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Revista de Estudios Kantianos
Publicación internacional de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española
Internationale Zeitschrift der Gesellschaft für Kant-Studien in Spanischer Sprache
International Journal of the Society of Kantian Studies in the Spanish Language
Dirección
Pedro Jesús Teruel, Universitat de València
pedro.teruel@uv.es
Hernán Pringe, CONICET-Universidad de Buenos Aires/
Universidad Diego Portales, Santiago de Chile
hpringe@gmail.com
Secretario de edición
Fernando Moledo, Universidad de Buenos Aires - CONICET
fernandomoledo@gmail.com
Secretaria de calidad
Marcela García, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM
garciar.marcela@gmail.com
Editores científicos
Jacinto Rivera de Rosales, UNED, Madrid
Claudia Jáuregui, Universidad de Buenos Aires
Vicente Durán, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá
Julio del Valle, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima
Jesús Conill, Universitat de València
Gustavo Leyva, Universidad Autónoma de México, México D. F.
María Xesús Vázquez Lobeiras, Universidade de Santiago de Compostela
Wilson Herrera, Universidad del Rosario, Bogotá
Pablo Oyarzun, Universidad de Chile, Santiago de Chile
Paula Órdenes Azúa, Universität Heidelberg
Comité científico
Juan Arana, Universidad de Sevilla
Reinhardt Brandt, Philipps-Universität Marburg
Mario Caimi, Universidad de Buenos Aires
Monique Castillo, Université de Paris-Est
Adela Cortina, Universitat de València
Bernd Dörflinger, Universität Trier
Norbert Fischer, Universität Eichstätt-Ingolstadt
Miguel Giusti, Pontificia Universidad Católica del Perú
Dulce María Granja, Universidad Nacional Autónoma de México
Christian Hamm, Universidad Federal de Santa María, Brasil
Dietmar Heidemann, Université du Luxembourg
Otfried Höffe, Universität Tübingen
Claudio La Rocca, Università degli Studi di Genova
Juan Manuel Navarro Cordón, Universidad Complutense, Madrid
Carlos Pereda, Universidad Nacional Autónoma de México
Gustavo Pereira, Universidad de la República, Uruguay
Ubirajara Rancan de Azevedo, Universidade Estadual Paulista, Brasil
Margit Ruffing, Johannes Gutenberg-Universität Mainz
Gustavo Sarmiento, Universidad Simón Bolívar, Venezuela
Sergio Sevilla, Universitat de València
Roberto Torretti, Universidad Diego Portales, Santiago de Chile
Violetta Waibel, Universität Wien
Howard Williams, University of Aberystwyth
Allen W. Wood, Indiana University
Diseño, revisión de estilo y maqueta
Josefa Ros Velasco, Universidad Complutense de Madrid
Entidades colaboradoras
Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española (SEKLE)
Departament de Filosofia de la Universitat de València
Artículos
113
¿“El yo propiamente tal” (I. Kant) o “el originario ser sí mismo” (D. Heinrich)? Sobre
algunas características del concepto kantiano de autoconciencia
Heiner Klemme
DOI 10.7203/REK.2.2.9068
126
La noción kantiana de verdad transcendental
Stéfano Straulino Torre
DOI 10.7203/REK.2.2.8809
146
Una travesía kantiana a través del Escila constructivista y el Caribdis realista. Apuntes para
un abordaje kantiano-constitutivista de las fuentes de la normatividad
Martín Fleitas González
DOI 10.7203/REK.2.2.8810
174
El malestar kantiano. Filosofía y ciencia al encuentro con la naturaleza
Juan Felipe Guevara
DOI 10.7203/REK.2.2.8812
191
¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos? Algunas
consideraciones críticas
Nuria Sánchez Madrid
DOI 10.7203/REK.2.2.8871
Semblanza
208
El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
Gustavo Sarmiento
DOI 10.7203/REK.2.2.9021
Reseñas
217
Claudia Jáuregi, Fernando Moledo, Hernán Pringe y Marcos Thisted (eds.) Crítica y
Metafísica. Homenaje a Mario Caimi. Studien und Materialen zur Geschichten der
Philosophie. Hildesheim, Olms, 2015, 460 pp. ISBN: 978-3-487-15237-0.
Alba Jiménez Rodríguez
DOI 10.7203/REK.2.2. 8814
227
Fernando Moledo: Los años silenciosos de Kant: Aspectos de la génesis de la Deducción
Trascendental en la década de 1770. Seguido de la traducción del Legado de Duisburg (ca.
1775). Buenos Aires, Prometeo, 2014, 192 pp. ISBN: 978-987-574-667-1.
Pablo Moscón
DOI 10.7203/REK.2.2. 8830
231
Salvi Turró: Filosofia i Modernitat. La reconstrucció de l’ordre del món. Barcelona,
Edicions Universitat de Barcelona, 2016, 228 pp. ISBN: 978-84-475-3966-6.
Pedro Jesús Teruel
DOI 10.7203/REK.2.2. 8887
233
Gabriel Rivero: Zur Bedeutung des Begriffs Ontologie bei Kant. Berlín, Boston, Walter de
Gruyter, 2014, 247 pp. ISBN: 978-3-11-034180-5.
Luciana Martínez
DOI 10.7203/REK.2.2.8881
Informe
237
Informe sobre el III Congreso de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española
(SEKLE)
Luciana Martínez
DOI 10.7203/REK.2.2.9011
Convocatoria
242
La recepción de Kant en México
Dulce María Granja Castro; Gustavo Leyva Martínez
Eventos y normas para la publicación
244
Noticias y normas para autores
¿“El yo propiamente tal” (I. Kant) o “el originario ser sí
mismo” (D. Henrich)? Algunas características del concepto
kantiano de autoconciencia
HEINER F. KLEMME1
Resumen
Desde los años 60, Dieter Henrich ha publicado una serie de trabajos muy influyentes acerca de la génesis del
concepto moderno de autoconciencia y del aporte de Kant al respecto. El interés filosófico de Henrich por la génesis
de este concepto yace en la suposición de que la autoconciencia es la clave para la comprensión del “originario ser sí
mismo” (“ursprüngliches Selbstsein”). Mediante el “originario ser sí mismo”, Heinrich intenta responder a la crítica
heideggeriana de la filosofía moderna en general y del concepto de autoconciencia en particular. En este trabajo,
sostengo que la crítica de Heinrich a Kant no es convincente. Kant parece tener buenos argumentos para negar la
posibilidad de que uno sea consciente de su “originario ser sí mismo”. El concepto kantiano de “yo propiamente tal”
(“eigentliches Selbst”) no es objeto de una hermenéutica de nuestra vida sino un concepto central de la filosofía moral.
El significado de este concepto es explicado claramente en la ley moral.
Palabras clave: Heinrich, Kant, originario ser sí mismo, yo propiamente tal, autoconciencia.
¿“ Proper Self” (I. Kant) or “Original Self-Being” (D. Henrich)?
Some Characteristics of the Kantian Concept of SelfConsciousness
Abstract
Since the 1960s, Dieter Henrich has published a series of very influential papers on the genesis of the modern concept
of self-consciousness and on Kant’s contribution to it. Henrich’s philosophical interest in the genesis of this concept
rests on the assumption that self-consciousness is the clue for understanding what our “original self-being”
(“ursprüngliches Selbstsein”) is all about. With “original self-being”, Henrich intends to reply to Martin Heidegger’s
critique of modern philosophy in general and the concept of self-consciousness in particular. In this paper, I argue that
Henrich’s critique of Kant is not convincing. Kant seems to have good arguments for denying the possibility of being
aware of one’s own “ursprüngliches Selbstsein”. Kant’s concept of “proper self” (“eigentliches Selbst”) is not the
object of a hermeneutics of our life but a core concept of moral philosophy. The meaning of this concept is clearly
explained in the moral law.
Key-Words: Heinrich, Kant, Original Self-Being, Proper Self, Self-Consciousness.
1
Martin-Luther-Universität Halle-Wittenberg.
Traducción de Nicolás Trujillo Osorio.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 113-125
113
ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2.9068
¿ ”El yo propiamente tal” (I. Kant)...?
Heiner F. Klemme
1. Introducción
Los trabajos de Dieter Henrich, como es sabido, tienen un rol prominente, en sentido sistemático
positivo, respecto de las concepciones actuales de la autoconciencia. Mientras que en publicaciones
pasadas Henrich ha ofrecido interpretaciones pioneras de las teorías de la conciencia (entre otras, por
ejemplo, de las teorías sobre la conciencia desarrolladas por Kant, por Fichte y por Reinhold), en
sus publicaciones más recientes ha elaborado con mayor énfasis los aspectos sistemáticos de su
trabajo en el tema. Dado que la investigación histórico-filosófica ha estado siempre marcada por
suposiciones sistemáticas que pasan desapercibidas a esa misma investigación, es útil ocuparse, en
primer lugar, de esos trabajos recientes de Henrich. (Haré eso en la sección 2 de este trabajo). En un
segundo paso me dedicaré a la interpretación que Henrich, a partir de los años sesenta del siglo
pasado, ofrece de la teoría kantiana de la autoconciencia. (Eso será en la sección 3). En ese contexto,
primero recapitularé los argumentos que, según el parecer de ese autor, prueban la estructura circular
del “modelo reflexivo de la autoconciencia”2 que seguiría Kant. Distinguiré al respecto dos
cuestiones: (a) la cuestión de si Kant efectivamente defendió una teoría circular, tal como sostiene
Henrich en un trabajo temprano; o (b) si lo que ocurre, más bien, no es, como sostiene Henrich mucho
después, que Kant no comete ese error, aunque parte, sin embargo, del hecho de que “siempre
tenemos que presuponer una auto-referencia en el saber, que, como tal, no puede ser explicitada”
(Henrich 2007a: 2). Si este fuera efectivamente el caso, entonces habría que explicar qué es lo que
Kant podría haber querido decir con esa “auto-referencia en el saber”. Basándome en el texto de la
segunda edición de la Crítica de la razón pura intentaré mostrar que Kant no defendió un “modelo
reflexivo de la autoconciencia” ni habló tampoco, en sus reflexiones sobre la estructura de la autoconciencia, de una originaria familiaridad consigo mismo (Me ocuparé de ello en la sección 4). Por
fin, me dedicaré brevemente al concepto kantiano del “yo propiamente tal”, introducido en la
Fundamentación para la metafísica de las costumbres (GMS AA 4: 457), y al concepto de la
autodeterminación práctica, explicitada en la segunda edición de la Crítica de la razón pura. Lo que
me preguntaré aquí es si, y en qué medida, el concepto del “yo propiamente tal” y la concepción de
autodeterminación práctica son capaces de satisfacer las expectativas de Henrich, consistentes en
obtener, por medio del concepto de la autoconciencia práctica, información sobre nuestro “originario
ser sí mismo” (Henrich 1967: 15).
2. Henrich sobre la autoconciencia y el ser sí mismo
Si se entiende la autoconciencia como el sitio en el que nos mostramos presentes a nosotros mismos
de manera inmediata, ¿cómo se ha de describir este saber sobre nosotros mismos (llamado por
Manfred Frank, siguiendo a Sartre, “autoconciencia pre-reflexiva”)3 sin caer con ello en un círculo
vicioso? La respuesta es que la autoconciencia tiene que ser entendida a partir de un origen que no sea
creado o constituido por la autoconciencia. Esto se basa en una idea de Heidegger, pero dirigida ahora
a la filosofía del sujeto. En efecto, así como para Heidegger el Dasein se comprende a partir del
cuidado, y el ente se comprende a partir del ser, Henrich sostiene que la autoconciencia (o la
subjetividad) se comprende a partir de un origen que se encuentra siempre presupuesto en la
referencia a sí mismo. Y de ello se sigue que no puede haber, entonces, una teoría completa de la
subjetividad (o autoconciencia) ni del ser sí mismo, que pueda proponerse desde la filosofía teórica.
Así, pues, tal como para Heidegger las ciencias no piensan, para Henrich las ciencias naturales no
Esta caracterización proviene de Manfred Frank: “La definición kantiana de la naturaleza del yo transcendental expresa
conceptualmente toda una tradición. Quisiera designarla con la expresión modelo reflexivo de la autoconciencia. Este modelo
consiste esencialmente en interpretar la conciencia que poseemos de nosotros mismos, según el ejemplo (del modelo de
representación) de la representación: como resultado de la reorientación de la representación hacia sí misma, representación que
de ese modo se vuelve objeto. Toda reflexión se realiza como una relación entre dos términos diferentes. Su paradoja consiste en
que ella también tiene que volver a negar esta distinción, o de lo contrario, en el fin de la reorientación hacia mí, no me alcanzaría
a mí mismo, sino a algo otro o a alguien más” (Frank 1991: 435). Ver también Frank (2015).
3
Frank (2015: 15).
2
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disponen de un concepto de racionalidad que les permita explicar la subjetividad y objetivarla como a
un objeto común cualquiera.
Pero la afirmación de Henrich, de acuerdo con la cual “la forma fundamental de la
subjetividad no puede ser desarticulada por ninguna teoría, ni puede tampoco ninguna teoría hallar un
fundamento para ella”, no tiene que entenderse como una derogación de la filosofía de la
subjetividad. Por el contrario, dicha afirmación está al servicio de la preservación de esa filosofía de
la subjetividad. En efecto, la filosofía de la subjetividad está amenazada por dos lados. Por un lado,
está amenazada por un peligro que proviene de la concepción de Heidegger, quien ha reprochado a la
filosofía moderna expresar, como filosofía de la subjetividad, una comprensión meramente técnicomatemática de la verdad4 (“verdad” significa aquí, para Heidegger, la “autocracia” (Heidegger 1982:
97) de la autoconciencia). Por otro lado, la filosofía de la subjetividad está amenazada por las diversas
variantes del reduccionismo naturalista, que comprenden la conciencia como un modo de la
naturaleza. Pues bien, frente a estos dos peligros, la concepción de Henrich subraya el carácter
irreductible de la autoconciencia. El fundamento del ser sí mismo no es objetivo y se sustrae a toda
objetivación5. Y lo que merece ser conservado es especialmente la conciencia moral, que es donde
nos volvemos conscientes de un ser sí mismo. Con la crítica de Heidegger a la filosofía de los
modernos, que reduce, según Henrich, la auto-conservación a la autoconciencia y con la tesis de
Heidegger sobre la “autocracia” de la autoconciencia, se pierde, para Henrich, la relación entre autoconservación y autoconciencia, pensada originalmente en el estoicismo. Pero precisamente porque la
auto-conservación no puede ser reducida a la auto-conciencia, nos percibimos en la autoconciencia,
según Henrich, como un sí mismo cuyo origen es inaccesible6.
A partir de la idea de un yo inaccesible, puede ser desarrollada la teoría de la autoconciencia
como hermenéutica de la propia existencia, esto es, como un “movimiento de comprensión” (Henrich
2007: 24). La doctrina de la subjetividad va a la par con el propósito de ver nuestro ser sí mismo
“desplegado” en una vida entera mediante los procesos que lo constituyen. Según Henrich, si
investigamos los procesos que sirven de fundamento a nuestra subjetividad, entonces experimentamos
el origen, inaccesible para nosotros, de nuestra subjetividad; y lo experimentamos como ser sí mismo,
en las dimensiones de la moralidad y de la libertad. Y esto ocurre precisamente porque en la certeza
sobre nuestra existencia (una palabra que, por lo demás, Henrich evita) no tenemos claridad sobre
“quién es propiamente aquél que vive y que tiene esa certeza” (Henrich 2007: 26; cf. 117-124). El ser
sí mismo remite a la vez a la auto-certeza (de la propia existencia) y a la ignorancia sobre aquello que,
según nuestro origen, somos. Y exactamente en este sentido interpreta Henrich a Kant:
Estoy de acuerdo con Kant, quien ha unido el pensamiento “yo pienso” con el pensamiento de una
identidad práctica del sujeto racional, y que ha considerado, por eso, que el sujeto tiene que ir más allá
4
Para la crítica de Henrich a Heidegger ver, entre otros: Henrich (1982: 95-108) y Henrich (2015: 26 ss.).
“Aquello de lo que somos conscientes en un saber tal, no se produce de ninguna manera a sí mismo –por ejemplo, a través de
una vuelta reflexiva del saber, sobre sí mismo–. Por lo tanto, se tiene que concluir que al sujeto que está en posesión de este saber,
y que consiste en él, lo precede un fundamento, en virtud del cual se realiza el saber de sí mismo; un fundamento que perdura y
continúa surtiendo efecto, en tanto que este saber, junto con todo aquello que está enlazado con él, perdura. Con ello, el origen de
la subjetividad es sustraído también a la tematización en cuanto objeto. Pues todos los métodos de conocimiento presuponen el
saber de sí, ya que están anclados y enraizados en él. Incluso si las leyes y los procesos de la materia que nuestra física busca
entender fueran lo único que condicionara también el funcionamiento de la racionalidad, tampoco este [funcionamiento] se
explicaría desde dentro de la física” (Henrich 2007: 119-120).
6
“Lo que Heidegger pasó por alto evidentemente es el hecho de que la ‘autoconservación’ fue más originaria y devino una palabra
clave en la amplia corriente del pensar de los modernos. Lo hizo, ciertamente, en una forma que va detrás del descubrimiento
estoico y que, por lo tanto, tiene la tendencia de enfocar la auto-conservación junto con la autoconciencia de aquello que se
conserva. Pero, aunque la auto-conservación no pueda ser comprendida sin una perspectiva relacionada con la autoconciencia,
asimismo tampoco es posible reducir la auto-conservación totalmente a una autoconciencia, de la cual se supone que produce el
conocimiento de sí mismo, de modo tal que es la causa sui efectiva respecto de su consciencialidad” (Henrich 1982: 98).
5
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de sí mismo, por lo menos en este contexto práctico-vital, y tiene que comprenderse a partir de un
fundamento que no puede ser el fundamento en un mundo de objetos racionales 7.
3. La teoría reflexiva de la autoconciencia y la “comprensión originaria” de Fichte
Ocupémonos ahora de las interpretaciones tempranas de Henrich sobre Kant. En su contribución “La
concepción original de Fichte” –publicada por primera vez en 1966 en el homenaje a Wolfgang
Cramer, y luego en 1967 como separata– Henrich sostiene que, con Fichte, “ha comenzado una nueva
época en la teoría de la auto-conciencia; una época en la que la estructura del Yo es el verdadero
tema” (Henrich 1967: 12). Fichte es el primero en haber reconocido –y en esto consiste, según la
interpretación de Henrich, su “concepción originaria”– que “la teoría del yo, como reflexión, (…) se
mueve constantemente en círculos en torno de sí misma” (Henrich 1967: 12) y, por tanto, fracasa.
Con Fichte comienza, pues, una nueva época en la teoría de la auto-conciencia, porque todos los
filósofos, desde Descartes a Kant, han sido partidarios, en cambio, de una “teoría reflexiva” sobre el
yo (Henrich 1967: 12).
Para poder comprender la crítica de Henrich a la teoría “reflexiva” de la auto-conciencia,
hay que considerar en primer lugar la pretensión que, según Henrich, tiene esta teoría. En efecto,
según Henrich, la teoría de la auto-conciencia pretende ser una teoría del auto-conocimiento del Yo y
busca alcanzar este propósito mediante la investigación de la manera en la que el Yo se relaciona
consigo mismo: “La teoría reflexiva del Yo habla de un Yo-sujeto que se conoce a sí mismo en la
medida en que se pone en relación consigo mismo y se vuelve sobre sí mismo” (Henrich 1967: 12). El
auto-conocimiento se debe interpretar, pues, como un acto de auto-identificación, que sólo se puede
lograr si el Yo que se conoce a sí mismo ya dispone de un conocimiento de sí, como aquello con lo
cual se identifica. La “concepción originaria” de Fichte consiste entonces, concretamente, en haber
entendido que el Yo no puede ser representado como un objeto entre otros.8 De ahí que al Yo-sujeto
se lo piense erróneamente, cuando se lo piensa como una fuerza que actúa sobre sí misma. Si se hace
eso, afirma Henrich, “se pierde el sentido distintivo de la subjetividad en la auto-conciencia”
(Henrich 1967: 14). Pero ¿en qué consiste este “sentido distintivo de la subjetividad”? Lo primero que
es claro es cómo se pierde este “sentido distintivo de la subjetividad”. Ello ocurre en la medida en que
el Yo se piensa como objeto, es decir, en la medida en que se presupone que aquello que es pensado
es algo que ya existe. El defecto de este proceder consiste, según Henrich, en que el “ser sí mismo
originario”9 se pierde. Por consiguiente, para comprender el “sentido distintivo de la subjetividad” se
tiene que proceder de otro modo:
A partir de este ser sí mismo se llega, primeramente, a que un Yo se libere de su conexión con el
mundo y se comprenda a sí mismo expresamente como aquello que ya antes debe haber sido: un saber
de sí, como subjetividad que sabe. La posibilidad de la reflexión se tiene que comprender a partir de la
esencia originaria del Yo. Pero la teoría reflexiva procede de modo inverso y explica al Yo como un
caso de realización de la reflexión. Se trata de una teoría que interpreta, pues, la esencia originaria,
aunque oscura, del Yo, con ayuda del fenómeno manifiesto, pero secundario10.
Sin embargo, según Henrich, Fichte nunca logró “poner de manifiesto con total claridad lo que tuvo
ante los ojos” (Henrich 1967: 17). De todas formas, los estadios del pensamiento de Fichte para
superar el modelo de la reflexión son claros: el yo se “pone” a sí mismo, y no lo hace ni a través de la
reflexión, ni a través de actos mediadores de auto-referencia.
Henrich (2007a: 3). Para la interpretación del “yo pienso” de Kant en Ser y tiempo, ver: Heidegger (1957: 318-323).
Indudablemente se entiende aquí la “proposición A es A” de Fichte. Al respecto, ver Stolzenberg (1994).
Henrich 1967: 15. Para el concepto de ser sí mismo en Heidegger, ver Ser y tiempo (1957, §§ 27 y 54) así como la referencia en
Sitzler (2012: 136ss), que sirve también para el mismo concepto en Karl Jaspers.
10
Henrich 1967: 15. Ese era el reproche que Heidegger formuló contra Kant, a saber, haber “comprendido el carácter ontológico
del sí-mismo de la persona en su fundamento, pero como ‘sustancial’, dentro del horizonte de la inadecuada ontología del
intramundano ser a la mano” (Heidegger 1957: 320, nota).
7
8
9
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Podemos dejar de lado la pregunta acerca del contenido de la teoría fichteana de la autoconciencia, porque Henrich, tal como acabamos de mencionar, no considera que Fichte haya logrado
alcanzar el fin que se había propuesto, de explicar una teoría de la auto-conciencia dirigida al “ser sí
mismo” originario. Quizá Henrich habría podido escribir que en realidad él llevó al papel por primera
vez aquello que Fichte tuvo a la vista. En todo caso vale la pena mencionar al respecto una
alternativa tanto al modelo reflexivo kantiano como a la teoría del poner fichteano, alternativa a la
que Henrich alude en 1966/67. Sólo en un artículo publicado una década más tarde, en el que Henrich
no se refiere a Fichte, sino a Jacobi y Reinhold como los pioneros de una teoría del sujeto, Henrich le
da un nombre a esta teoría: la llama “negación de la teoría” (Henrich 1989: 134). Y quizá el más
importante negador de la teoría es Kant, pues la “negación de la teoría” es el núcleo sistemático de la
filosofía kantiana. Kant, dice Henrich, “sostuvo incluso que, en lo esencial, es imposible esclarecer,
más de lo que se los esclareció ya en la Crítica de la razón pura, los verdaderos fundamentos sobre
los que se basa nuestro conocimiento, y en los cuales se origina éste”11.
Henrich da todavía un paso más, con su interpretación de la página B 132 de la primera
Crítica. En esa página Kant explica que el pensamiento “Yo pienso” es producido por la apercepción
transcendental. Respecto de ello, y a diferencia de su artículo de 1966, Henrich interpreta ahora que
Kant mismo comprendió que la auto-conciencia explicitada aquí mediante la representación “yo
pienso” tiene una “constitución circular” (Henrich 1989: 133). Pues si quisiéramos conocer a priori el
yo, en cuanto objeto, a partir de la representación “yo pienso”, incurriríamos en una explicación
circular. Sin embargo, según la interpretación de Henrich, aunque Kant mismo se habría percatado de
este círculo, no parece querer afirmar que la auto-conciencia sólo puede ser pensada de modo circular
(Cfr. Hennrich 1989: 137). La concepción de Kant de la auto-conciencia no designa, por tanto, el
punto final de una teoría de la auto-conciencia, sino más bien el marco que será profundizado luego
por Reinhold y modificado por Jacobi.
4. Kant sobre autoconciencia y autoconocimiento
¿Cómo evaluar las dos interpretaciones de Henrich sobre la teoría kantiana de la auto-conciencia?
Aun con la diversa evaluación de la pretensión sistemática y del significado histórico-filosófico que
les atribuye a Kant y a Fichte, Henrich siempre parte del supuesto de que Kant ha defendido una
teoría reflexiva de la autoconciencia. Pero esto es precisamente lo que yo encuentro problemático (y
aquí desarrollaré anteriores trabajos míos)12. Partamos de una determinada interpretación de la teoría
reflexiva, a saber, aquélla según la cual un sujeto se relaciona consigo mismo conociéndose a sí
mismo. En mi opinión, la contribución filosófica central de Kant no consiste sólo en haber querido,
por primera vez, “deducir la constitución formal del conocimiento en cuanto tal a partir de la autoconciencia”, como destaca Henrich. La contribución sobresaliente de Kant respecto de la
autoconciencia consiste en haber puesto de relieve por primera vez de modo claro las diferencias y las
relaciones entre los conceptos de la auto-conciencia y del auto-conocimiento. Y al hacerlo así, Kant
fue muy consciente de que, en el marco de sus presupuestos lógico-trascendentales y estéticotrascendentales, hay una única posibilidad de evitar una concepción circular de la auto-conciencia. En
lo que sigue, daré algunas indicaciones para explicar mi tesis y me dedicaré, además, a la pregunta de
si, y en qué medida, Kant renuncia a la pretensión de contribuir al conocimiento de sí, atribuida por
Henrich a todas las teorías de la auto-conciencia. ¿Se encuentra en este nivel algo así como una
kantiana “negación de la teoría”?
Henrich 1989: 129. La idea de Kant fue: “Siempre tenemos que presuponer, en el saber, una referencia a sí mismo, sin poder
explicitarla más en cuanto tal” (Henrich 2007a: 2).
12
Ver en detalle Klemme (1996: 375-403).
11
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ISSN-e: 2445-0669
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¿ ”El yo propiamente tal” (I. Kant)...?
Heiner F. Klemme
Voy a comenzar con la explicación de la diferencia entre auto-conciencia y conocimiento de
sí que se encuentra en el §25 de la “deducción de los conceptos puros del entendimiento”. ¿Cómo
explica Kant la “conciencia de sí” (KrV B 158)? Retomando el §16, Kant explica que “en la síntesis
trascendental de lo múltiple de las representaciones en general, y por tanto, en la unidad sintética
originaria de la apercepción” (KrV B 157), soy consciente de que soy, pero no de cómo existo. La
auto-conciencia significa en Kant, por tanto, la conciencia de la propia existencia, en el acto de la
apropiación de representaciones13. Esta conciencia de la propia existencia no incluye ningún
conocimiento sobre “como me aparezco a mí [mismo], ni [sobre ] como, en mí mismo, soy” (KrV B
157). Para poder ser consciente de mí mismo tengo que llevar a cabo la acción que Kant llama
“pensar” (KrV B 157)14. Y pensar consiste en el enlace sintético, según las funciones lógicas del
pensar, de representaciones dadas. Por consiguiente, si no me es dado nada para pensar, entonces no
puedo ser consciente de mí mismo. Por razones sistemáticas es imposible, según Kant, que pudiera
tener alguna familiaridad con mi “originario ser yo mismo”. Esta concepción no tiene ningún sentido
para Kant –cuando menos, en este nivel de análisis–. Pero ¿por qué no hay aquí ningún “originario ser
yo mismo”?15 ¿Qué quiere decir Kant, cuando escribe que soy consciente de mí mismo, en cuanto
existente, en mi acto de pensar? En primer lugar, hay que advertir que, según Kant, no sólo soy
consciente de mi existencia (Existenz) en el acto del “yo pienso”, sino también, que este acto
determina mi propio existir (Dasein)16. Determinar la existencia de uno mismo mediante un acto del
pensar significa conocer formalmente este existir propio. Y conocerlo significa que no hay ningún
resto místico que no haya sido conocido. Por consiguiente, el acto del “Yo pienso” abarca tres
aspectos: lo determinante, lo determinado, y el modo en el cual esta determinación puede tener lugar.
A lo determinante en mí, Kant lo llama espontaneidad. Yo soy consciente de mí mismo como un
sujeto que juzga. Lo determinado es el existir dado en el pensar. Y el modo en el cual tiene lugar la
acción de determinación se comprende mediante el concepto de la unidad sintética de lo múltiple. No
soy consciente de mí mismo al relacionarme conmigo mismo –como supone el modelo reflexivo de la
auto-conciencia– sino que soy consciente de mí mismo al relacionarme con algo otro, a saber, con
representaciones que me han sido dadas para el pensar. Al pensar me percibo como pensante y, con
ello, como existente. Si nada me es dado para el pensar, si no puedo llevar representaciones bajo la
unidad sintética de la apercepción, entonces no se presenta ningún caso de auto-conciencia. Por lo
tanto, la auto-conciencia es un fenómeno que se manifiesta al llevar a cabo el pensar. Si en el acto del
pensar coloco lo múltiple, dado en el espacio y el tiempo, bajo la unidad sintética de la apercepción,
entonces soy consciente de mí mismo, en cuanto sujeto que piensa. Pensar es un acto de la
espontaneidad, que sólo puede ser realizado en relación con representaciones dadas. En la medida en
que me vuelvo consciente de mí mismo como espontaneidad, soy consciente de mí mismo como
inteligencia cuyo existir, empero, sólo de manera sensiblemente determinada puede llegar a ser
conocido mediante las categorías del entendimiento, porque las representaciones que se llevan bajo la
unidad sintética de la apercepción son sensibles.
El pensamiento central de Kant en el §25 de la deducción parece ser que el sujeto que se
relaciona consigo mismo en el modo de la auto-determinación no se relaciona, por lo tanto, consigo
mismo con el propósito de conocerse como sujeto determinante. Más bien, se relaciona consigo
Wittgenstein expresa un pensamiento análogo en las anotaciones de su diario del año 1916: “El Yo entra en la filosofía, en la
medida en que el mundo es mi mundo” (Wittgenstein 1984: 174). (Acerca del concepto del ser-mío (Meinigkeit) de las
representaciones, y de la diferencia entre la unidad subjetiva y objetiva de ellas, en Kant, ver Klemme 1996: 180-214). Más allá de
esto, empero, Wittgenstein defiende, en contraposición a Kant, una interpretación mística del Yo: “El Yo, el Yo es lo más
profundamente misterioso”. “El Yo no es ningún objeto”. “A cada objeto me enfrento objetivamente. Al Yo no. Hay en la filosofía,
por tanto, un modo en el cual se puede y se tiene que hablar del Yo en un sentido que no es psicológico” (Wittgenstein 1984: 175).
14
Con esto está relacionado el acento que Kant pone en la procesualidad del conocer humano. Ver Horstmann (1993) y Klemme
(1996: 361-374).
15
Acerca del significado del discurso kantiano sobre el “sí mismo propiamente como tal”, para el desarrollo argumentativo de la
Fundamentación, ver Klemme (2014a).
16
Acerca de esta temática, ver también Klemme (1996: 375-403) y (2012), así como Heidemann (2013).
13
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mismo con el propósito de determinar un objeto.17 El sujeto tiene conciencia de que el acto de la autodeterminación teórica siempre tiene lugar bajo condiciones que restringen necesariamente el
conocimiento de objetos. A diferencia de lo que presupone el modelo reflexivo de la auto-conciencia,
Kant no intenta conocer el contenido que constituye el significado originario del Yo como sujeto, el
“originario ser sí mismo”. Más bien, este contenido –que no consiste en otra cosa más que en la
conciencia de la espontaneidad y de la existencia propia que es dada con la realización de esta
espontaneidad– se amplía en el sentido de un conocimiento de objeto.
Formulado claramente: todo conocimiento de objeto está bajo el signo de una operación
determinante del sujeto, restringida por las condiciones de la sensibilidad. El conocimiento de objetos
es siempre una constitución de objeto que está sujeta a las condiciones de la espontaneidad y de la
receptividad. Todo intento de ir más allá de estas condiciones o de sobrepasarlas termina como el
vuelo de Ícaro. Entendido así, Kant no se encuentra al comienzo de una concepción de la autoconciencia, que estuviera situada más allá de la teoría reflexiva de la auto-conciencia. Más bien, [su
teoría] marca los límites de toda posible concepción de la auto-conciencia que quiera adscribirle a
ésta una función constitutiva de objetos. En todo caso, la objeción de circularidad queda refutada
también en el nivel del auto-conocimiento.
He bosquejado hasta aquí la estructura fundamental de la relación de la auto-conciencia y el
auto-conocimiento. Sin embargo, aún quedan numerosas preguntas sin responder. En lo que sigue,
algunas de ellas serán respondidas, aunque sea de manera provisoria.
En el acto del “Yo pienso” soy consciente, según Kant, de mi espontaneidad. Ya que la
espontaneidad no designa ninguna propiedad que yo pudiera asignarme o negarme, ella no es algo con
lo que pudiera relacionarme, como si fuera algo distinto de mí. En cierto sentido, yo no soy nada más
que esa espontaneidad. Soy consciente de ella inmediatamente cuando pienso. Pero Kant evita este
modo de expresarse. En todo caso, no conozco yo ningún pasaje en la Crítica de la razón pura en el
que Kant exprese la tesis de que soy idéntico a esa espontaneidad. Más bien, por una razón que
todavía es necesario comprender, Kant distingue dos niveles o aspectos de la auto-conciencia: por un
lado, el nivel o aspecto de la unidad sintética-originaria de la apercepción y, por el otro, el nivel o
aspecto de la representación “yo pienso”. ¿Qué relación existe entre ambos aspectos de la autoconciencia?
En una formulación del §16 que se volvió famosa, Kant afirma que la apercepción pura u
originaria “es aquella conciencia de sí mismo que, al producir la representación Yo pienso que debe
poder acompañar a todas las otras y es una y la misma en toda conciencia, no puede ser acompañada,
a su vez, por ninguna otra” (KrV B 132). ¿En qué medida puede decirse que la apercepción originaria
“produce” la representación “Yo pienso”? Pensar, como ya se mencionó, es un acto de conexión de
representaciones y por lo tanto es una expresión de la espontaneidad. La tesis de Kant dice que la
representación “Yo pienso” aparece siempre que se realiza un acto de pensar, o sea, siempre que las
representaciones son llevadas a la unidad sintética de la apercepción. Si realizamos un acto del “Yo
pienso”, entonces somos conscientes, por un lado, de la unidad sintética originaria de la apercepción.
Por otro lado, empero, también somos conscientes de que estos actos son actos de la interconexión
sintética de un múltiple dado en el espacio y el tiempo. La conciencia del “yo” incluye la conciencia
de unas representaciones que llamo “mis representaciones” (KrV 132), precisamente porque las llevo
bajo la unidad sintética de la apercepción transcendental. Kant unifica, pues, el ámbito de mis
17
Las preguntas sobre el auto-conocimiento empírico, la auto-identificación y las convicciones de se (¿soy la persona que veo en la
foto? ¿soy la persona que la mujer al otro lado de la calle está llamando?) no se tratan en este nivel de la teoría. Ellas pertenecen
(en la terminología de Kant) al ámbito de la psicología empírica y de la antropología. Acerca de la discusión actual, cf., entre otros,
Rosefeldt (2000).
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representaciones bajo el concepto de la apercepción empírica (cf. KrV B 132). Dado que el “Yo
pienso” no es una representación que yo pueda llamar justificadamente mi representación, en el
sentido de la apercepción empírica (pues el “Yo pienso” es la condición para poder llamar a las
representaciones mis representaciones), resulta claro por qué el “Yo pienso” no pertenece a la
apercepción empírica18. Kant escribe entonces, intencionadamente: la representación “Yo pienso” “es
un acto de la espontaneidad” (KrV B 132, las cursivas son mías).
Estas reflexiones sugieren, pues, que tenemos que comprender al “Yo pienso” como una
representación de mí mismo, que se produce en el acto del pensar. Y, por lo tanto, esta representación
acompaña mis representaciones, no solamente porque he llevado esas representaciones bajo la unidad
de la apercepción transcendental en el acto del pensar; sino que ella sólo puede acompañar mis
representaciones porque el pensar no puede, él mismo, ser pensado, sino únicamente llevado a cabo.
Dicho de otro modo, el pensar que acompaña mis pensamientos no puede, él mismo, ser acompañado
por un pensar de nivel superior. Las formas del pensar (las funciones lógicas del pensar) son siempre
idénticas a sí mismas.
Muy de acuerdo con el sentido de esta interpretación, Kant escribe en el capítulo de los
paralogismos que el “concepto, o, si se lo prefiere, el juicio: Yo pienso (…) es el vehículo de todos los
conceptos en general, y por tanto, también de los trascendentales” (KrV A 341/B 399). Aunque este
concepto está depurado “de todo lo empírico (de las impresiones de los sentidos)” (KrV A342/B 399),
ciertamente esto no significa que nos lo formemos solamente bajo la presuposición del pensar.
Tampoco significa que no sea acompañado por una representación empírica, como la que se expresa
en el concepto del sentimiento de sí o de la percepción de sí mismo. Quien expresa la proposición
“Yo pienso”, se percibe a sí mismo.
No hay que dejarse detener por [el hecho de] que yo, en esta proposición que expresa la percepción de
sí mismo, tenga una experiencia interna, y que por tanto la doctrina racional del alma, edificada sobre
ella, no sea nunca pura, sino que esté, en parte, fundada en un principio empírico. Pues esa percepción
interna no es nada más que la mera apercepción: Yo pienso; la cual hace incluso posibles todos los
conceptos trascendentales. (KrV A 342 s. / B 400 s.)
Kant también se refiere en este contexto a una “experiencia interna en general” (KrV A 343/B 342),
que él distingue de un conocimiento empírico de objetos. ¿Qué quiere decir con esto? Cuando pienso,
coloco bajo la unidad de la apercepción transcendental lo múltiple que me es dado en la sensibilidad.
Entonces, como pensante, me percibo a mí mismo como sujeto pensante, en la corriente de mis
representaciones, que me son dadas en el sentido interno bajo las condiciones del tiempo. Esta
percepción de mí mismo no llega a ser todavía un conocimiento empírico de mí mismo, porque no
ocurre con el propósito de conocerme como objeto del sentido interno. Con ello queda claro que el
“Yo pienso” es una conciencia de mi espontaneidad bajo las condiciones de posibilidad del ejercicio
de esa conciencia. Es espontaneidad y al mismo tiempo es producida mediante la apercepción
transcendental.
Si en Kant hay algo así como una familiaridad consigo mismo, ella designa la conciencia
de ser el sujeto de los juicios. Es una conciencia de la espontaneidad, expresada por el concepto de la
apercepción. Dado que esta espontaneidad se muestra en el juzgar, y que los juicios expresan,
empero, la conexión de representaciones dadas en el sentido interno, entonces esta conciencia es
acompañada por el rasgo característico de las representaciones dadas: el hecho de ser sentidas en el
Está descartado contar, como hace Tetens, al “Yo pienso” entre las verdades contingentes: “La proposición “Yo pienso”
pertenece, junto con todas las proposiciones de la conciencia inmediata, a las verdades contingentes, a pesar de que es
absolutamente necesario tenerla por una proposición verdadera.” (Tetens 1777: 568).
18
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sentido interno. Así, no puede sorprender que Kant hable en Prolegómenos de un “sentimiento de la
existencia”19. En el manuscrito de Rostock de la Antropología en sentido pragmático, Kant se expresa
de modo explícito, y con bastante detalle, acerca de lo que podemos llamar la familiaridad con
nosotros mismos, entendidos meramente como Yo pensante. Deja claro que este “Yo lógico”20 no es
un objeto de conocimiento:
El Yo en cada juicio no es ni una intuición ni un concepto, y mucho menos una determinación de un
objeto cualquiera, sino un acto del entendimiento del sujeto determinante en general, y la conciencia de
sí mismo [es] la apercepción pura misma, y pertenece, por tanto, meramente a la lógica (sin ninguna
materia ni contenido). Por el contrario, el Yo del sentido interno, esto es, de la percepción y de la
observación de sí mismo, no es el sujeto del juicio, sino un objeto. La conciencia del observador de sí
mismo es una representación completamente simple del sujeto en el juicio en general, sujeto del cual se
sabe todo, con sólo que se lo piense. Pero el Yo observado por sí mismo es un conjunto de tantos
objetos de la percepción interna, que la psicología tiene mucho que hacer para encontrar todo lo que
yace oculto allí, y no puede esperar en ello llegar alguna vez a un fin, ni responder de modo suficiente
la pregunta: ¿qué es el hombre?21
5. ¿“El yo propiamente tal”, o “el ser sí mismo”?
Con su distinción entre auto-conciencia y auto-conocimiento Kant evita, como he querido indicar, los
problemas que están asociados al modelo reflexivo de la auto-conciencia. El Yo no es un concepto
que pueda ser conocido. Si me pienso como sujeto de mis juicios, “sé” todo lo que “propiamente” hay
que saber sobre mí mismo, tal como Kant explica en el recién citado fragmento del manuscrito de
Rostock de la Antropología. Si, por el contrario, me vuelvo sobre mí mismo en cuanto objeto del
sentido interno, la extensión de mi posible saber es entonces casi ilimitada. Este saber depende de los
contenidos que me son dados en el sentido interno y que me atribuyo a mí en cuanto sujeto empírico.
En el sentido interno me encuentro con todos mis sentimientos, mis esperanzas y mis deseos; con la
historia completa de mi vida. El “sí mismo originario” del que habla Henrich parece revelarse ahora,
por consiguiente, como objeto de la psicología empírica y de la antropología. Sus dimensiones
parecen ilimitadas, sus contornos son imprecisos y sus contenidos siempre cambian. Pero como
objeto del sentido interno, no soy opaco para mí mismo, en virtud de mi origen. Ahora bien, que
también puedo engañarme en el nivel empírico de la auto-identificación es algo que pertenece a la
naturaleza misma de esta operación de identificación.
Sin embargo, junto con los intentos de determinación empírica de nuestro yo como objeto,
Kant, al final del capítulo sobre los “paralogismos de la razón pura” en la segunda edición de la
Crítica de la razón pura, alude a un concepto de auto-determinación y de auto-conocimiento que
parece apuntar con más fuerza en la dirección del concepto de ser sí mismo, elaborado por Henrich,.
Pero, ¿piensa Kant aquí en procesos “en los cuales el sujeto se despliega hasta llegar a ser una forma
ampliada, y dentro de los cuales se vuelve consciente de sí mismo” (Henrich 2007: 24)? Volvamos
con más detalle a las explicaciones de Kant. Kant escribe:
Pero si se supone que en lo que sigue, no en la experiencia, sino en ciertas (no meras reglas lógicas,
sino) leyes del uso puro de la razón, válidas a priori, concernientes a nuestra existencia, se encontrase
ocasión para presuponernos enteramente a priori como legisladores, en lo que respecta a nuestra propia
“Si la representación de la apercepción, el yo, fuese un concepto mediante el cual se pensase alguna cosa, entonces podría ser
usado también como predicado de otras cosas, o contendría en sí tales predicados. Pero el yo no es más que el sentimiento de una
existencia, sin el más mínimo concepto, y es sólo la representación de aquello con lo cual todo pensar está en relación (relatione
accidentis)” (Prol AA 4: 334, nota).
20
En los Progresos de la metafísica Kant escribe: “El Yo lógico no es para él mismo ningún objeto del conocimiento, pero sí lo es
el yo físico y, ciertamente, mediante las categorías, en cuanto modos de la composición de lo múltiple de la intuición interna
(empírica), en la medida en que ella (la composición) es posible a priori” (FM AA 20, 338, citado en Klemme (1996: 401, nota
54)). Ver también, Rosefeldt (2000a).
21
Kant (1997: 428), citado en Klemme (1996: 401-402).
19
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existencia, y [para presuponernos] también como determinantes de esa existencia, entonces por ello se
descubriría una espontaneidad por la cual nuestra efectiva realidad sería determinable, sin que se
necesitasen para ello las condiciones de la intuición empírica; y aquí advertiríamos que en la conciencia
de nuestra existencia había, contenido a priori, algo que puede servir para determinar nuestra existencia
–que sólo de modo sensible puede ser íntegramente determinada– con respecto a cierta facultad interna,
en relación con un mundo inteligible (por cierto que sólo pensado) (KrV B 430 ss).
Cuando Kant escribió estas líneas a comienzos del año 1787, ya tenía ante los ojos la
Crítica de la razón práctica (que apareció a finales de 1787), con su doctrina del factum de la razón
pura práctica y de las funciones lógicas del juicio interpretadas como categorías de la libertad. Con la
conciencia de la ley moral está enlazada la conciencia de una espontaneidad –según lo que Kant, en la
primera Crítica, sólo puede sugerir al lector– que concierne a la relación entre la ley y la voluntad
libre. Por cierto, aquí no se descubre ningún “ser originario” que esté ya, aunque oculto, y que actúe
de manera oculta, requiriendo sólo la reflexión para salir a la luz. Así como el “Yo pienso” de la
deducción, también “el yo propiamente tal”22 de la filosofía práctica remite a una actividad, a saber, a
la auto-determinación de nuestra voluntad libre. El “yo propiamente tal” se explica por completo en
sentido práctico, mediante estas operaciones de determinación. A diferencia del auto-conocimiento, y
del conocimiento teórico de objetos, hay aquí ciertamente una forma de auto-conocimiento que Kant
describe como una conciencia de la “espontaneidad pura” (GMS AA 4: 452). Mediante la conciencia
de esta espontaneidad el hombre se distingue, en cuanto inteligencia, de todos los objetos empíricos
(y con ello también se diferencia de sí mismo, considerado como objeto empíricamente
determinado)23. Esta conciencia de la propia libertad bajo la ley moral, no apunta, por consiguiente, a
su desarrollo a lo largo de una vida, como, en cambio, apunta el concepto de ser sí mismo de
Henrich. Ella está presente, en cambio, desde el comienzo, en cada hombre que está en posesión de su
libertad. No hay resto hermenéutico alguno de un ser sí mismo que no quede documentado en la
conciencia de nuestros deberes morales para con nosotros o para con los demás. Henrich tiene
plenamente razón cuando insiste, contra Heidegger, en la diferencia entre auto-conservación y autoconciencia: la conciencia de mí mismo presupone, en sentido práctico, la conciencia de un yo que no
es el producto de los procesos de la conciencia. Pero esta diferencia se explica para Kant
exclusivamente en la medida en que me concibo como sujeto dotado de voluntad y que se encuentra
bajo la obligación de una ley de la libertad, ley por la cual tengo el sentimiento de estar unido a todos
los sujetos racionales y dotados de libertad. Pero estoy en una relación práctica conmigo mismo que
no se explica mediante el concepto de autoconciencia en cuanto tal. Más bien, se explica mediante el
concepto de la auto-determinación práctica, concepto que presupone, a su vez, el concepto de una
voluntad libre. Poseerse y conservarse a sí mismo significa, para Kant, presentarse en el mundo
empírico como un sujeto capaz de ser libre.
Kant explica esa relación práctica en la que nos encontramos respecto de nosotros mismos
mediante diversas expresiones: respeto, estima de sí mismo, dominio de sí mismo. En una lección
sobre antropología del semestre de invierno de 1772/73, escoge el concepto de auto-posesión,
En la Fundamentación, Kant se refiere al concepto del “yo propiamente tal” para diferenciar al hombre en cuanto inteligencia
del hombre en cuanto fenómeno: “La causalidad de las acciones se encuentra en él, como inteligencia, y en las leyes de los efectos
y de las acciones según principios de un mundo inteligible, mundo del cual él sólo sabe que la ley, allí, la da únicamente la razón,
esto es, la razón pura, independiente de la sensibilidad; así como también que, dado que ahí, sólo como inteligencia, él es el yo
propiamente tal (como hombre, en cambio, es sólo el fenómeno de sí mismo), esas leyes se refieren a él inmediata y
categóricamente” (GMS AA 4: 457; cf. GMS AA 4: 461). No podemos ocuparnos aquí de las posibles diferencias de principio que
hay entre la argumentación de la Fundamentación y la de la Crítica de la razón práctica. De cualquier modo, no me parecen
relevantes para la concepción del “sí mismo propiamente tal”, aun cuando Kant no usa esta expresión en 1787/88.
23
“Ahora bien, el hombre encuentra en sí efectivamente una facultad por la cual se distingue de todas las demás cosas, e incluso de
sí mismo, en tanto que es afectado por objetos, y ésta es la razón. Ésta, como espontaneidad pura, se eleva incluso por sobre el
entendimiento, por el hecho de que éste, aunque también es espontaneidad y no contiene meramente, como el sentido,
representaciones que sólo se originan cuando uno es afectado por cosas (por lo tanto, cuando se es pasivo), sin embargo no puede,
a partir de su actividad, producir otros conceptos más que aquellos que sirven para llevar las representaciones sensibles bajo
reglas y para reunirlas así en una conciencia” (GMS AA 4: 452).
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refiriéndose en este sentido de modo positivo a la tradición del estoicismo: “El ser dueño de sí mismo
(animus sui compos), el dios de los estoicos, es mucho más sublime que el constante ánimo jovial de
Epicuro, pues, si se es amo de sí mismo, se es entonces también señor de la propia fortuna y del
propio infortunio”.24 Sin exagerar, podemos decir que la pérdida de la posesión de sí mismo es, según
el parecer de Kant, el summum malum de nuestra vida. Esta es una idea que no tendría ningún sentido
sin el concepto de una existencia determinable de manera inteligible. Y es también una idea que no
muestra huella alguna de circularidad viciosa.
La mayor concordancia que parece haber entre la concepción kantiana del “yo propiamente
tal” y el “ser sí mismo originario” de Henrich resulta del hecho de que ambos, Kant y Henrich,
rechazan un concepto constructivo o constitutivo del yo práctico. No nos construimos a nosotros
mismos como sujetos prácticos, sino que, en cuanto que somos seres humanos, tenemos que
concebirnos como determinados desde una perspectiva que no está a nuestra disposición. La mayor
discrepancia entre Kant y Henrich parece deberse, a su vez, al hecho de que Kant, por medio de los
conceptos de libertad y de ley, afirma que nuestro yo propiamente tal se puede describir sin que
intervenga hermenéutica alguna del ser sí mismo referida a los procesos de autocomprensión del
hombre.25 Tanto la concepción de un “descubrimiento de la conciencia ética” (Henrich 2007a: 124)
como la esperanza de obtener “en la conciencia ética una comprensión más profunda sobre sí mismo”
(Henrich 2007a: 127) son ajenas a Kant. Entre el “yo propiamente tal” de Kant y el “ser sí mismo
originario” de Henrich median Kierkegaard, Heidegger, Jaspers y Gadamer.
Interrogar ambos conceptos detalladamente, en relación con su relevancia sistemática, sería
una tarea filosófica sumamente atractiva. El concepto de “yo propiamente tal” nos libera del peso de
preguntas acerca de la auto-determinación personal que van más allá de una concepción de nuestra
existencia que tomara en consideración exclusivamente lo que es funcional con respecto a la libertad.
Del mismo modo el concepto de ser sí mismo remite a una dimensión del significado de nuestra vida,
dimensión que a nosotros, como seres finitos, nos resulta importante expresar de manera plena. Si
seguimos las indicaciones de Kant, parece que el ser sí mismo haya de ser tematizado en el contexto
de una antropología, en cuyo centro se encuentra el concepto de la obligación moral. Si nos
consideramos a nosotros mismos (en cuanto que somos sujetos dotados de voluntad), desde la
perspectiva de nuestra propia facultad de ser libres, entonces se despierta en nosotros un interés por
la realización de esa libertad, interés sobre el que nosotros no podemos disponer nada, y que no
podemos negar en otras personas. Las condiciones bajo las cuales los sujetos capaces de ser libres
pueden realizar su libertad constituyen el lazo universal de nuestro mundo social. Sin embargo, con
ello no está dicho cómo debemos interpretar y estructurar esas condiciones. Así pues, hay un espacio
de libertad, como espacio de posibilidad para la organización individual de la vida. Desde la
24
V-Anth/Parow AA 25: 68-69. En la Antropología Collins (1772/73), este pensamiento es expresado con el concepto de
“dominio del arbitrio libre”: “En el poder del arbitrio libre, de ejercer a voluntad, u omitir, todo actus de nuestra facultad, consiste
la mayor dicha del mundo. Pues, suponiendo que me ocurriera la mayor desgracia, con tal que yo esté en condiciones de hacer
abstracción de mis representaciones, tengo el poder de suprimir representaciones, por decirlo así, a voluntad, y de evocar a otras
representaciones, y entonces soy invencible frente a todo y estoy pertrechado con respecto a todo. El más alto dominio del alma, al
que ningún hombre puede renunciar, es el dominio del arbitrio libre” (V-Anth/Collins AA 25: 29-30). La concepción de Kant del
ser dueño de sí mismo tiene que ser comprendida a partir del marco de su doctrina de las facultades (cf. Klemme 2014).
25
Kant formula su pensamiento de que lo único y exclusivamente importante para el hombre tiene que ser la auto-determinación
moral, de modo particularmente radical en su lección de antropología de los años setenta: "Ser un hombre es, en verdad, algo sin
importancia, pero una cosa es importante para él: la honradez, el mantener su palabra dada. Vivir bien, vivir unos años más, es algo
que favorece en especial el delirio y la vanidad. No tenemos que hacer de eso algo importante porque otros lo hagan. Más nos
puede ayudar la consideración de la brevedad de la vida, para la tranquilidad del ánimo y la satisfacción. Una observancia exacta
de aquello que nos prescribe la moral, para que la conciencia no nos reproche nada, es [por lo tanto] un potente medio para el
contento. ¿Qué podemos hacer frente al hecho de que las cosas en el mundo no van de acuerdo con nuestro deseo? Pero ellas no
deben robarnos nuestro contento. (...) ¿De qué me sirve al final de la vida haber asistido a tales y tantos banquetes? El carácter
moral del hombre es lo único importante en él. Él debe mantenerlo inmaculado, eso constituye su verdadero contento y su
satisfacción, y lo hace no indigno de esperar algo mejor en el futuro." (V-Anth/Collins AA 25: 169-170, cf. V-Anth/Parow AA 25:
370-371). Para un desarrollo mayor ver Klemme (2007)
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La noción kantiana de verdad trascendental
STÉFANO STRAULINO TORRE1
Resumen
El objetivo de este trabajo es dilucidar la noción de “verdad trascendental” y mostrar su lugar en el sistema kantiano.
Se defenderá que la verdad trascendental consiste, en línea con la definición tradicional de verdad, en un sentido de
correspondencia entre conocimiento y objeto, que la lógica trascendental establece criterios de verdad trascendental, y
que es esta noción de verdad la que permite establecer la verdad del conocimiento a priori y delimitar el territorio de
la verdad empírica.
Palabras clave: criterios de verdad, experiencia posible, objetividad, verdad trascendental.
Kant’s notion of transcendental truth
Abstract
The aim of this work is to elucidate the notion of “transcendental truth” and to show its role in the Kantian system. I
will argue that this notion is in line with the traditional definition of truth, i.e., that it consists in the correspondence
between knowledge and object. I will also argue that criteria of transcendental truth are provided by transcendental
logic, and that it is this notion of truth what makes it possible to establish the truth of a priori knowledge and
delimitate the field of empirical truth.
Keywords: Objectivity, possible experience, transcendental truth, truth criteria.
Introducción2
Como reconocen diversos estudiosos, Kant no es muy prolijo al hablar sobre la verdad (e.g. Cicovacki
1995: 199-200; Palacios 2013: 13; Vanzo 2010: 147-148). Las ocasiones en que aborda directamente
este tema son contadas: además de un pasaje en la Crítica de la razón pura (KrV A57-59/B82-84)3, la
mayor parte de los acercamientos al tema se encuentran en ciertos lugares de sus lecciones de lógica,
donde la cuestión se tocaba como parte del temario fijado por los manuales de la época. Esta
parquedad resulta especialmente notable si se tiene en cuenta que Kant centra la novedad de su
pensamiento –como anuncia con la idea de la revolución copernicana en el prólogo a la segunda
edición de la Crítica (KrV Bxvi)– precisamente en la inversión de la relación que se tiene,
tradicionalmente, por la definición misma de la verdad: la correspondencia del conocimiento con su
objeto4.
A pesar de la falta de una exposición sistemática sobre la noción de verdad, Kant hace uso
de distintos sentidos del mismo término, por ejemplo: verdad formal, verdad material, verdad
trascendental, verdad empírica; además de introducir diferentes matices: definición real o nominal de
verdad, criterios internos, externos, universales, suficientes, materiales o formales de verdad. Entre
todas estas nociones destaca particularmente –para la correcta comprensión de la novedad del
planteamiento kantiano y, particularmente, de su doctrina de la objetividad– la de ‘verdad
1
Universidad Panamericana. Campus México. Departamento de Humanidades.
Deseo expresar aquí mi gratitud a los profesores Alejandro Llano y José María Torralba por sus observaciones y su ayuda en la
elaboración de este trabajo.
Nota del editor: artículo ganador del 1er premio SEKLE.
3
Como es habitual, se cita Crítica de la razón pura indicando A para la primera edición y B para la segunda. El resto del corpus
kantiano se cita indicando la abreviación de la Kant-Forschungsstelle y el volumen y páginas en la edición de la Academia.
4
Definición que, por cierto, Kant mismo “concede y presupone” (KrV A58, B82). De esto hablaremos más adelante.
2
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trascendental’, a la que, sin embargo, apenas dedica atención explícita. En efecto, esta expresión,
‘verdad trascendental’ (transscendentale Wahrheit), aparece expresamente sólo dos veces en la
Crítica de la razón pura (KrV A146/B185 y A222/B269)5 y en ningún otro lugar de la obra publicada
de Kant6. Aunque este término no es acuñado por Kant, sí es, en cambio, dotado de un nuevo sentido
en el marco de su doctrina crítica7.
En este trabajo pretendo esclarecer el sentido de esta noción. Para ello, en la primera parte
se analizan los pasajes de la Crítica de la razón pura en los que aparece explícitamente el término
‘verdad trascendental’. Tras esto, en la segunda parte se expone el carácter de dicha noción como
criterio de verdad, particularmente en su relación con el conocimiento a priori. Finalmente, en la
última sección, se despliega su alcance sistemático, exponiendo su relación con los fundamentos del
planteamiento crítico y con la posibilidad del conocimiento en general.
1. Verdad, realidad objetiva y experiencia posible
Para comprender cabalmente el sentido del término ‘verdad trascendental’, resulta pertinente hacer
antes una breve exposición de lo que Kant entiende por ‘verdad’ en su sentido más general. En un
famoso pasaje de la “Introducción a la lógica general”, Kant señala que “concede y presupone” la
definición tradicional de verdad, esto es, la “correspondencia del conocimiento con su objeto” (KrV
A58/B82). A pesar de ello, existe un debate largo y continuado en torno al grado de compromiso que
la aceptación de tal definición implica respecto de una teoría de la verdad como correspondencia, o si
acaso esta definición no tiene mayor relevancia8. En buena medida, este debate es alimentado por la
caracterización que Kant hace de esta definición como una definición nominal 9.
Así pues, ¿qué implica que ‘la concordancia del conocimiento con su objeto’ sea la
definición nominal de la verdad? Que Kant admite esta definición se da por supuesto, no sólo por el
pasaje en el que dice que tal definición “se concede y presupone”, sino por las múltiples referencias
que hace a esta noción como definición de verdad (por ejemplo: KrV A157/B196-197, A191/B236,
A237/B296, A642/B670, Prol 4: 279, Log 9: 50, V-Lo/Wiener 24: 822, V-Met/Volckmann 28: 415, VMet/Schön 28: 497)10. ¿Qué indica, entonces, su carácter nominal? En términos generales, una
definición nominal se caracteriza, en oposición a una definición real, por no ofrecer la totalidad de la
esencia de lo definido. Las definiciones reales muestran la posibilidad del objeto a partir de notas
internas; son esenciales y contienen el concepto de la esencia (real) de la cosa (Log 9: 143; V5
Sin embargo, de ser correcta la interpretación que se llevará a cabo en este trabajo, hay otros pasajes en que es necesario leer
‘verdad’ en este sentido, por ejemplo: KrV A124-125, A128, A157-158/B196-197, A237/B296.
6
Aparece, en cambio, en algunas reflexiones y en algunas lecciones de metafísica (Refl 3765 17: 287, Refl 4806 18: 734, VMet/Herder 28: 17, V-Met/Volckmann 28: 415, V-Met/Schön 28: 496-497, V-Met-L2/Pölitz 28: 556, V-Met/Dohna 28: 632, VMet-K2/Heinze 28: 714, V-Met-K3E/Arnoldt 29: 989-990). Sin embargo, en estos pasajes es discutida más bien la acepción que le
daban los manuales, y no el sentido en que Kant la toma en su doctrina crítica (ver siguiente nota).
7
Kant toma el término ‘verdad trascendental’ de la interpretación wolffiana de la doctrina escolástica de los trascendentales, de la
que más tarde se distancia y a la que critica, como es patente en el §12 de la Crítica (KrV B113-116; ver también V-Met/Schön 28:
495-497). En aquella interpretación, la ‘verdad trascendental’ es tomada como el orden interno de las cosas (Wolff 1736: §495502; cf. Baumgarten 1757: §89-90; Meier 1765: §90-91). Sobre la influencia de los predecesores de Kant –especialmente Wolff y
Baumgarten– en la acuñación de dicho término, véase: Sgarbi 2011: 97-117; Rosales 2000: 44-46; Pieper 1974: 116-121; Albrecht
2006: 243-248.
8
En líneas generales, se pueden identificar tres posturas al respecto. En primer lugar, los intérpretes que sostienen que la definición
que Kant ofrece le compromete con una teoría de la verdad como correspondencia. A este grupo pertenecen, entre otros, Heidegger
(1979: 215), Hiltscher (1988), Höffe (2010: 185), Neiman (1994: 6-7) y Underwood (2003). En segundo lugar, quienes indican que
el carácter nominal de la definición es un modo de trivializarla y, en última instancia, de rechazarla. Aquí destacan: Prauss (1969:
166-82), Walker (1983: 160), Esterhuyse (1972: 284-286) y Hofmeister (1972: 316-317). Y por último, quienes afirman que tal
definición ofrece una explicación genuina del significado de ‘verdad’, pero no compromete con una teoría concreta, puesto que no
da cuenta de todas las características de la misma, no implica una definición real ni un criterio de verdad ni, tampoco, un
compromiso metafísico o epistemológico. En este tercer grupo podemos encontrar a Capozzi (2002: 503), Vanzo (2010: 166)
Cicovacki (1995: 199), Nenon (1986: 19 ss) y Hanna (2000: 233-240).
9
Son contados los intérpretes que hacen un análisis pormenorizado de la noción de ‘definición nominal’ para dilucidar el sentido
de la noción de verdad aceptada por Kant. Entre ellos destacan especialmente Nenon (1986: 19-38) y Vanzo (2010). Las
consideraciones que se hacen a continuación deben mucho a estos dos trabajos.
10
Una notable excepción al acuerdo general de que Kant acepta esta definición (aunque sea sólo en su carácter nominal) es Gerold
Prauss. Según él, cuando Kant dice que “se concede y se presupone aquí la definición nominal de verdad” (KrV A58/B82), con la
palabra ‘aquí’ no se refiere a su propia doctrina. En realidad Kant se referiría a la situación en la que se le pregunta al lógico por la
verdad. La situación a la que el lógico se ve abocado por aceptar tal definición (caer en un sofisma o aceptar la vanidad de su arte)
llevaría a Kant –según Prauss–, a rechazarla (Prauss 1969: 167). No cabe hacer un análisis exhaustivo de esta interpretación. Basta
de momento señalar que este argumento sólo es plausible en el marco del pasaje analizado, donde Kant hace referencia a los
lógicos. Pero Kant ofrece la misma noción de verdad, sin problematizarla, en otros varios lugares (véase el paréntesis antes de esta
nota). En contra de la interpretación de Prauss: Wagner (1977: 71-76), Nenon (1986: 40n).
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La noción kantiana de verdad trascendental
Lo/Wiener 24: 919; V-Lo/Blomberg 24: 268). En este sentido, ofrecen la totalidad de las
características (o notas) de aquello que definen y, con ello, exhiben además su posibilidad real (KrV
A241-242 nota). Las definiciones nominales, en cambio, tienen como fin fijar el uso del nombre de
un concepto: “la palabra, con las pocas notas ligadas a ella, es sólo una denominación de la cosa, y no
un concepto de ella; y por tanto, la presunta definición no es otra cosa que una determinación de la
palabra” (KrV A728/B756; cf. Log 9: 143; V-Lo/Wiener 24: 919; V-Lo/Blomberg 24: 268). Por ello,
no necesitan ofrecer la totalidad de notas del concepto definido, sino solo aquellas que sirvan para
distinguirlo de otros: “el término ‘definición nominal’ [indica] un cierto testimonio de la
denominación de la cosa, para hacer claro el nombre de la cosa, pero no para comprender mejor la
cosa misma. No comprende la esencia de la cosa en sí, sino solo la comparación de algunas marcas de
diferenciación con otras” (V-Lo/Wiener 24: 919; cf. KrV A241-242 nota; Br 11: 36-37; ver: Capozzi
2002: 499-503; Cabrera 1995: 130-133). Así pues, las definiciones nominales no expresan la totalidad
del concepto de un objeto, pero sí ofrecen una serie de notas que pertenecen realmente al objeto
(Vanzo 2010: 156-159), y que permiten distinguirlo de otros conceptos.
Que la definición tradicional de verdad no sea una definición real implica que la noción de
“correspondencia del conocimiento con su objeto” (Capozzi 2002: 503) no agota el concepto de
verdad y, por ende, no constituye ni implica una teoría completa de la verdad. En contraste con los
conceptos creados sintética y arbitrariamente mediante definiciones reales (por ejemplo, en el caso de
las matemáticas), que por sí mismas expresan la posibilidad de su objeto, los conceptos
presuntamente ‘dados’ (sean empíricos o metafísicos) implican la brecha entre sus cualidades
objetivas y nuestro conocimiento subjetivo; por lo que, en primer lugar, puede ser que las notas
especificadas para la definición nominal de una palabra determinada no sean suficientes para describir
a la cosa misma y, en segundo lugar, también puede suceder que la palabra definida no se refiera, o no
se pueda referir, a ninguna cosa real dada (Nenon 1986: 31).
No es posible, pues, como pretenden algunos intérpretes, deducir sólo de la aceptación de
esta definición que Kant abraza una teoría de la verdad como correspondencia. Sin embargo, calificar
esta definición como ‘nominal’ tampoco es un modo de restarle toda importancia. Si se acepta que
esta es una definición nominal válida de verdad, entonces se acepta que la concordancia es una nota
de la verdad. En palabras de Capozzi, “decir ‘verdad’ es decir ‘adaequatio intellectus et rei’ y si
cambiase en cualquier modo el definiens se debe admitir estar hablando de algún otro concepto y, en
sentido estricto, este último debe ser designado por otro nombre” (Capozzi 2002: 503; cf. Cicovacki
1995: 199-200, 2002: 16; Vanzo 2010: 166)11.
La definición nominal de ‘verdad’ sirve, en efecto, para tener un concepto diferenciado que
pueda ser usado de manera suficientemente válida. No explica totalmente qué es la verdad y mucho
menos da cuenta de su posibilidad, pero ofrece notas características que nos permiten distinguir este
concepto de otros; permite referirnos a él correctamente al dar cuenta del uso ordinario que se hace de
la palabra ‘verdad’; e ilustra el significado del predicado ‘es verdadero’12. Es decir: cuando se dice
que un juicio es verdadero, se quiere decir que, en efecto, concuerda con su objeto, aunque el
concepto de ‘verdad’ no se agote, necesariamente, en la correspondencia (cf. Vanzo 2010: 162-166). Y
lo que es más, que la definición nominal de verdad sea la adecuación del conocimiento con su objeto
implica que cualquier teoría filosóficamente respetable de la verdad debe dar cuenta de esta relación.
Y es así que el mismo Kant, con su doctrina de la verdad trascendental, intenta dar un fundamento
filosófico a la definición nominal de verdad: “[Las] reglas del entendimiento (...) son incluso la fuente
de toda verdad, es decir, de la concordancia de nuestro conocimiento con objetos” (KrV A237/B296,
véase: Capozzi 2002: 427-428).
Según indica Nenon, “las definiciones de conceptos de razón, como por ejemplo, el concepto de verdad, no son, para Kant,
prescriptivas, sino descriptivas, y descriptivas en un sentido normativo: no describen lo que se piensa al escuchar una palabra, sino
lo que se ha de pensar, pues pertenece a la cosa” (Nenon 1986: 30).
12
En este sentido, Hanna describe la definición nominal de verdad como “estricta y analíticamente correcta, pero metafísica y
epistémicamente neutral”. En tanto que esta definición da cuenta de notas adscribibles a la noción de verdad, es analíticamente
correcta, provee un modo de identificar qué tipo de cosas pueden caer bajo tal concepto, y –piensa Hanna– compromete a Kant con
una versión, al menos débil, de la teoría de la correspondencia. Sin embargo, es metafísicamente neutra en tanto que no da cuenta –
como sí lo haría una definición real– de la posibilidad misma de la verdad, y epistémicamente neutra por no ser suficiente para
conocerla según sus determinaciones internas y, en último término, por no ofrecer un criterio absoluto de diferenciación; esto es,
por no constituir, a la vez, un criterio de verdad (Hanna 2000: 227, 233-234).
11
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Stéfano Straulino
La noción kantiana de verdad trascendental
Así pues, reconocer que la definición que Kant acepta de verdad es nominal implica que,
aunque tal definición ofrece notas características del concepto y con ello posibilita su uso, no da
cuenta de la esencia real, la posibilidad, y todas las consecuencias de la verdad y, por tanto, tampoco
compromete con una teoría concreta sobre la misma; pero nos obliga a dar cuenta de esa definición
como una característica del concepto. En este sentido, aun cuando no contemos con una exposición
sistemática del término ‘verdad trascendental’, podemos adelantar, dada la aceptación kantiana de la
definición de verdad, que ha de consistir, en algún aspecto, en la correspondencia del conocimiento
con su objeto.
Sin embargo, como anunciábamos líneas arriba, la noción de ‘verdad trascendental’ aparece
explícitamente sólo en dos lugares de la Crítica de la razón pura:
Todos nuestros conocimientos, empero, residen en el conjunto de toda la experiencia posible; y en la
universal referencia a ella consiste la verdad trascendental, que precede a toda verdad empírica, y la
hace posible (KrV A146/B185).
[…] sólo en [el hecho de] que estos conceptos expresan a priori las relaciones de las percepciones en
toda experiencia, se conoce la realidad objetiva de ellos, es decir, su verdad trascendental, y [se la
conoce], por cierto, independientemente de la experiencia, pero no independientemente de toda
referencia a la forma de una experiencia en general, y a la unidad sintética, sólo en la cual pueden ser
conocidos empíricamente los objetos (KrV A221-222/B269).
En estos fragmentos, si bien Kant no ofrece una definición precisa de la expresión en
cuestión, señala, en cambio, una serie de características sobre ella: precede y posibilita la verdad
empírica; consiste en la referencia a la experiencia posible; se conoce independientemente de la
experiencia pero no de toda referencia a la forma de la experiencia en general; y es identificada con la
realidad objetiva. Como se hará evidente a lo largo de esta exposición, todas estas caracterizaciones
están estrechamente vinculadas entre sí y, aunque con diferentes matices, apuntan precisamente a la
correspondencia del conocimiento con el objeto. Por lo pronto, comenzaremos con la noción de
‘realidad objetiva’, que, como consta en los fragmentos citados, Kant equipara explícitamente con
‘verdad trascendental’.
‘Realidad objetiva’ (objective Realität) significa, en pocas palabras, referencia a un objeto13.
Una representación cualquiera, por ejemplo, un concepto, tiene realidad objetiva si es posible referirlo
a un objeto. Ahora bien, que se pueda establecer referencia a un objeto implica que tal objeto puede
sernos dado, es decir, que es posible referir su representación a la experiencia (KrV A155-156/B194195). Esta referencia puede cumplirse de distintos modos. El modo más inmediato consiste en la
relación que los conceptos empíricos guardan con sus objetos. La realidad objetiva de estos conceptos
no es problemática, pues tenemos a la mano la experiencia, que da cuenta de la legitimidad de tales
conceptos (KrV A84/B116-117). Así, por ejemplo, teniendo frente a mí una mesa, compruebo
inmediatamente que el concepto ‘mesa’ tiene efectivamente un objeto al que se dirige, que lo dota de
sentido y de significación. Tal relación no es problemática porque, de hecho, tales conceptos se
extraen de la experiencia. Así, en su propio origen, se cumple la exigencia de la relación con un
objeto de experiencia: la ‘posibilidad’ de referir dichos conceptos a objetos es patente dado que, de
facto, se dirigen a objetos. Sin embargo, esta misma exigencia es válida para los conceptos puros:
13
En la literatura kantiana suele distinguirse tradicionalmente entre validez objetiva (objective Gültigkeit) y realidad objetiva
(objective Realität). En términos generales, la primera consistiría en la aplicabilidad de las categorías a objetos en general, y se
demuestra en la necesidad de las categorías como condiciones de la experiencia (aunque Kant habla también de validez objetiva de
tiempo y espacio: KrV A20/B44, A35/B52). La segunda, en cambio, concerniría a la relación de los conceptos con objetos
efectivos. Sin embargo, no encuentro bases suficientes para esta distinción. No me es posible profundizar en esta discusión, pero
basta señalar que, en general, Kant describe ambos términos como la referencia a la posibilidad de la experiencia (validez objetiva,
e.g. KrV A93/B126, A156/B195; realidad objetiva, e.g. KrV A157/B197, A217/B264). Me interesa señalar, sobre todo, que
‘realidad objetiva’ no se puede entender como referencia a un objeto efectivo (wirklich): en el pasaje en que Kant identifica esta
noción con verdad trascendental, dice que se conoce “independientemente de la experiencia, pero no independientemente de toda
referencia a la forma de una experiencia en general” (KrV A221-222/B269). De modo similar, critica a Hume el confundir la
referencia a la experiencia posible –identificada en el mismo pasaje con la realidad objetiva– con la experiencia efectiva (wirkliche
Erfahrung) (cf. KrV A766/B794). En la Crítica, en algunos pasajes señala que se conoce la realidad objetiva en la referencia a la
experiencia efectiva (KrV A84/B116-117, B291). Pero esto no significa que sólo en la experiencia efectiva se conozca la realidad
objetiva. Es una ratio cognoscendi, pero no su ratio essendi. En cambio, se lee en varios pasajes que la realidad objetiva se basa en
la referencia a la posibilidad de la experiencia (KrV A95, A156-157/B195-196, A217/B264, A221/B268, A221-222/B269). Howell
provee evidencia textual relevante que muestra el uso intercambiable que Kant hace de realidad objetiva y validez objetiva (Howell
1992: 363n, 366n, también Rosales 2000: 121).
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éstos son ‘conceptos vacíos’, ‘meras formas de pensamiento’ en tanto nuestra intuición no las dote de
sentido y significado (KrV B148, B150, B288, A279/B335). De este modo, éstos exigen también
poder ser referidos a objetos, si es que han de tener un uso legítimo. Sin embargo, dado que estos
conceptos no son extraídos de la experiencia, es preciso probar la posibilidad de referirlos a objetos,
tarea que Kant acomete, famosamente, a lo largo de la ‘Deducción trascendental14. Ahí, Kant
demuestra la posibilidad de referir estos conceptos a objetos de experiencia mostrando que la
experiencia misma se basa en la síntesis efectuada por ellos (cf. KrV A156-157/B195-196)15. Así
pues, en términos generales, es la relación con la experiencia, esto es, la posibilidad de referir a ella
nuestras representaciones, donde se fundamenta la realidad objetiva de estas últimas: “la experiencia,
como síntesis empírica, es, en su posibilidad, la única especie de conocimiento que le da realidad
[Realität] a toda otra síntesis” (KrV A157/B196)16.
Ahora bien, aunque Kant utiliza el término ‘experiencia’ (Erfahrung) en sentidos diversos
(cf. Gutiérrez 1985: 5-20), es preciso entenderla aquí –en tanto fundamento de la realidad objetiva de
nuestras representaciones– en su sentido más técnico, es decir, como la relación de algo estrictamente
empírico con las condiciones a priori del conocimiento (tanto sensible como intelectual). Esto es, es
el material de las impresiones, dado según las formas puras de la sensibilidad, elaborado por el
entendimiento puro (cf. KrV B12, A93-94/B125-126, A124-125, A126-128, B161, A146/B185, A156157/B195-196, A176/B218; Prol 4: 300). Teniendo esto en cuenta, debe ser claro que al decir que un
concepto –sea empírico o puro– adquiere realidad objetiva según su referencia a un objeto de
experiencia, no cabe pensar en un objeto independiente de nuestro entendimiento, sino en uno
constituido como objeto, precisamente, a través de las categorías y las formas puras de la sensibilidad.
De igual modo, lo meramente dado –independientemente de la unidad que imponen las facultades
cognoscitivas humanas– tampoco puede ser garantía de realidad objetiva, pues carece, precisamente,
de objetividad (cf. KrV A120)17.
Ahora bien, en palabras de Kant, no es necesariamente la experiencia efectiva la que dota de
referencia a un objeto, sino la experiencia en su posibilidad (cf. KrV A157/B196). Que la condición
de la realidad objetiva sea la experiencia posible quiere decir, en última instancia, que la referencia a
un objeto se cumple –como denotan los fragmentos antes citados respecto a la verdad trascendental–
en la referencia a la forma de la experiencia en general; esto es, en las condiciones sensibles y
conceptuales del conocimiento. Por esto, Kant puede decir que la realidad objetiva o verdad
trascendental “se conoce independientemente de la experiencia pero no de toda referencia a la forma
de la experiencia en general”. Por último, vale la pena anotar que la realidad objetiva de los conceptos
empíricos, aunque –como se mencionaba líneas arriba– se prueba de facto en la referencia inmediata a
la experiencia, reposa ultimadamente, según lo dicho, en la referencia a las condiciones que hacen
posible esa experiencia18.
No pretendo, por cierto, analizar aquí este texto. De momento, sólo me interesa analizar la noción de ‘realidad objetiva’.
La realidad objetiva de los conceptos puros del entendimiento es probada en tanto que sólo mediante ellos es posible la
experiencia. Así pues, ellos son ‘puras condiciones a priori para una experiencia posible’, y a la vez, sólo en tal experiencia “puede
basarse la realidad objetiva de ellos” (KrV A95; cf. A310/B367). Kant expresa famosamente esta aparente circularidad en la
‘Doctrina del método’ a propósito del principio de causalidad –pero que vale para todas las condiciones a priori de la experiencia–,
a saber, que es sólo válido en su referencia a la experiencia, y a la vez es el fundamento de ella; con lo que tiene “la propiedad
particular de que ella misma hace posible, ante todo, el fundamento de su demostración, a saber, la experiencia, y siempre debe ser
presupuesta en ésta” (KrV A737/B765. Ver también A93/B126 y A95). Al respecto, Rosales señala que, si bien las categorías
posibilitan la verdad de la experiencia y de su objeto, sólo tras semejante posibilitación “pueden la experiencia y su objeto, en tanto
ya fundadas, retrorreferirse a las categorías y concordar con ellas, es decir, hacerlas verdaderas. En ello no tiene lugar ningún
recíproco fundarse circular entre la experiencia y el objeto, por un lado, y las categorías por el otro, sino las categorías posibilitan a
la experiencia y su objeto y, por decirlo así, se posibilitan a través de ellos a sí mismas como objetivamente verdaderas” (Rosales
2000: 130).
16
Para ejemplificar el término ‘realidad objetiva’ he recurrido aquí a los conceptos, pero lo mismo es válido para las formas puras
de la sensibilidad; por ejemplo: “[el espacio y sus determinaciones] tienen realidad objetiva, es decir, se refieren a cosas posibles,
porque contienen en sí, a priori, la forma de la experiencia en general” (KrV A221/B268).
17
En efecto: lo absolutamente novedoso del planteamiento kantiano sobre el objeto consiste en que son las facultades del sujeto las
que dotan de objetividad al objeto. Antes del giro copernicano, el objeto se había de entender como objeto en tanto que es
independiente del sujeto que lo conoce: su objetividad radica en su ser una cosa en sí. En Kant, en cambio, es la acción activa del
sujeto –en tanto que provee las formas según las que se conoce– la que logra hacer un objeto aquello a lo que se dirige, al dotarlo
de unidad, y esa unidad puesta según cierta necesidad. Pero ningún objeto trascendente, correspondiente a cierta intuición, puede
ser intuido como tal por la sensibilidad. Por ello, en Kant, la objetividad de un objeto depende de que se ajuste a las condiciones
necesarias del modo específico de conocer del sujeto.
18
“El concepto puro de este objeto trascendental (...) es aquello que en todos nuestros conceptos empíricos puede suministrar, en
general, referencia a un objeto, es decir, realidad objetiva” (cf. KrV A109).
14
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La noción kantiana de verdad trascendental
Dicho todo esto, queda por aclarar de qué modo la expresión ‘verdad trascendental’ ha de
equipararse con ‘realidad objetiva’ y, con ello, mostrar en qué sentido consiste ella en ‘la universal
referencia al conjunto de toda la experiencia posible’. Un paso inevitable para dilucidar el sentido de
la expresión que nos ocupa es recurrir a la definición nominal de verdad, esto es, ‘la concordancia del
conocimiento con su objeto’. Si es verdad, como hemos sostenido antes, que la definición nominal –a
pesar de constituir una descripción limitada del término– ofrece características que en efecto le
pertenecen y, sobre todo, que una teoría de la verdad ha de dar cuenta de la relación que tal definición
describe, entonces debe establecerse el modo en que la ‘verdad trascendental’ constituye una relación
de concordancia entre el conocimiento y su objeto. Como enseguida veremos, es precisamente esta
definición nominal la que aclara el sentido en que Kant puede asimilar ‘realidad objetiva’ y ‘verdad
trascendental’.
Con esto último en mente, la trama de la relación entre ‘realidad objetiva’ y ‘verdad
trascendental’ se descubre en un pasaje de la ‘Deducción trascendental’ de la primera edición19 que
señala:
El concepto puro de este objeto trascendental (que efectivamente es siempre idéntico =X en todos
nuestros conocimientos) es aquello que en todos nuestros conceptos empíricos puede suministrar, en
general, referencia a un objeto, es decir, realidad objetiva. Ahora bien, este concepto no puede contener
ninguna intuición determinada, y no concierne a nada más que a aquella unidad que debe encontrarse
en un múltiple del conocimiento, en la medida en que tiene referencia a un objeto. Pero esa referencia
no es otra cosa que la unidad necesaria de la conciencia, y por tanto también de la síntesis del múltiple
[efectuada] por la función común de la mente, de enlazarlo en una representación. Ahora bien, como
esta unidad debe ser considerada como necesaria a priori (pues de otro modo el conocimiento se
quedaría sin objeto), la referencia a un objeto trascendental, es decir, la realidad objetiva de nuestro
conocimiento empírico, se basará en la ley trascendental de que todos los fenómenos, en la medida en
que mediante ellos han de sernos dados objetos, deben estar bajo reglas a priori de la unidad sintética
de ellos, sólo según las cuales es posible la relación de ellos en la intuición empírica, es decir, que ellos
deben estar, en la experiencia, sometidos a condiciones de la unidad necesaria de la apercepción, tal
como en la mera intuición [deben estar sometidos] a las condiciones formales del espacio y del tiempo;
y aún más: que [sólo] mediante aquella se hace posible, ante todo, cualquier conocimiento (KrV A109110).
Si bien Kant –como vimos líneas arriba– fundamenta en varias ocasiones la realidad
objetiva en función de la referencia a la experiencia en general (KrV A95, A156-157/B195-196,
A217/B264, A221-222/B269, A310/B367), en este pasaje describe en dos ocasiones la realidad
objetiva (del conocimiento empírico) como la referencia a un objeto: “[e]l concepto puro de este
objeto trascendental (...) es aquello que en todos nuestros conceptos empíricos puede suministrar, en
general, referencia a un objeto, es decir, realidad objetiva” y “(...) la referencia a un objeto
trascendental, es decir, la realidad objetiva de nuestro conocimiento empírico (...)”. Esto no debe
sorprendernos si atendemos a la sentencia kantiana que indica que las condiciones de posibilidad de la
experiencia son, a la vez, las condiciones de posibilidad de los objetos (KrV A158/B197). Lo que
cabe destacar es que el objeto en el que se ha de cumplir la referencia es el “objeto trascendental”20.
19
Aunque este pasaje no aparece en la segunda edición, es completamente coherente con ella. El concepto que a continuación se
analiza (objeto trascendental) es el mismo que Kant define en la segunda edición de la siguiente manera: “Objeto, empero, es
aquello en cuyo concepto está reunido lo múltiple de una intuición dada. Ahora bien, toda unión de las representaciones exige
unidad de la conciencia en la síntesis de ellas. En consecuencia, la unidad de la conciencia es lo único que constituye la referencia
de las representaciones a un objeto, y por tanto, la validez objetiva de ellas, y en consecuencia, que ellas lleguen a ser
conocimientos; y sobre ella, en consecuencia, reposa la posibilidad misma del entendimiento” (KrV B137). Las afirmaciones
hechas en el pasaje de la primera edición que aquí refiero pueden encontrarse a lo largo de §17-§18 de la segunda edición (KrV
B136-140).
20
Estas afirmaciones suponen que no entiendo ‘objeto trascendental=X’, como hacen algunos intérpretes, como una referencia a la
cosa en sí, sino al objeto en general, esto es, a la síntesis que ejercen las categorías sobre las formas puras de la intuición, haciendo
abstracción de todo contenido empírico. Ciertamente, como reconocen la mayoría de los intérpretes, hay un uso ambiguo del
término ‘objeto trascendental’, a veces entendido como la unidad de la síntesis categorial, a veces como una referencia a la cosa en
sí. Sin embargo, los pasajes pertinentes en A105-110 no dejan lugar a dudas de que Kant busca tematizar un concepto abstracto y
general de la unidad de lo múltiple en el conocimiento de un objeto. Por otra parte, cabría tomar este último sentido de ‘objeto
trascendental’ como el origen (para nosotros) de la noción de una cosa en sí, sin identificarlo con ella: “(...) la apercepción, y con
ella, el pensar, precede a toda posible ordenación determinada de las representaciones. Por consiguiente pensamos algo en general,
y lo determinamos, por un lado, sensiblemente, pero distinguimos el objeto en general, representado in abstracto, de esta manera
de intuirlo; y entonces nos queda una manera de determinarlo meramente por el pensar, la cual es, por cierto, una mera forma
lógica sin contenido, pero nos parece ser, sin embargo, una manera como el objeto existe en sí mismo (noumenon), sin considerar
la intuición, que está limitada a nuestros sentidos” (KrV A289/B345-346). De este modo, la ambigüedad entre aquellos dos
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La noción kantiana de verdad trascendental
Este objeto, como se indica en el pasaje citado, no contiene ninguna intuición determinada y no
concierne más que a la unidad que subyace a cualquier objeto. Pero en la medida en que lo dado
empíricamente se conforma con este concepto, es que adquiere realidad objetiva. Lo que en este
pasaje se pone de relieve es que la experiencia, si se atiende sólo a lo que hay de empírico en ella, no
tiene realidad objetiva. Ésta sólo se logra si lo dado puede articularse bajo la unidad que el concepto
de un objeto impone. Sin la actividad sintética del entendimiento, lo dado empíricamente carece de
objetividad; pero también carece de ella el concepto intelectualmente puro de un objeto, si no pudiese
referirse a lo dado.
De este modo, lo propio de la referencia objetiva es la articulación de la unidad impuesta
por el entendimiento con la posibilidad de la intuición de algo dado. Así, la referencia a un objeto (al
objeto en general, objeto trascendental) designa la realización de la síntesis inscrita en el concepto de
objeto atendiendo a la forma de nuestra intuición sensible –aunque sin tener en cuenta ninguna
intuición empírica concreta–. Sólo en la medida en que los fenómenos estén sometidos a la unidad
necesaria de la apercepción y a las condiciones formales del espacio y del tiempo es que –como
subraya Kant– se hace posible, ante todo, cualquier conocimiento.
Todo lo que hemos apuntado ahora pretende poner al descubierto la pieza clave que faltaba
para articular la identificación que Kant hace entre ‘realidad objetiva’ y ‘verdad trascendental’
mediante la definición de verdad como ‘concordancia entre objeto y conocimiento’. Esta pieza no es
otra cosa que la noción de un objeto en general (o trascendental), tomado como la articulación de las
condiciones sensibles y conceptuales del conocimiento21. Según todo esto, la verdad trascendental es
aquella concordancia que se establece entre la totalidad de las condiciones de la objetividad
(categorías y formas de la intuición) y nuestros conocimientos. De cara al pasaje recién citado,
nuestros conocimientos empíricos tienen realidad objetiva –verdad trascendental– por su referencia a
este objeto. Pero es también la referencia a este objeto, en la medida en que constituye a su vez la
posibilidad de la experiencia, lo que dota de verdad a nuestros conocimientos a priori. La
denominación de esta relación como un tipo de verdad es lo que permite a Kant decir que las
categorías y el conocimiento a priori en general son verdaderos y hablar, en general, de verdad aún
antes de toda experiencia22 (pero “no independientemente de toda referencia a la forma de una
experiencia en general”) y, por tanto, antes de toda verdad empírica 23. Así pues, la experiencia
empírica en general es verdadera –trascendentalmente–, porque concuerda con todas las condiciones
a priori de la objetividad, esto es, con el objeto trascendental. Pero también todas las representaciones
a priori que hacen posible la experiencia poseen verdad trascendental por la misma razón: concuerdan
con este objeto en general, que no es otra cosa que el conjunto de condiciones de la objetividad. El
objeto en general se adecúa a las condiciones a priori de posibilidad del conocimiento; y el
conocimiento empírico se ha de adecuar al objeto en general si es que ha de ser conocimiento para
nosotros. Así pues, la noción de un objeto en general queda como un término medio entre las
condiciones de posibilidad de la experiencia y la experiencia misma, definido y limitado por las
primeras y definiendo y limitando a la segunda; realizando a las primeras y realizado por la segunda;
y a la vez, y según esta definición, limitación y realización recíproca, dota de verdad a los términos
con los que está en relación por ambas partes24.
sentidos de “objeto trascendental” pueden interpretarse no como un equívoco, sino como un paso en la unificación sistemática del
idealismo trascendental (cf. Beade 2009: 83–118).
21
Es preciso insistir en que no nos referimos a objeto concreto alguno. La identidad que Kant traza entre el objeto trascendental y
las condiciones de posibilidad de la experiencia (mediante la relación de ambos con la expresión ‘realidad objetiva’) se puede
entender comenzando con la experiencia, y retrotrayéndonos a sus condiciones: dado cualquier objeto empírico concreto, si
abstraemos de él todo lo que es dado por la experiencia empírica (datos sensibles, notas conceptuales empíricas) al final no queda
más que su definición como objeto según las categorías y su referencia al espacio y tiempo como formas de su intuición. Este
objeto definido por las categorías, en referencia a tales formas, es precisamente el objeto trascendental=X, (idéntico para todo
objeto empírico). Pero se descubre, a la vez, que sus elementos (categorías y formas puras de la intuición) son precisamente las
condiciones de posibilidad de la experiencia.
22
Por ejemplo, en KrV A124-125, A128, A157-158/B196-197, KrV A236-237/B295-296.
23
De este modo, si bien es cierto –como indica Arias– que “la verdad trascendental consiste en la necesaria concordancia de la
objetividad de los objetos empíricos con los principios ontológicos del entendimiento”, esta verdad no se reduce a tal
concordancia, pues abarca también aquella que se da entre todas las condiciones de posibilidad de la experiencia en general y el
objeto trascendental, y que realizan y restringen, precisamente, a este último (Arias Albisu 2012: 19). La misma crítica vale para
Palacios 2013: 133–135.
24
Al hablar del objeto en general como un término medio no pretendo, en modo alguno, hacer de él una representación hipostática.
Nuevamente, este objeto es sólo la condición de cognoscibilidad de los objetos. Al tratarlo aquí como un término medio, sólo
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La noción kantiana de verdad trascendental
Al principio de esta sección señalábamos que las distintas caracterizaciones que Kant hace
de la verdad trascendental apuntan a lo mismo: la identificación con la ‘realidad objetiva’, su
descripción como la ‘referencia a la experiencia posible’ y el que se conozca “independientemente de
la experiencia pero no de toda referencia a la forma de la experiencia en general”. El hilo conductor
entre estas tres descripciones ha quedado claro al mostrar que Kant describe la realidad objetiva, en
primera instancia, como la referencia a la experiencia posible. Pero, según vimos, en otras ocasiones
Kant describe la realidad objetiva en función de su relación con el objeto trascendental. Aunque ya se
ha señalado la equivalencia establecida entre las condiciones de posibilidad de la experiencia y las de
los objetos (KrV A158/B197) como clave para resolver esta ambigüedad, es oportuno traer a colación
un fragmento que nos ayudará ahora a esbozar una versión más acabada de este tema:
[P]uesto que la experiencia, como síntesis empírica, es, en su posibilidad, la única especie de
conocimiento que le da realidad a toda otra síntesis, ésta, como conocimiento a priori, posee verdad
(concordancia con el objeto) sólo porque no contiene nada más que lo que es necesario para la unidad
sintética de la experiencia en general (KrV A157-158/B196-197).
Este pasaje aparece, precisamente, sólo un par de líneas antes de establecerse la
equivalencia entre condiciones de posibilidad de experiencia y de objetos de experiencia. Pero lo que
me interesa resaltar es, específicamente, la relación que Kant establece aquí entre ‘verdad’ y
‘experiencia’. Lo primero que cabe destacar es que la palabra ‘verdad’ debe interpretarse como
‘verdad trascendental’. Dado que Kant está hablando de la verdad de una síntesis como conocimiento
a priori, es evidente que no puede referirse ni a la verdad formal (por ser síntesis) ni a la verdad
empírica (por ser a priori). No sólo por eliminación se hace evidente esta conclusión: esta síntesis
posee verdad porque contiene sólo lo necesario para la unidad sintética de la experiencia en general. Y
es precisamente la referencia a la experiencia posible, como hemos visto hasta ahora, una de las
características que Kant atribuye a la verdad trascendental.
En segundo lugar, es imposible pasar por alto que Kant ofrece expresamente una aclaración
del término. ¿Por qué resulta relevante para Kant introducir aquí un paréntesis que aclare que la
verdad es el acuerdo (Einstimmung) con el objeto? Nuevamente, es preciso señalar que al hablar de
‘objeto’ Kant no puede referirse aquí a un objeto empírico. Basta con señalar que, si se admite que
‘verdad’ en este contexto es ‘verdad trascendental’, se sigue necesariamente que ‘objeto’ se refiere
aquí a un ‘objeto en general’, esto es, al concepto de objeto bajo las condiciones formales de la
intuición25. Sin alterar el sentido del pasaje podemos reformularlo así: “una síntesis a priori
concuerda con el objeto en general (posee verdad trascendental) porque contiene sólo todo lo
necesario para la unidad sintética de la experiencia en general”. Esto queda expresamente señalado
por Kant cuando, líneas abajo, señala que los juicios sintéticos son posibles a priori “si referimos a un
posible conocimiento de experiencia, en general, las condiciones formales de la intuición a priori, la
síntesis de la imaginación, y la unidad necesaria de ella en una apercepción trascendental” (KrV
158/B197).
De este modo se hace explícito algo que señalábamos antes: la referencia al objeto en
general es, efectivamente, la referencia del conocimiento a aquellas condiciones que hacen posible a
la experiencia en general. Las condiciones de posibilidad de la experiencia establecen el campo de
experiencia posible: delinean el territorio en que es posible la experiencia y señalan sus límites. Pero
este campo y sus límites se determinan, precisamente, estableciendo qué es lo que puede ser un objeto
de experiencia. Así pues, es esta fórmula lo que permite a Kant, unas líneas después, tomar como
equivalentes las condiciones de posibilidad de la experiencia y de los objetos de experiencia 26.
pretendo poner de manifiesto que, aún antes de la experiencia empírica, ya está definida la objetividad como tal. Aún sin haber
objetos concretos, ya está por completo señalado qué significa ser objeto. La posibilidad de un objeto ya ha sido definida, limitada
y realizada. Se hablará más con mayor detenimiento sobre esta limitación y realización en la última parte de este trabajo.
25
Paek subraya el hecho de que Kant escriba que la verdad es el acuerdo con el objeto, y no –como es usual– con su objeto. Lo que
está de fondo, sostiene Chong, es precisamente la determinación del objeto (Paek 2005: 156).
26
En última instancia, la identidad de las condiciones de posibilidad de la experiencia con aquellas de los objeto se concreta en el
juicio. En la medida en que los principios del entendimiento puro regulan el modo de enlazar mediante categorías lo dado en la
intuición –y con ello expresan la articulación de las condiciones de posibilidad de toda experiencia–, guían todo enlace sintético
judicativo. Según esto, Flamarique señala: “estos principios que subyacen a los juicios van a ser simultánea e inseparablemente
principios del ser de los objetos, ya que es en el juicio donde se presentan los objetos al sujeto cognoscente; su presentarse en el
enlace categorial es, al mismo tiempo, su constituirse como tales objetos” (Flamarique 1991: 128).
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La noción kantiana de verdad trascendental
Con este pasaje se perfila, pues, con mucha más claridad la relación entre las nociones que
habíamos expuesto: ‘verdad trascendental’, ‘realidad objetiva’ y ‘experiencia posible’. A la luz de la
definición de verdad trascendental como la concordancia con las condiciones a priori de la
objetividad (con el objeto trascendental) se hacen nítidas las razones por las cuales Kant puede
identificar verdad trascendental y realidad objetiva; puesto que esta última es, precisamente, la
referencia a un objeto. Del mismo modo, se hace patente como es que tanto la referencia a la
experiencia y la referencia al objeto convergen a la vez en la noción de ‘realidad objetiva’. Sin
embargo, veíamos también que Kant caracterizaba a la verdad trascendental como aquella que
“precede a toda verdad empírica, y la hace posible”. Si bien a lo largo de la exposición ya se ha dicho
algo al respecto, se ilustrará esta cuestión con mayor claridad en las siguientes secciones al abordar el
tema del criterio de verdad y la relación de la verdad trascendental con el conocimiento en general.
2. Criterios de verdad y conocimiento a priori
En la Introducción a la lógica trascendental, –en los mismos pasajes en que acepta la definición
nominal de verdad– Kant niega la posibilidad de un criterio material y universal de verdad. En breves
palabras, argumenta que un criterio, para ser universal, debe ser válido para todos los objetos y, por
tanto, hacer abstracción de todo contenido de los objetos. Pero, para ser material, debe referirse,
precisamente, a aquel contenido. Por ende, un criterio universal y material resulta, necesariamente,
contradictorio (KrV A58-59/B83). Este planteamiento ha dado lugar también a discusión: hay autores
que entienden que la imposibilidad de criterios universales y materiales es absoluta. Hay otros que, en
cambio, sostienen que esta imposibilidad caracteriza sólo a la lógica general. La lógica trascendental
sería, según ellos, precisamente la innovación kantiana que permite encontrar estos criterios, al
ofrecer características que todo objeto debe compartir (categorías y formas de la intuición)27.
Ahora bien: el argumento kantiano respecto a la imposibilidad de criterios materiales y
universales está, en efecto, enmarcada en la caracterización de la lógica general. Esta discusión es
utilizada, de hecho, para distinguir entre la analítica y la dialéctica de dicha lógica. En efecto: la
lógica sí cuenta con ciertos criterios universales de verdad, pero estos no son otros que la forma del
conocimiento. Es decir, estos criterios universales son, en última instancia, solo criterios formales,
que todo conocimiento ha de cumplir, pero que no bastan para la determinación material de la verdad
y, por ende, son criterios negativos. Son, en otras palabras, criterios sine qua non de la verdad. La
parte de la lógica que estudia estas reglas universales es la analítica. Sin embargo, en la medida en
que se pretende hacer uso material de estos criterios, determinando ilegítimamente la verdad del
conocimiento de manera positiva, es que se hace uso dialéctico de la lógica (KrV A59-62/B83-86).
Por otra parte, dado que la lógica trascendental –al contrario que la lógica general– no hace
abstracción de todo el contenido de los objetos, tiene ciertos criterios que, sin ser meramente
formales, son universales (KrV A55-56/B79-80). Así pues, parecería en primera instancia que esta
nueva lógica es capaz de proveer aquellos criterios universales y materiales de verdad que le son
negados a la lógica general. Sin embargo, justo después de negar la posibilidad de utilizar de manera
material los criterios formales de la lógica general, Kant hace una advertencia similar respecto de la
lógica general, previniendo al señalar que “el uso de este conocimiento puro se basa en la condición
siguiente: que se nos den en la intuición objetos a los que pueda aplicarse” (KrV A62/B87). Y acto
seguido enfatiza:
Pero como es muy atractivo y seductor el servirse de estos conocimientos puros del entendimiento y de
estos principios por sí solos, y aún más allá de los límites de la experiencia –que es, sin embargo, la
única que nos puede suministrar la materia (objetos) a la que pueden ser aplicados aquellos conceptos
puros del entendimiento (...) [S]e hace un uso indebido de ella [de la Analítica Trascendental] cuando se
la hace valer como el organon de uso universal e ilimitado, y con el solo entendimiento puro se osa
juzgar, afirmar y decidir sintéticamente acerca de objetos en general (KrV A63/B87-88).
27
Entre quienes sostienen esta última postura podemos encontrar a Prauss (1969), Esterhuyse (1972: 284-285), Hofmeister (1972:
318) y Rosenkoetter (2009: 195). Sostienen, en cambio, que la imposibilidad de criterios universales y materiales suficientes aplica
tanto para la lógica general como para la trascendental: Wagner (1977: 74), Nenon (1986: 55-56) y Schulz (1993: 129-132). Los
autores que sostienen la primera postura han encontrado en el problema del criterio de verdad un rasgo de diferenciación entre la
lógica general y lógica trascendental. Para una recapitulación sucinta de la discusión en torno al problema de la verdad como
motivo para esta distinción, ver Vázquez Lobeiras (1998: 54-58).
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La noción kantiana de verdad trascendental
Del mismo modo que la lógica general hace abstracción de todo contenido del
conocimiento, la lógica trascendental, a pesar de conservar cierto contenido del conocimiento, hace
abstracción del contenido empírico, esto es, de su referencia a la intuición (KrV A57/B81, A63/B8788). Y precisamente, independientemente de la intuición, el entendimiento no tiene uso posible, por lo
que la lógica trascendental no es capaz tampoco de operar como un criterio universal y material
suficiente para determinar la verdad del conocimiento. En última instancia, la lógica trascendental
también carece de los elementos necesarios para determinar el contenido veritativo del conocimiento
en general.
Desde mi punto de vista, es precisamente la noción de ‘verdad trascendental’ la que permite
dirimir adecuadamente esta controversia. Adelantando varios pasos, lo que Kant niega a la lógica
trascendental es la posibilidad de determinar positivamente la verdad empírica del conocimiento
(aunque, como veremos, es –como la lógica general– criterio negativo de esta verdad). Sin embargo sí
nos ofrece, en cambio, garantía de la verdad (trascendental) de nuestro conocimiento a priori. Así, en
un pasaje de la introducción a la ‘Analítica de los principios’, Kant habla explícitamente de criterios
universales y suficientes de la concordancia de objetos con las categorías:
[La filosofía trascendental] se ocupa de conceptos que deben referirse a priori a sus objetos; por
consiguiente, la validez objetiva de ella no puede ser establecida a posteriori; pues ello dejaría
enteramente intacta aquella dignidad de ella, sino que a la vez debe exponer, mediante criterios28
universales pero suficientes para su conocimiento, las condiciones para que puedan ser dados objetos en
concordancia con aquellos conceptos; en caso contrario, carecerían de todo contenido, y por tanto,
serían meras formas lógicas y no conceptos puros del entendimiento (KrV A136/B175).
No debe sorprendernos, según lo expuesto, que Kant hable aquí expresamente de criterios
universales y suficientes de la concordancia con objetos. El contexto mismo de este pasaje indica ya
de inicio a qué criterios se refiere aquí Kant. Este pasaje está en el marco de la introducción al
esquematismo y al sistema de los principios puros. Y precisamente, en tanto que esquemas y
principios puros son aquellos criterios que exponen las condiciones para que puedan ser dados objetos
en concordancia con las categorías, son criterios de verdad (piensa así también Rosenkoetter 2009:
209-210). Pero hay que notar que aquí ‘criterios de verdad’ no es utilizado como convencionalmente
lo hacemos. No son criterios para decidir si un conocimiento empírico dado es verdadero o falso. Esto
es, no son criterios establecidos para dilucidar si, de hecho, existe ya una relación de concordancia
entre nuestro conocimiento y un objeto determinado. Son, más bien, criterios que exponen las
condiciones de tal relación, es decir, el modo en que se ha de trabar esa relación. Así pues, no prueban
la verdad (si tomamos verdad en su acepción más común) de un conocimiento. Hacen posible la
verdad del conocimiento en general29. Son criterios que explican, pues, el modo en que se han de
articular objetos dados con las categorías. Si bien se pone el acento en el entendimiento como uno de
los extremos de la relación –puesto que se habla de las categorías–, es necesario reconocer a la
sensibilidad en el otro extremo, puesto que se habla de las condiciones de dación de los objetos. Así
pues, lo que estos criterios exponen es cómo es que se pueden dar en la intuición objetos, o lo que es
lo mismo, cómo pueden las categorías sintetizar lo dado en la intuición, dando lugar a objetos. Así, en
un pasaje casi al final de la deducción de la primera edición se expresa la misma idea aquí expuesta,
haciendo, sin embargo, mención expresa de ambas facultades y de la imaginación como la guía de su
articulación:
Los dos extremos, a saber, sensibilidad y entendimiento, deben articularse necesariamente por medio de
esa función trascendental de la imaginación; pues de otro modo, aquella daría, ciertamente, fenómenos,
pero no objetos de un conocimiento empírico, y por tanto [no daría] experiencia alguna (KrV A124).
Caimi y Ribas traducen Kennzeichen por ‘características’. Esta traducción es correcta pero, dado que el término alemán conlleva
el sentido de ‘distintivo’, ‘señal’ o ‘marca’, he preferido verterlo aquí como ‘criterio’, lo cual enfatiza, además, la relación de este
pasaje con la discusión general de criterios universales y suficientes. Al hablar de ‘criterio universal y suficiente’, Kant emplea
indistintamente Kriterium y Kennzeichen, como puede verse en los pasajes contenidos en KrV A57-59/B82-83 discutidos
anteriormente en este trabajo.
29
Con base en esto, Palacios identifica la verdad trascendental con la posibilidad real de un objeto de experiencia, y en
consecuencia identifica el primer postulado del pensar empírico con el criterio de verdad trascendental (Palacios 2013: 128).
Aunque esto es correcto, también es parcial, puesto que –como ya hemos adelantado, y trataremos con más detenimiento
enseguida– la verdad trascendental no se predica exclusivamente del conocimiento empírico. Por esta razón creo que yerra cuando
–páginas después– restringe el ámbito de la verdad trascendental a los juicios de experiencia y la identifica con la adecuación del
objeto empírico a la forma de la experiencia en general (Palacios 2013: 133, 135 respectivamente).
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La noción kantiana de verdad trascendental
La sensibilidad da fenómenos, pero sin intervención del entendimiento no hay aún objeto
alguno de conocimiento empírico. Para esto hace falta –prosigue el pasaje– que los fenómenos estén
sometidos a conceptos, “que hacen posible la unidad formal de la experiencia, y con ella toda validez
objetiva (verdad) del conocimiento empírico” (KrV A124-125; cf. Prol 4:375). En el fragmento
anterior (nos referimos a KrV A136/B175) Kant enfatizaba que las categorías, si no fueran puestas en
concordancia con objetos dados, no serían más que formas lógicas. En este último pasaje, en cambio,
se pone el acento en la otra facultad: la sensibilidad, independientemente del entendimiento, tampoco
puede dar cuenta de objetos. Así pues, los objetos, como tales, no son representaciones propias ni de
la sensibilidad ni del entendimiento tomados independientemente. Sólo en la medida en que ambas
facultades se articulan es que son posibles los objetos en general. En la medida en que principios
puros y esquemas proveen la posibilidad y la guía de tal articulación, es que son criterios de la
concordancia con el objeto. Es decir, son criterios de verdad trascendental. Sólo en razón de estos
criterios –en la medida en que posibilitan la forma de al experiencia en general, esto es, al objeto en
general– es que podemos decir que el conocimiento a priori es verdadero. Y además, como concluye
este último pasaje, en virtud de esta articulación entre sensibilidad y entendimiento es que se hace
posible la verdad del conocimiento empírico. Pero, precisamente, no se hace verdadero el
conocimiento empírico, se hace ‘posible’ su verdad (cf. Paek 2005: 154-156).
Antes de abordar de lleno esta última cuestión, vale la pena volver una vez más al pasaje en
que Kant señalaba que era imposible un criterio universal y suficiente de verdad. En aquel pasaje,
Kant negaba la posibilidad de tal criterio dado que la universalidad del criterio implica hacer
abstracción de todas las diferencias entre los objetos. Pero la verdad, en tanto que se determina según
la concordancia del conocimiento con su objeto, ha de tener en cuenta tales diferencias. Es imposible
un criterio universal y suficiente dado que ha de abstraer y no abstraer, a la vez, de toda diferencia
entre los objetos. Aquel pasaje estaba a las puertas de la ‘Analítica trascendental’. Sólo tras la
Analítica se muestra la posibilidad de dar cuenta de una noción de objeto que prescinde de las
diferencias específicas de cada objeto particular, y que a la vez da cuenta del modo de ser objeto de
todos aquellos objetos. Sólo este sentido de objeto hace posible comprender la noción de ‘verdad
trascendental’. Es claro, por tanto, que la verdad a la que Kant se refiere al negar la posibilidad de un
criterio suficiente y universal de verdad es la verdad empírica. Mientras que criterios universales y
suficientes de verdad empírica son imposibles, tales criterios son posibles para la verdad
trascendental, ya que el objeto con el que se ha de establecer la concordancia es siempre el mismo.
Pero, aun así, ¿son realmente tan universales y suficientes estos criterios?
En la “Introducción a la lógica trascendental”, justo después de negar la posibilidad de un
criterio universal y suficiente de verdad, Kant señala que, “en lo que concierne al conocimiento según
la mera forma (dejando de lado todo contenido) está claro que una lógica, en la medida en que expone
las reglas universales y necesarias del entendimiento, debe presentar en esas mismas reglas criterios
de la verdad” (KrV A59/B83-84). Kant está introduciendo aquí la idea de la lógica general (o formal)
como criterio de verdad negativo. Todo lo que no concuerde con las leyes de la lógica general no
puede abrigar pretensiones de verdad. Pero dado que estas leyes hacen abstracción por completo del
objeto, no son suficientes para dilucidar positivamente la verdad del conocimiento. Como ya
señalábamos antes, la lógica trascendental guarda paralelismo, en este respecto, con la lógica general.
Aunque la lógica trascendental se ocupa de la relación con el objeto en general, también prescinde de
lo dado empíricamente y, por tanto, de las diferencias específicas de los objetos empíricos y de sus
conocimientos respectivos. La lógica trascendental, por tanto, ofrece también criterios que todo
conocimiento ha de satisfacer para ser verdadero –ya que, de hecho, prescribe las condiciones de
posibilidad de concordancia con un objeto–, pero no brinda, en cambio, criterios para decidir si un
conocimiento específico es verdadero o no; esto es, si hay o no verdad empírica. De este modo, la
verdad trascendental precede y posibilita a la verdad empírica, pero sus criterios no son suficientes
para la determinación de esta última30. Los alcances y límites de estos criterios quedan expresados
muy claramente por Kant en un pasaje de la “Doctrina del método”:
En este sentido, Kant llega a decir que las categorías “no solamente son verdaderas a priori, sino que son incluso la fuente de
toda verdad, es decir, de la concordancia de nuestro conocimiento con objetos, porque contienen en sí el fundamento de la
posibilidad de la experiencia, como conjunto de todo el conocimiento en el que nos pueden ser dados objetos, [pero] aun así no nos
parece suficiente que se enseñe que es verdadero, sino [que pretendemos que se nos enseñe] lo que uno apetece saber” (KrV
A237/B296).
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La noción kantiana de verdad trascendental
Que la luz de sol, que ilumina la cera, a la vez la funde, mientras que endurece la arcilla, [es algo que]
ningún entendimiento podría adivinar, y aún menos podría inferir de acuerdo con una ley, a partir de
conceptos que previamente tengamos de estas cosas; y sólo la experiencia puede enseñarnos tal ley. Por
el contrario, en la lógica trascendental hemos visto que si bien nunca podemos ir inmediatamente más
allá del contenido de un concepto que nos es dado, podemos sin embargo conocer, enteramente a priori,
pero con referencia a un tercero, a saber, a la experiencia posible, y por tanto, en efecto, a priori, la ley
de la conexión con otras cosas. Por consiguiente, si la cera que antes era sólida se funde, puedo conocer
a priori que algo debe haber precedido (p. ej. el calor del sol), de lo cual esto se siguió de acuerdo con
una ley constante, aunque yo, sin experiencia, no pueda conocer de manera determinada, a priori y sin
ser instruido por la experiencia, ni la causa, a partir del efecto, no el efecto, a partir de la causa (KrV
A765-766/B793-794).
La universalidad y suficiencia de los criterios de verdad trascendental son tan amplias como
el papel que ellos mismos juegan en la constitución de la experiencia en general. Así pues, su
aplicación es universal pues todo objeto de experiencia está constituido bajo condiciones impuestas a
priori y, por ello, toda experiencia particular tendrá que poder responder, por ejemplo, al criterio de
causa. Pero su suficiencia está también delimitada según esta misma función como constitución de la
experiencia en general y, por tanto, no pueden dar cuenta de las peculiaridades de los objetos en
específico, en tanto que tales peculiaridades, aunque se articulen (sean unificadas y sintetizadas)
según nuestras facultades, no tienen su origen en estas últimas, pues nos son dadas. De este modo, las
leyes de la lógica trascendental no son criterios que puedan ayudar a dilucidar la verdad de un
conocimiento empírico. No son criterios útiles para saber si es verdad que la causa de que la cera se
derrita es el sol. En cambio, son útiles para saber que, si la cera se ha derretido, debe haber una causa.
En el ámbito de la experiencia empírica son, por tanto, criterios universales, pero no suficientes.
Pero, si esto es así, ¿por qué habla Kant entonces en el pasaje en cuestión (KrV A136/B175)
de criterios ‘universales pero suficientes’ (allgemeinen, aber hinreichenden Kennzeichen)? Para
aclarar esto, nos habremos de valer nuevamente de una comparación con la lógica general. Aunque
Kant es enfático en señalar que el principio de contradicción “es un criterio universal, pero sólo
negativo, de toda verdad” (KrV A151/B190; cf. A59/B84), concede, sin embargo, que es posible
hacer uso positivo de él; esto es, no sólo para excluir la falsedad y el error, sino también para conocer
la verdad. Pero este uso se restringe a los juicios analíticos. Dado que la verdad de un juicio analítico
se refiere meramente a la relación de las notas puestas en los conceptos del sujeto y del predicado,
esta verdad se puede determinar sin alusión a un elemento externo al juicio mismo. Por ello podemos
admitir “al principio de contradicción como el principio universal y enteramente suficiente
[allgemeine und völlig hinreichende Principium] de todo conocimiento analítico; pero su autoridad y
su utilidad no van tampoco más allá de [ser] un criterio suficiente de la verdad [eines hinreichenden
Kriterium der Wahrheit]” (KrV A151/B191). Así pues, Kant señala expresamente la suficiencia y
universalidad del principio de contradicción como criterio de verdad; pero a la vez restringe esta
suficiencia al ámbito del conocimiento analítico, esto es, de la verdad formal 31.
Del mismo modo que establece un principio supremo del conocimiento analítico, Kant
establece, para el conocimiento sintético, la referencia a las condiciones de la experiencia como su
principio supremo: “todo objeto está sometido a las condiciones necesarias de la unidad sintética de lo
múltiple de la intuición en una experiencia posible” (KrV A158/B197). Y, asimismo, la lógica
trascendental corre un destino paralelo a la lógica general: tal como el principio de contradicción es
condición ineludible de todo conocimiento, pero su validez como criterio positivo de verdad se
constriñe al conocimiento analítico, así también los criterios de verdad trascendental deben cumplirse
para que cualquier conocimiento sintético –a priori o de experiencia– pueda ser verdadero (pueda
referirse a un objeto), pero sólo han de ser tomados como criterios positivos dentro de los límites de
31
Hanna construye su interpretación sobre tres diferentes criterios de verdad apoyándose en esta doctrina del criterio formal de la
verdad. Entiende que podemos aplicar lo dicho sobre el conocimiento analítico a los otros tipos de conocimiento. De este modo,
habría tres criterios de verdad, restringidos respectivamente a tres tipos de conocimiento: uno al conocimiento analítico, otro al
conocimiento sintético a priori, y otro al conocimiento sintético a posteriori (Hanna 2000: 244-248). Aunque esta lectura reconoce
acertadamente que existen tres sentidos distintos de verdad (formal, trascendental y empírica), reposa en buena medida en la
interpretación de que la negativa de un criterio universal y suficiente ha de entenderse como la postulación de tres criterios (uno
para cada tipo de verdad), y desestima el hecho de que, en el ámbito de la verdad empírica, las diferencias entre los objetos
impiden la suficiencia de criterio alguno, que es lo que el argumento contra el criterio universal y suficiente señala. Por otra parte,
si bien su descripción del criterio de verdad empírica se basa en algunos pasajes de la Crítica (KrV Bxli nota, A191/B236,
A451/B479), tales pasajes no hablan de un criterio de verdad para conocimientos empíricos concretos, sino de la distinción entre la
forma de la experiencia efectiva en general y la ilusión, por ejemplo, de un sueño.
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La noción kantiana de verdad trascendental
lo a priori. No obstante, en la medida en que se restrinjan a estos límites, son criterios suficientes. En
este sentido podemos decir que los juicios sintéticos a priori, así como las categorías o el espacio y el
tiempo son verdaderos32; pero, precisamente, sólo en función de su referencia al objeto en general.
Esto es, son verdaderos ‘trascendentalmente’. Así, en la verdad trascendental se cumple plenamente la
noción de verdad como ‘concordancia con un objeto’. Y no sólo eso, sino que en ella se fundamenta
la posibilidad de toda concordancia con un objeto. Ella es el fundamento y fuente de toda verdad 33.
3. La cartografía de la verdad
Como señalábamos al inicio de este texto, no deja de ser llamativo que la revolución copernicana que
Kant protagoniza estribe en la inversión de los términos de la relación de verdad, esto es, del
conocimiento y el objeto. Pero es precisamente con la pregunta por la posibilidad de esta relación (y
por ende, con la pregunta por la posibilidad de la verdad) con que la investigación crítica inicia, diez
años antes de la publicación de la Crítica de la razón pura. En su famosa carta a Herz, Kant
emprende el camino hacia la filosofía crítica intentando dar cuenta de una ‘carencia esencial’
descuidada antes por él y por la filosofía en general, “y que de hecho contiene la clave del enigma,
hasta ahora indescifrado incluso para ella misma, de la metafísica (...): ¿cuál es el fundamento sobre
el que reposa la relación de la representación con el objeto?” (Br 10: 130). Kant se preguntaba, en esa
carta, cómo es que el entendimiento podía formarse a priori conceptos que concordaran con las cosas,
cómo podía proyectar principios reales sobre su posibilidad, que, además, concordaran con la
experiencia sin provenir de ella; cuestiones que, escribía Kant: “dejan siempre una insuperable
oscuridad en relación con nuestra facultad intelectiva: de dónde puede venirle la concordancia con las
cosas mismas” (Br 10:131).
Parte del camino crítico consistió en suspender la búsqueda de la concordancia con las
‘cosas mismas’34. Pero, pagado este costo, la lógica trascendental ofrece una respuesta a estas
32
Véase KrV A128, A156-157/B195-196, A221/B268, A221-222/B269, A237/B296. (En algunos de estos pasajes, Kant no habla
expresamente de verdad, sino de realidad objetiva.) Aunque la verdad se predica en primer lugar de los juicios (KrV A293/B350,
Refl 2252 16: 286) y en consecuencia Kant dice que la verdad y el error no se pueden encontrar ni en los conceptos ni en las
intuiciones (V-Lo/Blomberg 24: 83, V-Lo/Dohna 24: 720), en varios lugares de la Crítica afirma explícitamente que las categorías
son verdaderas. Aunque la restricción de la verdad al juicio es estricta en el ámbito de la verdad empírica, la amplitud de la noción
de ‘verdad trascendental’ y su conformidad con la ‘realidad objetiva’ permiten hablar de la verdad de las categorías y, en general,
de las condiciones de posibilidad de la experiencia, contra interpretaciones que limitan la predicación de la verdad a juicios, por
ejemplo Underwood (2003: 5), Hanna (2000: 228). A propósito de esto, Rosales apunta que es posible para Kant hablar de verdad
en este sentido amplio (verdad de juicios, de conceptos o de intuiciones) al entenderla como la concordancia de la representación
con su objeto. Esto es porque, en contra de la tradición escolástica y moderna, Kant concibe el conocimiento no sólo como juicio
sino también como representación simple. Este es el desenlace de la investigación kantiana, a partir de mediados de la década de
los 60, sobre el carácter y posibilidad de representaciones sintéticas a priori. Esta reflexión condujo a Kant –concluye Rosales– a
considerar la realidad objetiva de tales representaciones también como una clase de verdad en tanto concordancia (Rosales 2000:
118-119).
33
Decir que la verdad trascendental es fundamento y fuente de toda verdad significa que no sólo fundamenta y posibilita a la
verdad empírica, sino también a la verdad formal. Esto resulta contraintuitivo, si se considera que la verdad formal es más abstracta
y condición previa de la verdad trascendental: ningún juicio puede carecer de verdad formal y a la vez ser trascendentalmente
verdadero, pero lo contrario si puede suceder (en los juicios analíticos o en los juicios que expresan ilusiones dialécticas). Este
tema merece un desarrollo que aquí solo se puede esbozar de manera muy incompleta. Mi hipótesis es que la verdad formal, en
sentido estricto, sólo puede tener lugar como producto de una abstracción respecto de la verdad trascendental. Esto es así porque la
forma lógica del juicio no antecede a la síntesis categorial: al contrario, aunque en el orden temporal Kant encuentra en la tabla de
los juicios la clave para el descubrimiento de la tabla de las categorías, la precedencia lógica es inversa. Las categorías no son
reflejo de las formas lógicas de los juicios; más bien la forma de los juicios está supeditada a las funciones de enlace designados
por las categorías (por ejemplo, la forma lógica de un juicio categórico es la consideración formal de un enlace conforme a la
categoría de substancia; la mera forma del sujeto es lo que queda al suprimir las determinaciones sensibles de la categoría de
substancia. Cf. KrV A147/B186). De igual modo, cuando el objeto trascendental es considerado con independencia de todo
contenido que enlazar, en él no encontramos más que la forma lógica de esos posibles enlaces. Mientras que la correspondencia
con tal objeto es la verdad trascendental, la correspondencia con la forma lógica de esos enlaces es la verdad formal. En último
término, si bien la lógica formal hace abstracción de los objetos, no puede deslindarse del hecho de que las estructuras judicativas
lógico-formales se ordenen respecto a funciones de enlace objetivas, del mismo modo que la lógica trascendental, aunque haga
abstracción del contenido intuitivo de los objetos, no puede hacer abstracción del hecho de que sus actos sintéticos se dirigen hacia
‘alguna’ intuición. Por eso es que las formas judicativas ya adelantan algo sobre los modos de síntesis. Así, la mera forma del
pensar ya adelanta algo sobre el objeto en sentido propio. De igual modo, la verdad formal ‘adelanta’ algo de la referencia al
objeto, aunque no se refiera a un objeto. Se dice, entonces, que un juicio es formalmente verdadero por analogía, pero sólo en la
medida en que esa verdad se ordena a la verdad trascendental, del mismo modo que la verdad trascendental se ordena a la verdad
empírica. Esto es así porque la forma lógica del juicio se ordena a la función de unidad ejercida por la categoría.
34
Al contrario que el entendimiento divino –explica James Phillips– que es inmediato porque nada se entromete entre él y sus
objetos, el conocimiento humano se da siempre a través de los universales. Nuestro entendimiento, para conocer, “debe
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La noción kantiana de verdad trascendental
preguntas. Justo antes de acometer el giro crítico, en la Dissertatio, Kant explicaba que las
representaciones sensibles representaban las cosas como nos aparecen, las intelectuales, como son
(MSI 2:392). La concordancia de las representaciones sensibles con las cosas dependía de que éstas
fueran causa de aquéllas. Pero, ¿cómo podía concordar la representación intelectual con su objeto, si
tiene su origen en la mente? La respuesta en la Crítica es que la objetividad radica precisamente en la
unidad que el entendimiento impone. Pero, además, se impone sobre lo sensible. De este modo, no
hay ya dos fundamentos distintos de concordancia con el objeto, según la representación sea sensible
o intelectual. La concordancia de las facultades con el objeto sólo es posible en la medida en que el
objeto es tal por la articulación de ambas facultades. Asimismo, las leyes del entendimiento
concuerdan con la experiencia porque ellos son las leyes que rigen sobre la experiencia. La
experiencia empírica y los objetos empíricos pueden concordar con nuestras facultades cognoscitivas
porque son determinados respecto a su forma por tales facultades. De este modo, la noción de ‘verdad
trascendental’ se presenta como la formulación central de la respuesta a las preguntas en la carta a
Herz. Y en efecto, solo unos años después de publicada la Crítica, señalaba, en una de sus lecciones
de metafísica, que “se podría decir que la suma de la metafísica se logra al mostrar la posibilidad y el
criterio de verdad (Criterium der Wahrheit) de todas las proposiciones sintéticas a priori” (VMet/Mron 29:806). Los conceptos que el entendimiento se forma a priori coinciden con los objetos
empíricos en la medida en que todos los objetos son constituidos según el modelo de un objeto
trascendental, que es precisamente la expresión de la unidad de los actos del entendimiento a los que
las categorías se refieren. La concordancia con este objeto, en la medida en que él a su vez es
realizado y restringido (KrV A146/B186, A147/B187) según las condiciones de la intuición, garantiza
la verdad de todas las representaciones a priori y, a la vez, posibilita la verdad de todas las
representaciones a posteriori. Así es, pues, que la verdad trascendental precede y posibilita a la
verdad empírica. La precede en tanto que las condiciones de la objetividad son dadas a priori. Y la
posibilita en la medida en que todo conocimiento empírico, para ser conocimiento, ha de regirse
según tales condiciones.
En consecuencia, todos nuestros conocimientos empíricos, para ser verdaderamente
conocimientos, deben estar en concordancia con las condiciones formales de la experiencia. Por esto,
incluso antes de decidir nada sobre su contenido empírico, sabemos ya que han de estar en
concordancia con la representación de un objeto en general. En la medida en que se adecuen a éste,
podemos afirmar que, independientemente de su contenido empírico, poseen ya verdad trascendental.
Pero si la verdad trascendental es condición de toda verdad empírica, entonces la verdad trascendental
señala los límites de la verdad empírica, esto es, delimita su territorio: el campo de la experiencia
posible (Feld möglicher Erfahrung)35. Este es, precisamente, el sentido del famoso pasaje sobre la isla
de la verdad:
No solamente hemos recorrido ya la tierra del entendimiento puro, y examinado cuidadosamente cada
parte de ella, sino que, además la hemos medido, y hemos determinado su lugar a cada cosa en ella.
Pero esta tierra es una isla, y está encerrada por la naturaleza misma en límites inalterables. Es la tierra
paradójicamente dar la espalda a las cosas como son, o, más precisamente (...) debe renunciar a su siempre infundada pretensión de
conocimiento inmediato” (Phillips 2008: 585-586).
35
KrV A2-3/B7, A95, A227/B280, A248/B304-305, A395, A425/B453, A463/B491, A533/B561, A601/B629, A610/B638,
A636/B664, A642/B670, A645/B673, A702/B730. El uso que hace Kant de esta expresión en la Crítica de la razón pura debe
entenderse, aunque con cierta cautela, según la exposición que hará más tarde en la Crítica del juicio al respecto de las nociones de
Feld, Boden y Gebiet: “Los conceptos, en cuanto se relacionan con objetos, y sin considerar si un conocimiento de los mismos es o
no posible, tienen su campo [Feld], que se determina solamente según la relación que su objeto guarda con nuestra facultad de
conocer [Erkenntnißvermögen] en general. La parte de ese campo en la cual un conocimiento es posible para nosotros es un
territorio [Boden] (territorium) para esos conceptos y para la facultad de conocer requerida para ellos. La parte del territorio donde
ellos son legisladores es el dominio [Gebiet] (dictio) de esos conceptos y de las facultades de conocer que les pertenecen”
(KU:5:174). En lo que concierne a nuestro tema, dado que se precisa el campo en cuestión como el de la experiencia posible, ha de
entenderse, precisamente, como la delimitación del campo (en general) que constituye el territorio de nuestro conocimiento
posible. Finalmente, dado que la posibilidad del conocimiento se rige según las categorías, el territorio en que son posibles
conocimientos de objetos es el dominio del entendimiento y sus conceptos puros. Así pues, el campo de la experiencia posible, el
territorio de nuestro conocimiento objetivo y el dominio del entendimiento son coextensivos. Sin embargo, Kant también utiliza
Feld en la Crítica de manera amplia –de acuerdo a la exposición de KU– como el ámbito de los conceptos referidos a objetos cuya
posibilidad de conocimiento no está garantizada (p. ej.: KrV A89/B121, B128, B166 nota, A250, B410, A769/B797, A780/B808).
Por otra parte, las instancias de “Boden” en KrV suelen designar –también acorde a KU– un ámbito que ofrece fundamento o base
de apoyo al conocimiento (p. ej., KrV A3/B7, A236/B295, A319/B375, A630/B658, A689/B717, A756/784). Las pocas instancias
de “Gebiet” (que traducimos como “dominio” y que es vertido por “esfera” en la traducción de García Morente) coinciden
plenamente con el uso establecido en KU, si bien se refieren –salvo A255/B310– al dominio de la razón pura (KrV B425,
A463/491, A796/824).
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La noción kantiana de verdad trascendental
de la verdad (un nombre encantador), rodeada de un océano vasto y tempestuoso, que es el propio
asiento de la apariencia ilusoria, en el que mucho banco de niebla, y mucho hielo que pronto se derrite,
fingen nuevas tierras, y, engañando incesantemente con vacías esperanzas al marino que viaja en busca
de descubrimientos, lo complican en aventuras que él jamás puede abandonar, pero que tampoco puede
jamás llevar a término. Pero antes de aventurarnos en este mar para explorarlo en todas las latitudes y
cerciorarnos de si hay en ellas algo que se pueda esperar, será útil dar previamente una mirada al mapa
de la tierra que queremos abandonar, y preguntar, en primer término, si no podríamos contentarnos con
lo que ella contiene, o también, si no deberíamos contentarnos [con ello], por necesidad, si acaso no
hubiera en parte alguna otro suelo sobre el que pudiéramos establecernos; en segundo término, cuál es
el título que nos da la posesión de esta tierra misma, y por el que podemos tenernos por seguros frente a
todas las pretensiones enemigas (KrV A236/B295).
En la “Analítica trascendental” –añade Kant acto seguido– se ha respondido de manera
suficiente a estas últimas preguntas. Por ello, ya en la introducción a esta disciplina, le había
concedido el título de “Lógica de la verdad” (KrV A62/B87). La “Analítica trascendental”, en la
medida en que ha expuesto las condiciones de posibilidad de toda experiencia posible, y con ello ha
marcado sus alcances y límites, es quien ha trazado el mapa con los contornos de la isla de la verdad,
a la vez que ha justificado su posesión36. Al descubrir los límites del ámbito de la verdad, no sólo se
ha establecido el dominio (Gebiet) de la verdad trascendental sino que, en la misma medida, se ha
delimitado el territorio (Boden) de la verdad empírica, dado que, cualquier conocimiento, para poder
ser verdadero empíricamente, ha de cumplir ya las exigencias de la verdad trascendental37.
Precisamente en este sentido Kant describe, en la “Doctrina del método”, la tarea crítica
como una cartografía de la verdad. Si me represento la superficie de la Tierra como un plato, no
puedo saber hasta dónde se extiende. Al avanzar en ella se aleja siempre el horizonte, con lo que se
me hace patente que siempre podría avanzar más y, por tanto, que mi conocimiento de la Tierra, en
cada ocasión, tiene limitaciones (Schranken). Pero no por eso conozco los límites (Grenzen)38 de toda
descripción posible de la Tierra. Al descubrirse que la Tierra es una esfera, es posible determinar a
priori su diámetro, a partir de una pequeña porción de ella. Así, aún sin conocer propiamente nada
sobre los objetos en la Tierra, conozco su extensión y sus límites (KrV A759/B787). Análogamente –
dice Kant– la razón humana:
no es algo semejante a una llanura extendida en lejanías indeterminables, cuyos límites se conocieran
sólo en general; sino que debe compararse más bien con una esfera, cuyo radio se puede calcular a
partir de la curvatura del arco sobre la superficie de ella (a partir de la naturaleza de las proposiciones
sintéticas a priori), y a partir del cual luego se puede obtener con seguridad también el contenido y la
delimitación de ella. Fuera de esta esfera (campo de la experiencia) nada es objeto para ella; y hasta las
preguntas acerca de tales presuntos objetos atañen sólo a principios subjetivos de una determinación
completa de las relaciones que pueden presentarse entre los conceptos del entendimiento dentro de esa
esfera (KrV A762/B790).
Con esta metáfora de la justificación del título de la posesión Kant alude a la función de la “Deducción trascendental”,
presentada, precisamente, bajo esta terminología jurídica (KrV A84/B116), y con la que caracterizaba, ya desde Träume, a la
metafísica: “un pequeño país tiene siempre muchas fronteras y, en general, también le importa más conocer y asegurar sus
posesiones (...), esta ventaja [de la metafísica] es la más desconocida y, a la vez, la más importante” (TG 2:368).
37
Aunque Kant define Gebiet y Boden en función de conceptos, y por tanto podría decirse que son los conceptos los que tienen
dominio y territorio (cf. KU 5:174), me parece legítimo usar estos términos respecto a los sentidos de verdad. Si bien la verdad
trascendental no legisla sobre el conocimiento empírico del modo en que lo hacen los conceptos puros, es la relación con un objeto
en general lo que delimita el ámbito del conocimiento posible y, en este sentido, la verdad trascendental ejerce un papel rector en el
trazado de los límites del conocimiento. La verdad empírica, de manera análoga a los conceptos empíricos, tiene suelo o territorio
(Boden) entre tales límites, pero dado que no tiene función legislativa, sólo tiene residencia (Aufenthalt/domicilium) (cf. KU
5:174). A la verdad formal, por su parte, correspondería al campo (Feld) de lo inteligible, esto es, de todo lo que se pueda pensar.
38
Las limitaciones (Schranken) son entendidas por Kant como ‘meras negaciones’, como el “conocimiento indeterminado de una
ignorancia que no puede suprimirse por completo”, en tanto que indican que el conocimiento carece de totalidad absoluta.
Mediante la constatación de que siempre nos queda algo por saber, puede conocerse a posteriori la limitación de la razón. Pero
esto no indica nada acerca de la necesidad o contingencia de la ignorancia en cuestión. Los límites (Grenzen), en cambio, son
determinaciones restrictivas, que señalan la ignorancia invencible respecto a todas las posibles cuestiones de cierta especie. El
escepticismo podría describirse como una filosofía de las limitaciones, dado que constata continuamente las limitaciones de la
razón. Pero, en la medida en que no asigna límites, deviene en desconfianza respecto a esta última, pues no produce conocimiento
respecto a la ignorancia inevitable. La tarea crítica es propiamente la investigación de los límites y, en tanto que da lugar a cierto
conocimiento –conocimiento de los límites según fundamentos a priori–, es ciencia (cf. KrV A758-769/B786-797; Prol 4:350357).
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La noción kantiana de verdad trascendental
De este modo, aún sin detenernos en el examen de los objetos contenidos en esta esfera 39,
podemos conocer ya un límite respecto a estos objetos, y determinar a priori que todo “presunto
objeto” fuera de tal esfera –es decir, que no cumpla las exigencias formales de la verdad
trascendental– no puede dar lugar a conocimientos verdaderos. Todo conocimiento empírico
verdadero ha de ser, pues, trascendentalmente verdadero. Pero de esto no se sigue que todo
conocimiento verdadero trascendentalmente ha de ser empíricamente verdadero.
La verdad trascendental precede y posibilita la verdad empírica, pero no la determina. En
tanto que establece la objetividad del conocimiento, lo que la verdad trascendental posibilita es la
relación del conocimiento empírico con un objeto. Pero, dado que no tiene en cuenta el contenido
empírico particular de cada conocimiento, no puede decidir nada aún sobre su verdad empírica. De
este modo, la verdad trascendental precede y posibilita a la verdad empírica, pero en la misma medida
hace posible también la falsedad empírica, entendida como la inadecuación del contenido empírico
específico respecto al objeto al que se refiere. La falsedad empírica requiere, pues, también de
realidad objetiva y, en este sentido, Kant señala que “un conocimiento es falso cuando no concuerda
con el objeto al que se refiere, aunque contenga algo que quizá pueda valer para otros objetos” (KrV
A58/B83). Así pues, la verdad trascendental es una condición necesaria para que se le pueda asignar
un valor de verdad a todo pretendido conocimiento empírico 40.
Según lo dicho en las secciones anteriores, no todo conocimiento trascendentalmente
verdadero es también verdadero empíricamente. Pero, ¿qué sucede con los pretendidos conocimientos
que no cumplen las condiciones de verdad trascendental? En la metáfora sobre la isla de la verdad,
Kant describe a todo lo que rodea tal territorio con el nombre del ‘océano tempestuoso de la ilusión’.
Precisamente, los presuntos conocimientos que han quedado fuera de estos límites son las ilusiones
trascendentales, a las que Kant dedica la “Dialéctica trascendental”, a la que llama, con justicia,
“lógica de la ilusión” (KrV A131/B170). Así pues, Kant llama ilusión trascendental
(transscendentalen Schein) a las pretensiones de conocimiento que se dirigen más allá del campo de
la experiencia posible, es decir, que sobrepasan los contornos delineados por la verdad trascendental,
creando el espejismo de un ensanchamiento del entendimiento puro (cf. KrV A293-295/B349-352).
Kant atribuye el origen de las ilusiones trascendentales al uso objetivo de los principios
meramente subjetivos de la razón humana, con lo cual se hace una hipóstasis de las ideas de la razón
Puede conducir a equívocos la traducción generalizada de Gebiet por ‘esfera’. Gebiet (dominio) es tomado del lenguaje jurídico
y se refiere al papel legislativo de una facultad sobre sus objetos. En cambio, esfera (Sphäre/Kügel) es tomada en estos pasajes
según las analogías geográficas de Kant y corresponde –como Kant indica– al campo (Feld) de la experiencia, esto es, al territorio
(Boden) de nuestro conocimiento empírico.
40
Con esto pretendo matizar la tesis, famosamente defendida por Prauss, de que todo conocimiento –no sólo el empírico– necesita
de verdad trascendental para tener un valor de verdad. Prauss entiende que el objeto de la lógica trascendental no es la verdad
(Wahrheit) como opuesta a la falsedad, sino la Wahrheitsdifferenz, esto es la ‘no-indiferencia’ respecto a la verdad; en otras
palabras, la posibilidad de asignar un valor de verdad (verdadero o falso) a un conocimiento; e identifica la validez objetiva como
la condición que permite asignar tal valor de verdad al conocimiento. Según esto, aquellos supuestos conocimientos que no tienen
validez objetiva (verdad trascendental) no son falsos, pues no tienen un valor de verdad: son ilusiones trascendentales (Prauss
1971: 86 ss, 1969: 180-182). También señala que la verdad trascendental tiene dos significados para Kant: Wahrheitsdifferenz para
los juicios empíricos, y verdad a priori para los principios del entendimiento (ibídem 68 nota 181). Esto último, sin embargo, es
necesario matizarlo, pues para Kant ‘verdad trascendental’ significa exactamente lo mismo para ambos tipos de juicios:
concordancia con la representación de un objeto en general. Pero es cierto que este sentido de verdad es propiamente el valor de
verdad para el conocimiento sintético a priori, y posibilita la verdad empírica del a posteriori, como hemos visto hasta ahora. Por
otra, parte, me parece un punto débil el que Prauss distinga sólo entre Wahrheitsdifferenz-ilusión y verdad-falsedad. Según esto, lo
que contradice a la lógica formal sería falso en el mismo sentido en que es falso el error empírico (ibídem 181). Stuhlmann-Laeisz,
también en esta línea, señala que si Prauss tuviese razón, todos los juicos contradictorios serían trascendentalmente verdaderos: la
verdad trascendental sería una condición necesaria para la contradicción. Pero Kant sostiene que la no contradicción es conditio
sine qua non de toda verdad (Stuhlmann-Laeisz 1976: 51n). Por otra parte, Stuhlmann-Laeisz también señala, correctamente, que
hay juicios que carecen de verdad trascendental y que, sin embargo, tienen valor de verdad. Por ejemplo, Kant dice que “el mundo
es finito” y “el mundo es infinito” son falsas (ibídem 30). En todo caso, Stuhlmann-Laeisz desarrolla una interpretación distinta a
la de Prauss pero de corte similar, distinguiendo entre juicios adecuados (verträglich) e inadecuados (unverträglich), según tengan
o no validez objetiva. Los juicios empíricos son adecuados en la medida en tanto tienen verdad trascendental, aun cuando puedan
ser verdaderos o falsos. Los juicios con pretensiones trascendentes serían inadecuados, pues no tienen referencia a objeto alguno
(verdad trascendental), y en esa medida serían también falsos (ibídem 28 ss). Más recientemente, Vanzo ha argumentado también
en contra de la lectura según la cual Kant concede valor de verdad sólo a los juicios con validez objetiva, mostrando, por una parte,
evidencia textual de que Kant concede de hecho valor de verdad a juicios sin validez objetivo y, por otra parte, mostrando que
aquella lectura es incongruente con el propósito kantiano de restringir el campo del conocimiento en favor de la fe (Vanzo 2012:
114-118). Coincido con Stuhlmann-Laeisz y con Vanzo en que Kant no identifica validez objetiva y posibilidad de tener valor de
verdad. Pero contra Stuhlmann-Laeisz, y de acuerdo con Vanzo, me parece incorrecto sostener que la falta de validez objetiva
implique para Kant, ipso facto, la falsedad de un conocimiento.
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(alma, mundo y Dios), y se les concede, de forma igualmente ilusoria, realidad objetiva a sus
correspondientes raciocinios (paralogismo, antinomia e ideal). Sin embargo, la ilusión trascendental
no yace realmente en las ideas de la razón, sino en su uso trascendente, cuando habría de ser
inmanente. Tales ideas se ordenan a los intereses de la razón cuando son usados heurísticamente para
la sistematización del conocimiento (KrV A663/B691, A666/B694; cf. Llano 2002: 111-119,
Flamarique 1993: 16-19). Ahora bien, también podemos considerar dentro del ámbito de la ilusión
trascendental (como opuestas a la verdad trascendental) la objetivación de aquellos conceptos que –
sin ser productos de la natural tendencia de la razón a lo incondicionado– transgreden los límites de la
experiencia (e.g. los conceptos de ‘sustancia inmaterial’ o de ‘clarividencia’)41.
La pregunta relevante es, ¿qué valor de verdad se les puede conceder a los juicios que
incurren en este tipo error? Dado que no cumplen con las condiciones de verdad trascendental no
pueden ser, desde luego, verdaderos empíricamente. Sin embargo, su falta de acuerdo con el objeto no
es aquella que se da en la falsedad empírica: mientras que esta última apunta a un objeto –aunque da
cuenta incorrecta de su contenido empírico– la falta de verdad trascendental significa que estos
presuntos conocimientos no concuerdan con las condiciones generales de la objetividad y, por tanto,
no apuntan a nada que pueda ser un objeto para nosotros42. Una aparente solución sería sostener que,
dado que carecen de objeto, no hay un criterio para establecer si concuerdan o no con su objeto y, por
ello, carecen de valor alguno de verdad (Prauss 1969: 180-181; Hanna 2000: 230; Höffe 2010: 59;
Paek 2005: 157-158; Svendsen 2001: 848-849). Otra alternativa es dar a todos estos juicios por falsos,
dado que, precisamente, no pueden concordar con su objeto, por no tener objeto (cf. StuhlmannLaeisz 1976: 28-30; Mohanty 1999: 208).
Es difícil atribuirle a Kant la opinión descrita en la primera alternativa, puesto que éste, de
hecho, concede expresamente valor de verdad a juicios sin verdad trascendental. Por ejemplo,
sostiene que todos los juicios analíticos que no incurren en contradicción son verdaderos; y afirma
que las antinomias sobre la limitación del mundo que son ambas falsas (KrV A502-507/B530-535, cf.
Vanzo 2012: 115, 2005: 505-531). La segunda alternativa, aunque a primera vista podría parecer más
plausible –después de todo, nos enfrentamos a lo que Kant llama ‘ilusiones’ trascendentales–, se
enfrenta con el mismo problema que la primera: los juicios analíticos son verdaderos. Pero hay aún
más. Las ideas de un Ser Supremo y del alma no pueden ser refutadas, así que no podemos, en
primera instancia, decir que son falsas: los mismos fundamentos por los que se niega a la razón la
capacidad de afirmarlos, demuestran la imposibilidad de negarlos (KrV A640-641/B668-669; cf. KrV
A672-674/B6700-702, A696-697/B6724-725, KU 5:400). Incluso, estas ideas son retomadas por la
razón práctica como artículos de fe (existencia de Dios e inmortalidad del alma), y si bien aún ahí
tampoco cabe conocimiento de ellas, son objeto de ‘certeza moral’ (KrV A828-829/B856-857). Y más
aún, el concepto de libertad –carente de suelo (Boden) para la razón teórica pura– adquiere, sin
embargo, realidad objetiva en el dominio de la razón práctica (KrV A802/B803, KpV 5:47, cf. KrV
Bxxvi nota). Decir que estos presuntos conocimientos son ‘ilusiones’ no equivale tanto a afirmar su
falsedad, sino a mostrar que dan la apariencia de conocimiento objetivo, cuando, en realidad, no
conocen –en el sentido estricto de la palabra– nada. Pero esto último no sólo implica la imposibilidad
de conocimiento positivo sobre estos ‘objetos’, sino que también nos advierte sobre la imposibilidad
de negarlos absolutamente. Este movimiento es tan ilegítimo como su contrario: sostener la
imposibilidad o inexistencia absoluta de estos conceptos por caer fuera del dominio de muestro
entendimiento significaría querer hacer de los principios de la posibilidad de la experiencia
condiciones generales de las cosas en sí mismas, esto es, principios trascendentes (cf. Prol 4:351).
Kant atribuye a la “Dialéctica trascendental” la tarea de descubrir la ilusión de los principios ‘trascendentes’ (transscendente
Gründsätze), es decir, de aquellos principios que pretenden sobrepasar los límites de la experiencia posible, en contraste con los
inmanentes (immnente Gründsätze), cuya aplicación se contiene dentro de tales límites. Si bien Kant distingue entre estos
principios trascendentes y el uso –o abuso (mißbrauch)– trascendental (transscendental) de las categorías, ambos constituyen
propiamente una transgresión a los límites y devienen igualmente en ilusiones trascendentales. Sin embargo, mientras que el uso
trascendental de las categorías puede tomarse como un error puntual, los principios trascendentes, en cambio, incitan
sistemáticamente a la eliminación de los límites. Por ello ellos son el objeto propio de la “Dialéctica Trascendental”.
42
Es necesario aclarar, sin embargo, que este tipo de conceptos podrían ser sujetos de juicios verdaderos, siempre y cuando estos
juicios sean analíticos: “Dios es omnipotente”, “La clarividencia consiste en la facultad de intuir el futuro” son juicios analíticos
verdaderos (cf. Vanzo 2012: 116). El problema en cuestión surge, en primer lugar, cuando se ponen como sujetos de juicios
sintéticos (e.g. “Dios existe”), que son, precisamente, los que ‘extienden’ el conocimiento.
41
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La noción kantiana de verdad trascendental
Esta última consideración es, a mi parecer, la razón sistemática más importante por la cual
no cabe adjudicarle a Kant la posición de que la carencia de verdad trascendental indica la falsedad
del juicio. Pero tampoco ha de significar, necesariamente, que tales juicios carecen de valor de
verdad. De hecho, como hemos visto, hay juicios que carecen de verdad trascendental de los que
podemos afirmar su verdad (juicios analíticos)43, de otros podemos afirmar su falsedad (la negación
de los principios del entendimiento puro, las antinomias sobre la limitación o ilimitación del mundo
en el espacio y tiempo), y de otros, sencillamente no podemos decidirnos, no porque, en sí mismos,
no les corresponda valor alguno, sino porque, precisamente, lo que son en sí mismos no es nada para
nosotros: las condiciones que determinarían su verdad o falsedad trascienden nuestro conocimiento
posible (KrV A750-751/B778-779).
Conclusiones
Que Kant no exponga sistemáticamente una doctrina de la verdad puede tomarse como una señal de
que el filósofo no pretendió en ningún momento redefinir este concepto. La noción de ‘verdad
trascendental’, tal como aparece en la doctrina kantiana, es muestra de ello. Aunque revela una
profunda novedad en la manera de entender el acuerdo del conocimiento con su objeto, descansa en la
definición nominal heredada de la tradición44. Así, aunque la noción kantiana de ‘verdad
trascendental’ supone una reinterpretación de la verdad, no es, en modo alguno, una redefinición. Al
contrario: en ella está supuesta la concordancia con el objeto.
La verdad trascendental constituye para Kant –en consonancia con planteamientos
filosóficos anteriores– la posibilidad misma de los objetos y fundamenta la relación de éstos con
nuestro conocimiento. Pero su interpretación no recurre –como sucedía en la escolástica y en el
racionalismo, respectivamente– a la verdad ontológica (concordancia con el entendimiento divino) ni
a la unidad, orden y completitud de las determinaciones internas de las cosas para dar cuenta de su
posibilidad interna y de la posibilidad de nuestro conocimiento de ellas. La verdad trascendental,
como la entiende Kant, está desligada de las condiciones de posibilidad de las cosas mismas, y se
refiere únicamente a las condiciones de posibilidad de nuestro conocimiento de ellas. Esto es: se
refiere a la forma de la experiencia en general o, lo que es lo mismo, desde otra perspectiva, a las
condiciones por las que un objeto es, precisamente, objeto para nosotros. De este modo, ser objeto es
tener verdad trascendental.
Entender la verdad trascendental como la concordancia con las condiciones a priori de la
objetividad (en otras palabras, la concordancia con un objeto trascendental) permite dar cuenta de la
posibilidad de establecer la verdad del conocimiento a priori. Las categorías, los principios del
entendimiento puro, e incluso las formas puras del espacio y el tiempo son verdaderos porque, aun
antes de toda experiencia, guardan conformidad con la representación de un objeto en general. Pero
esto es así porque todas aquellas categorías, principios y formas son, a la vez, las condiciones de este
objeto, en la medida en que son las condiciones de toda experiencia posible. De este modo, estas
condiciones son, a la vez, las condiciones suficientes y necesarias de la verdad trascendental. Al ser
condiciones a priori, y al no referirse a una multiplicidad de objetos, sino a las condiciones de
objetividad, que son siempre únicas y las mismas, la lógica trascendental permite ofrecer criterios
universales y suficientes de verdad trascendental. Estos mismos criterios son, a la vez, los criterios de
posibilidad de los objetos; lo que permite entender también cómo todos los objetos de experiencia son
ya trascendentalmente verdaderos, y cómo todos los juicios sobre ellos, aun cuando fueran erróneos,
contienen ya también un grado de verdad. Así pues, la verdad trascendental posibilita la experiencia
empírica y, en esa misma medida, precede y posibilita a la verdad empírica. Pero esto significa, a la
vez, que limita el territorio de esa verdad. Nada que no sea trascendentalmente verdadero puede ser
empíricamente verdadero, pero tampoco puede darse por empíricamente falso. Los pretendidos
conocimientos que carecen de verdad trascendental, en tanto que tratan de objetos que nunca pueden
43
Pero esta verdad sólo satisface un nivel lógico de objetividad. Tampoco es verdad en el mismo sentido que lo es el conocimiento
empírico.
44
Schulz dedica buena parte del cuarto capítulo de su estudio sobre la verdad en Santo Tomás y en Kant precisamente a mostrar la
continuidad entre la postura kantiana y la tradición escolástica y clásica respecto a la verdad. Si bien esta autora deja de lado
aspectos esenciales de la doctrina kantiana que habrían de matizar sus conclusiones (por ejemplo, la restricción del territorio de la
verdad o el papel del objeto trascendental como punto de referencia de toda verdad), logra mostrar, con tino, que la noción
kantiana de verdad tiene, en muchos aspectos, más en común con la doctrina clásica de la correspondencia que con teorías de la
coherencia –contra Prauss, Kemp Smith o Rescher (Schulz 1993: 153 ss)–.
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ser objetos para nosotros, quedan siempre velados tras el mar borrascoso que nos impide saber si,
acaso, algún objeto les puede corresponder.
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Una travesía kantiana a través del Escila constructivista y el
Caribdis realista. Apuntes para un abordaje kantianoconstitutivista de las fuentes de la normatividad
MARTÍN FLEITAS GONZÁLEZ1
Resumen
El artículo aborda el problema de las fuentes de la normatividad en el contexto de las contemporáneas disputas
neokantianas. Señalando las limitaciones que muestran los enfoques constructivistas y realistas para reconstruir una
lectura fiel y solvente de la ética kantiana, el trabajo sugiere una línea alternativa denominada constitutivista. Este
enfoque propone una lectura performativa de los textos de Kant para defender la tesis de que las fuentes kantianas de
la normatividad yacen en construcciones reflexivas de mandatos que implican, al mismo tiempo, la asunción realista
del valor de la idea de libertad. La moral consistiría entonces, en autoconstituirse como agente.
Palabras clave: constitutivismo, constructivismo, fuentes de la normatividad, realismo.
A Kantian journey through the Constructivist Scylla and realist
Charybdis. Notes for a Kantian-Constitutivist approach of
sources of normativity
Abstract
The article addresses the problem of the sources of normativity in the context of contemporary neo-Kantian disputes.
Noting the limitations that the Constructivists and Realistic approaches show to reconstruct a faithful and solvent
reading of Kantian ethics, the paper suggests an alternative line called constitutivist. This approach proposes a
performative reading of Kant’s texts to defend the thesis that the Kantian normative sources lie in reflective
constructions of mandates involving, at the same time, the realist assumption of the value of the idea of freedom. The
moral would then stand in the self-constitution as an agent.
Key Words: constitutivism, constructivism, realism, sources of normativity.
Dios no quiere únicamente que seamos felices,
sino que debamos hacernos felices,
lo cual constituye la verdadera moralidad.
Immanuel Kant, Lecciones de ética
1
Universidad de la República Oriental del Uruguay.
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Vol. 1, Núm. 2 (2016): 146-173
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ISSN-e: 2445-0669
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Martín Fleitas González
Una travesía kantiana
1. Introducción2
Hace un tiempo se libran acalorados debates acerca de cómo y por qué debemos recoger el legado de
la ética kantiana. En particular, tanto seguidores de Kant como estudiosos de historia de la Filosofía,
han edificado todo un tópico en torno a la pregunta de cuál es la postura más fiel, y al mismo tiempo,
consistente, que Kant habría asumido acerca de las fuentes de la normatividad. Es evidente que este
planteo ofrece muy poca claridad; pero esta poca claridad emana de la difusa forma en que debaten
los neokantianos e historiadores de la Filosofía. Pero para apreciar esto, resulta oportuno
introducirnos en el debate no sin antes observar que existen allí algunas preguntas peligrosamente
yuxtapuestas, que bien podrían contribuir a la confusión.
Por un lado, surge la pregunta histórico-filosófica acerca de cuál habría sido la postura de
Kant acerca de las fuentes de la normatividad, tanto moral como no moral. Pero al mismo tiempo,
dentro de las discusiones también hallamos otra que pregunta acerca de cuál sería la postura kantiana
más consistente al respecto. Si bien tales preguntas son diferentes, parecen entremezclarse
asiduamente en las discusiones actuales a causa de varios factores, siendo el principal de todos ellos
el de la ‘extrañeza’ que presenta el lenguaje del problema de la normatividad frente al lenguaje
utilizado por Kant.
Es esta extrañeza de la terminología de las fuentes de la normatividad la que ha llevado a
los filósofos contemporáneos ha embanderarse en dos frentes, en apariencia irreconciliables: por un
lado, un frente que sostiene que Kant habría defendido una teoría del valor ‘proyeccionista’, mientras
por otro, un frente que entiende que Kant habría asumido un modelo ‘detectivista’. Sirviéndome de la
bien conocida terminología de Langton, el enfoque ‘proyeccionista’ del valor ‘endorses the
biconditional ‘‘something is good just in case it is an object of rational choice’’, [by] giving
‘‘priority’’ (however we spell that out) to the right-hand side of the biconditional’ (Langton 2007:
172); desde esta perspectiva, X sería bueno en la medida en que haya sido objeto de elección racional.
Mientras por su lado, el enfoque ‘detectivista’ pone su énfasis, o ‘prioridad’, en el extremo izquierdo
del biciondicional, es decir, en el lado que afirma que X sería un objeto de elección racional en razón
de que X es bueno.
El dilema de Eutifrón revive para dividir las aguas en torno a cómo comprender la ética
kantiana, sus alcances y sus limitaciones: ¿es el agente el que atribuye bondad a posibles objetos de
nuestra voluntad mediante su capacidad de establecer fines, o acaso los fines representan bondades
que la capacidad racional del agente descubre durante su reflexión? Si bien parecen ser estos términos
los que han delimitado la discusión, me temo que no hay razones convincentes para asumir
aproblemáticamente el dilema. Resulta evidente que la ética kantiana puede ser leída con ambos
prismas, en virtud de que existe suficiente sustento textual como para sostener ambos enfoques. Si
nos detenemos en la primera y segunda formulación del Imperativo Categórico (en adelante IC),
seguramente podamos elaborar desde allí una versión procedimental de la moral y la justicia muy
cercana a la de Rawls, O´Neill o Habermas. Esto implicaría una teoría proyeccionista del valor que en
principio podría funcionar, y ser bastante convincente, pero que rápidamente se encontraría en
problemas a la hora de justificar la incondicionalidad del valor de toda persona. El escollo podría
resumirse como sigue: si todo fin es valioso en virtud de que ha sido determinado racionalmente (sea
mediante IC o deliberación de todos los afectados) ¿por qué no sería racional degradar el valor de
ciertas personas, o incluso la propia, durante una toma de decisión? Aquí es donde el enfoque
detectivista asegura que son las incondicionalidades de los valores de la Humanidad, Autonomía, y
del Reino de los Fines, las que se le imponen al agente durante su toma de decisión. Postura que, al
mismo tiempo, nos lleva a asumir algún tipo de realismo axiológico que bien podría amenazar las
innegables pretensiones cognitivas y universales de Kant.
Ciertamente, el constructivismo y el realismo han complejizado el debate, amén de
considerar la posibilidad de que la terminología no haga justicia a la originalidad que Kant podría
2
Gran parte de la redacción de este trabajo se ha visto incalculablemente favorecido por la asistencia que me han brindado Raluca
y Ana Ciortea. Sirva esta nota para expresar mi profunda gratitud hacia ellas.
Nota del editor: artículo premiado con la segunda mención SEKLE.
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haberle impreso a su ética. Pienso que, así como Platón pone en boca de Sócrates la solución al
dilema de Eutifrón, es razonable sostener la idea de que el lenguaje proyeccionista y detectivista
pudiera no capturar la singularidad de la ética kantiana, a causa de que esta última bien podría asumir
una teoría del valor compuesta por elementos tanto atributivos, como receptivos.
En el presente trabajo me propongo convertir esta última sugerencia en una tesis
fundamental. La argumentación que presentaré en su favor se conforma de cuatro partes: en primer
lugar reconstruiré los enfoques constructivistas de Rawls y O’Neill con el objeto de identificar sus
características más distintivas, al mismo tiempo que sus limitaciones a la hora de abordar la cuestión
de las fuentes de la normatividad. Luego desarrollaré una tarea análoga sobre los enfoques realistas de
Wood y Sensen, por entenderles los detectivistas más representativos. En tercer lugar abordaré el
enfoque de Korsgaard, a quien no incluyo dentro de los constructivistas a pesar de sus explícitas
declaraciones. Como veremos, su postura acerca de la relación que mantienen el agente, la ley y la
identidad práctica, abriga tanto consecuencias constructivistas como realistas. Pero no deseo
interpretar las ambigüedades de su enfoque como insuficiencias tan sólo teoréticas, sino también
como insuficiencias inherentes al lenguaje constructivista-realista para dar con la originalidad de la
ética kantiana. En este contexto, es el análisis de la insuficiencia del lenguaje contemporáneamente
utilizado el que me permitirá argumentar en favor de un modelo kantiano ‘constitutivista’ que
entiendo más consistente. La tesis que defenderé es la de que tanto la construcción como la asunción
de un valor absoluto, en particular el de la idea de libertad, se encuentran irrenunciablemente
entrelazados en toda reflexión emprendida por el agente, una vez que este desea responder a la
pregunta ‘¿qué debo hacer?’ El principal argumento que desarrollaré en favor de tal tesis consistirá en
iluminar las implicaciones performativas de la reflexión práctica inherentes al enfoque de la ética
kantiana. Estas implicaciones performativas pondrán de relieve bases suficientes como para bocetar
un modelo constitutivista de las fuentes kantianas de la normatividad, el cual, en pocas palabras,
sostiene que las fuentes de la normatividad nacen de la reflexión que despliega el agente al elaborar
una regla práctica que oriente su conducta; una reflexión que en modo alguno puede emprenderse si al
mismo tiempo no se asume la realidad de un valor absoluto como el de la libertad. Estas
implicaciones performativas de la reflexión práctica ‘constituyen’ al agente como agente, y en virtud
de ello es que el modelo constitutivista aspira a absorber los aportes más valiosos del proyeccionismo
y detectivismo.
2. El constructivismo neokantiano
El constructivismo neokantiano constituye una de las herencias kantianas más robustas de los siglos
XX y XXI. Distinguidos filósofos se han afiliado a esta tradición: John Rawls, Onora O’Neill,
Frederick Rauscher, Karl-Otto Apel, Jürgen Habermas, Carlos Nino, e incluso Christine Korsgaard
(vid. Apel 1998; Habermas 1985; Nino 1989; Rauscher 2002). No obstante, planeo aquí concentrarme
en los enfoques de Rawls y O’Neill en virtud de ser los más influyentes y fundantes del
proyeccionismo actual, así como también de los términos de la discusión vigente. Es verdad que el
enfoque de O’Neill es muy cercano al programa de justicia de Rawls, pero veremos que la
originalidad de la filósofa consiste en imprimir sendas reformulaciones a la propuesta de este último,
ganando con ello una mayor cercanía a Kant y a sus pretensiones universalistas.
2.1. John Rawls y la fundación del constructivismo neokantiano
Según O’Neill, el constructivismo de Rawls surge del esfuerzo por trazar un puente capaz de superar
los embates del relativismo y del realismo (O’Neill 1989: cap. 2). Así es que Rawls introduce por
primera vez el término ‘constructivismo’ con claras pretensiones anti-realistas, pues Rawls es antirealista en la medida en que intenta mantenerse al margen de cualquier reclamación metafísica
trascendente, para al mismo tiempo, evitar el relativismo inherente a las concepciones de vida buena
mediante la determinación de principios de justicia susceptibles de aceptación por parte de todos
aquellos que se vean afectados. En palabras de Rawls, su teoría “it specifies a particular conception of
the person as an element in a reasonable procedure of construction, the outcome of which determines
the content of the first principles of justice”, pretendiendo con ello “to establish a suitable connection
between a particular conception of the person and first principles of justice, by means of a procedure
of construction” (Rawls 1980: 516). Rawls es cuidadoso en distinguir su declaración del
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constructivismo kantiano de los propios puntos de vista de Kant: “Justice as fairness is not, plainly,
Kant’s view, strictly speaking; it departs from his text at many points” (Rawls 1980: 517). Por su
parte, Rawls llama ‘constructivo’ al modo de establecer una conexión entre una determinada
concepción de persona y los principios fundamentales de justicia, dado que se supone que la conexión
no se establecerá por medio de una:
search for moral truth interpreted as fixed by a prior and independent order of objects and relations,
whether natural or divine, an order apart and distinct from how we conceive of ourselves (...) What
justifies a conception of justice is not its being true to an order antecedent to and given to us, but its
congruence with our deeper understanding of ourselves (...) Kantian constructivism holds that moral
objectivity is to be understood in terms of a suitably constructed social point of view that all can accept
(Rawls 1980: 519).
Una vez esbozados los rasgos básicos de su modalidad constructivista, Rawls elabora un
novedoso conjunto de herramientas con el objetivo de conectar su concepción no metafísica de
persona con los principios fundamentales de justicia. En particular, piensa que tales principios se
pueden establecer por medio de un proceso de ‘equilibrio reflexivo’ desde dentro de una ‘posición
original’, la cual se define por cierta restricción informacional, o ‘velo de la ignorancia’, que cae
sobre los agentes. La idea básica de esta propuesta recae en que los principios fundamentales de
justicia pueden construirse mediante la determinación de lo que los agentes elegirían luego de
reflexionar desde detrás del velo de la ignorancia, acerca de su situación vigente y futura, sin saber ni
quiénes serían ni cuáles sus deseos personales. Dado que el recurso del velo de la ignorancia descarta
cualquier información específica de la cual dichos agentes puedan valerse para obtener una ventaja
injusta, aún para ellos mismos, lo principios que elegirían en tal situación tendrían que ser justos.
Sin embargo, el velo de la ignorancia no puede excluir toda la información y todos los
deseos personales, puesto que en el caso de que los agentes participantes de la posición original no
tengan ninguna orientación para la selección y elaboración de los principios, por extensión tampoco
buscarían que los principios sean justos. Como resultado, Rawls parecería violar el velo de la
ignorancia al permitir el conocimiento de la conveniencia universal de bienes primarios como los
derechos, las libertades y la riqueza en la posición original. El permiso que Rawls le concede a esta
selección informacional tiene el objetivo de ofrecer a los agentes de la posición original, los
rudimentos reflexivos básicos y mínimos como para luego, a partir de ellos, poder construir los
principios fundamentales de justicia.
Pero es justamente en este punto en donde O’Neill apuntala su principal objeción contra
Rawls, preguntando por la justificación que posee la concepción de persona definida en su posición
original. Evidentemente, a esta pregunta no se le puede hacer frente recurriendo a alguna antropología
filosófica subyacente, puesto que esto implicaría de por sí un supuesto realista. Así es que Rawls,
según O’Neill, “let alone the suspect Kantian account, of the metaphysics of the self” o, de forma más
peyorativa, “obscure and panicky metaphysics” (O’Neill 1989: 210). En virtud de ello, en última
instancia Rawls parecería favorecer la alternativa de admitir que “we are not trying to find a
conception of justice suitable for all societies regardless of their particular social or historical
circumstances” (Rawls 1980: 518). Sin embargo, como O’Neill observa acertadamente, “far from
deriving a justification of democratic citizenship from metaphysical foundations, Rawls [can
vindicate only] those deep principles of justice ‘we’ would discover in drawing on ‘our’ underlying
conceptions of free and equal citizenship. This vindication of justice does not address others who,
unlike ‘us’, do not start with such ideals of citizenship; it has nothing to say to those others. It is ‘our’
ideal, and ‘our’ justice” (O’Neill 1989: 211). Por lo que O´Neill concluye que el constructivismo
rawlsiano no es, a pesar de todo, distinto del relativismo que intentaba superar.
Aún quedaría por verse el hecho de si realmente este tipo de objeción representa una
controversia para el programa de Rawls, o en otras palabras, si la objeción de O’Neill constituye una
razón determinante como para renunciar al programa rawlsiano. Puesto que en varias oportunidades la
‘superación’ del relativismo, por parte de Rawls, no implica eliminarlo sino más bien encontrar
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puntos equidistantes a todo pluralismo inherente a una sociedad bien ordenada3, la objeción de
O’Neill debería entenderse mejor desde el punto de vista del kantismo y su herencia universalizante.
En pocas palabras, O’Neill parecería, en el fondo, objetarle a Rawls que con su versión reducida del
constructivismo ha despojado a la herencia kantiana de toda su original pretensión universal hacia la
humanidad. Así es que O’Neill se pregunta si Rawls no se ha desviado en algún punto. Dado que
O’Neill se siente atraída por el constructivismo, es para ella crucial identificar y luego eliminar
aquella característica del enfoque de Rawls que le impide ser satisfactoria; y esta característica
deficiente, en opinión de O’Neill, sería su ideal de persona subyacente.
Según O’Neill, las dificultades de Rawls emanan casi por completo del ideal de persona
subyacente a la posición original. En lugar de abstraer algunas características fundamentales del
agente, Rawls defiende una idea de persona restringida a la democracias liberales: “(I)dealization
masquerading as abstraction produces theories that may appear to apply widely, but in fact covertly
exclude from their scope those who do not match a certain ideal. They privilege certain sorts of
human agent and life by presenting their specific characteristics as universal ideals” (O’Neill 1989:
210). En consecuencia, una vez que Rawls ha idealizado agentes en la posición original como medio
de justificación, restringe, al mismo tiempo, su aplicación para las sociedades democráticas
occidentales (O’Neill 1989: 212).
2.2. El constructivismo neokantiano de Onora O’Neill
Si O’Neill está en lo cierto acerca del constructivismo de Rawls, por un lado se evidencia su objetivo
de querer actualizar un kantismo universalista, mientras por otro quedan aún por determinarse los
caminos para lograrlo. La estrategia de O’Neill en principio es simple: en lugar de invocar un velo de
ignorancia que se ha incumplido de manera selectiva con el fin de permitir en la posición original un
conjunto limitado de deseos, y cuya satisfacción ha de ser maximizada por la razón instrumental, lo
que O’Neill sugiere es que el principio operativo de la construcción derive de responder a la pregunta
modal “¿qué principios puede aceptar una pluralidad de agentes de racionalidad mínima y
capacidades indeterminadas de independencia mutua?” (O’Neill 1989: 213, 1996: 52).
A diferencia del programa rawlsiano, los deseos no son el determinante fundamental dentro
del procedimiento constructivista de O’Neill, así como tampoco lo es una racionalidad instrumental
en conexión con los deseos. La noción fundamental para O’Neill es la posible agencia de una
pluralidad de distintos, pero relacionados entre sí como seres racionales. Su propuesta puede generar
principios normativos prácticos porque “there are certain constraints on the principles of action that
could be adopted by all of a plurality of potentially interacting agents of whom we assume only
minimal rationality and indeterminate mutual independence. Principles that cannot be acted on by all
must be rejected by any plurality for whom the problem of justice arises” (O’Neill 1989: 215). Para
ilustrar su idea, O’Neill muestra cómo los principios de la coerción, la violencia y el engaño
evidencian violaciones de primer orden para los principios de la justicia, al implicar el hecho de que
no se puede actuar ni aceptar una norma en nombre de todos los afectados por ella, ya que la
coacción, la violencia y el engaño, socavan la agencia racional o el asentimiento de al menos algunos
agentes, a saber, la de los que serían coaccionados, perjudicados o engañados por tales principios. En
lugar de invocar la razón instrumental con el fin de satisfacer la mayor cantidad posible de un
conjunto selectivo de deseos, la versión constructivista de O’Neill busca asegurarse de la posibilidad
de que los agentes a tener en cuenta en su consentimiento, y acción, participen efectivamente en la
elaboración de los principios prácticos que les involucren. Al comenzar con un conjunto de agentes
que abstrae sus deseos, y al mismo tiempo dejando un resto de mínimos de racionalidad intacto para
asegurar la acción-participación de todos estos agentes implicados, O’Neill asegura que su versión del
constructivismo es significativamente distinto al de Rawls.
De acuerdo con esta descripción de la propuesta de O’Neill, el problema del relativismo
parece ser evitado sin caer en ninguna afirmación metafísica inaceptable. Mientras que Rawls se vio
3
Recuérdese el caso de Lincoln, y su evocación al castigo divino en nombre de la abolición de la esclavitud, analizado por Raw ls
con el objetivo de mostrar la necesidad de conectar o anclar los principios de justicia en ideas de vida buena (Rawls 1996: 283287).
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obligado a aceptar aquel relativismo dentro del cual los principios resultantes de un procedimiento
constructivista pudiesen ser aceptados, esto es, sólo por aquellos que comparten la concepción ideal
de un agente integrado en su fundación, la propuesta de O’Neill se aplicaría a todos los agentes
racionales con los que se pueda interactuar. Al mismo tiempo, ella no necesita apelar a trasfondos
metafísicos controvertidos o ideales de persona justificados, lo cual le convence de que ha
desarrollado una versión del constructivismo superior al de Rawls.
Sin embargo, precisamente porque su enfoque no idealiza en la forma en que Rawls lo hace,
ella se enfrenta a un reto importante que Rawls evita desde el principio, a saber, el de ofrecer una
explicación acerca de la fuerza normativa de los principios que se derivan del procedimiento
constructivo. Mientras para este punto Rawls cuenta con la aceptación de los ideales de la sociedad
occidental implícitos a la posición original, O’Neill debe acudir a otro recurso en la medida que
rechaza estos ideales. Si los principios prácticos tienen fuerza normativa y estos principios son el
resultado de procedimientos constructivos, a continuación, los procedimientos constructivos deberían
ser responsables de la generación de la fuerza normativa. Sin embargo, los procedimientos
constructivos no pueden generar fuerza normativa, si es que aún no poseen autoridad normativa. Al
mismo tiempo, no está claro cómo un constructivista podría afirmar que los procedimientos
constructivos tienen autoridad normativa intrínseca, si se basan simplemente en ciertos hechos
morales generales.
Para responder a estas cuestiones O’Neill argumenta que el procedimiento constructivo
puede producir la fuerza normativa de los principios resultantes mediante la aplicación de la siguiente
línea de pensamiento (O’Neill 1989: caps. 1 y 2; 1996: cap. 2): ‘si y solo si’ el procedimiento
constructivo se basa en la razón, entonces es razonable pensar que sus principios puedan tener fuerza
normativa, en virtud de que la razón, y no el procedimiento, es la que posee la autoridad necesaria
como para generar tal fuerza coercitiva. Pero al considerar si la razón tiene una autoridad normativa
tal, surge naturalmente el siguiente dilema que enfrenta cualquier justificación de la autoridad de la
razón: a diferencia de cualquier otra cosa, la razón que justifica la autoridad de sus construcciones
también debe reivindicar su propia autoridad. Si se supone algo ajeno a la razón para justificar su
autoridad, entonces también se interpondría en necesidad de reivindicación y no se habría hecho
ningún progreso, pues siempre podríamos preguntarnos ad infinitum si ese factor en particular era
racionalmente justificado. Esto hace que la simple apelación a la ‘razón en sí’ nos precipite hacia un
desfondamiento en la argumentación: ¿cómo podría la razón justificar su propia autoridad? (O’Neill
1996: 48).
La propuesta de O’Neill gira en torno a su idea de racionalidad mínima, la cual se apoya
sobre una cierta forma de interpretar al sujeto trascendental: un sujeto intersubjetivo que ‘construye’
el mundo al igual que las normas morales y públicas, por el hecho mismo de ser inevitable el
compartir un ‘mismo mundo’. Una construcción que asume como ‘disciplina’ de la razón aquellas
máximas del uso público de la razón esbozadas por Kant en ¿Qué es la Ilustración?: a) piensa por ti
mismo, sírvete de tu propia razón, b) piensa desde el punto de vista de todos los demás, y c) siempre
piensa consistentemente.
O’Neill responde a este dilema con el argumento de que la autoridad de la razón puede ser
justificada sólo de forma recursiva y en un contexto público o político. Ella sugiere que deberíamos
tomar en serio tanto la noción del uso público de la razón que Kant emplea en ¿Qué es la
Ilustración?, así como también las metáforas políticas dispersas en Crítica de la Razón Pura. Según
O’Neill, el uso público de la razón no apela a ninguna autoridad externa, ninguna autoridad que no
pueda ser aceptada por una pluralidad de agentes racionales. Por lo tanto, independientemente de qué
tan extenso sea su público, la declaración de un sacerdote del altar no es pública en el sentido de
O’Neill ya que el sacerdote habla desde el punto de vista de alguien que acepta una autoridad distinta
de la razón, y frente a una audiencia limitada que acepta dicha autoridad. De este modo, la única
autoridad a la que puede recurrirse durante el uso público de la razón es aquella que está implícita en,
o interna a, los estándares del discurso público mismo.
Una justificación metafísica de la fuerza normativa de la razón se descarta sobre la base de
su rechazo de la metafísica trascendente: “(T)here is no lofty position above the debate, as perhaps
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there might be if human reason had a transcendent source” (O’Neill 1989: 46-47). Una justificación
teológica se descarta dado el hecho de que los agentes son independientes y autónomos, y de hecho,
cualquier tipo de justificación que no se base en las normas inherentes al debate público será
desechada: “since the world at large accepts no common external authority, the only authority the
communication can assume must be internal to the communication” (O’Neill 1989: 35). Por este
motivo la razón no tiene ningún fundamento trascendente más que aquel que se basa en un cierto tipo
de acuerdo. El mero acuerdo, si fuera posible, no tendría ninguna autoridad. Lo que empodera a un
acuerdo de cierto tipo de autoridad es el hecho de que se basa en un acuerdo sobre los principios que
cumplen su propia crítica, esto es, el hecho de ser acuerdos reflexivos (O’Neill 1989: 38). De ahí que
sea la recursividad o reflexividad la clave jutificatoria de la razón y, por lo tanto, de los principios
prácticos basados en ella: recursividad patente en aquellas normas que puedan ser aceptadas por una
pluralidad de agentes racionales que participen en el discurso público.
2.3. Limitaciones del constructivismo neokantiano
Es por demás evidente que el haberme enfocado en las solas posturas de Rawls y O’Neill violenta la
diversidad de matices que podemos hallar dentro de la vertiente constructivista neokantiana. No
obstante, presentaré algunas limitaciones que aquejan tanto a estos enfoques como al constructivismo
en general. En primera instancia, me detendré en la bien conocida objeción que ha recibido la rígida
distinción kantiana, luego asumida por muchos scholarships, entre inclinaciones y racionalidad.
En principio, la distinción que Kant intenta establecer tan fuertemente en el primer capítulo
de su Fundamentación, entre inclinaciones y racionalidad moral, puede reformularse en términos de
vida buena y moralidad. El problema sucintamente descrito sería el siguiente: si la racionalidad moral
o de justicia sólo ha de restringirse a las razones universalizables, razonables y compartibles por
otros, las cuestiones de vida buena o bien desparecen, o bien son irracionales.
En su larga discusión con Habermas, Hilary Putnam formula esta objeción de forma
bastante clara: si bien en Kant no está claro, sí es evidente que en muchos de sus seguidores se
encuentra la explícita defensa de una idea de racionalidad que amenaza con diluir las cuestiones de
vida buena en leyes universalizables, o con convertirlas en irracionales en virtud de que comúnmente
son entendidas como personales y privadas, aun intersubjetivamente mediadas, pero a fin de cuentas
no compartibles por definición (Putnam 2004: 133-158). Esta es una dura objeción que, si bien en el
caso de Korsgaard es más vidrioso dado el ‘realismo procedimental’ que defiende en la tercera
conferencia de sus Kantian Lectures, en el caso de la mayoría de las versiones constructivistas resulta
algo estremecedor. Pues, si la autoridad de la razón es por definición pública, ¿qué status racional
tienen las razones inherentes a la vida buena no compartibles? ¿Acaso los constructivistas comparten
con Korsgaard la idea platónica acerca de que se requiere del imperio de la razón para poner en orden
las partes irracionales del alma, de la ciudad, y en la actualidad, de la pluralidad de ideas del bien para
procurar la convivencia universal? (Korsgaard 2000: 284).
Desde esta observación crítica hay tan sólo un paso hasta aquella que las feministas han
forjado tan letalmente acerca del encubrimiento inherente a la racionalidad abstracta,
‘posconvencional’ del ‘otro generalizado’, que subyace: un ‘machismo’ filosófico que homologa la
racionalidad con el rol público, hasta hace poco tan sólo desempeñado por los hombres. Filósofas
como Seyla Benhabib (1986) y Marion Iris Young (1986) muestran que desde este punto de vista, las
‘éticas del cuidado’, los proyectos de felicidad y la vida privada pasarían tendenciosamente a ser
consideradas como irracionales al no ser compartibles sus razones inherentes, excluyendo su
tematización y reflexión de todo ámbito público, y con ello, ciertas formas generalizadas de
procederes éticos tradicionalmente vinculados con la femeneidad.
Sin embargo, resulta por demás evidente que este tipo de objeciones nacen de las ya bien
conocidas críticas que Hegel le realizara a Kant. En este caso, resulta oportuno tan sólo mencionar
aquellos parágrafos en los que Hegel, incluso irónicamente, critica el modelo contractual del
matrimonio de Kant. En § 75 y § 163 de su Rechtsphilosophie, el punto principal de la objeción radica
en la tesis de que la percepción unilateral del matrimonio o de la familia, en cuanto relación jurídica
meramente formal, incapacitaría a los individuos de participar en las prácticas comunicativas de
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ayuda y cuidado mutuos4. Y en este sentido, algo similar sucede con la libertad moral: el
distanciamiento que ha de asumir el agente frente al mundo de la vida que abriga las inclinaciones,
pseudocosifica la idea de libertad de tal modo que amenaza con vaciar de normatividad al mismo IC
(§ 135).
Por otro lado, y en conexión con esta tradicional objeción, deseo incorporar una segunda
crítica que los constructivistas han padecido durante algún tiempo, especialmente luego de los ’90,
por parte de los realistas. Tal objeción recae en cómo determinar, desde la perspectiva constructivista,
el valor de los demás como un fin en sí mismo, así como el valor propio. Usualmente los
constructivistas suelen responder que todo aquello que constituye un valor, sea moral o no moral,
depende de que efectivamente la razón lo haya vuelto tal, es decir, lo haya considerado como un bien.
Teniendo en mente y de forma estricta aquellas líneas en las que Kant dice “(N)ihil appetimus, nisi
sub ratione boni”5 [“Nada apetecemos que no se halle bajo la razón de lo bueno”] (KpV 59), los
constructivistas suelen defender la idea de que la racionalidad, esto es, ‘la capacidad de establecer
fines’, es la única fuente de valor, lo que la convierte en la única cosa portadora de un valor
incondicionado.
Aunque su enfoque sea ligeramente distinto al de Rawls y O’Neill, el caso de Barbara
Herman también se alinea a este posicionamiento. La peculiaridad de Herman consiste en seguir al
pie de la letra a Kant, cuando este afirma que lo único pensable en el mundo, cuyo valor sea
incondicional, es la buena voluntad. Ella sostiene que ‘sólo’ una “(F)ull conformity to what pure
practical reason requires” puede constituir un ‘valor’ moral fundamental, mientras la Fórmula de la
Humanidad “adds no independent value content to the idea of conformity to the principles of practical
rationality”. De esta manera es que, si bien su enfoque pretende ‘abandonar’ el deontologismo,
Herman asume una teoría proyeccionista del valor (Herman 1993b: 216, incluyendo nota 17).
No obstante, varios realistas atacan este ‘valor moral fundamental’ como un punto ciego del
constructivismo, pues, de la premisa ‘R es la fuente de valor de las cosas’ no se sigue ‘R es algo
invaluable’, sino que por el contrario, parecería más bien seguirse que tal valor, absoluto al fin,
constituye un valor pre-existente a la acción de valorar algo, dando lugar así al realismo (Wood 1999:
91-92; Hills 2008: 186)6. Un constructivista difícilmente diría que tal valor pre-existe al ejercicio de
la racionalidad, sino que, por el contrario, constituye un valor porque ella se valoriza de tal forma a sí
misma. De este modo la inviolabilidad de una persona recaería en su calidad de participante del
discurso, sea en una posición original, situación ideal de habla, o deliberación sin más, puesto que allí
la razón se identificaría a sí misma de forma recursiva, valorizándose a sí misma mediante el
consenso.
Este tipo de argumentación constructivista parece, aún en su variedad de formulaciones, ser
fiel a la metodología lógica que Kant utiliza para elaborar la forma adecuada del IC: la ley no debería
dar lugar a un mundo en el cual la máxima que le ha forjado se destruya. El principio de no
contradicción constituye la piedra angular de todo constructivismo en virtud de que parecería ser
impensable, o más bien, ‘irracional’, el que la racionalidad pueda contradecirse y autodestruirse. Así
es que la racionalidad práctica, debido a su cualidad de ‘fuente de valor’, ha de ser considerada por sí
misma como algo inestimable, como la condición de posibilidad del ejercicio de la racionalidad
misma.
Sin embargo, creo que lo más importante en este punto es que el constructivismo no
contempla la posibilidad de que podría no ser así, calificando tal cosa como irracional, distorsionada y
sin sentido, conectándonos con la objeción anterior. La racionalidad podría no considerarse como un
bien inestimable, conditio sine qua non podríamos luego considerar ningún otro bien. Y ciertamente
esto es lo que atrapa mi atención: ¿por qué alguien perdería su agencia moral si decidiese,
autónomamente, renunciar a ejercer tal agencia moral en nombre de otra cosa que considera más
4
Véase el detallado análisis que Barbara Herman ha realizado acerca de la controversia entre Kant y Hegel en torno al matrimonio
contractual (Herman 1993a).
5
Las traducciones de KpV, GMS y MAM que recojo aquí son las de Roberto R. Aramayo, presentes en Kant, tomo II, Madrid,
Gredos, 2010.
6
Acerca de la discusión de los argumentos de regresión al infinito hablaré más adelante.
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valiosa, como su felicidad? Pues porque Kant expresa claramente que esto sería imposible de ser
deseado sin contradicción (GMS 423). Pero ¿en contradicción con qué? Con la voluntad, en virtud de
que la voluntad es racionalidad práctica, y esta a su vez, la capacidad racional de establecer fines
(GMS 427), puesto que todo bien deseado lo es porque es considerado racionalmente (cf. KpV 59).
Pero, parafraseando las célebres palabras con las que Albert Camus inicia El mito de Sísifo:
sólo cuando nos preguntamos acerca de por qué no suicidarse es que comienza la Filosofía.
Evidentemente, que alguien decida suspender su agencia racional no implica que sea irracional, más
aún si utiliza su ‘capacidad racional de establecer fines’ para anteponer su felicidad al ejercicio de su
agencia moral. Desde la rígida perspectiva constructivista neokantiana, las inclinaciones hacia la
felicidad que bien podrían suspender o inhibir la agencia moral, caerían irremediablemente en
irracionalidad, sea por ejemplo el intento de otorgarle un sentido a la propia existencia racional. No
estoy seguro de si el mismo Kant cae en esta homologación entre racionalidad y facultades morales 7,
pero sí me parece correcto afirmar que, a la luz de las observaciones precedentes, el suelo
constructivista neokantiano aún siente vivamente los movimientos tectónicos de las viejas críticas que
Hegel le realizara a Kant.
3. El realismo neokantiano
Si bien el realismo parece abrigar menor impacto en las discusiones vigentes acerca de las fuentes de
la normatividad, lejos está de desvanecerse; más bien parece mostrar síntomas de muy buena salud.
En rasgos generales, los neokantianos realistas se han conformado alrededor de la tarea de
responder a las críticas de rigorismo y formalismo que se le han realizado a la ética kantiana. Para
responder a estas objeciones, usualmente implementan estrategias argumentales que les llevan por el
camino de la pregunta acerca de por qué el ser humano posee una capacidad racional facultada de
elaborar fines, o de fundar máximas en razones, o incluso, de por qué esta capacidad ha de ser digna
de ser reverenciada. En este contexto reconstruiré dos tipos de realismo neokantiano que a mi juicio,
si bien es relativo lo concerniente a sus influencias, ilustran las fortalezas y debilidades del realismo
en general. Por un lado me concentraré en la influyente postura de Allen Wood, y por otro en la aguda
propuesta de Oliver Sensen.
3.1. El Kant realista de Allen Wood
El objeto inicial de Wood es romper con la alianza que tradicionalmente se ha trazado entre la ‘buena
voluntad’ y el ‘actuar por deber’, mostrando que la buena voluntad ciertamente posee momentos en
los que se identifica con la acción por mor del deber, pero que al mismo tiempo posee instancias en
las que esto no se sucede. Ejemplo de esto podrían significar las radicales diferencias que Kant
encuentra entre la voluntad santa y la buena voluntad: mientras la voluntad santa se identifica con el
deber, y por ello la obediencia a su propia ley no tiene cabida ni sentido, la buena voluntad requiere
de ciertas disposiciones comportamentales que cooperen con el cumplimiento del deber. La veta por
donde ingresa la tesis de Wood es aquella que abre Kant al preguntarse por la realidad empírica de la
acción moral. Pasajes bien conocidos son aquellos en los que Kant confiesa que rara vez tiene lugar
una acción moral en nuestra vida cotidiana, y que en definitiva, estas constituyen “acciones de las que
quizás el mundo no ha dado todavía ejemplo alguno hasta la fecha” (GMS 408). Esto se debe a que
Kant es consciente de nuestras limitaciones gnoseológicas, pues, a la luz de las conclusiones de KrV,
no tenemos modo de conocer si los motivos que orientan las acciones de los demás y las propias, son
auténticamente morales (GMS 407). En base a ello, Wood nos insta a liberarnos de la amalgama
“buena voluntad-acción por deber”, que vacía el ‘valor’ de la acción moral al entenderla inexistente
(Wood 1999: 22).
Wood considera que el valor moral aún condicionado de la acción de una buena voluntad no
orientada por el deber podría ser el de actuar de ‘acuerdo al deber’. Lo que en sus palabras sería una
7
Algunos lectores del prólogo de la Fundamentación han confundido los recaudos heurísticos de Kant con omisiones de aspectos
vitales irrenunciables de la vida humana. Al respecto es preciso tener en cuenta que en KpV 93, Kant enfatiza que el proceder
analítico mediante el cual se identifican los componentes puros de la acción moral no implica en modo alguno “renunciar a las
demandas de la felicidad”, sino tan solo en lo que atañe a su investigación filosófica.
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“good will, but not acting from duty”. Sin embargo, esto parecería pasar por alto el escollo del mundo
fenoménico y nouménico que siempre opera como trasfondo en las reflexiones kantianas.
Evidentemente, aún con una educación orientada a adecuarse al cumplimiento del deber, los móviles
de la acción abrigarían siempre en su seno un sustrato de ‘amor patológico’ que bien podría ser
alimentado por alguna forma de fanatismo, perdiendo así el aporte más significativo que usualmente
se le atribuye a la ética kantiana: el criterio de corrección.
Sobre este punto la posición de Wood es bien particular. Desde su perspectiva, Kant
parecería no querer decir nada acerca de qué es una buena voluntad, ni de cómo reconocerla, dando
lugar a la posibilidad de pensar que las acciones morales no ocurren por el sólo deber sino que para su
realización requieren de aditivos prudenciales. Véase el ejemplo del comerciante que propone el
mismo Kant: según Wood, el comerciante podría abrigar una máxima que tuviese como thelos el
aseguramiento, a través de un trato equitativo para con sus clientes, del logro de una buena
reputación. Si uno pudiese preguntarle al comerciante ‘¿por qué haces eso?’, él podría respondernos:
‘hago todo lo posible para asegurarme una buena reputación de comerciante honesto’. El objetivo de
Wood es mostrar que las inclinaciones y el deber se entremezclan para dar lugar a la buena voluntad y
que solo en virtud de ello las inclinaciones pueden cobrar merecimiento (Wood 1999: 23). No
obstante, al mismo tiempo que se realza esta ‘cooperación motivacional’, se dificulta el
reconocimiento de la buena voluntad, lo que hace que se le acuse a Wood de prestar oídos sordos a la
cuestión de la autodeterminación moral (Pippin 2000: 244-245).
El asunto es que Wood parte de la idea de que la racionalidad kantiana es “la facultad de los
principios de la acción”, algo que aún los escépticos y naturalistas no pueden negar: que la posibilidad
de las acciones no morales también depende del ‘deseo de independencia’, y de la necesidad de
fundar las acciones en razones. De ahí que Wood entienda que en el caso de los imperativos
hipotéticos, la libertad del agente se expresa mediante un principio de ‘adherencia’ inherente al
sentirse atraído hacia cierto objeto. En caso de desear X, cuyo mejor medio para ser alcanzado es Y, y
siendo Y algo aversivo para el agente, Wood sostiene que este puede tomarse la libertad, y por tanto
la obligación, de crear un deseo W por Y fundado en un principio subyacente de ‘adherencia’ (Wood
1999: 52). Wood sostiene que las inclinaciones serán móviles de acción ‘si y sólo si’ son incorporadas
a la máxima, esto es, consideradas como portadoras de razón, o autoridad suficiente como para
orientar nuestra acción. De este modo, la decisión, en cuanto que expresión de la buena voluntad, se
encontraría en la elección de los ‘bienes objetivos’ como fines (Wood 1999: 128-129).
Esta teoría de la acción moral encamina a Wood a sostener la tesis principal de que la razón
es directamente práctica en los casos no morales, lo que desentierra la existencia de un ‘valor
sustantivo’ subyacente a toda la ética kantiana, explícita en la humanidad o ‘capacidad racional de
establecer fines’. Para el Kant de Wood, la vida moral consistiría en un conjunto indeterminado de
expresiones de respeto, y evitación del irrespeto, hacia esta capacidad. Por ello es tan importante para
Wood aprovechar el significado de esta ‘capacidad racional’. Su convicción es la de que existe un
principio de ‘adherencia’ fundamental y superior, que constituye una especie de ‘bien objetivo’, y que
mueve al sujeto a perseguir aquello que considere valioso. Así es que Wood intenta dar un paso en la
defensa de que, aún en contra de los posicionamientos de Kant, es posible determinar un estilo de
vida buena como un ‘bien objetivo’ para nuestra voluntad.
Pero esta interpretación de Wood no deja de lado la moralidad, puesto que su tesis intenta
demostrar que la moralidad y cierto valor substantivo se encuentran inextricablemente enlazados.
Para ello nos llama la atención acerca de que tras la presentación de las dos primeras formulaciones
del IC, Kant no explicita a cuál de ellas han de adecuarse las máximas, razón por la cual se pregunta
sobre el significado de “adecuarse a la voluntad de un ser racional” (Wood 1999: 81). El sólo IC no
nos brinda los elementos suficientes como para detectar por qué tal o cual ley debería ser buscada por
nuestra voluntad. Sobre este asunto Wood arguye que el “worth of humanity provides us with an
overriding reason grounding objective principles or categorical imperatives that is not dependent on
our empirical desires but proceeds solely from our own rational faculties” (Wood 1999: 77). Según él,
necesitamos este recurso reflexivo para poder completar la normatividad inherente a las
formulaciones de la Universalidad y de la Naturaleza, por lo que el principio de la moralidad kantiana
sería al mismo tiempo ‘categórico’ y un ‘valor objetivo’. Esta combinación implica abandonar la idea
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de que tanto la primera como la segunda formulación ofrecen recursos suficientes para la deliberación
moral (Wood 1999: 97), y aventurarse a defender la idea de que estas no constituyen nada más que
versiones incompletas y preliminares de las fórmulas de la humanidad cual fin en sí mismo, de la
autonomía y del reino de los fines, entendidas como ‘valores objetivos’.
Este aventurarse a defender la idea de que la fórmula de la humanidad abriga un mandato
categórico y un bien objetivo, constituye la estrategia distintiva del kantismo de Wood, y encuentra su
evidencia textual en GMS 428: “Suponiendo que hubiese algo cuya existencia en sí misma posea un
valor absoluto, algo como fin en sí mismo pudiera ser un fundamento de leyes bien definidas, ahí es
donde únicamente se hallaría el fundamento de un posible imperativo categórico, esto es, de una ley
práctica”.
No obstante, si por un lado tenemos en cuenta que el análisis del concepto de una acción
exige atender al fin perseguido, y por otro, que una acción moral requiere de un fin en sí mismo cuyo
valor sea inestimable, ¿cómo puede Kant demostrar que ‘exista’ algo de tal valor, y conectarlo con
nuestro deber de respetarle? Según Wood, la ‘humanidad’ es la respuesta kantianamente disponible
para la primera pregunta, entendida como “la capacidad racional para establecer fines”, mientras la
llave argumental para responder la segunda recaería en una “inference from the objective goodness of
the end to the unconditionally objective goodness of the capacity to set the end” (GMS 127).
El argumento que ofrece Wood para demostrar la objetividad del valor absoluto inherente a
nuestra capacidad racional de establecer fines es una variante del argumento de regresión hacia el
infinito que ya había defendido Korsgaard, y que abordaré más adelante. El argumento puede ser
reconstruido en tres pasos: a) los objetos son deseados, buscados, y hacia ellos nos inclinamos en
virtud de que previamente son envestidos por cierta bondad mediante nuestra racionalidad. Así es que
la razón sería la fuente de valor no moral de todos los objetos; b) sin embargo, la razón, siendo la
fuente de valor de lo demás, no puede atribuirse valor a sí mismo de igual modo en virtud de que en
principio, no es una cosa, sino una capacidad que sólo percibimos mediante su atribución de valor; c)
en consecuencia, la racionalidad no constituye un valor sin más, sino un valor inestimable, un valor,
al decir de Kant, sin ‘medida equivalente’. Esto es suficiente como para que Wood concluya que Kant
“holds that the objectivity of the will’s prescriptions comes from the rational capacity to set ends
having objective value” (GMS 129).
3.2. El Kant realista de Oliver Sensen
Del realismo de Sensen me gustaría reconstruir aquí uno de sus argumentos más distinguidos y
solventes, acerca del cual no estoy completamente seguro de si ha sido recibido con justicia en las
discusiones neokantianas. Como es bien sabido, el realismo de Sensen representa una de las versiones
neokantianas más difíciles de golpear en razón de que su reconstrucción de los textos kantianos es
muy cuidadosa e iluminadora. En esta oportunidad, me gustaría detenerme en la reconstrucción que
Sensen ha desarrollado acerca de la idea de ‘valor interno’ (inner value) de Kant, conectando de este
modo la KrV, GMS y KpV.
Dentro del nudo de si Kant es realista o constructivista, Sensen sostiene que una forma
prometedora de resolver la discusión consiste en asumir que el punto ‘arquimédico’ de la
fundamentación normativa recae en la sola idea de libertad, pero sin reconocer en ella un valor
axiológico sino una ratio essendi. En esta línea, Sensen ofrece una lectura precisa de la idea de
libertad kantiana que no la entiende como valor moral, sino más bien como un ‘valor interno’. La
reconstrucción muestra, en primer lugar, que en ningún momento acude Kant a un realismo
axiológico, sea moral o no moral, para fundar la validez moral del IC, sino que por el contrario lo
funda en la sola idea de libertad:
el que la razón no pueda hacer concebible una ley práctica incondicionada (como ha de serlo el
imperativo categórico) conforme a su necesidad absoluta, no es algo que suponga una censura para
nuestra deducción del principio supremo de la moralidad, sino más bien un reproche que habría de
hacerse a la razón humana en general; el hecho de que no quiera hacer esto mediante una condición, o
sea, por medio de algún interés colocado como fundamento, es algo que no puede serle afeado, porque
entonces no sería una ley moral, esto es, una ley suprema de la libertad (GMS 463)
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Y en segundo lugar, Sensen también intenta mostrar que la idea de libertad no constituye un valor
moral, sino más bien un ‘valor absoluto’ que ciertamente sirve como fundamento de lo moral.
Si atendemos a lo que Kant entiende como ‘intrínsecamente bueno’ podemos recordar sus
palabras acerca de cómo debe concebirse la buena voluntad: como algo que “pueda ser tenido por
bueno sin restricción alguna”, cual brillo de una joya. En verdad, Kant no se refiere a la buena
voluntad como una joya, sino que se detiene en su brillo, algo que percibimos pero que no
comprendemos en el instante que surge, con lo que busca ilustrar “esta idea del valor absoluto de la
simple voluntad”. Siguiendo de cerca las reflexiones de Sensen, podemos ver que la buena voluntad
es un valor absoluto, más en ningún lugar Kant se refiere a ella como un valor moral, puesto que en
ningún lugar Kant justifica la homologación que las lecturas neokantianas tradicionales han asumido
aproblemáticamente entre lo que es un valor en sí mismo y lo que es un valor moral.
Recordando que Kant comparte que “[l]a palabra absoluto se usa ahora con frecuencia para
indicar simplemente que se atiende a algo en el sentido de que pertenece a una cosa en sí misma, algo
que, en consecuencia, posee validez intrínsecamente” (KrV A 324/B 381)8, podemos observar que
‘absoluto’ e ‘intrínseco’ refieren a dos tipos de juicios que en común tienen el abstraer al objeto de
todas sus determinaciones (Sensen 2009: 273; 2011: cap. 1). Justamente, es en estos términos que
Kant comienza el primer capítulo de la Fundamentación enfatizando que lo intrínsecamente valioso
de la buena voluntad consiste en su sólo ‘principio global del obrar’, concepto al cual sólo se accede
por medio de la abstracción que debemos realizar al contemplar un concepto de voluntad ausente de
determinaciones. Si esta conexión es acertada, el valor intrínseco de la buena voluntad no recae en su
valor moral, sino más bien en su condición de valor incondicionado:
La buena voluntad no es tal por lo que produzca o logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin
propuesto, siendo su querer lo único que la hace buena de suyo y, considerada en sí misma, resulta sin
comparación alguna mucho más estimable que todo cuanto merced a ella pudiera verse materializado a
favor de alguna inclinación e incluso, si se quiere, del compendio de todas ellas (GMS 394)9.
De este modo, parece sostenible la tesis de que la idea de libertad, en tanto valor absoluto o intrínseco
no mantiene necesariamente una connotación moral. Si esto es así, y recordamos que páginas atrás
también se ha afirmado que el IC, y por ende, el factum de la razón, nos revela la problemática
‘realidad’ de la idea de libertad ¿debemos concluir que la obligación inherente al deber no es moral?
Sensen piensa que para Kant, y su época, bastaba con referirse a la idea de valor absoluto, o
incondicionado, para lograr conectar con éxito los usos teórico y práctico de la razón, o en otras
palabras, para no continuar con la fundamentación del deber. Así es que también piensa que, a la luz
de los contemporáneos desafíos y embates ofrecidos por los escépticos y naturalistas, es preciso trazar
una argumentación acorde al pensamiento de Kant que trascienda el mero recurso argumental del
valor absoluto. Un ejemplo de ello es su postura acerca de por qué hemos de respetar a los otros. El
cognitivismo de Sensen es tan fuerte que incluso no necesita recurrir al valor del otro para encontrar
allí razones. Él, sencilla y acertadamente, argumenta que “Kant does not ground the requirement to
respect others on any value at all. Rather, one should respect others because it is commanded by the
categorical imperative” (Sensen 2010: 103).
3.3. Limitaciones del realismo neokantiano
Con la presentación de estas dos lecturas realistas del kantismo caigo, nuevamente, en la injusticia de
reunir todas sus tonalidades dentro de rudas esquematizaciones. Pero al igual que en IC, pretendo aquí
esbozar las que a mi juicio representan sus principales limitaciones.
En el caso de Wood, en principio, podemos recoger su intento de mostrarnos cómo
encajaría una atractiva teoría sustantiva del valor moral dentro de la arquitectónica kantiana. Sin
8
Traducción de Pedro Ribas en la edición de Kant I, Madrid, Gredos, 2014.
La cursiva ha sido agregada por el autor. Esta interpretación del ‘valor intrínseco’ es consistente con la definición que Kant ofrece
de la dignidad (GMS 434) y el respeto (GMS 401, segunda nota al pie de Kant).
9
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embargo, al mismo tiempo que la exposición de Wood es clara en este sentido, también parece ser
evidente en cuanto a su limitación, en particular, en lo dificultoso que resulta determinar la bondad
objetiva, con normatividad incluida, desde un enfoque que no dispone de recursos capaces de
establecer cuál valor objetivo es mejor que otro (Pippin 2000: 255-256). En virtud de ello, la
relatividad de la determinación de la bondad objetiva inherente al ‘para mí’ hace que su versión del
kantismo sea difícilmente atribuible al propio Kant; a menos que el objetivo de Wood no haya sido el
de construir una interpretación fiel de Kant, sino el de ofrecer una interpretación kantiana acorde a las
necesidades actuales; algo que podemos conceder, pero difícilmente encontrar en su texto.
Sin embargo, creo que tal ausencia de criterios normativos es una consecuencia de la
persuasión que abriga su argumento por regresión al infinito en favor del valor de la humanidad. En
lugar de defender la idea constructivista de que la racionalidad práctica constituye un valor absoluto
en virtud de que ella se valoriza de tal modo, su argumento concluye que la razón es portadora de un
valor pre-existente a su ejercicio, descubierto y utilizado como recurso durante la reflexión práctica
(v.t. Hills 2008: 186). Lo que a simple vista nos lleva hacia una versión no cognitivista, y casi
intuicionista, del kantismo.
Consecuencias similares podemos recoger de las investigaciones de Paul Guyer, quien
recurre a un temprano ensayo de Kant para defender la tesis de que durante toda su vida, el filósofo de
Königsberg habría tenido en mente que la idea de libertad, en tanto valor absoluto indemostrable,
constituye la fuente última de la moralidad. De aquel ensayo de 1764, titulado Estudio sobre la
claridad de los principios de la teología natural y de la moral, Guyer extrae el siguiente pasaje:
Only in our times has it begun to be understood that the faculty for representing the true is cognition,
but that for sensing the good is feeling, and that these must not be confused with each other. Now just
as there are unanalyzable concept of the true, (...) so there is also an unanalyzable feeling of the good
(...) But if this (good) is simple, the judgement: this is good, is fully indemonstrable, and is an
inmmediate effect of the consciousness of the feeling of pleasure with the representations of the object
(...). Thus, if an action is inmmediately represented as good (...) then the necessity of this action is an
indemonstrable material principle obligation (2: 299 ápud Guyer 2000: 130).
Si bien Guyer no cita un texto maduro de Kant en el que vuelva a aparecer este tipo de afirmaciones,
se convence lo suficiente como para sostener la tesis de que Kant habría basado todo su programa de
fundamentación moral en la sola e indemostrable idea de libertad. A sabiendas del cambio
metodológico de la Fundamentación, esto es, el intento de Kant de abordar lo moral desde el ‘sentido
común’, Guyer puede contentarse con analizar el inicio de su primer capítulo a la luz de la premisa de
que “recognition and acknowledgment for the binding force of the fundamental principle of morality
is readily available every normal human being” (Guyer 1998: 28).
Pero esta interpretación padece de algunas asperezas. La más importante de ellas es la
siguiente: si es verdad que durante la Fundamentación Kant tuvo en mente la indemostrabilidad de la
idea de libertad como fundamento de su programa moral, entonces ¿cómo es posible que esta sea tan
fácil de ser reconocida y conocida intersubjetivamente? Afirmar que la moralidad se funda en una
idea indemostrable pero accesible para todo ser humano común en pos de la mutua atribución de
libertad, excede el campo del apriorismo kantiano, y la vuelve una cuestión empírica irresoluble, en
razón de que, parafraseando las palabras de Kant, desde el punto de vista de un observador toda
evidencia de mutua atribución de libertad es dudosa de abrigar una acción conforme al deber.
En líneas generales, el objetivo del realismo neokantiano parece claro: determinar cuál es el
valor sustantivo subyacente a la ética kantiana para así poder saber en qué nos desviamos cuando no
actuamos conforme a nuestra racionalidad práctica. Pero durante la persecución de este objetivo,
Wood y Guyer aún nos dejan con profundas cuestiones sin resolver: a) ¿por qué tal capacidad racional
de establecer fines (o idea de libertad) es digna de respeto?; b) ¿cuál es la conexión entre el valor
absoluto de nuestra capacidad racional de establecer fines (o idea de libertad) y nuestro deber de
respetarle?, y más importante; c) ¿qué recurso tenemos a mano para dirimir entre diferentes bondades
objetivas, entre las nocivas y saludables, entre las mejores y las peores?, en otras palabras ¿cómo
saber cuándo nos desviamos de estos valores absolutos?
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Por su lado, el caso de Sensen es bien diferente. En principio porque sus reconstrucciones
asumen explícitamente el objetivo de elaborar la mejor interpretación del programa moral kantiano.
Ciertamente, me ha llamado la atención que, al mismo tiempo que Sensen ha buscado elaborar la
interpretación más fiel de Kant, ha logrado que este último se muestre más consistente que en las
versiones neokantianas restantes. En otras palabras, parece casual que el Kant de Sensen sea, a mi
juicio, uno de los neokantismos más sólidos de la contemporaneidad. Su idea exegéticamente
elaborada de que la fundamentación de la moral kantiana se funda en una bicondicionalidad que
comunica a la idea de libertad en un extremo con el IC del otro, resulta de las más esclarecedoras. No
obstante, tengo alguna reserva acerca de su tesis del ‘valor interno’.
Mi principal reserva nace también de forma exegética, puesto que en sus Lecciones de ética,
Kant también atribuye un valor interno al entendimiento: “Estimamos aquello que detenta un valor
intrínseco y amamos o sentimos afecto hacia lo que guarda relación con algo valioso; así, por
ejemplo, el entendimiento posee un valor intrínseco sin considerar aquello a lo que se aplique” (VMo/Collins 357)10. Si bien no poseo toda la evidencia textual que me gustaría, este pasaje me es
suficiente como para sospechar que Kant atribuía un valor interno a todo aquello que fuese una
condición a priori del sujeto trascendental, en especial, porque estaría por fuera del espacio-tiempo
como para poder ser sometido a valoraciones ‘relativas’. Por añadidura, también tengo algunas
reservas acerca de si el sólo ‘valor interno’ de la buena voluntad es suficiente como para volverle un
valor moral, según lo sostiene Sensen11. No obstante, más importante son mis dudas acerca de si
Sensen logra responder a la pregunta de cómo pueden, la idea de libertad y el IC, conectar con el
agente, esto es, cómo es que le presionan normativamente.
Si Sensen está en lo cierto, la idea de libertad opera como condición de posibilidad del IC,
pero ¿cómo es esto posible? Pues, como ratio essendi, lo que en otras palabras podríamos denominar
‘razón de ser’ o ‘sentido’. Esto no desembocaría en un realismo no cognitivista puesto que el IC
constituye la ratio cognoscendi de la idea de libertad, esto es, el modo en el cual podemos acceder a
ella. Pero me temo que esta conexión deja en el vacío al sujeto, esto es, a la constricción de la propia
voluntad que este siente mediante el deber, y la apertura de la posibilidad que la libertad le cede: el
cumplirla o no. Como nota Hegel en § 14 y § 15 de su Rechtsphilosophie, si la libertad posibilita el
deber moral, y en tanto ‘deber’, supone la posibilidad de que la acción no sea como ‘debe’, entonces
es el libre arbitrio un momento judicativo superior que radica en el sujeto, en el yo. A pesar de que la
bicondicionalidad ‘libertad-IC’ que reconstruye Sensen constituya un aporte significativo, opino que
aún no se ha dilucidado cómo es que el sujeto, y su libre arbitrio, resuelven finalmente su relación con
los extremos de tal bicondicionalidad. Para abordar este asunto de la relación entre el sujeto y la
obligación moral resulta imperioso detenernos en la influyente tesis de la identidad práctica de
Korsgaard.
4. El neokantismo de Christine Korsgaard
Korsgaard comparte con Kant la convicción de que el problema de la normatividad parece estar
íntimamente conectado con la capacidad reflexiva del agente. Para mostrar esta conexión, en
Presunto comienzo de la Historia Humana Kant nos invita a imaginar un escenario dentro del cual el
desarrollo humano sólo le permite al hombre orientar su acción acorde al instinto. En tal estado
podríamos saber, por ejemplo, qué alimentos debemos evitar con sólo olerlos, puesto que el sentido
del olfato por sí mismo proporciona razón suficiente para evitar la comida, lo que muestra que sin
reflexión no parece existir brecha entre el estímulo y la respuesta a la pregunta normativa que surge.
Sin embargo, nuestra relación con el mundo sufre un radical e irreversible cambio cuando
descubrimos dentro de nosotros una capacidad activa para elegir el curso de nuestro comportamiento:
“[El hombre] Se encontró, por así decirlo, al borde de un abismo, pues entre los objetos particulares
de sus deseos –que hasta ese entonces había consignado el instinto- se abría ante él una nueva
infinitud de deseos cuya elección le sumía en la más absoluta perplejidad” (MAM 112).
10
Las traducciones de V-Mo/Collins que recojo aquí son las de Roberto R. Aramayo y Concha Roldán Pandero, de la edición de
Barcelona, Crítica, 2009.
11
En la sección 4.3 abordaré en detalle este problema.
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Tras el surgimiento de la reflexión el hombre no pierde su capacidad de oler la comida, ni
este olor deja de abrigar una razón para evitarla, aunque sí deja de ser, esta razón, suficiente por sí
misma. Por medio de la reflexión el sujeto llega a ser libre de ignorar los datos de los sentidos, o de
buscar mejores razones más allá de sí. Sin embargo, renunciar a la inmediatez y autosuficiencia de las
razones de los deseos desorienta al hombre al sumergirlo en una infinidad de posibles cursos de
acción, angustiándole, y moviéndole a preguntarse por la posibilidad de recuperar, o al menos
mantener, alguna certeza práctica semejante a la del hombre puramente natural.
Como lo entiende Kant, el mismo acto de someter a revisión aquellas razones inherentes a
los deseos que se nos presentan a la consciencia prueba que estos deseos no poseen la suficiente
autoridad como para orientar por sí solos nuestra acción. Sin embargo, podemos descubrir razones de
autoridad, y por lo tanto, llevar el proceso de reflexión hacia una exitosa conclusión en la medida que
seamos capaces de elaborar un punto desde el cual fundarla, aún sin saber cuál es este punto. Pero el
problema que se nos presenta aquí es que tal reflexión no parece tener, a simple vista, un punto final,
sino que la misma puede llevarse hasta el infinito una vez que exige la fundamentación de sus razones
en otras razones. Y es justamente con motivo de atender este problema que las reflexiones de
Christine Korsgaard buscan defender la tesis de que tal punto final lo constituye cierta identidad
práctica, que enlaza a la consciencia y sus procesos reflexivos con los principios, reglas y razones que
le presionan normativamente.
Según Korsgaard, la identidad práctica no es algo que se nos dé desde fuera del proceso de
reflexión, sino que sólo puede surgir desde el interior de ella. Es en la fundamentación racional de un
contenido particular de la conciencia que me revelo a mí mismo como un sujeto que
irrenunciablemente debe elegir (Korsgaard 2000: 129). No puedo dejar de reconocer mis opciones, y
de forma más fundamental, las razones que soportan las decisiones como expresión del yo que se
manifiesta en toda reflexión (Korsgaard 2000:133). El punto neurálgico que Korsgaard desea
instaurar aquí recae en la tesis de que no se puede fundar cualquier otra identidad práctica: me
resultaría imposible fundar con razones tal o cual identidad práctica, sea esta mi identidad como hijo
o hermano, profesor universitario o futbolista. Ciertamente puedo deliberar sobre lo que requieren
estas identidades de mí, así como también acerca de si debo seguir actuando según las diferentes
maneras que las sustentan, pero en modo alguno puedo ofrecer una fundamentación última de la
necesidad de tener una identidad práctica. El sólo hecho de intentar buscar este trasfondo nos llevaría
hacia un acto de reflexión al que por sí mismo le sería inherente el tipo de identidad práctica que se
intenta fundar. En consecuencia, la reflexión alcanza su punto final en la identidad práctica, y es por
eso que Korsgaard se muestra convencida de que sólo una identidad práctica de estas características
es capaz de fundar las razones últimas de toda acción.
Korsgaard sostiene que la identidad práctica opera como fuente de nuestras obligaciones a
través de lo que denomina ‘rechazo reflexivo’. Nos experimentamos como sujetos obligados cuando,
tras reflexionar sobre un posible curso de acción, alcanzamos la conclusión de que la acción es
incompatible con el tipo de persona presente en un yo que se es. Para ilustrar este punto piénsese que
mi identidad práctica sea el ser juez penal de un tribunal, de quien se espera que emita juicios
fundados en la legislación vigente para determinar la resolución de los procesos, las penas y sus
cuantías. Supóngase que ante una inmensa cantidad de casos a atender, me surge la idea de someter
las resoluciones a sorteo en un bolillero, incluyendo las penas y sus cuantías, a modo de aligerar los
procesos y obtener de esta forma menos trabajo. Desde el punto de vista de la identidad práctica, la
idea de someter las resoluciones de los procesos al azar, considerada en tanto posible curso de acción,
‘contradiría’ la integridad de mi identidad práctica, destruyendo de esta forma mi yo en tanto juez que
juzga y dictamina procesos fundados en una legislación positiva vigente. De esto se concluye que tal
rechazo reflexivo se convierte en la fuente de normatividad de mis obligaciones.
La obligación es una cuestión de lo que Korsgaard llama ‘integridad’. El acto de reflexión
presenta un yo que debe ser una ley para sí mismo, es decir, que debe ser capaz de identificarse con
los principios de sus propias decisiones. Para llevar adelante acciones que no puedo apoyar sobre
razones es necesario que previamente tampoco exista una ley para mí. Si me identifico, por ejemplo,
con los tipos de principios apropiados para la consciencia de un juez penal, no puedo, al mismo
tiempo, identificarme con la idea de someter todas las resoluciones judiciales de los procesos al azar.
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Tal acto me pondría en contradicción conmigo mismo, violentando la integridad que la reflexión
exige de un ‘yo’ (Korsgaard 2000: 130-131).
De acuerdo a las reflexiones de Korsgaard, la obligación tiene un dominio sobre nosotros
sólo a través de nuestras identidades prácticas. Esto es explicitado cuando escribe que “[u]na
obligación siempre toma la forma de reacción contra una amenaza de pérdida de identidad”
(Korsgaard 2000: 131). La necesidad de mantener la integridad de nuestras identidades prácticas
constituye el elemento de restricción esencial para la experiencia de la obligación del deber. Este
punto puede ser ilustrado con aquel ejemplo que Kant nos ofrece en KpV 28, el cual trata sobre la
inmoralidad de la acción de apropiarse del depósito de un fallecido. En este caso no podemos
encontrar algún tipo de restricción externa, sea este el miedo a la persecución, o a ser mal vistos por la
sociedad, en virtud de que en la descripción del problema nadie más que yo sabe acerca del depósito.
Sin embargo, podemos encontrar, al menos vagamente, una especie de coacción moral interna.
Nuestra filósofa podría describir este sentimiento de restricción como el reconocimiento de la
incompatibilidad entre la acción de apropiación del depósito y mi identidad práctica en tanto
asegurador de depósitos, pues es evidente que el acto de mantener el depósito ‘amenaza’ mi identidad
en tanto los demás dejarían de realizar depósitos. El perder la identidad, y más fundamentalmente, la
integridad de la propia identidad, significaría ‘algo peor’ que la muerte para el agente que la porta, y
en virtud de ello, aquella sensación de restricción inherente a la experiencia del deber tiene su origen
en lo que es esencialmente una amenaza de muerte (Korsgaard 2000: 131).
Finalmente, Korsgaard se esfuerza por aumentar el alcance de la tesis sobre la necesidad de
la identidad práctica a través de un argumento trascendental que, en particular, agrega a lo anterior su
interés por demostrar la apodicticidad específica de la identidad práctica del agente en tanto ser
humano, como un tipo de identidad práctica ‘profunda’ no contingente.
El primer paso de este argumento se apoya en la idea, establecida anteriormente, de que
debemos tener razones para actuar. Los impulsos y deseos no son suficientes por sí solos para
determinar las voluntades de seres como nosotros. Esas razones para la acción, deben lograr el ‘éxito
reflexivo’ al compatibilizar con la integridad de nuestras identidades prácticas en tanto hijos,
hermanos o jueces penales. Sin embargo, estas identidades prácticas son contingentes, y como tales,
son incapaces de poner fin al proceso de reflexión, llevándolo hacia el infinito. Esto resulta evidente
una vez que podemos acordar que la resolución azarosa de los procesos judiciales a través del sorteo
destruye la integridad de la identidad práctica de un juez penal; pero aun así podemos preguntarnos:
¿por qué debería tener yo esa identidad y no otra? Esta pregunta se mantiene frente a las identidades
prácticas y parece imposibilitar el punto final de la reflexión necesaria y suficiente capaz de hacer
posible la acción racional, esto es, la necesidad de saber por qué debemos tener ‘tales o cuales’
identidades prácticas, aunque experimentemos la necesidad de tener una. Es aquí donde el argumento
de Korsgaard busca volverse trascendental: a partir de su convicción respecto de que se requiere de
razón para luego conferir valor a nuestros actos, Korsgaard observa que esas razones no reposan
principalmente sobre una identidad práctica contingente sino más bien sobre una más ‘profunda’
presente en todos los seres humanos en tanto seres humanos. Esta identidad práctica profunda es
encontrada por nuestra filósofa en la ley práctica de la humanidad formulada por Kant en su
Fundamentación. Ser un ser humano significa ser la clase de ser que necesita razones para actuar, y
en consecuencia, que debe poseer una identidad práctica que le permita identificarse a sí mismo a
través de sus mandatos elaborados. Si constituye un hecho racional el que podamos constatar, a través
de la reflexión, la consciencia de una obligación por asentir o no asentir racionalmente nuestros
deseos e impulsos, entonces podemos afirmar que tal constatación sólo puede darse en la medida en
que exista una identificación con aquella necesidad. De esto se concluye que la experiencia de presión
moral, posibilitada por la identificación con la ley, constituye una característica constitutiva y
exclusiva del ser humano. Así es que la identidad práctica profunda, la humana, y la obligación de la
acción racional que le es inherente, son “ineludibles y omnipresentes” (Korsgaard 2000: 154), tanto
frente a uno en cuanto que fin en sí mismo como frente a los demás en cuanto que reino de los fines.
4.1. Limitaciones del neokantismo de Korsgaard
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Existe una extensa bibliografía crítica sobre la tesis de la identidad práctica de Korsgaard. Pero amén
de no restarle importancia al resto de la discusión, me concentraré aquí en las dos objeciones que
entiendo más acertadas: la primera de ellas pone en tela de juicio el status teorético de la identidad
práctica, en particular, en su relación con la ley moral, mientras la segunda atañe más específicamente
al foco de nuestro trabajo, a saber, las implicaciones realistas de una pretendida tesis radicalmente
constructivista.
i) Entrando con cierto detalle en el argumento central que Korsgaard ofrece para demostrar que la
identidad práctica constituye la fuente última de la normatividad, podemos encontrar afirmaciones
controvertidas acerca de si el sujeto crea la ley, o la ley crea el sujeto. Estas afirmaciones, que se
encuentran especialmente en las respuestas que Korsgaard presenta a las objeciones de Gerald Cohen,
intentan dilucidar el tipo de autoridad que, en su opinión, el agente muestra frente a la ley.
Durante sus comentarios, Cohen presenta dudas acerca del alcance normativo de la
identidad práctica korsgaardiana, pues es razonable pensar que si el sujeto creador de la ley muestra
una autoridad normativa frente a ella por ser simplemente su creador, esto también implicaría que él
tendría la misma autoridad para no cumplir tal ley. Cohen ilustra este caso con el monarca
hobbesiano, quien crea leyes generales con la suficiente autoridad normativa sobre ellas como para no
cumplirlas, sin que esto conlleve un daño para su identidad (Cohen 2000). La respuesta que
Korsgaard ofrece a esta objeción tiene dos partes, de alguna manera entrelazadas: en primer lugar
defiende la tesis de que mientras el monarca hobbesiano no crea la ley con un margen normativo de
comprensión lo suficientemente general como para incluirse a sí mismo en él, la ley moral kantiana sí
exige incluir al creador de la ley, pues de otro modo no calificaría como ley moral. Sin embargo, lejos
de mostrar que la ley moral es sentida como una ley de la naturaleza, Korsgaard asiente respecto de la
posibilidad de no cumplir la norma, puesto que en la posibilidad de no cumplirla recae la diferencia
entre la buena voluntad humana y la ‘voluntad santa’.
Este último asentimiento de la filósofa estadounidense resulta algo extraño, en la medida en
que, durante su tercera conferencia, había insistido en que la violación del deber moral significaría
para el sujeto ‘algo peor que la muerte’. Pero la coherencia interna que mantienen sus afirmaciones
acerca de la identidad práctica y su asentimiento de que es posible violar la ley moral sin destruir la
subjetividad, es fuertemente subsidiaria de su particular concepción acerca de la relación mantenida
entre la ley y la identidad práctica:
Me doy cuenta de que hay cierto tono de paradoja en lo que acabo de decir. ¿Quién (…) es el yo
aparentemente efímero que tiene que unificarse a sí mismo en un agente o carácter que pueda persistir a
lo largo de un conjunto de ocasiones que sean similares de manera pertinente, y por qué, si es de verdad
efímero, tiene que hacerlo? La respuesta es que el yo efímero es el yo que reflexiona, el yo que ve su
impulso desde cierta distancia reflexiva. Y la razón por la que tiene que unificarse en un agente que
pueda persistir a lo largo de una serie de ocasiones que sean similares de manera pertinente (…) es más
bien que la visión de sí mismo como activo conlleva ahora esencialmente una proyección de sí mismo
en otras ocasiones (Korsgaard 2000: 282).
La respuesta de Korsgaard se sostiene sobre la idea de que es la ley moral la que crea la identidad
práctica, pues la identidad práctica se construiría en la medida en que el yo pensante pueda elaborar la
ley, y afectar al ‘yo’ actuante de algún modo no del todo claro12. Pero el problema aquí parece ser
inherente al lenguaje kantiano empleado. En primer lugar, Korsgaard no puede sostener que la
identidad práctica subyace en la formulación de la ley, para luego reconocerla como propia, pues,
además de coquetear con una petitio principi, sería esta una tesis realista en sentido fuerte, algo con lo
cual no simpatiza demasiado. Y en segundo lugar, Korsgaard parece omitir por completo que el
empleo de los términos ‘yo pensante’ y ‘yo actuante’ está preñado del insoluble problema de la
comunicación entre los mundos nouménico y fenoménico, muy presente para el mismo Kant.
Korsgaard interpreta el factum de la razón como una evidencia de la comunicación entre estos yoes
“Los principios morales, para plantearlo en un lenguaje no platónico, son lo que da una voluntad al alma considerada como una
entidad unificada (…) Como Paltón, creo que ni las almas humanas ni las comunidades humanas se pueden mantener juntas, ni
pueden ser unificadas, y por lo tanto no pueden ser realmente, a menos que sean (por lo menos en alguna medida) Repúblicas, y se
sometan al gobierno de la ley. Y por eso pienso que la libertad y la autonomía requieren que nuestra voluntad se rija por una ley
universal” (Korsgaard 2000: 284).
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pensante y actuante, lo cual no necesariamente mostraría la posibilidad de la identidad práctica; y en
caso de que lo haga, no lo sería de una identidad práctica construida, sino realista13. A efectos de
establecer cierta reserva frente a esta argumentación, supongamos que, como dice Korgsaard, el ‘yo’
pensante formula una máxima que puede ser querida como ley universal. Según Kant, el factum de la
razón nos manifiesta la presión del deber inherente a tal máxima en tanto que uno es un ‘yo’ actuante.
La pregunta es: ¿la identidad práctica es aquí construida, o por el contrario ya estaba presente a modo
de condición de posibilidad del factum de la razón? Aquí Korsgaard nos sugiere que la identidad
práctica es producto de la unificación de los ‘yoes’ lograda por la ley moral. Pero si esto es así, aún
quedaría sin explicación el efecto primitivo del factum en virtud de que ya no sería la identidad
práctica la que posibilitaría el factum, pues aquella no existía antes de este. Uno puede pensar que
existe una identificación o comunicación previa entre los ‘yoes’ pensante y actuante a modo de
condición de posibilidad del factum, algo que en palabras de Kant sería un misterio para el
entendimiento humano, pero que Korsgaard no admitiría. Como sea, si el factum precede a la
identidad práctica, parecen aún faltar argumentos que den cuenta del origen de la normatividad
primitiva del factum mismo, lo que pondría en tela de juicio la pretensión korsgaardiana de encontrar
en su defendida identidad práctica la fuente última de la normatividad moral (Lueck 2009).
En virtud de las anteriores observaciones, podemos augurar dos posibles formas de
interpretar su tesis: a) como defensa de la idea de que la identidad práctica es presupuesta a la hora de
experimentar el factum de la razón, en virtud de lo cual, además de asumir cierto tipo de realismo,
parecería no agregar nada más que una condición de posibilidad de tal factum, sumamente
problemática a la luz de la conocida incomunicabilidad entre los mundos fenoménico y nouménico; b)
como defensa de la idea de que, efectivamente, tal identidad práctica es construida a partir del factum
del deber moral, lo cual nos llevaría a no depositar en tal identidad las fuentes de la normatividad,
sino, más bien, en el factum mismo.
ii) Como puede suponerse, la segunda objeción nace como consecuencia de la primera, hundiendo sus
raíces en la discusión acerca de la teoría del valor subyacente en la ética kantiana. En rasgos
generales, sobre este punto Korsgaard se apercibe una constructivista radical 14. Pero como hemos
visto, en el corazón de las propuestas constructivistas los realistas golpean en un punto ciego, lo que,
en el caso de Korsgaard, iría en contra de su concepción del hombre en cuanto que fin en sí mismo,
único fin moral en su opinión.
Siguiendo las reflexiones de Korsgaard, el valor moral inherente al ser humano en tanto tal,
es dado o deducido a partir de la estructura reflexiva de su consciencia, la única capaz de fundar y
validar las acciones en razones. Sin embargo, si bien los realistas podrían aceptar la premisa de que
los valores morales y no morales son construidos o justificados vía buena voluntad, o en términos de
Korsgaard, vía rechazo reflexivo, los realistas no aceptarían el ‘tipo’ de conclusión que de allí se
pretende extraer, a saber, que la misma buena voluntad, o en palabras de Korsgaard, el ser portador de
reflexión, sea un valor en sí mismo. He aquí el tradicional problema de los límites de la
autojustificación de la razón que ya se ha mencionado: del hecho de que R sea la fuente de valoración
de las cosas no puede concluirse que R sea un ‘valor en sí’ mismo.
Como hemos visto, realistas como Wood sostienen que esta conclusión revela un valor
objetivo inherente y preexistente al acto reflexivo, que es ‘descubierto’ por este. Pero los
constructivistas optan por insistir en la vía de mostrar que la razón se autovalora a sí misma, y que he
allí la fuente de su valor incondicional, lo cual por cierto, se acerca alarmantemente hacia un
solipsismo que vuelve teoréticamente insulsa a la capacidad racional misma de valorar y elaborar
fines15.
Este conjunto de reservas acerca del éxito de las reflexiones de Korsgaard en torno al
problema de las fuentes de la normatividad nos lleva, en principio, a no dar por saldada la discusión.
Con este espíritu es que atribuyo a las reflexiones de Korsgaard un gran valor, aunque tal valor no sea
13
William J. FitzPatrick (2005) ha identificado ambigüedades realistas y constructivistas similares en varios textos de Korsgaard.
Aunque sus declaraciones de ‘realista procedimental’ nos confundan bastante (Korsgaard 2000: 3.5, 3.6).
El supuesto de que la autovaloración racional es la fuente de toda valoración moral y no moral es determinante en los intentos de
argumentación trascendental de Korsgaard (2000: 157).
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iluminado desde la óptica de nuestra filósofa, sino más bien desde una óptica más modesta. Las
evidentes ambivalencias (y no les llamo contradicciones) inherentes a la tesis de la identidad práctica
de Korsgaard iluminan lo que pretendo mostrar a continuación: una vez abordada profundamente la
ética kantiana desde los prismas constructivistas y realistas, podrá notarse que resulta imposible
clasificarla en los solos y exclusivos términos proyeccionistas o detectivistas. Así es que en lo que
sigue me abocaré a defender la tesis de que, o bien la singular ética de Kant es constructivista y
realista al mismo tiempo, o bien no es ninguna de ambas.
5. Bases para una lectura constitutivista de la ética kantiana
En lo precedente he reconstruido las coordenadas más distinguidas de la contemporánea discusión
kantiana acerca de las fuentes de la normatividad, y su teoría del valor subyacente. Tal discusión nos
deja con la sensación de que no resulta del todo evidente el que pueda leerse a Kant bajo exclusivos
lentes constructivistas o realistas. Motivado en parte por esta sensación, en lo que sigue argumentaré
que la originalidad de la ética kantiana escapa a las rígidas determinaciones proyeccionistas y
detectivistas al asumir un modelo constitutivista respecto de las fuentes de la normatividad. La ética
kantiana puede ser abordada desde los prismas proyeccionistas y detectivistas porque es
proyeccionista y realista, pero al mismo tiempo, y de forma insorteable. Esta tesis acerca de la
indisociabilidad entre el proyeccionismo y detectivismo es la que dará lugar al modelo que aquí
denomino constitutivista, el cual, en pocas palabras, entiende que las fuentes de la normatividad y el
valor, son una construcción reflexiva del agente que implica, al mismo tiempo, y de forma
performativa, asumir la libertad como un valor absoluto.
La principal llave argumental que utilizaré en mi razonamiento será la de la contradicción
performativa, defendiendo la idea de que este recurso argumental puede ayudarnos a comprender el
tipo de fundamentación moral implementado por Kant. Una vez asentado esto con cierta consistencia,
podré mostrar por qué el modelo constitutivista representa el mejor camino para reconstruir la postura
kantiana acerca de las fuentes de la normatividad y el valor.
5.1. La idea de libertad, el Imperativo Categórico, y la identidad práctica, conectadas mediante la
contradicción performativa
Como lo he expresado durante el desarrollo de este trabajo, estoy convencido de que la
bicondicionalidad ‘libertad/IC’ reconstruida por Sensen, y la tesis sobre la identidad práctica de
Korsgaard, constituyen valiosos aportes para la discusión acerca de las fuentes de la normatividad.
Sin embargo, habiendo señalado ya lo que entiendo como sus limitaciones, me dispondré a
argumentar que es posible superar sus respectivas debilidades conectándolas mediante el recurso de la
contradicción performativa. En lo que sigue, presentaré mi argumentación en cuatro instancias.
i) Siguiendo a Korsgaard, Kant parece tener en mente la convicción de que sólo por medio de la
reflexión es que podemos construir y permitir la presión del deber sobre nosotros mismos, puesto que
nos identificamos con la ley, y por tanto, nos reconocemos en ella como su creador. Sin embargo, a
diferencia de Korsgaard, no creo que esta identidad práctica que surge en el corazón de la estructura
reflexiva de la conciencia ‘tan sólo’ se reconozca en la ley, sino que hemos de agregar que al mismo
tiempo se reconoce a sí misma como libre.
Mi sugerencia es que la bicondicionalidad identificada por Sensen sólo puede nacer al
abrigo de la estructura reflexiva de la consciencia korsgaardiana, puesto que tal bicondicionalidad
será capaz de presionar normativamente al sujeto ‘si y sólo si’ este puede reconocerse tanto en la ley,
como en su calidad de libre. Cuando el agente se identifica con la ley en razón de que se asume como
su creador, ha de asumir al mismo tiempo que durante su creación ha sido libre, de lo contrario la
presión del deber sería considerada heterónoma. Así es que la identidad práctica operaría como un
puente tríadico entre el agente, la ley, y la idea de libertad del siguiente modo: la idea de libertad ha
de ser entendida como la ratio essendi de la ley moral, a la cual accedo en la medida en que elaboro la
ley; ley que, finalmente, representa algo ‘para mí’ en la medida en que me identifico con ella.
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De esta forma podemos abordar lo que Sensen pasa por alto, esto es, la explicación acerca
de cómo es posible que el deber afecte al agente. Por añadidura, la introducción de la idea de libertad
completa lo que Korsgaard omite al enfocarse casi exclusivamente en la ley moral. Razón por la cual
no creo que sea posible postular alguno de estos componentes como prioritario frente a los demás, y
por ello ha de insistirse en que los tres surgen al mismo tiempo.
Para desarrollar tal tesis, sucintamente enunciada hasta el momento, he de presentar
argumentaciones favorables en torno a las siguientes cuestiones: 1) ¿cómo es posible el surgimiento
simultáneo de estos tres elementos?; 2) ¿en qué posición deja esta tesis a Kant respecto del valor: es
constructivista o realista?; 3) ¿de qué evidencia textual dispone esta tesis?
ii) Para abordar la primera pregunta resulta sumamente útil recurrir al argumento de la contradicción
performativa.
Como es bien sabido, en su Metafísica Aristóteles desarrolla un tipo de argumentación de lo
más ingenioso, comúnmente conocida como ‘contradicción performativa’. Con el objetivo de refutar
el escepticismo gnoseológico, en I 4 (1008b12-25) Aristóteles pregunta por los estándares de
justificación epistémica que subyacen a la objeción escéptica: si bien el escéptico niega la posibilidad
de todo conocimiento del mundo, en su práctica cotidiana se orienta pre-reflexivamente por
distinciones como dulce, amargo, opinión profesional, opinión desinformada, y demás, sin una
justificación particular. De este modo, se pone al descubierto que la duda escéptica necesita suponer
un conjunto de conocimientos del mundo para luego ponerlos en duda, lo que implica una acción
contradictoria.
Para nuestros intereses, es por demás razonable recurrir a este argumento en la medida en
que podamos identificarla en la base de lo que Korsgaard entiende por ‘estructura reflexiva de la
consciencia’. Mi sugerencia nace de observar que la estructura reflexiva de la consciencia es una
interpretación ampliada de lo que la mayoría de los neokantianos entiende por racionalidad práctica, o
‘capacidad racional de establecer fines’. En este sentido, toda racionalidad práctica consistiría en una
reflexión práctica que tendría por objetivo determinar la voluntad del agente mediante mandatos de
habilidad, prudenciales o categóricos. Hechas estas aclaraciones, pretendo defender la idea de que
toda reflexión práctica nos sumerge en una contradicción performativa que crea, cual emergente
representacional en el agente, la tríada anteriormente descrita: idea de libertad, ley moral, e identidad
práctica.
En otras palabras, los tres elementos descritos en el paso i), surgen al mismo tiempo en
virtud de que durante la reflexión práctica el agente es capaz de verse así mismo como libre de crear
un mandato con el cual podrá luego identificarse, y sentir el deber de cumplirlo. En caso de que el
agente se piense como no libre durante su reflexión, esta última perdería sentido a sus ojos, lo que le
movería a abandonar la tarea de querer determinar su voluntad 16: “El concepto de un mundo
inteligible sólo es, por lo tanto, un punto de vista que la razón se ve obligada a adoptar fuera de los
fenómenos para pensarse a sí misma como práctica (...) a no ser que deba negársele al hombre la
conciencia de sí mismo como inteligencia y, por lo tanto, como causa racional y activa, o sea, como
causa eficiente a través de la razón” (GMS 458). Esto no constituye una opción para el agente una vez
lanzado hacia la reflexión, es decir, al ‘pensarse a sí misma como práctica’, sin importar que sea con
arreglo a fines heterónomos o autónomos, puesto que, en virtud del alcance de la contradicción
performativa, considero que aún durante la elaboración de mandatos de habilidad, el agente se
apercibe como no libre respecto al fin pero aun relativamente libre frente a los medios.
La simultaneidad del surgimiento de la tríada puede también ser deducida de las
contrariedades inherentes a las implicaciones que cada componente contrae individualmente. Por el
lado de la idea de libertad, pues ya Kant nos ha dejado claro que desde el punto de vista de un
observador, tanto frente a las acciones de los demás como a uno mismo, no podemos ofrecer prueba
16
Soy consciente de que este recurso ha sido distinguidamente explotado por Apel (1985) y Habermas (1985). No obstante, mi
propuesta, más bien ‘minimalista’, no pretende comprometerse con reglas del discurso y pretensiones de validez. En este sentido,
mi propuesta guarda similitudes con los trabajos más recientes que Korsgaard ha desarrollado en torno a la autoconstitución del
agente (Korsgaard 2009: 41-44).
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alguna que atestigüe la existencia de una buena voluntad. Por ello es que sólo podemos acceder a esta
idea mediante el factum de la razón. Sin embargo, nos es imposible comprender el sentido y origen de
la ley moral si no postulamos la idea de libertad como su ratio essendi. Certeris paribus, ambas
surgen en la consciencia del agente de manera simultánea.
A esto se adhiere inexorablemente la identidad práctica. Esta entra en juego al notar que, en
caso de que el agente no se identifique con ambas, nada más que normas extrañas y sin sentido serían
para él. Esto significa que si no surge la identidad práctica el agente nunca podría sentir la presión de
la norma sobre sus espaldas.
Así es que las fuentes de la normatividad encuentran su premisa fundamental en los
supuestos epistémicos de la pregunta ‘¿qué debo hacer?’: durante la elaboración del mandato, las
fuentes de la normatividad nacen de la estabilización representacional, a ojos del agente, de esta
tríada. Y la evidencia textual de este punto puede encontrarse en GMS 457-458:
La causalidad de tales acciones está en él como inteligencia, así como en las leyes de los efectos y
acciones con arreglo a los principios de un mundo inteligible, (...) sabiendo igualmente que, como en
ese mundo él sólo es un auténtico yo en cuanto inteligencia (...), le corresponden inmediata y
categóricamente, de suerte que aquello hacia lo cual le incitan inclinaciones e impulsos (...) no pueden
causar quebranto alguno a las leyes de su querer en cuanto inteligencia, hasta el punto de que no se
responsabiliza de esas inclinaciones e impulsos y no los imputa a su auténtico yo, esto es, a su voluntad,
aunque sí se responsabilice de la indulgencia que pueda prodigar de ellas, cuando les otorga un influjo
sobre sus máximas en detrimento de la ley racional de la voluntad. Al adentrarse en un mundo
inteligible por medio del pensar la razón práctica no traspasa sus confines (...) Lo primero sólo es un
pensamiento negativo con respecto al mundo sensible, según el cual este último no da ninguna ley a la
razón en la determinación de la voluntad, y sólo es positivo en este único punto: que esa libertad, en
cuanto determinación negativa, va unida al mismo tiempo con una capacidad (positiva) e incluso con
una causalidad de la razón, a la que nosotros llamamos una voluntad, capacidad para obrar de tal modo
que el principio de las acciones sea conforme a la moralidad esencial de una causa racional, es decir, a
la condición de que la validez universal de la máxima sea homologable con la de una ley.
La tesis de la realización performativa de aquella tríada representacional podría ser la explicación de
por qué para Kant resulta imposible dar cuenta del simultáneo surgimiento de la consciencia de la
libertad, y de la ley moral (KpV 46).
iii) La cuestión de si Kant es realista o constructivista puede reformularse, cambiando con ello ligera,
pero provechosamente, el abordaje del problema. Acuerdo con Sensen en que, para Kant, lo único
portador de un valor interno es la idea de libertad. Pero en principio no estoy de acuerdo con él
respecto de que en sí misma, esta idea constituya un valor moral, pues, si bien esto podría haber sido
algo impensable en el siglo XVIII, en la actualidad uno puede preguntarse por qué un valor absoluto
es al mismo tiempo un valor moral. La lectura de Sensen enfatiza el componente cognitivo impreso
en la ley moral: la ley moral me pone en conocimiento de la incondicionalidad del valor de la libertad
en su sentido práctico. Pero interno, sin equivalente, podría no referir a un valor moral. Un valor
absoluto bien podría ser ontológico, estético, cognitivo o moral. En virtud de ello es que para abordar
el asunto me propongo defender la idea de que en principio, la incondicionalidad del valor de la
libertad es indeterminada, es no normativa, aunque, ciertamente, capaz de volverse normativa durante
la reflexión práctica.
Para explicarme mejor he de precisar aún más mi abordaje. Siguiendo a Alison Hills, la
discusión neokantiana contemporánea puede sustituir la distinción entre constructivismo y realismo
por aquella que distingue entre los modelos atributivistas y ‘constitutivistas’. Ella observa que
mientras el constructivismo defiende un modelo de atribución de valor, alegando que la razón es la
fuente de consideración axiológica de posibles objetos de nuestra voluntad, el realismo asume un
modelo constitutivo al alegar que el acto reflexivo de deliberar expresa y realiza la subjetividad
racional (Hills 2008: 187). En este marco, Hills sostiene que el ejercicio de la racionalidad práctica
despliega la subjetividad racional que previamente ha de considerarse como un valor absoluto y
moral, pre-existente al ejercicio mismo.
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Pero a diferencia de Hills, y bajo el abrigo del argumento performativo, no creo que sea
necesario concluir con la idea realista del valor moral de la racionalidad práctica. Por el contrario,
entiendo que si en este preciso momento nos representamos la idea de libertad nos vendrá a la mente
aquella que Kant describiera en la “Dialéctica” de KrV: la idea de una causalidad que se causa a sí
misma, y que podría ser nuestra voluntad; y en este sentido, la idea de libertad es forzosamente no
normativa. ‘Sólo si’ entramos en una reflexión práctica que, como he dicho, nos sumerge en la tríada
descrita más arriba, ‘entonces’ la idea de libertad asume una evidente normatividad 17. Si en lugar de
entender la autoconstitución de la razón en el sentido de Hills, concebimos la libertad en términos de
‘valor interno’, es decir, en términos de un valor absoluto no normativo, podemos sostener la tesis de
que la idea de libertad, en tanto ratio essendi del IC, es capaz de desdoblarse en este último fundando
su normatividad inherente cual forma de ‘autoconstituir la dignidad’ del agente en cuanto que lo
constituye como agente: en otras palabras, un valor ‘absoluto’ presente en la idea de libertad que se
busca realizar a sí misma a través de la buena voluntad, dado que “el auténtico destino de la razón
tiene que consistir en generar una voluntad buena en sí misma” (GMS 396). Así es que la forma del
IC, en tanto “voluntad que se toma por ley a sí misma”, se presenta como la fuente de la normatividad
inherente al deber.
Sólo en esta relación tríadica puede la libertad desplegar su rol práctico, y por tanto su
normatividad:
Esta Analítica evidencia que la razón pura puede ser práctica (...) y esto se demuestra mediante un
factum en el que la razón pura se revela realmente práctica para nosotros (...) Al mismo tiempo muestra
que este factum se halla inseparablemente entrelazado con la conciencia de la libertad de la voluntad,
hasta el extremo de identificarse con ella, con lo cual la voluntad de un ente racional que, como
perteneciente al mundo de los sentidos, se reconoce sometido necesariamente a las leyes de la
causalidad como cualquier otra causa eficiente, por otro lado en el terreno de la praxis cobra conciencia
de que simultáneamente, como ser en sí mismo, su existencia es determinable en un orden inteligible de
las cosas (...) si se nos atribuye libertad, ésta nos transfiere a un orden de cosas inteligible (KpV 42).
Desde esta perspectiva, la posibilidad de construcción, y por tanto, de atribución de valor,
constituye la genuina expresión de un valor absoluto supuesto y asumido durante la construcción. En
otras palabras: es imposible construir un mandato sin asumir realistamente la idea de libertad.
Llegados a esta instancia argumental, deseo diferenciar mi enfoque de los restantes insistiendo en que
es crucial no olvidar que las diferentes formulaciones del IC constituyen ‘juicios sintéticos a priori’
(GMS 454), lo que significa que representan acciones del sujeto dentro del sentido interno de su yo,
es decir, son acciones en el tiempo (KpV 97-98). Esto implica un movimiento de la idea de libertad
que va desde su sentido ‘negativo’ hacia su sentido ‘positivo’, un transcurrir de la reflexión práctica
mediante la que se construye el juicio, y en tanto acción, realiza el valor absoluto de la idea de
libertad a través del deber y su presión sobre el agente. Es este movimiento, o acción del sujeto en el
tiempo, el que presenta a ojos del agente un cambio cualitativo que va desde el rol gnoseológico hacia
el normativo de la idea de libertad, una vez que esta se conecta con la ley moral y la identidad
práctica18.
Este movimiento, en el cual la “voluntad se toma como ley a sí misma” (Schönecker 2013:
225-245), queda textualmente evidenciado en la modalidad argumental que Kant desarrolla en el
segundo capítulo de la Fundamentación. Allí Kant sostiene que la fundamentación moral ha de poder
trazarse entre una perspectiva deontológica y otra teleológica (GMS 437 nota de Kant)19, esto es, una
modalidad argumental que además de contar con un momento de fundamentación moral, busque
Para la distinción entre los roles epistemológicos y morales de la ‘misma’ idea de libertad, vid. Allison 2006: 381-415, 1990:
243-245.
18
Enfatizar que la característica distintiva de los juicios sintéticos a priori recae en ser una acción del sujeto en el tiempo, destaca
su componente más novedoso y consistente frente a las usuales objeciones. Pienso que comprender tales juicios desde la óptica de
los mandatos ilustra mejor las pretensiones de Kant para con ellos que desde la óptica de los ejemplos geométricos y matemáticos,
pues difícilmente alguien pretendería interpretar las formulaciones del IC como meras deducciones. Para estas observaciones me
apoyo en Felix Grayeff (1951: 87) y Rainer Stuhlmann-Laeisz (1976).
19
Vid. Jesús Conill 1991: 64 ss, para una reconstrucción del uso kantiano de esta forma de fundamentación.
17
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realizarse en el mundo20. Este juego entre deón y thelos expresa el movimiento de la acción del sujeto
en el tiempo, el momento en el cual el agente entra en una reflexión práctica que performativamente
le imposibilita pensarse como no libre, una vez que se reconoce e identifica como autor de un
mandato.
La idea de cotejo entre deón y thelos que tengo en mente busca eliminar la distinción entre
medios y fines, reconociendo en su lugar movimientos de ‘realizaciones’ performativas. Piénsese en
el caso de un individuo que, dada una prescripción médica, ‘debería’ andar en bicicleta para mejorar
su salud cardíaca. Un modo heterónomo, y equivocado de abordar este caso sería interpretar la acción
de andar en bicicleta como un medio para lograr el fin ‘salud’. Pero la relación deontológicoteleológica nos ofrece una perspectiva moral vinculante entre la ley y el agente, asumiendo, por
ejemplo, que al andar en bicicleta se está ‘siendo’ saludable. Este ‘siendo’ sólo puede significar el
movimiento realizatorio de un valor ineludible una vez que se entra en la reflexión práctica, pues de
lo contrario el ‘deber’ de andar en bicicleta presionaría ‘heterónomamente’ al agente.
Por otro lado, la tríada performativa puede articular los modelos atributivo y receptivo de la
razón al ofrecer un gozne entre ambos: la idea de libertad en un sentido no normativo. De esta forma
es posible evitar la arbitrariedad realista de encontrar en la naturaleza racional un valor axiológico
preexistente a la reflexión, así como también aquel solipsismo constructivista incapaz de
autojustificarse. El papel que juega la identidad práctica de Korsgaard dentro de esta argumentación
es fundamental, no para depositar en ella las fuentes de la normatividad, sino más bien para encontrar
allí el nexo vinculante del ‘auténtico destino de la razón’: la realización de la libertad a través de una
ley que el sujeto asume como expresión de su yo.
Finalmente, el modelo constitutivista también incorpora el modelo atributivo en otro
sentido. La reflexión aquí también es concebida como la actividad consciente de fundar las acciones
en razones, capaz de atribuir valor, moral y no moral a nuestras acciones. De hecho, es razonable
pensar que la actividad de elegir y elaborar mandatos de habilidad, de prudencia y moralidad, expresa
con diferentes ‘profundidades’, al decir de Korsgaard, lo que hace digno al agente: su naturaleza
‘problemáticamente’ libre (Hills 2008: 194 ss)21.
iv) En lo que sigue me abocaré a la tarea de alimentar el modelo constitutivista que he esbozado aquí,
con evidencia textual. En particular, con pasajes en los que Kant se muestra convencido de que el
valor absoluto de la Humanidad, esto es, su dignidad, no yace per se en el agente, sino que es
susceptible de ser ‘perdido, realizado y mantenido’, lo que da cuenta de la conexión entre deón y
thelos. Desde el presente enfoque esto no compromete a Kant con un proyeccionismo, ni tampoco con
un detectivismo, sino con ambos.
De los pasajes que pueden encontrarse en sus Lecciones de Ética, resulta de mayor claridad
aquel en el cual Kant afirma que “[q]uien carece de valor interno alguno ha degradado su persona y es
incapaz de practicar cualquier otro deber” (V-Mo/Collins 344). Esta afirmación nos obliga a
preguntarnos acerca de cómo es posible que un individuo carezca de valor interno. Como sugiere en
V-Mo/Collins 343-344, el valor interno merece respeto en la medida que se ejerce y, por el contrario,
menosprecio en la medida que no se ejerce:
Estos deberes [para con uno mismo] se basan en el hecho de que carecemos de una libertad ilimitada con
respecto a nuestra persona e indican que hemos de respetar a la humanidad en nuestra propia persona,
porque sin esa estima el hombre se convierte en objeto de menosprecio, en algo que es sumamente
reprobable desde fuera y que carece de valor interno alguno en sí mismo.
Estos pasajes no pueden leerse en las solas claves realistas o constructivistas, puesto que el valor
parecería conferirse desde la idea de humanidad hacia la persona del agente, mediante el correcto uso
20
Si bien Christine Korsgaard analiza este mismo punto (Korsgaard 1986), no hace justicia a las implicancias constitutivistas que
la reflexión conlleva para la formación de la agencia del sujeto. Pienso que su afán por adscribir al constructivismo le lleva a omitir
las ventajas de un enfoque que incorpore cierto tipo de realismo.
21
Las reflexiones que Korsgaard (2008: 27-68) elabora en torno a la normatividad inherente a la racionalidad prudencial cobran
nueva significación desde este enfoque, en la medida que tal normatividad instrumental podría interpretarse como un momento de
libertad del agente.
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de su libertad. Por ello Kant asegura que aquel que no se trata a sí mismo como un fin ‘carece’ de
valor interno, lo que bien podría significar que el valor interno puede perderse, o desarrollarse.
No obstante, en la mayoría de los pasajes Kant se preocupa por las acciones que devienen
en la pérdida de dignidad: “Mas quien ha contravenido los deberes para consigo mismo carece de
valor alguno. La violación de los deberes para con uno mismo despoja al hombre de todo su valor en
términos absolutos” (V-Mo/Collins 341). De hecho, todos los vicios que Kant denomina crimina
corporis, implican una instrumentalización de sí mismo, dado que “[q]uien hace algo que le impida
seguir siendo un fin se utiliza a sí mismo como un medio y hace de su persona una mera cosa” (VMo/Collins 343), lo que “rebaja la dignidad del género humano en su propia persona” (V-Mo/Collins
342), o más gravemente aún, le desposee “de su dignidad personal” (V-Mo/Collins 346). A la luz de
ello, Kant insiste en que el agente debe alcanzar un ‘dominio sobre sí mismo’ que le permita
dignificar su persona mediante el cumplimiento del deber:
tratándose de la moralidad no hemos de atender sino a lo que perfeccione nuestro valor interno y
mantenga la dignidad de la condición humana con respecto a nuestra propia persona, para lo cual
debemos someter a nuestro propio arbitrio de modo que nuestras acciones resulten adecuadas con los
fines primordiales de la humanidad (V-Mo/Collins 363)
Esta adecuación a los fines de la primordiales de la humanidad depende de cuánto pueda el agente
encauzar sus acciones hacia ellos, esto es, hacia el fin de crear una ley capaz de compatibilizar las
libertades de todos los individuos: “[s]ólo aquellas condiciones bajo las cuales es posible el mayor
uso de libertad, de modo que ésta pueda coincidir consigo misma, son los fines primordiales de la
humanidad” (V-Mo/Collins 346).
Pero, cuando Kant desciende al ‘infierno de la casuística’, al decir de Roberto R. Aramayo,
entiende que el hombre per se carece de las capacidades suficientes para dar cumplimiento a los fines
primordiales de la humanidad, es decir, para la realización de la libertad mediante la ley moral. Y el
problema consiste en que: “el dominio sobre nosotros mismos se ve todavía dificultado por el hecho
de que la ley moral dispone de prescripciones, más no de móviles; (...) el dominio de uno mismo
estriba en la fortaleza del sentimiento moral” (V-Mo/Collins 361).
Tal “fortaleza del sentimiento moral” requiere de disciplina (Pädagogik 442 ss; KpV 152),
puesto que aunque uno “lo haya perdido todo, posee dentro de sí algo que detenta un valor intrínseco
y se hace acreedor de nuestra compasión” (V-Mo/Collins 367-368). Kant asegura que el individuo
tiene el deber de encauzar su libertad personal hacia la evitación del mal moral, y la realización de la
libertad a través de la ley moral. En otras palabras: el hombre tiene el deber de ‘realizar’ la libertad,
en virtud de que “[t]ales deberes, así como la dignidad del género humano, exigen que el hombre se
despoje de toda pasión y afecto; ésta es la regla, pero otra cosa es que los hombres puedan llegar
realmente tan lejos” (V-Mo/Collins 368). De este modo, Kant parecería afirmar que ‘si y sólo si’ el
hombre logra forjarse un carácter favorable hacia los fines de la humanidad, ‘entonces’ podría hacerse
acreedor de respeto:
Pero el hombre no ha de ser tanto digno de ser amado como digno de estimación y respeto. Un hombre
recto y concienzudo, que no sea parcial y no admita regalo alguno, no es objeto de amor; al ser
escrupuloso en lo que se acepta, pocas de sus acciones pueden deberse a la magnanimidad y al amor,
con lo que no resulta digno de ser amado por los demás, su felicidad se cifra en ganarse la estima de los
otros y la virtud constituye su auténtico valor interno (V-Mo/Collins 358).
Sólo la ‘virtud’ de cierta forma de vida, muy semejante a la estoica (V-Mo/Collins 367; KpV 84),
puede permitirle al individuo asumir la Humanidad en su propia persona. Y esta ‘disposición de
ánimo’ consiste en realizar la libertad a través de la reflexión.
Kant sostiene que el mal moral también es producto de la libertad, en razón de que “es peor
obrar mal en base a máximas que hacerlo por inclinación, dado que las máximas son fruto de la
reflexión” (V-Mo/Collins 368). La reflexión constituye el ámbito performativo realizativo de la
libertad a causa de que “el buen comportamiento sólo puede derivarse de la adopción de ciertas
máximas”. Esto explica por qué para él “[n]o hay nada más enojoso y aborrecible que inventarse así
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una ley para esquivar la verdadera”: “Por muy a menudo que el hombre haya infringido la ley moral
puede enmendarse todavía (…) Pero quien se ha fabricado una ley falsa y propicia detenta un
principio para su maldad, y no cabe esperar que se enmiende” (V-Mo/Collins 359).
Los términos ‘inventarse’ y ‘fabricarse’ ciertamente refieren a la acción del agente de
construir el mandato con el cual ha de determinar su voluntad. No obstante, la libertad necesita una
regla que le permita ‘coincidir con ella misma’, y esta regla es el incipiente IC que hallamos en las
Lecciones de Ética. Esta es la ley con la cual el agente ha de evaluar si es merecedor de estima o no, y
la que augura la bicondicionalidad entre la idea de libertad y ley moral, descrita en la KrV22:
En todos los deberes para con uno mismo subyace cierto pundonor, que consiste en la autoestima del
hombre, en no aparecer como indigno ante sus propios ojos, en que sus acciones se compadezcan con el
concepto de humanidad. El honor interno de ser dignos a los propios ojos, la valoración del
asentimiento, es parte esencial de los deberes para con uno mismo (V-Mo/Collins 347).
Kant muestra la sensibilidad suficiente como para dar cuenta de que el hombre se haya de cara a un
gran desafío moral: nada más y nada menos que el desafío de tener que ‘autoconstituirse’
racionalmente conforme al thelos de la libertad, manifiesto en las exigencias de su deón, es decir, del
IC. La ‘apodicticidad’ del deber moral se le presenta al agente ‘ante sus propios ojos’ cada vez que
asume la tarea de responder ‘¿qué debo hacer?’ Este foro interno de reflexión en el que emerge la
realización performativa, le permite al agente sentir sobre sus hombros la presión de la ley; y en caso
de que este se sacuda tal presión de sí, surgirá el peligro de destruir o desvirtuar las condiciones
necesarias y suficientes de la reflexión que le hacen portador de dignidad: la idea de libertad, la ley
moral, y la identidad práctica, hipotecando así su calidad de agente 23: “la observancia de la moralidad
es algo sublime. Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Vivir no es algo
necesario, pero sí lo es vivir dignamente; quien no puede vivir dignamente no es digno de la vida” (VMo/Collins 373)24.
El juego de palabras final sugiere que es preciso constituir la propia agencia para luego
volvernos dignos de vivir, algo que, ciertamente, sólo se puede realizar en vida. Tal obviedad revela
la conexión ético-moral que traza Kant, y evidencia la conexión teleológico-deontológica
anteriormente señalada en su Fundamentación. Una vez que esta conexión se pierde de vista
corremos el peligro de caer en polarizaciones infundadas, dirimiendo excluyentemente entre lo ético y
lo moral, entre el atribuir y descubrir valores, entre lo universal formal y lo particular concreto; y el
modelo constitutivista desaparece.
6. Reflexiones finales
Luego de reconstruir los enfoques constructivistas y realistas más destacados, he intentado indicar sus
limitaciones más importantes, y sugerir que las ambigüedades proyeccionistas y detectivistas de la
postura de Korsgaard insinúan, cual síntoma, cierta falencia en las formas de debatir acerca de las
fuentes kantianas de la normatividad25. He considerado tales síntomas como señales de la injustificada
forma de abordar los textos kantianos, para luego aventurarme a esbozar lo que entiendo como un
mejor modo de comprenderlos.
Hacia el final he argumentado en favor de un modelo constitutivista que aspira a absorber
las virtudes y los aportes del constructivismo y realismo con el objetivo de superar sus diferentes
22
Sobre la coherencia interna existente entre las Lecciones de Ética, la Crítica de la Razón Práctica y la Fundamentación, vid.
Roberto R. Aramayo 1986.
23
Pienso que la constitución de la agencia del sujeto por medio de la reflexión ayuda a comprender la idea fundamental de libertad
kantiana que podría subyacer a sus diferentes usos (libertad empírica, moral o autónoma, espontánea, trascendental y como
postulado). Además de la tesis de Korsgaard, en este punto convergen los trabajos que Henry Allison (1996: 129-154) ha
desarrollado.
24
Sobre la base de estas afirmaciones puede echarse cierta luz sobre aquella convicción kantiana respecto de que la dignidad de ser
felices precede al interés mismo por la felicidad: KpV 130 ss; GMS iv 393; KrV A 806-B834 / A 807-B835.
25
Esta forma de reconstruir el debate entre neokantianos guarda similitudes con la que realiza Paul Formosa (2011). No obstante,
nuestras propuestas en torno a cómo comprender las fuentes de la normatividad difieren radicalmente. Opino que el por demás
interesante ‘constructivismo débil’ de Formosa, capaz de incorporar cierto tipo de realismo, no asume el paso definitivo hacia lo
que aquí defiendo, a saber, que en el caso kantiano, no puede sostenerse ninguno de los modelos sin presuponerse el otro.
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limitaciones. Pienso que la conclusión más acorde al desarrollo de este trabajo sería la de afirmar que
Kant, y su programa moral, es tanto constructivista como realista al mismo tiempo, puesto que es
performativamente imposible abocarse a la tarea de elaborar un mandato sin asumir al mismo tiempo
que se está realizando la subjetividad racional de forma libre. Esto también nos tienta a pensar en la
posibilidad de que, a corto o mediano plazo, podamos arribar a la misma y radical conclusión que da
fin al diálogo de Eutifrón: la de que el dilema entre atribución y recepción del valor es falso.
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El malestar kantiano. Filosofía y ciencia al encuentro con la
naturaleza
JUAN FELIPE GUEVARA1
Resumen
La naturaleza constituye un concepto problemático en la filosofía crítica kantiana pues, por un lado, se trata de una
entidad pasiva determinable mecánicamente mientras que, por otro, adquiere un carácter productivo que sólo puede
ser aprehendido a través de la reflexión. Esta ambigüedad del concepto de naturaleza ha posibilitado la emergencia de
recientes interpretaciones que encuentran en Kant algún tipo de empresa naturalista o que su filosofía es naturalizable.
Sin embargo, en el presente artículo pretendo utilizar dicha ambigüedad para mostrar los problemas de las
interpretaciones naturalistas/naturalizantes y alumbrar un sentido de naturaleza como terreno de encuentro entre
filosofía y ciencia.
Palabras clave: fin natural, materia, naturaleza, teleología, vida.
The Kantian Discontent. Philosophy and Science Meet Nature
Abstract
The concept of nature is very problematic in Kant’s critical philosophy because, on the one hand, it denotes a
mechanically determinable passive entity that, on the other hand, introduces a productive character that may only be
grasped through reflection. This ambiguity in the concept of nature has facilitated the emergence of recent
interpretations that claim to find in Kant’s philosophy some sort of naturalizing enterprise or that it is susceptible of
being naturalized. However, it is my aim in the present article to use the said ambiguity to show the problems that
arise when we take this kind of interpretations seriously and prepare the ground for a concept of nature that allows the
encounter between philosophy and science.
Keywords: Life, Matter, Natural purpose, Nature, Teleology
Indagar por la naturaleza en ámbitos filosóficos se ha convertido en objeto de un reemplazo
vertiginoso por formas de naturalismo y naturalización que, en lugar de formular la pregunta, asumen
una visión dada de lo que es la naturaleza. Los matices en el panorama de los naturalismos y las
naturalizaciones son muy diversos y variopintos, razón por la cual en el presente texto entenderemos,
por un lado, a los naturalismos como tendencias que excluyen la posibilidad de que cualquier entidad
o fuerza sobrenatural actúe en la realidad, lo cual no niega la acción de entidades cuya materialidad es
aún tema de controversias, tales como el yo o la consciencia; por otro lado, las naturalizaciones, en
mayor o menor grado herederas de la simiente de Quine (1969), reflejan tendencias cuyo hilo
conductor es la investigación empírica y científica. En su afán por generalizar una determinada
concepción de la naturaleza, el alcance de estas pretensiones filosóficas es tal que no sólo han servido
de guía para una buena parte de la reflexión filosófica contemporánea, sino que también se han alzado
como estándares de interpretación para la historia de la filosofía. El pensamiento de Immanuel Kant
no ha sido ajeno a esta reorientación del quehacer filosófico. No obstante, la tesis que trataré de
defender es que la lectura naturalista-naturalizante se ajusta al corpus de la filosofía crítica como un
1
Universidad Autónoma de México.
Doy las gracias a Alfonso Arroyo Santos, Juan Manuel Garrido Wainer, David Velásquez Carvajal y Maricruz Galván Salgado por
sus valiosos comentarios y aportes en referencia a una versión previa de este texto. De igual forma, agradezco a CONACyT por la
beca para estudios de doctorado que ha posibilitado mi dedicación de tiempo completo a esta labor investigativa.
Nota del editor: artículo tercera mención SEKLE.
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corsé que constriñe y asfixia no tanto las tentativas interpretaciones de Kant, como sí la posibilidad de
pensar a la luz de sus reflexiones temas acuciantes para la filosofía contemporánea, como lo son el
lugar de la naturaleza en la filosofía o el encuentro entre filosofía y ciencia.
Deshacer el nudo que mantiene al corsé fijo exige, pues, en primer lugar, describir las
numerosas cintas con las cuales ha sido atado, es decir, bosquejar algunas de las diferentes propuestas
filosóficas que han optado por ver en Kant algún tipo de naturalismo o la posibilidad de naturalizarlo.
Cuatro han sido las propuestas escogidas para este apartado en virtud de sus filiaciones con otros
proyectos filosóficos más amplios y ambiciosos: Maurizio Ferraris, el renegado discípulo de Vattimo,
se ha convertido en uno de los máximos exponentes de la vuelta al realismo una vez que ya hemos
pasado por más de un siglo de hermenéutica (vid. Ferraris 2012), además de estar asociado al
heterogéneo grupo del Realismo Especulativo o de la Ontología Orientada a Objetos; Philippe
Huneman, por su parte, ha tomado un creciente ímpetu en el campo de la filosofía e historia de las
ciencias de la vida, abanderando un proyecto cuya dirección apunta a una hermenéutica de la
naturaleza (vid. Huneman 2006a); en el campo de la historia de la filosofía, Eugenio Moya dedicó una
buena parte de la década pasada a la publicación de numerosos artículos y libros en los cuales
esgrimía la tesis de naturalizar toda la filosofía crítica kantiana, tomando como referencia los avances
de la ciencia empírica actual, en particular a partir de la embriología y las ciencias cognitivas; y, por
último, Matteo Mossio y Álvaro Moreno, en un terreno interdisciplinar que se mueve entre la
filosofía, la biología y las ciencias cognitivas, han optado por llevar al extremo la noción de
autonomía en el campo de lo vivo, de modo que su empresa, además de tomar como punto de partida
a Kant (y en el proceso, naturalizarlo), se dirige hacia la naturalización de la fenomenología a través
de las ciencias cognitivas (vid. Moreno, Mossio 2015). Como bien puede apreciarse, el grupo
seleccionado, a pesar de concurrir en su interés por mostrar a la filosofía de Kant cerca de algún tipo
de naturalismo o naturalización, es bastante dispar y con proyectos que se dispersan en múltiples
rumbos.
En segundo lugar, y una vez desanudado el corsé, es necesario abrirle campo a la reflexión
kantiana, que había sido ocultada, sobre la naturaleza y sus entes. Me interesa en este punto mostrar el
amplio terreno sobre el cual se extiende la naturaleza en su filosofía pese a que la ciencia y el
conocimiento, a la manera de la primera Crítica, no pueden abarcarlo por completo. En consecuencia,
la idea central de este apartado es exponer la inexorable dualidad del sistema kantiano, debatido entre
la necesidad de las leyes naturales y la libertad de la acción humana, de modo que la naturaleza no
puede estudiarse de forma aislada, sin tener a un costado o en el trasfondo a la libertad. Por último, a
la par que estas elucidaciones nos ofrecen claves de lectura que pueden iluminar ciertos pasajes de la
obra kantiana, como ocurre con la antinomia del juicio teleológico, emerge la oportunidad de volcar
la mirada, desde Kant, sobre un horizonte en el cual refulge la naturaleza libre tanto de los
constreñimientos impuestos por concepciones que tratan garantizar un lugar privilegiado para las
ciencias en la producción de conocimientos, como de los escrúpulos epistemológicos que nos exigen
tomar distancia de ella, de la naturaleza, con el fin de garantizar una filosofía que limite sus propios
desmanes metafísicos.
1. Desatando el corsé. Kant, naturalismos y naturalizaciones
Si el objetivo es desatar el corsé, se hace necesario identificar y seguir la ruta marcada por cada una
de las cintas que lo amarran, hasta llegar al nudo y desajustarlo. Las propuestas seleccionadas, las
cintas que sujetan el corsé, pueden ser reunidas en dos grupos. El primero a tratar es el conformado
por aquellos que intentan encontrar un libreto naturalista en las discusiones filosóficas de Kant. Para
empezar, Ferraris ha dicho recientemente que la filosofía trascendental se sostiene sobre la
‘naturalización’2 de la ciencia natural o física newtoniana que Kant ejecuta en la Crítica de la razón
pura (KrV). Es uno de los pocos autores que, para bien o para mal, advierten explícitamente a qué se
refiere con naturalización: se trata pues de un término de la jerga filosófica contemporánea que puede
definirse como la articulación o reconducción del proyecto cultural de una época a los recursos
El término es así empleado por Ferraris (2003, 2010). Este uso pone en entredicho una clara distinción entre ‘naturalismo’ y
‘naturalización’, resaltando el vínculo tan estrecho que hay entre los dos términos. Por lo tanto, para efectos de la discusión que
sigue, ‘naturalismo’ se relacionará con las propuestas en las cuales Kant es quien sigue un proyecto naturalista de algún tipo; por
su parte, la ‘naturalización’ implicaría que es la filosofía de Kant la que pretende ser naturalizada. En otras palabras, en la primera
es Kant quien ‘naturaliza’; en la segunda, es Kant quien ‘es naturalizado’.
2
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naturales que lo sostienen (Ferraris 2010: 128), es decir, a los conceptos utilizados en la ciencia para
describir la naturaleza. En este sentido, “la tarea de la metafísica [en Kant] consistirá en la
naturalización de la física, es decir, en mostrar que el modo en que se tiene ciencia es el mismo en que
se tiene experiencia” (Ferraris 2003: 10). En la particular lectura de Ferraris, el movimiento inicial de
la empresa crítica kantiana, la revolución copernicana, consiste en elevar la modalidad empírica de la
experiencia en física a piedra de toque de la experiencia en general. A este emplazamiento de la
experiencia de la física, Ferraris (2003, 2010) lo denominaría ‘Falacia trascendental’, pues no toda la
experiencia sensible está cubierta por la forma particular de la ciencia natural, tal y como lo
reconocería Kant en la Crítica de la Facultad de Juzgar (KU), cuando aborda el tema de la
experiencia estética. Podemos afirmar, además, sobre el uso que hace Ferraris del término
naturalización, que éste implica llevar un concepto filosófico del presente hacia el pasado de la
filosofía.
Un autor que hace gala de sus conocimientos tanto de historia de la filosofía como de
historia de la ciencia para asegurar que el proyecto kantiano contiene un elemento de ‘naturalización
débil’ es Huneman. Sin embargo, a diferencia de Ferraris, la naturalización que él describe no corre
de cuenta de la física sino de las ciencias de la vida. El núcleo de la argumentación de Huneman lo
constituye el concepto de fin natural (Naturzwecke) que aparece en la KU y con el cual Kant se refiere
a los seres organizados (organismos). Siguiendo su análisis, el punto realmente valioso es cómo la
idea de un fin sin utilidad, como lo es el fin natural, permite pensar la teleología de forma
independiente de la teología:
Neutralizar la utilidad implica que la finalidad no está ya comprometida con una visión demiúrgica de
la creación –el fin ya no es aquél de un diseñador– y, en consecuencia, la teleología es ‘naturalizada’ en
un sentido débil. La ‘idea de un todo’ es un principio necesario del conocimiento: esta necesidad
convierte la finalidad en una realidad para los biólogos, pero, en tanto principio del conocimiento, su
realidad es propuesta solo por el biólogo y no es un rasgo objetivo de la naturaleza, como sí lo son las
leyes físicas (§65)” (Huneman 2006b: 657)3.
Elevar la idea de todo y de finalidad a la categoría de principio necesario parece
comprometer a Huneman con un tipo de naturalismo cercano al propuesto por Heinirch Rickert
(1899/1943), para quien el método naturalista consiste en elaborar juicios generalizados sobre las
entidades de la naturaleza, de forma tal que los principios usados para elaborar dichos juicios no
pueden ser más que necesarios4. Esta finalidad naturalizada marca la diferencia entre el tratamiento de
la teleología en la KrV y aquél de la KU: en el primero, la teleología, arraigada al ideal de la razón
pura, se encontraba inexorablemente unida a la idea de Dios; en cambio, en el segundo, el concepto
de fin natural ya se ha deslindado del de un diseñador, razón por la cual la analogía entre arte y
naturaleza, la idea de una naturaleza técnica, es insuficiente para explicar la formación y
mantenimiento de los organismos, donde la única alternativa para comprender dicho fenómeno es
mediante una analogía con la vida (Huneman 2007). Es así como fin natural y teleología quedan
confinados al dominio del juicio reflexionante. La naturalización de la que nos habla Huneman
conlleva la eliminación de elementos trascendentes en la discusión sobre entidades de la naturaleza.
Pasemos ahora al segundo grupo. Sus integrantes comparten la idea de que la totalidad o
una parte de la empresa kantiana es susceptible de ser naturalizada. Sus objetivos bien pueden ser
cobijados por la caracterización que ofrece John Zammito:
Se puede interpretar al naturalismo como una pregunta recurrente a lo largo de la historia que indaga
por el lugar propio de la filosofía entre las disciplinas que investigan lo humano. El naturalismo
sostiene que la investigación empírica es inevitable, es decir, la certeza se encuentra lejos de nuestras
aspiraciones y, de manera enfática, no es posible una fundamentación sobre la base de una ‘filosofía
primera’. El naturalismo refleja, en breve, una visión desmoralizada –algunos dirían “silenciosa” o
incluso “desesperanzada”– del proyecto tradicional de la filosofía (...) Una característica decisiva de
nuestro naturalismo es el rechazo a apoyarse en una ‘filosofía primera’ o en principios a priori (2008:
532-533).
3
Todas las citas incluidas en español de textos que fueron publicados en otros idiomas corresponden a traducciones libres del
autor.
4
Con el ánimo de complementar la propuesta de Rickert, al método naturalista se le opone el método histórico, cuyo núcleo son los
casos particulares y su desarrollo en el tiempo, en otras palabras, lo contingente.
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De la definición anterior se desprende que la naturalización se compromete enérgicamente con la
primacía de la experiencia empírica sobre cualquier otro modo de acceso al conocimiento, lo cual se
refleja en la íntima relación que mantiene con la ciencia para fundamentar su proyecto filosófico, o
incluso supeditarlo a los resultados de la empresa científica, en caso de ser tentados por el extremismo
de Quine. Las dos vertientes de esta pretensión de naturalizar a Kant van de la mano de ‘hallazgos
empíricos’ que abarcan desde el siglo XIX hasta el XXI.
La más notoria de estas campañas naturalizantes es la emprendida por Moya quien defiende
la posibilidad de una ‘naturalización débil’ de la totalidad del proyecto crítico. Para ello, Moya
(2005a) se propone tanto reconstruir una teoría de la mente kantiana como rastrear la influencia de las
investigaciones embriológicas del XVIII en las soluciones ofrecidas por Kant a ciertos problemas
epistemológicos, a saber, la posibilidad de lo a priori, con el fin de demostrar que “[l]o ‘a priorístico’
no es sino un conjunto de especializaciones hereditarias del sistema nervioso central que han sido
adquiridas filogenéticamente en la evolución de las especies y que determinan disposiciones
congénitas” (Moya 2005b: 64), fundiendo los a prioris kantianos –intuiciones y categorías– con una
visión modularista de la mente humana. Esta aproximación parte de dos premisas: en primer lugar,
que los seres humanos somos entidades naturales y que interactuamos con otras entidades naturales
que son estudiadas por las ciencias; en segundo lugar, que los resultados de las investigaciones
científicas son cruciales y pertinentes para el desarrollo de la epistemología (Moya 2004: 117, 2008:
43). La justificación de estas premisas es bastante controvertible: “Kant siempre pensó que los
problemas epistémicos podían ser vistos como una extensión de los problemas que se plantean los
embriólogos al preguntarse por la morfogénesis y funcionamiento de los organismos vivos” (Moya
2005b: 66; énfasis añadido). La afirmación anterior adolece, por un lado, de querer imponer una cierta
intencionalidad y direccionalidad a los textos comandada, según el fraseo del texto, por el mismo
Kant –situación que no es, por cierto, excepcional entre intérpretes/exégetas kantianos–, y, por otro,
de querer fundar la equivalencia entre epistemología y práctica científica, convirtiéndose en un
auténtico heredero de Quine y poniendo en entredicho la pretendida ‘debilidad’ de su ‘naturalización’.
La otra forma de naturalización de este grupo va por cuenta de Mossio y Moreno. Con tintes
muy similares a los de Moya, pero con un alcance mucho más estrecho, Mossio y Moreno pretenden
mostrar que el estado actual de las investigaciones empíricas en torno a la auto-organización pueden
dar cuenta de todas las propiedades descritas por Kant en su conceptualización de los seres
organizados como fines naturales. Su corolario es, entonces, la ‘naturalización’ de la teleología. Para
ellos el avance fundamental de Kant no es haber sacado a Dios del terreno teleológico –como sí lo fue
para Huneman–5, sino proponer a la organización como el rasgo esencial de los organismos (Mossio,
Moreno 2010, 2015). Siguiendo el contraste con Huneman, para quien la ‘naturalización’ era ‘débil’
en tanto que sólo eliminaba ciertos elementos trascendentes, Mossio y Moreno pretenden ser mucho
más audaces y afirman que naturalizar la teleología implica legitimar y validar la causalidad circular o
teleológica en el ámbito de la ciencia natural (Mossio, Bich 2014; Moreno, Mossio 2015); en otras
palabras, la teleología no sólo pertenece al ámbito del juicio reflexionante y los principios regulativos,
sino que puede ser usada como parte de juicios determinantes o como principio constitutivo de la
ciencia.
De esta breve exposición podemos rescatar algunos elementos para la discusión posterior. A
pesar de que las cuatro posturas difieren en una buena parte de sus detalles y argumentos, queda claro
que en todos el punto de partida es el vínculo entra la filosofía trascendental y la ciencia. El tipo de
discurso científico, así como la parte de la filosofía trascendental que relacionan con la naturalización,
es lo que me interesa para elaborar la siguiente sección con el fin de ilustrar de qué manera estas
posturas son parciales, aunque complementarias, y cómo se les puede responder atendiendo a los
aspectos que no toman en cuenta de la propia filosofía de Kant.
2. Retirando el corsé. Re-encausar el curso de lo trascendental
Al retirar el corsé, las inhalaciones empiezan a llegar hasta lugares más profundos de los pulmones,
ampliando su volumen, y las exhalaciones traen consigo aires remotos: la filosofía crítica kantiana,
5
Por supuesto que la discusión teórica sobre la organización y aquella metafísica sobre Dios van de la mano en la caracterización
de los seres organizados en Kant; no obstante, lo que me interesa señalar aquí es como distintos autores le dan un peso diferente a
elementos que forman parte de la misma unidad argumentativa.
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libre de las imposiciones naturalistas, se expande y podemos encontrar los elementos con los cuales
desafiar el regreso del corsé a su lugar. Partamos entonces de la idea central de Ferraris: Kant ejecuta
una forma de naturalización al hacer de la experiencia de la ciencia natural el parangón de la
experiencia en general. En otras palabras, la modalidad empírica de la ciencia natural es la que define
el camino a seguir en la investigación trascendental. Este punto es particularmente cercano a la
respuesta que intenta ofrecer Kant al escepticismo de Hume. Sin embargo, es válido preguntarse: ¿fue
la física la única rama de investigación empírica que inspiró y contribuyó a la fundamentación de la
filosofía trascendental de Kant? A lo largo de las últimas dos décadas, los estudios kantianos han visto
una explosión de publicaciones y discusiones en torno al lugar ocupado por las ciencias de la vida en
los estadios tempranos de la empresa trascendental (KrV), no sólo en los tardíos (KU), siendo algunos
de los esfuerzos más elaborados y profundos los de Susan Meld Shell (1996), Phillip Sloan (2002) y
Jennifer Mensch (2013).
¿Cómo, partiendo de la crítica a la noción de causalidad de Hume, llegamos a las ciencias
de la vida en el discurso kantiano? Es innegable la enorme influencia del pensamiento de Hume en el
de Kant, particularmente para salir de su sueño dogmático, como lo atestigua en los Prolegómenos, y
entrar en la era crítica alumbrada por el pensamiento empírico. Al respecto, Kant toma de Hume casi
todo su análisis de la causalidad, excepto la conclusión, a saber, que ella es el producto de la
conjunción constate de dos eventos en el mismo orden temporal cada vez que se presentan,
convirtiendo a la causalidad en un derivado del hábito y la imaginación. La causalidad, en el análisis
eminentemente empírico de Hume, es posible únicamente a través de la experiencia. Esta concepción
es insatisfactoria para Kant pues no da cuenta de la absoluta necesidad y universalidad requerida de la
causalidad para poder ser uno de los sustentos principales de la ciencia natural, en tanto que su tarea
es desentrañar las leyes de la naturaleza. Es importante señalar que la diferencia entre Hume y Kant, a
pesar de enfocarse ambos en la física de Newton, estriba en la forma como cada uno asume la labor
del físico: para Hume lo importante es entender las leyes de la física como hechos derivados de forma
inductiva a partir de la experiencia; por su parte, Kant se concentró en las demostraciones
matemáticas de Newton y la idea de una deducción a partir de los fenómenos (De Pierris, Friedman
2013). El estatus de la causalidad condicionada por la experiencia, de acuerdo con Kant, se mantenía
como un problema en espera de una solución. Esta última llegaría de la mano de la noción de a priori,
particularmente a través de la fundamentación de los juicios sintéticos a priori, de donde derivaría la
pregunta por la posibilidad de la metafísica como ciencia. Esta secuencia se encuentra en la sección
VI de la introducción a la segunda edición de la KrV (B19-24): ella abre con la pregunta por la
posibilidad de los juicios sintéticos a priori, a la cual le sigue la pregunta por la posibilidad de las
matemáticas puras y de la ciencia natural pura, acompañada a continuación de la pregunta por la
posibilidad de la metafísica como predisposición natural, hasta concluir con la pregunta por la
posibilidad de la metafísica como ciencia.
La progresión descrita marca un punto de divergencia importante con respecto a la primera
edición de la KrV y los Prolegómenos. En estas obras (KrV Avii-xxii; Prol 266-275), el interrogante
principal que guiaría a la filosofía trascendental no sería la posibilidad de la metafísica como ciencia,
sino la posibilidad de la metafísica en general. Este cambio de pauta es esencial para comprender la
relación de la empresa crítica temprana con la ciencia, tanto con la física como con las ciencias de la
vida. La idea central ya podía entresacarse en la primera edición de la KrV, particularmente en el
siguiente pasaje al inicio de la analítica de los conceptos: “Por consiguiente, perseguiremos los
conceptos puros hasta sus primeros gérmenes [Keimen] y disposiciones [Anlagen] en el entendimiento
humano, en el que yacen preparados hasta que finalmente, con ocasión de la experiencia, se
desarrollan y, liberados de las condiciones empíricas inherentes a ellos, son expuestos en su pureza
por el mismo entendimiento” (KrV A66/B91; traducción modificada). El léxico de gérmenes
[Keimen] y disposiciones [Anlagen] proviene de las discusiones embriólogicas de la segunda mitad
del XVIII, ambos ligados ampliamente al debate entre preformación y epigénesis (Sloan 2002)6. En la
segunda edición de la KrV la conexión con estos temas sería aún más explícita, pues, por un lado,
6
En la literatura concerniente a este tema, se ha vuelto ya costumbre que cada autor trate de mostrar si Kant era preformacionista o
epigenetista, o si sus ideas al respecto del tema se fueron modificando a lo largo de las décadas de 1770-80 (vid. Cohen 2006;
Galfione 2014; Lerussi 2013; Sloan 2002; Zammito 2007). Para la presente discusión, afirmar una postura particular en Kant no es
relevante; de hecho, he de reconocer que el uso tanto de gérmenes y predisposiciones como de epigénesis es sumamente
heterodoxo en Kant, de modo que tratar de vincularlo directamente a la controversia entre embriólogos puede resultar poco
provechoso e incluso oscurecer, en lugar de aclarar, algunos aspectos de su propuesta filosófica.
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Kant utiliza el término ‘disposición natural’ [Naturanlage] para referirse a la posibilidad de la
metafísica en general (KrV B21-22) y, por otro, al final de la deducción trascendental de las
categorías, Kant compara su sistema de la razón con la epigénesis: “En consecuencia sólo queda lo
segundo (por decirlo así, un sistema de la epigénesis de la razón pura): a saber; que las categorías
contienen, por el lado del entendimiento, los fundamentos de la posibilidad de toda experiencia en
general” (KrV B167). Que la metafísica se nos presente como una disposición natural de la razón
humana implica que la pregunta por su posibilidad en general no es importante; de hecho, dado que la
metafísica es una disposición humana, queda explicada entonces aquella ominosa sentencia con que
abre el prefacio a la primera edición de la KrV: “la razón humana tiene, en un género de sus
conocimientos, el singular destino de verse agobiada por preguntas que no puede eludir, pues le son
planteadas por la naturaleza de la razón misma, y que empero tampoco puede responder; pues
sobrepasan toda facultad de la razón humana” (KrV Avii). Lo realmente importante, en el tratamiento
ofrecido en la introducción a la segunda edición de la KrV, es si la metafísica puede ser una ciencia
en el mismo sentido en que la ciencia natural lo es, es decir, si puede apelar a leyes universales y
necesarias que no dependan de la experiencia para dar cuenta de su funcionamiento, así como
imponer restricciones sobre sus propios alcances; en otras palabras, si la metafísica contiene juicios
sintéticos a priori. En consecuencia, la embriología provee el marco para situar a la metafísica dentro
del rango de posibilidades que le son propias a la razón humana, al tiempo que funge como analogía
para comprender la forma en que la experiencia se desarrolla a partir de los conceptos puros del
entendimiento. La física, por su parte, se posiciona como el estándar a imitar, o el objetivo a alcanzar,
por parte de la metafísica. El resultado de esta primera parte es, entonces, que la física sienta las bases
del problema a resolver; la solución estaría mediada por las constantes analogías con las ciencias de la
vida.
Jennifer Mensch, recientemente, ha explotado de forma bastante fructífera las analogías
entre la filosofía crítica y las ciencias de la vida. En su amplio y detallado estudio dedicado a dicha
interconexión, Mensch (2013) ofrece numerosas exégesis de pasajes de la obra kantiana, aunados a
una minuciosa reconstrucción contextual e histórica, en las que el concepto de ‘organismo’ ocupa el
lugar central –de ahí que su libro lleve por nombre El Organicismo de Kant–. La comparación de la
razón con un organismo cuyas partes (las facultades, los conceptos y las intuiciones) están siempre en
función del todo o de la unidad (el Yo pienso, la unidad de la apercepción); la descripción de la
historia de la razón como el paso de la infancia (dogmatismo) a la juventud (escepticismo) y
posteriormente a la madurez (la crítica); y el despliegue de la arquitectónica de la razón como algo
que ocurre desde el interior de la misma (per intus susceptionem) y no desde el exterior o por
yuxtaposición (per appositionem)7, son usados por Mensch como sus mayores aliados para ilustrar
hasta qué grado la filosofía trascendental se nutrió de las ciencias de la vida. En efecto, para Mensch
la relación no es exclusivamente metafórica “pues el uso del modelo orgánico por parte de Kant tuvo
un impacto metodológico profundo en lo relacionado con el sistema crítico; de hecho, el sistema
mismo fue concebido, en respuesta a este modelo, bajo la forma de una unidad orgánica cuyo curso
télico de desarrollo podría ser descrito como una historia natural de la razón” (2013: 144; énfasis
añadido). En esta cita se expone una de las principales convergencias entre el modelo orgánico y el
sistema de la razón: su carácter teleológico. En el caso de los seres organizados, o fines naturales, la
conexión con la teleología es directa. La discusión que de ellos realiza Kant en la KU se encuentra
dentro del apartado dedicado a la crítica del juicio teleológico (KU 369-381), en la cual se despliega
la exposición sobre cada uno de los puntos que Mensch identifica en su ‘organicismo’. No obstante, la
lectura que ella ofrece sobre la teleología parece pasar por alto el manejo que Kant hace de dicho
concepto en el “Apéndice a la dialéctica trascendental”, en la KrV.
Resulta interesante preguntarnos, en este punto, lo siguiente: ¿por qué es necesario atender a
los dos momentos de la teleología en la obra kantiana si ellos parecen tan disímiles en sus usos, el
primero ligado al Ideal de la razón pura y el segundo a la posibilidad de hacer inteligible nuestra
experiencia de los seres organizados? La primera razón, derivada de la exhaustiva y fecunda
7
La idea de que el desarrollo es impulsado desde el interior del organismo es un claro reflejo del impacto de la epigénesis en la
filosofía de Kant. Helmut Müller-Sievers (1997) ha mostrado de qué manera la idea de epigénesis como un proceso por el cual se
explica la generación sin depender de causas externas, ya sean divinas o mecánicas, sino atendiendo a la interacción de las partes
que componen un todo (un organismo), tuvo un fuerte impacto sobre numerosos pensadores alemanes de finales del XVIII,
convirtiéndose en la idea que potenció no sólo la crítica de Kant, sino también desarrollos posteriores entre idealistas y románticos
en la primera mitad del XIX.
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interpretación que Hermann Cohen realiza de la KrV en su Kants Theorie der Erfahrung, establece
como fundamento de la transición de la teleología entre la primera y la tercera Críticas el
reconocimiento de que los seres organizados son también parte de la naturaleza y, por ende, deberían
ser explicados de forma científica. De acuerdo con Cohen (1918/2001), todo lo concerniente a las
intuiciones de la sensibilidad pura y las categorías puras del entendimiento posibilitan la experiencia
de la naturaleza para la ciencia natural, es decir, sus entidades se reducen a puntos que se mueven en
el espacio obedeciendo leyes dadas a priori en el entendimiento. Sin embargo, los seres organizados
no caben en este marco teórico pues lo realmente importante en ellos es la diversidad de formas, su
desbordante heterogeneidad; por tanto, la discusión posterior en torno a las Ideas y al Ideal de la razón
pura resultan cruciales para darle cabida en el sistema crítico a esta diversidad que no puede ser
reducida a una unidad que homogeniza todo lo que cobija. Cohen, fiel al hilo eminentemente
epistemológico de su interpretación y al lugar privilegiado que le concede a las ciencias empíricas en
tanto que justificación del despliegue de la empresa crítica de Kant, conecta los dos momentos de la
teleología en respuesta a la imperiosa necesidad de justificar los procedimientos de las ciencias de la
vida.
No obstante, existe otra razón por la cual es necesario prestar atención a los usos de la
teleología en la primera y tercera Críticas con el fin de enriquecer y reforzar el argumento en curso.
Se trata, pues, de la función de la teleología dentro del sistema crítico kantiano como puente entre
naturaleza y libertad. Desde la KrV, la teleología ya aparece vinculada al uso regulativo de la razón,
situación que no cambiaría en la KU, aunque sí tomaría un itinerario diferente. Dicho carácter
regulativo se encuentra ligado a las Ideas y al Ideal de la razón pura, es decir, no concierne tanto al
carácter especulativo o teorético de la razón, como sí al práctico. Más interesante aún: estas Ideas (el
alma inmortal, Dios y el mundo), que serían posteriormente desarrolladas en la Crítica de la razón
práctica (KpV), se convierten en el fundamento incondicionado que posibilita a la experiencia
empírica. Dado que esta última aparece siempre mediada por la sensibilidad, en la forma de las
intuiciones, y el entendimiento, en la forma de los conceptos puros, la experiencia empírica, y el
conocimiento que de ella se deriva, son necesariamente condicionados y, por ende, no pueden ser
fundamento de sí mismos (KrV A307/B364-A338/B396). El fundamento, lo incondicionado, no
puede encontrarse en la experiencia empírica debido a su propia naturaleza; lo incondicionado
pertenece, entonces, al dominio de lo no empírico, al reino de lo nouménico y no de lo fenoménico
(KrV A235/B294-A260/B315), al terreno de la razón práctica y no de la especulativa. De esta manera
se hace explícita la relación ineludible entre teleología y razón práctica, misma que pasaremos a
analizar a continuación en referencia a las formas de naturalización restantes.
El caso de Huneman ofrece un excelente punto de entrada para este tema. Según su
argumentación, el concepto de fin natural implica una naturalización débil de la teleología en tanto
que permite tomar distancia de la teología. Pese a ello, Huneman reconoce que la idea de Dios no
queda por fuera del sistema kantiano: el tratamiento de la teleología en la KrV ilustra la forma en la
que la Idea de Dios, sin intervenir directamente sobre los asuntos de la naturaleza, se convierte en el
garante de la sistematicidad y unidad de sus leyes
–parte del fundamento incondicionado de lo
condicionado–. Se hace claro, entonces, que el argumento de Huneman no va en contra de la teología
en general sino de la teología natural en particular (2007: 88). Además, señala Huneman, los fines
pasan de ser Ideas de la razón, en la KrV, a convertirse en un concepto de la facultad de juzgar
reflexionante, en la KU. Este cambio aparece mediado por el estatus que alcanza la teleología en la
última de las críticas: en la primera, teleología y finalidad sólo son términos derivados de un lenguaje
conveniente para que un intelecto discursivo, como el nuestro, describiera la sistematicidad de las
leyes de la naturaleza; en la tercera, se convierten en conceptos –lo cual implica un cierto grado de
relación con la experiencia empírica– que emergen del juicio reflexionante para describir ciertas
entidades del mundo, a saber, los fines naturales (Huneman 2007: 87). Pese a que la narrativa
precedente dispone de más elementos de discusión, como son considerar distintos momentos de la
empresa crítica, ampliar el enfoque a las ciencias de la vida y reconocer su inexorable fundamento en
el juicio reflexionante, uno de los grandes temas de la empresa crítica, la libertad, permanece en un
segundo plano. Se hace necesario indagar por la relación entre libertad y fines naturales. Para ello
recurriremos a otra visión de los fines naturales.
Hannah Ginsborg ofrece una caracterización del concepto de fin natural que bien nos puede
llevar por la senda que hemos abierto. Dicha estipulación parte de un interrogante muy específico: “si
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las regularidades biológicas deben ser vistas como contingentes a la luz de las leyes fundamentales de
la naturaleza inorgánica, ¿cómo podemos, entonces, asirlas bajo la legalidad y necesidad requerida
por la investigación biológica?” (Ginsborg 2001: 246). De este modo, Ginsborg (1997, 2001)
interpreta el concepto de fin natural desde una perspectiva prescriptiva, bajo la cual las regularidades
de los organismos pueden ser entendidas a la manera de leyes naturales sin entrar en conflicto con su
contingencia al compararlas con las leyes de la naturaleza8, revelando así que su carácter no es
universal y necesario –no pueden establecer lo que siempre ocurre o debe ocurrir–; el concepto de fin
apela a lo que podría ocurrir bajo la forma de un ‘debería’, lo que de hecho ocurriría si todo marchara
como ‘debería’ marchar, dejando espacio para las desviaciones con respecto al estándar, donde los
fenómenos teratológicos ilustran la manifestación extrema de esta situación. De esta manera, los
organismos de una especie no son todos iguales, aun cuando hay un tipo general (ideal) de fondo, y
durante su proceso de desarrollo es posible que aparezcan malformaciones (formas no contempladas
en el ideal de la especie). En este sentido, los fines naturales como conceptos de carácter prescriptivo
no sólo posibilitan la comprensión del desarrollo y funcionamiento de los seres organizados, sino que
también dan cuenta de la inmensa diversidad que puede haber dentro de un mismo tipo. Más allá de
los beneficios que pueda reportar esta interpretación de los fines naturales para la legitimación
epistemológica de una disciplina como la biología, me interesa resaltar el arraigado paralelo entre los
fines naturales y los fines prácticos. Contraria a la necesidad de las leyes naturales, donde siempre va
a ocurrir lo mismo, invariablemente, una y otra vez, las leyes morales o imperativos tienen el carácter
de la ‘coacción’9:
Sin embargo, para un ser en el cual el fundamento determinante de la voluntad no es únicamente la
razón, esta regla es un imperativo, es decir, una regla que se caracteriza por un deber que expresa la
coacción [Nötigung] objetiva de la acción, y significa que si la razón determinase totalmente a la
voluntad, la acción ocurriría indefectiblemente según esta regla (KpV 20).
La coacción señala, así, hacia lo que ‘debería’ ser pero puede llegar a ser de otras formas, a
menos que la razón, en virtud de su autonomía, se imponga dicho imperativo y lo eleve al carácter de
ley. Lo interesante, en consecuencia, es que la coacción está vinculada a un tipo de causalidad que es
interna, contrario a la necesidad de las leyes de la ciencia natural, cuya causalidad asociada es
externa. Ésta es precisamente la característica que nos permite hacer inteligibles a los seres
organizados a partir de una hibridación entre naturaleza y libertad, mediada por el arte o experiencia
técnica:
Pero el concepto de un ente organizado es el siguiente, a saber, el de un ente material que sólo es
posible mediante la relación de todo aquello que está contenido en él recíprocamente como medio y fin
(también todo anatomista, en tanto que fisiólogo, parte efectivamente de este concepto). Una fuerza
fundamental, mediante la cual se efectuaría una organización, tiene que ser pensada, por tanto, como
una causa eficiente según fines y, además, de manera que estos fines tienen que ser dispuestos como
fundamento de la posibilidad del efecto. Nosotros conocemos, empero, mediante la experiencia causas
semejantes según su fundamento de determinación solamente en nosotros mismos, a saber, en nuestro
entendimiento y voluntad, como una causa de la posibilidad de ciertos productos organizados
enteramente según fines, a saber, las obras de arte. Entendimiento y voluntad son en nosotros fuerzas
fundamentales, de las que la última, en la medida en que está determinada por el primero, es una
facultad para producir algo con arreglo a una Idea que es llamada fin (ÜGTP 181).
En otras palabras, los organismos exaltan, dentro de nuestra experiencia, la visión doble de la
naturaleza: teorética y práctica (Guyer 2001). La única posibilidad de que disponemos los seres
humanos, según Kant, para asir la finalidad que creemos experimentar en los seres organizados
detenta como elemento esencial y articulador la experiencia que tenemos de la realización de nuestras
Los aportes de Eduardo Molina Cantó (2007, 2013) nos ayudan también a elucidar de qué manera el concepto de ‘conformidad a
fin’ [Zweckmässigkeit] es tomado en la KU como el principio de inteligibilidad de la legalidad de lo contingente. La conformidad
a fin es uno de los ejes centrales de las dos introducciones a la KU, pues en dicho concepto se condensan las ideas de Kant en torno
a la posibilidad de que la experiencia forme un sistema para nuestra razón aun cuando las leyes particulares de la naturaleza, como
lo son las leyes que regulan la formación y clasificación de los organismos, sean contingentes, distinto del carácter necesario y
universal de las leyes de la física. A través del concepto de conformidad a fin, dichas leyes particulares adquieren un halo de
necesidad en virtud de su relación con un intelecto o razón para el cual su regularidad tiene un sentido específico. La necesidad de
estas leyes, en consecuencia, viene dada por la naturaleza del sujeto racional, y no como algo que pueda atribuirse a las cosas.
9
En su traducción al inglés de la KpV, Werner Pluhar (2002) vierte este término como necessitation aludiendo a que Kant en la
Metafísica de las costumbres usa el verbo nötigen como equivalente del verbo necessitieren, estableciendo así la relación de los
dos términos con respecto al concepto de necesidad. En este sentido, Nötigung expresa la tendencia de los imperativos a ‘llegar a
ser necesarios’.
8
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propias ideas como fines u objetivos. La naturaleza comienza a tomar el cariz de reflejo en un espejo
en el cual nos miramos.
Sin embargo, los fines naturales poseen, por otro lado, cualidades distintas a las de los fines
prácticos (Ginsborg 1997; Molina Cantó 2010). La realización de un fin práctico implica la acción de
una voluntad deliberativa y reflexiva, capaz de imponerse fines a sí misma. Por tanto, los fines
prácticos sólo son posibles para seres racionales, para seres humanos (o divinos). En el caso de los
fines naturales, no es posible apelar a un ser racional, a un diseñador o arquitecto, a cuyos deseos y
voluntad respondan la miríada de formas que encontramos entre los seres organizados (KU 381-384).
Hay entonces una analogía entre fines prácticos y fines naturales, entre arte y naturaleza, cuyo límite
se revela con la pregunta por el artífice o diseñador, por la consciencia que ejecuta un plan (Butts
1990). Dado que en los fines naturales no contamos con una racionalidad tal, no queda otro recurso
que encontrar un sustituto en el terreno de las ciencias. La respuesta no es otra que la epigénesis, la
misma que había ocupado nuestra atención unos párrafos atrás. En este caso, la causalidad interna que
no recae sobre una voluntad, está mediada por la acción conjunta de ‘gérmenes’ y ‘disposiciones’ y
una fuerza orgánica propia de los seres organizados. Los gérmenes y disposiciones cumplen el papel
de la coacción, de restringir y guiar el desarrollo de los organismos por la senda propia de su especie,
tal y como lo establece Kant en la tercera parte de su recensión a la obra de Herder, Ideas para una
filosofía de la historia de la humanidad:
Por una parte, [Herder] pretende rechazar el sistema de la evolución [preformación], mas, por otro lado,
rechaza también el mero influjo mecánico de las causas externas, como sendos fundamentos de
explicación claramente insuficientes, admitiendo un principio vital que se modifique internamente a sí
mismo conforme a la diversidad de las circunstancias exteriores al adecuarse a las mismas, algo en lo
que quien suscribe coincide plenamente, con una salvedad: si la causa que organiza desde dentro
estuviera limitada por su Naturaleza a un cierto número y grado de diferencias en el desarrollo de su
criatura (organización según la cual dicha causa no sería libre para modelar conforme a otro patrón en
caso de modificarse las circunstancias), podría denominarse a esta determinación natural de la
Naturaleza configuradora "gérmenes" o "[pre]disposiciones originarias", sin considerar por ello a los
primeros como dispositivos colocados en un principio que sólo se despliegan por casualidad y
aisladamente cual capullos (como en el sistema de la evolución), sino como meras limitaciones
inexplicables de una facultad autoconfiguradora que tampoco podríamos explicar o hacer comprensible
(RezHerder 62-63).
La coacción aparece en la forma de ‘limitaciones inexplicables’ que Kant concede a los gérmenes y
predisposiciones. Por su parte, el ‘principio vital que se modifique internamente’, ‘la causa que
organiza desde dentro’, sería posteriormente asociada por Kant a la Bildungstrieb de Johann F.
Blumenbach:
Con respecto a esta teoría de la epigénesis, tanto en pro de su demostración como también en pro de los
genuinos principios de su aplicación, en parte gracias a haber limitado el uso desmedido de los mismos,
nadie ha conseguido tanto como el concejero áulico de la corte Sr. Blumenbach. Él hace arrancar de la
materia organizada todo tipo de explicación física de esas formaciones. Pues declara con toda justicia
como contrario a la razón el que la materia bruta se haya formado originariamente a sí misma según
leyes mecánicas, que a partir de la naturaleza de lo falto de vida haya surgido la vida, así como que la
materia haya podido ensamblarse por sí misma en la forma de una finalidad que se autoconserva: sin
embargo, al mismo tiempo, bajo ese principio inescrutable para nosotros de una organización originaria
concede al mecanismo natural una participación indeterminable, pero a la vez también innegable,
denominando impulso configurador [Bildungstrieb] (a diferencia de la fuerza configuradora
[Bildungskraft] simplemente mecánica que se presenta universalmente a partir de la materia) a la
capacidad de la materia en un cuerpo organizado (que por decirlo así se halla bajo la superior dirección
e instrucción del mentado principio) (KU 424).
Es la Bildungstrieb quien impulsa el desarrollo, llevándolo hasta los límites impuestos por
los gérmenes y las predisposiciones. En cualquier caso, ni los gérmenes y predisposiciones ni la
Bildungstrieb pueden ser equiparados con la voluntad. Su acción, aunque teleológica, no es racional;
pero es susceptible de ser reconstruida racionalmente. He aquí uno de los puntos centrales de la
teleología derivada del juicio reflexionante: por un lado, lo que tienen de diferente fines prácticos y
fines naturales, nos obliga a ver la base de la analogía de manera netamente subjetiva y, por ende, sólo
es válida para nuestra forma de razonar; por otro, librado este obstáculo con la distinción entre juicios
determinantes y reflexionantes, es posible especular acerca del curso de los acontecimientos en el
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terreno de los fines naturales, conservando siempre las buenas maneras que dicta el uso heurístico de
los principios regulativos:
Así pues, el concepto de una cosa como fin en sí de la naturaleza no es un concepto constitutivo del
entendimiento o de la razón, pero sí puede ser un concepto regulativo para el discernimiento [juicio]
reflexionante, un concepto que guía la investigación sobre objetos de esta índole según una remota
analogía con nuestra causalidad conforme a fines, para guiar la investigación sobre objetos de este tipo
en general y para meditar sobre su fundamento más supremo; desde luego, esto último no a efectos del
conocimiento de la naturaleza o de su protofundamento, sino más bien de cara a esa capacidad práctica
de la razón que hay en nosotros y en analogía con la cual consideramos la causa de aquella finalidad
(KU 375).
A manera de síntesis y con el fin de encausar la discusión hacia el siguiente tema, no
escatimaré palabras para citar, en toda su extensión, un pasaje de Kant, ya bastante conocido, que
indica además el parteaguas entre la mera labor interpretativa de sus textos y la indagación por la
naturaleza en su filosofía:
Cuando se califica a la naturaleza como un análogo del arte se dice muy poco de la naturaleza y de su
capacidad en los productos organizados, pues en tal caso se piensa al artista (un ser racional) fuera de
ella. La naturaleza se organiza más bien a sí misma y en cada especie de sus productos organizados
siguiendo globalmente un mismo modelo, pero también con las oportunas divergencias que exige su
propia conservación según las circunstancias. Quizás se aproxime uno más a esa insondable propiedad
calificándola como un análogo de la vida (...) Hablando con propiedad, la organización de la naturaleza
no guarda analogía alguna con ninguna de las causalidades que conocemos. La belleza de la naturaleza
puede llamarse justificadamente un análogo del arte, porque dicha belleza sólo se atribuye a los objetos
en relación con la reflexión sobre la intuición externa de los mismos y, por tanto, sólo por mor de la
forma superficial. Mas la perfección interna de la naturaleza, tal como la poseen aquellas cosas que
sólo son posibles como fines de la naturaleza y se denominan por ello seres organizados, no resulta
explicable ni tan siquiera pensable conforme a ninguna analogía física, o sea, potencia natural, que nos
sea conocida e incluso, como nosotros mismos formamos parte de la naturaleza en su sentido más lato,
tampoco resulta explicable ni pensable mediante una analogía que se corresponda con el arte humano
(KU 374-5).
La ‘vida’: he aquí uno de los conceptos fugitivos de la empresa crítica y, curiosamente, el
menos atendido por quienes hablan de naturalismos en relación a Kant. La pregunta inicial es,
entonces: ¿por qué afirma Kant que la naturaleza, entendida como fines naturales, se aproxima más a
un análogo de la vida? ¿Acaso la vida no es parte de la naturaleza? De manera contraintuitiva, el
concepto de fin natural que Kant aplica a los seres organizados (organismos) no es equivalente al de
vida; de hecho, el primero es mucho más amplio que el segundo (Zammito 2006: 763): un fin natural
se define en relación a sus propiedades auto-organizativas, lo cual incluye tanto propagación como
generación, de modo que este concepto abarca tanto a seres humanos como a animales, plantas,
hongos, microorganismos, etc., siendo el ejemplo paradigmático un árbol (KU 369-372); la vida, por
su parte, se define en relación a la voluntad y al deseo, razón por la cual sólo podemos afirmar que
hay vida en los seres humanos (y tal vez en los animales gracias a la presencia de los instintos). Las
evidencias las encontramos principalmente en dos obras. En primer lugar, en los Principios
metafísicos de la ciencia de la naturaleza, donde Kant afirma que la esencia de la materia
(inorgánica) es la inercia, es decir, la ausencia de vida, pues “[s]e llama vida a la facultad de una
sustancia para determinarse a sí misma a actuar a partir de un principio interno –de una sustancia
finita para determinarse al cambio– de una sustancia material para determinarse al movimiento o al
reposo, como cambio de su estado”; en consecuencia, “toda la materia, en tanto que tal, es carente de
vida” (MAN 544). En segundo lugar, en la KpV, donde el énfasis no recae en la contraposición entre
vida y materia e inercia, sino en su vinculación al deseo y a la voluntad, en tanto que “vida es la
facultad de un ser para actuar según leyes de la facultad de desear” (KpV 9).
La consecuencia inmediata de este desfase entre fin natural y vida, que a su vez es reflejo de
la distinción entre fines prácticos y fines naturales, es que reconocer la auto-organización de un
sistema no es suficiente para aseverar que está vivo. Lo cual no es conmutativo con la proposición “la
ausencia de voluntad es equivalente a ser un no-vivo”. De cierta manera, el límite que está
demarcando Kant no señala la existencia de un dominio exclusivo de la vida, como propiedad que
sólo puede ser atribuida a cierto tipo de seres organizados, sino al desdoblamiento del concepto de
vida en los dos ámbitos o reinos que componen su sistema: el de la naturaleza y el de la libertad; en
otras palabras, la vida puede ser entendida en sentido teorético y en sentido práctico. Más aún, hay
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vida fenoménica y hay vida nouménica. Es así como queda al descubierto el principal artilugio de
Kant en lo tocante a su relación con las ciencias de la vida y que sustenta el desarrollo de la “Crítica
del juicio teleológico”. Cuando Kant dirige la empresa crítica hacia los seres organizados, y en
general hacia la naturaleza productiva o técnica, no lo hace por mor de toda la diversidad de
organismos que pueblan la Tierra, sino por uno en particular: el ser humano, pues “sin los hombres la
creación entera sería un mero erial gratuito y sin final” (KU 442). La prueba fehaciente se encuentra
en los tres textos que Kant le dedicara a la elucidación del problema de las razas humanas (“De las
distintas razas de hombres” 1775-7), “Determinación del concepto de raza humana” 1785 y “Sobre el
uso de principios teleológicos en filosofía” 1788), pues ellos atestiguan la elaboración y
reconfiguración constante de sus ideas sobre la generación y es donde aparecen los ‘gérmenes’ y
‘disposiciones’ ligados a una concepción teleológica de la naturaleza. Estas irrupciones de Kant en los
terrenos de la embriología y las ciencias de la vida no son un mero capricho desgajado del espíritu
enciclopedista de la Ilustración; antes bien, una teoría sobre el origen común de la humanidad y su
desarrollo es necesaria para propiciar una empresa filosófica cuyo fin es justificar una cierta visión de
la naturaleza humana fundamentada en el examen crítico y trascendental de la razón (Cohen 2006),
pues no podemos olvidar que las famosas tres preguntas kantianas –¿qué puedo conocer?, ¿qué debo
hacer? y ¿qué podría esperar?– son sintetizadas en la pregunta ¿qué es el hombre? (Log 25). En
consecuencia, la distinción entre vida y fin natural sólo es posible en tanto que hay un ser en el cual
los dos conceptos se fusionan, un ser capaz de concebirse a sí mismo como ente natural, como
fenómeno, y al mismo tiempo con la capacidad de pensarse como ser en sí mismo, como noúmeno.
Esta propiedad pone de manifiesto, a su vez, la peculiaridad de los seres humanos con respecto del
resto de seres de la naturaleza: con la razón se abre la posibilidad de pertenecer simultáneamente a los
dos reinos, al de la naturaleza y al de la libertad.
Es este nexo entre naturaleza y libertad el que, a mi modo de ver, es ignorado o aminorado
por quienes se enfocan exclusivamente en las aristas naturalistas del proyecto crítico kantiano, o que
pretenden naturalizar toda o una parte de su filosofía. En el caso de la naturalización de la teleología,
la distinción entre fin natural y vida no se asume ni indaga; simplemente se deja de lado y se parte de
la idea de que el elemento central de la teleología es la auto-organización y su conexión exclusiva con
la naturaleza y sus formas causales. En el caso mucho más temerario de quienes quisieran naturalizar
la totalidad de la empresa crítica, se da una situación similar a la anterior, con el agravante de que, al
desconocer la potencia crítica de la doble concepción del hombre como ser natural y como fin en sí
mismo, se asume una continuidad entre naturaleza y libertad absolutamente ilícita en el marco de la
propia filosofía kantiana. Moya (2004, 2005a, 2005b) asume el reto alegando que Kant ya presuponía
la idea de ‘emergencia’, dado que el ser humano es un ser ‘transbiológico’, es decir, que en él se
reúnen principios materiales e inmateriales. Sin embargo, él parece haber tomado en préstamo el
concepto de emergencia, tan en boga hoy gracias a las ciencias de la complejidad, sin el más mínimo
recato a considerar, como lo hiciera su sujeto de estudio, Kant, la procedencia y el extenso lastre
metafísico que lleva consigo hablar de propiedades emergentes. De hecho, al paso de Kant por el
mundo de la embriología, parece ser mucho más acertado aplicar las conclusiones del elegante y
detallado análisis de Shirley Roe (1981) sobre el debate Wolff-Haller (epigénesis/preformacionismo),
en el cual los compromisos metafísicos, las creencias teóricas y las observaciones empíricas se
entretejen en las prácticas científicas; esto mismo podríamos decirlo de la reflexión filosófica.
3. ¡Fuera el corsé! Afinando el ritmo entre ciencia y filosofía
Ahora que el corsé está en el suelo y las cintas han sido desperdigadas por la alcoba, ¿qué hacemos
con ellas? ¿Las destruimos? ¿Las tiramos? ¿Las archivamos? ¿Las ignoramos? O ¿dejamos de
prestarle atención al corsé y nos dirigimos al corpus descubierto? Si nuestro interés continuara en el
corsé, podría pensarse que la conclusión pertinente para el presente análisis fuera la emisión de un
juicio ‘definitivo’ sobre las interpretaciones naturalistas o los intentos de naturalización del proyecto
filosófico de Kant. Quedarse ahí sería una salida fácil y un tanto superflua, casi como caer en la
trampa de una pregunta retórica; dicho recurso sólo podría constatar el avance febril de la tendencia
naturalista en la filosofía contemporánea y oponérsele con un analgésico10. En realidad, me interesa
10
A quien le llame la atención un juicio de tal calibre, le invito a leer a Zammito (2003, 2006, 2008), quien manifiesta
abiertamente que la filosofía contemporánea debería seguir el camino de la naturalización y que, por ende, la filosofía
trascendental kantiana no constituye más que en un obstáculo en dicha empresa. También tenemos el análisis de Mensch (2015),
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extraer el tipo de supuestos y conceptos con que se asume el encuentro de la filosofía y la ciencia con
la naturaleza, que en últimas desembocan en el ‘malestar kantiano’.
Comencemos entonces por la lectura naturalista de Ferraris, cuyo eje central es la
imposición por parte de Kant de la experiencia empírica de la física como el paradigma de la
experiencia en general. Para Ferraris esta estrategia es equivalente a la famosa revolución
copernicana, razón por la cual afirma que tras nueve años de vida, la revolución llegó a su fin, gracias
al surgimiento de la KU y el reconocimiento por parte de Kant de una forma de experiencia distinta
de la empírica: la estética (Ferraris 2010: 135). Esta acepción de naturalización le permite también a
Ferraris acuñar el término ‘falacia trascendental’, según la cual la entera filosofía trascendental de
Kant se sostiene sobre la naturalización de la física, siendo este paso el resultado de un
constreñimiento histórico: si Kant hubiese vivido en tiempos de Darwin, opina Ferraris, no hubiese
tenido que abordar el problema de las categorías a priori y los esquemas conceptuales pues, gracias a
la teoría de la evolución por selección natural, “somos lo que somos porque hemos evolucionado en
un mundo que es el que es” (2003: 39). Como vimos en la sección anterior, aunque Kant no vivió para
ver el surgimiento del darwinismo y las teorías evolutivas, sí se mantuvo en contacto con las ciencias
de la vida de su época. Ferraris circunscribe el naturalismo kantiano a la física pues fue a través de
ella que se planteó y articuló el problema del conocimiento y la necesidad de lo a priori; no obstante,
Kant recurre a numerosos conceptos y teorías de la embriología para dar cuenta, o tratar de aclarar, su
sistema trascendental. En este sentido, el restringido retrato que pinta Ferraris del intercambio de Kant
con la ciencia no parece ser del todo convincente. Además, al dejar de lado las múltiples
intersecciones entre trascendentalismo y embriología, se pierde de vista el núcleo de la revolución
copernicana; de nuevo, la interpretación de Ferraris resulta reducida –si no es que definitivamente
reduccionista–, en cuanto a los alcances de dicho giro en el proyecto filosófico kantiano. La constante
indagación por la vida y el carácter natural de los seres humanos, así como los límites que Kant le
impone al entendimiento de los procesos biológicos, devela que a la base de la revolución
copernicana se encuentra la libertad moral, no el conocimiento teorético (Shell 1996; Vuillemin
1954), es decir, el ser humano es el punto de partida y la meta de la odisea trascendental.
El trayecto de Huneman guarda cierto paralelismo con el anterior. Su forma de naturalismo
apuntaba a la teleología con el fin de limitar los alcances de las discusiones teológicas en lo
concerniente a la generación de los seres organizados. Su proyecto, aunque no de la misma forma en
que hiciera Ferraris, también tiene que ver con Darwin y la teoría de la evolución. De hecho, el tipo
de naturalismo al que alude Huneman se encausa más del lado de la historia de la ciencia, que del
lado de la historia de la filosofía: si es posible mostrar, como en efecto lo procura, que entre Kant y
Darwin hay un vínculo histórico –mediado, en su caso, por la morfología de Goethe y la anatomía
comparada de Cuvier (Huneman 2006b)–, entonces la teoría de la evolución emerge casi de forma
natural del suelo de una disciplina que ya no lidia con el argumento del diseño y la teología natural,
aun cuando la sociedad victoriana de mediados del XIX siguiera enfrascada en dicha controversia.
Más aún, esta vertiente histórica, aunada al rescate de los elementos kantianos relacionados con los
seres organizados y su estudio, permiten la legitimación de la biología como un modo de hacer
ciencia autónomo, diferente de la física, que cuenta con sus propias preguntas y métodos de
indagación, así como con presupuestos ontológicos y metafísicos independientes (Huneman 2007).
Bajo esta luz, Kant es incorporado a las largas filas de esbirros que se encuentran a disposición de la
filosofía de la biología para continuar su infatigable lucha por la autonomía epistemológica de la
disciplina científica que cobija (y vigila). No obstante, con esta visión parcial que somete a la filosofía
crítica a los problemas de la filosofía de la biología, dice Iain H. Grant (2000: 45), se pierde la
posibilidad de examinar a la naturaleza in toto, junto con la metafísica que la acompaña, a través del
análisis filosófico de los fines naturales.
Por último teníamos a quienes se aventuraban a naturalizar la filosofía trascendental –una
proposición que no puede evitar tener ecos de oxímoron–. El principal aliado de esta rama lo
constituyen los avances y resultados empíricos de las ciencias actuales. En el caso de Moya, la
filosofía trascendental es naturalizable pues su base es la epigénesis, misma que se ha erigido hoy
como la teoría reinante en los estudios sobre el desarrollo embriológico; en consecuencia, el presente
cuya conclusión se encamina a negar la posibilidad de naturalizar la teoría de la mente de Kant (inmersa en el análisis trascendental
de la razón) como si se tratara de un nativista o innatista.
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El malestar kantiano
legitima al pasado. Ya he dicho algo al respecto de lo inapropiada que puede resultar esta lectura, pero
no puedo dejar pasar el momento para enfatizar que la visión de la historia con la cual Moya justifica
su proyecto es lineal y progresiva, en la cual las ideas filosóficas son legitimadas por la evidencia
científica y, por ende, subsumidas a esta última. En el caso de la auto-organización, las apuestas se
verían mucho más moderadas, si no fuera por el pequeño desliz que implica, según lo dictado por la
ciencia empírica actual, que la auto-organización no es sólo una propiedad de los sistemas vivos, sino
también de los no vivos: la barrera entre vida y materia inerte, entre orgánico e inorgánico, se
difumina, de modo que hay una continuidad entre las dos y aparece dentro del discurso científico ese
momento originario –el ‘principio inescrutable’ así denominado por Kant– en el cual la vida emerge
de la mera materia sin vida, mismo que, como el santo Grial, no deja de mantenerse entre sombras y
secretos. Barrer con esta distinción es echar por el suelo todo el edificio kantiano.
Pareciera que aún no he soltado ni el corsé ni las cintas, pero era necesario un último
contacto para hacer más evidente el ‘malestar kantiano’. No puedo ocultar las resonancias de esta
expresión con aquella de la obra de Sigmund Freud aparecida en 1930, El malestar en la cultura. En
ella, Freud se lanza a defender la tesis de que la agresividad es connatural a los seres humanos,
desatando un sinnúmero de consecuencias, en particular la emergencia de la culpa a partir de la
dinámica entre cultura y libertad individual mediada por la estructura trinitaria del yo, el ello y el
super yo. Invitar a Freud a esta discusión puede dar pie a la rocambolesca idea de acostar en el diván
a Kant o a los otros filósofos mencionados en este texto con el fin de entender el influjo de la
economía libidinal en los proyectos naturalistas y naturalizantes. Pero Freud no ha sido invocado
como analista en busca de un diagnóstico; su presencia se instala desde la provocación de una
analogía. En el malestar de la cultura, esta última funge como corsé que constriñe la libertad de los
individuos; de esa coacción nace la culpa, pues el individuo va a tender a realizar acciones que la
cultura no legitima. De igual manera, en el ‘malestar kantiano’ los corsés interpretativos con que se
ajusta al corpus filosófico de dicho autor, ya sean naturalista, naturalizantes, o incluso de otros tipos,
nos fuerzan a verlo desde algún tipo de culpa, ya sea que se le achaque a Kant la culpabilidad de
haber apuntalado un tipo de reflexión filosófica incapaz de ralentizar el curso desbocado de la
humanidad sobre los límites de la resistencia de la naturaleza y la violencia, o a que algunos de sus
simpatizantes se sientan culpables por no estar a la altura de las tendencias filosóficas en boga. No
obstante, la debilidad de la culpa, para utilizar las palabras de Isabelle Stengers referidas a las
imputaciones de herejía sobre ciertos filósofos, “se encuentra en la monotonía de la acusación y de la
perspectiva a la que induce: cada autor se ve interpelado a rendir cuentas ahí mismo donde había
tomado el riesgo de crear” (1997: 54n)11. En el caso de Kant, es la culpa la que moviliza las
arremetidas en contra de su filosofía o los intentos de metamorfosearla, evadiendo el acto creativo en
el cual se forjó; exhortándolo a deshacer lo trascendental, su creación conceptual; ahogando la voz de
un autor que sin viajar en el tiempo, situado en su propia época, tiene aún algo que decirnos.
El malestar repercute, además, sobre el ritmo con que naturaleza, ciencia y filosofía se
orquestan. A pesar de la diversidad de estrategias con las que los distintos autores consultados
emprenden sus esfuerzos naturalistas, o los descubren en Kant, hay una constante ligada al vínculo
entre ciencia y filosofía que requiere esta perspectiva: todos apuntan principalmente hacia los
argumentos esgrimidos por Kant en cuanto al uso teorético de la razón y su aplicación al estudio de la
naturaleza. El término mismo naturalización pareciera exigir tal demanda. Lo interesante del caso
Kant es que, a pesar de la escisión, naturaleza y libertad no se pueden entender de manera aislada;
antes bien, el estudio filosófico de la una requiere ir acompañado del estudio de la otra, pues,
atendiendo a las exigencias de la revolución copernicana, toda reflexión parte del sujeto humano, el
único donde naturaleza y libertad conviven de forma armoniosa, y que, asimismo, puede reconciliar a
los dos reinos en el mundo. Al final, entonces, las exigencias de la naturalización oscurecen el vasto
campo de reflexión kantiana que circula entre la libertad, la moral y la historia12. Al eclipsar la
filosofía práctica de Kant, sólo se está asumiendo la perspectiva epistemológica de la filosofía
trascendental, sin cuestionar la base ontológica sobre la que se sostiene: la escisión entre materia y
Vale la pena agregar que en el pasaje del cual proviene la cita, Stengers pone a Kant del lado de los acusadores por “lanzarse a la
búsqueda de un fundamento capaz de relegar al olvido el ‘hábito’ humeano” (1997: 54n). De acusador a acusado sólo hay una
interpretación de por medio.
12
Un ejemplo formidable de cómo entretejer estos distintos elementos, haciendo un especial énfasis en las repercusiones de las
teorías de la generación para la concepción de la historia de Kant, y que no apela a forma alguna de naturalización, se encuentra en
Sánchez Madrid (2007).
11
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vida. Veamos la antinomia del juicio teleológico para extraer algunas reflexiones a modo de
conclusión y perspectiva:
La primera máxima de tal reflexión es la tesis: Toda producción de cosas materiales y de sus formas ha
de enjuiciarse como posible según leyes meramente mecánicas.
La segunda máxima es la antítesis: algunos productos de la naturaleza material no pueden enjuiciarse
como posibles según leyes meramente mecánicas (su enjuiciamiento exige una ley totalmente distinta
de la de causalidad, cual es la de las causas finales).
Si esos principios regulativos para la investigación se transformaran ahora en principios constitutivos
de la posibilidad de los objetos mismos rezarían entonces así:
Tesis: Toda la producción de cosas materiales es posible según leyes meramente mecánicas.
Antítesis: Alguna producción de cosas materiales no es posible según leyes meramente mecánicas (KU
387).
Pese a su formulación, la antinomia es para Kant una apariencia o ilusión que confunde el
fundamento reflexionante de la teleología con el determinante de la mecánica (KU 389). La
controversia se zanja atendiendo a los distintos modos de que dispone la facultad de juzgar –
determinante o reflexionante–, cuando, en realidad, la antinomia radica en los usos discordantes que
hace Kant del concepto de materia: el problema tanto en la tesis como en la antítesis de la antinomia,
ya sea en su versión de principios regulativos o constitutivos, no es la disputa entre una visión
mecánica y una teleológica, pues bien ha tenido Kant en separarlas y construir con cada una un polo,
sino que en ellas se incluya, de forma irrestricta y por igual en ambos extremos, a la materia. Ya había
declarado párrafos atrás que ‘vida’ es uno de los conceptos fugitivos de la empresa crítica; pues bien,
el de materia también lo es. De hecho, vida y materia van de la mano a lo largo de toda la estructura
trascendental. El abismo entre materia y vida es el pivote sobre el que oscilan la plétora de díadas que
se replican en cada bifurcación del árbol kantiano: libertad y naturaleza, sujeto y objeto, consciencia y
mundo, praxis y teoría, arte y naturaleza, estética y teleología, incondicionado y condicionado,
historia y ciencia, deber y necesidad, noúmeno y fenómeno. La naturaleza, articulada en torno a la
tensa relación de materia y vida, irradia múltiples líneas de reflexión que Kant trata de reunir, ya no
en la unidad sintética de la apercepción –tema de una buena parte de la KrV–, sino en la unidad
sistemática de la razón –tema de la parte final de la KrV y de la casi totalidad de la KU–. Si Kant
tiene éxito en dicha empresa es una discusión que requiere de otro ensayo. No obstante, lo que se ha
dicho hasta ahora sí nos permite afirmar que en Kant el estudio de la naturaleza no es agotado por la
ciencia y el conocimiento de ella derivado: si la tensión entre materia y vida no puede ser resuelta en
la unidad de la apercepción, base fundamental de toda experiencia posible y, por ende, de la ciencia,
sino en la unidad sistemática de la razón, entonces la naturaleza excede también el ámbito de la
experiencia posible, siempre y cuando tengamos presente que el terreno allende a la experiencia
posible es ya jurisdicción del juicio reflexionante y los principios regulativos.
¿Cómo salir al encuentro de la naturaleza? ¿Qué queda entonces para la filosofía y qué para
la ciencia? Si partimos del Kant históricamente contextualizado, no es difícil afirmar que cada una de
estas disciplinas o saberes debería continuar su camino por separado: la ciencia se dedicaría al estudio
de la naturaleza posibilitado por la experiencia empírica; la filosofía al estudio de las condiciones de
posibilidad, a priori, que dan lugar a la ciencia y a otras formas discursivas supeditadas al uso
regulativo de la razón, ya sea la filosofía práctica, la historia, la estética o la teleología. A partir de
esta misma división se orienta el curso de ciencia y filosofía en los naturalismos y naturalizaciones
explorados en páginas anteriores. Saltar dicha barrera requería soltar ese corsé y para ello era
necesario poner en evidencia el lugar del organismo como gozne de aquellos dos modos de
pensamiento, ciencia y filosofía –así como naturaleza y libertad–; así, reconocemos que en Kant el
concepto de fin natural bosqueja la frontera evanescente entre ciencia y filosofía, pues lo que
denominamos ciencias de la vida no calificaba como ciencia de acuerdo con los criterios que él
extrajera de la física newtoniana. Más bien, las ciencias de la vida estaban más próximas a la
metafísica pues requieren del concurso de conceptos derivados del uso práctico de la razón para darle
sentido a las entidades que estudia. Dicha proximidad fundaba, además, la posibilidad de realizar
analogías entre organismo y razón. Bajo la cálida sombra de los organismos, la naturaleza se muestra,
entonces, como la arena en la cual tanto ciencia como filosofía se mueven y desarrollan, al tiempo
que gesta sus encuentros y desengaños. Así, la ciencia no puede reclamar como exclusivamente suyo
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dicho terreno, relegando a la filosofía la labor de determinar los criterios de certeza de su
conocimiento y de limitar el empuje metafísico que nos lleva más allá de la experiencia posible. Esto
último suena contradictorio si consideramos lo que el propio Kant anuncia al inicio de su proyecto
crítico en la KrV; sin embargo, y es parte de lo que he tratado de mostrar brevemente, de la mano del
recurso a las analogías con los organismos y la generación viaja una tonada sutil pero constante que
resuena en cada movimiento de la crítica y de la filosofía trascendental: no podemos olvidar que el ser
humano es un ser natural y que, con él, la naturaleza se filtra también al interior de las preocupaciones
críticas.
Es sobre esta arena, sobre esta forma de salir al encuentro con la naturaleza, donde la
mirada desde el presente toma relevancia, no ya como un juez que sanciona la validez de las
reflexiones kantianas a la luz de nuestro conocimiento actual, sino como una forma de cuestionar al
presente a partir del estudio del pasado. Me refiero específicamente a indagar por la labor de la
filosofía de la ciencia, rama que tradicionalmente se ha debatido entre la mera descripción y la
temeraria prescripción del quehacer científico, además de elaborar hipótesis sobre el presunto
funcionamiento de la racionalidad científica y sus múltiples relaciones con otras esferas de la vida
humana. Pese a ello, la barrera entre filosofía y ciencia se ha mantenido. El llamado, lanzado en este
caso desde el estudio de la filosofía de Kant, consiste en reconfigurar la dinámica entre ciencia y
filosofía a la luz de su interés común en la naturaleza, de modo que la ciencia no sólo se interese en la
filosofía por la legitimación epistémica que pueda encontrar en ella, ni que la filosofía se interese en
la ciencia por ser una más de las actividades realizadas por seres humanos, o que la una pretenda
subsumir a la otra, como en la naturalización extrema: la relación exclusivamente formal es
insuficiente; hace falta reconocer sus contenidos y propiciar su mutua repercusión, optando por
encuentros solidarios que trasciendan la relación entre el sujeto y su objeto de estudio o el discurso
del meta-análisis.
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos
humanos? Algunas consideraciones críticas*
NURIA SÁNCHEZ MADRID1
Resumen
La intención del presente trabajo es indagar si resultad viable considerar al pensamiento de Kant como uno de los
inspiradores del discurso contemporáneo sobre los derechos humanos, con atención a recientes discusiones sobre el
tema. En primer lugar, me ocuparé de presentar una lectura de lo que Kant entiende y denomina como «derecho de la
humanidad», que debe ponerse necesariamente en relación con la libertad como «único derecho innato», tal y como se
formula en la Doctrina del Derecho. En segundo lugar, someteré a debate algunas lecturas recientes del alcance que
las tesis kantianas sobre el carácter jurídico del cosmopolitismo y sobre la posesión común originaria de la Tierra
podrían tener para una comprensión cabal de lo que cabe identificar en su obra como proto-discusión acerca de lo que
hoy en día denominamos derechos humanos. Por último, concluyo que los fundamentos metafísicos que se encuentran
a la base de las frecuentes apelaciones kantianas al derecho sacrosanto de los hombres impiden establecer una
transición entre el planteamiento de Kant y la concepción radicalmente individualista en que se apoya el discurso de
los derechos humanos desde el siglo XX.
Palabras clave: cosmopolitismo, derecho, derechos humanos, Kant, libertad, posesión común originaria.
There may be any Kantian Foundation of Human Rights? Some
Critical Remarks
Abstract
This paper mainly aims at clarifying whether Kant’s thought might provide a sound basis for human rights
contemporary discourses, focusing on recent discussions about this issue. First I shall attempt to display the meaning
of Kant’s expression “right of humanity”, which should be linked to freedom as the “unique innate right” according to
the Doctrine of Right. Second I will discuss some recent readings about the scope of Kant’s claims regarding the
juridical character of cosmopolitanism and the original common possession of the earth, which could justify to see
Kant as a proto-founder of what we understand as human rights in our times. Third I will claim that the metaphysical
groundings of Kant’s usual hints to the sacred right of humanity prevent to argue for a transition between his
argumentation and the clearly individual agent-based conception of human rights from the XXth Century.
Key words: Cosmopolitanism, Freedom, Human Rights, Kant, Original Common Possession, Right.
La intención principal del presente trabajo es proporcionar argumentos en contra de la viabilidad de
considerar el pensamiento de Kant como uno de los inspiradores del discurso contemporáneo sobre
los derechos humanos, con atención a recientes discusiones sobre el tema, en las que destacaremos
especialmente algunas perspectivas críticas (O’Neill, Flikschuh y Sangiovanni) y dos aproximaciones
*
Este trabajo procede de una investigación resultante de los Proyectos Naturaleza humana y comunidad (III). ¿Actualidad del
humanismo e inactualidad del hombre? (FFI2013-46815-P) y Retóricas del Clasicismo. Los puntos de vista (contextos, premisas,
mentalidades) (FFI2013-41410-P), concedidos ambos por el Ministerio de Cultura del Gobierno de España. Agradezco a la
Universidad Complutense la concesión de una licencia de estudios en julio de 2016, que me ha permitido elaborar el presente
trabajo en el Kant Archiv de la Universidad Philipps de Marburgo. También estoy en deuda con los profesores Gerhard Schröder y
Werner Stark por su generosidad intelectual y calurosa recepción en aquella universidad, tan ligada al estudio de la obra de Kant.
1
Universidad Complutense de Madrid.
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
más optimistas (Huber y Pinheiro Walla) acerca de la posibilidad de considerar a Kant un protofundador de la teorización de tales derechos básicos. Se trata de una de las cuestiones de mayor
actualidad de la obra de Kant y de uno de los puntos más directamente relacionados con la discusión
contemporánea sobre las bases y alcance de la justicia global, que autores como Pogge han remitido
sin reticencias a Kant como uno de sus referentes clásicos, especialmente al hilo de su ya dilatada
polémica con Rawls2. Mi propuesta de lectura estará articulada en torno a los siguientes apartados. En
primer lugar, me ocuparé de presentar una lectura de lo que Kant entiende y denomina como ‘derecho
de la humanidad’, que debe ponerse necesariamente en relación con la libertad como ‘único derecho
innato’ según la Doctrina del Derecho. Intentaré fundamentar mi valoración positiva de propuestas
recientes realizadas por algunos de los especialistas mencionados para considerar tal mención del
derecho en Kant como una idea trascendente, que estaría más destinada a orientar el juicio de los
gobernantes que a imponer a los representantes legítimos de la soberanía estatal tareas y fines
concretos. En segundo lugar, someteré a discusión algunas lecturas recientes del alcance que las tesis
kantianas sobre el carácter jurídico del cosmopolitismo y sobre la posesión común originaria de la
Tierra podrían tener para una comprensión cabal de lo que cabe identificar en su obra como protodiscusión acerca de lo que hoy en día denominamos derechos humanos. Por último, intentaré sostener
que los fundamentos metafísicos que se encuentran a la base de las frecuentes apelaciones kantianas
al derecho sacrosanto de los hombres impide establecer una armoniosa transición entre la postura de
Kant y la concepción radicalmente individualista en que se apoya el discurso de los derechos
humanos en el siglo XX. En este sentido, quizás con excepción de Hannah Arendt (1949, 1951/2006),
no podría afirmarse sin caer en un arriesgado anacronismo un solapamiento fructífero de intereses
entre las afirmaciones de Kant y las realizadas por autores como Beitz (2003, 2009) o Tasioulas
(2010), lo que a mi entender rebaja considerablemente el optimismo que la investigación sobre
justicia global ha mostrado a menudo ante al cuerpo doctrinal suministrado por uno de los pensadores
clave de la Ilustración europea3. Será recomendable tener en cuenta, en un planteamiento como el que
pretendemos abordar, la observación siguiente de Kleingeld sobre el uso plural del término
cosmopolitismo en Kant:
En la discusión intelectual de finales del siglo XVIII la terminología del ‘cosmopolitismo’ (y
expresiones relacionadas) tenía un sentido coloquial y otros más específicos, y todos están
representados en la obra de Kant, que usa el término ‘ciudadano del mundo’ coloquialmente para referir
a una persona de mente amplia (no cerrada) y benevolente, ‘amiga de la humanidad’ (V-Mo/Phil, AA
2:448; V-Mo/Mrong, AA 27:1550). Pero también usa el lenguaje del cosmopolitismo en un sentido más
específico. Le confiere un significado literal en el contexto de su filosofía legal y política, pero lo usa
metafóricamente en su filosofía moral (Kleingeld 2016: 14).
Participo de las sospechas que algunos especialistas han expresado a propósito de la
facilidad con que teóricos del cosmopolitismo vinculado a las teorías sobre la justicia global
consideran a Kant una fuente inspiradora de sus propios discursos 4, aunque por supuesto no querría
Vid. Pogge (2014: xviii): “Kant ha pensado intensamente problemas (...) referidos a los medios por los que puede alcanzarse una
sociedad justa a partir de un status quo imperfecto, al modo en que el progreso moral ha aparecido y puede hacerlo en la historia y
a la interacción entre progreso e instituciones sociales y progreso de las disposiciones morales”. Todas las traducciones al español
de los pasajes citados son mías.
3
Sobre la crítica de este optimismo –e incluso entusiasmo, desde la crítica de las posiciones de Applbaum– puede acudirse a
Flikschuh (2016: 282-283): “Buena parte del pensamiento cosmopolita actual parece contener elevadas cargas de emocionalidad.
Hasta cierto punto es comprensible: los retos morales son elevados y la necesidad de acción, urgente. Muchos pensadores actuales
del cosmopolitismo se consideran inspirados por Kant; Applbaum entre ellos. (...) A este propósito, las observaciones dispersas por
Kant en la Doctrina del Derecho sirven de antídoto crítico. Mientras que los primeros escritos cosmopolitas de Kant con
frecuencia dejan entrever el fervor moral en cierto modo reflejado en la mayor parte de la teorización cosmopolita actual, la
distinción del último texto de Kant entre tres formas interdependientes de derecho público esboza un marco institucional posible
para el pensamiento cosmopolita, que puede funcionar como contrapeso de formas excesivamente entusiastas de cosmopolitismo”.
4
Me refiero por ejemplo al comentario siguiente de Cavallar (2015: 165): “Incluso si Kant es habitualmente la referencia clave del
nuevo cosmopolitismo, permanece con frecuencia confuso cuál ha sido su contribución o qué es lo que defiende. Hay a menudo
referencias a “la perspectiva kantiana”, “el legado kantiano”, “la tradición kantiana” o al cosmopolitismo “en sentido kantiano”,
pero no hay consenso acerca de lo que estas expresiones implican”.
2
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
silenciar en modo alguno que esa misma línea de investigación cuenta con teóricos que no perciben
como algo necesario la referencia a este autor. Considero que esta tendencia constatable
bibliográficamente no suministra pruebas suficientes que acrediten la legitimidad de hacer de Kant un
fundamento evidente de tales teorías contemporáneas del cosmopolitismo 5. Más bien, sería deseable
reconocer que la consideración de que los escritos de Kant hayan podido inspirar teorías actuales
sobre la dignidad y la protección de los seres humanos a escala global ha desembocado en algunos
errores metodológicos importantes, que como señalaba antes, lindan con la práctica del anacronismo
en el análisis conceptual.6 Con el propósito de evitar tales problemas será de utilidad tomar también
en consideración el siguiente pasaje de Cavallar:
Kant no preconiza un sistema internacional que discrimine frente a estados no republicanos o no
liberales, puesto que subscribe el principio de autodeterminación política. Declara la no intervención
como una norma básica de la ley internacional, al postular que los Estados que establecen condiciones
legales deben ser considerados personas jurídicas (Cavallar 2015: 174).
El pasaje apunta a una cuestión esencial para proceder a una comprensión cabal de la idea
kantiana de derecho cosmopolita –elemento de diálogo fundamental entre Kant y la tradición teórica
de los derechos humanos–, toda vez que recuerda la aporía que Flikschuh calificara en un trabajo
publicado en 2010 como ‘el dilema de la soberanía de Kant’, consistente básicamente en el
desequilibrio que la doctrina kantiana del derecho establece entre el reconocimiento de legitimidad
que concede a la forma estado y el margen de agencia política que cabe asignar a instituciones de
carácter internacional. Conceder al Estado republicano, es decir, al Estado de derecho en su acepción
kantiana, un estatuto dotado de tamaña centralidad en el marco jurídico-político, obliga a discrepar de
posiciones que proclaman la viabilidad de una defensa de la intervención de unos Estados en la
política interna de otras naciones con fines civilizatorios, defendida por Hruschka y Byrd en su
célebre comentario de la Doctrina del derecho7 y en varios artículos por Bernstein (2014: 244).8 Se
trata de una tesis que, por otra parte, puede considerarse inspirada por Kant, pero no representada,
sino en todo caso abiertamente condenada por sus textos, como es el caso del artículo preliminar
quinto de La paz perpetua, que conduciría a los defensores de la vigencia del derecho internacional
esbozado por Kant a uno de los principales cul-de-sac a los que se ven abocados, a saber, la
inexistencia en Kant de un proyecto de extensión cosmopolita del orden republicano hasta convertirlo
en orden mundial9. Por el contrario, en los textos de las obras a que nos referimos se señalan
instrumentos que dejan insatisfechos a tales intérpretes, por su carácter regulativo y no constitutivo,
como la emulación y el ejemplo, esto es, medios vinculados a la educación, que a ojos de Kant
pueden conducir a hacer de la experiencia revolucionaria francesa una ocasión para la reforma
política y el progreso civilizatorio en el resto de naciones, como veremos un poco más adelante. A
5
Junto con la reciente monografía de Cavallar (2015), la dedicada por Kleingeld (2011) a la procedencia histórica y justificación
del cosmopolitismo en Kant sigue siendo la referencia clave para cualquier estudio sistemático sobre este tema.
6
En este sentido estamos en deuda con el valiente estudio de Oliver Sensen (2011), que ha supuesto un auténtico punto de
inflexión en el estudio de la razón práctica kantiana a nivel internacional y ha recibido sugerentes objeciones en la sección
“Berichte und Diskussionen” del volumen 106/1 (2015) de la revista Kant Studien.
7
Nos parece problemático el siguiente comentario de Byrd/Hruschka (2010: 195), pues parece extender la coacción autorizada por
el postulado del derecho público en la Doctrina del derecho (§42) a las relaciones entre distintos Estados o entre Estados
constituidos y naciones sin Estado: “Kant sostiene que los Estados tienen un derecho en el estado de naturaleza a obligar
coactivamente a las naciones vecinas a ingresar en un Estado de Estados jurídico. Si sus vecinos no quieren ingresar en un estado
jurídico, el Estado puede declarar la guerra para obligar coactivamente a sus vecinos a hacerlo. Una guerra declarada para
“establecer un Estado que aproxime al estado jurídico” (MS, RL, § 55, AA 06: 344) debe permitirse, toda vez que se exige a los
Estados abandonar el estado de naturaleza e ingresar en un estado jurídico”.
8
Bernstein sostiene en este artículo una posición más matizada que en su trabajo anterior (2008: 93). Vid. también Tasioulas
(2010).
9
Sobre estas dificultades para rastrear en Kant un derecho a la intervención militar con fines civilizatorios, que Kant tanto tacha
como uno de los peores vicios de la humanidad en su crítica al colonialismo, puede acudirse a mis trabajos (Sánchez Madrid
2015b: 51-55, 2016). Una crítica de la convicción kantiana de que la soberanía estatal es indivisible, por lo que no puede
compartirse ni distribuirse entre Estados –tampoco con fines civilizatorios y de aproximación a un estado jurídico público a nivel
global–, se encuentra en Pogge (2005).
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
falta de instrumentos coactivos, que estima ilegítimos racionalmente, Kant muestra su confianza en
que la mímesis cuente con cierta eficacia en el ámbito de las relaciones internacionales entre los
Estados10, funcionando así de modo similar al obstáculo interno que la hipocresía impone a tantos
gobernantes con respecto a la transgresión de los principios del derecho (ZeF AA 08: 375-376). Así
pues, con arreglo a los textos ante la percepción del sufrimiento de otros pueblos los Estados
republicanos pueden ejercer todas las presiones posibles, con excepción de la acción militar. La
reticencia de Kant a reconocer a un Estado como enemigo injusto en la Doctrina del Derecho es muy
sintomática a este respecto. Allí afirma que, aunque la sistemática violación de los pactos públicos
por parte de un Estado pusiera en peligro la libertad de los demás, de suerte que estos se vieran
obligados a unirse y arrebatarle el poder, ello nunca podría acontecer con la intención de “repartirse el
país” (MS, RL, § 60, AA 06: 349), pues ello significaría arrebatar a un pueblo su legítimo derecho a
dotarse a sí mismo de una constitución.
El estatismo en torno al que se construye el cuerpo doctrinal de la teoría racional del
derecho ha sido matizado por otros reconocidos especialistas en el pensamiento político-jurídico de
Kant –como Williams–, singularizando el punto de vista de la vertiente cosmopolita que atraviesa ese
mismo pensamiento, hasta el punto de referirse a la viabilidad de un “régimen legal internacional”
(Williams 2014: 24), promovido por la presencia en Kant de una multiplicidad de niveles en el
planteamiento de la ley y los derechos. Ahora bien, a nuestro juicio debería subrayarse
suficientemente el hecho de que todas las exhortaciones a la extensión de la legalidad republicana y
sus mecanismos de garantía a la totalidad del planeta no pueden servirse del recurso a la coacción
(vid. Sánchez Madrid 2015a: 60-65). En el trabajo anteriormente citado el propio Williams alude
justamente a las ventajas derivadas de la clara conexión entre consenso y derecho en la teoría kantiana
de la federación, toda vez que confirma que las naciones que se avienen a conformar una entidad
internacional dotada de autoridad política han alcanzado una plena madurez política, mientras que las
que deben ser aún interpeladas y exhortadas a hacerlo demuestran con su conducta no estar
“preparadas para un conjunto de relaciones completamente legales con otros estados” (Williams
2014: 25). Kleingeld, por su parte, ha situado –con mayor acierto que en el caso de Williams a
nuestro entender– en el concepto de patriotismo el gozne de efectiva unión entre el derecho político
estatal y el derecho cosmopolita, sosteniendo que la culminación de la constitución republicana se
encuentra vinculada en Kant con la ampliación de los límites del derecho y la progresiva conversión
de todos “los hijos de la Tierra” en ciudadanos del mundo11. La línea argumentativa del presente
trabajo comparte con esta destacada intérprete que la madurez estatal es la principal evidencia
reconocida por Kant que nos permite confiar en que la unión pacífica cosmopolita sea el único destino
posible para los distintos pueblos12. Ahora bien, el camino hacia ese estado de madurez no puede
protagonizarlo nadie más que el pueblo que debe transitarlo, sin que el derecho cosmopolita o la
invocación de unos discutibles ‘derechos humanos’ puedan poner en solfa esta profunda convicción
kantiana.
Véase la lúcida observación Sangiovanni sobre este punto (2015: 679): “[e]l derecho innato y sus corolarios no pueden
suministrar la base para un instrumento con autoridad regional en el ámbito de los derechos humanos. Como mucho, si queremos
permanecer dentro del marco kantiano, podríamos considerar un cuerpo internacional que proporcione meras opiniones cuyo
objetivo fuera asesorar. Tal cuerpo podría emitir recomendaciones a los Estados sobre cómo mejorar su protección del derecho
innato (y el sistema recíproco de libertad que manda tal derecho), pero esto no podría imponer obligaciones genuinas ni exigir
coactivamente el cumplimiento de sus juicios de ninguna manera. Esto queda muy lejos de los tipos de derechos humanos por los
que nuestros contemporáneos abogan y por los que los expertos consideran estar luchando”.
11
Vid. Kleingeld (2016: 19): “Kant sostiene que los deberes cosmopolitas y patrióticos son compatibles, por cuanto ambos están
orientados a la realización del derecho. Pues si la república es ella misma requerida como parte de la empresa de producir una
‘condición cosmopolita’ del derecho, cumplir con el deber propio como ciudadano de una república está en la misma línea que el
deber cosmopolita que le compete (Kleingeld 2000). Al basarse este argumento en la noción de república, no implica que los
sujetos de un estado ‘despótico’ tengan un deber patriótico similar”.
12
Merece la pena profundizar en la crítica de las prácticas coloniales elaborada por Kant y su proyección en la actualidad, de lo
que se han ocupado Ajei/Flikschuh (2014: 223): “Kant puede haber estado en condiciones de reconocer el –entonces incipiente–
problema de la mentalidad colonialista. Tenía los recursos teóricos para ello. Tales recursos remiten al formalismo de Kant, más
específicamente, a su formalismo jurídico”.
10
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1. Una visión trascendente de los derechos humanos
Un número relevante de afirmaciones de Kant sobre la condición cosmopolita de los Estados ofrecen
un aspecto inequívocamente conservador, si las comparamos con las expectativas de especialistas en
justicia global como Pogge, Risse o Ronzoni13, toda vez que juicios y consideraciones políticas
palmariamente razonables –y con toda probabilidad indiscutibles para cualquier ciudadano de una
democracia deliberativa actual, no estarían en condiciones de vulnerar ni un ápice la autonomía
política de los Estados, sancionada en la Doctrina del derecho–.14 Como si de la contracara de
semejante parecer se tratase, es cierto que Kant pondera, como recordábamos antes, la capacidad de
una joven república europea –la derivada de la Revolución francesa– como un foco en condiciones de
impulsar el progreso de la Ilustración en la historia humana. Pero la fuerza del argumento estriba en la
facultad que se adscribe a tal república para actuar como modelo a emular por otras naciones, que
advertirán paulatinamente la necesidad de su coordinación federal con vistas a suprimir la guerra,
fuente principal del mal en la historia:
Nosotros podemos hacernos una idea de cómo se puede realizar esta idea de una federación, podemos
imaginarnos su realidad objetiva, que ha de extenderse paulatinamente a todos los Estados y conducir
así a la paz perpetua: si la fortuna dispone que un pueblo fuerte e ilustrado se transforme en una
república (la cual debe tender, por su propia naturaleza, a la paz perpetua), esa república puede
convertirse en el núcleo de la unión federativa con otros Estados, que se unirían a ella, garantizando así
un estado de libertad de conformidad con la idea de derecho internacional y que se iría ampliando poco
a poco con más adhesiones de este tipo (ZeF AA 08: 356)15.
Esta opción por la emulación como una de las puntas de lanza del derecho cosmopolita
kantiano dificulta asimismo fundamentar deberes jurídicos destinados a proteger la agencia individual
alrededor del mundo, toda vez que son los Estados los que, distributiva y no colectivamente, están
llamados a ofrecer a los sujetos la promoción al estatuto de ciudadano, esto es, a volver efectiva su
libertad como único derecho innato. Y la constitución de una autoridad política estatal impide a los
agentes individuales realizar una suerte de revisión regular de la legitimidad de sus respectivos
Estados, que pudiera justificar un presunto derecho de resistencia a aquella suprema autoridad
político-jurídica. Por el contrario, semejante itinerario incitador a la rebeldía frente a la única
autoridad pública legítima debería declararse sencillamente como fuera de la ley. Todo en la
argumentación de Kant está articulado de manera que el poder se destruya a sí mismo en caso de que
no se respete la consistencia interna de la comunidad política16, que, a diferencia de lo que caracteriza
a una sociedad, procede de una subordinación sin paliativos de los ciudadanos al legislador. De
acuerdo con mi lectura de la célebre exhortación de Kant al hecho de que la injusticia surgida en un
rincón de la tierra no puede sino sentirse en cualquier otro (ZeF AA 08: 360), la condición básica para
su interpretación cabal no pasa por ver en ella la apelación a fundar una unión política internacional,
destinada a proteger a todos los seres humanos que habitan la tierra. Por el contrario, tiendo a pensar
13
Sobre la dificultad para cohonestar las líneas de argumentación de estos autores con los escritos kantianos, puede acudirse a mi
trabajo (Sánchez Madrid 2014).
14
MS, RL, AA 06: 320: “La razón por la que el pueblo debe soportar, a pesar de todo, un abuso del poder supremo, incluso un
abuso considerado como intolerable, es que su resistencia a la legislación suprema misma ha de concebirse como contraria a la ley,
incluso como destructora de la constitución legal en su totalidad. Porque para estar capacitado para ello tendría que haber una ley
pública que autorizara esta resistencia del pueblo; es decir, que la legislación suprema contendría en sí misma la determinación de
no ser la suprema y de convertir al pueblo como súbdito, en uno y el mismo juicio, en soberano de aquel al que está sometido, lo
cual es contradictorio”. Traducción de J. Conill y A. Cortina. Las obras de Kant aparecen citadas según la edición de la Academia
de las Ciencias de Berlín, con arreglo a las indicaciones de la Kant Forschungsstelle de la Univ. de Mainz: http://www.kantgesellschaft.de/de/ks/HinweiseAutorenSiglen_neu.pdf
15
Traducción de Joaquín Abellán.
16
Cf. la visión negativa de la ‘consistencia interna’ de la noción kantiana de soberanía política en Meckstroth (2013: 37):
“[i]ncluso en el caso doméstico, son necesarios juicios empíricos entre potenciales candidatos a la soberanía de un territorio y de
unos ciudadanos dados. Sin embargo, Kant no proporciona nunca una explicación por principios del modo en que tales juicios
puedan defenderse o de quién tenga el derecho a hacerlos en casos de conflicto político”.
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que los Estados son a juicio de Kant el único espacio político posible en el que la violación del
derecho podría sentirse y recibir consiguientemente una contundente réplica. Todo parece indicar en
los textos –podemos restringir nuestra mirada a La paz perpetua– que los Estados dotados de una
genuina constitución republicana producen su propia comunidad global, en el bien entendido de que
el elemento que fomenta tal federación no es externo, sino interno a la unión civil constituida por cada
pueblo o nación, como ocurre en la formación de las galaxias en el cosmos. 17 Es más, la comunidad
cosmopolita está supeditada en Kant a la promoción de la agencia política estatal, que confirma que la
comunidad ideal funciona aquí más como un objetivo ideal que como una efectiva autoridad política
supraestatal.
Así pues, la teoría kantiana del Estado de Derecho asigna un alcance regulativo a la unión
federal, que está llamada a fortalecer las condiciones pacíficas en la Tierra. Comparto en este sentido
con Flikschuh su impresión de que nada en la Doctrina del Derecho exige fundamentar derechos
humanos específicos, lo que sin embargo no implica la exclusión como principio reflexivo y
regulativo de todo principio similar al menos a lo que hoy en día consideramos como derechos
humanos.18 En efecto, las alusiones habituales en Kant a los derechos de la humanidad como un
asunto sagrado recuerda al comandante supremo de una nación que debe cumplir con un compromiso
elevado, hasta el punto de resultar coherente considerarlo como una tarea directamente concedida al
gobernante por el mismo Dios. El siguiente pasaje de una nota a veces postergada de La paz perpetua
puede servirnos de botón de muestra de este parecer:
Los elevados tratamientos que se han dado a los gobernantes han sido tachados de vulgar adulación
(«ungido de Dios», «administrador de la voluntad divina en la tierra» y «representante de Dios»), pero
me parece que estos reproches no tienen fundamento. —Es una gran equivocación decir que este
tratamiento haga al gobernante arrogante, pues más bien debe abatirle su espíritu, si tiene
entendimiento —algo que hay que presuponer— y piensa que ha recibido un cargo demasiado grande
para un hombre, concretamente administrar lo más sagrado que tiene Dios sobre la tierra, el derecho de
los hombres, y que tiene que estar constantemente preocupado por haberse situado demasiado cerca del
ojo de Dios (ZeF AA 08: 353, nota)19.
El pasaje recuerda también la preocupación manifestada por Kant en la proposición VI de
Idea de una historia desde un punto de vista cosmopolita, a propósito de la dificultad que entrañan
tanto el arte de gobierno como el de educar, desde el momento que es siempre un ser humano el que
ejerce de jefe de otro ser humano, sin poder apelar a una hechura más elevada que invite a otorgarle el
mandato. Se trata asimismo de un pasaje útil para distinguir entre una constitución republicana y la
democrática, donde la última carece –como es bien sabido– de instrumentos de representación. El
recordatorio teológico de Kant desempeña sin duda alguna una función metafórica, y, por tanto,
retórica –como las menciones a la Providencia de la Naturaleza en este mismo escrito kantiano–, pero
en su retoricidad no deja de señalar que en la tarea de representación política hay siempre un exceso
que no puede rebajarse totalmente ni traducirse a términos mecánicos e inmanentes. Un exceso sin el
que la teoría kantiana de la política podría reducirse a un modelo mecánico como el de Hobbes. En
17
Una imagen que Kant maneja metafóricamente en su obra jurídico-política como suma expresión de organicidad y autonomía.
La obra primordial para reconocer el alcance político de tal imagen es Historia general de la naturaleza y teoría del cielo (1755).
Vid. Sánchez Madrid (2009).
18
Flikschuh (2015: 665-666): “Diría que nada de lo afirmado en la Doctrina del derecho requiere recurrir al concepto de derechos
humanos como fundamento necesario para la reivindicación práctica de una ley positiva. El concepto de derechos humanos es,
según mi lectura, diferente del de derecho innato, que es indispensable para la justificación moral de las exigencias de propiedad
sustantivas de las personas. Por otra parte, concedo que no hay tampoco nada en la Doctrina del derecho que excluya concebir la
idea de los derechos humanos como un concepto trascendente relativo al dominio de la elaboración de leyes positivas. En
particular, en la medida en que la idea no sea tratada como suministradora de una premisa fundante para legitimar moralmente
cierta legislación, nada habla en contra de su posible estatus como una idea reflexiva subjetivamente necesaria que surge del
mismo proceso de producción de leyes públicas”.
19
Vid. también O’Neill (2005) y Dorsey (2005).
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todo caso, no se abre con ello una vía de trabajo que pueda arrojar esperanzas a los interesados en
poner a Kant en diálogo con las preocupaciones de los teóricos de los derechos humanos en la
actualidad. Frente a tales expectativas, mi propuesta sería tomar en consideración, a partir
fundamentalmente de la lectura de Flikschuh, las siguientes tres tesis:
i) La teoría kantiana del Estado de derecho no desemboca en un conflicto de legitimidad entre la
autoridad estatal y la federal.
ii) La apelación a los derechos de los seres humanos coincide con el punto de vista que Dios o la
Providencia dirigen a los asuntos humanos.
iii) No hay rastro en el pensamiento de Kant de una concepción en clave subjetiva de los derechos
humanos, en tanto que derechos asignados a los agentes individuales por encima de su pertenencia a
un Estado.
A mi juicio, el tercer punto es la clave para comprender debidamente los dos primeros, dado
que explica por qué Kant no considera la agencia individual, sino más bien al punto de vista de una
divinidad de corte deísta encarnada en la Providencia como Sabiduría suprema, como instancia
suprema desde la que plantear la cuestión de los derechos de la humanidad. La referencia explícita a
esta clase de derechos puede rastrearse en escritos de Kant como La paz perpetua y Teoría y práctica.
Aparte del pasaje reproducido de La paz perpetua, el trabajo preparatorio de este mismo escrito
sostiene, por ejemplo, que la constitución republicana se caracteriza por su correspondencia con el
“derecho de la humanidad” (VAZeF AA 23: 164), es decir, por su cumplimiento de los principios de
libertad e igualdad y su disparidad con respecto a la configuración despótica del Estado. Asimismo,
La paz perpetua recoge en la parte final de su tercer artículo definitivo la consideración del derecho
cosmopolita como una parte constituyente del sistema del derecho público, concretamente en los
términos del “complemento necesario del código no escrito del derecho político y del derecho
internacional para un derecho político de los hombres como tales” (ZeF 8: 360; trad. de Joaquín
Abellán), encargado de actuar de manera positiva en la aproximación a una pacificación progresiva de
los distintos Estados. Finalmente, el escrito sobre el Gemeinspruch sostiene que de la confianza en un
progreso constante del género humano hacia lo mejor depende la victoria sobre “una premeditada
violación recíproca de los más sacrosantos derechos del hombres” (TP AA 08: 307; trad. de Roberto
R. Aramayo). Pero ¿cuál es el lugar teórico al que remiten todas estas alusiones a un derecho de los
hombres que ningún interés parcial, por legítimo que sea, puede transgredir? La perspectiva
interpretativa adoptada por autores como Onora O’Neill, Katrin Flikshuh y, con una radicalidad que
no puedo compartir, Andrea Sangiovanni, son de ayuda –como esperamos haber mostrado– para
abordar esta primera tarea, optando por la hermenéutica de la expresión como una suerte de corolario
trascendente de la hechura racional del derecho en Kant, cuyo baricentro es indefectiblemente estatal.
Como intentaré probar en el segundo apartado, Kant muestra en su teoría del derecho tener
una conciencia clara acerca de las consecuencias que la posesión común originaria de la Tierra y la
esfericidad de nuestro planeta generan en el plano jurídico, de suerte que este hecho empírico se vea
dotado de una función política regulativa. Pero hay otro elemento esencial para sostener que en Kant
la protección de cualquier vida humana sobre la Tierra compete a la autoridad estatal. Nos referimos a
la necesidad de que la protección de los sujetos y, por tanto, el respeto de su derecho innato a la
libertad, se corresponda con un control suficiente por parte de la autoridad pública de los recursos
materiales y del territorio del que se trate en cada caso. Se apunta con ello al frecuente reproche a los
derechos humanos –véase Arendt (1949, 1951/2006)– por su abstracción con respecto a las
condiciones fácticas concretas sin las que no pueden considerarse dotados de eficacia legal. La
siguiente observación de Flikschuh me parece sumamente dilucidadora con respecto al vínculo
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kantiano entre las condiciones materiales de la soberanía estatal y el respeto efectivo de esos
derechos:
No tengo conocimiento de que la mayor parte de los estados establecidos hayan llegado de manera
característica a la garantía de la provisión de servicios centrales público –saneamiento, educación,
servicios de salud– sobre la base de compromisos explícitos con los derechos humanos. Por el
contrario, la preocupación sería por lo habitual mejorar la capacidad soberana, esto es, garantizar el
ejercicio efectivo y legítimo de la autoridad coactiva a través de la asunción parcial de responsabilidad
pública. (...) Así pues, hasta que no reconozcamos un vínculo entre el cumplimiento de los derechos
humanos y la competencia soberana, por un lado, y entre la competencia soberana y el suministro de
bienes públicos, por el otro, puede haber razón para pensar que la mejor ruta hacia los derechos
humanos consista en el fortalecimiento de la competencia soberana, especialmente en el nivel del
suministro de bienes públicos (Flikschuh 2011: 34-35)20.
El texto no tiene el propósito de justificar la corrupción de tantos sedicentes Estados de
derecho en tantas regiones de la Tierra, sino más el de enfocar algunas dificultades que la mayor parte
de los Estados postcoloniales encuentran cuando pretenden desempeñar una verdadera agencia
política. Flikschuh, como anteriormente O’Neill (2005), anima a los intérpretes del cosmopolitismo
kantiano, entre los que se encuentra, a no olvidar el nexo existente entre la autoridad estatal y el
compromiso con la protección política efectiva de un territorio y una sociedad, tarea que comporta el
control de los recursos naturales y manufacturas del país. Por el contrario, la historia transmite que el
control que algunos gobiernos tienen sobre sus propios bienes y recursos es realmente escaso, hecho
que necesariamente debe ser tomado en consideración en una lectura de la actualidad de la teoría
kantiana del Estado de derecho, es decir, de su modelo republicano.
2. El alcance de la posesión común originaria de la Tierra para una fundamentación de los derechos
humanos en clave kantiana
A pesar de que mi posición ante el uso habitual que se realiza de los textos de Kant en buena parte de
las discusiones actuales sobre los derechos humanos es escéptica, me parece asimismo desenfocado
optar –como es el caso de Sangiovanni– por el camino radicalmente contrario al que venimos de
criticar. A mi juicio, no sería sostenible desconectar enteramente la fórmula de la humanidad, tal y
como queda expresada en la Fundamentación, el concepto kantiano de dignidad y el principio
universal del derecho21. Por el contrario, considero que debe destacarse la presencia en la Doctrina
del derecho de pasajes clave acerca de un derecho universal de los seres humanos a desplazarse
libremente por la tierra, imposible de fundamentar sin recurrir a conceptos tales como el de dignidad
humana y a la consideración del ser humano como un fin en sí mismo en virtud de su libertad. En esta
línea, cabría sostener que la posesión común originaria de la Tierra que todos los seres humanos
comparten de manera indefectible será esencial para visibilizar el nivel de lo regulativo en el propio
cuerpo del derecho racional y calibrar así debidamente la estructura sistemática que lo jurídico posee
en Kant:
Todos los hombres están originariamente (es decir, antes de todo acto jurídico del arbitrio) en posesión
legítima del suelo, es decir, tienen derecho a existir allí donde la naturaleza o el azar los ha colocado (al
margen de su voluntad). Esta posesión (possessio), que difiere de la residencia (sedes) como posesión
voluntaria y, por tanto, adquirida y duradera, es una posesión común, dada la unidad de todos los
Cf. Ajei/Flikshuh 2014: 238-244; O’Neill 2005, passim; Dorsey 2005, passim.
Sangiovanni (2015: 689): “[s]i la concepción de la dignidad de Kant y la Fórmula de la Humanidad no son ni necesarios ni
suficientes para reconstruir la teoría del derecho de Kant, entonces no es posible derivar una teoría de auténticos derechos humanos
kantianos tomando únicamente esta base. Aunque alguien pueda reinventar el concepto de dignidad de Kant para otros usos, esto le
llevaría más allá de lo que una auténtica teoría kantiana podría autorizar”.
20
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
lugares sobre la superficie de la tierra como superficie esférica: porque, si fuera un plano infinito, los
hombres podrían diseminarse de tal modo que no llegarían en absoluto a ninguna comunidad entre sí,
por tanto, esta no sería una consecuencia necesaria de su existencia sobre la tierra (MS, RL, § 13, AA
06: 262, trad. citada).
El pasaje citado enfoca con toda intensidad el alcance que las ideas de la razón, como la de
comunidad originaria del suelo, poseen en el interior de la propia teoría jurídica kantiana, que no en
vano se reivindica racional y no inspirada por la práctica de los jurisconsultos. Lo que reclama el
texto es que ninguna autoridad pública menosprecie ni ponga en riesgo una realidad fáctica que
sencillamente no es materia de elección, sino consecuencia de una hechura física, como es el hecho de
que todos los seres humanos comparten una misma Tierra de la que no pueden escapar y en la que,
llegado el caso, han de poder quedar resguardados de las inclemencias de la naturaleza y de las
agresiones de otros individuos. En definitiva, la comunidad originaria de la Tierra comparece en la
doctrina racional del derecho como la expresión más acabada de la lex iusti que debe inspirar los
esfuerzos de toda sociedad por salir del estado de naturaleza, es decir, de barbarie (MS, RL, AA 06:
236-237). Recientes publicaciones de Pinheiro Walla y de Huber se han ocupado precisamente de
esclarecer el estatuto conceptual de afirmaciones de Kant como la anteriormente citada, abriendo
nuevas vías de interpretación en clave regulativa del derecho kantiano. Parece fuera de toda duda que
Kant alude en pasajes como el precedente a una fuente de normatividad jurídica –o proto-jurídica–,
pero la cuestión sería determinar de qué tipo de normatividad debería hablarse a este propósito. Por de
pronto, es preciso señalar que el texto sirve de base para que en las consideraciones kantianas sobre el
derecho cosmopolita cada sujeto vea reconocido su derecho a visitar –de manera voluntaria, como
comerciante, o involuntaria, cuando se trata de un naufragio, por poner dos ejemplos distintos–
distintas regiones de la Tierra –naciones o no–, de las que ni es oriundo ni ciudadano. Recordemos
que, como es bien sabido, el derecho cosmopolita, una versión del actual derecho internacional
privado en definitiva, no reconoce al individuo ningún derecho de residencia en el territorio en que
recala, sino más bien un derecho de visita o de auxilio provisional, en el caso de que su voluntad o
accidentes naturales le hayan conducido hasta allí. Considero que en este contexto de análisis,
Pinheiro Walla ha apuntado muy razonablemente a la conveniencia de considerar el derecho
cosmopolita como signo de una normatividad que la lex iusti exige de manera continuada en un
mundo dominado por autoridades de nivel estatal:
A pesar de que se trata de un desarrollo positivo en la transición de la lex iusti, a través de la lex
iuridica, a la lex iustitiae distributivae en la condición civil, la lex iusti no se vuelve superflua en la
condición civil, sino que sigue siendo la fuente de la normatividad y, consiguientemente, de la
legitimidad, de los ulteriores desarrollos del derecho. La necesidad de mantener la compatibilidad del
desarrollo del derecho con su fuente normativa a priori es lo que origina el derecho cosmopolita. En
este sentido, derecho cosmopolita tiene una función en la teoría de Kant similar al derecho de necesidad
en Grocio y a los derechos imperfectos en la teoría de Pufendorf (Pinheiro Walla 2016: 17).
Encuentro acertado y participo de la idea de que las tareas y fines impuestos a la humanidad
por el respecto de lo recogido bajo la lex iusti no desaparecen con el advenimiento de la condición
civil, al no poder solaparse enteramente con la constitución de un Estado republicano. También
comparto la propuesta de comparar los principios racionales inspiradores del cosmopolitismo
kantiano con lo que teóricos del derecho natural, como Grocio y Pufendorf consideraron derecho de
necesidad o derechos imperfectos, cuya miopía con respecto a las bases racionales del derecho, sin
embargo, Kant critica con dureza en el curso Naturrecht Feyerabend. Podría decirse que Kant
procede a una reformulación en clave inmanente y racional del ius necessitatis de los teóricos del
derecho natural. Estamos de acuerdo en la tesis de que los fines de la lex iusti van mucho más allá de
los consumados por la lex justitiae distributivae, iluminando el fondo racional que sostiene la entera
normatividad jurídica en Kant. En este contexto, y reconociendo el provecho extraído de la apuesta de
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
Pinheiro Walla, mi propuesta sería más bien considerar la alusión de Kant a una posesión común
originaria de la Tierra como una tesis de naturaleza pre-jurídica –y pre-política– que impone a los
Estados y naciones el respeto de un factum originario que ninguna unión civil estaría legitimada para
obviar22. Sin embargo, no me atrevería con ello a declarar que el valor concedido por Kant a este
principio pre-jurídico justifique su consideración como el esbozo de una teoría de los derechos
humanos. A pesar de que Pinheiro Walla no desemboca expresamente en tal asociación, sus
conclusiones me parecen menos escépticas que las mías en relación con el asunto que nos ocupa.
Recuperando la argumentación de Flikschuh acerca de la presencia de estos derechos en Kant como
una suerte de resto trascendente para toda tarea legislativa y de gobierno, creo que el principio
aludido forma parte de la satisfacción de los fines impuestos por el “único derecho innato” en la
Doctrina del derecho (MS, RL, AA: 237-238), pero no se convierte con ello en elemento de diálogo
posible con las teorías sobre la justicia global. No me atrevo tampoco a ir tan lejos como Huber en la
valoración de tales exigencias racionales en la doctrina racional del derecho, por cuanto ve aceptable
una suerte de ampliación de la noción de la política en Kant, en caso de atender debidamente a
pasajes como el del citado §13 de la Doctrina del derecho:
La concepción kantiana va más allá de la perspectiva “política” al no reducir lo “político” a relaciones
verticales entre el gobernante y los gobernados, sino al concebirlo de manera más amplia,
describiéndolo como un tipo particular de relación moral entre todos los individuos. El razonamiento
defendido es así bidimensional: por un lado, concuerda con las explicaciones ortodoxas de que los
derechos humanos son principios horizontales frente a todos los individuos. Sin embargo, la diferencia
crucial estriba en que esta exigencia de derechos ya contiene una implicación política, puesto que solo
bajo una autoridad política es posible el ejercicio consistente de la capacidad de cada cual de elegir y
actuar. Por otro lado, en un nivel vertical (una vez que nos encontramos en la condición política) el
derecho innato describe una exigencia válida frente a la autoridad política para ser tratados como
iguales ante la ley y, así, constituye un criterio racional para toda posible ley legítima. (...) Lo que Kant
capta –y lo que hace de él un verdadero pensador republicano– es que las relaciones “políticas” no se
reducen solo a las existentes entre los gobernados y el gobernante. Las relaciones “políticas” son un
tipo particular de relaciones morales que tenemos con otros individuos –a saber, unas relaciones que
requieren coordinación y arbitraje a través de las autoridades políticas– (vid. Huber 2013: 137, 140).
La propuesta interpretativa de Huber puede resultar sugerente. En efecto, lo es, en la medida
en que contribuye –como vimos con Flikschuh y Pinheiro Walla– a destacar la función desempeñada
por lo regulativo en la doctrina kantiana del derecho. El cosmopolitismo kantiano comporta una
intensa conciencia del alcance metafísico y político del hecho de que el conjunto de los seres
humanos compartan un mismo espacio finito. Sin embargo, no me parece que semejante paso pueda
conducir fácilmente a una ampliación de la noción que Kant sostiene acerca de la autoridad jurídicopolítica, que los habitantes de la Tierra solo conocerán en caso de convertirse en ciudadanos de un
Estado. El proto-derecho reconocido a todo ser humano para tener un lugar que visitar o donde
resguardarse allí donde recale en la Tierra no cuenta con el valor de un derecho fundamental que guíe
un listado de derechos subsiguiente, esto es, no podemos encajarlo en el principio de división jurídica
de la Doctrina del derecho, donde la libertad para coexistir con cualquier otro según una ley universal
señala en dirección a la fundación de un Estado republicano, no a una instancia internacional
encargada de velar por los derechos del hombre y del ciudadano. Frente a la última expectativa, la
adquisición llevada a cabo por cada sujeto encarna y da contenido al proto-derecho mencionado, que
no conserva nada más, pero tampoco nada menos, que una función regulativa sobre el derecho
Es de interés tener a la vista igualmente la reflexión de Huber (2013: 138): “Cuando hablamos de un “proto”-derecho, debemos
tener en cuenta que no se trata del único derecho fundamental (no justificable en sí mismo), que justificaría en ese caso el resto de
derechos. Esto conduciría a una suerte de realismo moral con el que la filosofía crítica de Kant tiene problemas. Todo lo que
podemos decir es simplemente que tener derecho es una exigencia válida”. Sobre esta valoración de la posesión común originaria
del suelo véase también Byrd/Hruschka (2010: 128).
22
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
público23.
Recordemos a este respecto la insistencia de Kant en que la unión civil no constituye
ninguna sociedad, toda vez que el pactum subiectionis es la operación definitoria del derecho
sancionado públicamente. La llamada de atención sobre el hecho de que “el soberano (imperans) y el
súbdito (subditus) (...) no son compañeros, sino que están subordinados uno a otro, no coordinados”
(MS, RL, § 41, AA 06: 306-307) plantea una objeción elocuente a la observación de Huber, según la
cual las relaciones políticas no se reducen en Kant a las existentes entre gobernante y gobernados.
Precisamente la definición de la unión civil como una estructura jerárquica limita considerablemente
las expectativas de ampliar sustancialmente el campo de acción político en términos horizontales.
Mi principal objeción a los planteamientos expuestos radica en que la condición impuesta a
los Estados por el derecho cosmopolita, que les arrebata la facultad para coaccionarse recíprocamente,
sería el pendant de la dimensión trascendente y regulativa que caracteriza a esta parte del derecho
racional. Esto se advierte en la formulación kantiana en términos radicalmente formales de lo que la
tradición ortodoxa sobre las presuntas causas y virtudes del colonialismo había reconocido como doux
commerce, de manera que, si bien el derecho innato a la libertad no se solapa sin más con el
advenimiento de una propiedad privada reconocida públicamente, no por ello el argumento del
derecho innato que todo ser humano tiene para visitar el mundo debería traducirse en un presunto
derecho de residencia (MS, RL, § 62, AA 06: 353 y ZeF, AA 08: 358). Teniendo en cuenta la
literalidad de los pasajes de Kant sobre el hecho de que pertenecemos a una comunidad cosmopolita,
considero que este ‘punto de vista global’ no podría ofrecer bases sólidas para un concepto
presuntamente fundado de justicia global, dado que su efecto inmediato parece ser el de recordar a
todos los Estados que deben acatar el derecho universal con vistas a sus desplazamientos. Ahora bien,
el derecho cosmopolita no exige ninguna retirada del Estado de sus fronteras políticas legítimas, una
exigencia que investigadores especializados en justicia global como Ronzoni (2009) han defendido en
varias ocasiones. Investigadores como Huber defienden una visión más optimista de la concepción
kantiana de la comunidad cosmopolita, pero a mi entender no del todo fiel a la sistemática kantiana.
El pasaje siguiente podrá ayudarnos a aclarar este punto:
Pensarse a uno mismo como un habitante de la Tierra es pensarse a sí mismo como participante en una
comunidad cosmopolita de individuos, cuyos destinos están, en un sentido importante, inevitablemente
unidos entre sí, pero que al mismo tiempo tienen la capacidad de relacionarse críticamente unos a otros
y con las instituciones contingentes, fronteras y lealtades que les separan (...) El cosmopolitismo de
Kant no es el de unos seres nouménicos unidos en su humanidad compartida, ni el mundo actual de
ciudadanos que comparten una política global. Se trata más bien de un cosmopolitismo de los
habitantes de la Tierra: agentes racionales dotados de cuerpo en confrontación física directa con otros
agentes iguales a ellos, con los que tienen que compartir el planeta que tienen en común. Se trata de un
cosmopolitismo que no ofrece en sí mismo una sencilla guía institucional para un mundo justo, pero
que con todo ofrece a los agentes una especie de punto de vista global desde el que pensar y actuar
(Huber 2016: 24).
A la luz de mi lectura de las obras fuente citadas, Kant no reconoce ningún derecho a
23
Me parece muy acertada la siguiente observación de Pinheiro Walla, crítica con la interpretación de Flikschuh acerca de la
relación que mantienen derecho innato y adquirido en Kant. Véase (2016: 177): “[n]o hay por qué pensar, como ha sostenido
Flikschuh, que Kant parte “del hecho de la adquisición individual para llegar a la idea de la posesión común originaria” y que, por
tanto, ha “invertido” la secuencia de la ley natural desde la posesión común a la adquisición individual. Esto significaría tomar la
comunidad originaria como constituida por hechos dados empíricamente. Kant es suficientemente claro a propósito de que la
comunidad originaria es una idea de la razón y no una comunidad que haya sido “instituida” (gestiftete Gemeinschaft). Esta
incapacidad para entender el carácter racional (esto es, originario) de la idea de comunidad de la Tierra es precisamente lo que
Kant considera un error de la “comunidad primitiva” (uranfängliche Gemeinschaft, communio primaeva) de Grocio y Pufendors.
El que Kant tome como punto de partida la teoría de la ley natural no consiste en una “inversión” de la secuencia de ideas, sino en
una redefinición de conceptos centrales de la ley natural en términos de libertad externa”.
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encontrarse en un lugar si este no se ve acompañado por la pertenencia a un Estado como miembro
activo. Es más, aquel derecho surge como un derecho de movimiento transitorio que refleja la
posesión originaria de la Tierra sin desdibujar la gramática estatista de Kant, simplemente porque el
primero es regulativo, mientras que la segunda es constituyente de la libertad sagrada de los seres
humanos. Como se ha afirmado antes, mi impresión es que los textos de Kant no ofrecen los
resultados deseados por los teóricos de la justicia global y cierta parte de la investigación actual en
Kant. Naturalmente, esto no significa que nuestro autor no haya considerado suficientemente las
consecuencias procedentes de la comunidad espacial que los seres humanos despliegan sobre el
mundo, sino más bien que esta explicación forma parte más del ámbito regulativo de las ideas
racionales que de las dimensiones constituyentes del Estado de derecho. En definitiva, los principios
regulativos y trascendentales carecen en Kant de capacidad para coaccionar ninguna acción, lo que no
significa –como implica su propia denominación– que no deban orientar de manera productiva la
agenda de los respectivos Estados.
3. Conclusión
La aproximación propuesta a la cuestión de los derechos humanos y la consideración de Kant como
uno de sus inspirados clásicos ha pretendido adoptar un tono intermedio en una discusión en la que
suele predominar la radicalidad de las posiciones. No pretendo sostener que el valor interno de la
humanidad no juegue papel alguno en la obra política de Kant, sino más bien señalar que
precisamente los derechos de la humanidad, tan apreciados por este pensador, no tienen un carácter
subjetivo y, además, encuentran su principal paladín en la autoridad estatal. En esta secuencia de
razones, la alusión kantiana en la Doctrina del derecho a la posesión común que todos los seres
humanos tienen sobre la Tierra parece un resultado demasiado pobre a los ojos de los discursos
contemporáneos sobre la justicia global y la defensa a esa escala de los derechos básicos de todos los
seres humanos. El ‘derecho a la membresía’ acuñado por Benhabib (2008), heredero del ‘derecho a
tener derechos’ de Arendt, no parece aceptable por el cuerpo doctrinal levantado por Kant a propósito
de su teoría de la justicia, toda vez que se mantiene por debajo de la línea de flotación de la
pertenencia ciudadana a un Estado. Kant percibe a los mismos visitantes a los que imagina
accediendo a otras tierras de las que no son oriundos como ciudadanos de Estados a los que
representan, ya sea desde un punto de vista político o como agentes económicos. La otra posibilidad
que explicaría la migración la referimos antes, a saber, los incidentes como el naufragio que obliga a
recalar en un territorio extranjero.
Si bien Kant no incurre en los excesos de tantos clásicos del derecho de gentes, algo
especialmente notable si se atiende al juicio que le merecerá el colonialismo europeo en América,
África y Asia a finales de los años 90, tampoco cabe reconocer en sus escritos una defensa de la
protección internacional de los individuos, con independencia de su pertenencia o no a un Estado. Su
sistema jurídico no permite localizar instancias jurídicas constitutivas y dotadas de legitimidad de
acción a escala global y supraestatal, a pesar de que el conjunto de los Estados se vean beneficiados si
se contemplan a la luz de un horizonte federal asintótico, que les devuelve la promesa de la paz
perpetua, el único fin final del derecho24. Justamente por ello he intentado abogar en este trabajo a
favor del carácter regulativo de la mayoría de las tesis y afirmaciones kantianas generalmente
asumidas como reivindicaciones de los derechos del hombre, de suerte que su función parece consistir
en contribuir a que los Estados asuman el significado y límites del control que ejercen sobre sus
MS, RL, “Conclusión”, AA 06: 355: “Puede decirse que este establecimiento universal y duradero de la paz no constituye solo
una parte, sino la totalidad del fin final de la doctrina del derecho dentro de los límites de la mera razón; porque el estado de paz es
el único en el que están garantizados mediante leyes lo mío y lo tuyo, en un conjunto de seres humanos vecinos entre sí, por tanto,
que están reunidos en una constitución”. Trad. citada.
24
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
propios territorios25, por cuanto la posesión común que originariamente todos los seres humanos
tienen sobre el planeta debería suponer en todo caso –especialmente en casos límite– una ‘razón’
suficiente para abrir sus fronteras a la visita de extranjeros, sin declararles de antemano hostilidad
alguna. De ese modo, la consistencia cosmopolita del mundo se encargará de recordar constantemente
a los poderosos señores de la Tierra que su poder territorial no demarca ninguna frontera definitiva
sobre el planeta, pues es más bien la finitud del mismo el único límite extremo que cabe reconocer en
él. A mi entender –y con ello me distancio de propuestas sugerentes como la de Huber– Kant no
revisa en ningún momento, ni tampoco da pie para ello en sus textos, la estructura del derecho
político, para adaptarlo al punto de vista de los hijos de la Tierra (Erdensohn), como se denominara a
sí mismo Kant en una carta a Hamann en abril de 1774, a pesar de que algunos de sus escritos
demarquen un espacio jurídico más amplio que el cubierto por los respectivos Estados, coincidente
justamente con el espacio físico en que los seres humanos han de poder circular con libertad, sin
necesitar de autorización alguna para proponer establecer relaciones comerciales con individuos de
otros pueblos.
Esta evidencia obliga a distinguir con cuidado la concepción fundamentalmente moral que
Kant tiene de la dignidad humana con respecto al paradigma manejado por los teóricos
contemporáneos de los derechos humanos, para los que basta con atender a semejante concepto para
comprender que hay toda una lista de derechos que deben ser cuidadosamente protegidos por los
Estados, siendo tutelado tal proceso por organismos internacionales.26 Frente a ello, no hay signos en
Kant de una enmienda al punto de visto estatal como el supremo a efectos de agencia política en el
campo del derecho. La presencia de los habitantes de la Tierra que circulan por ella debe producir en
el gobernante un sentido de la responsabilidad que le obliga a mirar más allá del territorio que debe
administrar y gobernar, poniéndose en el lugar de cualquier otro, que Kant considera siempre como la
estructura más básica de toda reflexión y, así pues, de todo uso de la razón. Dicho de otra manera, el
derecho cosmopolita señala a los gobernantes que no están solos en el mundo, junto a la ciudadanía
que les reconoce como soberanos legítimos, sino que deben comportarse con respeto hacia las
necesidades de otros seres humanos, especialmente en situaciones críticas para estos, ofreciéndoles
auxilio y protección, a pesar de que nada les obligue a proporcionarles asilo y residencia. Pero esto no
comporta que una idea racional como la federación internacional pueda reclamar un derecho a hacerse
cargo en todos los sentidos de los seres humanos no protegidos por ningún Estado. Basta recordar que
la idea kantiana de federación no afecta, al menos expresamente, a la protección de ningún individuo
aislado o en grupo, sino a la relación jurídica que los distintos Estados están llamados a mantener
unos con otros, dejando a un lado el vínculo salvaje de la guerra. Tampoco pudo conocer Kant lo que
hoy en día calificamos como ‘catástrofes humanitarias’, esto es, crisis de tal intensidad que invitaran a
revisar la centralidad política de la autoridad estatal.
De la misma manera que la exigencia kantiana de respetar a otros seres humanos procede de
la ley moral que cada sujeto escucha en su interior, esto es, de la autonomía de su propia razón, el
derecho cosmopolita debería considerarse en Kant como una suerte de corolario del derecho público,
que aspira a cubrir progresivamente la totalidad del mundo27. Así, aunque el gobernante de un Estado
25
En esta línea de actualización del cosmopolitismo kantiano ha avanzado de manera consistente Ypi (2014), cuyas conclusiones
deberían contrastarse con las solventes críticas de Pinheiro Walla (2014).
26
Es de justicia señalar que la mayor parte de los trabajos reunidos por Follesdal y Maliks (2014) no encuentran las mismas
dificultades que yo a propósito de las virtualidades del pensamiento kantiano para promover una fundación de los derechos
humanos, por lo que en ellos encontrará provechosas pautas el lector interesado en esta dirección.
27
Las dificultades para acuñar una expresión del tipo ‘cosmopolitismo moral’ en Kant han sido expuestas con rigor por Kleingeld
(2016: 15): ‘La mayor parte de los lectores (...) asociarán el cosmopolitismo moral kantiano con su tesis de que debemos
contemplarnos a nosotros mismos y a los demás como miembros de un ‘reino de los fines’ moral. Sin embargo, el lenguaje de una
‘ciudadanía’ (mundial) está manifiestamente ausente de su discusión en la Crítica de la razón pura del ‘mundo moral’, en el que
los agentes morales viven juntos bajo leyes (A808/B836). Kant hace claramente un uso metafórico de un modelo político para
evocar el ideal de una comunidad moral mundial de agentes, si bien raramente se refiere a los agentes morales como ‘ciudadanos’
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¿Puede haber una fundamentación kantiana de los derechos humanos?
no esté obligado a cumplir una ley que imponga proteger efectivamente al conjunto de los seres
humanos, la certeza de que la transgresión de la justicia en cualquier rincón de la Tierra se deja sentir
en cualquier otro es subrayada por el propio Kant, pero no como una evidencia que traiga consigo la
exigencia de establecer nuevas instancias jurídicas, supraestatales, sino más bien con vistas a
fortalecer y extender precisamente el régimen republicano estatal sobre el planeta. Pues la realidad
efectiva de lo regulativo, como el mismo Kant indica en el Apéndice a la dialéctica trascendental de
la primera Crítica, procede siempre de lo que el entendimiento y el Juicio sean capaces de realizar
contando con esos exigentes ideales (KrV A657/B685). Asimismo, la idea de una constitución
política perfecta no debe desaparecer nunca de la agenda de los soberanos, pero no por ello cabe
esperar que ninguno la encarne a la perfección (KrV A316/B372). Merecería así la pena profundizar
en la importancia que Kant concede a lo regulativo, a los principios no coactivos y al sentimiento en
el interior de lo que entiende como una parte del sistema jurídico, pues ahí encontraremos el nivel de
discurso más armonioso con los fines que actualmente se propone la reflexión sobre la justicia global.
No debería rebajarse la importancia de tales principios ‘blandos’, por así decir, o ‘vagos’
–
término que Kant emplea también en la primera Crítica (A680/B708)–, puesto que la perspectiva que
adoptan es la de nuestra condición finita y corpórea, sino que lo metodológicamente fructífero sería
distinguir con rigor su estatuto con respecto al tipo de subjetividad y de justificación indispensable
para hacerse cargo de la complejidad de las concepciones contemporáneas de los derechos humanos. 28
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del mundo en semejante mundo moral”.
28
Una exposición y discusión sistemática de la complejidad a las que nos referimos puede consultarse en Cruft/Matthew
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El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
GUSTAVO ALBERTO SARMIENTO1
Nacido en Maracaibo el 3 de septiembre de 1925 y fallecido en Caracas el 25 de diciembre de 2015,
Ernesto Mayz Vallenilla fue uno de los venezolanos más destacados de este tiempo. Maestro de varias
generaciones de intelectuales, las instruyó en problemas y autores principales de la filosofía, así como
enseñó a discípulos y alumnos los métodos del pensamiento riguroso, estimulando una pléyade de
vocaciones. Autor de valiosos trabajos hermenéuticos sobre temas y pensadores de la filosofía
occidental, Mayz Vallenilla se movió, de modo inusual en nuestro medio, más allá de la
interpretación filosófica hacia un pensamiento propio, el cual encuentra su mayor realización en su
obra capital, los Fundamentos de la meta-técnica, cuya primera edición data de 1990. Como maestro,
intérprete y filósofo original, Ernesto Mayz Vallenilla dio una contribución primordial a la
normalización de la actividad filosófica en Venezuela.
En tanto hombre de acción, obró en el progreso o en la misma forja de muchas instituciones
académicas. Mencionemos aquí a la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Simón
Bolívar, el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) o la Sociedad Venezolana de Filosofía. En la
Universidad Central de Venezuela, su alma mater, Mayz llevó a cabo una dilatada labor docente y su
entusiasmo se hizo sentir de diversas maneras en la Escuela de Filosofía, en el Instituto de Filosofía y
en instancias más elevadas, como la Comisión Universitaria nombrada a la caída de la dictadura de
Marcos Pérez Jiménez. El trabajo fundacional de Mayz en la Universidad Simón Bolívar de Caracas
es tal vez la causa primordial de la calidad que ha tenido esa institución, la cual todavía conserva el
modo de ser en ella sembrado por él. En IDEA, este maestro dirigió la unidad de filosofía, cobijando
el desarrollo de las carreras de jóvenes investigadores quienes hoy en día dan clases en universidades
venezolanas y de otros países.
Logros sobresalientes como estos revelan una voluntad decidida. En el hombre, la voluntad
obra a partir de la representación de aquello cuya existencia este quiere, moviéndolo a efectuar las
acciones que han de favorecer o producir la realidad de lo que al inicio era sólo representación. Para
poder ser eficiente, el querer, la voluntad, tiene que contar con recursos en los cuales apoyarse. En
Ernesto Mayz Vallenilla destacaron sus innegables dotes de pensador y escritor, su inteligencia y
originalidad. En su carácter hubo firmeza, pero igualmente generosidad, hubo decisión y fortaleza,
entusiasmo y humor, autoconciencia y también, por qué no decirlo, ambición. No se puede hacer
cosas importantes sin ambición –más aún: hay que cuidarse de quienes nada ambicionan–. Pido que
se me entienda bien, la ambición a la que me refiero se justifica cuando los logros, importantes como
sean, no lo son para la persona, sino para la comunidad. Es esta, tal vez, la ambición que hace a quien
trabaja por el bien de las instituciones. Por otra parte, el agudo sentido práctico de Ernesto Mayz
Vallenilla no es común en quienes se dedican a los estudios teóricos. Entre estos, no muchos, más
bien pocos, tienen dotes para la acción, condición necesaria de una praxis eficiente. En aquellos que
las poseen, el estudio de la filosofía puede ser notoriamente útil para orientar y lograr un actuar
productivo. Tal es, me parece, el caso de Mayz Vallenilla, incluso se podría decir que por ser filósofo
fue tan eficiente como constructor de instituciones.
Siendo su obra extensa y abarcadora de diversos temas y preocupaciones, exponerla plantea
un reto difícil de cumplir a cabalidad. Con todo, intentaré presentar sus principales trabajos y
contribuciones, en unos casos de manera general y en otro con más detalle.
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Universidad Simón Bolivar.
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Gustavo Alberto Sarmiento
El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
La Idea de la Estructura Psíquica en Dilthey fue, en 1949, el primer libro publicado por
Mayz. Más adelante, en su tesis doctoral, titulada Fenomenología del Conocimiento, publicada en
1956 y reeditada en 1976, abordó el problema de la constitución del objeto real en el campo de la
conciencia. Este trabajo es una importante obra de consulta para quien quiera aproximarse al estudio e
interpretación de la problemática de la constitución del objeto en la fenomenología de Edmund
Husserl. En La Ontología del Conocimiento de 1960 encontramos una investigación ontológicaexistenciaria del conocimiento basada en el pensamiento de Martin Heidegger.
En 1965 apareció El Problema de la Nada en Kant. En este libro, Mayz Vallenilla toma
como punto de referencia para centrar su análisis el tratamiento de la noción de la nada que se
encuentra en la Crítica de la Razón.Pura. El Problema de la Nada en Kant constituye, sin duda, una
interpretación original de este tema, en la cual se intenta descubrir a la nada en su ‘originariedad’
absoluta. Sin embargo, la tentativa de pensar la nada a partir de Kant produce una tensión entre el
pensamiento del intérprete y el del autor, la cual surge de la oposición en que se encuentran la
concepción de la nada como algo originario y el punto de vista de la misma como algo en cierto modo
derivado. Kant no consideró a la nada como originaria, de manera que el intento de Mayz Vallenilla
sólo puede tener éxito si sale de los límites del pensamiento de Kant. Para ello toma como
precedentes ciertos aspectos del pensamiento heideggeriano. Sin embargo, él no piensa a la nada de la
misma manera que Heidegger, como ya lo sugiere el hecho de que toma como punto de partida el
análisis kantiano. Al hacer esto, también busca ir más allá de los horizontes del pensamiento de
Heidegger. Mayz Vallenilla intenta pensar a la nada desde el tiempo, a fin de revelar la
‘temporalidad’ propia de la ‘nada’, a la cual considera diferente de la del ‘ser’. Para fundamentar esta
tentativa se apoya en el marco de la reflexión kantiana (en particular la doctrina de los esquemas),
tratando de aclarar aquellos puntos de la misma susceptibles de crítica, con la finalidad de analizar a
partir de ella el ‘esquematismo’ –diferente al de las categorías positivas– que los conceptos kantianos
de la nada han de tener, y a partir del cual se podrá aprehender la conexión entre el ‘tiempo’ propio de
la nada y la ‘nada’ misma. Con esto quiere comprender al tiempo desde el horizonte de la propia nada
y a partir de la zona fronteriza entre ella y los entes donde, a la luz de la ‘diferencia ontológica’, la
nada logra manifestar su ‘negatividad positiva, originaria y absoluta’ (Mayz Vallenilla 1965: 45).
Mayz está consciente de las dificultades que salen al paso del intento de pensar la ‘nada’
(Mayz Vallenilla 1965: 13 ss). La principal proviene del lenguaje, pues este contiene de manera
implícita una serie de categorías cuyo supuesto ontológico es el ser. El lenguaje se funda en una
comprensión del ser, que, sin embargo, no es satisfactoria ya que en ella no prevalece la ‘diferencia
ontológica’, lo cual ha mostrado Heidegger (Mayz Vallenilla 1965: 16-17). Surge entonces la duda de
si el lenguaje es realmente el instrumento idóneo para expresar una noción de la nada que pone en
cuestión los propios supuestos ontológicos del lenguaje. Otra dificultad para la expresión de la nada
reside en la manera en que ésta ha sido pensada en el pasado (Mayz Vallenilla 1965: 32). Mayz
Vallenilla señala que la tradición, ya desde los griegos, se ha aproximado a la nada a partir del ser,
como negación del mismo. La nada ha sido pensada en relación con conceptos como ‘comienzo,
origen, fundamento’, etc., tratados por la tradición a partir de conceptos del ser como los de ‘causa,
potencia, acto’, etc., a los cuales se añade una negación, con la finalidad de transformar al ser (o su
respectiva determinación) en un no-ser. Pero esta manera de comprender la nada es insatisfactoria,
pues el resultado de ella es que la nada no es aprehendida en su originariedad, sino que su
aprehensión es entorpecida y desnaturalizada por el empleo subrepticio de los conceptos del ser. La
comprensión de la nada que así resulta es parcial y dependiente de la del ser, pues la negación –o la
privación– es meramente negación de algo. De esta manera, la nada es dada solamente con relación a
lo que es. Para encontrar a la nada en sí misma hay que hacer algo más que negar o suprimir el ser.
Por ello, el problema fundamental para la investigación de Mayz Vallenilla es descubrir y aclarar una
vía que permita aprehender a la nada en cuanto tal (Mayz Vallenilla 1965: 35). Aquí se vuelve
importante el pensamiento de Heidegger, que ha puesto de relieve al tiempo como horizonte de
sentido del ser. Apoyándose en este precedente, Mayz trata de pensar a la nada desde la perspectiva
del tiempo, en tanto horizonte de la misma. De esta manera, la principal cuestión que estudia es la
‘temporalidad de la nada’.
Para Mayz, las nociones kantianas de la nada tienen especial significado en el intento de
aclarar la conexión entre el tiempo y la nada, pues ellas están ligadas a los cuatro grupos de
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categorías, a las cuales corresponde un esquematismo que les da su sentido temporal (Mayz Vallenilla
1965: 43-44). Es por ello que examina los conceptos de la nada expuestos en la KrV. Sin embargo, el
esquematismo de estos conceptos no puede ser el mismo expuesto por Kant para la aplicación de las
categorías a las intuiciones. La temporariedad originaria de la nada indagada por Mayz Vallenilla
habrá de consistir más bien en un esquematismo puramente negativo, de signo contrario al de Kant, y
por lo tanto de un ‘sentido’ temporal y estructura diferentes. Teniendo esto en cuenta, para arribar a la
temporalidad de la nada, Mayz Vallenilla se ocupa primero del ens rationis (Mayz Vallenilla 1965: 51
ss).
La primera determinación que Kant adscribe a la noción de la nada es la de ser semejante a
un ‘noúmeno’ (ens rationis). En cuanto tal, la nada es un concepto al cual no corresponde ninguna
intuición sensible; por esto se trata de un concepto vacío sin objeto. Debido a eso, la nada no puede
ser contada entre las posibilidades. Pero tampoco es algo imposible, ya que ella asume la apariencia
de un mero ente de razón, al igual que el noúmeno. De acuerdo con su intento de mostrar la nada en
su negatividad positiva, originaria y absoluta, a Mayz le interesa demostrar y explicar la posibilidad
de que la nada sea producto de la actividad aniquiladora de la ‘categoría’ de ninguno sobre las
intuiciones. Si esto es así, se requiere de un esquema productor de la negatividad a partir de la
susodicha ‘categoría’ de ninguno, el cual haga posible su aplicación a las intuiciones, si bien para
suprimirlas (Mayz Vallenilla 1965: 62-63). En consecuencia, ha de haber un horizonte temporal que
defina su sentido. Al abordar la demostración y explicación de la posibilidad de que la nada sea
producto de una actividad ‘categorial’ aniquiladora del concepto de ninguno, Mayz Vallenilla aspira a
poder comprender, más allá del pensamiento expreso de Kant, por qué el filósofo de Königsberg
creyó poder equiparar a la nada con un noúmeno, y hacer transparente cómo la nada, teniendo una
‘realidad objetiva’ negativa, posee también una estructura temporal arraigada en el sentido del propio
esquematismo, que posibilita la síntesis de la intuición con la correspondiente categoría (Mayz
Vallenilla 1965: 66-67).
De acuerdo con la KrV el esquema puro de las magnitudes positivas es el ‘número’, que
consiste en la adición sucesiva de unidades homogéneas en el tiempo (KrV A 142-3/B 182). De
acuerdo con Mayz Vallenilla, el número negativo también expresa una condición temporal, pero el
tiempo que ha de estar a la base del esquema de la magnitud negativa debe tener un horizonte
“ontológico” determinado por la negatividad de la nada, y por lo tanto diferente al del tiempo
corriente perteneciente a la cantidad positiva. Ese tiempo se comprende desde la nada y sus esquemas
la hacen patente (Mayz Vallenilla 1965: 66-70 ss). Cuando el concepto de ‘ninguno’ es referido a lo
múltiple dado en la intuición, su esquema temporal suprime lo positivo, produciendo su opuesto, una
realidad negativa que se enfrenta a la realidad positiva de la intuición y da lugar al surgimiento de una
nada que es representada numéricamente con el cero. Tal es la función que ejerce dicho concepto a
través de su esquema. Lo hasta aquí dicho indica que la nada en cuanto noúmeno tiene una
temporalidad característica.
En tanto función meramente inteligible de la razón pura, la apercepción trascendental
parece exhibir una evidente atemporalidad. En el mismo sentido, también el noúmeno parece ser
atemporal. Sin embargo, Mayz Vallenilla no cree que el ‘yo trascendental’ sea atemporal, sino que no
exhibe las mismas características temporales del yo empírico y real. La determinación que lo
caracteriza como permanente no define una ‘ausencia absoluta’ de tiempo, sino que expresa su
‘presencia absoluta’, que en cuanto presencia es temporal, en medio del flujo cambiante de la
conciencia empírica (Mayz Vallenilla 1965: 83). Estos razonamientos intentan confirmar la
temporalidad del ‘yo’ y por lo tanto de la ‘apercepción trascendental’, lo cual tiene consecuencias
importantes para el problema del noúmeno y la nada concebida en cuanto noúmeno. En este momento
es importante señalar que Mayz Vallenilla no está tratando de identificar sin más al noúmeno con la
‘apercepción trascendental’ o la razón pura. Al insistir en la temporalidad de la razón y de la
apercepción trascendental, lo que él quiere destacar es que si bien las mismas son estructuras
meramente inteligibles, no son atemporales. En esta línea de pensamiento, también al noúmeno habría
que imputarle una temporalidad (Mayz Vallenilla 1965: 85).
Para Kant, el nihil privativum es el objeto vacío de un ‘concepto’. La noción kantiana de la
nada como nihil privativum proviene de una privación, de la cual resulta la carencia o ausencia de
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cualidades positivas en el objeto. En la KrV, a las categorías de la cualidad no puede corresponder
una negación absoluta en el campo fenoménico. En este punto Mayz Vallenilla se separa de Kant
(Mayz Vallenilla 1965: 96 ss), en tanto somete a crítica el presupuesto según el cual los conceptos a
priori de la ‘cualidad’ son ‘categorías ontológicas’. Lo que él busca es mostrar que la negación es
también una ‘categoría de la nada’ (Mayz Vallenilla 1965: 101). Mayz Vallenilla intenta comprender
a la nada en sí misma y por sí misma, y no a partir del ser; en consecuencia, tiene que pensarla como
negatividad absoluta y no condicionada por el ser (como algo que resulta de la negación de las
cualidades positivas del ser o de los entes). Pero en la KrV no se concibe a la nada de esta manera,
por lo cual el fin perseguido por Mayz hace fuerza al pensamiento kantiano y lo obliga a ir más allá
del mismo. La clave de esto es mostrar la existencia de ‘cualidades negativas’ y acotar su sentido
(Mayz Vallenilla 1965: 107 ss). Mas esas cualidades negativas no pueden consistir en sensaciones
disminuidas, pues la negatividad buscada por Mayz es la del vacío absoluto de toda sensación. Dentro
de la concepción kantiana es imposible aprehender este vacío de sensaciones, por lo cual Mayz
Vallenilla se apoya en ciertas situaciones en las cuales es posible experimentar directamente un vacío
de sensaciones. La primera de estas situaciones es el sueño profundo: el vacío de sensaciones del
sueño no revela una ausencia de cualidades positivas, sino la presencia de ‘cualidades’ de la propia
nada. También en la vigilia existen fenómenos que dan fe de la presencia de la nada. Tal es, nos dice
Mayz Vallenilla, la experiencia de la ‘angustia’, descrita existenciariamente por Heidegger 2, en la
cual se hace patente la nada (Mayz Vallenilla 1965: 111 ss). Dicha patencia ocurre porque a la
existencia le es dada la presencia de la nada. Mayz Vallenilla se refiere al fenómeno del
‘anonadamiento’ (die Nichtung), posibilitado por la angustia, y en el cual la nada se vuelve patente
como lo absolutamente ‘otro’ y opuesto a lo que ‘es’. Con esto Mayz Vallenilla ha puesto de relieve a
la nada como ‘fenómeno’, pero queda por indagar cual es la estructura de semejante ‘fenómeno’, y
para ello hay que acotar la temporalidad de la nada.
En El Problema de la Nada en Kant se delimitan dos sentidos de la negación. El primer
sentido le corresponde en tanto ‘negación ontológica’, mientras que el segundo le pertenece como
‘negación absoluta’ (Mayz Vallenilla 1965: 114). Mayz Vallenilla afirma que la temporalidad es el
sentido de ambas nociones, de manera que es necesario elucidar la estructura de la misma, y esto
conduce al problema del esquematismo (Mayz Vallenilla 1965: 114). ¿Cuál ha de ser el
esquematismo que corresponda a la negatividad absoluta, si es que ella es aplicable a los fenómenos?
Desde la perspectiva de la comprensión natural del ser, el tiempo es un ente entre los entes, que se
presenta como un ente ‘a la mano’ y ‘ante los ojos’, y se muestra como una sucesión de instantes
donde se dan los demás entes. Pero esto no es lo que acontece cuando se manifiesta la nada (Mayz
Vallenilla 1965: 125). En las formas de revelarse la nada estudiadas por Mayz Vallenilla, el
anonadamiento y el sueño profundo, se da una especie de pérdida o desvanecimiento del modo real y
cotidiano del tiempo, pero con ello no desaparece el tiempo (Mayz Vallenilla 1965: 129). El
anonadamiento o el sueño profundo se dan también en el tiempo. No implican su desaparición
absoluta, pero si hacen desaparecer su aspecto instrumental, propiciando la aparición de otro aspecto
del tiempo, en el cual hay un ‘vacío’ de ‘contenidos reales’ y surge una ‘presencia’ de ‘contenidos
negativos’ (Mayz Vallenilla 1965: 126-127). Tales contenidos constituyen, de acuerdo con Mayz, la
‘abseidad’3, la nada en su pura negatividad. Así pues, el tiempo del anonadamiento o del sueño
profundo no presenta nada, o mejor: ‘presenta’ la nada.
En tanto ens imaginarium, Kant explicaba a la nada como una ‘intuición vacía sin objeto’.
Por su parte, al tratar al ens imaginarium, Mayz Vallenilla busca primero esclarecer la condición del
espacio y el tiempo en tanto ‘imágenes puras’, después trata de precisar la función del tiempo (en
cuanto ‘sentido interno’) en su papel de esquema, y finalmente intenta establecer su función, como
esquema, en relación con la nada como ‘imagen pura’ (Mayz Vallenilla 1965: 146). Mayz ya había
indicado que había que avizorar a la nada sobre la base de la ‘negatividad absoluta’ (dicha tesis es
2
Vid. Was ist Metaphysik?, 111 ss.
En el sueño profundo y el anonadamiento tenemos la ‘experiencia’ de la posibilidad de la inexistencia del mundo real, del Yo y
de todo posible correlato de la conciencia; inexistencia que revela a la nada sin ir contra el ser. En virtud de esa ‘experiencia’, el
ser se muestra como lo que es, a la par que se vislumbran las “evanescentes fronteras de la abseidad” (Mayz Vallenilla 1965: 110).
El concepto de ‘abseidad’ es originario de Mayz Vallenilla y no hay que confundirlo con el significado del término “aseidad”, que
la tradición ha entendido, de manera diferente, como la existencia por sí mismo, o por necesidad de su propia naturaleza, de un
ente (Dios).
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central para El Problema de la Nada en Kant, Mayz Vallenilla 1965: II, 91 ss). Esta es la única
manera de poder exhibir su estructura temporal y de aprehender un tiempo que, sin dejar de ser una
‘imagen pura’, pueda mostrar la patencia de la propia nada y no la de una mera privación del ser. El
camino para ello es, en un primer esbozo, abolir las categorías ontológicas, con su esquematismo
correspondiente, e indagar y deducir trascendentalmente la posibilidad de las categorías de la nada y
su respectivo esquematismo (Mayz Vallenilla 1965: 195).
Kant caracteriza a la nada en tanto nihil negativum como un ‘objeto vacío sin concepto’,
que se distingue del ens rationis porque, a diferencia de aquel, es opuesto a la posibilidad lógica, al
ser el objeto de un concepto que se contradice a sí mismo. La nada del nihil negativum surge de
vulnerar el principio de no-contradicción. Lo imposible es nada porque dicho imposible es auto
contradictorio. Frente al punto de vista kantiano, en El Problema de la Nada en Kant Mayz Vallenilla
trata de mostrar que el nihil negativum no es una nada meramente lógica, sino que la imposibilidad
que expresa es también una imposibilidad real (Mayz Vallenilla 1965: 202-206). Si Mayz Vallenilla
tiene razón, ha transformado la noción de posibilidad, que ahora tendría una índole ontológica, a la
cual se refiere originariamente el nihil negativum. Este es imposible lógicamente en tanto es
fundamentalmente imposible ontológicamente (Mayz Vallenilla 1965: 219).
Por otra parte, de acuerdo con Mayz Vallenilla, un supuesto fundamental de la doctrina de
Kant es que ser y tiempo se suponen e implican mutuamente (Mayz Vallenilla 1965: 253-254). Entre
ambos prevalece un círculo de recíproca irradiación, a partir del cual se establecen el sentido
ontológico-temporal de lo posible y lo imposible, y el significado de los Postulados del Pensamiento
Empírico en su relación con el esquematismo (Mayz Vallenilla 1965: 252). Sin embargo, frente a esta
perspectiva, Mayz Vallenilla trata de mostrar la posibilidad de que a partir de la “experiencia” radical
de la nada pueda hacerse patente una ‘temporalidad’ de signo diferente, no ontológico, que actúa
como sentido del no-ser. Dicha ‘temporalidad’ debe originarse en la comprensión de la nada, tal como
se revela en fenómenos como la angustia y el sueño profundo, y por ello no habrá de estar
estructurada mediante ‘ahoras’ o ‘instantes’, como la temporalidad ontológica. El ‘tiempo de la nada’
es ‘un tiempo sin presencias’, que revela una ‘ausencia’, la cual es la patencia de la nada. No se trata
de la desaparición del tiempo ontológico, sino de una temporalidad peculiar. Así pues, la patencia de
la nada no se da en ausencia del tiempo, sino que en la misma “‘hay’ tiempo, así como ‘hay’ Nada”
(Mayz Vallenilla 1965: 255). Pero ese tiempo presenta una estructura muy diferente a la del tiempo
ontológico. Ahora bien, Mayz Vallenilla afirma que en el ámbito de la pura razón, abolido el nexo
con los fenómenos y por lo tanto con las condiciones que limitan la posibilidad de la experiencia, lo
imposible desde el punto de vista empírico se convierte en lo posible trascendental, ens
extramundanum, que es sinónimo de algo imposible, nihil negativum, cuya negatividad no indica tan
sólo una negación ontológica, sino que muestra la positiva negatividad de la ‘razón’ (Mayz Vallenilla
1965: 263-264). Lo posible trascendental así manifiesto tiene una ‘posibilidad’ que va más allá de la
sola posibilidad ontológica y cuyo ‘ser’ trasciende el mundo fenoménico. Con ello, al lado del ‘logos’
de la experiencia se exhibe un ‘logos’ de la pura razón, distinto y opuesto al primero. Este ‘logos’
permite trascender –pero no transgredir– las leyes del mundo sensible, en tanto descubre la faz de lo
inteligible en su positiva negatividad (Mayz Vallenilla 1965: 265). Esa negatividad pura, manifestada
por la razón pura, testimonia que la nada, entendida como distinta y opuesta al no-ser, se hace patente
en ella. De esta manera, la ‘temporalidad’ de la nada rebasa y trasciende a la temporalidad meramente
ontológica
–entendida como horizonte de sentido del ser y del no-ser–.4 Finalmente, solo cuando
se note la patencia de la ‘imposibilidad absoluta’ –contrapuesta a la imposibilidad ontológica– puede
presentarse la nada, junto con la ‘temporalidad’ que le da ‘sentido’ en el dominio de la negatividad
absoluta. Esa nada ya no puede ser vista como un no-ser, mera negación del ser, sino como la esencial
‘otredad’ del ser.
Con esto concluyo esta presentación de las principales tesis expuestas por Ernesto Mayz
Vallenilla en El Problema de la Nada en Kant, obra que se caracteriza porque su autor trata de
comprender la nada en su originariedad absoluta, independiente del ser. Como tal, El Problema de la
“Constituyendo la negatividad absoluta de la Razón una dimensión que rehúsa por principio la legalidad ontológica, el “sentido”
de su peculiar “Temporalidad” debe buscarse a partir de una “comprensión” arraigada en la dimensión que inaugura la propia Nada
como ens extramundanum. De tal manera, el reino de la pura Razón no es a-temporal, sino que revela una “Temporalidad” de
signo diferente a la que da y cobra sentido a partir del mundo fenoménico” (Mayz Vallenilla 1965: 266).
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El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
Nada en Kant representa un intento original de mostrar un camino hacia la aprehensión de la nada, el
cual no es directo, porque la herramienta de la investigación filosófica, el pensar y los conceptos con
los cuales el mismo opera, tienen como horizonte de referencia al ser o al ente en cuanto tales, lo cual
conduce a una extensa reflexión acerca del pensar, sus supuestos y sus limitaciones. Así, Mayz
Vallenilla afirma que en la intelección de lo imposible, el nihil negativum en tanto ens
extramundanum, el pensar ontológico fracasa por una imposibilidad esencial para “encararse –desde
los supuestos que lo sostienen y nutren– con un problema que desborda y niega sus propias bases”
(Mayz Vallenilla 1965: 267). Sin embargo, desde dicho fracaso y el conocimiento de su razón, es
posible avizorar la nada, aunque ésta no sea aprehensible ni explicable a partir de dicho pensar.
El problema de la educación, particularmente el de la universidad y la validez que esta
institución pueda conservar en el mundo contemporáneo es otro de los temas que Mayz Vallenilla ha
considerado central y al cual ha aplicado su pensamiento. Son muchos los escritos en los cuales se
ocupó de este asunto durante medio siglo. Entre los mismos es fundamental El Ocaso de las
Universidades, aparecido en 1984, trabajo en el cual, partiendo de una meditación acerca de la ratio
technica y sus efectos en la organización de la universidad contemporánea, Mayz propone una
superación de la noción tradicional de universidad y de los fundamentos de la misma. El Ocaso de las
Universidades es una reflexión acerca de los fundamentos que articulan a la universidad, con el objeto
de resaltar las condiciones necesarias para una reforma de esta institución. Mayz Vallenilla pone de
relieve el mayor problema de los sistemas universitarios contemporáneos y en particular del
venezolano, el cual consiste en que las instancias del mundo actual no son aprehendidas en ellos y se
desconoce el gran desarrollo alcanzado por la ciencia y la técnica. Para Mayz, la misión más
importante de la universidad estriba en develar al hombre el complejo y articulado mundo en el cual
ha de insertar su propia acción. Se trata de constituir un conocimiento teórico no disociado de la
práctica. Siguiendo este proyecto, en la universidad se ha de forjar una idea del mundo para que la
acción humana encuentre las mejores condiciones de inserción. El diseño de reforma del sistema
educativo propuesto por Mayz Vallenilla debe ser enmarcado dentro de esta perspectiva. La misma es
una reforma que busca remediar el sueño quebrantado de una institución autosuficiente, autónoma y
democrática, asfixiada por una progresiva burocratización y por el control de los partidos políticos.
De no llevarse a cabo esta tarea, la universidad quedaría marginada, condenándose a su propio ocaso.
Otra preocupación de Ernesto Mayz Vallenilla fue la de las condiciones para la elaboración
de un pensamiento filosófico original de América Latina. Aquí es fundamental El Problema de
América de 1959. Como respuesta al problema de la falta de originalidad del pensamiento
latinoamericano, Mayz Vallenilla sostiene que el único recurso al que pueden recurrir los
latinoamericanos para ser originales y originarios es entregarse a vivir lo más auténticamente posible
su propio modo de ser. Ese modo de ser es el de ‘habitantes de un Nuevo Mundo’. Ahora bien,
alcanzar la originariedad del propio ser como hombres del ‘Nuevo Mundo’ sólo es posible siendo
fieles a una auténtica conciencia histórica de ser habitantes de un ‘Nuevo Mundo’. Para ello hay que
apropiarse de tal conciencia de manera radical y sin traicionarse a sí mismos. En relación con esto,
hay que subrayar que para Mayz Vallenilla, el ser americano es un modo de ser histórico y como tal
sólo puede revelarse en el transcurrir del tiempo y en la historia. De lo cual se sigue que los intentos
programáticos de descubrir América o reconquistar un pasado que no le pertenece, para fijar allí la
‘originariedad’ de los latinoamericanos, son, en vez de originales, ilusorios y equivocados. Con base
en esta crítica, Mayz Vallenilla los denuncia y hace un llamado para que los latinoamericanos dejen
que Latinoamérica se manifieste, desde sí mismos y por sí misma, en su ‘originariedad’. De esta
manera, la experiencia del modo de ser latinoamericano se dará a través del tiempo en la historia, en
vez de ser algo establecido programáticamente. Para él, esto no implica una suerte de quietismo ni
una actitud meramente receptiva, sino, al contrario, una acción, intelectual y práctica, eminente y
necesariamente creadora. La actitud que propone Mayz Vallenilla es la siguiente: “por ser
americanos, ya en nuestro ‘ser’ nos está dada la comprensión original de América”. El Problema de
América propone, pues, una hermenéutica existenciaria del ser americanos como hombres del ‘Nuevo
Mundo’. Esto se basa en que la búsqueda de una comprensión auténtica de América debe fundarse en
el factum de que el ‘ser’ de los americanos tiene ya, en cada caso, una comprensión originaria de
América en la que se halla implícita el sentido de ser nuevo –‘original’– del ‘Nuevo Mundo’.
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El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
Mayz Vallenilla comienza a tratar el tema de la ciencia y la técnica en Del Hombre y su
Alienación, de 1966, donde confronta las concepciones de Marx y Heidegger sobre la alienación.
Varios escritos preparatorios de una “Crítica de la Razón Técnica”, con sus correspondientes nuevas
categorías y principios, que Mayz enfrenta a la Crítica de la Razón Pura kantiana, constituyeron
el Esbozo de una Crítica de la Razón Técnica, aparecido en 1974. El tema del afán de poder está
estrechamente relacionado con el de la técnica. Mayz Vallenilla ve a dicho ‘afán de poder como raíz
de la técnica’. Dentro de esta línea de pensamiento, en 1982 apareció El Dominio del Poder, un
esfuerzo por delinear una ética universal frente a los vicios y excesos del ‘afán de poder’, que resultan
del uso incontrolado e incontrolable por parte del hombre de los instrumentos cada vez más
complejos y potentes de la técnica. En la misma línea de preocupación intelectual está La Ratio
Technica de 1983, trabajo en el cual se completa la crítica de la razón técnica. Una tesis de Mayz es
que el ‘logos técnico’ es el principio ductor y organizativo de nuestro tiempo.
Llegamos finalmente a la obra fundamental de Ernesto Mayz Vallenilla, los Fundamentos
de la Meta-Técnica, publicados en 1990. El término ‘meta-técnica’ fue acuñado en los años 80 y
utilizado por primera vez en el Congreso Mundial de Filosofía de Brighton. Con el mismo, Mayz
Vallenilla designa una nueva modalidad de la técnica, en la cual se superan las características
antropomórficas, antropocéntricas y geocéntricas que hasta ese momento habían prevalecido en la
técnica tradicional, tanto en lo referente a su ars operandi, como en lo relativo a la índole y funciones
de sus propios instrumentos. Ahora bien, de acuerdo con Mayz, esta superación de la noción
tradicional de la técnica implica una transformación y transmutación radicales de la razón y la
racionalidad que habían sustentado a la técnica como expresión del afán de poder del hombre.
Él piensa que desde un punto de vista filosófico, la razón y la racionalidad, desde sus
inicios en los Presocráticos y Parménides, hasta Husserl, Heidegger y todos sus epígonos actuales, ha
sido identificada (etimológica y filosóficamente) con un ‘ver’, ya sea dicho ‘ver’ de modalidad
sensible y empírica o eidética e inteligible. De esto se sigue que la verdad racional sea en sí misma
comprendida como expresión de una ‘evidencia’, el cual es un término de raigambre ‘óptica lumínica’
por su procedencia del latín videre, que significa ‘ver’, trátese de que tal verdad racional se funde en
una evidencia empírica y/o intelectual. En tanto la razón es sinónima de un ‘ver’, para cumplir su
función, ese ‘ver’ debe alimentarse y utilizar ingénitamente la ‘luz visible’, adueñándose, captando y
procesando aquel tipo de ondas del espectro electromagnético que, por su longitud y frecuencia, se
adaptan a las capacidades aprehensivas y receptoras del ojo humano como tal. Encontramos aquí uno
de los aspectos primordiales que la Meta-técnica intenta superar frente a la técnica tradicional. Mayz
Vallenilla apunta que en realidad ya lo ha hecho en nuestro tiempo. Con esto se refiere a la
elaboración de nuevos instrumentos que son capaces de aprehender la alteridad y sus manifestaciones
de una forma incomparablemente más amplia, rica y radicalmente diversa que la tradicional. La
manera tradicional es, de acuerdo con él, óptica y lumínica, por lo tanto, estricta y limitadamente
humana, tanto en sus fundamentos como en sus límites.
En cambio, hoy en día, se aprehende a la alteridad mediante otros instrumentos. Por
ejemplo: mediante ondas sónicas o ultrasónicas, ya sea con el radar y el sonar, o mediante la ayuda de
otros artefactos más complejos y sofisticados que proporcionan ecosonogramas de aquella
alteridad; mediante estímulos térmicos, verbigracia, en los sensores utilizados para guiar misiles y
proyectiles balísticos; mediante ondas de radio en los radio-telescopios; mediante rayos infrarrojos en
satélites-telescopios precisamente diseñados para este fin; mediante resonancia magnética nuclear, en
diversos instrumentos, como el SQUID (Superconducting Quantum Interference Device) que puede
captar campos magnéticos utilizados para registrar el funcionamiento de las neuronas, la MRI
(Magnetic Resonance Imaging) o la MRS (Magnetic Resonance Spectroscopy) que suministra el
funcionamiento de la química cerebral en actividades tales como el aprendizaje, la memoria, las
emociones y la propia visión; y otros muchos instrumentos. De acuerdo con la interpretación de
Mayz, todos estos medios dan lugar a un nuevo logos meta-técnico, gracias al cual es posible ordenar
y dar sintaxis al espacio y al tiempo, bases fundamentales de la organización de la alteridad, en virtud
de códigos completamente diferentes a los tradicionales. La transformación radical que esto
representa para los ordenamientos espacio-temporales de la alteridad afecta directamente a los
conceptos y nociones epistemológicos y ontológicos de la tradición filosófica. Es decir, a conceptos
como el ser y la nada, la afirmación y la negación, la conciencia y el conocimiento. También afecta y
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Gustavo Alberto Sarmiento
El pensamiento filosófico de Ernesto Mayz Vallenilla
modifica las bases y fundamentos que constituyen supuestos tácitos en otras disciplinas esenciales,
como la lógica, la geometría y las matemáticas. Con ello modifica la idea de naturaleza (physis) y la
estructura y finalidades de las instituciones humanas fundadas sobre esas bases y nociones superadas
por la meta-técnica, instituciones tales como el lenguaje, la ética y la política. Desde allí, las
transformaciones se extienden hasta las bases y presupuestos de la biología, la antropología y la
antropogonía (nacer/origen). Ernesto Mayz Vallenilla piensa que bajo el ámbito de la transformación
que está produciendo la revolución meta-técnica, el propio ser humano puede ser sujeto de
transformación o transmutación en su physis (naturaleza) ingénita y, por lo tanto, en sus congénitos
límites somáticos y psicofísicos, con secuelas y consecuencias que no son difíciles de imaginar, en
todos los sentidos, especialmente los axiológicos, como actualmente lo escuchamos y presenciamos
entre las noticias del normal amanecer de cada día.
Así pues, la razón y la racionalidad humanas, cuya genealogía y límites ópticolumínicos han dominado hasta nuestros propios días, se ven hoy radicalmente modificadas y
sustituidas por un logos trans-óptico, trans-lumínico y trans-humano, diseñado y construido por el
propio hombre con la ayuda de instrumentos técnicos que, a su vez, trascienden y modifican
los límites antropomórficos, antropocéntricos y geocéntricos que ostentaban la razón y la racionalidad
humanas tradicionales, tanto en lo relativo a sus principios como en sus categorías. Esta radical
modificación, afecta y transmuta paralelamente tanto a los fundamentos de las ciencias, como a los de
todas las instituciones creadas por el hombre con la ayuda de su innata razón y su
correspondiente racionalidad tradicional, incluidos los fundamentos del lenguaje humano y
sus sintaxis, como sustentáculos o bases de las creaciones, obras e instituciones humanas. Finalmente,
Mayz Vallenilla señala que de esto surge la propuesta de una Nootecnia como disciplina y/o
procedimiento traductor de la vieja a la nueva racionalidad y a sus correspondientes categorías,
instrumentos y creaciones.
Bibliografía
MAYZ VALLENILLA, Ernesto: El Problema de la Nada en Kant, 2ª Edición, Caracas, Monte Ávila,
1992.
MAYZ VALLENILLA, Ernesto: El Problema de la Nada en Kant, 1ª Edición, Revista de Occidente,
1965.
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Claudia Jáuregui, Fernando Moledo, Hernán Pringe y Marcos Thisted
(eds.) Crítica y Metafísica. Homenaje a Mario Caimi. Studien und
Materialen zur Geschichten der Philosophie. Hildesheim, Olms, 2015,
460 pp. ISBN: 978-3-487-15237-0
ALBA JIMÉNEZ RODRÍGUEZ1
El presente volumen, en el que se rinde un cumplido homenaje a la caudalosa trayectoria académica
del Prof. Mario Caimi, recoge contribuciones de veinticinco reconocidos expertos del ámbito de la
investigación sobre Kant, procedentes de Alemania, España, Francia, Italia, Brasil y Argentina. A lo
largo del libro puede entreverse un fecundo diálogo con algunos de los problemas a los que Caimi
dirigió su investigación tales como la deducción de las categorías y la doctrina del esquematismo
trascendental, el complejo estatuto del tiempo en la filosofía de Kant o el concepto de metafísica en el
ámbito de los Fortschritte.
El trabajo de Manfred Baum, titulado “Praktische Erkenntnis a priori in Kants Kritik der
praktischen Vernunft”, comienza recuperando alguna de las tesis de Hermann Andreas Pistorius sobre
la fundamentación kantiana de la moral. Se trata de un autor que, a pesar de haber recibido una
atención escasa en el ámbito de la Kant-Foschung, resulta crucial para entender algunos problemas
morales así como cuestiones de enorme calado teórico entre los que se encuentran las
transformaciones del concepto de metafísica a lo largo del corpus kantiano. En la Crítica de la Razón
Práctica, Kant había establecido el hecho paradójico de que aquello que denominamos bueno o malo
no debe ser determinado con anterioridad a la ley moral, sino solo de acuerdo a ella y por medio de
ella. Por tanto, lo bueno y lo malo, frente a lo que ocurría en la tradición ética desde Platón y
Aristóteles, nada tienen que ver con aquello que nos resulta agradable (Wohl) o doloroso (Weh) o con
un mal físico (Übel). Por el contrario, como señala el autor, “nur durch Einstimmung oder Widerstreit
mit einem moralischen Gesetz für das Wollen von Handlungen entschieden werden kann” (Jáuregui
et al. 2015: 14). Por tanto, el peculiar tipo de objeto que constituye el ámbito de lo práctico (no serían
de hecho propiamente objetos, sino acciones de la determinación racional del querer de un sujeto
imputable), depende de la legislación universal de la razón sobre nuestra voluntad, entendida como
una capacidad de comenzar una serie causal de fenómenos en el mundo.
Lo bueno y lo malo serían en última instancia modi de la categoría de causalidad, como ya
se anticipaba en la tercera antinomia de la primera Crítica, con la distinción entre una causalidad
eficiente y prolongable infinitamente, que regulaba el mundo sensible, frente a una causa libre
concebida como un fundamento de los fenómenos de atribución de responsabilidades morales. El
artículo examina asimismo las categorías de la libertad. Según la cantidad un sujeto determina su
acción conforme a máximas, preceptos que rigen para una pluralidad o principios a priori de la
libertad que vinculan a todo sujeto posible. Según la cualidad contamos con reglas prácticas
praeceptive o susceptibles de ponerse en obra, reglas prácticas prohibitivae o de omisión y reglas
prácticas exceptivae que incluyen principios de determinación, los cuales suponen una excepción
frente a otra regla de conducta. Según la relación, ponemos en común todo principio de determinación
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Universidad Autónoma de Madrid.
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Alba Jiménez Rodríguez
Crítica y metafísica
de nuestro arbitrio con la personalidad, con el estado de la persona o con la acción recíproca de los
estados de diversas personas entre sí. Y, según la modalidad, distinguimos lo lícito de lo ilícito, el
deber y lo contrario a deber y los deberes perfectos de los deberes imperfectos. El autor concluye con
la idea de que las categorías de la libertad harían ahora prescindible los tradicionales predicados de lo
bueno y lo malo pues, conforme a ellas, todas las acciones posibles del libre arbitrio son determinadas
como actos de una causalidad racional bajos principios prácticos a priori.
El capítulo “Ontología, epistemología y semántica: sobre la teoría kantiana acerca de la
estructura objetual del mundo”, de Juan A. Bonaccini, emprende la sugerente tarea de interpretar la
Analítica Trascendental como una ontología, en el sentido de una teoría a priori o trascendental de los
objetos, en la que el objeto –éste, junto con el uso del concepto de categoría esquematizada y su
identificación con los principios del entendimiento puro es quizá el escollo argumentativo de la
propuesta más difícil de superar– se define de antemano como una estructura formal del
conocimiento. Desde esta interpretación, las categorías mismas se presentan como objetos a priori, y
la epistemología, así como la semántica, se presentan como enfoques derivados de la propia
ontología. Frente a ciertas lecturas que habían hecho de la filosofía de Kant fundamentalmente una
epistemología y hasta una precursora de la filosofía analítica, la propuesta de Bonaccini tiene la
perspicacia de devolver la problemática cuestión de la ontología al lugar central que había ocupado en
las discusiones de Kant con sus contemporáneos en su intento por esbozar un constructivismo crítico
diferenciado del dogmatismo wolffiano. A pesar del conocido distanciamiento de Kant respecto de la
ontología tradicional que se arrogaba la tarea doctrinal de erigir un sistema a partir de un
conocimiento sintético a priori de cosas en general, Kant imprime un nuevo sentido a la ontología
como analítica del entendimiento puro, asociada ahora como puede apreciarse en la reflexión 5936
comentada por el autor, con la filosofía trascendental. Por lo demás, en KU, Kant presenta los
predicados ontológicos, entendidos como las únicas condiciones bajo las cuales las cosas pueden
convertirse en objetos de conocimiento. Además de proporcionar una visión muy luminosa sobre la
distinción entre la Deducción Metafísica y la Deducción Trascendental al hilo de su consideración de
la Analítica como ontología, el texto tiene la virtud de dar una salida teórica a la atribución frecuente
–en el marco de las investigaciones sobre Kant– de un carácter regulativo al principio del
entendimiento puro de relación, esto es, a las Analogías de la experiencia; atribución justificada
usualmente en virtud del carácter dinámico del principio. Ciertamente los principios del
entendimiento puro completan la operación de aplicación de las categorías a casos particulares del
fenómeno (auf besondere Fälle der Erscheinung) (KrV A159 B199). Y, en concreto, los Grundsätze
dinámicos, como tales, tendrían un carácter meramente regulativo o heurístico. Sin embargo, cada
esquema trascendental, con independencia de su vínculo respectivo con categorías matemáticas o
dinámicas, cumple ya de hecho esa función referencial de subsunción o aplicación de los conceptos
puros a los fenómenos y lo hace en principio con pleno carácter constitutivo. La solución que
proporciona Bonaccini al respecto –apelando a la definición que da el propio Kant en la Dialéctica
trascendental, cuando afirma que las leyes dinámicas también pueden tenerse por constitutivas en
tanto que hacen posibles a priori los conceptos, sin los cuales no tiene lugar experiencia alguna
(A664/B692) −es sostener que el carácter regulativo de las analogías puede predicarse sólo en un
plano ‘metalingüístico’– (Jáuregui et al. 2015: 40).
El trabajo de Christian Bonnet rescata algunos debates apasionantes del neokantismo,
partiendo de la tesis de Friedrich Albert Lange que, frente al materialismo reduccionista, había
presentado una interpretación fisiológica de Kant desde la que confiere un nuevo estatuto a las formas
a priori de la sensibilidad o a la problemática distinción entre sensibilidad y entendimiento. El autor
hace visible el contexto en el que surge la Geschichte des Materialismus de Lange cuya estrategia
teórica inicial consiste en circunscribir la legitimidad del materialismo al ámbito de investigación
científica, de modo que dicha tarea científica ponga de manifiesto los límites del propio materialismo.
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Crítica y metafísica
Como Salomon Maimon había hecho, Lange a su vez trae a discusión un momento muy controvertido
de la filosofía de Kant visible fundamentalmente a propósito del problema de la cosa en sí, en virtud
de la definición que proporciona del concepto de sensación en el principio de las Anticipaciones de la
percepción y de su teoría de las facultades. Como Lange observa, causas diferentes pueden provocar
una misma sensación y una misma causa puede dar lugar a sensaciones diferentes. No menos
problemática resulta la caracterización de la relación de la cosa en sí con los elementos del mundo
fenoménico en términos causales, habida cuenta de que la causalidad es ya por definición una
estructura eminentemente fenoménica. El autor aborda dos propuestas fundamentales de Lambert: que
el mundo de los sentidos es un producto de nuestra organización y que nuestros órganos corporales no
son sino imágenes de un objeto desconocido (Jáuregui et al. 2015: 52). El planteamiento de Lange
permite revisitar el problema del dualismo aportando nuevas perspectivas para interpretar la división
originaria kantiana entre la receptividad y la espontaneidad concebidas ahora como las dos caras de
una misma moneda. Por su parte, el recorrido presentado por Bonnet permite asomarse al corazón del
trascendentalismo kantiano al introducirnos en el punto álgido de la recusación de las tesis de Kant: el
hecho de que los elementos a priori del conocimiento puedan tener un origen empírico y,
simultáneamente tener validez objetiva. Esta revisión psicologista de Kant tendrá también profundas
consecuencias por lo que atañe al problema de la libertad y de la ley moral a la que de nuevo
considera “un élément empirique (…) qui détermine le cours de mes pensées” (Jáuregui et al. 2015:
58).
El texto de Daniel Brauer ofrece una revisión pormenorizada de la recepción hegeliana de la
concepción de espacio y tiempo en la estética trascendental kantiana a partir de la cual puede
apreciarse cómo la posición de Hegel estaría mucho más próxima a una relectura del papel del
tiempo, ligado a la apercepción trascendental o a los procedimientos de síntesis figurativas de la
imaginación que a la concepción de espacio y tiempo como formas a priori de la sensibilidad.
Respecto a la concepción kantiana circunscrita a las formas puras de la Estética trascendental, Hegel
no aceptará ni su condición de intuiciones formales, ni el hecho de que constituyan condiciones de
posibilidad para la construcción de juicios matemáticos. En la misma línea, tampoco aceptará su
carácter de formas de ordenación sinóptica de la multiplicidad sensible capaces de subsistir con
independencia de las propiedades ontológicas de los objetos mismos. Para desarrollar este análisis
toma en cuenta las tesis hegelianas vertidas en las Lecciones de Historia de la Filosofía, la
Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas, la Filosofía Real de Jena o Creer y saber. Frente a las tesis
heideggerianas de Ser y Tiempo y de los Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo que,
en el marco de su crítica a la concepción vulgar, vinculan la propuesta hegeliana a la tradición de la
definición aristotélica del tiempo de la Física como el número del movimiento, el autor subraya la
pertinencia de evaluar la interpretación hegeliana desde o frente a presupuestos kantianos y
newtonianos. Brauer recorre las concepciones del espacio y del tiempo de Hegel en relación con la
geometría y la aritmética, así como la definición de los mismos como momentos del movimiento,
como ‘el concepto mismo’, o como ‘lo sensible-no sensible’, pergeñando algunas líneas maestras
muy sugerentes para esbozar una filosofía de la matemática (Jáuregui et al. 2015: 66 ss).
En el trabajo de Wolfgang Carl se ponen en común las reflexiones de Kant en torno al
problema de la autoconciencia en las Lecciones de Antropología y en el Apéndice a la Paz Perpetua
con las reflexiones actuales en el ámbito, no sólo de la filosofía, sino de la psicología y la
neurociencia. La autoconciencia, ligada a la posesión del sentido interno, queda definida como marca
diferencial del hombre frente a los animales. El artículo tiene la enorme virtud de traducir los
problemas del contexto semántico y teórico propio de Kant a un ámbito de reflexión que, como los de
T. Burge o Ned Block, parte de presupuestos filosóficos muy diferentes.
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Crítica y metafísica
La contribución de Bernd Dörflinger, “Diskrete und kontinuierliche Zeit. Ein verborgener
Widerstreit bei Kant”, resulta de especial interés para trazar las continuidades con uno de los campos
de la investigación kantiana en el que la contribución del Profesor Caimi ha resultado muy
significativa: el análisis del tiempo en la Crítica de la Razón Pura. Frente al lugar común por el cual
la concepción del tiempo en Kant suele limitarse a su definición en la Estética como forma a priori de
la sensibilidad, las investigaciones de Caimi han resultado de enorme valía para sacar a la luz la
importancia que cobra el tiempo como determinación trascendental en el contexto de la analítica de
los conceptos y de los Principios y, en concreto, en la doctrina del esquematismo. El privilegio del
tiempo en detrimento del espacio por su condición de forma del sentido interno, ya sugerido en la
Estética trascendental, se visibiliza tanto más en la deducción de las categorías con el desarrollo del
concepto de la unidad trascendental de la apercepción así como en el Schematismuskapitel en el
marco del cual −junto a las definiciones de esquema como procedimiento de la imaginación para
proporcionar una imagen a los conceptos puro, intuición sensible, procesos de aplicación de los
conceptos a las intuiciones formales, etc.− el esquema se presenta fundamentalmente como una
determinación trascendental del tiempo o, como Caimi traduce con mucho acierto, como una
determinación trascendental temporal. De la mano de las reflexiones de Gerold Prauss, que a lo largo
de su vida ha estudiado profusamente el problema del continuo en el contexto de las determinaciones
temporales kantianas, esta contribución supone un punto de partida muy fructífero para elaborar una
reconstrucción de la teoría del continuo en Kant (Jáuregui et al. 2015: 96). Precisamente en los
principios del entendimiento puro correspondientes a los esquemas de la cantidad y de la cualidad, se
pone de manifiesto que el tiempo viene determinado por un orden en el que momentos homogéneos
de tiempo se extienden partes extra partes pero, simultáneamente, el tiempo goza de una intensión
que proporciona la cualidad o la realitas de los fenómenos y cuya variación puede cifrarse en
incrementos gradientes y continuos.
En “El tiempo en Kant: de la Disertación a la Estética trascendental” Jorge E. Dotti lleva a
cabo un recorrido muy lúcido sobre las transformaciones del concepto de tiempo en el tránsito a la
etapa crítica, tomando como referencia tres hitos fundamentales: la carta a Herz de 1772, las
reflexiones del Legado Duisburg y la Estética trascendental de KrV. Es en 1770 cuando espacio y
tiempo comienzan a definirse como principios formales de la intuición y cuando el tiempo empieza a
conceptualizarse como un fundamento formal del conocimiento que posee cierta preeminencia
respecto del espacio. De hecho, la idea de sucesión vinculada al número, aparece ya como condición
de inteligibilidad del espacio mismo. Como explica Dotti, este es un momento crucial del desarrollo
de la filosofía crítica porque Kant plantea con claridad por primera vez un problema tan antiguo como
el platonismo, que hará fortuna en su formulación más perfecta en el capítulo de la deducción
trascendental de las categorías de KrV: ¿cómo hacer ciencia –por tanto eidética− sobre realidades
cambiantes y generadas como aquellas de las cuales se ocupa la física? o ¿cómo garantizar que
funciones lógicas no extraídas de la experiencia puedan sin embargo aplicarse a ésta cabalmente
proporcionando conocimiento objetivo? El texto de Dotti permite trazar un cuadro de aquellos rasgos
del concepto de tiempo que permanecen sin modificaciones sustanciales entre los años 1770 y 1781 y,
sobre todo, de los rasgos divergentes entre ambos. A lo largo de este desarrollo, Dotti da cuenta del
proceso de pérdida de autonomía de la sensibilidad a medida que el tiempo va definiéndose como
forma del sentido interno y mostrando su vínculo con la apercepción; desarrollo que guarda una
apreciable deuda con las críticas que Schultz, Lambert, Mendelssohn o Sulzer habían realizado a Kant
a propósito de la publicación del Habilitationschrift (Jáuregui et al. 2015: 117).
El texto de Klaus Düsing. “Zeit und Substanz in Kant Kritik der reinen Vernunft”, toma
como punto de partida la profunda transformación que sufre el concepto de tiempo en Kant frente a
otros filósofos de la tradición como Aristóteles o Wolff en el marco de una nueva ontología crítica. El
trabajo ofrece una rigurosa interpretación del significado de los conceptos de sustancia y de tiempo en
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Crítica y metafísica
la teoría del conocimiento kantiana. El concepto de sustancia, como toda función lógica de la tabla
categorial, recibe su estructura formal de las funciones judicativas las cuales reciben a su vez su
fundamento de la unidad sintética de la apercepción. El autor explica el papel del esquema de la
permanencia como determinación trascendental temporal de relación en su carácter de tertium quid
homogéneo tanto con la categoría como con las formas a priori de la intuición para concluir con una
original evaluación del problema de la permanencia en el conocimiento específico de los objetos de la
naturaleza y en la autodeterminación del yo empírico (Jáuregui et al. 2015: 162).
El artículo de Dietmar H. Heidemann, “Zwei Formen der Identität in Lockes Theorie der
Person”, estudia la respuesta de Locke al problema de la identidad personal a través del recurso
teórico de la autoconciencia. El trabajo de Heidemann pone de manifiesto cómo la teoría lockeana se
construye en forma de diálogo con la tradición que arranca en Platón, según la cual la respuesta al
problema de la identidad se debate entre dos opciones fundamentales: dar cuenta de la identidad bien
a partir de la identidad del alma bien de la identidad del cuerpo. El texto se articula en torno a una
división establecida por Locke entre diferentes concepciones de la identidad marcadas por respectivas
determinaciones temporales. El respecto retrospectivo de la identidad da lugar a una identidad del
recuerdo que permite atribuir conductas del pasado relevantes desde el punto de vista jurídico y
moral. El respecto prospectivo da lugar a una identidad a futuro a partir de la cual pueden imputarse
conductas morales y jurídicas que nos hacen merecedores de castigos y recompensas en virtud de
nuestras acciones pasadas (Jáuregui et al. 2015: 165). El trabajo alumbra uno de los presupuestos
fundamentales de la solución de Locke al problema de la identidad personal. Y es que, frente a otros
autores, el problema de la identidad no es un problema estrictamente gnoseológico que involucre la
cuestión de la permanencia de la sustancia como entidad ontológica, sino un problema práctico tan
relevante como el problema de la imputación.
El texto de N. Hinske, titulado “Kants Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung?”,
ofrece una perspectiva muy novedosa sobre la distinción formulada por Kant entre el uso público y el
uso privado de la razón, a partir de una de las cruces philosophorum de la filosofía kantiana: la
isomorfía lógico-estructural entre la política, el derecho y la religión. El artículo visibiliza el contexto
en el que se formula la famosa pregunta de la Berlinische Monatsschrift aludiendo a la contribución
de Ernst Ferdinand Klein Über Denk- und Druckfreiheit an Fürsten, Minister und Schriftsteller que
anticipa la distinción kantiana entre el uso público y el uso privado de la razón y muestra las líneas de
continuidad con las anotaciones de Naturrecht Feyerabend correspondiente a las lecciones del
semestre de verano precisamente del año 1784.
El trabajo de Claudia Jáuregui, titulado “Kant y Hume: sobre los alcances de la
demostración del principio de la segunda analogía de la experiencia”, despliega una cuidada y
rigurosa argumentación que pone de manifiesto cómo, por un lado, los problemas encerrados en la
crítica a la noción de causalidad de Hume no pueden ser resueltos con las herramientas teóricas
empleadas por Kant en la demostración de la segunda analogía de la experiencia y, simultáneamente,
las observaciones de Kant al hilo de dicho principio puro del entendimiento desbordan el marco
teórico establecido por Hume a propósito del problema de la causalidad. Jáuregui distingue cuatro
principios de la propuesta kantiana, de los cuales, los dos primeros (la ley de la sensibilidad según la
cual el tiempo anterior determina necesariamente al siguiente y todo lo que ocurre presupone algo a lo
cual sigue según una regla) son desatendidos por el análisis humeano, mientras que los dos últimos
(que la forma de las leyes causales particulares impone que cierto fenómenos son la causa de otro tipo
de fenómenos y que a causas similares le siguen efectos similares) son el verdadero objeto de análisis
de Hume consagrado a la justificación de estas leyes (Jáuregi et al. 2015: 184 ss). La necesidad de
demostrar leyes empíricas particulares desborda el ámbito de la segunda analogía e implica la
remisión a principios regulativos de los cuales Kant no da cuenta sino en la Crítica del Juicio.
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Alba Jiménez Rodríguez
Crítica y metafísica
El trabajo de Heiner F. Klemme, “Kants Rezension von Johann Heinrich Schulz. Versuch
einer Anleitung zur Sittenlehre für alle Menschen ohne Unterscheid der Religionen”, analiza un
aspecto muy novedoso de la recensión kantiana sobre el texto de Schulz titulado Versuch einer
Anleitung zur Sittenlehre für alle Menschen, ohne Unterscheid der Religionen, a saber: la deducción
del concepto de libertad en conexión con los planteamientos de la Fundamentación de la Metafísica
de las Costumbres. Frente a la idea avalada también por las lecturas clásicas de la tercera antinomia
de KrV las cuales consideran que el fundamento de la idea de una voluntad libre reside en el carácter
inteligible y el uso teórico de la razón, Klemme subraya la importancia de un “unmittelbar
praktischen Gebrauch” de la idea de libertad (Jáuregi et al. 2015: 199).
La contribución de Claudio La Rocca sobre “L’architettonica nella Methodenlehre della
Critica della ragion pura” da continuidad a cierta línea de trabajo emprendida con el objetivo de
recuperar la importancia de la Doctrina trascendental del método, frente a la desatención sufrida en el
marco de las investigaciones kantianas o de su reducción a una consideración de la misma como
forma de la argumentación trascendental. El texto recupera y arroja nueva luz sobre la división de la
filosofía trascendental en crítica, disciplina, canon y arquitectónica reiterada en una reflexión de los
años 1775 y 1778 y en una carta a Marcus Herz de 1776.
El artículo de Daniel Leserre, “La función semántica del lenguaje en la deducción
trascendental de la Crítica de la Razón Pura”, establece un fecundo diálogo con una de las tesis
fundamentales establecidas por Mario Caimi en su obra Leçons sur Kant. La déduction
trascendantale dans la deuxième édition de la Critique de la raison Pure: la idea de que la deducción
trascendental provee un fundamento a la función semántica entendida como capacidad de significar o
referir objetos, no sólo de los conceptos puros, sino también del lenguaje en general. El texto de
Caimi tenía como objetivo prioritario subrayar el papel desempeñado por la apercepción, demostrar
que las categorías no son conceptos vacíos, es decir, que se aplican a objetos empíricos y explicar el
método sintético de exposición de la argumentación kantiana. El texto articula la tesis a partir de los
siguientes pasos argumentales. En primer lugar, establece la idea de que la Bedeutung concierne a los
objetos y debe proceder a través de una deducción. En segundo lugar, que algunos conceptos puros
pueden tener un uso a priori y que dicho uso requiere siempre de una deducción. En tercer lugar, que
la función de la deducción trascendental consiste precisamente en explicar cómo dichos conceptos
pueden referirse a priori a objetos no extraídos de la experiencia, por tanto, en determinar el
significado a priori de los conceptos puros. De aquí puede concluirse que la deducción proporciona
una fundamentación a la función semántica de las categorías y por extensión al lenguaje en general,
abriendo una línea de interpretación de la primera críctica muy fecunda en el campo de la filosofía del
lenguaje (Jáuregi et al. 2015: 240 ss).
El artículo de Bernd Ludwig, “Notwendigkeit ist nichts als jene Existenz, die durch die
Möglichkeit selbst gegeben ist”, ofrece una interesante perspectiva sobre la influencia de la tesis
leibniziana acerca del argumento ontológico y la corrección que hace a la prueba cartesiana sobre la
existencia de Dios en tres textos: Animadversiones in partem generalem Principiorum
Cartesianorum, Meditationes de Cognitione, Veritate et Ideis y De Synthesi et Analysi universali seu
ars inveniendi et judicandi. Es conocida la crítica kantiana al argumento ontológico por la cual afirma
que el ser no es un predicado real. Frente al uso lógico del ‘es’ como estructura copulativa que
permite conectar un sujeto y un predicado, la existencia designa la posición absoluta de una cosa y
por tanto no es una propiedad de los objetos que caen bajo un concepto, sino una propiedad de los
objetos mismos. Le necesidad de los objetos trascendentales no radica en su existencia como objetos,
sino en su necesaria representabilidad por la razón. La causa libre no puede ser conocida, pues se trata
precisamente de una entidad no sujeta a la conexión fenoménica temporal sobre la cual puedan operar
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sinópticamente las formas a priori de la sensibilidad y ser subsumidas bajo conceptos, pero sí es
necesaria en sentido práctico, si queremos atribuir responsabilidad jurídico-moral a los sujetos por sus
acciones. Frente a Leibniz y en general a la tradición escolar alemana, Kant establece una diferencia
fundamental entre la realidad objetiva de las ideas trascendentales y la necesidad de los objetos.
La contribución de Macarena Marey, “El rol sistemático de los fines en la metafísica de las
costumbres”, alumbra las implicaciones del hecho de que las líneas fundamentales de la filosofía
jurídico-política de Kant, como prueban algunas de sus reflexiones ya desde 1764, se establecieron
con anterioridad a la fijación del lugar sistemático que debía ocupar el derecho en el marco más
amplio de su filosofía práctica. A juicio de la autora, el papel del concepto de fin resulta fundamental
para cifrar esta localización sistemática por cuanto desarrolla la tarea de guiar la diferenciación del
método respectivo de las doctrinas de la virtud y del derecho en que se divide la Metafísica de las
Costumbres. El rechazo del teleologismo en su versión perfeccionista y eudemonista resulta además
fundamental para la gestación de la revisión kantiana del iusnaturalismo moderno.
En el artículo “Nöthigung, necessitatio, necesitación. Sobre el significado de un concepto
kantiano de la filosofía práctica”, Fernando Moledo lleva a cabo un estudio sobre las derivas
filológicas del término necessitatio que permite reevaluar el significado filosófico del problema de la
obligación en la filosofía práctica kantiana. El autor toma como referencia de partida la definición que
proporciona del término Nöthigung el Diccionario para el uso sencillo de los escritos kantianos de
Schmid, el cual identifica la obligación con los sentidos restringidos de obligación moral y obligación
práctica, con el Diccionario Enciclopédico de términos kantianos de Mellin que lo define en conexión
con el imperativo categórico, la traducción al latín de J. Ch. Zwanziger por el término necessitatio, y
la puesta en común de F.G, Born de la Nöthigung con la coactio. Moledo retrotrae el uso de este
concepto a la Metafísica de Baumgarten donde éste introduce el término para referirse al cambio de
una sustancia de lo contingente a lo necesario, recogiendo a su vez el uso que Leibniz hiciera del
vocablo nécessitation para distinguir entre el carácter libre o prestablecido de las sustancias. De igual
modo que en la antítesis de la tercera antinomia, Kant reconoce que la serie de efectos subalternos
debe recibir su fundamento de un tipo especial de causalidad que corte esta concatenación infinita de
causas, por su parte, Leibniz había afirmado anteriormente que el principio de razón suficiente tiene
que tener su término en un intelecto divino. Pero ya Leibniz se planteaba entonces cómo hacer
compatible dicha determinación inexorable de los planes divinos con la existencia de acciones libres
por parte del entendimiento finito. La nécessitation es para Leibniz justamente el tipo de necesidad
que se da en las sustancias cuando son libres. En continuidad con esta definición, la Nöthigung indica
para Kant el tipo de necesidad que se establece para los seres finitos contingentes en los que la
coincidencia de su voluntad con los fundamentos objetivos de determinación del obrar puede darse o
no darse, en la medida en que el ser humano se ve condicionado por Triebfedern o motores
impulsores de carácter sensible que pueden dar lugar a máximas que no coincidan con los principios
de la moralidad. El deber impone una necesidad ante hechos que son contingentes, en el sentido de
que es posible libremente elegir o no elegir observar los principios que la sustentan. En el caso de la
voluntad santa, por el contrario, el único motivo impulsor es el respeto mismo hacia la ley. El autor
establece una triple caracterización de la Nöthigung en correspondencia con los tres tipos de
imperativos (morales, técnicos o pragmáticos) lo que le sirve para refutar la identificación de Schmid
entre la moralische Nöthigung y la praktische Nöthigung, poniendo de manifiesto que la obligación
moral es sólo un tipo de la obligación práctica. Para terminar, frente a la identificación de Born entre
necessitatio y coacción, Moledo muestra que la coacción para Kant no es sino un tipo específico de
necessitatio (Jáuregi et al. 2015: 305).
La contribución de Hernán Pringe, “Metafísica, lógica y probabilidad cuánticas”,
proporciona una respuesta audaz a la pregunta por la posibilidad de establecer principios metafísicos
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en sentido kantiano para la metafísica cuántica. El argumento de Pringe toma como punto de partida
la aplicación de la distinción kantiana entre lo constitutivo y lo regulativo a la distinción correlativa
entre la parte general y la parte especial de la metafísica de la naturaleza. El autor comienza
demostrando que no es posible dar con principios constitutivos de la naturaleza de modo que
obtengamos a partir de ellos principios metafísicos de la física cuántica. Los objetos cuánticos no
poseen validez constitutiva, pero sí regulativa, en tanto que deben concebirse –no como objetos de la
experiencia posible− sino objetos metacontextuales. Esto se explica porque la verificación de los
fenómenos cuánticos no puede tener lugar en todo contexto, pero dado un fenómeno cuántico
determinado, podemos establecer la probabilidad de cualquier otro fenómeno a través de una regla de
unificación (Jáuregi et al. 2015: 312).
El texto de Alberto Rosales, “La teoría de la apercepción en el capítulo de los
paralogismos”, retoma la cuestión de la circularidad de la autoconciencia. El debate atiende a dos
posiciones fundamentales: una que afirma la imposibilidad de la autoconciencia por su caída en un
regreso al infinito y la otra, representada paradigmáticamente por Düsing, según la cual dicha tesis
implica una concepción errónea de la autoconciencia. El artículo aborda las críticas de Kant a la
psicología racional y concluye que el presunto círculo de la autoconciencia no se refiere al hecho de
que ésta se presuponga a sí misma, sino más bien al hecho de tener conciencia de la actividad
unificadora de la propia conciencia.
El trabajo de Jacinto Rivera de Rosales, “Kant: gusto y reflexión. La presencia del concepto
en la experiencia estética”, da cuenta exquisitamente del papel que juega el concepto en la estética
kantiana. El autor explica la especificidad de los juicios estéticos frente a los juicios lógicos. Frente a
los juicios lógicos en los que subsumimos los objetos empíricos bajo conceptos en virtud de una
finalidad concreta para poner lo real a disposición del pensar y de nuestros intereses morales y
prácticos, el juicio estético no descansa en conceptos, sino en el sentimiento de placer que propicia el
libre juego de la imaginación, ya no entendida, tal como sucede en la Analítica de los principios,
como una facultad mecánica que hace posible los procedimientos de subsunción de las intuiciones
formales bajo las funciones lógicas, sino como un movimiento que procura la mediación entre lo
sensible y lo inteligible en virtud de un particular juego entre lo prerreflexivo y lo reflexivo. Lejos de
lo que sugieren ciertas interpretaciones de Kant, lo estético requiere de la trama categorial con la que
habitualmente nos pertrechamos de los supuestos teóricos que nos permiten comprehender el mundo,
pero, precisamente para suspenderlo y posibilitar un singular cambio de mirada despojado de todo
interés pragmático (Jáuregi et al. 2015: 346).
El artículo de M. Ruffing, “Gedanke, Sprache, Ton – Bemerkungen zu Kants Sprachkritik”,
expone algunos elementos sobre las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. Para Kant todas las
lenguas son signos del pensamiento. La contribución de Ruffing parte de las consideraciones sobre la
concepción instrumentalista del lenguaje de la Antropología en sentido pragmático. La
autocomprensión humana y la comunicación exitosa llevan implícita una idea de comunidad que a su
vez está presupuesta en la idea de una razón práctica. Kant lleva a cabo una crítica lingüística
orientada fundamentalmente a los filósofos profesionales. Entre los intérpretes de Kant, prevalece la
idea de que Kant en su filosofía teórica no hizo justicia a la importancia del lenguaje y que por tanto
no tiene una teoría propia al respecto. A partir del siglo XX, sin embargo, hubo una recuperación de
la filosofía del lenguaje en relación con la semiótica trascendental. En esta rehabilitación de la
filosofía del lenguaje kantiana lo importante son las reflexiones sobre el mismo en el ámbito de la
filosofía moral. Se postula entonces una suerte de concepción normativa del lenguaje que permite
distinguir un empleo adecuado o inadecuado de este. Este uso debe ser adecuado a la capacidad moral
del hombre. El mencionado uso normativo del lenguaje está presidido por el mandato de veracidad y
su transgresión implica la pérdida de nuestra condición de hombres. Lo que propone en su doctrina de
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la virtud es una relación libre del sujeto hablante con las cosas en el mundo. El lenguaje conlleva una
cierta autocomprensión moral. El hombre se convierte en una Sprachmaschine cuando no obedece
este mandato (Jáuregi et al. 2015: 364). El filósofo contrae una obligación especial en lo que se
refiere al trato con el lenguaje y, sin embargo, a menudo falla en la transmisión veraz de los
pensamientos; tiene pues un riesgo profesional de carácter moral debido a su tono. El tono implica
precisamente presentarse al mundo con autoconfianza; provoca una disposición que afecta al ánimo
del que lee. El uso práctico moral de la razón puede determinar el tono. A través de un cierto tono
distinguido los filósofos encubren la falta de comunicabilidad de sus reflexiones filosóficas o bien
directamente diseminan errores traicionando su compromiso con la verdad.
En “Transformaçoes na filosofía da história kantiana na década de 1780” Ricardo Terra
pone la mirada en la fascinante confluencia filosófica producida en el año 1784, momento en el que
concluye el manuscrito de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, las lecciones de
derecho natural (Naturrecht Feyerabend) y Moral Mrongovius II, las Ideas para una historia
universal en clave cosmopolita y ¿Qué es la Ilustración? Dicho año supone un momento clave en el
desarrollo de la concepción teológico-crítica de la historia y de la distinción entre derecho y ética. En
el texto se dan cita asimismo algunas consideraciones sobre la cuestión de las razas a propósito de Las
diferentes razas humanas publicado en 1775 como anuncio del curso de geografía física,
Determinación del concepto de una raza humana de 1785 y Sobre el uso de principios teológicos en
teología, donde Kant responde a las críticas de Forster tratando de resolver problemas como la
distinción entre los conceptos de raza, variedad y especie. El autor considera con Bordoni que la
Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, así como Naturrecht Feyeranbend y Moral
Mrongovius II publicados en el volumen XXVII de la Academia constituyen “drei Variationen eines
desselben Gedankes” y subraya también la necesidad de poner en común sus reflexiones con Idee
donde acaban de formularse conceptos centrales para la filosofía jurídica de Kant (Jáuregi et al. 2015:
382). Los textos de estos años realizan contribuciones tan importantes como anticipar la distinción
entre ética y derecho tal y como será perfilada posteriormente en 1797.
El trabajo de Marcos A. Thisted sobre “La Weisheitslehre en los Fortschritte der
Metaphysik” recobra una tesis fundamental de Caimi según la cual la Weisheitslehre ocupa el lugar
que había dejado vacante la metafísica dogmática leibnizo-wolffiana. El artículo estudia las
implicaciones de la aparición del término en la Crítica de la Razón Práctica y su desarrollo
sistemático en Los Progresos de la Metafísica. La nueva definición de la metafísica proyectada en
esta obra opera como principio de organización sistemática constituido en tres estadios de la razón
pura (el de lo sensible, el del tránsito de lo sensible a lo suprasensible y el de lo suprasensible)
correlativos a la doctrina de la ciencia, la doctrina de la duda y la doctrina de la sabiduría, la cual tiene
su principio de articulación en el bien supremo y comprendería una teología moral que sustituiría a la
teología racional, una teleología moral que sustituiría a la cosmología racional y una psicología moral
que reemplazaría a una psicología racional.
La excelente contribución de María Jesús López Lobeiras parte del análisis de las
definiciones de juicio en la deducción de la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura, así como
en algunos pasajes de los Prolegómenos a toda metafísica futura. El artículo tiene como punto clave
el desarrollo de la tesis de que entre la exposición de la deducción de las categorías en la primera y la
segunda edición se produce un salto de la noción de objeto a la noción de objetividad, vehiculado por
la relación que establece Kant entre en el juicio y la apercepción en la segunda versión de la
Deducción.
Husserl se había referido a Kant como al ‘protofundador’ de una filosofía de nuevo cuño, a
la filosofía moderna como a aquella cuya su secreta aspiración era la fenomenología y al sistema
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kantiano como el primer ensayo de alcanzar una filosofía universal con el carácter de ciencia estricta.
El libro se cierra pues, de la mano de Roberto J. Walton, abordando una interesantísima cuestión
como es “La articulación kantiana de la fenomenología de Husserl” que, en la línea de las demás
contribuciones, corresponde al rigor con que el homenajeado ha abordado los problemas de la
filosofía kantiana en su dilatada carrera.
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Fernando Moledo: Los años silenciosos de Kant: Aspectos de la génesis
de la Deducción Trascendental en la década de 1770. Seguido de la
traducción del Legado de Duisburg (ca. 1775). Buenos Aires, Prometeo,
2014, 192 pp. ISBN: 978-987-574-667-1.
PABLO MOSCÓN1
Fernando Moledo sostiene que el propósito de su obra es “contribuir a la formación de una idea más
clara del camino que condujo a Kant a resolver lo que se presenta como la pregunta fundamental de la
KrV por la posibilidad de la metafísica, centrándonos para ello en la génesis de algunos de los
aspectos involucrados en el desarrollo de la sección más importante de esta obra: la Deducción
trascendental” (Moledo 2014: 21). Con ello, si bien Moledo se adscribe a una ya larga tradición de
investigadores que abordan el pensamiento de Kant desde una perspectiva histórico-evolutiva,2
introduce una novedad respecto de la literatura escrita en lengua castellana. Frente a la escasa
atención que ella ha dirigido sobre los textos del llamado Handschriftliche Nachlass, en esta obra, en
particular, Moledo hace un examen minucioso de ellos, e incluso, en el caso del Duisburg Nachlass,
se encarga de traducirlos por vez primera a dicha lengua.
Retomando la descripción que Moledo hace de su libro Los años silenciosos de Kant en el
pasaje citado más arriba, debe notarse que en ella no logra describírselo con total exactitud. Esta obra,
en verdad, no se limita a esclarecer, de forma exclusiva, la evolución del pensamiento de Kant en lo
que respecta al desarrollo de la Deducción trascendental de las categorías, sino que alcanza un
resultado más amplio: ella arroja luz sobre la elaboración de las líneas fundamentales del pensamiento
de Kant que lo conducirán a la formación definitiva de su Lógica trascendental.
En principio, antes de emprender la tarea propuesta para su estudio, Moledo presenta, en la
“Introducción”, el problema que acompaña la investigación kantiana durante la década de 1770 (‘los
años silenciosos de Kant’) y que acabará dándole forma a su KrV, y en particular, a su lógica
trascendental. La preocupación de Kant durante este período residiría –según Moledo– en poder
establecer, frente a los intentos infructuosos del pasado, una verdadera propedéutica para la metafísica
que pueda depurarla de los errores que la acechan como simples prejuicios y que pueda justificar todo
el conocimiento que ella sea capaz de brindar y sobre el cual todo otro conocimiento posible se funda.
En continuidad con ello, en su primer capítulo, Moledo explora las causas por las cuales –
según el propio Kant– surge el problema de una crítica de la razón pura; se trata aquí del análisis del
así llamado ‘despertar del sueño dogmático’. Este despertar es descripto por Moledo como el
‘resultado benéfico’ de la aplicación del método escéptico a las afirmaciones de la metafísica
dogmática (cf. Moledo 2014: 34). Ocurre que, si bien de esta aplicación sobreviene el rechazo
sumario a la posibilidad de erigir una metafísica construida según el método matemático, ello no sería
–para Moledo– totalmente negativo para la metafísica; más bien, con ello la metafísica lograría
recobrarse de sus ensoñaciones para emprender el transito del ‘dogmatismo’ a la ‘crítica de la razón
pura’.
Este primer capítulo culmina con el análisis de la equívoca descripción que Kant hace de
este despertar, y que tanto ha dividido a los intérpretes: mientras en Prolegómenos afirma que fue
Hume quien lo despertó del sueño dogmático, en una carta a Garve de 1798, en cambio, sostiene que
1
Universidad de Buenos Aires.
Para considerar la importancia y antigüedad de esta tradición téngase en cuenta los estudios kantianos de grandes autores clásicos
como Kuno Fischer (1824-1907), Benno Erdmann (1851-1921), Erich Adickes (1866-1928), entre otros, así como las
contribuciones más recientes de autores como Herman Jean de Vleeschauwer (1899-1986), Giorgio Tonelli (1928-1978) o Norbert
Hinske (1931).
2
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Pablo Moscón
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la causa de este despertar fue la “Antinomia de la razón pura”3. Frente a ello, Moledo señala que, en
verdad, ambos despertares refieren a un mismo proceso acontecido en la década de 1760; y que
aunque este proceso único sea inicialmente originado por la advertencia de Hume sobre el problema
de la causalidad, alcanza su consumación una vez que se pasa al examen crítico de la razón, originado
por el problema antinómico.
En el segundo capítulo, Moledo investiga el significado del concepto de metafísica en la
Dissertatio de 1770. Moledo explica que en esta obra Kant entiende por metafísica el “sistema de la
razón pura”. Ello representa –de acuerdo con él– un alejamiento respecto del concepto de metafísica
de la época, influenciada por la tradición wolffiana, según el cual ella es “la ciencia de los primeros
principios del conocimiento humano”. Esta redefinición kantiana del concepto de metafísica –según
Moledo– es resultado del análisis que Kant hace en la Dissertatio de las facultades de conocimiento
en vistas de dar solución a la llamada ‘antinomia cosmológica’, esto es, el conflicto entre el concepto
de mundo pensado por la razón en términos de totalidad infinita de partes y el concepto de mundo
representado por los sentidos en cuanto ‘sucesión’ infinita de partes. Ese análisis –indica– pone de
manifiesto la necesidad de distinguir entre dos fuentes subjetivas de conocimiento heterogéneas: la
sensibilidad y el entendimiento; y en paralelo, entre dos clases distintas de conocimiento: el
conocimiento sensible de los fenómenos y el conocimiento puramente intelectual de las cosas reales
tal como existen en sí mismas, propio de la ontología como primera parte de la metafísica. Moledo
señala que con ello logra resolverse la antinomia cosmológica, pues al determinarse que ambos
conceptos de mundo, en apariencia contradictorios, corresponden a facultades diversas, se demuestra
que ambos, como conocimiento de objetos diversos, no se hallan en conflicto alguno. Y –según
afirma– ello explica también la redefinición kantiana de la metafísica: debido a la distinción entre el
conocimiento intelectual y el sensible establecida en este marco propedéutico a la metafísica como la
clave para la resolución de todos sus problemas, cualquier contenido empírico fundado en la
sensibilidad es desterrado del campo estrictamente intelectual de dicha metafísica, que ahora no puede
más que ser ‘el sistema de la razón pura’.
El tercer capítulo examina el avance de la teoría sobre la validez objetiva de los conceptos
puros del entendimiento para comienzos de la década de 1770. Moledo señala que la novedad
presentada en la Dissertatio, según la cual los conceptos de objeto en general, propios de la ontología
como parte primera de la metafísica, son dados a priori por el entendimiento con independencia de la
experiencia sensible, se introduce el problema acerca de la posibilidad de que tales conceptos puedan
proporcionar conocimiento sobre las propiedades de objetos fenoménicos tal como pretende la
metafísica. Considerando el Handschriftliche Nachlass, Moledo se propone investigar si acaso para el
momento en que Kant escribe su célebre carta a Herz, en 1772, tiene alguna solución para esta
cuestión. Este análisis revela que, para esos años, Kant cuenta ya con la idea del “cambio en el modo
de pensar” por la que se exige que se “abandone la concepción real del objeto” (Moledo 2014: 69). Al
considerar que no sólo los objetos determinan el conocimiento que se tiene de ellos, sino que el
conocimiento puede ser el que determine a los objetos, Kant consigue explicar en aquel período
correspondiente a la carta a Herz la validez objetiva de las categorías afirmando que ellas son
condiciones de posibilidad de los objetos del conocimiento empírico: en efecto, como condiciones de
toda experiencia, tales categorías proporcionarían reglas de enlaces necesarios en el múltiple dado en
la sensibilidad. No obstante, Moledo señala aquí que aún por estos años falta explicar cuál es el
fundamento de dicha conexión, y, en consecuencia, aún resta desarrollar una deducción trascendental
de tales categorías –cuya aparición tendrá lugar recién para el año 1775–. El capítulo finaliza
refiriendo que este ‘cambio en el modo de pensar’ supone la pérdida del significado tradicional
concedido a las categorías, y junto a ello, una redefinición de la ontología. Esta última –explica
Moledo– adquiere para Kant, ya en estos años, un sentido más modesto: no se trata ahora de la
ontología tradicional, como ciencia que proporciona los conocimientos a priori de cosas en general,
sino, más bien, el de una ‘mera analítica del entendimiento puro’, es decir, un análisis de aquellas
condiciones intelectuales que hacen posible la experiencia.
3
Con respecto a este tema clásico y tan discutido en los estudios kantianos, se encuentran aquellos como Kuno Fischer y Lewis
Withe Beck, quienes defienden que Hume es quien despierta a Kant del sueño dogmático, y autores como Friedrich Paulsen o
Giorgio Tonelli quienes afirman que la causa de este despertar reside en las antinomias. Kreimendhal, como señala Moledo,
pretende conciliar ambas opiniones de Kant al sostener que los dos refieren a un mismo acontecimiento: el descubrimiento de la
antinomia de la razón a propósito de la lectura de Hume.
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En el cuarto capítulo, Moledo investiga el avance del proyecto kantiano de dar con el listado
completo de los conceptos puros del entendimiento –el problema de la deducción metafísica de las
categorías, presente en la primera parte de la Lógica trascendental– para el inicio de la década de
1770 –años previos al Duisburg Nachlass–. En principio, Moledo señala que, ya en la Dissertatio,
Kant presenta una nueva teoría respecto del origen de esos conceptos de la metafísica, que luego
mantendrá hasta la KrV: si bien ellos son conceptos adquiridos, y no innatos, resulta que esta
adquisición no es a partir de los objetos dados sensiblemente en la experiencia. En cuanto conceptos
puros, ellos son adquiridos a partir de las leyes del entendimiento, en ocasión del uso empírico de esta
facultad, al abstraerse el contenido del pensar y quedarse con la acción que el entendimiento ejecuta
en cada caso.
Con respecto a cuáles son las categorías alcanzadas para estos años, la investigación de
Moledo demuestra –con gran originalidad en relación con los estudios kantianos existentes hasta la
fecha– que para este período, Kant ha establecido, como si fueran la totalidad de los conceptos puros
del entendimiento, sólo las categorías que en la KrV conforman las categorías de modalidad –
denominadas aquí categorías de la tesis, puesto que refieren a la manera en que los objetos pueden ser
afirmados o ‘puestos’– y las categorías de relación –denominadas aquí categorías de la síntesis, ya
que refiere a la manera en que los objetos son enlazados entre sí, o relacionados sintéticamente–.
Moledo señala que, en las Reflexiones de este período, Kant juzga que las categorías de modalidad,
por ser incapaces de aumentar el conocimiento sobre los objetos a los que se le aplican, no son
objetivamente sintéticas, y por ello, que es innecesaria una deducción trascendental de ellas. Esto
permite explicar –según Moledo– que las reflexiones de Kant sobre la validez de las categorías
durante estos años giren de manera casi exclusiva en torno a las categorías de la relación.
En el quinto capítulo, Moledo estudia el problema de la validez objetiva de las categorías
para el año 1775, en el Duisburg Nachlass. En este capítulo, por un lado, frente a la interpretación
estándar que afirma que para estos años Kant ha alcanzado ya lo esencial de la Lógica trascendental 4,
Moledo se limita a sostener, en cambio, que en dicho período Kant sólo ha logrado bosquejar con
cierta precisión aquella parte de la Lógica trascendental que luego corresponderá en la KrV a la
Deducción trascendental de las categorías –incluyendo como novedad terminológica fundamental de
este texto, el término apercepción para referirse a la conciencia de sí–, sin por ello haberla
desarrollado en todas sus partes: la teoría aquí presente acerca de la posibilidad de conocer la
naturaleza sustancial del yo supone que aún la ‘crítica’ a las metafísicas sobre el alma, desplegada en
el capítulo de los “Paralogismos” de la Dialéctica trascendental, aún no ha sido desarrollada. Por otro
lado, distanciándose de las tesis más recientes que afirman que, en el Duisburg Nachlass, Kant
sostiene una posición incompatible con lo afirmado en la KrV, en tanto allí no sólo afirmaría la
posibilidad de conocer la naturaleza sustancial del yo sino que explicaría sobre la base de este
conocimiento la validez objetiva de las categorías, 5 Moledo considera que, en dicho texto, esta
posibilidad de conocer el estado sustancial del yo no cumple rol alguno en la argumentación dirigida a
explicar la validez objetiva de las categorías. El argumento se sostendría –según él– sobre la base de
las mismas afirmaciones que luego serán presentadas en la KrV: que las categorías poseen validez
objetiva porque son condiciones de posibilidad de la experiencia, y ello, porque estos conceptos puros
hacen posible la síntesis necesaria de lo múltiple dado a la sensibilidad para que éste pueda ser
referido a la representación singular del yo de la apercepción y, por ende, para que el múltiple pueda
ser unificado por él.
En el capítulo sexto, Moledo explora el desarrollo de aquella parte de la Lógica
trascendental que todavía para mediados de la década de 1770 –según el capítulo anterior– se
encontraba inconclusa: la Dialéctica trascendental. Pero en lugar de ocuparse del desarrollo que tiene
por estos años el contenido de dicha parte –que pudiera explicar, por ejemplo, el interrogante surgido
respecto de las causas que motivan el abandono de una teoría metafísica del alma–, en este capítulo,
Moledo se limita a estudiar el surgimiento del concepto de Dialéctica trascendental acontecido a fines
4
Téngase en cuenta aquí las interpretaciones de Haering, Werkmeister, Theis, Chenet, entre otros, todas ellas referidas por
Moledo.
5
Aquí Moledo se ocupa de las interpretaciones de autores como Carl, Brandt, Klemme y Laywine.
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Los años silenciosos de Kant
de la década de 1770. El resultado de este estudio revela que el concepto kantiano de Dialéctica
trascendental supone una reformulación por parte de Kant del significado que los autores del siglo
XVIII le atribuían a la dialéctica: mientras estos autores la entendían como una lógica de la
probabilidad, o de lo probable, Kant la define como una “crítica de la apariencia ilusoria” 6. A partir de
esta definición general de Kant del concepto de dialéctica, Moledo indica que ella, como parte de la
Lógica trascendental, es entendida como la “crítica de la apariencia ilusoria trascendental” o de la
“ilusión trascendental” (cf. Moledo 2014: 123). En este caso –explica– la crítica dialéctica se ocuparía
de una ilusión que, al descansar en la naturaleza misma de la razón, sería ‘natural e inevitable’. Por
tanto –señala Moledo– esta crítica no podría evitar que se produzca la apariencia ilusoria
trascendental, sino que se limitaría a desactivar el engaño que ella puede suscitar, mostrando su
origen y cómo se produce.
En último lugar, para dar término al libro, Moledo ofrece una traducción del Duisburg
Nachlass, acompañado de una introducción y de notas aclaratorias. Cabe remarcar que ésta es la
primera traducción al castellano de este complejo texto del Handschriftliche Nachlass y que ella
cuenta con los criterios de una publicación científica. La traducción no sólo toma en consideración
todas las ediciones del texto hechas hasta la fecha, sino que incluso, a fin de zanjar los interrogantes
que surgen de él, atiende al propio manuscrito de Kant. Todas las dificultades relativas a la traducción
y a la edición del texto, como las razones esbozadas en cada caso para su resolución, son explicitadas
por Moledo en las notas. Asimismo, algunas de estas cuestiones son abordadas en la misma
introducción a la traducción, donde Moledo presenta una reseña histórica completa de las distintas
ediciones del texto y brinda especificaciones generales sobre su propia edición y traducción.
En suma, esta obra de Moledo ofrece material para un análisis histórico-evolutivo del
problema tratado por Kant en la década de 1770 respecto de cuánto es posible conocer con entera
independencia de la experiencia por medio del entendimiento y de la razón, cuya resolución resulta
esencial para responder al interrogante mismo de la KrV sobre la posibilidad de la metafísica. Se trata
de exponer el desarrollo del pensamiento de Kant sobre esta cuestión, en vistas de entender con
mayor profundidad el tratamiento definitivo que hará de ella luego en la Lógica trascendental de la
KrV. Así pues, a la luz de la perspectiva defendida por Erich Adickes y Kuno Fischer según la cual el
examen de la evolución del pensamiento de Kant es una condición imprescindible para comprender su
sistema, la contribución de Moledo sobre ‘los años silenciosos de Kant’ sobresale, dada su
minuciosidad, claridad y originalidad, como un aporte valioso para la compresión del sistema
filosófico kantiano. Y representa a su vez un aporte significativo para la promoción del interés sobre
las problemáticas histórico-evolutivas, y para impulsar así el desarrollo de esta clase de
investigaciones en la tradición de los estudios kantianos en lengua castellana.
6
En este sentido, al indicar la originalidad del concepto kantiano de dialéctica, Moledo continua la tesis presentada por Tonelli en
su investigación sobre esta cuestión (cf. TONELLI, G.: “Der historische Ursprung der kantischen Termini «Analytik» und
«Dialektik»”, Archiv für Begriffsgeschichte 7 (1962) 120-139), y se distancia de la posición de Pozzo según la cual este concepto
no es un concepto original de Kant, sino que es tomado de la obra lógica de Paul Rabe (cf. POZZO, R.: “Kant within the Tradition
of Modern Logic: The Role of the "Introduction: Idea of a Transcendental Logic", The Review of Metaphysics 52, 2 (1998) 295310).
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 227-230
230
ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2. 8830
Salvi Turró: Filosofia i Modernitat. La reconstrucció de l’ordre del món.
Barcelona, Edicions Universitat de Barcelona, 2016, 228 pp. ISBN: 97884-475-3966-6.
PEDRO JESÚS TERUEL1
Son significativas las aportaciones de Salvi Turró a una mejor comprensión de la modernidad
filosófica. Entre ellas se encuentran las monografías Descartes. Del hermetismo a la nueva ciencia
(1985), Tránsito de la naturaleza a la historia en la filosofía de Kant (1996), Lliçons sobre història i
dret a Kant (1997) y Fichte. De la consciència a l’absolut (2011), así como numerosos artículos en
revistas científicas. El presente volumen reúne nueve de estos últimos –revisados, reelaborados y, en
su caso, traducidos– junto con un texto inédito. El resultado es prenda del estilo del autor: sólido en la
fundamentación, eficaz en la exposición, nunca banal en la elección de temas y enfoques.
La noción de ‘mundo’ en torno a la cual gira el subtítulo (La reconstrucción del orden del
mundo) aparece aquí, a mi juicio, en al menos cuatro perspectivas complementarias. Se trata (a) del
conjunto de elementos y rasgos ónticos y metafísicos que caracterizan lo real en el pensamiento
clásico y medieval; en segundo lugar, (b) del conjunto de condiciones transcendentales y ontológicas
que ocupan el lugar de aquéllos en la filosofía moderna. Un modelo y otro dibujan (c) horizontes
conceptuales heterogéneos para el abordaje de la pregunta sobre la unidad de lo real y su sentido, ya
sea considerado en su globalidad o en relación con el ser humano. En cuarto lugar, (d) el tránsito
desde (a) hacia (b) da pie al establecimiento de pautas cronológicas y temáticas en el seno de la
historia de la filosofía y, con ellas, a la delimitación respectiva de ‘lo moderno’ frente a ‘lo medieval’,
por un lado, y frente a ‘lo postmoderno’, por otro. Pues bien: la presente obra trata fundamentalmente
de las perspectivas segunda y tercera, con una incursión en la cuarta; todo ello, sobre el trasfondo del
abandono histórico de la primera perspectiva.
La cubierta del libro reproduce el fascinante grabado Melancolía I, de Alberto Durero
(1514). La alada figura que lo protagoniza, acuclillada con ademán indolente entre tablas
matemáticas, instrumentos de medida y herramientas de trabajo, lanza una mirada nostálgica fuera de
campo. Es la añoranza de la unidad del mundo –de ese mundo que se esfuma, disuelto por
reducciones metodológicas y desplazamientos ontológicos, a caballo entre los siglos XVI y XVII– la
que lleva a pergeñar múltiples proyectos de reconstrucción. Y éstos constituyen el hilo conductor de
Filosofia i Modernitat.
La tesis de fondo, explicitada en la introducción, apunta a dicha multiplicidad. Lejos de
constituir un bloque homogéneo de propuestas sobre la reconstrucción del orden del mundo –en los
marcos trazados por las perspectivas (b) y (c)–, la Modernidad cobija esquemas conceptuales variados
y a menudo opuestos entre sí. En la primera parte del volumen (“La filosofía moderna: concepto y
perspectivas”) se presentan diversas vertientes de dicha heterogeneidad: el modo en que la reducción
mecanicista coadyuva al desarrollo del dominio técnico como uno de los rasgos distintivos de la
mentalidad moderna; la vinculación del nuevo paradigma con el vaciamiento de sentido del libro de la
Naturaleza y del libro de la Revelación, a instancias, respectivamente, de su lectura en clave
ateleológica e histórico-crítica; la presencia viva en la mentalidad moderna de transformaciones
conceptuales fecundadas por el cristianismo, expuestas aquí al hilo de las nociones de ‘creación’,
‘libre albedrío’ y ‘encarnación’; el papel teórico de la intersubjetividad en el trayecto que media entre
Descartes y Hegel. Cada análisis corresponde a un capítulo de esta primera parte, que se inaugura con
una incursión en la genealogía de la Modernidad como época al hilo de la cual se presenta distintos
modelos de periodización.
1
Universitat de València.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 231-232
231
ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2. 8887
Pedro Jesús Teruel
Filosofia i Modernitat
La segunda parte (“La comprensión del mundo en la Modernidad”) recoge otras cinco
aportaciones. Dos de ellas giran en torno a Kant; se aborda ahí, concretamente, el tópico de la
sabiduría del mundo y su enlace con la filosofía de la historia. En la tercera se analiza el tránsito de la
filosofía kantiana a la fichteana, sobre el trasfondo de la distinción entre fenómeno y noúmeno y el
papel de la subjetividad en su constitución respectiva. Fichte es el protagonista del cuarto capítulo,
que pone de relieve el horizonte metafísico de la doctrina fichteana a partir de la noción de imagen
(Bild). En el último apartado se despliega un discernimiento crítico sobre la cercanía y la distancia
entre las respectivas visiones del mundo en Hegel y Spinoza.
La urdimbre de la obra denota una mano experta. Turró ha cultivado una familiaridad con la
red conceptual tejida entre Descartes y Hegel que le permite moverse con soltura en la reflexión sobre
la génesis de la Modernidad y sus debates internos. Así se muestra, por ejemplo, en las excelentes
contribuciones acerca de Kant; en la pequeña joya labrada en torno a la imagen del absoluto y las
visiones del mundo en Fichte; o en el elaborado cotejo de Hegel y Spinoza. A mi juicio, hubiera sido
deseable hacer hincapié en la faceta historiográfica. Se hubiese abonado así la cuarta perspectiva a la
que me he referido supra y la vertiente de la tesis básica asociada a ella –a saber: que el pensamiento
moderno transita por vías heterogéneas a la hora de emprender la reconstrucción eidética del orden
del mundo, cosa que incide en el abordaje historiográfico y en la tarea ligada a la periodización–.
Tratándose de un asunto largamente trabajado por el autor, nos quedamos con ganas de saber más
sobre sus tomas de postura al respecto.
Concluiré subrayando algo que, por evidente, puede pasar desapercibido. Me refiero a la
materialidad lingüística de la obra. Tras darle muchas vueltas al modo en que se habría de cultivar el
catalán como lengua filosófica, Josep Ferrater Mora encabezaba la versión catalana de Philosophy
Today con un aviso para navegantes: la relevancia científica de una lengua no proviene de
indagaciones eruditas –de consumo doméstico– sobre su pedigrí histórico, sino de la capacidad de sus
hablantes y escritores a la hora de plantear cuestiones significativas para el debate de las ideas (cf. La
filosofia en el món d’avui, Barcelona, Edicions 62, 1965, 5-8). Salvi Turró es un navegante avezado y
ha escrito esta obra para el mundo. Estudiosas y estudiosos de cualquier procedencia encontrarán en
ella material rico y estimulante. Aprender una lengua para leer cosas que merecen la pena depara un
gozoso placer intelectual; en este sentido, el presente volumen ofrece un aliciente más para acercarse
a la hermosa lengua catalana.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 231-232
232
ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2. 8887
Gabriel Rivero: Zur Bedeutung des Begriffs Ontologie bei Kant. Berlín,
Boston, Walter de Gruyter, 2014, 247 pp. ISBN: 978-3-11-034180-5.
LUCIANA M. MARTÍNEZ1
En la introducción de Acerca del significado del concepto de ontología en Kant, Gabriel Rivero
presenta la cuestión que motiva su investigación en los siguientes términos: aunque la argumentación
de la Analítica transcendental de la Crítica de la razón pura parece excluir la ontología, esta
disciplina se menciona significativamente en dos pasajes de la “Doctrina transcendental del método”.
Para comprender el significado que puede tener la ontología en la filosofía crítica, Rivero considera
que es necesario llevar a cabo una investigación histórico-evolutiva de ese concepto en la obra
kantiana. Tal investigación, en conformidad con la letra del texto crítico, debe atender a dos
cuestiones centrales. Por un lado, es menester considerar que se trata de un programa de crítica del
conocimiento orientado subjetivamente, que tiene como tema los conceptos del entendimiento y los
principios de la razón. Por otra parte, este programa nos coloca ante la cuestión de la objetividad y de
la función del objeto en general para la constitución del conocimiento objetivo. Efectuar esta
investigación es la tarea que Rivero pretende realizar en su libro, que tiene tres partes principales.
La primera de ellas se titula “La Ontología como disciplina: sobre la arquitectónica y
sistema. La transformación kantiana de la disciplina de la Metafísica”. En esta parte del libro, el autor
proporciona una introducción conceptual e histórica de su planteo. Este planteo está motivado, señala,
por el peculiar tratamiento que el concepto de ‘ontología’ recibe en la Crítica de la razón pura de
Kant. Recordemos que, en la concepción de la Metafísica instalada en la filosofía racionalista después
de Wolff, esta ciencia incluía tres partes especiales, las cuales eran la Teología, la Cosmología y la
Psicología racional, y una parte general, que era la Ontología. La empresa crítica de Kant revisa los
fundamentos de las metafísicas especiales en la investigación de la razón que tiene lugar en la
Dialéctica transcendental de la Primera Crítica. El detonante de la investigación de Rivero está
vinculado a la pregunta acerca de si es posible una Ontología de acuerdo con la crítica de la razón
emprendida por Kant.
El primer paso de la argumentación del autor consiste en especificar la recepción kantiana
de ese modo de pensar las disciplinas de la ciencia metafísica y el lugar que en ella debe tener la
Ontología. Los términos en los que se centra su investigación son los de ‘arquitectónica’ y ‘sistema’.
Para su elucidación, recurre a textos de la tradición escolástica de la que Kant se ha nutrido y con la
que ha polemizado. Rivero, en efecto, revisa tesis de filósofos como Wolff, Baumgarten y,
contemporáneo de Kant, Lambert. Asimismo, trabaja de manera minuciosa con textos kantianos,
principalmente las obras publicadas, algunas cartas y los apuntes de lecciones previos al período
crítico.
En este período del pensamiento de Kant, Rivero considera que tiene lugar una
transformación radical de la concepción de la metafísica, que tiene como consecuencia una nueva
visión de su concepto de la Metafísica, de la organización de sus disciplinas y de la Ontología. En el
transcurso de estos años, el autor diferencia tres momentos, de acuerdo con la perspectiva desde la
que se presenta la filosofía de Kant. El primero de ellos se registra hacia 1755 y es mencionado como
una etapa ‘metafísica’. El segundo estadio identificado por el autor se da en 1762-1764. Lo
caracteriza como un momento ‘metodológico’. Finalmente, entre 1769 y 1772 Rivero encuentra en
los textos kantianos una etapa ‘orientada hacia el sujeto’ (subjektorientiert).
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Universidad de Buenos Aires – CONICET.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 233-235
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ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2.8881
Luciana Martínez
Zur Bedeutung des Begriffs Ontologie bei Kant
El texto de Rivero reconstruye la evolución de cuestiones que son centrales en la filosofía
de Kant, tales como las características que debe tener la Metafísica como ciencia, el significado que
tiene el carácter sistemático de esta ciencia, la disposición que deben tener sus elementos y el lugar
que cabe en ella para cada área disciplinar. En el planteo de estas cuestiones, el autor registra
variaciones, relecturas y consideraciones de detalle que permiten advertir cómo el pensamiento
kantiano evoluciona hasta la filosofía crítica.
La segunda parte del libro se titula “Acerca del desarrollo de una Metafísica orientada hacia
el sujeto y la pregunta por la objetividad”. En ella, se analiza el último de los tres momentos
identificados por Rivero en el período precrítico. En los últimos años de la década de 1760 y a
principios de la década siguiente, Kant comienza a analizar otros conceptos y a construir, a partir de
ellos, una novedosa concepción de la metafísica. Por una parte, señala Rivero, se encuentran
indicaciones acerca de los conceptos de sujeto y de ‘algo en general’ (es decir, el objeto). Por otra,
como consecuencia de ello, se desarrolla una nueva definición de la metafísica, se establece la
diferencia entre sensibilidad y entendimiento, y se distinguen los principios subjetivos y objetivos que
intervienen en el conocimiento.
En esta sección, Rivero establece un diálogo con la literatura kantiana disponible acerca de
las fuentes de Kant en el tratamiento de lo transcendental. Así, por ejemplo, discute la influencia que
tienen el aristotelismo (Tonelli), la filosofía de Wolff y de Baumgarten (Hinske), la tradición
metafísica medieval en la que se incluye Duns Scoto (Honnefelder) en la constitución de la filosofía
transcendental. Además, el autor se ocupa de la incidencia que tiene el escepticismo humeano
(Kreimendahl) en la transformación del concepto kantiano de metafísica y en la revisión, en
particular, de la caracterización de esa ciencia realizada por Baumgarten. En el núcleo de esta
cuestión se presenta la emergencia del conflicto antinómico de la razón, que Rivero analiza en detalle.
Su propuesta, asegura, estudia el tema desde una perspectiva diferente a la de los autores citados, en
la medida en que pretende comprender el modo como el uso del método escéptico, desde 1769, se
vincula a la correlación de los conceptos de objeto, transcendental y ontológico.
Para Rivero, la variación en el concepto de metafísica que tiene lugar en estos años, lo que
él denomina el ‘giro hacia el sujeto’, se vincula con que Kant ya no la concibe como una ciencia del
conocimiento humano, sino como una ciencia de la razón humana. El autor encuentra los primeros
indicios de ese viraje en el texto de 1766 intitulado Sueños de un visionario. En este texto, al igual
que en una carta a Herz del mismo año, la metafísica se define, subraya Rivero, como una ciencia de
los límites de la razón humana. En la revisión de estos textos, así como en la cuestión de la incidencia
de Hume y del escepticismo kantiano acerca del conocimiento metafísico, Rivero desarrolla una
argumentación que confronta con numerosos autores dedicados a la investigación del tema. Respecto
de la influencia humeana, el autor menciona pasajes del corpus kantiano para ilustrar que esa
influencia afecta especialmente el plano metodológico de la filosofía de Kant. El empleo del método
escéptico es, para Rivero, indisociable del giro subjetivo de la metafísica que tiene lugar, de acuerdo
con su interpretación, durante estos años. Según el autor, además, ese giro anticipa elementos
centrales de la filosofía transcendental. En esta tesis, una vez más, la interpretación de Rivero se
contrapone con la de otros estudiosos de la filosofía de Kant, para quienes el antecedente crucial de la
filosofía transcendental, su primer fundamento, es el conflicto antinómico. Otros aspectos que se
encuentran analizados en detalle en esta parte del libro son la confrontación con Baumgarten respecto
del concepto de metafísica y la emergencia del concepto de objeto, a partir de la noción del ‘algo x’.
El siguiente paso de la argumentación de Rivero consiste en el análisis de la Disertación de
1770 y la recepción inmediata que tuvo en el medio alemán. En particular, el autor se ocupa de
estudiar cómo se presenta en este texto la noción de ontología. Este análisis debe hacer frente a las
modificaciones en el rumbo del pensamiento kantiano, tal y como ha sido presentado. La Disertación
es un texto que, sin embargo, presenta elementos que también son parte del arsenal crítico y que, por
ese motivo, permiten comprender la evolución de la filosofía de Kant. Finalmente, Rivero estudia el
intercambio epistolar con Herz en los primeros años de la década de 1770. En estas cartas, encuentra
la respuesta de Kant a la recepción que tuvo su Disertación y, específicamente, una elucidación de su
modo de entender la Metafísica como ciencia.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 233-235
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ISSN-e: 2445-0669
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Luciana Martínez
Zur Bedeutung des Begriffs Ontologie bei Kant
La tercera parte del libro se titula “La crítica y el sistema de la razón pura”. En ella, el autor
se propone mostrar que la filosofía transcendental, ya en el período crítico, constituye tanto una
crítica como una ontología. Su investigación se concentra en el período entre 1772 y la publicación de
la Primera Crítica, en 1781. Para ello, Rivero analiza reflexiones, cartas y las obras publicadas del
filósofo.
El primer momento de su argumentación consiste en un estudio de la evolución del
concepto de objeto, ambiguo entre 1772 y 1781. Si se comparan las reflexiones de este período, se
encuentran nuevos conceptos y problemas que no se estudiaban en la Disertación. El concepto del yo
(Ich), la noción del conocimiento a priori, y el problema de la objetividad de ese conocimiento son
cuestiones que reciben un tratamiento novedoso en las anotaciones kantianas posteriores a la
Disertación. Un aspecto relevante de la constitución de la objetividad, al que Rivero dedica algunas
páginas, tiene que ver con la emergencia y la evolución de la doctrina de las categorías, que se
registra en las reflexiones de la época.
En segundo término, el autor analiza el concepto de ontología, primero en las reflexiones del período
mencionado y luego en la Crítica de la razón pura. Este segundo análisis es verdaderamente
detallado, e incluye una reconstrucción de las definiciones provistas por Kant en los diversos pasajes
de su obra en los que se ocupa de ese concepto. Por medio del estudio de las reflexiones y sobre el
trasfondo de un concepto ambiguo de objeto, Rivero encuentra una alteración de la noción de
ontología, que ocurre en la segunda parte de la ‘década silenciosa’ de Kant. Esta noción de ontología,
sostiene, no tiene antecedentes en la metafísica tradicional y se encuentra referida al objeto en
general. A la luz de esta consideración, el autor puede retomar los pasajes del texto crítico, ya
mencionados en la introducción de su libro, en los que Kant utiliza el concepto de la ontología. Estos
pasajes reciben especial significación gracias a la investigación presentada a lo largo de todo el libro y
permiten comprender el significado de la ontología para el pensamiento crítico de Kant.
En el último apartado de la tercera sección, Rivero estudia, de manera sintética, las
consideraciones de Kant acerca de la ontología, después de la publicación del texto de 1781. En
particular, se ocupa de las cartas enviadas a Jakob y a Beck, del texto póstumo Los progresos de la
metafísica y de las lecciones de metafísica.
El libro reseñado constituye, en pocas palabras, una contribución crucial para la literatura
kantiana. Por una parte, Rivero aborda un tema que es ineludible, si se quiere comprender el
significado histórico de la filosofía de Kant y la precisa naturaleza de su aspecto revolucionario en su
parte teórica. Además, Rivero establece un diálogo interesante con algunas líneas de investigación
kantiana histórica y actual. Finalmente, se encuentra en su libro un estudio minucioso de fuentes que
permiten aprehender la evolución del pensamiento del filósofo de Königsberg y que pueden continuar
siendo exploradas.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 233-235
235
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III Congreso SEKLE: “Los rostros de la razón”. Ciudad de México, 5-8
de septiembre de 2016.
LUCIANA M. MARTÍNEZ1
La Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española celebró durante la segunda semana de
septiembre de este año su tercer congreso en la Ciudad de México. Las instituciones que organizaron
este congreso son, además de la SEKLE, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En la ceremonia de apertura, que tuvo lugar el lunes 5 en el edificio de la Casa Universitaria
del Libro de la UNAM, se hizo evidente ya la cuidada organización del evento. Dieron la bienvenida
los representantes de las universidades organizadoras, Pedro Stepanenko (UNAM) y Gustavo Leyva
(UAM). Tras ello, el evento fue presentado por Jacinto Rivera de Rosales, el actual presidente de la
SEKLE, y Alexander Au, el director regional de México y América Central del DAAD. Esta
institución alemana financió parte del evento y su representante ofreció un discurso en el que destacó
la relevancia de la filosofía, tanto en el ámbito académico-científico y educativo, como en la vida
cotidiana. El presidente de la SEKLE, por su parte, hizo referencia a la consolidación de esta sociedad
y al significativo avance de la producción kantiana en lengua española, del que la realización de este
tercer congreso consecutivo es una prueba.
Este congreso, además, contó con una novedad que merece ser reseñada. En él se entregó el
Primer Premio Kant para Jóvenes Investigadores en Lengua Española, en una ceremonia que tuvo
lugar al finalizar la tarde del martes 6 de septiembre. Los locutores en la ceremonia fueron el ya
mencionado presidente de la SEKLE y uno de sus miembros y jurado de la premiación, la
investigadora argentina Claudia Jáuregui. En su presentación, ellos hicieron referencia a la
convocatoria y las condiciones del concurso, así como a los criterios que llevaron a los miembros del
jurado, también compuesto por la española María Xesús Vázquez Lobeiras y el colombiano Luis
Eduardo Hoyos, a elegir, entre los 42 manuscritos presentados, un artículo escrito por el mexicano
Stéfano Straulino Torre. Además, se ofrecieron dos menciones. La primera mención fue para el
artículo “El malestar kantiano. Filosofía y ciencia al encuentro con la naturaleza”, del colombiano
Juan Felipe Guevara. La segunda mención fue para el uruguayo Martín Fleitas González, cuyo
artículo se titula “Una travesía kantiana a través del Escila constructivista y el Caribdis realista.
Apuntes para un abordaje kantiano-constitutivista de las fuentes de la normatividad”. El jurado señaló
a su vez la necesidad de destacar, junto al artículo premiado y los dos mencionados, los siguientes tres
trabajos: “Arqueología filosófica y hermenéutica. Notas sobre la interpretación de la historia en Kant”
de José María García Gómez del Valle (España), “Is it Impossible to Will to Be Punished? Exploring
a Consensual Way out of the Kantian Dilemma” de Matías Parmigiani (Argentina) y “La
fundamentación de la validez del imperativo categórico en la Crítica de la razón práctica, desde un
punto de vista sistemático e histórico-evolutivo” de Fernando Moledo (Argentina).
El artículo ganador, titulado “La noción kantiana de verdad trascendental”, investiga una
noción escasamente desarrollada por Kant. Se trata de la noción de ‘verdad trascendental’, que apenas
aparece en los textos kantianos. Stéfano Straulino sostiene que Kant no redefine la noción de verdad.
En cambio, de acuerdo con el autor, Kant se apropia de la noción tradicional de verdad, que es la
noción de concordancia del conocimiento con el objeto, y la reinterpreta a la luz de su propia
concepción del conocimiento. La noción de verdad transcendental estaría referida, así, a las
condiciones de posibilidad de los objetos. El trabajo de Straulino, como sintetizó en su presentación
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Universidad de Buenos Aires – CONICET.
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 237-240
237
ISSN-e: 2445-0669
DOI 10.7203/REK.2.2.9011
Luciana Martínez
III Congreso SEKLE
Claudia Jáuregui, impresionó de manera positiva al jurado en virtud de que consigue ocuparse de un
tema complejo con rigor y en profundidad. Además, la presentadora y jurado del concurso señaló que
la exposición de la tesis sostenida por Straulino se lleva a cabo con notable claridad y erudición. Las
palabras de agradecimiento del joven investigador premiado estuvieron dirigidas, por una parte, a
destacar el crecimiento de la SEKLE y, por la otra, a agradecer a las personas y las instituciones de su
entorno que hicieron posible, en el marco de la investigación más amplia desarrollada durante sus
estudios de doctorado, la producción del escrito premiado.
Además de esta premiación y de los actos de apertura y clausura, el congreso contó con tres
tipos de intervenciones. En primer lugar, hubo conferencias magistrales a cargo de investigadores
consagrados que trabajan en diversas partes del mundo. En segundo término, se presentaron
numerosos libros, la mayoría de ellos escritos en lengua española. Finalmente, se leyeron y
discutieron ponencias singulares, que se presentaron en mesas de dos o tres intervenciones, en el
recinto mencionado y en la Casa Rafael Galván, de la UAM.
La conferencia de apertura estuvo a cargo del argentino Mario Caimi (CONICET), quien
leyó un trabajo acerca de la revolución copernicana en el que defendía una lectura no
antropologizante de ese giro. La segunda conferencia magistral fue brindada por Otfried Höffe
(Eberhard Karls Universität Tübingen), quien discurrió acerca de un tema que resulta candente en la
contemporaneidad. Se refirió, particularmente, a la cuestión de si hay una filosofía de los Derechos
Humanos en el pensamiento de Immanuel Kant, a partir de la consideración de que, para el filósofo,
el derecho innato es sólo uno. La conferencia magistral del miércoles 7 estuvo a cargo del estudioso
norteamericano Robert Hanna (University of Colorado). Este trabajo se concentró en dos conceptos
que le sirvieron de hilo conductor para analizar el pensamiento kantiano: el pietismo científico y el
naturalismo científico. La última conferencia magistral, inmediatamente anterior al acto de cierre del
día jueves fue dada por el pensador mexicano Carlos Pereda (UNAM), quien se centró en la noción de
‘reino de los fines’ para pensar aspectos prácticos de la filosofía kantiana.
El segundo momento de este congreso estuvo vinculado a la presentación de libros sobre el
pensamiento kantiano escritos por investigadores de habla hispana. La variedad y calidad de las obras
presentadas dan cuenta del hecho de que la investigación de la filosofía de Kant en el medio
hispanohablante ha logrado un desarrollo notable. El primer libro presentado constituye un homenaje
a Mario Caimi: Claudia Jáuregui, Fernando Moledo, Hernán Pringe, Marcos Thisted (eds.), Crítica y
Metafísica. Homenaje a Mario Caimi. Hildesheim, Olms Verlag, 2015. En este libro intervienen
destacados especialistas kantianos de diversas universidades del mundo y con quienes el profesor
Caimi se ha relacionado a lo largo de su carrera. La presentación fue llevada a cabo por Gustavo
Leyva y tres de los cuatro editores del libro: Claudia Jáuregui, Hernán Pringe y Fernando Moledo. En
ella se hicieron referencias no sólo a la trayectoria ya reconocida de Caimi, sino también a aspectos
relativos a las cualidades personales que determinan el desempeño de su profesión.
Además de este libro, fueron presentados dos trabajos de traducción de textos
antropológicos. Por un lado, se presentó una nueva versión de la Antropología en sentido pragmático,
prologada por el editor alemán Reinhardt Brandt, traducida por Dulce María Granja, Gustavo Leyva y
Peter Storand, y revisada por Julio del Valle: Immanuel Kant: Anthropologie in pragmatischer
Hinsicht (Antropología en sentido pragmático). «Biblioteca Immanuel Kant». Prólogo de Reinhard
Brandt ; Traducción de Dulce María Granja, Gustavo Leyva, Peter Storandt ; Revisión de estilo de
Julio del Valle. Notas y Bibliografía de Dulce María Granja. México: Fondo de Cultura
Económica/UAM/UNAM, 2014. En segundo término, se presentó una edición crítica y traducción de
textos acerca de temas de estética y antropología, llevada a cabo por Manuel Sánchez Rodríguez:
Immanuel Kant: Lecciones de Antropología. Fragmentos de estética y antropología. Edición y
traducción de Manuel Sánchez Rodríguez, Granada, Comares, 2015. Esta edición contiene secciones
de diversas lecciones de antropología, pasajes de cartas y reflexiones, traducidos y comentados por
Sánchez Rodríguez.
Por otra parte, se presentaron dos libros referidos a la evolución de la doctrina de las
categorías de Kant. Por un lado, se presentó el libro de Fernando Moledo, que se ocupa de la génesis
de la deducción transcendental en esos años y proporciona, además, una traducción anotada del
Revista de Estudios Kantianos
Vol. 1, Núm. 2 (2016): 237-240
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DOI 10.7203/REK.2.2.9011
Luciana Martínez
III Congreso SEKLE
Legado de Duisburg: Fernando Moledo: Los años silenciosos de Kant. Aspectos de la génesis de la
Deducción trascendental en la década de 1770. Seguido de la traducción del legado de Duisburg, ca.
1775. Prólogo de Mario Caimi. Buenos Aires, Editorial Prometeo, 2014. Además, se presentó el libro
de Gonzalo Serrano Escallón, que contiene una edición y traducción de textos referidos a la
Deducción trascendental, correspondientes tanto a la década de 1770 como a la de 1780: Kant, I. La
Deducción trascendental y sus inéditos, 1772-1788, edición y traducción de Gonzalo Serrano.
Bogotá. Universidad Nacional de Colombia, 2014.
Finalmente, se presentaron dos libros referidos a la filosofía práctica del regiomontano. El
primero de ellos, escrito por Faviola Rivera Castro y publicado en México en 2014, trata sobre tres
conceptos cruciales de la filosofía moral de Kant. Esos conceptos se encuentran mencionados en el
título del libro, y son los siguientes: virtud, felicidad y religión: Faviola Rivera Castro: Virtud,
felicidad y religión en la filosofía moral de Kant. México, UNAM- Instituto de Investigaciones
Filosóficas: 2014. Por último se presentó un libro en inglés del autor hispanohablante Vicente de Haro
Romo. Este texto también se refiere a la parte práctica de la filosofía kantiana. Se centra,
específicamente, en cuestiones relativas al deber y la virtud: Vicente de Haro Romo: “Duty, Virtue
and Practical Reason in Kant's Metyphysics of Morals”. Hildesheim – Zürich – New York. Georg
Olms Verlag, 2015.
Por fin, debe destacarse la calidad de las comunicaciones que se presentaron para su
discusión en las dos sedes y durante los cuatro días que duró el congreso. No podemos resumir en
estas líneas el contenido de esas comunicaciones, ni la intensa discusión que suscitaron. Intentaremos
simplemente bosquejar un panorama de ellas, agrupándolas en conformidad con sus similitudes
temáticas. En primer lugar, se presentaron varios trabajos acerca de los temas centrales de la parte
teórica de la filosofía crítica. Hernán Pringe (UDP-Chile, UBA, CONICET - Argentina) hizo una
presentación sistemática del concepto de metafísica y de sus disciplinas. Manuel Sánchez Rodríguez
(Universidad de Granada, España) revisó la crítica kantiana a la filosofía leibniziana, en la disputa
con Eberhardt y el texto sobre Los progresos de la metafísica. Pedro Stepanenko (UNAM) analizó las
relaciones entre intuiciones y conceptos, e indagó la posibilidad de que nuestro pensamiento contenga
contenidos no conceptuales. Gonzalo Serrano (Universidad Nacional de Colombia) se ocupó de
analizar aspectos específicamente problemáticos de la Deducción transcendental, Julia Muñoz
(UNAM) discutió la posibilidad del error epistémico en la aplicación de las categorías y José de
Teresa Ochoa (UAM) se demoró en el criterio kantiano de verdad. Claudia Jáuregui (UBA,
CONICET) analizó la primera Analogía de la experiencia y Constanza Terra Polanco (UDP) estudió
el concepto de ‘mecanismo de la naturaleza’ y su relación con la causalidad. Eduardo Molina
(Universidad Alberto Hurtado, Chile) estudió los Paralogismos de la razón y, finalmente, el premiado
Stefano Straulino disertó sobre las características de los juicios de percepción. Luis Emilio Placencia
García (Universidad de Chile) estudió los conceptos de intuición, intuición sensible e intuición
intelectual. Dos conferencias vinculadas a la relación con el conocimiento científico podrían añadirse
en esta lista. Álvaro Peláez (UAM) analizó algunas cuestiones de geografía física y Vicente Durán
(Pontificia Universidad Javeriana, Colombia) estudió ciertos aspectos de la relación entre Kant y
Humboldt. Las relaciones entre el pensamiento de Kant y otros autores de la época o apenas
posteriores recibieron acogida en las comunicaciones de Roberto Rodríguez Aramayo (Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, España), acerca de Diderot, de Marcela García Romero
(UNAM), sobre Schelling, Carlos Mendiola Mejía (Universidad Iberoamericana, México), sobre Kant
y Hegel, y Pablo Oyarzún (Universidad de Chile), sobre Kant y Lichtenberg.
También se presentaron contribuciones centradas en discusiones posteriores del legado de
Kant. Efraín Lazos (UNAM) revisó la lectura de Pippin y Jacinto Rivera (UNED, España) revisitó las
interpretaciones del realismo. Cristóbal Olivares (Pontificia Universidad Católica de Chile) se refirió
a la concepción freudiana del criticismo, exhibida por Theodor Adorno, a mediados del siglo pasado,
y Pedro Jesús Teruel (Universidad de Valencia, España) se ocupó de cuestiones del ámbito de la
neurofilosofía y su relación con la fragilitas kantiana.
Se presentaron también numerosas comunicaciones sobre temas de estética. Débora
Vázquez Reyes (IIF, UNAM) analizó el concepto de obra de arte, Silvia del Luján Di Sanza
(UNSAM, Argentina) investigó la interpretación del kantismo como una estética negativa, Paula
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Luciana Martínez
III Congreso SEKLE
Órdenes (Universidad de Heidelberg, Alemania) y Roger Pérez (Pontificia Universidad Católica del
Perú) presentaron algunas consideraciones relativas a lo sublime, y María Noel Lapoujade (UNAM)
se refirió a la noción de metáfora y a la facultad de la imaginación. Julio del Valle (Pontificia
Universidad Católica del Perú) y Luciana Martínez (UBA, CONICET) estudiaron nociones de
estética en lecciones de lógica y antropología, respectivamente, del período precrítico.
Por otra parte, se presentaron ponencias sobre la tematización kantiana de la religión.
Leonardo Rodríguez Duplá (Universidad Complutense de Madrid, España) analizó el Cristo de Kant,
Dulce María Granja (UNAM) se ocupó de los elementos del Nuevo Testamento que se encuentran en
la Religión dentro de los límites de la mera razón y Eduardo Charpenel (Universidad Panamericana,
México) se centró en las nociones de autoconocimiento y Gesinnung en la filosofía de la religión.
Por último hay que mencionar el gran caudal de contribuciones acerca de la ética y la
filosofía del derecho de Kant. Fernando Moledo (UBA, CONICET) ofreció una reconstrucción de la
Deducción del imperativo categórico contenida en la tercera sección de la Fundamentación para la
Metafísica de las costumbres, mientras que Fabiola Rivera (UNAM) se concentró en la segunda
formulación del imperativo categórico en ese mismo libro. Daniela Alegría Fuentes (Pontificia
Universidad Católica de Chile) se refirió a las relaciones personales. Luis Eduardo Hoyos
(Universidad Nacional de Colombia) se ocupó de la motivación racional y Leonardo Tovar
(Universidad Santo Tomás, Colombia) analizó los conceptos de decisión y de ejecución. Hubo, a su
vez, numerosas ponencias dedicadas a temas específicos de la Metafísica de las costumbres. Vicente
de Haro Romo (Universidad Panamericana) la comparó con la Sittenlehre de Fichte. Enzo Solari
(Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile) estudió el carátcer moral del derecho,
Francisco Cortés Rodas (Universidad de Antioquía, Colombia) analizó cuestiones de derecho penal y
María Guadalupe Martínez Fisher (Centro de Investigación Social Avanzada, México) propuso
algunas reflexiones sobre el derecho natural. Juan Ormeño Karzulovic (UDP) se ocupó de la noción
de libertad exterior. Finalmente, se presentaron investigaciones relativas a la filosofía del derecho y la
política de Kant. Gustavo Leyva estudió el derecho cosmopolita, Eduard Andrés Quitián Álvarez
(Universidad Santo Tomás) analizó la cuestión de la guerra, Moisés López Flores (UNAM) se refirió
al problema del racismo y Wilson Herrera (Universidad del Rosario, Colombia) revisitó la visión
kantiana de la historia.
El congreso sirvió también de espacio propicio para llevar a cabo la reunión de miembros
de la SEKLE. En ella se informó sobre el estado financiero se la Sociedad. Entre los aspectos
discutidos cabe destacar la decisión de celebrar en 2018 el próximo Congreso de la Sociedad en la
Universidad de Valencia.
Este breve racconto hace visible dos aspectos centrales de este congreso. Por un lado, los
participantes provienen de diversas regiones, exhibiendo la amplitud geográfica de la producción
hispanohablante. Por otro lado, se torna evidente la variedad de los temas y la riqueza de los matices
que tiene la investigación kantiana en lengua española. Para cerrar, se debe destacar la esmerada,
prolija y eficiente organización del evento. La multifacética Ciudad de México, además, proporcionó
un magnífico escenario para la discusión filosófica de temas que suscitan interés a ambos lados del
océano, y para el afianzamiento de lazos de colaboración científica.
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Atendiendo a su objetivo de “fomentar el estudio de la filosofía de Kant, de su época, de
sus antecedentes y de su influjo posterior, así como de los temas relacionados con su pensamiento, su
método filosófico y su posible desarrollo y apropiación actuales" (Estatutos, art. 2), la Revista de
Estudios Kantianos (REK) desea impulsar especialmente los estudios sobre la recepción del
pensamiento de Kant en el ámbito hispanohablante, enfatizando autores y obras pioneros que han
proyectado líneas de reflexión y comprensión significativas de la filosofía de Kant, sea a partir de su
magisterio, o bien sea mediante la publicación de traducciones y obras originales.
Es por ello que la REK desea convocar a todos los académicos e investigadores en lengua
española interesados a enviar sus trabajos sobre
La recepción de Kant en México
La fecha límite para la entrega de los trabajos es el 30 de junio del 2017. Los trabajos
estarán sujetos a las normas de edición de la REK (http://sekle.org/call-for-papers-revista.html ). Los
originales aprobados serán publicados en el No. 5 de la REK que aparecerá en 2018.
Atentamente
Dulce María Granja Castro
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Vol. 1, Núm. 2 (2016): 142
Gustavo Leyva Martínez
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VII. Coloquio Multilateral Kant
Entre el 28 y el 30 de abril se realizará el VII. Coloquio Multilateral Kant. El evento tendrá lugar en la
universidad Martin-Luther de Halle-Wittenberg (MLU) y está organizado por el Immanuel-KantForum de esa universidad, en colaboración con la “Kant-Gesellschaft”, “Aufklärung – Religion –
Wissen” (MLU), “Interdisciplinary Center for the European Enlightenment” (MLU) y la “KantForschungsstelle” en la Johannes Gutenberg-Universität Mainz.
El tema del coloquio es: Kant und seine Kritiker – Kant and his critics – Kant et
ses critiques.
El comité de selección de los trabajos remitidos (el período de recepción ya ha finalizado)
está a cargo de un grupo de renombrados investigadores kantianos y está dirigido por el Prof. Heiner
Klemme (MLU).
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ISSN-e: 2445-0669
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Normas para autores/as
La revista publica trabajos redactados en lengua castellana, alemana o inglesa y referidos a cualquiera
de los ámbitos relativos a la filosofía kantiana o en los que la presencia de ésta tenga una relevancia
significativa. Las contribuciones deben ser originales y su extensión no podrá superar los 80000
caracteres con espacios. Las reseñas no excederán los 16000 caracteres con espacios.
1. Encabezamiento
El texto será precedido por título, resumen (máx. 100 palabras) y hasta cinco palabras clave, tanto en
la lengua propia del artículo como en inglés (si la lengua empleada en el trabajo es el castellano) o en
castellano (si el trabajo está redactado en inglés o alemán).
2. Estilo
2.1. Requisitos formales
Los textos serán redactados en Source Sans Pro (o en su defecto en Times New Roman), 9 puntos (o
12 respectivamente), interlineado múltiple 1,15.
Las referencias relativas a una cita textual aparecerán preferiblemente en cuerpo de texto, indicando
entre paréntesis autor y año seguido de dos puntos y número de página, según el modelo: “...tal y
como indica el naturalista inglés (Darwin 1871: 32)...”. Ello no excluye que se abra una reflexión
complementaria, si así se estima oportuno, en nota a pie de página, a 7 puntos (10 para Times).
Cuando se indique que parte de la cita ha sido omitida se emplearán tres puntos entre paréntesis (...).
Si la cita es en lengua distinta a la del artículo, se tratará de buscar su traducción en alguna edición en
castellano y se añadirá entre corchetes la cita en la lengua original (en caso de que no se disponga de
una traducción, el autor indicará que la misma ha sido elaborada por él mismo mediante la abreviatura
a. trad., o bien en una nota a pie de página si todas las traducciones son propias); por ejemplo “...tal y
como indica el naturalista inglés...” [“...as the English naturalist states...”]. Cuando las citas textuales
superen los 4 renglones se colocarán aparte, a 8 puntos (11 para Times), en un párrafo justificado y
sangrado en primera lína a 1,25 puntos.
Los encabezados de los apartados y subapartados se indicarán mediante la siguiente numeración: 1,
1.1, 1.1.1... etc., sin cursiva ni negrita. La enumeración de listados empleará los indicativos i), ii), iii)
etc.
La cursiva se reserva para los títulos de obras y palabras extranjeras. Para resaltar el énfasis puesto en
una palabra se utilizarán comillas simples ‘...’.
Los números indicativos de las notas a pie de página (que en ningún caso se colocarán al final del
documento, sino al final de cada página) deben encontrarse antes de los signos de puntuación.
El primer párrafo de cada apartado no estará sangrado, mientras que los restantes sí lo estarán en
primera línea a 1,25 puntos. Entre párrafos se dejará un renglón en blanco.
Es aconsejable que los autores revisen los artículos publicados previamente para una mejor
adaptación a las normas de estilo.
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2.2. Citaciones kantianas
En el caso de obras de Kant, en cuerpo de texto y nota se aludirá a ellas empleando las abreviaturas
establecidas por la Kant-Forschungsstelle de Maguncia. Las abreviaturas se hallan publicadas en su
página web (http://www.kant.uni-mainz.de/), pestaña 'Kant-Studien', sección 'Hinweise für Autoren'.
3. Referencias bibliográficas
Las referencias bibliográficas completas aparecerán al final de la contribución, en un apartado ad hoc
bajo el título "Bibliografía", por orden alfabético aplicado a los apellidos de los autores. En el caso de
que varias publicaciones del mismo autor coincidan en el mismo año, se las distinguirá con letras en
subíndice (1999a, 1999b).
3.1. Citas de libros
Procederán según el siguiente modelo:
MORENO, Juan: Los retos actuales del darwinismo. ¿Una teoría en crisis?, Madrid, Síntesis, 2008.
En el caso de que en el cuerpo de texto se citen textos procedentes de traducciones, en la bibliografía
se especificará como sigue:
DARWIN, Charles R.: The Descent of Man and Selection in Relation to Sex, Londres, John Murray,
1871, 1882 (2ª ed.). Los textos citados provienen de la traducción castellana realizada por Julián
Aguirre: El origen del hombre y la selección en relación al sexo, Madrid, EDAF, 2006 (2ª ed.).
3.2. Capítulos de libro
KINSBOURNE, Marcel: "Integrated field theory of consciousness", en MARCEL, A. y BISIACH, E.
(eds.): Consciousness in Contemporary Science, Oxford, Oxford University Press, 1988.
3. 3. Artículos
TINBERGEN, Nikolaas: "On aims and methods of Ethology", Zeitschrift für Tierpsychologie 20
(1963) 410-433.
4. Revisión
Cada autor/a revisará detenidamente que de su envío haya sido eliminado cualquier indicio que
pudiera denotar su identidad. En el caso de que se aluda a publicaciones propias, se sustituirá todos
los datos por la indicación "[Datos eliminados para favorecer la anonimidad del envío]". Del mismo
modo, se cuidará de que el documento no contenga información sobre la autoría en sus propiedades
informáticas.
5. Envío
Los trabajos deberán ser enviados a través de la plataforma virtual:
https://ojs.uv.es/index.php/REK/
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ISSN-e: 2445-0669
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Instructions for contributors
The journal publishes papers in Spanish, German or English dealing with Kantian philosophy or with
issues raised in it. Contributions must be original and should not exceed 25 pages (90000 characters
with spaces). Reviews should not exceed 5 pages (18000 characters with spaces).
1. Heading
The text will be headed by title, abstract (max. 100 words) and key words (max. 5) in both the
language in which the work is written and English (if written in Spanish) or Spanish (if written in
English or German).
2. Style
2.1. Formal items
The text will be written in Source Sans Pro (or Times New Roman), 9 points (or 12 p. respectively),
multiple spacing 1,15. The textual quotes will appear in the text self, by referring to author and year
followed by colon and page number. For example: “…so as pointed out by the British naturalist
(Darwin 1871: 32)…” If considered suitable, a further discussion in a footnote is not excluded (7
points or 10 for Times). To indicate that a part of the quoted text has been omitted three points will be
used in brackets (...). If the quote is in a different language, the author should look for a translation,
adding the original quote in brackets as follows: “...tal y como indica el naturalista inglés...” [“...as the
English naturalist states...”]. If no translation is available, the author will indicate that it has been
drawn up by himself by the abbreviation a. trans. or in a footnote if all translations have been made by
the author. When quotations exceed 4 lines will be placed apart, 8 points (11 for Times), in a justified
paragraph and bleeding in top line to 1,25 points.
The headings of the sections and subsections shall be indicated by the following numbers: 1, 1.1,
1.1.1., etc., without italics nor bold. To enumerate the elements of a list: i), ii), iii), etc.
Reserves italics for titles of works and foreign words. To highlight the emphasis on a word will be
used single quotes ‘...’
The indicative numbers for footnotes (which in any case will be placed at the end of the document,
but at the end of each page) must meet before punctuation.
The first paragraph of each section will not be bleeding, while the remaining will be bleeding in first
line to 1,25 points. White line between paragraphs are reserved.
It is advisable that the authors review the previously published articles to better adaptation to the style
rules.
2.2. Kantian quotes
The citation of Kantian texts will employ the abbreviations established by the Kant-Forschungsstelle
Mainz (see website http://www.kant.uni-mainz.de/, ‘Kant-Studien’, section ‘Hinweise für Autoren’).
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3. Bibliography
The complete references will be indicated (in alphabetic order of the name of the authors) at the end
of the contribution, in a section entitled ‘Bibliography’. Should different publications of an author be
edited in the same year, they will appear with subscript characters (1999a, 1999b).
3.1. Books
The following model will be employed:
Moreno, Juan: Los retos actuales del darwinismo. ¿Una teoría en crisis?, Madrid, Síntesis, 2008.
Translated texts will be indicated as follows:
Darwin, Charles R.: The Descent of Man and Selection in Relation to Sex, London, John Murray,
1871, 1882 (2nd ed.). Spanish translation by Julián Aguirre: El origen del hombre y la selección en
relación al sexo, Madrid, EDAF, 2006 (2nd ed.).
3.2. Book chapters
Kinsbourne, Marcel: “Integrated field theory of consciousness”, en MARCEL, A. y BISIACH, E.
(eds.): Consciousness in Contemporary Science, Oxford, Oxford University Press, 1988.
3.3. Papers
Tinbergen, Nikolaas: “On aims and methods of Ethology”, Zeitschrift für Tierpsychologie 20 (1963)
410-433.
4. Revision
Each author will make sure that all indication of identity has been removed. In case of quotation of
the author’s own publications, the reference will be replaced by the sentence “[Reference removed to
guarantee anonymous review]”. The author will take care that the file does not include personal
information within its digital properties.
5. Sending
Contibutions should be uploaded to:
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