ANTROPOLOGIA FILOSOFICA REFLEXIONES SOBRE EL PRINCIPIO HILEMORFICO ARISTOTELICO-TOMISTA DESDE UNA PERSPECTIVA GENETICA FERNANDO RAUL PEDICONE (*) Convencional Constituyente (m. c.) (Publicado en "El Foro", Revista del Colegio de Abogados de Jujuy, Nº 5, págs. 14/16, y en la edición Nº 244 (19/10/96) del semanario "DATOS PRECISOS", de la ciudad de Salta, y en la “Sección Literaria” del Diario "Pregón" de San Salvador de Jujuy el domingo 10/11/1996 - Tema presentado ante el “Primer Simposio Internacional de Filosofía”, Villa María, Córdoba, octubre de 1996). Siendo éste un tema largo, complejo y muy profundo, en apretada síntesis me referiré a algunos de sus aspectos, concretamente al "principio hilemórfico" (“hiles” = materia; “morphos” = forma), desde una perspectiva genética, sin pretender con esto nada más que plantear una problemática y la posibilidad de encontrar respuestas que puedan satisfacer -aunque sea en mínima medida- la inquietud que estas cuestiones producen, sin que con ello se agote la diversidad de opiniones que existen, ya que lo que a continuación desarrollo no es un estudio genético en sí, sino una aproximación metafísica a la relación que -entiendo- existe entre el hilemorfismo aristotélico-tomista y la genética actual. La primera pregunta es: ¿Por qué hay Ser, y no más bien Nada? Aceptada la "existencia" como necesidad ontológica, la segunda pregunta es: ¿Cuál es la diferencia entre la materia inerte y la materia viva, o "viviente"? A continuación, y como su consecuencia lógica: ¿Por qué hay organización y no más bien caos? Respondido ello, cabe analizar la interacción entre el principio hilemórfico y la materia, y entre ésta y el "viviente humano", en su aspecto trascendente y espiritual, como persona. Y por último, ¿cómo se imbrica lo metafísico con el universo físico sensible e inteligible, desde la perspectiva de la Genética? A la inquietante pregunta sobre por qué hay Ser, y no más bien Nada, y sin entrar en aspectos religiosos o los plasmados en las diferentes cosmogonías, ya desde los primeros pensadores presocráticos se planteó el interrogante y también se buscó una respuesta, surgiendo entonces el pensamiento filosófico griego con su multiplicidad de pensadores, siendo su expresión máxima Parménides en este aspecto, problemática ontológica que se transfirió y profundizó a través de los siglos, llegándose en la actualidad a elaborar posturas filosóficas desde el punto de vista existencialista, y sobre todo, fenomenológico trascendental. La ciencia nos habla de materia, la religión de espíritu, el Cristianismo de trascendencia, los filósofos de formas, sustancias, esencias, acto y potencia. Todo ello desde un punto de vista objetivo, como un universo de objetos observables en el que se encuentra inmerso el hombre. Y he allí el problema: hay objetos "observables" desde que hay "observador". Surge así la estrecha y bidireccional relación entre "sub iectum" y "ob iectum", entre la "individua substantia rationale naturae" de Boecio, y la que me atrevería a llamar "individua substantia non rationale naturae", comprensiva de todo lo que no es el "sujeto racional". Pero como un "a priori" a dicha relación sujeto-objeto, evidentemente está el "ontos", la existencia de ambos, como un principio ineludible e insoslayable. Entre el Ser y la Nada aparecería entonces, una especie de relación abordable metafísicamente sólo si consideramos al Ser como el lado positivo de la Nada, y a la Nada como el lado negativo del Ser. Pero no debe interpretarse ello como un materialismo a ultranza comprensivo inclusive de un nihilismo, por el cual la Nada estaría inserta en el Ser, sino más bien de una opción "a priori": o se da el Ser, o no se da, lo que -a mi criterio- sería más el No-Ser, que la Nada. De la Nada, nada se puede afirmar, desde un punto de vista lógico. Es la negación en todo caso- de la Existencia. Pero desde un punto de vista metafísico sí se pueden elaborar algunos conceptos al respecto, a fin de validar una ontología que clama por expresarse. Es decir, si afirmo que la Nada existe, aunque nada sea, ya he tomado una posición ontológica, dándole a la Nada una objetividad -e inclusive me animaría a decir, una subjetividad- que la convierte en parte del Ser. Aparentemente, se da en este caso también la asunción de la forma eminente sobre la "no-forma", lo "a-morfo". Derivaría de ello que la Nada no puede ser sino consecuencia del Ser en un aspecto negativo, como "falta de". Y he aquí un atisbo de respuesta a la pregunta de por qué el Ser, y no la Nada. Porque sin Ser -me animo a decir- ni siquiera existe la Nada, por lo que aquello que se plantea "ab initio" como una disyuntiva no es tal; sólo y necesariamente puede ser el Ser. Aceptada esta necesariedad del Ser, se puede observar que el mismo se presenta a los sentidos como materia inerte o materia viva (res extensa cartesiana) y al intelecto (res cogitans) como "fenómenos" externos e internos. De aquí se deriva el tema en análisis: ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre la materia inerte y la materia viva, o "viviente"? Desde un punto de vista lógico y científico, muchas diferencias son notorias y fácilmente observables y mensurables, por lo que -por obvias- no entraré a analizarlas. Pero sí cabe hacer algunas consideraciones desde un punto de vista antropológico, y quizás, metafísico, este último relacionado con el tema siguiente: ¿A qué llamamos vida? ¿Cómo surge? "asumida" y pasa a ser parte de un viviente? ¿Cuándo la materia inerte es Las ciencias han dado definiciones y explicaciones inobjetables mediante la Biología, la Medicina, la Fisiología, la Química orgánica e inorgánica, etc., pero no han podido aún explicar su "última ratio", su "ratio essendi". Ello es de incumbencia metafísica, por ser trascendente a la materialidad corporal en que la vida se expresa. Así, vemos que hay seres auto-organizados, cada vez más complejos, en diferentes grados del ser, según Santo Tomás. Seres que no cumplen con la inexorable segunda ley de la termodinámica, que postula que todo tiende al desorden, al caos (ley de entropía). Por el contrario, a medida que ascendemos en la escala biológica, vemos que los seres vivos ("vivientes") son cada vez más complejos, más "orgánicos", con funciones más eficientes tanto desde el punto de vista fisiológico como psíquico, llegando a la escala viviente más exquisita, expresada en el hombre, como "auto-conciencia". Esta "organización" de la vida se debe a que la materia es "in-formada" por un principio que Aristóteles llamó "hilemórfico", la unión de materia y forma, y que en el "viviente" es el principio "vital", donde el "existir" consiste en "vivir", lo cual puede ser predicado también de todas y cada una de las formas vivientes, aunque en el hombre se dé únicamente de manera trascendente, tema éste perfeccionado por Santo Tomás al hablar del "alma" (actus primus) del "viviente", distinguiendo su substancia (ousía), sus potencias o dinamismos operativos (dínamis), y sus actos (enérgeia), como principio coexistente con el "cuerpo vivo", y que le da sentido y trascendencia espiritual a la vida humana al considerarla inmortal en un grado superior del Ser, por su inteligencia, como "ratio unitatis" del alma y del cuerpo. Y con evidencia vemos que los seres vivientes tienen una existencia -como dije- que consiste en "vivir", como única forma posible del Ser. Pero este "vivir" no es espontáneo, no es fácil; se deben dar numerosas condiciones físico-químicas para mantener la homeostasis del ser viviente, su ambiente interno y también su ambiente ecológico. Y es así que en un determinado nivel vital, en el ser humano, se da la confluencia entre la corporeidad y la espiritualidad, como manifestaciones inequívocas de un estadío en que el "viviente" se transforma en un "yo" pensante, en sujeto, se subjetiviza y adquiere "personalidad", y como consecuencia ineluctable, "espiritualidad" y "trascendencia". Pero, profundizando un poco más en la cuestión, cabe preguntarse: ¿cómo se imbrica lo metafísico con el universo físico sensible e inteligible, desde la perspectiva de la Genética? Es decir, ¿el "principio hilemórfico" está en contradicción o no con lo que postula la Genética? Sin ser dueño de la verdad, y teniendo en cuenta los adelantos científicos que se dan en el campo genético, donde se ha descubierto y demostrado la importancia que los genes tienen como entidades "formadoras" y "diferenciadoras", directrices de la composición del alfabeto de la vida, expresado en la colosal espiral helicoidal del genoma humano (y de manera similar en cada especie animal y vegetal), no por ello se puede dejar de lado el problema metafísico subsistente. Es cierto que la vida deriva de la vida, mediante el bagaje genético que se transmite de generación en generación y que hace que un hombre sea un hombre y que una planta, una planta, etc., casi diría en forma determinística, con genes "sabedores" de lo que hay que hacer, de lo que tienen que "construir", tal como una célula epitelial, o un linfocito, o una neurona, etc., con un ADN y un ARN implacables (aunque no infalibles, como se demuestra con las mutaciones o alteraciones génicas), que les hacen cumplir el gran rol de Demiurgos. Pero, no obstante ello, y pese a la complejidad mayor que implica tales funciones -casi sagradas, diría- subsiste aún el problema metafísico: ¿Por qué los genes "hacen" lo que hacen? ¿Cómo "saben" qué es lo que tienen que hacer? Se ha contestado a medias la pregunta, habiéndose respondido que diferentes sustancias químicas, en diferentes concentraciones y cantidades, producen tales efectos (la "danza" de la adenina, timina, guanina y citosina), lo que no hace más que trasladar la problemática a un grado previo, pero que no responde aún a la pregunta: ¿quién elige y pone la música, en la “danza de la vida”? Repito: ¿cómo "saben" los genes lo que tienen que hacer? ¿Cómo "saben" los átomos que deben formar genes, hombres o estrellas? Santo Tomás, perfeccionador del "principio hilemórfico", establece que si el "alma" instrumentaliza la corporeidad, entonces el alma es "telos" o fin del cuerpo, sobre la base del principio "materia est propter phormam, corpus est propter animam", siendo en consecuencia el "alma" la finalidad o "telos" del cuerpo, como término último de la "ratio essendi" o "razón de existir", por el carácter espiritual de la misma ("Perfectissima autem phormarum i.e. anima humana, quae est finis omnium phormarum naturalium...", (Perfectísima es el alma humana, que es fin de todas las formas naturales...) en "Quaestiones de spiritualibus creaturis", art. 2). En síntesis, el alma humana, como forma espiritual y trascendente, es el fin al que aspira toda materia, por lo que entiendo que el "principio hilemórfico" es válido tanto a nivel vital como a nivel genético, como a nivel atómico, etc., dando respuesta a la cuestión planteada, y demostrando la congruencia y armonía entre la ciencia genética y el "hilemorfismo espiritual" que postulo. Este "principio organizador" es no-material, pero tiene el Ser, tiene existencia plena en el plano espiritual, y llámeselo como se lo llame (estructura, forma, noús, sustancia, razón, alma, espíritu), no puede dejar de asombrarnos ante la maravilla y eficacia con que actúa y se manifiesta, siendo justamente esa eficiencia la que muchas veces nos hace no darnos cuenta de su presencia inmanente, trascendente y necesaria, al igual que el Ser.- (*) ABOGADO (UNT) PROCURADOR (UNT) PROFESOR UNIVERSITARIO EN CIENCIAS JURIDICAS (UCS) LICENCIADO EN EDUCACION (UCN, Chile) ABOGADO ESPECIALISTA EN DERECHO PENAL (UNL) ABOGADO ESPECIALISTA EN DERECHO PROCESAL PENAL (UNL) Doctorando en “DERECHO PUBLICO Y ECONOMIA DE GOBIERNO” (UNT) Post-Grado en “TEORIA DEL ESTADO” (Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA)