INTRODUCCIÓN Dra. Martha Carmona Macías Dr. Rodrigo Esparza Dra. María de los Ángeles Olay H acia finales del siglo XX el Occidente de México era una región difícil de visualizar en comparación a toda la Mesoamérica precolombina, es decir, los arqueólog os comentaban que prácticamente todo lo que no cabía en otras regiones mesoamericanas provenía del Occidente. Hasta la fecha es difícil de precisar las características culturales propias de esta región, debido principalmente a esta multiculturalidad existente en todo este ter ritorio cuestión que aún lo hace de mayor interés para la realización de nuevas investigaciones. Al entrar el nuevo siglo varias exploraciones de g ran envergadura se han realizado en el Occidente que dieron como resultado una idea más clara sobre los g r upos y sociedades que habitaron esta región. Ahora, muchos de los dogmas que funcionaron por varias décadas bajo una visión centralista fueron desapareciendo hasta mostrar un Occidente único, de mayor complejidad, pero sobre todo con núcleos de poblaciones originales y una relación tempo-espacial más amplia. En esta ocasión 12 especialistas que han trabajado esta porción de Mesoamérica nos aportan sus nuevos descubrimientos y teorías acerca de cómo evolucionó el Occidente desde tiempos prehistóricos hasta el contacto con los primeros europeos. A continuación daremos un panorama general de cada uno de estos textos. En su artículo “El Occidente Mesoamericano, una lectura sobre su pasado”, la doctora María Ángeles Olay Barrientos presenta un resumen sobre la región del Occidente de México en el que narra la brutal conquista y colonización de la región y la estrategia de supervivencia de las poblaciones autóctonas. Destaca la ocupación de la Meseta Tarasca como ejemplo de una alternativa religiosa emprendida por Vasco de Quiroga. También comenta la escasa información documental sobre la época prehispánica y los primeros años de la conquista española, en la que sobresale la Relación de Michoacán y los documentos de la administración colonial. Considera que, debido al poco conocimiento regional, se atribuyó cierta pobreza cultural al Occidente y sólo se reconoció a los tarascos, a quienes se atribuyó toda manifestación cultural, tal como sucedió con los materiales excavados en Chupícuaro. Nicolás León inició en el siglo XIX las investigaciones en Tzintzuntzan, revisó documentos e hizo estudios integrales en esa zona tarasca. Rubín de la Borbolla, otro estudioso, definió materiales, utilizó la estratigrafía y precisó la metalurgia tarasca. Entre 1937 y 1978 se dedicaron diez temporadas a ese importante sitio arqueológico, en las que intervinieron memorables arqueólogos. La autora señala el año de 1938 como el inicio de la magnitud histórica del Occidente y su injerencia en la definición de las expresiones mesoamericanas. Puntualiza las exploraciones en El Opeño como una antigua tradición de tumbas vinculadas con Sudamérica. Un rasgo distintivo de los territorios de Colima, Jalisco y Nayarit es la tradición de las Tumbas de Tiro. Sobre ella, la doctora Olay menciona que provocó una afanosa ola de saqueo, hecho registrado en la obra El México desconocido, de Carl Lumholtz, y luego comenta la Ley Federal de Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, promulgada en la década de 1970, y la califica como un instrumento útil para combatir el saqueo. En 1946 se expuso en Bellas Artes la colección de Diego Rivera, producto de la compra de piezas de http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 1 Occidente. En el interesante artículo de la doctora Olay se cita que Paul Kirchoff descubrió los objetos de las tumbas de tiro y encontró una serie de elementos y rasgos compartidos con las culturas asentadas en los actuales países de Colombia y Ecuador. Prestando atención a las influencias culturales que recibe esta región, la autora menciona que además de la sudamericana está la de las culturas del suroeste de Estados Unidos y del área mixteca puebla. Con la corriente difusionista, en boga durante esos años, Olay refiere que distinguidas instituciones académicas nacionales y extranjeras establecieron el “Proyecto A”, para estudiar, por medio de exploraciones, las relaciones interculturales, sobre todo de las culturas asentadas en los litorales del océano Pacífico. También menciona los alcances del citado proyecto y comenta que las exploraciones realizadas por Isabel Kelly en Colima y el sur de Jalisco fueron las que finalmente señalaron las relaciones intercontinentales a través de la costa del Pacífico. La doctora Olay cita las exploraciones arqueológicas realizadas tiempo después del “Proyecto A” por Joseph Mountjoy, quien, con base en sus investigaciones y análisis de materiales, consideró válido sostener la hipótesis de relaciones tempranas entre el Occidente de México y el Noroeste de Sudamérica. Ese investigador definió la tradición Aztatlán, del Posclásico Temprano, y al establecer que fue la más difundida gracias a la colonización y el comercio. La autora señala que otra vertiente cultural presente en el Occidente de México llegó del centro de México, en concreto de Tlatilco, en el estado de México, y en Morelos con el estilo río Cuautla. El artículo relata breve y claramente los rasgos más destacados que demuestran que aunque el Occidente de México ha sido señalado como una región “marginal”, en realidad albergó grandes desarrollos culturales: Capacha en Colima y sur de Jalisco; El Opeño, en Michoacán; Chupícuaro en Guanajuato; Jacona en Michoacán; diversos valles costeros del Pacífico y numerosos sitios en la cuenca del río Magdalena; Teuchitlán en Jalisco; Tzintzuntzan en Michoacán, por citar algunos de los numerosos sitios arqueológicos de diferentes temporalidades históricas. En su artículo, la doctora Olay bosqueja un panorama general que va de la descripción geográfica hasta las primeras investigaciones y las antiguas tradiciones del Occidente. Desarrolla un subtitulado sobre las nuevas perspectivas de la investigación arqueológica de la región partiendo del Formativo y tratando el Clásico con la tradición Teuchitlán y la tradición Aztatlán del Posclásico tempano. El artículo cierra con las perspectivas de investigación en el Occidente de México. Para referirse al Formativo, la autora toma como representantes a Capacha y El Opeño, y Aztatlán para el Clásico. Sobresale la tradición Teuchitlán, que figura en el Formativo tardío y el Clásico temprano. Para definir esa tradición, Olay retoma las propuestas de Schondube y Weigand, este último arqueólogo dedicado a investigar sitios de la cuenca del lago de la Magdalena, Jalisco, donde exploró la arquitectura circular monumental, con grandes plazas con un altar central y presencia de canchas para el juego de pelota, y finalmente trabajó en el sitio arqueológico de Teuchitlán (al pie del volcán de Tequila, que dio el nombre de esa importante tradición cultural); entre otras aportaciones, además de que Phi Weigand ajustó la cronología de la construcción de las tumbas de tiro. Para ubicarnos, la autora destaca la tradición Aztatlan del Posclásico tardío, que testifica la relación con grupos mesoamericanos, como los mixtecos de Oaxaca. La doctora Olay asienta que el Occidente de México formó parte de Mesoamérica y que faltan estudios arqueológicos controlados que cubran las lagunas cronológicas de ese vasto territorio. También refiere que a la fecha hay una gran cantidad de estudios regionales, sobre todo del Clásico tardío y el Posclásico temprano. En el artículo “El Neolítico y la etapa sedentaria en el Occidente de México”, el arqueólogo Víctor Joel Santos Ramírez desarrolla, a partir de la modificación climática, el paso de la recolección a la producción de alimentos y luego al sedentarismo. Proporciona la división de la etapa precerámica utilizando la nomenclatura y cronología propuestas por José Luis Lorenzo, y considera que el Neolítico en Mesoamérica inició hacia el año 2500 a.C.; también señala que dicha división se encuentra poco documentada, debido a la escasez de evidencias y sitios representativos; de acuerdo con el autor, esa etapa concluyó en el año 200 a.C. http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 2 En la región del Occidente de México, define este autor la etapa precerámica regional representada en la zona costera occidental, que comprende los actuales estados de Nayarit y Sinaloa. Ahí los grupos de cazadores-recolectores vivieron en los estuarios y aprovecharon los ecosistemas (incluyendo productos del mar). Destaca el sitio La flor del Océano, en el sur de Sinaloa, que de acuerdo con el autor podría remontarse al Cenolítico superior (7000-5000 a.C.). En el escrito se define que en el Occidente de México los sitios precerámicos tienden a ser costeros. El artículo “La tradición Teuchitlán”, del doctor Esparza, da cuenta de los importantes estudios realizados por Phil Weigand en el decenio de 1960 en los Valles de Tequila, Jalisco. Se resumen las investigaciones dedicadas a estudiar en la región algunos de los rasgos que más tarde Weighan identificó como componentes de la tradición Teuchitlán. El doctor Esparza hace un magnífico análisis de la tradición Teuchitlán, que define un estilo de vida temprano. De acuerdo con Weigand, esa tradición, que iniciaría hacia 500 a.C.1000 a.C. y terminaría en .450 d.C., representa un estilo de vida con un alto nivel de complejidad social; el autor ofrece además valiosos comentarios, observaciones y propuestas sobre dicha tradición. El autor analiza el origen de la tradición, que destacó arqueológicamente la región de Tequila. Considera que fue el factor ambiental y los recursos naturales que se presentan en la diversidad de ecosistemas regionales que fueron aprovechados por las comunidades que vivieron aquí desde tiempos prehistóricos. Este trabajo se divide en los siguientes subtemas: 1) el núcleo duro de la tradición Teuchitlán; 2) la cronología; 3) la arquitectura, 4) los sistemas agrícolas; 5) la especialización artesanal; 6) la economía expansionista con el comercio de larga distancia; 7) la organización social, y 8) el colapso. En el subtema “Núcleo duro de la tradición Teuchitlán” el autor desarrolla los rasgos y enumera las siete características arqueológicas consideradas por Weigand: a) monumentalidad arquitectónica a base de círculos concéntricos (guachimontones), que puede estar asociada a la tradición Tumbas de tiro (los sitios se catalogan de acuerdo con su jerarquía, las construcciones y la densidad de población); b) uso de chinampas, terrazas y canales para optimizar la producción agrícola; c) especialización artesanal, sobre todo de cerámica; d) especialización en la extracción de obsidiana; e) economía expansionista con comercio a larga distancia; f) sistema de escritura ideográfica en cerámica del tipo pseudclosionné (en una nota a pie de página, el doctor Esparza aclara que de acuerdo con los estudios de fechamiento, dicho sistema no corresponde a la tradición Teuchitlán), y g) organización y modificación del paisaje a gran escala, incluyendo fortificaciones en las fronteras. El comenta que esas propuestas están en debate y que, de acuerdo con los estudios arqueológicos y fechamientos, podrían cambiar, concretarse o suprimirse. Este artículo menciona que el debate académico de esos rasgos y de la cronología (1993) de Weigand se basa en recorridos de superficie y colecciones particulares, así como en cambios arquitectónicos, no en fechamientos absolutos. Beekman y Weigand publicaron en 2008 una nueva cronología con fechas obtenidas con carbono 14 (C-14), que el autor de este artículo publica con algunas modificaciones. El doctor Esparza plantea que quizá, como lo reseñó Weigand, la arquitectura sea lo distintivo de la tradición Teuchitlán, y subraya cinco características que deben estar presentes para que las construcciones circulares (guachimontones) realmente se consideren como tales. También presenta un breve compendio de la evolución constructiva en hasta cuatro etapas, y menciona que en la arquitectura se definen unidades habitacionales, zonas de elite y para religiosos, juego de pelota y obras hidráulicas. Menciona que la cantidad de desechos de bajareque encontrados durante las exploraciones arqueológicas permitió un fechamiento relativo y propuso nuevas fechas. En el apartado dedicado a los sistemas agrícolas, el autor observa que las llamadas terrazas no guardan semejanza con las del centro de México y que han sido fechadas por C-14. Como especialización artesanal de la tradición figuran los estilos cerámicos comunes en las tumbas de tiro. En cuanto al trabajo de obsidiana, señala que hubo una especialización representada por talleres expertos en la obtención de láminas de este vidrio volcánico http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 3 para lograr diferentes objetos. Esa materia prima se integró a las redes de intercambios tanto locales como distantes. Este interesante artículo cierra con una discusión sobre el colapso de la Tradición de Teuchitlán. El doctor Mountjoy, en su artículo “La colonización del lejano Occidente de México por agricultores sedentarios durante el Formativo medio, 1200 a 400 a.C.”, define y nombra “lejano Occidente” a la zona del extremo poniente de Michoacán, el estado de Colima, el área central y la costa de Jalisco y de Nayarit y Sinaloa. El arqueólogo señala que grupos humanos realizaron en esa vasta extensión la transición a la agricultura durante un periodo de alrededor de 800 años. Este artículo plantea el desarrollo en dos temas: el Arcaico (3500 a.C. 1750 a.C.) y la colonización del Formativo medio, que aquí se trata en dos fases: de 1200 a 1000 a.C. y de 1000 a 400 d.C. Respecto al Arcaico, se menciona la presencia de cazadores recolectores y la escasa información al respecto (no hay ningún sitio en Michoacán ni en Colima). El autor ha registrado, y excavado 482 sitios arqueológicos en la Sierra Occidental y zona costera de Jalisco, y reporta que en recorrido de superficie en Ixtapa, municipio de Puerto Vallarta, recuperó un solo artefacto: una raedera de riolita. Para San Blas, Nayarit, el autor menciona el conchero, fechado por radio carbono en aproximadamente 2000 a.C. En Sinaloa hay dos sitios: el Calón y Las Labradas. Para la primera fase del Formativo medio, reconoce 48 sitios con presencia arqueológica y destaca dos vías de entrada al lejano Occidente: una por la cuenca Lerma-Santiago, representada por El Opeño, y la segunda parece haber sido por Colima y la asocia con Capacha. Analiza ambas culturas y destaca los rasgos olmecas que también se presentan en los materiales de El Opeño. Concluye que los orígenes culturales de esta tradición se encuentran en el Altiplano Central y el sureste de México, además de ciertos contactos con Guatemala. Para presentar la cultura Capacha, la analiza y enfatiza la influencia cultural de ésta con Tlatilco, en el Altiplano Central; el autor distingue en Capacha la ausencia de tumbas de tiro y bóveda. Para abocarse a tratar la segunda fase del Formativo medio, Mountjoy se basa en 31 sitios arqueológicos en Jalisco, seis en Nayarit y dos en Sinaloa, de los cuales ofrece una detallada descripción y cita las fechas de C-14 que existen en cada caso. Nos manifiesta comparaciones entre la cerámica de la primera y la segunda fase. El artículo cierra con el apartado “Algunos aspectos generales de la colonización del lejano Occidente de México durante el Formativo medio”. En el artículo sobre “La tradición Teuchitlán en Colima: notas para una discusión”, las autoras María Ángeles Olay Barrientos y Ligia Sofía Sánchez Morton nos dan un panorama general sobre la aparición de dos sitios en las faldas del volcán de Colima que pertenecen sin duda a la tradición Teuchitlán originaria de los valles centrales cercanos al volcán de Tequila, Jalisco. En su discusión aciertan a que estos sitios tienen una profunda relación con la zona nuclear de la tradición, pero sobre todo toman en cuenta la identificación de los rasgos culturales que desde un principio Weigand había propuesto para la tradición Teuchitlán. El estudio hecho a través de rescates y algunas exploraciones hablan también de una relación con las culturas locales como la Capacha que se puede observar en la cerámica regional, sobre todo también en la tradición de tumbas de tiro. Siguiendo con esta línea, el siguiente artículo sobre la “Cultura Bolaños” de María Teresa Cabrero nos expone una síntesis puntual sobre las exploraciones en el Cañón de Bolaños por más de una década de estudios marcando como objetivo estudiar las relaciones comerciales entre el norte de Jalisco y la cultura Chalchihuites en Zacatecas así como su influencia en las zonas circunvecinas. Es uno de los estudios claves para entender el comercio a larga distancia pero sobre todo la implicación que debía ser no sólo en la materia prima transportada (como la piedra azul-verde) sino también en la relación iconográfica, social y religiosa que implicaba. El siguiente artículo que lleva por nombre “La cultura Loma Alta o los orígenes de la cultura Purhépecha” de Patricia Carot, es una investigación que nace en los 80’s al norte del estado de Michoacán, precisamente en la exciénega de Zacapu. Estas investigaciones han http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 4 dado un revuelo importante sobre todo en reconocer lo orígenes de los purépechas, que a veces se perdía entre la etnohistoria y demás investigaciones. Ahora con estas investigaciones podemos saber de una ocupación de más de 2,000 años en el lugar sabiendo de relaciones con la cultura Chupícuaro y algunos contacto con el centro de México, más precisamente con Teothihuacán. Sin embargo, lo más sobresaliente de esta investigación es poder trazar el origen del pueblo purépecha a partir de los rasgos culturales, las características iconográficas y de técnicas de producción en piedra y la arquitectura. Así también, tenemos el artículo del “Proyecto Arqueológico Teocaltitán, recientes investigaciones” de Marisol Montejano Esquivias, Erwin Alejandro Cuevas Curiel y José Antonio Sánchez Lobato, quienes han realizado una extensa excavación en el sitio de Teocaltitán dentro de la región de los Altos de Jalisco, región que ha sido muy abandonada en los últimos años en los estudios arqueológicos, cuestión que era necesario revisar con mayor profundidad por lo que implica una zona de transición entre el septentrión, las zonas áridas, el Bajío y la cuenca del río Lerma-Santiago. Esta zona en especial muy poblada durante el Epiclásico con características arquitectónicas y cerámicas propias es un cambio radical a lo observado anteriormente. Para este tiempo el sitio de Teocaltitán según los autores sirvió como un punto de enlace entre la región central de Jalisco y la región del Bajío una conexión importante para el comercio y movimientos poblacionales durante esta época. A lo largo de los últimos veinte años, el Arqlgo. Mauricio Garduño ha realizado numerosas investigaciones en las tierras bajas de Nayarit. Una de ellas ha sido el de develar las particularidades de la denominada Tradición Aztatlan, misma que fue definida de manera temprana por Donald Brand y Carl Sauer hacia 1932. La extensa e irrigada planicie costera del centro y norte de Nayarit ofreció un escenario favorable a la vida humana a través de una extensa gama de recursos que incluyó no sólo la caza, la pesca y la recolección en lagunas y esteros sino, a la vez, ricos suelos de aluvión propicios a la actividad agrícola. Su trabajo da cuenta de labores de salvamento y rescate arqueológico del sitio San Felipe Aztatan, ubicado en la cuenca inferior del río Acaponeta, un espacio altamente modificado por los usos de suelo de la actualidad. A través de su trabajo, Garduño da cuenta de la existencia de asentamientos con arquitectura relevante, misma que correspondería a asentamientos rectores los cuales podrían definirse a través de rasgos arquitectónicos claramente definidos. A más de ello, el autor da cuenta del tipo de materiales asociados y sus contextos a la luz de una discusión enmarcada en la manera en que el delta del río Acaponeta fue acondicionado a lo largo del tiempo y cómo, las elites Aztatlan buscaron optimizar el aprovechamiento económico de nichos ecológicos propicios a partir del fortalecimiento de instituciones políticas y legitimaciones ideológicas lo cual llevó a un crecimiento demográfico, a la diversificación económica, a una división social del trabajo e incluso, al desarrollo de tecnologías novedosas. Durante mucho tiempo el Occidente de México fue concebido como un territorio dominado por los tarascos, en el sentido más amplio del término. Ello implicó, en cierto sentido, el que se asumiera que en toda la región no habrían existido desarrollos tempranos y el que sus pueblos necesariamente habrán llegado de otros lugares, a través de colonizaciones externas. Al respecto, la Dra. Agapi Filini se pregunta ¿Qué es lo tarasco? Así, a través de un puntual recorrido por las referencias que remiten a las descripciones de la emblemática Relación de Michoacán, Filini realiza una suerte de apretada síntesis de los trabajos arqueológicos que han buscado definir las características materiales de este pueblo desde los trabajos pioneros de Alfonso Caso, Eduardo Noguera, Jorge Acosta y Rubín de la Borbolla, hasta los acuciosos estudios de Hellen Pollard y los del equipo del CEMCA, mismos que tuvieron el valor de establecer novedosas formas de convalidar los orígenes de este pueblos, enunciados en los fuentes etnohistóricas. El esclarecimiento de la identidad pasa, a la vez, por una rápida descripción de los rasgos de cultura material que los caracterizó, especialmente aquellos objetos que sustentaron el prestigio de sus elites y su reputación como artistas en el manejo de la madera, la pluma, la metalurgia, el cristal de roca y, sin duda, su elaborada y singular cerámica. Un apartado que se enlaza con los tarascos es el realizado por la Dra. Martha Carmona Macías, misma http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 5 que retoma la relevancia de la innovación tecnológica que implicó el desarrollo de objetos metálicos. En buena medida, este trabajo es una síntesis de varios abordajes realizados por esta autora al tema del desarrollo de la metalurgia en el Occidente de México, la cual asume, es una tecnología que llega a Mesoamérica desde las costas Sudamericanas y en la cual se concretan las diversas formas de trabajo: el martillado, el fundido, las aleaciones, la cera perdida. A más de ello el trabajo da cuenta de la vertiente de investigación que implicó la obtención de la materia prima y cómo, el conocimiento de las fuentes donde se ubicaron los minerales fue de vital importancia para el conquistador español. Finalmente, el trabajo de la Dra. Rosa Yañez Rosales nos permite atisbar un escenario poco conocido: el del enfrentamiento del mundo español y el mundo indígena en el Occidente mesoamericano. A partir del largo proceso que supuso el aniquilamiento y supresión de las lenguas indígenas, la investigadora explora la manera en que el conquistador español fue imponiendo sus directrices ideológicas como una forma de instrumentar el control económico y político de los pueblos de los diversos territorios que conformaron el territorio de Nueva Galicia. A partir de la premisa de que este extenso territorio integró una diversidad lingüística apenas atisbada por las fuentes etnohistóricas de los siglos XVI y XVII, la autora plantea la hipótesis de que los europeos, ante la imposibilidad de comprender y comunicarse de manera directa con sus habitantes, impulsaron el aprendizaje del náhuatl como lengua franca estableciendo con ello una vía concreta para la evangelización. La imposición del cristianismo procuró no sólo una ruptura del sistema de creencias mesoamericano sino, a la vez, el control de la vida privada de las comunidades a través de la sanción de las relaciones sexuales y de la observancia de formas de conducta, vía los sacramentos del matrimonio y la confesión. La sustitución de la ritualidad religiosa legitimó el despojo de las mejores tierras y el sojuzgamiento de la fuerza de trabajo. No obstante, los mecanismos de resistencia cultural encontraron, en los resquicios legales que permitió el sistema jurídico de la Corona, el desarrollo de instituciones que recogieron el espíritu comunitario como las Cofradías, así como la permanencia de los dioses antiguos en los territorios inhóspitos donde sobrevivieron las lenguas de los ancestros. http://www.mna.inah.gob.mx/contexto.html R e v i s t a Junio 2015 OCCIDENTE 6