Inequidades económicas y sociales: contraproducentes del austericidio consecuencias Por Giovanni E. Reyes (*) Uno de los problemas más significativos que se afrontan con el fin de generar condiciones sostenibles de desarrollo humano en el mundo, es el de la inequidad social y económica. Algo que se traduce en que los sectores más pobres no están teniendo tantas oportunidades de capacitación y de empleo, a tal grado que les permitan salir de la situación de vida que les es propia, muchas veces subsistiendo a como dé lugar en los sinuosos y trágicos laberintos de las economías informales, marginales o subterráneas. Y es que esto de la limitación de oportunidades está siendo una de las consecuencias de la creencia fundamentalista y excluyente en los mecanismos de mercado. Algo que se impuso con mayor fuerza, desde principios de la década de los años ochenta. Tratar de creer que el mercado podía resolverlo todo, que mientras menos Estado, mucho mejor. Sin embargo, sabemos hoy en día que tal simplicidad no es operativa ni constituye ciertamente una herramienta útil para subsanar muchos de los problemas sociales, ni para asegurar un desarrollo sostenible en lo económico y sustentable en lo ecológico. Un mercado dejado sin oportunos y necesarios controles tienden a concentrar beneficios y a excluir de oportunidades. Un mercado así, tiende a promover beneficios de estandarización de tecnología, promoción de competencia y asignación de recursos con énfasis casi exclusivo en el corto plazo. Un mercado a merced de los más influyentes tiende a provocar daños laterales o externalidades negativas para el medio ambiente, esto es, a los recursos y sistemas naturales, especialmente a los de carácter renovable. Es por ello que las instituciones deben cumplir con su papel, a partir de una matriz social basada en principios democráticos de conducción política. En efecto, para poner un ejemplo en particular, y como lo ha documentado Jeffrey Sachs, es notable el grado de concentración de la riqueza en Estados Unidos. De conformidad con las cifras más actualizadas, solamente el 1 por ciento de la población tendría el 26 por ciento de la renta nacional del país. Una situación que no se veía desde 1927. A partir de fines de los años veinte, la evidencia indica que las oportunidades en ese país permitieron un más “democrático” acceso a la riqueza; sin embargo, a partir de 1980 la tendencia ha sido de nuevo, a reconcentrar ingresos y beneficios en los grupos de por sí más poderosos y excluir de oportunidades a los grupos más pobres, esto es más vulnerables. Los datos más actuales demuestran que en la Europa actual se pone en riesgo el proyecto de ingeniería social y política más importante de fines del Siglo XX e inicios del Siglo XXI, haciendo énfasis casi exclusivamente en la austeridad. Lo que Europa está realizando en términos generales es la aplicación especialmente en los países del sur, de políticas macroeconómicas que están asegurando, de manera consistente, un desastre constante, cotidiano y una crisis permanente. De continuar las medidas de austeridad, no será noticia que el desempleo seguirá profundizándose y ampliándose, en especial en los segmentos poblacionales dominados por mujeres y jóvenes. Pero, tal y como es de prever, no solo Europa es quien exhibe las dificultades enraizadas y originadas a partir de la inequidad. En el ámbito mundial esta situación se manifiesta de manera intesa. De conformidad con un estudio sobre inequidad mundial, en 147 países, dado a conocer en agosto de 2012 por UNICEF, el 20 por ciento de la población con más recursos en el mundo controla el 70 por ciento de los ingresos mundiales. En el otro extremo, el 20 por ciento más pobre se queda sólo con el 2 por ciento de la renta de todo el planeta. Es más, se calcula que deberían pasar – siguiendo los ritmos actuales- unos 800 años para que esa quinta parte más pobre pueda llegar a tener el 10 por ciento del ingreso de todo el mundo. En todo esto, el problema no es ideológico en función de hacer referencia a anacrónicos principios de redistribución centralizada en los Estados. No. Se trata de un problema que se encuentra en el corazón de la ética de convivencia de los países. Pero podemos también, al respecto, optar por una posición pragmática: ciertamente el tener pobres es un pésimo negocio para cualquier país. Pierde quien no puede comprar, como pierde también quien no puede vender, y al no hacerlo no puede crear empleo, con lo que la situación de subdesarrollo e inequidad va entrando en un círculo negativo, cada vez más poderoso. Es necesario para superar estos niveles de inequidad o de asimetría en la distribución de oportunidades, la intervención oportuna de los estados. Es cierto que los mercados tienen una función muy importante, pero la matriz institucional debe hacerse presente no solo para la producción de bienes públicos, sino también para el control de las externalidades o repercusiones negativas. De allí que como consigna, se mencione en reiteradas oportunidades que se requiere de “tanto mercado como sea posible y de tanto Estado como sea necesario”. Es la demanda del entramado eficiente, eficaz y oportuno del desempeño y los resultados de las instituciones, las que a su vez emergen de la matriz cultural de una sociedad o país. En el caso particular de Europa - como la evidencia lo sugiere en el mismo viejo continente o como bien lo está demostrando la política económica de Japón, la que implementa el primer ministro Shinzo Abe - se hacen cada vez más necesarios planes de reactivación económica. Se trata de poner en orden los componentes fiscales de los gobiernos, pero es claro que solo mecanismos que propulsen el crecimiento económico y productivo pueden ser eficaces medios para enfrentar las altas tasas de paro entre la población. En medio de análisis y cifras, el Informe de Desarrollo Humano Mundial de Naciones Unidas para 2013 “El Ascenso del Sur: Progreso Humano en un Mundo Diverso”, sostiene que las esferas de la macroeconomía, del desarrollo y de la equidad social, pueden ser componentes que generen sinergias, esto es, resultados positivos, sostenibles, con efectos multiplicadores. El mismo informe lo resalta; hace ya casi ochenta años John Maynard Keynes insistía en que “el problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”. (*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.