CUANDO BOURDIEU DICE ‘ESTADO’ Cuando se piensa en alguna propiedad que pueda definir al Estado, es casi seguro que sea la referencia weberiana la que termine imponiéndose. El Estado, dirán, es una comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama con éxito el monopolio de la violencia física legítima (Weber, 1919). Al decir esto Weber sitúa el centro de atención en un aspecto importante, para el cual la violencia no es ni el único medio ni el medio más normal de que el Estado se vale, pero sí su medio específico, si por específico entendemos el hecho de que la violencia (o, mejor dicho, el recurso legítimo al uso de la violencia) haya quedado monopolizado por parte de una sola instancia de poder. En efecto, lo distintivo del Estado no es la desaparición social de la violencia sino el hecho mismo de que la violencia haya desaparecido como recurso u opción legítima por parte de particulares. La razón de esto hemos de buscarla en la complejidad que anida el concepto de ‘monopolización’: cuando Weber utiliza este término lo hace para designar un conjunto múltiple de procesos, en el cual la simple acumulación de recursos de capital físico se acompaña de otra acumulación por medio de la cual el Estado se constituye como única fuente del derecho a la violencia. Pues bien, esa otra acumulación a la que nos hemos referido es lo que Weber soslaya por medio del término de legitimidad, pretendiendo así que la consabida estatalización se haya producido simplemente por acumulación de recursos materiales, sin tener en cuenta (ni ofrecer las herramientas analíticas para ello) el carácter igualmente cumulativo de otros procesos, esta vez de orden simbólico, por medio de los cuales el recurso al monopolio de la fuerza deviene legítimo. Con ello el sociólogo alemán deja sin explicar un aspecto clave, a saber: ¿qué es aquello que hace aparecer al Estado como una monopolización no simplemente violenta? Es obvio que Weber ofrece una respuesta al respecto, pero esa respuesta no es en modo alguno satisfactoria, pues parece obviar la circunstancia de que la legitimidad que le asiste al Estado no es sino el resultado de un complejo y dilatado proceso en el que la institución monárquica ha ido acumulando los recursos (capital de fuerza física, económica, jurídica, informacional, lingüística, etc.) que hacen posible la imposición de un consenso (legitimidad) sobre el sentido del mundo social, consenso por lo demás cuya existencia requiere una desposesión previa respecto a las facultades y las prerrogativas estatutarias de otras instancias (corporaciones, parlamento, nobleza, tribunales y legitimidades religiosas, etc.) que durante ese camino competían por el sentido y la representación legítima del mundo social. Weber no analiza este trayecto: es más, lo elude, con lo cual impide un análisis de la legitimidad del Estado más allá de las meras referencias de los teóricos del Derecho. Todo sucede como si el reconocimiento, en tanto que recurso o “propiedad” política, estuviese fuera del ámbito de análisis socio-histórico, es decir como si la legitimidad no pudiera ser considerada en el proceso mismo de su formación, antes de que sus consecuencias prácticas –léase, la aceptación del sentido lógico del mundo social, de sus categorías, etc. - queden ‘congelados’ como parte integrante del mundo histórico de cualquier individuo. El Estado no es un simple monopolio de capital de fuerza física: su violencia es siempre una violencia legítima, al tratarse de un recurso (el de monopolizar el capital de fuerza física) que ha logrado ser percibido y reconocido como tal. Ahora bien, para entender ese reconocimiento no basta con analizar los motivos internos que se encuentran en la base de la justificación weberiana. Esencial es también, y sobre todo, analizar los procesos que han hecho posible la disposición social (socialmente mayoritaria) a su reconocimiento. Preguntar pues no por la cuestión jurídica (¿qué es lo que legitima el poder?) sino por el origen y los procesos que han hecho posible la disposición a su reconocimiento, esto es, a la creencia –creencia que no se percibe como tal- en el valor universal de sus acciones y el carácter desinteresado de las mismas. Para ello no es necesario rechazar las aportaciones establecidas por Weber; lo que hay que hacer es complejizarlas, a fin de proyectar un espacio de análisis en el que la legitimidad política no aparezca como el resultado de un mero acto de libertad individual. Si la legitimidad se produce porque los dominados aplican en sus propias representaciones las categorías de los dominantes, entonces, es claro que la tarea del análisis ha de situarse en este plano de mediación. Bourdieu plantea este programa de estudio: lo llama socio-génesis del Estado, y con él pretende poner de manifiesto el hecho de que el Estado no funciona como tal sino para aquellos que ya están pre-dispuestos a percibir su legitimidad. Lo que significa que la disposición a su reconocimiento no es un asunto intencional sino un acuerdo de naturaleza pre-reflexiva, dado que en el fundamento mismo de nuestra aceptación del Estado (y de sus órdenes más evidentes) se encuentra la incorporación de las estructuras objetivas del mundo social, ejercicio éste – lo veremos más adelante- en el que el Estado ha desempeñado y desempeña una labor fundamental, a través de la inculcación masiva de formas y categorías de pensamiento comunes, tales como los marcos sociales de la percepción, el entendimiento y la memoria. En lo sucesivo intentaremos dar una visión precisa de las reflexiones y las vías de investigación que suscita este enfoque. Para ello tomaremos como marco de referencia un elenco variado de intervenciones, de las cuales haremos una especial mención a los cursos impartidos en el Collège de France (1989-1992), cuya publicación reciente (y póstuma) en forma de libro (Bourdieu, 2012), plantea importantes sugerencias en un campo de estudio (el de la centralización política de las monarquías europeas) muy dado al funcionalismo sociológico y al anacronismo historiográfico. Veamos todo esto de manera detallada. Empecemos por el contexto de recepción de los cursos: ¿En qué momento preciso de la historia de Francia se imparten? ¿Existe una intención clara de irrumpir en el contexto intelectual de la época? Y por último, ¿qué lugar ocupan esas reflexiones en el conjunto de la obra de P. Bourdieu? 1. CONTEXTUALIZACIÓN Y CARÁCTER DE LOS CURSOS Para comprender el alcance y la novedad de las tesis contenidas en el libro (Bourdieu, 2012) hay que tener en cuenta el contexto de recepción en el que tuvieron lugar los cursos. Desde luego, no se trata de un contexto anodino, ninguno lo es, pero éste, si cabe, todavía lo es menos, dado que se trata de una coyuntura política en la que Francia conmemora el bicentenario de la Revolución Francesa, una fecha capital, y no sólo en lo que a rituales políticos se refiere sino también en lo que atañe al campo de producción intelectual. En efecto, más allá de los actos escenificados por el Estado, esta fecha se impone como un pretexto para el estudio y la reactivación de un debate inagotable. Bourdieu celebra este acontecimiento de una manera particular, publicando un libro (Noblesse d’État) cuyas tesis ponen en tela de juicio los tópicos con los cuales se había pensado el acontecimiento revolucionario1. Así, más que como una ruptura o un comienzo radical, dirá Bourdieu, la Revolución ha de pensarse como un desenlace, algo así como la conclusión de un proceso en el que la lógica de reproducción impersonal resulta hegemónica2, como atestigua el hecho de que la Nobleza de Toga, autora y encargada de instituir esa lógica, permanezca en el interior de la maquinaria administrativa, antes y después de la Revolución. Es aquí, por tanto, donde hemos de situar el desarrollo y la pertinencia de los cursos, a sabiendas de que su objetivo no es hablar de la Revolución francesa pero sí retomar algunas ideas desarrolladas en Noblesse d’État, con el objetivo de plantear una reflexión más amplia, o quizá más ambiciosa, a propósito del Estado y los procesos de acumulación simbólica generados por este último en el transcurso de su auto-constitución política. Lo novedoso, si se quiere, es que Bourdieu trata de plantear esta temática de una forma particular, utilizando el andamiaje conceptual (habitus, violencia simbólica, campo, etc.) que había labrado a lo largo de sus respectivos estudios sobre la génesis y la estructura de los campos. Con respecto a esto último, cabe señalar el escaso interés mostrado por Bourdieu ante el objeto ‘Estado’: en su obra apenas existe una formulación explícita del tema, y si la hay siempre lo es en referencia directa al papel desempeñado por éste en la construcción y los procesos de diferenciación y coordinación de los campos, nunca como un objeto abordado de frente (Lenoir, 2012). De ahí la pertinencia de tales cursos, y de ahí también la importancia (pero también el peligro) que cobra la recopilación de los mismos bajo la forma de libro: en él nos encontramos una cantidad importante de programas y tentativas metodológicas, pero también un Bourdieu insatisfecho, que discurre y razona al tiempo 1 Son claras las palabras de crítica dirigidas por Bourdieu a ciertos historiadores reconocidos de la época. Así, por ejemplo, en relación al Dictionnaire critique de la Révolution française de M. Ozouf y F. Furet: “(un dictionnaire) qui invente une histoire sans histoire, où l’histoire des stratégies politiques se réduit à l’histoire des idées (…)”. (Bourdieu, 2012, p. 231). Sobre este punto Bourdieu es muy claro: “Je pense que l’on comprendrait beaucoup mieux la Révolution française si l’on voyait qu’elle est peut-être le triomphe du mode de reproduction impersonnel sur le mode de reproduction personnel”. (Bourdieu 2012, p. 418). 2 que medita sobre la inabarcable tarea del proyecto que trata de plantear (Bourdieu, 2012, p. 117. p. 294). Para ello se apoya en un sinfín de trabajos procedentes de las Ciencias Sociales, especialmente de sociólogos e historiadores, lo cual atestigua un propósito claro por plantear el fenómeno del Estado desde una perspectiva crítica con el planteamiento tradicional. Ahora bien, ¿qué entiende Bourdieu por planteamiento tradicional? Básicamente dos cosas: por un lado, el análisis teórico que se deriva de la tradición clásica (Hobbes, Locke), es decir, aquella que analiza el Estado en función de las preguntas que plantean los modelos jurídicos (¿qué es lo que legitima el poder?) o institucionales (¿qué es el Estado?). Para esta perspectiva, lo importante es la equiparación del Estado a un lugar neutro, cuyo único objetivo es la consecución del bien común. El problema, dirá Bourdieu, es que dicho planteamiento restringe el análisis a los discursos que el Estado elabora sobre sí mismo, sin importar la génesis ni los procesos materiales y simbólicos que acompañan al movimiento de su constitución política. Y por otro, el análisis que se sitúa en la perspectiva marxista, para el cual el Estado no es una comunidad humana orientada hacia el bien común, sino un aparato de coerción encargado de mantener y reproducir el orden en provecho de unos pocos (Bourdieu, 2012, p. 17). Para esta tradición, lo importante es definir el Estado a partir de sus funciones, y no de sus discursos, lo que significa que el Estado ha de analizarse como una instancia al servicio de un poder externo, fundamentalmente económico, que existiría antes que él y al cual debería someterse en términos de funcionalidad social3. Sea como fuere, dirá Bourdieu, el hecho es que tales formas de contemplar el Estado expresan –bajo una contradicción aparente- un mismo acto de participación. En realidad, se trata de dos maneras de acentuar la trayectoria y el ejercicio del poder, pero dos maneras, sin embargo, que, consideradas desde un enfoque reflexivo, plantean por el contrario más similitudes (metodológicas) que diferencias, por cuanto ambas parecen sostener –cada una a su manera- la secuencia básica que presupone el análisis tradicional del poder, según el cual la cuestión teórica sobre el Estado debería reducirse a la cuestión por su función, sustituyendo en cada caso las funciones presuntamente benefactoras por las funciones perversas y partidistas, y viceversa. Lo novedoso de Bourdieu es que rompe esta lógica de análisis. Y lo hace, además, utilizando un conjunto de herramientas que proceden de su propia elaboración teórica, así como de otros autores (E. Durkheim) para los que la manifestación del orden social aparece siempre doblemente objetivada, ya sea a través de instituciones y recursos materiales (nivel de la objetividad) o bien bajo la forma de recursos incorporados (nivel El propio Bourdieu utiliza el término de ‘funcionalismo de lo peor’ para retratar las consecuencias que lleva inscrito el análisis del Estado en términos de ‘aparato’. Así, a diferencia de Althusser o Gramsci, el sociólogo francés propugna un análisis de los campos, no de las funciones, dado que la otra opción metodológica lleva inscrita la idea de una teleología histórica que hace del Estado una herramienta conspirativa. Más información en BOURDIEU, 1992 (POUR UNE ANTROPOLOGIE RÉFLEXIVE). 3 de la subjetividad), tales como percepciones lógicas, sistemas de clasificación y todo aquello que atañe a las representaciones mentales mediante las cuales el orden social es percibido y reconocido. Entender esta doble existencia de lo social (Gutiérrez, 2012) es la clave para comprender el enfoque con el que Bourdieu encara su estudio del Estado. Este último existe al mismo tiempo en un doble sentido, lo cual indica que cualquier tentativa por analizarlo ha de tener en cuenta que el Estado se constituye a través del orden simbólico que impone por medio de las estructuras materiales y las estructuras que produce para pensarlo (Lenoir, 2012). El Estado, entonces, es producto y productor de cultura estatal, en el sentido de que sus representaciones no son frente al mundo algo exterior o ajeno a ese mundo; al contrario, forman parte del mismo, pero lo hacen siguiendo un plano de referencialidad dialéctica que hace de ellas una realidad condicionada y condicionante al mismo tiempo, capaz por un lado de surgir en determinados espacios sociales (como ‘producto’ de ciertas relaciones sociales) pero también de contribuir –en mayor o menor grado, dependiendo de los recursos acumulados del espacio desde el cual se habla- a la construcción de las realidades sociales tal y como nosotros las conocemos. (Bourdieu, 2012, p. 535). De ahí nuestra referencia anterior a propósito del reconocimiento. Este término adquiere un significado particular en la comprensión bourdieuana del Estado. Ya no se trata de una simple y calculada adhesión por parte de los sujetos, sino de una adhesión en la que intervienen más factores que aquellos señalados por el modelo juridicista. En efecto, para Bourdieu el reconocimiento (la obediencia) es ante todo un acto de naturaleza cognitiva 4: quien reconoce es alguien que ya siempre y cada vez conoce, y si conoce, es porque al reconocer y prestar obediencia al Estado pone en práctica –a menudo sin saberlo- un conjunto de representaciones (esquemas perceptivos, apreciativos, principios de visión y división sociales) que favorecen la pre-disposición a su reconocimiento. Lo interesante, dirá Bourdieu, es interrogarse al respecto de tales estructuras, así como por la contribución del Estado, en tanto que máquina de acumulación de capitales, a la producción y reproducción de las mismas a escala masiva (Bourdieu, 2012, p. 260). Si todo reconocimiento está prendido de un conocer previo, si todo reconocimiento es, antes que un acto de naturaleza reflexiva y calculada, expresión de las representaciones de aquel que reconoce, entonces, no basta con un enfoque fenomenológico del Estado. Es decir, no basta con señalar que la legitimidad es el producto de una acción deliberada de propaganda (Bourdieu, 2012, p. 291). Si el Estado ha llegado a ser legítimo es porque puede obtener obediencia adoptando como única fuente de coerción el poder simbólico que él mismo detenta (Lenoir, 2012, p. 121), lo cual plantea un marco de análisis centrado en las condiciones sociales que han hecho posible la disposición a su reconocimiento, pero sin que todo esto cobre tampoco un matiz deliberado o Merece la pena recordar esta frase de Bourdieu: “Pour comprendre les actes d’obéissance, il faut donc penser les agents sociaux non pas comme des particules dans un espace physique –ce qu’ils peuvent être aussi-, mais comme des particules qui pensent leurs supérieurs ou leurs subordonnés avec des structures mentales et cognitives” (Bourdieu, 2012, p. 261). 4 conspirativo, simplemente en virtud del propio proceso de acumulación simbólica que ha caracterizado la emergencia del Estado. De ahí precisamente el carácter inmediato y tácito (pre-reflexivo) de la obediencia: el Estado al desarrollarse como tal (en las cosas y en los cerebros) realiza no la obediencia (a través del miedo o la coerción), sino las condiciones sociales –materiales y simbólicasde producción de la obediencia, dado que es capaz de producir e imponer (a través de la escuela) en un territorio dado las categorías de pensamiento que aplicamos “espontáneamente” a la realidad social y al Estado mismo (Bourdieu, 1993, p. 49). Ahora bien, ¿cómo se materializa esta perspectiva de análisis? ¿Por medio de qué estudios o qué objetos de investigación? Bourdieu responde a esta pregunta de una manera clara y precisa. Se trata de estudiar el Estado partiendo del análisis de cosas aparentemente triviales, cosas en las que la Teoría clásica del Estado (tampoco el materialismo histórico) no se ha centrado jamás y que sin embargo constituyen aspectos fundamentales para el desarrollo del poder del Estado como poder legítimo. Hablamos de cosas tan “banales”5 como la imposición de un calendario, unas fronteras, una cartografía, el desarrollo de un mercado, la codificación de una lengua, una ortografía, una historia, conmemoraciones comunes, el uso de competencias cognitivas y evaluativas comunes (sistema de pesos y medidas), o bien las categorías socio-profesionales (los principios de visión y división sociales) por medio de los cuales se constituirán los problemas ‘dignos’ de ser abordados (Chevassus-au-Louis, 2012, p. 1/5). Todas estas operaciones, como decíamos, son en realidad elementos que el propio Estado impone (y mediante las cuales se impone) en el transcurso de su proceso de constitución, y todas ellas, además, contribuyen en mayor o menor medida a generar las condiciones sociales que hacen posible experimentar como evidentes y naturales las representaciones y los principios de división social de las instituciones. De ahí el objetivo con el que Bourdieu trata de definir su propuesta: pensar el Estado sin un pensamiento de Estado (Bourdieu, 2012, p. 171), para lo cual es necesario que el sociólogo se convierta en historiador, haciéndose consciente de la historicidad que acontece a las representaciones y tratando de proporcionar un modelo específico de la emergencia del Estado (Bourdieu, 1993, p. 51). Con ello no se trata de retomar el viejo proyecto de una historia del Estado Moderno, pero sí proporcionar las claves que permitan plantear el marco de relaciones que ha hecho posible la constitución de una nueva forma de pensamiento, acorde si se quiere a las exigencias de unificación cognitiva y simbólica que requiere una comunidad política unificada. Y es aquí donde radica el quid de la cuestión de Bourdieu sobre el Estado. Para este último no basta con definir el Estado como un simple cambio de modelo de gobierno (del Estado-dinástico al Estado-burocrático). Esencial es también, y sobre todo, el comprender esta institución como una verdadera revolución simbólica (Lenoir, 2012, p. Utilizamos el término ‘trivial’ para señalar el hecho de que se trata de fenómenos que atañen al orden burocrático ordinario, y no a teorías o discursos idealizados que la propia institución realiza sobre sí misma. 5 120), es decir como la creación de un espacio autónomo a través del cual se ha engendrado un ámbito de representaciones centralizado NOTA: absorción, no común Hespanha. Para comprender mejor estas ideas, dedicaremos el siguiente epígrafe al desarrollo y la explicación de las distintas claves que caracterizan este acercamiento al Estado. 2. ESTADO E INTEGRACIÓN SOCIAL: EL CONFORMISMO LÓGICO Sentadas las premisas generales sobre las cuales se asienta la reflexión de Bourdieu, queda ahora por caracterizar, aunque sea de manera esquemática, el desarrollo de los argumentos que caracterizan el enfoque de Bourdieu sobre el Estado. Para ello hemos intentado aglutinar la mayor parte de sus reflexiones en torno a 3 claves básicas. La primera de ellas se refiere al tipo de acumulación de capitales que caracteriza el desarrollo del Estado en una sociedad progresivamente diferenciada. Es decir, se trata de percibir cuál es su lógica y cuál es el papel que desempeña en la creación y posterior coordinación de los distintos campos. La segunda se centra en la relación que existe entre los juristas y la constitución de una instancia de gestión de lo universal. Dicho de otro modo, ¿por qué la aparición de ‘instituciones universales’ presupone al mismo tiempo la existencia de grupos interesados en lo universal, esto es, en el desinterés? Y la tercera, pero no por ello la menos importante, concierne al poder simbólico que le asiste al Estado y los efectos de naturalización simbólica que caracterizan a sus instituciones y sus representaciones (que no a sus representantes). Comencemos por la primera de ellas. 1/ Monopolización y creación del ‘capital estatal’ o el Estado como meta-campo: De las múltiples referencias efectuadas por el sociólogo francés hay una que merece una atención especial. Se trata de una clave importante, desarrollada en el transcurso de múltiples lugares y que sin duda constituye el punto de partida para comprender el resto de claves interpretativas. Bourdieu se refiere a este aspecto utilizando un lenguaje próximo al de la sociología histórica: nos habla de monopolización y de acumulación de capitales, pero lo hace planteando una perspectiva de análisis que hace de la acumulación un proceso no meramente cuantitativo. Dicho en términos del sociólogo, el Estado es un meta-campo, lo que significa que no es una acumulación simple de diferentes especies de capital, sino un espacio social autónomo en el que los capitales, al acumularse, sufren un proceso de transmutación, haciendo que la propia institución del Estado se acompañe de un capital específico (capital estatal) caracterizado por detentar un poder (más tarde explicaremos esto) sobre el resto de capitales. Ahora bien, para hablar de ello es preciso desarrollar cuáles son las particularidades que, según Bourdieu, caracterizan el desarrollo de lo que comúnmente, en los círculos de historiadores, se llama la centralización política. Estudiar la lógica de acumulación de los diferentes formas de capital, es darse los medios para comprender por qué el Estado es capaz de genera una suerte de capital específico (meta-capital) cuyo características es tener poder sobre las otras especies de capital (Bourdieu, 2012, p. 311). Respecto a este tema Bourdieu plantea un esquema que presenta 3 tipos de movimientos, todos ellos simultáneos y dependientes unos con respecto a otros. Vayamos por partes, … (A PARTIR DE AHORA YA ES BORRADOR, hablaremos de la ‘lógica’ que sigue ese proceso de meta-concentración. En concreto, hablaremos del movimiento de (a) autonomización de los campos, (b) del movimiento de concentración de capitales y transmutación de los mismos en forma de des-patrimonialización, para acabar finalmente (c) en un tercer movimiento que consiste en la unificación (no exenta de resistencias) de los mercados (económico, jurídico, simbólico) correspondientes a cada especie de capital. Pero la idea fundamental es hacer ver dos cosas: por un lado (1), ver cómo esa unificación de los mercados va acompañada de operaciones de totalización y objetivación. Lo que significa que se produce una estandarización progresiva de los códigos y las formas de comunicación (Es decir, en lugar de hablar solamente de la unificación política, tema por otra parte típico en la historiografía política o la sociología histórica, hablaremos también de la unificación cognitiva). Y por otro (2), ver cuál es el papel específico que desempeña el Estado en ese proceso: de qué manera unifica todos los códigos (jurídico, económico, lingüístico, etc.) operando la homogeneización de las formas de comunicación. O lo que es igual, entender la meta-concentración como el poder –exclusivo del Estado- para establecer las “tasas de cambio” entre las diferentes especies de capital. 2/ La constitución de un interés en el desinterés (el universal y el trabajo de los juristas): ESQUEMA: En este punto desarrollaremos varias cosas, todas ellas relacionadas con la diferenciación y la constitución del mercado jurídico en un contexto de diversidad jurisdiccional. La aparición de instituciones universales presupone la existencia de grupos sociales interesados en el desinterés. Los jurisconsultos son aquellos que han realizado ese papel a lo largo de la historia, bien sea desarrollando una práctica jurídica opuesta a los intereses feudales (considerados por ellos como poderes particulares, no universales) o bien desarrollando teorías de legitimación (p. ej. las teorías de la ‘apelación’, historias jurídicas del reino) en las que la institución monárquica se presenta como el garante del interés común. Ahora bien, este momento de autonomización progresiva del mercado jurídico no hubiera sido posible sin la existencia paralela (y es aquí donde vuelve a verse la lógica de acumulación política descrita en el punto anterior: esto es, la lógica de una ‘diferenciación-concentración-unificación’) de un movimiento de concentración de capital jurídico por parte de la monarquía. Poco a poco, y sin un plan de conjunto previo, el poder monárquico va acumulando un mayor número de jurisdicciones (e impidiendo y descalificando otras). El resultado es la autonomización del capital jurídico en un mercado legalmente unificado, cuyas fuentes de legitimación han sido incautadas por el Estado, dejando al margen otras legitimidades y otros poderes consuetudinarios (tribunales eclesiásticos, de las ciudades, corporaciones, mecanismo de reparación de naturaleza no penal, etc.). Por otro lado, se tratará de ver también cuáles son las consecuencias de la constitución del mercado jurídico, con su codificación y su formalización de los procedimientos regulativos (de nuevo, la idea anteriormente sugerida según la cual la unificación se acompaña siempre de una estandarización y una homogeneización). El objetivo es tratar de ver el modo en que el Derecho (y hablamos de un derecho legal y estatalmente preceptuado, no del derecho común) construye sus objetos jurídicos: al tratarse de un mercado unificado (con su personal especializado y sus protocolos de razonamiento) la situación judicial funciona como un lugar neutralizante, en donde la existencia misma de los conflictos se trata de acuerdo a formas y razonamientos técnicos socialmente reconocidos como imparciales. (A DESARROLLAR…) 3/ El Estado como poder simbólico o la producción de la ‘evidencia’: ESQUEMA: Gracias a la doble imposición del orden simbólico (en los objetos y las subjetividades) el Estado tiende a hacer admitir como evidente un gran número de prácticas e instituciones sociales (lenguaje, fronteras, categorías, etc.). De lo que se trata ahora es de centrar nuestro análisis en los efectos de creencia que se generan en este proceso. Para ello es preciso poner de manifiesto un aspecto fundamental, a saber: que la centralización política es ante todo (cosa que no ha explicitado ni M. Weber ni N. Elias ni Ch. Tilly) un proceso de acumulación simbólica, en el que la coerción física o económica no son sino acciones que se desarrollan por medio de esa otra gran acumulación –ejercida pero no representada- que acompaña continuamente al desarrollo del Estado (explicaremos también qué es el poder y la violencia simbólica). Si el Estado contribuye a construir a la vez la verdad objetiva y los sujetos que perciben, entonces, también contribuye a producir –gracias a su monopolio para establecer los principios de clasificación social- una experiencia del mundo social como evidente, es decir como algo que no plantea problema porque no se percibe siquiera como creencia o constructo (he aquí lo que Bourdieu denomina la experiencia dóxica del mundo). El objetivo, por tanto, es analizar este tipo de cuestiones, haciendo especial hincapié en el carácter amnésico que encierra toda institución triunfante. Es decir, cuando una institución se impone (a través del orden simbólico que impone a través de las cosas y las representaciones) es porque ya está implicado el olvido de su génesis, con lo cual se pierde la perspectiva y la diversidad de los combates (Véase también aquí el Foucault de Il Faut defendre la société) que tuvieron lugar en el comienzo. El antídoto, dirá Bourdieu, es la propuesta de un análisis socio-histórico, al cual le confiere el carácter de una subversión cognitiva. (Esta parte la desarrollaremos al final del texto atendiendo a las cosas que Bourdieu señala sobre el espacio de los posibles y la función de una sociología reflexiva) BIBLIOGRAFÍA BOURDIEU, P. (2012), Sur l’État, Cours au Collège de France (1989-1992), Paris, Raisons d’agir/Seuil. BOURDIEU, P. (1993), Esprits d’État. 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