden en este catálogo de dioses proponemos, en primer lugar, separar a aquellos que intervienen directamente en la acción argumental –y que ocuparían en este caso el papel de tritagonistas, pues al actuar en la obra su papel de agonistas es innegable– de los que sólo aparecen en el poema como nombres más o menos referenciales sin presencia física en la acción. Entre los primeros destacamos los siguientes: • Júpiter: su presencia es continua en los tres Cantos. Al ser el padre de todos los dioses, se le aprecia como un ser superior a los demás, que ordena y juzga a los restantes. Recibe distintos nombres a lo largo del poema: “Jove” (I, 88), “supremo dios” (I, 210), “Júpiter” (I, 215 y passim), “dios omnipotente” (I, 506), “dios más excelente” (I, 561), “supremo rey” (I, 581), “poderoso brazo” (II, 168), “sabia Providencia” (II, 299) y “rey” (II, 532)399. • Mercurio: su presencia en la obra también goza de importancia. En algunos casos sólo se alude a él, pero durante el Canto I, en el pasaje en el que Venus cuenta una historia sobre la Luna y el vestido que le encargó hacer Júpiter, su personaje cobra un gran sentido. Se le nombra 398 Perífrasis tópica de Cupido, hijo de Venus, a quien llaman los poetas puer paphius, Veneris proles, Cythereia proles, etc.; cf. P.V., Regia Parnassi seu palatium musarum, in quo synonima, epitheta, periphrases... continentur, Venetiis, ex Typ. Balleoniana, MDCCXX, s.v. “Cupido”. 399 Naturalmente, esos nombres figuran repetidamente en el poema; la cita que damos entre paréntesis señala sólo su primera aparición en el mismo. MENU SALIR 195 como: “hijo de Cilene” (I, 98)400, “Mercurio” (I, 470 y passim), “dios” (I, 480), “retórico dios” (I, 579), “Mercurio el científico” (I, 583), “sabio numen” (I, 593) y “galán enamorado” (I, 606). Recuérdese que era el mensajero de los dioses: Per le cose più piacevoli –escribe V. Cartari– [Giove] mandava Mercurio, che parola significa, il quale parimente non solo di Giove, ma di altri dei ancora fu nuncio e messaggiero..., secondo che egli di sè medesimo dice appresso di Plauto: “Hanno a me gli altri di concessa e data / la cura de i messaggi e del guadagno”401. • Eco y Filis: ninguno de los dos tiene demasiado peso en la obra. Sí intervienen, pero sólo como los personajes que oyeron las habladurías sobre el enfrentamiento entre Venus y la Luna. Como sabemos, Eco es una ninfa de los bosques, que, metamorfoseada en voz, repetía lo que escuchaba. Es curioso, por eso –aunque el hecho se explica porque en el habla coloquial castellana la referencia a ese fenómeno se hace con el determinante masculino antepuesto–, que Callecerrada anteponga al nombre dicho artículo: “la impura parlería escuchó el Eco”. Por su parte, Filis es la ninfa que oye las hablillas de Cupido. Ésta no aparece en ninguna fuente mitográfica de las que he consultado; sin embargo, tiene el mismo nombre que la enamorada de Demofonte: como ésta, tras su desengaño amoroso, vive en solitarios roquedales. Góngora alude a este mito, de fin tan trágico, en Polifemo, 26, 1-3. 400 “Leoncio afirma –escribe G. Boccaccio– que Mercurio fue hijo del primer Júpiter y de Cilene, ninfa de Arcadia... Se dijo que era hijo de Cilene para colorear la ficción o porque se le rindió culto por primera vez en Cilene, monte de Arcadia”, loc. cit., pp. 131 y 133. Sin embargo, la mayoría piensa que Cilene no fue la madre de Mercurio, sino sólo su nodriza: “Ella dio su nombre al monte Cileno, en el cual se dice que nació Hermes [‘Mercurio’]. A veces pasa incluso por haber criado a este dios en su temprana niñez”, P. Grimal, op. cit., s. v. “Cilene”. MENU SALIR 196 • Sueño y Letargo: dentro de los tritagonistas no carecen de importancia, sobre todo teniendo en cuenta el gran número de versos que se les dedica en el Canto III cuando el poeta se dedica a describir el palacio en el que habitaban. Aparecen, sin embargo, por vez primera, al final del Canto II: “del Sueño hermoso y del Letargo fiero” (II, 780). Algo antes, en II, 777 se les llama “dioses de negra peña y mármol duro”. Así, la apóstrofe de Cintia se dirige a los ídolos hechos de piedra negra y duro mármol, que con aspecto benigno o riguroso, tienen a su cargo, respectivamente, el gobierno del Sueño apacible o del cruel Letargo; Cintia pide al primero que infunda en Endimión su benévola influencia, convirtiéndolo en durmiente eterno. Esto es lo que dicen las octavas 98-99 de este Canto II. Las treinta y nueve primeras estrofas del Canto III dilucidarán en pormenor la diferencia existente entre el Sueño y el Letargo, que ahora no ha hecho más que apuntarse. Hasta aquí los personajes mitológicos que intervienen, que modifican la historia que cuenta Callecerrada sobre Endimión y la Luna. Pero, la obra está cuajada de otros mitos a los que se alude para explicar asuntos, hacer comparaciones, complementar a los actantes principales, etc. Entre ellos podemos citar: • Adonis: “de su perdido amante suspendía” (I, 3). La revisión del mito de Adonis y Venus me lleva a identificar a ese amante, aunque en hipótesis, con el hijo de Tías y Mirra (Adonis). Otra alusión la 401 Op. cit., p. 261. De ahí que se le apliquen perífrasis como Jovis nuncius, Magni Jovis et deorum nuncius, y que se le represente con calzado y sombrero alados (“talares”); cf. P. V., Regia Parnassi..., cit., s.v. “Mercurius” MENU SALIR 197 encontramos en I, 425- 428: “¿Eras tú limpio Sol, ¡oh impura!, cuando / tomabas digna la erizada forma / y obscuro ser del animal nefando / en que el baxo deseo te transforma?”. Así, en su afán acusatorio, Venus da por cierta la versión del mito de Adonis según la cual, Diana (griego Ártemis), enamorada de aquél y celosa de la Cipria, lo mata, metamorfoseándolo los dioses en jabalí, animal lujurioso y “nefando” (‘impuro’)402. También se hace referencia a él en el Canto II al comparar a Endimión con un “Adonis adamado” (II, 60). • Parcas: “Cumple el punto mortal la Parca helada” (I, 57). Las Parcas romanas eran equivalentes a las Moiras griegas. Se las representaba como tres hermanas hilanderas –Átropo, Cloto y Láquesis–, que presidían el nacimiento, el matrimonio y la muerte de los humanos. Cuando, como en el caso de Callecerrada, se habla de la Parca en general, se entiende la muerte, cuyo epíteto natural es “fría”, “helada”403. También se alude a alguna de ellas en I, 623: “desta infiel Cloto acometida”, y I, 633: “a la diosa que texe sus trançados” [Láquesis]. • Radamanto: “impera Jove y quema Radamanto” (I, 88), “y el árbitro de Averno consagrado” (I, 227). Radamanto es el juez de los infiernos: Rhadamantum etiam Iouis et Europae filium ob singularem prudentiam et aequitatem animarum fuisse iudicem antiqui scriptores tradiderunt404. 402 Cf. C. Falcón Martínez, loc. cit., t. I, s. v. “Adonis”. Nuestro poeta identifica a Proserpina con Diana, aunque en el momento de la muerte de Adonis la primera lo amara, mientras la segunda, directa o indirectamente, le quitaba la vida para vengar la muerte de Hipólito. 403 J. Ravisio Textor aplica a la muerte los epítetos frigida, gelida y frigens; Epitheta, Lugduni, A. Pillehotte, M.DC.X, s.v. “Muerte”. 404 N. Conti, loc. cit., p. 211. MENU SALIR 198 • Aurora: “con el rozío del Aurora” (I, 113), “al tiempo del Aurora” (II,57), “la blanca luz de Oriente clavellina” (II, 76), “y del Aurora el rutilante lloro” (III, 636). La Aurora es hermana del Sol y de la Luna, precursora de aquél en su nacimiento, derramando el rocío matutino sobre campos y prados; así lo dijo Garcilaso, Égl. 2, 203-205: “En mostrando el Aurora sus mexillas / de rosa, y sus cabellos de oro fino, / humedeciendo ya las florezillas...”. • Sol: “¿Eras del Sol el resplandor que dora” (I, 117), “el Sol, que estivos aires abrasaba” (I, 164), “al Sol entre sus lumbres haré ciego” (I, 230), “las vezes del ausente Sol tomando” (I, 251), “¡Bien en lugar de Febo alumbraría!” (I, 257), “y soy febea luz contra la noche” (I, 263), “numerando de Febo ínclitos nombres,” (I, 282), “es limpio el Sol también, cándido y puro” (I, 288), “¿Tú con vezes de Sol? ¿Tú la divina / sustituta del Sol, cuando interpola / ausencias desta esfera cristalina?” (I, 329-331), “y que serás [un] sol que el Sol oriente” (I, 351), “como del Sol el resplandor divino; / Febe soy, del dorado Febo hermana,” (I, 365366), “¿Eras tú limpio Sol, ¡oh impura!” (I, 425), “Mal del Sol semejanças atesora” (I, 437), “que, liberal, el Sol lo alumbra todo,” (I, 439), “¿Tú de Febo renombres peregrinos” (I, 449), “cuando el ardiente Febo dora” (II, 59), “cuando el alto Febo” (II, 211), “Agora el sabio Febo, adivinando” (II, 225), “por Virreina del Sol,” (II, 541), “al Sol en sus efectos señalados” (III, 170), “ya el rubio Sol retrata” (III, 283), “a mi febeo ardor ardiente Febo” (III, 552), “nuevas del Sol y de su lumbre pura” (III, 571), “porque si sale el Sol por la mañana” (III, 583), “que eres alba nevada de dos soles” [Febo y Luna] (III, 600). Como vemos las MENU SALIR 199 alusiones y comparaciones con el Sol, aun sin ser un personaje que intervenga directamente en la obra, son continuas. Por lo demás, también es frecuente la designación del Sol como “Febo”: “Febo –dice B. de Vitoria– viene desta palabra Phos [sic: ‘Luz’], porque siempre es nuevo, siempre es moço y permanece en un ser, que, en latín, común manera de hablar es llamar phebeos a los desbarbados. Y conviene esto al Sol porque siempre está de una misma suerte..., siempre está tan hermoso y tan nuevo como el primer día que començó a andar los orbes”405. • Marte: “di si te indigna Marte encruelecido” (I, 221), “la ira amansaré de Marte airado” (I, 229), “el traje militar de Marte airado” (I, 275), “parto digno del sangriento Marte” (II, 3), “imprecaba la amiga de Mavorte” (II, 144). Bien conocida es la fábula de los amores de Marte y Venus: casó ésta con Vulcano, pero “como ella era tan hermosa, dio en aborrecer la fealdad de Vulcano y en poner su afición en Marte, que gustan mucho las mujeres de mal vivir de los valentones y bravos”; sorprendidos los amantes por el dios de las fraguas, éste los aprisionó en una red, convirtiéndolos en el hazmerreír de los dioses406. • Neptuno: “o si el inmenso rey del Oceano” (I, 222). Es llamado en los Epitheta de R. Textor (ed. cit., s.v. “Neptunus”) –siguiendo a Silio Itálico (lib. 17)–, rex maris. Según algunos, tuvo comercio carnal con Venus, con la que engendró a Erice [Érix, al que también alude Callecerrada, como veremos] y Bute407. 405 Op. cit., t. I, p. 556. Con más concisa exactitud, N. Conti dice que el Sol se llama Febo, por significado etimológico, a splendore luminis, ‘por el resplandor de la luz que irradia’, op. cit., p. 362. 406 B. de Vitoria, op. cit., pp. 722-726. 407 N. Conti, Mythologiae, cit., p. 387. MENU SALIR 200 • Plutón: “el rey tirano del confuso infierno” (I, 224), “que sabrá el frío dios del reino helado” (I, 225), “Yo te vi repetir: “¡Plutón amado!” (I, 412), “Lúgubre rey, si tu rigor se inclina” (II, 141), “Y tú, ferrado rey, que el pecho tierno” (II, 153), “que puso el defendiente dios delante” (II, 191). Plutón es llamado por R. Textor, siguiendo a Ovidio, rex umbrarum (Met., 5), regnator noctis (Trist.)408. Se le proclama “rey”, según V. Cartari, por sus muchas riquezas, o, a contrario, por su total carencia de ellas, o porque instituyó las pompas funerales y cuanto se hace en torno a los muertos; de ahí que se le pinte en el infierno, sedendo come re sopra un’alto seggio et così lo descrive Claudiano, quando racconta che egli manda Mercurio a Giove a dimandargli moglie409. • Vulcano: “en la oficina obscura de Vulcano” (I, 280). Según explica B. de Vitoria, “Vulcano casó con Venus..., [y ella] le pidió con muchos ruegos le hiziesse unas armas diamantinas para su hijo Eneas, y él se las hizo tales y tan buenas cual ella las deseaba... Su fragua y oficina dize Natal Cómite que la tenía en unas cavernas del monte Etna”410. • Alba: “porque del Alba en la primera rosa (I, 291), “fundan del Alba, al venidero día” (III, 122). Sobre su identidad y misión, cf. supra, s.v. “Aurora”. • Aglaya, Talía y Eufrosina: “Di si podrás correr de noche, sola, / sin Aglaya, Talía y Eufrosina” (I, 332-333), “de aquestas niñas tres acompañada, / sin cuyas gracias eres humo y nada” (I, 335-336). Se 408 Epitheta, cit., s.v. “Pluto”. V. Cartari, op. cit., p. 232. 410 Teatro, cit., t. I, pp. 514 y 516. 409 MENU SALIR 201 alude aquí a las tres Gracias. Según J. Pérez de Moya, “queriendo los antiguos exhortar a los hombres a que tuviessen entre sí amor, paz y amistad, inventaron una deesa en figura de tres donzellas, assidas las manos las unas de las otras, todas desnudas, que se estaban riyendo... Llamábanse las tres Gracias... Sus nombres eran Pasitea, que otros dizen Aglaya, y Eufrosine, y Acgialis [Talía]. Dezían proceder dellas las riquezas y sossiego y descanso de los hombres”411. • Érix: “sube veloz tus ericinas cumbres, / y de su rey contempla las cenizas” (I, 347-348). Según J. Lempriere “Eryx [was] a son of Butes and Venus, who relying upon his strength, challenged all strangers to fight with him in the combat of the cestus. Hercules accepted his challenge after many had yielded to his superior dexterity, and Eryx was killed in the combat, and buried on the mountain, where he had built a temple to Venus”412. “Érix” es, pues, el personaje que da nombre al citado monte, cuya cumbre se llama “ericina” [‘de Venus’] por el templo de dicha diosa existente en ella; las cenizas son las del monarca allí incinerado. • Manes: “impones dura a los rendidos manes” (I, 420), “pálidas sombras del averno obscuro” (II, 147), “Sombras: si entonces el dolor sagrado” (III, 785). P. Grimal explica que “en las creencias romanas los manes son las almas de los muertos”413. A. Calepino amplía la definición: Putabant veteres Manes esse deos inferos, eosque inter numina laeva numerabant... Alii putant hoc nomine appellatas fuisse 411 Op. cit., p. 331. A Classical Dictionary, Containing a Copious Account of All the Proper Names Mentioned in Ancient Authors..., London, T. Cadell, Strand, and W. Blackwood and Sons, Edinburgh, 1837, s.v. “Eryx”. 413 Diccionario, cit., s.v. “Manes”. 412 MENU SALIR 202 animas separatas a corpore, unde videmus vetusta sepulcrorum monumenta Diis manibus esse inscriptas414. • Apolo: “oficio exerces del ausente Apolo” (I, 547), “ésta que arbolo, del crinito padre” (II, 125), “manso cuidado al desterrado Apolo?” (II, 216), “con vezes de la délfica persona,” (II, 534). R. Textor explica por qué se le aplica el epíteto crinitus (‘de larga cabellera’): Vel propter solis radios, vel ob perpetuam iuventutem; y da una autoridad tomada de Cicerón, que alude precisamente al tema lunar: Cic[ero], 4 Quaestion. Acad.: Intendit crinitus Apollo arcum auratum Lunam innixus; también le aplica los epítetos intonsus y chrysocomus415. Callecerrada le llama “padre” porque lo fue de Jaristeo, los Coribantes, Lino y Orfeo, la musa Calíope, Troilo, el adivino Mopso, Mileto, Doro, Laódoco y Polipetes, Anio de Delos, Esculapio, etc. Incluso llegó a creeérsele padre de Pitágoras, lo que lo relaciona con las creencias órficas y afines. En otro orden de cosas, fue padre (‘inventor’, ‘fundador’) del arte en general, de la música, la poesía y los vaticinios. Vid. también supra, s.v. “Sol”. • Titón: “y el claro parto de Titón quería” (III, 411). ‘El luminoso parto de Titón, es decir, el Sol’. Esta extraña genealogía podría, tal vez, apoyarse en una leyenda que refiere B. de Vitoria, según el cual había en Egipto una estatua de Memnón –hijo de Titón–, que cuando iba a salir el Sol y daban en ella sus primeras claridades emitía música de clarín o chirimía; “y como luego, dentro de breve espacio, eran divisados los rayos del Sol de la gente de abaxo, le llamaron [a Memnón] hijo de la 414 415 Dictionarium, cit., s.v. “Manes”, p. 749a. Epitheta, cit., s.v. “Apollo”. MENU SALIR 203 Aurora, que imitando el oficio de su madre, anunciaba el Sol antes que naciesse”416. Ahora bien, como la Aurora tuvo amores e hijos con Titón, es posible que Callecerrada ponga en el número de éstos a Apolo. • Memnón: “rubio Memnón, de aljófar coronado” (II, 58). Como acabamos de explicar, Memnón es el hijo de la Aurora que luchó en Troya contra Aquiles, y, muerto por éste, fue elevado a divinidad por su madre. • Faetón: “del empinado Latmio, cuya frente / envidia, firme, Faetón ardiente.” (I, 616). Se refiere a que tal vez, al ser altísima esa cima, la del Latmo, casi llega a la órbita del Sol, padre de Faetón –el que quiso conducir su carro y lo precipitó, aterrado por la altura, en el río Erídano–. Por eso la envidiaría el temerario hijo de Febo. • Hado: “determinó a sus rayos el Destino” (I, 664), “Hado las diligencias arrebata” (I, 711), “por orden infalible de los hados” (II, 42), “digna causa Endimión y digno hado” (II, 62), “si pervertís los órdenes fatales” (II, 175), “de causa cierta y de precioso hado” (II, 204), “la infalible corriente de los hados” (II, 210), “al Hado cuanto quiso y a la suerte” (II, 220), “de las divinas y fatales cosas” (II, 418), “que el Hado no consiente” (II, 460), “assí la midió el Hado justiciero” (II, 711), “el Hado concediesse a los sentidos” (III, 204), “con determinación de hado infalible” (III, 246), “este fin me propuso el Hado cierto” (III, 357), “no el dulce fin que necessita el Hado” (III, 372), “¿a qué dichas, dichoso, aplica el Hado” (III, 486), “poco faltó que el Hado no sacasse” (III, 717), “oportuno lugar descubre el Hado” (III, 724), “del Hado vígil y despierta 416 B. de Vitoria, op. cit., t. I, pp. 580-581. MENU SALIR 204 suerte” (III, 735), “con hado inverso y implicada suerte” (III, 748). El Hado es el dios del Destino –unas veces individualizado, otras colectivizado en una tríada de hados–, cuyo imperio no podía eludir criatura alguna por ninguna razón o cálculo; él fijaba la suerte de todos en su mismo nacimiento, imponiendo sus decisiones incluso a los dioses417. • Flora: “y con réditos de Flora” (II, 48). “Es la diosa de las flores y de la primavera, y esposa de Céfiro... Se la representaba adornada de guirnaldas, y cercada de canastillos llenos de flores”418. • Calíope: “Inspira tú, Calíope divina” (II, 137). El poeta realiza aquí una invocatio dirigida a Calíope, la musa del verso lírico. • Alectos: “vomita Alectos: tronará mi acento” (II, 142). Alectos es la primera de las Furias (griego, Euménides), nacida, como sus hermanas Tisífone y Meguera, de la sangre que salió de los genitales de Urano amputados por Saturno419. Callecerrada, por sinécdoque, usa el nombre de Alectos para referirse a las tres furias. • Meguera: “¿Puso Meguera, de dolor interno” (II, 547). Como acabamos de decir, Meguera es otra de las Furias, Erinias o Euménides, que atormentaban a los precitos, no sólo con angustias psíquicas, sino con atroces torturas físicas provocadas por flagelos, aplicación de hachas encendidas, etc. Su horrible aspecto –monstruos alados, con serpientes por cabellos y mirada iracunda– incrementaba aún más el horror de sus víctimas420. 417 Cf. a este respecto N. Conti, op. cit., p. 205-206. M. Chompré, op. cit., s.v. “Flore”. 419 Vid. N. Conti, loc. cit., p. 128. 420 Cf. L.G. Gyraldus, pp. 204-206. 418 MENU SALIR 205 • Admeto: “de Admeto el rey pastaba los ganados” (II, 212), “por los tesalios campos” (II, 215), “Ya que no pudo, como al rey Admeto / librarle de la deuda de la muerte” (II, 217-218), “Febo, el Tesalio, de acerados velos” (II, 453). “Dixeron [los poetas –explica Pérez de Moya– que Apolo] mató los cíclopes, fabricadores de los rayos de Júpiter. De lo cual Júpiter enojado, le privó de la deidad por muchos años. Y venido por esto en necessidad, le fue forçado hazerse pastor y guardar los ganados de Admeto, rey de Tesalia, según dize Ovidio y Séneca”421. Es interesante también recordar que, habiéndose casado Admeto con Alcestis, aquél irritó a Ärtemis (Diana) no ofreciéndole un sacrificio, por lo que ella lo condenó a morir. Apolo lo salvó, sin embargo, consiguiendo que la diosa perdonase a Admeto con tal de que alguien muriera por él, lo que hizo Alcestis. Heracles, sin embargo, la sacó del infierno, más bella y joven que antes. • Himeneo: “Endimión y Diana y Himeneo” (II, 296). Como se sabe, Himeneo es el dios de las bodas, a las cuales asiste con su antorcha, flauta y corona floral; su nombre equivale, pues, a ‘casamiento’. Recordemos cómo Góngora lo invoca bellamente en el coro de garzones y zagalejas que cantan una canción amebea en la boda de la Soledad I (vv. 764-847), cuyo estribillo es: “Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo”. • Noche: “Noche: Yo luz a tus dudosas deas” (II, 369), “Noche: Escasa a mi amor ni oculta seas” (II, 373), “mas tú, Noche divina, que eres manto” (III, 697). Parece referirse en estos casos a la diosa hija del Caos, hermana del Erebo –personificación de las tinieblas subterráneas–, 421 J. Pérez de Moya, Philosofía, cit., p. 164. MENU SALIR 206 y madre de la Angustia, las Moiras, Némesis, la Vejez, la Discordia, las Hespérides, etc.; Góngora sugiere que el lecho donde pare a sus tristes hijos podría estar en la tenebrosa cueva de Polifemo: “caliginoso lecho, el seno obscuro / ser de la negra Noche nos lo enseña / infame turba de nocturnas aves...” (Polifemo, 37-39). • Fons: “cuyo dios transparente y cristal santo” (II, 407). El agua de las fuentes se personificaba míticamente en el dios Fons (o Fonto), cuyo templo parece que estuvo junto a la Porta Fontinalis, al N. del Capitolio. La fiesta de los Manantiales (Festa Fontinalia) le estaba dedicada. • Juno: “los decretos noctívagos de Juno” (II, 450), “que ignora el sitio con sus zelos Juno” (III, 267). Diana y su hermano Apolo tienen en contra la malquerencia de Juno, manifestada desde que ésta intentó impedir el nacimiento de aquéllos422. Por otro lado, Inaco, rey de los Argivos, fue padre de Ío, ninfa y sacerdotisa de Hera (Juno); “desta ninfa se enamoró el dios Júpiter; pero como ella estuviesse muy lejana de enamorarse y de condescender con sus torpes gustos, huyó dél y dellos; mas él le estorbó esta huida poniéndole delante una nube muy espesa, que fue bastante a impedirle el paso; y con esto, y con usar de violencia, vino a conseguir su amoroso intento”. Celosa Juno, la buscó, y Júpiter, para ocultar su infidelidad, la metamorfoseó en vaca. “Sospechando la verdad la burlada diosa, pidió a su esposo en don la hermosa vaca, y, recibida, la entregó en custodia a Argos, que con sus cien ojos la vigiló en adelante sin desmayo”423. 422 423 Así lo explica P. Grimal, op. cit., s.v. “Hera”, p. 238b. B. de Vitoria, Teatro, cit., t. I, pp. 165-166. MENU SALIR 207 • Argos: “linze de bronce y acerado Argo” (II, 720), “Argos allí, cobarde e importuno” (III, 269), “Argos celeste, veles invencible” (III, 458). Enamorado Júpiter de Ío, hija del rey Inaco, ante las airadas sospechas de su esposa Juno, metamorfoseó a su amada, como ya hemos dicho, en vaca; Juno entonces, abrasada de celos, la entregó al pastor Argos para que la vigilara sin tregua. “Este Argos –escribe B. de Vitoria–... tuvo cien ojos, para que cuando unos se adormeciessen, otros estuviessen velando y haziendo centinela, porque no le hurtassen lo que tenía tan a su cargo”424. Por lo demás, el v. II, 720 –“linze de bronce y acerado Argo” (esta forma poética del nombre del pastor amigo de Juno se usa aquí para lograr la rima en consonante con “largo”, v. 719)– depende directamente de Góngora, cuando habla de Acis que, fingiéndose dormido, vigila atentamente los gestos y afectos de Galatea: “alterada la ninfa esté o suspensa, / Argos es siempre atento a su semblante, / lince penetrador de lo que piensa, / cíñalo bronce o múrelo diamante...” (Polifemo, vv. 291-294). • Ío: Cf. los dos dioses inmediatamente anteriores. • Latona: “nieta del Cielo y parto de Latona” (II, 530). La Luna es, como ya hemos dicho, hermana de Apolo y nacida, como él, en Delos. Endimión le comunica que conoce su excelsa condición de hija de Latona [Leto] y nieta del Cielo. “Esta Diana –observa B. de Vitoria– es la hija del tercero Júpiter y Latona”425. En sentido estricto, no fue nieta, sino biznieta del Cielo: Diana y Apolo fueron hijos de Latona, ésta del titán Ceo, y éste de Urano (el Cielo). Recuérdese, sin embargo, que el 424 425 Op. cit., t. I, p. 166. Loc. cit., t. II, p. 334. MENU SALIR 208 Diccionario de Autoridades dice que “nieto se llama por extensión el descendiente de una línea en las terceras, cuartas y demás generaciones” (s.v., 2ª ac.). También en latín nepos, además de ‘nieto’, significa ‘los descendientes’, ‘la posteridad’. • Dríada: “en esta oculta selva alguna dría” (II, 630), “rudo Endimión, por la deidad de enzina” (II, 632), “desta cumbre la más hermosa dría” (III, 506). ‘Dríada’, ninfa de los bosques y sotos; porro, nymphae... nemorum [vocantur] dryades426. El uso del poético “dría” obedece a razones de rima. • Calisto: “El hijo de Calisto había tocado” (II, 717). ‘El conjunto de estrellas o constelación de Arturo’. Calisto, dríada o princesa embarazada de Zeus, hubo de bañarse desnuda en una fuente; sus amigas descubrieron así su estado. Diana, tal vez influida por los celos de Juno, la metamorfoseó en osa, y luego la mató de un flechazo. Júpiter, compadecido, la elevó al cielo transformándola en la Osa Mayor. En cuanto al niño que de ella nació –‘Árcade’–, tras increíbles peripecias, fue también elevado al cielo transformado en Arcturo, estrella de la constelación del Boyero. • Cibeles: “Torreada madre, reina montañosa” (II, 633). ‘Cibeles’, la Madre Tierra. Et è la imagine di Cibele una medesima con quella della gran madre perché ha parimente il capo cinto di torri, como Lucretio, parlando di lei, dice: “L’alta testa le cinsero e ornaro / di corona murale, per mostrare / ch’ella sostien città, ville e castella”427. 426 427 R. Textor, Officinae, cit., t. II, p. 146. V. Cartari, loc. cit., p. 182. MENU SALIR 209 • Atis: “que al pérfido donzel convierta en pino”. ‘Que metamorfosee en pino al pérfido Endimión’ –lo que sucedió a Atis. • Muerte: “brinda la Muerte, y ferrugíneo trago” (III, 148). Aunque en la princeps se escriba con minúscula, le pongo mayúscula para denotar su personificación (mitología, Mors), acorde con la acción de “brindar” que se le atribuye. • Caronte: “por el sagrado humor del lago obscuro / y su negra corriente atravesada” (I, 211-212), “ni a los negros umbrales de Caronte” (III, 191). “Caronte es el barquero del Infierno, que passa allá las almas; dize Virgilio (Eneida, VI, 298[-304]): El terrible Carón, portero horrendo, / de moho y xugo y suciedad cubierto; / del yerto rostro cae un monte espesso / de barba cana, inculta, sucia y hórrida; / de los fogosos ojos echa llamas; / trae cubierto un andrajoso manto, / en los desnudos hombros añudado; / éste, con un varal, rige la barca, / y tiene cargo de templar las velas, / y en un esquife de color de hierro / las almas y los cuerpos, si van, passan”428. • Momo: “y a los sátiros momos burladores” (III, 511). ‘Los burladores y satíricos momos’. “El momo fingieron los poetas ser un dios muy holgazán, que no acostumbraba entender en otra cosa sino en reprehender las obras y trabajos ajenos, assí de los hombres como de los dioses; Hesíodo le haze hijo del Sueño y de la Noche”429. • Ícaro: “Ícaro ya mi voz, Ícaro llama” (III, 791). Se trata del hijo de Dédalo que, con alas de cera, se elevó a los cielos en pos de su padre, 428 B. de Vitoria, op. cit., t. I, pp. 393-394. La traducción del mitógrafo franciscano, en los versos referentes a la barba de Caronte, nos recuerda los vv. 57-64 del Polifemo, donde se describe el cabello y la barba del cíclope amante de Galatea. 429 J. Pérez de Moya, Philosophía, cit.., p. 262. MENU SALIR 210 escapando del laberinto de Creta, lo que hizo que le admiraran cuantos le vieron; así el poeta dice que Ícaro llama a su voz –su relación poemática– para que se eleve por los aires y sea oída y admirada de todo el mundo. Para lo que decimos aquí sobre Ícaro y lo que añadimos a continuación sobre la Fama cf. supra, “Argumento”. • Fama: “Espera un poco, presumida Fama” (III, 792). La presuntuosa Fama sólo tendrá que esperar un poco para dar a conocer estos versos en la república de las letras. La diosa Fama, hija de Titán y la Tierra, tiene innumerables ojos y bocas, y vuela por los aires con gran rapidez haciendo sonar su trompa; vive en un broncíneo palacio de mil ventanas, desde donde vigila a todo el universo; por ellas entran cuantas voces suenan en el mundo, y salen de allí amplificadas. *** Además de a todos estos dioses, también hace referencia Callecerrada a un bestiario mitológico legendario o extraño para un lector moderno, como vemos cuando se refiere a: • Pías: “Huyan medrosas una y otra pía” (I, 261), “Hecho el concierto, las pintadas pías” (I, 697), “las pías suenan por la esfera suma” (II, 259), “Dixo, y las blancas pías arrancaban,” (II, 793), “con blancos cisnes y nevado coche” (I, 264), “dixo, y turbó las simples avezillas” (I, 371), “cuando hizieron los cisnes de la Luna” (I, 375). En general, se dice que tiraban del carro de Venus cisnes, palomas u otras aves eróticas, por lo que el nombre “pía” –“jaca remendada”– se refería a MENU SALIR 211 ellas atendida la función que desempeñaban. Por lo demás, Callecerrada contrapone las yeguas (“pías”) de Venus a los cisnes de Diana, como hemos visto en los ejemplos que acabamos de citar. • Cerbero: “Y la rasgada boca ladradora / de fiero can furioso, alborotado” (I, 433-434), “la escaseça del malintencionado” (I, 438), “cuando el trifauce Can ligó valiente” (III, 72). Cerbero es el “perro de tres bocas, o cabeças, que guarda el reino de Plutón..., y no dexa salir a ninguno de los que allí entran”430. • Pirois: “Si piensas que de Pirois presuroso / imite tu corrida las carreras” (I, 441-442), “que es oro y fuego Pirois luminoso / en clin y pies, y pisan tus esferas” (I, 445-446), “despertar sus caballos voladores” (III, 412). Pirois es uno de los caballos que tiran del carro del Sol –los otros son Eous, Etón y Flegón–. Su nombre significa ‘el fogoso’, ‘el que tiene naturaleza de llama’. • Hidra de Lerna: “de Jove: que una fiera venenosa / fue vencida de aquél; de ti, una diosa” (II, 7). Hércules venció, en efecto, a la hidra – ‘sierpe de agua’– de Lerna, así llamada por la laguna vecina a la ciudad de Argos, donde ella vivía; tenía multitud de cabezas, y al cortarle una le nacía otra; Hércules, en su segundo trabajo, la mató, quemando las heridas producidas por las sucesivas decapitaciones de que la hizo objeto. • Múrice: “por quien el fino múrice envidioso” (III; 642). “El múrice –escribe S. Isidoro de Sevilla– es un molusco de mar que recibe su nombre de su forma aguda y su aspereza; se le denomina también 430 J. Pérez de Moya, loc. cit., pp. 103 y 105. MENU SALIR 212 conchylium (ostra purpúrea), porque, cuando se la abre con un cuchillo, deja escapar unas lágrimas de color purpúreo, de las que se obtiene la púrpura para teñir, que se conoce también con el nombre de ostrum precisamente porque es una tintura que se obtiene del líquido que segrega la ostra”431. *** Por otro lado, es importante también resaltar el hecho de que nuestro poeta, al referirse a los mitos anteriores, no se conforma con una simple alusión, sino que los reviste y acompaña de elementos –como son el “néctar divino, licor variado o vino consagrado”– y lugares que les eran propios como miembros del Olimpo. Así encontramos en el poema de Marcelo Díaz la siguiente toponimia, mitológica o real, con nombres propios como los que siguen: Aqueronte, Averno, Bayas, Campania, Citera, Cuma, Delos, Campos Elíseos, Empíreo, Estige, Mar Jonio, Latmo, Leteo, Mediterráneo, Mar Muerto, Olimpo, Oriente, Osa, Pafos, Pelión, Simois, Tesalia, bóveda celeste, empírea esfera, infierno, etc. Todos ellos hacen aún más creíble su obra ubicando los hechos en espacios bien conocidos. Nos sirven además para sumergirnos completamente en este mundo de dioses humanizados en el que todos parecen estar relacionados de una u otra forma. Después de esta enumeración del panteón mítico greco-romano que se hace presente en el Endimión de Callecerrada, nos damos cuenta de 431 Etimologías, XII, 6, 50; edición bilingüe preparada por J. Oroz Reta y M.A. Marcos Casquero, 2 vols., Madrid, B.A.C., MCMLXXXII-MCMLXXXIII, t. II, pp. 101-103. MENU SALIR 213 hasta qué punto se ha esforzado el poeta en tejer un tapiz muy complejo de carácter mitológico a lo largo de los tres Cantos de su obra. Este catálogo extensísimo de nombres evoca un género literario acorde con las obras humanísticas de sus mismas características, en las que las divinidades, en sus diferentes categorías, no sólo forman una sociedad cerrada en la que se relacionan entre sí, sino que, individual o colectivamente intervienen en el acontecer humano –o humano-divino–, para encuzar su suerte y su conducta por caminos que satisfacen las ambiciones, proyectos, pasiones, amores y odios de los dioses. Éstos actúan, pues, imitando los modelos greco-latinos y romances más importantes como una especie de múltiple providencia cuyos designios, frente a la concepción cristiana, pueden ser diversos, y hasta contradictorios. En el caso del Endimión de Callecerrada esas acciones son muy complejas, aunque el desenlace termina sin satisfacer totalmente los planes de ninguna de las divinidades, ya que la venganza de Venus y Cupido queda totalmente burlada, el amor de la Luna se satisface a medias con una interminable serie de besos nocturnos prodigados a un amado dormido, mientras que Endimión queda como un personaje gris y pasivo que nada decide, y que se ve sacrificado a las rivalidades de los dioses. En cualquier caso, el carácter de fábula mitológica del Endimión de Marcelo Díaz queda, a nuestro entender, completamente demostrado por lo que llevamos dicho. El que la fidelidad al espíritu de la fábula mitológica clásica esté mediatizada por comportamientos, ideas y MENU SALIR 214 actitudes procedentes de la tabla de valores de la sociedad española del siglo XVII no invalida lo que decimos, pero sí demuestra hasta qué punto se ha barroquizado la limpidez de un relato mitológico de ascendencia greco-latina. No podía suceder de otro modo en una obra literaria nacida de una estética expresionista, que busca sobre todo impactar a los lectores, implicarlos en el texto, y hacerles sentirse representados en el relato. De ahí que podamos concluir este apartado diciendo que el Endimión de Callecerrada es una densa narración mitológica, en la que la presencia expresa o virtual del material mítico es abrumadora, pero que, a la vez, es también un híbrido por la presencia en su argumento de un componente barroco que da al conjunto de la fábula una perspectiva original propia del país y del siglo en que fue redactada. 6. El problema del género literario del “Endimión” Es innegable la importancia que tiene el tema mitológico en la obra que estudiamos. Como dijimos en apartados anteriores, el uso del material mítico era distinto según si se usaba en el Renacimiento o en el Barroco. En el siglo XVI se creía sinceramente en los mensajes y símbolos procedentes de los clásicos; sin embargo, un siglo después, siguiendo las directrices de Trento, el humanismo cambia sus ideales y formas expresivas, aunque mantenga una fidelidad teórica a la estética aristotélico-horaciana que consagró el siglo anterior. La Contrarreforma MENU SALIR 215 consigue solucionar la cuestión de los mitos paganos acogiéndolos, fundamentalmente, por su aspecto estético y decorativo. Como explica E. Orozco: “Especialmente en la poesía vemos cómo la mitología se introduce en la temática religiosa con sentido de subordinación. Las deidades paganas aparecen con un sentido ornamental análogo a como se presentan también en la decoración arquitectónica”432. Así pues, los padres del Concilio de Trento observan la mitología como un aceptable e inofensivo adorno que se da en la literatura. Cambia, por ello, radicalmente, la concepción que de ella se tenía: se la despoja, en efecto, no pocas veces del simbolismo, seriedad y admiración de la que gozó en el Renacimiento. “Los artistas [barrocos] – aclara H. Hatzfeld– despertados por el nuevo concepto que al mismo tiempo significaba el triunfo decisivo de San Ignacio sobre Erasmo, ahora se sintieron compelidos a sacar de su propia experiencia en la vida los valores olvidados de la antigüedad, y a usar los modelos tradicionales, humanístico-mitológicos como contraste, objetos de ironía, anacronismos absurdos y medios de encarecer y embellecer su propia realidad”433. 432 De lo aparente a lo profundo. Apuntes apresurados para una teoría del Barroco visto desde España, Granada, Universidad, 1947, pp. XXXIII-XXXIV. Un poco más adelante, aún en la p. XXXIV, añade que “un ejemplo bien expresivo y de un momento de arranque de barroquismo nos lo ofrece Pedro de Espinosa en su Canción a la navegación de San Raimundo. Todas las deidades marinas, tritones, nereidas y sirenas, pueblan el luminoso mar que atraviesa la ligera barquilla del santo. Como ya vio Vossler, precisamente hablando de Espinosa, fue la fuerza de la mística, esto es el más elevado fruto de la Contrarreforma, la que actuó en este sentido de utilización de las bellezas del mundo pagano con esta intención religiosa”. Véase el texto del hispanista alemán en su libro sobre La soledad en la poesía española. Traducción J.M. Sacristán, Madrid, Revista de Occidente, 1941, p. 223. 433 Estudios sobre el Barroco [1964], Madrid, Gredos, 19662, p. 371. En las pp. 113-114 añade: “Los motivos decorativos mitológicos greco-romanos, que habían perdido todo carácter funcional, fueron también traídos a cuento ahora por dos poderosas razones: para justificar una cierta sensualidad artísticamente necesaria y para mitigar el horror de la muerte, artísticamente deseable”. MENU SALIR 216 De esta manera, la fábula mitológica se convierte en un subgénero poético esencialmente barroco, con grandes matices narrativos, y que goza de gran éxito en ese tiempo. En la poesía barroca española la fábula mitológica se multiplica de forma admirable. F.J. Díez de Revenga llega a hablar de una “increible proliferación del género”434. El mito ha tenido su máxima y definitiva manifestación en la Literatura, sobre todo en la Occidental, que ha bebido hasta la saciedad de todas esas historias y leyendas paganas. Cuando hablamos de los mitos, es difícil hallar un asunto que no haya sido tratado, variando y transformándose continuamente según el autor y la época. Es por esto precisamente por lo que llama más nuestra atención el que la fábula mitológica en España haya tenido un estudio tan somero. Así lo confirma J.Mª. de Cossío: “Trata de explorarse en este libro [Fábulas mitológicas en España] toda una provincia de nuestra geografía literaria, desasistida de esclarecimientos y, en gran parte, ignorada. Las causas de este abandono no pueden buscarse en su falta de interés poético, ni en lo oscuro de los escritores que la frecuentaron y poblaron con sus producciones. Los nombres más ilustres de nuestra historia literaria han de salirnos al paso al recorrerla, y con el género que la determina inicia el Renacimiento italiano su decisivo influjo en nuestra poesía y alcanza el arte barroco su mayor cumbre. Las fábulas mitológicas corresponden a una especie de creación literaria que la rutina de nuestros historiadores ha considerado siempre, sin decirlo, como ajena al genio literario español. El considerar una especie de realismo castizo como consustancial con nuestras letras y 434 “[Salvador Jacinto Polo de Medina]. El poeta... mitológico burlesco”, en Polo de Medina, poeta del Barroco, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2000, p. 180. MENU SALIR 217 distintivo de los géneros a que debía aplicarse el estudio, ha hecho que estas ficciones, nada realistas y nada castizas, hayan quedado al margen de la consideración de la crítica”435. Dámaso Alonso reflexiona certeramente sobre el tema: “Ese bellísimo, ese impoluto mundo –esa primavera de la vida– sólo lo conocemos por la literatura. Más aún: porque ese mundo cristalino [de la mitología] y virginal no ha existido: es una fantasía, una creación del hombre, y por tanto, no es primario, sino secundario, pues supone al hombre mismo: es como una depuración, como una proyección de la triste experiencia del hombre. Es una creación, en parte religiosa y en gran parte también literaria. Esa bella nitidez es fábula, una mentira, un trampatojo de la inventora literatura. Es una bella socaliña perfeccionada a lo largo de la historia humana”436. F. Pierce también se lamenta de la falta de estudio que se ha dedicado a la poesía narrativa del Siglo de Oro. Piensa que quizá pueda deberse a la identificación neoclásica entre “lírica” y “poesía”. Considera, asimismo, que se ha dejado a un lado el importante hecho de que los poetas, al componer las epopeyas, estaban realizando algo que se consideraba sublime, así como que éstas eran una de las formas de lectura más extendidas437. Tal vez esa falta de atención se haya debido a la poca estima en la que se ha tenido a la épica culta en España, considerándola, con frecuencia, como una corriente tópica, sin habilidad no originalidad alguna. En este sentido se expresa A. Papell en su historia de la Literatura: “El prosaísmo es otro morbo de la épica 435 436 Op. cit., p. 1. Prólogo a Fábulas mitológicas... de J.Mª. de Cossío, loc. cit., pp. XIV-XV. MENU SALIR 218 erudita. Muchos de esos versos no pueden tener la soltura y la elegancia apetecidas, porque la mayor parte de los poetas usaban el procedimiento de concebir las ideas en prosa y luego versificarlas. Encontrábanse, además, en la insuperable dificultad de tener que supeditarse a las exigencias de los modelos, lo cual forzaba su pluma, limitaba su iniciativa y cortaba las alas a la inventiva particular”438. En muchas ocasiones se ha discutido, sin embargo, la conveniencia del término “fábula” y su posible dependencia de la épica. En este sentido, conviene recordar las palabras de I. Luzán que, según la visión academicista neoclásica, explica: “Ni el poema de Hesíodo, Obras y días (erga kai hemerai), ni las Geórgicas de Virgilio, ni La Filomena de Lope de Vega Carpio, son en rigor poemas épicos, porque no contienen asuntos propios de la epopeya; asimismo ni el poema griego de Hero y Leandro [...], ni El Adonis del caballero Marino, ni Los amantes de Teruel de Juan Yagüe, no son tampoco epopeyas, porque contienen amores y acciones de personas particulares, con que ni la materia es noble y grande, ni las personas son tan ilustres y esclarecidas como debieran ser para formar una epopeya”439. Así pues, teniendo en cuenta estas razones, ninguno de los poemas a los que Luzán alude pertenece a la épica ni a la narrativa: se trata, más bien de un mestizaje que estaría cercano a la fábula. Aclara J.Mª. de Cossío que “es fácil penetrar en ellas [en las fábulas] esta intención delatada por el 437 Cf. Frank Pierce, “La épica española: examen crítico”, en Homenaje al Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” en su cincuentenario (1923-1973), Buenos Aires, Bartolomé Chiesino, 1975, pp. 310-331. 438 “La poesía épica culta de los siglos XVI y XVII”, en G. Díaz-Plaja, Historia general de las literaturas hispánicas, 7 ts., t. II, Barcelona, Barna, 1949-1967, pp. 755-756. 439 Ignacio de Luzán, La Poética (Ediciones de 1737 y 1789), Madrid, Cátedra, 1974, p. 429. MENU SALIR 219 predominio de la pretensión retórica; por el desinterés de presentar los casos sin urgencia noticiosa, que se trasluce en la demora del relato empecido por complacencias metafóricas, por imágenes antidinámicas que hacen más lento el curso de la narración; por el recargamiento de toda especie de primores literarios440. Esta intención puramente artística, preciosista podríamos decir, es característica del género que vamos a estudiar [la fábula] y en ella reside precisamente su principal interés y al par su más importante limitación”441. Es conveniente también que dediquemos alguna atención al estudio de qué es épica. Para conocer nuestro panorama literario en el Siglo de Oro no basta con contemplar la novela picaresca, el romancero viejo, la comedia, etc. Es fundamental la revisión, dada su importancia, de la épica culta. J. Cebrián señala que “ahí nos toparemos con un espíritu optimista, con los cánones artísticos de Italia442, con lo elevado, lo trágico y lo asombroso, con la visión fascinada del Nuevo Mundo, con la relectura y aggiornamento del pasado y con la trascendencia de la moral cristiana. Pero también con el humor y con el yo del poeta, que gusta 440 E. Orozco alude también a la mitología como elemento decorativo, a su carácter de “ornato”, como se ve cuando explica que “hasta la erudición se utiliza como medio o elemento decorativo. La alusión mitológica sustituirá a veces al mismo adjetivo: Góngora no llamará bellísimo al joven de sus Soledades, sino el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida”, De lo aparente, cit., p. XXXVI. 441 Op. cit., pp. 3-4. 442 Se refiere, como sabemos, fundamentalmente, a la importancia que tiene el canon de Ferrara, es decir, ese corpus teórico que aparece en la segunda mitad del siglo XV, siguiendo la huella de Boiardo. Posteriormente lo fija Ariosto. Siguiendo al mismo Cebrián, op. cit., p. 11, leemos: “Si damos un somero repaso a la épica culta del Siglo de Oro comprobaremos de inmediato que numerosas obras carecen de intencionalidad nacionalista y no cumplen los requisitos del canon de Ferrara. La restauración de la preceptiva aristotélica, el espíritu emanado de Trento y el consiguiente interés por los temas de base histórica y religiosa a comienzos del siglo XVII contribuyeron a lenificar el influjo del Orlando furioso –que ayuntaba elementos novelescos y didactismo moralizante– en la literatura de España” MENU SALIR 220 inmiscuirse en el sujeto y aportar sus experiencias. A pesar, eso sí, de que los preceptistas no lo viesen con buenos ojos”443. En España tienen mucho interés las palabras que dedica Alonso López Pinciano en su Philosophía antigua poética (1599) a la épica: Supuesta pues la definición, epiloguemos assí las qualidades de la épica: primeramente, que sea la fábula fundamentada en historia; y que la historia sea de algún príncipe digno secular; y no sea larga por vía alguna; que ni sea moderna ni antigua; y que sea admirable; ansí que, siendo la tela en la historia admirable, y, en la fábula, verisímil, se haga tal, que de todos sea codiciada y a todos deleytosa y agradable”444. Al igual que Pinciano, Francisco Cascales expresa su opinión en las Tablas poéticas (1617). Como explica A. García Berrio, Cascales, tras rendir su admiración a una serie de poemas épicos del Renacimiento, y siguiendo la estela de Minturno, define la epopeya como “imitación de hechos graves y excelentes, de los quales se haze un contexto perfecto y de justa grandeza, con un dezir suave, sin música y sin bayle, ora narrando simplemente, ora introduziendo a otros a hablar”445. Para el estudio de la estructura de que consta normalmente el poema épico renacentista, podemos seguir a E.R. Curtius, que explica que suele estar formado por un número variable de cantos. Además, hace referencia a que suele ir precedido por un proemio en el que el poeta 443 Ib., pp. 13-14. En la p. 12 se refiere al gran éxito, ya subrayado por nosotros, del poema épico de tema mitológico en el Renacimiento y el Barroco: “En todo caso estamos ante un subgénero en boga a lo largo de los siglos XVI y XVII [el del poema épico de tema mitológico] que disfrutó de gran estima y cristalizó en obras de extensión diversificada”. 444 Philosophía antigua poética, ed. A. Carballo Picazo, 3 ts., t. III, Madrid, C.S.I.C., p. 178. 445 Introducción a la Poética clasicista: Cascales, Barcelona, Planeta, 1975, p. 256. La cita literal está en Francisco Cascales, Tablas poéticas [1617], ed., intr. y notas de B. Brancaforte, Madrid, Clásicos Castellanos, 1975, pp. 132-133. MENU SALIR 221 declara en unos cuantos versos la sustancia de lo que va a contar. Solicita, asimismo, la inspiración necesaria, normalmente a las musas, y, finalmente, suele aprovechar la ocasión para realizar la captatio benevolentiae de su mecenas446. Como ya hemos dicho, todos estos rasgos se aprecian en el poema mitológico que escribe Callecerrada, ubicándolos, precisamente, en los apartados introductorios que contiene. Acudimos de nuevo a J. Cebrián, pues afirma que, “aunque es frecuente el nombre de fábula para los poemitas, casi siempre en octavas447, cuya extensión ronda la del canto épico, no creo que pueda hablarse con propiedad de dos formas claramente diferenciadas. Cierto que a veces hallamos fábulas mitológicas en cancioneros y que el tema de éstas –amatorio, casi siempre– encaja a las mil maravillas en el decurso de sonetos, canciones y madrigales. Es el caso, por ejemplo, de la Fábula de Narciso, atribuida a Francisco de Figueroa, en Flores de baria poesía (1577) o del Llanto de Venus en la muerte de Adonis en Obras (1582) de Juan de la Cueva. Fábulas y cantos épicos responden al ensayo del epilio grecolatino en la épica culta europea. El mayor o menor grado de lirismo no me parece que sea factor distintivo suficiente”448. Para poder seguir aclarando aspectos sobre el tema del género del Endimión, es importante que fijemos nuestra mirada en otras obras de similares características, pues así se podrán establecer comparaciones y distinciones más claras. Por ello, es conveniente repasar las opiniones 446 Literatura europea y Edad Media Latina, 2 ts, t. I, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, pp. 126138. 447 Como sabemos la estrofa que usa Marcelo Díaz en su canto épico es precisamente ésta. Véase al respecto lo que decimos en nuestra tesis en el apartado dedicado a la métrica. MENU SALIR 222 existentes sobre el género de otros poemas de gran peso en la época de Marcelo Díaz Callecerrada. Como explica E. Orozco Díaz: “La primera cuestión que discute y defiende [A. Almansa y Mendoza] es la referente al género literario al que corresponden el Polifemo y las Soledades. Se trata de un aspecto básico sobre el que también volverá a insistir el Abad de Rute al enfrentarse con Jáuregui y que, aunque hoy nos parezca extraño, despertó violentas protestas en el campo de los preceptistas y escritores de espíritu clasicista”449. Respecto a este problema genérico se manifiesta M.Mª. Pérez López cuando observa que el Polifemo y las Soledades no eran poemas heroicos, pero tampoco podían ponerse al nivel de los subgéneros menores del indefinido cajón de sastre de la lírica, sin rango de género unitario, mayor, en la preceptiva clásica. Esto ocasionó una indudable desorientación, convertida luego por los polemistas en causa de disputas encarnizadas. Desorientación muy clara, a mi parecer, en Pedro de Valencia. Y más en el Abad de Rute, primero en abordar directamente el problema, quien rectificó en su Examen del Antídoto la calificación de poesía bucólica dada a las Soledades en su Parecer sobre esta obra. Desorientación explicable, por otra parte, si a la falta de rango y definición genérica de la lírica en la preceptiva clásica se une el diáfano carácter innovador de los poemas de Góngora en comparación con las formas poéticas tradicionales450. También H. Hatzfeld confirma la idea de que Góngora, a su vez, procuró dar forma lírica a los temas épicos, tanto en sus famosos romances como en su 448 Op. cit., p. 13. Manierismo y Barroco, Madrid, Cátedra, 1975, p. 144. Siempre citaremos por esta edición, ya que está ampliada con respecto a la primera: Manierismo y Barroco, Salamanca, Anaya, 1970. 449 MENU SALIR 223 original idilio del Polifemo y en sus episodios épicos de las Soledades, todos ellos inconclusos, viéndose sin duda obligado a abandonarlos al faltarle el material épico451. Así, es cierto que en las Soledades del genial poeta cordobés se produce una mezcla de géneros –además de, por supuesto, estilos–. El atrevimiento de escribir un poema con características líricas, pero con la extensión propia de la épica, se consideraba en aquel tiempo como una irreverencia inaceptable, dada, fundamentalmente, la mentalidad manierista imperante. Pedro Salinas, al referirse a las Soledades, comenta que “parecen ser un poema narrativo, pero su parte épica, su asunto, sólo son un leve pretexto del que se aprovecha el poeta lírico para entregarse a un juego de maravillosas metáforas”452. Interesa de nuevo recordar la teoría de E. Orozco, para quien Góngora se había desentendido sin reparos de la pureza de los géneros poéticos. Las Soledades no se podían explicar atendiendo sólo a los modelos clásicos. Aquí tenemos uno de los aspectos más claramente barrocos del poema del cordobés”453. Otra composición gongorina de gran interés es la Fábula de Píramo y Tisbe, de la que escribe Lázaro Carreter las siguientes palabras: “Esta fábula, de extensión semejante a la del Polifemo –si bien en romance octosilábico–, iba a ser la última obra de 450 Para estas ideas véase el libro de M.Mª. Pérez López, Pedro de Valencia, primer crítico gongorino, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1988, p. 30. 451 Véase el propio Hatzfeld, loc. cit., p. 273. 452 “La exaltación de la realidad: Luis de Góngora”, en La realidad y el poeta, Barcelona, Ariel, 1976, pp. 155-170. 453 Manierismo y Barroco, cit., p. 144. MENU SALIR 224 envergadura que saliese de su pluma, y también la que mereció su mayor aprecio”454. No debemos olvidarnos, al hablar de este tema genérico, del poema de Luis Carrillo y Sotomayor, que, probablemente, sirvió de acicate a su paisano Góngora. Para B. López Bueno las características principales de la Fábula de Acis y Galatea radican, aparte de estar escrita en octavas reales, en seguir la narración ovidiana del libro XIII de las Metamorfosis. Carrillo en sus treinta y cinco octavas, adopta la estructura ovidiana del relato, poniéndolo en boca de Galatea, la cual relata los hechos a su amiga Scila. Tras la dedicatoria al conde de Niebla en cinco octavas, comienza propiamente la fábula, que podríamos estructurar en torno a tres motivos; las primeras diez octavas pintan un paisaje de amanecer y cantan la dicha de los amantes en la cueva de Acis, rota por el canto de Polifemo, que llena las quince octavas siguientes; las cinco últimas exponen el desenlace ya señalado455. Otro antecedente en el que debemos fijarnos es en El Narciso de Juan Bermúdez y Alfaro [1618], obra que, como ya dijimos, está escrita 454 Estilo barroco y personalidad..., cit., p. 61. También resulta de interés transcribir las palabras de Carreter en pp. 66-67: “Don Luis es el primer poeta español que expone burlescamente una fábula mitológica”. En la p. 68 añade que, como creemos que ocurre en el Endimión, “podemos definirla [la Fábula de Píramo y Tisbe] como una objetivación del mito, como un señoreo absoluto del tema sin que éste enajene al autor, el cual lo convierte en pretexto para ejercitar sobre él una emoción de segundo grado, exclusivamente estética”. Revísese lo que se dijo sobre esto en el apartado que dedicamos al argumento de nuestra fábula mitológica. 455 Cf. a este respecto B. López Bueno, La poética cultista de Herrera a Góngora [1987], Sevilla, Ediciones Alfar, 20002, pp. 175-176. Aún contemplando la distancia en cuanto a la extensión que se aprecia entre esta fábula y la de Callecerrada, no cabe duda de que la estructura que siguen es la misma. Por ello, también podemos compararla a la Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora, ya que, como sigue argumentando López Bueno: “Haciéndose eco de la teoría de la imitatio, el poema [Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora] se vincula a una larga tradición (que Vilanova estudió en un denso y fundamental trabajo). Pero destaca por su formidable originalidad, no sólo al no dejarse influir de manera directa por las recreaciones de la fábula de poetas contemporáneos, sino al modificar e introducir elementos de decisiva importancia respecto a Ovidio, su fuente primaria”, ib., p. 205. También tiene una extensión mayor en cuanto al número de estrofas el Endimión que la Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora, que sólo consta de sesenta y tres octavas reales. MENU SALIR 225 también en octavas reales. Como su autor, Callecerrada demuestra en su Endimión, pese a su declarado discipulado respecto de Lope de Vega, que se había dejado llevar y casi seducir por ese mundo de cósmica poesía surgido del genio de Góngora en el cual sabía moverse haciendo alarde de una riqueza casi ilimitada de imágenes y de vocablos. Por otra parte, es interesante hacer mención de otra fábula mitológica barroca de gran interés, que imita también al Polifemo de Góngora: el Faetón de Villamediana [d. 1617], “más gongorino, a ratos, que el propio don Luis”456. Además, siguiendo en la órbita del Polifemo de don Luis, hay que citar el Orfeo en lengua castellana [1624]; J.Mª. de Cossío, tras discutir las razones en pro y en contra de la autoría de Lope de Vega respecto de esta obra que firma Juan Pérez de Montalbán, acaba inclinándose por la candidatura del Fénix457. Como estamos viendo, aunque sean mayoría, no todas las fábulas mitológicas del siglo XVII se redactan en octavas reales. Así, la “Fábula de Glauco y Sila” [Escila], incluída en los Ocios de Castalia en diversos poemas de Juan de Ovando y Santarén (Málaga, 1663), aunque ligada íntimamente a la estética del Polifemo de D. Luis –se basa también en Ovidio, Met, 1-74– se redacta en romance octosilábico458. 456 I. Ferrer de Alba, Pról. a Juan de Jáuregui, Obras, t. II, p. XII. Como sabemos, Jáuregui es autor de otras dos obras de las características que tratamos: la Fábula de la Fénix y la de Dafne y Apolo. F.J. Ruiz Casanova expresa que “podríamos considerar las tres [fábulas mitológicas Faetón, Apolo y Dafne y Fénix] como la producción mayor de Villamediana. Las dos primeras están escritas en octavas, la última en silvas irregulares. Las tres deben de pertenecer al último período poético del Conde, y cabría fecharlas a partir de 1617, esto es, en plena polémica en torno a la poesía culta”, Introducción a la Poesía de Villamediana, ed. cit., p. 40. 457 Fábulas..., cit., pp. 412-416. Podemos aclarar sobre el título del Orfeo en lengua castellana que, al decir “en lengua castellana”, repudia la lengua de Góngora –Polifemo– y Jáuregui –Orfeo–, como si fuera extranjera debido a su oscuridad, y se atribuye la condición de “castellana” por creer que su claridad la hace inteligible a los castellanoparlantes. 458 Véase sobre ella la edición de C. Cuevas, Málaga, Clásicos Malagueños, 1987, pp. 411-428. MENU SALIR 226 Así, teniendo en cuenta toda esta tradición de poesía lírica con caracteres épicos, de lo que no tenemos duda es de que, como fábula mitológica en verso, el Endimión es un género poético. Y si “poesía” es ‘creación’ (del griego poiesis, de poiein, ‘crear’), el Endimión es una obra creativa. Quiere esto decir que ni por su argumento, ni por sus ideas, ni por su estructura, ni por su estilo depende mecánicamente de sus modelos. Éstos están al fondo, ofreciéndose como alternativas para una imitatio composita, pero el poeta, a partir de esas referencias crea su obra seleccionando y estructurando los materiales –con la añadidura de lo que procede de su propia inventio– ateniéndose a decisiones que manan de su propio gusto (de su propia estética). “Los géneros literarios –piensa Azorín– no son cosa en sí, sino en relación con el escritor [...] De la poesía, género privilegiado, no hay que hablar. El poeta hace cuanto quiere, y lo hace siempre bien, si tiene estro. [...] Varía todo según el temperamento: la materia artística es blanda arcilla, y cada alcaller hace en su rueda lo que le viene en mientes; es decir, lo que su imaginación le dicta”459. Resulta de gran interés leer las palabras que escribe Lope de Vega en la “Aprobación” que hace del Endimión, ya que, en ellas, se cataloga genéricamente la obra: “No tiene cosa que dissuene de nuestra fe y costumbres, y como en otros sujetos ha mostrado sus estudios en las letras diuinas, en éste assimismo la copia de las humanas, pintando esta fábula de la Luna, en 459 Memorias inmemoriales [1946], Madrid, Novelas y Cuentos, 1967, pp. 75-76. MENU SALIR 227 cuya mitología fundaron los antiguos astrólogos tantas consideraciones de sus efectos y movimientos”. Así, se usa “fábula” en el sentido humanístico de ‘relato mitológico’: “Porque lo que de los dioses de la gentilidad se dize – observa J. Pérez de Moya– fue todo ficción fabulosa..., [decimos que] mitológica es una habla que con palabras de admiración significa algún secreto natural o cuento de historia, como la fábula que dize ser Venus de la espuma del mar engendrada. Deste género de fábulas trató Albrico filósofo, y Fortuno, y Epicarmo y Crates Ateniense, y otros muchos”460. También hay que tener en cuenta, aunque con las necesarias reservas, el modo en que han calificado los historiadores y críticos de la Literatura este poema sobre la Luna y Endimión. Algunos de ellos lo tildan de “fábula”, al igual que el Fénix. Es el caso, por ejemplo de J.A. Álvarez y Baena461, el Diccionario Hispano-Americano462 o R. Ragucci463. Además, C.A. de la Barrera y Leirado464 y F. Zamora Lucas465 lo consideran un “poema mitológico”. Por otra parte, algunos lo denominan “poema narrativo”, como hacen J. Hurtado466, F.C. Sáinz de Robles467 y P. Ward468. Llaman mucho nuestra atención las palabras que dedica a este aspecto C. Rosell: “Los dos [sic] cantos del Endimión [...] 460 Filosofía secreta, cit., pp. 1-2. Loc. cit., p. 33. 462 Loc. cit., p. 545a. 463 Loc. cit., p. 181b. 464 Loc. cit., p. 126a. 465 Loc. cit., p. 84. 466 Loc. cit., p. 522. 461 467 468 Loc. cit., p. 303a. Loc. cit., p. 225b. MENU SALIR 228 resumen en limitado trecho un género que tuvo muchos apasionados, el amatorio mitológico”.469 No cabe duda de que, al hablar sobre el género literario del Endimión de Callecerrada, se puede pensar, en terminología tradicional, en una “fábula mitológica”, un poema mitológico, etc. Sin embargo, intentando precisar más, el profesor Luis Gil, siguiendo ideas del humanismo greco-latino, defiende, para este tipo de composiciones, en contraposición al nombre de “idilio”, el de “epilio”. El idilio es una composición generalmente pastoril, de breve extensión y enfoque lírico (recuérdense los de Teócrito, Bión, Mosco, Ausonio o Virgilio). Aunque hay idilios pastoriles, épicos, líricos y hasta mímicos, actualmente se emplea este término en su significado pastoril, definiéndosele, como hemos dicho, como un breve poema, generalmente erótico, de asunto pastoril (bucólico) o campestre (geórgico), como los de la égloga. Paralelamente, pues, se propone llamar a las fábulas mitológicas “epilios”, como poemas cerrados, más o menos breves –aunque generalmente más largos que los idilios– que relatan, a estilo épico, un mito clásico. F. Pierce incluye el Endimión, desde el punto de vista del género literario en la categoría de “composiciones épicas cortas, generalmente de un solo canto”470. Este enfoque justifica el nombre de “epilio” al que acabamos de referirnos. También J. Hurtado y A. González Palencia en su Historia de la literatura española incluyen la obra de Marcelo Díaz 469 Poemas épicos, cit., t. II, p. XVI. Es curioso que D. Cayetano, que edita el Endimión en esta misma obra, no recordara, ni siquiera al corregir las pruebas de la misma, que se estructuctura, no en dos, sino en tres cantos. 470 Op. cit., p. 156. MENU SALIR 229 en el capítulo dedicado a la “Poesía narrativa” (‘épica’) de nuestro Siglo de Oro, lo que justifica también que se llame al Endimión “epilio”. Apoyan, finalmente, esta opinión, las esclarecedoras palabras de J. Cebrián, que se pregunta: “Pero ¿cuál es el modelo clásico de esta reducida variedad de corte narrativo? Lo más parecido que podemos encontrar en la literatura grecolatina es el epilio –una categoría poética no demasiado específica eso sí– con exponentes tales como el Achilles de Bion o el Culex y la Ciris atribuidos a Virgilio”471. 7. Otros autores que escribieron sobre el mito de Endimión El mito de Endimión recibe una atención más bien escasa en la literatura castellana. En este sentido es muy sintomático que no aparezca, por ejemplo, en el “Índice de mitos” incluído por G. Galán Vioque en su “Bibliografía para el estudio de la pervivencia literaria de la mitología clásica”472. Cuando hablamos del poco favor que el mito de Endimión alcanza en nuestra literatura nos referimos, sobre todo, a poemas que se le dediquen en exclusiva o a relatos suficientemente extensos de la 471 Loc. cit., p. 13. Resulta muy interesante para aclarar el término “epilio” la consulta de la obra de W. Allen Jr., “The epyllion: a chapter in the history of literary criticism”, en Transactions and Proceedings of the American Philological Association, 71 (1940), pp. 1-27. 472 Exemplaria, 4 (2000), p. 244. Ni siquiera en el libro recién aparecido de R. Navarro Durán sobre Mitos del mundo clásico, Madrid, Alianza Editorial, 2002, encontramos por parte alguna alusiones al amado de la Luna, lo que se explica, por otro lado, por su dependencia fundamental de las Metamorfosis de Ovidio. MENU SALIR 230 fábula en obras que no traten exclusivamente de ella. Naturalmente, las alusiones de pasada a dicho mito en escritos de nuestro Siglo de Oro – sean explícitas o implícitas– son mucho más numerosas. Sin embargo, por su misma atomización y su uso puramente instrumental como base de símiles, metáforas, exempla, etc., nos han inclinado a prescindir de su estudio, que implicaría una rebusca de incalculable complejidad cuya utilidad para el objeto formal de nuestra tesis sería escasamente relevante. De todos modos, sí podemos hacer referencia a algunos poemas extensos que eligen como base argumental –al igual que hace Callecerrada– la historia amorosa que se produce entre el joven pastor de Latmo y la Luna. En primer lugar, debemos citar la obra de Gaspar de Aguilar (1561-1623), autor de dos fábulas mitológicas. La primera refiere los amores de Júpiter y Europa –tiene dos versiones: una, en dobles quintillas, que presentó en la Academia de los Nocturnos, y otra en tercetos, incluida en El prado de Valencia de G. Mercader (1601). Pero, la obra que nos interesa en este momento es su Fábula de Endimión y la Luna, que consta de ciento cuatro quintillas. El poema se redacta durante el siglo XVI –aunque se publique en 1700–, con lo que pudo ser un antecedente que conociera Marcelo Díaz. En la citada fábula Gaspar de Aguilar se centra principalmente en las supuestas angustias sentimentales que experimenta el pastor de Latmo, y, finalmente, en el descenso de la Luna, aunque añada la innovación de que lo hace en forma de mujer. La obra termina dominada por el sentido del humor, al recibir Endimión a la Luna del siguiente MENU SALIR 231 modo: Selene, convertida en Diana cazadora, decide enamorar, aunque sea a las bravas, al esquivo pastor. Y dice Aguilar: “Al fin, porque el pecho fiel de su amante quede ufano, un arco fiero y cruel trae en la nevada mano, que no es menos fuerte que él. Cuando Endimión dichoso se viene en un punto a ver dueño de aquel cielo hermoso, queda loco de placer y de sí mismo envidioso. Y así, si en su pecho mora algún divino interés, o si de contento llora, él nos lo dirá después, que no puede hablar agora”473. Sobre esta versión de la Fábula de Endimión y la Luna opina certeramente J.Mª. de Cossío: “Toda la fábula es un puro primor de locución poética, desembarazada y madura, y marcan sus versos la cima 473 B.J. Gallardo publica entera esta fábula en el t. I de su Ensayo, cit., 1863, cols. 41-48. Nuestra cita figura en esta última columna. MENU SALIR 232 de cuanto pudo conseguirse en el género con metros breves. El espíritu del poeta está bien al cabo del sentido gozoso y claro del Renacimiento [...] Por este tiempo lo que de compatible tenía ésta con el nuevo espíritu se fundía en la síntesis genial del verso de Lope de Vega, que precisamente por los días en que se escribe esta fábula había de residir en Valencia. De un lado a la tradición valenciana y de otro al influjo del Fénix se debe este acierto en la lírica levantina, como se debió el encauzamiento de la actividad dramática de los poetas valencianos, sin exceptuar a nuestro Aguilar entre ellos”474. También debemos hacer referencia, a pesar de su brevedad –sólo seis hojas en cuarto–, a la Fábula de Endimión y Diana, obra de Carlos de Praves. No se sabe con certeza cuál es su fecha de composición ni la de publicación, aunque sí aparece en la dedicatoria que contiene dirigida al Marqués de Almarza la fecha de 1698. Así pues, en este caso, la influencia la pudo producir Callecerrada en Praves, y no al contrario. También hay que hacer mención en este apartado a Vicente García de la Huerta (1734-1787). Este autor, a caballo, como sabemos –estética, aunque no cronológicamente–, entre el Barroco y el Neoclasicismo, del que normalmente se estudia su obra teatral La Raquel, también escribió un poema basado en la figura de Endimión, al que precisamente titula de ese mismo modo475. No obstante esta coincidencia, difiere de la fábula de Callecerrada, entre otras cosas, por su extensión, ya que la del poeta y dramaturgo oriundo de Zafra consta de un solo canto. Pero, en lo que sí se establece coincidencia es en la estrofa utilizada: la octava real. 474 Op. cit., pp. 249-250. MENU SALIR 233 Asimismo coincide en el carácter “amplificatorio” con que enfoca García de la Huerta su poema, introduciendo personajes –como la zagala Hipperina– que dotan a la composición de gran originalidad. Llama nuestra atención la teoría de J.Mª. de Cossío, que establece un acertado paralelismo entre este Endimión y el de Callecerrada: “La escasísima materia argumental del mito hace que García de la Huerta invente una trama, bien tenue en verdad, para dar sostén a las visitas de la Luna y embebimiento del pastor. [...] En Díaz Callecerrada es Venus nada menos la enamorada476 que pretende impedir los amores que tienen por tálamo la cumbre del monte Latmio, pero aquí es una mortal, difuminada en el poema, la encargada de dar un leve dramatismo humano a estos amores”477. En cuanto al estilo de este Endimión, entre barroco y neoclásico, hay que decir que sus versos están teñidos de cultismo, con abundantes imágenes y metáforas. Así pues, no es una obra típica de la Ilustración, sino que tiene unas características que se acercan, aunque no de manera exacta, al siglo XVII, la época que le tocó vivir a Marcelo Díaz. Quizá estas influencias que convierten a García de la Huerta en un poeta al que podríamos llamar “postbarroco” se deban a que conociera y se inspirara en la fábula mitológica a la que dedicamos nuestra tesis, con lo que, probablemente, se dejara influir –aun sin darse cuenta– por el estilo que 475 Endymión. Poema heroico, Madrid, impr. G. Ramírez, 1755; véase F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, Madrid, C.S.I.C., t. IV, 1986, p. 125a. 476 El habitualmente bien informado erudito vallisoletano comete aquí un error: en la fábula de Marcelo Díaz Venus no aparece como enamorada, sino como enemiga de la Luna, de la que quiere vengarse imposibilitando los amores de ésta con el pastor de Latmo. 477 Op. cit., p. 780. En la p. 781 se refiere Cossío al final argumental del poema de García de la Huerta: “Enamorado Endimión se dirige a la luna en estilo que pudiéramos llamar polifémico [...] Con la muerte de MENU SALIR 234 rezuma nuestro poema, cuyas características fundamentales intentaremos desentrañar en el próximo capítulo. Hipperina, que descubre los increíbles amores, da fin el poema, verdaderamente inesperado en la época en MENU SALIR 235 que se escribe”. MENU SALIR 236 IV. EL BARROCO Y EL ENDIMIÓN MENU SALIR 237 IV. EL BARROCO Y EL ENDIMIÓN 1. Notas para una teoría del Barroco como marco del “Endimión” de Marcelo Díaz Callecerrada Uno de los aspectos que nos sorprende cuando comenzamos a investigar este apartado de nuestra tesis es el carácter peyorativo que durante mucho tiempo tuvo la etapa histórica y literaria que conocemos como Barroco. Se ha criticado usualmente la oscuridad y cargazón como características propias y fundamentales de este movimiento artístico. Ya en el siglo XVII existieron corrientes que se ocuparon de poner de manifiesto su aversión a este nuevo estilo, briosamente defendido por los seguidores de Góngora, que dio origen a toda una escuela, llegando a influir incluso sobre sus mismos impugnadores. Posteriormente, en el siglo XVIII, desde la introducción del Neoclasicismo, continúa la aversión, aunque aún con mayor intensidad, a todo lo que esté relacionado con Luis de Góngora y su dificultad, no rehabilitándose su MENU SALIR 238 obra y técnica estilística –al principio sólo parcial y minoritariamente– hasta que a fines del siglo XIX, Verlaine y algunos modernistas hispanos se declararon sus admiradores. En este sentido explica E. Carilla la gran influencia que tuvieron en la rehabilitación del estilo y concepto “barroco” los estudios de los críticos alemanes, cuya labor se continuó después por otra nutrida serie de estudiosos. “Citemos nombres: Wölfflin, Weisbach, Weingartner, el inglés Sacheverell Sitwell, Spitzer, Vossler, Hatzfeld, Eugenio D’ors (con reparos), Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Cossío, Orozco Díaz, Lafuente Ferrari, Afrânio Coutinho, Pierre Kohler, Emile Simon, Spoerri y tantos otros”478. Por lo que hace a España, la valoración del Barroco, sobre todo gongorino, tiene fechas relativamente recientes. M. Menéndez Pelayo, por ejemplo, todavía considera, recurriendo a la terminología de Francisco Cascales479, que el Góngora de los poemas “mayores” – Polifemo, Soledades, Oda a la toma de Larache, Panegírico al Duque de Lerma, etc.– es prototipo de “ángel de tinieblas” (sus poemas breves, por parecerle más claros, hacen que en este aspecto llame a Góngora “ángel de luz”). Habrá que esperar al triunfo de la estética de la Generación del 27 para que la poesía de Góngora sea plenamente rehabilitada. No se olvide que fue en el homenaje al poeta cordobés celebrado en Sevilla en 1927, con la asistencia de Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Pedro 478 Op. cit., p. 11. “Y si tengo de decir de una vez lo que siento –sentencia Cascales–, de príncipe de la luz [D. Luis] se ha hecho príncipe de las tinieblas; y el que pretende con la obscuridad no ser entendido, más fácilmente lo alcanzara callando”, Cartas filológicas, ed. J. García Soriano, t. I, Madrid, Clásicos Castellanos, 1961, p. 189. Menéndez Pelayo recoge esta idea de Cascales en Historia de las ideas estéticas, Madrid, C.S.I.C., t. II, 1940, p. 332. Según Dámaso Alonso, Menéndez Pelayo, citando de memoria a Cascales, cambia la expresión de éste “príncipe de luz” / “príncipe de tinieblas” por “ángel de luz” / “ángel de tinieblas”, La lengua poética de Góngora, Madrid, C.S.I.C.-Anejo XX de RFE, 1961, p. 9. 479 MENU SALIR 239 Salinas, Jorge Guillén y otros poetas, cuando se hace un manifiesto literario en que la estética gongorina se proclama excepcionalmente valiosa y vigente. Dámaso Alonso será el que, junto a Federico García Lorca, Gerardo Diego, etc. probará con un aparato filológico profesional de insuperable rigor científico, lo justificado de esta valoración. Debemos intentar ahora, antes de seguir este estudio, fijar nuestra atención en explicar cuál es el origen del término “Barroco”. En la filosofía escolástica, concretamente en la Lógica derivada de Aristóteles, se dedica un estudio amplio, complejo y muchas veces confuso, a la clasificación de los diversos silogismos. Es célebre la que los reduce a cuatro figuras, de las que la primera tiene a su vez cuatro modos de manifestarse: Barbara, celarent, darii, ferio; la segunda, otros cuatro: Cesare, camestres, festino, baroco. De esta última forma silogística procede, según algunos, el término “barroco” en su vertiente estética. La palabra, durante mucho tiempo, ha tenido un sentido peyorativo que recoge la tacha de confuso, artificialmente difícil, ininteligible, inútilmente complejo, vanamente artificioso, etc., que la filosofía no escolástica atribuyó a la Lógica post-aristotélica. Otros investigadores consideran más probable la teoría de que esta palabra provenga de barrueco, es decir, del nombre de una perla de forma irregular. O. Frattoni recoge las dos últimas teorías, al decir: “El barroco (la palabra deriva probablemente del portugués y significa ‘perla irregular’; o del término que designa a uno de los tipos del silogismo) surge en Europa más o menos en la misma época, en diversas MENU SALIR 240 regiones”480. Provenga del latín escolástico baroco –y, por tanto, de una de las figuras del silogismo–, del portugués barroco, o de una fusión de ambos, lo cierto es que las primeras manifestaciones de este término se producen a fines del siglo XVII en Francia. También es indudable que, desde sus comienzos, se usa con una connotación negativa, asociada a las ideas de extravagancia y pedantería. Por otra parte, importa referirnos al hecho de que no se debe caer en el error de afirmar de manera tajante que el Barroco sólo se produzca en el siglo XVII. Como señala Hatzfeld, “el término barroco resulta útil, no sólo para designar una época literaria, sino también un estilo cultural no estrictamente literario. Es útil también en cuanto representa la manifestación cultural del espíritu de la Reforma católica y del absolutismo político”481. Es la distinción que establece E. Orozco entre “Barroco estético” (‘estética barroca’) y “Barroco histórico”; el primero alude a una estética que se manifiesta reiteradamente a lo largo de la Historia del Arte y de la Literatura (así, el arte alejandrino, el románico, el gótico, el romántico, el surrealista, etc., responden a una sensibilidad genéricamente barroca); el “Barroco histórico”, en cambio, es el que 480 Góngora, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, p. 18. Otros muchos dedican su estudio a la explicación de este término. Entre ellos debemos destacar el capítulo de H. Hatzfeld, “Uso y abuso del término barroco”, en Estudios sobre el Barroco, cit., pp. 418-430. En él se realiza un sistemático seguimiento del empleo de esta palabra. Así, en las pp. 418-419 propone que el origen del término se debe a una suma de las dos teorías anteriormente expuestas: “Investigaciones recientes, llevadas a cabo por Juan Corominas, Franco Venturi, Philip Butler y Marcel Bataillon, han arrojado nueva luz sobre la historia, oscura todavía, de la palabra barroco. Se le han atribuido dos orígenes distintos: el nombre dado por los portugueses a una perla de forma irregular, pérola barroca, y el nombre nemotécnico latino de un silogismo escolástico, baroco. Lo más probable es que se fundieran ambas palabras para crear el adjetivo barroco con el significado de extraño, sorprendente”. Para una síntesis crítica de las teorías que se han formulado sobre las acepciones y el alcance estético del Barroco español, cf. A. Egido Martínez, “De la mano de Artemia. Sobre la invención del barroco literario”, en Alonso Cano y su época. Actas. Symposium internacional, Granada, El Partel, 2002, pp. 133140. 481 Op. cit., p. 424. MENU SALIR 241 florece en ese período concreto de la historia de España que es el siglo XVII. Barroco, pues, significa estéticamente el expresionismo estético, el desbordamiento de la pasión, el predominio de lo ornamental; clasicismo, por el contrario, significa precisión estética, contención de la pasión, equilibrio entre lo constructivo y lo ornamental.482 También resulta interesante explicar que, en un primer momento, el término surge para ser usado sobre todo en las artes plásticas. Su extensión a las letras y, sobre todo, su carácter abarcador y de representación de una época de la historia de nuestra cultura es un fenómeno relativamente reciente. Así, el término barroco “al usarse, como se usa, aplicado a la mezcolanza idelógico-formal, se convierte, por esa felix culpa483, en un medio excelente para designar del modo más abreviado posible todo lo que la literatura europea llevaba dentro de sí, en aquellos momentos, de severidad religiosa y orden político”484. A la hora de realizar un intento de caracterización de los aspectos principales que conforman la época barroca, es importante hacerlo con cautela, ya que se puede incurrir en expresarlo de forma demasiado rotunda, lo que podría llevarnos a equivocaciones extremistas. Por ello, consideramos que un buen sistema para su análisis es el de comenzar estudiando las diferencias y semejanzas que se producen entre los dos 482 Como explica Américo Castro: “Mas aquí comienza la estricta dificultad de la cuestión. ¿Existe una unidad barroca, circunscrita a un tiempo determinado, estética y conceptualmente acotada? Porque el concepto de barroco es de una magnífica imprecisión, y aun cuando objetivamente se lograra (cosa no fácil) determinar su contenido, siempre quedaría el rabo por desollar; a saber: cómo sea posible que lo barroco constituya un valor y viva gratamente dentro de quien lo contemple”, “Las complicaciones del arte barroco” [1935], en Semblanzas y estudios españoles, Princeton, N.J., 1956, p. 385. 483 Expresión que significa ‘¡Oh, dichosa culpa!’, y que la acuñó S. Agustín refiriéndose al pecado de Adán y Eva, que fue una “culpa feliz” pues trajo a la humanidad a un redentor que era Dios; el Obispo de Hipona dice concretamente: O felix culpa, quae tantum ac talem meruit habere redemptorem! (‘¡Oh feliz culpa, que mereció tener un tan grande y tan noble redentor!’). MENU SALIR 242 siglos que constituyen el de Oro en España: Renacimiento y Barroco. Como punto de partida, podemos comentar el resumen que ofrece E. Carilla sobre lo fundamental de las ideas paralelas de E. Wölfflin en sus Conceptos fundamentales en la historia del arte que tratan el estilo del XVI y XVII: “El arte renacentista, caracterizado por lo lineal, la forma cerrada, la noción de superficie o plano, la unidad múltiple o pluralidad, y la claridad; el arte barroco, por lo pictórico o pintoresco, la forma abierta, la profundidad, la unidad única, y la no claridad o claridad relativa”485. Estas dualidades, aun sin poder tomarse al pie de la letra, sí son una buena base para continuar nuestras reflexiones486. Así, la exaltación del mundo y del hombre y la admiración de la antigüedad clásica –rasgos principales ambos del Renacimiento–, se sustituyen en el Barroco por una notable desvalorización de la naturaleza humana. Además, la cultura grecolatina sigue estando en gran consideración, pero ya no se respetan de igual modo los principios estéticos del siglo anterior: equilibrio, armonía, ponderación, etc487. Por otra parte, no se puede olvidar que la cultura del XVI tuvo, al menos en sus orígenes, un carácter de importación. Sin embargo, las orientaciones 484 H. Hatzfeld, loc. cit., p. 428. Op. cit., p. 17. 486 H. Hatzfeld considera que “este concepto barroco del tiempo-eternidad es tan fundamental, que no puede dudarse de que informa todo el ser del hombre del Barroco, y Fritz Strich tiene razón cuando interpreta una de las categorías barrocas de Wölfflin, principalemente la que contrapone la profundidad del Barroco a la superficialidad del Renacimiento, nada menos que como la proyección psicológica del sentimiento infinito de la eternidad como tiempo en el espacio. Esto se debería a una inconsciente necesidad interior y a la urgencia de dar forma a un sentimiento fundamental”, loc. cit., p. 118. 487 J. de Entrambasaguas expresa también su opinión sobre lo que acabamos de decir en El paisaje inexistente, Castellón de la Plana, Sociedad Castellonense de Cultura, 1933. Según su visión, el Barroco se opone al Renacimiento por un tratamiento de la Antigüedad de carácter estético, racional y crítico que se diferencia del humanismo platónico, vital e inocente, que buscaba en las creencias paganas la expresión de una lejana, simbólica, pero divina verdad, que llega a verse como algo paralelo a la revelación bíblica. 485 MENU SALIR 243 barrocas son, principalmente, una aguda manifestación de una serie de tendencias típicas del espíritu español. No tratamos ahora de realizar una exhaustiva enumeración y distinción de las características definitorias de los siglos de los que nos ocupamos. Todos conocemos, además, el modo en que perviven los rasgos esenciales del Renacimiento en el siglo posterior, aunque de otro modo: algunos se van empequeñeciendo hasta su anulación, otros se engrandecen llegando al extremo488. Como señala E. Orozco, “el Barroco propiamente dicho, esto es el seiscentista, no sería más, en el movimiento pendular clásico-barroco, que la expresión extrema de una constante de la historia de los estilos; la etapa final de las formas renacentistas”489. Es por ello, por lo que debemos considerar el principio de que el origen formal del Barroco es el Renacimiento italiano, que, en cada país, irá sufriendo distintas evoluciones hasta dar lugar en el nuestro al movimiento que estudiamos490. Muchos consideran que la época barroca constituye la cima del embellecimiento que comienza en el siglo renacentista. Incluso E. Carilla precisa más y realiza el siguiente deslinde: “Al distinguir –y diferenciar– entre Renacimiento (o belleza natural) y Barroco (o belleza artificial) como más de una vez se ha 488 C.M. Bonet apunta las características fundamentales del Clasicismo: “Así hemos de proceder nosotros; enterarnos, primero, de los atributos de la ‘copa clásica’: claridad, precisión, concisión, armonía, adecuación de fondo y forma... y después seguir la ruta que nos señalan el temperamento y las circunstancias”, La técnica literaria y sus problemas, Buenos Aires, Editorial Nova, 1968, p. 44. A su parecer, la claridad es la base del estilo clásico, rasgo que ya aparecía en la Poética de Aristóteles, y que exige que la razón sistematice lo que la naturaleza presenta desordenado. Propone que se mezcle la claridad con los tropos para que, siguiendo a Aristóteles, la elocución no quedara sin relieve. 489 De lo aparente a lo profundo, cit., pp. XIV-XV. También se refiere a esta idea G. Díaz-Plaja: “Toda crisis es una encrucijada; y el Barroco es el trance en que hace crisis el Renacimiento, porque las soluciones aportadas por el fervor grecolatino dejan de tener su equilibrada fuerza para dejar paso a un cúmulo de interrogaciones”, El Barroco literario, Buenos Aires, Columba, Colección Esquemas, 1970, p. 10. MENU SALIR 244 hecho, corremos de nuevo el peligro de las separaciones demasiado rotundas”491. Sin embargo, también hay investigadores que han querido resaltar el hecho de que el Barroco español, con todos sus elementos – algunos, decadentistas– no puede considerarse sólo como resultado de la evolución de nuestro Renacimiento del siglo anterior492. Teniendo en cuenta todo lo dicho, podemos, ahora, realizar un intento de definición de qué entendemos por Barroco, aunque seamos conscientes en todo momento de la dificultad de caracterización que rodea al término. La aparición del movimiento del que nos ocupamos surge en un terreno abonado por el desequilibrio psicológico en el que se hallan los españoles del XVII, lo que provoca que la sociedad de la época se encuentre dominada por la violencia y tensión que la llevan hacia una clara necesidad de encontrar nuevas formas y asuntos. Además, estos cambios se producen normalmente en todos las formas de vida, estilos y estéticas por el simple motivo de que lo provoca el cansancio y la necesidad de transformación que domina y mueve a la humanidad en todas sus etapas. En todo caso, es a partir del siglo XVIII cuando se usa el término “barroco” para calificar todo estilo artístico que contravenga las normas clásicas. Américo Castro se refiere al modo en que “en los libros de Werner Weisbach y de Benedetto Croce (Storia dell’età barocca) encontrará el lector las primeras aplicaciones que del término barroco 490 Américo Castro afirma que “el barroquismo español es la respuesta de España a las sugestiones renacentistas que le fueron hechas”, op. cit., p. 389. 491 Op. cit., p. 87. 492 Así lo confirma H. Hatzfeld: “No debe tampoco denigrarse al Barroco español considerándolo como la resultante de la interna decadencia del primitivo Renacimiento en España, como han pretendido hacer, fundándose en varias y contradictarias razones, Pfandl, Díaz-Plaja, Castro y Rosales”, loc. cit., pp. 127-128. MENU SALIR 245 hacen algunos escritores del siglo XVIII para referirse a las formas arquitectónicas de un estilo, que pronto sería reemplazado por los esquemas fríos y rectilíneos del arte neoclásico”493. En sus orígenes el concepto de “barroco” tiene un sentido limitado que se aplicaba sólo a las artes plásticas y que designaba un arte que se concebía como deforme, confuso, recargado..., características éstas que sustentan el trasfondo peyorativo al que nos hemos referido con anterioridad. Las últimas tendencias se muestran más prudentes. Se entiende el Barroco como una estructura cultural que se corresponde a unas precisas estructuras histórico-sociales: las de fines del siglo XVI y las del XVII en mayor o menor medida494, según los países495. Es decir, se defiende que las tendencias estéticas de la época de Callecerrada son producto de la crisis que se vive por entonces. Tal crisis crea un ambiente de inestabilidad, amenaza e inquietud. Necesariamente esos sentimientos tienen que reflejarse en las creaciones de los artistas. Como manifestación del aludido clima de malestar el Barroco tiene en su centro 493 “Las complicaciones del arte barroco”, cit., p. 385. H. Hatzfeld delimita cronológicamente el Barroco, además de hacer un acercamiento de definición, al decir que “en todas las artes, el período barroco, que se extiende aproximadamente de 1550 a 1680, es un intento de sustituir el hedonismo renacentista por unos valores más serios y espirituales, así como una ruptura de los estrechos límites del humanismo antropocéntrico por medio de un trascendentalismo paradójico que tiene que ver con el espacio y con el tiempo”, op. cit., p. 109. 495 Estamos de acuerdo con A. Cioranescu, que dice: “El Barroco es un movimiento de interés universal, que abarca todas las manifestaciones artísticas de un determinado período de tiempo, y entonces las fronteras lingüísticas y literarias son meras ficciones, que no limitan en ningún modo la extensión del fenómeno”, El Barroco o el descubrimiento del drama, La Laguna, Universidad, 1957, p. 46. Hatzfeld en sus Estudios sobre el Barroco traza un interesante cuadro en el que esquematiza el paso de las tendencias generacionales de un país a otro , indicando las fechas límites aproximadas entre las que se desenvuelven el Renacimiento, Manierismo, Barroco y Barroquismo en Italia, España y Francia. Además, propone un representante principal de cada estilo. Cf. op. cit., pp. 72-73. E. Carilla, por su parte, defiende la mayor brillantez del Barroco español sobre el de otros países del Occidente europeo: “Algunos países del Occidente europeo pueden olvidar y aún juzgar con severidad su momento barroco, por la escasez o insignificancia de sus productos, pero tal cosa no puede ocurrir con España (o si ocurre ofrece anomalías evidentes) debido a la especial significación de esta época cultural”, op. cit., p. 19. 494 MENU SALIR 246 la idea del desengaño. Este estado de ánimo no se produce únicamente – como es obvio– durante el Barroco, pero sí es cierto que es uno de sus elementos más caracterizadores. Es un motivo literario que se reitera incesantemente, muchas veces simbolizado en la soledad como signo primero de este desengaño496, siendo reflejo de la percepción general que muestra el hastío, la insatisfacción, el agotamiento y la sensación de que ya habían acabado con todo, de que no había nada más allá. Tal sentimiento denuncia una crisis del idealismo renacentista. Las raíces históricas que traen ese desengaño son de todos conocidas: la población se estanca o retrocede, la economía sufre una recesión, socialmente se producen fuertes tensiones entre nobleza y burguesía, que desembocan en España en una fuerte reacción señorial que supone un quebranto social. De esta manera, se advierte una distancia cada vez mayor entre los ideales y las realidades concretas; las ilusiones cada vez son menores. La crisis del idealismo renacentista es, pues, el hundimiento de aquellas ilusiones, de aquellas ansias de vivir. Es por ello por lo que se puede decir que el Barroco es producto de un vitalismo frustrado. Confirma esta idea la opinión E. Orozco, que expresa que “el Barroco nace a impulsos de necesidades vitales y anímicas, por exigencias expresivas de la realidad y de la vida, de la inquietud y lucha interior; y aunque, confundido en su arranque con los recursos expresivos del Manierismo, lo utiliza y vitaliza, sustanciándolos de acuerdo con esos ímpetus de espíritu y vida”497. 496 Véase a este respecto K. Vossler, La poesía de la soledad en España, Buenos Aires, Losada, 1946, sobre todo pp. 90-173 y 265-360. 497 Manierismo y Barroco, cit., p. 71. MENU SALIR 247 En todos los aspectos de la cultura barroca tiene una importancia preeminente el Concilio de Trento. “Son muchas las cosas del arte Barroco –afirma Orozco Díaz– que se pueden explicar partiendo de Trento”498. España manifiesta como ningún otro país un cambio gracias al profundo arraigo que en ella alcanzan las ideas de la Contrarreforma. Las concepciones cristianas sobre el pecado original adquieren de nuevo valor y la idea humanística de la bondad natural del hombre, que imperaba en el siglo anterior, se rompe para dar paso al ya explicado desengaño. Muchos estudiosos han afirmado que la ideología de la Contrarreforma no es más que otro producto del Renacimiento, ya que surge para reaccionar contra la visión semipagana que invadía el siglo XVI. Por ello, Funck-Brentano califica a la Contrarreforma como “uno de los hechos principales del Renacimiento, quizás el hecho más característico”499. De todos modos, muchas de las ideas principales que se trataban de imponer, no eran más que elementos y actitudes ya dadas en el mundo medieval. La Naturaleza ya no se aprecia simplemente como algo bueno y puro, sino como un conjunto de falsas apariencias ante las que es necesario estar alerta. Se desvaloriza, de este modo, todo lo terreno, inundando la melancolía lo que antes era optimismo. Tal importancia tiene la reforma religiosa del XVII que algunos críticos como W. Weisbach han llegado a defender que el Barroco es la expresión artística de la Contrarreforma, la que dio su perfil y contenido a las estructuras 498 Lección permanente del Barroco español, loc. cit., p. 39. Este trabajo de Orozco Díaz fue posteriormente incluido en Manierismo y Barroco, Salamanca, Anaya, 1970, pp. 16-60. Esta última obra se reeditó ampliada en Manierismo y Barroco, Madrid, Cátedra, 1975. 499 El Renacimiento, Buenos Aires, 1944, p. 317. MENU SALIR 248 mentales de ese siglo500. De esta manera, el artista debe, obligatoriamente, según el Concilio, no sólo conformarse con instruir al pueblo que contemple su obra de arte, sino además servir de ejemplo edificante e incitarle a adorar y amar a Dios501. El espíritu barroco hace ver en los escritores que las letras son el vehículo más adecuado para transmitir su mensaje y poder llegar al pueblo. En el Siglo de Oro existe una tendencia a cultivar lo que se ha llamado “poesía a lo divino” o contrafactum (B. Wardropper, D. Alonso, E. Orozco...), que consiste en tomar un poema profano y, cambiándole algunas palabras, convertirlo en poema religioso. Naturalmente, también existe una prosa –narrativa, dramática, etc.– a lo divino. En cuanto a lo primero, J.M. Blecua demostró que S. Juan de la Cruz había escrito su poema del “Pastorcico” volviendo a lo divino un poema en redondillas del siglo XVI que se conserva en el ms. 372 (fondo español) de la Biblioteca Nacional de París502. Además, el espíritu contrarreformista también se echa de ver en la mitología, ya que los dioses paganos se usan como ornamentación o elemento decorativo, dotándolos, usualmente, de un gran peso 500 Cf. W. Weisbach, Der Barock als Kunst der Gegenreformation, Berlín, 1921, o la traducción española, con introducción de E. Lafuente Ferrari, El Barroco, arte de la Contrarreforma, 2 vols., Madrid, EspasaCalpe, 1942. También, de Weisbach, Arte Barroco en Italia, Francia, Alemania y España, traducción de R. Iglesias, Barcelona, 1934. 501 “Enseñen con esmero los obispos que, por medio de las historias de nuestra Redención expresadas en pinturas y otras copias, se instruya y confirme el pueblo, recordándoles los artículos de la fe y recapacitándoles continuamente en ellos; además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos”, El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, traducido al idioma castellano por D. Ignacio López de Ayala, Sesión XXV, Madrid, Impr. Real, MDCCLXXXV2, p. 477. 502 J.M. Blecua, “Los antecedentes del poema del ‘Pastorcico’ de S. Juan de la Cruz”, en Revista de Filología Española, XXXIII (1949), pp. 378-380; recogido en Sobre Poesía de la Edad de Oro (Ensayos y notas eruditas), Madrid, Gredos, 1970, pp. 96-99. MENU SALIR 249 moralizador. A este punto se refiere K. Vossler cuando afirma que fue la mística –según su opinión, el más elevado fruto de la Contrarreforma– la que actuó utilizando las bellezas del mundo pagano con intención religiosa503. Ello se explica porque, como afirma A. Cioranescu, “el verdadero Barroco encierra una auténtica tensión psicológica, a la vez que un anhelo de paz espiritual, un gusto depurado en la expresión, sencillez en el enredo, nobleza y discernimiento en el estilo”504. Como suele ocurrir en los momentos históricos de mayor conflictividad y extremismo dogmático, también en el Barroco se intenta realizar una compensación a través de los artificios retóricos. Los artistas prolongan y aumentan la tendencia a la ostentación de las formas que ya habían comenzado a manifestarse con el Manierismo estético-literario. Frente a la naturalidad y equilibrio que se perseguía en el XVI, el estilo barroco se caracteriza por el artifico, la búsqueda de lo apasionado e intenso. Américo Castro defiende la idea de que hemos de distinguir dos momentos barrocos: en el primero, “la forma de expresión no pretende alejarse del objeto que la integra; en el segundo, la forma expresada, el estilo, incita a huir del objeto presente y a pensar en algo nuevo y distinto, hasta el punto de hacer perder de vista el punto inicial, de partida”505. Pero, concretando algo más, podemos señalar como rasgos esenciales del arte barroco los siguientes: el deseo de explorar y sacar 503 Cf. La soledad en la poesía española. Traducción de J.M. Sacristán, Madrid, Revista de Occidente, 1941, p. 223. En relación con este tema, veáse el apartado de nuestra tesis dedicado a la moralización que se desprende del Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada. 504 Loc. cit., p. 57. 505 Op. cit., p. 390. Castro añade que esas diferencias habría que fijarlas para cada clase de arte; sólo así se podría ver la unidad y sentido de lo barroco, ya que lo concibe como un alma con dos vertientes. MENU SALIR 250 partido de todas las posibilidades que pueda mostrar el lenguaje, buscando, en algunos casos, alejarse de la realidad a través de la belleza, y, en otros, acercarse a ella criticándola con burlas506. No sería acertado que cayéramos en la simple identificación –de la que algunos han hablado– entre barroquismo y realismo. Según explica E. Orozco, “el ejemplo de España puede aclararlo como ninguno. Lo que se impone y lucha dentro del pensamiento y formas clasicistas no es lo natural de la naturaleza, sino, precisamente, lo no natural, lo vario, lo injertado, lo fiero, incluso lo feo y lo monstruoso; lo contrario a lo armónico, equilibrado e igual”507. Además, también es amplísimo el repertorio de audacias verbales: creaciones de palabras, retorcimientos sintácticos, juegos fonéticos, antítesis, contrastes508, paradojas, metáforas audaces, etc. Recuérdense las palabras de E. D’Ors respecto de las intenciones contradictorias: “El espíritu barroco, para decirlo vulgarmente y de una vez, no sabe lo que quiere. Quiere a un tiempo mismo, el pro y el contra. Quiere –he aquí estas columnas, cuya estructura es una paradoja patética– gravitar y volar”509. Se trata, pues, de que en el Barroco convivan una serie de formas distintas, que se retuercen, se extreman, llegando a variar el 506 Así, conviven dos tendencias: la realista y la idealista-ilusionista. La primera adquiere en la época barroca una tonalidad y descarnada, que tiende a la caricatura, ofreciendo los rasgos más desagradables de la vida social o de los aspectos físicos o psicológicos del objeto de las burlas. En cuanto a la tendencia idealistailusionista, la realidad se sustituye por asuntos hermosos en grado sumo. 507 Lección permanente..., cit., p. 35. 508 El contraste es otro de los rasgos que distinguen al Renacimiento del Barroco. En el siglo XVI los aspectos de la obra de arte se encontraban armónicamente integrados. En el XVII la contraposición es violenta. En la literatura barroca los contrastes y oposiciones son abundantes y resultan, principalmente, del desequilibrio psicológico que se vive en la época, recurriendo en muchas ocasiones a las dualidades extremas. Según afirma Orozco: “Esa expresión del espíritu del Barroco a través de unas formas ajenas que recibe de la tradición renacentista, origina una íntima y profunda lucha –verdadero drama– que quizás sea, formalmente, lo más característico del estilo”, De lo aparente a lo profundo..., cit., p. XXXVI. MENU SALIR 251 sentido que en un primer momento tuvieron. L. Pfandl se refiere al Barroco español para decir que éste se concentra en el contraste entre “lujo y miseria, devoción y galantería, libertinaje en la práctica de las costumbres y severos preceptos morales en la teoría, ferviente consagración a la devoción por un lado y moral relajada por el otro”, en resumen, y extendiendo el punto de vista de lo moral a lo estético, violento contraste entre naturalismo e ilusionismo510. En la lírica se producen grandes aprovechamientos plásticos a través de los colores. En muchas ocasiones con matices y contrastes, luces y sombras. En este sentido afirma J.A. Maravall: “El valor de eficacia de los recursos visuales es incontestado en la época [barroca]. Venía de un fondo medieval la disputa sobre la superioridad del ojo o del oído para la comunicación del saber a otros”511. En el siglo XVII encuentra su máximo sentido y manifestación el tópico literario ut pictura poesis512. Es evidente la consciencia de los escritores barrocos sobre la importancia de lo pictórico y visual, como se ve en los siguientes versos de A. Enríquez Gómez: “Estos versos siempre son oropel que desde lejos engaña con la color”513. 509 “Derrota y triunfo de la mujer” [1920], en Lo Barroco, Madrid, Aguilar, 1964, p. 29. Historia de la literatura nacional española en la Edad de Oro, traducción de J. Rubió Balaguer, Barcelona, Gustavo Gili, MCMLII2, pp. 240-241. 511 La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica [1975], Barcelona, Ariel, 1983, p. 503. 512 Horacio, Ars poetica, 361. Cf. sobre este topos la obra de R. Lee, “Ut pictura poesis: the humanist theory of painting”, en The Art Bulletin, t. XXII, 1940, pp. 197 y sigs. 513 Academias morales de las musas [1642], Madrid, J. Fernández de Buendía, 16603. Introducción a la III Academia, “Romance de los cultos”. 510 MENU SALIR 252 Es ahora cuando aparece con fuerza la figura del poeta-pintor, cuando vates y estudiosos gustan de hacer coincidir poesía y pintura. Estamos en un momento histórico-artístico en el que la tendencia es la de la fusión de las artes, siendo la pintura la que se considera más versátil. Los elementos pictóricos adquieren gran importancias apoyándose en el retrato, los paisajes, etc. Éstos se convierten en materia fundamental en ese mundo de ornamentaciones. Y es que la naturaleza representa, a la vez, la lucha y la alianza de los elementos más diversos. Por eso el Barroco ve en la “selva” su símbolo fundamental. En el fondo, estamos ante una estética que valora por encima de todo la variedad. Por eso tuvo tanto éxito en nuestro siglo XVII el célebre verso de Serafino Aquilano, acogido también por Cervantes en el libro V de La Galatea: Che per tal variar natura è bella. No obstante, aun siendo la lucha de contrarios un pilar barroco, también se produce la mezcla y fusión, el matiz, que según S. de Madariaga es “la separación de las diferencias llegadas a su límite”514. El deseo continuo de embellecimiento barroco hace que la mezcla de artes sea una práctica común. Estamos ante lo que E. Orozco llamó “colectivismo estético”, que halla en el teatro su campo más adecuado: “Si el ideal estético barroco representa el colectivismo estético, la integración dee todas las artes e incluso la cooperación de otras sensaciones de orden distinto, aunque todo centrado por lo visual, 514 “El matiz es la separación de las diferencias llegadas a su límite –explica Madariaga–, y el sentido del matiz equivale a la facultad de ver con claridad la gradación continua de lo diferente, o, si se quiere, a una especie de cálculo diferencial instintivo de las cualidades”, Ingleses, franceses, españoles. Ensayo de psicología colectiva comparada, Madrid-Barcelona-Bilbao, Espasa-Calpe, 1929, p. 116. MENU SALIR 253 pensamos que el teatro, en cierto modo, supone la utilización de las tres artes visuales; en cuanto, con el decorado, acude a los recursos de la pintura; unido a ello, con los efectos de perspectiva, con telones, bastidores y embocadura, recurre a lo arquitectónico; y con las figuras de los actores viene a dar un valor plástico, escultórico de figura en movimiento”515. Apoya esta idea E. Carilla, pues comenta cómo la poesía estuvo socorrida [en el Barroco] “por las artes plásticas (arquitectura, escultura, pintura), la música, la danza, y aun por complementos particulares (jardinería, fuentes, luces; carpintería, mecánica, etc.)”516. Esos contactos con otras artes sirven para llevar a sus últimas consecuencias ese deseo de embellecimiento barroco que preside el estilo del siglo XVII. Con todo, la impresión que domina en algunas ocasiones es la del artificio y la oscuridad, y en otras, la de la profundidad. Ya no se considera que la elegancia esté en la sencillez y armonía, sino en el artificio y la complicación. Lo mejor no es, como antes, lo fácil y claro. Esto hace que el ingenio –muchas veces acompañado de la erudición– se aguce hasta el extremo, y las obras literarias se hallen cuajadas de dificultades. Esta profusión de adornos hace que en algunas ocasiones el tema que sirve de base a la composición quede olvidado o relegado a un segundo plano. Así pues, el Barroco se muestra como una mezcla compleja en la que se sustituyen las normas clásicas por una mayor apreciación del individuo concreto, que se esfuerza por buscar lo nuevo y extraordinario. 515 E. Orozco Díaz, El Teatro y la teatralidad del Barroco (Ensayo de Introducción al tema), cit., p. 122 (las cursivas son mías). La idea procede de L. Pfandl, “colectivismo estético”, op. cit., pp. 270-273. MENU SALIR 254 La tendencia es la de la exageración, la búsqueda de lo hiperbólico y el intento de superar los límites establecidos. Con todo ello, el estilo se va retorciendo, usando a menudo oposiciones violentas, metáforas, etc., en un ejercicio de artificiosidad y complicación que se basa en el adorno (ornatus). Y esto, como dijimos, contemplado desde la dualidad del idealismo y del realismo. Son muchos los críticos e investigadores de la literatura que se han esforzado por establecer categorías y sistematizar el estilo barroco. Es el caso, por ejemplo, de E. Carilla, que señala que, en su opinión, los caracteres esenciales de ese arte son: “1) La contención (y alarde de la contención). 2) La oposición y la antítesis. 3) Lo embellecido (más que lo bello), y como forma particular, la tendencia a la fusión o aproximación de diferentes artes. 4) Individualización de lo feo y lo grotesco. 5) El desengaño (dentro de límites humanos) y la trascendencia de ideales religiosos”517. Importa ahora que notemos que la estética barroca se caracteriza por un deseo de equilibrio entre sustancia e invención, res y verba. “No era lícito, pues –defiende B. López Bueno–, defender una invención carente de sustancia, porque se quebraba definitavamente el equilibrio entre el docere y el delectare, entre las res y las verba”518. Esta dualidad se halla en el núcleo de muy diferentes polémicas –religiosas, sobre misterio o erudición–. A esto se refiere J. Roses Lozano: “Los resultados prácticos que se derivan de dicho proceder se hallan íntimamente emparentados con la literatura hermética y la corriente literaria que reclama una creación poética dirigida exclusivamente a los doctos; lo 516 517 Loc. cit., p. 92. Loc. cit., p. 23. MENU SALIR 255 que podríamos denominar un cierto elitismo literario sustentado en el poder de la palabra”519. Así en la base de los rasgos estilísticos del Barroco se halla la primacía del “arte” sobre el “ingenio”. Durante el Renacimiento y el Barroco se produce una fuerte polémica sobre el tópico literario “arte / naturaleza”, enunciado también como “arte / ingenio”. Se trata de una dualidad de ascendencia horaciana que ha estudiado en profundidad para nuestro país A. García Berrio520. Consiste en averiguar si el poeta, para serlo con excelencia, necesita sobre todo de una formación intelectual adecuada sobre todas las disciplinas que forman al poeta (“arte”), o si debe dar primacía a su libre ingenio e inspiración, atendiendo a lo que le dicta su “naturaleza” en libertad. Durante el Renacimiento se consideró, en general, que la “naturaleza” tenía para la poesía más importancia que el arte (poeta nascitur, ‘el poeta nace’)521. En el Barroco, en cambio, a partir del precursor Fernando de Herrera en sus Anotaciones a Garcilaso, se potencia el valor del arte, considerándose que un poeta necesita perfeccionar con el estudio de las disciplinas humanísticas su propia aptitud para la poesía, para que ésta salga perfecta522. De acuerdo con 518 La poética cultista de Herrera a Góngora, cit., p. 14. Una poética de la oscuridad. La recepción crítica de las “Soledades” en el siglo XVII, Madrid-Londres, Támesis, 1994, p. 102. Añade que, teniendo lo anterior en cuenta, todos los que participaron a favor y en contra en la polémica de las Soledades tuvieron en consideración esa premisa cuando abordaron la oscuridad de los poemas. 520 La bibliografía sobre la contraposición natura (ingenium) / ars es hoy inabarcable. Sin embargo, para una aproximación ya clásica a estos conceptos, tanto en su aspecto diacrónico como sincrónico, es muy útil la exposición de A. García Berrio en su Formación de la teoría literaria moderna, 2 tomos, Madrid, Cupsa, 1977. Deben leerse principalmente las pp. 285-330 del t. I (1977) y las pp. 337-422 del t. II. 521 Estamos ante un principio humanístico cuyo enunciado completo es: Poeta nascitur, non fit; cf. V.-J. Herrero Llorente, op. cit., p. 181b; también, G. Sánchez Doncel, op. cit., p. 390b. Otro enunciado de ese principio es: Poeta nascitur, orator fit (‘el poeta nace, el orador se hace’). 522 C. Cuevas explica que “frente al neoaristotelismo de la mayoría de los tratadistas españoles de su tiempo [de Herrera], y optando una vez más por soluciones platónicas, Herrera da la preferencia al delectare sobre el 519 MENU SALIR 256 esto, ningún poeta sin estudio (“sin arte”) puede alcanzar un nivel de calidad digno de la atención de los eruditos y entendidos. Hasta San Juan de la Cruz, que da al estilo un valor instrumental, como medio para hacer más eficaz lo que dice, reconoce el valor del mismo para hacer eufónico el discurso, y así escribe que “el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen lenguaje mueven y hacen efecto” [en los lectores u oyentes], añadiendo que las “maravillosas cosas maravillosamente dichas [...] sirven para deleitar el oído, como una música concertada o sonido de campanas”523. El mismo elogio hace del ornatus cuando alaba “el buen estilo y retórica y buen término”524. Esta doctrina, tan común –como hemos dicho– en el Renacimiento que la acepta hasta un místico de la austeridad del carmelita de Fontiveros, adquiere una importancia mucho mayor en el Barroco, cuando en la polémica ingenium / ars, éste se impone claramente a aquél. Debemos también mencionar como rasgo principal barroco el deseo de repetir temas, fórmulas y formas. Desean ser originales, pero teniendo como punto de partida lo muy usado y conocido, sirviéndoles para lograr otras cimas con nuevas tonalidades. Este clima de imitación tuvo un contexto adecuado y fértil gracias a la abundancia de certámentes poéticos, torneos literarios y homenajes que servían para dar a conocer las distintas tendencias de la época. Sin embargo, no debemos pensar que esa imitación que, en muchos casos, dominaba el estilo de los artistas del siglo XVII, suponga un agotamiento poético. Confirma esto último el prodesse (As, 333)”, “Teoría del lenguaje poético en las Anotaciones de Herrera”, en B. López Bueno (ed.), Las “Anotaciones” de Fernando..., cit., p. 161. De esta forma, aun considerando el sevillano la necesidad del ingenium, prima decididamente el ars. 523 Subida del Monte Carmelo, 3, 45, 4. MENU SALIR 257 que muchos críticos modernos consideren ingenuo pretender –como más de una vez se ha hecho– que las piezas de certamen, así como el uso de precisas formas retóricas y virtuosismos líricos, que entonces aparecen con sobrada abundancia, eran una consecuencia del agotamiento en que se había desangrado la poesía. Ya vimos la importancia que para el arte del Renacimiento tenían los modelos grecolatinos y sus bases estéticas. El artista procuraba ajustarse a ellas, inspirándose en muchas ocasiones en las ideas propias del clasicismo. Esta tendencia se observa en la imitación de los escritores clásicos, que ya no se sigue en el Barroco de manera ciega, sino que, al mismo tiempo que se respeta, se intenta mostrar, al tratar sus temas, la personalidad individual y capacidades de sus autores, considerándose, en muchas ocasiones, iguales, e incluso superiores a aquéllos. Los poetas siguen, de todos modos, admirando a sus antecesores greco-latinos, y, por ello, utilizan sus recursos estilísticos, temas, etc. Pero, forzados por el desasosiego que les invadía y por su deseo de novedades, su criterio estético es, desde luego, innovador. Resulta una prueba evidente de esa propensión imitativa el hecho de que en España abunden las traducciones, adaptaciones, novelizaciones525 y alusiones de los escritores clásicos más relevantes: Homero, Aristóteles, Platón, Plutarco, Luciano, Eurípides, Demóstenes, Isócrates, Teócrito, Sófocles, Ovidio, Horacio, Cicerón, Virgilio, Séneca, Marcial, Lucano, Salustio, Julio César, Tito Livio, Juvenal, Tácito, Plauto, Persio, Plinio, Apuleyo, etc. Esta inclinación imitativa clásica comienza en el siglo XV, adquiriendo 524 Ib., 3, 45, 5. MENU SALIR 258 mayor viveza durante el XVI y continuándose con una leve disminución en el XVII. Entre los dos siglos de Oro existe la diferencia de que en el primero se produce un mayor número de traducciones, mientras que en el segundo, se prefieren las recreaciones de los temas y mitos clásicos. En este momento de individualismo y de intelectualización que es el Barroco se produce un deseo de encontrar nuevos senderos que desemboquen en sorprendentes formas estéticas. Todo ello traerá como resultado lo que se conoce como “Manierismo”. Esta corriente tuvo una gran importancia, hasta tal punto, que han sido muchos los que han confundido, en su vertiente literaria, Manierismo y Barroco, como si fueran ambos un fenómeno idéntico. De tal forma, Pevsner, teniendo en cuenta la coincidencia de época y las preocupaciones similares, intentó presentar el Manierismo como el arte de la Contrarreforma526. También E.R. Curtius incurre en esta identificación al referirse únicamente al Manierismo como la corriente propia del siglo XVII527. Una de las causas que posibilita esta confusión se encuentra en que el arte manierista, aunque se produce en muy distintas épocas, se suele localizar en el momento inmediatamente anterior al Barroco, por lo que sus medios formales y estéticos coinciden en muchas ocasiones. E. Orozco expresa con claridad que, aunque sea difícil distinguirlas, ambas corrientes son diferenciables: “Por lo dicho –puntualiza el profesor granadino– se explica no pueda hablarse con exactitud de una cultura ni 525 No olvidemos el carácter novelizador y amplificador que utiliza Marcelo Díaz Callecerrada para escribir su Endimión, del que ya hablamos con anterioridad. 526 Cf. Gegenreformation und Manierismus, en Repertorium f. Kunstwissenschaft, 1925, sobre todo la p. 243. 527 Cf. Europäische Literatur und Lateinisches Mittelalter, Berna, A. Francke AG Verlag, 1948, p. 275. Podemos consultar la traducción que se realiza posteriormente por M. Frenk Alatorre y A. Alatorre: Literatura europea y Edad Media latina, 2 ts., México, Fondo de Cultura Económica, 1981. MENU SALIR 259 de una época del Manierismo, mientras que con toda propiedad nos referimos a la época y la cultura del Barroco. Aquél afecta a las artes y a las letras; éste a la vida, a la sociedad, al pensamiento, y, así, su realización en arte y letras es también la expresión de una época, de una sociedad”528. Después de haber calibrado algunas de las caracterizaciones que se han hecho sobre el concepto “Manierismo”, pienso que éste es una categoría más estética que histórica –aunque su dependencia de épocas y períodos no sea desdeñable–, y consiste en la complicación del concepto y de la forma realizada de un modo esencialmente intelectual, apoyándose en la imitatio, en el cálculo de efectos, en la experiencia propia y ajena, y en todo aquello que genera un arte consciente de su mentalidad específica y del partido que puede sacarse de ella. Manierismo es, en consecuencia, un producto intelectual más que pasional, y supone por parte del artista una actitud fría, clarividente y desarrollada siempre con la atención puesta en el efecto que se ha de causar en el destinatario. En literatura, el Manierismo se constituye por una serie de juegos retóricos, distorsiones, extremismos, unidos a un adecuado manejo de las formas convencionales. Sus teorizantes no creen que el estilo tenga que derivarse de la contemplación de la realidad y su imitación, sino a través 528 Manierismo..., cit., p. 71. Es de sobra conocido el estudio que ha dedicado Orozco a este tema. En otra de sus obras sigue aclarando la distinción entre Manierismo y Barroco: “Así, las complicaciones constructivas, como los movimientos violentos de los lienzos manieristas y barrocos, no se pueden considerar como iguales; en realidad, por su sentido, pese a la apariencia, representan lo contrario. En los dos, es verdad, vemos una alteración de las formas clasicistas, tanto en lo literario como en la plástica, pero esa alteración se produce en el cuadro manierista como algo que le sobreviene a los cuerpos y formas desde fuera, como algo racional, previo e impuesto. [...] La figura barroca, en cambio, es la figura sorprendida en un momento de su MENU SALIR 260 de la mímesis de los artistas precedentes, tanto referida a la temática como al artificio estilístico. Con todo lo dicho, no es conveniente caer en el error de considerar el Manierismo como una estética sin originalidad, carente de valor, con obras que rozan el mal gusto. Se trata más bien de que lo consideremos como “un estilo sui generis, que, cualitativamente, posee obras excelentes, y malas, o amaneradas respecto a sus características”529. Es decir, se trata de una tendencia estilística que se caracteriza por su sorprendente aspecto estético. Derivadas de ese deseo imitativo de técnicas, temas y formas surgen, las que se han llamado “agudezas”. Por ello, en el siglo XVII se escriben libros que procuran analizarlas y sistematizarlas. Otro aspecto que llama nuestra atención en la estética del Barroco es el de la “maravilla”. Sin embargo, el que el fin del poeta sea ésta no arranca –como muchas veces se ha comentado– de Marino, sino que viene de mucho antes. Así, en España, Fernando de Herrera, en sus Anotaciones a Garcilaso (1580) hace esta misma afirmación, y remite a humanistas italianos como Pontano, Minturno, Maranta y otros que establecen también ese principio estético. Ermanno Caldera, en un importante estudio sobre S. Juan de la Cruz, ha estudiado este punto considerando a la “maravilla” como la base de toda poesía, sobre todo la de carácter manierista530. transitorio y agitado moverse, algo pasajero [...] que nos sugiere toda figura plasmada en un movimiento apasionado”, Lección permanente, cit., pp. 32-33. 529 H. Hatzfeld, op. cit., p. 54. 530 Cf. su artículo “El manierismo en San Juan de la Cruz”, en Prohemio, I 3(1970), sobre todo pp. 343-347. Véase también Mª.J. Vega Ramos, “Herrera y sus fuentes: el Actius y las Lucullianae Quaestiones”, en El MENU SALIR 261 Según Fernando de Herrera, “la lengua del poema ha de reunir, pues, todas las perfecciones, cumpliendo el precepto horaciano: Non satis est pulchra esse poemata; dulcia sunto (Ars, IX, 99)”. Con talante manierista, Herrera incluye en las Anotaciones un texto capital al respecto: “Mas pues el poeta tiene por fin dezir compuestamente para admirar, i no intenta sino dezir admirablemente, i ninguna cosa sino la mui ecelente causa admiración, bien podremos enriquecer los concetos amorosos, en alguna manera, de aquella maravilla que quieren los antiguos maestros de escrevir bien que tenga la poesía, que, si no es ecelente, no la puede engendrar”531. Según explica C. Cuevas, “como ha hecho ver Alcina, el concepto de admiratio, de acuerdo con el Actius de Pontano –de quien procede el citado texto de Herrera–, exige de la poesía una perfección acabada [..., y ha de ser perfecta], no a juicio de la plebe, sino de los entendidos, sobre todo si éstos son también poetas. Se establece, pues, un criterio de excelencia que afecta en modo eminente al estrato lingüístico, cuyo acrisolamiento es exigido por ese dezir admirablemente”532. Así, como explica K. Vossler: “Maravillarse y hacer que las gentes se maravillaran fue el programa consciente de la poética barroca”533. De esta forma, en la estética del Barroco adquiere gran importancia el “ornato”. Al igual que se aprecia en otras artes como la arquitectura, también en la poesía, el tema, el contenido, se esconde detrás de la secreto artificio. Maronolatría y tradición pontaniana en la poética del Renacimiento, Madrid, C.S.I.C.Universidad de Extremadura, 1992, pp. 227-241. 531 As., cit., p. 296. 532 C. Cuevas, “Teoría del lenguaje poético..., loc. cit., pp. 160-161. 533 La Décima Musa de México, Sor Juana Inés de la Cruz, en Escritores y poetas de España, trad. de C. Clavería, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1947, p. 121. MENU SALIR 262 forma, de todos los elementos que se utilizan como adorno. Todo lo externo, lo que embellece, adquiere un nuevo valor. Explica O. Frattoni que, si quisiéramos definir el Barroco, podríamos decir que es “un arte agitado, fastuoso, brillante, provocativo, enfático, asombroso”534. La tendencia en aquella época es, por tanto, la de la búsqueda constante del embellecimiento. Sin embargo, según las distintas visiones, también se le podría llamar artificiosidad535, amaneramiento o estilo rebuscado536. 2. La estética de la oscuridad (culta dificultad y dificultad conceptista) Dos estilos fundamentales recorren longitudinalmente, y de un modo paralelo, la historia de lo que llamaríamos genéricamente “letras”: el primero atiende sobre todo a la exposición denotativa del asunto que 534 Op. cit., p. 25. Añade en la misma página que “se llega a este desideratum mediante el abuso de metáforas (obtenidas a su vez por antítesis, deducciones, juegos de palabras, acercamientos conceptuales inimaginados y bizarros), de hipérboles, de personificaciones curiosas, de figuras deslumbrantes, de fórmulas expresivas exageradas, de líneas agitadas, de imágenes gigantescas y audaces, de tonos recargados y falsamente dramáticos, de ornamentación sobreabundante. Se entiende que a estas características debe agregarse el infaltable espíritu de rebeldía”. 535 Advierte E. Orozco sobre qué entienden los hombres del siglo XVII al hablar de artificio: “Hay que estimar pues que al decir artificioso se piensa más en la total libertad individual en la utilización de recursos [...], todo lo que viene a alterar la forma o expresión común y convencional; esto es, huir de lo natural y armónico”, De lo aparente a lo profundo..., cit., p. XXXVIII. 536 E. Carilla desarrolla esta idea: “Esta propensión al embellecimiento y lo estilizado fue tan persistente y notorio que aún hoy sirve a un sector de la crítica (sobre todo, de la crítica poco afecta al barroquismo) para encerrar con una única, exclusiva y negativa cualidad, el perfil esencial de la época. Claro que, en lugar de MENU SALIR 263 trata (res), olvidando, cuando no condenando, las bellezas expresivas y el ornato. Tal es el estilo del lenguaje científico. El segundo concede gran importancia a la belleza de la forma, a los efectos connotativos, al ornato, etc. (verba), e intenta construir su discurso como obra de arte. Tal es el lenguaje de la poesía. Frecuentemente, los cultivadores de uno u otro estilo los consideran antinómicos. Así lo hizo, en un precioso pasaje de su Quod nihil scitur (1581), el médico y filósofo de Tuy, Francisco Sánchez “el Escéptico”: “Tampoco esperes de mí –declara– una expresión refinada y elegante, pues si me pusiera a escoger las palabras, la verdad se me escaparía entre los dedos. Si buscas un estilo brillante, pídeselo a Cicerón, pues tal era su oficio [como sabemos, el de orador]. Yo hablaré con suficiente belleza si hablo con suficiente verdad. Las palabras bellas son patrimonio de los poetas, de los oradores, de los amantes, de las meretrices, de los aduladores, de los rufianes, de los parásitos y demás gentes de esa clase, para quienes todo se reduce al bien hablar. A la Ciencia le basta, porque es lo único necesario, la propiedad del lenguaje, cosa que no es compatible con un lenguaje florido”537. embellecimiento o estilización, lo llaman artificiosidad, cargazón, ornamentación exagerada, acumulación de postizos, etc.”, loc. cit., p. 93. 537 F. Sánchez [“el Escéptico”], Que nada se sabe [1581], traducción del latín y prólogo de C. Mellizo, Madrid, Aguilar, 1977, p. 47. Es interesante hacer notar que el conceptista Quevedo leyó este libro de Sánchez, y lo citó expresamente en el prólogo “Al lector” de su “Sueño” “El mundo por de dentro”. (Los Sueños, ed. de I. Arellano, Madrid, Cátedra, 1991, p. 271. Por lo demás, la tradición cristiana, desde la Patrística a la Teología –domática, moral o ascético-mística de nuestro Siglo de Oro– ha expresado siempre su desconfianza ante el estilo demasiado retórico y acicalado, considerando con Dionisio Cartusiano que el discurso se pule y oscurece en la medida en que quiere eludirse la verdad; véase sobre todo ello C. Cuevas, “San Juan de la Cruz y la transgresión de la norma expresiva”, Actas del Congreso Internacional Sanjuanista, t. I, Filología, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993, especialmente pp. 61-67. El Marqués Caracciolo expresa en este sentido: “Todos los días sucede que los que piensan mejor, ignoran el arte de hablar bien”, La conversación consigo mismo, traducida del francés por D. Francisco Mariano Nipho, Madrid, impr. M. Escribano, MDCCLXXXV3, pp. 199-200. MENU SALIR 264 Al hablar sobre estos dos estilos literarios fundamentales, es decir, los que se centran principalmente en la denotación y en la connotación, no debemos olvidar que el segundo ayuda a enriquecer el contenido semántico de la palabra. En este sentido, podemos recordar lo dicho por Séneca en su carta LIX perteneciente a las Epístolas morales. En ella advierte a su amigo Lucilio: [En tus escritos] “tienes dominio sobre las palabras, y el discurso te lleva más lejos de lo que quieres ir. Muchos hay que, encontrando una palabra bella, escriben lo que no querían escribir. Esto no te sucede jamás, porque todo está bien enlazado y es pertinente al asunto. Dices todo lo que quieres y dejas comprender más de lo que dices, lo cual revela una cosa más grande y demuestra que no hay vacío ni hinchazón en tu espíritu”538. Así, como dijimos anteriormente, el estilo barroco se caracteriza por un dominio de las verba sobre la res. Esto se oponía a la doctrina tradicional, que consideraba que “sólo la importancia de la res podía legitimar la dificultad de las verba”539. Ello guarda una gran relación con el estilo manierista del que ya tratamos, y que, como sabemos, consiste en la imitación consciente de los modelos literarios. El escritor manierista –como lo es Marcelo Díaz, según demostraremos en su momento– usa un lenguaje cuyo estilo no es sino el resultado de repetir continuamente los hallazgos de grandes escritores y, a veces, de forma mecánica. Debemos reparar, por ello, y a pesar de la extensión del texto en cuestión, en un ejemplo detectado por Séneca, como es el de Aruncio respecto de Salustio: “Ordinariamente, el maestro de la elocuencia en 538 L.A. Séneca, Epístolas morales, traducción directa del latín de F. Navarro y Calvo-G. Carrasco, Madrid, Librería de los sucesores de Hernando, 1913, p. 174. MENU SALIR 265 una época introduce esos defectos, imitándole los demás y transmitiéndolos de unos a otros. De esto resulta que en la época en que floreció Salustio estaban en boga los pensamientos concisos, las palabras rotundas y la brevedad, aunque fuese oscura. Aruncio, aquel grande enemigo del lujo que compuso la historia de La guerra de Cartago, imitó a Salustio y siguió su estilo. Léese en Salustio: Hizo tropas con dinero, en vez de decir: Levantó tropas con dinero. Tan bella pareció a Aruncio esta manera de hablar, que la copió en todas las páginas de su libro. En un pasaje dice: Los maestros hiceron fuga; en otro: Hierón, rey de Siracusa, hizo la guerra; en otro: Habiendo llegado la noticia, hizo devolver a los romanos los panormitanos. Así está escrito todo el libro, de manera que esta frase, que es rara en Salustio, se encuentra con frecuencia en casi todas las páginas de Aruncio; y la razón es que el primero la usaba cuando convenía, y el segundo la buscaba para usarla. Ya ves lo que resulta cuando se toman defectos por ejemplos. Salustio dijo aquis himantibus para significar que las aguas estaban muy frías; Aruncio, en el primer libro de La guerra de Cartago, no dejó de decir: repente hiemavit tempestas, para expresar que la tempestad se hizo violenta de repente; en otro pasaje: totus hiemavit annus, queriendo decir que había sido muy frío el año; y en otro punto: inde sexaginta onerarias naves, praeter militem et necessarios nautarum, hiemante Aquilone misit, para decir que con el viento más recio mandó sesenta naves de carga además de los soldados y marineros; en fin, no cesa de emplear esta palabra a todo propósito. Salustio dijo también en otro lugar: inter 539 B. López Bueno, op. cit., p. 14. MENU SALIR 266 arma civilia aequi bonique famas petit, ‘busca en las guerras civiles reputaciones de hombre justo’; Aruncio no puede contenerse, y escribe en seguida en su primer libro: ingentes esse “famas” de Regulo, ‘la reputación de Régulo era inmensa’ ”540. E. Orozco demostró, como explicamos en el apartado anterior, que el concepto de “Barroco” puede tener un doble sentido: el histórico y el estético. Éste se da a lo largo de toda la historia del arte, alternando con períodos clásicos, y se manifiesta por la concepción del arte como expresión de lo apasionado, desbordante, dinámico, impresionante, emotivo, etc.; en este sentido, lo feo puede ser también artístico si tiene fundamentalmente un carácter expresivo. Así ocurre con el retrato de D. Francesillo de Zúñiga de Velázquez, los caprichos de Goya o los lienzos cubistas de Picasso. El “Barroco histórico”, en cambio, es el que, por lo que respecta a la cultura española, se sitúa convencionalmente en el siglo XVII, porque en esta época se acumulan los rasgos de esa estética con una especial densidad y coherencia. Desde este punto de vista, encontramos que el aprecio por la oscuridad en literatura se manifiesta en distintos períodos de la historia literaria de Occidente. Sirva de ejemplo el siguiente pasaje, nuevamente de Séneca, que nos interesa especialmente, al darnos la impresión de que podría haber sido escrito por Góngora o cualquiera de sus comentaristas: “Bien hizo aquel, sea quienquiera (porque no se sabe quién es el autor), que respondió con mucha oportunidad al que le preguntó para qué servía 540 Séneca, Epístolas morales, epístola CXIV, ed. cit., pp. 513-514. Como se ve, en la mayoría de estos casos nos encontramos con lo que F. Lázaro Carreter llama “diseño retórico”, y MªRosa Lida “dibujo rítmico” o “diseño sintáctico”; cf., del primero, “Imitación compuesta y diseño retórico en la oda a Juan de Grial” [1979], Fray Luis de León, Academia Literaria Renacentista, Salamanca, Universidad, 1981, pp. 204-205. MENU SALIR 267 el exquisito refinamiento de su arte, en atención a que muy pocos podrían comprenderlo: Me bastan pocos, me basta uno, me basta ninguno. [...] Debes imprimir estas palabras en tu memoria, querido Lucilio, con objeto de que desprecies el agasajo de los aplausos que parten de considerable número de personas”541. La oscuridad poética debemos considerarla como un recurso estético, en cuanto crea un ámbito de misterio, de indefinición, de paisaje a explorar, de posibilidad de hallazgos enigmáticos. El que vence la dificultad de lo oscuro es como el que alumbra una caverna llena de galerías, estanques, estalactitas y estalagmitas. El gozo de descubrir la belleza en un lugar imprevisto es mayor que el que se tiene ante lo consabido. Por eso, la estética de la oscuridad, emparentando con el tenebrismo pictórico italiano, personificado sobre todo en Miguel Ángel Caravaggio (m. 1610), se basa en la violenta irrupción de la luz en medio de un ambiente general de sombra. Así lo comprendió José Bergamín, quien en Prosas previas, escribe con palabra certera: “Poeta: no le tengas miedo a la oscuridad. Mientras más oscuro es el poeta, más clara es su poesía. La luz más profunda sólo se entrega a la más profunda oscuridad. Si quieres expresar la luz, hazte cámara oscura”. Cuatro siglos antes había dicho algo parecido S. Juan de la Cruz : “Cuando más alto subía deslumbróseme la vista, y la más fuerte conquista 541 Epistolas morales, epístola VII, ed. cit., pp. 15-16. MENU SALIR 268 en escuro se hazía”542. Desde la perspectiva de la estética clásica, partiendo de las ideas horacianas, la oscuridad se contemplaba como un elemento que iba en contra del propio texto, que lo hacía molesto, convirtiéndolo en algo que se percibe de modo confuso, que lo inunda de torpeza. De esta forma, el ideal retórico clásico empujaba a los escritores a ser claros. Esta virtud de la claridad tiene como opuesto la phrasis confusa y retorcida. Es precisamente en el siglo XVII cuando se produce una tendencia hacia lo oscuro, elogiándolo y valorándolo en muchos casos. La razón fundamental que se aducía era que sólo podían acceder algunos instruidos a los aspectos más complicados de la obra artística, y que servía para afianzar verdaderamente un saber. En este sentido, explica J.A. Maravall, “se considera [la oscuridad] como un procedimiento para fijar más la atención y hacer más profunda la huella que una obra, un espectáculo, etc., dejan en el espíritu del que recibe su impresión. Una doctrina que capte y quede impresa, una obra de arte que introduzca en su mundo al público y le mueva, un poder político que espante y se imponga, todo ello y tantas otras manifestaciones más de la vida social del XVII requieren oscuridad, la cual refuerza la suspensión y se traduce en dificultad”543. Gustan, por tanto, los artistas del Barroco, de buscar lo novedoso, lo que rompe con lo usual, que transgrede las normas convencionales, derivando todo ello en esa tendencia hacia la 542 “Otras [coplas] de el mismo [S. Juan de la Cruz], a lo divino”, en S. Juan de la Cruz. Poesías. Llama de amor viva, ed., intr. y notas de C. Cuevas, Madrid, Taurus, 1993, p. 125. 543 Op. cit., p. 449. MENU SALIR 269 dificultad544. Durante el Barroco español algunos elogiaban la dificultad, pues consideraban que una buena enseñanza tenía que partir del esfuerzo en la adquisición de los conocimientos, y que lo oscuro servía, entre otras cosas, para poseer de manera más segura cualquier saber. No obstante, no todos piensan de igual forma. Existe, como es sabido, una gran polémica en torno a la oscuridad. Fernando de Herrera, en su tiempo, aludió a que en este aspecto sobre el estilo su modelo era Garcilaso de la Vega, pues consideraba que sus versos no eran afectadamente complicados545. Posteriormente, el aspecto de la dificultad fue estudiado de manera frecuente por muchos de los tratadistas barrocos. Así, a comienzos del siglo XVII, numerosos teorizantes de la literatura dedican sus esfuerzos a investigar los textos de autores clásicos, llegando en muchos casos a la conclusión de que lo más conveniente era condenar la oscuridad como un vicio del que había que huir. A. López Pinciano en su Philosophía antigua poética (1596) se dedica extensamente a sistematizar el tema de la dificultad, distinguiendo tres tipos principales de oscuridad en poesía –la loable (“artificiosa” y “virtuosa”) y la reprensible (“mala” y “ruda”)–: “Ay tres maneras de escuridad, las dos son artificiosas y virtuosas, y la tercera, mala y ruda. La primera de las artificiosas es quando un poeta, de industria, no quiere ser entendido de todos, y esto lo suele hazer por 544 R. Menéndez Pidal explica: “Sin embargo, en ella acierta el poeta [Góngora en su defensa frente a las burlas a las Soledades] con los fundamentos de una característica capital de todo arte barroco, la repulsa de la claridad; y en el grado extremoso a que él llevó esa característica se halla la principal originalidad del gongorismo”, loc. cit., p. 226. 545 Afirma Herrera que los versos garcilasistas “no son rebueltos ni forçados, mas llanos, abiertos i corrientes, que no hazen dificultad a la inteligencia si no es por historia o fábula [...], porque donde no ai claridad, no ai luz ni entendimiento [...], i aquel poema que, siendo claro, tendría grandeza, careciendo de claridad es áspero i difícil”, As., 18. MENU SALIR 270 guardar el individuo [...] La otra escuridad artificiosa es causada de la mucha lección y erudición, en la qual no tiene culpa el poeta, sino el lector, que, por ser falto dellas, dexa de le entender el poema [...] La tercera escuridad es mala y viciosa, que nunca buen poeta usó, la qual nace por falta de ingenio, de inuención o de elocución, digo, porque trae conceptos intrincados y difíciles, o dispone, o por mejor dezir, confunde los vocablos de manera que no se dexa entender la oración. Otra manera ay de escuridad muy artificiosa, mas ésta no es propia de la poesía, porque es común también a los libros sagrados y como alma de la letra, la qual es dicha alegórica o sentido alegórico”546. Otro de los tratadistas importantes que se ocupan de la oscuridad es L.A. de Carvallo, argumentando a favor de ésta en su Cisne de Apolo (1602). También explica los motivos por los que los poetas gustan de oscurecer, ya que “usan de alguna obscuridad en sus tratados los Poetas: saliendo del estilo que ordinario tienen, los otros escriptores siguen, porque sus obras se lean con mayor atención y cuydado de entenderse, porque de ver las cosas muy claras se engendra cierto fastidio con que se viene a perder la atención, y assí se leerá un estudiante quatro hojas de un libro, que por ser claro, y de cosas ordinarias, no atiende a lo que lee. Mas si es difficultoso, y extraordinario su estilo, esto proprio lo incita a que trabaje por entendello, que como naturalmente somos inclinados a 546 A. López Pinciano, Philosophía antigua poética, 3 vols., ed. de A. Carballo Picazo, Madrid, C.S.I.C., 1973, t. II, pp. 161-163. También resulta de interés consultar las siguientes páginas: II, 155-163, 182-184, 188-193, 208-209, 214 y III, 238-240. MENU SALIR 271 entender y saber, y un contrario con otro se esfuerça, ansí con la difficultad crece el apetito de saber”547. Otro importante teorizador estilístico es F. Cascales, que, en sus Cartas filológicas, vierte opiniones de crítica literaria con las que explicita las causas de la oscuridad, desde un punto de vista que no podemos considerar demasiado original, completando sus ideas al respecto en las Tablas poéticas548. Según Cascales, “cualquiera responderá, con Tulio y con Quintiliano y con los demás maestros de la elocuencia, absolutamente que es vicio, Brevis esse laboro, obscurus fio. ‘Procurando ser breve, peco de obscuro’. La brevedad es virtud; digo la oración concisa y casta, que no tiene más ni menos de lo que ha menester; porque, si tiene más, es ambiciosa, si menos, es obscura, y, por consecuencia, viciosa”549. Debemos partir, pues, de la base de que Herrera, López Pinciano y Cascales comienzan con una explícita condena de la oscuridad, aunque posteriormente observemos que en realidad designaban conceptos distintos con la misma palabra. A esto hay que añadir que, aunque en un pimer momento estemos ante una reprobación, dependiendo del caso concreto, dejaría de ser un defecto para convertirse en una clara virtud. 547 L.A. de Carvallo, Cisne de Apolo, 2 vols., ed. de A. Porqueras Mayo, Madrid, C.S.I.C., 1958, t. I, pp. 113114. Las consideraciones sobre la oscuridad se encuentran en el “Diálogo primero: Por qué causa los Poetas, usaron de fictiones, y figuras, para declarar sus conceptos” (I, 113-121). 548 En las Tablas poéticas de Cascales es fácilmente visible la influencia de Minturno, como pone de manifiesto A. García Berrio a lo largo de su ya citada Introducción a la poética clasicista. 549 Cartas filológicas, cit., pp. 143-145. No se olvide que la oscuridad que deriva de una excesiva concisión es rasgo típico de la dificultad conceptista, como se explica en próximas páginas. También se refiere Cascales a la poesía oscura del siguiente modo: “Estas nuevas y nunca vistas poesías son hijas de Mongibelo, que arrojan y vomitan más humo que luz. Los Lapitas y Centauros fueron nubígenas, engendrados de las nubes; y así como nacieron, tomaron las armas unos contra otros, y dándose la batalla, brevísimamente remataron su plana. Otro tanto creo les ha de suceder a estos mal nacidos Polifemos, humosos y negros, y que, por lo menos, les ha de quebrar el ojo el astuto marido de la casta Penélope”, ib., p. 156. MENU SALIR 272 Un paso más da L. Carrillo y Sotomayor, que, intentando justificar el estilo culto, establece una diferenciación entre “oscuridad” y “dificultad docta”, considerando que la primera es un vicio que deriva de la confusión entre la defectuosa dicción y los conceptos. La segunda, que es consecuencia de los pensamientos más profundos –la diferencia en las palabras y la comprensión recóndita–, no es considerada en sentido estricto como “oscuridad”. Sin embargo, en cuanto a ésta, su desaprobación es clarísima: “No pretendo yo por cierto, ni nunca cupo en mi imaginación lugar a aprobar la oscuridad por buena: el mismo nombre lo dice, sus mismos efectos lo enseñan”550. Por el contrario, afirma Carrillo que la “dificultad” que procede de la erudición y el ornato551 es propia del lenguaje poético. Uno de los aspectos básicos que se usa es el de la mitología, que provoca un estilo de “dificultad docta” que se refleja en el léxico, la sintaxis, etc.552. Así, dentro de los problemas de la dificultad permitida, entran en juego no sólo los de comprensión derivados de los contenidos de las obras, sino 550 Libro de la erudición poética, Madrid, C.S.I.C., 1946, p. 93. “Ornato” (ornatus) significa, como es bien sabido, para todos los tratadistas, incluido el cuatralbo cordobés, ‘adorno’ y se refiere en general a todos los recursos de estilo que exornan el discurso, ya sea en prosa o en verso. Es un elemento principal durante el Barroco en sus diferentes manifestaciones, haciéndose notar, en muchas ocasiones, a través de las figuras retóricas. En otros momentos llega a utilizar la erudición como instrumento. Recordemos, si no, cómo Góngora llama al joven pastor de sus Soledades “el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida”. Así, lo externo adquiere un nuevo y gran valor, con lo que el contenido queda en un segundo plano. Hasta tal punto es esto así que E. Orozco advierte: “De ahí que hasta se haya dicho –aunque sea verdad sólo en parte– que es un arte de apariencias”, De lo aparente a lo profundo..., cit., p. XXXVI. También G. Díaz-Plaja se refiere a la importancia del ornato, pues afirma que es un hecho que “las obras características del barroco se definan, en general, por una exuberante capa de escenografía que cubre el más atroz nihilismo”, El Barroco literario, cit., p. 82. 552 Según explica J.Mª. Pozuelo Yvancos: “El esfuerzo intelectual de la relación conceptuosa se acentúa al incidir en una realidad –como la mitológica– que supone un verdadero código de referencias que el lector precisa contextualizar de nuevo. Esta realidad cultural está entreverada con unos rasgos lingüísticos de tradición latina que afectan al léxico –creación de neologismos de raíz clásica– y a la sintaxis: hipérbatos, construcciones pronominales, etc., de base latina”, Introducción a Poesía española del siglo XVII. Antología, Madrid, Taurus, 1984, p. 23. 551 MENU SALIR 273 también los referentes a la dicción. De todos modos, lo que se aconseja es la moderación, para así evitar que se llegue a lo ininteligible. Lo más complicado es, por consiguiente, saber separar de forma adecuada dónde se encuentra el punto fronterizo entre lo que se puede admitir y lo que no, teniendo en cuenta que la poesía acepta elementos que no serían de recibo en otros niveles del lenguaje. Menéndez Pidal señala a este respecto que “la obscuridad perdió su estimación ante el concepto análogo de la dificultad que Jáuregui le ponía enfrente; obscuridad, lo tocante a la expresión, vicio condenable; dificultad, lo referente al asunto y pensamientos, moralidad defendible y aún preciada”553. Así pues, Jáuregui defiende que hay que establecer una diferenciación entre la aceptable “dificultad” y la deleznable “oscuridad”, que considera, como hemos visto, un vicio retórico. Esta delimitación fue más bien teórica que práctica, ya que es de todos sabido que en los propios versos de Jáuregui queda patente la oscuridad, lo que le granjeó muchas críticas y burlas554. También Cascales, al hablar de la oscuridad, después de condenarla, establece algunas excepciones, considerando que “no siempre la obscuridad es viciosa; que cuando [...] proviene de alguna doctrina exquisita, que el poeta señaló (no siendo muy a menudo), es loable y buena. [...] Ni es viciosa, cuando alguna palabra ignorada de los hombres 553 Op. cit., p. 227. En otros momentos sigue defendiendo J. de Jáuregui estas ideas: “En esta parte concedo que están hoy los ingenios de España muy alentados y que debe, el que escribe, alargarse a bizarrías superiores, porque muchos, no siendo poetas, no se espantan ya de los versos ni rehusan leerlos con el temor y sumisión que otro tiempo. Antes hay muchos animosos que previenen advertencia y deseo, no pidiendo a las Musas la facilidad y llaneza que los incapaces pretenden, sino maravillas y extremos. A este punto puede alargarse la oscuridad poética, su grandeza –digo– y elegancia, que no es justo llamarla oscuridad aunque se esconda a muchos; sus 554 MENU SALIR 274 semidoctos escurece la oración. [...] Ni es viciosa, cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe, porque no ofenda las orejas castas. [...] Ni es viciosa la obscuridad en los poetas satíricos; porque como ellos tiran flechas atosigadas a unos y a otros, y les hacen a los viciosos tragar la reprehensión como píldora, la doran primero con la perífrasis intrincada, y fingiendo nuevos nombres, para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamene; y ésta es la causa que tiene por disculpa la tal obscuridad. En los demás lugares siempre es viciosa, siempre es condenada de los retóricos, a quien toca el juicio de este pleito; y así todos la debemos impugnar como a enemigo declarado, aborrecer como a furia del infierno, evitar como a peste de la poética elocución”555. Además, siguiendo en nuestra trayectoria sobre el problema de la oscuridad, no podemos dejar de atender otras opiniones del ya citado J. de Jáuregui, el cual, al criticar en su Discurso poético la forma en que los que se consideraban cultos perjudicaban la claridad, argumenta que “hollando la gramática, multiplicando violentas metáforas, escondiendo unos tropos en otros, y finalmente, descolocando las palabras y trasponiendo el orden del hablar”, confunden, más que ilustran, al lector556. Pensaba Jáuregui que había que huir siempre de lo oscuro, pues era uno de los peores vicios en los que se podía quedar atrapado557. ingenios, en tal caso, son los oscuros”, Discurso poético, ed. de Melchora Romanos, Madrid, Editora Nacional, 1978, p. 127. 555 Cartas filológicas, cit., pp. 156-159. 556 Op. cit., p. 139. 557 Juan de Jáuregui arremete contra la oscuridad, además de en la obra anterior –Discurso poético– en su Antídoto contra la pestilente poesía de las “Soledades”, aplicado a su autor para defenderle de sí mismo, ed. de J. Jordán de Urríes en Biografía y estudio crítico de Jáuregui, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1899, sobre todo las pp. 256, 257 y 259. Podemos consultar también las Obras de Juan de Jáuregui, con ed., pról. y MENU SALIR 275 De todos modos, es obvio, después de atender a las distintas opiniones y críticas –véase para ello la certera síntesis de J. Roses Lozano La poética de la oscuridad (1994), a la que ya nos hemos referido–, que la nueva estética de la dificultad impregna toda nuestra poesía barroca en mayor o menor medida. Para cualquier poeta del siglo XVII esa dificultad exige un esfuerzo –loable, ya que es intelectual–, por parte del lector. Así lo afirma J.Mª. Pozuelo Yvancos, quien expresa que la estética de la dificultad exige un trabajo meticuloso, “de modo que se ejercite el intelecto, porque ni siquiera la poesía satírica, el baile, la jácara o la letrilla están exentas en el siglo XVII de un esfuerzo intelectual. Nos encontramos –insiste– ante una poesía poderosamente intelectual”558. Por tanto, los escritores de aquella época apreciaban esa dificultad, aún sin darse cuenta en todos los casos, como algo necesario para producir deleite. Entendían que el placer estético de la poesía se desprende del esfuerzo que se hace para comprenderla, desentrañando y, por tanto, apreciando su dificultad. Los rasgos que acabamos de señalar como propios de la estética barroca –búsqueda de la ornamentación, técnica afectada, extremismo, notas de I. Ferrer de Alba, 2 vols., Madrid, Clásicos Castellanos, 1973. La idea de que hay que huir de la afectación viene de muy lejos. Pongamos como ejemplo la siguientes afirmacines en las que L.A. Séneca advierte sobre lo que puede esconder el lenguaje demasiado rebuscado: “Quando veais un estilo demasiado estudiado, demasiado escogido, sabed que el escritor se ocupó en menudencias. Un talento elevado se explica con facilidad, y habla con más seguridad que cuidado. Vos conoceis muchos jóvenes cuyos cabellos y barba están artísticamente dispuestos y como si saliesen de una caxa. No esperéis de ellos nada grande ni nada sólido. El lenguaje es e rostro del alma. ¿Es cargado, demasiado ajustado y demasiado trabajado? Pues esto anuncia que el alma no es pura y que está manchada con algún vicio. La elegancia afectada no es un adorno que convenga al hombre. Pensad en lo que tenéis que escribir, y no en el modo. Y ocupáos también más en sentir que en escribir, a fin de aplicaros a vos mismo lo que habéis sentido, grabándolo en vuestro corazón”, Primera Parte de la Moral de Séneca extraída de sus obras, traducción de E. Ataide y Portugal, Madrid, impr. de Aznar, MDCCC.III. Palau (nº. 307860) dice que el libro consta de dos volúmenes y que esta parte, aunque se titule “Primera”, es la “Segunda”. 558 Op. cit., p. 21. MENU SALIR 276 cargazón, retorcimiento, oscuridad, etc.– deben considerarse como los recursos básicos que suelen utilizar la mayor parte de los escritores del siglo XVII. Sin embargo, debemos advertir que no todos usan los mismos, ni tampoco en igual medida. Es por ello por lo que se ha realizado normalmente una división –y, dicho sea de paso, estableciendo fronteras que se han contemplado posteriormente como demasiado delimitadas–, que distingue entre lo que se ha llamado culteranismo y conceptismo. Así pues, antes de dilucidar si la diferenciación es verdaderamente tan acertada o no, debemos concentrar nuestro estudio en sentar las bases de cómo se han visto y analizado estos dos aspectos de una misma estética. De esta forma, no resulta complicado rastrear huellas de lo que se conoce como conceptismo –rasgos que ahora precisaremos– en muy distintas épocas históricas. Pero, de todos modos, es a principios del siglo XVII cuando se produce una mayor acumulación. Como señala F. Lázaro Carreter, “un ansia febril, casi demoníaca, de confundirlo todo, de urdir y tramar las cosas más heterogéneas, parece invadir a cuantas mentes discurren en esa época”559. En la base del conceptismo se encuentra la búsqueda de asociaciones ingeniosas de ideas o palabras, es decir, como su propio nombre nos indica, de conceptos. Resulta, por tanto, de gran interés conocer qué entendemos con estos términos. De lo que no cabe duda es de que esta palabra, con la que hacemos referencia a la corriente literaria del XVII que tratamos de definir, es de acuñación moderna, ya que el 559 Estilo barroco y personalidad creadora, cit., p. 16. MENU SALIR 277 primero en usarla fue Luis Joseph Velázquez, Marqués de Valdeflores560, al que además también se debe la hasta hace poco tiempo aceptada división de la lírica barroca en las dos grandes escuelas culterana y conceptista. Se puede decir que el conceptismo posee dos significados: uno amplio y otro más restringido. Con respecto al primero, A. Collard señala que la evolución del término “concepto” en la crítica de nuestro país ofrece aspectos que, por una parte, son más simples, y por otra más complicados que los que implica el término “culto”. Por un lado, nuestra crítica ha acogido las profundas complicaciones semánticas que hicieron imposible definir la voz “concepto” de una forma igual por parte de los tratadistas barrocos, ya que su equiparación al término “agudeza” no carece de desajustes, a veces insalvables. Desde otro punto de vista, todavía hoy produce no pocas confusiones el hecho de que la palabra “conceptismo” penetrara en nuestro tecnicismo crítico después de muchos años de producirse el fenómeno al que designa. Compensando estas dificultades, su desarrollo en el tiempo reviste dificultades muy inferiores a las que atañen a la palabra “culto”. En cualquier caso, habremos de estudiar el término “concepto” en sus dos acepciones capitales: en la de pensamiento recóndito e ingenioso y en la de forma peculiar de la metáfora. “El concepto –piensa la Dra. Collard– es una figura de estilo que se discute mucho, se define poco y se cultiva hasta el exceso. [...] El concepto no venía a sustituir ni a introducir novedades, sino a complementar algo que los españoles designaban desde muy 560 Orígenes de la poesía castellana, Málaga, Martínez de Aguilar, 1754. MENU SALIR 278 antiguo con el nombre de ‘sutileza’ y que, desde muy antiguo también, se estimaba como cualidad suprema de cualquier escrito: la agudeza, rasgo pretendidamente español. Cuando, al alborear el siglo XVII, los conceptos se hicieron más y más difíciles, se sintió como un movimiento general que arrastraba a todos y que se desarrollaba dentro de la tradición nacional. Así –concluye–, a diferencia de lo que ocurrió con el cultismo no hubo posibilidad de reconocer ningún jefe de escuela, ningún sectario, ninguna herejía”. Por lo demás, el conceptismo se basa en el uso de varios procedimientos retóricos que tratadistas italianos del XVI englobaron en la definición de concetti, elementos externos que revestían de elegancia y adorno el estilo. Además, el término también conservó algo de su original significado filosófico como ‘pensamiento profundo’561. Durante mucho tiempo se han ido ofreciendo intentos de definiciones de lo que se entiende por “concepto”, que, en muchos casos, no eran más que vaguedades. Debemos, pues, acudir a una fuente que consideramos básica en estos aspectos, como es Baltasar Gracián, que observa los recursos formales de su época de manera certera: “De suerte que se puede definir el concepto: Es un acto del entendimiento, que exprime la correspondencia que se halla entre los objectos. La mismo consonancia o correlación artificiosa exprimida, es la sutileza objectiva”562. Se trata de que se conozca el objeto gracias a las visiones indirectas, las imágenes que nos muestran los textos. 561 Nueva poesía. conceptismo, culteranismo en la crítica española, Madrid, Castalia-Brandeis Univ., 1967, pp. 35-39. 562 Agudeza y arte de ingenio, ed. de E. Correa Calderón, 2 ts., Madrid, Castalia, t. I, 1969, p. 55. En esa misma página, y en la siguiente, añade que lo que acaba de afirmar “se ve, o se admira, en este célebre MENU SALIR 279 Se preocupan en el conceptismo con exquisita atención por el contenido, por lo que es el fondo. Buscan la sutileza, la profundidad o la densidad, llegando, en muchas ocasiones a la condensación. Por ello se ha dicho abundantemente que su ideal era el de decir mucho con pocas palabras, y que, para poder entender por completo su significado, era necesario poseer ingenio. Su ornamentación no es el elemento básico, pero sí la densidad, la riqueza del concepto, de lo que se quiere decir con él. Interesa, por ello, principalmente, la delicadeza del pensar y la agudeza del decir. En este sentido, Gracián expresa la privilegiada relación que se produce entre el concepto y el ingenio: “Pero esta conformidad o simpatía entre los conceptos y el ingenio, en alguna perfección se funda, en algún sutilísimo artificio, que es la causa radical de que se conforme la agudeza, y desdiga tanto del entendimiento su contraria; y ése es el verdadero constitutivo del concepto”563. La agudeza verbal, de la que tanto habló Gracián, se había manifestado, obviamente, con anterioridad. Sin embargo, es en el siglo XVII cuando nos encontramos con una gran proliferación del recurso, que se evidencia a soneto, que, en competencia de otros muchos a la rosa, cantó don Luis de Góngora: Ayer naciste, y morirás mañana; / Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? / Para vivir tan poco, estás lucida, / y para nada ser, estás lozana. // Si tu hermosura te engañó más vana, / Bien presto la verás desvanecida, / Porque en esa hermosura está escondida / La ocasión de morir muerte temprana. // Cuando te corte la robusta mano, / Ley de la agricultura permitida, / Grosero aliento acabará tu suerte. // No salgas, que te aguarda algún tirano, / Dilata tu nacer para tu vida, / Que anticipas tu ser para tu muerte. Esta correspondencia es genérica a todos los conceptos, y abraza todo el artificio del ingenio, que aunque éste sea tal vez por contraposición y disonancia, aquello mismo es artificiosa conexión de los objectos”. Llama nuestra atención, y debemos tenerlo en cuenta para conclusiones posteriores, el que para ejemplificar su idea sobre el concepto, Gracián utilice un poema de don Luis de Góngora. 563 Ib., p. 53. Entre los aspectos principales que afectan al ingenio, cita Gracián la agudeza nominal, la de paranomasia [sic], retruécano y jugar del vocablo, los ingeniosos equívocos, las ponderaciones de contrariedad, la agudeza por semejanza y las semejanzas conceptuosas (para todos estos aspectos véanse los “discursos” correspondientes, passim). MENU SALIR 280 través de la dilogía, el zeugma, el juego de palabras, el equívoco, la disociación y el calambur. Todas estas agudezas verbales disfrutaron de un gran éxito en nuestro Barroco –aunque haya una larga tradición y valoración de ellas en siglos anteriores–, aceptándolas de buen grado el público del momento. Así pues, esta realidad, este aprecio que sentían con gran fuerza en aquella época por los recursos que realzaban el concepto, se aprecia en el siguiente texto de Lope de Vega: “Siempre el habla equívoca ha tenido y aquella incertidumbre anfibológica, gran lugar en el vulgo, porque piensa, que él solo entiende lo que el otro dice564”. Se busca en el conceptismo sorprender mediante expresiones inesperadas y difíciles, que se consiguen a través del uso de un lenguaje habitual, pero retorciéndolo de manera consciente, buscándole nuevos significados, creando vocablos cuando se considera necesario, contrariando la sintaxis, etc. Así pues, entre los procedimientos conceptuales más usados podemos señalar en primer lugar la comparación, ya que es una de las maneras más habituales y primitivas de relacionar dos objetos. Es por ello por lo que no podemos considerarla como un recurso exclusivo de la corriente conceptista, sino como algo que aparece en todas las épocas, y que en ésta se repite con 564 Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, vv. 322-325. MENU SALIR 281 mayor insistencia dadas las características del estilo que impera en el momento565. También tiene gran peso una figura que se ha considerado muchas veces como típicamente medieval: la alegoría566. Derivando de ésta, surge el enigma o adivinanza, que se produce cuando se elimina el miembro cuyo elemento va a ser objeto de correspondencias. Tampoco debemos olvidar el uso de la metáfora, que se presenta en su amplia gama de variadas formas, pero en cualquiera de ellas los dos términos – el real y el imaginario– aparecen inseparablemente unidos. Lázaro Carreter, refiriéndose a los recursos conceptuales a los que acabamos de hacer referencia, afirma: “Henos, pues, ante tres –o cuatro– procedimientos que permiten de modo perfecto la constitución y el nacimiento de conceptos, en el literal sentido que a esta palabra da Gracián. Cada uno de ellos puede mostrarse en formas muy distintas. [...] Todos estos recursos de relación existieron antes del siglo XVII. Pero, según se ha dicho, es característica de este siglo, desde los años finales del XVI, una densificación de su uso, una aplicación tan denodada de tales fórmulas que suscita en el lector las mayores perplejidades”567. La densidad expresiva a la que nos hemos referido se completa con una ornamentación que se pretende escasa: el léxico llano –aunque produciéndose en él, como hemos dicho, asociaciones inesperadas–. En la sintaxis se busca que la frase sea corta, tendiendo al laconismo. La 565 En este capítulo sólo nos interesa realizar una introducción sobre los rasgos principales culteranos y conceptistas. Se estudiarán estos aspectos estilísticos de forma más detenida en el apartado que dedicamos en nuestro trabajo a los recursos retóricos básicos que aparecen en el Endimión de Callecerrada y que se puede consultar más adelante. 566 Cf. sobre la estructura de la alegoría, Dámaso Alonso, Ensayos sobre poesía española, cit., p. 47. 567 Estilo barroco y personalidad creadora, cit., pp. 19-20. MENU SALIR 282 eficacia del concepto tiene mucho que ver con la expresión rápida, al igual que ocurre con toda ocurrencia ingeniosa. El texto breve hace que aumente la dificultad, aunque, una vez que se consigue superar, el disfrute por su comprensión resulte superior. Con respecto a los temas y géneros propios del conceptismo, hay que decir que los mitológicos no son los más usados. En los casos en que se utilizan como base de una obra, suelen adquirir tintes paródicos, o bien se sustituyen por alegorías morales. Lo que sí es cierto es que la mitología provoca un estilo de “dificultad docta”, que se refleja en el léxico, la sintaxis, etc568. De todos modos, es cierto que este movimiento basado en el concepto llegó a infiltrarse en los distintos géneros de la época: teatro, historia, poesía, etc. Tradicionalmente se ha señalado como máximo representante del conceptismo a don Francisco de Quevedo y Villegas, cuyo estilo, según explica con su tino característico Dámaso Alonso, “llega a una extraña condensación de contenido, que nos parece límite no ultrapasable en lo humano, a una represada violencia eruptiva, que está formada, se diría, de dos elementos: lo compacto del pensamiento y un giro sombríamente afectivo. Fuerza desgarrada, pues, del lado afectivo; condensada intensidad del lado conceptual. Esta suma creemos que es lo que hace el estilo de Quevedo”569. 568 Así expone esta idea J.Mª. Pozuelo Yvancos: “El esfuerzo intelectual de la relación conceptuosa se acentúa al incidir en una realidad –la mitológica– que supone un verdadero código de referencias que el lector precisa contextualizar de nuevo. Esta realidad cultural está entreverada con unos rasgos lingüísticos de tradición latina que afectan al léxico –creación de neologismos de raíz clásica– y a la sintaxis: hipérbatos, construcciones pronominales, etc., de base latina”, op. cit., p. 23. 569 Poesía española..., cit., p. 498. MENU SALIR 283 En algunos momentos hay quienes han pensado que el autor de Los Sueños resultaba fácil, transparente en cuanto a su comprensión. Como sabemos, no es así: empleó y acumuló rasgos conceptistas, tanto en la temática como en los recursos formales, haciendo muy difícil lo que en un primer momento nos podría dar la sensación de facilidad. Su obra se encuentra continuamente jalonada por paronomasias, calambures, equívocos, antítesis, etc. En cuanto a su sintaxis, es conocido que suele usar la frase sucinta y sobria. R. Lapesa explicó: “Otro aspecto del conceptismo quevedesco es el estilo concentrado y nervioso de sus obras graves. Lector y traductor de Séneca, Quevedo emplea la frase cortada, de extrema concisión y abundante en contraposición de ideas. Esta sobriedad da relieve a la profundidad del pensamiento, sentencioso y agudo”570. Así, el juego que realiza con los distintos significados que pueda encontrar en una palabra es constante, cada vocablo es un signo polisémico, lo que nos da idea de la dificultad que en realidad encierra. Es curioso, sin embargo, que en la teoría poética del siglo XVII era norma aceptada hacer claros los asuntos oscuros. Por ello, el mismo Quevedo explica: “Obscurecer lo claro es borrar y no escribir, y quien habla lo que otros no entienden, primero confiesa que no entiende lo que habla”571. De lo que no cabe duda es de que todo poeta barroco, aún los que dicen rechazar la oscuridad –como es el caso de Marcelo Díaz 570 Historia de la Lengua española. Prólogo de R. Menéndez Pidal, Madrid, Gredos, 19808, edición refundida y muy aumentada, p. 354. 571 Dedicatoria de Francisco de Quevedo al Conde-Duque de Olivares de las Obras propias y traducciones de Fray Luis de León, Madrid, impr. del Reino, M.DC.XXXI, s.p. (+ 2r). También L. Carrillo condenó la oscuridad: “No pretendo yo, por cierto, ni nunca cupo en mi imaginación lugar a aprobar la oscuridad por MENU SALIR 284 Callecerrada–, valoran la estética de la dificultad culta. En este sentido, debemos reflexionar sobre las siguientes palabras de J.Mª. Pozuelo Yvancos que transcribimos, a pesar de su extensión, dado el interés que poseen: “La nueva estética de la dificultad que dio tonos tan peculiares a la poesía barroca no debe ser limitada a la esfera de la poesía gongorina, como comúnmente se ha hecho. [...] [Hay] muchas otras formulaciones de poesía difícil en Quevedo, en Lope y en otros muchos poetas572. [...] Juan de Jáuregui [...] pudo abanderar él mismo en su Discurso poético la idea de una dificultad docta, aquella que reposa en una cultura, la de los doctos, separada del común de los receptores. Lo que Jáuregui censura no es la dificultad, sino la oscuridad que nace de la materia verbal, del uso de voces y giros sintácticos extraños. Frente a esa oscuridad contrapone la lícita dificultad nacida del concepto ingenioso y el pensamiento sentencioso que provoca la maravilla del lector. Estos dos términos –dificultad y maravilla– son repetidos constantemente en la época barroca y muy a menudo con ocasión de la lírica. Obtenemos así una concepción de la poesía como fenómeno minoritario, fundamentada en un portentoso dominio del idioma capaz de originar un placer estético y la maravilla del receptor por medio de la dificultad. Toda esta estética [...] cabe dentro de un término que, convenientemente explicado, acoge con singular permeabilidad la casi totalidad de la creación lírica de nuestro siglo XVII: el conceptismo”573. buena... Sé cuán abominable sea, y cuánto más a los más agudos entendimientos, a los más acertados oídos”, cito por la ed. de M. Cardenal, Madrid, C.S.I.C., 1946, pp. 93-94. He modernizado las grafías. 572 Como, por ejemplo, como demostraremos más adelante, nuestro Callecerrada. 573 Op. cit., pp. 17-18. MENU SALIR 285 Esa dificultad de la poesía hace que se exija un esfuerzo intelectual por parte del lector. La “estética de la dificultad” implica al intelecto, ya que todas las formas artísticas del siglo XVII necesitan de él. Sin embargo, los conceptistas no se creían oscuros. El propio Quevedo, cuyo estilo ya hemos dicho que es difícil por sus juegos conceptuales continuos, expresa: “Y Lope de Vega a los clarísimos nos tenga de su verso”574. No olvidemos que el Fénix –al que Callecerrada declaró su maestro– es considerado asimismo un escritor con muchos y senciales elementos conceptistas. Por eso, M.Mª. Pérez López dice con certera clarividencia que “la concepción abierta, de profundo aliento popularizante, está oficialmente encarnada por un Lope insatisfecho de su papel, que juega a todas las cartas –incluida la de la oscuridad–, pretendiendo que haya un cetro único de la poesía y que éste no salga de sus manos”575. Si nos referimos ahora al otro movimiento, al culteranismo, también observamos que rompe el equilibrio clásico entre forma y contenido, aunque de otro modo. El siglo XVII era un terreno abonado para que surgiera este estilo, cuya voz fue acuñada, según afirma Lope, por B. Jiménez Patón en torno al año 1620, para designar a los seguidores de Luis de Góngora y Argote, considerado cúspide y guía de esta tendencia. En ella, como afirma B. López Bueno, “la elocutio ya no ha de estar en relación de vasallaje respecto de la inventio, porque, al fin ésta deriva de aquélla. Ahí radica la verdadera novedad del arte gongorino y explica la 574 Aguja de navegar cultos, en Obras completas, prosa, ed. Astrana, Madrid, Aguilar, 1945, p. 785. Quevedo, acogiéndose al diseño retórico del dicho popular “Dios nos tenga de su mano” quiere decir que Lope acoja a los poetas que, como él son “clarísimos”, “teniéndolos de su verso” lleno de claridad, como cogidos de una mano estéticamente bienhechora. MENU SALIR 286 incomprensión de sus contemporáneos, que, por lo demás, estaban en general bien dispuestos a aceptar las audacias de la elocutio”576. Debemos hacer referencia a los significados que se han dado al “cultismo” y al “culteranismo”. El concepto de “cultismo” tiene un valor general, refiriéndose, léxicamente, a palabras tomadas de forma directa a las lenguas cultas, sin haberse sometido a las leyes fonéticas del castellano (por ejemplo, “suspecto”, “vanílocuo” o “dinámico”). Pero tomado desde un punto de vista histórico-estético, significa la corriente literaria –que, como hemos dicho, florece de forma extraordinaria durante el Barroco– que basa su estética en el uso de todo tipo de recursos cultos (léxico, retórica, mitología, fuentes, etc.). Esta corriente literaria, cuando se basa sobre todo en la culta dificultad, recibió el nombre de “culteranismo”, palabra que tuvo en un principio sentido peyorativo, pues estaba calcada sobre “luteranismo”577, y designaba por tanto, para los enemigos de esta corriente, una estética heterodoxa o herética. Con el paso del tiempo, la palabra “culteranismo” ha llegado a ser un simple tecnicismo para designar objetivamente este tipo de literatura. Por lo demás, la palabra “cultista” o “culto” designa hoy a los escritores –y al estilo– que utilizan una estética culta. Hablando del siglo 575 Op. cit., p. 37. Op. cit., p. 16. 577 “No olvidemos que se les llamó culteranos con un sentido peyorativo de secta, paralelo a la palabra luterano”, E. Orozco, Lope y Góngora frente a frente, Madrid, Gredos, 1973, p. 323. Posteriormente B. López Bueno afirma: “Ese descubrimiento moderno de Góngora venía a dar su decidido rechazo a una concepción del arte poético que, surgida en el siglo XVIII, mantenida en el conservadurismo estético del XIX (bajo capa de un romanticismo de honda prosapia española) y aún con significativas proyecciones en la tradición académica del XX, había perpetuado esquemas clasicistas que rechazaban por principio todo “culteranismo” como una especie de herejía estética y condenaban al principal responsable, es decir, Góngora”, op. cit., p. 181. 576 MENU SALIR 287 XVII, esas palabras se refieren, pues, tanto a culteranos como a conceptistas, y a sus respectivos estilos. Por consiguiente, el embellecimiento y la ornamentación son rasgos propios del cultismo, aunque no exclusivos de ellos. Al contrario, dichas características impregnan la totalidad de la literatura que se produce en el Barroco, y sería discutible considerar que esto procede del contagio del cultismo a las demás tendencias. El culteranismo o gongorismo se preocupa principalmente por realizar un claro desarrollo de la forma sobre el contenido. Se persigue hasta la extenuación la belleza, la riqueza de los sentidos, la ornamentación exacerbada. Todo ello conducirá a una gran dificultad para aquellos que no estén habituados a estas expresiones y formas del lenguaje. Pero, como ya hemos dicho en más de una ocasión, el hermetismo supone un ejercicio de especulación intelectual, un acicate para todo lector que quiere disfrutar del texto al que se enfrenta. Uno de los rasgos que definen al culteranismo es el de la acumulación de los artificios. Sin embargo, no se debe pensar que esto sea algo novedoso. Más bien al contrario, como explica Menéndez Pidal, “todos los elementos del gongorismo [se hallaban] en las épocas anteriores, con ellos se constituye una modalidad de arte completamente nueva, mediante la acumulación de ellos y la general intensificación de la artificiosidad”578. Normalmente se ha considerado a Fernando de Herrera como el auténtico iniciador de la corriente culterana. Incluso los apologistas del 578 Loc. cit., p. 230. MENU SALIR 288 poeta cordobés consideraban que éste no era sino el seguidor de la concepción estética del sevillano. Fue precisamente el autor de las Anotaciones el que comenzó –tras los prematuros intentos de Juan de Mena y poetas afines– a primar el segundo elemento de la dicotomía natura / ars, con lo que se le daba mayor importancia a la forma, se buscaba que la palabra fuera hermosa, que sorprendiera por su belleza. Ya Rodrigo Caro expresó que Herrera “lo que escribió, que no fue poco, por ser no vulgar ni común, es poco apetecido de los que sienten con el vulgo, que no puede juzgar lo recóndito de su erudición”579. Ahora bien, para detectar la verdadera eclosión culterana debemos esperar a Góngora, ya que Herrera aún se muestra comedido. Además, también existe otra diferencia fundamental entre ambos poetas, y es que mientras el renacentista condena la oscuridad, la auténtica innovación del barroco es que la asume580. Según explica B. López Bueno, se puede establecer una “línea llena de matices, recta en unos casos, con alguna 579 Varones insignes en letras, naturales de la ilustríssima ciudad de Sevilla [d. 1619], ed., con estudio biográfico-crítico, de S. Montoto, Sevilla, Real Academia Sevillana de Buenas Letras, 1915, p. 59. E. Orozco expresa en este sentido: “En nuestra poesía, el caso de Herrera, aunque en un punto medio entre lo manierista y lo barroco, entraña la misma complejidad, y tras de él Góngora arrancará desde un ambiente de franco manierismo, para desde él, y a través de sus recursos, dar el gran salto, ya pleno dueño y consciente de una técnica y con honda formación de poeta, a impulsos de un espíritu de sentido barroco. Naturalmente que no desaparecen en su estilo los rasgos y recursos de su inicial manierismo, reteniendo de ellos las posibilidades expresivas más de acuerdo con una sensibilidad barroca o empleándolas con una complicación e intensificación distinta a la que preside la concepción de la obra manierista”, Manierismo y Barroco, cit., p. 70. 580 Así lo explica Menéndez Pidal: “Pero entre Herrera y Góngora existe una diferencia esencial: el uno condena la obscuridad y el otro la adopta. Esto es lo ciertamente nuevo en la mencionada declaración: la obscuridad concebida como promotora de una actividad especulativa, por más que ésta se refiera principalmente no a verdades del pensamiento (como las palabras de Góngora pudieron hacer creer) sino a verdades de la imaginación, ejercitándose sobre la mera comprensibilidad de la expresión poética, según censuraban Jáuregui y Cascales. En este terreno, el poeta de Las Soledades se alaba de haber latinizado la lengua común, no al sencillo modo de Herrera, sino convirtiéndola en una lengua de la arcanidad magnífica, tan arcana al vulgo como la lengua de Roma; y razona este mérito propio, encareciendo la utilidad que halla el entendimiento en ser trabajado por una obsuridad y un estilo intrincado como el de Ovidio”, op. cit., p. 225. MENU SALIR 289 quiebra en otros, cuyo trazado seguimos con arreglo a cuatro núcleos definidores: 1) Herrera y su contexto humanístico, 2) los sevillanos de transición al XVII, 3) el grupo antequerano-granadino, y 4) la culminación en Góngora”581. De esta manera, las características principales que a fines del siglo XVI definen el lenguaje poético de Fernando de Herrera –artificiosidad culta y brillo decorativo– se manifiestan a comienzos del siglo XVII en algunos poetas que no hacen sino abonar el camino para el pleno barroquismo que representa el autor del Polifemo, bien en el terreno de la pompa ornamental –como ocurre con los antequerano-granadinos–, bien en el del cultismo latinizante – como Carrillo y Sotomayor–. Entre los primeros hay que decir que gracias a la antología que prepara Pedro de Espinosa –Flores de poetas ilustres de España (1605)– conocemos las obras de unos poetas oriundos de Granada y Antequera, que usan una expresión lujosamente sensorial, basada en la metáfora elegante y colorista. Posteriormente, Carrillo, considerado como el más inmediato precursor de Góngora, defendió claramente un tipo de arte selecto y difícil, como se manifiesta en su Libro de la erudición poética (1611)582. 581 Op. cit., p. 26. Anteriormente Orozco, con su habitual tino, describe los orígenes de la lengua poética gongorina: “El ideal que informaba su teoría lingüística era el fruto de un movimiento cultista iniciado en el siglo XV y desarrollado a través del XVI. El deseo de dignificar la lengua romance, que ya lo sintió Juan de Mena, es algo general en el Renacimiento; y, para ello, los ojos se vuelven hacia el latín”, Góngora, Barcelona, Labor, 1953, p. 130. 582 Existen ediciones modernas de M. Cardenal Iracheta (1946) y de A. Costa (1987). Según explica J. Roses, “su actitud de cautela [de Angelina Costa en La obra poética de Luis Carrilo y Sotomayor, Córdoba, Dip. Provincial, 1984] en la interpretación del Libro de la erudición poética, situó en su justo lugar el tratado, donde las referencias a la oscuridad se halllan dispersas con profusión. Con todo, no hay que olvidar que, lejos de ser un verdadero manifiesto del culteranismo, como quería Vilanova (1953, 643), la aportación teórica de Carrillo parte de distinciones clásicas y renacentistas entre términos como perspicuidad, claridad, dificultad y oscuridad”, op. cit., pp. 79-80. Por su parte, B. López Bueno resume distintas opiniones: “Los planteamientos de Carrillo dejan traslucir con claridad meridiana que estamos ante la defensa implícita de una actitud poética basada en la oscuridad o dificultad docta. Por eso las propuestas teóricas contenidas en el MENU SALIR 290 Así pues, debemos decir que don Luis corona una tradición, la lleva a sus máximas posibilidades, pero no la comienza. Se convierte en una cima, en el símbolo principal de una manera de escribir en la que la forma es lo fundamental. Él mismo se dio cuenta de la importancia que había adquirido su estilo, y se quiso erigir en el iniciador, como se aprecia en las siguientes palabras: “Caso que fuera error, me holgara de haber dado principio a algo; pues es mayor gloria en empezar una acción que consumarla”583. Pero, como hemos dicho, no es exactamente así. Él se constituye en una cumbre, en el principal representante de un movimiento que tiende a la hipertrofia y a la acumulación de una serie de elementos que ya existían y que sólo tenían que ser mirados desde su genial punto de vista. M.Mª. Pérez López lo explica con las siguientes – y, desde mi punto de vista, gráficas palabras–: “En una especie de glorioso y paradójico suicidio generador de vida, Góngora consuma la irremediable inmolación de la tradición lírica en la que había nacido, al culminarla tan extremada e irrepetiblemente. La sensibilidad vital que hizo posible condensar en un puñado de versos el vértigo de todas las alturas, es el testimonio más revelador del advenimiento de una nueva época”584. Libro de la erudición poética han generado respuestas críticas tajantes. Para Vilanova es el verdadero manifiesto del culteranismo naciente y la primera poética del Barroco exclusivamente inspirada en los principios minoritarios de la obscuridad, erudición y hermetismo profesados por la escuela poética de Góngora. Y García Berrio se expresó así: En la base de la poesía barroca culterana existía un principio de motivación social que Luis Carrillo de Sotomayor, en el primer manifiesto teórico de tal poesía, no quiso esconder”, op. cit., p. 178. López Bueno señala que las ideas de A. Vilanova provienen de “Preceptistas españoles en los siglos XVI y XVII”, en Historia General de las Literaturas Hispánicas, Barcelona, Barna, 1953, III, p. 643. La obra de García Berrio es España e Italia frente al conceptismo, Madrid, C.S.I.C., 1969, p. 41 583 Luis de Góngora, Epistolario, en Obras completas, ed. de J. e I. Millé y Giménez, Madrid, Aguilar, 1932, p. 895. 584 Loc. cit., p. 12. MENU SALIR 291 La huella que imprimió Góngora en su época fue muy importante, sobre todo teniendo en cuenta que vino a ofrecer un nuevo lenguaje poético en un momento en el que los recursos de la lírica del XVI se consideraban demasiado manidos, resultando muy difícil mantener el equilibrio entre el fondo y la forma. Por ello, muchos escritores siguieron las tendencias principales de su estilo, llegándose a hablar de una escuela poética gongorina. En ella se pueden destacar las figuras de Juan de Tassis, Conde de Villamediana, Juan de Jáuregui, Fray Hortensio Félix Paravicino, Pedro Soto de Rojas, Gabriel Bocángel, Francisco Trillo y Figueroa, Salvador Jacinto Polo de Medina, Sor Juana Inés de la Cruz, etc. La poesía de Góngora se convierte en un límite, en una frontera que hace difícil ir más allá. De ahí deriva la gran influencia que ejerce en todos estos escritores –e incluso en otros, como ya veremos, que no se consideraban directos pertenecientes a su escuela–. B. López Bueno afirma sobre esto que, “tras él [Góngora] apenas cabe más que la reiteración manierista de su fórmula ejemplar. Ahora bien, aquélla puede caer en el estereotipo o se puede vitalizar hacia la consecución de nuevas metas poéticas. Es el caso de sus mejores discípulos, como Juan de Tassis, conde de Villamediana, o Pedro Soto de Rojas”585. A la hora de repasar los elementos básicos del culteranismo, debemos recordar una vez más que todos ellos ya se hallaban con anterioridad en nuestras letras. Sus recursos expresivos son los que conformaban la poesía renacentista de origen clásico e italiano, pero llevados a la exageración. Como en la lírica del XVI, los pilares los 585 Loc. cit., pp. 222-223. MENU SALIR 292 constituyen las metáforas, los neologismos, los hipérbatos, etc., pero con una mayor insistencia y reiteración586. El uso audaz de la metáfora puede derivarse de ese deseo barroco, que ya comentamos, de querer evadirse de la realidad, de querer luchar contra el desengaño que les invadía. Se transformaba, así, en la búsqueda de lo bello a través de nuevas y sorprendentes asociaciones. En cuanto al lenguaje, se basa en el empleo abundante del latinismo, con el uso de frecuentes neologismos, en muchas ocasiones plenos de sonoridad. Como explica R. Jammes, en las Soledades gongorinas “se puede afirmar sin vacilaciones que, para los primeros lectores, la raíz de esta dificultad no se hallaba en el vocabulario; las palabras nuevas o peregrinas, que ya no nos producen ninguna sorpresa porque se han hecho casi todas corrientes, podrían parecerles censurables en virtud del precepto horaciano (no introducir palabras nuevas si no son absolutamente necesarias), pero en ninguna manera causarles perplejidades en cuanto a su significación. Sabían todos bastante latín – y, a través del latín, su poco de griego– como para identificarlas y entenderlas en seguida: bacante, candor, canoro [...] no eran para desconcertar a ningún lector medianamente cultivado [...] Fue únicamente su frecuencia inhabitual (como destacó el mismo D. Alonso) la que, llamando la atención, causó sorpresa y motivó censuras”587. Sin embargo, lo que sí pudo oscurecer y dificultar el lenguaje fueron los continuos cultismos semánticos, que transformaban el significado que se usaba habitualmente. Esta corriente consistente en volver a la raíces 586 E. Carilla en su didáctica obrita El Barroco literario hispánico afirma que “vocabulario, hipérbatos y metáforas fueron los elementos más controvertidos de la lengua poética de Góngora”, loc. cit., p. 96. MENU SALIR 293 latinas o griegas exigía la atención de sus receptores, despertando la participación creadora de los mismos. El estilo suntuoso se completa con, como hemos dicho, la frecuencia de los hipérbatos, entendiendo por tales, como veremos, los disyectivos por encima de los anastróficos. La sintaxis se retuerce, se lleva al extremo, se complica hasta el infinito. Nada es como parece en un principio, la originalidad y la sorpresa en la forma impregnan las estructuras. Se imita, por tanto, la libertad constructiva del latín, aunque sin llegar, por lo general, a lo que en castellano serían excesos ininteligibles o ridículos. Los adversarios de Góngora, durante sus disputas, criticaron con énfasis el uso frecuente del hipérbaton –o “transposición”–, considerándolo como uno de los elementos que más atentaban contra la idealizada claridad. Otro de los elementos que más oscurece la poesía culterana es el uso de la alusión, sea mitológica, literaria, histórica, erudita, etc588. Es decir, se presupone que los lectores de estas obras deben poseer una vasta cultura, una erudición suficiente como para poder entender lo que allí se dice. Toda esta estructura cultural en la que se basa la poesía culterana requiere de una inspiración, un esfuerzo, una preparación por ambas partes. El exceso de erudición no puede menos de engendrar un material literario de difícil interpretación. Ya lo dijo el propio don Luis: No es sordo el mar: la erudición engaña. Y es que ese acúmulo erudito 587 Op. cit., Intr., pp. 106-107. R. Lapesa expresa que “la cargazón de lecturas [en el estilo barroco], el constante manejo de polianteas, y arsenales de erudición, habían familiarizado a los escritores con la mitología, con ejemplos consagrados de virtud o vicio y con seres fabulosos a los que se atribuía significación simbólica [...] Mitos ovidianos, historia clásica, asuntos del Romancero, sirvieron de pretexto al virtuosismo artístico o a la caricatura”, Historia de la Lengua española, cit., pp. 337-338. 588 MENU SALIR 294 no es ya muestra sino de un canon estético prescrito, aunque artificialmente vuelto a la vida por un momento. Arcaísmos, cultismos, neologismos, retoricismos y oscuridades de toda laya acaban por cansar al lector más paciente. Todo ello se agrava cuando éste es un crítico experto, que advierte que, en el fondo, no encuentra materiales nuevos, sino simplemente simulados por una operación cosmética. Como dice Jorge Guillén, “tiene sus lejanos o próximos antecedentes griegos, latinos, italianos, españoles. Góngora no es alba sino ocaso, el más opulento ocaso. En él se apura y depura, se riza y tornea hasta su maraña máxima la poesía humanística del Siglo de Oro, porque Góngora es acabamiento, o sea, perfección, madura, madurísima perfección en este general sentido histórico. Y con ella debe ser relacionada su perfección individual”589. Cabe destacar entre todas las citadas las alusiones mitológicas, mediante las cuales –como ocurre en nuestro Endimión–, la poesía se sitúa en un mundo hermoso e irreal, se ennoblece con la pátina prestigiosa que hereda del mundo clásico. Reafirma las ideas que acabamos de señalar R. Jammes, que resume cuáles son las tres fuentes principales de oscuridad que se presentan en la lengua poética culta: “De momento –mientras un estudio exhaustivo no modifique estas conclusiones provisionales– se pueden discernir tres niveles de dificultades: primero, las de carácter léxico, o gramatical, debidas en parte al vocabulario culto (pero casi únicamente cuando se trata de cultismos semánticos), y sobre todo a la supresión (o la disimulación) parcial de los indicios gramaticales y estilísticos; [...] en 589 “Lenguaje poético. Góngora”, en Lenguaje y poesía [1962], Madrid, Alianza Editorial,1969, p. 67. MENU SALIR 295 un segundo nivel, hemos hallado el carácter sistemáticamente alusivo del poema; y en un tercer nivel, la abundancia de conceptos, a menudo insospechados, fuente de las dificultades más arduas”590. Así pues, se considera que la poesía cultista está cargada de todos los elementos anteriores. Pero, además de por estos, también se caracteriza por la exaltación de la belleza de los sentidos, por darle un lugar preeminente al color, las luces, la música... De esta manera, se entiende que el contenido pase a un segundo plano, desapareciendo entre todos los fuegos de artificio ornamentales. Siempre se ha dicho que el máximo representante del culteranismo, Góngora, daba gran importancia a lo sensorial. E. Orozco Díaz afirma: “Es verdad que, según decíamos antes, lo esencial del estilo gongorino entraña ese halago sensorial, especialmente de ojos y oídos”591. Tradicionalmente se ha venido dividiendo la obra poética del genial cordobés en dos grandes grupos: uno sería el de las composiciones en metros cortos y populares –romances, letrillas y sonetos–, y otro, el de los grandes poemas –La Fábula de Polifemo y Galatea, las Soledades y el Panegírico al Duque de Lerma–. Otra distinción es la que atiende al plano en que se situaba el autor: las obras de carácter burlesco, en la que todo se degradaba, y las que perseguían sobre todo la belleza absoluta. Pero, existe un tercer tipo de división mucho más polémico, como es el basado en la dificultad de sus poemas. Se mantuvo durante un tiempo la 590 Op. cit.., Intr., p. 125 Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 344. También H. Hatzfeld se refiere a la importancia que en la poesía de Góngora tiene lo plástico a través de los colores: “La maestría en el manejo de los colores, aunque éstos sean sólo nombrados de manera indirecta, da a las composiciones ilusorias de Góngora una fuerza visual”, loc. cit., p. 270. G. Díaz-Plaja advierte que “la poesía [de Góngora] tiende también al bodegón. Las 591 MENU SALIR 296 idea de que existía una frontera que distinguía dos Góngoras, uno sencillo y otro oscuro –“ángel de luz” / “ángel de tinieblas”, como ya advertimos que señaló M. Menéndez Pelayo siguiendo a Cascales592–. Dámaso Alonso observa al respecto: “Espero así probar la falsedad de la separación tradicional en el arte de Góngora y cómo en el poeta de las obras más claras está en potencia el autor de las Soledades y del Polifemo, hasta tal punto, que entre las dos épocas en que tradicionalmente se divide su poesía no puede fijarse un límite cronológico definido: la una va dando origen a la otra, y lo que caracteriza a la segunda no es más que la intensificación en el pormenor y la densificación en el conjunto de lo que era ya propio de la primera”593. Soledades gongorinas no son otra cosa que un fastuoso desfile de frutas, carnes, peces y aves”, es decir, lo abigarrado, cromático y llamativo. 592 “Y si tengo de decir de una vez lo que siento –precisaba Cascales–, de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas [Góngora]; y el que pretende con la obscuridad no ser entendido, más fácilmente lo alcanzara callando”, Cartas filológicas, cit., p. 189. 593 La lengua poética de Góngora, cit., pp. 15-16. Algo más adelante, en las pp. 36-37 de este mismo trabajo, concluye Dámaso Alonso: “Henos, pues, llegados al fin de un largo camino. Antes de terminar este inciso debemos resumir los resultados. Dos partes ha tenido nuestro trabajo. En la primera hemos mostrado con abrumador acopio de pruebas (que podíamos haber aumentado considerablemente) cuán equivocada es la opinión corriente que presenta este romance [de Angélica y Medoro, escrito por Góngora] como un modelo de naturalidad frente a las afectaciones y cultismos de la llamada segunda época. Por todas partes hemos encontrado en él ingeniosidades, antítesis, conceptos, cultismos sintácticos, recónditas alusiones, chistes, y, sobre todo, y mezclada con todos estos elementos, una representación culta que impregna todo el poemita. En la segunda parte hemos seguido otro sistema: hemos visto cómo la mayor parte de los temas del romance, y el tratamiento de los mismos, son comunes también a las obras más representativas del gongorismo, y en cierto modo característicos del sistema en su momento central”. Por su parte, J. Guillén opina sobre el tema que en realidad no existen dos etapas, sino que la diferencia se debe a la acumulación. Según defiende, “el estilo mayor de Góngora no puede ser, por tanto, una invención radical. Todos los sumandos que acumula son renacentistas, son españoles, existen antes de Góngora. Y este es el equívoco que va a embrollarlo todo: la suma gongorina –que, como todas, debiera contener tan sólo a sus sumandos, por definición conocidos, clásicos– los rebasa, y resulta desconocida, moderna”, en Hacia “Cántico”. Escritos de los años 20, “Su Originalidad” [1927], Barcelona, Ariel, 1980, p. 319. M.Mª. Pérez López retoma la cuestión cuando indica que “en su carta [de Pedro de Valencia] aparecen las primeras y repetidas referencias a las dos maneras o épocas del poeta, ligadas ya a la oposición claridad-oscuridad; idea convertida en lugar común de la controversia y que, en especial bajo la formulación acuñada por Cascales –príncipe de la luz – príncipe de las tinieblas– quedó como uno de los tópicos de la crítica gongorina, tan combatido luego, excesivo sin duda en su simplificación, pero no totalmente injustificado”, loc. cit., p. 29. MENU SALIR 297 Podemos definir el estilo de Góngora como el deseo de encontrar un mundo de belleza absoluta, estilizando, sustituyendo y exagerando los elementos decorativos que ya existían. En Góngora, como en Garcilaso de la Vega y Fernando de Herrera, se aprecian las metáforas, los cultismos y el uso de la mitología, aunque con mucha más intensidad y profusión. Así pues, la oscuridad que se presenta en don Luis se deriva principalmente de esos tres niveles de los que ya hablamos al explicar las generalidades del culteranismo: el léxico (con los cultismos y neologismos), el sintáctico (con el uso continuo de los hipérbatos) y el semántico (a través de la metáfora)594. H. Hatzfeld resume magistralmente: “El estilo de Góngora, tal como se nos presenta en la Soledad Primera, ofrece aún muchos otros rasgos: especialmente toda su creación metafórica, acerca de la cual, después de los iniciadores trabajos de Dámaso Alonso, nos informaron suficientemente Eunice Joiner Gates y Federico García Lorca. Pero incluso sólo con los rasgos aquí esbozados: la palabra intrincada, el velo lingüístico abstracto-concreto, las metonimias y personificaciones de efectos mágicos, las misteriosas alusiones, los largos períodos en la frase para expresar aladas ilusiones, la magnificencia de los colores incluso dentro de contornos geométricos precisos, la superación de la realidad a través del mito, la forma alargada de expresiones cerradas y con equilibrio rítmico, así como las funciones oscilantes del sustantivo que flota libremente y tiene uso predicativo, participa ya el estilo de Góngora, de manera muy típica, en el estilo de época que es el 594 J. Roses afirma que “la naturaleza retórica de la oscuridad en los escritos de Góngora procede, según la mayoría de los polemistas, de tres factores: [...] el cultismo [...], el hipérbaton [...] y 2”, op. cit., pp. 168-169. MENU SALIR 298 manierismo, uno stile autonomo fra il primo Rinascimento ed il Barocco”595. El estilo del cordobés supuso, como es sabido, una gran controversia. Tras la publicación de las Soledades comienza una batalla en la que las epístolas son las armas básicas. Las principales críticas partieron de J. de Jáuregui, F. Cascales, M. Faria e Sousa e incluso Lope de Vega y F. de Quevedo596, a cuyos razonamientos se oponían las defensas de G. de Salcedo Coronel, P. de Valencia, F. Fernández de Córdoba, J. Pellicer, C. de Salazar y Mardones, A. de Almansa y Mendoza, etc597. Así, Góngora se apoya en los testimonios prestigiosos 595 Loc. cit., p. 272. La cita en italiano es de E. Battisti, “Sfortune del Manierismo”, Rinascimento e Barocco, Torino, 1960, p. 229. R. Jammes se refiere a los caracteres que él considera esenciales de la lengua poética de Góngora, siguiendo las opiniones de los antiguos comentaristas gongorinos: “1) Las palabras nuevas, peregrinas, procedentes del latín o del italiano; 2) las construcciones raras, esencialmente hipérbaton y acusativo griego; 3) los periodos largos y complicados; 4) la abundancia de tropos y figuras; 5) la oscuridad que, según ellos, resulta de los cuatro rasgos precedentes. Este último punto es el más importante: los cuatro primeros, a pesar de la novedad que podía chocar a tratadistas educados en el respeto de los principios aristótelicos y horacianos, no hubieran dado lugar a tantas discusiones, si no hubieran aparecido como las causas inmediatas de una intolerable oscuridad”, op. cit., Intr., p. 104. 596 Explica J. Roses, siguiendo para ello a E. Orozco, que don Luis de Góngora no continuó las Soledades debido a las grandes críticas que recibió sobre su estilo: “Esta es la sugerencia de Orozco, para quien la condena de la oscuridad con que Fernández de Córdoba reitera el juicio de Pedro de Valencia fue de un peso decisivo para que Góngora o se aburriera de su poema o se desencantara de su proyecto”, op. cit., p. 16. También otros críticos como por ejemplo Menéndez Pidal se refieren a las críticas que recibió: “Jáuregui se muestra insensible totalmente a la nueva manera de arte, despreciador intransigente del poema gongorino al par de todas sus imitaciones”, op. cit., p. 221. M.Mª. Pérez López se refiere a Quevedo como el máximo enemigo de Góngora y del culteranismo: “Y tampoco procede ocuparse aquí de Quevedo, el más genial y temible enemigo de Góngora, incansable en la sátira personal, pero que sólo muerto su rival teoriza un poco sobre las virtudes del estilo de Fray Luis, cuyos poemas ofrece –así como los de un erróneamente identificado Francisco de la Torre– como vacuna contra el estilo culterano”, op. cit., p. 46. Sobre la lucha entre Quevedo y Góngora es interesante consultar la opinión de F. Lázaro Carreter que recoge las ideas de R. Menéndez Pidal en Oscuridad, dificultad entre culteranos y conceptistas: “Quevedo combatió la oscuridad, satirizó despiadadamente a Góngora, al culterano umbrático y a su turbia inundación de jerigonzas. Él no quería ser oscuro, sino ingenioso; no se propondrá de continuo la expresión encubierta, como Góngora; aunque tampoco defenderá, como defendía Lope, la constante llaneza e inteligibilidad del lenguaje; y así, cuando la ocasión se ofrezca, él dispondrá también aquel deleite indagatorio que Góngora se propone estimular en el lector; pero lo dispondrá, no mediante la oscuridad formal, sino en la dificultad, sutileza o complicación del concepto”, Estilo barroco..., cit., pp. 11-12. 597 También recibe Góngora grandes alabanzas y defensas de otros críticos del momento. Así, Orozco recuerda cómo “el Abad de Rute encumbra a Góngora como el poeta incomparable, verdadero mons Dei”, Manierismo y Barroco, cit., p. 141. MENU SALIR 299 de estos autores para intentar silenciar las críticas adversas, los utiliza como una especie de parapeto. M.Mª. Pérez López se refiere al modo en que, “una vez iniciada la difusión de los poemas en la Corte, [Góngora] hace acompañar las copias con las Advertencias de Andrés de Almansa y Mendoza, que tenían más de panegírico que de comentario explicativo. Y cuando a pesar de todo ello estalló la polémica, supo mover sabiamente sus peones, lanzando contra sus atacantes a la hueste de sus defensores y dosificando su propia participación”598. E. Carilla ha catalogado los elementos principales del estilo gongorino que provocaron mayor polémica: el vocabulario, los hipérbatos y las metáforas599. En efecto, con estos elementos, más las latinizaciones, los cultismos, los neologismos y las continuas alusiones eruditas, el poeta cordobés consigue –pensamos que conscientemente– retarnos, actúa como un incitador, nos invita a un mundo de extraordinaria belleza formal, pero siempre que mostremos una actitud de cooperación, de esfuerzo y preparación. La belleza de sus obras, de su estilo, no es algo que puedan apreciar todos, sólo algunos doctos que son capaces de penetrar debajo de esa dura cubierta estilística con que envuelve sus ideas y figuraciones. 598 Op. cit., pp. 16-17. “Vocabulario, hipérbatos y metáforas –explica Carilla– fueron los elementos más controvertidos de la lengua poética de Góngora. Discípulos y admiradores, por una parte, los exaltaron sin descanso. Por otra, los rivales los tomaron como motivo frecuente de sus ataques y burlas”, op. cit., p. 96. J. Roses también explica cuál es la base retórica de la oscuridad gongorina, siguiendo para ello a los críticos contemporáneos: “Con escaso margen de error, puede concluirse que la tríada retórica generadora de la obscuritas en la poesía de Góngora está constituida, según los lectores críticos del XVII, por neologismos, hipérbatos y metáforas (nuevas voces, transposiciones y translaciones si empleamos la terminología del Siglo de Oro)”, op. cit., p. 152. C.M. Bonet realiza un interesante análisis del estilo gongorino: “Con tropos y cultismos el poeta quiso renovar y ennoblecer el lenguaje poético, trasmitirle aristocracia ducal, y lo consiguió. Menos feliz estuvo con otras innovaciones, éstas de carácter sintáctico, como el aplicar al castellano el violento hipérbaton latino y el mutilarlo con la elipsis de artículos y verbos”, loc. cit., pp. 80-81. 599 MENU SALIR 300 Ciertamente, Góngora rompe la armonía que tradicionalmente se esperaba en las principales dualidades: ars / ingenium, imitatio /inventio, docere /delectare, res /verba, decantándose en ellas por los segundos términos de estas dicotomías600. B. López Bueno se refiere a las diferencias y semejanzas que se producen en el tratamiento de los aspectos de la disputa culterana contemplados en el Libro de la erudición poética de Luis Carrillo y Sotomayor y en el Discurso poético de Juan de Jáuregui: “Pero el fondo de la argumentación es bien distinto: Jáuregui basa tal distinción acudiendo a la polaridad res / verba, y mientras salva la dificultad proveniente de la primera (poesía perspicua) condena la oscuridad proveniente de las segundas, encontrando ahí la gran coartada para ir contra la hojarasca verbal de Góngora y sus seguidores. En el tratado de Carrillo para nada se apelaba a tal distinción y su teoría de la dificultad culta afectaba igual al fondo y a la forma, a los contenidos y a las palabras”601. De lo que no cabe duda es de que la producción poética gongorina trajo como consecuencia una de las polémicas literarias más ruidosas del siglo XVII602. Podemos considerar el Barroco español como un terreno 600 Según explica G. Díaz-Plaja –con criterios extremistas–: “Góngora acentúa adrede la desproporción entre la forma y el fondo, acentuando la victoriosa presencia de la primera, porque en realidad es un nihilista a quien no interesa el mundo de las ideas ni el de los sentimientos”, op. cit., p. 52. 601 Op. cit., p. 180. 602 B. López Bueno confirma la idea de cómo la producción de don Luis genera dos bandos: “La obra de Góngora siempre ha disfrutado –o padecido– de una aureola de apasionamientos en su entorno. Desde que en 1613-1614 se dieron a conocer en Madrid sus dos poemas mayores, el Polifemo y las Soledades, el mundo de la poesía sufre tan espectacular alteración que se divide en dos bandos: el de los defensores a ultranza y seguidores incondicionales de su arte, y el de los acérrimos y encarnizados detractores. Y es que el fenómeno Góngora tuvo desde su inicio peculiar resonancia”, ib., pp. 181-182. Sobre el trazo histórico-crítico de la polémica en torno al autor de las Soledades, propone J. Roses un interesante esquema dividido en los siguientes puntos principales: 1) Los pareceres 2) Difusión generalizada de la Soledad primera 3) La polémica epistolar entre los círculos de Lope y Góngora 4) El Antídoto y sus respuestas 5) La polémica epistolar entre Francisco Cascales y Francisco del Villar 6) La polémica entre Juan de Jáuregui y Pedro Díaz MENU SALIR 301 abonado para las guerrillas y disputas literarias. Los escritores –desde los más importantes hasta los mediocres– se atreven a lanzarse dardos envenenados, a opinar sobre el estilo de los demás, sobre la conveniencia o no de la oscuridad, etc. Sin embargo, E. Orozco opina que lo que verdaderamente se produce no es una lucha entre individuos, sino una disputa entre escuelas: “Como ya dijimos, esa lucha, esencialmente de burlas y disparos sueltos, se ofrece ahora no con el carácter predominantemente personal de antes, sino como oposición de cultos y llanos, esto es, de poetas oscuros y poetas claros. Si Lope ya había adaptado su postura de ridiculizar y condenar a los cultos imitadores de Góngora, también ahora éste se dirige en plural a todo un grupo, aunque sin olvidar a su cabeza”603. En un principio no se tomaron las cosas demasiado en serio, se trataba más bien de una pose, de un divertimento. Sin embargo, poco a poco se fue transcendiendo a algo más importante que hizo que de lo personal –debido a la amistad de unos y otros, a motivos religiosos, a solidaridades regionales, etc.– se pasara a la oposición entre los movimientos, con lo cual, cuando se criticaba a alguno de sus miembros, la mayor parte de ellos se sentían aludidos, y procedían a atacar al agresor604. No obstante, posteriormente, críticos como M.Mª. Pérez de Ribas 7) Documentos tardíos de la polémica 8) Los comentaristas de las Soledades 9) La polémica entre Faria y Sousa y Espinosa Medrano y 10) Otros documentos perdidos. Cf. índice, op. cit. 603 Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 321. 604 M.Mª. Pérez López explica al respecto: “En lo que tuvo de choque de caracteres irreconciliables, la contienda puso de relieve las grandezas y miserias de cada uno: orgullos y rencores irreductibles –gestados en la disputa no sólo de la gloria literaria, sino de protecciones y mecenazgos–, junto a ejemplos de amistad y fidelidades generosas. Pero bajo el enfrentamiento personal afloran a las primeras de cambio las otras escisiones más profundas, los prejuicios dogmáticos colectivos que dividían aquella sociedad: Quevedo acusa a Góngora de judaísmo, Góngora a Quevedo de traidor y a Lope de hereje e impío, o de pretender escapar con falsedades a su inamovible status social, etc. Y se enconan las latentes rivalidades regionales, y MENU SALIR 302 López han puesto de manifiesto su opinión contraria a que la guerra se produjera entre las escuelas605. Lo que sí es cierto es que en torno a la polémica gongorina se produce una falta de objetividad. En muchas ocasiones el que determinados escritores se adscribieran en uno de los dos grupos – culterano o conceptista– determinaba la defensa o ataque de los principales rasgos estilísticos que se estimaba que conformaban una u otra escuela barroca, incluso, muchas veces, sin que estuvieran del todo claras esas diferencias. A.C. López Viñuela, en la tesis doctoral dirigida por R. Senabre Sempere sobre el uso del hipérbaton gongorino, trata sobre esta situación de confusión: “La prueba la encontramos en la propia controversia en torno a las Soledades, en la que los polemistas de uno y otro bando emplean las mismas autoridades e incluso las mismas citas, para probar argumentos contrarios”606. La bibliografía sobre la polémica gongorina es amplísima, son numerosos los estudios que versan sobre este tema, sobre las características esenciales del culteranismo y del conceptismo, así como de sus principales representantes. Podríamos seguir recogiendo las distintas opiniones que existen al respecto de estos asuntos. Sin embargo, con lo dicho creemos que es suficiente para poder distinguir los aspectos castellanos y andaluces añaden uno más a sus anteriores enfrentamientos (partidarios de Valdés contra los de Nebrija, o los del Brocense contra los de Herrera, con Garcilaso en medio)”, op. cit., p. 36. 605 “Todo ello confirma la necesidad de extremar la prudencia y rehuir la tentación de plantear el debate sobre Góngora en términos de guerra de escuelas, como hizo Menéndez Pelayo. [...] Lo que no impide que quienes entonces se enfrentaron sintieran vivamente como hechos radicalmente diferenciales lo que la crítica actual considera variantes estilísticas o instrumentales de una común forma de vivir literariamente la realidad”, ib., pp. 37-38. 606 El hipérbaton en Góngora, Salamanca, Universidad, 1995, p. 25. MENU SALIR 303 principales que se señalaban en el siglo XVII como sellos distintivos de las dos escuelas. Además, hay que advertir que hoy en día se ha demostrado que no existe una verdadera oposición entre estilos culteranos y conceptistas. Hoy nos resulta evidente que no es una postura cierta la que proponía establecer una frontera entre esas dos escuelas literarias. Se ha demostrado que ha sido un error el pretender que eran dos realidades contradictorias, enfrentadas, ya que entre ellas existe un auténtico contacto. F. Lázaro Carreter se refirió a este error en que se había incurrido: “La crítica viene ensayando, con éxito más o menos esquivo, una clara discriminación entre las nociones de conceptismo y culteranismo. Ante tales intentos –tan meritorios, en muchos casos– nos ha asaltado innumerables veces el temor de que acaso se esté produciendo con una equivocada táctica”607. Si se observan detenidamente los estilos, como hemos hecho en páginas anteriores de nuestro trabajo, de los representantes principales de ambos movimientos –Góngora y Quevedo–, comprobaremos que existen muchas zonas de contacto entre ellos. Se trata de algo lógico que no debería sorprendernos, ya que todos ellos se hallaban sumergidos en influencias similares, vivían circunstancias parecidas, se encontraban con los mismos problemas, conocían y participaban de los mismos ideales estéticos. Por ello, ya no nos satisface la distinción tradicional. J.M. 607 Estilo barroco..., cit., p. 12. Añade en la p. 13 una serie de interesantes preguntas: “Bastaría este hecho, bastaría tomar conciencia de la cronología relativa de ambos movimientos [culteranismo y conceptismo], para que surgiera la desconfianza en la licitud de enfrentar sus frutos más sazonados antes de cotejar sus raíces. Porque, ¿será Góngora un poeta desplacentado, huérfano de precedentes y circunstancias ambientales, entregado a una desenfrenada y genial labor creadora? O bien, lo que entendemos por gongorismo, ¿no será MENU SALIR 304 Blecua se preguntó sobre si existía una verdadera oposición con las siguientes palabras: “Lentamente, pero con notable empuje, va abriéndose camino entre los críticos e historiadores de la literatura española la idea de que la vieja división entre culteranismo y conceptismo no explica bien lo que ocurre en la poesía española del siglo XVII, y, en parte, no lo explica porque ignoramos todo o casi todo sobre los orígenes y desarrollo del conceptismo”608. Ciertamente, las diferencias entre las dos principales corrientes literarias barrocas han sido más teóricas que reales. Ya lo advirtió R. Lapesa: “En el lenguaje literario [encontramos] lujo de fantasía o de ingenio, dislocación, malabarismo o concentración; en suma, desequilibrio, con variantes –más teóricas que reales– en culteranos y conceptistas”609. Podemos rastrear rasgos culteranos en Quevedo y otros conceptistas en Góngora. Teniendo esto en cuenta, hoy se defiende la idea de que el conceptismo está en la base de todo el estilo del Barroco. El culteranismo se contemplaría, por tanto, como un estilo que deriva del conceptismo, una variedad de éste al que se añaden algunos rasgos. Lázaro Carreter lo advierte cuando explica que “el culteranismo aparece, pues, como un movimiento radicado en una base conceptista. Nuestro en gran parte, una peculiar elaboración de elementos ya existentes, y un conjunto de soluciones originales a problemas estéticos que su tiempo le planteaba?”. 608 “Don Luis de Góngora, conceptista”, en Sobre el rigor poético en España y otros ensayos, Barcelona, Ariel, 1977, p. 85. En la misma página continúa argumentando que “todo lector atento que se acerque a la Agudeza y arte de ingenio, de Gracián, queda extraordinariamente sorprendido al ver que el teorizador del conceptismo y de la agudeza se sirve con tanta frecuencia de Góngora para ejemplificar sus sutilezas y distingos. Ya Menéndez Pelayo, que tantas cosas observó, aun de paso, notó ese fenómeno curioso: el teorizador del conceptismo se servía, precisamente, del autor de las Soledades y no de un Quevedo”. 609 Historia de la Lengua española, cit., p. 338. Posteriormente B. López Bueno también se refiere a este hecho: “La crítica actual –al tiempo que desmontaba los viejos supuestos de un culteranismo y un conceptismo opuestos– [...]”, op. cit., p. 191. Aconseja esta filóloga, en nota a pie de página, la consulta de su MENU SALIR 305 trabajo, muy parcial, ha intentado defender con razonables argumentos esta idea”610. O. Frattoni dice con acierto: “Aún si se aceptara la distinción entre las dos tendencias habría que aclarar inmediatamente que ambos movimientos parten de una base común, como decíamos, y en definitiva tienden a identificarse (Góngora mismo es, muchas veces, culterano y conceptista al mismo tiempo; y esto se puede afirmar de Quevedo y otros). En efecto, la base de estas tendencias, si queremos expresarnos desde un punto de vista ligeramente diferente, es la de un amaneramiento superlativo o rebuscamiento o, más en general, una intensificación o exageración de los recursos de la lengua poética (y también de la prosa, se entiende)”611. trabajo “Jano vs. Proteo: Sobre la historiografía de la poesía barroca”, en Templada Lira. Cinco estudios sobre Poesía del Siglo de Oro, Granada, Don Quijote, 1990, pp. 133-160. 610 Estilo barroco..., cit., p. 59. E. Carilla se refirió, apoyándose en Dámaso Alonso, al modo en que el cultismo es un particular conceptismo: “De la misma manera, nos explicamos, por ejemplo, que Dámaso Alonso haya mostrado no hace mucho al cultismo como un particular conceptismo que agrega, sobre todo, un recargamento ornamental y sensorial”, op.cit., p. 78. En n. a pie de página añade, “Cf. Dámaso Alonso, Góngora y el “Polifemo”, I, ed. de Madrid, 1961, p. 78. De más está decir que esta relación, a su vez, no supone volver a la antigua (y absurda) identificación que muchos críticos del pasado establecieron entre cultismo y conceptismo. (Aunque la identificación no solía por lo común ir más allá de considerar a las dos escuelas como ejemplos de un mal gusto coincidente)”. También M.Mª. Pérez López se refiere a que el conceptismo es la base de las dos corrientes literarias barrocas: “El arraigado tópico de ver en él [Góngora] una lucha entre conceptismo y culteranismo ha sido contundentemente combatido, y convertido prácticamente en un crimen de lesa crítica: el concepto barroco –realización verbal ingeniosa de una idea aguda– no fue una categoría meramente lógica o semántica, sino perteneciente al dominio de la expresión literaria; el conceptismo fue la base común de ambas tendencias o supuestas escuelas. Lo que no impide que quienes entonces se enfrentaron sintieran vivamente como hechos radicalmente diferenciales lo que la crítica actual considera variantes estilísticas o instrumentales de una común forma de vivir la realidad”, op. cit., pp. 37-38. 611 Loc. cit., p. 20. MENU SALIR 306 3. La huella de Góngora. Influjos y rechazos De lo que no cabe duda es de que el estilo de don Luis tuvo una gran importancia e influencia en su tiempo. El triunfo de Góngora es evidente: no sólo tenía imitadores conscientes, sino que, incluso los que se mostraban opuestos a él, dejaban notar en sus obras la profunda huella del poeta cordobés. De esta forma, las fronteras se desdibujan y las posturas se encuentran en muchos aspectos. Como observa B. López Bueno, “junto a gongorinos tan claros y explícitos como el conde de Villamediana o Soto de Rojas, otros lo fueron igualmente, a pesar de la influencia de Jáuregui, como Gabriel Bocángel, y de la amistad con Lope o Cascales, como Polo de Medina”612. El gongorismo marca unas claras pautas en las formas literarias barrocas, afectando a todos los escritores de la época, aunque –admitámoslo– no a todos del mismo modo. Lo que sí es cierto es que su manera de escribir atraía a los demás, traspasando ampliamente el siglo en el que le tocó vivir: piénsese si no en E. Gerardo Lobo (1679-1750) como su mejor exponente. Su magnífico uso de la lengua poética hace que los demás poetas quieran comprobar si son capaces de escribir algo por lo menos similar, les supone un reto. Sin embargo, críticos como K. Vossler han advertido que, aunque parezca que contaba con muchos seguidores, éstos no llegaban a introducirse en lo profundo, se quedaban en la superficie del estilo613. Verdaderamente el barroquismo de Góngora no afecta tan sólo 612 Op. cit., p. 221. Subraya esta idea B. López Bueno: “Pero volvamos a la descendencia gongorina entre los contemporáneos. La sucesión de admiradores e imitadores que produjo el autor de las Soledades contrasta – en lo profundo– con la falta de auténticos continuadores. Con su habitual finura crítica, Vossler se percató de 613 MENU SALIR 307 a la forma,como puediera parecer en un principio. Investigando más detenidamente en el tema, observamos que sus juegos estéticos, sus virtuosimos ornamentales fueron imitados con intensidad en su época. Pero lo más complicado no era eso, sino conseguir igualar sus perspectivas mentales. Así pues, las influencias estilísticas del autor de la Fábula de Polifemo y Galatea se vislumbran en escritores que, aparentemente, eran opuestos a él. Ése es uno de los verdaderos triunfos de Góngora: el contagio irresistible que produce en las obras de los que lo leen. Su impronta se observa en algunos autores que se consideraban a sí mismos como radicalmente opuestos. Piénsese en F. de Trigo y Figueroa, como botón de muestra del modo en que el seguimiento inconsciente se produce en la época. La mayor parte de los autores de la época muestran, por tanto, la misma afectación y amaneramiento, el mismo apartamiento de la naturalidad que manifestaba Góngora en sus obras. Incluso se aprecia su ascendiente en autores de la talla –y presunta oposición al estilo culterano– de Lope de Vega, como intentaremos demostrar en el siguiente capítulo614. La influencia del cordobés se alarga, viéndose esta esterilidad poética e intentó explicarla aduciendo, entre otras, estas razones: era más fácil captar el estilo y la manera de la obra que su recóndita poesía”, ib., p. 222. 614 E. Orozco confirma la gran influencia que ejerció el vate cordobés en su época: “En el fondo –y con razón– se siente triunfante [Góngora] porque a la opinión y apoyo de los más doctos ha seguido la entusiasta imitación de los poetas, incluyendo en ellos los mejores. Más o menos, todos lo recuerdan al escribir. Consciente o inconscientemente le siguen. No hay uno que pueda olvidarlo totalmente. Puede ver su huella hasta en los más encarnizados enemigos de su estilo; en el Orfeo de Jáuregui, su más serio crítico, se impone una estética de los mismos fundamentos que la suya; en los versos de Quevedo, el más feroz en satirizarle, hay rasgos también de su estilo; y aún más resplandece su huella –según viene reconociendo la crítica [señaladamente en el ciclo de senectute (1630-1635)]– en su más constante rival, en Lope, que no podrá olvidar el estilo de la nueva poesía aun en las obras y ocasiones en que está atacándole”, Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 314. MENU SALIR 308 rasgos gongorinos en otros muchos, como, por ejemplo, don Juan de Ovando y Santarén: “Superado el momento de oposición –afirma C. Cuevas– al culteranismo que representa en Málaga P. López de Santiago –recuérdese su poema Ad quendam romancistam, qui castellanas trouas nimis cultas desiderabat–615, D. Juan se proclama fiel discípulo del cordobés en su amor por la arquitectura verbal, la eufonía, el poder sugestivo de los vocablos, su oscuridad, y su extracción culta. De ahí las continuas correcciones que encontramos en sus autógrafos, testimonio inigualable de creación poética barroca. El resultado es una poesía elaborada bajo fuertes controles teóricos, y destinada a inteligencias advertidas que sepan apreciar con agudeza sus primores”616. No obstante, las influencias eran recíprocas. Es un hecho que Góngora también dejaba ver en sus obras rasgos conceptistas. No olvidemos la advertencia que ya realizamos sobre el modo en que B. Gracián ponía como ejemplo claro de agudezas verbales a don Luis617. 615 Advierte Cuevas que en él se incluyen admoniciones como las siguientes: “Góngora si cultum fecit, tu Góngora non es; cultus / corrumpit linguam, verbaque nigra facit. / Ergo tuos cultus, obscuraque desine plectra; / si minus, insipiens, stultus et ater eris; en Dulce miscellánea, fol. 58v. 616 Juan de Ovando y Santarén. Ocios de Castalia en diversos poemas, ed., introducc. y notas de C. Cuevas García, Málaga, Diputación Provincial de Málaga, Clásicos Malagueños, 1987, p. 61. Para el proceso de redacción y consciente gongorización de la obra de este escritor malagueño, cf. Autógrafos de Juan de la Victoria Ovando y Santarén (Manuscrito Muñoz Rojas), transcripción, texto y estudio introductorio de C. Cuevas y S. Montesa Peydro, Málaga, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 1997. 617 Cf. respecto a esto las nn. 553 y 599 de nuestra tesis. F. Lázaro Carreter comenta: “A. Coster, en su libro sobre Gracián, hizo notar cómo el jesuita establece siempre, en la Agudeza, una distinción tajante entre escritores conceptistas y culteranos: Quevedo, Lope de Vega –dice–, nunca son llamados sino conceptuosos o ingeniosos; Carrillo, Góngora, Paravicino, son siempre calificados de bizarros o cultos. Si esto es cierto, también lo es que, en no pocas ocasiones, Gracián alude al poder conceptual de Góngora: águila en los conceptos, lo denomina una vez, y tampoco le regateo el dictado de ingenioso. No es nueva la idea de que existe un Góngora conceptista: una lectura atenta promueve en el lector tales barruntos”, Estilo barroco..., cit., pp. 50-51. J.M. Blecua explica que “Gracián y Saavedra Fajardo vieron muy bien que Góngora estaba lleno de agudeza conceptuosa, como vieron también la desproporción entre el énfasis, bizarría y cultura del verso y la ausencia de grandes conceptos”, “Don Luis de Góngora, conceptista”, cit., pp. 85-86. R. Jammes también advierte que para entender la oscuridad culterana “queda por examinar otro género de dificultad, más intrínseco, que constituye en definitiva la esencia misma de la poesía de Góngora en general: es el concepto. [...] El mayor conceptista [...] de la poesía española es Góngora, [como lo proclamó] el profeta del MENU SALIR 309 También hallamos en las obras del cordobés alusiones, paronomasias, equívocos, metáforas, etc. Basta con analizar algunas de sus obras, por ejemplo, sus romances y letrillas, para notar en mayor o menor medida todos estos elementos. En este sentido es claro F. Lázaro Carreter: “Góngora adoptó, pues, en gran medida, el módulo conceptual que su siglo le brindaba. Se ejercitó en todas las modalidades del concepto y supo hallar caminos nuevos para su expresión”618. Por su parte, concluye J.M. Blecua: “Quiso demostrar [Góngora en su Fábula de Píramo y Tisbe] que no sólo era el mejor y más alto poeta culto de la lengua española, sino también el más agudo, difícil y paradójico de los conceptistas de su tiempo”619. 4. La dificultad / oscuridad en Lope de Vega Uno de los aspectos que nos resultan más interesantes dentro del estudio de nuestra tesis es el que se refiere a Lope de Vega, al que también seducen, como veremos, las bizarrías del genial vate cordobés. Siendo el Fénix el maestro indiscutible de Callecerrada, como este conceptismo, Baltasar Gracián. [Entendemos por concepto, con Gracián, las] relaciones inéditas, originales, inesperadas, que el autor establece entre los objetos (en el sentido más lato de la palabra) o las varias partes de un mismo objeto”, Jammes, “Introducción”, op. cit., pp. 119-121. 618 Estilo barroco..., cit., p. 57. MENU SALIR 310 mismo lo confiesa abiertamente en los Preliminares del Endimión620, parece indispensable dedicarle un apartado especial referido a su metapoética y a su estilo. Comprender bien este punto significa situarse en una perspectiva privilegiada para entender aspectos esenciales de la fábula de Marcelo Díaz. Recordemos, pues, que, como señaló Dámaso Alonso, “tenemos [...] pruebas evidentes de la profunda impresión que los modos expresivos de Góngora dejaron en Lope, aun cuando la huella en estos poemas lopescos no sea continua. Ocurre, sin embargo, que de vez en cuando, en algunas piezas líricas junta Lope en pocos versos algunos signos de su tributo a la moda gongorina”621. 619 “Don Luis de Góngora, conceptista”, cit., p. 90. Dado lo conocido y aceptado de estos principios fundamentales por la crítica moderna, creemos que basta con haberlos bosquejado en este punto, sin que sea necesario abundar más en sus ideas. 620 Como ya señalamos con anterioridad, Marcelo Díaz Callecerrada señala a Lope como su maestro. Así lo leemos cuando le pide a Rodríguez de Ledesma que enmiende el Endimión para que compruebe “y examine si pertenece a la escuela de Lope de Vega, de quien V.S. aprendió, y a quien yo a vozes llamaré Maestro con eterno elogio mío, porque lo es, doctíssimo, de España, de Europa, del Orbe”. Unas líneas antes expresa cuál es su ideal estilístico: “Cuando leí la fábula de Pomona, que escribió V.S. [D. Martín Rodríguez de Ledesma] con tanta erudición y tan tiernos años siendo Rector dignísimo de la Universidad de Salamanca, determiné seguir el estilo claro y cierto de Castilla, contra quien se levantaban entonces torres de presunciones vanas fundadas sobre la oscuridad, que es nada puro. No se debe poco al Mercurio que, con docta vara, discierne el camino peligroso del seguro al dudoso caminante”. En el apartado dedicado “Al lector” también leemos la opinión que tiene Callecerrada sobre la oscuridad: “Assí dexo la obscuridad para los agudos Aristóteles: que aún esto que te he advertido te sabrían dezir los versos, sin que como Camoes me reprehendieras. Puede ser ocasión fácil a ficción más misteriosa el ingenio fundamento. Y puede ser, alguna vez, difícil añadir a lo pensado, si se busca otra cosa más del agradable sonido de las palabras, como sea assí que la atención de los lectores deba mirar después las vozes que el concepto, y que las palabras significativas primero el significado”. 621 Poesía española ..., cit., p. 447. Anteriormente, en p. 433, valoró Dámaso Alonso: “Notamos inmediatamente que estamos en otro mundo. El soneto [“No queda más lustroso y cristalino” de Lope] se parece mucho a algunos de los juveniles de Góngora. Pero aun sin esto, es evidente que se halla dentro de la más colorista y suntuaria de las tradiciones renacentistas”. También E. Orozco se refiere a este aspecto de las influencias de Góngora en Lope: “Pasado algún tiempo debió comprender Lope que el despreciado correveidile literario tenía en cierto modo razón. Él mismo emplearía alguna expresión y construcción introducida por Góngora, casi con espontaneidad”, Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 232. Más adelante, en pp. 340-341 de la misma obra, añade que, “el estilo gongorino, pese a combatirlo [Lope], le iba envolviendo seductor, mientras él, en parte inconscientemente, se iba dejando querer por esos mismos encantos de ojos y oídos de que se burlaba, y hasta de aquellas palabras que le indignaban porque venían a romper el claro fluir de su puro castellano. El poderoso instinto barroco de Lope, aun con su postura de MENU SALIR 311 De lo que no cabe duda, como ya advertimos, es de que Lope – como ocurre con Góngora– se erige en maestro de un grupo, compartiendo el cetro del conceptismo –permítasenos usar aquí este término en su sentido más lato– con Quevedo. J. Pérez de Montalbán, en su Para todos, se refiere al autor de El Caballero de Olmedo, llamándole “el Virgilio español Lope de Vega, maestro mío como de todos, cuyo nombre es su mayor elogio, porque no hay encarecimientos que satisfagan a su lección continua, erudición estudiosa, caudal infinito, ingenio solo y fama repetida”622. Normalmente se ha explicado la lírica lopesca subrayando que está jalonada por los rasgos que caracterizan la poesía del siglo XVII, con lo que una de sus bases principales –además de los juegos conceptistas– es la de la brillantez formal. Filólogos de la altura de Dámaso Alonso pusieron de relieve el hecho de que se pueden distinguir tres tipos de Lope: el influído por Petrarca, el gongorista y el poeta de inspiración libre y arrebatada623. Desde luego, lo que sí se manifiesta en su mantenerse en guardia para defenderse del influjo gongorino, le arrastraba espontáneamente tras las seducciones sensoriales de la nueva poesía. [...] Lope nos va a ofrecer la ejemplar paradoja de que cuando está levantando jactancioso su voz de triunfo sobre su rival, es cuando con el estilo gongorino de sus palabras está descubriendo que ha sido vencido por aquél”. C.M. Bonet piensa que “lo cierto es que, unos más y otros menos, la mayoría se contagió [de Góngora]. Se contagió hasta Lope: su poesía amatoria está penetrada de recursos gongorinos. El monstruo de la naturaleza fue, como es harto sabido, una de las víctimas de Góngora”, op. cit., p. 81. B. López Bueno expresa: “Y así la crítica nos ha ido haciendo ver al beligerante Lope contaminado en tantas ocasiones de culteranismo y nos ha mostrado la esencial paradoja que encierra una poesía como la de Jáuregui, que calificó de pestilentes a las Soledades en su terrible Antídoto y acabó enredado en las mismas mallas del cultismo gongorino en su Orfeo (1624), de tal manera que provocó aquellos conocidos versos de su anónimo enemigo: pues si algo en prosa acertáis / en verso lo confundís; / o enseñad como escribís / o escribid como enseñáis, op. cit., p. 221. 622 Loc. cit., pp. 737-738. 623 “Hemos visto a Lope –afirma Dámaso Alonso– entre dos mareas cultas y rendido al encanto de las dos: una, temprana, que le afecta en su juventud y deja para siempre huella en él: la tradición petrarquista, hasta en sus extravagancias y excesos; otra, tardía, la de la técnica gongorista, por la que se deja penetrar, para ir lentamente eliminándola, o contra la que reacciona en una dirección de pensamiento cargándose de un lastre filosófico, que también habrá largado en los últimos años. Pero, por debajo de toda técnica admitida, estaba, representante de un arte nuevo, el hijo de la naturaleza, en su vitalidad y su desenfreno: el que traduce día a MENU SALIR 312 producción poética es una mezcla de sencillez y complicación, por lo que debemos desterrar la creencia obsoleta de que el Fénix se basara únicamente en la claridad. En un primer momento, cuando se comienza a observar la obra de Lope nos salta a la vista la influencia culta, de ascendiente renacentista. Sin embargo, indagando algo más, advertimos grandes complicaciones y retorcimientos. No obstante, es un hecho de sobra conocido que él se jactaba de su claridad, de ser un abanderado de la pureza y armonía, atacando, por consiguiente, a los culteranos. Recuérdense los siguientes versos lopescos, que representan su propio ideario: “Pensé yo que mi lengua me debía (así lo presumió parte de España, o el propio amor me engaña) pureza y armonía, y si no lo permite quien lo imita, o deje de imitar o lo permita. Parece elevación desvanecida esta manera de escribir tan nueva, [la de los culteranos] que arrogante reprueba la humildad de mi vida, y es solamente acción desesperada día su vida vivida, en verso; el que vuelve los ojos a las formas naturales; el abundante, el desenfrenado: el poeta de tierra y cielo”, Poesía española..., cit., p. 477. MENU SALIR 313 de quien se corta con su misma espada”624. El prolífico dramaturgo criticó con dureza el estilo gongorino y, asimismo, las obras del vate cordobés. Así, en una epístola atribuida al Fénix, leemos: “[...] semejantes Soledades, pues es cierto que si las quisiera escribir en nuestra lengua vulgar, igualan pocos a V.m.; si en la latina, se aventaja a muchos, y en la griega no se trabaja tanto para entenderla que en lo que V.m. ha estudiado nos pudiera escribir seguro de censura y cierto de aplauso. Y como ni en éstas ni en las demás lenguas del Calepino no están escritos los tales soliloquios, y se cree que V.m. no ha participado de la gracia de Pentecostés, muchos se han persuadido de que le alcanzó algún ramalazo de la desgracia de Babel, aunque otros entienden que ha inventado esta jerigonza [...]”625. Las críticas de Lope al culteranismo son continuas, rastreándose en multitud de sus obras rasgos que indican el rechazo hacia esta corriente que él consideraba claramente rechazable626. En las luchas epistolares tenemos un material adecuado para vislumbrar –entre ataques, burlas y advertencias– los aspectos principales que definen los estilos de los dos poetas en discordia, la forma de entender su poesía –aunque no siempre 624 Lope de Vega, “Égloga a Claudio” [h. 1632], Colección escogida de obras no dramáticas de Frey Lope Félix de Vega Carpio, Madrid, B.A.E., 1856, p. 432b. 625 Anónima (¿Lope de Vega?), Carta de un amigo de D. Luis de Góngora que le escribió acerca de sus Soledades, Millé 127(57), p. 1092. 626 Sobre las críticas al culteranismo en las obras lopescas, cf., L.P. Thomas, Le lyrisme et la preciosité cultistes en Espagne, Halle, Niemeyer, 1909. MENU SALIR 314 coincidiera con la práctica real–, su ideario estilístico en suma. E. Orozco en su interesante obra sobre la polémica entre culteranos y conceptistas, nos pone de manifiesto el modo en que Lope de Vega criticaba a los culteranos en general, por ejemplo, en las justas poéticas que se organizaban en el momento. Así, explica: “Al publicar Lope esta Justa Poética y alabanzas justas que hizo la insigne villa de Madrid al Bienaventurado San Isidro, le agregó, además, una introducción en la que declara –pese a sus complicaciones conceptuosas– las excelencias de la poesía de tipo tradicional, y vuelve a aludir a las nubes que oscurecen la poesía de su tiempo, insistiendo en el elogio de Herrera y negando fuese el causante del cultismo que sobrecarga la expresión metafórica”627. Uno de los elementos que integran la oscuridad admitida por un Lope de Vega que siempre se consideró a sí mismo como poeta “claro”, está en la distinción ya aludida de J. de Jáuregui –el cual es posible que la tomara directamente de F. de Herrera– entre “oscuridad” y “dificultad”. La primera, como sabemos, es generada por un gratuito enrevesamiento del significante (palabras, retórica, tropos, etc.); ésta, sería para Lope, sobre todo si es excesiva, condenable. La “dificultad”, 627 Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 326. Añade Orozco en pp. 322-323 de la misma obra: “Era natural que Lope aprovechara aquella ocasión [en una justa poética, como organizador y lector, del Ayuntamiento de Madrid] con una tal ocurrencia, no sólo para lucirse en la lectura solemne y altisonante de los poemas, sino, asimismo, para lanzar sus puntazos en los momentos de la broma para provocar las carcajadas a costa de los culteranos. Así, precisamente en el comienzo del acto, entre las diez cédulas burlescas que leyó, hay más de una dirigida contra los cultos con la insistente tacha de llamarlos herejes, extranjeros y locos”. En la p. 325 aclara que, “igualmente, en la serie de jeroglíficos del certamen hay uno final del maestro Burguillos –o sea, de Lope– que aprovecha con intención para dirigirse en su remate a la oscuridad de la nueva poesía: La Poesía desta edad / a mi intento se acomoda / que es Hieroglíficos toda. Y con el mismo nombre de Burguillos termina otro romance defendiendo burlescamente la pureza de la lengua castellana: Y pues está nuestra lengua / ya con tan honradas galas, / no la vistáis de remiendos / con ignorante arrogancia. / Mirad que al cielo se queja / la pureza Castellana / que está en Getafe el concepto / y en Vizcaya las palabras”. MENU SALIR 315 en cambio, procede de lo complejo de la materia de que se trata, por lo que la “oscuridad” que pueda salir de aquí es perfectamente legítima. Un poema “metafísico”, por ejemplo, aunque evite oscurecer la expresión verbal artificiosamente, seguirá siendo oscuro (= difícil), pero esta oscuridad sí será aceptable para Jáuregui y Lope628. Según afirma R. Menéndez Pidal, la diferencia entre Góngora y Lope radica, entre otros aspectos, en el destino que ellos piensan que debe tener su arte: “En esta declaración de principios no es cosa nueva el que Góngora, al revés de Lope, crea que el arte debe ser para pocos, a modo de un hábito que separe al hombre culto del ignorante”629. De todos modos, no debemos olvidar que el concepto barroco de artificiosidad no es igual al que hoy tenemos. En el siglo XVII los poetas no sólo no huían de los conceptos sutiles, de las formas complicadas, etc., sino que incluso buscaban detenidamente estos artificios para introducirlos en sus obras, con lo que pretendían adornar, de este modo, sus escritos. Pero, aunque Lope de Vega se hallara inmerso en este ambiente general de época, en lo que no nos debe quedar ninguna duda es en que lo que a él le resultaba verdaderamente fundamental era la ingeniosidad de sus obras: los conceptos. Según mantiene J.F. Montesinos, “la fórmula de arte que más hubiera complacido a Lope, la que de todas sus palabras sobre la poesía parece deducirse, hubiera sido 628 J. Matas Caballero afirma: “Resultaba legítimo, pues, que la poesía tratara temas y asuntos que, por la materia en sí, resultaran oscuros incluso para los doctos. Esta suerte de oscuridad, a la que nuestro autor [J. de Jáuregui] prefiere llamar dificultad, no es considerada como vicio vituperable, sino que, al contrario, es loable para la poesía”, Juan de Jáuregui: Poesía y Poética, Sevilla, Diputación Provincial, 1990, p. 261. 629 Op. cit., p. 224. También G. Díaz-Plaja aduce cuál es la diferencia entre Góngora y Lope: “Lo que el poeta cordobés sabotea es el equilibrio clásico entre la intención y el decir, que Lope –tan arrolladora pero tan equilibradamente vital– defendía con tanto brío varonil como femenina sensibilidad seducida al cabo”, El Barroco literario, cit. p. 52. MENU SALIR 316 una fórmula intermedia: el concepto español con exorno italiano. Pero Lope sabía bien que los esplendores retóricos de la poesía italiana tenían más remotos orígenes; en último término, el modelo de la forma era el modelo clásico, el modelo latino”630. Así, teniendo en cuenta estas características del estilo de Lope de Vega, hay que subrayar que, aunque fuese un enemigo declarado de don Luis, no es menos cierto que supo aprovechar algunos elementos de la poesía del cordobés que le resultaban atractivos. E. Orozco pone de manifiesto que, entre Lope y Góngora, además de lucha, también existe admiración: “Es este soneto [“A cierto señor que le envió la Dragontea de Lope de Vega” de Góngora], a nuestro juicio, uno de los testimonios más expresivos de lo complejo de la relación entre Lope y Góngora, pues nos descubre, mejor que sus restantes escritos contra aquél, cómo en el poeta cordobés no hubo sólo desprecio para su rival, sino también franco reconocimiento de sus esenciales dotes poéticas”631. En la última etapa de las vidas de estos dos geniales escritores finalizó la lucha. Góngora valoró justamente la obra de su contrincante literario, retractándose en cierta manera de sus anteriores ataques con algunos elogios –aunque nunca quedara constancia de ellos por escrito–. Ello hizo que también el Fénix cambiara su actitud, suavizando sus opiniones hacia don Luis y su escuela. Es precisamente en los momentos en que el prolífico poeta madrileño habla del culteranismo, cuando advertimos más claras rectificaciones, desprendiéndose de la revisión de 630 J.F. Montesinos, ed., prólogo y notas, Lope de Vega. Poesías líricas, 2 vols., Madrid, Espasa-Calpe, 1952, p. XII. 631 Lope y Góngora frente a frente, cit., p. 103. En p. 170 completa esta idea: “Amezúa, que veía en la actitud de Lope con respecto a Góngora un sentimiento de respeto e incluso de temor reverencial”. MENU SALIR 317 sus escritos que terminó comprendiendo que el gongorismo, aparte todos sus aspectos censurables –lo que, para un hombre como Lope, era obvio– había también enriquecido con nuevos y radicales caminos la poesía de su época –y también, como hoy sabemos, de las venideras–632. 632 Incluso, como hemos ya dicho repetidas veces, se vislumbran influencias culteranas en Lope. J.F. Montesinos aclara que “en El huerto deshecho, las inflexiones culteranas abundan. No se trata sólo del léxico –purpurar rosas–. Hay versos cuya sintaxis y cadencia recuerda a Góngora: ... con luz intercadente y breve el cielo, / manchado a nubes el purpúreo velo... / ...silbando por el viento y polvo ciego / en selvas de agua víboras de fuego / ...en Etnas de temor sepulcros de agua... También el voluntario buscado barroquismo de imágenes y metáforas. No debe extrañarnos esta concomitancia: cuanto más formalista se hacía la lírica de Lope, tanto más había de aproximarse al culteranismo, forma pura. Aunque Lope siga creyendo en sus conceptos, estos conceptos se atenúan, casi desaparecen, ahogados en la pompa barroca del exorno”, op. cit., pp. LXXIV-LXXV. MENU SALIR 318 V. EL ESTILO DEL ENDIMIÓN MENU SALIR 319 V. EL ESTILO DEL ENDIMIÓN 1. Aspectos generales En capítulos anteriores hemos ido preparando el camino para poder abordar debidamente el tema que vamos a comenzar a analizar. En este momento nos vemos ya preparados –después de haber comentado la figura y la obra conocida de Marcelo Díaz Callecerrada, en qué consiste el mito de Endimión, el tratamiento que le da nuestro poeta y los aspectos esenciales sobre los distintos estilos de base común que convivían en el Barroco español– para intentar examinar los puntos básicos que determinan el carácter de la obra de la que nos ocupamos. Para ello, consideramos importante determinar qué entendemos por estilo. Así, según defiende J. Casares, “la Estilística tiene por objeto, como es sabido, el análisis y la valoración de los elementos que se asocian en el lenguaje a la enunciación neutra, lógica, meramente MENU SALIR 320 intelectual del pensamiento”633. Siguiendo las directrices trazadas por el lingüista suizo Ch. Bally, hay que distinguir tres tipos principales de estilísticas: una “general”, otra “particular” y una tercera “individual”634. Es precisamente la tercera, la “individual”, la que mayor desarrollo ha tenido en los últimos tiempos, contando en sus filas con críticos y filólogos de talla incuestionable –K. Vossler, L. Spitzer, O. Walzel, H. Hatzfeld, D. Alonso, y así un largo etcéctera–. Pero, si tuviéramos que reducir la historia de los estilos literarios – como parte de su estética– en dos grupos fundamentales, habríamos de hablar de unos estilos “clásicos” –caracterizados por su contención, sobriedad y equilibrio formal–, y otros barrocos (el Manierismo sería una forma peculiar de éstos) –desbordamiento, complicación formal e hipertrofia ornamental–. El profesor E. Orozco Díaz distinguió entre Clasicismo y Barroquismo históricos –que son los que tienen lugar por ejemplo en España en los siglos XVI y XVII, respectivamente–, y Clasicismo o Barroquismo estéticos –que se producen siempre que aparecen en la literatura los rasgos que hemos atribuído a uno u otro–. El siglo XVII español es la época del Barroquismo histórico. En él se produce el sometimiento a un ideal de estilo totalmente opuesto a la libertad individual de inspiración que propugnaba Azorín atacando, en 633 Introducción a la lexicografía moderna, Madrid, C.S.I.C., 1950, p. 102. Además, J. Casares advierte que “podemos concebir, en efecto una disciplina aplicada a desentrañar las relaciones entre las tendencias universales del espíritu humano y la modalidad con que éstas se manifiestan en cada uno de los idiomas conocidos. Esta sería la estilística del lenguaje o estilística general. Cabe igualmente limitar la investigación a una determinada comunidad lingüística para ver cómo su mentalidad, conformada por una tradición secular y, por tanto, relativamente homogénea, se refleja en el idioma correspondiente, lo que nos colocaría en el terreno de la estilística particular o estilística de la lengua; y, restringiendo aun más el campo de estudio, llegaríamos a la estilística individual dedicada a apreciar las características ideológicas y temperamentales que distinguen el sistema expresivo de una determinada persona del de otras personas integradas en el mismo grupo lingüístico”, ib., p. 103. 634 MENU SALIR 321 1946, todo Manierismo buscador de simples elegancias formales: “En el capítulo del estilo –dice– los prejuicios son notables; se cree generalmente que tiene estilo el que por algún concepto se singulariza: se singulariza en el fraseo puro, elegante, con falsa elegancia, en lo redundante y sobrecargado. [...] Que cada cual siga su instinto. Y no hay en arte fórmula más segura”635. La situación estilística hacia el primer cuarto del siglo XVII denota que el uso de la oscuridad se había convertido en una práctica común que caracterizaba las obras de los escritores de esa época. Como dijimos anteriormente, la estética barroca continúa con los preceptos que, como pionero en la reflexión metapoética, dictó Fernando de Herrera en sus Anotaciones. Según explica C. Cuevas, la teoría del lenguaje poético herreriano se configura “como un conjunto de reflexiones surgidas al hilo de los comentarios a Garcilaso, muy dependientes de lecturas eruditas, no siempre bien armonizadas aunque sí compatibilizadas con criterios de eclecticismo, y desde luego frecuentemente matizadas por su propia reflexión y experiencia de poeta”636. La lengua poética que defendía el poeta sevillano se basaba fundamentalmente en la “fuerza de la elocución”, la “pureza de la frasis” y el “labrar la oración con singular artificio”637. Así pues, su deseo último es que el lenguaje refleje siempre la belleza, insuflándole, además, perfiles cultos638. 635 Azorín, Memorias inmemoriales [1946], Madrid, Novelas y Cuentos, 1967, p. 76. “Teoría del lenguaje poético...”, cit., p. 158. 637 As., cit., p. 161. 638 Así, en As., 295 se leen unas palabras que adelantan lo que se convertirá en lo más característico de la estética barroca: “No es grandeza del poeta huir los concetos comunes, pero sí cuando los dize no comúnmente; i cuanto es más común, siendo tratado con novedad, tanto es de mayor espíritu i, si se puede dezir, más divino”. 636 MENU SALIR 322 Teniendo en cuenta estos aspectos básicos del momento que le tocó vivir a Marcelo Díaz Callecerrada, debemos poseer ahora –como señaló J. de Ovando– una “inteligencia advertida”, es decir, que la percepción cabal de los detalles estilísticos de un texto barroco nos exige una atención activa e informada por parte de los lectores que nos acercamos a esa obra. En opinión, muy acertada a nuestro entender, de C.G. Rosignoli, para disfrutar plenamente de la lectura de un texto excelente “no se debe leer de carrera, con priessa, passando de una cláusula a otra. Quiere ser la lectura quieta, espaciosa y atenta. Porque, como un turbión de agua que cae con ímpetu no penetra ni fecunda la tierra, pero sí la lluvia suave y apacible que cae gota a gota, assí, para que [la lectura] penetre y fecunde el corazón, debe recibirse de espacio, sossegadamente y con sus ponderaciones. [El lector no debe pasar las páginas] sencillamente con los ojos, como un marinero de corso que camina a velas desplegadas sin atender ni vadear lo que está en el fondo del agua, antes imita a un pescador de perlas que, a remo lento y espacioso, va –el ojo siempre alerta– a descubrir alguna preciosa concha. Por tanto, es menester tal vez hacer pausa y parar, rumiando aquellos puntos que nos dan mayor luz y nos encienden más vivos afectos. Las abejas que se sientan más de espacio sobre las flores son las más escogidas y labran mejor miel”639. Ésta es la doctrina que hemos procurado seguir conscientemente en nuestro trabajo. También es importante señalar que, al adentrarnos en el estudio formal de nuestro Endimión, no debemos dejar de lado que la estética de 639 Verdades eternas explicadas en lecciones..., Madrid, impr. de J. Ibarra, 1758, “Introducción”, fols. 1v.-2r. MENU SALIR 323 Marcelo Díaz es epigonal. El estilo que lo encarna no inventa casi nada, apenas trae aportaciones propias. Se limita, en general, a repetir lo ya creado por los grandes maestros –Lope, Góngora, Quevedo, Gracián...–. Con esos materiales, combinados artificiosamente, construye un edificio literario en el que casi todo suena a cosa ya sabida. A la altura de un profano de nuestro tiempo en la historia de la estética y de los estilos, el Endimión parece un poema lleno de novedades en cuanto a la forma. Para un entendido no es, sin embargo, así: aquí la imitatio ha levantado un monumento literario manierista –empleamos el término en el sentido que le da E. Orozco–. Todo sabe a los modelos; muy poco sabe a Callecerrada. La estética que nutre el estilo de este poeta no es, en fin, revolucionaria, sino reaccionaria. Aunque su reaccionarismo se halle camuflado al figurar en un cortejo de modelos realmente revolucionarios. Y es que toda revolución, incluída la barroca, genera inevitablemente una “reacción conservadora”. De esta forma, Callecerrada, estéticamente, es un manierista que imita, como hemos señalado, tanto temática como estilísticamente a los otros escritores de primera línea de su momento. Su carácter epigonal es, pues, evidente. El arte de Callecerrada no hace sino prolongar, aunque con una inevitable dosis de originalidad, fórmulas ya ensayadas y explotadas por los antedichos poetas –Lope, Góngora y los otros grandes maestros de la poesía barroca–. Y es que, como dijo en 1680 P. Segneri, “en qualquiera arte se tiene por principio assentado que los últimos esfuerços de la arte paran finalmente en su daño. Por esto, los pintores más célebres y que tienen más inclinación que los otros a hazer MENU SALIR 324 ostentación de quánto pueda su mente y su mano, tienen por regla reprimir essos impulsos, y con la debida proporción huyen de ellos [...] los escritores [...]. Y es la razón por que, como la arte se encamine a imitar la naturaleza, pareciera demasiada soberbia querer, no sólo igualarla con emulación, pero aún excederla”640. Es claro que en todo epígono existe un esfuerzo por repetir y combinar los aciertos más espectaculares de sus maestros, lo que lo lleva a un manierismo, a veces afectado, que, si admira por su pericia de virtuoso, adolece de falta de espontaneidad. Algunos han llamado a esto “decadencia por sobra de madurez y maestría”. Tal vez el estilo de Callecerrada quede bien definido, como ya demostraremos, por esa fórmula. Pero para determinarlo bien, es fundamental observar desde el comienzo que la defensa que realiza don Marcelo de la sencillez es sólo teórica, pues su estilo –como veremos– es ciertamente oscuro. Nos sirve de ejemplo para la comprensión de esta idea Séneca y su conceptismo expresivo: “El lenguaje [...] de aquellos que se apartan conscientemente, y no por casualidad, del camino ordinario se parece, a mi juicio, a esos que se tiran de los pelos de la barba o que se la arrancan por completo; que se afeitan la parte superior e inferior de los labios y dejan crecer lo demás; que usan mantos de color raro y túnicas rasgadas, no queriendo hacer nada que pase desapercibido a la vista de los hombres, provocándoles y obligándoles a volver los ojos, y no cuidando de que se les censure con tal de que se les mire. Así es el lenguaje de Mecenas”641. 640 641 Concordia entre la quietud y la fatiga de la oración, trad. de un jesuíta anónimo, Madrid, 1710, p. 167. Epístolas morales, epístola CXIV, ed. cit., p. 514. MENU SALIR 325 Cuando Callecerrada dice ser discípulo de Lope de Vega y seguir, como él, un ideal estilístico de claridad, teóricamente estamos predispuestos a deducir que su estilo obedece a la repulsa de la afectación, tal como se entendía esta palabra en el Siglo de Oro. La lectura del poema nos hace ver, sin embargo, que la realidad es muy distinta, pues el Endimión es un poema de fuerte impregnación manierista, ajena por completo a la naturalidad. Así se comprende el ecléctico pensamiento de J. Cejador cuando dice que este poema mitológico está escrito “sin mucha afectación”642. La vaguedad de esta fórmula da a entender suficientemente cómo esa afectación no pasa desapercibida a ningún lector de la fábula que estudiamos. Desde luego, resulta de mucho interés que repasemos algunas de las opiniones que han vertido los filólogos e historiadores de la Literatura sobre la claridad u oscuridad del Endimión y la posible ascendencia que ejercitaron los grandes escritores del momento en su autor. Así, para muchos de ellos resulta evidente –quizá por la falta de estudio directo del poema mitológico, fiándose de las opiniones expuestas por otras fuentes– que era un discípulo directo de Lope. Incluso algunos, como es el caso de F. Zamora Lucas, transcriben acríticamente la dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma en que se recogen las afirmaciones laudatorias en torno a Lope que expresa Callecerrada643. L. Conde, incurriendo en un sorprendente error –o, tal vez, en una improbable 642 Historia de la lengua y literatura castellana, cit., p. 56. Op. cit., p. 84. También transcribe esas palabras J.M. Blecua, op. cit., p. 242. Por su parte, J. Cejador afirma, copiando otro pasaje distinto del Endimión, que Callecerrada es “seguidor del estilo claro y cierto de Castilla, contra el cual se levantaban entonces torres de presunciones vanas, fundadas sólo sobre la oscuridad”, op. cit., p. 56. F. Zamora Lucas expresa: “[...] seguidor del estilo claro y cierto de Castilla, como él dice”, op. cit., p. 84. 643 MENU SALIR 326 errata– a la que ya aludimos con anterioridad, también hace referencia al barroquismo a estilo del Fénix de Marcelo Díaz: “Siguiendo el estilo de Lope en estos poemas [La Circe, La Filomena y La Andrómeda] compuso Mateo [sic] Díaz Callecerrada otro notable poema, el Endimión”644. La opinión de F.C. Sáinz de Robles capta nuestra atención por lo que tiene de contradictorio, al catalogar el Endimión como culterano, pero considerando a su autor como un seguidor de Lope: “[...] en versos un tanto culteranos. Díaz Callecerrada fue un admirador entusiasta de Lope de Vega, en cuya escuela militó, y a quien alabó sin tasa en la misma dedicatoria de su poema”645. Otros también, como C.A. de la Barrera, hacen referencia a esta mezcla de rasgos culteranos y conceptistas que se observan en el Endimión: “No obstante el propósito de nuestro autor [que tenía Callecerrada en cuanto a la claridad] su obra adolece de culteranismo”646. N. Alonso Cortés va más allá, e incluye a Marcelo Díaz sin más rodeos en una lista de poetas culteranos647. De lo que no cabe duda es de que la impronta del principal culterano –Góngora– se vislumbra en los poetas de la época. En este sentido se expresa I. Ferrer de Palma: “La huella de Góngora es más o 644 Op. cit., p. 876. Op. cit., p. 303ª. 646 Op. cit., p. 126a. J.Mª. de Cossío opina de modo similar: “La confesión terminante que hace Díaz Callecerrada de sus intenciones, [de claridad] obliga al estudio del poema en este lugar, si bien la ecuación entre el propósito y el resultado no fue siempre tan llana y exacta como el poeta se prometía”, op. cit., p. 389. En p. 392 añade: “Su pretensión, o al menos aproximarse, a su gran modelo, Lope de Vega, fracasa por falta de amenidad poética, por penuria de imaginación pintoresca, es decir, por ausencia de las facultades capitales del Fénix”. F. Zamora Lucas comenta: “Lo curioso es, dice Romera Navarro, que a pesar de lo que el autor sostiene en este prólogo [sobre su claridad] su poema es bastante conceptuoso y oscuro”, op. cit., p. 84. 647 “A más de los que ya hemos citado entre los poetas culteranos, hay uno digno de mención [... el Endimión]”, op. cit., p. 171. G. Bleiberg califica el Endimión del siguiente modo: “La obra –con resonancias 645 MENU SALIR 327 menos evidente en todos, o casi todos, los poetas contemporáneos, al menos, en ese afán cultista, como en nuestro autor [J. de Jáuregui]”648. Precisamente algunos, como J.Mª. de Cossío, han considerado que don Marcelo era en realidad un seguidor de Jáuregui: “Así, Faria y Sousa, que se aproxima a la manera de Góngora, o Díaz Callecerrada que no parecería mal entre los secuaces de Jáuregui. Pero ellos confiesan su devoción por Lope y la adhesión a su manera de entender la poesía y vienen a este capítulo con el marbete de lopistas, sin gran convencimiento por mi parte”649. En este sentido, interesa que consultemos las conclusiones que ofrece J. Matas Caballero sobre la valoración crítica real de J. de Jáuregui: “Esa actitud, a veces ambigua, de avance y de retroceso, de aceptación y de condena que Jáuregui adopta ante la nueva poesía ha ocasionado que la crítica realice valoraciones que llegan a ser incluso contradictorias; desde Miguel Artigas que nos presenta a un Jáuregui a punto de pasarse al enemigo, hasta Menéndez Pidal que lo condena por mostrarse insensible a la nueva poesía. A nuestro juicio, ni Jáuregui fue tan proclive a aceptar todas las propuestas renovadoras del poeta cordobés ni tan intransigente ante la nueva estética planteada por del culteranismo–“, op. cit., p. 263a. Ward Philip en su Diccionario explica que el Endimión está escrito “en estilo culterano”, loc. cit., p. 225b. 648 Juan de Jáuregui. Obras, ed., pról. y notas de I. Ferrer de Alba, 2 vols., Madrid, Clásicos Castellanos, 1973, t. II, p. XIV. 649 Op. cit., p. 357. En esta página y la siguiente continúa explicando: “En todo caso se trata de poetas poco extremosos en su retórica y más bien teñidos de gongorismo o culteranismo que empapados en las nuevas corrientes. Este no singularizarse por su entusiasmo cultista sirve de denominador común a sus intenciones y les hace aparecer juntos bajo el patrocinio de Lope, que en todo caso les hubiera sido más grato que el de otro cualquier poeta a quien sin duda hubieran combatido más, y muchos lo hicieron, y desde luego hubieran admirado menos”. MENU SALIR 328 Góngora. De hecho, nuestro autor –como señala Emilio Orozco– es un firme partidario de una poesía de claro sentido barroco”650. Pensamos que Marcelo Díaz se halla en estas mismas circunstancias. Al igual que otros escritores de su época, no es más que, con todo lo que ello implica, un poeta barroco, sellado por las características que la mayor parte de ellos, en mayor o menor medida, compartían. El autor que estudiamos en nuestro trabajo es producto de una serie de influencias –muchas de ellas positivamente aceptadas, otras inconscientes, e incluso teóricamente negadas– que hacen que su obra sea algo complejo que no podemos adscribir de forma tajante a un solo movimiento. Menos aún cuando ya hemos aclarado que verdaderamente no existe una distinción esencial entre culteranismo y conceptismo y, por tanto, tampoco, entre los estilos de los que eran considerados sus grandes figuras. Como explica B. López Bueno, “se desdibujaron perfiles nítidos de posturas encontradas, pues junto a gongorinos tan claros y explícitos como el conde de Villamediana o Soto de Rojas, otros lo fueron igualmente, a pesar de la influencia de Jáuregui, como Gabriel Bocángel, y de la amistad con Lope o Cascales, como Polo de Medina”.651 650 Op. cit., pp. 270-271. Op. cit., p. 221. En p. 220 ya hizo referencia a la gran influencia que ejerció Góngora en los comportamientos formales de la poesía de su tiempo: “Porque al lado de las entusiastas voces desde el lado de la defensa teórica, el gongorismo marcará la pauta dominante en los comportamientos formales de la poesía del siglo XVII”. Es más, el gongorismo no sólo influyó decisivamente en los poetas de aquella época y en los posteriores, sino que traspasó fronteras y géneros. Afectó a la prosa, a la oratoria sagrada –piénsese en fray Hortensio Félix Paravicino–, e incluso en el teatro. Además, tuvo una gran importancia en otros lugares, como es el caso, por ejemplo, de Portugal e Hispanoamérica. Sin embargo, no surgen otros “góngoras”, no son copias exactas. Concluye López Bueno, siguiendo ideas anteriores de K. Vossler: “He aquí la clave: el arte, la manera, puede imitarse; la vinculación del arte con la vida en el acto esencial de la poesía, no”, ib., p. 222. 651 MENU SALIR 329 Sobre el tema de la oscuridad, de la dificultad del poema, se han realizado otros comentarios que consideramos interesantes. Así, F. Gutiérrez, en el prólogo a El Narciso de J. Bermúdez comenta: “Aunque su sintaxis y su léxico [habla del Narciso de Bermúdez y del Endimión de Callecerrada] no tienen la audacia de las Soledades, no por ello dejan de plantear verdaderos problemas de interpretación, dada la longitud de los períodos gramaticales, cultismos, etc.”652. No podemos olvidar, que la distinción –como ya dijimos en su momento– entre culteranismo y conceptismo no era tan clara como se pensó en un principio. De la misma forma, la distinción entre la oscuridad aceptada de unos y la pretendida claridad de otros no resultaba tampoco nítida. Existía una claridad teórica que convivía con la oscuridad práctica. Este hecho no era exclusivo en el autor del Endimión, sino también en los demás del momento. Incluso el mismo Lope de Vega realiza en sus obras alusiones mitológicas que oscurecen, utiliza cultismos cuando lo considera necesario, etc. Sin embargo, la sencillez estaba considerada como el estilo de la verdad, de lo auténtico. Incluso Lope de Vega, en pleno siglo barroco, dirá que los sentimientos más profundos no se compadecen con la expresión retórica cargada de ornamento: “Mal se juntan una comparación y un sobresalto”653, observa Marfisa ante la complicada protesta de angustia que formula Fernando al creer en los desvíos de Dorotea. Por otra parte, no debemos olvidar que el estilo sencillo se consideraba, sobre todo, propio del lenguaje amoroso, y, por tanto, de los 652 653 Loc. cit., p. 19. Lope de Vega, La Dorotea [1632], ed. de E.S. Morby, 2ª. ed. revisada, Madrid, Castalia, 1968, p. 116. MENU SALIR 330 escritos de ese tema –como es el caso del Endimión de Marcelo Díaz–. En cuanto a ello, Lope de Vega expresa nuevamente: “El amor no quiere lo que se siente con elocuencia, sino con sencilla y descansada libertad”654. Así, teniendo en cuenta todo lo dicho sobre la sencillez, resulta claro que el paralelismo entre Jáuregui y Callecerrada en muchos casos es total: ambos, discípulos de Lope de Vega, defienden teóricamente la claridad; pero al escribir sus fábulas mitológicas –Orfeo (1624) y Endimión (1627)– seducidos por el estilo de Góngora, imitan con escasas reservas la oscuridad de éste. Por ello, por mucho que se esfuerce, parece vano el empeño de I. Ferrer de Alba de negar la contradicción entre la teoría y la práctica de Jáuregui, diciendo que éste fue culto y barroco, pero no gongorino. Tanto Jáuregui como Callecerrada sucumbieron, pese a sus teorías previas, al encanto de Góngora, e imitaron su Polifemo. La argumentación de la citada investigadora es, en algunos casos, débil. Jáuregui no contradice en su Orfeo sus ataques teóricos a Góngora. “El poema no se aparta de lo preceptuado. No debe olvidarse que estamos en pleno Barroco y que el ambiente es extremadamente cultista. [...] El Orfeo es un poema culto, cultísimo, pero no gongorino. Lo que más destaca en él es el uso del cultismo, y no se olvide tampoco que Jáuregui no censura su uso, sino el abuso que de él o de cualquier otro recurso estilístico se haga”655. J.E. Laplana Gil también se ha referido al estilo cultista, más que culterano, que impregnaba la época. Esto se desprende 654 Lope de Vega, carta al Duque de Sessa, Madrid, h. primavera de 1617; en Cartas (de Lope de Vega), ed., intr.. y notas de N. Marín, Madrid, Castalia, 1985, p. 193. 655 Op. cit., t. II, p. XI. MENU SALIR 331 de las alabanzas, y, por tanto, clara aceptación, que vertió Lope sobre el Polifemo de Góngora656. De todos modos, no cabe duda, de que en una cultura tan “terminal” como la barroca, en que todas las estéticas se han ensayado y agotado, no es extraño que el arte se haga manierista e imite, más que a la naturaleza –mímesis– a obras artísticas anteriores –imitatio–. Y es que, como escribió con agudeza Julio Camba, “vivimos en un mundo deformado por siglos y más siglos de civilización y de cultura, donde los pájaros y los peces han perdido, por decirlo así, toda su naturalidad, y donde sólo algún artista extraordinario logra, muy de tarde en tarde, verlos a su manera, en vez de verlos a la manera de otros artistas”657. A la altura del año 1627 era más fácil imitar el estilo de Lope, Quevedo o Góngora que inventarse un estilo nuevo. Por ello, los escritores que florecen tras esos grandes maestros son más epígonos que innovadores. De ahí que se inspiren antes en la lectura que en la observación de la naturaleza. Callecerrada, como tantos de sus contemporáneos, tenía delante toda una panoplia de recursos estilísticos ya inventados. No necesitaba más que, manieristamente, estudiarlos y hacerlos suyos. R. Ragucci supo ver estas 656 “Lope, en los preliminares del Orfeo de Juan Pérez de Montalbán (o suyo) alaba la oscuridad de Góngora, y ataca a todos sus imitadores –claro que la alabanza a Góngora es interesada–: No piense ingenio humano / seguir aquel camino en castellano: / un Fenis hubo solo, / y así, no más de un Góngora, un Apolo; / los demás desvarían, / que en pensar que le imitan se confían”, Juan Pérez de Montalbán, Obra no dramática, cit., p. 316. Dámaso Alonso puso de manifiesto la influencia que ejerció Góngora en Lope: “Tenemos, pues, pruebas evidentes de la profunda impresión que los modos expresivos de Góngora dejaron en Lope, aun cuando la huella en estos poemas lopescos no sea continua. Ocurre, sin embargo, que de vez en cuando, en algunas piezas líricas junta Lope en pocos versos algunos signos de su tributo a la moda gongorina”, Poesía española..., cit., p. 447. 657 Ni Fuh ni Fah, Madrid, Taurus, 1957, p. 28. MENU SALIR 332 características: “[...] apreciable por la soltura musical de sus octavas y la elegancia de estilo, aunque empañada con dejos de amaneramiento”658. Para la mayor parte de la crítica actual, el Barroco deriva del Clasicismo (Renacimiento) por deformación y complicación de los elementos constitutivos de éste. Hoy nadie admite el principio enunciado por E. d’Ors: “Lo que produce [al barroquismo] es una especie de descomposición del estilo clásico del Renacimiento. [...] Lejos de proceder del estilo clásico, el Barroco se opone a él”659. Nada más lejos de la verdad. Concretando: el Endimión no es sino un descendiente lejano de las fábulas mitológicas renacentistas –así, la de D. Diego Hurtado de Mendoza sobre Hipómenes y Atalanta–, que conserva los rasgos de forma y estilo de ésta, aunque deformados por influjo de una nueva estética: la de lo expresivo y desbordante, frente a la de lo correcto y mesurado propio del Renacimiento. Góngora es un fray Luis desmesurado, y Callecerrada un Góngora –y un Lope, y un Quevedo– estereotipado. Todo poeta que vive y crea en un tiempo en que la fuerza de determinados modelos es excepcional por su profundidad y su extensión recibe la influencia de esos modelos inevitablemente. La lectura de sus libros, cuyas características estéticas se hallan resaltadas por los comentarios de aficionados y especialistas, impactan en los demás poetas 658 Op. cit., p. 181b. En p. 182 repite la idea en el esquema-resumen de la época barroca: “Endimión, de estilo elegante y verso fácil, algo amanerado”. Recordemos la importante distinción que realizó E. Orozco sobre Manierismo y Barroco: “Distinguimos, pues, entre Manierismo y Barroco como dos momentos inmediatos de la Historia del Arte y de la Literatura que se producen en dicho orden de sucesión; pero sin que ello obedezca a una ordenada y regular periodización cronológica, pues si bien en general lo manierista precede a lo barroco, ello se produce sin que obedezca a una periodización claramente delimitada y en consecuencia con variaciones irregularidades”, Manierismo y Barroco, cit., p. 158. 659 Op. cit., pp. 77-78. MENU SALIR 333 en mayor o menor grado. Incluso los que no han leído, movidos por un rechazo visceral, siempre emanado de motivos personales, las obras de los grandes maestros, reciben su influencia, que les llega de un ambiente poético que está saturado de la misma. Pongamos el caso de Callecerrada. Aunque éste afirme en los preliminares de su Endimión su discipulado respecto de Lope de Vega – escritor que le parece, como ya hemos explicado, modelo de claridad– y rechace a Góngora y a otros poetas afines al cordobés por su pretendida oscuridad, su obra muestra la huella inconfundible de éstos. Es indudable que Callecerrada leyó la poesía de D. Luis. Pero, aunque por una hipótesis increible no lo hubiera hecho, la polémica gongorina adquirió tal resonancia cultural en su tiempo que ese mismo choque de ideas hubo de fecundar su poesía pese a su voluntad. Dígase lo mismo de la influencia de Herrera, Quevedo y otros maestros de la época. El fundamento teórico de esta doctrina lo formuló lúcidamente Azorín en 1946 en sus Memorias inmemoriales: “Cuando decimos que no nos dejaremos influir por tal autor, ya estamos por él influidos. Cuando decimos que no puede acusarse en nuestro libro la influencia de otro libro, puesto que no lo hemos leído, ese libro está ya patente en el nuestro; en el ambiente estaba esparcido el efluvio de ese libro o de una escuela estética. [...] Y ese efluvio misterioso, ineluctable, es el que se ha posado, sin que lo queramos, en las páginas de nuestro libro. [...] Resignémonos a sufrir las influencias y a sufrirlas [hasta] de los libros que rechazamos”660. 660 Loc. cit., pp. 224-225. MENU SALIR 334 Todo poeta, estéticamente, es hijo de su época. Por eso, un poeta barroco como Callecerrada, refleja en su poesía los gustos y modas de su tiempo. Para estudiarlo, pues, es preciso encuadrarlo en el ambiente en que se formó y creó. Sólo como un eslabón –todo lo original que se quiera– de esa cadena tiene sentido su poesía. Como explica Dámaso Alonso, “Góngora se propuso, y en buena parte consiguió, derribar las lindes de la expresión estética, decir más apretadamente, más intensamente, con más efectos inmediatos y retardados, en la sensibilidad del lector [...]. Adelantándose a todos, allá en los comienzos del siglo XVII, con igual despreocupación y con la máxima intensidad, está un intento aislado, de ampliar las posibilidades estéticas del lenguaje humano: lo hizo un español [Góngora]”661. Como ya hemos visto, el autor de las Soledades influye profundamente en todos los poetas de su tiempo, incluido Lope de Vega. No es extraño, por lo tanto, que siendo Callecerrada un discípulo confeso de Lope, muestre en su Endimión la huella estética inconfundible del poeta cordobés. Ello obliga al lector que se enfrenta a nuestra fábula mitológica a “descifrar” un texto que el poeta ha “cifrado” en gran medida. El receptor de poesía culterana ha de hacer un –afirma R. Jammes– “desciframiento laborioso de un poema denso, conciso, extraordinariamente alusivo y minuciosamente calculado hasta en los menores detalles”662. 661 “Góngora entre sus dos centenarios (1927-1961)”, en Cuatro poetas españoles (Garcilaso – Góngora – Maragall - Antonio Machado), Madrid, Gredos, 1961, p. 77. 662 “Introducción”, loc.cit., p. 105. El único rasgo que aquí extraña es el de “conciso”; el Endimión, desde luego, no lo es, sino pródigo en palabras. En este sentido califica el Endimión J.Mª. de Cossío: “Es pieza grata de leer, si bien la perjudica la extensión y prolijidad, con espléndidos trozos llenos de ingenio poético, ya que no de verdadero aliento de poesía”, op. cit., p. 393. MENU SALIR 335 Para concretar algo más la caracterización de la obra del vate madrileño, nos interesa reparar en las palabras de F. Gutiérrez. Éste afirma que, como El Narciso de J. Bermúdez y Alfaro –compuesto por trescientas octavas–, las de Callecerrada “no son exactamente gongorinas, sino cultistas”663. También C.A. de la Barrera y Leirado en su Catálogo se refiere a que, “no obstante el propósito de nuestro autor [Callecerrada], su obra adolece de culteranismo”664. Aún podemos añadir otra opinión interesante: la de C. Rosell, que conviene en que “Marcelo Díaz Callecerrada, poeta, que, según afirma en su Dedicatoria, determinó seguir el estilo claro y cierto de Castilla, como Lope de Vega, a quien llamaba su maestro, pertenece a la escuela conceptuosa y enigmática de los cultos”665. Tras todo lo dicho, si nos preguntamos nuevamente si Callecerrada es un discípulo de Lope o, por el contrario, de Góngora, pensamos que debemos contestar que, en el fondo, lo es de ambos, es decir, es un poeta barroco con todo lo que ello implica. Así se expresa J.Mª. Pozuelo Yvancos sobre estas circunstancias: “¿Es la poesía barroca un fenómeno con posible consideración unitaria? Creemos, en efecto, que existe una unidad básica [...]. La historiografía artístico-literaria ha buscado afanosamente las bases ideológicas y formales de esa unidad. [...] La poesía del siglo XVII merece una consideración unitaria en cuanto es estilísticamente diferenciable de la renacentista. [...]. Lo propio del Barroco es [...] una intensificación, violencia y acumulación formal, una estilística nueva que sustituye la línea estática por el trazo dinámico, el 663 664 Loc. cit., p. 13. Loc. cit., p. 126a. MENU SALIR 336 equilibrio por el movimiento, el juego y la dificultad frente a la claridad, etc.”666. Es claro que el Endimión, como obra montada sobre una concepción estética barroca, adopta una configuración multiforme y viva, que intenta reproducir, no la pulcra y cartesiana geometría de un jardín, sino la intrincada y “confusa” pujanza de una selva. La belleza barroca tiene, pues, como fundamento, la variedad, siguiendo en esto el célebre verso de Serafino Aquilano que ya citamos en otras páginas de nuestra tesis: che per tal variar natura è bella667. En mi opinión, el ideal de la maravilla preside la creación de nuestro poema mitológico. Todo su “ornato”, su léxico cultista, sus juegos de palabras, sus alusiones mitológicas, etc., no tienen otro fin que despertar la admiración del lector, que queda fascinado ante el despliegue de esa pirotecnia poética exuberante. Es decir, la estética de Callecerrada es, sin duda, técnicamente manierista, y argumental e ideológicamente barroca (no se olvide que su arte es el de la Contrarreforma, en el que el docere es un fin esencial que se logra primordialmente a través del delectare). 665 Op. cit., p. XVI. Op. cit., pp. 11-12. En p. 16 continúa diciendo: “Luis Carrillo [y Sotomayor (1582-1610) defiende [en su Libro de la erudición poética] una poesía apoyada sobre la erudición; desprecia la poesía vulgar que no precisa estudios para entenderla y se acoge a una concepción elitista –de elite intelectual– en la que el goce estético va inseparablemente unido a la excelencia y cultura del receptor y a su sentimiento objetivo y subjetivo de serlo minoritario. Pese a haber sido calificado com la Poética del culteranismo el libro de Carrillo y Sotomayor propugna, asimismo, una dificultad apoyada en la agudeza conceptual, por lo que su obra es mejor entenderla como no referida exclusivamente a la poesía cultista [es decir, culterana], sino como una estética válida para la creación barroca en general”. 667 Cervantes, cuya concepción novelística es, en aspectos fundamentales, barrroca, destaca este verso cerrando el parlamento de Damón incluído en el Libro V de La Galatea (1585). Para la fortuna de este topos en la literatura española, cf. J.B. Avalle-Arce, ed. de La Galatea [1961], Madrid, Espasa-Calpe, 1987, p. 348, n. 2. 666 MENU SALIR 337 En un poema genéricamente tan bien definido como el Endimión de Callecerrada, y sometido a una preceptiva tipificada con rigor, esta variedad se centra en algunos aspectos fundamentales. Afecta, desde luego, a la riqueza de anécdotas, ideas, “conceptos”, puntos de vista, actio, etc., pero se intensifica especialmente en la multiplicidad de formas y recursos de estilo. En este sentido, la fábula mitológica que estudiamos constituye una sinfonía estilística, en que los más diversos procedimientos se mezclan entre sí, interinfluyéndose y modulándose dialécticamente en acordes de un manierismo de gran maestría. El estudio monográfico del estilo del Endimión daría, sin duda, por sí solo materia para una tesis doctoral. Siendo, sin embargo, la nuestra una investigación global de todas las facetas del poema, nos limitaremos en los siguientes capítulos, dentro de este análisis que estamos realizando del estilo, al estudio de sus aspectos capitales: tropos (metáfora y metonimia-sinécdoque), hipérbole, hipérbaton, otras figuras retóricas, lengua poética (cultismos, arcaísmos, neologismos, etc.). Con ello pretendemos, no agotar la materia, sino trazar el perfil definitorio del estilo de Marcelo Díaz en el poema que estudiamos. MENU SALIR 338 2. Retórica Debemos, en un primer momento, reparar en el valor literario que a la retórica original y a la artificiosidad de la tópica y mostrenca otorga la estética barroca. A este respecto, expresa Azorín: “Se ha clamado y se clama mucho contra la Retórica. Pero ¿podría hablarse bellamente sin la Retórica? No; lo que se quiere protestar con esto es contra las metáforas viejas, contra lo superfluo, contra la profusión, contra el fárrago inútil. Las figuras retóricas son necesarias en el lenguaje”668. Permítasenos recordar brevemente que la retórica, en su sentido más tradicional y ortodoxo, busca principalmente lograr el decoro entre el contenido y la forma en que éste se dispone –res y verba–. Además, el escritor que utiliza de estos recursos estilísticos en sus obras debe intentar lograr que se establezca un equilibrio, que puede derivarse de la combinación más adecuada posible entre inventio, dispositio y elocutio669. Puesto que en el Renacimiento y, sobre todo, en el Barroco, la perfección y belleza de la lengua no se busca únicamente en su naturaleza, sino en el artificio, no cabe duda que el uso de la retórica se 668 El político (con un epílogo futurista) [1908], Madrid, Espasa-Calpe, 19683, p. 122. A. Blecua señala a este respecto que, “la exacta conjunción entre inventio, dispositio y elocutio sería el fin esencial de la constitución del discurso perfecto: ingenio y juicio en exquisita economía de medios. Economía no quiere decir servirse de las menos palabras posibles –como el estilo ático– sino decoro. Como es sabido, la retórica, en la fase de la elocutio, se mueve en el terreno de las virtutes tanto de los verba – singula o coniuncta–, esto es, los desvíos positivos de la norma gramatical [sic]. Las virtudes de la elocución –latinitas, perspicicuitas, aptum y ornatus–, se manifiestan a través de los tropos y de las figuras, ya de dicción, ya de pensamiento, ya en verba singula, ya en verba coniuncta. El ornatus es virtud fundamental para el desvío y la teoría de los estilos”, “La Retórica en las Anotaciones: sobre Aftonio y Herrera con otras consideraciones”, en B. López Bueno (ed.), Las “Anotaciones” de Fernando de Herrera. Doce estudios, Sevilla, Universidad,1997, p. 178. 669 MENU SALIR 339 engrandece y amplía670. Se ha escrito mucho sobre cuáles eran los aspectos retóricos principales que conformaban el estilo barroco y, dentro de éste, nos interesa destacar –dada la temática de nuestro trabajo– los recursos que determinan los pilares de la oscuridad. J. Roses señala que, “debe precisarse, siquiera sea someramente, que los fundamentos de la oscuridad tan reiterados en la crítica del XVII como son el cultismo, el hipérbaton y la metáfora, encuentran –atravesando un perenne reguero de siglos– su fuente precisa en los motivos de la obscuritas expuestos en el sistema retórico de la elocutio”671. No olvidemos que incluso el mismo J. de Jáuregui estableció que las tres causas de la oscuridad en la poesía de su época eran los neologismos, las metáforas y los hipérbatos. Ya hemos hablado de la dependencia estética de Marcelo Díaz Callecerrada respecto de Lope de Vega, y concretamente de su teoría de la comedia nueva. Ello está muy claro en lo que respecta a las figuras 670 Pensemos si no en el caso de don Juan de Ovando y Santarén, autor de la misma época que Callecerrada, cuyo uso de las figuras retóricas nos puede servir como ejemplo. C. Cuevas ha hecho notar lo siguiente: “Inacabable sería el catálogo de figuras retóricas a que recurre Ovando en su poesía. Para él, la inspiración no es sino un proceso de lucidez expresiva, que se realiza encontrando los signos poéticos más eficaces. Ninguna cosa ai en este autor que no sea cuidado i estudio ... Nada de lo que escrivió deja de ser mui lleno de arte, podría decirse de él, como de Herrerra dijo Rioja. En sus versos hallamos, en efecto, toda suerte de juegos de palabras –en este / de la uida último uale, /¡O Jesús!, quieras ualerme–; continuas paronomasias – es cada turca en la beldad turquesa–; calambur –prodiga luzes, de quienes / esta isla es casa escasa; a veces con un gracioso guiño de humor: que no ai Belilla sinçera; perífrasis de elusividad muy consciente –del Nécar nácar líquido y sonoro (‘el agua del Nécar’)–; gradaciones –ya se ven, se conocen, y aun se influyen–; enumeraciones caóticas, aliteraciones, armonías imitativas –el ronco taratántara repite–, apóstrofes, exclamaciones, hipérboles –Causan los tiros que la luz remate / la magestad de la solar diadema, / pues las neblinas que del humo sacan / al cielo muran y a la tierra opacan–. Por este camino llegaremos a una arquitectura verbal de abigarrado manierismo, llena de construcciones correlativas, plurimembres, quiasmáticas, diseminativo-recolectivas, etc.”, Ocios de Castalia en diversos poemas, cit., pp. 64-65. 671 Op. cit., p. 152. Roses se reafirma en esta idea en la misma página: “Con escaso margen de error, puede concluirse que la tríada retórica generadora de la osbscuritas en la poesía de Góngora está constituida, según los lectores críticos del XVII, por neologismos, hipérbatos y metáforas (nuevas voces, transposiciones y translaciones si empleamos la terminología del Siglo de Oro). Sobre esta sinopsis retórica se articulan, pues, las diversas reflexiones de los contendientes en la polémica que nos auxilian en el desciframiento de la naturaleza retórica de la oscuridad gongorina”. MENU SALIR 340 retóricas, que en Lope como en el autor del Endimión se utilizan como recursos poéticos. Recordemos unos versos del Arte nuevo de hacer comedias, que parecen escritos pensando en nuestro epilio: “Las relaciones piden los romances, aunque en otavas lucen por estremo [...] Las figuras retóricas importan, como repetición o anadiplosis, y, en el principio de los mismos versos, aquellas relaciones de la anáfora, las ironías y adubitaciones, apóstrofes también y exclamaciones”672. No obstante, no debemos dejar de lado que el hecho de que aparezcan abundantes figuras retóricas en un texto –como ya veremos que ocurre en nuestro Endimión–, no siempre indica que éste sea oscuro, complicado o retorcido –o viceversa–. Según el modo en que el autor las utilice, el lugar en que las introduzca, el mayor uso de unas sobre otras; en suma, según la maestría del escritor, el resultado será bien distinto. G. Serés se refiere a este hecho, poniendo de manifiesto que, textos que parecen inicialmente sencillos, no lo son tanto en realidad: “Evidentemente, las citadas y muy diversas duplicaciones, paralelismos y construcciones bimembres en general [en Don Quijote de la Mancha, 672 Loc. cit., vv. 309-310 y 313-318. MENU SALIR 341 II, 55] [...] sirven para completar la ironía y la parodia. Y al mismo tiempo, este despliegue retórico también demuestra que el lenguaje cervantino no es tan ‘llano’ o coloquial como algunas veces se ha querido presentar, pues el autor domina a su antojo estos procedimientos, fácilmente rastreables en todo el texto”673. El mismo razonamiento se podría invertir si lo aplicáramos a otros casos. Así pues, es importantísimo el arte que demuestra un autor a la hora de utilizar los recursos estilísticos. Es más, cada género literario tiene una retórica específica, de tal modo que las fábulas mitológicas tienen sus propias características en cuanto al uso de las figuras que atañen al estilo674. Dado que éstas tienen una parte heroica, debe escribirse en estilo sublime, con el máximo de ornato. No olvidemos que el género estilístico alto o sublime es el mejor descrito, según se deriva de las opiniones de Cicerón, Demetrio o Hermógenes, entre otros. Mª.J. Vega afirma que “la épica resulta asociada a los estilos altos de cada uno de los sistemas estilísticos, y su sonoridad es, sustancialmente, áspera; la lírica, al estilo mediocre de la tripartición ciceroniana [como es sabido, estilos sublime, medio e ínfimo], y su sonoridad es dulce, lene, suave, tierna”675. 673 “Uso y parodia de algunos recursos retóricos en el Quijote, II, 55” en Bulletin of Hispanic Studies, LXXVII (2000), p. 53. Continua diciendo en la misma página: “No obstante, lo que quería subrayar especialmente es que estos recursos retóricos contribuyen a la parodia que impregna una parte del capítulo, subrayando las desdichas de Sancho y la degradada situación a que ha llegado”. 674 “La dicción adecuada –explica Mª.J. Vega– a cada especie de poesía es inseparable de la legislación retórica sobre la elocución propia de cada uno de los estilos, genera dicendi, formae o caracteres. Más exactamente, es inseparable de un conjunto de observaciones sobre los distintos sistemas estilísticos que conviven en la síntesis renacentista de las tradiciones retóricas clásicas. La asimilación de especies poéticas y estilos retóricos tiene el ascendiente medieval de la rota Vergilii”, op. cit., p. 245. 675 Ib., p. 249. MENU SALIR 342 Marcelo Díaz Callecerrada, como buen poeta barroco, es consciente de todo el partido que le puede sacar al uso adecuado de los recursos estilísticos. Basta con echar un rápido vistazo al Endimión para darnos cuenta de la gran importancia que tiene la retórica en la obra. En este sentido, J.Mª. de Cossío –uno de los pocos críticos que presta demorada atención a nuestra obra en su imprescindible Fábulas mitológicas en España– opina que el Tercer Canto es “el mejor fragmento del poema, pero al fin arabesco retórico, sin verdadero nervio pasional ni poético, obra del estudio y del talento, más que de verdadera vocación por la poesía”676. Esperemos a analizar detenidamente en los próximos apartados el modo en que aparece la retórica en nuestra fábula mitológica para poder dar un dictamen razonado sobre esta afirmación. 2.1.Los tropos Como presupuesto fundamental de este capítulo debo advertir que su estudio tiene un carácter puramente instrumental y analítico. Por lo mismo, no voy a plantearme en él un examen monográfico exhaustivo sobre la naturaleza y características de los tropos –metáfora, metonimia y sinécdoque–. Ello daría lugar, no ya a otra tesis doctoral, sino a un abundante número de ellas. Mi intención es aquí, simplemente, analizar el perfil tropológico del Endimión de Marcelo Díaz, recurriendo a una bibliografía científica solvente sobre la materia. Aplicando los principios más importantes de que disponemos sobre la misma, estudiaré el estilo de la fábula mitológica objeto de la tesis. 676 Loc. cit., p. 393. MENU SALIR 343 Por lo tanto, en ningún modo pretenderé utilizar una bibliografía que agote todos los aspectos teóricos de esta materia, ni mucho menos trataré de apurar los aspectos sobre la aplicación que de ella hacen otros poetas barrocos o de cualquier otra época. La apoyatura bibliográfica sobre la que construiré este punto de mi tesis será la que baste para poner en claro las técnicas de lenguaje figurado utilizadas por Marcelo Díaz, y compararlas –en la medida en que esa distinción tenga un fundamento objetivo– con las empleadas por otros poetas de su tiempo (léase Góngora, Lope, Quevedo, etc.). Entrando ya en materia, consideramos que es importante que desde el comienzo aclaremos qué entendemos por tropo, y más aún, si observamos que la frontera entre los tropos y las figuras retóricas no siempre ha estado clara. Para ello, resulta conveniente consultar la opinión de H. Lausberg: “El tropus comunica, pues, a la palabra empleada trópicamente una nueva significación que el hablante expresa mediante su voluntas semántica y que el oyente reconoce por el contexto de la frase y de la situación. Cabe, pues, definir el tropo desde el punto de vista de la palabra empleada como tropo (y no desde el punto de vista de la palabra desplazada) como verbi vel sermonis a propria significatione in aliam cum virtute mutatio (Quint. 8, 6, 1); el tropus es un cambio de la significación, pero un cambio cum virtute, por tanto, no es ya un vitium de improprietas. [...] El tropo se halla al servicio del ornatus y, al encubrir la voluntas semántica, ayuda especialmente a evitar el taedium”677. 677 Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de la literatura [1960], 3 ts., Madrid, Gredos, 1966 (t. I), 1967 (t. II), 1968 (t. III), t. II, pp. 57-58. En pp. 60-61 de esta misma obra añade: “La primera MENU SALIR 344 Los estudios retóricos tradicionales han coincidido normalmente en indicar que los tres tipos de tropos son: la metáfora, la metonimia y la sinécdoque. P. Ricoeur expresa que “Fontanier se precia de haber dado una teoría exhaustiva de las relaciones entre las ideas, al distinguir las relaciones de correlación o correspondencia, las relaciones de conexión y las relaciones de semejanza; las tres clases de tropos –metonimias, sinécdoques y metáforas– tienen lugar en virtud de estas tres clases de relaciones”678. Metonimia y metáfora forman un conjunto cerrado, estable, que sólo se ve transformado por la inclusión o exclusión –según criterios– de la sinécdoque. Así, podemos poner como ejemplo la afirmación de M. Le Guern, que opina que “los tropos o , si se prefiere, usos figurados, pueden reducirse en su mayoría a dos grandes categorías: la metáfora y la metonimia”679. Las distinciones entre los tres tipos tradicionales de tropos no siempre, pues, son claras. Se ha abundado en tratar las diferencias entre metonimia y sinécdoque. Apuntemos, antes de entrar en materia, que la retórica clásica considera que la metonimia ha estado sostenida sobre clasificación detallada de los tropos (τρόποι) con este nombre nos la ofrece Tryph. trop. P. 191 ss., quien distingue 14 clases de tropos. Isid. 1, 37, 1 (siguiendo a Donat. gr. III, 6 p. 399, 14) y Beda p. 611, 21 conocen 13 clases de tropos. Quint. 8, 6, 1 alude a las discusiones respecto a la clasificación de los tropos: inexplicabilis et grammaticis inter se ipsos et philosophis pugna est, quae sint genera, quae species, qui numerus, quis cuique subiciatur”. Por su parte, M. Le Guern indica que “la retórica tradicional clasificaba a la metáfora entre los tropos, que, según la definición de DuMarsais, eran figuras por medio de las cuales se hace que una palabra tome un significado que no es propiamente el significado preciso de esa palabra”, La metáfora y la metonimia, traducción de A. de Gálvez-Cañero y Pidal, Madrid, Cátedra, 1976, p. 13. [El título original es Sémantique de la métaphore et de la métonymie, Libraire Larousse, 1973]. Le Guern ofrece la obra de la que toma la definición de DuMarsais: Traité des tropes, I, 4. [Tratado de los tropos, traducción de J.M. Aléa (2 vols.), Madrid, Aznar, 1800, p. 22. N. del T.]. Según afirma P. Ricoeur, “es cierto que el tropo consiste en una sola palabra, pero tiene lugar entre dos ideas por transposición de una a otra”, La metáfora viva, Madrid, Ediciones Europa, 1980, p. 86. [Traducida por A. Neira de La Mètafore vive, Paris, Éditions du Seuil, 1975]. 678 Ib., p. 86. 679 Op. cit., p. 13. MENU SALIR 345 una relación cualitativa. La sinécdoque sería la metonimia de relación cuantitativa que se realiza como relación: 1) parte-todo, 2) géneroespecie, 3) relación numérica singular-plural y viceversa. Normalmente, las corrientes que definen la sinécdoque de manera separada de la metonimia lo hacen basándose en la primera relación mencionada (partetodo), subrayándose en este recurso su carácter de inclusión. No hay que olvidar que también se ha discutido sobre si, en algunos casos determinados, existían diferencias ente metáfora y metonimia, ya que, o bien algunos mecanismos son percibidos como producto de una misma actividad mental, o participan de forma unificada con las significaciones simbólicas. El paso de la metonimia a la metáfora es fluido, especialmente en la metonimia personal y simbólica. Así, como explicaba H. Lausberg, la metonimia mitológica tiene un claro sello metafórico que en algunos casos puede incluso convertirse en alegoría. La oposición entre metáfora y metonimia como procesos se amplía si se considera el enfrentamiento entre lenguaje recto y lenguaje figurado. La metáfora se ve como algo ajeno, que no puede ser interpretada de forma literal. La metonimia, en cambio, expresa un sentimiento de algo que no es exacto, aunque no obliga a una corrección, ya que no afecta a la comprensión del enunciado, sino a la visión general de lo que nos rodea. Podemos concluir que la relación existente entre dos objetos contenidos en una metonimia puede ser catalogada como “real”. Se opone esto a la relación de tipo comparativo que se establece entre los dos términos –real e imaginario– de una metáfora que, además, puede estar basada en criterios sumamente subjetivos. De tal modo es esto así MENU SALIR 346 que se han ofrecido clasificaciones que oponen los dos procesos como una separación que divide lo exterior y lo interior. La metonimia afecta a los objetos de manera física, la metáfora al sentido. Se puede calificar a la primera como un problema de referencia, y a la segunda como un problema de significación. Recordemos, además, el modo en que S. Ullman estableció una distinción según las relaciones lógicas o psicológicas. En ambas se ponen de manifiesto la existencia de procesos metafóricos, metonímicos y sinecdóticos en la formación de palabras. El sistema de los tropos se constituye en una forma de creación y aprehensión de una nueva realidad, en un proceso intelectual que se extiende más allá del origen del lenguaje a toda situación de necesidad expresiva. Es el momento de que nos detengamos en el que ya señalamos como el precursor más directo del estilo de Góngora, Fernando de Herrera, en cuyo proceso de teorización del lenguaje poético la retórica alcanza un lugar fundamental. Los humanistas ya vieron las grandes posibilidades que ésta tenía. Según C. Cuevas: “Especial importancia concede Herrera al lenguaje tropológico, que usa por gracia de ornato i deleite, i mayor expresión de cosas, i representación de una cosa en otra, o por acrecentamiento de la oración, o por huir de torpeza [...]; porque [...] la traslación trae maravillosamente lumbre a las cosas, i deleita i haze que la oración no paresca vulgar (As., 84)”680. En 680 “Teoría del lenguaje poético en las Anotaciones...”, cit., p. 165. En esa misma página continúa Cuevas aportando aspectos interesantes sobre el uso de los tropos por Herrera: “El concepto de traslación es central en la teoría del lenguaje poético del sevillano. Para él, las palabras ajenas o traslaticias, por su fuerza expresiva y su elegancia, sirven maravillosamente al ornato. A éstas, los griegos las llamaban tropos, los latinos traslaciones, y Aristóteles metáforas (de µεταΦέρειν, ‘transferir’). Siguiendo al Estagirita, Herrera emplea el vocablo metáfora en un sentido muy amplio: el que hoy conocemos técnicamente como tropo –que MENU SALIR 347 cualquier caso, el sevillano siempre recomendaba un uso moderado y cuidadoso de estos recursos destinados a embellecer la forma de un escrito. Todo lo dicho de los tropos hasta este momento no quiere ser más que una breve introducción. En las siguientes páginas intentaremos estudiar cómo usa Marcelo Díaz Callecerrada estos recursos en su Endimión, a los que –ya lo anunciamos– les da un lugar preeminente como fuente de ornato de su obra. Además, no podemos dejar de lado el hecho de que la temática de esta fábula también le invita a ello, pues, como explicó E. Orozco Díaz, refiriéndose a la obra de don Luis de Góngora, “la mitología ofrece un buen campo para la alusión y para el tropo”681. 2.1.1. La metáfora No nos cabe ninguna duda de la importancia fundamental que tiene la metáfora en el análisis estilístico de cualquier texto poético. R. Wellek y A. Warren pusieron de manifiesto que “uno de nuestros contemporáneos [M. Eastman] ha dicho que los principios organizadores capitales de la poesía son el metro y la metáfora; además, el metro y la metáfora van juntos, se pertenecen, y nuestra definición de él considera sinónimo de los otros dos–, agrupándolos, por afinidad, con la metonimia, la antonomasia, la perífrasis y la hipérbole, todas las cuales son consideradas por él figuras de traslación (As., 84). Lo esencial, pues, para que haya metáfora es que la palabra se use en sentido traslaticio. Por eso los símiles –que se construyen con partículas comparativas (casi, como, etc.)–, no pertenecen a esta categoría, al utilizar los vocablos en sentido recto”. 681 Góngora, cit., p. 122. MENU SALIR 348 poesía habrá de ser lo suficientemente general para abracarlos [sic: ¿’abrazarlos’ o ‘abarcarlos’?] a los dos y explicar su convivencia”682. Sólo con comenzar a estudiar el proceso metafórico, nos damos cuenta de que éste ha sido ampliamente tratado, realizándose su abordaje desde muy distintos puntos de vista –perspectivas psicológicas, filosóficas, etnológicas, lingüísticas, etc.–. Como ya advertimos, no pretendemos ahora agotar todas las posibilidades de análisis que se podrían plantear, y, más aún, teniendo en cuenta que las dificultades se acentúan, dado que la metáfora misma no constituye un objeto único: su concepción y su uso han sufrido modificaciones a lo largo del tiempo. Nuestro objetivo es, por tanto, distinto: queremos solamente recordar algunos puntos que consideramos fundamentales para apoyar nuestro estudio sobre este importante tropo –la metáfora– en el Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada. En cuanto a sus orígenes, son muchos los que han considerado que ésta nace y adquiere fuerza entre los pueblos primitivos que tienen elementos tabúes, restricciones puestas por el hombre sobre ciertos objetos y partes de la realidad por creer que de ellos, de su uso, se puede derivar algún peligro. Necesitan nombrar de una nueva manera el objeto cuya auténtica denominación no se puede o no se debe pronunciar683. Como es bien sabido, la metáfora se suele explicar como un tropo consistente en la identificación de dos objetos distintos que guardan una 682 Op. cit., p. 221. Añade que la cita perteneciente a M. Eastman se encuentra en The Literary Mind in an Age of Science, Nueva York, 1931, p. 165. En la p. 253 de su Teoría literaria, Wellek y Warren se reafirman en la importancia que tiene la metáfora: “Al igual que el metro, las imágenes son estructura integrante de un poema. Expresadas en función de nuestro esquema, forman parte del estrato sintáctico o estilístico. No deben estudiarse, en último término, aisladas de los demás estratos, sino como elemento de la totalidad, de la integridad de la obra literaria”. MENU SALIR 349 relación de semejanza, y lo que es muy importante, sin que exista una comparación expresa. Aquí radica la gran diferencia que existe entre la metáfora y la comparación, llegándose a decir que la metáfora era una comparación abreviada. Como explica P. Ricoeur: “El análisis gramatical de la comparación confirma su dependencia con respecto a la metáfora en general; la única diferencia entre una y otra reside en la presencia o ausencia de un término de comparación; éste es el caso de la partícula como (hôs)684. Sin embargo, es fundamental añadir que en la metáfora cobra gran importancia el elemento diferente e incompatible, y no sólo el común. Las asociaciones adquieren realce gracias tanto a las semejanzas como a las diferencias. La unión de ambas crea el auténtico efecto poético. Precisamente, el ser capaces de conexionar elementos distintos pertenecientes a campos semánticos diferentes, a través de la nueva visión de un creador, es lo que confiere a la metáfora su auténtico valor, ya que nos sorprende, e incluso llega a conmover nuestros sentidos. Siguiendo las palabras de M. Le Guern, “esencialmente, la metáfora sirve para expresar una emoción o un sentimiento, que intenta sean compartidos”685. De esta manera, la metáfora se convierte en una forma de aprendizaje y conocimiento. Su mecanismo se halla íntimamente unido al que realizamos cuando queremos acercarnos a la realidad, 683 Cf. sobre los orígenes de la metáfora, H. Werner, Die Ursprünge der Metapher, Leipzig, 1919. Op. cit., p. 42. H. Lausberg ofrece nuevas diferencias entre la metáfora y la comparación: “Frente a la similitudo la metáfora tiene la virtus brevitatis (Cic. De or. 3, 39, 158); debido a la brevitas la metáfora es más oscura, pero también más inmediata e incisiva que la comparación. Pero, por ello mismo, la metáfora plantea a la capacidad receptiva del público mayores exigencias”, op. cit., p. 62. 685 Op. cit., p. 87. 684 MENU SALIR 350 aprehenderla. Ocurre de forma parecida a los momentos en que, durante nuestra infancia, adquirimos el lenguaje y los conceptos. Por ello, la metáfora supone una pedagogía, nos abre nuevos horizontes que nos hacen tomar contacto con visiones distintas de los objetos que nos rodean686. Tradicionalmente –como se aprecia en la Poética y en la Retórica de Aristóteles, o en De Oratore de Cicerón– se establecía una gradación en las metáforas basándola en los grados de semejanza: simile, dissimile y contrarium. Según afirmaba F. García Lorca, que tan buen uso supo hacer de este tropo en sus obras, “para que una metáfora tenga vida necesita dos condiciones esenciales: forma y radio de acción. Su núcleo central y una redonda perspectiva en torno de él. El núcleo se abre como una flor que nos sorprende por lo desconocida, pero en el radio de luz que lo rodea hallamos el nombre de la flor y conocemos su perfume. La metáfora está siempre regida por la vista (a veces por una vista sublimada), pero es la vista la que la hace limitada y le da su realidad”687. Tal vez resulte una obviedad decir que a lo largo de la historia se han vertido numerosas definiciones que intentaban determinar de la manera más correcta posible en qué consiste este tropo. Así, Aristóteles 686 Además, como mostró M. Le Guern, las motivaciones de la metáfora han repercutido en otros campos: “Esta búsqueda de las motivaciones de la metáfora emprendió un análisis de las funciones del lenguaje que la lingüística ha superado. Quizá convenga revisarla, examinando estos primeros resultados a la luz de una teoría más elaborada de las funciones del lenguaje, la que Roman Jakobson expone en su artículo Lingüística y poética. La función referencial, que remite al contexto, es decir, a la realidad exterior al remitente y al destinatario del mensaje, se atenúa cuando se pasa del término apropiado a la expresión metafórica. La función fática, que establece el contacto necesario a la comunicación, no queda modificada de forma sensible. La función poética, que concierne a la sustancia del propio mensaje, desempeña un cierto cometido, aunque no es determinante. La función metalingüística, que centra la elocución en el código, es la que hace posible la metáfora, pero sin motivarla. Las motivaciones esenciales de la metáfora vienen, pues, de la función emotiva, centrada en el remitente, o de la función conativa, que es la orientación hacia el destinatario”, op. cit., pp. 86-87. MENU SALIR 351 en su Poética ya dijo que es la transferencia que se produce a un objeto del nombre que es propio de otro. Posteriormente, la crítica ha ido apoyándose en esta idea, ofreciendo nuevas definiciones que aportan algunos matices y cambios, nuevas visiones sobre la concepción aristotélica688. Así, M. Le Guern expresa que, “las definiciones de la metáfora no faltan. Retengamos aquí la de DuMarsais: La metáfora es una figura por medio de la cual se transporta, por así decir, el significado propio de una palabra a otro significado que solamente le conviene en virtud de una comparación que reside en la mente”689. Por su parte, P. Ricoeur escribe: “Sabemos que la definición de la metáfora no sólo prescinde de una referencia directa al nombre, sino que tampoco hace referencia a los objetos. Su misión es presentar una idea bajo el signo de otra más incisiva o más conocida”690. Se ha señalado en muchas ocasiones que los elementos fundamentales de la metáfora son principalmente cuatro: la analogía, la doble visión, la imagen sensorial reveladora de lo imperceptible y el de la proyección animista. No obstante, estos elementos no se suelen dar nunca en igual medida, sino que su uso mayor o menor depende de 687 “La imagen poética en don Luis de Góngora”, cit., p. 71. T. Vianu escribe: “Un primer intento de clasificación formal de las metáforas se encuentra en la Poética de Aristóteles [...]. El análisis de la obra de Aristóteles nos aclara que el antiguo teórico tenía un concepto primitivo de la metáfora, que solo el desarrollo ulterior de la noción debía completar y profundizar. La idea aristotélica de la metáfora desconocía tanto su sentido unificador como las otras funciones psicológicas y estéticas (sin contar las sensibilizadoras. Véase Retórica, III, 10, 6) identificadas, como hemos visto, en investigaciones más recientes”, Los problemas de la metáfora [1967], traducida por M. Serrano Pérez, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 19712, pp. 95-96. [El título original es Problemele Metaforei Si Alte Studii de Stilistica, Editura de Stat Pentru Literatura Si Arta, Bucarest, 1957]. 689 Op. cit., p. 13. 690 Op. cit., p. 88. La definición de metáfora que transcribe Ricoeur pertenece a P. Fontanier, Les figures du discours [1830], introducción por G. Genette: “La rhétorique des figures”, Paris, Flammarion, 1968. En p. 166, Ricoeur ofrece una nueva definición: “Esnault lo había subrayado ya: La metáfora es una comparación 688 MENU SALIR 352 muchas variantes: el país al que pertenece la obra concreta, la época, el autor, el tema, el género, etc.691. Por otra parte, también se han comentado abundantemente las distintas funciones estéticas que se derivan de su uso. Así, podemos destacar las siguientes: 1) la función sensibilizadora, 2) la metáfora y las actitudes disimuladas del yo, 3) la metáfora como medio de potenciar las impresiones y 4) la función unificadora de la metáfora692. Existen muchas catalogaciones y subdivisiones de las metáforas693, atendiendo a las diferentes identificaciones que se establecen entre el objeto real y el imaginario. Nosotros proponemos seguir esta síntesis ecléctica, elaborada a partir de algunas divisiones defendidas por estudiosos de este tropo, y que nos parece preferible por su sencillez y fácil adaptación a los distintos casos que encontramos: R es I: Los dos términos se identifican. I de R: El término real complementa al imaginario. R:I, o metáfora aposicional. R: i, i, i...: Es una metáfora impresionista. Las imágenes describen el término real como a pinceladas. condensada, por la que el espíritu afirma una identidad intuitiva y concreta”. Añade que las palabras de G. Esnault se encuentran en Imagination populaire: métaphores occidentales, 1925, p. 185, n. 92. 691 Cf., sobre este tema, R. Wellek y A. Warren, op. cit., p. 235. 692 Cf., al respecto, T. Vianu, op. cit., principalmente las páginas 62-79. 693 Así, por ejemplo, R. Wellek y A. Warren expresan que, “en 1924, Henry Wells publicó un estudio sobre la imagen poética (Poetic Imagery), en que trata de construir una tipología, a base de tipos tomados principalmente de la literatura isabelina inglesa. Rica en intuiciones y en sugestivas generalizaciones, la obra es menos afortunada en la construcción sistemática. Wells considera acronístico su esquema, aplicable a todas las épocas, no sólo a la isabelina; y en su obra se cree descriptivo, no valorativo. [...] Sus siete tipos de imagen, dispuestos por el orden en que los presenta, son: la decorativa, la sumida o rebajada, la violenta (o ampulosa), la radical, la intensiva, la expansiva y la exuberante”, op. cit., pp. 238-239. MENU SALIR 353 I en vez de R: Metáfora pura, el término real es sustituido por la imagen. Metáfora antropomórfica: Atribuye a las cosas sentimientos humanos o las identifica con seres humanos. Es una forma de personificación o prosopopeya. Anteriormente nos referimos a las diferencias que existían entre la metáfora y la comparación. Pero no sólo se han establecido distinciones entre estos dos recursos del estilo. También se ha tratado abundantemente las diferencias con otros elementos. Así, J. González Muela establece fronteras entre la metáfora, la metonimia y la catacresis: “Queden, pues, establecidos tres grado: 1º la relación entre dos términos, con pasadizo sintáctico y semántico (metonimia); 2º el salto de un término a otro, con una amplia gradación de correspondencias semánticas (metáfora); y 3º el salto excesivo, en los puntos más alejados de esas correspondencias semánticas (concepto, catacresis)”694. M. Le Guern, por su parte, opina: “El mecanismo de la metáfora se opone netamente al de la metonimia, debido a que opera sobre la sustancia 694 Gramática de la poesía, Barcelona, Planeta, 1976, p. 79. En pp. 78-79 explica González Muela qué entiende por catacresis: “La dificultad consiste en decidir el grado de disparate o aberración (Cohen), o como quiera llamarse, entre el elemento que forma la imagen y el término real correspondiente. El haber un abismo entre los términos de la comparación, el cual se pretende salvar por medio de un salto de ingenio, es lo que diferencia al concepto [...] de la metáfora normal. En los antiguos tratados de retórica esta metáfora violenta o disonante se llama catachresis. ( A.A. Parker, “La agudeza en algunos sonetos de Quevedo, Estudios dedicados a Menéndez Pidal, Madrid, 1952, t. III, p. 349)”. R. Wellek y A. Warren opinan: “En la creencia de que la metáfora propiamente dicha utiliza los objetos de sensación para designar los objetos de pura intelección, Campbell deplora que se establezca una analogía entre unos objetos de los sentidos y otros objetos de los sentidos. En cambio, un retórico católico contemporáneo (de gusto barroco romántico) define la catacresis como metáfora sacada de la semejanza entre dos objetos materiales, invita a estudiar los méritos del tropo y lo ilustra con figuras de Víctor Hugo como les perles de la rosée e il neige des fevilles”, op. cit., p. 237. MENU SALIR 354 misma del lenguaje en vez de incidir únicamente sobre la relación entre el lenguaje y la realidad expresada”695. También se han comentado las diferencias entre símbolo y metáfora. Aparentemente, como se deriva del hecho de que en muchas ocasiones se utilicen indistintamente ambos términos, coinciden; sin embargo, sus principales diferencias radican en que en la metáfora se produce una desviación del significado que no está presente en el símbolo. Además, la relación que se establece entre el elemento simbolizante y el simbolizado no puede deberse al azar, sino que tiene una motivación. En la creación de la metáfora, en cambio, existe una mayor libertad. Por otra parte, la metáfora posee un mayor número de significados que el símbolo. La metáfora apela a la intuición y la sensibilidad, mientras que el símbolo es más bien una intelectualización696. Una situación intermedia es la que ocupa la sinestesia, “que es la aprehensión de una correspondencia en el plano de la propia percepción, anterior a la actividad lingüística”697. Asimismo, existe una distinción compleja entre imagen y metáfora. Dado el proceso analógico que se halla tras la imagen, son muchos los que las han identificado. La amplitud y vaguedad con la que se ha definido la imagen ha provocado el que se use este término para referirse 695 Op. cit., p. 19. Para profundizar algo más en las diferencias entre la metáfora y la metonimia, véase, más adelante, el apartado dedicado al segundo recurso estilístico. 696 Wellek y Warren se preguntan: “¿Hay algún aspecto importante en que el símbolo difiera de la imagen y de la metáfora? Creemos que, primariamente, en la reiteración y persistencia del símbolo. A una imagen puede recurrirse una vez como metáfora, pero si se repite persistentemente, como presentación a la vez que como representación, se convierte en símbolo e incluso puede convertirse en parte de un sistema simbólico o mítico”, op. cit., p. 225. 697 M. Le Guern, op. cit., p. 59. En p. 57 explica que, “en un estudio de las imágenes, parece preferible reservar el término sinestesia a los casos en que la imposibilidad de encontrar un proceso metafórico muestra que la sustitución se ha operado a un nivel más profundo que la actividad propiamente lingüística”. MENU SALIR 355 de manera general a cualquier proceso del lenguaje figurado que se desvíe del lenguaje propio. De esta forma, al hablar de la imagen, nos referimos, en muchas ocasiones, a la metáfora o al símil. Como afirmaba Lorca: “Una imagen poética es siempre una traslación de sentido”698. Para la retórica tradicional el término “imagen” se corresponde al latino imago, proveniente del griego είκών. Por otro lado, tampoco podemos incurrir en el error de querer identificar la personificación y la metáfora, ya que hay muchas metáforas en las que no se aprecia personificación. Como afirma T. Vianu, “la metáfora se ha alcanzado, precisamente, por una despersonalización”699. Pero, dejando a un lado las diferencias y semejanzas entre este tropo y otras figuras estilísticas, y volviendo a centrarnos en el proceso metafórico, debemos tratar la evolución que se va produciendo en el uso de ésta a lo largo del tiempo. En un primer momento, la metáfora surge por una creación individual, una nueva visión que capta semejanzas y diferencias entre dos objetos y que, a partir de aquí, queda ya acuñada. Posteriormente otros la disfrutan, quedando impresa en sus mentes, reutilizándose –normalmente en un mismo género literario–, hasta que, por fin, se generaliza en la lengua. M. Le Guern se refiere al hecho de que a partir de aquí “la imagen se atenúa progresivamente, convirtiéndose primero en imagen afectiva y después en imagen muerta, 698 “La imagen poética en don Luis de Góngora”, loc. cit., p. 3. En pp. 70-71 Lorca expresa los requisitos que se deben poseer para realizar buenas imágenes: “Un poeta tiene que ser profesor en los cinco sentidos corporales. Los cinco sentidos corporales, en este orden: vista, tacto, oído, olfato y gusto. Para poder ser dueño de las más bellas imágenes tiene que abrir puertas de comunicación en todos ellos y con mucha frecuencia ha de superponer sus sensaciones y aun de disfrazar sus naturalezas. Así puede decir Góngora en su Soledad primera: Pintadas aves –cítaras de pluma– / coronaban la bárbara capilla, / mientras el arroyuelo para oílla // hace de blanca espuma / tantas orejas cuantas guijas lava”. 699 Op. cit., p. 105. MENU SALIR 356 según la terminología de Ch. Bally. La evolución alcanza su último grado cuando la metáfora se convierte en una palabra propia”700. No cabe duda de que este proceso que sufren las metáforas tiene mucho que ver con la creación y transformación del vocabulario que pertenece a una lengua. Así, este proceso llamado de lexicalización de las metáforas ha ayudado a enriquecer los idiomas a través de esas nuevas visiones de otros. Wellek y Warren explican: “La pata de la silla, el pie de la montaña y el cuello de la botella son formas que aplican, por analogía, partes del cuerpo humano a partes de objetos inanimados. Sin embargo, estas acepciones por extensión han sido asimiladas por el lenguaje, y, por lo común, ya no se sienten como metáforas, ni siquiera por los dotados de sensibilidad literaria y lingüística; son metáforas deslustradas, desgastadas o muertas”701. Al tratarse el tema de las “metáforas trilladas”, no podemos dejar de lado la discusión sobre si éstas denotan la sinceridad del poeta o no. Se ha dicho que cuando una imagen es valiosa y original, derivada, por tanto, de un proceso de esfuerzo intelectual, no transmite sentimientos sinceros, pues no se realiza de forma espontánea702. Algunos proponen la idea de que cuando las palabras brotan directamente del sentimiento no se puede estar ocupado ideando metáforas ingeniosas. Sin embargo, 700 Op. cit., p. 93. Op. cit., p. 233. 702 No queremos entrar en este momento en la polémica de si se puede escribir algo verdaderamente original, o si siempre las palabras manan de alguna fuente consciente o inconsciente. Así, como escribe Lucía Etxebarria en Beatriz y los cuerpos celestes –Premio Nadal 1998–: “Estas mismas palabras que repito las he leído en libros. Algunos se escribieron hace mil años, otros se publicaron hace dos. Porque al fin y al cabo todo lo que se escribe acaba por ser una nota a pie de página de algo escrito antes”, s. l., Bibliotex, Biblioteca El Mundo, 2001, pp. 17-18. 701 MENU SALIR 357 otros defienden que, si se utiliza una de las metáforas ya usadas, se está incurriendo en la insinceridad, dado que no existe un esfuerzo por parte del poeta por expresar sus propios sentimientos. Ya Séneca, en la LIX de sus Epístolas morales, escribe a su amigo Lucilio: “Encuentro [en los escritos de Lucilio] metáforas; pero no son desagradables ni demasiado atrevidas, puesto que ya son conocidas”703. Además, debemos hacer referencia en este repaso general sobre la metáfora, a la evolución que sufre en cuanto a su uso a lo largo del tiempo. Así, durante el Renacimiento y el Barroco está basada en las percepciones de los sentidos que, como ya hemos dicho, tanta importancia tenían en esta época. H. Hatzfeld, refiriéndose al modo en que aparece este tropo en el siglo XVII, afirma que, “en España, la metáfora manierística, que alcanza su máxima altura en Góngora, después de haber tomado de Garcilaso de la Vega su dirección italianizante, a través de Herrera, es sin embargo de tipo más sutil que la italiana. Se esconde ésta en una selva de aciertos, de evasiones, de exageraciones, de casos de hipérbaton, y esconde el punto difícil con una cantidad de multivalentes alusiones en que sólo con dificultad se puede penetrar”704. Posteriormente, evoluciona hacia un gran subjetivismo y falta de racionalidad, adquiriendo la mayor separación de la realidad durante el apogeo de las Vanguardias, principalmente del Surrealismo. Nos parece muy interesante recordar ahora la opinión que le merecía a Gracián este tropo: “La semejanza o metáfora, ya por lo 703 Ed. y traducción citadas, p. 174. Op. cit., p. 99. Y añade en la misma página: “Su condensación es latina, pero su forma fundamental es un arabesco que, a través de continuaciones escondidas, todavía no bien claras, y de ecos de la literatura mora, encuentra un representante ideal en Góngora”. 704 MENU SALIR 358 gustoso de su artificio, ya por lo fácil de la acomodación, por lo sublime a veces del término a quien se transfiere o asemeja el sujeto, suele ser la ordinaria oficina de los discursos, y aunque tan común, se hallan en ella compuestos extraordinarios, por lo prodigioso de la correspondencia y careo [...] Cuando se ajustan todas las circunstancias y adyacentes del sujeto al término de la translación, sin violencia, y con tal consonancia que cada parte de la metáfora fuera un relevante concepto, está en su mayor exaltación el compuesto”705. Es importante destacar, como elemento muy usado durante el Barroco, el sintagma metafórico “N de N”. F. Ynduráin expresa que, “entre las posibles frases nominales de que dispone la lengua española, me interesa ahora una cuyo esquema puede expresarse, N de N, bien que, como veremos, con una variedad de realizaciones de las que todavía se han de seleccionar algunas, aquellas en que resulta una expresión metafórica, con exclusión de las simplemente determinativas o atributivas”706. Como ya hemos dicho, en el siglo XVII se usó la metáfora de manera muy abundante, atribuyéndosele la capacidad de hacer oscuro un texto, y criticándosela duramente por este hecho en muchas ocasiones. Según explica J. Roses Lozano, “no es la translatio en sí lo que molesta a los impugnadores de los grandes poemas gongorinos. Las críticas [en el tiempo de Góngora] afectan, esto debe quedar claro desde el principio, a cierto procedimiento metafórico que la retórica clásica sitúa, como en 705 Agudeza y arte de ingenio, loc. cit., pp. 179-180. “Notas sobre frases nominales”, Studia hispanica in honorem R. Lapesa, 3 ts., Madrid, Cátedra-Seminario Menéndez Pidal-Gredos, 1972, t. I, p. 609. En este interesante artículo, a lo largo de las páginas 609-618, 706 MENU SALIR 359 el caso de la obscuritas, entre los mecanismos productores de la alienación. Se origina este modo metafórico de la remota relación existente entre los dos términos de la analogía; son, pues, metáforas oscuras o traídas desde lejos, piezas claves, junto a otros procedimientos retóricos, de lo que se conoce como audacior ornatus”707. De lo que no cabe duda es de que en el estilo de Góngora tiene un lugar esencial la metáfora. Ésta se constituye en uno de los núcleos principales de su particular forma de expresarse. El poeta cordobés se basa en las metáforas renacentistas para ir más allá de ellas y crear nuevas, insólitas y geniales asociaciones708. Muchas veces gustaba de Ynduráin trata diferentes aspectos fundamentales sobre este sintagma: definición, distintas clases, uso en el Siglo de Oro, etc. 707 Op. cit., p. 179. En la página 180 se refiere Roses a algunas de las distintas opiniones de los críticos del siglo XVII sobre la metáfora: “Ni Francisco Fernández de Córdoba, ni Andrés de Almansa y Mendoza, parecen dedicar su atención a la metáfora. En su Parecer, el Abad de Rute se limita a la crítica puntual de algunos versos que contienen translaciones, pero no llega a la impugnación concreta de este procedimiento. Entre las objeciones a que responde Almansa y Mendoza no se encuentra ninguna referente a las metáforas, aunque el propio defensor de Góngora se encarga de ensalzar determinados pasajes de las Soledades por la excelencia de sus translaciones. En la Silva a las Soledades de Manuel Ponce, sí encontramos una consideración más detenida del tropo basado en la analogía. Entre las tres causas por las que resulta oscuro el poema de Góngora, se encuentra la continuidad de metáforas, que lo hace inaccesible a los que desconocen la retórica y poética (Sil, 507). Más adelante vuelve a hacerse referencia a los usos metafóricos que, junto al empleo de neologismos, dan como resultado la confusión verbal: la oscuridad de la oración nace de valerse el poeta de voces nuevas y no usadas y continuada frecuencia de translaciones remotas (Sil, 509)”. 708 E. Orozco afirma que “Góngora [...] parte de una base irreal y metafórica que le ofrece preparada la tradición poética renacentista, para construir con ella, y sobre ella, sus grandes creaciones imaginativas”, Góngora, cit., p. 123. Por su parte, Dámaso Alonso, en Poesía española..., se refiere al uso de la metáfora por el autor de las Soledades: “Es interesante observar que cuando Góngora utiliza el almacén metafórico de la tradición renacentista se da cuenta de que está empleando más bien que elementos inventivos, personales, materia del común, lexicalizada (lexicalizada en la lengua poética). Por eso necesita complicar esos elementos, para diferenciarlos y hacérselos suyos”, loc. cit., p. 372. C.M. Bonet señala cuál es el uso más frecuente de los tipos de metáforas que utiliza don Luis: “Pero lo que más abunda es la metáfora perifrástica: el rocío es llanto de la aurora; la miel, oro líquido; las montañas nevadas, gigantes de cristal; la primavera, la estación florida; el cielo, campo de zafiro; la aves, esquilas dulces de sonora pluma; las aguas marinas, jaspes líquidos [...]. También hay perífrasis puras, es decir, sin metáfora, como las que gastaban marinistas y preciosistas: llama a Ganímedes Garzón de Ida [...]. La metáfora puede estar cifrada en una sola palabra: en un sustantivo, en un adjetivo, en un verbo. Esta metáfora monoverbal es frecuentísima en el poeta de las Soledades”, op. cit., p. 80. R. Lapesa en su Historia de la Lengua española escribe: “Como material más inmediato Góngora aprovecha metáforas que el uso había convertido en lugares comunes (oro ‘cabello’, perlas ‘dientes’ o ‘rocío’, marfil y rosa ‘blancura y rubor de la tez’, etc.), capaces, a pesar de su desgaste, de MENU SALIR 360 asociar este tropo a la hipérbole, construyendo las llamadas “metáforas de segundo grado”709. Como se ha dicho en muchas ocasiones, la influencia de don Luis de Góngora fue muy importante, tanto en su época como en las posteriores –pensemos si no en los poemas de la Generación del 27–. Por tanto, es fácil comprender que la metáfora se imponga en numerosos escritores que conocieron la obra del máximo representante de la escuela culterana. Así, en el Barroco encontramos su estilo impregnado en multitud de poetas del momento. Es el caso de J. de Ovando y Santarén, del que dice C. Cuevas, refiriéndose a su expresión metafórica: “A veces nos parece estar leyendo al propio D. Luis”710. Todo lo dicho sobre este tropo nos sirve de base para poder comenzar el análisis de cómo se comporta la metáfora en el Endimión de Marcelo Díaz Callecerrada. Para ello, consideramos conveniente ir repasando algunos de los ejemplos de tipos metafóricos que aparecen en nuestra fábula. Así, podemos señalar una serie de casos en los que predominan los elementos lumínicos, como ocurre en I, 549-552: “¿que dan tus lumbres luz al orbe sólo con los reflexos que resultan dellas, siendo de tu beldad el remanente constituir la base de un lenguaje poético que alejara las cosas de su vulgar realidad, reflejando sólo sus aspectos nobles”, loc. cit., pp. 343-344. 709 Véase Dámaso Alonso, “Metáforas e hipérboles de segundo grado” [en Góngora], Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, cit., pp. 373-374. También , E. Orozco, “La metáfora”, en Góngora, cit., pp. 88-91. 710 Ocios de Castalia en diversos poemas, ed. cit., p. 62. MENU SALIR 361 sobrada ocupación al Sol ardiente?” Marcelo Díaz parece querer decir: ‘¿es posible que basten tus ojos para iluminar el mundo, y quede libre el resto de tu belleza para tener al Sol pendiente de ti?’. Notamos claramente que, en esta metáfora de ascendencia petrarquista, al decir “tus lumbres” Callecerrada se refiere a ‘tus ojos’. En este pasaje con metáfora del tipo “I en vez de R”, advertimos que al fondo late vagamente el recuerdo de la princesa de Éboli, que teniendo tapado un ojo, podía con el otro incendiar en amor al mundo –¿qué habría hecho con ambos?–. No puede excluirse aquí una tenue reminiscencia de Góngora, Polifemo, vv. 369-372, cuando el cíclope sugiere a la ninfa: “Deja las ondas, deja el rubio coro / de las hijas de Tetis, y el mar vea, / cuando niega la luz un carro de oro, / que en dos la restituye Galatea”. Además, en II, 422-424, se repite la misma fórmula, recurriendo de nuevo a idéntica estructura –“I en vez de R”–: “con blandas vozes dixo: –¡Oh, qué hermosas parecen las dos lumbres de tu frente, bella Diana, en esta clara fuente!” Entendemos: ‘¡Qué hermosos parecen, bella Diana, tus ojos al reflejarse en esta limpia fuente!’. De nuevo en el presente fragmento, “las dos lumbres” (v. 423) son ‘los dos ojos’, metáfora tópica, como hemos dicho, en la poesía petrarquista. El reflejo del rostro de una MENU SALIR 362 belleza en las aguas de una fuente aumenta e idealiza su hermosura. Recordemos los versos de S. Juan de la Cruz: “¡Oh cristalina fuente, / si en esos tus semblantes plateados / formases de repente / los ojos deseados / que tengo en mis entrañas dibuxados” (Cántico espiritual (CA), vv. 51-55). Endimión, pues, ha besado en la fuente [el reflejo de] los ojos de la Luna, es decir, la ha besado virtualmente en los ojos. Al fondo de este episodio hay una reminiscencia del mito de Narciso, aunque sólo sea en el beso a las aguas-espejo. Podríamos comparar, también, este pasaje con el de Galatea en el Polifemo de Góngora, 177180: “La fugitiva ninfa, en tanto, donde / hurta un laurel su tronco al sol ardiente, / tantos jazmines cuanta hierba esconde / la nieve de sus miembros da a una fuente”. Podemos hacer referencia también a otra de las metáforas que consideramos dentro del grupo de las lumínicas en nuestro Endimión. Ésta se halla en II, 285-288: “La cauta noche, con prudente velo, al exceso oponía enamorado de su Dïana el vergonçoso manto: mas dividióle de la Luna el llanto”. De nuevo estamos ante una metáfora pura, con ausencia del término real. Ocurre con “prudente velo” y “vergonçoso manto”, ambos con el significado de ‘oscuridad’. Al escribir “cauta noche” se refiere a ‘la MENU SALIR 363 tinebla’, que, en efecto, es una de las formas universales de cautelarse; R. Textor le atribuye los epítetos literarios de furtiva, tacita, tacens711. Otro caso similar se lee en II, 321: “Yo te sacara de la sombra fea”. “Sombra fea” alude al “olvido oscuro” del v. II, 318 [“si fuesses hijo del olvido obscuro”], que habría sumido a Endimión en una ‘tiniebla disforme’. Tampoco en este caso se encuentra el término real, sólo su imagen. Por otra parte, en I, 19-20 la metáfora de tipo lumínico se asocia a características térmicas: “era en el manso fuego [Cupido] aura deshecha, y en el viento era llama rutilante”. En estos versos el sujeto, el término real de la metáfora es el dios rapaz, Cupido, al que se alude en I, 17 [“Velaba el dios rapaz con arco y flecha”]. En este caso el esquema metafórico es “R es I”, ya que aparecen claramente los dos elementos que se identifican explicitando su unión. El mismo tipo que el anterior aparece en II, 165-168, aunque ya desaparece el rasgo lumínico, permaneciendo sólo el térmico: 711 Epitheta, cit., s.v. “Nox”. MENU SALIR 364 “yo, que en injurias hórridas me quemo, yo, que ardo en envidias encendidas, brasa engendrada soy, y llama roja, del poderoso brazo que os arroja”. En ella, Venus se declara a sí misma “brasa y llama roja”, como leemos al deshacer el hipérbaton. Además, las “envidias encendidas” son los ‘ardientes celos’, que es lo que siente la diosa del amor respecto de Proserpina, su rival en el cariño de Endimión. El calor sigue siendo un aspecto central en la temática de la metáfora que hallamos en I. 541-542: “si al facundo calor la nieve fría, si a la elocuente llama el duro yelo”. “Al facundo calor”, “a la elocuente llama”, o sea, ‘al amor de Mercurio, tan convincente y persuasivo’. Además, “la nieve fría” y “el duro yelo” se refiere a ‘la desamorada Diana’. En estas metáforas de ascendencia petrarquista, de nuevo sólo aparece el término imaginario. Muy parecido caso, con estructura “I en vez de R”, nos encontramos en II, 281-282: “Era milagro nuevo ver el yelo, y el pecho frío del calor tocado”. MENU SALIR 365 Otra vez con “yelo” y “pecho frío” se refiere al ‘desamor’, y con “calor”, al ‘sentimiento amoroso’. Además, en II, 787-788 escribe Marcelo Díaz: “sueño divinamente fabricado de resplandor de llama y flor de yelo”. “De ... yelo”: ‘de fulgor de llama y hielo selecto’, es decir, ‘de una mezcla de amor e indiferencia’. La misma estructura, “I en vez de R” se aprecia en la siguiente metáfora, también de carácter térmico, que leemos en I, 223: “te amedrenta, o te abrasa en fuego interno”. Como se ve, con “fuego interno” Marcelo Díaz se refiere a dos pasiones, a la vez antitéticas y complementarias: el miedo y el erotismo audaz. Idénticas características tiene el tropo que aparece en II, 291-293: “yo, la más pura de las altas deas, yo, casta reina del candor ufano, aspiro, humana, a las humosas teas”. Las “humosas teas” es una nueva forma de llamar al ‘amor’. El mito de Endimión no menciona en ningún momento, que sepamos, esas MENU SALIR 366 teas; estamos, pues, ante una expresión figurada, que mezcla la idea de ‘aspirar a la mano de’ con la del fuego como símbolo amoroso –también sugerido en “candente” (v. 294)–; en cuanto a “humosas”, es simple epíteto literario, que resalta lo inocultable de este amor. R. Textor lo recoge en las formas fumida y fumans. Asimismo, debemos analizar detenidamente estos versos, que en II, 291-292 nos encontramos ante dos metáforas con idéntica estructura paralelística de metáfora aposicional, ya que la Luna se proclama a sí misma como la diosa libre de lujuria, que se gloría (“candor ufano”, v. 290) de su virginidad, y se entrega, ajena a todo erotismo, a la caza en la soledad agreste de los montes. Pero, volviendo de nuevo a la categoría de metáforas térmicas que estamos analizando en este momento, debemos reparar en II, 329-332: “Yo [Luna] inventaré una unión tan excelente, dulcíssimo Endimión, si eres hombre, que a la esperança admire más ardiente, que al más desesperado ardor assombre”. “Al ... ardor”, es una metáfora pura con el significado de ‘al ardiente amor más desesperado de conseguir el grado de unión que anhela’. Si leemos el v. II, 781: “Cintia, la diosa del invierno puro”. MENU SALIR 367 Observamos que estamos ante una metáfora de tipo aposicional. “Diosa ... puro: ‘la diosa del puro desamor’; “invierno” alude al frío afectivo; “puro” puede significar ‘casto’, pero también ‘extremado’, ‘sin mezcla’. A la vista de todos los ejemplos anteriores, en cuya elección no pretendíamos seguir un criterio de exhaustividad, nos damos cuenta de la importancia que adquieren las metáforas de carácter térmico, dado su reiterado uso, en el Endimión de Callecerrada. Sin embargo, debemos añadir una nueva categoría, como es la de las que están relacionadas con los fenómenos meteorológicos. Es el caso de las que siguen. Así, por ejemplo, en I, 767-768: “que assí tu duro ser ha convertido en lluvia liberal el sol Cupido”. Estamos ante una variante de “R es I”, concretamente, “R se hace I”. Al escribir “tu duro ser”, se refiere a ‘tu ser de hielo, tu naturaleza helada’. Además, la “lluvia liberal” tiene que ver con las ‘lágrimas’ y, por extensión, con la Luna. Al fijarnos en II, 401-404, leemos un caso similar, aunque con clara estructura “R es I”: “Este llanto, este ardor que Cintia siente con la de su pastor confusa duda MENU SALIR 368 era en los cielos válida corriente, lluvia en la tierra fácil y menuda”. De nuevo, al decir “lluvia”, se refiere Callecerrada al ‘llanto’ que caía en la tierra continua y mansamente. Además, con “válida corriente” expresa la idea de un ‘río caudaloso de lágrimas’. El verso II, 408 contiene también una metáfora que utiliza términos similares a los anteriores: “turbaba de la lluvia el ciego llanto”. Estamos ante una identificación relajada, pues el significado tropológico de “lluvia” queda parcialmente aclarado por el núcleo “el ciego llanto”. No se trata, pues, de una metáfora pura. En III, 5 aparece: “siempre con toldos a la llama suma”. Se trata de una metáfora lexicalizada con estructura “I en vez de R”, que se refiere a la sombra que hacen las nubes. Además, “la llama suma” es una nueva metáfora cuyo término real es el ‘sol’. Existen otros ejemplos distintos de base meteorológica a lo largo del epilio. Sin embargo, nos interesa ahora repasar algunos de los que se refieren a fenónenos físicos. Uno de ellos es el que se encuentra en II, 413-414: MENU SALIR 369 “las doradas arenas que subían se mezclaban con perlas, y saltaba”. Nuevamente estamos ante una metáfora pura, en la que las “perlas” son ‘gotas de agua’. Asimismo, debemos comentar que con la expresión “doradas arenas” pensamos que por su color –Góngora dice en su célebre soneto “A Córdoba” que el Guadalquivir es “de arenas nobles, ya que no doradas” (v. 4)– tal vez sugiera Callecerrada también que fuente y río eran auríferos; sus arenas formaban orillas por las que subían las ovejas (v. 413) al acabar de abrevarse y bañarse, mezclando con ellas las líquidas perlas que aún sacudían de su lana (v. 414). Otra metáfora similar de carácter físico –con idéntico esquema “I en vez de R”– es la que aparece en II, 57-58: “Era Endimión, al tiempo del Aurora, rubio Memnón, de aljófar coronado”. Marcelo Díaz establece una primera metáfora en la que, señalando los dos términos –real e imaginario– dice que Endimión era un rubio Memnón. Además, comenta a través de una segunda metáfora, ésta vez, como hemos comentado, pura, que estaba coronado de aljófar, es decir, de las gotas de rocío que esparcía Eos. Un caso parecido se halla en II, 61-62: MENU SALIR 370 “era [Endimión] cuando la noche néctar llora, digna causa Endimión y digno hado”. En estos versos de nuevo se alude a un fenómeno físico, ya que, al decir “néctar”, se refiere al ‘rocío de la noche, dulce y consolador de los afligidos’. Además, también debemos observar, dentro de este grupo, los versos II, 51-52: “y repetían Endimión las fuentes con ecos de cristales consagrados”. Las fuentes conocen el nombre de Endimión, que aparece así felizmente integrado en una naturaleza que proclama dichosamente su nombre; esos “ecos de cristales consagrados” (v. 52) constituyen un bellísimo hallazgo poético, que sugiere la presencia activa en el poema de las divinidades fluviales. Además “cristales” se constituye en metáfora pura del término real, que no aparece, que es, como se sabe, el agua. Callecerrada repite este tipo de metáfora en otros pasajes de su poema mitológico, aunque en el siguiente ejemplo con distinta estructura –“I de R”–. Lo leemos en III, 13: “blando cristal de arroyos esparcidos”. MENU SALIR 371 Estamos aquí ante una metáfora relajada, pues el elemento real está indicado en el complemento del nombre. Evidentemente, “cristal” es el ‘agua’ por metáfora manida de la época. El siguiente ejemplo –vv. II, 401-403–, en cambio, tiene una estructura de “R es I”: “Este llanto, este ardor que Cintia siente con la de su pastor confusa duda era en los cielos válida corriente”. Como se ve, “válida corriente” es la imagen de este río caudaloso de lágrimas, de “este llanto”. Además, en III, 5-7 volvemos a encontrar una metáfora pura, sobre un fenómeno físico: “siempre con toldos a la llama suma, y con abrigos siempre corresponde al invierno crüel la estancia amena”. Dejando a un lado los “toldos”, a los que ya nos hemos referido en el apartado dedicado a las metáforas con temática de carácter meteorológico, podemos comentar el caso de la metáfora casi lexicalizada “abrigos”, término imaginario del real ‘resguardos’, ‘pantallas [naturales] protectoras’. MENU SALIR 372 Podríamos seguir detallando otras metáforas de carácter físico, pero pensamos que con las anteriores quedan suficientemente representadas. Otro grupo al que hemos de referirnos es el que tiene relación con la Astronomía, como es el caso que leemos en los versos II, 59-60: “era [Endimión], cuando el ardiente Febo dora su media esfera, Adonis adamado”. “Media esfera” es una metáfora “I en vez de R” semilexicalizada, puesto que para que “esfera” signifique ‘tierra’ debe ir incluída en un contexto más o menos astral o geográfico. Con el mismo esquema y carácter temático tenemos la que aparece en II, 258-259: “–Huyamos, hijo, que de la tirana las pías suenan por la esfera suma”. Aunque la esfera de la Luna es el cielo primero, el poeta utiliza una expresión genérica, equivalente a ‘por la bóveda celeste’. De nuevo se repite el esquema “I en vez de R” en II, 277: “yo te adivino, en el dorado seto”. MENU SALIR 373 “Seto”: ‘círculo’, en sentido figurado; “Seto. Latine seps, sepis, septum, i: la cerca hecha en la viña o huerta [...]”712; J. Corominas lo considera “propiamente participio pasivo de SAEPIRE (‘cercar’)713. Es posible que Venus, al llamar “seto” a la órbita lunar, esté introduciendo una connotación desidealizadora, que no invalida el adjetivo “dorado” (‘áureo’, ‘bello’, presumiblemente irónico). Otros tipos de metáforas que aparecen de forma recurrente en el poema de Callecerrada son las relacionadas con los temas florales. Así, de nuevo con estructura “I en vez de R”, en el verso I, 525: “Cúbrese la nevada clavellina”. Es decir, ‘vístese Diana’, blanca y sonrosada como esa flor. Notemos también cómo la metáfora se complica por el adjetivo modificador. Otro ejemplo, aunque, en este caso, con forma aposicional, es el que se lee en II, 75-76: “saludaba el pastor con himno breve la blanca luz de Oriente clavellina”. ‘El pastor saludaba con una corta invocación, a modo de himno pagano, la blanca luz de la Aurora, alba clavellina de Oriente’. Apuntemos, al hilo de este ejemplo, que Callecerrada parece pensar aquí 712 713 Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española [1611], Madrid, Turner, s.v. Diccionario, cit., s.v. MENU SALIR 374 en los himnos bíblicos y eclesiásticos, que se cantaban de pie –“por reverencia, y para manifestar que tenemos el corazón elevado a Dios como lo están los cuerpos”714–, con vestiduras adecuadas y las manos extendidas en oración715. Es una actitud vulnerable, que propicia el inmediato ataque de Cupido (vv. 77-80), del que resulta ileso Endimión gracias a su pellico, lejano trasunto de las recamadas vestiduras sacras y de las armaduras que usaban los cantores de himnos, bíblicos o paganos (vv. 86-88). Existen otros muchos ejemplos de este tipo de tropo a lo largo del poema, de entre los que vamos a apuntar sólo algunos casos, con la intención de no alargar en demasía este capítulo. Así, en II, 409-410 leemos una interesante metáfora de carácter erudito: “Las cándidas ovejas sacudían el tesoro de Oriente que baxaba”. Es decir, ‘se sacudían las gotas de lluvia que caían del cielo’; “el tesoro de Oriente” son las perlas –R. Textor dice que abundan en Oriente (la India, Arabia, el Océano Índico, la isla de Trapobana, etc.)716–. Metafóricamente, esas gotas de agua son “perlas” que, por su cantidad y calidad, forman un tesoro. También existen casos de metáforas mitológicas, que identifican un mito con otro. Se observa, por ejemplo, en I, 623: 714 J. Soláns, Prontuario litúrgico [1906], Barcelona, E. Subirana, 19156, p. 141. Cf. 2 Cro, 7, 6; 1 Esd, 3, 10-11; Jdt, 15, 13. 716 Cornucopiae [...] Epitome. Quae res quibus orbis locis abunde proveniant, alphabetico ordine complectens, Lugduni, apud Haered. S. Gryphii, 1560, pp. 52-53. 715 MENU SALIR 375 “cuando, desta infiel Cloto acometida”. “Desta [...] Cloto”: ‘de esta matadora’. Es decir, de Diana, que al querer matar a la cierva procedía como Cloto, una de las Parcas encargadas de cortar el estambre de la vida. Aquí interviene, nuevamente, la erudición que posea el lector de estos versos, ya que eso hará que pueda alcanzar a comprender todas sus dimensiones. De esta forma, es conveniente saber que no todos los mitógrafos concuerdan en el papel que compete a cada Parca en la dialéctica vida / muerte: para B. de Vitoria, Cloto hila, Láquesis devana y Átropos corta el hilo de la existencia717. Lope de Vega, por su parte, escribe: “Hilaba Cloto, y, levantando el brazo, / Laquesis teje el hilo de su vida, / asida al niño con estrecho abrazo. // Lejos de las dos parcas, y escondida, / Atropos se mostraba descuidada / por la vida del cielo prometida”718. También se producen metáforas de mito a mito en otros lugares del poema de Callecerrada. Leámos II, 57-64, octava a la que ya hemos hecho referencia con anterioridad, para detenernos en otra de las metáforas que contiene: “Era Endimión, al tiempo del Aurora, rubio Memnón, de aljófar coronado; era, cuando el ardiente Febo dora su media esfera, Adonis adamado; 717 Teatro, cit., t. I, p. 440. MENU SALIR 376 era, cuando la noche néctar llora, digna causa Endimión y digno hado que, sin arbitrio y resistencia alguna, la exempción cautivasse de la Luna”. En estos versos la excelencia de Endimión se proclama fijándola en tres momentos esenciales de la jornada: al amanecer (vv. 57-58), es un hermoso Memnón, el hijo de la Aurora que luchó en Troya contra Aquiles, y, muerto por éste, fue elevado a divinidad por su madre719. Se le dan los epítetos de fortis y nigrus –por eso, Callecerrada dice que era un Memnón, pero rubio y coronado de aljófar, metáfora, como dijimos anteriormente, del rocío–; a mediodía (vv. 59-60), cuando Febo ilumina y embellece la mitad de la tierra, era un Adonis amado con pasión, como lo fue éste por Venus y Proserpina; por la noche (vv. 61-64), cuando la diosa Nyx derrama como lluvia grato sueño sobre los mortales720 –L. Quicherat dice que “Nox” también significa ‘sueño’: Oculisve aut pectore noctem accipit–721 Endimión era un ser tan amable que, anulando la libertad de la Luna, la forzaba a amarlo. De este modo, se producen aquí tres metáforas de estructura “R es I” de carácter mitológico y erudito: Endimión es hermoso Memnón, Adonis y causa y hado, según el momento del día en que se encuentre. 718 La Arcadia [1598], en Colección escogida de obras no dramáticas de frey Lope de Vega Carpio, ed. de C. Rosell, cit., p. 133ª. 719 En Regia Parnassi..., cit., s.v. “Memnón”. 720 L. Quicherat, Thesaurus poeticus linguae latinae, Paris, L. Hachette, 1863, s.v., dice que “Nox” también significa ‘sueño’: Oculisve aut pectore noctem accipit. 721 Thesaurus poeticus linguae latinae, cit., s.v. MENU SALIR 377 Parecidas características –aunque con esquema “I en vez de R”– tiene la metáfora mitológica que hallamos en II, 407: “cuyo dios transparente y cristal santo”. Como es sabido, el agua de las fuentes se personificaba míticamente en el dios Fons (o Fonto), cuyo templo parece que estuvo junto a la Porta Fontinalis, al norte del Capitolio. La fiesta de los Manantiales ( Festa Fontinalia) le estaba dedicada. Esta agua perdía ahora su tersa placidez con la lluvia de lágrimas que caía de los ojos de la Luna (v. 408). Una nueva metáfora “I en vez de R”, aunque con temática marcial, aparece en los versos II, 405-406: “Acaso entonces una clara fuente bebía de Endimión la hueste ruda”. Es decir, ‘el rústico rebaño de Endimión’ (sujeto de “bebía”). La palabra “hueste” (‘ejército’) está tomada aquí en sentido humorístico, pues el adjetivo “ruda” conviene irónicamente, aunque en distinto sentido, tanto a las ovejas de un rebaño como a la soldadesca de un ejército. Otro caso interesante es el de la metáfora continuada de tipo auditivo que se encuentra en III, 17-24: MENU SALIR 378 “Tres capillas aquí divinamente coros alternan diestros y süaves: que responden al son de la corriente los aires puros y las dulces aves; con proporción variada, competente, allí los tiples suenan, altos, graves: que de los aires el compás maestro las aves y las aguas rige diestro”. Al decir “capillas”, Callecerrada se refiere a ‘coros de cantores’. “También se llama capilla la congregación de los cantores; la capilla real: los cantores del rey”722. Como se ve a lo largo de la octava, estas “tres capillas” son el murmullo del agua (v. 19, que remite a los vv. 1316 de la estrofa anterior), el susurro del viento y el canto de las aves (v. 20); el segundo hace de maestro de música (vv. 23-24). Atendiendo, pues, al total de la octava nos hallaríamos aquí ante una metáfora continuada (trimembre). El ejemplo de las “capillas” presenta la forma “I en vez de R”, al igual que en “allí los tiples suenan, altos, graves”: ‘tiples..., tenores, barítonos y bajos’. Así, en esta octava, el elemento real es “el son de la corriente, los aires puros y las dulces aves” (vv. 19-20); el elemento imaginario es la triple capilla o coro formado por el soplo del aire, el canto de las aves y el murmullo de las aguas –tiples, tenores y barítonosbajos– (vv. 19-24). 722 Covarrubias, Tesoro, cit., s.v., 2ª. ac. MENU SALIR 379 En cambio, aún en esta misma octava, en el verso 23 –“que de los aires el compás maestro”–, la metáfora continuada se transforma en una de las de estructura antropomórfica, ya que se refiere a que ‘el magistral compás de los aires’ hace de director de estos coros (v. 24). Por otra parte, nos interesa también observar los versos III, 15-16: “dando apacible escándalo sonoro a las aguas de plata guijas de oro”. Como se ve, las aguas y los guijarros –elemento real– son sustituidos por un elemento imaginario –la guitarra–, que tiene cuerdas – corriente de aguas– y trastes –guijarros–. Así pues, el significado es claro: ‘Los hilos de agua, como cuerdas de guitarra, hacen música con las guijas a guisa de trastes de oro’. No es necesario insistir en el abolengo típicamente gongorino de esta metáfora incluida en el Endimión. Recuérdense, por ejemplo, los célebres versos de D. Luis: “El ya sañudo arroyo, ahora manso. / Merced de la hermosura que ha hospedado, / efectos, si no dulces del concento, / que en las lucientes de marfil clavijas / las duras cuerdas de las negras guijas / hicieron a su curso acelerado”723. O bien, piénsese en la célebre letrilla redactada por Góngora en 1603: “Sobre trastes de guijas / cuerdas mueve de plata / Pisuerga, hecho cítara doliente; / y en robustas clavijas / de álamos, las ata / hasta Simancas, que le da su puente: / al son deste instrumento / partía un pastor sus quejas con el viento // –¡Oh río, le decía [...]”724. 723 724 Ed. Foulché-Delbosc, t. II, p. 271. Ib., t. I, p. 235. MENU SALIR 380 Otro tipo metafórico interesante se encuentra en II, 86-88: “no resistiera. Resistió el pellico del libre pecho al grave mal volante, entonces el vellón vuelto diamante”. Se trata de un caso en el que “vellón” es “diamante”. Es decir, su esquema es el de “R es (o hace las veces de) I”. Por otro lado, también encontramos casos de metáforas que aparecen mezcladas con otras figuras retóricas. Así ocurre en II, 145147: “–Dioses –lloraba–, que con peto duro, de un desnudo pastor guardáis el pecho; pálidas sombras del averno obscuro”. La metáfora, “I en vez de R”, en el seno de una perífrasis, identifica las “pálidas sombras del averno obscuro” con las ‘almas de los muertos’: “Umbrae etiam dicuntur mortuorum animae. Virgilius, sexto Aeneidos [v. 390]: Umbrarum hic locus et somni noctisque soporae”725. Consideramos suficiente cuanto llevamos dicho para que se nos permita establecer unas conclusiones bastante claras: la metáfora, como era de esperar, tiene una importancia estilística excepcional en el Endimión de Marcelo Díaz. Sin embargo, sus acuñaciones son 725 A. Calepino, Dictionarium, ed. cit., s.v. “Umbra”, 3ª ac. MENU SALIR 381 relativamente escasas en variedad formal, predominando, sobre todo, las de fórmula “I en vez de R”, seguidas de las de “R es I”, luego las de “I de R”, las apositivas, etc. –faltan, sin embargo, las fórmulas gongorinas más complejas, no habiendo encontrado, por ejemplo, ni una sola metáfora de segundo grado–. Algunas de estas metáforas se tiñen de rasgos retóricos procedentes de otras figuras, lo que las hace sin duda más complejas. Sin embargo, es evidente que el declarado discípulo de Lope está lejos de la genial riqueza metafórica de don Luis, de su originalidad, de sus matices y de su coherencia –aunque ha quedado de manifiesto que en muchos de sus pasajes se vislumbra la huella del poeta cordobés–. La metáfora gongorina tiene además una suntuosidad y un cromatismo que no iguala el autor del Endimión. En éste, la fantasía creadora, que saca de su seno metáforas innumerables y sorprendentes, es sustituida por una imitación manierista, en que la reflexión y el cálculo juegan un papel esencial, que genera un orbe metafórico sin duda muy valioso, pero más frío y repetitivo que el del autor de las Soledades. Naturalmente, sería una falacia, hasta cierto punto desleal, comparar en este campo a Callecerrada con Góngora, máxime teniendo en cuenta que aquél propugna en su teoría una claridad expresiva incompatible con la deslumbrante oscuridad gongorina. Pero hemos de tener bien claro el perfil estilístico del poeta que estudiamos en un punto tan decisivo como éste, y atribuir sus peculiaridades –llamémoslas limitaciones o renuncias voluntarias– a su propio temperamento poético, a su búsqueda de un estilo en que no predomine la afectación y al MENU SALIR 382 consciente alejamiento de una estética que la fidelidad a Lope de Vega le hacía inasequible726, aunque la práctica de la imitatio, general en su tiempo, se la impusiera en parte, y lograra en este ejercicio cimas que, como hemos visto, en modo alguno podemos considerar desdeñables. 2.1.2. La metonimia A manera de introductio y explicatio terminorum precisemos brevemente la definición y características esenciales de este tropo. Para ello partimos de las teorías –objetivas y técnicas– de H. Lausberg: “La metonymia (Quint. 8, 6, 23), µετωνυµία (Tryph. trop. P. 195, 20), ύπαλλαγή (Cic. Or. 27, 93), denominatio (Her. 4, 32, 43) consiste en poner en lugar del verbum proprium otra palabra cuya significación propia está en relación real (Cic. Or. 27, 92 res consequens) con el contenido significativo ocasionalmente mentado, por tanto, no en una relación comparativa (Cic. Or. 27, 92 similitudo) como en la metáfora [...]. Así, pues, la metonimia emplea una palabra en la significación de otra que semánticamente está en relación real con la palabra empleada”727. Es bien conocida la polémica que ha existido desde hace mucho tiempo a la hora de establecer fronteras claras entre los tres tipos de 726 Digamos una vez más, sólo como recordatorio, que Lope de Vega denunciaba el uso de la metáfora por inducir a oscuridad, sobre todo de las metáforas sobre metáforas. Sin embargo, como hemos advertido en otras ocasiones, el Fénix también era oscuro en otros momentos. Reafirma esta idea la opinión de R. Lapesa: “Pero como [Lope] aceptaba el acrecentamiento e ilustración del lenguaje con nuevas frases y figuras retóricas y con hermosos ojos y no vulgares términos, su postura carecía de base firme, y no pocas veces, deslumbrado por el deseo de mostrarse poeta sabio, se dejó llevar a los mismos extremos que satirizaba. En general, los polemistas anticulteranos se limitan a criticar simples diferencias de grado entre la afectación normalmente admitida para la poesía y la extraordinaria de Góngora y sus seguidores”, Historia de la lengua española, cit., pp. 341-342. 727 Op. cit., t. II, pp. 70-71. MENU SALIR 383 tropos728. Tanto es así, que teóricos de la talla de M. Le Guern han llegado a afirmar que los autores de tratados sobre Retórica no proponen una auténtica definición de metonimia que consiga darle su verdadero lugar729. Sin embargo, un acercamiento que sí le parece excepcionalmente válido es el que defendió P. Fontanier: “Consiste en la designación de un objeto por el nombre de otro objeto que forma como él un todo absolutamente aparte, pero que le debe, o a quien él debe, más o menos, o por su existencia o por su manera de ser”730. Una de las características que diferencian la metáfora de la metonimia es el que en la última, el creador del tropo, en la mayor parte de las ocasiones, no es consciente de que su denominación sea un desvío con respecto al modo en que se llama normalmente al objeto real al que se refiere. En este sentido, para clarificar algo más los límites, conviene consultar el resumen que ofrece J. González Muela sobre la explicación de R. Jakobson en relación con la metáfora y la metonimia: la primera es de tipo sustitutivo, la segunda, predicativo731. 728 Veáse lo que ya adelantamos sobre esto en el apartado dedicado a la metáfora. Op. cit., pp. 13 y 14. En ellas explica: “Se contentaron [los autores de tratados de Retórica] con establecer catálogos de hechos cuyo parentesco apreciaron pero sin llegar a dar una formulación satisfactoria a lo que tienen en común y que no se encuentra en los otros tropos”. 730 Op. cit., p. 79. 731 “La metáfora –afirma González Muela– refleja una similaridad, y la metonimia una contigüidad. Los dos conceptos implican un punto de vista lingüístico, y no exclusivamente semántico. En el caso de la metáfora se trata, en realidad, de una oposición lingüística: digo esto, no eso, aunque las dos cosas significan ESTO. En el caso de la metonimia se trata de una verdadera continuidad lingüística: la frase sigue su fluir sintagmático. La metáfora, dice Jakobson, es de tipo sustitutivo; la metonimia de tipo predicativo. El ejemplo de tipo sustitutivo (metáfora) que da Jakobson es: cabaña – se quemó; de tipo predicativo (metonimia): cabaña – es una vivienda pequeña y pobre. Éstas serían las posibles reacciones de un sujeto al que se mencionase la palabra cabaña. Aunque las dos expresiones son predicativas (una tiene un predicado verbal y la otra un predicado nominal), en la primera, según Jakobson, hay una similaridad semántica (como si la cabaña y el fuego estuvieran hechos la una para el otro), mientras en la segunda hay fundamentalmente una contigüidad sintáctica. Añade Jakobson: cabaña, choza, cobertizo, serían distintas posibilidades de tipo metafórico; pero cabaña, techo de paja, pobreza (o en francés e inglés chaume, thatch; paille, litter; pauvretè, poverty) sustituciones de tipo metonímico, porque en ellas se combina y contrasta la inicial 729 MENU SALIR 384 Otro de los modos en que se distinguen estos tropos es el que establece una diferenciación entre las figuras de contigüidad –metonimia y sinécdoque– y las de semejanza –metáfora–732. De todos modos, como vemos, no existe un criterio único, dada la cercanía entre muchos de estos recursos de estilo. Sirvan como ejemplo de ello las siguientes palabras de H. Lausberg: “El paso de la metonimia a la metáfora es fluido, especialmente en la metonimia personal y simbólica. Así la metonimia mitológica tiene un claro sello metafórico que en algunos casos [...] puede incluso convertirse en alegoría”733. Por todo ello, lo más conveniente es que establezcamos en qué casos concretos pensamos que se establece la metonimia, teniendo en cuenta que tampoco en este punto coinciden los tratadistas. Así, podemos apuntar la que propone M. Le Guern734: 1º La causa por el efecto. similaridad con una contigüidad semántica y sintáctica: los significados no quedan encapsulados en sí mismos (como en el primer caso), sino que pasa una corriente de uno a otro” 732 Así lo explican R. Wellek y A. Warren: “Prescindiendo de los esquemas, cabe dividir los tropos poéticos del modo más relevante en figuras de contigüidad y figuras de semejanza. Las figuras de contigüidad tradicionales son la metonimia y la sinécdoque. Las relaciones que expresan son analizables lógica o cuantitativamente: la causa por el efecto o al contrario; el continente por el contenido; la parte por el todo. En la sinécdoque se dice que las relaciones entre la figura y la cosa designada son internas; en ella se nos da una muestra de algo, una parte que se quiere que represente el todo, una especie que representa a un género, la materia denotando la forma y la utilidad a que se aplica”, op. cit., p. 229. 733 Op. cit., p. 75. 734 Existen otras muchas distinciones. Así, la de H. Lausberg: “Las relaciones reales entre la palabra empleada metonímicamente y la significación mentada son de especie cualitativa (causa, efecto, esfera, símbolo). En particular (Beda p. 612, 29 huius multae sunt species hay que distinguir: 1) La relación personacosa [...]: a) autores por sus obras [...] b) divinidades por la esfera de sus funciones [...] c) propietario (también morador) en vez de la propiedad (también morada) [...] d) Her. 4, 32, 43 instrumento dominum, ut si quis Macedones appellarit hoc modo: non tam cito sarisae Graeciae potitae sunt [...]. 2) La relación continente-contenido [...]. 3) La relación causa-consecuencia [...]. 4) La relación abstracto-concreto [...]. 5) La relación de símbolo (signum)”, op. cit., t. II, pp. 71-74. Por su parte, T. Vianu señala: “Bajo el rubro de la metonimia entra toda clase de transferencias entre las palabras y las nociones respectivas que están en cierta relación lógica: efecto por causa [...]; continente por contenido [...]; el material de que está hecho un objeto por el objeto mismo”, op. cit., p. 100. MENU SALIR 385 2º El efecto por la causa. 3º El continente por el contenido. 4º El nombre del lugar en que la cosa se hace, por la propia cosa. 5º El signo por la cosa significada735. Nosotros, a la vista de las distintas orientaciones en cuanto a las clasificaciones de la metonimia, consideramos útil la siguiente estructuración standard: 1) El continente por el contenido. 2) La materia por el objeto. 3) El signo por lo significado. 4) El efecto por la causa. 5) La causa por el efecto. 6) El autor por la obra. 7) El instrumento por el intérprete. A partir de estos conceptos y distinciones esenciales, ofrecemos un muestreo significativo del uso que hace Callecerrada del tropo que estamos analizando. Así, en I, 725: “–Traidora mano –dize– enamorada”. 735 Op. cit. pp. 30-31. Concluye Le Guern en la última página señalada: “Se podría completar la lista fácilmente. Así todas las categorías de la metonimia, en sentido estricto, corresponden a la elipsis de la expresión de la relación que caracteriza cada categoría”. MENU SALIR 386 Se trata de una de las metonimias que pertenecen al grupo de “causa por efecto”, con el sentido de ‘mano que enciende en amor’. Características parecidas tienen las que aparecen en I, 203-204: “¿cúyo es el hado triste, soberano, que con tu gusto y mi poder compite?” Aquí resulta claro que Callecerrada escribe “tu gusto” por ‘Venus’, y “mi poder” por ‘Cupido’. También en III, 141-142 hallamos una metonimia que establece una misma relación “causa-efecto”: “Alas de presto viento fugitivas das, ¡oh ligero miedo!, a los medrosos”. “Alas de viento”: ‘velocísimas alas’. El pasaje nos trae el recuerdo de Góngora: “El sacre, las del Noto alas vestido”736. Al grupo de “el efecto por la causa” pertenecen otros muchos ejemplos, como el que se lee en los versos I, 215-216: “si Júpiter excelso, allá en sus cumbres, no abate sus manubias a tus lumbres”. 736 Ed. Foulché-Delbosc, t. II, p. 112. Desde el punto de vista sintáctico obsérvese, además, la culta imitación que aquí se hace del acusativo griego. MENU SALIR 387 “Sus manubias” son ‘sus rayos’, ‘sus truenos’ (Júpiter es, por antonomasia, “el Tonante”)737. “Est quoque cum iactus fulminum manubiae dicantur. Κεραυνοβολία. Seneca, lib 2, Quaest. auctor est. Iovi tres manubiae dari, quarum prima monet, secunda prodest, tertia adhibitis consilio diis emittitur”738. En el verso anterior, I, 213, también utilizaba Callecerrada este tropo referido a Júpiter: “tú burlarás la luz de Jove puro”. Como se ve, se utiliza “luz” por “Júpiter”. Por raro que parezca, estas palabras, en el contexto de su octava, no admiten ninguna otra interpretación. Un ejemplo similar se halla en II, 401, en el que el “llanto” representa al ‘dolor’: “Este llanto, este ardor que Cintia siente”. Por otra parte, al grupo de “la materia por el objeto” pertenecen las siguientes metonimias. Una de ellas es la que se encuentra en I, 211-212: “por el sagrado humor del lago obscuro y su negra corriente arrebatada”. 737 Como se sabe, Júpiter, desde el cielo, hace retumbar el trueno y arroja el rayo, de ahí que se le apliquen los epítetos tonans, astrisonus, altisonus, fulmineus, fulminator, altisonans, fulminiger, cunctitonans y otros semejantes. Cf. R. Textor, Epitheta, cit., s.v. 738 A. Calepino, Dictionarium, ed. cit., s.v. “Manubiae”. MENU SALIR 388 El “lago obscuro” y la “negra corriente” se corresponden con ‘la laguna Estigia’ o ‘el lago Averno’ y el río Aqueronte, cuyas aguas oscuras, densas e inertes eran como plomo fundido. Las almas debían atravesarlas en la barca de Caronte, para arribar al reino de los muertos. Al mismo grupo metonímico pertenece el texto que se halla en II, 86-88: “no resistiera. Resistió el pellico del libre pecho al grave mal volante, entonces el vellón vuelto diamante”. “Entonces ... diamante”: ‘en ese momento, el pellico – metonímicamente llamado “vellón”: “la misma piel [de un carnero u oveja] con lana”739– adquirió dureza de diamante, repeliendo la flecha de Cupido’. Similar es el tropo que aparece en II, 89: “Que, asido el plomo en el pellico blando”. En él, como vemos, se dice “plomo” por ‘flecha’, poniendo, en lugar del nombre de la cosa, el de la materia en que se fabrica. Además, podemos comentar los versos II, 413-414: 739 Autoridades, cit., s.v., 2ª ac. MENU SALIR 389 “las doradas arenas que subían se mezclaban con perlas, y saltaba”. Con “doradas arenas” se refiere a las ‘orillas’. Por su color, esto nos recuerda a Góngora, que en su célebre soneto “A Córdoba” dice que el Guadalquivir es “de arenas nobles, ya que no doradas (v. 4). Tal vez se sugiera también aquí que fuente y río eran auríferos; sus arenas formaban orillas por las que subían las ovejas (v. 413) al acabar de abrevarse y bañarse, mezclando con ellas las líquidas perlas [‘gotas de agua’] que aún sacudían de su lana (v. 414). De nuevo, en I, 617-618, se repite la misma fórmula: “Desta esquiva cruel, ¡oh hijo amado!, ruégote que tu azero el passo acorte”. “Azero” es ‘flecha’. “Acero: comúnmente se toma por las armas”740, y las de Cupido eran el arco y las saetas. Esta metonimia se reitera de forma exacta en otros momentos del poema, como ocurre en II, 189-190: “buscaba las defensas, y tentaba los aceros, solícito, invisible”. También en III,148 leemos una forma estilística similar: 740 Autoridades, cit., s.v. MENU SALIR 390 “brinda la Muerte, y ferrugíneo trago”. Callecerrada parece querer decir aquí ‘de hierro’, con una expresión equivalente a la del verso anterior, III, 147 (“a quien, de hierro líquido, bebida”). “Ferrugíneo trago” bascula sobre el adjetivo cultista “ferrugíneo”, del latín ferrugineus (‘de color de hierro’). Por lo demás, esa “bebida de hierro líquido” es parte del mar de “hierro frío” (v. 151: “y al fin, en hierro frío naufragantes”) en que naufragan los siervos del Letargo, con lo que se repite la contradicción de la “bebida de helado plomo fundido” que aparecía en el verso 130 del Canto III (“estigio plomo beben congelado”). Por otro lado, en I, 220, estamos ante un caso que, aunque comparte temática con ejemplos anteriores, pertenece al grupo de “el instrumento por el que lo maneja”: “que esta flecha no teme en esta mano”. Es claro que al decir “flecha” se alude a ‘Cupido’. Muy parecido es el tropo que aparece en el verso II, 83-84: “yo, que sean de oro, sean de plomo, mi gusto a tus saetas sacrifico”. MENU SALIR 391 De nuevo se nombra al instrumento por el que lo usa, ya que al decir “saetas” se refiere a ‘la voluntad de Cupido’. Idéntico tipo se observa en II, 127-128: “cuando entre hazañas ínclitas burlaba [Apolo] mis flechas libres y mi essenta aljaba”. “Flechas libres” y “essenta aljaba” no hacen sino referirse al niño ciego. Callecerrada califica a las flechas de Cupido de “libres” y a su aljaba de “essenta” porque su uso dependía únicamente de la insobornable decisión del propio dios. Casos como éste son muy numerosos en el Endimión. Sirva uno más de ejemplo, el II, 4: “La antigua Delos ya tus arcos siga”. Al escribir “arcos” se refiere nuevamente a ‘Cupido’, utilizando “el instrumento por el que lo maneja”. Por lo demás, Delos es una de las islas Cícladas, en el mar Egeo, donde nacieron Apolo y Diana; al haber sido vencida ésta por Cupido, Delos debe, a juicio de Venus, seguir en adelante al vencedor, venerando su arco y flechas y ofreciéndole reverente culto. También aparecen ejemplos pertenecientes al tipo “el signo por el significado”. Uno de ellos es el que leemos en I, 773-774: MENU SALIR 392 “Cierto fue que otra causa no amaría que la que el pecho entonces le abrasaba”. Entendemos que “el pecho” alude a ‘la Luna’. No obstante no podemos dejar de señalar que también se podría ver en este caso una sinécdoque del tipo “la parte por el todo”. Las mismas circunstancias se podrían explicar en II, 11: “Agora de su amado hiere el pecho”, aunque en este caso Marcelo Díaz se refiere a ‘Endimión’. En II, 781 nos encontramos con otro ejemplo perteneciente al grupo de “el signo por el significado”: “Cintia, la diosa del invierno puro”. “Diosa ... puro”: ‘la diosa del puro desamor’; “invierno” alude al frío afectivo; “puro” puede significar ‘casto’, pero también ‘extremado’, ‘sin mezcla’. En este sentido, también nos interesa observar II, 111-112: “Quita la pluma desta flecha verde; pon la pajiza que esperanças pierde”. MENU SALIR 393 En cuanto al primer verso, las viras que utilizaba Cupido podían ir rematadas de verde, que, como es sabido, es el color de la esperanza. Así estaríamos ante una metonimia del “signo por lo significado”. Del mismo modo ocurre en el segundo verso: “pon ... pierde”: ‘coloca en la flecha la pluma color paja, que agosta toda esperanza’. Es interesante recordar en este punto que Lope de Vega atestigua el simbolismo desesperanzador del color pajizo cuando escribe: “Presente me hallé a sus bodas, / cortado de paño basto / un sayo azul y pajizo, / celoso y desesperado”741. Como se ve, los dos últimos versos correlativos subrayan lo celoso del azul y lo desesperado del pajizo. Insiste Callecerrada sobre esta relación simbólica en III, 128: “y aquéllos gana su esperança verde” Es decir, ‘los salva su verde esperanza’. Y, de nuevo, alude a la conexión entre los colores y su simbolismo en otros lugares del poema, como por ejemplo, en III, 281-283: “Sólo el celeste lis, que en vez de zelos, turquesado una vez, otro dorado, ya el rubio Sol retrata, ya los cielos”. “El ... lis”: ‘la celestial flor de lis’; esta heráldica flor se muestra, según Dioscórides742, en diversos colores, destacando las azules y las 741 742 La Arcadia, Canto I, parlamento de Celso, ed. cit., p. 61a. Pedacio, t. I, p. 12. MENU SALIR 394 amarillas (v. 282); por “celeste” (v. 281) –epíteto genérico, que alude directamente a su nobleza, pero también, implícita y formalmente, al color– y “turquesada” (v. 282), se podría pensar que “retrata” (v. 283) los celos, lo que no sucede en modo alguno (v. 281), pues el “turquesado” retrata los cielos, y el dorado expresa, con dechado simbólico, el rubio Sol (v. 283). Otra interesante sinécdoque de tipo “el signo por lo significado” se halla en III, 97-100: “No entre el objeto allí ni la potencia, intermedia, falible, el blanco diente, la densa punta de taurina frente”. “El blanco diente” del v. 98 es, como se sabe, símbolo de la envidia, que muerde reputaciones –recuérdese que el “áspid gitano” (‘de Egipto’, ‘egipciano’), con su fatal mordedura, es en Góngora el símbolo de ese vicio (Soledades, I, 110-111)–. En cuanto a “el objeto y la potencia”, se trata de términos de la filosofía escolástica; las “potencias” son la memoria, la inteligencia y la voluntad, con lo cual estaríamos ante una sinécdoque del tipo del “género por la especie”. Además, hay que comentar que la “dura punta de testuz de oro” es ‘la ira’, simbolizada en los cuernos agresivos de ese animal. Creemos que los ejemplos señalados hasta ahora nos sirven como muestra suficiente para analizar cuál es el uso general que hace Callecerrada de la metonimia en su Endimión. Sin embargo, preferimos MENU SALIR 395 esperar al estudio de la sinécdoque para establecer algunas conclusiones al respecto de ambas. 2.1.3. La sinécdoque En apartados anteriores de nuestra tesis hemos tratado algunas de las teorías principales que existen en la difícil caracterización de este tropo. Ya advertimos de la tendencia que siempre ha existido a unificarla o confundirla con otros recursos, aunque, fundamentalmente, con la metonimia. Con respecto a este problema de delimitación, conviene consultar el estudio de M. Le Guern, que concluye que lo más acertado es seguir a DuMarsais, que tiene “el mérito de establecer claramente las diferencias entre las dos figuras: La sinécdoque es, pues, una especie de metonimia, por medio de la cual se da un significado particular a una palabra que, en sentido propio, tiene un significado más general; o, al contrario, se da un significado general a una palabra que, en sentido propio, sólo tiene un significado particular. En una palabra: en la metonimia yo tomo un nombre por otro, mientras que en la sinécdoque tomo el más por el menos o el menos por el más”743. 743 Op. cit., p. 14. En nota al pie, pp. 14-15, continúa aclarando Le Guern: “Al final de su capítulo sobre la sinécdoque (II, 4) [de su Tratado de los tropos], DuMarsais vuelve sobre esta distinción, que profundiza hasta el punto de llegar casi a una definición de la metonimia: como es fácil confundir esta figura con la metonimia, creo que no será inútil observar lo que distingue a la sinécdoque de la metonimia; y es primero, que la sinécdoque hace comprender el más por una palabra que, en sentido propio, significa el menos, o, al contrario, hace comprender el menos por una palabra que en sentido propio indica el más, y 2º, en una y otra figuras hay una relación entre el objeto del que se quiere hablar y aquel del que se ha tomado prestado el nombre; pues si no hubiese ninguna relación entre estos objetos no habría ninguna idea accesoria y, por consiguiente, no habría tropo”. MENU SALIR 396 Nosotros, del mismo modo que hicimos con la metonimia, vamos a distinguir las siguientes clases de sinécdoque744: 1) El todo por la parte. 2) La parte por el todo. 3) El género por la especie. 4) El singular por el plural. 5) El plural por el singular. 6) El apelativo por el propio. 7) El abstracto por el concreto. Así pues, observando nuestro texto, encontramos numerosos ejemplos pertenecientes al grupo “la parte por el todo”. Ocurre de esta forma en I, 220: “que esta flecha no teme en esta mano”745. Resulta claro ver que “mano” es ‘Cupido’. Igual ocurre en II, 21, en que “vida” es ‘Luna’: “quiero yo que eternizes en su vida”. 744 Realizamos esta clasificación basándonos en las taxonomías de muy distintos estudiosos de la Retórica. Entre ellas podemos destacar la de H. Lausberg: “La metonimia de relación cuantitativa entre la palabra empleada y la significación mentada se llama synecdoche [...]. La relación cuantitativa se realiza como: 1) Relación parte-todo en ambas direcciones [...]. 2) Relación género-especie en ambas direcciones [...]. 3) La relación numérica, en la que se pone el singular por el plural y a la inversa”, op. cit., pp. 76-77. 745 Nótese el uso de los determinativos deícticos, que confieren dramatismo y proximidad al relato. MENU SALIR 397 También se observa el mismo tipo de sinécdoque en II, 70-72: “con dotes de belleza tan hermosos, que en el cielo, por dicha, ni en la tierra jamás emprendió Amor tan justa guerra”. Marcelo Díaz, al escribir “cielo, ni en la tierra” se refiere a ‘todo el universo, todo lo que existe’. Además, en II, 79-80: “miróle torvo [Cupido], y disparó derecha al tierno coraçón la dura flecha”. Resulta evidente la sinécdoque “tierno coraçón” por ‘Endimión’, pero, habla en concreto del corazón porque se pensaba que en él vivían los afectos y pasiones. Un ejemplo muy parecido se halla en II, 86-87, se alude a la parte del pellico que protege el corazón con el nombre de la zamarra pastoril en su integridad: “no resistiera. Resistió el pellico del libre pecho al grave mal volante”. Otro caso similar se encuentra en II, 114-116: MENU SALIR 398 “Y, reforçado ya el rapaz valiente, a lo mejor del descuidado pecho encaminó la flecha vehemente”. “A ... pecho”: ‘al corazón desapercibido’; el corazón es, en efecto, como sede del amor, lo más noble del pecho humano. Parecido perfil tiene la sinécdoque que se lee en II, 411: “las ondas consagradas recibían”. “Ondas consagradas”: las de la fuente a la que se acaba de aludir en vv. 405-407 (“Acaso entonces una clara fuente / bebía de Endimión la hueste ruda / cuyo dios transparente y cristal santo ...”). Del mismo modo se usa este recurso en II, 782: “vuestra divina estancia tocar quiero”. “Vuestra ... estancia”: puede referirse al ‘templo terreno del Sueño y el Letargo, o al lugar que habitan en el más allá’. Asimismo, en II, 795-796 la relación sinecdótica se realiza entre las “ruedas” y el ‘carro’: “cuando las nubes pálidas baxaban medrosas de las ruedas relucientes”. MENU SALIR 399 Como dice J. Pérez de Moya, “[En] la región primera y segunda del aire [...] se causan nubes y lluvias [...] Vitelión dize que las nubes se engendran en menos altura de cincuenta y una millas”746. Así pues, los versos 795-796 quieren decir que las blancas nubes descendían como con miedo de las fulgentes esferas celestiales [“pálidas” (v. 795), “medrosas” (v. 796) y “con temor” (v. 797) parecen obedecer a una misma connotación poética]. Otra sinécdoque similar se halla en III, 6-8: “y con abrigos siempre corresponde al invierno crüel la estancia amena, llena de abriles y de mayos llena”. “Llena ... mayos”: ‘rebosante de vida, verdor y flores’. “Abriles y mayos” es la ‘primavera’, el ‘verdor’. Nótese, además, la epanalepsis del v. 8, tan del gusto manierista de Callecerrada. Interesa ahora que observemos los versos III, 773-774: “su calor enjugó el humor jugoso del soñolento ramo. Y de improviso”. “Su calor”: ‘Cupido’, como se nota en versos posteriores (III, 777778). Además, “enjugó ... jugoso”: ‘secó el líquido humor’; usa aquí Marcelo Díaz un pleonasmo, que podría estar provocado por la 746 Tratado, cit., pp. 199b-200a. MENU SALIR 400 paronomasia “enjugó / jugoso”. También hay que comentar “del ... ramo”: ‘del ramo de hojas de árbol que el Sueño había dado a Cintia para que dejara dormido a Endimión (cf. vv. 399-400 y 425-432 de este Canto). Las tres sinécdoques –“calor”, ‘Cupido’; “humor jugoso”, ‘ramo’; “ramo”, ‘hojas de árbol’– podríamos considerarlas dentro del grupo “la parte por el todo”, aunque la última también podría incluirse en “el singular por el plural”. El ejemplo que sigue –vv. II, 141-142– es muy parecido al que acabamos de comentar: “Lúgubre rey, si tu rigor se inclina, vomita Alectos: tronará mi acento”. “Vomita Alectos”: ‘echa furias por tu boca’. Alectos es la primera de las Furias (griego, Euménides), nacida, como sus hermanas Tisífone y Meguera, de la sangre que salió de los genitales de Urano amputados por Saturno747. Callecerrada, por sinécdoque –¿parte por todo o singular por plural?–, usa el nombre de Alectos para referirse en realidad a todas las furias. En el siguiente tropo –vv. III, 241-243–, la relación que se establece es la del “género por la especie”: “Éstos aroma inspiran que de muerte preservan el reposo corruptible: 747 N. Conti, op. cit., p. 128. MENU SALIR 401 que una suerte es remedio de otra suerte”. “Que ... suerte”: ‘pues una especie [el sueño] es remedio de otra suerte [la muerte]; “suerte” tiene aquí el sentido de ‘especie’, que se integra en un ‘género más amplio’: así, “dormición” (habría que sobreentender este vocablo o semejante) se dividiría en dos especies: “sueño” (“reposo corruptible”, temporal (v. 242) y “muerte” (reposo definitivo, v. 241). Del mismo tipo –“género por especie”– es la metonimia que encontramos en III, 289-290: “Tales allí es espíritu florido, tales flores inspira el suave aliento”. “Tales ... tales flores”: el poeta recapitula en esos determinantes elativos las flores que pueblan el jardín del Sueño sosegado; ya sabemos que esas flores son: rosas albas y rojas (estrs. 28-29), claveles llameantes (estrs. 30-31), jazmines y cándidas azucenas (estr. 32), dorados alhelíes (estr. 33) y la celestial flor de lis (estr. 36), pero no la turquesada violeta (estr. 34) ni la jaspeada clavellina (estr. 35). Sus valores simbólicos, establecidos a lo largo de los siglos, justifican esa selección, que el poeta ha ido explicando en las correspondientes octavas. Otro grupo muy abundante de sinécdoques que usa Marcelo Díaz son las que pertenecen a la clase del “apelativo por el propio”. Así, en II, 5: MENU SALIR 402 “Flechador más valiente ha de llamarte [Hércules]”. Evidentemente se está hablando de ‘Cupido’. Además, al decir “más valiente” se refiere a ‘mejor’, ‘más esforzado’. En II, 77 leemos: “Entonces el dios niño, que se atreve”. Nuevamente Callecerrada alude a ‘Cupido’. En Regia Parnassi se le aplican las perífrasis de puer paphius, idalius, cythereius, gnidius748. Góngora recurre a la misma formulación en Polifemo, 237: “el niño dios, entonces, de la venda [...]”. Obsérvese la coincidencia incluso en el adverbio de tiempo. Además, en II, 81 llama Endimión a Cupido, como es tópico, “Amor”: “–Yo, Amor, que las dictadas leyes tomo”. Callecerrada gusta de usar otros muchos apelativos –que las más de las veces ejercen funciones de “cliché”– para referirse a Cupido, conformándose nuevas sinécdoques. Es el caso que aparece en II, 114: “Y, reforçado ya el rapaz valiente”. 748 Loc. cit., s.v. MENU SALIR 403 “El ... valiente”: ‘Cupido’. Conviene saber además que, cuando leemos “rapaz”, debemos entenderlo en sentido bisémico. Por una parte significa ‘niño’, ‘muchacho’; por otra, ‘rapiñador’, ‘robador’ (de la voluntad y el alma de sus víctimas). Es epíteto tópico de Cupido, como se nota en J. Ravisio Textor749. Con “valiente” indica ‘fuerte’, ‘audaz’, ‘valeroso’750. También llama Callecerrada a Cupido “rapaz” a lo largo de toda la obra. Así lo leemos en I, 17: “Velaba el dios rapaz con arco y flecha”. También en I, 133: “No es mucho que un rapaz lo haya parlado”. En I, 681: “–Ven –el rapaz con voz encruelecida”. O, finalmente, para no alargarnos más, en III, 730: “del dios rapaz, del niño bullicioso”. 749 750 Epitheta, s.v. “Cupido”. Autoridades, s.v., 1ª. ac. MENU SALIR 404 Sin embargo, en II, 122-123 se utiliza “rapaz” para hacer referencia a Endimión, y no a Cupido, como habíamos visto hasta ahora: “conmoviendo la aljaba el dios flechero, –¿Habrá, rapaz, saeta que te cuadre?” “el ... flechero”: ‘Cupido’. R. Textor le aplica epítetos literarios como sagittifer, teliger, pharetratus, y la perífrasis sagittis armatus751. Además, como hemos dicho, “rapaz” es ahora apóstrofe dirigida a Endimión (recuérdese que él y Cupido eran de la misma edad). A Endimión se le llama con otros muchos apelativos y “clichés”. Algunos de ellos tienen relación con su oficio de pastor. Son múltiples los ejemplos que nos saltan a la vista a lo largo de nuestro poema. Así, en II, 103-104: “que a la Luna adorasse el pastor tierno, y la Luna al pastor en giro eterno”. Es decir que se adoren ‘en una reciprocidad inacabable’ [y dinámica], formando una circunferencia imaginaria, cuyo perímetro lo formaría el amor que corría de la Luna a Endimión, y de éste a aquélla. Metonimias que emparentan de diversas formas con la especie que acabamos de analizar se repiten con frecuencia. Veámoslo, por ejemplo, en II, 117-118: 751 Epitheta, cit., s.v. “Cupido”. MENU SALIR 405 “Creció de Venus el cruel despecho, que atenta mira al pastorcillo, y siente”. Por otra parte, llaman nuestra atención los versos III, 145-147, que podríamos incluir en el grupo de “el singular por el plural”: “Otros que la porción toman debida, por grado o fuerça, del obscuro lago, a quien, de hierro líquido, bebida”. Callecerrada, al escribir “a quien”, se refiere “a quienes”, como era uso en nuestro Siglo de Oro. Existen otras formas sinecdóticas que resulta interesante comentar. Una de ellas es la que se encuentra en I, 532: “que el adorno prolixo es ancho y largo”. “Que ... largo”: ‘que el vestido le viene grande’; también podríamos entender “el adorno prolixo” como ‘la primorosa vestidura’, ‘el vestido hecho con demorado primor’ (sinécdoque). No olvidemos que Góngora usa la palabra “prolijo” en ese sentido: “arco digo gentil, bruñida aljaba, / obras ambas de artífice prolijo” (Polifemo, vv. 457-458). También en I, 261-262 aparece este tropo con matices parecidos: MENU SALIR 406 “Huyan medrosas una y otra pía lascivas de tu carro, que yo llego”. “Lascivas”: adjetivo que correspondería a Venus, y que , por sinécdoque, se aplica a los animales que tiran de su carro. En resumen: visto cuanto hemos expuesto a propósito de la metonimia y de la sinécdoque, comprobamos que podemos establecer a su respecto unas conclusiones muy parecidas a las que propusimos a propósito de la metáfora: abundancia numérica, acuñaciones relativamente poco variadas, limitación de la inventio, laborioso ejercicio del cálculo y la reflexión, práctica continua de la imitatio, etc. Es decir, recurso al Manierismo –en el sentido que da E. Orozco a este término– como criterio fundamental de una estética, y consecuentemente de un estilo. No cabe duda, pues, de que la metapoética de Marcelo Díaz en lo relativo a los tropos es muy homogénea y consciente, y acusa de forma clara su carácter epigonal. Y si su construcción metafórica lo instala en un ámbito de resonancias culteranas, sus continuas acuñaciones metonímico-sinecdóticas lo acercan con no menos claridad a la estética conceptista –al fin y al cabo, como sabemos hoy sobradamente, estas facetas no son sino caras distintas de una misma moneda–. El examen de los tropos en el Endimión nos demuestra, en fin, un desbordante propósito expresionista que rompe la mesura del clasicismo renacentista para sustituirla por un barroquismo sin trabas que busca , MENU SALIR 407 como nunca antes se había hecho –y no olvidamos a Juan de Mena ni a otros poetas cultos de la Baja Edad Media– maravillar y sorprender al lector con los arabescos de la forma, aún más que con lo intrincado del argumento. 2.2. El hipérbaton Tras haber estudiado el modo concreto en que usa Callecerrada los tropos en el Endimión, llega el momento de seguir analizando la importancia que cobran en el poema otros recursos retóricos. Consideramos que entre ellos debemos destacar –dada la relevancia que tiene en éste y otros poemas del siglo XVII– el hipérbaton. Desde un principio resulta conveniente precisar el alcance del término. Y más aún si tenemos en cuenta que durante mucho tiempo se ha usado la palabra “hipérbaton” como un vocablo general con el que nos podíamos referir a todas las alteraciones de la norma lingüística de carácter sintáctico752. Esta ausencia de criterios claros en cuanto a la figura de la que nos ocupamos se arrastra desde muy antiguo, como se comprueba al rastrear testimonios del todo contradictorios, que pretendían, como veremos en la polémica gongorina, avalar cualquiera de las hipótesis que conviniera para sustentar alguna exégesis concreta. La situación de confusión a la que aludimos se constata todavía con más claridad, al fijarnos en la gran cantidad de nombres con los que se ha querido llamar a lo largo del tiempo a los desórdenes de tipo formal que 752 Tanto es así, que S. Gili Gaya se refería a esta figura retórica como un concepto relativo: “El hipérbaton no consiste en la alteración de un orden regular y lógico establecido por los gramáticos, sino en colocar los elementos oracionales en una sucesión comprensible, pero sentida como no habitual en cada época del MENU SALIR 408 se aprecian en un texto, aunque no siempre se refirieran exactamente a las mismas alteraciones. Así: transmutatio, anástrofe, tmesis, protísteron, histerología o locución prepóstera, transgressio, transiectio, hysteronproteron, inversio, reversio, perversio, paréntesis, etc. Es tradicional que muchos de los intentos de definición partan de la conocida cita de Quintiliano: Hyperbaton quoque, id est verbi transgressionem, quoniam frequenter ratio compositionis et decor poscit, non inmerito inter virtutes habemus753. Además, otra corriente de opinión es, como afirma A.C. López Viñuela, la encabezada “por Hermógenes, que fue la seguida por San Isidoro en sus Etimologías, [que] define de forma genérica al hipérbaton como transcensio, cum verbum aut sententia ordine commutatur”754. Entre las definiciones más modernas del término podemos señalar la de A. Marchese y J. Forradellas, que expresan que el hipérbaton es una “figura sintáctica que consiste en la inversión de algunos elementos respecto al orden que normalmente presentan en la frase”755. Por su parte, H. Beristáin lo define así: “Figura de construcción que altera el orden gramatical (por el procedimiento de la transmutatio) de los idioma. Es por consiguiente un concepto relativo, cuyos límites son la comprensibilidad por un lado, y las construcciones corrientes por otro”, Curso Superior de sintaxis española, Barcelona, Bibliograf, 1990, p. 94. 753 De institutione oratoria, libro VIII, cap. VI “De tropis”. Cito por la edición de Ouvres complètes de Quintiliano y Plinio el Joven, Paris, Firmin Didot Frères, Fils et Cie, 1861, p. 314a. 754 Loc. cit., pp. 27-28. Añade López Viñuela en p. 28 de su excelente trabajo que, “bajo esa denominación incluye al conjunto de todas las figuras per ordinem, aunque distinguiendo cinco subtipos o especies: la anástrofe, la tmesis, la sinquesis, el hysteron-proteron y el paréntesis”. 755 Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria [1978], Barcelona, Ariel, 1986, s.v. Un poco más adelante explican: “Generalizando, el hipérbaton consiste en separar los elementos que constituyen un sintagma, intercalando otros que determinan una estructura irregular de la frase (irregular, bien entendido, en relación a un orden que se considera usual)”. MENU SALIR 409 elementos del discurso al intercambiar las posiciones sintácticas de las palabras en los sintagmas, o de éstos en la oración”756. A la vista de todo lo dicho, debemos mantener unos criterios claros a la hora de distinguir los tipos principales que se comprenden dentro del término. De esta manera, “hipérbaton”, en general, significa, como hemos visto, el cambio del orden usual de las palabras de una frase, oración o discurso. Cuando ese cambio es simplemente de orden se llama anástrofe. Por ejemplo, ocurre así en: “De una flor el aroma / por la estancia volaba”. Ahora bien, en la literatura barroca, sobre todo por obra de Góngora, se reserva el nombre de hipérbaton a lo que hoy llamamos “hipérbaton disyectivo” o “distensivo”, que consiste en romper un sirrema intercalando en medio una cuña verbal más o menos larga: “Invidia de las ninfas y cuidado / de cuantas honra el mar deidades era” (Polifemo, vv. 113-114). Como vemos, en el v. 114 el adjetivo indefinido “cuantas” forma sirrema con el sustantivo “deidades”; pero este sirrema ha sido roto, intercalando en medio la cuña verbal “honra el mar”. Ya Quintiliano hizo referencia a esta distinción: Verum id quum duobus verbis fit anastrofe dicitur, reversio quaedam; qualia sunt vulgo, mecum, secum: apud oratores et historicos, Quibus de rebus: at, quum 756 Diccionario de Retórica y Poética, México, Porrúa, 1985, s.v. Se podrían ir añadiendo muy distintas definiciones, entre ellas, la de T. Albadalejo: “Figura de organización sintáctica por la que se abandona el orden normal de la construcción oracional”, Retórica, Madrid, Síntesis, 1989. Además, J.Mª. Pozuelo Yvancos afirma que un hipérbaton es “cualquier variación en la ordenación sintáctica estandarizada por una lengua”, Teoría del lenguaje literario, Madrid, Cátedra, 1988, p. 183. MENU SALIR 410 decoris gratia contrahitur longius verbum, proprie hyperbati tenet nomen757. El hipérbaton, tomado en este último sentido, y la metáfora constituyen dos de los elementos más característicos de la oscuridad gongorina y culterana en general. Sin embargo, no es, por supuesto, correcto decir que el uso del hipérbaton sea exclusivo del Siglo de Oro o de los culteranos, aunque sí es cierto que en sus poetas y obras aparece con mayor abundancia. Pero, no se puede olvidar la presencia de este recurso en escritores que teóricamente ponían reparos a los excesos de esta figura, como ocurría con Garcilaso de la Vega o Juan de Jáuregui758. El empleo de los hipérbatos depende más bien de las preferencias personales del autor, del estilo que domina el poema –sublime, medio o ínfimo– y del género literario al que se adscribe la obra en cuestión. En cuanto a esto último, resulta interesante destacar que es precisamente en las obras de temática mitológica –como es nuestro Endimión– donde se encuentra una mayor cantidad de hipérbatos. Así lo explica A.C. López Viñuela: “Sin embargo, llama la atención que sea en las obras de tema mitológico donde aumente la proporción [de hipérbatos]: resulta evidente el desfase entre el número de versos con transposiciones en la obra completa de don Luis Carrillo, que no llega al 5%, y el 17’5% de la Fábula de Polifemo y Galatea, del mismo autor. 757 De institutione oratoria, cit., VIII, 6, 65. R. Lapesa afirma: “Al estudiar este aspecto de la poesía luisiana es preciso tener en cuenta que la tradición poética –tanto la popular como la culta– había admitido desde la Edad Media tipos de trasposición convertidos en moneda corriente a fuerza de uso; que en el siglo XV los poetas del Prerrenacimiento ensayaron otros muy atrevidos; que Garcilaso filtró toda esta herencia y le incorporó variedades asentadas previamente en la poesía italiana”, “El cultismo en la poesía de Fray Luis de León [1972 / 1973], en Poetas y prosistas de ayer y de hoy. Veinte estudios de historia y crítica literarias, Madrid, Gredos, 1977, pp. 128129. 758 MENU SALIR 411 También en el Orpheo de Juan de Jáuregui el índice de hipérbatos resulta muy alto, casi de un 10%”759. Lo que sí debemos tener muy en cuenta es que el concepto de “normalidad” de la época de Marcelo Díaz, no tiene nada que ver con el que hoy se acepta en general. Como es bien sabido, en el siglo XVII la anástrofe era un recurso tan habitual que incluso no se relacionaba con el hipérbaton y no se consideraba que indujera a oscuridad760. En cambio, no se puede decir lo mismo del “hipérbaton disyectivo” que, junto a los cultismos léxicos y a las ya analizadas metáforas, eran considerados como las fuentes principales que hacían difícil un texto761. Además, no olvidemos que, como hemos dicho, en ese momento no pretendían, incluso los supuestamente claros, que la lengua poética fuera igual al modo común de hablar. Ya lo dijo Fernando de Herrera: “En la narración humilde [la forma] es llana y recogida y estrecha; y en la figura y modo mediano más aderezada y vestida, y en alto muy trabajada. Porque es casi nacida en el estilo ínfimo, templada con no mucha arte y nativa en la forma mediocre, y artificiosa en la sublime”762. 759 Op. cit., pp. 117-118. En la segunda página citada, añade López Viñuela un dato que deberemos tener en cuenta: “Por eso resulta mucho más sintomática la actitud de rechazo de Lope, que en sus dos poemas mitológicos evita el excesivo empleo de esta figura”. 760 Recordemos la opinión de F. García Lorca que, como miembro de la Generación del 27 que tanto admiró a Góngora, afirmó que no existe una gran dificultad a la hora de entender un texto que contenga hipérbatos: “sus oraciones, con ordenarlas como se ordena un párrafo latino, quedan claras”, “La imagen poética de don Luis de Góngora”, en Prosa, Madrid, Alianza Editorial, 1969, p. 116. 761 J. Roses explica cómo se percibía en el siglo XVII el hipérbaton, siguiendo para ello las opiniones de algunos teóricos del momento: “Junto a la condena por el empleo de voces peregrinas, Pedro de Valencia censura como generadora del vicio de la oscuridad la proliferación de transposiciones [...]. A pesar de su condena del hipérbaton, Pedro de Valencia admite su función reconocida por la retórica clásica, consistente en la elevación del estilo. Al igual que sucedía con el cultismo, la crítica negativa del hipérbaton en Góngora parece ser una cuestión de grado. Se considera positivamente su empleo como favorecedor del ornatus, pero se pone freno a la desmesura en su utilización [...]. En las Advertencias de Almansa y Mendoza, encontramos de nuevo la relación entre hipérbatos y oscuridad”, op. cit., p. 169. 762 “Comentarios a la poesía de Garcilaso”, ed. de A. Gallego Morell, en Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, Granada, Universidad, 1966, p. 349, n. 91. MENU SALIR 412 De esta manera justifica el uso abundante de figuras retóricas en un texto redactado en esta última forma763. Así pues, no todas las formas de hipérbaton son censurables. Incluso uno de sus principales detractores, como es Juan de Jáuregui, distingue entre unos hipérbatos aceptables, y otros que no lo son: “Lo vituperable –enfatiza J. Roses– es su abuso y frecuencia, así como la violencia de algunos de ellos. Como dejó ligeramente delineado en el Antídoto [Jáuregui], esta violencia tiene su raíz no tanto en la interposición de palabras entre el adjetivo y el sustantivo, sino en el modo de realizarla: cuando en esta estructura el adjetivo va al principio, a continuación los vocablos interpuestos, y después el sustantivo, la figura del hipérbaton es de todo punto censurable; no siendo así a la inversa”764. De esta manera, existen una serie de fórmulas hiperbáticas que se repiten con mayor insistencia en la obra del autor de las Soledades, y que debemos observar antes de introducirnos en el estudio de las que aparecen en el Endimión. Así, A.C. López Viñuela ha concretado que fundamentalmente se trata de cuatro variantes: “separación entre adyacente (determinante, artículo, adjetivo, complemento del nombre u oraciones de relativo) y núcleo del sintagma nominal, disgregación de formas verbales compuestas, alejamiento de determinados adverbios íntimamente relacionados con el verbo, como los de negación, e intercalación de elementos ajenos entre los componentes de un 763 E. Orozco insiste en esta idea, al afirmar que una de las funciones del hipérbaton es la de “evitar la expresión normal de la prosa y de la lengua hablada”, Góngora, cit., p. 139. 764 Op. cit., p. 176. MENU SALIR 413 suprasintagma constituido sobre relaciones de disyunción o copulación”765. Se han vertido a lo largo del tiempo numerosas teorías sobre los motivos por los que los autores deciden hacer un uso abundante del hipérbaton. Una de ellas es la que defendió E. Orozco Díaz, según la cual, dado que el castellano deriva del latín, a través del hipérbaton se procura realizar una vuelta a nuestra lengua de origen766. Por su parte, F. Rico, considera que esta figura es fruto, “en ciertos aspectos, [de los] resabios de una forma poco madura de saber latín”767. Sin embargo, actualmente se duda de que autores sumamente cultos, no supieran realizar una correcta traducción del latín o se equivocaran al utilizar su lengua. Se piensa, más bien, que el uso de hipérbatos es debido a una voluntad de estilo, un deseo de adornar el texto que escriben, de enriquecerlo a través de éste y otros recursos formales. Creemos haber acertado de este modo con la motivación principal de uno de los autores que llevó esta figura retórica a la cima: Luis de Góngora. Es indudable la importancia que adquiere este recurso en los versos del poeta cordobés, convirtiéndose en una de las características esenciales que siempre se cita como propia de su estilo y de sus seguidores. Don Luis elige conscientemente romper con la poesía que se 765 Op. cit., p. 121. Resulta de gran interés consultar las pp. 91-97 del trabajo de López Viñuela para conocer en profundidad cuáles y cómo eran las construcciones gongorinas “inadmisibles” para los coetáneos de Góngora. 766 Cf., “Góngora”, en Historia General de las Literaturas Hispánicas, t. III, Barcelona, Vergara, 1968, p. 352. 767 Primera cuarentena y tratado general de Literatura, Barcelona, El Festín de Esopo, 1982, p. 111. La idea de que el hipérbaton es un deseo de emulación del latín se ha repetido con frecuencia. Así lo dice J.L. Alborg: “La enorme libertad del español para el orden de las palabras –superior a la de todas las otras lenguas MENU SALIR 414 hacía entonces, abundando en el manejo del hipérbaton disyectivo. Como hemos dicho, la tradición del empleo de esta figura se remonta a mucho antes. No obstante, Góngora lo utiliza de una nueva forma. Tanto es así que Lope de Vega, aunque declarado detractor del recurso, llega a decir que se trató de “enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras, cuales nunca fueron imaginadas ni hasta su tiempo vistas”768. Consideramos suficiente lo dicho como introducción para poder adentrarnos en el estudio del uso del hipérbaton en Callecerrada. Y es que desde antes de comenzar su poema, en las palabras que dedica “Al lector”, ya se ve la importancia que tiene esta figura retórica en su concepción estilística: “Lo que pensaron los antiguos de la Luna y Endimión estendí yo en estos versos, porque es fácil añadir a lo inventado. Fingieron que la Luna, preciada tantos siglos tan de casta, tan de fría, ardió en los amores de un pastor, tan recatada y empachosa, que sin dexar simple nombre a las historias de su gozado fin, sólo se lee obscuramente: En la más cerrada noche, la enamorada Luna de Endimión, con cristalina copa, liba el clavel del purpureante labio”. románicas– se acentuó tras el deseo de emular al latín y elevar la dignidad y posibilidades expresivas del lenguaje literario”, Historia de la Literatura Española, Época Barroca, t. II, Madrid, Gredos, 1967, p. 532. 768 Respuesta de L[ope] de V[ega] C[arpio] a un papel que escribió un señor de estos reinos en razón de la nueva poesía, en Obras, Madrid, B.A.E., t. 38, 1950, p. 138a. Posteriormente filólogos como Dámaso Alonso han opinado al respecto: “Lo prodigioso es que Góngora, en el hipérbaton, convierte nuestra molestia idiomática en materia estética: nuestra desazón la transforma en un elemento expresivo”, Poesía española..., cit., p. 338. H. Hatzfeld, por su parte, considera que, “una original combinación de arte creador y cálculo MENU SALIR 415 El gongorismo de este resumen es tan exagerado que diríase que estamos ante una parodia burlesca del lenguaje de don Luis. “En la más cerrada noche” es una anteposición del adjetivo al sustantivo (y superlativo hiperbólico). Nos interesa destacar que, “la enamorada Luna de Endimión” es un hipérbaton disyectivo, por ‘la Luna, enamorada de Endimión’. Además, si seguimos explicando este interesante fragmento, al escribir, “con cristalina copa” estamos ante una metáfora alusiva a una inexistente copa de cristal donde se recogería el “néctar” de la boca de Endimión. (Góngora se refirió a ese “néctar” en uno de sus sonetos más célebres: “La dulce boca que a gustar convida / un humor entre perlas distilado, / y a no invidiar aquel licor sagrado / que a júpiter ministra el garzón de Ida ...”). “Liba” es un verbo incluído por Dámaso Alonso769 entre los cultismos de la Soledad I (censurado por J. de Jáuregui): se relaciona con “el clavel” que sigue, cuyo néctar “liban” las abejas. “El clavel del purpureante labio” es una metáfora “B de A” (adjetivo antepuesto) . “Purpureante”, un participio de presente activo –cultista– de “purpurear”, voz incluída por Dámaso Alonso entre las gongoristas770, y censurada por sus detractores (“purpureante” ni siquiera aparece en Góngora). Nos concierne todo lo dicho, aún habiéndonos apartado algo de lo que es hipérbaton, para poder formularnos la siguiente pregunta: ¿Por qué incluye Marcelo Díaz en este “Prólogo al lector” un resumen del mito tan despiadadamente satírico de los usos culteranos? Tal vez quiso reflexivo se muestra en toda su obra, pero, sobre todo, en el elemento tan típico del estilo de góngora, del hipérbaton, y más especialmente en la colocación final, a la manera del latín, del predicado”, op. cit., p. 268. 769 La lengua poética de Góngora, cit., pp. 59 y 103. 770 Ib., pp. 62 y 106. MENU SALIR 416 subrayar la perspectiva lúdica desde la que escribe su poema, afectando un distanciamiento irónico que reaparece en diversos pasajes de la obra. Ello se explicaría aún mejor si aceptamos la condición que ya propusimos de eclesiástico de Callecerrada, para quien la fábula mitológica no pasaría de ser un amable divertimento. Pero, veamos ya cómo utiliza el hipérbaton nuestro escritor dentro del propio poema. Para ello destacaremos algunos ejemplos, entre los muchos que hay a lo largo de la fábula, por parecernos los más significativos. Así, en I, 561-564: “Mercurio soy, del dios más excelente primogénita luz, hijo heredero, que de los rayos el imperio ardiente vibra tonante con ruido fiero”. Nos encontramos ante dos anástrofes, ya que delante del sustantivo va el complemento del nombre: ‘Mercurio soy, luz primogénita e hijo heredero del dios más excelente, el cual, haciendo estallar el trueno con ruido fiero, arroja la potencia ardiente de los rayos’. Como explicación de los versos 561-562 hay que decir que Júpiter, según Cicerón (De natura deorum, 3) y Arnobio, tuvo a Mercurio como fruto de sus amores con la pléyade Maya (Hesíodo, Teogonía, 937-938); Lactancio el Gramático (Thebaid., 4), sin embargo, reseña esa misma filiación, pero MENU SALIR 417 sugiere que Mercurio pudo también ser hijo de Júpiter y Cilene (veánse estrofas I, 13 y 60)771. Además, en los versos I, 637-638: “assí la muerte, en justicieros hados, blandos puntos alterna y rigurosos”. “Blandos ... rigurosos”: ‘alterna episodios gratos y dolorosos’ (hipérbaton). Es destacable el uso de “puntos” como ‘momentos’, ‘ocasiones’, ‘episodios’, que repite Callecerrada en otras partes de su poema, como ocurre en II, 244 (“tiene la suerte puntos dedicados”). Resulta interesante también observar los versos II, 69-70: “Años eran los mismos que Cupido, con dotes de belleza tan hermosos”. “Con ... hermosos”: ‘tan hermosos en dotes de belleza’. Nótese que el ser “dotes” femenino obliga a recurrir al hipérbaton, desechando el sintagma “dotes hermosos”. En II, 86-87 leemos un violento hipérbaton: “no resistiera. Resistió el pellico del libre pecho al grave mal volante”. 771 Para todo ello, cf. L.G. Gyraldus, De deis gentivm uaria et multiplex historia [...], Basilea, I. Oporinus, M. D. LX, p. 288. MENU SALIR 418 “Resistió ... volante”: ‘el pellico resistió al grave mal volante del libre pecho [‘... al grave daño que, volando, amenazaba a mi pecho libre de amor’]. Parecida es la fuerza que tiene este recurso estilístico en II, 184: “donde de envidia nos sepulte el fuego”. Es decir, ‘donde nos sepulte el fuego de [la] envidia’ [que sentiremos por el poder que conservan los otros]. Asimismo, se puede destacar el fragmento que aparece en II, 270272: “tales rayos ni lumbres tan hermosas, ni tanto de fulgor cerco flamante la lluvia prometió tan abundante”. “Ni ... abundante”: ‘ni tanto cerco flamante [‘llameante’] de fulgor prometió la lluvia tan abundante’ (hipérbaton); se pensaba que cuando la Luna aparecía rodeada de un halo de luz prometía lluvia: “[En cuanto a la Luna,] si el día cuarto la ciñe un cerco reluziente promete vientos y lluvias”772. Otro caso interesante se halla en II, 324: “y la imaginación pinta amorosa”. 772 C. Plinio Segundo, Historia natural, XVIII, 25; traducción de G. de Huerta, 2 vols., t. I, Madrid, J. Gonçalez, 1629, p. 203a. MENU SALIR 419 “La ... amorosa”: la fantasía del amante, llevada de su amor, pinta en efecto, una imagen ideal del ser amado; obsérvese el hipérbaton: ‘y la imaginación amorosa pinta’, rompiéndose la estructura normal del este sintagma nominal (sustantivo + adjetivo) con una cuña verbal. Además, en II, 351-352: “y abatís, de ventíferos nublados, penachos hasta el cielo levantados”. “Y ... levantados”: ‘y echáis por tierra penachos de nublados ventíferos levantados hasta el cielo’. Obsérvese el hipérbaton de sentido alegórico: ‘desbaratáis maquinaciones de apariencia espantosa’. En cuanto a “ventíferos”, lo entendemos como ‘que llevan vientos’, ‘que vuelan acompañados de [o empujados por los] vientos’ (latinismo ausente de los diccionarios, pero bien formado morfológicamente). Por otra parte, en II, 353-354 leemos otro violento hipérbaton: “No interpongáis de dudas tan valientes tan descollados montes espantosos”. “No ... espantosos”: ‘no interpongáis [entre mí y Endimión] tan altos y espantosos montes de fortísimas dudas’. Diana aparece aquí desconcertada, ignorando cuanto se refiere a sus relaciones presentes y futuras de Endimión, sobre todo la actitud de éste para con ella. MENU SALIR 420 También llama nuestra atención el fragmento que se encuentra en II, 470-472: “tiene opuesto: que amor, en tal sentido, es en almas forçoso y coraçones, como, en los fundamentos, relaciones”. “que ... relaciones”: podríamos entender así estos oscuros versos: ‘pues el amor, tomado en ese sentido ha de estar por fuerza en las almas y corazones, como están las relaciones en los fundamentos’. Esta última sentencia es un principio de filosofía escolástica: “fundamento” significa con frecuencia ‘causa’, ya sea real o ideal, y lleva en sí necesariamente, como en germen, todo lo que la “relaciona” con sus consecuencias. Así, las almas y corazones benevolentes son como el “fundamento” que atesora “relaciones” de amor con el objeto de sus afectos. Detengámonos, en fin, en el audaz hipérbaton del v. 471 –“es en almas forçoso y coraçones”–, que se resuelve así: ‘es forçoso en almas y coraçones’. Nos interesa observar también los versos II, 613-614: “tu cayado, bien triste y mal contento, te niegue, justo, alivios, retorcido”. El hipérbaton es claro en “tu cayado ... retorcido”, donde este sintagma es sujeto de “te niegue”. MENU SALIR 421 Otro ejemplo lo vemos en III, 113-114: “El uno y otro dios, de sus rendidos contraria ostentación haze y alarde”. “De ... alarde”: hipérbaton: ‘hace alarde y ostentación contraria de sus rendidos’. Al decir “sus rendidos” se refiere a los súbditos que obedecen las leyes de uno u otro dios (el Sueño sosegado y el Letargo). Un poco después, en III, 138, estamos ante un hipérbaton que realiza una acción suavizadora de otra figura, una antítesis en concreto: “huyen, con presto miedo, perezosos”. “Huyen ... perezosos”: ‘huyen perezosos con presto miedo’; el sentimiento acude veloz a su alma, pero su reacción es lenta, como corresponde a gente “aletargada”. También conviene que fijemos nuestra atención en III, 303-304: “y el resplandor, a su dormir sereno, fue, en vez de rayo, de fulgor y trueno”. Callecerrada usa aquí, como en otros lugares de su poema, “fue a” en el sentido de ‘sirvió de’. Se trata de un estilema característico de Góngora, aquí camuflado por el hipérbaton. Asimismo, debemos detenernos en III, 441-442: MENU SALIR 422 “La diosa, que miraba sepultado al pastor, y en olvido suave muerto”. “La ... muerto”: ‘La diosa, que veía al pastor muerto, y sepultado en dulce olvido”. De nuevo estamos ante un violento uso del recurso que analizamos, que no es capaz de enmascarar, sin embargo, el recuerdo de fray Luis de León, oda VIII –“Noche serena. A Diego Oloarte”–, vv. 35: “[...] hazia el suelo / de noche rodeado, / en sueño y en olvido sepultado” ([...] Chromis et Mnasylus in antro / Silenum pueri somno videre jacentem, / inflatum hesterno venas, ut semper, Iaccho; Egl., VI, 13-15)–; traducción de Sal. 87, vv. 14-15, etc. De nuevo, en III, 515, estamos ante otro caso de hipérbaton disyectivo, introduciéndose de nuevo en el sintagma nominal, entre el sustantivo y su adjetivo, un verbo: “que Cintia con horror huyesse fuerte”. “Con horror ... fuerte”: ‘con intenso horror’. Otro caso, aunque aquí lo que se haga es romper la estructura normal del complemento del nombre, como ya hemos advertido en ocasiones anteriores, lo hallamos en III, 564: “entran, y del Amor cautivas quexas”. MENU SALIR 423 “Del ... quexas”: ‘quejas cautivas del Amor’. O en los versos III, 593-594: “Frente, campo de nieve no tocado, seguro del Amor campo sereno”. “Seguro ... sereno”: ‘seguro campo del Amor sereno’. Dentro de la estructura hiperbática, “campo” parece significar aquí el escenario donde tienen lugar los episodios de amor. Otro ejemplo interesante del uso de este recurso estilístico está en III, 786-787: “huyó del coraçón a los retiros de Cintia, que perdió su enamorado”. “Del ... Cintia”: ‘a lo más íntimo del corazón de Cintia’. Además de este hipérbaton, se puede destacar la acuñación que hace Callecerrada con “su enamorado”, es decir, ‘al objeto de su amor’, ‘a su amante’. Lo usa sin preposición, al modo de la época, pese a ser complemento directo de persona. La conclusión que sacamos de este somero recorrido por algunos de los hipérbatos más chocantes del Endimión es su profundo manierismo, que imitando en la práctica a Góngora, aun contradiciendo la teoría, forja estructuras verbales sorprendentes. Sin embargo, ninguna de ellas, pese a su rareza, es original de Callecerrada. Éste ha leído detenidamente la MENU SALIR 424 obra poética de Góngora y sus secuaces, y fascinado por el misterio técnico de su belleza, imita sus diseños retóricos, con lo que se afilia – contra toda lógica, y parcialmente–, a lo más abstruso del estilo de don Luis y sus seguidores. Por lo demás, como ya hemos apuntado, el calco de las construcciones sintácticas de los poetas clásicos latinos satisfaría la vanidad de don Marcelo, al hacer ver su conocimiento de la venerable poesía de los viejos y prestigiosos vates de la latinidad. El único reparo que cabe poner a esta conducta es que las construcciones hiperbáticas más temerarias del Endimión carecen de la emoción sincera y personal que se esperaría de quien se autoproclama explícitamente discípulo de Lope de Vega –mestizado en estos casos del estilo de Góngora–. Con ello, estos pasajes de su poesía acusan claramente una elaboración consciente, en la que el esfuerzo intelectual disminuye en mayor o menor grado el frescor de la poesía inspirada y libre de sofocantes corsés. Todo ello confirma lo que ya hemos dicho del carácter epigonal –muy complejo, por otra parte– del poeta que cantó los amores de la Luna y el pastor de Latmo. 2.3. La hipérbole Un buen modo de precisar el concepto de hipérbole es consultar lo que de esta figura dijeron estudiosos de la época de Marcelo Díaz Callecerrada. Así, hablando “de la agudeza por exageración”773 773 A la hipérbole se la ha llamado de muy diferentes formas a lo largo del tiempo. Así lo refleja G. Mayáns y Siscar: “El encarecimiento, exageración o ponderación, que Cornificio llamó exsuberatio; el mismo Cicerón, y Quintiliano, superlatio, y los griegos, hipérbole, es una manera de hablar, por la cual ponderamos la cosa más o menos de lo que es. Si la ponderamos más, se llama auxesis en griego, en castellano, crecimiento o MENU SALIR 425 (Agudeza, Discurso XIX), Gracián afirma que “consiste su artificio en un encarecimiento ingenioso, debido a la ocasión, que en las extraordinarias ha de ser el pensar y el decir extraordinario. Desta suerte, el célebre Licurgo, preguntándole por qué no había puesto en su severa política graves penas contra los parricidas, respondió que jamás se le había ofrecido, cuanto menos creído, que tan enorme maldad pudieran cometerla hombres. Está bien exagerado. No escrupulea en la verdad este género de sutileza; déjase llevar de la ponderación y atiende sólo a encarecer la grandeza del objeto, o en panegiri o en sátira”774. Siguiendo con definiciones más actuales, debemos citar la de H. Lausberg, que, como en otras ocasiones, atiende a las preceptivas clásicas a través de Quintiliano: “La hypérbole [...] se define como decens veri superiectio (Quint. 8, 6, 67). La hipérbole es un medio de amplificatio gradual [...] y es como figura de pensamiento una intensificación de la evidentia. Su finalidad y también su límite radican en la creación de una momentánea evidentia poética. La verosimilitud cede el puesto por un momento a favor de una evidentia penetrante”775. exceso; si menos, en latín, defectus, en griego elipsis, en castellano, defecto o disminución”, Rhetorica, 2 vols., Valencia, Hdros. de G. Conejos, M.DCC. LVII, t. II, p. 166. 774 Agudeza y arte de ingenio, ed. cit., t. I, p. 197. En su conocido Diccionario de términos filológicos, F. Lázaro Carreter identifica “hipérbole” con “exageración”, dándonos una definición que repite literalmente una parte de la de Gracián, añadiendo dos ejemplos: uno, de M. Salinas, tomado del texto del autor de El Criticón, y otro, de Quevedo, que el mismo Carreter elige: “Hipérbole. Exageración que atiende sólo a [en]carecer la grandeza del objeto, o en panegiri<s> o en sátira (Gracián): por túmulo todo el mundo, / por luto el cielo, por bellas / antorchas pon las estrellas, / y por llanto, el mar profundo (Salinas); érase un naricísimo infinito (Quevedo)”, op. cit., s.v. 775 Op. cit., t. II, p. 300. Además de explicar Lausberg qué es hipérbole como figura de pensamiento, también se refiere a su vertiente como tropo de dicción en las pp. 80-81 del mismo tomo II: “La hipérbole es un rebasamiento onomasiológico extremo y, en su sentido literal, increíble del verbum proprium. La hipérbole es una metáfora vertical y gradual y tiene (como la metáfora horizontal [...]) efectos evocadores y poéticos que en la retórica se utilizan en sentido del interés de la causa (augere / minuere [...]) y en la poesía como recurso de representación afectiva. Como la metáfora [...] también la hipérbole se puede resolver en la forma de la comparación (en la hipérbole como figura de pensamiento [...]).– El desplazamiento vertical pretendido (Aen. 1, 103 [la edición de C. Ruaens (Venecia, S. Coleti, MDCCLXXIX, p. 193), siguiendo manuscritos MENU SALIR 426 Por su parte, A. Marchese y J. Forradellas definen la hipérbole como una “figura lógica que consiste en emplear palabras exageradas para expresar una idea que está más allá de los límites de la verosimilitud. Es bastante corriente en el habla cotidiana (ejem.: hace un siglo que no te veía, me di de narices con él)”776. Queda, pues, claro, que la hipérbole consiste en una exageración expresiva. Tradicionalmente, dado su carácter, se ha señalado que es una figura que se adecúa mejor a los jóvenes, dado que se les supone una mayor vehemencia que a los que poseen una edad avanzada. Asimismo, también se ha comentado que es propia de momentos de gran pasión, pues el entusiasmo nos lleva en muchos casos a la exageración en nuestra forma de expresarnos. Además, guarda mucha relación con la imaginación que se posea, que permitirá realizar nuevas y sorprendentes acuñaciones777. propios, remite al v. 107] fluctusque ad sidera tollit; Cid 2, 3, 465 mon âme... y fera l’impossible) puede expresarse y concretarse (metáfora hiperbólica: niveus candor, cor lapideum, σιδήρειον ητορ)”. Como sabemos, la idea de si la hipérbole es tropo o figura no ha estado del todo clara. H. Blair expresa a este respecto lo siguiente: “A veces puede considerarse como tropo, y a veces como figura de pensamiento: y a la verdad ni es tan clara la distinción entre estas dos clases; ni es de tal importancia que hayamos de recurrir a sutilezas metafísicas para no confundirlas. Ora se llame tropo, ora figura, es claro que es un modo de hablar fundado en alguna manera en la naturaleza: porque en todas las lenguas, y aún en la conversación ordinaria, ocurren con mucha frecuencia expresiones hiperbólicas”, Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras, 4 vols., traducción de J.L. Munárriz, Madrid, A. Cruzado [ts. I y II], 1798 y 1799, y García y Compañía [ts. III y IV], 1800 y 1801, t. II, p. 76. G. Mayáns y Siscar ya advirtió en este sentido: “Si la exageración se halla en una sola palabra, será tropo, de que ya hemos tratado en su lugar: si en alguna sentencia, figura”, op. cit., t. II, p. 166. 776 Op. cit., s.v. Podríamos añadir muchas otras definiciones. Así, la de H. Beristáin: “Exageración o audacia retórica que consiste en subrayar lo que se dice al ponderarlo con la clara intención de trascender lo verosímil, es decir, de rebasar hasta lo increíble el verbum proprium (aunque Fontanier recomienda no llegar a ese extremo)”, op. cit., s.v. 777 Confirmando lo que decimos, explica H. Blair que, “este giro hiperbólico predomina más o menos en el lenguaje según la viveza de imaginación de las gentes que lo hablan. De aquí es que los jóvenes abundan siempre de hipérboles: de aquí es que el lenguaje de los orientales era mucho más hiperbólico que el de los europeos, quienes son de una imaginación más flemática, o si se quiere más correcta: y de aquí es que entre todos los escritores de los primeros tiempos, y en las sociedades no civilizadas hallamos a cada paso esta figura. Una mayor experiencia y una mayor civilización en la sociedad apagan el ardor de la imaginación y depuran su modo de explicarse”, loc. cit., t. II, p. 77. MENU SALIR 427 Teniendo en cuenta sus características, los tratadistas de Retórica han insistido con frecuencia en la necesidad, para lograr un buen estilo en el uso de la lengua, de procurar ser moderados a la hora de manejar las hipérboles. Se aconseja que estén en consonancia con un modo natural de hablar, y que no se insista demasiado en ellas, sino que sean utilizadas con moderación y sólo en los momentos en que su presencia sea considerada como verdaderamente necesaria. En caso contrario el resultado es negativo, ya que provoca un estilo grandilocuente, que puede llegar hasta el ridículo. Nótese cómo Marchese y Forradellas se han referido a este problema, proponiendo como ejemplo negativo a Lope de Vega: “Frecuentemente la hipérbole adquiere un sentido cómico, que patentiza la desproporción entre las palabras y la realidad (las aventuras fantasiosas de personajes jactanciosos, como el Miles gloriosus de Plauto, o su descendencia en las literaturas europeas) o la distanciación irónica con que el autor describe algunos hechos. Piénsese en el tratamiento que Lope da a las batallas en La Gatomaquia [1634]: Yo soy, villanos, / el asombro del orbe, / que come vidas y amenazas sorbe; / aquel de cuyos garfios inhumanos, / león en el valor, tigre en las manos, / hoy tiemblan justamente / las repúblicas todas / que desde el Norte al Sur, por varios mares, / mira de Febo la dorada frente”778. 778 Op. cit., s.v.; la cita de Lope está exactamente en la silva quinta de La Gatomaquia, vv. 283-291 (ed. de C. Sabor de Cortázar, Madrid, Castalia, 1982, p. 184). También se refiere H. Lausberg a la necesidad de ser moderados en el uso de la hipérbole: “El mantenerse dentro de los límites (decens veri superiectio) es difícil: Quint. 8, 6, 73 quamvis est enim omnis hyperbole ultra fidem, non tamen esse debet ultra modum, nec alia via magis in κακοζηλίαν [...] itur; ... monere satis est mentiri hyperbolen, nec ita, ut mendacio fallere velit; quo magis intuendum est, quousque deceat extollere quod nobis non creditur.– Por consiguiente, el público, arrebatado por el encanto poético de la hipérbole, se deja llevar de la simpatía hacia el orador; pero un forzamiento de esa buena predisposición suscita la risa, quiéralo (urbanitas) o no el orador: Quint. 8, 6, 74 pervenit haec res frequentissime ad risum: qui si captatus est, urbanitatis, sin aliter stultitiae nomen assequitur”, loc. cit., t. II, p. 300. MENU SALIR 428 De esta forma, existen dos tipos principales de hipérboles: las que sirven para describir, y las que sugieren pasión. H. Blair las ha explicado, aconsejando el uso de la segunda, ya que considera que son mejores las que son fruto del sentimiento arrebatado, “porque si la imaginación se encamina de suyo a engrandecer los objetos, sacándolos de sus proporciones naturales, la pasión tiene esta misma tendencia en un grado mucho más fuerte: y por lo tanto no solamente hace excusables las figuras más atrevidas, sino que las hace muchas veces exactas y naturales”779. Asimismo, hay que señalar que el efecto hiperbólico se puede producir en dos direcciones principales. Una, por exceso –lo que los antiguos llamaban áuxesis: “El león es mayor que una montaña” (Quijote)–, la otra, por defecto –tapeínosis: “Ícaro de bayeta, si de pino / Cíclope no, tamaño como el rollo” (Góngora)–780. Por otra parte, al observar el modo en que se usan las hipérboles, queda pronto de manifiesto que se suelen presentar acompañadas de otras figuras retóricas. Normalmente las combinaciones más usuales son las que se producen con metáforas, personificaciones o prosopopeyas, gradaciones, eufemismos, lítotes y reticencias. 779 Op. cit., t. II, pp. 78-79. En la segunda de estas páginas continúa diciendo: “Todas las pasiones sin excepción, el amor, el terror, el asombro, la indignación, la cólera, y aún el dolor llenan de confusión el ánimo; abultan los objetos; y de consiguiente inspiran un estilo hiperbólico”. 780 A esta distinción se ha referido H. Beristáin: “La hipérbole constituye una intensificación de la evidentia en dos posibles direcciones: aumentando el significado (se roía los codos de hambre), o disminuyéndolo (iba más despacio que una tortuga)”, op. cit., s.v. Otros muchos estudiosos de Retórica tratan sobre ello. Así, H. Lausberg: “Igual que la amplificatio sigue dos direcciones [...], así también la hipérbole se desarrolla hacia arriba o hacia abajo: Quint. 8, 6, 67 virtus eius ex diverso par augendi atque minuendi; Tryph. trop. III, p. 198, 31 ύπερβολή έστι Φράσις ύπεραίρουσα τήν άλήθειαν αύξήσεως ή µειώσεως χάριν”, op. cit., t. II, pp. 300-301. Es muy conveniente consultar la clasificación que hace Lausberg en p. 301 sobre los tipos de hipérbole según el medio expresivo en que se vierta. A saber: 1) intensificación gradual, 2) similitudo, 3) comparatio, 4) signa y 5) metáfora. MENU SALIR 429 Puesto que ha quedado claro con todo lo dicho que la hipérbole supone un matiz enfatizador del texto en cuestión, es fácilmente deducible que durante el siglo XVII fuera uno de los recursos estilísticos más utilizados por los escritores de esa época. En un momento en que todo se exagera, retuerce y multiplica, la hipérbole es un instrumento encaminado a realzar lo que querían expresar. Así lo manifestó E. Orozco: “En la estética del Barroco siempre habrá que destacar, en su arranque, la visión y sentido hiperbólico [...]. Dinámica y matemáticamente, todo se desmesura, perdiéndose el sentido de armonía y naturalidad característica del Renacimiento. Es lo primero que se percibe en el cambio de época, como si las formas se agigantaran e hinchasen, vitalizadas con la nueva sensibilidad, antes de retorcerse y complicarse”781. Es por ello por lo que B. Gracián, al explicar la hipérbole, pone como ejemplos de “exageración” a Góngora y a Lope –con lo que descubre genialmente lo que de común hay entre ellos–, además de a otros escritores clásicos latinos o españoles del Siglo de Oro782. Así, nos interesa ahora analizar cuál es el uso concreto que hace Marcelo Díaz de esta figura retórica a lo largo de su poema. Queremos saber si también 781 Góngora, cit., p. 128. También Dámaso Alonso se ha referido al fenómeno hiperbólico en el Barroco, centrándose en la mitología y el género épico: “Hay que tener en cuenta, además, el gigantismo. El gigantismo mitológico aporta elementos desde la antigüedad, el jayanismo caballeresco reúne otros. En la poesía de tipo novelesco (los poemas épicos renacentistas), la hipérbole es hipérbole sólo para el módulo de las proporciones humanas; no cuando nos transportamos a la fingida realidad que allí se describe. Toda esta tradición viene a pesar sobre la figura del Polifemo de Góngora y aun sobre todo el poema. No sólo es Polifemo gigantesco: todo su ambiente, y la misma expresión del poeta tienden a lo desmesurado: todo se hiperboliza”, Poesía española..., cit., p. 368. 782 R. Lapesa, como tantos otros, ha resaltado el valor que adquiere la hipérbole en Góngora, ya que en su obra, “la expresión se retuerce en elegantes giros ajenos al lenguaje común: como, según frecuente hipérbole, los árboles centenarios compiten en edad con las rocas vecinas, el poeta los llama émulos vividores de las MENU SALIR 430 aquí se muestra Callecerrada como un epígono que sigue las tendencias propias de sus maestros. De esta forma, en I, 19-20, leemos una metáfora en que se hiperboliza la figura de Cupido, pues: “era en el manso fuego aura deshecha, y en el viento era llama rutilante”. Por otra parte, en I, 41-42 advierte Venus: “Instantes son a tus velozes viras las distancias, Amor, e inmensidades”. Es decir, ‘¡Oh Amor!, las cosas más distantes y alejadas están como inmediatas a tus rápidas flechas’. Nótese, además de la exageración sobre el poder del amor, el cultismo semántico “instantes”: ‘presentes’, ‘inmediatas’ (del latín instans). Además, un poco más adelante, en I, 49-52, se reincide en esta idea, que se repetirá, como veremos, a lo largo del poema: “La indómita potencia de la muerte no es como tú valiente y atrevida, que tú, con poderosa mano fuerte, tiras a lo mejor de nuestra vida”. peñas”, Historia de la Lengua española, cit., pp. 344-345. Por lo demás, ese verso de Góngora es el 18 de la Dedicatoria de las Soledades al Duque de Béjar. MENU SALIR 431 Estamos, como ya comentamos anteriormente, ante el lugar común de “el amor más fuerte que la muerte”, de conocida ascendencia bíblica: Quia fortis est ut mors dilectio, dura sicut infernus aemulatio (Ct. 8, 6). La misma idea con la que se exagera la fuerza que posee el amor se continúa en las estrofas que comprenden I, 57-72: “Cumple el punto mortal la Parca helada y los escasos términos fatales, y en la precisa meta señalada el crecimiento para de los males; no bien assí las almas inmortales reciben la passión enamorada, ni hay término de bien o mal possible señalado en el alma indivisible. Más fuerte es el amor, que unión forçosa es de estremos que aun fueron dissonantes, que la muerte carencia maliciosa y negra desunión de almas constantes; las vencidas ventajas dan gloriosa corona vencedora a los triunfantes: por esso rinden con distinta palma la muerte al cuerpo, y el amor al alma”. MENU SALIR 432 Por otro lado, un nuevo sentido hiperbólico aparece en I, 73-76: “Cuidaba el niño ciego que assistía, en amoroso fuego sossegada, el alma, y con celeste compañía, en cuerpo de jazmín deidad rosada”. “Que ... rosada”: el sentido parece ser: ‘que el alma de Venus reposaba tranquila en amoroso sueño, y que su sonrosada deidad descansaba con celestial compañía en cuerpo de jazmín’. Evidentemente, Callecerrada, al expresar que Venus tenía un cuerpo hecho de la materia de esa flor, metaforiza de manera hiperbólica. Resulta interesante también comentar I, 97: “Oiga tu infante, bella reina hermosa”. El doble adjetivo pleonástico nos hace entender un superlativo: ‘bellísima’, ‘hermosísima’. De este modo se extrema esa cualidad. Con anterioridad apareció esta misma estructura en el poema, concretamente en I, 91: “su bella causa hermosa, que se quexa”. Prosigue Callecerrada estableciendo hipérboles, al hablar de cómo era Venus, en I, 103-104: MENU SALIR 433 “cuando en el verde pabellón dormida, dabas al campo y a las flores vida”. “En ... dormida”: Nueva reminiscencia de Góngora, que utiliza más de una vez la palabra “pabellón” en este sentido (árbol a cuya sombra se descansa –y se ama– en el campo): “Todo sirve a los amantes ... / los campos le dan alfombras, / los árboles pabellones”783. Por lo demás, es claro que Venus, por muy hermosa que fuera, no daba vida al campo y a las flores. Parecidas hipérboles, todas de tipo ascendente, son las que presenta de forma encadenada Marcelo Díaz en un largo pasaje, correspondiente a los versos I, 105-128, en que además entrecruza otras figuras retóricas como metáforas o interrogaciones retóricas: “¿Eras clavel divino por la tarde, cuyo patente espíritu en el viento purpúreo con empíreas llamas arde? ¿Eras en el febeo crecimiento con sacra ostentación, con bello alarde, la rosa de más alto nacimiento? ¿O eras, esparcida al sol oriente, del lirio liberal la flor patente? 783 Foulché-Delbosc, cit., t. I, p. 227. MENU SALIR 434 ¿Eras, con el rozío del Aurora, el fresco abril de la celeste esfera, que cuanto en yelo tímido atesora ostenta en alentada primavera? ¿Eras del Sol el resplandor que dora la desatada fiesta lisonjera cuando el Amor revela ocultas puertas de adoradas beldades encubiertas? ¿Eras la fruta reina, cuyos granos son, con dorada unión, rubís ardientes, si los amores, reyes soberanos son de inmortales almas obedientes? ¿Franquearon tu beldad inquietas manos? ¿Hizo tus gracias el dolor patentes de aquel acerbo sueño fatigada, ¡oh reina del calor, franca granada¡?”. Además, en I, 329-331, leemos: “¿Tú con vezes de Sol? ¿Tú la divina sustituta del Sol, cuando interpola ausencias desta esfera cristalina?” MENU SALIR 435 Precisamente aquí la Luna se muestra indignada por el engreimiento hiperbólico que lleva a Venus a compararse con el Sol, símil este que ya hemos leído en ocasiones anteriores. Al decir “esfera cristalina” se refiere al ‘cielo’. También es interesante aclarar que la Luna dice “esta” porque se mueve en la primera esfera, mientras la cipria diosa lo hace en la tercera784. El epíteto “cristalina” alude a la transparencia común a estos cielos, pues estrictamente, el “ácueo” o “cristalino” es el noveno785. Parecida exageración se halla en I, 351-352: “y que serás [un] sol que el Sol oriente conoce cuando nace su occidente”. O sea, ‘que serás un sol a quien conoce el Sol naciente cuando se inicia su ocaso [el de Venus]’, pues, en efecto, el lucero matutino desaparece del cielo cuando el Sol sale. Debemos también señalar que por razones métricas, de eufonía y ritmo, hemos propuesto leer así el verso I, 351: “y que serás [un] sol que el sol oriente”. Nuevamente leemos una definición de la fuerza del amor en II, 5-8: “Flechador más valiente ha de llamarte, a su pesar, el hijo de la amiga de Jove: que una fiera venenosa fue vencida de aquél; de ti, una diosa”. 784 785 Cf. J. Pérez de Moya, Tratado, cit., pp. 31b y y 69a-70a. Ib., pp. 39b-40a. MENU SALIR 436 Es decir, Cupido es tan valiente y poderoso que incluso lo es más que Hércules, hijo de Alcmena, amiga de Júpiter. En efecto, Hércules venció a la hidra de Lerna. Tenía numerosas cabezas, y al cortarle una le nacía otra. Hércules la mató durante su segundo trabajo, quemando las heridas que aparecían en las distintas decapitaciones de que la hizo objeto786. Boecio recuerda la hazaña: Hydra combusto periit veneno787. En Regia Parnassi se le dan los epítetos de venenosa y rábida, y se habla de lernaea pestis (s.v. “Hydra”). Callecerrada señala que todavía tiene más mérito Cupido que Hércules, pues éste mató a una fiera, pero aquél venció con su flecha a una diosa (la Luna). Los versos II, 86-88 contienen otra hipérbole: “no resistiera. Resistió el pellico del libre pecho al grave mal volante, entonces el vellón vuelto diamante”. “Entonces ... diamante”: ‘en ese momento, el pellico – metonímicamente llamado “vellón”: “la misma piel [de un carnero u oveja] con lana”788– adquirió tal dureza que, de manera hiperbólica, se convierte en un diamante que repele la flecha de Cupido. Interesa asimismo destacar los versos II, 123-124: “–¿Habrá, rapaz, saeta que te cuadre? 786 787 B. de Vitoria, Teatro..., cit., t. II, pp. 92-98. De consolatione, 4, 7. MENU SALIR 437 –dixo, centellas respirando fiero–”. Como se ve, la desesperación de Cupido es tal, al no poder acertar con sus saetas y completar así su plan vengador contra Diana, que llega a respirar centellas, a expulsar rayos de ira. Un significado hiperbólico similar se halla en II, 141-142: “Lúgubre rey, si tu rigor se inclina, vomita Alectos: tronará mi acento”. ‘Lúgubre rey [Plutón], si disminuye tu rigor, echa furias por tu boca’. Alectos, como hemos explicado anteriormente, es la primera de las Furias, nacida, como sus hermanas Tisífone y Meguera, de la sangre que salió de los genitales de Urano amputados por Saturno789. De nuevo se magnifican desmedidamente los hechos en II, 265-268: “Cubriéronse de sombra, y por el cielo, atropellando nieblas espantosas, Diana pareció, que de su yelo oros vibraba y llamas luminosas”. “Oros vibraba”: ‘despedía dorados rayos’; “por extensión, [vibrar] vale arrojar con ímpetu y violencia alguna cosa, especialmente las que en 788 789 Autoridades, cit., s.v., 2ª ac. N. Conti, loc. cit., p. 128. MENU SALIR 438 su movimiento hacen algunas vibraciones. Lat[ín] Vibrare”790. Sirva de ejemplo el siguiente pasaje de P. Calderón de la Barca: “De Júpiter y de Marte, / armas que entrambos ejerzan / (aquél en rayos que vibra / y éste en puntas que ensangrienta)”791. El mismo uso cultista se le da a “vibrar” en otros lugares del Endimión, como en I, 564 (“vibra tonante con ruido fiero”). Lo cierto es que Callecerrada expresa aquí que la Luna no sólo emanaba amor, sino el más grande posible, concretándolo en oros y llamas luminosas. También interesa observar los versos II, 457-460: “No supo dezir más la casta diosa que mirar a Endimión tan dulcemente, que, sin amar, amara la amorosa llama el pastor, que el Hado no consiente”. “Que ... consiente”: ‘que el pastor desamorado habría amado con gusto la amorosa llama que le prohibe el Hado’. Es decir, era tal la manera de mirar la Luna a Endimión, que sin que él pudiera amarla – según el dictado de los Hados–, la tendría que amar. Nótese, además, la paronomasia parequética tan manierista del verso II, 459: “sin amar amara la amorosa”. En III, 57-64 estamos ante una prosopografía hiperbólica del Letargo, que nos trae el recuerdo de la que hizo Góngora de Polifemo792: 790 791 Autoridades, cit., s.v., 2ª ac. La fiera, el rayo y la piedra [1664], ed. de A. Egido, Madrid, Cátedra, 1989, p. 178. MENU SALIR 439 “La pesada cabeça coronada con diadema de blanca dormidera; pobladas sien y cejas, y cerrada la estrecha frente con guedexa fiera; ancha nariz, que rompe violentada una respiración que otra no espera; labio flamante, desmedido y bronco, puerta patente del sonido ronco”. Es sorprendente que en II, 57-64, es decir, en el mismo lugar, pero en el Canto anterior, se encuentra otra prosopografía hiperbólica, aunque esta vez el protagonista sea Endimión. Nos preguntamos ante esto si se trata de un meditado recurso manierista de Callecerrada, o simplemente una curiosa coincidencia: “Era Endimión, al tiempo del Aurora, rubio Memnón, de aljófar coronado; era, cuando el ardiente Febo dora su media esfera, Adonis adamado; era, cuando la noche néctar llora, digna causa Endimión y digno hado que, sin arbitrio y resistencia alguna, la exempción cautivasse de la Luna”. 792 L. de Góngora, Polifemo, vv. 49-64. MENU SALIR 440 Por otra parte, en III, 233-236 se pondera hasta el extremo las cualidades de una bebida: “Otros, licor de púrpura bebiendo, de flamante clavel electo y fino, el vino consagrado están durmiendo que de los dioses es néctar divino”. ‘Otros, bebiendo rojo licor de escogido y fino clavel llameante, duermen [la embriaguez provocada por] el sagrado vino que es divino néctar de los dioses’. Covarrubias dice del “néctar” que era “la bebida que fingían ser de los dioses –nombre griego, νέκταρ–, como ambrosía el manjar. Para encarecer la bondad de un vino dezimos [recuérdese el conocido poema de B. del Alcázar] que es néctar; úsanse confusamente estos dos vocablos, el uno por el otro”793. Por lo demás, la expresión “el vino consagrado” (v. III, 235) tiene connotaciones eucarísticas que, aplicadas a una fábula mitológica, extraña no censurara la Inquisición. Unos versos más adelante, en III, 249-250, se exagera otra vez el mismo elemento de manera parecida, comenzándose también con idéntico pronombre indefinido y recurriendo a una delicada selección de metáforas petrarquistas: “Otros, jazmín y cándida açucena beben, resuelta en néctar cristalino”. 793 Tesoro, cit., s.v. MENU SALIR 441 En III, 329-332 leemos una apóstrofe que la Luna dedica de manera desesperada y con gran énfasis a los dioses, solicitando que la ayuden: “Dioses: Con providencia prevenida pido evitéis el venidero daño, la ruina infeliz y la caída mayor que fabricó artifice engaño”. Resulta claro su significado: ‘¡oh dioses!, os pido que, con previsora providencia, impidáis el daño inminente, la infeliz ruina y la caída mayor que dispuso un engaño artificioso’. Obsérvese, por lo demás, el rasgo manierista por el que, siguiendo exigencias métricas, la palabra “artífice” se convierte, por diástole poética, en vocablo llano. Es también destacable el pasaje que se halla en III, 641-648: “Cinta de carmesí purpúrea, breve, por quien el fino múrice envidioso pálida envidia y macilenta nieve cubre en el retirado mar undoso; labio que del coral el alma bebe, y el vivo aliento del clavel fogoso: ¿cómo la roja sangre está vertida, y con raro milagro detenida?”. MENU SALIR 442 “Cinta ... breve”: la apóstrofe se dirige ahora a los labios de Endimión, dominados por una prosopopeya, cuyo intenso color rojo y delgadez se elogian de manera hiperbólica como perfecciones. “Labio ... fogoso”: ‘¡oh labio [de Endimión], que bebe el alma del coral y el intenso perfume del clavel de fuego!’ (por eso es ese labio tan rojo, y el aliento que sale de él tan fragante). Además, ese “labio” es la “cinta de carmesí” del verso III, 641. “¿cómo ... detenida?”: los labios de Endimión parecen a la Luna milagrosos, pues son pura sangre derramada (sin vaso que la contenga), y al mismo tiempo retenida en la forma que los dibujan. En la siguiente estrofa, versos III, 649-656, se continúa la descripción de Endimión, dedicándose ahora palabras desorbitadas a sus dientes, como explicamos más adelante con la debida atención: “Escuadrón ordenado en dos hileras de iguales, blancos y menudos dientes, de cuya proporción las onze esferas trasladaron mensuras diferentes: glorias eternamente duraderas señaléis al pastor, fuertes, valientes; ni rija, rey, imperios divididos, que siglos firmes anunciáis unidos”. “Escuadrón ... dientes”: siguiendo el orden descendente de la prosopografía retórica, el poeta apostrofa ahora a los dientes de MENU SALIR 443 Endimión, que le parecen un escuadrón de soldados “iguales, blancos y menudos”; son las mismas cualidades que les exige don Amor en su “Respuesta” al Arcipreste de Hita: “La nariz afilada, los dientes menudillos, / eguales, e bien blancos, un poco apartadillos”794. Sólo ese “un poco apartadillos” parece remitir a un ideal árabe de belleza, lo que llevó a algún crítico a proponer la lectura “un poco apretadillos”. Además, en “de ... diferentes”, con hipérbole de enamorada, la Luna afirma que las once esferas celestiales han tomado sus proporciones, aunque en medida muy diferente –en grande–, imitando la armonía de la dentadura de Endimión. “Glorias ... valientes”: Cintia ve ahora los dientes de su amado como símbolo de su suerte futura; ellos, fuertes (v. 649) y preciosos (v. 650), le pronostican glorias y honores sempiternos. “Ni ... unidos”: los unidos dientes del joven pastor son prenda de la unidad de los territorios y gentes que él ha de gobernar tal vez un día como rey. Ya dijimos que este pasaje nos recordaba textos latinos como el evangélico Omne regnum divisum contra se, desolabitur; et omnis civitas vel domus divisa contra se, non stabit795. Divide et impera, dicen que dijo Filipo de Macedonia –fue divisa de Luis XI de Francia y de Catalina de Médicis–; lo repite Maquiavelo, y en otras formas los adagios cultos Divide ut regnes; Divide ut imperes796. Por lo demás, fray Luis de León explicó las semejanzas y diferencias que, en su común “officio de governar y regir”, tienen los reyes y los pastores797. 794 Libro de buen amor, ed. A. Blecua, Madrid, Cátedra, 1992, p. 115. Mt, 12, 25. También en Mc, 3, 24-26. 796 Cf. V.-J. Herrero Llorente, op. cit., p. 75a y G. Sánchez Doncel, op. cit., p. 113a. 797 De los nombres de Cristo, ed. de C. Cuevas, Madrid, Cátedra, 1977, especialmente pp. 223-224 y 230235. 795 MENU SALIR 444 Podríamos decir nosotros, también hiperbolizando, que los ejemplos de esta figura retórica en el Endimión se pueden multiplicar hasta el infinito. Ciertamente, Marcelo Díaz se halla impregnado por el espíritu barroco, que le lleva a encarecer sus expresiones, a exagerarlas. Además, este recurso estilístico le sirve de gran ayuda en un poema con carácter mitológico como el suyo. Gracias a la hipérbole nos adentramos sin apenas darnos cuenta en ese mundo de dioses en el que todo parece ser posible, en el que las pasiones, venganzas y deseos son lo fundamental, sentimientos llevados al límite que inducen a sus protagonistas a realizar acciones exageradas, pero que dentro de ese ambiente se consideran lícitas. Así, en esta fábula no se busca –como ocurría en el Renacimiento– el equilibrio y la mesura, sino que es el espíritu violento y enérgico del siglo XVII el que preside la obra, tanto en el argumento como en la forma elegida por su autor que, una vez más, como hemos demostrado a lo largo de las ejemplificaciones precedentes, se halla plena de manierismo. El Renacimiento, en efecto, tuvo a gala forjar un estilo mesurado, en el que todos los elementos del poema aparecieran contrapesados dentro de un ideal precartesiano. Así lo demuestran claramente unos versos poco conocidos de B. Arias Montano. Éste, dentro del gusto de su tiempo, escribió en el Libro III, fragmento 102, cuál es la norma que debe regir el uso de las figuras, especialmente de la hipérbole, que deben evitar el desbordamiento expresivo del siglo siguiente: Hoc etenim stulti peccant, quaecumque figurae MENU SALIR 445 partem aliquam veneris didicere et laudis habere, obnixe incumbunt his solis, ordine nullo inculcant, nec verba sciunt nec tempora rerum eligere. Hinc pariunt fastidia saepe odiumque partibus his multum laudatis798. 2.4. Otras figuras retóricas en el “Endimión” En las páginas precedentes hemos tratado algunos rasgos de la lengua poética de Marcelo Díaz –tropos, hipérbatos e hipérboles–. Los hemos analizado de forma independiente por considerarlos de gran importancia tanto en el Barroco como en el propio Endimión. Sin embargo, no podemos olvidar otros muchos recursos formales que utiliza Callecerrada. Del resultado de su observación dependerá que clarifiquemos algo más cuál es el estilo concreto del autor madrileño. Y más aún si tenemos en cuenta la preponderancia que tuvo el uso de la retórica en los escritores del siglo XVII. En este sentido, explica J.A. Maravall: “No se puede dejar de tomar en cuenta lo que la retórica y el uso variadísimo de sus múltiples recursos significa en ese momento cultural. El paso al primer puesto, entre las artes de la expresión, de la retórica –aunque estadísticamente el número de los que cultivan la poética sea mayor quizá– y la vuelta a la retórica aristotélica, son fenómenos ligados al desarrollo europeo del Barroco”799. 798 B. Ariae Montani Rhetoricum libri IIII ... ad Gasparem Velesium [1569], Valentiae, B. Monfort, MDCCLXXV, p. 148. 799 Op. cit., p. 428. MENU SALIR 446 A lo largo de la historia, durante cada época literaria, ha ido evolucionando el ideal estético. Evidentemente, también se han ido transformando los gustos por unas figuras u otras. Como hemos dicho con anterioridad, durante el Renacimiento se pretendía seguir un estilo en el que dominara la moderación, lo equilibrado y elegante. En el siglo siguiente, por el contrario, todo se complica, exagera y dificulta. Y, cómo no, en ello cobra gran relieve el uso que se hace de las diferentes figuras retóricas800. Así lo dicen R. Wellek y A. Warren: “El estilo de cada época tiene sus figuras características, expresivas de su Weltanschauung; en el caso de figuras fundamentales como la metáfora, cada época tiene su clase característica de método metafórico”801. Del mismo modo, cada autor tiene –además de ese estilo peculiar del momento histórico al que pertenece– su propio estilo, que le hace distinguirse de los demás. Nos interesa, por ello, adentrarnos en el estudio del uso retórico que hace Callecerrada en su fábula mitológica. Para ello vamos a fijarnos en algunos de los ejemplos más significativos que se hallan a lo largo del poema. Puesto que lo que aquí realizamos es el análisis de un muestreo esencial de esas figuras, las clasificaremos simplemente por orden alfabético. Comencemos, pues, por la alegoría. Como dice H. Lausberg, esta figura “es al pensamiento lo que la metáfora es a la palabra aislada: la 800 P. Ricoeur advierte que “las figuras son al discurso lo que al cuerpo los contornos, los rasgos, la forma exterior”, op. cit., p. 81. 801 Op. cit., p. 235. En p. 236 afirman que en la época barroca las figuras fundamentales son la paradoja, el oxímoron y la catacresis. Téngase ello en cuenta para este estudio de figuras retóricas en el Endimión. Además, en p. 236 añaden cuál fue la visión que se tenía de la estética barroca en el siglo XVIII: “Desde el punto de vista de la teoría poética neoclásica, las figuras barrocas características son, por supuesto, de mal gusto, son falso ingenio, es decir, distorsiones deliberadas de lo natural y racional, o bien acrobacia insincera, MENU SALIR 447 alegoría guarda, pues, con el pensamiento mentado en serio una relación de comparación. La relación de la alegoría con la metáfora es cuantitativa; la alegoría es una metáfora continuada en una frase”802. Recuérdese, en efecto, que Quintiliano dice en sus Instituciones oratorias (9, 2, 46) que “la alegoría se realiza con frecuencia utilizando un lenguaje translaticio de forma continuada, dando como ejemplo el inicio del O navis, referent [...] (Odas, 1, 4). En el Endimión aparecen a veces fragmentos alegóricos como en el del mensaje de Júpiter a Diana transmitido por Mercurio (Canto I, vv. 457-616), que satiriza subliminalmente a los dioses como partícipes de los vicios humanos (envidia, lujuria, disimulo, etc.). Observemos, además que, como decía el propio Quintiliano (8, 6, 47), la alegoría poética es generalmente perfecta –tota allegoria–, en la que no aparece ningún rastro léxico del plano alegorizado, como en efecto sucede en la mayoría de las que encontramos en el Endimión. Examinemos algunos ejemplos. En III, 161-162 leemos: “Otros, que el aqueróntico Leteo anega en culpas y en obscuro daño”. al paso que históricamente son expresiones retórico-poéticas de una epistemología pluralista y de una ontología sobrenaturalista”. 802 Op. cit., t. II, p. 283. Mucho se ha hablado sobre la relación que se establece entre metáfora y alegoría. T. Vianu afirma: “No podemos aceptar en modo alguno la opinión de los autores modernos de Poéticas que eliminan la alegoría del orden de las metáforas. En la composición de una alegoría se cumple, verdaderamente, el hecho esencial de toda metáfora: la transferencia de una expresión sobre la base de analogías entre dos realidades, entre las cuales el espíritu ha establecido una comparación. La alegoría es, en consecuencia, una de las variedades de la metáfora. En el amplio cuadro de la metáfora, la alegoría aparece también con sus caracteres propios, pues si existen, como lo hemos visto al estudiar sus funciones estéticas, metáforas en las cuales la transferencia se cumple de la expresión de ciertas impresiones morales a la de ciertas impresiones físicas, o viceversa, o en el interior de las mismas clases, podemos preguntarnos si la MENU SALIR 448 “Aqueróntico Leteo”: como sabemos el Leteo es, como el Aqueronte, un río del Infierno; la expresión, por lo tanto, es más sugestiva que precisa, y vendría a significar ‘el infernal Leteo’. Por lo demás, este último río representa alegóricamente el Olvido, y es hermano de la Muerte y el Sueño. También observamos la presencia de esta figura en III, 247-248: “assí a la dicha de la nieve cana la llama del clavel destruye ufana”. “La ... clavel”: ‘la llama roja que semeja un clavel’; el sentido sería: ‘así, la llama roja como un clavel derrite ufana la existencia de la blanca nieve’. Estos dos versos podrían tener diversas interpretaciones alegóricas: ‘el calor de la vida destruye al frío de la muerte’, ‘el calor del amor destruye el frío de la indiferencia’, etc. Nuevamente se prolongan los hechos imaginarios en III, 461-462: “¿si a mi esfera de luz cristal pequeño opuesto eclipsa, impide aborrecible?” Al decir, “cristal pequeño”, se refiere alegóricamente, a una amante inferior, incomparable con Cintia, que posee la esfera celeste; esta alegoría forma parte de una de esas especies, o si eventualmente constituye una variedad peculiar”, op. cit., p. 107. MENU SALIR 449 amante, opuesta a su luz divina, la eclipsaría, y haciéndosele aborrecible, impediría sus amores con Endimión. Un poco más adelante, en III, 549-550, leemos: “en esta obscuridad, claros despojos, si bien dormidos, a mi amor ofreces”. “Esta obscuridad”: la de la noche, por supuesto, pero también, alegóricamente, la del desamor en que se debate la Luna. Otra figura que podríamos observar es la anáfora, que, como dice H. Lausberg en su Manual de Retórica, es “la repetición intermitente del comienzo de un miembro o de un inciso”803. Estamos ante una de las figuras retóricas más aptas ad movendum, y por eso se ocupan de ella con especial detención los tratadistas de retórica y poética –Alexandro, C. Herennio, Aquila, J. Rufiniano, P. Rutilio y, especialmente Quintiliano 9, 3, 30, el cual dice: “Muchos párrafos comienzan agresivamente y presionando mediante el comienzo de frases consecutivas por las mismas palabras”. Recuérdese, a este respecto, la teoría de Dámaso Alonso, tan conocida –aunque él la refiera especialmente a la reiteración del estribillo–, cuando dice que, lo mismo que un martillo calienta el yunque golpeándolo sin cesar, así, la sensibilidad del lector se caldea con la repetición de palabras, sobre todo cuando, como en el caso de la anáfora, ésta se produce rítmicamente, situándose en lugares equivalentes (al 803 Loc. cit., t. II, p. 108. MENU SALIR 450 principio, al medio o al final de las frases –en este caso se llama “epífora” o “conversión”–). Si la reiteración del vocablo es doble, se denomina “reduplicación”804. En el verso, la anáfora puede aparecer al principio de cada metro, al frente de cada hemistiquio (anáfora de cesura) o al principio de frases sintácticamente independientes del verso. En un sentido estricto la anáfora exige la repetición de la palabra o del segmento verbal de forma literal. Pero también existe la anáfora imperfecta o relajada, que repite sinónimos, y entonces se llama disiunctio, de la que habla Quintiliano (9, 3, 45). Como dicen los tratadistas modernos, la anáfora crea un efecto de “isotopía discursiva, es decir, desarrolla la línea de significación como una relación interoracional, mediante un elemento capaz de referirse a menciones anteriores, ulteriores o exteriores al texto”805. Así, el efecto principal de la anáfora es el énfasis acumulativo, lo que la incluye claramente entre las figuras retóricas que propician la emoción. Ciertamente, Callecerrada gusta mucho de usar esta figura en su poema. Veamos algunos ejemplos interesantes. En I, 489-496 leemos: “–Sabe Tonante que las brasas yela –replica–, tu aspereza desdeñosa, y que las llamas líquidas congela tu cadena de yelos poderosa; ni Jove sumo tu hermosura zela, 804 Algunos ejemplos de reduplicación: I, 744: “y, en un punto, la llama de otra llama”; I, 752: “si bien con otro amor amor se paga”; II, 396: “que renueva el amante al otro amante”; etc. MENU SALIR 451 ni Jove ignora con passión zelosa que infiel se llama la desconfiança, y que es madre de fe la confiança”. A simple vista nos damos cuenta de la gran riqueza arquitectónica que encierra esta estrofa. Aparecen dos tipos de anáforas al repetirse al comienzo de los versos idénticos vocablos: “ni Jove” –en versos contiguos–, y “y que” –en versos alternos–. Además existen conversiones imperfectas con “zela / zelosa” y “desconfiança / confiança”. En I, 541-542, la anáfora se encuentra mezclada con el paralelismo: “si al facundo calor la nieve fría, si a la elocuente llama el duro yelo...” Otro ejemplo muy interesante es el que se halla en los versos II, 705-712, estrofa en la que se repite tres veces el adverbio “assí”: “Assí Cintia lloraba; assí quería un rapaz pastorcillo, un niño essento Cintia, que en frío ardor y llama fría, las luzes abrasó del firmamento; assí la diosa libre el mal sentía que hizo en los altos dioses sentimiento; 805 Cf. R. Barthes, apud H. Beristáin, Diccionario, cit., s.v. MENU SALIR 452 assí la midió el Hado justiciero con la medida que midió primero”. Una octava que presenta gran complejidad en cuanto al uso anafórico es la que comprenden los versos II, 689-696: “Sea Diana de tu querer amada, sea de tu rigor aborrecida, sácame tú de la confusa nada, ¡oh valeroso dios!, a alguna vida. O exerça odiosa tu passión amada, o amante tu passión aborrecida: tibios medios no quiero, estremos pido: que el tibio proceder provoca a olvido”. En los dos primeros versos de la estrofa existe anáfora con “sea”. Además, conversión en el primero y quinto versos con “amada”. Otra anáfora aparece con la repetición de la conjunción “o” en el quinto y sexto versos de la octava.. Entenderemos aún mejor la importancia que tiene esta figura en la obra de Callecerrada, si nos detenemos, en primer lugar, en la epanadiplosis de II, 721: “–Duerme, claro Endimión, descansa y duerme”. MENU SALIR 453 Algo más adelante, en las estrofas que comprenden los versos II, 753-776, se insiste en el uso anafórico de ese imperativo exhortativo: “Duerme tú, porque yo mire dormido el claro resplandor de tu hermosura; dexa el alma que adore tu sentido, si no puede gozar el alma pura; duerme, porque a mi pena agradecido, le valga a mi desvelo su ventura, que gozando yo assí tu imagen muerta, con mi esperança soñaré despierta. Duerme, pastor, que de mi casto yelo no mires el blasón, a quien desea caído y derribado por el suelo la llama connubial de humosa tea; no mires de tu olvido y mi desvelo la hermosa guerra y la batalla fea, ni la lid afrentosa que ha tenido mi amor despierto con mi honor dormido. Duerme, Endimión, que mides justamente el premio igual a la esperança mía; sea, del esperar, el alma ardiente; sea, del posseer, la vida fría; MENU SALIR 454 dormido, aparta espíritu viviente, y dormido, el vital aire desvía: que por trofeo a mi esperança pones premios sin vida y muertas possessiones”. Así, a lo largo de estas tres estrofas se realiza la repetición anafórica de la forma verbal “duerme” (además de aquélla del verso 721), seguida de una apóstrofe siempre referida a Endimión, aunque se utilicen distintas formas –“tú”, “pastor” y “Endimión”–. De esta manera se produce una especie de encadenamiento entre las estrofas. Además, en el v. II, 757, también se produce la misma anáfora, al comenzar el verso de nuevo con “duerme”. Nótese, asimismo, la reiteración de vocablos relacionados semánticamente con “dormir”, especialmente “dormido”, que se convierte en otra anáfora, aunque no perfecta, en la tercera estrofa. En III, 329-334, leemos: “Dioses: Con providencia prevenida pido evitéis el venidero daño, la ruina infeliz y la caída mayor que fabricó artífice engaño. Dioses: Yo soy la diosa presumida. Dioses: Mirad que, presto, el desengaño”. MENU SALIR 455 La triple apóstrofe anafórica dirigida a los dioses en vv. 329, 333 y 334, da un énfasis notable a estas palabras de Diana. Por no alargarnos más en el uso de esta figura, proponemos el siguiente ejemplo, verdaderamente espectacular, del manierismo que introduce en el Endimión el uso de la anáfora. Se trata de los versos contenidos en III, 449-472: “Dime, fiel coraçón –assí del viento con estrella tus alas alentada eternamente beban suave aliento–: ¿es Cintia de Endimión amado amada? ¿es Cintia de Endimión grato contento?; o, por suerte fatal y hora menguada, ¿es a Endimión el rendimiento mío causa de olvido y causa de desvío? Dime, fiel coraçón –que siempre al sueño, Argos celeste, veles invencible–: ¿si quiere otra ocasión mi amado dueño?; ¿si con mi amor compite amor possible?; ¿si a mi esfera de luz cristal pequeño opuesto eclipsa, impide aborrecible?; ¿si con desvelo infiel a mis desvelos otro amor le entretiene y me da zelos? MENU SALIR 456 Dime, fiel coraçón –que de la vida origen seas y árbitra balança–: ¿si señaló la suerte aborrecida desesperado premio a mi esperança?; ¿si de falible amor causa falida, si, de infalible, causa firme alcança?; ¿si, queriendo, seré tan inmudable como, querida, fui varia y mudable?”. Lo primero que llama nuestra atención en esta laberíntica arquitectura verbal es el encadenamiento que se produce con la repetición del primer verso en las tres primeras estrofas: “Dime, fiel coraçón”. Las tres apóstrofes se dirigen, lógicamente al corazón del pastor. Hay que añadir que ya en el verso 445 leemos: “Y dixo: –Dime, coraçón alado”. Además, se produce una triple anáfora con la interrogativa “¿es [...]”. Por otro lado, “¿si [...]” se repite ocho veces. Asimismo, aparecen reduplicaciones, algunas imperfectas, como en v. 452, con cambio de género: “¿es Cintia de Endimión amado amada?”. Otras exactas: v. 456: “causa de olvido y causa de desvío”, o en v. 460: “¿si con mi amor compite amor possible?”. También tiene gran importancia en el Endimión la antítesis. Gracián la llamaba “improporción”, porque fórmase por artificio contrapuesto a MENU SALIR 457 la proporción, la cual deleita al lector atento, porque de los opuestos suele ser émula la perfección”806. La antítesis se ha usado abundantemente a lo largo de la historia de nuestra literatura. Dámaso Alonso explica su evolución del siguiente modo: “Es un recurso estilístico de todas las épocas; existente en la poesía popular, se agudiza en las escuelas más cortesanas y cultas. Arrastrada de los cancioneros y del petrarquismo a la segunda mitad del siglo XVI, va a tener un extraordinario desarrollo en el conceptismo y el gongorismo del siglo XVII”807. Es cierto que durante el Barroco se va a producir una intensificación en la utilización de este recurso, pues servía para aumentar la tensión y el dramatismo de la expresión. Por ello, era una figura a la que recurrían tanto los culteranos como los conceptistas. Recordemos algunos títulos de comedias de Lope de Vega: Amantes sin amor, La hermosa fea, Lo fingido verdadero, Saber por no saber, Acertar errando, etc. También Quevedo gusta de usar esta figura, llegando a producir en Dámaso Alonso la siguiente sensación: “¡Qué hastío de contrarios! Hay uno sobre todo que con mayor o menor reiteración invade una gran parte (una enorme parte) de la poesía de Quevedo. Se trata de la pareja fuegonieve (en cualquiera de sus múltiples formas llamas-hielo, fuego-lluvias, 806 Agudeza y arte de ingenio, ed. cit., t. I, p. 74 (Discurso V). Además, en p. 79 añade la importancia que tuvo esta figura en Góngora, pues “en esta [agudeza] de contraproporciones consistió el triunfo de su grande ingenio”. 807 Poesía española..., cit., pp. 289. MENU SALIR 458 invierno-verano, etc., con mil combinaciones y variaciones intermedias)” 808. Ya hemos visto en nuestro Endimión que Callecerrada también frecuenta el uso de esta oposición frío-calor, como ocurre en I, 613-614: “Diana agora el congelado brío desata, ardiendo, por la cumbre amena”. En I, 693-695: “aquí verás quemar la nieve, y della roxa lumbre salir, aquí del yelo llamas de empedernidos coraçones”. También en II, 45-46: “contra el pesado frío del invierno y contra estivos aires abrasados”. O en II, 397: “Tú en brasa convertiste el yelo mío”809. 808 Ib., p. 506. Nótese, además, el sentido paradójico que contiene el verso. Es claro que esta figura que expresa aspectos contradictorios guarda una gran relación con la antítesis y el oxímoron. Téngase esto en cuenta y consúltense las páginas que dedicamos al análisis de estos recursos. 809 MENU SALIR 459 No obstante, como hemos dicho, esta figura no es de uso exclusivo de los “conceptistas”. Pensemos en el gran partido que sabe sacar de ella el máximo representante del culteranismo: Góngora. Así lo explica E. Carilla: “Volviendo al nombre de Góngora, conviene decir que sobre un juego vasto de oposiciones (personajes, ámbitos, escenas, etc.) está construido su Polifemo. Y, si bien la antítesis estaba ya en la fábula clásica, no cabe duda de que el procedimiento parece acentuado en el poeta español”810. También Callecerrada lo aprovecha en múltiples ocasiones. Así, en I, 592, en que además lo mezcla con un sentido cuasi paradójico: “adornar de firmeza mi mudança”. Sentido semejante tienen los versos II, 15-16: “condenando a tormento perdurable de su inconstancia el vario ser mudable”. “Perdurable, mudable” se constituyen en una nueva antítesis paradójica. La mudable Luna habrá de sufrir para siempre el dolor de amar sin ser correspondida811. También encierra interés la antítesis que hallamos en II, 86-87: “no resistiera. Resistió el pellico 810 Op. cit., p. 80. MENU SALIR 460 del libre pecho al grave mal volante”. Además del sentido antitético de “no resistiera / resistió”, debemos comentar que, la palabra “grave”, por cultismo semántico, significa ‘pesado’, lo que se contrapone a “volante” (vocablo que connota levedad, ligereza, falta de peso, etc.). Podemos observar asimismo el v. II, 768: “mi amor despierto con mi honor dormido”. La antítesis pone de relieve cómo contrasta lo alerta del amor de la Luna con lo dormido de su honor; éste, en efecto, habría exigido –de haberse cumplido el código vigente a su respecto en nuestro siglo XVII– una actitud más altiva y pundonorosa por parte de la deidad. Por otro lado, en III, 137: “huyen, con presto miedo, perezosos”. El hipérbaton suaviza la antítesis: ‘huyen perezosos con presto miedo’; el sentimiento acude veloz a su alma, pero su reacción es lenta, como corresponde a gente aletargada. Por otra parte, al ser el Endimión una fábula mitológica, es fácil entender –como ya vimos– que las pasiones dominan el argumento. Por ello, Callecerrada gusta de apoyarse continuamente en numerosas 811 Este tipo de antítesis se repite en otros muchos lugares del poema. Por ejemplo en I, 608: “y con firmeza, amara su mudança”; o en II, 398: “haz tú de mi mudable ser, constante”. MENU SALIR 461 apóstrofes que le ayudan a establecer un ambiente de dramatismo y realidad en su obra. La apóstrofe –vease Quintiliano, 4, 1, 69; Fortunato, 2, 19 p. 112, 22; C. Julio Víctor, 15 p. 423, 28– es una figura retórica que hace que el orador o poeta se dirija directamente a su oyente o lector, llamando su atención de forma enfática y confiriendo al discurso efectos parangonables al pathos (patéticos). Dondequiera que interese tensar la expresión puede utilizarse la apóstrofe, tanto en el exordio como en la narración, pudiendo tener en ésta carácter parentético, en cuyo caso, como dice H. Lausberg, “el apóstrofe [...] obra como un latigazo”: [...] at tu dictis, Albane, maneres! [...] (‘pero tú, ¡oh, Albano!, ¿por qué no te mantuviste fiel a tu palabra?’ –Albano aquí se refiere a Preto, que era de Alba–). Y es que la apóstrofe, como forma de metábasis (cf. Quintiliano, 9, 2, 39), desempeña prácticamente todas las funciones de ésta. “En la literatura leída, la alocución al lector, aunque éste pertenece al público normal, obra como apóstrofe, pues resulta inusitada y, además, extrae al lector actual de la masa anónima de lectores”812. En todos los casos, la apóstrofe refleja, en mayor o menor grado, una actitud emotiva o afectiva. Como hemos dicho, Callecerrada sabe aprovechar todas las posibilidades que le brinda la utilización reiterada de esta figura en su poema. Así, podríamos poner multitud de ejemplos, como el que se encuentra en I, 25, en que el propio autor apostrofa a Cupido: 812 Para las citas dedicadas a la apóstrofe, veáse H. Lausberg, Manual de Retórica, cit., t. II, pp. 192-195. MENU SALIR 462 “Amor, ¿qué prestan flechas diamantinas...” Algunos versos después repite de nuevo este recurso, continuando la apóstrofe a que acabamos de hacer referencia. Lo vemos en I, 41-42 y I, 49-56 –en esta última estrofa la apóstrofe es triple–: “Instantes son a tus velozes viras las distancias, Amor, e inmensidades”. “La indómita potencia de la muerte no es como tú valiente y atrevida, que tú, con poderosa mano fuerte, tiras a lo mejor de nuestra vida; el destino legal forçosa suerte cumple en cosa a la ley fatal rendida; tú, domador de essentos señoríos, sujetas absolutos albedríos”. Algo más adelante, en I, 129, leemos: “Hay dama, clara diosa, que ha contado...” Al decir “clara diosa”, estamos ante una apóstrofe dirigida a Venus: ‘Hay una dama, esclarecida diosa, que ha contado [...]’. MENU SALIR 463 Otra apóstrofe interesante se halla en I, 137: “Y tú, Filis estraña, que la roca...” Como ya dijimos, la ninfa que oye las hablillas de Cupido no aparece en ninguna fuente mitográfica de las que he consultado; no obstante, coincide el nombre con la enamorada de Demofonte. Podemos recordar, además, que Góngora alude a este mito en Polifemo, 26, 1-3. Precisamente, se vuelve a llamar la atención de esta ninfa en otras ocasiones, principalmente en I, 141; I, 149 ó I, 156: “tú, de Febo cristal, donde no toca” “mal, ¡oh engañada ninfa!, en la aspereza” “que tú, Filis, tu voz misma has oído” Gran intensidad y dramatismo se desprende, gracias al uso de esta figura, de los versos I, 201-202: “–Madre– le dize, de la blanca mano asiendo con temor–; madre –repite–”. Interesa también destacar, por la cruel ironía que encierra la apóstrofe, los versos I, 259-260: MENU SALIR 464 “–¡Bien con mi casto yelo quedaría, impura Cipria, tu venéreo fuego!” “Impura Cipria”: ‘Venus’, diosa de Chipre –de ahí el epíteto de “cipria”. Venus, como es sabido, tras su nacimiento marino fue llevada a Chipre por los Céfiros. Además, la llama “impura” por fomentar la lujuria. El presente fragmento se corresponde con la historia que cuenta Venus de cómo le faltó el respeto la Luna. A pesar de su larga extensión, lo transcribimos, ya que está cuajado de apóstrofes, como hacemos notar a continuación, poniendo en cursiva el elemento que confiere este efecto al verso. Destacamos, asimismo, la presencia de las formas verbales en segunda persona del singular, los variados deícticos y algunos adjetivos, que no hacen sino apoyar el efecto apostrófico: “Venus: tan mentirosas altivezes” (I, 265); “cuanto por tu fingida luz mereces” (I, 269); “¡oh reina!, de tus luzes mucho daña” (I, 274); “ni el que te enegreció color profano” (I, 279); “Si has presumido, loca, por ventura” (I, 281). O en I, 297-304: “Mala sazón es, Venus, el estío: quémante, delicada, los calores; no te está bien a ti el invierno frío, que te lastiman mucho sus rigores; templados tiempos el venéreo brío, y primavera, piden tus amores, MENU SALIR 465 ¡oh justa, igual y siempre santa diosa, y en estremados vicios virtuosa!”. Así como en I, 321-328: “Empresa, Venus, desmedida tomas; círculos giras vanamente extensos; di cómo, en sola noche, tus palomas, cómo atropellarán nublados densos; si cuando el oriental luzero assomas, con la vista de piélagos inmensos, occidental pereces assombrada, di tú, ¿qué harás en índica jornada?”. Como se ve, el recurso apostrófico es muy usado por Marcelo Díaz, que sabe darle gran versatilidad a lo largo de su obra. Podríamos poner un número mucho mayor de ejemplos. Sin embargo no creemos necesario alargar más este apartado. Otra figura con presencia en nuestra fábula es la enumeración. Aunque aplicada a la época moderna, L. Spitzer estudió con gran finura el valor estilístico de la enumeración caótica, a la que A. Alonso llamó también “enumeración desarticulada”, disjecta membra y “objetos heterogéneos”. Spitzer observa que este tipo de enumeración “se inserta MENU SALIR 466 en una tradición más que milenaria, cristiana, y su fragmentarismo se nos aparece al menos anticipado por los poetas del Barroco español”813. Y es que, en efecto, en este tipo de enumeración no existe un principio de orden, y los sentimientos, ideas y cosas se mezclan de forma heterogénea. Es el desengaño barroco –tan presente en lo moderno– el que arremolina las palabras, desjerarquizándolas y poniéndolas en un orden que no se somete a un escalonamiento de valores814. “La democracia humana –observa agudamente Spitzer– se verá rodeada por la democracia de las cosas. Las cosas se saldrán de su quicio, que parecía fijado de una vez por todas. En ese mundo que Dios creó, según el relato del Génesis, con orden perfecto [...], las cosas llegan a hacerse autónomas y empiezan a arremolinarse en torno al hombre, mezclándose con las criaturas, con el hombre mismo, con sus herramientas, sus ideas y sus sentimientos, y hasta con sus palabras: el torbellino de palabras”815. Obsérvese cómo se cumplen estas características en las enumeraciones de Callecerrada, donde los términos se mezclan con un sentido acumulativo que desprecia lo “cosmético” a favor de lo “caótico”. Así, analicemos algunos ejemplos que se nos presentan en la obra, como ocurre en I, 295-296, en que para indicar la Luna que el Sol está presente durante todo el año dice: “que el Sol está obligado a curso eterno 813 “La enumeración caótica en la poesía moderna” [1942], en Lingüística e historia literaria, Madrid, Gredos, 1955, p. 344. 814 En la semejanza del uso de la enumeración caótica en el Barroco y en la literatura del siglo XX se demuestra una vez más el parentesco de las estéticas de ambas épocas y se comprende por qué la crítica moderna revaloriza la antes despreciada estética barroca. 815 “La enumeración caótica en la poesía moderna”, cit., p. 343. MENU SALIR 467 el otoño, el estío y el invierno”. También podemos destacar I, 649, en que se califica una flecha del siguiente modo: “Áspera, tosca, gruessa, retorcida”. Más adelante, escribe en la flecha una leyenda, también enumerativa. Lo leemos en I, 659-660: “con gruessas letras escribió: Diana desvanecida, loca, necia y fría”. En I, 684, refiriéndose nuevamente a la Luna, le dedica Cupido la siguiente enumeración: “desta mísera, intrépida, importuna”. Debemos aclarar que, al decir “intrépida”, se hace con un sentido peyorativo: ‘que no teme ni a lo más sagrado’. Por otro lado, en II, 53-56 hallamos otra interesante enumeración: “dulce nombre a las diosas eminentes era Endimión de aquellos empinados cerros, y era Endimión nombre süave MENU SALIR 468 al bruto, al racional, al peze, al ave”. “Dulce ... ave”: el pastor era querido por todos: divinidades (“diosas”), hombres (“al racional”) y animales –cuadrúpedos (“al bruto”), aves (“al ave”) y peces (“al peze”). Ese amor se dirige a su nombre, pues como leen las Glosas de Accursi, nomina sunt consequentia rebus, ‘los nombres responden a las cualidades de las cosas’, siendo a través de su interpretación mitológica, unas densas definiciones suyas816. En II, 227-228 encontramos una enumeración que consta de cinco elementos: “que de su amada Febe iba contando el año, el día, la hora, el punto, el passo”. Además, en II, 241-243, leemos: “Huya el libre Endimión, agora essento, mas sujeto a los plaços desdichados, que al intromisso mal, pena y tormento...” “Essento”: ‘libre de amor’. “A ... desdichados”: ‘a padecer momentos de desgracia’. “Intromisso”: ‘que irrumpe’, ‘que hace su aparición’ (mejor que ‘intruso’); este adjetivo, por lo demás, califica a la 816 Cf. C. Cuevas, “Teoría luisiana del nombre”, en la Introducción a De los nombres de Cristo de fray Luis de León, cit., pp. 86-95. MENU SALIR 469 enumeración “mal, pena y tormento”, aunque concuerda, por proximidad con “mal” en singular. En II, 249 se produce una enumeración de vocablos, no nominales, sino verbales: “Vague la Luna en tanto, busque y siga”. Estos subjuntivos concesivos son pronunciados por Cupido, que desde la estrofa 27 de este Canto II está explicando a Venus cuál va a ser su plan de venganza. Por otra parte, en II, 295-296 estamos ante una curiosa enumeración mitológica: “y es de mis votos ya único empleo Endimión y Diana y Himeneo”. “Endimión ... Himeneo”: ‘tú, yo y nuestro matrimonio’. Como ya dijimos, Himeneo es el dios de las bodas, a donde va con su antorcha, flauta y corona floral; su nombre equivale, pues, a ‘casamiento’. Recordemos cómo Góngora lo invoca en la boda de la Soledad I (vv. 764-847), cuando el coro canta una canción amebea, cuyo estribillo es: “Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo”. Nótese, asimismo, el polisíndeton en esta enumeración de Callecerrada. En III, 63, se describen los labios del Letargo con la siguiente enumeración adjetival: MENU SALIR 470 “labio flamante, desmedido y bronco”. Es importante destacar que “flamante” tiene el significado de ‘extremadamente rojo’, ‘llameante’ (cultismo semántico, del latín flammantem). Otra de las figuras de repetición que adquiere valor en el Endimión es la epanadiplosis, consistente en “repetir una palabra al principio y al fin de una frase o verso (o en dos frases o versos correlativos)”817. También se ha llamado a esta figura con otros términos: “epanástrofe”, redditio, etc. Incluso algunos han querido hacer coincidir la definición de la epanadiplosis con la de la epanalepsis. Sin embargo, la segunda es más general, pues sólo supone la repetición de un elemento en cualquier lugar del enunciado –ya sea al principio, en el medio o en el fin–. De este modo, la anáfora sería un tipo de epanalepsis818. En lo que no hay duda es en que con ella se consigue, mediante la repetición de una o varias palabras, reforzar las ideas y sentimientos que se quieren expresar. Así lo hace Callecerrada en I, 87-88: “cuanto Venus y Amor abrasa, y cuanto impera Jove y quema Radamanto”. 817 A. Marchese y J. Forradellas, op. cit., s.v. Seguimos la clasificación que acabamos de exponer. No obstante, hay diferentes opiniones sobre ello, como la que sigue H. Beristáin, que define la epanadiplosis como “figura de la elocución que se produce cuando, de dos proposiciones correlativas (que en el verso suelen ocupar dos líneas), la segunda termina con la misma expresión con la que la primera comienza (x... / ...x)”. El ejemplo que propone es de Lope de Vega: “Cuántas veces el ángel me decía: / alma, asómate ahora a la ventana, / verás con cuánto amor llamar porfía. / Y cuántas, hermosura soberana, / mañana le abriremos, respondía, / para lo mismo responder mañana”, op. 818 MENU SALIR 471 Como se ve, se repite “cuanto” al principio y al fin del primer verso. También interesa advertir que el sujeto de “abrasa” es, gracias a la concordancia por proximidad, “Venus y Amor”. Recordemos, además, que Radamanto es el juez de los infiernos819. Otro ejemplo de epanadiplosis se halla en I, 159-160: “y logrará mejo[r] su impuro y ciego fuego el que causa a otros torpe fuego”. “Y ... fuego”: ‘y hará más eficaces sus impuros propósitos el que infunde pasiones impuras en los otros’. La misma figura estilística se observa en I, 209-210: “Juro tu gusto a mi valor, y juro hazerte del supremo dios vengada”. “Juro ... vengada”: ‘Juro por mi valor que haré que se cumplan tus deseos, y juro vengarte del dios supremo’. Es evidente el sello manierista en esa repetición de “juro”. Por otra parte, en II, 645-646, la repetición se produce al principio de un verso y al final del siguiente: “Viva, Endimión, tu ley despreciadora, cit., s.v.; véase el texto citado por Beristáin en Lope de Vega, Obras poéticas, ed., intr. y notas de J.M. Blecua, cit., t. I, p. 325. MENU SALIR 472 y tu tirano imperio, Endimión, viva”. Resulta claro que la epanadiplosis ayuda aquí a Callecerrada a expresar esa compleja mezcla de resignación, frustración, sometimiento al destino y despecho que siente la Luna. De nuevo en II, 721 se recurre a este recurso enfatizador: “Duerme, claro Endimión, descansa y duerme”. Y en III, 8: “llena de abriles y de mayos llena”. “Llena ... llena: ‘rebosante de vida, verdor y flores’. Este verso se corresponde con la descripción que se hace al comienzo del Canto III del lugar en el que habitan el Sueño y el Letargo. La fertilidad, benignidad de clima y belleza del territorio comprendido entre Bayas y Cuma eran proverbiales: Has naturae dotes ad vitia et luxuriam traxerunt homines, ut Canopus esse frugi vetet. Ne Baias quidem. Diversorium vitiorum esse coeperunt. Illic sibi plurimum luxuria permittit: illic, tamquam aliqua licentia debeatur loco, magis solvitur”. Invitavit locorum voluptas, ut plures heic villae ponerentur, etiam... “augustorum palatia”, ut Iosephus “Antiquit” ... illum locum descripsit820. 819 820 Cf. el capítulo dedicado en nuestra tesis a otros mitos a los que se hace referencia en el Endimión. Ch. Cellarius, op. cit., t. I, p. 835. MENU SALIR 473 Por otra parte en el primero de los versos III, 143-144 lo que se repite es el adverbio interrogativo “cómo”: “¿cómo al que teme agora infundes, cómo, correr de mármol y volar de plomo?” “Cómo ... plomo”: ‘¿cómo inspiras, pues, ahora carrera de mármol y vuelo de plomo al temeroso [al que ahora está temiendo bajo la presión del Letargo]’. Nótese la forma en que la epanalepsis introduce un énfasis muy expresivo en la interrogación retórica. Un ejemplo similar lo encontramos algunos versos después, en III, 255-256: “bebe el enamorado casto, y bebe alma de yelo y coraçón de nieve”. Además de la epanástrofe tan manierista, podemos comentar la expresión “el enamorado casto”, es decir, ‘el enamorado platónico’, que busca primordialmente la belleza sin acompañamiento carnal. Como dijo D. Quijote al capellán de los Duques, “Yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes”821. Otro de los recursos que adquieren importancia en el poema de Marcelo Díaz es el epifonema. Como es sabido, pertenece a la lógica, y 821 Quijote, II, 32. MENU SALIR 474 consiste en una frase sentenciosa que cierra el discurso. En muchas ocasiones está presente en él la exclamación. En este sentido, F. Lázaro Carreter propone una definición que implica de forma rotunda la presencia de este tipo de modalidad oracional: “Exclamación con la que el hablante comenta lo que acaba de exponer” 822. Debido a su estructura, que suele aleccionar de forma breve y clara, se ha relacionado frecuentemente el epifonema con el aforismo. Pero, en realidad se diferencian, principalmente en que aquél, como hemos dicho, no se presenta independientemente, sino que debe estar imbricado en un contexto. Unas veces, esta figura sirve como una conclusión de lo que se ha dicho; otras, lo que le antecede, lo explica. Aparecen numerosos usos epifonemáticos a lo largo del poema de Callecerrada, como los que ahora destacamos. Transcribimos la octava íntegra en la que se inscriben para comprender de un modo más completo su significado y alcance. Comenzamos con II, 441-448: “Bien quisiera la Luna que empeçara Endimión, y su pena le dixera; quisiera que Endimión, amante, hablara lo que Diana, desdeñosa, oyera; quisiera que al pastor Diana culpara, que a Diana el pastor disculpa diera: porque tratar assí cosas humanas es avisado estilo de Dianas”. 822 Diccionario de términos filológicos, cit., s.v. MENU SALIR 475 “Bien ... Dianas”: ‘Bien quisiera la Luna que empezara a hablar Endimión y le dijera su pena; quisiera que Endimión, enamorado, dijera algo que pudiera oír Diana haciéndose la desdeñosa; quisiera que Diana acusara al pastor, y que éste se disculpara ante ella, pues es astuto estilo de las Dianas tratar de esa manera las humanas cosas’. Por otro lado, como resulta evidente, el epifonema conclusivo se encuentra en los dos últimos versos de la octava. En él se puede destacar el matiz irónico: ese modo de actuar en negocios de amor es propio de enamoradas, sean mujeres o diosas. “Dianas”, aquí, es voz polisémica: se refiere a la que ama a Endimión, a las protagonistas de las novelas pastoriles que llevan ese nombre –la Diana de J. de Montemayor (h. 1559), la Diana enamorada de G. Gil Polo (1564), Las fortunas de Diana de Lope de Vega (1621), etc.–, y en general a mujeres y diosas amadas por un pretendiente. Más adelante, en II, 689-696, leemos: “Sea Diana de tu querer amada, sea de tu rigor aborrecida, sácame tú de la confusa nada, ¡oh valeroso dios!, a alguna vida. O exerça odiosa tu passión amada, o amante tu passión aborrecida, tibios medios no quiero, estremos pido: que el tibio proceder provoca a olvido”. MENU SALIR 476 “Sea ... olvido”: ‘Ya sea Diana amada por ti, ya aborrecida por tu dureza, sácame, ¡oh dios excelente!, de mi caótica nada a un poco de vida, ora tenga yo que soportar, siendo amada, tu pasión odiadora, ora, querida, disfrute tu amante pasión. No quiero medias tintas, exijo extremos, pues la actuación tibia lleva al olvido’. El epifonema, que se destaca por el uso de los dos puntos, aparece esta vez en el último verso de la octava, poniendo de manifiesto que el amor indolente se olvida pronto. Algo después, en II, 745-752, escribe Callecerrada: “Que veles de la tarde hasta el aurora, si velas sin amores, descuidado, espuesto yaze a boca tragadora, en medio de la noche, tu ganado; cuidado sin amor no tiene hora, ni sin zelos hay punto descuidado, que el que no zela, y ama cosa cierta, es velador sin luz y llama muerta”. “Que ... muerta”: ‘Aunque vigiles de la tarde al alba, aunque vigiles descuidado de amores, tu ganado estará expuesto a boca voraz en medio de la noche. Una vigilancia sin amor no actúa nunca, y sin celos no hay cosa que no interese [lo que impide al no celoso concentrarse en la vigilancia precisa], pues el que no cela y ama es, sin duda, vigilante sin MENU SALIR 477 luz y fuego extinguido’. En esta estrofa la frase sentenciosa que actúa como epifonema se halla en los dos últimos versos. En ellos se concentra la tesis de la octava: amor y celos son factores decisivos para una eficaz vigilancia. Lope de Vega escribió una deliciosa coplilla sobre el amor vigilante: “–Velador que el castillo velas, / vélale bien, y mira por ti, / que velando en él me perdí. // –Mira las campañas llenas / de tanto enemigo armado. / –Ya estoy, amor, desvelado / de velar en las almenas. / Ya que las campanas suenas, / toma ejemplo y mira en mí, / que velando en él me perdí”823. Nos interesa también observar los versos contenidos en III, 33-40: “A imitación de la celeste esfera, el sitio ameno y apacible alcança, con visos de perpetua primavera, orden alegre, armónica templança; ni mejor possessión el prado espera, ni hay de más dulces frutos esperança: que el alma en dulce sueño sepultada nada apetece, no le falta nada”. “A ... nada”: ‘El ameno y apacible sitio, a imitación de la esfera celeste, ostenta, con aspecto de perpetua primavera, una alegre ordenación y una síntesis armónica. Nunca podría esperar el prado mejor disposición ni frutos más dulces, pues el alma sepultada en dulce sueño 823 Apud D. Alonso y J.M. Blecua, Antología de la poesía española. Poesía de tipo tradicional, Madrid, Gredos, 1956, p. 190. Para la localización del poemilla en la obra de Lope, cf., ib., p. 240, nota 425-426. MENU SALIR 478 ni apetece ni siente la falta de cosa alguna’. El epifonema (vv. 39-40) aplica las propiedades de este lugar al sueño feliz, pues los que disfrutan de éste se sienten plenamente satisfechos, sin echar en falta nada. Nuevamente, en III, 521-528 utiliza don Marcelo el recurso epifonemático: “No fabricaba Amor esta mentira porque Cintia al pastor aborreciesse −que no podía la amorosa vira querer mal, si el pastor ingrato fuesse–; no porque a enojo y a indignada ira con los viles desprecios la moviesse: que no ignoraba Amor que los desprecios rémora sólo son de amantes necios”. “No ... necios”: ‘No forjaba Amor esta mentira para que Cintia odiara al pastor –pues la amorosa flecha no [le] permitía querer mal aunque el pastor fuera ingrato–, ni para moverla a enojo y a furiosa ira con los viles desprecios, pues no ignoraba él que los desprecios solamente son rémora para necios amantes’. Además, en los versos 527528, “los ... necios”, Callecerrada da una nueva muestra de su afición a las sentencias y epifonemas lapidarios. Interesa también observar que la “rémora: es un pez pequeño; está cubierto de espinas y de conchas; dicho assí a remorando, porque si se opone al curso de la galera o de MENU SALIR 479 otro bajel le detiene, sin que sean bastantes remos ni vientos a moverle ... Vide Plinio, lib. 32, cap. 1”824. Por otro lado, uno de los rasgos que más llaman la atención en el Endimión de Marcelo Díaz es la viveza, plasticidad y verismo con que presenta a sus personajes y acciones, con los que describe los espacios terrestes o celestiales en que éstas tienen lugar. Evidentemente, ello es debido ante todo a la personalidad artística del escritor, que sabe dar vida a sus narraciones y descripciones. Pero esa innata capacidad está potenciada por su sensibilidad barroca, una de cuyas aspiraciones primordiales era hacer que lo ficticio pareciera verdadero, y que lo inerte se presentara ante el lector como dinámico y lleno de vida. En efecto, nada más aparentemente verdadero que sus figuras humanas o divinas –el propio Endimión, la Luna, Venus, Apolo, Mercurio, etc.–, las pasiones que los mueven, los diálogos que mantienen, y hasta sus rostros, figuras y atuendos. Y lo mismo sucede con la pintura de sus paisajes, edificios, estancias, campos, cielos, nubes o constelaciones. Para conseguir esos efectos, los escritores del Renacimiento, y luego, superándolos ampliamente, los del Barroco, se servían sistemática y sabiamente de una figura retórica que hoy ha olvidado buena parte de los críticos: la evidentia. Del poeta Pedro Espinosa dijo E. Orozco que tenía “una pluma pincel”. Asimismo afirmó que “la paleta que nos ofrece 824 Covarrubias, Tesoro, cit., s.v. Las palabras de Plinio son muy expresivas: Es tan grande la virtud de echeneis [‘la rémora’] –“un pecezillo, y demasiadamente pequeño”– que detiene las naves; “aunque bramen los vientos y se embravezcan las tempestades, él impera y manda a su furor, y refrena tan grandes fuerças, y haze estar firmes los navíos sin que se muevan, lo que no pueden ataduras algunas, ni arrojadas las áncoras de irrevocable peso”, traducción de G. de Huerta, cit., t. II, p. 553b. El capítulo de Plinio es en su integridad una admirable muestra de elaboración de fuentes librescas legendarias. MENU SALIR 480 en sus versos tenía su fundamento y paralelo consciente en la del pintor” y que debemos tener en cuenta este hecho “para descubrir las posibilidades que con este punto de vista se abre al análisis estilístico”825. Esa “pluma pincel” le venía, tanto al poeta antequerano como a Callecerrada, de la práctica consciente y sistemática que, como escritores barrocos, hicieron de la evidentia. En virtud de ese recurso, Marcelo Díaz describe o narra, como quería Quintiliano826, de forma “viva y detallada, mediante la enumeración de las particularidades sensibles (reales o inventadas por la fantasía) de una persona, un objeto o un hecho”827. “El conjunto del objeto, [persona o hecho] tiene en la evidentia carácter esencialmente estático, aunque sea un proceso. Se trata de la descripción de un cuadro que, aunque movido en sus detalles, se halla contenido en el marco de una simultaneidad (más o menos relajable). La simultaneidad de los detalles, que es la que condiciona el carácter estático del objeto, [persona o hecho] en su conjunto, es la vivencia de la simultaneidad del testigo ocular; [el poeta] se compenetra a sí mismo y hace que se compenetre el [lector] con la situación del testigo presencial”828. De esa manera, la evidentia se produce como una credibilis rerum imago, quae velut in rem praesentem perducere audientes videatur829, o 825 “Una pluma pincel. Sobre la poesía de Pedro de Espinosa”, en Temas del Barroco de poesía y pintura, Granada, Universidad, 1947, pp. 115-116. 826 Institutiones, 8, 3, 70; 9, 2, 40, etc. 827 H. Lausberg, op. cit., t. III, p. 224. 828 Ib., pp. 224-225. 829 Quintiliano, 4, 2, 123. MENU SALIR 481 como proposita quaedam forma rerum ita expressa verbis, ut cerni potius videatur quam audiri830. Así, la evidencia “provoca la ilusión de que las cosas narradas o descritas están presentes y de que se ven como si se tuvieran ante los ojos”831. Para conseguirlo se utilizan diversos procedimientos, como el estilo directo, la llamada a los personajes a través de las apóstrofes, la frecuencia en la utilización de los adverbios de lugar y de tiempo, además del uso del presente histórico, que nos hace percibir lo pasado como actual. Callecerrada gusta de utilizar esta figura estilística a lo largo de su obra. Se comporta en muchas ocasiones como un mero testigo ocular, creando, de este modo, un ambiente más afectivo que sensorial. Ocurre, por ejemplo, en el comienzo del Endimión, vv. I, 1-16, en que se nos transmite la sensación de estar viendo delante de nosotros la imagen que describe: “La cipria diosa en la mitad del día, al tronco de un aliso recostada, de su perdido amante suspendía el llanto y la passión enamorada. Velaba el niño dios, Venus dormía, de zelosos temores descuidada: que no durmiera Venus si en los cielos 830 Ib., 9, 2, 40. De la importancia de la evidentia es prueba la amplitud con que se ocupan de ella todos los retóricos antiguos: Hermógenes, Progymnasmata, 10; Prisciano, Praeexercitamenta, 10; anónimo, Ad Herennium, 4, 55, 68; J. Rufiniano, De schematis lexeos, 15; S. Isidoro de Sevilla, De sublime, 15, 2; Alejande, De schematibus, III, p. 25, 13 (Spengel), etc. Para estas y otras muchas autoridades, cf. H. Lausberg, op. cit., t. III, pp. 224-227. 831 Mª.J. Vega, op. cit., p. 286. MENU SALIR 482 hubiera diosa que le diera zelos. Entonces la quietud de los amores el gusto de su causa contemplaba, y en los descansos del amor, mayores Amor las inquietudes rezelaba. Temía el más querido en los favores, disfavor y desdenes. Assí estaba todo el humano sentimiento, estando Venus durmiendo y el Amor velando”. Un poco más adelante, se describe de forma detallada el cambio que se produce en la escena (I, 169-200), momento en que se explica la gran agitación que siente Venus. Transcribimos sólo las dos primeras estrofas como muestra de este pasaje: “Que la dura passión que padecía movía el bello cuerpo atormentado, y el envidioso sueño descubría de lácteas flores mármol congelado; passaba del coturno la porfía del aire burlador y del cuidado. Y lo demás que relató Cupido no tiene voz ni cabe en el sentido. MENU SALIR 483 Dixera yo que del ardiente pecho Venus con ambas manos levantaba el liviano cendal que sobre el pecho pesadumbres olímpicas cargaba: que siendo el corazón lugar estrecho al fuego que sus alas abrasaba, huyendo el nuevo mal y nuevas malas, batió los braços como ardientes alas”. Posteriormente, en I, 249-256, narra Venus el motivo de su desesperación, comenzando con una descripción que nos sitúa en ese momento concreto: “Era la suave tarde, hijo, cuando, con su rosada claridad, mi estrella, las vezes del ausente Sol tomando, era sola en el cielo ardiente y bella; la Luna entonces, su carroça armando, mis cándidas palomas atropella; no sé, querido Amor, si fueron éstos en los que prorrumpió viles denuestos”. Subrayamos el comienzo de la octava, “era”, arranque típico de un relato popular o familiar, como lo exige el “decoro” poético de esta MENU SALIR 484 escena entre madre e hijo. Nótese, asimismo, el uso de las apóstrofes, que nos hacen sentir lo que aquí se dice de manera más real. Sin embargo, no podemos dejar a un lado, al hablar del uso de la evidentia por Callecerrada, del largo pasaje que se dedica a la descripción del lugar en el que se encuentran el Sueño y el Letargo, el aspecto que éstos presentan, etc. Así, desde el primer verso del Canto III hasta el 312 nos sumergimos con nuestra fantasía en este ambiente. A partir de ahí, la Luna solicita la ayuda de los dioses que dominan a los durmientes. Recordemos el comienzo: “Hay, entre Bayas y la antigua Cuma, un sitio liberal, ameno, donde jamás alberga la pesada bruma, ni sus rayos el sol jamás esconde; siempre con toldos a la llama suma, y con abrigos siempre corresponde al invierno crüel la estancia amena, llena de abriles y de mayos llena. Aquí de yedra y álamos torcidos, un pabellón umbroso se levanta, que en sacra ociosidad a los dormidos dioses recrea, y en holgura santa; blando cristal de arroyos esparcidos süavemente fácil se quebranta, MENU SALIR 485 dando apacible escándalo sonoro a las aguas de plata guijas de oro”. Otra de las figuras retóricas que utiliza abundantemente Marcelo Díaz en su poema es la correlación, que, como sabemos, se produce por la repetición de varios conjuntos semejantes cuyos miembros están unidos por relaciones sintácticas o semánticas. En el Siglo de Oro este recurso adquiere gran importancia, pero más durante el Renacimiento que en el propio Barroco. A ello se refiere Dámaso Alonso: “La correlación sigue viviendo en el Barroco como tantos otros arrastres del siglo XVI. Sus días de triunfo europeo son los de ese siglo; su apogeo español carga hacia fines del XVI y declina en el XVII. Es sintomático que Góngora la acepte a los veinte años, pero a los cincuenta –es decir, en su momento plenamente barroco– apenas se acuerde de ella”832. Evidentemente, un manierista como Callecerrada se sintió atraído por la belleza de estos juegos geométricos. Podemos resaltar en este sentido algunos ejemplos, como el de los versos II, 493-494, en que el juego correlativo es de tipo semántico, implicándose, por tanto, la coherencia del discurso: “La causa helada en viva llama ardía; el amoroso efecto no sacaba”. 832 Poesía española..., cit., p. 439. MENU SALIR 486 “Causa ... efecto”: la correlación entre “persona amable” / “amor”, vista dialécticamente como “causa” / “efecto”, se plantea aquí claramente. Lo mismo ocurre en unos versos anteriores (II, 477-478): “quién no confiessa en causas consonantes del amoroso efecto la esperança?”. “Efecto” responde a “causa”. La esperanza de amor es, pues, el efecto de una causa proporcionada: la consonancia de caracteres. Por otro lado, debemos fijar nuestra atención en III, 105-128, ya que es un fragmento en que las correlaciones se convierten en el eje formal de las estrofas: “En hora desigual descansa y pena el blando Sueño, el rígido Letargo: uno es quietud, de cielo dulce llena; otro, llena inquietud de infierno amargo; con gozo y con dolor, con gloria y pena, con breve gusto y con tormento largo, y tan opuestos son en sus desvelos, que el uno tiene amor, y el otro zelos. El uno y otro dios, de sus rendidos contraria ostentación haze y alarde: uno, en el alba muestra sus dormidos; MENU SALIR 487 otro, sus muertos en la obscura tarde; unos, con nobles pechos y atrevidos, otros, con el servil miedo cobarde, de plomo obscuro mar reman forçados, passean mar de leche enamorados. Satisfaciones unos, animosos, fundan, del Alba, al venidero día; agravios otros, flacos y medrosos, anuncian tristes en la tarde fría; y como en el sentido son forçosos los casos de la fuerte fantasía, éstos el seco fin soñado pierde, y aquéllos gana su esperança verde”. Entre las continuas correlaciones que conforman estos versos, debemos comentar especialmente la de los versos 105-106 (“descansa y pena / el blando Sueño, el rígido Letargo”), ya que, dentro de la estructura correlativa, cada verbo se refiere a un sujeto distinto, con epítetos definidores. Además, en los versos 117-120 (“unos ... enamorados”) el entrelazamiento de las correlaciones alcanza aquí más notable complicación, pues se hace en versos alternos; así, el 117 corresponde al 120: ‘unos [los súbditos del Sueño sosegado], con nobles y atrevidos pechos, pasean, enamorados, [por] un mar de leche’; ese mar es sinónimo de ‘océano de paz y dulzura’. Ello nos recuerda que S. Juan MENU SALIR 488 de la Cruz, pensando en Is, 55, 1, dice en 1S, 7, 3: “Venid y comprad de mi vino y leche, que es paz y dulzura espiritual”. Los casos de correlaciones a lo largo del poema son continuos, como por ejemplo el que aparece en III, 361-364: “Amor me dixo que con luz le hablasse; honor me dixo que sin luz le viesse: que discurriendo su razón, le amasse; que su razón callando, le quisiesse”. Hay aquí un entrecruzamiento de versos de muy logrado manierismo en su calculada correlación. El sentido sería éste: ‘Amor me dijo que le hablase con luz, y que le amara estando en posesión de su razón. Honor me dijo que le viese a oscuras [sin luz], y que le quisiera cuando no fuera consciente de sus actos’. También hay que destacar la abundancia de interrogaciones retóricas que aparecen en nuestro poema. Con esta figura se dota de énfasis a la expresión sin que, por supuesto, se espere ningún tipo de respuesta, ya que la lleva implícita. H. Beristáin la define así: “Figura de pensamiento por la que el emisor finge preguntar al receptor, consultándolo y dando por hecho que hallará en él coincidencia de criterio; en realidad no espera respuesta y sirve para reafirmar lo que se dice”833. 833 Op. cit., s.v. MENU SALIR 489 Se le ha llamado, además, “pregunta retórica”, “comunicación”, communicatio o exsuscitatio. Su efecto es patético, y relaciona esta figura, por tanto, con la apóstrofe –de la que ya hemos hablado y comprobado su fuerte presencia en la fábula– y la exclamación834. Entre las numerosas veces que utiliza don Marcelo este recurso estilístico, comencemos por una forma muy matizada y sutil, ya que se basa en interrogativas indirectas. Estamos en los versos II, 169-176 del poema: “Si presumís, deidades, que el violento imperio y la potencia soberana, a mi sagrado numen instrumento oponiendo mortal, créditos gana; si pretendéis que al alto firmamento la esfera terrenal ultraje ufana; si pervertís los órdenes fatales, oponiendo mortales a inmortales: ...” Venus da aquí a los dioses un único argumento, dividido en tres consideraciones, para que la apoyen en su venganza contra la Luna tomando como instrumento (vv. 171-172) a Endimión. Mediante tres interrogaciones retóricas indirectas les hace ver que, como divinidades, 834 Sólo con echar un rápido vistazo al poema de Callecerrada, apreciamos la importancia que tienen también en sus páginas las exclamaciones. Pongamos sólo algunos ejemplos: I, 257-260: “–¡Bien en lugar de Febo alumbraría / la madre obscura del infante ciego! / ¡Bien con mi casto yelo quedaría, / impura Cipria, tu venéreo fuego!”; I, 303-304: “¡oh justa, igual y siempre santa diosa, / y en estremados vicios virtuosa!”; I, 717-720: “¡Oh puntos faltos de la escasa vida, / que en la mitad de su fatiga alcança, / con triste palma y con MENU SALIR 490 deben apoyarla a ella, que es diosa, y no a Endimión, que es un hombre: 1) el poder de los dioses se desacredita enfrentándolo a los mortales (vv. 169-172); 2) el mundo terreno no puede ultrajar al empíreo (vv. 173174); 3) enfrentar mortales a inmortales pervierte el orden establecido por los hados (vv. 175-176). De esa manera, oponiendo dioses a hombres, espera ganar la partida excitando el corporativismo de sus congéneres. Observemos, en fin, que “violento” (v. 169) significa ‘incontrastable’, ‘que no admite resistencia’; “instrumento mortal” (vv. 171-172) es expresión que evidencia el papel secundario de Endimión, que no es sino un pretexto para enfrentar entre sí a tres divinidades (Venus-Cupido vs. la Luna); “alto firmamento” y “esfera terrenal” (vv. 173-174) son expresiones astrológicas que aluden respectivamente a los ámbitos divino y humano. Algo después, en II, 476-480, leemos: “Quién negará amorosa semejança? ¿quién no confiessa en causas consonantes del amoroso efecto la esperança? ¿quién, pervirtiendo essencias inmortales, niega que son iguales dos iguales?” Se comienza con la pregunta: ‘¿Quién negará que se tendrán un amor parecido? Además, al decir “causas consonantes” se refiere a los ‘seres de cualidades parecidas’ (“causa”, aquí, significa ‘persona’; fatal trofeo, / la muerte a la esperança y al deseo!”; I, 771-772: “¡Qué ciega inquisición la diosa hazía! / ¡Qué amante, en la pregunta necia, andaba!”; etc. MENU SALIR 491 “consonantes”, ‘de características armónicas’). “Pervirtiendo ... inmortales”: ‘destruyendo realidades inmutables’, ‘corrompiendo cosas que no admiten cambio’. En los versos II, 545-548, a través de las interrogaciones retóricas, se muestra la Luna desesperada ante la confusión de Endimión; ella tiene en nada ser considerada diosa por el pastor, cuando lo que quiere es ser su amante: “–¿Hay desesperación en el infierno tan áspera, tan dura, tan amarga? ¿Puso Meguera, de dolor interno, al coraçón ligero tanta carga?” Existen, además, pasajes extensos en el Endimión que presentan una continua recurrencia de interrogaciones retóricas. Se pueden consultar, por ejemplo, en I, 105-128, en III, 445-504 o en III, 557-572. Por otra parte, es necesario destacar los pasajes de la obra en los que se rompe con la seriedad y el dramatismo del argumento a través de algunos guiños que nos hace Callecerrada, sirviéndose, fundamentalmente, de la ironía. Recordemos que ésta es una figura de pensamiento que consiste en dar a entender una idea mediante la expresión de lo contrario. Por ello, es fundamental que intervenga en su total comprensión una adecuada descodificación por parte del receptor835. 835 Marchese y Forradellas definen: “La ironía consiste en decir algo de tal manera que se entienda o se continúe de forma distinta a la que las palabras primeras parecen indicar: el lector, por tanto, debe efectuar MENU SALIR 492 Se aprecia en I, 465-468: “Júpiter, cuyo es el homenaje supremo de la esfera transparente, miró en las selvas el desnudo traje a tan preciada virgen indecente”. Al decir “desnudo traje”, notamos la ironía burlesca, con la que en realidad expresa que la diosa estaba desnuda. También llama la atención que se conjuguen los términos “virgen indecente”. Con el segundo vocablo se encierran los matices de ‘impúdico’, ‘inmoral’, y, por cultismo semántico, de ‘inconveniente’, ‘poco apropiado’ (como latín indecens). La siguiente semiestrofa (vv. I, 481-484) encierra, asimismo, una evidente ironía: “–¡Por cierto –dixo–, pensamientos nobles y cosas altamente peregrinas quitan a Jove de sus altos mobles, altas ocupaciones y divinas!” El mismo recurso se observa en II, 631-632: “¡bien desprecias pureza cristalina, una manipulación semántica que le permita descifrar correctamente el mensaje, ayudado bien por el contexto, bien por una peculiar entonación del discurso”, op. cit., s.v. MENU SALIR 493 rudo Endimión, por la deidad de enzina!” “Pureza cristalina”: ‘a Diana’, por metonimia, diosa casta por excelencia. Además, se puede aclarar que las dríadas eran especialmente ninfas de encinas y pinos. Por lo demás, estos versos traducen una desdeñosa ironía. Más adelante, en III, 703-704: “O pássese a mi pecho el yelo frío, o a su pecho se mude el yelo mío”. La expresión es oscura, aunque manifiesta, sin duda, el deseo de la Luna de que ella y Endimión sientan lo mismo en lo que respecta a su amor; para ello pide que, o bien el desamor del pastor se instale en su alma, o que el amor de ella pase al pastor –creo que “el yelo mío” (v. 704) hay que entenderlo irónicamente y a contrario: ‘lo que siento por él’, es decir, ‘mi amor’–. Por lo demás, estos dos versos recuerdan otros de Góngora: “¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño / el silencio del can siga, y el sueño!” (Polifemo, 175-176). Casi al final del poema, en III, 783-784, cuando se está explicando el desenlace de la historia, se recurre nuevamente a esta figura: “a Venus dexa, y a su Amor, burlada con una muy hermosa retirada”. MENU SALIR 494 Nótese en “muy hermosa” cómo el adjetivo está cargado de burlona ironía. Ya explicamos la importancia que tienen los contrastes en la fábula de Callecerrada. Por ello, es fácil entender que tengamos que dedicar también nuestra atención al oxímoron. Conviene que recordemos su definición. En este sentido, afirma A.Mª. Platas Tasende que las “palabras de sentido totalmente opuesto llegan a ser semánticamente compatibles en un texto. Esta figura, que se caracteriza por la concisa expresividad de dos términos contrarios (dos palabras o dos frases) relacionados sintácticamente, está muy próxima a la paradoja y a la antítesis, de las que a veces es difícil deslindarla”836. H. Beristáin aclara las diferencias: “Se relaciona con la antítesis porque los significados de los términos se oponen, y con la paradoja837 porque lo absurdo de la contigüidad sintáctica de ideas literalmente irreconciliables por más o menos antonímicas (lo que los antiguos llamaban coincidentia oppositorum, que se da por la relación íntima, en una unidad sintáctica, de términos contradictorios), es aparente, puesto que figuradamente poseen, juntas, otro sentido coherente. Sin embargo, como el significado literal es el que primero salta a la vista, produce una tensión semántica que proviene de que la proximidad sintagmática de los términos contradictorios parece violar las reglas de codificación, y provoca un efecto estético anterior a la reducción e interpretación del oxímoron”838. 836 Diccionario de términos literarios [2000], Madrid, Espasa Calpe, 20022, s.v. Para lo referente a ella, y a su presencia en el texto literario de gusto barroco, véase lo que decimos más adelante a este propósito, en especial las opiniones de Gracián en su Agudeza y arte de ingenio. 838 Op. cit., s.v. 837 MENU SALIR 495 Mª.J. Mancho se refiere a los oxímoros diciendo que “son sintagmas formados por la concatenación de términos que encierran contenidos contrarios, tales como noche alumbradora, oscuro fuego de amor, fuego tenebroso, oscura luz, etc. Esta figura deriva igualmente del carácter dual del símbolo –obsérvese cómo los adjetivos están aplicados a luz, noche y fuego– y no hace sino explicitar las características contrarias que aquél subsume y engloba”839. De lo que no cabe duda es de que durante el Barroco se sintió una especial predilección por este recurso del estilo, gracias al cual se transmitían sensaciones de misterio, dificultad y complicación. Por tanto, Callecerrada, fiel manierista, lo utiliza con frecuencia. Observémoslo en algunos casos concretos, por ejemplo, en I, 393-394: “Yélala en vivo fuego, y su aspereza abrasa ingrato con ardiente yelo”. Venus pide a Cupido, usando de la simbología “fuego / hielo”, que al amor de la Luna responda Endimión con indiferencia y desdén. “Abrasa ... con yelo” es un oxímoron similar al del verso 393, “yélala ... en fuego”, de ascendencia petrarquista, común en la poesía amorosa del Siglo de Oro. Lo dicho se puede relacionar con el verso II, 303: “Yo te adoro, yo soy libre obediente”. 839 Palabras y símbolos en san Juan de la Cruz, Madrid, Fundación Universitaria Española-Universidad Pontificia de Salamanca, 1993, pp. 46-47. MENU SALIR 496 “Libre obediente”: se trata también de un oxímoron propio del vocabulario amoroso –recuérdese, por ejemplo, la novela sentimental de J. Rodríguez de la Cámara El siervo libre de amor (s. XV)–, que proclama la obediencia al amado como resultado de una opción libérrima. Algo después, en II, 627-628, la Luna llama a Endimión con un trillado oxímoron procedente de la poesía petrarquista y cancioneril, y de la novela sentimental, caballeresca y pastoril, “dulce ingrato”: “¿Qué causa, dulce ingrato, de mis ojos te lleva, y de mi casta compañía?” Parecida expresión se usa en II, 653-654: “las esquivezas tuyas, dulce esquivo, amaré, y las tardanças, perezoso”. “Dulce esquivo” es un oxímoron típico del lenguaje erótico pastoril, cortesano y de cancionero. “Esquivo”: ‘el amado que no corresponde al amor de su amante’; “Esquivo: desapegado, zahareño, desdeñoso, montaraz; es nombre italiano [...] Petrarca, en el soneto Amor, natura, etc. dize: Ella è sì schiva, e abitar non degna / più ne la vita faticosa et MENU SALIR 497 vile” [Le Rime, son. CLXXXIV, 7-8, en la ed. de R. Ricciardi, ch’abitar]840. De nuevo aparece este recurso en III, 81-84: “Süavemente destroçadas rosas, y blandamente azahar deshecho, con descuidado aliño cuidadosas, daban al dulce dios sabroso lecho”. “Suavemente ... lecho”: pintado el lecho del Letargo (vv. 69-72 de este Canto III), el poeta se ocupa ahora de aquél en que descansa el Sueño; ‘rosas deshojadas con blandura y azahar deshecho sin violencia, buscando con ahinco la apariencia de un adorno desafectado, daban al bondadoso dios cama placentera’. El oxímoron “suavemente destroçadas” tiene gran fuerza expresiva, un poco como el dulce strepitum de Horacio (Od, 4, 3, 18) o el “dulce estruendo” de Góngora (Polifemo, 267). Resulta asimismo significativo el oxímoron de III, 185-186: “Mas el celeste Sueño, que en la vida infunde con amores vital muerte”. 840 Covarrubias, Tesoro, cit., s.v. MENU SALIR 498 “Vital muerte”: “¡Oh muerte que das vida!”, exclama fray Luis de León en la Oda III (“A Francisco Salinas”), v. 36, recurriendo a un oxímoron de regusto místico. Además, en III, 334-335, escribe Callecerrada: “Dioses: Mirad, que, presto, el desengaño, con blandas llamas del empíreo cielo”. La expresión “blandas llamas” se constituye en un oxímoron propio del lenguaje de amor. Nuevamente nos viene al recuerdo el eco de otro poeta, en este caso, S. Juan de la Cruz, que dijo: “¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres...”. Otro oxímoron muy expresivo lo encontramos en III, 495-496, en que se usa la expresión “sencillez ... maliciosa” con el sentido de ‘ingenuidad calculada’: “de su agraviada madre, y a la diosa con sencillez habló tan maliciosa”. Finalmente, en III, 595-596: “donde el arco y las flechas ha ensayado para la dulce herida donde peno”. MENU SALIR 499 Conviene aclarar que el sujeto de “ha ensayado” es “el Amor” (v. 594), es decir, Cupido, que ha disparado sus flechas contra la frente nívea de Cintia, provocándole “la dulce herida” –oxímoron– que la atormenta. Recuérdese también la “regalada llaga” de S. Juan de la Cruz (L, 2, 2). Al hilo de esto, interesa que nos detengamos en la paradoja, que es “una figura de pensamiento que altera la lógica de la expresión pues aproxima dos ideas opuestas y en apariencia irreconciliables, que manifestarían un absurdo si se tomaran al pie de la letra [...] , pero que contienen una profunda y sorprendente coherencia en su sentido figurado”841. Como decía Gracián en su Agudeza y arte de ingenio, “son empresas del ingenio y trofeos de la sutileza los asuntos paradojos: consisten en una propuesta tan ardua como extravagante [...]. Tienen por fundamento estas agudezas el mismo que los encarecimientos ingeniosos, porque son especie de exageración y la más extravagante y sobresaliente. Hácese, pues, reparo en alguna contingencia rara, en alguna circunstancia especial y tómase della ocasión para el atrevido discurrir”842. Al igual que ocurre con el oxímoron, la paradoja sorprende por su apariencia absurda y contradictoria. Sin embargo, se diferencia en que la contradicción en el primero es léxica, basada, por tanto, en la contigüidad; en la segunda, la oposición es más amplia, afectando al contexto, por lo que invita a una reflexión profunda843. 841 H. Beristáin, op. cit., s.v. Ed. cit., t. I, pp. 225-226. 843 Mª.J. Mancho define así la paradoja: “Figura semántica que se produce cuando los antónimos se encuentran contextualmente unidos por una, apararentemente desconcertante, hilazón lógica”, op. cit., p. 44. 842 MENU SALIR 500 La paradoja fue muy usada en el Barroco, aprovechando su capacidad de extrañamiento. Pascal y Kierkegard destacaron, además, la importancia intelectual y emotiva que transmite: “No se debe menospreciar la paradoja, puesto que la paradoja es la pasión del pensamiento, y el pensador sin paradoja es como el amante sin pasión: un sujeto mediocre”844. En la obra de Callecerrada la paradoja ocupa también un lugar importante, como se aprecia en II, 429-432: “Amor, yo deseara que anduvieras, y siempre descuidado y siempre a punto, con el mudable amado cuidadoso, y con el firme amante perezoso”. “Que ... punto” (vv. 429-430): ‘que siempre estuvieras, a la vez, descuidado y preparado’. “Con ... perezoso” (vv. 431-432): ‘atento al amado mudable’ (Endimión), ‘y descuidado con el firme amante’ (aquí, paradójicamente, la Luna). Así termina esta octava notablemente compleja y manierista, verdadero malabarismo de palabras que estructura un epifonema de lo sucedido: el amor es siempre azaroso, imprevisible e incontrolable, depende sólo de los hados, y escapa incluso a las decisiones de Cupido. Interesa que nos detengamos en I, 517-518: 844 S. Kierkegard, Migajas filosóficas, Kjöbenhavn, 1923; traducción de R. Guardini, Pascal..., Buenos Aires, EMECÉ, 1955, p. 187. MENU SALIR 501 “llega Mercurio, y el candor tocando intacto con el sabio caduceo”. “Candor ... intacto”: es decir, ‘sus blancas e intactas carnes’. Adviértase la aparente paradoja “tocando intacto”. Del mismo modo ocurre en II, 479-480: “¿quién, pervirtiendo esencias inmortales, niega que son iguales dos iguales?” “Que ... iguales”: aparente paradoja, basada en la bisemia de la palabra “iguales”. El sentido sería, pues: ‘que se suprimen las disensiones entre dos seres iguales’, ‘que dos seres iguales armonizan entre sí en todos los sentidos’ [incluido el amoroso]. Poco después, en II, 489, leemos: “Amar quería el pastor, y no quería”. “Amar quería ... y no quería”: expresión que admite una doble interpretación: ‘deseaba y no deseaba al mismo tiempo amar’, o ‘deseaba amar ..., y no amaba’ (“querer” significa en castellano, entre otras cosas, ‘desear’ y ‘amar’). Como se ve, el recurso manierista a la paradoja es muy frecuente en Callecerrada. Otra de las figuras retóricas con importancia en el Endimión es la paronomasia. Como sabemos, es una figura que se halla muy relacionada MENU SALIR 502 con la aliteración, ya que su origen está en la proximidad de palabras en las que hay sonidos que se repiten. F. Lázaro Carreter define la paronomasia en su Diccionario de términos filológicos del siguiente modo: “Figura que consiste en colocar próximos en la frase dos vocablos parónimos bien por parentesco etimológico (quien reparte se lleva la mejor parte), bien por semejanza casual (compañía de dos, compañía de Dios). Se le da también el nombre de agnominación845. Durante el Barroco es muy frecuente el uso de este recurso. Callecerrada, una vez más, sigue las tendencias de su tiempo y no duda en utilizarla de continuo. Recordemos algunos casos, como el que aparece en I, 501-504: “desnudas éstas, por las sombras feas, admitan cuidadosa competencia, y tú, vestida, por los verdes prados, persigas caçadora sus cuidados”. Como se ve, “cuidadosa” forma paronomasia con los “cuidados” del verso 504. Interesa aclarar, además, que, al decir “desnudas éstas”, se refiere a ‘las diosas terrenales’, ‘las mujeres de singular hermosura’; con “feas” a las ‘aptas para la deshonestidad’, ‘propicias a la sensualidad’. Con la expresión “cuidadosa competencia” se alude a ‘rivalidades de amores’, pues el amor es el cuidado por antonomasia. “Sus cuidados” 845 Loc. cit., s.v. Además del término que señala Carreter, se ha llamado a la paronomasia con otros nombres: “paronimia”, “paréquesis”, “homeoteleuton”, “homeoptoton”, “paromoeosis” o “prosonomasia”. MENU SALIR 503 son ‘las fieras que inquietan a las pastoras’, ya que, al preocuparles, son también en otro sentido objeto de “cuidados”; menos probable, aunque también posible, sería: ‘a los pastores de quienes se enamoran las pastoras’. Muy interesantes resultan los versos II, 459-460: “que, sin amar, amara la amorosa llama el pastor, que el Hado no consiente”. “Que ... consiente”: ‘que el pastor desamorado habría amado con gusto la amorosa llama que le prohibe el Hado’. Obsérvese la paronomasia parequética –dado que se une el parecido del significante al del significado– tan manierista del verso 459: “sin amar amara la amorosa”. También se juega paronomásticamente con la terminación de la palabra “llama” del verso 460846. Otro ejemplo de este recurso se encuentra en III, 301-302: “Calan sus luzes por la selva umbrosa, las no violadas sombras assombrando”. La paronomasia del verso 302 es clara: “sombras assombrando”. Tampoco debemos olvidar la palabra “umbrosa” del verso 301. Por otra parte, “la ... umbrosa” nos trae al recuerdo el parlamento de Salicio en la 846 En otros casos utiliza Callecerrada de forma casi idéntica este recurso. Por ejemplo en I, 30: “ni tu fuerça enamora enamorados”. MENU SALIR 504 Égloga I, 99 de Garcilaso de la Vega: “Por ti el silencio de la selva umbrosa...”. Más adelante en III, 773, leemos: “su calor enjugó el humor jugoso”. Al decir “su calor” se refiere al de Cupido. Resulta pleonástica la acuñación “humor jugoso”, probablemente derivada de la paronomasia manierista “enjugó /jugoso”. Otro de los rasgos que determinan la estética del poema de Callecerrada es el frecuente uso de la perífrasis. Con esta figura de pensamiento se alude indirectamente a un concepto, que podía nombrarse con una sola palabra, resaltando alguno de sus rasgos. Las perífrasis hacen más lento el discurso y, además, consiguen introducir la subjetividad de su emisor, pues a través de ellas se engrandece, denigra, o nombra eufemísticamente el término al que se refieren847. En muchas ocasiones aparecen mezcladas con la metáfora, con lo que se consigue un mayor efecto poético. Luis de Góngora supo usar esta figura de forma brillante. En este sentido, R. Lapesa afirma: “Junto a la metáfora emplea Góngora la perífrasis, que sustituye a la mención directa de las ideas para facilitar el establecimiento de relaciones con otras y procurar el goce de la busca difícil y el hallazgo: en lugar de ‘un hermoso joven’ se dice “el que ministrar podía la copa / de Júpiter mejor 847 Algunos han querido llamar “circunlocución” a las perífrasis que sirven para evitar términos que se consideran tabú. Cf. H. Morier, Dictionnaire de poétique et de rhétorique, Paris, P.U.F., 1975, s.v. MENU SALIR 505 que el garzón de Ida”, esto es, mejor que Ganímedes; y en vez de ‘las perlas del mar’, “las blancas hijas de sus conchas bellas”848. También Marcelo Díaz se recrea en la utilización de esta figura estilística. Así, ya desde el primer verso del Canto I se nota su presencia: “La cipria diosa, en la mitad del día...” “La cipria diosa” es una perífrasis con la que se hace referencia a su gentilicio. Para su comprensión, es necesario tener algún conocimiento sobre mitología. Venus, como se sabe, tras su nacimiento marino fue llevada a Chipre –de ahí el epíteto de “cipria”– por los Céfiros. “En esta isla dize Natal Cómite que, después que aportó allí la diosa Venus en su concha, la criaron las olas, y lo mesmo dize Homero en un himno que haze de la mesma Venus”849. En Chipre recibió siempre esta diosa un culto privilegiado850. Aparecen muchos otros casos de perífrasis con trasfondo mitológico. Todavía en la misma estrofa del Canto I, v. 3, leemos: “de su perdido amante suspendía...” “Su perdido amante suspendía”: el examen del mito de Adonis y Venus nos lleva a identificar a ese amante, en hipótesis, con el hijo de Tías y Mirra –Adonis–. 848 Historia de la Lengua española, cit., p. 344. B. de Vitoria, Segunda parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, cit., p. 395. 850 En otros lugares del poema se utiliza la misma perífrasis, por ejemplo en II, 185: “Mientras la reina cíprica sacaba”. 849 MENU SALIR 506 En I, 5 de nuevo se recurre al uso perifrástico basado en el conocimiento de los mitos: “Velaba el niño dios, Venus dormía”. “El niño dios”: perífrasis tópica de Cupido, hijo de Venus, a quien llaman los poetas puer paphius, Veneris proles, Cythereia proles, etc851. A lo largo del poema hallamos muchos otros ejemplos con parecidas características. De esta forma, en II, 3: “–¡Oh parto digno del sangriento Marte!” “Cupido –escribe G. Boccaccio–, según dice Tulio en el libro Sobre la naturaleza de los dioses (III, 23, 60), fue hijo de Marte y de Venus”852. Por tanto en esta apóstrofe dirigida al dios ciego, la palabra “parto” (‘hijo’) podría referirse tanto a Venus –‘¡Oh hijo [mío], digno del sangriento Marte!’– como a la divinidad guerrera –‘Oh digno hijo del sangriento Marte’–. Preferimos, sin embargo, la primera interpretación, pues “parto” sólo puede referirse a Venus-madre. ‘¡Oh hijo, digno del sangriento Marte!’ sería la fórmula que interpretaría mejor el matiz del verso de Callecerrada. Por lo demás, que Cupido sea digno de Marte es una versión más del lugar común que equipara el amor y la guerra: E 851 Cf. P.V. Regia Parnassi..., cit., s.v. “Cupido”. En otros lugares del Endimión se le llama con perífrasis diferentes; así, en I, 17: “Velaba el dios rapaz con arco y flecha”. “Rapaz” es aquí una palabra bisémica; por una parte significa ‘niño’, ‘muchacho’; por otra parte ‘rapiñador’, ‘robador’ (de la voluntad y el alma de las víctimas). Es epíteto tópico de Cupido, como se nota en J. Ravisio Textor, Epitheta, cit., s.v. Por otro lado, en III, 730: “del dios rapaz, del niño bullicioso”. “Niño bullicioso”: ‘Cupido’, ‘niño revoltoso y travieso’; es la única vez que, en el Endimión, se aplica esta perífrasis al hijo de Venus. MENU SALIR 507 duro campo di battaglia il letto, cantó Petrarca (Rime, CCXXVI)853, siguiendo una larga tradición clásica –Garcilaso lo tradujo en el soneto XVII, 8: “y duro campo de batalla el lecho”–. En España reelaboran la idea numerosos escritores854. Góngora la acuñó de forma lapidaria: “A batallas de amor, campo de pluma”855. El mismo tipo de perífrasis elusiva se halla en II, 181: “Y tú, parto inmortal, que el real camino...” Como vemos, al decir “parto inmortal” se apostrofa a Cupido, inmortal hijo de Venus. Más adelante, en II, 153, se lee: “Y tú, ferrado rey, que el pecho tierno...” El apóstrofe limita su destinatario, centrándose en Plutón, dios que preside los metales y la metalurgia, y tiene su taller en los volcanes, donde forjó las armas de Aquiles856. En otras ocasiones, Callecerrada prefiere usar perífrasis referidas a los mitos, pero basadas, no en su conocimiento, sino fundamentalmente en el argumento del poema. Ocurre de este modo en I, 22: 852 Genealogía, cit., p. 354. Ed. cit., p. 298. 854 Cf. A. Vilanova, op. cit., t. II, pp. 200-206. 855 Soledades, 1, 1091. 856 Otros usos perifrásticos referidos a Plutón: I, 224: “el rey tirano del confuso infierno” o en II, 143-144: “cuántas venganças de tu fiel consorte [Plutón] / imprecaba la amiga de Mavorte [Venus]”. 853 MENU SALIR 508 “dexaba en calma la deidad amante”. “La ... amante”: es decir Venus, como se nos dijo en los vv. I, 5-6. La perífrasis poética puede ser inclusiva, cuando aparece en ella el nombre de la persona o cosa a la que se refiere; pero puede también ser elusiva, cuando se omite ese nombre, sustituido por una alusión perifrástica. Tal es el caso que aquí comentamos. En perífrasis como la que sigue (II, 6-7), encontramos una de las formas más típicas de la culta dificultad: “a su pesar, el hijo de la amiga de Jove: que una fiera venenosa...” La alusión sólo es descifrable, en efecto, como en ocasiones anteriores, si se posee una erudición suficiente; sólo un conocedor de la mitología puede suplir la laguna planteada por esta elusión que el poeta hace buscando oscuridad (ut obumbret). También la siguiente perífrasis elusiva es de gran dificultad: para entenderla hemos de conocer bien el lenguaje poético de Callecerrada, y el alcance de lo que para él es un tecnicismo filográfico [‘referente a la ciencia del amor’]: “causa”. Se encuentra en II, 17-20: “Aquel desprecio firme con que olvida el amado la causa enamorada, aquel rigor por quien, con vil huida, MENU SALIR 509 la causa amante muere despreciada”. “Causa enamorada, causa amante”: ‘la persona encendida en amor’ (‘la Luna’). La primera expresión es complemento directo de “olvida” (v. 17); la segunda, sujeto de “muere” (v. 20); “con vil huida” (v. 19) es complemento de modo de “muere despreciada” (v. 20). Hay veces en que la perífrasis alusiva es más fácil de descifrar. Así, cuando configura una aposición, en este caso explicativa, cuyo referente la precede explícitamente, como ocurre en II, 789: “caiga Endimión, amante descuidado”. “Amante descuidado”: ‘desatento al amor’, ‘poco diligente en amar’. “Amante” tiene aquí un sentido muy genérico: alguien que se mueve en un ámbito amoroso. Del mismo modo ocurre en II, 9: “Ya, caro hijo, la mitad del hecho...” La perífrasis por sí misma constituiría un obstáculo de culta dificultad. Sin embargo, es fácilmente descifrable por el contexto. Así, en este último ejemplo, “caro hijo” se refiere nítidamente a Cupido, pues por la lectura del poema sabemos que está hablando Venus, y, precisamente, con este dios. MENU SALIR 510 Existen, además, en el Endimión, otras muchas perífrasis que no están referidas directamente a la mitología. Por ejemplo, la que hallamos en II, 149: “Baxe el dolor a vuestro centro impuro”. Según las concepciones de la época, todo lo existente gravitaba a su centro, al cual se dirigía si no se le ponían obstáculos. El “centro” de los condenados era el infierno, que como su nombre indica, se encuentra bajo tierra, en sus cavernas centrales. Como en el infierno residían los dioses infernales y los condenados –en este contexto mitológico, Callecerrada concibe el Hades como un lugar hasta cierto punto parangonable con el infierno cristiano–, es lógico que el poeta designe a ese lugar con la perífrasis “centro impuro”. También resulta interesante la perífrasis que leemos en II, 784: “los que en la sombra duermen de la muerte”. “Los ... muerte”: ‘los muertos’. Umbra mortis es expresión bíblica repetida en Job, los Salmos, los profetas, evangelios, etc. Recordemos algún ejemplo: sedentes in tenebris et umbra mortis (Sal, 106, 10); sedentibus in regione umbrae mortis lux orta est eis (Mt, 4, 16); illuminare his qui ... in umbra mortis sedent (Lc, 1, 79), etc. Es muy frecuente también en el estilo de Callecerrada el dotar de cualidades humanas a seres u objetos que no las tienen de suyo. En el MENU SALIR 511 Diccionario de A. Marchese y J. Forradellas se realiza la siguiente distinción: “Si el ser personificado se convierte en emisor del mensaje se produce la prosopopeya [...]; si en destinatario, el apóstrofe [...]. La personificación puede confundirse con la antonomasia en los casos de mitologismo, es decir, cuando se sustituye el objeto por un dios con el que se considera ligado: ejem.: y ya siento el bramido / de Marte (Fray Luis de León)”857. R. Lapesa ha relacionado esta figura retórica con el carácter moralizador que existe en la época de Marcelo Díaz: “Quedaba otra dirección [en el estilo propio del Barroco], el moralismo, gracias al cual nuestro siglo XVII encontró sus más profundos acentos; y con sentencias y moralidades cundió el gusto por la abstracción, la prosopopeya y la alegoría”858. En este sentido, resulta interesante comentar los versos III, 75-77: “duerme con grata faz y placentera, níveo en serenas flores, y rosado: que amenidad de blanca Primavera...” “Blanca Primavera”: el sustantivo viene en la princeps con mayúscula, lo que parece comportar una personificación mítica, presentando esa estación del año como una joven de blanco cutis y pelo rubio (v. 78) –Flora la personifica, con su ramo de flores y su cordero (véase la alegoría de Mattys Pool)–. Aunque en la edición del Endimión 857 Loc. cit., s.v. La cita luisiana procede de la Oda III –“Profecía del Tajo”, vv. 9-10– del maestro salmantino; véase en Poesías completas, ed. cit. de C. Cuevas (1998), p. 113. MENU SALIR 512 de 1627 prácticamente no existen erratas, tal vez podría pensarse que Callecerrada hubiera escrito aquí “blanda”. A. Poliziano, en efecto, tiene un verso, recogido por R. Textor859 en que atribuye a la primavera esa cualidad: Non blandi tempora veris iungere... Similar estilo encontramos en III, 147-148: “a quien, de hierro líquido, bebida brinda la Muerte, y ferrugíneo trago...” “La muerte”: aunque en la princeps se escriba con minúscula, le pongo mayúscula para denotar su personificación (mitología, Mors), acorde con la acción de “brindar” que se le atribuye. Revisemos otros usos de este recurso en el poema. Así, en II, 4: “La antigua Delos ya tus arcos siga”. Delos es una de las islas Cícladas, en el mar Egeo, donde nacieron Apolo y Diana; al haber sido vencida ésta por Cupido, Delos debe, a juicio de Venus, seguir en adelante [“ya”] al vencedor, venerando su arco y flechas y ofreciéndole reverente culto. De esta forma se utiliza “la antigua Delos” por los habitantes de Delos. Carácter de fiereza se le atribuye a una flecha en II, 89-91: “Que, asido el plomo en el pellico blando, 858 859 Historia de la Lengua española, cit., p. 338. Epitheta, cit., s.v. “Ver”. MENU SALIR 513 sin sentirlo el pastor sereno y ledo, el fiero passador quedó temblando”. Como se ve, “fiero passador”, con el sentido de ‘cruel saeta’, está personificado, y queda temblando [‘vibrando’ sería el término de la realidad] de pavor ante la resistencia del pellico. Una acuñación casi idéntica se observa en III, 771: “y cuando al arco el passador furioso...” Es decir, como en otros lugares del poema, ‘la airada flecha’. Consideramos, siguiendo la opinión de algún teórico moderno, este ejemplo como metáfora antropomórfica, aunque yo me inclino a considerarla, siguiendo conceptos de retórica tradicional, más bien personificación o prosopopeya. Otro ejemplo aparece en II, 795-797: “cuando las nubes pálidas baxaban medrosas de las ruedas relucientes; ligeras unas con temor volaban ...” “De ... relucientes”: “[En] la región primera y segunda del aire ... se causan nubes y lluvias ... Vitelión dize que las nubes se engendran en menos altura de cincuenta y una millas”860. Así pues, los vv. 795-796 860 J. Pérez de Moya, Tratado, cit., pp. 199b-200a. MENU SALIR 514 quieren decir que las blancas nubes descendían como con miedo –por tanto, personificadas– de las fulgentes esferas celestiales. Asimismo, debemos comentar que “pálidas” (v. 795), “medrosas” (v. 796) y “con temor” (v. 797) parecen obedecer a una misma connotación poética. Otra de las figuras retóricas recurrentes en esta fábula es el pleonasmo. Consiste, como sabemos, en añadir una o varias palabras redundantes e innecesarias para la comprensión del discurso. F. Lázaro Carreter, para su definición, recoge lo que se dice en la Gramática de la Real Academia Española [1931]: “Esta figura, que vale lo mismo que sobra o redundancia, es viciosa cuando, sin necesidad, se usa de palabras que ni hacen falta en la locución ni le añaden belleza alguna; pero es útil cuando ciertos vocablos, al parecer superfluos, se emplean para dar más fuerza y colorido a la expresión... (GRAE). Esto último ocurre en ejemplos como lo vi con mis propios ojos, lo escribí de mi mano, volar por el aire, yo mismo estuve”861. Un primer ejemplo de la utilización que de esta figura hace Callecerrada lo podemos ver en I, 97: “Oiga tu infante, bella reina hermosa”. Salta a la vista el uso del doble adjetivo pleonástico, “bella ... hermosa”, que entendemos como un superlativo, ‘bellísima’. Un poco antes, en I, 91, aparece la misma construcción: 861 Diccionario de términos filológicos, cit., s.v. Véase la cita académica en Gramática de la Lengua española, Madrid, Espasa-Calpe (Real Academia Española), 1931, Nueva Edición Reformada, p. 435; por lo demás, la doctrina de la Gramática de la Academia, en su ed. de 1931, coincide en todo lo esencial, incluidos MENU SALIR 515 “su bella causa hermosa que se quexa”. “Causa” significa ahora ‘madre’. De nuevo interpreto con el superlativo ‘hermosísima madre’ la perífrasis pleonástica “bella causa hermosa”. También debemos detenernos en I, 697: “Hecho el concierto, las pintadas pías...” “Pintadas pías”: ‘yeguas remendadas’. “Pía”: el caballo u yegua cuya piel es manchada de varios colores, como a remiendos”862. “Pintadas”, como se ve, es adjetivo pleonástico; ellas tiraban del carro de Venus, que en esta ocasión utiliza Cupido. En III, 345-347, leemos: “A mí la clara lumbre de mi yelo y mi sacra pureza cristalina ofrece medio agora a mi desvelo”. “A mí ... a mi desvelo” (vv. 345 y 347) son complementos indirectos, en el fondo pleonásticos, de “ofrece medio” (v. 347). Más adelante, en III, 425-427, escribe Callecerrada: los ejemplos, con las antiguas ediciones del siglo XVIII; véase por ejemplo la primera edición, Madrid, J. de Ibarra, M. DCC. LXXI, pp. 342-344; y la segunda , Madrid, J. de Ibarra, M. DCC. LXXII, pp. 350-352. MENU SALIR 516 “Sacude el ramo cerca de la frente la sacra Delia a su pastor querido, y de las hojas el humor madente...” “El ... madente”: ‘el líquido humor’. Se trata de un pleonasmo, a no ser que entendamos ‘el chorreante líquido’, siguiendo una de las acepciones del latín madentem. Parecido es el ejemplo de III, 773: “su calor enjugó el humor jugoso” “Enjugó ... jugoso”: ‘secó el líquido humor’. Es importante señalar que este pleonástico “humor jugoso” se utiliza en otros lugares del poema, como ocurre en III, 437: “aquí, vencido del humor jugoso”. Anteriormente, al hablar de la evidentia, nos ocupamos de las diferentes descripciones que hace Callecerrada, que consiguen casi mostrarnos, como si los tuviéramos ante nosotros, los objetos, personajes o lugares a los que hace referencia. Enlazando con esto aparece la prosopografía, consistente en la descripción del aspecto físico de un personaje. 862 Autoridades, cit., s.v. MENU SALIR 517 H. Beristáin establece la siguiente distinción: “La descripción puede ofrecer la idiosincrasia y el físico de una persona (retrato), sobre todo si se basa en su apariencia y se infiere de sus acciones; puede ser sólo de su aspecto exterior (prosopografía), de costumbres o pasiones humanas (etopeya), de las características correspondientes a tipos dados individualizados (etopea), del modo de ser propio de un tipo de protagonista (carácter), de las semejanzas y diferencias entre personajes (paralelo), de lugares reales (topografía o loci descriptio) o lugares imaginarios (topofesía), de una época (cronografía), de un concepto (definición)863. En este momento nos centraremos en las prosopografías, entre las que podemos destacar la que aparece en III, 57-72, aunque transcribimos sólo la primera estrofa del fragmento: “La pesada cabeça coronada con diadema de blanca dormidera; pobladas sien y cejas, y cerrada la estrecha frente con guedexa fiera; ancha nariz, que rompe violentada una respiración que otra no espera; labio flamante, desmedido y bronco, puerta patente del sonido ronco”. 863 Op. cit., s.v. MENU SALIR 518 “La ... ronco” (vv. 57-64): la prosopografía del mal Sueño –el Letargo, como se descubre en la octava siguiente– se traza en ésta con gran fuerza y economía de medios, casi con técnica impresionista. Todo sugiere en ella sensaciones de pesadumbre, lentitud y sopor. Vale la pena comentar que, al escribir “pesada cabeça”, se refiere a que está como abotagada por confusas imágenes que le quitan todo despejo y agilidad. “Dormidera” (v. 58): ‘adormidera’ (la blanca es una de sus especies): “Es gravemente provocativa de sueño [...], de suerte que dada una onça de su simiente a un hombre de complexión delicada le hará dormir in aeternum”864. “Ancha ... espera” (vv. 61-62): Quei c’ hanno le narici aperte sono di fervente ira, e si riferiscono alla passione, la qual si fa nell’ ira infocata, s’ aprono le narici, acciò si possa far per quelle vehemente respiratione, perchè da riposti interni del cuore per beneficio del polmone, la respiratione attrahe di fuori, e di nuovo le respira fuori”865. Frente al Letargo, la otra parte del reino de lo onírico –que tiene jurisdicción en las primeras horas de la noche y en el alba– es señoreada por el Sueño sosegado. Si la prosopografía mezclada con etopeya de aquél ocupaba dos octavas y media (la segunda semiestrofa de la 7, y la 8 y 9 completas), al Sueño se le dedican cuatro (desde la 10 a la 13 inclusive); aquéllas eran tétricas y naturalistas; éstas, ilusionistas y delicadas, como se ve en la primera de ellas, vv. III, 73-80: “El Sueño (éste es el otro rey que impera 864 A. Laguna, Pedacio Dioscórides Anazarbeo [1555], edición facsímil, 2 vols., Madrid, Instituto de España, 1969, t. II, pp. 414-415. MENU SALIR 519 la aurora y prima noche, sossegado) duerme con grata faz y placentera, níveo en serenas flores, y rosado: que amenidad de blanca Primavera, y de su cielo el resplandor dorado, medio prenuncian de templança bella en el dormido signo y quieta estrella”. “La ... noche”: formalmente, es complemento directo de “impera” (v. 73), aunque tiene un matiz circunstancial de tiempo: ‘durante’. “Níveo ... rosado”: ‘con suave tez blanca y sonrosada’. El que la tez se compare a las flores obedece a su juvenil lozanía y tersura; recuérdese el retrato de Galatea en el Polifemo gongorino: “Purpúreas rosas sobre Galatea / la Alba entre lilios cándidos deshoja; / duda el Amor cuál más su color sea, / o púrpura nevada, o nieve roja” (vv. 105-108). Puede haber aquí también una lejana reminiscencia del retrato de Acis, aunque en Góngora “las flores” se refieran directamente al bozo del garzón: “flores su bozo es, cuyas colores, / como duerme la luz, niegan las flores” (vv. 279-280). El “que” del v. 77 tiene el sentido, como en otras ocasiones, de ‘porque’. También interesa que aclaremos que “amenidad ... dorado” (vv. 77-78) son el sujeto de “prenuncian” (v. 79), ‘pronostican’, ‘preanuncian’. “Medio”: ‘un término medio’. En cuanto a “dormido ... estrella”, ese “signo” podría ser el de Aries (‘el Carnero’), pues “entrando el sol en él, muda el tiempo de invierno en verano”866, es 865 866 G. Bta. Della Porta, Della fisonomia dell’ huomo. Libri sei, Padova, P.P. Tozzi, 1623, p. 178. J. Pérez de Moya, Tratado..., cit., p. 14a. MENU SALIR 520 decir, tiene lugar la primavera (v. 77). Aries es un signo septentrional, y sus estrellas brillan en la noche con augusta quietud. Por lo demás, “dormido signo y quieta estrella” podría referirse, en general, a los que aparecen en la noche, cuando toda la creación se entrega al sueño y al reposo (“dormido”, “quieta”, v. 80). Algo más adelante, en III, 553, comienza una larga prosopografía de Endimión en que las partes de su cuerpo, barrocamente metaforizadas, se elevan a un plano de belleza ilusionista. Recordemos las dos primeras estrofas: “Alumbra, claro Amor: veré dormido el pastor de mi vida. Con dorado vellón la frente duerme defendido, y el pecho libre con vellón nevado. ¿Cómo, di, blanca nieve, has resistido al fuego de mis vozes abrasado? ¿Cómo el rizo esplendor de sus orejas sutil lamentación cierra a mis quexas? ¿Sois del triunfante Amor arcos triunfantes, arqueadas de sus ojos dulces cejas, por donde palmas del Amor ovantes entran, y del Amor cautivas quexas? ¿Sois, de sus lumbres párpados radiantes, puertas açules y doradas rejas, MENU SALIR 521 con celosías próvidas, por donde la fuerça que a traición saltea esconde?” “Has ... al fuego” (vv. 557-558): si la blancura del vellón lo convierte en “níveo”, la Luna se extraña de que no se haya derretido ante el fuego amoroso de sus abrasadas voces. “Rizo”: ‘torneado’, ‘moldeado en bellas curvas’; las marfileñas orejas de Endimión brillan también con un esplendor torneado, utilizándose una metonimia de causa por efecto. “¿Sois ... cejas? (vv. 561-562): las arqueadas cejas del pastor parecen a su enamorada arcos triunfales del Amor victorioso; ése era el dibujo perfecto de unas cejas, semejando un marco que daba realce a los ojos. “Celosías próvidas”: ‘las pestañas’, que hacen de providentes celosías de los párpados (v. 565) –“puertas azules y doradas rejas” (v. 566)–, tras de los cuales se esconde la guarnición que asalta traicionera a los que Endimión enamora (vv. 567-568). “¿Sois ... manso? (vv. 569-572): el iris, parte de los ojos, es también el arco iris; la Luna se pregunta si, como el que apareció tras el diluvio, es nuncio de bonanza y sol pacífico (Gn, 9, 12-13), que notifica por el aire sereno su salida. Debemos, además, hacer notar cómo Callecerrada sigue el orden descendente propio de las prosopografías retóricas. Así, la Luna unos versos después, en III, 633-640, apostrofa a la boca de Endimión, a la que pide que le inspire una voz apasionada con que proclame sus excelencias: “Boca divina: inspira voz ardiente. MENU SALIR 522 Diré que eres sagrario del tesoro que el aliento reserva del Oriente, y del Aurora el rutilante lloro. Yo el oráculo adoro reverente de tu sagrada inspiración, y adoro humilde tu querer, que tus mandados solas mis causas son, solos mis hados”. Siguiendo el mismo orden descendente, en III, 649-656, se apostrofa a los dientes de Endimión, que le parecen un escuadrón de soldados “iguales, blancos y menudos”. “Escuadrón ordenado en dos hileras de iguales, blancos y menudos dientes, de cuya proporción las onze esferas trasladaron mensuras diferentes: glorias eternamente duraderas señaléis al pastor, fuertes, valientes; ni rija, rey, imperios divididos, que siglos firmes anunciáis unidos”. Como ya dijimos anteriormente, éstas son las mismas cualidades que exige don Amor a los dientes en su “Respuesta” al Arcipreste de Hita: “La nariz afilada, los dientes menudillos, / eguales, e bien blancos, MENU SALIR 523 un poco apartadillos”867. Sólo ese “un poco apartadillos” parece remitir a un ideal árabe de belleza, lo que llevó a algún crítico a proponer la lectura “un poco apretadillos”. Dentro de los juegos formales que utiliza Callecerrada ocupa un lugar destacado el quiasmo868. Recordemos que esta figura retórica de dicción se basa en cruzar los elementos que componen dos grupos de palabras. A. Marchese y J. Forradellas lo definen así: “Es una figura de tipo sintáctico que consiste en la disposición en cruz de los elementos que constituyen dos sintagmas o dos proposiciones ligadas entre sí. Ejem.: Cuando pitos, flautas, / cuando flautas, pitos (Góngora)”869. Observemos este recurso en el Endimión, por ejemplo, dada su reiteración, en II, 645-648: “Viva, Endimión, tu ley despreciadora, y tu tirano imperio, Endimión, viva: sabré morir, viviendo despreciada; sabré vivir, muriendo mal pagada”. Como se ve, en los versos 645-646 se produce un cruce con las palabras “viva, Endimión” / “Endimión, viva”, además del sintagma formado por un determinante posesivo, un sustantivo y un adjetivo calificativo. A ello hay que unir la comentada anteriormente epanadiplosis gracias a la cual casi éramos capaces de sentir esa mezcla 867 Libro de Buen Amor, ed. cit., p. 115. Ha recibido también los nombres de “retruécano”, “permutatio”, “commutatio”, “antimetátesis”, “antimetalepsis”, etc. 869 Op. cit., s.v. 868 MENU SALIR 524 de resignación y frustración a la que está sometida la Luna en este momento del poema. En los dos versos siguientes, 647-648 (“morir, viviendo” / “vivir, muriendo”), estamos ante un expresivo quiasmo que, unido a la anáfora y la correlación, constituye una clara muestra del manierismo formal del poema, que recuerda, además, expresiones cancioneriles. Algo después, en II, 672-680, aparece otra estrofa en que esta figura estilística tiene importancia: “Yo desviaré otra vez, si amo prudente, la ardiente lluvia y el ardor lluvioso del sereno cristal, felice fuente, donde bebieres tú, pastor hermoso; yo, con serena luz y clara frente, despejaré este medio tenebroso, porque huya tu grey amada, y siga amiga prohibición ley enemiga”. “La ... lluvioso”: complemento directo de “desviaré” (v. 673). Se trata de un verso quiasmático oscuro. Tal vez, además del sentido físico –‘la lluvia tórrida y el calor lluvioso–, tenga un significado psicológico y emocional: ‘mis lágrimas ardientes y mi amor lloroso’; recordemos, a este respecto, las palabras que pronuncia la Luna en el verso II, 380 – “Ya , en la anunciada lluvia, suelta lloro”–, y los versos II, 401-408 – “Este llanto, este ardor que Cintia siente...”. Hay que destacar también MENU SALIR 525 los versos 679-680 de la presente estrofa –“porque ... enemiga”–, ya que son dos versos correlativos y quiasmáticos: ‘para que tu querido rebaño huya dañinas órdenes, y siga benéficas prohibiciones’. Otro ejemplo se halla en III, 361-364: “Amor me dixo que con luz le hablasse; honor me dixo que sin luz le viesse: que discurriendo su razón, le amasse; que su razón callando, le quisiesse”. “Amor ... quisiesse”: hay aquí un enrecruzamiento de versos de muy logrado manierismo en su calculada correlación (“discurriendo su razón / su razón callando”); el sentido sería éste: ‘Amor me dijo que le hablase con luz, y que le amara estando en posesión de su razón. Honor me dijo que le viese a oscuras [sin luz], y que le quisiera cuando no fuera consciente de sus actos’. En III, 415-416 , leemos: “que para estivo amor, y amante estío es invierno la luz, y infierno el frío”. “Estivo amor y amante estío” es otro quiasmo muy del gusto de Marcelo Díaz, consistente en construir un sintagma adjetivo-sustantivo que cambia inmediatamente su categoría morfológica y su orden. Por MENU SALIR 526 otro lado, con “es ... frío” se refiere a que ‘la luz es bruma invernal, y el frío llamas del averno’. Los ejemplos de quiasmos que podríamos aducir del Endimión son infinitos, pues estamos ante uno de los “conceptos” más característicos de nuestro poeta madrileño. Véase, si no, el verso III, 552: “a mi febeo ardor ardiente Febo”. Estamos ante otro evidente caso de quiasmo por entrecruzamiento y transformación de adjetivo-sustantivo. “A ... ardor”: ‘a mi amor resplandeciente como el Sol’; “ardiente Febo”: ‘Sol ardiente’870. Al comentar la utilización de las metáforas en el Endimión, hicimos una breve alusión al símil. Ya hemos hecho mención de su diferencia fundamental, que reside, como indica A.Mª. Platas Tasende en que “debe estar expreso el nexo comparativo como (u otro que lo sustituya: lo mismo que, semejante a, parece, cual...) El símil o comparación se diferencia de la metáfora en que el TR no se identifica con el TI; cada uno mantiene su identidad”871. Callecerrada no gusta de utilizar demasiado en su Endimión este recurso estilístico, decantándose, como ya vimos, por otras figuras que también le permiten embellecer de forma manierista su obra –así, la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, etc.–. Sin embargo, en algunas ocasiones sí notamos la fugaz presencia de los símiles, como ocurre en I, 49-50: 870 871 Sobre Febo, cf. lo dicho en nuestro apartado dedicado a los otros mitos que aparecen en el Endimión Op. cit., s.v. MENU SALIR 527 “La indómita potencia de la muerte no es como tú valiente y atrevida”. Vemos claramente el modo en que se compara el amor con la muerte. Ya comentamos la relación de estos versos con el lugar común del “amor más fuerte que la muerte”, y su ascendencia bíblica. Otro ejemplo lo leemos en I, 91-92, aunque la comparación tiene aquí difícil exégesis: “su bella causa hermosa, que se quexa cual si imaginación hiciera el caso”. “Causa” tiene el significado de ‘madre’, ‘hermosísima madre’. “Cual ... el caso”: en este lugar pudiera entenderse así: ‘como si su fantasía forjara aquella situación’, ‘como si sus imaginaciones fueran realidad’. Parecido estilo tiene el símil que encontramos en I, 185-188: “Que los purpúreos labios el aliento movía apresurado y vehemente, cual si naciera el fiero sentimiento, sin días, del alma y la passión doliente”. MENU SALIR 528 “Purpúreos”: ‘rojos’, aunque al fondo está también el sentido de ‘bellos’, que “purpúreos” tiene en lenguaje poético. “Sin días”: ‘sin límite de tiempo’. “Abortados”: ‘nacidos impetuosa e intempestivamente’; “Aborto: mal parto y sin tiempo, del nombre latino abortus, a verbo aborior: intempestive ortus”872. En I, 184 se realiza una comparación que ilustra de forma gráfica lo que allí se dice: “batió los braços como ardientes alas”. Más adelante, en I, 753-756, hallamos: “Era de ver la Luna enamorada, resuelta toda en llanto y en gemido, cual si fuera mil tiempos enseñada en la amorosa escuela de Cupido”. “Resuelta”: ‘deshecha’. “Tiempos”: ‘años’, ‘siglos’ (cultismo semántico del latín tempus). “Tiempo: se toma también por largo espacio de él. Lat. Tempus”873. Por último, podemos comentar el símil que aparece en II, 93-96: “Cupido, el caso insólito admirando, turbado, sin hablar, estuvo quedo, 872 873 Covarrubias, Tesoro, s.v. Autoridades, s.v., 12ª ac. MENU SALIR 529 mirando a Venus, que el temor tenía como helado clavel y rosa fría”. “El ... fría” (vv. 95-96): ‘a quien el miedo había dejado inmovilizada’ –Venus, blanca y sonrosada es como una “rosa y clavel”–. También adquiere relevancia en el poema de Callecerrada, desde el punto de vista estilístico, el uso de las sinestesias o transposiciones sensoriales, que, como es sabido, consisten en la aplicación de la sensación propia de un sentido a un objeto que produce sensaciones a otro sentido. Por ejemplo: voz blanca, aliento aterciopelado, etc. M. Le Guern ha afirmado “que se puede definir como la correspondencia apreciada entre las percepciones de los diferentes sentidos, con independencia del empleo de las facultades lingüísticas y lógicas”874. Se han distinguido diferentes tipos de sinestesias: las basadas en la trasposición o identificación, las de correspondencia y las de acumulación875. Éste fue un recurso muy utilizado durante el Siglo de Oro. Así lo observa C. Cuevas al estudiar la poesía de don Juan de Ovando: “Él 874 Op. cit., p. 55. L. Schrader lo explica del siguiente modo: “Nosotros distinguimos: I. 1) Un tipo de trasposición o identificación: paso de las sensaciones de una zona sensorial a otra; emanación de varias sensaciones de una fuente común; 2) Un tipo de correspondencia: comparación entre las esferas sensoras; 3) Un tipo de acumulación: estrecha cercanía de las zonas sensoras mediante colocación en serie, y, con ello, evocación simultánea de sus impresiones. He ahí las tres posibilidades de la sinestesia en sentido más estricto, e.d. en participación exclusiva de las esferas sensoriales. Existe igualmente una sinestesia en sentido lato o abstracta con dos de los tipos que acabamos de mencionar: II. 1) La de trasposición-identificación: lo abstracto como impresión sensible; 2) De correspondencia: relaciones entre los campos sensoriales y lo abstracto en forma comparativa o, en otros casos, lingüísticamente más suelta”, Sensación y sinestesia. Estudios y materiales para la prehistoria de la sinestesia y para la valoración de los sentidos en las literaturas italiana, española y francesa, versión española de J. Conde, Madrid, Gredos, 1975, pp. 396-397. Advierte finalmente Schrader que no se deben entender estos tipos desde un punto de vista normativo, sino al contrario, de modo que de la combinación de varios de ellos se derivará su mayor encanto. 875 MENU SALIR 530 conocía [Ovando], sin duda, la tradición literaria de esta figura, ya documentada en Virgilio –clamore incendunt coelum–, y que en su tiempo dio lugar a uno de los más bellos versos de Quevedo – relámpagos de risas carmesíes–876, tan imaginativo como el sonoro yelo que allí mismo aparece. Nuestro poeta crea también sinestesias de notable encanto, como la que hallamos en el poema en que Canta el Orfeo el sitio que pone el Mar a un escollo: Con sus salobres estruendos...”877. Callecerrada también sabe sacar partido de la sinestesia en su poema. Así se observa, por ejemplo, en I, 172: “de lácteas flores mármol congelado” “Lácteas flores”: el adjetivo indica la blancura de los pechos de la diosa –“flores”, poéticamente, significa ‘pezones’–, revelando el sentido de la metáfora sinestésica “mármol congelado”. En el Canto III, vv. 597-598, encontramos un caso parecido: “láctea serenidad, mar sossegado, de blancas dichas y bonanças lleno”. “Blancas dichas y bonanças”: la sinestesia se debe a que el poeta equipara “láctea serenidad” y “mar sossegado” –lo confirma la enumeración de las tres metáforas con que designa la frente de 876 La cita de Quevedo se puede consultar en “Retrato de Lisi que traía en una sortija”, en Obras completas. I. Poesía original [1963], ed. de J.M. Blecua, Barcelona, Planeta, 19682, p. 506. MENU SALIR 531 Endimión, y a las que se alude claramente en la estrofa III, 76–; por eso, las dichas y bonanzas de ese sosegado mar de leche son “blancas” (‘puras’, ‘cándidas’, ‘sin malicia’). Una vez más, en III, 745-746, recurre Callecerrada a parecida combinación: “¿Sabrá la suerte lóbrega, por dicha, blancas horas fraguar, y de la muerte...” “La ... lóbrega”: ‘la adversa fortuna’. “Por dicha”: ‘acaso’, ‘por ventura’. “Blancas horas”: ‘momentos dichosos’. Nótese la unión del adjetivo visual “blancas” con el sustantivo cronológico “horas”. Los versos I, 173-174 dicen así: “passaba del coturno la porfía del aire burlador y del cuidado”. “Passaba del coturno”: es decir, que el viento y los movimientos que en su cuerpo provocaba la pesadilla, permitían ver la pierna, que aparecía desnuda por encima del borde superior del calzado. La sinestesia se deriva de la combinación del sintagma “aire burlador”. “Burlador”: ‘bromista’, ‘juguetón’; nótese el carácter lúdico del pasaje, muy propio del erotismo manierista; a don Juan se le llama “el burlador de Sevilla”. 877 Juan de Ovando y Santarén. Ocios de Castalia en diversos poemas, cit., p. 63. MENU SALIR 532 También en I, 177 aparece una acuñación sinestésica, aunque llame menos nuestra atención por estar su forma lexicalizada para indicar el sentimiento amoroso: “Dixera yo que del ardiente pecho...” En II, 610-612, leemos: “pastor ingrato, y en tu infiel oído la falta se repita de sustento con voz cansada y pálido gemido”. “Se repita”: la Luna desearía que las “quexas sin cuento” (v. 609) del zurrón del pastor, que lamentan su “falta de sustento” (v. 611), “se repita en su infiel oído” (vv. 610-611) con voz desmayada y apagado gemido (v. 612). “Pálido”, por sinestesia, significa aquí ‘descaecido’, ‘sin fuerza’. También interesa resaltar la combinación de “infiel oído” y de “voz cansada”. Dentro de las figuras de construcción, no podemos dejar de comentar la presencia que tiene el zeugma en nuestra obra. H. Beristáin se refiere a ella con la siguiente definición: “consiste en manifestar una sola vez y dejar sobreentendidas las demás veces, una expresión – generalmente el verbo– cuyo sentido aparece en cada uno de dos o más miembros coordinados”878. 878 Op. cit., s.v. MENU SALIR 533 Es una figura que está íntimamente ligada a la enumeración, pero, de manera especial, a la elipsis. La diferencia entre esta última y el zeugma radica en que en la elipsis no figura en ningún lugar el término omitido, mientras que en el zeugma sí lo encontramos con anterioridad. Lo dicho se aprecia en los siguientes ejemplos del propio Callecerrada. Así, en I, 345-349: “Venus, que aspiras a celestes lumbres y tu fin con deseos eternizas: sube veloz tus ericinas cumbres, y de su rey contempla las cenizas; segura yo que tu esplendor encumbres...” Estamos ante un claro ejemplo de elipsis. “Segura yo que”: ‘yo [estoy] segura [de] que’. La misma figura se halla en II, 761-764: “Duerme, pastor, que de mi casto yelo no mires el blasón, a quien desea caído y derribado por el suelo la llama connubial de humosa tea”. “a ... derribado”: ‘a quien desea [ver] caído y derribado’. Por otro lado, “connubial” tiene el sentido de ‘matrimonial’ (del latín connubium, ‘matrimonio’). “De tea”: ‘de una antorcha humeante’ (la que arde con MENU SALIR 534 humo de pasión sensual en el pecho de Diana, que ansía el matrimonio con su amado Endimión. También es necesario sobreentender el verbo en el pasaje que comprenden los versos III, 593-596: “Frente, campo de nieve no tocado, seguro del Amor campo sereno, donde el arco y las flechas ha ensayado para la dulce herida donde peno”. Es decir: ‘Frente, intacto campo de nieve, seguro y tranquilo campo del Amor, donde éste ha probado su arco y flechas para [infligirme] la dulce herida con que sufro’. Una nueva elipsis la podemos leer en III, 653-656: “glorias eternamente duraderas señaléis al pastor, fuertes, valientes; ni rija, rey, imperios divididos, que siglos firmes anunciáis unidos”. ‘Ojalá deis al pastor sólidas y valiosas glorias que duren para siempre; y, [siendo] rey, no rija imperios divididos, ya que, con vuestra unión, anunciáis siglos interminables’. En cambio, un zeugma evidente –“verás salir”– se encuentra en I, 693-696: MENU SALIR 535 “aquí verás quemar la nieve, y della roxa lumbre salir, aquí del yelo llamas de empedernidos coraçones, siendo mis flechas duros eslabones”. ‘Ahora verás cómo se quema, cómo sale luz roja de la nieve; ahora verás cómo [salen] del hielo llamas de corazones de pedernal, haciendo mis flechas de eslabones duros’. “Quemar ... eslabones” (vv. 693-696): “quemar la nieve” (v. 693): ‘encender en amor a quien no lo tiene’ (aquí, a la Luna). “Empedernidos ... eslabones” (vv. 695-696): con pedernal y eslabón hacían, en efecto, fuego los pastores879. Otro zeugma lo podemos leer en I, 743-744: “en un soplo, la luz de otra se inflama, y, en un punto, la llama de otra llama”. ‘En un punto se enciende una luz de otra, y en un momento [se enciende] una llama de otra llama’. Creemos suficiente lo dicho para poner de manifiesto cómo es el estilo de Marcelo Díaz Callecerrada en cuanto al uso de los recursos retórico-estilísticos. Nuestra pretensión no ha sido la de realizar un análisis exhaustivo de tales recursos del poeta, pero sí la de obtener una 879 Recuérdense los denuestos que dirige D. Quijote a su “malaventurado escudero”, al que dice que tiene “entrañas [...] apedernaladas” (Quijote, II, 35; ed. de F. Rico–J. Forradellas, Barcelona, Crítica, 1998, p. 924). MENU SALIR 536 idea general de cuáles eran sus gustos estéticos a través de la observación detenida de algunos de sus rasgos más característicos. Después de todo ello, concluimos con la evidencia –reiterada una y otra vez, como hemos visto– de que Callecerreda es un modelo del Manierismo barroco. Su gran mérito radica ahí: en su meditado ejercicio de estilo. Tras el análisis de sus versos notamos el esfuerzo imitador de un poeta que sabe colocar las palabras como fichas de un puzle que van encajando y conformando un edificio estético. Normalmente sus estrofas no son fruto de una inspiración arrebatada, de un sentimiento que hace fluir los vocablos, las expresiones... Incluso podemos decir que en sus escogidas acuñaciones rastreamos claramente las huellas de grandes escritores, tanto de su tiempo como anteriores. Es más, hemos comprobado que no sólo asumió los rasgos que él defendía –los llamados “conceptistas”, con Lope de Vega a su cabeza–, sino muchas de las características a las que se oponía –las del “culteranismo” y Góngora–. Todo ello nos lleva, una vez más, a confirmar la falsa distinción que pretendía escindir dos escuelas en la literatura barroca española. Como vemos, los escritores de ambos bandos se influían entre sí, por más que negaran de manera rotunda el pertenecer al estilo que consideraban de la tendencia opuesta. Así, Callecerrada tiene un estilo barroco, con todo lo que esto significa. MENU SALIR 537 VI. LENGUA POÉTICA MENU SALIR 538 VI. LENGUA POÉTICA 1. Léxico En toda obra literaria tiene una importancia principal el léxico empleado. Ya lo advirtió F. de Herrera, afirmando que los poetas que gozan de buen gusto y sabiduría son los que buscan palabras “deleitosas, bellas i escogidas, cuales pretende el poeta”880. El elegir un vocablo u otro tiene muchas repercusiones en un texto en el que la función poética es la predominante. No olvidemos que las palabras tienen la cualidad de la belleza. C.M. Bonet afirma en este sentido: “Las palabras suelen tener, como las personas, belleza física y belleza espiritual. La física depende de su conformación, de su resonancia mélica; y la espiritual de su capacidad de sugestión. Es indudable que unas palabras suenan mejor que otras, tienen mejor 880 As, 176. Más adelante indica Herrera que no enriquece las lenguas “quien usa vocablos umildes, indecentes i comunes, ni quien trae vozes peregrinas, inusitadas i no significantes, antes las empobrece con el abuso”, As, 267. MENU SALIR 539 acústica [...]. Existe, además, una belleza de posición, de oportunidad. Una mujer bonita entre feas parece más bonita”881. Durante la época de Callecerrada, en el Barroco, se produce, como ya señalamos, una gran preocupación por la estética en todos sus ámbitos, llegándose a un retorcimiento de puro interés, insistencia y búsqueda de belleza. Esta orientación, por supuesto, impregna el léxico. “La tendencia prevalente [en la poesía barroca] –dice O. Frattoni– es la de vaciar la palabra de su contenido intelectual y dejarla valer o llegar a valorizarla como puro sonido. De ahí el orgullo (de Góngora, de un Villegas [...]; de los marinistas [...]) en la búsqueda de valores evocativos [...] y musicales. Es evidente que el peligro de esta poética consiste en [reducir la poesía a la pura] sonoridad exterior [...] con que mecánicamente [se aplica esta musicalidad a las palabras]”882. Teniendo en cuenta lo dicho, consideramos fundamental en nuestro estudio el observar detenidamente el léxico del Endimión, comenzando por los cultismos. Para ello me sirvo de la obra en su integridad, es decir, del poema y de las prosas preliminares del escritor madrileño. Pero, antes de entrar en el estudio concreto, podemos recordar las palabras de R. Menéndez Pidal sobre la importancia que tiene el cultismo: “En el estudio histórico-cultural del idioma, los cultismos tienen una importancia principalísima, siendo lamentable que su conocimiento esté hoy tan atrasado. La ciencia ha de aplicarse cada vez más intensamente a investigar la fecha, causas de introducción y destinos 881 882 Op. cit., p. 102. Op. cit., p. 29. MENU SALIR 540 ulteriores de cada uno de estos préstamos para que la historia lingüística adquiera su pleno valor”883. Como es sabido, el cultismo consiste en un vocablo, originario de una lengua clásica, que no ha sufrido las transformaciones fonéticas a las que se someten las palabras patrimoniales884. El cultismo dota al texto en que se introduce de un mayor valor expresivo. Es un método más para embellecer la forma. Durante el Renacimiento, en su intento de armonizar y hermosear el significante, los poetas gustan de usar los cultismos en sus obras. Ya en el Barroco, su utilización se acrecienta hasta hacerse excesiva885. C.M. Bonet añade: “Cuando se abre camino el barroco en el siglo XVII, aparece el divorcio entre los dos lenguajes. Comienzan a circular algunas voces intrusas que vienen de la antigüedad: las palabras ‘cultas’ a que ya nos hemos referido. Se las considera de categoría superior, se les da como destino la alta poesía y se menosprecia el equivalente popular”886. La cima en el uso del léxico cultista es Luis de Góngora que, aunque no fuera, como resulta hoy evidente, su iniciador, sí acumuló de 883 Manual de Gramática Histórica, Madrid, R.A.E., 19447, pp. 14-15. J.L. Herrero Ingelmo define así: “El cultismo es un préstamo de una lengua culta, en nuestro caso el latín (clásico, tardío o eclesiástico) o el griego, a otra lengua; durante un período más o menos amplio, actúa como neologismo. No es un extranjerismo propiamente, puesto que existe una continuidad histórica y cultural entre la lengua de Roma y el español”, Cultismos renacentistas. (Cultismos léxicos y semánticos en la poesía del siglo XVI), Madrid, Separata del Boletín de la Real Academia Española, 1944-1955, p. 21. 885 No pensemos, sin embargo, que el uso del cultismo es exclusivo del Siglo de Oro. En este sentido, Américo Castro propone una interesante clasificación diacrónica en sus Glosarios latino-españoles de la E. Media, Madrid, Anejo XXII de la RFE, 1936, pp. LXII-LXXIV, que podemos resumir del modo que sigue: 1º. Desde los orígenes hasta Alfonso el Sabio: el vocabulario culto es poco abundante, y se halla alterado por el uso oral. 2º. Hasta fines del XIV: encontramos nuevos, abundantes y poco transformados cultismos. 3º. Hasta principios del siglo XVI: el latinismo se introduce abundantemente y de forma caótica. 4º. Hasta la intervención de la Academia en el Neoclasicismo: se corrigen muchos de los considerados errores medievales. 5º. Hasta nuestro momento: se estanca sin transformaciones, al usarse únicamente por los más doctos. 886 Op. cit., p. 79. 884 MENU SALIR 541 manera formidable su empleo887. G. Ungaretti muestra su admiración respecto al fenómeno gongorino, ya que el milagro de la poesía del cordobés se produce “usando sobre todo cultismos petrarquistas: ojos, estrellas, cristales, nieve, rostro, llamas, oro, perlas [etc.]”888. Por otro lado, también los “contrincantes” de Góngora usaron un vocabulario rico y elegante, aunque se jactaban de cuidarse de no mezclar los cultismos con los vulgarismos. Recordemos que J. de Jáuregui había acusado a Góngora de mezclar –por ejemplo, en el Polifemo– vocablos cultos con vulgares: “greña”, “cecina”, “coscoja”, “cuchara”, “cabras”...889 Como se sabe, E. Orozco Díaz y otros importantes críticos e historiadores de nuestra literatura, no ven una tajante solución de continuidad entre el Renacimiento y el Barroco. Para ellos, éste no es sino el Renacimiento distorsionado en sus formas expresivas, recargado en sus tradicionales maneras de ornamentación, dislocado en sus fórmulas morfosintácticas, intensificado en su erudición mitológica, de 887 Dámaso Alonso advirtió: “Lo que quiero ahora señalar es que la coincidencia de Góngora con los poetas cultos del siglo XV y principios del XVI, no es sólo una vaga coincidencia en el sentido latinizante, sino que llega a producirse en casos concretos con tanta frecuencia, que hace pensar que Góngora probablemente leyó estas obras y se decidió a reanimar tanta riqueza de vocablos de tradición clásica. Hipótesis que se confirma cuando podemos señalar (como lo hago en otra parte de este libro) una serie de pasajes de Mena imitados por el otro gran cordobés del siglo XVII”, La lengua poética de Góngora, cit., pp. 71-72. J.L. Herrero Ingelmo se refiere posteriormente a estas palabras: “No deja de ser curioso el hecho de que haya sido el fundamental trabajo de D. Alonso sobre Góngora [...] el motor de posteriores estudios sobre el cultismo. Y hay que señalar que un repaso detenido de este vocabulario puede reforzar las tesis que el ilustre filólogo mantenía respecto del léxico culto gongorino: Góngora no innova –por lo menos, en exceso–: acumula cultismos ya introducidos en la lengua con anterioridad”, op. cit., pp. 13-14, n. 2. E. Orozco, por su parte, afirma: “El rasgo más característico de la lengua de Góngora fue el empleo sistemático y repetido de los cultismos. Pero en esto también no hizo más que extremar una tendencia iniciada hacía dos siglos y apoyada en la opinión y ejemplo de humanistas y poetas”, Góngora, cit., p. 134. 888 “Góngora al Lume d’Oggi”, Aut Aut, 4(1951) , p. 294. 889 I. Ferrer de Alba afirma: “El léxico del Orfeo es muy rico y de gran elegancia. Jáuregui sí cumple a la perfección la regla de no mezclar términos elevados con otros más vulgares. Todo su vocabulario es cultista, pero en modo alguno pedante o farragoso”, Jáuregui. Obras, cit, t. II, pp. XXVIII-XXIX. MENU SALIR 542 filosofía natural, y humanística en general. Aplicando este principio al léxico de Callecerrada, vemos que, por una parte, se forjan numerosos cultismos que sólo tienen de novedad su acuñación concreta y su abundancia, pero que se forman siguiendo escrupulosamente las normas tradicionales de nuestra morfología. Por otra, acatando también usos barrocos, se actualizan cultismos usados en el Renacimiento, aunque intensificando su uso y destacando su función estética. Por ello, es fundamental que al estudiar los cultismos de Marcelo Díaz, subrayemos su carácter creativo, pero sin olvidar su propósito –simultáneo– de dar nueva vigencia a cultismos de todo tipo que ya se usaron en el Renacimiento. Así creemos demostrarlo en los catálogos que ofrecemos en las páginas que siguen. Podemos adelantar que, a la hora de estudiar los cultismos usados por Callecerrada hemos de reconocer que los más raros y espectaculares son de procedencia barroca, y pese al distanciamiento que nuestro poeta establece teóricamente respecto de Góngora, también de procedencia gongorina. No obstante, hemos de advertir que abundan los cultismos considerados generalmente como fruto de la inventiva del cordobés, y que, sin embargo, existieron ya en el Renacimiento, por lo que Marcelo Díaz pudo tal vez utilizarlos pensando, no en don Luis, sino en las autoridades prestigiosas del siglo anterior. Repasando, en efecto, los Cultismos renacentistas de J.L. Herrero Ingelmo encontramos, no sin sorpresa, palabras de Callecerrada como las que señalamos. En cuanto a la metodología que sigo, voy a servirme, en primer lugar, de la obra de Dámaso Alonso, La lengua poética de Góngora, en MENU SALIR 543 la que ofrece un interesante catálogo de vocablos cultos de la Soledad Primera. Así, veamos cada una de las palabras que propone y su existencia o ausencia en el Endimión de don Marcelo: Abortar: “son hijos abortados” (I, 192); “del abortivo parto imaginado” (III, 134). Abreviar: no aparece “abreviar”, sí “breve”: “brevíssimo poema (Intr. “Al lector”); “te digo con brevedad” (Intr. “Al lector”); “vuelve a tu breve reino, deidad breve” (I, 337); “con himno breve” (II, 75); “con breve gusto” (III, 110); “cinta de carmesí, purpúrea, breve” (III, 641). Absolver: no aparece en el Endimión. Acanto: no aparece en el Endimión. Admiración: “con admiración de los amigos” (Intr. “Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “admira” (Intr. “Al lector”); “el caso insólito admirando (II, 93). Adolescente: no aparece en el Endimión. Adusto: no aparece en el Endimión. Advocar: no aparece en el Endimión. Ágil: no aparece en el Endimión. Agravar: no aparece en el Endimión. Agricultura: no aparece en el Endimión. Alba: “del Alba” (I, 291); “en el alba” (III, 115); “del Alba” (III, 122); “que en el alba” (III, 271); “los de sus albas” (III, 580); “que eres alba” (III, 600); “pues eres alba” (III, 606); “al alba” (III, 658). Este MENU SALIR 544 vocablo es uno de los que propone J.L. Herrero Ingelmo como un cultismo léxico renacentista890. Alimento: “alimentan ahora” (I, 207); “alimenta y ajenos” (III, 286); “vivo me alimenta” (III, 676). H.I.L. Alterar: no aparece en el Endimión. Alternar: “alternando turno” (I, 366); “blandos puntos alterna” (I, 638); “coros alternan” (III, 18). H.I.L. Alterno: no aparece en el Endimión. Ambición: “fabrican ambicioso” (I, 443); “divina ambición” (II, 576). H.I.L. Antártico: no aparece en el Endimión. Anticipar: no aparece en el Endimión. Antípoda: no aparece en el Endimión. Anunciar: “que anuncia” (II, 294); “en la anunciada lluvia” (II, 379); “anuncian tristes” (III, 124); “tristes anuncios” (III, 483); “anunciáis unidos” (III, 656). H.I.L. Apetito: “el apetito ciego” (I, 714). Apócrifo: no aparece en el Endimión. Aplauso: no aparece en el Endimión. Apremiar: ver “premio” y “premiar”. Argentar: “de argentado velo”. H.I.L. Armonía: no aparece en el Endimión. 890 Cf. Cultismos renacentistas (Cultismos léxicos y semánticos en la poesía del siglo XVI), cit. Siempre que la palabra que comentemos sea uno de los cultismos léxicos renacentistas que propone Herrero Ingelmo lo indicaremos con las iniciales H.I.L. Cuando se trate de sus cultismos semánticos, lo señalaremos escribiendo H.I.S. MENU SALIR 545 Aromático: “estos aromas” (III, 241); “en la pira de aromas” (III, 659). Artífice: “de la artífice mano” (III, 328); “artífice engaño” (III, 332). H.I.L. Artificio: no aparece en el Endimión. Artificiosamente: no aparece en el Endimión. Arrogante: no aparece en el Endimión. Arrogancia: no aparece en el Endimión. Arrogar: no aparece en el Endimión. Áspid: no aparece en el Endimión. Astronómico: no aparece en el Endimión. Atención: “la atención de los lectores” (Intr. “Al lector”); “es divina atención” (I, 38); “la atención grosera” (I, 40); “la atención conciba” (III, 741). Atento: “mira atento” (I, 34); “con oído atento” (I, 308); “miraba atentamente” (I, 480); “más atendía” (I, 534); “atento al raro caso” (I, 540); “miraba atenta” (I, 777); “que atenta mira” (II, 118); “Cupido, atento” (II, 187); “canes atentos” (II, 730); “Sueño atendió” (III, 390); “Endimión, atento” (III, 409). Atractivo: no aparece en el Endimión. Atribuir: “atribuyendo al alma” (“Al lector”); “mis altos atributos” (I, 453); “tan altos atributos” (I, 573); “el atributo mío” (II, 395). Augusto: no aparece en el Endimión. Aurora: “con el rozío del Aurora” (I, 113); “con el llanto de la Aurora” (II, 47); “al tiempo del Aurora (II, 57); “y en el aurora” (II, MENU SALIR 546 726); “hasta el aurora” (II, 745); “la aurora” (III, 74); “y del Aurora” (III, 636). Austro: no aparece en el Endimión. Bacanal: no aparece en el Endimión. Bacante: no aparece en el Endimión. Bipartido: no aparece en el Endimión. Blando: “blandos puntos” (I, 638); “en blando lloro” (I, 765); “en el pellico blando” (II, 89); “blando es el yelo” (II, 383); “blando cristal” (III, 13); “el blando sueño” (III, 106); “sueño blando” (III, 384); “blando lloro” (III, 672); “en el pellico blando” (III, 778). Breve: Ver “abreviar”. H.I.S. Caducar: no aparece en el Endimión. Cándido: “cándidas verdades” (I, 46); “mis cándidas palomas” (I, 254); “cándido y puro” (I, 288); “las cándidas ovejas” (II, 409); “los cándidos fulgores” (II, 481). H.I.L. H.I.S. Candor: “son a mi candor” (I, 372); “tu candor aparente” (I, 410); “y el candor tocando” (I, 517). H.I.L. Canoro: no aparece en el Endimión. Carácter: no aparece en el Endimión. Carbunclo: no aparece en el Endimión. Carroza: no aparece en el Endimión. Cautela: no aparece en el Endimión. Céfiro: no aparece en el Endimión. Celar: no aparece en el Endimión. Ceremonia: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 547 Cerúleo: no aparece en el Endimión. Círculo: “círculos giras” (I, 322); “el círculo perfeto” (II, 273); “del inmenso círculo” (II, 276). H.I.S. Cisura: no aparece en el Endimión. Cítara: no aparece en el Endimión. Clava: no aparece en el Endimión. Clima: no aparece en el Endimión. Coliseo: no aparece en el Endimión. Columna: no aparece en el Endimión. Competente: “cuidadosa competencia” (I, 502); “vestido competente” (I, 520); “pensabas competente” (I, 586); “con proporción variada, competente” (III, 21). H.I.L. Compulsar: no aparece en el Endimión. Cóncavo: no aparece en el Endimión. Concento: no aparece en el Endimión. Concordia: no aparece en el Endimión. Conculcar: no aparece en el Endimión. Concurso: no aparece en el Endimión. Concurrir: no aparece en el Endimión. Confundir: “del confuso infierno” (I, 224); “confusas deidades” (II, 97); “y en mudas confusiones” (II, 250); “ingratas confusiones” (II, 345); “confusa duda” (II, 402); “de confusa indiferencia” (II, 496); “en vil confusión” (II, 551); “confunden” (II, 566); “Nubes y confusión” (II, 617); “de la confusa nada” (II, 691); “caos y confusión” (II, 703); “de confuso estaño” (III, 164); “confusa con temor” (III, 419). MENU SALIR 548 Confusamente: no aparece en el Endimión. Confusión: ver “confundir”. Confuso: ver “confundir”. Consignar: no aparece en el Endimión. Construir: no aparece en el Endimión. Contento: “del terrestre descontento” (I, 236); “el contento turbe” (I, 238); “dio a la Luna descontento” (I, 605); “tomándola contento” (I, 646); “y mal contento” (II, 613); “cumple contento” (III, 292); “de Endimión grato contento” (III, 453); “su feliz contento” (III, 758). Conyugal: no aparece en el Endimión. Convocar: no aparece en el Endimión. Copia: “la copia de las humanas” (“Aprobación” de Lope de Vega); “en el estilo mucha copia de elocuencia” (“Aprobación” de J. de Jáuregui); “tan copioso” (II, 582). H.I.L. Corpulento: no aparece en el Endimión. Coturno: “los coturnos bellos” (I, 96); “passaba del coturno” (I, 173); “coturno ardiendo” (I, 524). H.I.L. Crepúsculo: no aparece en el Endimión. Culto: “la inculta peña” (II, 32); “Rudo es el libre, inculto” (II, 517). H.I.L. Declinar: “composición declina” (III, 277); “medio declinando” (III, 300). H.I.L. H.I.S. Delicioso: no aparece en el Endimión. Denso: “nublados densos” (I, 324); “las densas espesuras” (II, 199); “la densa punta” (III, 100). H.I.L. MENU SALIR 549 Deponer: no aparece en el Endimión. Designio: no aparece en el Endimión. Diáfano: no aparece en el Endimión. Diamante: “aquélla de diamante” (I, 18); “flechas diamantinas” (I, 25); “con tu diamante clava” (I, 389); “punta de diamante” (I, 672); “el vellón vuelto diamante” (II, 88); “con bronce o con diamante” (II, 154); “flecha de diamante” (II, 192); “diamantino efeto” (II, 221); “con un diamante” (II, 362); “ rudeza de diamante” (II, 523); “punta de diamante” (III, 104); “defendida con diamante” (III, 211); “el bronce y el diamante” (III, 667). Dictar: “dictadas leyes” (II, 81). H.I.S. Digno: “yo le juzgo muy digno” (“Aprobación” de J. de Jáuregui); “siendo Rector digníssimo” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “sin indignidad” (“Al lector”); “indigna fuera” (I, 39); “digna compañía” (I, 151); “aquel indigno lance” (I, 152); “si te indigna Marte” (I, 221); “indigna ocupación es” (I, 354); “no es digno lugar” (I, 397); “tomabas digna” (I, 426); “digno hábito” (I, 530); “has dignado” (I, 558); “tener digno enemigo” (I, 647); “digna ocasión” (I, 651); “de olvido digna” (I, 652); “–¡Oh parto digno” (II, 3); “la indignada passión” (II, 38); “digna causa” (II, 62); “digno hado” (II, 62); “ni son dignos” (II, 256); “eres dignamente” (II, 535); “a indignada ira” (III, 525); “a indignada ira” (III, 525). Dilatar: no aparece en el Endimión. Diligente: “las diligencias arrebata” (I, 711); “firme diligencia” (II, 301); “más diligente” (III, 727). MENU SALIR 550 Diluvio: no aparece en el Endimión. Dirigir: no aparece en el Endimión. Discurso: “vanos discursos” (II, 197); “en el discurso largo” (II, 719). H.I.L. Distancia: “las distancias” (I, 42). H.I.L. H.I.S. Distante: no aparece en el Endimión. Distinto: “con distinta palma” (I, 70). Dividir: “dividió delgado” (I, 604); “dividiendo las densas” (II, 199); “mas dividióle” (II, 288); “dividís dos unidos coraçones” (II, 347); “del Sueño dividido” (III, 66); “imperios divididos” (II, 655). Doctrina: no aparece en el Endimión. Doméstico: no aparece en el Endimión. Dulce: “dulce dolor” (I, 669); “con herida tan dulce” (I, 728); “dulce destino” (I, 731); “por quien dulce padecía” (I, 769); “dulce nombre” (II, 53); “Dulce Endimión” (II, 289); “dulce Endimión” (II, 317); “dulcíssimo Endimión” (II, 330); “dulce causa” (II, 337); “tan dulcemente” (II, 458); “dulce ingrato” (II, 627); “dulce esquivo” (II, 653); “mi dulce Endimión” (II, 681); “las dulces aves” (III, 20); “dulces frutos” (III, 38); “en dulce sueño” (III, 39); “al dulce Dios” (III, 84); “de cielo dulce” (III, 107); “en el dulce Sueño” (III, 223); “el dulce fin” (III, 372); “a dulce ociosidad” (III, 430); “de sus ojos dulces cejas” (III, 562); “para la dulce herida” (III, 596); “de dulces frutos” (III, 603); “tu dulce boca” (III, 689); “si dulçura” (III, 689); “el dulce sueño” (III, 714). Eclíptico: no aparece en el Endimión. Edificio: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 551 Efecto: “sus efectos” (Aprobación de Lope de Vega); “efectos sanos” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “dolorido efeto” (I, 84); “el efecto producido” (I, 678); “el merecido efecto” (I, 749); “efecto solo fue” (II, 135); “diamantino efeto” (II, 221); “del amoroso efecto” (II, 478); “el amoroso efecto” (II, 494); “el luminoso efecto” (II, 503); “y unido efeto” (II, 508); “y el efeto” (II, 515); “en efeto” (II, 517); “el contingente efecto” (II, 606); “cuyos efectos lóbregos” (III, 67); “exercitan los efetos” (III, 131); “en sus efectos señalados” (III, 170); “otros efectos” (III, 187); “a los efetos” (III, 259). Elemento: no aparece en el Endimión. Emulación: no aparece en el Endimión. Emular: no aparece en el Endimión. Émulo: no aparece en el Endimión. Equinoccio: no aparece en el Endimión. Erigir: “erige” (III, 51). Errante: “estrella errante” (I, 360); “con movimiento errado y vago” (III, 150); “giros otra vez errantes” (III, 152). H.I.L. Escena: no aparece en el Endimión. Esclarecido: “los esclarecidos hechos” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma). Esfera: “en la inmortal esfera” (I, 78); “de la celeste esfera” (I, 114); “que esfera suma” (I, 271); “de esfera ingenio” (I, 293); “a grande esfera” (I, 294); “desta esfera cristalina” (I, 331); “tu voltaria esfera” (I, 411); “pisan tus esferas” (I, 446); “de la esfera transparente” (I, 466); “su media esfera” (II, 60); “la esfera terrenal” (II, 174); “por la esfera suma” MENU SALIR 552 (II, 259); “en la empírea esfera” (II, 561); “de la celeste esfera” (III, 33); “de tanta esfera” (III, 263); “si a mi esfera” (III, 461); “las onze esferas” (III, 651). H.I.L. Esfinge: no aparece en el Endimión. Espacioso: no aparece en el Endimión. Espirante: “en mayor ausencia espiras” (I, 43); “y espira” (III, 27): “Nectárea espiración” (III, 657). H.I.S. “espirar”. Esplendor: “tu esplendor encumbres” (I, 349); “mi esplendor presuma” (II, 261); “atentos mi esplendor mirando” (II, 730); “con maligno esplendor” (III, 421); “el rizo esplendor” (III, 559); “ciéguese mi esplendor” (III, 701). H.I.L. Estéril: no aparece en el Endimión. Estigia: no aparece en el Endimión. Expedir: no aparece en el Endimión. Exponer: no aparece en el Endimión. Exprimir: “exprime con simbólico dechado” (III, 284). H.I.L. Extraordinario: no aparece en el Endimión. Fábrica: “el mejor lugar en la fábrica poética” (“Al lector”). Fabricar: “fabrican ambicioso” (I, 443); “digno hábito fabrica” (I, 530); “divinamente fabricado” (II, 787); “fabricado” (III, 49); “que fabricó artífice” (III, 332); “No fabricaba Amor” (III, 521). Fanal: no aparece en el Endimión. Fatiga: “y doble su fatiga” (I, 629); “de su fatiga alcança” (I, 718). Fatigar: “sueño fatigada” (I, 127); “el estío fatigada” (I, 315); “tú que fatigas” (I, 418). H.I.S. MENU SALIR 553 Fauno: no aparece en el Endimión. Favor: “inspira aliento el favor” (“Al lector”); “en los favores” (I, 13); “disfavor y desdenes” (I, 14); “buscan mi favor” (I, 240); “a la ocasión favorecida” (I, 553); “favorecido” (III, 293); “de la Luna los favores” (III, 512); “y los favores” (III, 742). Febeo: “en el febeo crecimiento” (I, 108); “de Febo cristal” (I, 141); “en lugar de Febo alumbraría” (I, 257); “y soy febea luz” (I, 263); “numerando de Febo” (I, 282); “Febe soy, del dorado Febo hermana” (I, 365); “¿dize con Febo” (I, 435); “¿Tú de Febo” (I, 449); “el ardiente Febo” (II, 59); “el alto Febo” (II, 211); “el sabio Febo” (II, 225); “de su amada Febe” (II, 227); “Febo, el Tesalio” (II, 453); “a mi febeo ardor” (III, 552); “ardiente Febo” (III, 552). H.I.L. Fénix: “el purpúreo fénix” (III, 660). H.I.L. Festivo: no aparece en el Endimión. Femenil: “el femenil empeño” (III, 393). “Feminil” en H.I.L. Fingir: “fingieron que la Luna” (“Al lector”); “fingida luz” (I, 269); “que fingió” (I, 578); “premios fingidos” (III, 93); “con fingidas luzes” (III, 213). Flamante: “cerco flamante” (II, 271); “labio flamante” (III, 63); “de flamante clavel” (III, 234); “espíritu flamante” (III, 665). Formidable: no aparece en el Endimión. Fortuna: “su acreditada fortuna” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “tu fortuna te dio” (II, 10). En H.I.L., “fortunado”, “fortunal”, “fortunar”, “fortunoso”. Fracaso: “el ínclito fracaso” (II, 226). MENU SALIR 554 Fragante: no aparece en el Endimión. Frigio: no aparece en el Endimión. Frustrar: “que frustran” (II, 449). H.I.L. Fugitivo: “baldono fugitiva” (II, 642); “he de seguir tus fugas, fugitivo” (II, 561); “de presto viento fugitivo” (III, 141). H.I.L. Fulminante: no aparece en el Endimión. Fulminar: no aparece en el Endimión. Funeral: “después de funeral” (III, 607). H.I.L. Furor: no aparece en el Endimión. Galería: no aparece en el Endimión. Gemir: “en gemido” (I, 196); “en gemido” (I, 754); “y pálido gemido” (II, 612). Generoso: no aparece en el Endimión. Gigante: “gigantes fieros” (III, 480). H.I.L. Girar: “círculos giras” (I, 322); “tu enamorada lumbre gira” (II, 278). Gloria: “dan gloriosa” (I, 69); “de gloriosas tempestades” (I, 268); “como blasón glorioso” (II, 35); “Tiene amor una gloria” (II, 513); “la gloria llena” (II, 700); “y a la gloria” (II, 704); “su muerta gloria” (II, 792); “con gloria y pena” (III, 109); “gloria tu amor” (III, 214); “sus gloriosas cumbres” (III, 216); “glorias eternamente duraderas” (III, 653). H.I.S. en H.I.L., “glorificante”. Glorioso: ver “gloria”. Gracia: “¿Hizo tus gracias el dolor patentes? (I, 126); “sin cuyas gracias eres humo” (I, 336). En H.I.L., “gratificar”, “gratitud” y “grato”. MENU SALIR 555 Grave: “contra tu grave juicio” (“Al lector”); “Que grave mal y sentimiento aquexa” (I, 89); “del libre pecho al grave mal volante” (II, 87); “allí los tiples suenan, altos, graves” (III, 22). Guloso: no aparece en el Endimión. Gusto: “el gusto de su causa contemplaba” (I, 10); “que con tu gusto y mi poder compite” (I, 204); “que al gusto celestial y humano / hazes de ambrosia” (I, 205-206); “Juro tu gusto a mi valor” (I, 209); “mi gusto a tus saetas sacrifico” (II, 84); “con breve gusto y con tormento largo” (III, 110); “brinda al gusto deshecha la esperança” (III, 258). En H.I.L., “gustoso”. Hemisferio: no aparece en el Endimión. Hercúleo: no aparece en el Endimión. Hibleo: no aparece en el Endimión. Hidrópico: no aparece en el Endimión. Himno: “saludaba el pastor con himno breve” (II, 75). H.I.L. Hircano: no aparece en el Endimión. Historia: “sin dexar simple nombre a las historias de su gozado fin” (“Al lector”); “la invención en la ordenada historia” (“Al lector”). En H.I.L, “historiógrafo”. Homicida: “las campesinas fieras homicidas / hagan suerte feroz” (II, 597-598). Hospitalidad: no aparece en el Endimión. Húmido: no aparece en el Endimión. Humoso: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 556 Ignorar: “que no muden ni perviertan a los que las ignoran” (“Al lector”); “es disculpa ignorante” (I, 155); “y aspiras ignorante” (I, 294); “pospones ignorante” (I, 454); “ni Jove ignora con passión zelosa” (I, 494); “Mercurio el científico ha ignorado” (I, 583); “Ignorando, confusas, las deidades” (II, 97); “Endimión amor libre ignoraba” (II, 492); “ignora presto” (II, 520); “ignora el sitio con sus zelos Juno” (III, 267); “no ignoraba Amor que los desprecios” (III, 527); “tu ignorancia pueril rompe” (III, 736). Ilustrar: “adivinando la suerte ilustre” (II, 226). H.I.S. H.I.L., “ilustrante”. Imitador: no aparece en el Endimión. Imitar: “a imitación de V.S.” (Dedicatoria a don Martín Rodríguez de Ledesma); “con las inimitables novedades” (Al lector); “La flecha ... / imita” (II, 133-134); “A imitación de la celeste esfera” (III, 33); “Cintia no imitasse ... / el dulce sueño” (III, 713-714). H.I.L., “imitable”, “imitación” e “imitador”. Impaciente: “paciente escuchas” (I, 612). Impedido: “y tú, a la deste amor causa impediente, / opones” (II, 159-160). Impenetrable: “has de infundir con plomo penetrante” (I, 391); “Otros ... / no penetran” (III, 161-166); “el humor madente ... / penetra” (III, 427-428). H.I.L. Imperioso: Aparece “imperio” nueve veces. Nunca “imperioso”. H.I.L. Impertinente: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 557 Implicante: “que implicaciones hórridas” (III, 139); “y implicada suerte” (III, 748). H.I.L. Impulso: no aparece en el Endimión. Incierto: “encuentre, incierto, cierto su destino” (II, 624); “de colores inciertos matizado” (III, 276); “dos árboles de obscura forma incierta” (III, 380); “inciertos fines la atención conciba (III, 741); “y los favores el Amor inciertos” (III, 742). En diecinueve ocasiones aparece la forma “cierto / a”. También “acierto”, “desacierto”, etc. H.I.S. Inclinar: “si tu rigor se inclina” (II, 141); “si es amor la inclinada pesadumbre” (II, 464); “a las inclinaciones, sentimiento” (II, 469); “la inclinación le arrebata” (II, 490); “la jaspeada clavellina / inclina al sueño” (III, 273-274); “su jaspe inclina” (III, 275); “al sueño desvelado ya se inclina” (III, 350). Inconsiderado: no aparece en el Endimión. Inconstante: “Luna soy que, preciada de inconstante” (I, 589); “es inconstante ser” (II, 386); “no te suena bien lo de inconstante” (II, 394); “desunión de almas constantes” (I, 68); “odio constante” (II, 14); a fin aspiras y a blasón constante” (II, 156); “y a mi querer constante” (II, 366); “haz tú, de mi mudable ser constante” (II, 398); “muestra la verdad clara y constante” (III, 103); “notaban el desvelo / constante” (III, 423); “mi constante / pecho” (III, 669); “alma constante” (III, 710). Inculto: Ver culto. H.I.L. H.I.S. Indeciso: “el indeciso acuerdo que tendrían” (II, 98). Indigno: “cosa que llames, sin indignidad” (“Al lector”); “de excelente amor indigna fuera” (I, 39); “aquel indigno lance vedaría” (I, MENU SALIR 558 152); “si te indigna Marte” (I, 221); “si Chipre, y el monte siciliano, / indigna ocupación es a tu empleo” (I, 353-354); “enajena la indignada passión” (II, 38); “a indignada ira / con los viles desprecios la moviesse” (III, 524-525). Industria: no aparece en el Endimión. Inexpugnable: no aparece en el Endimión. Infausto: no aparece en el Endimión. Ingenioso: “a ficción más misteriosa el ingenioso fundamento (“Al lector”). Aparece dos veces la forma “ingenio”, una en Jáuregui, la otra, en I, 293. Ingrato: “abrasa ingrato con ardiente yelo” (I, 394); “Vos, deste caos ingratas confusiones” (II, 345); “y que ingrato mires mi desvelo” (II, 556); “cierra, pastor ingrato, las orejas” (II, 589); “pastor ingrato” (II, 610); “dulce ingrato” (II, 627); “la ingrata vida” (III, 519); “el pastor ingrato fuesse” (III, 524); “su más ingrata causa” (III, 530). Inmortal: “las almas inmortales” (I, 61); “en la inmortal esfera” (I, 78); “la inmortal guedexa” (I, 93); “de inmortales almas” (I, 124); “mi lengua inmortal” (I, 569); “mis ansias inmortales” (II, 152); “oponiendo mortales a inmortales” (II, 176); “parto inmortal” (II, 181); “Jove inmortal” (II, 219); “lo más inmortal” (II, 362); “essencias inmortales” (II, 479); “llamas inmortales” (II, 499); “lumbres inmortales” (II, 799); “en las primaveras inmortales” (III, 45); “Júpiter inmortal” (III, 197); “a mortal e inmortal” (III, 314); “en los cielos inmortales” (III, 325); “los inmortales cielos” (III, 326); “pira inmortal” (III, 592); “la inmortal corriente” (III, 779). En H.I.L., “inmortalar”, “inmortalizar”. MENU SALIR 559 Inmóvil: no aparece en el Endimión. Inocencia: no aparece en el Endimión. Inspirado: “si inspira aliento el favor” (“Al lector”); “inspiro tu deidad” (I, 292); “Inspira, tú, Caliope divina” (II, 137); “inspiró en el vellón” (II, 222); “Inspira a Cintia” (II, 637); “Éstas aroma inspiran” (III, 241); “inspira violenta turquesada” (III, 266); “tales flores inspira el suave aliento” (III, 290); “vosotros, que inspiráis sereno y manso” (III, 315); “inspira en los amantes sueño blando” (III, 384); “inspira al punto de su amado dueño” (III, 397); “Boca divina: inspira voz ardiente” (III, 633); “de tu sagrada inspiración” (III, 638). Instrumento: “a mi sagrado numen instrumento” (II, 171). Interposición: “No interpongáis de dudas” (II, 353). Interrumpir: no aparece en el Endimión. Intonso: no aparece en el Endimión. Intrépido: “es el dios acreditado / de intrépido, lascivo” (I, 157158); “desta mísera, intrépida” (I, 684); “el navegante intrépido” (III, 605). H.I.L. Introducir: “introduce en el alma” (III, 188). H.I.L. Inundación: no aparece en el Endimión. Inundar: no aparece en el Endimión. Invención: “es fácil añadir a lo inventado” (“Al lector”); “atribuyendo al alma la invención” (“Al lector”); “Yo inventaré una unión” (II, 329). En H.I.L., “invencionado”. Investigar: no aparece en el Endimión. Invidia: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 560 Invidioso: no aparece en el Endimión. Invocar: no aparece en el Endimión. Istmo: no aparece en el Endimión. Judicioso: no aparece en el Endimión. Juventud: no aparece en el Endimión. Lámina: no aparece en el Endimión. Lascivo: “escuchas de un lascivo dios razones” (I, 148); “es el dios acreditado / de intrépido, lascivo y atrevido” (I, 158-159); “Huyan medrosas una y otra pía / lascivas” (I, 261-262). Lento: no aparece en el Endimión. Libar: “con cristalina copa, liba el clavel” (“Al lector”). Liberal: “del lirio liberal la flor patente” (I, 112); “que, liberal, el Sol lo alumbra todo” (I, 439); “es lluvia liberal el sol Cupido” (I, 668); “tú explicas liberal puntos amables” (II, 372); “un sitio liberal, ameno” (III, 2). Lilio: no aparece en el Endimión. Límite: no aparece en el Endimión. Líquido: “llévete al aire líquido y liviano” (I, 355); “las llamas líquidas congela” (I, 491); “resuelta, amante, en líquidos amores” (I, 544); “tiro instantáneo de plomada mano / aves resuelve líquidas volantes” (I, 741-742); “con líquidos amores” (II, 344); “Reverberaba en líquidos cristales” (II, 497); “de hierro líquido” (III, 147). H.I.L. H.I.S. Luminaria: no aparece en el Endimión. Luminoso: “Pirois luminoso” (I, 445); “llamas luminosas” (II, 268); “y el luminoso efecto que nacía” (II, 503); “el resplandor de Cintia MENU SALIR 561 luminoso” (II, 578); “en la mitad del globo luminoso” (II, 718); “porque sepan templarse con el llanto / los de sus albas luminosos riegos” (III, 579-580). H.I.L. Lustro: no aparece en el Endimión. Magnificencia: no aparece en el Endimión. Matutino: no aparece en el Endimión. Memoria: “que deseas, / con memoria de mí sólida o vana” (II, 685-686); “el caos y confusión de mi memoria” (II,703); “que infunda assí, dormido, en mi memoria” (II, 791); “aplica el Hado / memoria del pastor agradecido” (III, 487-488); “y con memoria fría” (III, 508). H.I.L., “memorable”, “memorar”. Menospreciar: no aparece en el Endimión. Mentido: no aparece en el Endimión. Meta: “y en la precisa meta señalada” (I, 59). H.I.L. Metal: no aparece en el Endimión. Métrico: no aparece en el Endimión. Militar: “el traje militar de Marte airado” (I, 275). H.I.L. Ministrar: no aparece en el Endimión. Miserablemente: no aparece en el Endimión. Mísero: no aparece en el Endimión. Monarquía: no aparece en el Endimión. Monstruo: no aparece en el Endimión. Multiplicar: no aparece en el Endimión. Músculo: no aparece en el Endimión. Musico [sic] : no aparece en el Endimión. MENU SALIR 562 Naufragante: “y al fin, en hierro frío naufragantes” (III, 151). H.I.L., “naufragar”, “naufragio” y “náufrago”. Naufragio: “naufragios de gloriosas tempestades” (I, 268). H.I.L. Náufrago: no aparece en el Endimión. Náutico: no aparece en el Endimión. Necesidad: no aparece en el Endimión. Néctar: “hazes de ambrosia y néctar real convite” (I, 206); “cuando la noche néctar llora” (II, 61); “de celestial ambrosia y néctar puro” (II, 314); “de los dioses es néctar divino” (III, 236); “resuelta en néctar cristalino” (III, 250). H.I.L. Neutralidad: no aparece en el Endimión. Neutro: “y abomine neutrales coraçones” (II, 254). H.I.L. Ninfa: “es mucho que una ninfa lo haya oído” (I, 134); “¡oh engañada ninfa!” (I, 149). Nocturno: “y el poder nocturno” (I, 362); “donde no toca / nocturna voz” (I, 141- 142). H.I.L. Número: “el número de flechas vïolento” (I, 644). H.I.L., “numerar”. Numerosamente: no aparece en el Endimión. Numeroso: no aparece en el Endimión. Nuncio: “son nuncios para mí de amante guerra” (III, 576). H.I.L. Obelisco: no aparece en el Endimión. Oblicuo: no aparece en el Endimión. Obligación: no aparece en el Endimión. Obstinado: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 563 Occidente: “conoce cuando nace su occidente” (I, 352). Océano: no aparece en el Endimión. Olímpico: “pesadumbres olímpicas cargaba” (I, 180). H.I.L., “olimpia”, “olimpio”. Omiso: no aparece en el Endimión. Oprimir: “el peso natural, que oprime” (II, 484). Opulencia: no aparece en el Endimión. Orca: no aparece en el Endimión. Ostentar: “con sacra ostentación” (I, 109); “el fresco abril de la celeste esfera, / que cuanto en yelo tímido atesora / ostenta en alentada primavera” (I, 114, 115, 116); “otra flecha [...] / ostenta” (I, 662-663); “contraria ostentación haze” (III, 114). H.I.L. Pacifico [sic] : no aparece en el Endimión. Palacio: no aparece en el Endimión. Palestra: no aparece en el Endimión. Pálido: “plumas eran de pálidas arpías” (I, 656); “pálida noche dio medrosamente” (II, 30); “pálidas sombras del averno oscuro” (II, 147); “con voz cansada y pálido gemido” (II, 612); “cuando las nubes pálidas baxaban” (II, 795); “pálida envidia y macilenta nieve” (III, 643). H.I.L. Palio: no aparece en el Endimión. Paréntesis: no aparece en el Endimión. Pario: no aparece en el Endimión. Penetra: “has de infundir con plomo penetrante” (I, 391); “de la deslealtad y trato feo / no penetran” (III, 166); “los retiros penetra del sentido” (III, 428). H.I.L., “penetrable”, “penetrador” y “penetrante”. MENU SALIR 564 Pénsil: no aparece en el Endimión. Peregrino: “¿Tú de Febo renombres peregrinos / afectas” (I, 449450). Período: no aparece en el Endimión. Pira: “pira inmortal” (III, 592); “en la pira de aromas” (III, 559). H.I.L. Planta: no aparece en el Endimión. Pluvia: no aparece en el Endimión. Pluma: “si fuga de tus plumas cristalinas” (I, 27); “plumas eran de pálidas arpías” (I, 656); “con verde pluma y punta de diamante” (I, 672); “Quita la pluma desta flecha verde” (II, 111); “carácter celestial con pluma humana” (II, 342). Político: no aparece en el Endimión. Polo: “del sereno polo” (I, 545). H.I.S. Pomo: no aparece en el Endimión. Pompa: no aparece en el Endimión. Ponderoso: no aparece en el Endimión. Populoso: no aparece en el Endimión. Precedente: no aparece en el Endimión. Precioso: no aparece en el Endimión. Precipitar: no aparece en el Endimión. Preciso: “y en la precisa meta señalada” (I, 59); “de preciso hado” (II, 204). H.I.L. Premiar: “cuando sea premiado” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “premiasse el vigilante amor” (III, 207). MENU SALIR 565 Premio: “alguna vez de premios has dignado” (I, 558); “sea mi premio amarte” (I, 559); “ni son dignos de premio ni castigo” (II, 256); “el premio igual a la esperança mía” (II, 770); “premios sin vida y muertas possessiones” (II, 776); “No envanecen allí premios fingidos” (III, 93); “desesperado premio a mi esperança” (III, 468); “el premio de mis ansias pretendido” (III, 692). Presagio: no aparece en el Endimión. Príncipe: “¡Oh príncipes-deidades” (II, 562). H.I.L., “principado”. Principio: “llevo [...] / a su principio” (II, 209-211). H.I.L., “principiante”, “principiar”. Privilegiar: no aparece en el Endimión. Productor: no aparece en el Endimión. Profano: “ni el que te enegreció color profano” (I, 279). H.I.L., “profanar”, “profanidad”. Profundo: “el rey temido del profundo Sueño” (III, 56). H.I.L., “profundidad”. Progenie: no aparece en el Endimión. Prolijo: no aparece en el Endimión. Promontorio: no aparece en el Endimión. Próspero: no aparece en el Endimión. Próvido: “le traçabas impróvido en menguante” (I, 587); “Próvido entonces, sobre el viento vano” (III, 493); “con celosías próvidas” (III, 567). H.I.L, H.I.S., “proveído”. Provocar: “el tibio proceder provoca a olvido” (II, 696). H.I.L. Psalterio: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 566 Pulsar: no aparece en el Endimión. Pululante: no aparece en el Endimión. Púrpura: “Otros, licor de púrpura bebiendo” (III, 233); “Bien a la regia púrpura y diadema” (III, 625); “mide el clavel de púrpura encendido” (III, 708). H.I.L. Purpurear: “el clavel del purpureante labio” (Al lector). H.I.S., “purpurar”; H.I.S., “púrpura”, “purpurar”, “purpúreo / purpuria” “purpurino”. Purpúreo: “en el viento / purpúreo” (I, 106-107); “los purpúreos labios” (I, 185); “donde el purpúreo fénix indio arde” (III, 660). H.I.L. y H.I.S. Ramo: “y un ramo que ofreció el árbol vezino” (III, 399); “Sacude el ramo cerca de la frente” (III, 425); “enjugó el humor jugoso / del soñolento ramo” (III, 773-774). Recíproco: “si agradables estrellas amistades / en los dos tan recíprocas ponían” (II, 102). H.I.L. Reclinar: no aparece en el Endimión. Redimir: no aparece en el Endimión. Reducir: no aparece en el Endimión. Región: no aparece en el Endimión. Regular: no aparece en el Endimión. Remiso: no aparece en el Endimión. Rémora: “rémora sólo son de amantes necios” (III, 528). Renunciar: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 567 Repetir: “Yo te vi repetir ¡Plutón amado!” (I, 412); “y repetían Endimión las fuentes” (II, 51); “ Mira el pastor los cándidos fulgores / de Cintia repetidos en la fuente” (II, 481-482); “madre –repite–,” (I, 202); “la falta se repita de sustento” (II, 611); “repiten giros otra vez errantes” (III, 152). H.I.S. Resistencia: “sin arbitrio y resistencia alguna” (II, 63); “que le causó la resistencia miedo” (II, 92). Restituir: no aparece en el Endimión. Revocar: no aparece en el Endimión. Rival: no aparece en el Endimión. Robusto: no aparece en el Endimión. Rubio: “Era Endimión [...] / rubio Memnón” (II, 57-58); “ya el rubio Sol retrata” (III, 283); “y tú, rubia corona” (III, 617). Ruina: “la ruina verás” (I, 683); “pido evitéis” [...] / la ruina infeliz” (III, 330-331). H.I.L. Rústico: “que un rústico cubrís a mi despecho” (II, 148); “yo, cuidadoso, el rústico vestido” (II, 205); “sea rústica peña” (II, 514); “Sigue –dixo Diana– tus ovejas / y la rústica grey” (II, 586). Sacro: “con sacra ostentación” (I, 109); “intento animas sacramente eterno” (II, 155); “que en sacra ociosidad a los dormidos” (III, 11); “y mi sacra pureza cristalina” (III, 346); “Conmoved, sacros dioses” (III, 369); “hablaba Delia desde el sacro tronco” (III, 392); “la sacra Delia” (III, 426); “pira inmortal encumbro y sacro templo” (III, 592). H.I.L., “sacrosanto”. Sátiro: “y a los sátiros momos burladores” (III, 511). H.I.L. MENU SALIR 568 Secreto: “contemplar los secretos celestiales” (III, 288). Semicapro: no aparece en el Endimión. Senectud: no aparece en el Endimión. Sepulcro: no aparece en el Endimión. Sexo: no aparece en el Endimión. Silencio: “que tenía el silencio sepultados” (III, 407); “después de funeral silencio umbroso” (III, 607). Sinceridad: “ellas, sin hiel, sinceras y senzillas” (I, 373). H.I.L. Sincopar: no aparece en el Endimión. Solemnizar: no aparece en el Endimión. Solicitar: no aparece en el Endimión. Sonoroso: no aparece en el Endimión. Suave: “Era la suave tarde” (I, 249); “inspira el suave aliento” (III, 290); “y en olvido suave muerto” (III, 442); “eternamente beban suave aliento” (III, 451). Sublime: “sublimar pretendo” (II, 389); “los sublimados / inciensos” (II, 541-542). H.I.L. y H.I.S. Suma: “es montaña de mar, que esfera suma” (I, 271); “suenan por la esfera suma” (II, 259); “siempre con toldos a la llama suma” (III, 5). Tálamo: no aparece en el Endimión. Teatro: no aparece en el Endimión. Temeridad: “me niega obscuro, temeroso velo” (II, 558). H.I.L. Tenebroso: “despejaré este medio tenebroso” (II, 678). Tercio: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 569 Término: “y los escasos términos fatales” (I, 58); “ni hay término de bien o mal possible” (I, 63); “término eres de la blanca frente” (III, 618). H.I.L., “terminar”. Terno: no aparece en el Endimión. Terso: no aparece en el Endimión. Tiara: no aparece en el Endimión. Tímido: “en yelo tímido atesora” (I, 115); “Turbado con las tímidas señales” (I, 193). H.I.L. Tirio: no aparece en el Endimión. Topacio: no aparece en el Endimión. Tórrido: no aparece en el Endimión. Tósigo: no aparece en el Endimión. Tradición: no aparece en el Endimión. Traducir: no aparece en el Endimión. Tremolante: no aparece en el Endimión. Tremolar: no aparece en el Endimión. Trémulo: “trémulos fulgores” (II, 592). H.I.L. Tridente: no aparece en el Endimión. Triplicado: no aparece en el Endimión. Trofeo: “con triste palma y con fatal trofeo” (I, 719); “como trofeo honroso a su esperança” (II, 36); “que por trofeo a mi esperança pones” (II, 775). Turba: no aparece en el Endimión. Último: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 570 Umbroso: “un pabellón umbroso se levanta” (III, 10); “calan sus luces por la selva umbrosa” (III, 301); “Hay a los lados de la tienda umbrosa” (III, 377); “después de funeral silencio umbroso” (III, 607). H.I.L. Undoso: “causas dispuso con la fuente undosa” (II, 502); “de pena a pena los arroja undoso” (III, 182); “cubre en el retirado mar undoso” (III, 644). H.I.L. Útilmente: no aparece en el Endimión. Urbano: no aparece en el Endimión. Vago: “tu desacierto vario y vago yerro” (I, 447); “siguen con movimiento errado y vago” (III, 150). H.I.L. Vario: “tu desacierto vario y vago yerro” (I, 447); “aspecto mudo, vario y diferente” (I, 590); “de su inconstancia el vario ser mudable” (II, 16); “del vario sitio y del florido asiento” (III, 46); “como, querida, fui varia y mudable” (III, 472); “Quedó la varia como inmoble roca” (III, 709). H.I.S. Venatorio: no aparece en el Endimión. Venerable: no aparece en el Endimión. Vial: no aparece en el Endimión. Vigilante: “de tigre ardiente y vigilante lobo” (II, 600); “premiasse el vigilante amor” (III, 207). H.I.L. Vincular: no aparece en el Endimión. Viola: no aparece en el Endimión. Violar: no aparece “violar”, sí “violadas”, “inviolable” y “violado” como adjetivos. H.I.L. MENU SALIR 571 Violentar: no aparece en el Endimión. Virgen: “a tan preciada virgen indecente” (I, 468); “haga para una virgen” (I, 471). En H.I.L., “virgíneo”. Virginal: no aparece en el Endimión. Vital: “teme que los espíritus vitales” (I, 195); “antes que vital aire el braço airado” (I, 619); “el vital aire desvía” (II, 774); “infunde con amores vital muerte” (III, 186). H.I.L. Votar: no aparece en el Endimión. Voto: “y es de mis votos ya único empleo” (II, 295). Vulgar: “a los dioses vulgares y a los hombres” (I, 452). Vulgo: no aparece en el Endimión. Vulto: no aparece en el Endimión. Ya (‘en otro tiempo anterior’): : no aparece en el Endimión. Yugo: no aparece en el Endimión. Zodiaco: no aparece en el Endimión. Además, Dámaso Alonso, también en La lengua poética de Góngora, incluye una “lista de palabras afectadas según censuras y parodias literarias del siglo XVII” que nos interesa para continuar con el estudio del léxico de Callecerrada891. Transcribiremos cada una de las voces que Alonso propone y comprobaremos nuevamente su presencia o ausencia en el Endimión. Cuando esos vocablos los hubiera usado don Luis en alguna de sus obras, lo indicaremos con la presencia de un asterisco. Así: 891 Cf., op.cit., pp. 95-108. MENU SALIR 572 Absorto*: “absorta la esperança y el deseo” (III, 163). Abstracto: no aparece en el Endimión. Abstraer: no aparece en el Endimión. Acción*: no aparece en el Endimión. Activo*: “¡Oh fuerça de infelice punto activa!” (III, 737). Adolescente*: no aparece en el Endimión. Adunco*: no aparece en el Endimión. Adusto*: no aparece en el Endimión. Afectar*: “Al resplandor que afectas alentado” (I, 273); “tú que afectas de Sol eternidades” (I, 338); “¿Tú de Febo renombres peregrinos / afectas, y me das comunes nombres” (I, 449-450). Afecto*: “y con afecto religioso” (II, 580). Afecto* (adjetivo): no aparece en el Endimión. Alba*: “porque del Alba en la primera rosa” (I, 291); “uno, en el alba muestra sus dormidos” (III, 115); “fundan, del Alba, al venidero día” (III, 122); “que en el alba, en la siesta y en la tarde” (III, 271); “los de sus albas luminosos riegos” (III, 580); “que eres alba nevada de dos soles” (III, 600); “pues eres alba, cuya faz alcança” (III, 606); “al alba y a la siesta y a la tarde” (III, 658). Algente: no aparece en el Endimión. Aljófar*: “resuelve aljófar la inmortal guedexa” (I, 93); “rubio Memnón, de aljófar coronado” (II, 58). Alterno*: “blandos puntos alterna y rigurosos” (I, 638); “coros alternan diestros y süaves” (III, 18). MENU SALIR 573 Alternante*: no aparece en el Endimión. Alucinante: no aparece en el Endimión. Amabilísimo: no aparece en el Endimión. Amago: no aparece en el Endimión. Ambulante: no aparece en el Endimión. Ambular: no aparece en el Endimión. Análisis: no aparece en el Endimión. Analogía: no aparece en el Endimión. Anglo: no aparece en el Endimión. Anhelante*: no aparece en el Endimión. Anhelar*: “de una cierva, que sigue, anhela corte” (I, 620); “anhela a imaginado seguimiento” (I, 708); “anhelo ardor la lumbre de Diana” (II, 340); “mi anhelo ardor, mi adoración ardiente” (II, 392); “que de mi anhela vida el alma crece” (III, 675). Anhélito: “si tu anhélito vivo me alimenta” (III, 676). Ansarino: no aparece en el Endimión. Antipatía: no aparece en el Endimión. Antistes: no aparece en el Endimión. Antonomasia: no aparece en el Endimión. Aplaudir*: no aparece en el Endimión. Aplauso*: no aparece en el Endimión. Apógrafos: no aparece en el Endimión. Apropicuar: no aparece en el Endimión. Aproximar: no aparece en el Endimión. Ardimiento*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 574 Argentar*: “trae de argentado velo transparente” (I, 522). Argento: no aparece en el Endimión. Armonía*: no aparece en el Endimión. Armónico: no aparece en el Endimión. Armonioso: no aparece en el Endimión. Aroma*: “Éstos aromas inspiran que de muerte” (III, 241); “en la pira de aromas encendida” (III, 659). Arrogar*: no aparece en el Endimión. Ascender*: no aparece en el Endimión. Asunto*: no aparece en el Endimión. Atención*: “la atención de los lectores” (“Al lector”); “es divina atención (I, 38); “la atención grosera” (I, 40); “la atención conciba” (III, 741). Atento*: “mira atento” (I, 34); “con oído atento” (I, 308); “miraba atentamente” (I, 480); “más atendía” (I, 534); “atento al raro caso” (I, 540); “miraba atenta” (I, 777); “que atenta mira” (II, 118); “Cupido, atento” (II, 187); “canes atentos” (II, 730); “Sueño atendió” (III, 390); “Endimión, atento” (III, 409). Atinado*: no aparece en el Endimión. Atro: no aparece en el Endimión. Aunque*: Dámaso Alonso advierte que estaba censurada sólo cuando se trataba de una repetición abusiva de la adversión, no apareciendo así en el Endimión. Aura*: “era en el manso fuego aura deshecha” (I, 19). Auriga*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 575 Ausentar*: no aparece en el Endimión. Sí “ausencia” y “ausente” como sustantivos y adjetivos. Auspicio: no aparece en el Endimión. Ávido: no aparece en el Endimión. Avisar: “porque tratar assí cosas humanas / es avisado estilo de Dianas” (II, 447-448); “y su aviso atizas” (I, 350); “están mis claras velas avisando” (II, 732); “tentó el siniestro lado del aviso” (III, 770). Benevolencia: no aparece en el Endimión. Bicorne*: no aparece en el Endimión. Bizcochos: no aparece en el Endimión. Boato: no aparece en el Endimión. Brillante: “que ya, brillante, sale por el cielo” (I, 692). Brillar*: no aparece en el Endimión. Bruma*: “al tiempo que el brumoso invierno yela” (II, 741); “jamás alberga la pesada bruma” (III, 3). Bucólica*: no aparece en el Endimión. Cadáver*: no aparece en el Endimión. Caduco*: no aparece en el Endimión. Cálamo*: no aparece en el Endimión. Calendas: no aparece en el Endimión. Cáligas: no aparece en el Endimión. Caliginoso*: no aparece en el Endimión. Cándido*: “Cándidas verdades” (I, 46); “mis cándidas palomas” (I, 254); “cándido y puro” (I, 288); “las cándidas ovejas” (II, 409); “los cándidos fulgores” (II, 481). MENU SALIR 576 Candor*: “son a mi candor” (I, 372); “tu candor aparente” (I, 410); “y el candor tocando” (I, 517). Candórico: no aparece en el Endimión. Canoro*: no aparece en el Endimión. Caos: “Vos, deste caos ingratas confusiones” (II, 345); “no el caos y confusión de mi memoria” (II, 703). Captar: no aparece en el Endimión. Carátula: no aparece en el Endimión. Caravana*: no aparece en el Endimión. Cataclismo: no aparece en el Endimión. Caterva: no aparece en el Endimión. Cauda: no aparece en el Endimión. Caverna*: no aparece en el Endimión. Ceder*: no aparece en el Endimión. Céfiro*: no aparece en el Endimión. Celaje*: no aparece en el Endimión. Cerúleo*: no aparece en el Endimión. (Lo) cierto es (muletilla de algunas personas de hablar afectado) : no aparece en el Endimión. Cilantro: no aparece en el Endimión. Circo*: no aparece en el Endimión. Circundado: no aparece en el Endimión. Circunloquio: no aparece en el Endimión. Circular: no aparece en el Endimión. Cisura*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 577 Clandestino: no aparece en el Endimión. Clarificar: no aparece en el Endimión. Claudicante*: no aparece en el Endimión. Cláusula*: no aparece en el Endimión. Climatérico*: no aparece en el Endimión. Cogitación: no aparece en el Endimión. Colorar*: no aparece en el Endimión. Cóncavo*: no aparece en el Endimión. Concento*: no aparece en el Endimión. Concepto*: “debe mirar después las vozes que el concepto” (“Al lector”); “atribuyendo al alma la invención en la ordenada historia; a las potencias, los manuales conceptos” (“Al lector”); “y el concepto que no cabe en un lenguaje” (“Al lector”); “Y porque mi concepto conveniente” (II, 333); “y es concepto Endimión libre y essento” (II, 367). Concitar*: no aparece en el Endimión. Concomitancia: no aparece en el Endimión. Concreto: no aparece en el Endimión. Conculcar*: no aparece en el Endimión. Concupiscible: no aparece en el Endimión. Condensar: no aparece en el Endimión. Conducir*: no aparece en el Endimión. Conmemoranda: no aparece en el Endimión. Consorcio: no aparece en el Endimión. Construir*: no aparece en el Endimión. Cornerino: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 578 Corusco: no aparece en el Endimión. Correlativo: no aparece en el Endimión. Coturno*: “los coturnos bellos” (I, 96); “passaba del coturno” (I, 173); “coturno ardiendo” (I, 524). Crédito*: “créditos gana” (II, 172); “dan crédito al pesar de los sentidos” (III, 168); “su acreditada fortuna” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “fuera de que es el dios acreditado” (I, 157). Crédulo: no aparece en el Endimión. Crepúsculo: no aparece en el Endimión. Crinito*: “ésta que arbolo, del crinito padre” (II, 125). Cubículo: no aparece en el Endimión. Cuidado*: “es divina atención de su cuidado” (I, 38); “alta imaginación, hondo cuidado / de aborrecible mal adivinado” (I, 79); “del aire burlador y del cuidado” (I, 174); “y el cuidado / dexa de Sol a Sol” (I, 423); “persigas caçadora sus cuidados” (I, 504); “libre de pena y libre de cuidados” (II, 44); “y era solo / manso cuidado al desterrado Apolo” (II, 216); “desnudará al pastor y los cuidados” (II, 426); “¿dónde el original que esprime helado, / con líquidos amores, mi cuidado?” (II, 343-344); “Yo te rindo solívagos cuidados” (II, 537); “pastor infiel, sin orden, los cuidados” (II, 594); “Si tu cuidado con mi amor llenara”(II, 699); “que aun leves, a la vela y al cuidado” (II, 715); “cuidado sin amor no tiene hora” (II, 749); “ajenos de desvelos / alimenta y ajenos de cuidado” (III, 285-286); “con miedo el uno, el otro con cuidado” (III, 310); “¿dónde la fantasía y el cuidado / de mi cuidado y Endimión empleas?” (III, 484-485); “del agreste pastor el vil cuidado” (III, 516). MENU SALIR 579 Culto*: “la inculta peña” (II, 32); “Rudo es el libre, inculto” (II, 517). Cursar: no aparece en el Endimión. Sí “curso” como sustantivo. Chistoso: no aparece en el Endimión. De buen aire: no aparece en el Endimión. De buen gusto: no aparece en el Endimión. Defraudar: no aparece en el Endimión. Deplorante: no aparece en el Endimión. Derelinquir: no aparece en el Endimión. Desaire: no aparece en el Endimión. Desaseado: no aparece en el Endimión. Descrédito: no aparece en el Endimión. Desfallecer*: “yo siento que la vida desfallece” (III, 677). Desmán*: no aparece en el Endimión. Despejo*: no aparece en el Endimión. Desperdicio*: no aparece en el Endimión. Desvalido: no aparece en el Endimión. Desvalimiento*: no aparece en el Endimión. Desvanecerse*: “desta desvanecida el alto cielo” (I, 398); “desvanecida, loca, necia y fría” (I, 660); “formen ideas mal desvanecidas” (II, 595). Diablo*: no aparece en el Endimión. Diamante*: “aquélla de diamante” (I, 18); “con tu diamante clava” (I, 389); “punta de diamante” (I, 672); “el vellón vuelto diamante” (II, 88); “con bronce o con diamante” (II, 154); “flecha de diamante” (II, MENU SALIR 580 192); “con un diamante” (II, 362); “rudeza de diamante” (II, 523); “punta de diamante” (III, 104); “defendida con diamante” (III, 211); “el bronce y el diamante” (III, 667). Además aparece, en forma adjetivada: “flechas diamantinas” (I, 25); “diamantino efeto” (II, 221). Dinasta: no aparece en el Endimión. Directo: no aparece en el Endimión. Disolver*: no aparece en el Endimión. Dubio*: no aparece en el Endimión. Ebúrneo*: no aparece en el Endimión. Eclipse*: no aparece en el Endimión. Efecto*: “sus efectos” (Aprobación de Lope de Vega); “efectos sanos” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “dolorido efeto” (I, 84); “el efecto producido” (I, 678); “el merecido efecto” (I, 749); “efecto solo fue” (II, 135); “diamantino efeto” (II, 221); “del amoroso efecto” (II, 478); “el amoroso efecto” (II, 494); “el luminoso efecto” (II, 503); “y unido efeto” (II, 508); “y el efeto” (II, 515); “en efeto” (II, 517); “el contingente efecto” (II, 606); “cuyos efectos lóbregos” (III, 67); “exercitan los efetos” (III, 131); “en sus efectos señalados” (III, 170); “otros efecto” (III, 187); “a los efectos” (III, 259). Ejemplo*: no aparece en el Endimión. Emanente: no aparece en el Endimión. Embrión*: no aparece en el Endimión. Empero: no aparece en el Endimión. Emulación*: no aparece en el Endimión. Émulo*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 581 Encomio: no aparece en el Endimión. Epiciclo*: no aparece en el Endimión. Épico: no aparece en el Endimión. Epístola: no aparece en el Endimión. Equiparar: no aparece en el Endimión. Erigir*: “erige, en la mitad del fresco prado” (III, 51). Erudito*: “le confiesso deuda del muy erudito” (“Al lector”); “que escribió V.S. con tanta erudición (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma). Errante*: “estrella errante” (I, 360); “giros otra vez errantes” (III, 152); “con movimiento errado y vago” (III, 150). Escrúpulo*: no aparece en el Endimión. Esfera*: “en la inmortal esfera” (I, 78); “de la celeste esfera” (I, 114); “que esfera suma” (I, 271); “de esfera ingenio” (I, 293); “a grande esfera” (I, 294); “desta esfera cristalina” (I, 331); “tu voltaria esfera” (I, 411); “pisan tus esferas” (I, 446); “de la esfera transparente” (I, 466); “su media esfera” (II, 60); “la esfera terrenal” (II, 174); “por la esfera suma” (II, 259); “en la empírea esfera” (II, 561); “de la celeste esfera” (III, 33); “de tanta esfera” (III, 263); “si a mi esfera” (III, 461); “las onze esferas” (III, 651). Esfuerzo*: no aparece en el Endimión. Espátula*: no aparece en el Endimión. Espléndido: no aparece en el Endimión. Esplendor*: “tu esplendor encumbres” (I, 349); “mi esplendor presuma” (II, 261); “atentos mi esplendor mirando” (II, 730); “con MENU SALIR 582 maligno esplendor” (III, 421); “el rizo esplendor” (III, 559); “ciéguese mi esplendor” (III, 701). Estrangular: no aparece en el Endimión. Estar falso: no aparece en el Endimión. Estrépito*: no aparece en el Endimión. Estulticia: no aparece en el Endimión. Estupor: no aparece en el Endimión. Etéreo*: no aparece en el Endimión. Excitar: no aparece en el Endimión. Explayarse: no aparece en el Endimión. Expresar: no aparece en el Endimión. Facundo*: “si al facundo calor la nieve fría” (I, 541). Fámula: no aparece en el Endimión. Fatal*: “cumple en cosa a la ley fatal rendida” (I, 54); “y los escasos términos fatales” (I, 58); “al orden fatal teme sujeto” (I, 86); “con triste palma y con fatal trofeo” (I, 719); “si pervertís los órdenes fatales” (II, 175); “de las divinas y fatales cosas” (I, 418); “sea causa fatal a dos amantes” (II, 473); “si firme toca mi fatal intento” (III, 360); “señora a Cintia del fatal agravio” (III, 376); “señora a Cintia del fatal agravio” (III, 376); “o por suerte fatal” (III, 454); “de su Cintia fatal la ingrata vida” (III, 519); “Pues no reposo en mi fatal ventura” (III, 573). Fausto: no aparece en el Endimión. Faustoso: no aparece en el Endimión. Favila: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 583 Favor*: “inspira aliento el favor” (“Al lector”); “en los favores” (I, 13); “disfavor y desdenes” (I, 14); “buscan mi favor” (I, 240); “a la ocasión favorecida” (I, 553); “favorecido” (III, 293); “de la Luna los favores” (III, 512); “y los favores” (III, 742). Faz: “con placentera faz enjuto el llanto” (I, 416); “la faz al cielo / alçó” (II, 433-434); “duerme con grata y faz” (III, 75); “sobre la clara faz obscuro velo” (III, 418); “cuya faz alcança” (III, 606). Fenestra: no aparece en el Endimión. Ferrión: no aparece en el Endimión. Fineza*: “ni aspiren, Luna, a ti finezas mías” (I, 596). Fino: “de flamante clavel electo y fino” (III, 234); “por quien el fino múrice envidioso” (III, 642). Flagelo: no aparece en el Endimión. Fragante*: no aparece en el Endimión. Fragmento*: no aparece en el Endimión. Frasi: no aparece en el Endimión. Frasificar: no aparece en el Endimión. Fraternidad: no aparece en el Endimión. Fraude*: no aparece en el Endimión. Frisco: no aparece en el Endimión. Frustrar*: “que frustran” (II, 449). Fugitivo*: “baldono fugitiva” (II, 642); “he de seguir tus fugas, fugitivo” (II, 561); “de presto viento fugitivo” (III, 141). Fulgor*: “ni tanto de fulgor cerco flamante” (II, 271); “Corona de fulgores” (II, 377); “Mira el pastor los cándidos fulgores” (II, 481); MENU SALIR 584 “trémulos fulgores” (II, 592); “claro de los fulgores de Dïana” (II, 682); “fulgores rijo” (II, 728); “otras corrían con fulgor ardientes” (II, 798); “y los fulgores blanca nieve ardientes” (III, 156); “fue [...] de fulgor y trueno” (III, 304). Fulguroso: no aparece en el Endimión. Fulminar*: no aparece en el Endimión. Funesto: no aparece en el Endimión. Galante*: no aparece en el Endimión. Galanteo: no aparece en el Endimión. Galantería: no aparece en el Endimión. Garipundio: no aparece en el Endimión. Gémino*: no aparece en el Endimión. Generoso*: no aparece en el Endimión. Genitivo*: no aparece en el Endimión. Gigante*: “gigantes fieros” (III, 480). Giro*: “en el celeste giro es de Diana” (I, 363); “y la Luna al pastor en giro eterno” (II, 104); “repiten giros otra vez errantes” (III, 152). Grana*: no aparece en el Endimión. Grosería: “de humano cuerpo la atención grosera” (I, 40); “ni dios hay tan grosero” (I, 238); “pastor grosero” (I, 586); “que del impuro amor grosera pena” (III, 251). Halago*: no aparece en el Endimión. Harpía*: no aparece en el Endimión. Hedómada: no aparece en el Endimión. Hipérbole*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 585 Hiperbólico: no aparece en el Endimión. Horóscopo: no aparece en el Endimión. Horrendo*: no aparece en el Endimión. Hospicio: no aparece en el Endimión. Hurtarse*: no aparece en el Endimión. Idilio: no aparece en el Endimión. Idioma*: “el concepto que no cabe en un lenguaje esprimen fácilmente dos idiomas” (“Al lector”). Idiota*: no aparece en el Endimión. Iluminar*: no aparece en el Endimión. Ilustre*: “adivinando la suerte ilustre” (II, 226). Impedir*: “a la deste amor causa impediente” (II, 159); “opuesto eclipsa, impide aborrecible” (III, 462). Implicar*: “que implicaciones hórridas” (III, 139); “y implicada suerte” (III, 748). Inacceso: no aparece en el Endimión. Íncola: no aparece en el Endimión. Indicar: no aparece en el Endimión. Inerme: no aparece en el Endimión. Inexcusable: no aparece en el Endimión. Infausto: no aparece en el Endimión. Infición: no aparece en el Endimión. Ingrediente: no aparece en el Endimión. Inmediato: no aparece en el Endimión. Instantáneo: “tiro instantáneo de plomada mano” (I, 741). MENU SALIR 586 Insulto*: no aparece en el Endimión. Intercalar: no aparece en el Endimión. Intestino: no aparece en el Endimión. Intonso*: no aparece en el Endimión. Inusitado: no aparece en el Endimión. Invectivo: no aparece en el Endimión. Iracundia: no aparece en el Endimión. Joven*: “un pastorcillo en Latmio, un joven tierno” (II, 43). Lacónico*: no aparece en el Endimión. Lácteo*: “el envidioso sueño descubría / de lácteas flores mármol congelado” (I, 171-172); “láctea serenidad, mar sossegado” (III, 597). Lánguido: no aparece en el Endimión. Lento*: no aparece en el Endimión. Libar*: “con cristalina copa, liba el clavel” (“Al lector”). Libidinoso*: no aparece en el Endimión. Librar*: “libres armas les das contra tus llamas” (I, 32); “si tan libre presume y atrevido” (I, 219); “que le puede abrasar libre mi fuego” (I, 226); “y en el libre y soberbio pecho cava” (I, 387); “que de los libres bríos más essentos” (I, 735); “sin méritos exerce libre oficio” (I, 746); “un joven tierno, / libre de pena y libre de cuidados” (II, 43-44); “Libre, rapaz, si bien no presumido” (II, 65); “del libre pecho al grave mal volante” (II, 87); “mis flechas libres y mi essenta aljaba” (II, 128); “Huya el libre Endimión” (II, 241); “yo soy libre obediente” (II, 303); “y es concepto Endimión libre y essento” (II, 367); “que coronáis de amor mi libre yelo” (II, 378); “Quien llama acto al amor libre y essento” (II, MENU SALIR 587 465); “de amores no infundió libre tormento” (II, 467); “y de forçosos, no libres, amores” (II, 483); “amor el acto libre suspendía” (II, 491); “porque Endimión amor libre ignoraba” (II, 492); “Rudo es el libre, inculto, y, en efeto” (II, 517); “Endimión era libre” (II, 521); “libre de rabia ardiente” (II, 667); “assí la diosa libre el mal sentía” (II, 709); “y fuego libre de accidente indino” (III, 254); “Libre a vuestra elección el medio dexo” (III, 371); “materia libre para amante forma” (III, 432); “dexando libre el coraçón al cielo” (III, 440); “y el pecho libre con vellón nevado” (III, 556); “libre mi possessión de abismo ciego, / libres mis esperanças de mar muerto” (III, 612-613). Y en forma verbal: “que con su amparo los libre de los catonianos dientes” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “Ya que no pudo [...] / librarle de la deuda de la muerte” (II, 217-218). Ligustre*: no aparece en el Endimión. Limbo*: no aparece en el Endimión. Límite: no aparece en el Endimión. Líquido*: “llévete al aire líquido y liviano” (I, 355); “las llamas líquidas congela” (I, 491); “resuelta, amante, en líquidos amores” (I, 544); “tiro instantáneo de plomada mano / aves resuelve líquidas volantes” (I, 741-742); “con líquidos amores” (II, 344); “Reverberaba en líquidos cristales” (II, 497); “de hierro líquido” (III, 147). Lira*: no aparece en el Endimión. Livor*: no aparece en el Endimión. Locución*: no aparece en el Endimión. Lucífero*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 588 Lucimiento*: no aparece en el Endimión. Lúgubre: “Lúgubre rey, si tu rigor se inclina” (II, 141). Lustrar*: no aparece en el Endimión. Lustro*: no aparece en el Endimión. Manes: “impones dura a los rendidos manes” (I, 420). Másculo: no aparece en el Endimión. Maturo: “aplicar, inmaturo y presto, quiso” (III, 772). Matutino*: no aparece en el Endimión. Mavorte: “imprecaba la amiga de Mavorte” (II, 144). Mendacio: no aparece en el Endimión. Mente: no aparece en el Endimión. Mentido*: no aparece en el Endimión. Mesticia: no aparece en el Endimión. Mesto: no aparece en el Endimión. Meta*: “y en la precisa meta señalada” (I, 59). Metódico*: no aparece en el Endimión. Métrico*: no aparece en el Endimión. Minante: no aparece en el Endimión. Ministrar*: no aparece en el Endimión. Minorar: no aparece en el Endimión. Minotaurista: no aparece en el Endimión. Misivo*: no aparece en el Endimión. Morbo: no aparece en el Endimión. Morigerar: no aparece en el Endimión. Móvil: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 589 Mugiente: no aparece en el Endimión. Mur: no aparece en el Endimión. Múrice: “por quien el fino múrice envidioso” (III, 642). Nácar: no aparece en el Endimión. Naufragante*: “y al fin, en hierro frío naufragantes” (III, 151). Naufragar*: no aparece en el Endimión. Nebrisense*: no aparece en el Endimión. Negarse*: no aparece en el Endimión. Nema*: no aparece en el Endimión. Neutral: “y abomine neutrales coraçones” (II, 254). Neutralidad*: no aparece en el Endimión. Nítido: no aparece en el Endimión. Nocturno*: “y el poder nocturno” (I, 362); “donde no toca / nocturna voz” (I, 141-142). Nocturnar: no aparece en el Endimión. Noticioso: no aparece en el Endimión. Numen: “Dixo. Y el sabio numen: –Si de instable” (I, 593); “a mi sagrado numen instrumento” (II, 171); “humano pobre o numen soberano” (II, 290); “Unos, que al numen lóbrego sujetos” (III, 129); “al soñolento numen perezoso” (III, 178); “Sueño atendió, caído el numen ronco” (III, 391); “Cerró el numen los ojos” (III, 401). Numerar: “numerando de Febo ínclitos nombres” (I, 282). También aparece “número”. Obsequio: no aparece en el Endimión. Obstáculo: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 590 Obstinar*: no aparece en el Endimión. Obtuso: no aparece en el Endimión. Oficioso*: no aparece en el Endimión. Omega*: no aparece en el Endimión. Onusto: no aparece en el Endimión. Opaco*: no aparece en el Endimión. Ostentar*: “con sacra ostentación” (I, 109); “el fresco abril de la celeste esfera, / que cuanto en yelo tímido atesora / ostenta en alentada primavera” (I, 114-116); “otra flecha [...] / ostenta” (I, 662-663); “contraria ostentación haze” (III, 114). Ostro: no aparece en el Endimión. Palestra*: no aparece en el Endimión. Palor*: no aparece en el Endimión. Palud: no aparece en el Endimión. Palumbre: no aparece en el Endimión. Palustre*: no aparece en el Endimión. Parangón: no aparece en el Endimión. Parangonada: no aparece en el Endimión. Parasismo*: no aparece en el Endimión. Pasapatios: no aparece en el Endimión. Patíbulo: no aparece en el Endimión. Penúltima: no aparece en el Endimión. Peregrinante: no aparece en el Endimión. Perífrasis*: no aparece en el Endimión. Perito: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 591 Pesar*: aparece en diversas formas: “pesadumbres olímpicas cargaba” (I, 180); “y en el invierno de pesado velo” (I, 316); “y las pesadas alas, rudas, frías” (I, 655); “son pesadas tardanças los instantes” (I, 740); “a su pesar, el hijo de la amiga” (II, 6); “contra el pesado frío del invierno” (II, 45); “si es amor la inclinada pesadumbre” (II, 464); “el peso natural, que oprime, siente” (II, 484); “jamás alberga la pesada bruma” (III, 3); “la pesada cabeça coronada” (III, 57); “del miedo obscuro y del temor pesado” (III, 132); “inmoble puerta de pesada roca” (III, 136); “y, en las pesadas ondas sumergidos” (III, 167); “dan crédito al pesar de los sentidos” (III, 168); “y tan pesado mal en los sentidos” (III, 179); “del pesado Letargo su destino” (III, 388); “Pesaba tanto la marmórea mano” (III, 489). Petulante*: no aparece en el Endimión. Piélago*: “con la vista de piélagos inmensos” (I, 326). Pira*: “pira inmortal encumbro y sacro templo” (III, 592); “en la pira de aromas encendida” (III, 659). Piro: no aparece en el Endimión. Piropo: no aparece en el Endimión. Planicie: no aparece en el Endimión. Plaustro: no aparece en el Endimión. Plectro*: no aparece en el Endimión. Plorar: no aparece en el Endimión. Poco, mucho*: no aparece en el Endimión. Podex: no aparece en el Endimión. Pompa*: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 592 Porción*: “Otros, que la porción toman debida” (III, 145). Pórfido*: no aparece en el Endimión. Poro*: no aparece en el Endimión. Pórtico: no aparece en el Endimión. Positivo*: “odio con ser, y olvido positivo” (II, 24). Preces: no aparece en el Endimión. Predecir: no aparece en el Endimión. Presagio*: no aparece en el Endimión. Presentir*: no aparece en el Endimión. Presumido: “Si has presumido” (I, 281); “y es el suelo del loco presumido” (I, 400); “con presumidos coros acompañan” (I, 404); “libre rapaz, si bien no presumido” (II, 65); “como si fuera a una presumida” (II, 231); “no allí fuegos empíreos, presumida” (III, 189); “Dioses: Yo soy la diosa presumida” (III, 333); “Espera un poco, presumida Fama” (III, 792). Propincuo: no aparece en el Endimión. Provecto: no aparece en el Endimión. Provocar*: “el tibio proceder provoca a olvido” (II, 696). Pulcro: no aparece en el Endimión. Pulso*: no aparece en el Endimión. Pululante*: no aparece en el Endimión. Pulular*: no aparece en el Endimión. Púrpura*: “Otros, licor de púrpura bebiendo” (III, 233); “Bien a la regia púrpura y diadema” (III, 625); “mide el clavel de púrpura encendido” (III, 708). MENU SALIR 593 Purpurear*: “el clavel del purpureante labio (“Al lector”). Purpúreo*: “en el viento / purpúreo” (I, 106-107); “los purpúreos labios” (I, 185); “donde el purpúreo fénix indio arde” (III, 660). Purpurizante: no aparece en el Endimión. Quiroteca: no aparece en el Endimión. Radiante: “y a la radiante lámpara la puerta” (III, 402); “¿Sois, de sus lumbres párpados radiantes?” (III, 565). Recalcitrar: no aparece en el Endimión. Recato*: no aparece en el Endimión. Sí formas derivadas o conexas: “tan recatada y empachosa” (“Al lector”); “Y en el tercero le adormece para el recatado fin de sus amores” (“Al lector”); “de poco recatada y de liviana” (I, 464). Recíproco*: “si agradables estrellas amistades / en los dos tan recíprocas ponían” (II, 101-102). Recóndito: no aparece en el Endimión. Reducción: no aparece en el Endimión. Región etérea: no aparece en el Endimión. Reiterar: no aparece en el Endimión. Remitir*: no aparece en el Endimión. Resplandor*: “buscamos el resplandor, hermoso” (“Al lector”); “¿Eras del Sol el resplandor que dora?” (I, 117); “pues contra el resplandor de tu pureza” (I, 147); “Al resplandor que afectas alentado” (I, 273); “como del Sol el resplandor diurno” (I, 364); “con el vezino resplandor ardiente” (II, 196); “reina los soñolentos resplandores” (II, 263); “con resplandor y lumbre tan hermosa” (II, 322); “El resplandor de MENU SALIR 594 Cintia” (II, 501); “que deste resplandor y desta fuente” (II, 506); “el resplandor de Cintia luminoso” (II, 578); “el claro resplandor de tu hermosura” (II, 754); “de resplandor de llama y flor de yelo” (II, 788); “y de su cielo el resplandor dorado” (III, 78); “y el resplandor, a su dormir sereno” (III, 303); “al repentino resplandor nevado” (III, 308); “yelos aparta, esconde resplandores” (III, 414); “nombre de lumbre y resplandor mereces” (III, 546); “cuya guedexa y resplandor rizado” (III, 619). Retroceder*: no aparece en el Endimión. Reverendo*: no aparece en el Endimión. Riesgo: no aparece en el Endimión. Rígido*: “el blando Sueño, el rígido Letargo” (III, 106); “del rígido desprecio” (III, 386). Rubricar: no aparece en el Endimión. Rudimiento [sic] : no aparece en el Endimión. Ruidoso: no aparece en el Endimión. Rutilante*: “y el viento era llama rutilante” (I, 20); “Que el adorno primero rutilante” (I, 585); “y del Aurora el rutilante lloro” (III, 636). Sacrilegio: no aparece en el Endimión. Sarcófago: no aparece en el Endimión. Sazón*: “mala sazón es, Venus, el estío” (I, 297); “puntual sazón y sazonado punto” (II, 428). Secrestar*: no aparece en el Endimión. Sede*: no aparece en el Endimión. Selecto: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 595 Semejado: no aparece en el Endimión. Señas*: “a las previstas señas obedientes” (II, 794). Sepelido: no aparece en el Endimión. Serenero: no aparece en el Endimión. Si bien*: “que amor no es paga, / si bien con otro amor amor se paga” (I, 751-752); “Libre rapaz, si bien no presumido” (II, 65); “en esta obscuridad, claros despojos, / si bien dormidos” (III, 549-550). Sibilante: no aparece en el Endimión. Sidéreo: no aparece en el Endimión. Singulto: no aparece en el Endimión. Si no (fórmula A, si no B): La fórmula, en D. Luis, expresa lo que se ha llamado “la doble opción gongorina”. Callecerrada no usa este estilema en dicho sentido, sino sólo en el trivial de condicional negativa: “si no los ha gastado todos” (Dedicatoria a D. Martín Rodríguez de Ledesma); “si no acusas a Jove soberano” (I, 218); “–Hiérele con amor – dixo la diosa–, / si no recibe, infiel, ni admite olvido” (II, 105-106); “dexa el alma que adore tu sentido, / si no puede gozar el alma pura” (II, 755-756); “¿Cómo, si no eres fuego, mi constante / pecho de frío yelo congelado?” (III, 669-670). Sinónimo: no aparece en el Endimión. Sinónomo: no aparece en el Endimión. Solicitar*: no aparece en el Endimión. Soliloquiar: no aparece en el Endimión. Solio: “en el divino solio de los cielos” (III, 474). Solitúdines: no aparece en el Endimión. MENU SALIR 596 Sonoroso*: no aparece en el Endimión. [En] substancia: “que se diga alguna cosa que llames, sin indignidad, sustancia” (“Al lector”). Superbo: no aparece en el Endimión. Superior*: “o deidad superior la deseasse” (I, 775). Supinidad: no aparece en el Endimión. Tedio: no aparece en el Endimión. Telus: no aparece en el Endimión. Temblante: no aparece en el Endimión. Terso*: no aparece en el Endimión. Tímido*: “en yelo tímido atesora” (I, 115); “Turbado con las tímidas señales” (I, 193). Tirio*: no aparece en el Endimión. Tópica: no aparece en el Endimión. Trámite: no aparece en el Endimión. Tremendo*: no aparece en el Endimión. Trémulo*: “trémulos fulgores” (II, 592). Triforme: no aparece en el Endimión. Trisulco: “vos, trisulcas centellas repartidas” (II, 162). Triyugo: no aparece en el Endimión. Truculento: no aparece en el Endimión. Tugurio: no aparece en el Endimión. Tutelar*: no aparece en el Endimión. Unda: aparece siempre en su forma adjetival: “bañados de una y otra undante fosa” (II, 379); “causas dispuso con la fuente undosa” (II, MENU SALIR 597 502); “de pena a pena los arroja undoso” (III, 182); “cubre en el retirado mar undoso” (III, 644). Vago*: “tu desacierto vario y vago yerro” (I, 447). Válido*: “era en los cielos válida corriente” (II, 403). Valimiento: no aparece en el Endimión. Vegetado: no aparece en el Endimión. Víctima*: “Baxa a cobrar, crüel, víctimas ciento” (I, 421); “y, en víctima agradable, tus rigores” (II, 655). Vociferante: no aparece en el Endimión. Voluble*: no aparece en el Endimión. Vulnerar: no aparece en el Endimión. Vulto*: no aparece en el Endimión. Interesa que añadamos a nuestro estudio los vocablos que destaca I. Ferrer de Alba en su prólogo a las Obras de J. Jáuregui892. Observemos, una vez más, las diferencias con el Endimión de Callecerrada: • “Bizarrías” de Jáuregui: Vaso: no aparece en el Endimión. Barco: no aparece en el Endimión. Limen: no aparece en el Endimión. Umbral: “Lóbregos umbrales” (II, 800); “negros umbrales” (III, 191); “Estos umbrales” (III, 298). Palude: no aparece en el Endimión. 892 Op. cit., t. II, p. XXIX. MENU SALIR 598 Laguna: no aparece en el Endimión. Espelunca: no aparece en el Endimión. Caverna: no aparece en el Endimión. Gárrulos: no aparece en el Endimión. Cantores: no aparece en el Endimión. • Cultismos corrientes gongorinos usados por Jáuregui: Ostenta: alterna el sustantivo y el verbo: “sacra ostentación” (I, 109); “ostenta en alentada” (I, 116); “otra flecha [...] ostenta” (I, 663); “contraria ostentación” (III, 114). Esplendores: “tu esplendor encumbres (I, 349); “mi esplendor presuma” (II, 261); “atentos mi esplendor mirando” (II, 730); “con maligno esplendor” (III, 421); “el rizo esplendor” (III, 559); “ciéguese mi esplendor” (III, 701). Turba: no aparece en el Endimión. Candor: “son a mi candor” (I, 372); “tu candor aparente” (I, 410); “y el candor tocando” (I, 517); “casta reina del candor ufano” (II, 292). Rubrica: no aparece en el Endimión. Joven: Es palabra frecuentísima en Góngora [...]; Quevedo la denuncia repetidamente como palabra típica del Culteranismo893: “un joven tierno” (II, 43). Licor: “licor fragante” (III, 218). 893 (Libro de todas las cosas, ed. Clásicos Castellanos, t. IV, s.a., p. 149; cf. Aguja de navegar cultos, RH, LXXVII, p. 341), J. Corominas y J.A. Pascual, Diccionario Crítico Etimológico de la lengua castellana [1955-1957], Madrid, Gredos, 1991-1997, 6 vols., s.v. MENU SALIR 599 • Cultismos gongorinos censurados y a la vez usados por Jáuregui: Canoro: no aparece en el Endimión. Emular: no aparece en el Endimión. Origen: “origen seas” (III, 466). Aborta: “son hijos abortados” (I, 192); “del abortivo parto imaginado” (III, 134). Métrico (y métricas) : no aparece en el Endimión. Rémora: “rémora sólo son” (III, 528). Fulmina (y fulminan) : no aparece en el Endimión. Prolijo: no aparece en el Endimión. Errante (y errantes): “estrella errante” (I, 360); “giros otra vez errantes” (III, 152). Formidable: no aparece en el Endimión. Construye: no aparece en el Endimión. Pira: “pira inmortal” (III, 592); “en la pira de aromas” (III, 559). Pulsan: no aparece en el Endimión. Présago: no aparece en el Endimión. Tríplices: no aparece en el Endimión. Clamor: no aparece en el Endimión. Sonoro: “apacible escándalo sonoro” (III, 15). Examinando el catálogo de “palabras afectadas”, muchas de ellas procedentes de Góngora o emparentadas con gongorismos, observamos cómo Callecerrada, cumpliendo el ideal estético de sencillez que dice profesar, las intenta omitir. Ello demuestra su adscripción militante a una MENU SALIR 600 escuela que, aun mostrando claras huellas léxicas gongorinas, ha elaborado una lista de vocablos rechazables que se esfuerza por eliminar de sus textos sistemáticamente. Así, de las 437 palabras “afectadas según censuras y parodias literarias del siglo XVII” que cataloga Dámaso Alonso, sólo aparecen 99 en la obra de Marcelo Díaz, es decir únicamente el 22’6%, y ello casi siempre con carácter de hápax. De este modo, notamos el esfuerzo consciente que realiza Callecerrada por evitar en la medida de lo posible esas palabras que muchos consideraban “afectadas” en su tiempo. Sin embargo, al realizar un recuento de los resultados obtenidos en la primera clasificación de Alonso –la referida a los cultismos que encontramos en la Soledad Primera– observamos que de los 406 vocablos propuestos en el Endimión hallamos 237, por tanto, un 58’3%, más de la mitad de ellos. A la vista de este cúmulo de coincidencias entre el léxico poético de Góngora y el de Marcelo Díaz resulta clara la influencia de aquél sobre éste. En relación a ello explica Dámaso Alonso que “el léxico de Góngora llena el vacío de originalidad de la mayor parte de los escritores del siglo XVII, y ni aun los verdaderamente originales se ven libres de él, más aún se propaga hasta los más encarnizados enemigos del poeta, inunda la prosa, triunfa en la cátedra sagrada”894. 894 La lengua poética de Góngora, cit., p. 119. En esta página y en la siguiente continúa diciendo: “De este modo, cuando la lengua literaria del siglo XVIII cambia el gusto, el milagro está ya hecho: la lengua vulgar ha sufrido las infiltraciones del torrente erudito, y las palabras que escandalizaban a un Quevedo, han adquirido ya carta innegable de ciudadanía castellana. Así, Góngora actúa como un intermediario que colabora en la salvación del olvido de una buena parte del caudal culto del léxico del Renacimiento; él lo entrega a sus discípulos y admiradores, éstos lo popularizan, el vulgo lo acepta. Y por este procedimiento indirecto el Diccionario de la Lengua española, aun el más académico, debe no pequeña parte de su esplendor, no pequeño número de sus páginas, al antes proscrito poeta de las Soledades”. MENU SALIR 601 No obstante, ni siquiera en lo lexicográfico Callecerrada es un imitador indiscriminado de D. Luis. El distanciamiento estético que establece respecto de él en su teoría poética lo demuestra en la práctica en este campo. Influencia de Góngora sí, pero con restricciones y “olvidos” imposibles de ignorar. Pensemos que un examen riguroso del léxico del Endimión delata la ausencia de palabras fundamentales en la creación poética del genial cordobés. Al seguir los catálogos léxicos gongorinos – o de palabras “afectadas” (‘culteranas’)– recogidos por Dámaso Alonso a los que ya nos hemos referido, echamos en falta un cúmulo de vocablos importantísimo por su calidad y cantidad. Además, tampoco podemos olvidar que algunos de esos vocablos fueron también usados por Lope y sus discípulos, lo que nos llevaría a pensar que en estos pocos casos Marcelo Díaz sigue a su maestro, y no al autor del Polifemo. Pero, pensado detenidamente el problema, comprendemos que Lope sufrió también, no siempre a su pesar, la influencia de D. Luis. Por eso, incluso este reducido grupo de vocablos ha de considerarse de estirpe gongorina. Lo de menos es que llegaran al Endimión directamente desde Góngora, o indirectamente tras burlar el tamiz de Lope de Vega o de sus discípulos. Dígase lo mismo de los cultismos gongorinos que se documentan (cf., v.gr. J.L. Herrero Ingelmo) en la época renacentista, y que Góngora asimila, usa sistemáticamente y, a la postre, hace suyos. Así, en Callecerrada –que sigue en esto, como decimos, el ejemplo de Góngora, y, en menor grado, el de Lope, Quevedo y otros poetas MENU SALIR 602 barrocos– el cultismo es un rasgo estilístico de primera importancia, puesto que contribuye de forma clara a la formación de una lengua poética distinta de la prosaica. Estos cultismos aparecen en el Endimión con toda su riqueza de formas y matices, y con una prodigalidad típica de un poeta epigonal que admira el recurso genialmente empleado por sus maestros. De esta forma, siguiendo a éstos, Marcelo Díaz se sirve de cultismos léxicos –y morfosintácticos– tomados unas veces de acuñaciones ajenas, y creándolos otras por iniciativa propia895. Pero junto a ellos utiliza también, atendiendo a esos mismos procedimientos de búsqueda, el cultismo semántico o de acepción, que iniciado ya en el Renacimiento – recordemos a Garcilaso, Fray Luis de León, Herrera, etc.– alcanza una importancia excepcional en el siglo XVII, sobre todo en Góngora y sus poemas mayores. Como vemos, también el análisis de este tipo de vocablos usados por Callecerrada confirma que el madrileño no es un poeta que excluye sistemáticamente el gongorismo, sino un vate cultista con innegables influjos de Góngora, aunque parece que conscientemente quisiera huir de su imponente e irresistible influencia. Por ello, creemos ahora necesario realizar una observación detenida de algunos cultismos representativos que utiliza Marcelo Díaz en su 895 Interesa que recordemos la diferencia existente entre cultismo léxico y semántico: “Mientras el cultismo léxico, trasplantador de palabras grecolatinas, ostenta el brillo y musicalidad de significantes no habituales, el cultismo semántico opera calladamente, sólo sobre los significados, como penetración interior de bien asimilados recuerdos clásicos”, R. Lapesa, “El cultismo semántico”, en Poetas y prosistas de ayer y de hoy. Veinte estudios..., cit., p. 109. J.L. Herrero Ingelmo afirma que “el cultismo semántico consiste en el uso de una palabra con un significado diferente al habitual, y que tiene en la lengua que efectúa el préstamo [...]. Los cultismos semánticos, sobre todo, potencian la función poética y casi crean una función metalingüística o metaliteraria, que supone un estar presente en el acto de comunicación poética de unos referentes lingüísticos y literarios clásicos concretos”, op. cit., p. 37. MENU SALIR 603 obra. De esta forma, en el mismo comienzo del poema, vv. I, 1-2, aparece: “La cipria diosa, en la mitad del día, al tronco de un aliso recostada” La preposición “a” que inicia el verso 2 –en contracción con el artículo “el”– significa lo mismo que en latín ad + acusativo: ‘junto a’, ‘en’, ‘sobre’, etc. Por tratarse de un sirrema, y no de un vocablo aislado, estamos, por lo demás, ante un cultismo semántico de naturaleza sintáctica. Por otro lado, en el verso I, 41-42, leemos: “Instantes son a tus velozes viras las distancias, Amor, e inmensidades”. “Instantes”: ‘presentes’, ‘inmediatas’. Cultismo semántico, del latín instans. Interesa asimismo que expliquemos que las “viras” son las ‘flechas’: “Vira: cierto género de saeta que se tira con la ballesta, más larga y más delgada que el virote, y proverbialmente solemos dezir: Ir uno más derecho que una vira”.896 Unos versos después, en I, 55-56, encontramos: “tú, domador de essentos señoríos, 896 S. de Covarrubias, Tesoro, cit., s.v. MENU SALIR 604 sujetas absolutos albedríos”. “Absolutos”: ‘liberados’, ‘desligados’, ‘no sujetos a nada ni a nadie’ (cultismo semántico). También podemos destacar el uso que hace aquí nuestro poeta de “essentos”, como en tantas otras ocasiones, para referirse a los que están libres de amor –desamorados–, es decir, ‘quienes se sustraen o exceptúan’ de la común ley de amar. Además, en I, 73 escribe Callecerrada: “Cuidaba el niño ciego que assistía...” “Cuidaba”: ‘pensaba’, de cogitare (cultismo semántico). Muy interesante resulta, asimismo, que comentemos los versos I, 105-107: “¿Eras clavel divino por la tarde, cuyo patente espíritu en el viento purpúreo con empíreas llamas arde?” “Purpúreo”: ‘bello’. “Comúnmente –dice Fernando de Herrera– usan los poetas deste vocablo purpúreo por ‘hermoso’, que es como interpreta Filandro, en el 7 de Vitruvio, que tenga natural hermosura i color sincero. Assí dize Virgilio, en el 1 de la obra perfetíssima897: purpúrea lumbre de juventud, por la hermosura de púrpura; que assí 897 La cita se halla exactamente en En, 1, 594-595: [...] lumenque juventae / purpureum [...]. MENU SALIR 605 declaran los poetas latinos αγλαόν; i Horacio, en el 4 de sus Canciones, purpúreos cisnes, por elegantes i espléndidos [...] Y Albinovano dize en su elegía purpúrea nieve, por espléndida [...]”898. Coincide con ello D. José Pellicer de Salas y Tobar: “Llamaron a la púrpura purus ignis porque el fuego lo purifica y hermosea todo. A esto aludió Horacio cuando llamó purpúreo al cisne –purpureis ales oloribus–899, lugar que adulteró Lambino, no dándose por entendido de su elegancia, alterando el purpureis en marmoreis, sin advertir que purpureus significa pulcer. Columela lo declara bien: frondes purpurat auro. ¿Quién vio el oro purpúreo? Fuerça es que signifique hermosura”900. En cuanto a Lambino, he comprobado que aceptó las razones aquí expuestas; así, comentando el citado verso de Horacio, dice, desechando su anterior propuesta de sustituir purpureis por marmoreis: Nunc autem retrorsum vela dare, atque iterare cursus cogor relictos, ut ait noster Horat[ius]. Movet me, primum omium librorum manuscript[orum] consensus...901 En otras ocasiones vuelve a usar Callecerrada esta palabra, así, por ejemplo, en I, 185-186: “Que los purpúreos labios el aliento movía apresurado y vehemente”. “Purpúreos”: tiene en este verso el significado de ‘rojos’, aunque al fondo está también el sentido de ‘bellos’, ‘hermosos’. 898 Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones..., ed. de A. Gallego Morell , cit., pp. 429-430. Od., IV, 1, 10. 900 El Fénix y su historia natural..., Madrid, Impr. del Reino, MDCXXX, fols. 30v-31r. 899 MENU SALIR 606 Más adelante, en I, 179-180, aparece: “el liviano cendal que sobre el pecho pesadumbres olímpicas cargaba”. “Pesadumbres olímpicas”: ‘cargas dignas de los dioses del Olimpo’, ‘divinas cargas’. “Pesadumbre” es un cultismo semántico que, además, juega con la palabra “cargaba”902. Conviene añadir que “pesadumbre” es un vocablo polisémico, que aquí tiene también el sentido de ‘angustias’, ‘pesares’. Otro cultismo semántico se halla en I, 230: “al Sol entre sus lumbres haré ciego”. “Ciego”: aquí, ‘sin luz’, ‘oscuro’, del latín caecus. Un nuevo caso aparece en I, 267-268: “que, olvidada de ti misma, padeces naufragios de gloriosas tempestades”. “Padeces ... tempestades”: ‘naufragas en tempestades de fanfarronería’. “Gloriosas” (v. 268): entiendo el adjetivo como cultismo 901 Q. Horatius Flaccus, sex abhinc annos ex fide atque auctoritate complurium librorum manu scriptorum, opera Dionys[ii] Lambini Monstroliensis emendatus..., Lutetiae, I. Macaeus, MDLXVII, p. 222b. 902 La palabra “pesadumbre” en el sentido de ‘carga’ aparece en la Égloga III de Garcilaso, 27, 3-4; también Góngora la utilizó varias veces en este sentido: véase para ello B. Alemany y Selfa, Vocabulario de las obras de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Real Academia Española, 1930, s.v., pp. 753b-754a. MENU SALIR 607 semántico (gloriosus, ‘fanfarrón’; recuérdese el Miles gloriosus de Plauto). También interesa destacar el verso I, 279-280: “ni el que te enegreció color profano en la oficina obscura de Vulcano”. “Profano”: ‘siniestro’, ‘de mal agüero’. Es cultismo semántico, del latín profanus en una de sus acepciones. Se refiere, en efecto, al color negro. Un cultismo semántico al que recurre en varias ocasiones Callecerrada es el que leemos en I, 355: “llévete al aire líquido y liviano”. “Líquido”: ‘claro’, ‘límpido’, del latín liquidus. Además, debemos destacar “llévete”, en que el pronombre “te” funciona como dativo ético (‘quítete’, ‘arrebátete’). De nuevo en I, 491-492 aparece: “y que las llamas líquidas congela tu cadena de yelos poderosa”. “Que las ... poderosa”: es decir, ‘que tu desamor acaba con los amores más ardientes’. “Líquidas” es aquí también cultismo semántico, MENU SALIR 608 por lo tanto, con el significado de ‘claras’, ‘límpidas’, como el latín liquidae. Otra vez, en I, 742, se recurre a este vocablo: “aves resuelve líquidas volantes”. “Aves ... volantes”: ‘abate aves que vuelan ágiles’. “Líquidas”: ‘ligeras’, ‘raudas’ es otra acepción del latín liquidus. Estamos nuevamente ante un cultismo de acepción. Por otro lado, en I, 467-468 escribe Marcelo Díaz: “miró en la selvas el desnudo traje a tan preciada virgen indecente”. “Indecente” es un vocablo que encierra los matices de ‘impúdico’, ‘inmoral’, y, por cultismo semántico, de ‘inconveniente, ‘poco apropiado’, como en latín indecens. Algo después, en I, 475-476, encontramos: “y a Diana en solívagos lugares halló con rudas fieras ocupada”. “Solívagos”: cultismo de corte gongorino, aunque de hecho no lo use Góngora; etimológicamente significa ‘parajes solitarios’, ‘yermos MENU SALIR 609 que nadie transita’. El verso 476, como se ve, se refiere a Diana en su faceta de cazadora. Además, si nos fijamos en I, 499-500: “y de celestes y terrestres deas ajuste el traje justa diferencia”. “y ... deas”: ‘y entre diosas celestiales y terrenales...’. “Dea”: ‘diosa’, es cultismo –latín dea– del gusto de Callecerrada, como se puede ver también en los versos II, 291 y II, 369. Por otra parte, en I, 561-562, hallamos: “Mercurio soy, del dios más excelente primogénita luz, hijo heredero”. “Primogénita luz”: ‘primera vida engendrada’ (‘primogénito’). Cultismo semántico: Non raro –observa B. Fabri– lux et vitam notat. Virgilius, IV Aeneid. v. 31: [...] o luce magis dilecta sorori?”903. Otro vocablo interesante aparece en I, 563-564: “que de los rayos el imperio ardiente vibra tonante con ruido fiero”. 903 Thesaurus eruditionis scholasticae..., Lipsiae, sumpt. J.F. Gleditsch, MDCXCII, s.v. Lux, 2ª. ac. MENU SALIR 610 “Vibra”: cultismo semántico, del latín vibrare, con el sentido de ‘disparar’ o ‘blandir’. También en II, 267-268 se usa este cultismo: “Diana pareció, que de su yelo oros vibraba y llamas luminosas”. “Oros vibraba”: ‘despedía dorados rayos’; “por extensión, vale arrojar con ímpetu y violencia alguna cosa, especialmente las que en su movimiento hacen algunas vibraciones. Lat[tín] Vibrare”904. Interesa asimismo observar los versos I, 569-570: “A mi lengua inmortal pagan tributos los abismos, el orbe, el firmamento”. “A ... firmamento”: ‘todo lo creado es deudor de mi lengua’. El triple cultismo semántico establece una gradación ascendente: los infiernos (“los abismos”), la tierra (“el orbe”) y el cielo (“el firmamento”). Por otra parte, en I, 577-578: “Estas vozes que dio, la diosa helada pienso yo que fingió que no entendía”. MENU SALIR 611 “Vozes” es aquí cultismo semántico, como el latín voces: ‘palabras’: ‘estas palabras que dijo...905” Otro ejemplo que merece ser comentado está en I, 585-587: “Que el adorno primero rutilante que a mi talle pensabas competente le traçabas impróvido en menguante”. “Impróvido”: cultismo definido en Autoridades como “descuidado y falto de prevención”906. Tiene las mismas acepciones que el latín improvidus. Un nuevo ejemplo del uso de los cultismos en el Endimión está en I, 603-604: “con los talares férvidos el viento partió sutil y dividió delgado”. “Férvidos” es cultismo semántico, de fervidus, ‘impetuosos’, ‘irrefrenables’. Además, en I, 753-756: “Era de ver la Luna enamorada, 904 Autoridades, cit., s.v., 2ª. ac. Aquí se da el siguiente ejemplo de P. Calderón de la Barca: “De Júpiter y de Marte, / armas que entrambos ejerzan / (aquél en rayos que vibra / y éste en puntas que ensangrienta)”, La fiera, el rayo y la piedra [1664], ed. de A. Egido, Madrid, Cátedra, 1989, p. 178. 905 Aunque entonces, y, mucho más, modernamente, “voz” significa como término semi-técnico ‘vocablo’, ‘palabra’. 906 Loc. cit., s.v. MENU SALIR 612 resuelta toda en llanto y en gemido, cual si fuera mil tiempos enseñada en la amorosa escuela de Cupido”. “Tiempos” (v. 755): ‘años’, ‘siglos’. Cultismo semántico, del latín tempus. “Tiempo: se toma también por largo espacio de él. Lat. tempus”907. Con lo dicho creemos haber dado suficiente cuenta del uso que hace Marcelo Díaz de los cultismos semánticos en su poema mitológico. Así, a través de este repaso a algunas formas cultas interesantes del Canto I, hemos querido ofrecer una visión general que nos permita comprender la gran importancia que tienen estos vocablos en el Endimión, además de la erudición que demuestra nuestro poeta al utilizarlos constantemente con la maestría observada. Por otra parte, es importante que destaquemos en este apartado del léxico que existen algunas palabras que se convierten en peculiaridades propias de esta fábula, dada su reiteración o su uso especial. De esta forma, una de las expresiones más típicas del Endimión de Callecerrada es la que tiene por núcleo el vocablo “causa”. Éste, extrañamente, significa, en sentido muy general, persona que se relaciona de alguna forma con el amor, ya sea porque lo causa, ya porque lo recibe, ya corresponda a él, ya sea indiferente a sus reclamos, ya lo rechace, ya se trate de un erotismo sensual o sexual, ya de un amor materno, conyugal o fraternal, ya de una amistad, etc. 907 Autoridades, cit., s.v., 12ª ac. MENU SALIR 613 Tal vez la explicación de un uso tan anómalo de la palabra “causa” se deba a que en principio el poeta considera a la persona amable –es decir capaz de enamorar o digna de amor– como motivo inmediato de la puesta en marcha de un mecanismo amoroso que puede tener éxito o no tenerlo. Creo que hay expresiones que confirman mi propuesta. Por ejemplo, cuando en I, 759-760 la Luna declara que está dispuesta a dejar a Endimión si éste, como causa eficiente de su amor, manifestara ese deseo, el poeta lo expresa con estas reveladoras palabras: “[Diana] dexara de querer si lo quisiera de su querer la causa verdadera”. Es evidente que en este pasaje la palabra “causa” tiene el sentido de desencadenante de la pasión de la Luna. Ahora bien, como era de esperar, Callecerrada no se ha inventado esa acepción de la palabra “causa”. En efecto, si Alonso de Palencia, en su Universal Vocabulario (1490) no se hace eco de ella, sí la recoge Nebrija en su Diccionario Latino-Español (1492), el cual dice explícitamente: “Causa, ae: Hisp, ‘por amor’. Ut causa mea: ‘por amor de mí’”. S. de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua castellana (1611) dice en latín que, según algunos, la palabra “causa” viene del griego χαυσις, que significa ‘ardor’ o ‘incendio’. No es imposible que, teniendo en cuenta la relación que establecen los poetas entre “fuego” y “amor”, esta etimología haya llevado también a Callecerrada al curioso uso que hace de la palabra “causa”. MENU SALIR 614 Sin embargo, teniendo en cuenta el testimonio de Nebrija, parece bastante claro que la acepción erótica que Marcelo Díaz da sistemáticamente a la palabra “causa” procede de un cultismo semántico, pues dicho vocablo recibe esa acepción en algún otro diccionario latino. De los antiguos, no lo recogen ni A. Calepino ni B. Fabri ni P. de Salas. Pero sí lo hacen algunos modernos, como el Valbuena reformado o el Raimundo de Miguel, ya en el siglo XIX, donde, citando a Cicerón se traduce la locución adverbial causa mea con el sentido de ‘por amor de mí’, lo que tiene una relación, aunque sea remota, con la acepción que exploramos. Llamar “causa” a la persona amada se da también en Fernando de Herrera (1582, elegía V, 59): “En árboles y peñas esculpido, / el nombre de la causa de mi pena / onro con mis suspiros y gemido”908. También Fray Luis de León, soneto II, 3-4: “[...] siempre mire atento / la causa de mi gozo y de mi llanto”909. En cualquier caso, el campo semántico de la palabra “causa” en sentido erótico utilizado en el Endimión es amplísimo, y se enriquece con multitud de matices que un estudio monográfico podría precisar. A veces, el sentido de la palabra linda con otros más usuales, resultando dudoso el grado de impregnación amorosa que recibe el vocablo en estas ocasiones910. 908 Poesía castellana original completa, ed. C. Cuevas, cit., p. 424. Poesías completas, ed. de C. Cuevas, cit., p. 345. 910 En cuanto a los valores polisémicos de las palabras, opina Mª.J. Mancho: “Este dominio se va a manifestar de diferentes modos. En primer lugar, por el aprovechamiento consciente de la polisemia de muchos vocablos, con el fin de obtener una ambigüedad sémica deliberada, que impregna de diferentes connotaciones el texto, enriqueciéndolo semánticamente al sugerir al lector dos o más interpretaciones simultáneas. Por ejemplo, se puede apreciar en las obras sanjuanistas una marcada predilección por el término subido”, op. cit., pp. 39-40. 909 MENU SALIR 615 En algunas otras, excepcionalmente, la palabra “causa” parece significar ‘persona’ en general. Así, en II, 477, se habla de “causas consonantes” en el sentido de ‘personas de cualidades parecidas’. Claro que también podría significar esa expresión, aunque sea en sentido oblicuo, ‘personas que consuenan en sus afectos’, es decir, ‘que se aman recíprocamente’. Pero el contexto parece dejar claro que la interpretación correcta es la primera. Leámoslo (versos II, 477-478): “¿quién no confiessa en causas consonantes del amoroso efecto la esperança?” Para probar todo lo dicho, damos a continuación una serie de muestras contextualizadas que creemos interesante, añadiendo la cita precisa de otros lugares en que aparece la palaba reiterando el sentido que encontramos en los textos citados: • “El gusto de su causa contemplaba” (I, 10). Causa: ‘persona amada’. • “Tu causa amada son y aborrecida” (I, 47). El poeta habla con el amor y le dice cómo puede amar u odiar a los vivientes. • “Su bella causa hermosa” (I, 91). Callecerrada presenta a Cupido contemplando a su madre dormida. • “De su dormida causa el rey Cupido” (I, 194). Se refiere a Venus, madre de Cupido. MENU SALIR 616 • “La causa de su amor querida” (I, 390). Habla de Cupido, que ha enamorado a la Luna. • “Causa de Mercurio amable” (I, 595). ‘Amable objeto de amor de Mercurio’, que está hablando de sí mismo a la Luna en tercera persona. • “El nombre doro / en el amante de su causa amada” (I, 666). ‘De su amor’, ‘del objeto de su amor’: Cupido habla en general de que sus flechas de oro enamoran a aquellos a quienes se las clava. • “Assí en pos de la causa pretendida / el apetito ciego se abalança” (I, 713-714). El poeta habla en general de la persona pretendida por un amante que aún no ha recibido respuesta de sus pretensiones amorosas. • “Dexara de querer si lo quisiera / de su querer la causa verdadera” (I, 759-760). La Luna está dispuesta a dejar a Endimión si éste –causa verdadera de su amor– manifestara ese deseo. El uso de la palabra “causa”, con los diversos significados recogidos en este muestrario, lo encontramos a cada paso; añádanse a los aquí recogidos los siguientes: I, 769: “La causa, por quien dulce padecía”; I, 773: “Cierto fue que otra causa no amaría”; II, 17-18: “aquel desprecio firme con que olvida / el amado la causa enamorada”; II, 20: “la causa amante muere despreciada” (II, 20); II, 62: “digna causa Endimión y digno hado”; II, 237: “amando, del amor la causa ardiente”; II, 251: “ni amiga causa dore ni enemiga”; II, 337: “¿Quién eres, dulce causa?”; II, 388: “cerca de mi MENU SALIR 617 divina causa amable”; II, 436: “la ocasión, y la causa de su estrella”; II, 473: “Sea causa fatal a dos amantes”; II, 485: “Causas de amor dixera yo mayores”; II, 493: “La causa helada en viva llama ardía”; II, 502: “causas dispuso con la fuente undosa”; II, 508: “y unido efeto en causa diferente”; II, 627: “¿Qué causa, dulce ingrato, de mis ojos...”; III, 210: “¡oh causa del amante venturosa!”; III, 469-470: “¿si de falible amor causa falida, / si, de infalible, causa firme alcança?”; III, 530: “su más ingrata causa más amasse”; III, 589: “No de mi bella causa poderosa”; III, 674: “nombre la causa hermosa que me alienta”. Por otra parte, en un poema amoroso como es el Endimión, en el que todos los matices de la pasión erótica están presentes –atracción, indiferencia, repulsión, olvido, celos, recelos, malentendidos, añagazas, eufemismos, ironías, etc.–, las palabras que hacen referencia a ese complejísimo sentimiento constituyen el núcleo fundamental de su vocabulario. Analizar los diversos signos lingüísticos que expresan tan numerosas y complejas vivencias podría dar materia por sí mismos a una tesis doctoral. En la nuestra, que como hemos repetido varias veces intenta ser un análisis y una exégesis que clarifique globalmente este epilio y los principales problemas que plantea esa exhaustividad, resulta imposible. Creo, sin embargo, que para entender lo esencial del tema nos bastará, por paradójico que parezca, con investigar brevemente dos vocablos que, aunque aparentemente muy distantes, tienen una estrecha relación en la tradición filográfica occidental: “amante” y “diamante”. MENU SALIR 618 La primera de estas palabras nos presenta a los personajes de la fábula como ejercientes activos de su officium fundamental. Por eso aparece en ella con la frecuencia que era de esperar y encarnando los matices más variados. Así –y sólo pretendo hacer lo que L. Spitzer llamó “enumeración caótica”–, además de significar genéricamente ‘personaje que se mueve en un momento determinado impulsado por el amor’, aparece matizado por estas expresiones: “perdido amante” (I, 3); “deidad amante” (I, 22); “eterna amante” (I, 5 39); “causa amante” (II, 20); “pastor amante” (II, 158); “amante perezoso” (II, 432); “a todo amante” (II, 439); “amante compañía” (II, 504); “estrella amante” (II, 663); “amante descuidado” (II, 789); “amante estío” (III, 415), etc., etc. Repasando el catálogo completo de pasajes en que está presente este vocablo, entendemos el obsesivo clima erótico en que se mueve el poema. Hasta el punto de que no hay anécdota, digresión, epifonema, reflexión, rasgo de humor ni ningún otro elemento que no se relacione directa o indirectamente con el sentimiento amoroso. Como el pastor sanjuanista de Cántico espiritual A, copla 19, vv. 3-5, cada uno de los protagonistas de la fábula –excepto, curiosamente, Cupido– puede decir: “Ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”. Pero junto al vocablo “amante”, Marcelo Díaz coloca con frecuencia el de “diamante”. Esa asociación es lógica, pues el diamante, como el amor del amante, es espléndido, duro, rico en brillos, deseable, frío –para aquellos que no pueden alcanzarlo–, ornamental, suntuoso, etc. El diamante es la joya por excelencia de los amantes porque MENU SALIR 619 simboliza como ninguna otra las cualidades que éste atribuye al objeto de su amor. En el Endimión aparece referido a la persona que ama, a la amada, a su actitud ante el amor, a la flecha enamoradora de Cupido o a otros aspectos de la pasión erótica. Recordemos unos pocos ejemplos, entresacados de la lista de que disponemos: “flecha [...] / de diamante” (I, 17-18); “vellón vuelto diamante” (II, 88); “guarneces con diamante” (II, 154); “[escribes en mi corazón] con un diamante” (II, 362); “rudeza de diamante” (II, 523), etc. De la consciencia con que Marcelo Díaz considera enlazados, con ligaduras fónicas y semánticas, los vocablos “amante” / “diamante” es prueba definitiva el que los asocie en repetidas ocasiones a través de la rima. Esto hace que, subliminalmente, y casi sin percibirlo con claridad el lector, se nos ofrezca una especie de cliché literario de estructura vertical que se formula nítidamente con expresión “amante diamante”. En cualquier caso, no podemos extrañar el papel central del cliché antes mencionado en la poesía amorosa española del Siglo de Oro, y más concretamente en el Endimión de Callecerrada. La alianza de esos dos conceptos ha sido sellada por una larga tradición literaria que, arrancando de la Biblia y continuando por los clásicos greco-latinos, la literatura medieval y la del Siglo de Oro español, llega a nuestros días, de manera que el diamante es la piedra que embellece tradicionalmente el anillo de las desposadas. Regresando a nuestro Siglo de Oro recordemos que en 1598 advertía G. de Morales en su tratado De las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas que “puesta esta piedra cautamente debaxo de la cabeza de la muger estando MENU SALIR 620 dormida, si fuere casta y leal a su marido, se abrazará dél, y si no, se desviará y huyrá [...]; llámase, [en fin] piedra de reconciliar amistades, porque dizen aplacar las iras y ser medianera entre las discordias”911. De la universalidad con que la cultura occidental en todos sus estamentos ha establecido un estrecho vínculo entre el amante y el diamante es prueba el que C. de Medici pusiera esa piedra en la divisa de su familia para simbolizar el amor, tanto humano como divino, apoyándose en una etimología popular que revela la aceptación del símbolo por la aristocracia lo mismo que por el pueblo: “Diamante, viene de di-amante, que significa amante doblado, enamorado dos veces, unido a su amor por una doble cadena de amor”912. Así, la lista exacta de lugares en que aparecen estos vocablos es la siguiente: - “Su perdido amante”: Cupido (I, 3). - “Flecha / [...] de diamante”: la de Cupido (I, 17-18). - “La deidad amante”: Venus (I, 22). - “Los dioses [...] amantes” (I, 240). - “Amor allí con tu diamante clava”: ordena Venus a Cupido (I, 389). - “Olvido eterno de su eterna amante”: Venus a Cupido sobre Endimión (I, 392). - “Amantes caricias [...]” (I, 539). 911 Ed. Madrid, Editora Nacional, 1977, p. 282. Cf. sobre esto J. Chevalier / A. Gheerbrant, Diccionario de los símbolos [1969], Barcelona, Herder, 1986, 416b, s.v. “Diamante”. 912 MENU SALIR 621 - “Resuelta, amante, en líquidos amores”: la despreciada Luna (I, 544). - “En el amante [...]”: referido a la Luna (I, 666). - “Con verde pluma y punta de diamante”: la flecha de Cupido (I, 672). - “[...] rindiesses los amantes” (I, 738). - “¡Qué amante [... la diosa] andaba!”: la Luna (I, 772). - “La causa amante muere [...]” (II, 20). - “Entonces el vellón vuelto diamante”: el pellico de Endimión (II, 88). - “O guarneces con bronce o con diamante”: Plutón a las corazas que forja” (II, 154). - “[...] y de un pastor amante”: Proserpina = Luna (II, 158). - “El arco de oro y flecha de diamante”: de Cupido (II, 192). - “[...] ¡Oh amante reina! [...]”: Venus (II, 209). - “En lo más inmortal con un diamante”: la Luna tiene escrito en su corazón el nombre de Endimión (II, 362). - “Mi pecho, de Endimión solo es amante”: lo dice la Luna (II, 364). Como vemos, en II, 362 y 364 se asocian, por la rima, respectivamente “diamante / amante”. - “Encubran tus amantes [...]”: la Luna a la Noche (II, 375). - “Que renueva el amante al otro amante” (II, 396). - “[...] amante perezoso” (II, 432). - “[...] a todo amante assombra” (II, 439). - “[...] Endimión, amante [...]” (II, 443). MENU SALIR 622 - “Sea causa fatal a dos amantes” (II, 473). - “Era parto de amante compañía” (II, 504). - “[...] y de su amante” (II, 521). - “[...] rudeza de diamante” (II, 523). De nuevo, en II, 521 y 523 se asocian, por la rima, respectivamente “diamante / amante”. - “Con el amante hablar desentendido” (II, 552). - “Vuelto de frío yelo estrella amante”: la Luna a Endimión (II, 663). - “[...] ya amante seas”: Endimión (II, 681). - “O amante tu passíón aborrecida”: habla la Luna de Endimión (II, 694). - “[...] amante descuidado”: Endimión (II, 789). - “Cristal de roca a punta de diamante”: expresión que hace referencia a que durante el sueño se dice la verdad (III, 104). - “Conceda a los amantes el engaño”: el sueño (III, 200) - “[...] al amante”: en general (III, 209). - “[...] con diamante” (III, 211). En III, 209 y 211 se asocian, por la rima, respectivamente, “amante / diamante”. - “[...] entre dos amantes [...]” (II, 279). - “[...] en los amantes [...]” (III, 384). - “[...] y amante estío” (III, 415). Existen otras muchas palabras que, o bien por su recurrencia o por su uso especial, merecen ser destacadas en este análisis del léxico del MENU SALIR 623 Endimión. Una de ellas es la voz “cuidado”, de tan larga tradición literaria. Así, en I, 502-504, leemos: “admitan cuidadosa competencia, y tú, vestida, por los verdes prados, persigas caçadora sus cuidados”. “Cuidadosa competencia” (268): ‘rivalidades de amores’, pues el amor es el cuidado por antonomasia. “Cuidadosa”, por otra parte, forma paronomasia con los “cuidados” del verso 504. En este segundo caso tiene el significado de ‘las fieras que inquietan a las pastoras’, pues al preocuparles, son también en otro sentido objeto de “cuidados”; menos probable, aunque también posible, sería: ‘a los pastores de quienes se enamoran las pastoras’. Además, en II, 43-44: “un pastorcillo en Latmio, un joven tierno, libre de pena y libre de cuidados”. “Un ... cuidados”: imagen del pastor joven y desamorado, uno de los estereotipos de la literatura eglógica; la expresión, por lo demás, de larga estirpe poética, establece un vínculo entre el amor y los cuidados: todo enamorado ha de afrontar tristezas y desabrimientos. La importancia que tiene el término “cuidado” en nuestro poema se nota al leer los versos II, 745-750: MENU SALIR 624 “Que veles de la tarde hasta el aurora, si velas sin amores, descuidado, espuesto yaze a boca tragadora, en medio de la noche, tu ganado; cuidado sin amor no tiene hora, ni sin zelos hay punto descuidado”. “Si ... descuidado”: ‘aunque vigiles sin preocupaciones amorosas’. “Cuidado ... hora”: ‘sin amor, nunca se ejerce vigilancia’. “Ni ... descuidado”: ‘ni sin celos hay cosa que no interese’. Este último verso es oscuro; tal vez el sentido sea que el no celoso desparrama su atención en tantas cosas que no puede concentrarse en guardar el ganado. No siempre los vocablos “cuidados” o “descuidados” se usan en relación con el sentimiento amoroso. Así, en I, 167-168: “Zéfiro que revela a enamorados voluntarios despojos descuidados”. “Voluntarios ... descuidados”: ‘partes de su cuerpo no recatadas por descuido más o menos culpable’ (cf. estrofa 22). Es posible que, de acuerdo con la estética barroca –de Góngora, por ejemplo, estudiado por Dámaso Alonso– haya aquí un rasgo de humor oculto; “despojo”, en efecto, según el Diccionario de Autoridades significa “los alones, pescuezo, higadilla, molleja y menudillos de la gallina, pavo u otra ave MENU SALIR 625 muerta” (recuérdese la equivalencia literaria entre “muerto” y “dormido”); “también el vientre, assadura, cabeza y manos de las reses que se matan en las carnicerías”913. El poeta daría a entender, pues, chuscamente, que el sueño descuidado de Venus dejaba ver partes íntimas de su cuerpo apenas difuminadas por ese cendal-sagrario (vv. I, 165-166. Otro vocablo que se convierte en característico del estilo de Callecerrada es el del verbo “dorar”. Uno de los lugares en que aparece es en I, 117: “¿Eras del Sol el resplandor que dora?” “Dora” adquiere aquí el sentido poético de ‘ilumina’, aunque también, como veremos, adquiera la acepción de ‘adorna’, es decir, ‘ilumina bellamente’914. Parecido sentido que el anterior notamos sólo unos versos después, en I, 121-122: “Eras la fruta reina, cuyos granos son, con dorada unión, rubís ardientes?” Su significado es claro: ‘¿Eras la reina de las reina de las frutas, cuyos granos son, con hermosa juntura ardientes rubíes?’. 913 Loc. cit., s.v., accs. 5 y 6. Todo ello procede de Góngora; recuérdense, por ejemplo, los vv. 5-6 del soneto “A Córdoba” (1585): “¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, / que privilegia el cielo y dora el día!” El fenómeno no es infrecuente en otros pasajes de la poesía de don Luis. 914 MENU SALIR 626 También nos interesa detenernos en I, 435-439: “¿dize con Febo, cuando el orbe dora benévolo, benigno y sossegado? Mal de Sol semejanças atesora la escaseça del malintencionado: que liberal el Sol lo alumbra todo”. “Dora” (verso 435) significa ‘alumbra’, como en el verso 439, aunque también ‘adorna’. Nuevamente, en I, 633-635: “Que a la diosa que texe sus trançados con dorados suspiros amorosos abrasarán desdenes mal mirados”. “Dorados” (verso 634): ‘hermosos’. Además, en I, 665-666: “–Con este pinzel –dize– el nombre doro en el amante de su causa amada”. “Doro”: ‘escribo artística y bellamente’. Otra palabra que adquiere un sentido peculiar en Callecerrada es “anhelar”, como leemos en I, 618-620: MENU SALIR 627 “ruégote que tu azero el passo acorte, antes que vital aire el braço airado de una cierva, que sigue, anhela, corte”. ‘[Cupido], te ruego que tu acero corte el paso de esta desamorada cruel, antes que su airado brazo quite la vida a una anhelante cierva a la que persigue’. De este modo, “anhela” lo entendemos como ‘anhelante’. Dado que es un uso típico de Callecerrada, pongamos otros ejemplos. En efecto, en II, 337-340 hallamos escrito: “¿Quién eres dulce causa? ¿Dónde vive, claro Endimión, la lumbre soberana de quien viviente luz, de quien recibe anhelo ardor la lumbre de Diana?” “La ... soberana”: ‘tú’ (Endimión), soberana luz de quien recibe el resplandor de Diana [‘yo’, pues es ella quien habla] luz viva y anhelante ardor’ (vv. 337-340). “Anhelo” (v. 340) funciona como adjetivo: ‘anhelante’, ‘amoroso’, con el sentido de ‘deseante’. El sustantivo ha de ser “ardor”, que se corresponde con el indudable “luz”. Así pues, “anhelo ardor” (v. 340): ‘ardor anhelante’, ‘amor ansioso’. El valor adjetival de “anhelo” deriva del latín anhelus –a –um: ‘jadeante’, ‘angustioso’. MENU SALIR 628 Otro lugar en que aparece esta voz con tal sentido es en III, 673676: “Yo siento, amado dios –tanto merece nombre la causa hermosa que me alienta–, que de mi anhela vida el alma crece si tu anhélito vivo me alimenta”. “Mi anhela vida” (v. 675): ‘mi vida anhelante’. Apréciese el juego que se hace con “que alienta” (v. 674, ‘que me insufla su aliento’) y con “el anhélito vivo” (v. 676). Resulta curioso, además, observar los diferentes significantes con que se llama a un mismo objeto o persona. Así ocurre con la palabra “flecha”, a la que se le llama con esta misma forma en numerosas ocasiones, como en II, 187-188: “Cupido, atento, del pastor miraba el pellico, a sus flechas invencible”. O en I, 701, en que Cupido apostrofa a sus propias flechas: “–Ánimo –dixo Amor–, ¡oh flechas mías!” Pero, en otros lugares, por ejemplo, en I, 617-618, se alude a las flechas con otro término: MENU SALIR 629 “Desta esquiva cruel, ¡oh hijo amado!, ruégote que tu azero el passo acorte”. “Azero”: ‘flecha’. “Acero: comúnmente se toma por las armas”915, y las de Cupido eran el arco y las flechas. “El ... acorte”: no pide Venus que Cupido mate a Diana, sino –como indican la estrofa 79 y ss.– que traspase su pecho con una flecha de oro, generadora de un amor intenso que no sea correspondido por Endimión. En otros lugares del poema se alude a las flechas con el mismo vocablo. Ocurre, por ejemplo, en II, 189-190: “buscaba las defensas, y tentaba los aceros, solícito, invisible”. “Los aceros”, nuevamente, ‘las flechas’. Nótese cómo “solícito” e “invisible” son complementos predicativos de “Cupido” (que aparece en el verso II, 187) y “buscaba” (en II, 189). Más adelante, en I, 625-626, leemos: “Antes que su veloz curso consiga la fiera con su fuerça passadora”. “Su ... passadora”: ‘su potente flecha’, ‘saeta penetrante’. 915 Autoridades, cit., s.v. MENU SALIR 630 Una expresión parecida la vemos al final del Canto I, en el v. 779780: “passaba fieramente atravesado el duro passador firme y derecho”. “Passador”: ‘flecha’. Nuevamente se usa esta forma en II, 91: “el fiero passador quedó temblando”. “Fiero passador”: ‘cruel flecha’. Por otro lado, en I, 657: “En ésta, con la vira más tirana...” “Vira”: ‘flecha’. Al escribir Callecerrada “en ésta” se refiere a la flecha que describen los vv. I, 645-656, aludiéndose concretamente al astil de roble o fresno (v. I, 650) en que graba la inscripción contenida en vv. I, 659-660: “Diana, desvanecida, loca, necia y fría”. La voz “vira” aparece en otros muchos lugares. Es el caso de I, 667668: “Parecía la vira línea de oro: tan derecha corría y tan delgada”. MENU SALIR 631 “La vira”: ‘la flecha’, en este momento del poema ya lanzada hacia su blanco, como lo demuestran los versos I, 667-668. De la misma forma se observa en I, 739-740: “que de tu vira y arco soberano son pesadas tardanças los instantes”. En II, 27 juega nuestro poeta con este vocablo y un nuevo sinónimo: “[...] la vira helada, la saeta fría”. En los dos sintagmas aparece un adjetivo que alude a la frialdad, ya que con esta flecha pretendía Cupido infundir el odio o desamor. Aprovechando el material de que está hecha esta saeta que provoca desamor, se la llama, por metonimia, “plomo”. Veámoslo en II, 89: “Que, asido el plomo en el pellico blando...” De esta forma, comprobamos que Marcelo Díaz se interesa por buscar nuevas formas, por expresar con distintos términos un mismo objeto. Por ello, usa “flecha”, “acero”, “pasador”, “vira”, “saeta”, “plomo”, etc. Una vez más queda patente su voluntad de estilo, su deseo MENU SALIR 632 de producir un texto rico, bello y nuevo, siempre desde el esfuerzo consciente. A este proceso meditado al que creemos que se sometió Callecerrada cuando escribió su poema queda adscrito el que aparezcan una serie de campos semánticos –como es el de la vestimenta, al que nos vamos a referir a continuación– que hacen más creíble y real lo que allí se cuenta. De esta manera, nos introduce sin violencia en ese mundo mágico que es el mitológico. Apoyándose en las palabras referentes a los dioses de la mitología nos hace sentir todo como auténtico. Ocurre así, por ejemplo, cuando don Marcelo, en I, 517-518, alude al “caduceo” que lleva Mercurio, lo que implica, por parte del poeta, el poseer suficiente erudición o, al menos, tener acceso a algunas fuentes que le sirvieran para consultar los rasgos y símbolos esenciales que rodean la mitología y sus dioses: “llega Mercurio, y el candor tocando intacto con el sabio caduceo...” “Caduceo”: a rod entwined at one end by two serpents, in the form of two equal semicircles. It was the atribute of Mercury and the emblem of power, and it had been given him by Apollo in return for the lyre916. Esta vara le servía a Mercurio para componer las discordias, y hacía otros efectos maravillosos –de ahí que Callecerrada llame “sabio” al “caduceo”, lo que no se halla en ninguno de los repertorios de epítetos 916 J. Lempriere, op. cit., s.v. Caduceus. MENU SALIR 633 que he consultado–. Caduceo se llama también a la vara de un embajador917. Sólo un poco después, en I, 521: “Parte el dios, y una clámide divina...” “Clámide”: banda, generalmente de lana, que formaba parte del amictus o de otros vestidos en Grecia. La usaban los adolescentes nobles, los militares y los viajeros. The usual mode of wearing the scarf was to pass one of its shorter sides round the neck, and to fasten it by means of a brooch (fibula), either over the breast [...], or over the right shoulder, so as to cover the arm”918. El D.R.A.E. la define simplemente como una “capa corta y ligera que usaron los griegos, principalmente para montar a caballo, y que después adoptaron los romanos”919. Además, en I, 523: “[...] y con la tuquessada jacerina [...]”. 917 Cf. Gradus ad Parnassum, sive Biblioteca Musarum..., 2 ts., Matriti, J. Ibarra, MDCCLXXIV, s.v. En otros lugares del poema se hace referencia a otros rasgos característicos de Mercurio. Por ejemplo, en I, 473474: “El hijo de Cilene los talares / movió ligero con su fuerça alada”. “Talares”: “sustantivado y usado siempre en plural, significa las alas que fingieron los poetas que tenía el dios Mercurio en los talones, para denotar su ligereza y velocidad en las diligencias de su ministerio de embaxador de Júpiter”, Autoridades, cit., s.v. “Talares”. 918 W. Smith, A smaller Dictionary of Greek and Roman Antiquities, London, J. Murray, 18749, s.v. “Chlamys”. 919 Loc. cit., s.v. MENU SALIR 634 “Turquessada jacerina”: cota de malla de acero color turquesa; “las más finas son las que antiguamente se labraban en Argel, y por esto se llamaron jacerinas”920. En I, 96 se dice: “y el passo ocupan los coturnos bellos”. “Coturnos”: calzado en forma de bota que, rodeando la pantorrilla, llegaba a mitad de pierna, e incluso hasta la rodilla; lo usaban los jinetes, los cazadores –por eso aparece en las estatuas de Diana–, y gente de autoridad921. La palabra “coturno” aparece en otros lugares del poema, así en I, 173-174: “passaba del coturno la porfía del aire burlador y del cuidado”. “Passaba del coturno”: es decir, que el viento y los movimientos que en su cuerpo provocaba la pesadilla, permitían ver la pierna, que aparecía desnuda por encima del borde superior del calzado. Nuevamente, en I, 524: “[...] coturno ardiendo en oro reluciente”. 920 Covarrubias, Tesoro, s.v. “Cota”. Autoridades repite esta definición, s.v. “Jacerina”. Según J. Corominas el vocablo es “probablemente adaptación del ár. Gazairí ‘argelino’, derivado de al-Gazair ‘Argel’, de donde parecen haberse traído estas cotas”. Añade que la primera documentación de este vocablo es de 1586, Diccionario crítico etimológico, cit., s.v. MENU SALIR 635 También en I, 178-179 se utiliza un vocablo relacionado con la vestimenta propia de esos dioses mitológicos: “Venus con ambas manos levantaba el liviano cendal que sobre el pecho pesadumbres olímpicas cargaba”. Podríamos destacar otros muchos aspectos del léxico de Callecerrada. Sin embargo, por no alargar demasiado este apartado, ponemos fin aquí al mismo. Una cuestión fundamental en el lenguaje del poema de don Marcelo es el de la paremiología. El refrán, en efecto, enriquece con su añeja sabiduría popular y embellece con su ágil marcha las octavas del discípulo de Lope de Vega. Así, en I, 513, escribe Marcelo Díaz: “Calló la Luna, y concedió callando”. “Concedió callando”: traducción del refrán latino Qui tacet, consentire videtur, adoptado también en castellano: “El que calla, otorga”922. Más adelante, en I, 751-752, aparece: 921 Cf. W. Smith, op. cit., s.v. “Cothurnus”, p. 120a-b. Véase en G. de Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales [1627], Bordeaux, Institut d’Études Ibériques et Ibéro-Américaines de l’Université de Bordeaux, 1967, p. 403a. Obsérvese que el Vocabulario de Correas se publica el mismo año que el Endimión de Callecerrada. 922 MENU SALIR 636 “[...] merecimiento vil: que amor no es paga, si bien con otro amor amor se paga”. “Con ... se paga”: el refrán es viejo en castellano: “Amor, kon amor se paga”, dice literalmente G. Correas923. Un nuevo ejemplo se halla en I, 761-763: “Nevado ser, composición de yelos, ¡oh Luna!, en tu sereno cielo tienes, y año de nieve y yelo, año de bienes”. “Año ... bienes”: “la nieve da fertilidad a los panes y yerbas”, dice J. Pérez de Moya924; de ahí el conocido refrán castellano, que recoge en dos versiones y explica G. Correas: “Año de nieves, año de bienes; [o] Año de nieves, año de mieses: porke se enpapa i sazona la tierra kon las nieves y eladas, i se keman las malas iervas”925. En II, 311-312 encontramos otra acuñación que se halla muy relacionada con los refranes: “gran fundamento a grande amor tenemos, que baxeza y alteza son estremos”. 923 Ib., p. 77a. Tratado, cit., p. 105a. 925 Vocabulario, cit., p. 81a. 924 MENU SALIR 637 “Que ... estremos”: el argumento presupone un refrán popular: “los extremos se tocan”, que ya aparece en los Refranes de F. del Rosal (1560) y en la Filosofía vulgar de J. del Mal Lara (1568)926. Nuevamente, en III, 231-232: “[...] que, por defensas fieles y divinas, son guardas de la rosa sus espinas”. “Son ... espinas”: refrán popular, con multitud de acuñaciones. F. Rodríguez Marín recoge, por ejemplo, la siguiente: “Bien te oliera, rosa, si no fueras espinosa”927. Para finalizar este apartado dedicado al lenguaje del Endimión, creemos conveniente acudir a las palabras de J.Mª. de Cossío. Según él, “lo que estos poemas tenían de culteranos se transparenta bien en Callecerrada. Le aproximaba a su manera un afán por el neologismo que hubiera merecido bien la caricatura de un Góngora, mejor que el poema de Jáuregui. Ya confesaba él al frente del poema: Verás algunas voces de ajena lengua, no fáciles ni muy sabidas, porque nadie abomine extraña fuente, aunque la veas turbia. Para lo cual me tentaron tres eficaces razones: que se ha de dar algo a la opinión contraria, seguida ya de muchos hombres; que se pueden poner con tal templanza colocadas, que no duden ni perviertan a los que las ignoran el sentido; que alguna vez alivia al concebir deseoso el extranjero decir, y el concepto que no cabe en un lenguaje, exprimen fácilmente dos idiomas. En realidad no era 926 Véase L. Martínez Kleiser, Refranero general ideológico español [1953], ed. facsímil, Madrid, Hernando, MCMLXXXII, p. 261b. MENU SALIR 638 distinta la doctrina de Jáuregui, y el uso de neologismos es constante en el poema”928. 2. Adjetivación Destacamos, dentro de nuestro apartado del léxico, el uso de los adjetivos, dada su decisiva importancia. Hasta tal punto es esto así que J.M. Caballero Bonald llega a afirmar, sin duda hiperbólicamente: “P. –¿Qué es la literatura? R. –Es buscar un adjetivo que sea insustituible y que descubra una órbita nueva dentro del sustantivo. Hacer literatura es una cuestión de adjetivos calificativos”929. 927 Ib., p. 645b. Op. cit., p. 393. 929 “Conversaciones de verano” por Esther Alvarado, entrevista en El Mundo, Andalucía, Madrid, martes 19 de agosto de 1997, p. 7. Desde ahora debo advertir que, además de las gramáticas que cito en estas notas, he redactado esta parte de mi tesis teniendo a la vista también las siguientes: V. Salvá, Gramática de la lengua castellana según ahora se habla, Valencia, impr. J. Ferrer de Orga, 1852, pp. 25-47; R. Lenz, La oración y sus partes, Madrid, Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas. Centro de estudios históricos, 1920, pp. 138-205; R.A.E., Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1931, pp. 27-32; A. Bello y R.J. Cuervo, Gramática de la lengua castellana, París, A. Blot, 193624, pp. 11-16; R. Seco, Manual de Gramática española, Madrid, Aguilar, 19583, pp. 23-36; A. Alonso y P. Henríquez Ureña, Gramática castellana, 2 vols., Buenos Aires, Losada, 196724, t. I, pp. 53-59; A. Bello y R.J. Cuervo, Gramática de la lengua castellana. Edición corregida y aumentada con un prólogo y notas de Niceto AlcaláZamora y Torres, Buenos Aires, Sopena Argentina, 19708, pp. 36-41; F. Marcos Marín, Curso de Gramática española, Madrid, Cincel, 1980; J. Alcina y J.M. Blecua, Gramática española, Barcelona, Ariel, 1983; C. González Araña y C. Herrero Aísa, Manual de Gramática española. Gramática de la palabra, de la oración y del texto, Madrid, Castalia, 1997, pp. 39-46; V. Demonte, “El adjetivo: Clases y usos. La posición del adjetivo en el sintagma nominal”, e I. Bosque, “El sintagma adjetival. Modificadores y complementos del 928 MENU SALIR 639 Así, en todas las épocas literarias, poetas y críticos se han preocupado por su presencia en los textos. Pero, indudablemente, en el Barroco, adquiere el adjetivo una preeminencia significativa. Ello se deriva, principalmente, del intenso deseo que sienten sus autores por alcanzar la belleza formal, que les lleva –como ocurre con Callecerrada– hasta el Manierismo. A este respecto, explica G. Sobejano: “Quizá el decorativismo del Barroco deba ser interpretado más exactamente, formulándolo, no como decorativismo, como adición de meros adornos superfluos, sino como adjetivismo. No es que el objeto de arte quede ahogado, en los mejores ejemplos del arte barroco, entre lujos ornamentales: es que queda definido, completado, provisto generosamente de notas adjetivas, entre las cuales muy a menudo se encuentran las que sólo tienen un valor decorativo”930. A la hora de definir qué es adjetivo, podemos acudir a S. Gili Gaya, en cuyo Curso Superior de Sintaxis Española se lee que “consiste la función peculiar del adjetivo en determinar o calificar al substantivo, cualquiera que sea el oficio que éste desempeñe en la oración”931. Se han distinguido dos tipos principales de adjetivos: los calificativos y los determinativos. J. González Muela explica las diferencias existentes entre ellos con las siguientes palabras: “El adjetivo calificativo tiene menos poder restrictivo que el determinativo. El adjetivo. Adjetivo y participio”, en I. Bosque y V. Demonte, Gramática descriptiva de la lengua española, 3 vols., Madrid, Espasa, 1999, t. I, pp. 129-311. 930 El epíteto en la lírica española, Madrid, Gredos, 1956, p. 296. 931 Op. cit., p. 193. MENU SALIR 640 calificativo añade al nombre una cualidad objetiva, entre muchas posibles, que completa la idea de ese nombre. En cambio, el determinativo no sólo añade, sino que hasta altera la idea del nombre: es una fuente de metáforas (como, por ejemplo, “polvo enamorado”, donde el adjetivo es totalmente inesperado entre las posibilidades del nombre”932. Por otra parte, es tradicional la división que se establece entre el adjetivo especificativo y el explicativo o epíteto. La retórica clásica ha empleado este último término para referirse a un tipo concreto de calificativo que destaca una característica que se halla implícita en el sustantivo. Modernamente, F. Lázaro Carreter lo ha definido así: “Adjetivo calificativo que atribuye al sustantivo una cualidad que le pertenece intrínsecamente: la blanca nieve, la oscura noche. En español, ordinariamente, precede al sustantivo”933. Al leer las palabras de Carreter reparamos en una de las grandes controversias que rodean al adjetivo, la de la importancia de su colocación. A ello se refería S. Gili Gaya: “Desde el punto de vista lógico, el elemento que sigue determina la extensión del que precede. En un hermoso edificio, el substantivo restringe la cualidad enunciada al aplicarla a un objeto determinado. Por el contrario en un edificio hermoso, el adjetivo excluye de la imagen general de edificio a todos los que no sean hermosos. Éste es el motivo que guió a Andrés Bello para 932 933 Op. cit., pp. 51-52. Diccionario de términos filológicos, cit., s.v., 2ª ac. MENU SALIR 641 decir que el adjetivo antepuesto es explicativo, y el pospuesto es especificativo”934. Ante esta afirmación categórica, hemos de atender a los razonamientos de G. Sobejano, que clarifican notablemente estos conceptos: “A todos nos vienen a la memoria, si se nos pregunta por el epíteto, ejemplos de la traza de éstos: el astuto Ulises, el piadoso Eneas [...], o del cariz de estos otros: el mar inmenso, la estepa infinita [...]. Puede notarse que estos ejemplos, espontáneamente aducidos, están agrupados en dos series: la primera integrada por sintagmas de orden adjetivo / sustantivo, la segunda por sintagmas de orden sustantivo / adjetivo. Este leve artificio no estorba en nada la inordinación parigual de una y otra serie de ejemplos dentro del paradigma general del sintagma epitético; es decir, que entre el gallardo mancebo y el mar inmenso, o bien entre el gallardo mancebo y el mancebo gallardo o entre el mar inmenso y el inmenso mar no hay ninguna diferencia esencial. Antepuestos o pospuestos al sustantivo, esos adjetivos son para nuestra inmediata percepción idiomática del mismo modo epítetos”935. 934 Op. cit., p. 194. En esa página y la siguiente continúa dic