3-95 Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador, a las trece horas del día veinticuatro de noviembre de mil novecientos noventa y nueve. El presente proceso constitucional ha sido promovido por el ciudadano Rafael Antonio Morán Cornejo, a fin de que este tribunal declare la inconstitucionalidad, en su contenido, de los Arts. 474 y 503 del Código de Procedimientos Civiles (C. Pr. C.), emitido por Decreto Ejecutivo s/n, de treinta y uno de diciembre de mil ochocientos ochenta y uno, publicado en el Diario Oficial N° 1, Tomo 12, correspondiente al uno de enero de mil ochocientos ochenta y dos; artículos que fueron reformados por Decreto Legislativo N° 490, de veinticinco de marzo de mil novecientos noventa y tres, publicado en el D. O. N° 120, Tomo 319, correspondiente al veintiocho de junio del mismo año. El Art. 474 reformado del C. Pr. C., que se impugna de inconstitucional, está redactado de la siguiente manera: "En materia civil cuya cantidad no exceda de diez mil colones, ni sea de valor indeterminado, conocerán los Jueces de Paz en juicio verbal. --- El actor fijará el valor de la cosa o derecho que demanda, pero el demandado puede objetar antes de contestar, que la cosa o derecho vale más de diez mil colones; en este caso se valuará en el acto la cosa o derecho por peritos, para el sólo efecto de fijar la competencia". Por su parte, el Art. 503 del mismo cuerpo legal, con posterioridad a la reforma de la que ya se ha hecho mención, quedó redactado de la siguiente manera: "Cuando la cantidad que se litiga exceda de cincuenta colones y no pase de cinco mil, contra la sentencia del Juez de Paz sólo se admitirá el recurso de revisión; pasando de dicha cantidad, procederá el de apelación. Dichos recursos serán admisibles cuando se interpongan contra la sentencia definitiva." Han intervenido en el proceso, además del mencionado ciudadano, la Asamblea Legislativa, el Presidente de la República y el Fiscal General de la República. Analizados los argumentos y considerando: I. En el trámite del proceso los intervinientes expusieron lo siguiente: 1. El peticionario, en su demanda, argumentó que el Art. 474 C. Pr. C. viola el Art. 3 Cn., ya que no existe igualdad en cuanto a los procesos civiles se refiere, pues -según ejemplifica-: "X propietario de un terreno valorado en nueve mil quinientos colones no está en posesión de ese inmueble porque Y se lo ha quitado; para solucionar el problema tendría que acudir al Juzgado de Paz a ventilarlo en proceso verbal. Por su parte, Z, propietario de un terreno valorado en diez mil cien colones se ve en las mismas circunstancias porque W le ha perturbado la posesión de su inmueble, y éste si tiene derecho a gozar de los beneficios del proceso civil reivindicatorio. Si se ve del otro lado, el demandado no puede gozar de los mismos beneficios en uno u otro caso". Por ello, señaló el demandante que "parece ser que lo correcto hubiera sido que el legislador no hubiera mencionado el tipo de proceso en que debería de conocer el Juez de Paz y regular los asuntos que deberían someterse a proceso verbal". Siguiendo con su exposición, señala el ciudadano Morán Cornejo que, en el Art. 503 ya relacionado, se establece que de las resoluciones de los Jueces de Paz, sólo se admite recursos de la sentencia definitiva; con lo cual, parece que en este caso "se olvidó el legislador de que había modificado la cuantía para que se conociesen los asuntos por los Jueces de Paz". Esta disposición -según el pretensor- viola también el Art. 3 Cn., pues, tomando el mismo ejemplo señalado anteriormente, el de nueve mil quinientos colones no tiene recursos más que para la sentencia definitiva, mientras que el de diez mil cien sí tiene derecho a interponer diferentes recursos en el curso del proceso, rompiendo con esto la igualdad que debe existir entre todas las personas y por ende dejando al Juez de Paz con la oportunidad de que sus resoluciones en el proceso -a excepción de la sentencia definitiva-, no sean revisadas por los tribunales superiores, cuando es susceptible de equivocarse, y, siendo que muchas veces un error en el curso del proceso puede variar la resolución final, a la parte afectada "no le queda más que esperar". Finalmente puntualizó el demandante que con tales disposiciones se da lugar, especialmente en los pueblos remotos, a arbitrariedades por parte de los Jueces de Paz, lo que se podría evitar en gran medida si sus resoluciones fueran sujetas a igual tratamiento que las de los Jueces de Primera Instancia. 2. La Asamblea Legislativa, al rendir el informe que prescribe el Art. 7 Pr. Cn., dijo que la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales, con fecha veinticinco de marzo de mil novecientos noventa y tres, sometió para su aprobación el dictamen favorable que contenía reformas al C. Pr. C. Dicho dictamen fue aprobado por el pleno legislativo, emitiéndose en consecuencia el D. L. N° 490/93. Continúa exponiendo el informe que el pleno legislativo, en esa oportunidad, consideró que era procedente que se emitieran las mencionadas reformas, ya que nuestro C. Pr. C. tiene más de cien años de vigencia y se encontraban disposiciones obsoletas, que en lugar de agilizar el cumplimiento de la administración de justicia, atrasaban el procedimiento civil. Por ello, la Asamblea Legislativa considera que, al aprobar las disposiciones impugnadas, en ningún momento ha violado el Art. 3 Cn., ya que lo que se establece en los mismos es el aumento a diez mil colones de la cuantía que deben conocer los Jueces de Paz, por estimar que a la fecha, la cantidad de dos mil colones era mínima por la inflación que existe en nuestro país. Por otra parte -continuó la Asamblea Legislativa , la Ley Orgánica Judicial (LOJ) establece la división territorial y competencia en razón de la cuantía y materia que deben tener todos los tribunales de la República, y ello se hace a efecto de agilizar todos los trámites que se realizan en los mismos y poder así evacuar la cantidad de procesos que se tramitan. Con relación a lo manifestado por el ciudadano Morán Cornejo, sobre la arbitrariedad que podría darse al sentenciar por parte de estos Jueces, consideró la Asamblea Legislativa que, con la reforma a la Constitución en el Art. 180 -que exige como requisito mínimo para ser Juez de Paz el ser abogado de la República-, se han mejorado todos los procedimientos y la agilización de la administración de justicia, ya que son verdaderos profesionales que actúan apegados y conforme a derecho. Finalmente, como conclusión y "consciente que su actuación siempre ha sido enmarcada dentro de la Constitución de la República", la Asamblea solicitó a esta Sala que "la sobresea en el caso que la ocupa". 3. Por su parte el Presidente de la República, Dr. Armando Calderón Sol, al rendir su informe dijo que, evidentemente, el Art. 474 C. Pr. C. establece la competencia por razón de la cuantía, para que los Jueces de Paz conozcan en juicio verbal cuando la demanda verse sobre cosas o derechos cuyo valor no exceda de diez mil colones, ni sea de valor indeterminado, en atención al principio procesal de economía, a fin que el proceso correspondiente a la cuantía señalada como máxima, permita la simplificación de las formas, siendo una de ellas la forma verbal u oral; asimismo, hace práctico el principio de celeridad y de inmediación procesal, reservando la forma escrita para el debate de asuntos de mayor cuantía a la antes establecida, con lo cual no se vulnera en forma alguna la igualdad, y menos la igualdad procesal. Refiriéndose al Art. 503 del C. Pr. C., terminó el informe diciendo que el principio de economía procesal justifica la limitación para la interposición de recursos en esa clase de procesos, coherente con el principio de celeridad procesal, sin quebrantar por eso la igualdad procesal; de suerte que la distinción entre las formas de uno y otro proceso, tienen asidero precisamente en la diferenciación del interés económico en debate, pues no sería razonable que las mismas complicaciones procesales tuvieran lugar para asuntos de máxima cuantía como para los asuntos de ínfima o menor cuantía. Debe repararse -dijoque la distinción trata de establecer cierta proporción inevitable de costos y duración de un proceso, de acuerdo al asunto en debate, cuestión en la que la doctrina es pacífica en todo sentido. 4. El Fiscal General de la República, Dr. Romero Melara Granillo, al contestar el traslado de ley, opinó que los Arts. 474 y 503 del C. Pr. C. no atropellan el Art. 3 Cn., debido a que la igualdad jurídica de los demandantes y de los demandados no se viola, porque la misma radica esencialmente en que tienen idéntica posición ante el tribunal correspondiente, y asimismo tienen las mismas facultades para ejercer sus respectivos derechos dentro del proceso. Según el Fiscal General de la República, lo que se establece en ambos disposiciones impugnadas es el señalamiento y la delimitación de las atribuciones legítimas de los Jueces de Paz en relación con los Jueces de Primera Instancia. Y es que, al tener en cuenta el principio de economía procesal que establece la competencia de los Jueces de Paz por razón de la cuantía -quienes conocen en juicio verbal cuando la demanda versa hasta por la cantidad de diez mil colones-, se está simplificando el trámite del proceso civil ya que se permite ventilar el mismo de una forma verbal u oral; en otras palabras, se está atendiendo al principio de celeridad que debe caracterizar a todo proceso. Por consiguiente, el litigio de demandas de mayor cuantía de la citada cantidad hasta veinticinco mil colones es competencia de los Jueces de Paz en juicio sumario -según el Art. 512 del mismo cuerpo normativo-, y de veinticinco mil uno en adelante conocerán los tribunales de primera instancia. Entonces, con el Art. 474 del C. Pr. C. se está regulando la competencia de los Jueces de Paz en lo que respecta a la cuantía, y ésta, por ser improrrogable, no puede volver competente a un Juez que no lo es por razón de la materia; de manera que, en opinión del Fiscal, con ello no se quebranta de ninguna manera la igualdad señalada en la Constitución, ni mucho menos la igualdad procesal. En referencia al Art. 503 del mismo cuerpo de leyes, el Fiscal General de la República opinó que lo regulado en el mismo tiene sentido lógico porque sería contraproducente que en casos de menor cuantía se permitiese hacer uso de recursos legales, personales y materiales cuando en realidad no hay necesidad por efectos de economía procesal ya que lo que se trata es evitar costos y la dilatación en el trámite de los procesos que para estos casos de mínima cuantía no debe existir. Esto significa que se trata de agilizar todos los trámites que se ventilan en los tribunales con el objeto de evacuar los procesos pendientes de depuración, lo cual redundará en beneficio de las partes que intervienen en los diferentes juicios sujetos a conocimiento de dichos tribunales. Por otra parte, señaló que el ciudadano Morán Cornejo también hace énfasis que los Jueces de Paz, y especialmente de los pueblos remotos o apartados, pueden cometer arbitrariedades debido a que sus resoluciones en los procesos -a excepción de la sentencia definitiva- no sean revisadas por los tribunales superiores y que muchas veces un error en el curso de los mismos puede variar la resolución final. Sobre esto dijo que, precisamente en el Art. 180 Cn. en relación con el Art. 62 de la LOJ, se señalan con exactitud los requisitos mínimos para ser Juez de Paz, entre ellos: ser abogado de la República; de moralidad y competencia notorias; estar en el goce de los derechos de ciudadanos, etc.; además, el Art. 45 inc. último de la Ley de la Carrera Judicial (LCJ) establece que la actividad de los jueces será sometida a una evaluación de su rendimiento en forma individualizada. En consecuencia, según el Dr. Melara Granillo, con las disposiciones antes citadas es indudable que los Jueces de Paz en sus resoluciones atenderán sustancialmente al principio universal de legalidad; es decir que esas resoluciones estarán inmersas en los límites establecidos por nuestra Constitución y por las leyes secundarias, a fin de evitar caer en la aludida arbitrariedad. Finalizó expresando que también se debe comprender que, el hecho que los abogados tengan acceso a la judicatura, trae aparejada consigo una presunción legal sobre el conocimiento y la correcta aplicación de las normas jurídicas en el caso concreto, por lo cual se pronunció en el sentido que se declare que en las disposiciones impugnadas no existe la inconstitucionalidad alegada. II. Expuestos los motivos de inconstitucionalidad argumentados por el demandante, las razones aducidas por la Asamblea Legislativa y el Presidente de la República para justificar la constitucionalidad de las disposiciones impugnadas y la opinión del Fiscal General de la República; es necesario, a efecto de establecer los motivos sobre los cuales esta Sala se va a pronunciar en la presente sentencia, exponer algunas aclaraciones previas respecto de la adecuada configuración de la pretensión de inconstitucionalidad y su evaluación específica en el presente proceso. 1. Para que se considere adecuada la configuración de la pretensión de inconstitucionalidad, ésta debe contener el señalamiento de la confrontación u oposición que el pretensor advierte entre el mandato contenido en la disposición impugnada y el mandato o contenido normativo de la disposición constitucional que propone como parámetro o canon de control; así como las razones o argumentos tendentes a evidenciar la inconstitucionalidad de la ley impugnada -lo que la doctrina procesal denomina fundamento fáctico o argumento de hecho de la pretensión-. En la sentencia de 14-II-97, Inc. 15-96, esta Sala estableció que no se configura tal pretensión cuando, obviando la formulación de argumentos tendentes a evidenciar la inconstitucionalidad, el demandante recurre a "la mera cita de disposiciones o referencias generales"; ello porque este tribunal "no está autorizado a suponer o dar por entendidos los argumentos de inconstitucionalidad, ni puede ingresar en la fase interna del razonamiento que los demandantes hayan realizado para entender que una disposición legal es violatoria de la Constitución". 2. Por otra parte, este tribunal ha establecido en reiterada jurisprudencia relativa al principio de igualdad consagrado en el Art. 3 Cn., que "la igualdad designa un concepto relacional, no una cualidad de las personas, [por lo que] aquella ha de referirse necesariamente a uno o varios rasgos o calidades, lo que obliga a recurrir a un término de comparación -comúnmente denominado tertium comparationis- [el cual] no viene impuesto por la naturaleza de las realidades que se comparan, sino su determinación es una decisión libre, aunque no arbitraria de quien elige el criterio de valoración" -Sentencia de 14-XII-95, Inc. 17-95-; en consecuencia -se dijo en la mencionada sentencia-, "lo que está constitucionalmente prohibido en razón de la igualdad en la formulación de la ley es el tratamiento desigual carente de razón suficiente", es decir, "la diferenciación arbitraria, que existe cuando no es posible encontrar para ella un motivo razonable, que surja de la naturaleza de la realidad o que, al menos sea concretamente comprensible"; concluyendo que "en la Constitución salvadoreña el derecho a la igualdad debe entenderse como la exigencia de razonabilidad de la diferenciación". El criterio ya enunciado se ha convertido en un elemento esencial que necesariamente debe formar parte del fundamento fáctico de una pretensión que busque evidenciar una violación al principio constitucional de igualdad; ya que la argumentación, en este caso, debe evidenciar la irrazonabilidad en la diferenciación que se impone a través de la norma impugnada, y al no incluirse argumentos en ese sentido, esta Sala ya ha sentado como precedente -Sentencia de 20-VII-99, Inc. 5-99- que lo que corresponde es el sobreseimiento, por no haberse configurado adecuadamente la pretensión. 3. Establecidos los anteriores parámetros, siendo dos las pretensiones que contiene la demanda de inconstitucionalidad presentada por el ciudadano Morán Cornejo, es necesario proceder a examinar cada una de ellas. A. La primera se dirige a obtener una declaratoria de inconstitucionalidad del Art. 474 del C. Pr. C., estableciendo como objeto inmediato de la pretensión la protección de la igualdad, con fundamento jurídico en el Art. 3 Cn., precisamente señalado como parámetro de control por el demandante. Señaló el demandante que tal artículo viola el principio de igualdad, con lo cual señala la confrontación u oposición que él advierte entre ambas disposiciones; no obstante, no llegó a formular plenamente esta pretensión, porque no incluyó ni sostuvo el criterio de irrazonabilidad de la diferenciación que señala como inconstitucional. Tal deficiencia conduciría a sobreseer en el presente caso; no obstante, el hecho que el ciudadano Morán Cornejo haya incoado el proceso en fecha anterior al establecimiento de los precedentes citados supra, vuelve irrazonable la exigencia que configurara su pretensión en el sentido antes dicho; razón por la cual esta Sala entrará a conocer en el fondo de la pretensión relativa a la inconstitucionalidad del Art. 474 del C. Pr. C. por la supuesta violación al Art. 3 Cn. Ello no implica que el pronunciamiento de fondo vaya a sujetarse sólo a los criterios jurisprudenciales establecidos por esta Sala con anterioridad a la fecha de iniciación del proceso, sino que el mismo deberá fundarse en los elementos normativos que a esta fecha conforman el principio de igualdad, de acuerdo a como este mismo tribunal los ha venido perfilando en su jurisprudencia. Antes de analizar la segunda pretensión incluida en la demanda por el peticionario, y siendo el principio de congruencia uno de los esenciales en el proceso de inconstitucionalidad, cabe referirse a que en su demanda incluye su opinión en el sentido que "parece ser que lo correcto hubiera sido que el legislador no hubiera mencionado el tipo de proceso en que debería de conocer el Juez de Paz y regular los asuntos que deberían someterse a proceso verbal". En relación a ello se reitera que esta Sala, como controlador de la constitucionalidad de las normas, sólo utiliza parámetros de naturaleza técnicoconstitucional, sin atender a juicios sobre la conveniencia política de una u otra opción, ni a enjuiciar la perfectibilidad de la norma, de manera que se encuentra inhibida para pronunciarse sobre lo que pudiera haber sido mejor en lo que respecta al contenido de la disposición objeto de control y a la conveniencia política de las consecuencias normativas que de ella emanan. B. La segunda pretensión que contiene la demanda del ciudadano Morán Cornejo consiste en que esta Sala declare inconstitucional el Art. 503 del C. Pr. C., por la supuesta violación al principio de igualdad consagrado en el Art. 3 Cn. El fundamento fáctico sobre el cual el demandante pretende evidenciar la inconstitucionalidad de la disposición ya mencionada puede dividirse en dos partes: la primera consiste en que, los que están dentro del rango de cuantía inferior a diez mil colones "no tienen recursos más que para la sentencia definitiva", mientras que los que pasan de dicha cantidad "sí tienen derecho a interponer diferentes recursos en el curso del proceso, rompiendo con esto la igualdad que debe existir entre todas las personas", siendo que "muchas veces un error en el curso del proceso puede variar la resolución final y a la otra parte no le queda más que esperar [a que termine el proceso en primera instancia]". La segunda consiste en que se deja "al Juez de Paz con la oportunidad que sus resoluciones en el proceso, a excepción de la sentencia definitiva, no sean revisadas por los tribunales superiores", aún cuando existe la posibilidad que se equivoque, con lo cual "se da lugar, y especialmente en los pueblos remotos, a arbitrariedades por parte de los Jueces de Paz, lo que se podría evitar en gran medida si sus resoluciones fueran sujetas a igual tratamiento que las de los Jueces de Primera Instancia". Dado que la pretensión en comento cumple con todos los requisitos establecidos para proceder a examinarla en el fondo, y que la primera ha de ser examinada -a pesar de carecer de algunos- conforme a las razones señaladas en el párrafo 3 A de este Considerando, corresponde entonces realizar algunas consideraciones previas a la decisión que corresponda en el presente proceso. III. En ambas pretensiones el elemento del orden constitucional que incide -y el demandante considera vulnerado- es la igualdad; de manera que, en primer lugar, es preciso hacer una breve reseña sobre su significado, dimensiones jurídicas y regulación en la Constitución Salvadoreña; para que, en segundo lugar, se retomen los criterios jurisprudenciales sostenidos por esta Sala respecto a la igualdad, a efecto de establecer cuáles de los mismos resultan pertinentes para fundamentar el fallo que corresponda a esta sentencia. 1. Entendida la igualdad como el reconocimiento y garantía a toda persona humana de su plena dignidad y de sus derechos fundamentales, evitando todo tipo de discriminaciones arbitrarias, es claro que dicha categoría jurídica está íntimamente vinculada a la justicia; no obstante su naturaleza jurídica se presenta de difícil precisión, pues en cuanto es entendida como un principio, también se la concibe como un derecho. Sin pretender en esta sentencia zanjar la discusión filosófico-jurídica en relación con la igualdad, es claro que, en una primera aproximación, en nuestro sistema jurídico la misma se presenta como una norma jurídica de optimización que, cuando encuentra en su aplicación colisiones con otras categorías jurídicas de trascendencia para la esfera jurídica del individuo y/o de la colectividad, es susceptible de una mayor o menor concreción plena de su contenido. A ello obliga la existencia de distintos elementos del orden constitucional que deben aplicarse simultáneamente a otros de la misma entidad, pudiendo a veces colisionar; por lo cual, y ante la imposibilidad de resolver tal colisión con la exclusión de uno por el otro -en razón que no existe prevalencia entre ellos-, debe procurarse optimizarlos de manera tal que puedan coexistir simultáneamente, aún sacrificando la aplicación total de cada uno ellos en virtud de la importancia que también significa el otro. A partir de tal caracterización, puede calificarse a la igualdad como un principio. No obstante, en cuanto la exigencia que del mismo se origina, se proyecta en la esfera jurídica de toda persona, deviene en un derecho fundamental de la persona a no ser arbitrariamente discriminada, vale decir, a no ser injustificada o irrazonablemente excluida del goce y ejercicio de los derechos que se reconocen a los demás. 2. En la Constitución Salvadoreña, el principio de igualdad aparece consagrado en el Art. 3 Cn., que literalmente dice: "Todas las personas son iguales ante la ley. --- Para el goce de los derechos civiles no podrán establecerse restricciones que se basen en diferencias de nacionalidad, raza, sexo o religión". Tal disposición constitucional establece una enumeración -por cierto incompleta- de posibles causas de discriminación; o, dicho de otra forma, contiene aquellas causas de discriminación bajo las cuales comúnmente se ha manifestado la desigualdad: nacionalidad, raza, sexo y religión. Pero cabe aclarar que tal no es una enumeración taxativa, cerrada, pues pueden existir otras posibles causas de discriminación, cuya determinación principalmente por la legislación y la jurisprudencia constitucional- debe ser conectada con los parámetros que se derivan del juicio de razonabilidad. Sin embargo, la Constitución no se limita a consagrar este principio de forma general, pues en su articulado se encuentran diferentes manifestaciones del mismo; como ejemplos se pueden citar, entre otros, la igualdad jurídica de los cónyuges como base del matrimonio -Art. 32-; la igualdad de derechos que tienen los hijos, ya sean nacidos dentro o fuera del matrimonio o con filiación adoptiva -Art. 36-; o la igualdad de remuneración que debe corresponder a la realización de igual trabajo, sin distinciones de raza, sexo, credo o nacionalidad -Art. 38 ord. 1°-. De tales regulaciones se concluye que, prima facie, la Constitución Salvadoreña prescribe manifestaciones de la igualdad que se concretan a brindar a los destinatarios de la norma, la condición jurídica de paridad frente a sus semejantes. 3. No obstante, desde la citada Sentencia de 14-XII-95, Inc. 17-95, reiterada jurisprudencia de esta Sala ha señalado, respecto del mandato de igualdad consagrado en el Art. 3 Cn, que la fórmula constitucional que lo consagra "contempla tanto un mandato en la aplicación de la ley -por parte de las autoridades administrativas y judiciales- como un mandato de igualdad en la formulación de la ley, regla que vincula al legislador"; pero que este último "no significa que el legislador tiene que colocar a todas las personas en las mismas posiciones jurídicas, ni que todas presenten las mismas cualidades o se encuentren en las mismas situaciones fácticas". Y es que -se ha reiterado-, "no puede obviarse que nunca dos sujetos jurídicos son iguales en todos los respectos, sino que tanto la igualdad como la desigualdad de individuos y situaciones personales es siempre igualdad y desigualdad con respecto a determinadas propiedades"; por ello, el principio de igualdad no puede entenderse de manera absoluta, y "corresponde al legislador determinar tanto el criterio de valoración como las condiciones del tratamiento normativo desigual (…), dotar de relevancia jurídica a cualquier diferencia fáctica que la realidad ofrezca". En consecuencia, se ha concluido que "lo que está constitucionalmente prohibido (…) es el tratamiento desigual carente de razón suficiente, la diferenciación arbitraria, [es decir, que] la Constitución Salvadoreña prohibe la diferenciación arbitraria, la que existe cuando no es posible encontrar para ella un motivo razonable, que surja de la naturaleza de la realidad o que, al menos, sea concretamente comprensible; [es decir, que el principio de igualdad] debe entenderse como la exigencia de razonabilidad de la diferenciación". 4. A lo dicho cabe agregar que, en la Ley Suprema el principio de igualdad busca garantizar a los iguales el goce de los mismos beneficios -equiparación-, y a los desiguales diferentes beneficios -diferenciación justificada o irrazonable-; en sus dos dimensiones, dicho mandato vincula tanto al legislador -en su calidad de creador de la ley-, como al operador jurídico encargado de aplicarla, vale decir, que tanto el legislador como el operador son verdaderos aplicadores del principio de igualdad, con los matices que corresponden a la función que respectivamente realizan. A. En cuanto a la vinculación que importa el principio de igualdad al legislador -lo que esta Sala ha enunciado en anteriores resoluciones como un "mandato de igualdad en la formulación de la ley"-, constatado que existen diferencias fácticas, reales, entre los individuos, y que las mismas no se pueden eliminar por la sola emisión de normas jurídicas de equiparación, el cumplimiento del principio de igualdad en la formulación de la ley -en su carácter de norma de optimización-, significa la facultad que el legislador dicte normas que hagan las diferenciaciones normativas correspondientes a las desigualdades reales señaladas. Lo contrario podría conducir a la injusticia de aplicar un tratamiento normativo igual a sujetos entre los cuales existen disparidades cualitativas, lo que colocaría en desventaja a algunos respecto de otros; es decir, la formulación de la ley en términos de igualdad paritaria podría injustamente llegar a afectar la esfera de quienes, al momento de la aplicación de la ley, fueran afectados por esas diferencias, pues en realidad, ése igual tratamiento únicamente los colocaría en desventaja frente a los demás. En consecuencia, la igualdad ante la ley o igualdad en la formulación de la ley implica, en primer lugar, un tratamiento igual si no hay ninguna razón suficiente que habilite un tratamiento normativo desigual; pero si dicha razón existe, entonces está ordenado un tratamiento desigual. De ello se sigue que, si concurriendo los requisitos previos de una igualdad real de situación entre los sujetos afectados por una norma, se produce un tratamiento diferenciado de los mismos en la formulación de la ley, estamos en presencia de una conducta arbitraria e irrazonable por parte de los poderes públicos; pero si concurren desigualdades reales tales que justifiquen un tratamiento diferenciado, la equiparación deviene en vulneración al Art. 3 Cn. Ahora bien, siendo el legislador quien establece hasta qué punto las diferencias reales deben ser consideradas susceptibles o no de un tratamiento igual, una formulación de la ley que implique un tratamiento desigual solamente va a estar justificada por la existencia de una razón deducida precisamente de la realidad, es decir, de las mismas diferencias fácticas que colocan, bajo el supuesto de una igualdad general o formal, en una clara desventaja a quienes las sufren, es decir, que los coloque fuera del rango de homogeneidad que puede ser susceptible de igual tratamiento. En esta línea de fundamentación de la presente sentencia, el análisis de la igualdad ante la ley no puede obviar una exigencia que incide cuando ya el legislador ha decidido establecer un tratamiento normativo diferenciado: el principio de proporcionalidad, que tiene relación con los límites hasta donde puede formularse un tratamiento desigual. Dicho principio puede entenderse con Ernesto Pedraz Penalva -según explica en su trabajo Jurisdicción, Constitución, Proceso-, como un "criterio de justicia de una relación adecuada medios-fines en los supuestos de injerencias de la autoridad en la esfera jurídica privada (…) de acuerdo con un patrón de moderación que posibilite el control de cualquier exceso mediante la contraposición del motivo y de los efectos de la intromisión". Y es que, si bien el principio de igualdad en la formulación de la ley permite al legislador establecer desigualdades en el trato, tales diferenciaciones no pueden ser excesivas, tanto que puedan llegar a conculcar la esfera jurídica de los demás, lo que sin lugar a dudas vendría siempre a violentar el principio de igualdad. La medida que debe respetar el legislador es la medida que le establece el constituyente, pues, los alcances de las diferenciaciones que pueda realizar con base a una razón suficiente no pueden conculcar los derechos y garantías establecidos para las personas, ya que ello implicaría una desproporcionalidad de los medios utilizados para la consecución de los fines perseguidos mediante la diferenciación. Es decir que cuando ocurre una intervención del Estado en la esfera jurídica de los particulares, los medios o parámetros adoptados en la formulación de la norma deben mantenerse en proporción a los fines perseguidos en la misma. En estas condiciones, tanto el juicio de razonabilidad como el de proporcionalidad se convierten en los elementos determinantes para poder apreciar la vulneración al principio de igualdad. B. En la aplicación de la ley la igualdad puede incidir como principio y como derecho, y en ambos casos implica que a los supuestos de hecho iguales deben serles aplicadas unas consecuencias jurídicas que sean iguales también; es decir que, a pesar de las situaciones de diferenciación establecidas y justificadas por el legislador en la norma, éstas al momento de ser aplicadas, deben serlo de igual forma a todos aquellos que pertenezcan al rango de homogeneidad establecido por el legislador. De lo dicho cabe concluir, que el mandato de igualdad, tanto en la formulación como en la aplicación de las leyes, es un principio general del derecho, inspirador de todo el sistema de derechos fundamentales; por ello, al incidir en el ordenamiento jurídico, puede operar como un derecho subjetivo a obtener un trato igual, a no sufrir discriminación jurídica alguna, esto es, a no ser tratado jurídicamente de manera diferente a quienes se encuentran en una misma situación, sin que exista una justificación objetiva y razonable de esa desigualdad de trato que sea previamente establecida por el legislador. IV. Habiendo concluido que el legislador puede establecer normas infraconstitucionales que posibiliten un tratamiento desigual cuando existan razones suficientes que lo justifiquen, así como que dicho tratamiento debe responder de una forma proporcional a los fines perseguidos, cabe ahora hacer un examen de la división por competencias que el legislador realiza, en orden de corroborar si tal división -especialmente cuando está determinada por el factor de la cuantía- violenta la Constitución, concretamente en lo relativo al principio de igualdad, tal como lo señala el pretensor en su demanda. Luego, será necesario determinar si, efectivamente, existe una violación al principio de igualdad al prescribirse por ley la posibilidad de impugnar las interlocutorias en otros procesos y no en el verbal. 1. En referencia a la primera de las pretensiones del demandante, es necesario hacer, en primer lugar, un examen de la razonabilidad de la diferenciación de tratamiento legal que se les da a las pretensiones de cuantía inferior a diez mil colones en comparación a las pretensiones de mayor cuantía, las que -a diferencia de aquellas, que son ventiladas mediante un proceso verbal- se tramitan mediante proceso sumario u ordinario. Para realizar este juicio, entonces, nos remitiremos al rasgo o factor de diferenciación. Puede entenderse por rasgo la característica fáctica especial observada por el legislador y utilizada por él como parámetro para realizar la diferenciación o la no diferenciación. Tal factor puede ser alguno de los que taxativamente el constituyente ha determinado en el texto de las disposiciones que se refieren al establecimiento de igualdad jurídica general, es decir, los que se prescriben en el Art. 3 Cn.: nacionalidad, raza, sexo o religión. En el presente caso, el rasgo diferenciador del tratamiento procesal es la cuantía del objeto material de la pretensión: "la cosa o el derecho" que se reclama, que produce lo que el demandante denomina una diferenciación de trato en relación a los beneficios que asisten a las partes en uno u otro proceso. De manera que, lo primero que habrá que verificar es la existencia de una razón suficiente para que el legislador divida el conocimiento de las pretensiones a través de los criterios de distribución de competencias, en general, y específicamente a través del criterio de la cuantía. En segundo lugar, constatada la existencia de una razón suficiente que justifique la división del tratamiento procesal de las pretensiones por el criterio de la cuantía, es necesario determinar si tal diferenciación establecida por el legislador en el presente caso es proporcional, estableciendo la relación medios-fines que implica tal examen. 2. Respecto de la segunda pretensión del demandante, es necesario determinar si existe una razón suficiente para establecer únicamente recursos contra la sentencia definitiva y no contra las interlocutorias que puedan darse en el transcurso del proceso verbal, a diferencia -como dice el demandante- del proceso civil ordinario, el cual admite recursos de las interlocutorias que se dictan en su desarrollo. En este caso, el rasgo que marca la diferenciación del trato siempre es la cuantía del objeto material de la pretensión, solamente que enfocado hacia la posibilidad o no de impugnación de las interlocutorias. En ese sentido, en caso de encontrarse una razón que justifique la diferenciación, el examen de proporcionalidad de tal disparidad deberá dirigirse a determinar si el medio utilizado por el legislador para conseguirla resulta adecuado o proporcional para la consecución del fin que se persigue. V. A efecto de resolver lo anterior, como primer paso es necesario referirse en apretado resumen a la función jurisdiccional y determinar el fundamento de la división por competencias, especialmente lo relativo a la competencia por razón de la cuantía; luego corresponderá determinar si tal fundamento deviene en una razón suficiente para establecer un tratamiento diferenciado, en la ley, de las pretensiones y, por último en este apartado, realizar el examen de proporcionalidad del la disposición objeto de control. 1. Las actividades que desarrolla el Estado mediante las cuales persigue el cumplimiento de sus fines constituyen las denominadas funciones del Estado. La existencia de estas funciones está fundamentada en la separación de poderes o de órganos, lo cual da lugar al sistema de los frenos y contrapesos -checks and balances- .que se articulan por la Constitución. Partiendo de ello, dependiendo de los fines perseguidos por el Estado, del contenido de los actos que pretenden alcanzarlos y de los órganos constituidos cuyas atribuciones estén determinadas para realizar tales actos, las funciones esenciales del Estado son la legislativa, la administrativa y la jurisdiccional. Remitiéndonos a lo pertinente -la función jurisdiccional que se realiza en ejercicio de la potestad jurisdiccional-, puede entender por tal, siguiendo a Vicente Gimeno Sendra, "la capacidad de actuación de la personalidad del Estado en la manifestación de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado (…) residenciada exclusivamente en los juzgados y tribunales". La Constitución Salvadoreña atribuye y caracteriza la potestad jurisdiccional en el Art. 172 inc. 1°, el cual literalmente prescribe: "La Corte Suprema de Justicia, las Cámaras de Segunda Instancia y los demás tribunales que establezcan las leyes secundarias, integran el Organo Judicial. Corresponde exclusivamente a este Organo la potestad de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado en materias constitucional, civil, penal, mercantil, laboral, agraria y de lo contencioso-administrativo, así como en las otras que determine la ley". De todo ello se infiere que la función jurisdiccional es inherente al Estado, y que para su cumplimiento la Ley Suprema estableció la posibilidad que se instituyeran categorías de conocimiento de aquello que se va a juzgar. Tanto es así que la misma disposición constitucional ya citada previó que la potestad de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado se viera sometida en su ejercicio a una división por materias -uno de los criterios de competencia-, dejando la posibilidad de determinar otros criterios de diferenciación al legislador. Tales criterios -en la terminología procesal- son llamados criterios o factores de distribución de competencia, los cuales conllevan a delinear el ámbito de actuación que cada tribunal realiza en su función de conocer y decidir sobre las pretensiones; no obstante, siguiendo a Víctor Moreno Catena, cabe tener en cuenta que "la potestad jurisdiccional es una e indivisible, de modo que la jurisdicción como potencia no admite distribución; sin embargo, el ejercicio de la jurisdicción, la jurisdicción como acto, se encuentra limitada y se distribuye entre los diversos tribunales", es decir, "el ejercicio de la potestad jurisdiccional corresponde a los juzgados y tribunales según las normas de competencia que las leyes establezcan". El fundamento del establecimiento de los diferentes factores de distribución de competencia radica en la existencia de pretensiones con caracteres diferentes entre sí; dependiendo de los caracteres del objeto que se pretende tutelar en la sede jurisdiccional, así se establecen diversos procedimientos para su trámite y resolución. Esto conlleva a la existencia de diferentes manifestaciones del proceso como mecanismo de tutela, las que son reguladas por el legislador a través de normas específicas distintas también entre sí. Ante esa situación, para efectos de proporcionar más eficientemente la justicia a los ciudadanos, se crean por la ley procesal los distintos juzgados y tribunales especializados; los ámbitos en los que éstos van a ejercer su función jurisdiccional dependen, entonces, de los diversos mecanismos de tutela diseñados por el mismo legislador para darle respuesta a las diferentes pretensiones nacientes en la realidad social, todo con el objetivo de brindar una administración de justicia que responda de una forma adecuada a las necesidades de los justiciables. En ese orden de ideas, la diferente regulación de la forma en que serán conocidas y decididas las pretensiones -vale decir, el establecimiento de diferentes criterios de competencia- está justificado, por cuanto la diversidad de las mismas sostiene el conocimiento por parte de diversos tribunales especializados y el diverso tratamiento procesal que debe dárseles; desde tal punto de vista, es razonable la diferenciación del conocimiento de las pretensiones en razón de la cuantía. 2. El examen de proporcionalidad de la diferenciación justificada ha de radicar entonces en la determinación de si lo contenido en la norma impugnada de inconstitucional, que es el medio para alcanzar el fin propuesto, es adecuado y proporcional en estricto sentido para conseguirlo. En definitiva, por un lado, el establecimiento de un proceso verbal para el tratamiento de pretensiones con un rango de hasta de diez mil colones; así como el establecimiento de juzgados especializados para su conocimiento -ambas situaciones contenidas en el Art. 474 C. Pr. C.- son medidas adecuadas para conseguir el fin perseguido de administrar más eficaz y eficientemente la justicia; por otro lado, en la norma en comento, el punto que divide a un rango de individuos sujetos a un tratamiento de otro sujeto a tratamiento distinto -es decir, la cantidad de diez mil colones-, es elegido por el legislador como parte de su libertad de configuración legislativa, atendiendo a diferentes criterios económicos que puedan imperar en la realidad, tales como el aumento en el costo de las vida que vuelve monetariamente más costosos los bienes objeto material de las pretensiones; criterios que no son competencia de esta Sala evaluar. Como conclusión, existe en la disposición objeto de control la prescripción de un tratamiento diferenciado para las pretensiones inferiores a diez mil colones, cual es el de ser tramitadas mediante un proceso verbal y ante jueces de paz; sin embargo, tal diferenciación está justificada por cuanto existe una razón suficiente, que es la búsqueda de una administración de justicia que satisfaga más eficientemente la diversidad de pretensiones a través de la especialización de tribunales y de procedimientos para alcanzar tal satisfacción; y, al mismo tiempo, es proporcional en el sentido de la adecuación del Art. 474 C. Pr. C. al fin que se persigue con la división por competencias y el establecimiento de tratamientos procesales diferenciados. En virtud de ello, se concluye entonces que no existe la inconstitucionalidad alegada en el artículo 474 C. Pr. C., y así deberá declararse en esta sentencia. VI. En relación con la segunda de las pretensiones del demandante, la cual consiste en la petición de declaratoria de inconstitucionalidad del Art. 503 del C. Pr. C. porque, según el ciudadano Morán Cornejo, viola el Art. 3 Cn., pues sólo prescribe medios de impugnación para la sentencia definitiva y no para las interlocutorias que puedan emanar del tribunal que conoce del proceso verbal, cabe hacer las siguientes consideraciones: 1. El examen de razonabilidad recae sobre la búsqueda de una razón que justifique la diferenciación que se establece, siempre por razones de la cuantía, sobre la posibilidad de impugnar o no las interlocutorias que puedan darse a lo largo del proceso verbal, a diferencia del juicio ordinario, en el que sí es posible la impugnación de tales resoluciones. En ese orden de ideas, cabe señalar que el legislador estableció en el Art. 473 del mismo cuerpo de leyes, que "el juicio sumario es por su naturaleza sumarísimo", lo que expresa la intención normativa de diseñar un proceso que, orientado hacia la satisfacción de pretensiones de menor cuantía, no dilatara el trámite y resolución de las mismas, en tanto que ello implica la causación de mayor onerosidad a las partes intervinientes, la que podría llegar a ser, en algún momento extremo, incluso superior al interés litigado; lo que al mismo tiempo es coherente con el mandato de una administración de justicia pronta y cumplida que prescribe la Constitución. Este mandato constitucional se vincula con el principio de economía procesal, el que -según Marco Monroy Cabra- implica que "debe buscarse el mayor resultado con el mínimo empleo de actividad procesal", y que, según Beatriz Quintero y Eugenio Prieto, "no consiste solamente en la reducción de los costos procesales sino también en la solución del problema perenne de la lentitud del trámite y en general en la reducción de todo esfuerzo no solamente económico- que no guarde adecuada relación con la necesidad que se pretende satisfacer". En nuestra Constitución, el principio de economía procesal se encuentra afincado en la atribución quinta que el Art. 182 Cn. prescribe para la Corte Suprema de Justicia, en lo relativo a la vigilancia que le corresponde para que se administre pronta y cumplida justicia. Cabe decir a este respecto, que si bien es cierto a la Corte Suprema de Justicia corresponde tal atribución y que para ello debe tomar las medidas que estime necesarias, eso no implica que sea la única entidad del Estado a quien corresponda potenciar la celeridad procesal para alcanzar tal objetivo, pues es una obligación que abarca tanto al Tribunal Supremo -en cuanto a la implementación de medidas para potenciarla dentro del Órgano Judicial-, como a la Asamblea Legislativa -en su labor de formulación de las leyes-; pues, en todo caso, la promulgación de normas procesales debe siempre tener presente tal mandato constitucional, ya que tales deben potenciar la agilización del proceso para evitar que dicho mandato constitucional se vuelva nugatorio. Teniendo en cuenta lo anterior, puede decirse que, dado que la tramitación de recursos de las sentencias interlocutorias implica cierta dilación en el trámite de los procesos; que el proceso verbal pretende con su estructura ser de naturaleza sumarísima en razón que el objeto procesal que mediante él se satisface es de menor cuantía; y que el principio de economía procesal implica tanto una reducción en la onerosidad de los procesos, como en la lentitud del trámite, es razonable el establecimiento de la diferenciación en el tratamiento procesal en lo relativo a la posibilidad o no de impugnar las interlocutorias que puedan darse durante el trámite del proceso, por cuanto existe la justificación consistente en la búsqueda de no dilatar la satisfacción de tales pretensiones que por su naturaleza son de mínima cuantía. 2. Respecto de la proporcionalidad de la diferenciación, puede decirse que el establecimiento de recursos sólo para la sentencia definitiva es adecuado para conseguir el fin perseguido por la norma, entendido éste como la búsqueda de que no se alargue onerosamente los procesos en que se ventilan pretensiones de menor cuantía; pues en todo caso, si los recursos retardan la resolución de los procesos, es pertinente, cuando el valor de la cosa o del "derecho" sea inferior al valor de que lo que puede costar su protección procesal, con el consiguiente dispendio jurisdiccional innecesario, es razonable que se minimice el gasto pecuniario y de tiempo imposibilitando la oposición excesiva de tales recursos procesales. En referencia a la proporcionalidad en sentido estricto, cabe decir que si bien es posible restringir el uso de los recursos en el proceso en aras de volverlo mayormente ágil para que las pretensiones se vean satisfechas en el menor tiempo posible, es necesario recordar que eso no va a implicar que se deje en la absoluta indefensión a las partes que consideren haber sido perjudicadas por la decisión adoptada por el juez o tribunal mediante el no establecimiento, por parte del legislador, de recurso alguno, sino que debe establecerse al menos un medio para impugnar la decisión ante la misma autoridad o ante una de grado superior. Se hace la referencia entonces al derecho a recurrir, el cual ha sido caracterizado por esta Sala en la Sentencia de 24-V-99, Amp. 40-98, como "el derecho de acceso al medio impugnativo [el cual] adquiere connotación constitucional, [por lo que] una denegativa del mismo, basada en causa inconstitucional o por la imposición de requisitos e interpretaciones impeditivas u obstaculizadoras que resulten innecesarias, excesivas o carezcan de razonabilidad o proporcionalidad respecto de los fines que lícitamente puede perseguir el legislador, o por la imposición de condiciones o consecuencias meramente limitativas o disuasorias del ejercicio de los medios impugnativos legalmente establecidos, deviene en violatoria de la normativa constitucional". En ese sentido, y en el caso concreto, la limitación del derecho a recurrir llevada hasta el extremo de no establecer recurso alguno por parte del legislador podría llegar inclusive a ser desproporcional al fin perseguido por él mismo, pues podría llegar a lesionar el núcleo del derecho a la protección, ya que tal medida dejaría en indefensión a quien tenga interés en recurrir y pretenda mediante su actividad procesal reparar los agravios que le pueda haber causado un primer grado de conocimiento. La norma contenida en el Art. 503 C. Pr. C., entonces, si bien restringe tácitamente la interposición de recursos de las interlocutorias que puedan darse en el proceso verbal en la búsqueda de la consecución de la celeridad en el trámite y resolución de las pretensiones, no está prescribiendo una medida desproporcionada en el sentido que pueda vulnerar el derecho a recurrir, pues, en definitiva, establece al menos la posibilidad de ejercer tal derecho en orden de impugnar la sentencia definitiva, precisamente para potenciar el fin perseguido por la norma, cual es el de administrar una pronta justicia en función de no volver demasiado oneroso el trámite de las pretensiones de mínima cuantía. Dado que se ha hecho el examen de la razonabilidad de la diferenciación de trámite procesal establecida mediante la norma contenida en el Art. 503 C. Pr. C., como el de la proporcionalidad de la misma en orden de conseguir el fin perseguido, y habiéndose establecido que no existe violación al principio de igualdad consagrado en el Art. 3 Cn. por cuanto la norma dictada por el legislador goza de razonabilidad para establecer tratamientos procesales distintos a las pretensiones de menor cuantía en razón de procurar la celeridad de su resolución, así como de proporcionalidad en cuanto que establece al menos una posibilidad de recurrir a las partes del proceso verbal-, procede declarar que no existe la violación constitucional argumentada por el peticionario respecto de esta disposición. Por tanto: Con base en las razones expuestas, disposiciones constitucionales citadas y los artículos 9, 10 y 11 de la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador, esta Sala falla: 1. Declárase que en el artículo 474 del Código de Procedimientos Civiles no existe la inconstitucionalidad alegada por el demandante, consistente en violación al principio de igualdad consagrado en el artículo 3 de la Constitución, por cuanto la diferenciación en el tratamiento de las pretensiones en virtud de su cuantía y en el conocimiento de éstas a cargo de diferentes tribunales, tiene como razón suficiente el hecho que las pretensiones son de distinta naturaleza. 2. Declárase que en artículo 503 del Código de Procedimientos Civiles no existe la inconstitucionalidad alegada por el demandante, consistente en violación al principio de igualdad; ya que, en primer lugar, la imposibilidad de recurrir de las sentencias interlocutorias dictadas en el transcurso del proceso verbal -en comparación con la posibilidad que existe de recurrir de ese mismo tipo de resoluciones en otros procesos-, tiene como fundamento y razón suficiente para la diferenciación, la búsqueda de una satisfacción procesal sumarísima de las pretensiones de menor cuantía, para evitar con ello mayor onerosidad para los justiciables y el dispendio inútil de la actividad jurisdiccional; y en segundo lugar, la medida adoptada por el legislador de restringir tal posibilidad no es desproporcionada pues no llega a dejar en completa indefensión a las partes por cuanto establece al menos la posibilidad de un recurso para impugnar la sentencia definitiva dictada por el juez. 3. Publíquese esta sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a esta fecha, debiendo remitirse copia de la misma al director de dicho órgano oficial. 4. Notifíquese la presente sentencia al demandante, a la Asamblea Legislativa y al Fiscal General de la República.---HERNANDEZ VALIENTE --- O. BAÑOS---G.O. GOMEZ--G. TORRES---PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN---J. ALBERT ORTIZ---RUBRICADAS.