Artículo Mombrú - Universidad Nacional de Lanús

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D Andrés Mombrú Ruggiero1
amombru56@yahoo.com.ar
Resumen
La epistemología ha sido tenida como la ciencia de la ciencia sin más. En
esta idea, inocua a primera vista, se esconde una intención de colonizar la
disciplina con una impronta que pretende significarla como una actividad que
tiene por objeto establecer los parámetros de legitimidad de la investigación
científica. Sin embargo, entendemos que la epistemología es un campo de
luchas del que participan otras formas de entender a esta disciplina y en consecuencias no se encuentra sujeta a una única definición. Tal problema nos lleva
a reflexionar sobre el estatus epistemológico de la epistemología y sus características particulares que la diferencian pero al mismo tiempo la relacionan de
manera diversa con la filosofía, la filosofía de la ciencia, la metafísica y la ética.
Palabras clave: filosofía de la ciencia – historia de la ciencia – metafísica – ética
Abstract
Epistemology has been considered as the science of the science, without further ado. In this idea, innocuos at first glance, an intention to colonize the
discipline with an imprint that tries to mean it as an activity which aims to
establish the parameters of legitimacy of scientific research is hiding. However,
we consider that philosophy of science is a battle field in which other ways of
understanding the discipline takes place and, thus, it is not fixed to a single
definition. Such a problem leads us to reflect on the epistemological status
of philosophy of science and its particular characteristics that differentiate it
but, at the same time, interact in different ways with philosophy of science,
metaphysics and ethics.
Key words: philosophy of science – history of science – metaphysics – ethics
Como parte de la lucha por espacios o totalidades del campo de la ciencia, cada concepción epistemológica se atribuye la potestad de dictaminar que es y cómo debe entenderse
no solo la ciencia, sino también la epistemología. Esto expresa una estrategia de poder, definir una actividad con los propios parámetros para excluir a quienes no los cumplan. El
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5 erspectivas Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
problema del conocimiento y de su fundamentación racional se encuentra presente desde el
comienzo mismo de la filosofía. El término episteme, (™pistºmh) del que deriva el concepto de
epistemología, tiene la particularidad de poseer, al mismo tiempo, connotaciones muy remotas
y muy recientes. Los griegos de entre los siglos VI y II a. de C. no sólo fundaron la filosofía,
sino también las primeras formas de ciencia. Todavía perdura con gran predicamento entre los
científicos, lo sepan o no, el concepto platónico de que la episteme es una forma de creencia verdadera fundada, claramente diferenciada de las que no lo estarían y pertenecen al terreno de la
doxa (EPYB) que no necesariamente deberían ser falsas, pero sí carentes de fundamento racional.
Las disputas planteadas en torno a la episteme y a la doxa, se fueron reproduciendo de distintos
modos y generando críticas y contra críticas en otros debates, como los que se han dado entre
positivistas y antipositivistas, o cientificistas y anticientificistas. Pero, ni los argumentos de Platón en el Teeteto, de que el conocimiento es una creencia verdadera justificada, ni la astucia de
la razón que echa mano del “genio maligno” cartesiano, o del ser “esse est percipi” de Berkeley,
ni el “sujeto trascendental” kantiano, ni el “espíritu absoluto” de Hegel, consiguen apartarnos del
largo sueño dogmático, detrás del cual se esconde el ansia de verdad.
Las objeciones de Gettier (1963)2 al principio del conocimiento como creencia verdadera
fundada son realizadas desde la lógica, a ésta se podrían agregar otras provenientes de la ética, la
sociología del conocimiento, la epistemología genética y un sin número más, que podrían llevarnos a discutir ese argumento, el qué, de algún modo será puesto en cuestión en el trabajo. Al
surgir la ciencia experimental moderna la gnoseología era la disciplina en la que se discutían
los criterios de cientificidad de los saberes, en un contexto en el que primaban las cuestiones
filosóficas, psicológicas, antropológicas, entre otras; luego se pasó a hablar de “filosofía de la
ciencia”. Pero aún así, esa denominación “teñía” a los problemas científicos de contenidos,
qué, para algunos, eran demasiado filosóficos, es decir, desviaban a la reflexión sobre lo que
debía importar a la ciencia hacia temas que se creía perturbaban e impedían su legítima finalidad, el conocimiento objetivo en oposición a la especulación metafísica.
Mientras que la actividad científica, es concebida en general como investigación y producción de conocimiento; la reflexión sobre la actividad científica, sus modos de producción,
legitimación, validación y reproducción, suscitan polémicas y controversias. Surge entonces
el concepto de epistemología, no sólo para definir una nueva área disciplinar, sino fundamentalmente para eliminar las consideradas estériles controversias filosóficas. Sin embargo, las
polémicas no han sido superadas y a pesar de cierto dominio hegemónico del campo por
quienes hoy siguen estableciendo los criterios de cientificidad desde una perspectiva de herencia positivista, sobre todo a nivel institucional, esas controversias se agudizan, principalmente frente a las demandas de conocimientos que licuan las líneas divisorias tradicionales
entre las distintas disciplinas. Las necesidad creciente de una producción de conocimiento
“interdisciplinaria”, requerida tanto desde los ámbitos académicos como de aquellos que
se benefician con el conocimiento científico, presenta la necesidad de incluir disciplinas
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provenientes de las ciencias sociales y de las humanidades, que habían sido descalificadas
por los sectores del cientificismo hegemónico. En consecuencia, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “epistemología”?, ¿hacemos alusión a una reflexión sobre el conocimiento
“filosófica” o “científica”? En el caso de que se trate de la primera, serían insoslayables sus
aspectos especulativos que la vuelven a conectar con la gnoseología, e inevitablemente con
sus implicancias éticas, ontológicas y metafísicas. En caso de que hablemos de la segunda,
nos encontramos frente al problema de la definición misma de ciencia, en el que el trasfondo
metafísico aparece más encubierto.
Frente a nuestros planteos algunos podrían alegar que hemos retornado a una discusión
de principios del siglo XX, sino del siglo XIX. En parte pueden tener razón, ya que se remonta a ese pasado el momento en que comienza una expansión de la idea de que la reflexión
sobre la ciencia debe mantenerse alejada de desviacionismos especulativos y debe abocarse a
establecer cuáles son los parámetros que permitan el recto desarrollo de la ciencia. Por otra
parte, aunque hemos sostenido que debe haber una actitud epistemológica en los científicos,
es decir, de reflexión sobre las teorías y las prácticas científicas, la mayoría de las veces estos
trabajan sin conocer los fundamentos epistemológicos de las teorías bajo las cuales investigan. En este sentido, ¿debe considerarse a la epistemología como un capítulo de la filosofía
de la ciencia? O planteado de otro modo, ¿la epistemología se debe ocupar exclusivamente
de las cuestiones que hacen al análisis lógico del lenguaje y/o del método científico, mientras
que la filosofía de la ciencia se debe extender a otros aspectos que relacionan el conocimiento
científico con las distintas ramas de la filosofía? Algunos colocan a la epistemología en un
ámbito específico de la filosofía de la ciencia, en el cuál, la primera, sin salirse de su tratamiento del conocimiento científico, se permite ciertas reflexiones que se encuentran en ese
ámbito limítrofe entre la filosofía y la epistemología. Otros quieren establecer una diferencia
tajante entre filosofía y epistemología, cortando todo lazo con cuestiones especulativas, sociales, psicológicas o “extra científicas” en general, olvidando, como señala Samaja (1993), la
pregunta por “el ser de la ciencia”, reduciendo de ese modo a la epistemología a metodología,
y a la metodología a la mera aplicación de lógicas y técnicas de investigación. Con esto, la
epistemología no sería sino una forma de auditar el comportamiento de la ciencia.
En un sentido muy amplio se dice que la epistemología es una ciencia que tiene por asunto de investigación a las ciencias, pero, ¿qué clase de ciencia es ésta? Hemos señalado que la
reflexión sobre el modo en que los epistemólogos consideran a las ciencias, no se encuentra
en el mismo nivel en que consideran a la actividad epistemológica. Dicho de otro modo, si
la epistemología es una metaciencia, la reflexión sobre las ideas y las prácticas de los epistemólogos es una meta-metaciencia, o una metaepistemología, o como lo hemos preferido en
llamar, una metacrítica de la epistemología.
En primer lugar queremos señalar la diferencia entre la actividad de los científicos, sus
modos de producción de conocimiento y las consideraciones epistemológicas acerca de esa
actividad; pues si bien se encuentran en diferentes niveles, también hay instancias en las que
interaccionan, y deben interactuar si en realidad se trata de conocimiento científico, como
por ejemplo, cuando los científicos revisan los supuestos que fundamentan una teoría o
cuando se reflexiona acerca de la adecuación de un método. Ese es el escenario de las “revoluciones científicas”, que nunca es obra de epistemólogos “puros”, pero que está protagonizada
por científicos que ejercen una reflexión crítica, es decir, epistemológica, sobre su actividad
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de investigación. Es entonces imperioso distinguir las posiciones, polémicas y los debates
referidos a las ciencias, de aquellos que se refieren a las consideraciones sobre la ciencia. Por
lo tanto, se hace preciso distinguir niveles de ciencias, ya que podemos considerar ciencias a
la física, a la psicología pero también a la epistemología y a la meta-epistemología, aunque
ellas no pueden ser tratadas como si pertenecieran al mismo nivel. Podríamos preguntarnos
si todas ellas, aunque en distintos niveles, se corresponden con una única definición de ciencia. Por ejemplo, los criterios de clasificación de la ciencia las pueden agrupar de diferentes
modos: por la clase de objetos que estudian, por los fines que persiguen, por las estructuras
discursivas que las constituyen, por los supuestos ideológicos en que se sostienen, entre otros.
En el primer caso, la distinción por su objeto, que hace a uno de los criterios clasificatorios
más extendidos: la matemática es una ciencia formal, la física es una ciencia natural y la psicología es una ciencia social, ¿en cuál de esos compartimentos se ubicaría a la epistemología?
Antes de introducirnos en esta cuestión conviene ajustar más la pregunta: ¿qué clase de
ciencia es la epistemología? Indudablemente no es formal, ya que la más elemental clasificación de ciencia nos indicaría que su objeto de estudio no es vacío y abstracto, como el de
la lógica o la matemática. Aunque estas ciencias puedan prestar legítimamente su asistencia,
como verdaderas propedéuticas, en tanto no se pretenda reducir a la epistemología al exclusivo arbitrio formal como suele verse como tendencia dominante. Obviamente la epistemología tampoco es una ciencia natural y aunque para muchos las únicas disciplinas que
alcanzan el estatus de científicas son éstas, los epistemólogos que adhieren a esta postura se
encuentran en un problema muy grave, ya que realizan una actividad que no es considerada
por ellos mismos como científica.
Entendemos que la epistemología, como disciplina que tiene por objeto de estudio a la
ciencia, como producción humana, social, histórica, necesariamente se tiene que elevar a
un nivel meta-científico, pero no demasiado alejado de las ciencias sociales. Esto porque sus
asuntos no refieren a las regularidades de la naturaleza, ni a las formalidades de la estructura
abstracta de pensamiento, se corresponde sin duda con la temática de las ciencias sociales
porque su asunto es una producción humana; pero, sin embargo, no debería ser puesta al
mismo nivel que la sociología o que la psicología, ya que sus investigaciones trascienden todo
el espectro de las demás ciencias, incluidas las que se colocan en las categorías de naturales y
de formales. En ese sentido, entendemos que la epistemología es una ciencia transversal que se
ve a su vez atravesada por recursos de las mismas ciencias que son su “asunto” de investigación.
En medio de todo se hace necesario atender a un problema inherente al estatus de la epistemología como disciplina, reavivando temas que muchos ya dan por superados. Finalmente,
¿debe considerarse a la epistemología como ciencia o como filosofía? Nuestra respuesta es:
como ambas a la vez. Pensamos que lo apodíctico y lo especulativo se encuentran de igual
modo presentes, tanto en las ciencias como en la filosofía, pero que tienen alcances que deben
ser estrictamente reconocidos, diferenciados y jerarquizados. Entendemos que no alcanza con
evaluar su despliegue teórico, que se debe tener en cuenta que los modos de trascendencia
hacia lo social se realizan a partir de su dinámica dentro de los ámbitos institucionales, considerando aquí como institución a toda instancia que instituye, es decir, crea, funda, establece.
En la sociedad actual resulta tan absurdo como ingenuo pensar que investigaciones relevantes
pueden darse fuera de los contextos institucionales. Fuera de casos excepcionales, es en ellos en
donde radican los recursos sociales, humanos, materiales, ideológicos, económicos, políticos,
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que hacen posible cualquier tipo de producción relativamente trascendente. La epistemología
es una disciplina que no escapa a esta dinámica y que es buscada por todos como aliada para
justificar tanto a las teorías como a las prácticas.
Hemos señalado que el concepto mismo de epistemología está sujeto a una multiplicidad de
interpretaciones. Para algunos es lógica de la investigación, justificación o validación lógico metodológica; para otros, filosofía de la ciencia, historia de la ciencia, gnoseología, espacio crítico para
la reflexión sobre teorías y prácticas científicas con miras a la transformación de la sociedad, y más.
El concepto de epistemología que ha ganado un espacio en las últimas décadas, para
decirlo en términos muy generales, como la disciplina que se ocupa de las condiciones de
posibilidad del conocimiento científico, es entendido, generalmente, en el primer sentido
que le otorga Foucault, como la conformación intrínseca de la ciencia, diferente al segundo
sentido que este autor le otorga, como la posibilidad de una ciencia en su existencia histórica.
En este trabajo partimos del segundo sentido, lo plantearemos como articulado en distintos
niveles epistemológicos que se encuentran a su vez implicándose mutuamente, pero también
relacionados con aquel primer sentido. El problema se complica porque en la definición de
epistemología lo que varía en gran forma es aquello que se entiende, tanto por condiciones de
posibilidad y que abarca desde aspectos lógicos, semánticos, metodológicos, técnicos, y muchos
más, cuanto de lo que se entiende por los aspectos históricos que hacen a las definiciones de
sociedad, cultura, ética, política, ideología. Entendemos que el concepto mismo de epistemología, que ocupa el centro de nuestras reflexiones, al estar sujeto a una multiplicidad de
interpretaciones requiere que tengamos en cuenta por lo menos las que consideramos más
relevantes para dar fundamentación a los conceptos y criterios que sustentan nuestra investigación y nuestro propio modo de entenderla definirla y significarla. Pensamos que no alcanza con
establecer una definición de epistemología y luego avanzar sobre el análisis de sus cuestiones,
esto es, aplicar mecánicamente categorías bajadas ad-hoc de un determinado marco teórico,
sino que se hace necesario previamente establecer el conjunto de teorizaciones que han de funcionar como fundamento para aquellas categorías. Una posibilidad de tratar los conflictos en el
seno de la epistemología, sería mediante una sociología de la epistemología, esto es, un análisis
de las condiciones sociales que generan todo el rico y contradictorio movimiento dentro de la
disciplina, pero, entendemos, un enfoque exclusivamente sociológico resulta insuficiente para
nuestra investigación, ya que hay otros aspectos no sociológicos que se perderían de vista, como
las cuestiones éticas, lógicas, estéticas, óntico-ontológicas y gnoseológicas entre otras.
Otra posibilidad de abordaje consistiría en un análisis sobre los contenidos y las implicancias éticas de la producción epistemológica, esto es, el modo en que se producen los muchos
tipos de conflictos dentro del campo y el modo en que se interdeterminan con otros campos.
Aquí se plantea una dificultad mayor referida a la discusión sobre la pertinencia de la ética
como elemento evaluador de la epistemología. No podemos renunciar a esa discusión, ya que
algunas de las categorías de las que partimos implican dimensiones que consideran valores
como agentes que son determinantes del campo, pero tampoco podemos reducirlo exclusivamente a una cuestión ética, ya que se corre el peligro de permanecer en un entorno dilemático.
Tendríamos también la posibilidad de una perspectiva psicológica. En términos como
por ejemplo los propone Bachelard (1978), o un psicoanálisis de la epistemología, que in-
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tente develar aquellas motivaciones que producen los conflictos mediante recursos metodológicos del psicoanálisis. Aquí se corre el peligro de retornar a una mera psicología del
conocimiento, tan reduccionista como una lógica del conocimiento.
El enfoque político es demasiado relevante como para no tenerlo en cuenta, pero no
exclusivamente desde la perspectiva de los modos político-administrativos, de conformación reproducción y circulación del poder en los ámbitos institucionales donde disputan
diferentes paradigmas epistemológicos, sino en el sentido de la política como la dimensión
institucionalizadora de la sociedad y de la ciencia, necesariamente vinculadas a la producción
de valores, a las motivaciones económicas, psicológicas, sociales e individuales de los sujetos
en interacción.
Otra de las perspectivas, qué, como las anteriores, se han realizado, es tener en cuenta
el despliegue histórico de las ideas y de las prácticas, con enfoques tan variados como los de
Kuhn, Lakatos o Adorno.
También se podría pensar en una gramática de la epistemología, atento a los juegos del
lenguaje epistemológico, al modo en que Wittgenstein la consideró.
Sin duda será inevitable recurrir a consideraciones que tenga en cuenta el modo en que se
conforma histórica, social, política, ética, e incluso psicológicamente, el campo epistemológico, pero desde una mirada que tenga en cuenta todos estos aspectos de un modo integrador
con sus propias categorías.
Si las ciencias se constituyen recortando una parte de la “realidad” y convirtiéndola en su
“objeto” o “asunto” de estudio, –para algunos superando de ese modo a la filosofía– entonces
nuestra tarea puede ser pensada como una involución hacia una mirada filosófica, pero entendemos que sólo así será posible integrar las miradas muchas veces parciales de las diferentes
ciencias y disciplinas, tratando de revelar, que por lo menos en este aspecto, la filosofía no es
tan “inútil”, como se la presume. Antes que simplificar el problema lo estamos complejizando,
pero en realidad lo complejo del enfoque se aviene a la complejidad del problema. En ocasiones
el método analítico, que descompone lo complejo en lo simple y luego lo reconfigura, no siempre da resultados, ya que se puede perder en el camino el sentido mismo de lo complejo, que al
ser más que la suma de las partes, requiere ser abordado en su complejidad. Dicho así no deja
de ser una afirmación bastante ambigua, ya que la amplitud de lo filosófico puede dar lugar a
poner el énfasis en enfoques lógicos, gnoseológicos o metafísicos de las más variadas maneras.
Con respecto a este tema hay para nosotros una consideración y un supuesto. La consideración
es que la filosofía, conteniendo desde el principio a casi todas las disciplinas que la conforman, tuvo siempre una de ellas que fue hegemónica respecto del resto en diferentes momentos
históricos. El epicentro de la filosofía antigua era la metafísica, para la medieval la teología,
para la moderna la gnoseología, para la actual la epistemología. Desde esta consideración es
que partimos del supuesto de que la epistemología es el eje en torno al cual gira la filosofía en
la actualidad. Por ello es un supuesto fuerte de este trabajo entender que la epistemología, si
quiere dar cuenta de aquellos interrogantes que desde distintos lugares la atraviesan no puede
dejar de ser filosófica.
Coincidimos con la afirmación de Marí (1990), que la filosofía expresa “el juego cambiante
de las fuerzas sociales de una época dada”, coincidimos también en que la epistemología como
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disciplina es la forma predominante del juego cambiante de las fuerzas sociales en el tiempo
actual, pero agregaríamos que la episteme, que fue ladera de la metafísica primero, de la teología
después y de la epistemología en la actualidad, se convierte ella misma en el epicentro al que casi
todas las disciplinas miran como referente y en el que buscan legitimación y reconocimiento.
Al mismo tiempo, la epistemología conforma un ámbito de luchas por su significación y
de ese modo pretende influir en los ámbitos sociales e institucionales en medio de los cuales
se despliega. Esto no es así, como resulta obvio, porque la epistemología dictamine, las modas, los usos y costumbres, la economía, las políticas, o el modo en que inciden, por ejemplo,
los medios masivos de comunicación. Pero, la transformación social, que no depende de la
epistemología, encuentra sin embargo en ella el ámbito capaz de opacar o transparentar, de
ocultar o poner en evidencia, de justificar o cuestionar, de legitimar o denunciar, las dinámicas conformadoras de otras esferas sociales, tales como: la política, la tecnológica, la económica, la psicológica, la comunicacional, que determinan el sentido de la epistemología.
Si las temáticas nucleares de la epistemología ya se encontraban presentes a lo largo de toda
la historia de la filosofía, ¿qué características diferenciales adquiere entonces en la actualidad?
Para las corrientes positivistas y neopositivistas, ha sido la ocasión para intentar desprenderse del lastre metafísico. El positivismo recoge una reflexión sobre la ciencia ya librada del
lastre de la tutela de la teología, pero entiende que todavía es necesario eliminar a la metafísica que arrastran los modernos. El embate positivista a partir del siglo XIX y lo largo del
siglo XX tuvo una gran virtud, expuso con crudeza toda la intención instrumentalista de los
sectores dominantes y hegemónicos de la sociedad de querer reducir la ciencia a la operatoria instrumental sobre la naturaleza y la sociedad y restringir toda posible reflexión sobre la
ciencia a sus fundamentos lógico-metodológicos.
Detrás de un afán racionalista se esconde la culpa vergonzante por todo aquello que revele lo que, desde Platón, se ha signado como inferior, degradante, indigno y por lo tanto,
despreciable. Mientras la sociedad industrial somete los cuerpos a la represión y domestica a
la razón, los mandatos sociales y religiosos denigran esos cuerpos, sus apetencias, sus deseos y
necesidades. Los sentimientos son rechazados, negados, en el campo de la producción y de la
ciencia y redireccionados por la religión como emociones sin cuerpo. El odio, la ira, la envidia,
el rencor, los deseos destructivos, parecen ya no formar parte del mundo humano, esto es,
como propios de la condición humana y quién los exprese es considerado inferior, perverso,
pecador. Pero esto no ocurre sólo en el campo de la religión o de la moralidad. Al considerarse
a la ciencia como una actividad puramente intelectiva, ésta adquiere entonces el rango de
amoral, pero también a emocional, que requiere para desatarse de cuestionamientos éticos.
Esos vestigios de humanidad degradadano han de formar parte de la ciencia, sino que serán
expresiones de elementos extra-científicos. Cuando hablamos de elementos extra-científicos
no solamente nos referimos a disciplinas como el arte o a otros elementos culturales que se
piensan como ajenos completamente de la actividad científica. Hemos visto que a lo sumo se
habla de contexto de descubrimiento, para dar cuenta de la influencia de elementos políticos,
sociales, culturales, pero poco o nada se hace alusión a los sentimientos. En todo caso se hacen
referencias al amor por el conocimiento, al deseo de saber, a la pasión por la ciencia, pero no se
penetra el análisis de la presencia de toda la gama de sentimientos y emociones que participan
de la producción científica y menos de los vergonzantes, tales como los referidos del odio, la
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envidia, el rencor. No se ven preguntas tales como: ¿cómo ha influido la envidia de fulano
en sus descubrimientos científicos? ¿Cuánto ha perjudicado o beneficiado a tal teoría el odio
por determinadas prácticas?, ¿De qué modo se perjudicaron o beneficiaron determinados
desarrollos científicos a causa del rencor, antipatía, tirria, encono, aversión, celos, furia de los
científicos? En general no es admitido que todas estas pasiones forman parte de la actividad
de la ciencia, que ellas no sólo se reflejan en las acciones personales y en las relaciones entre los
científicos, sino que tienen un carácter determinante en la producción de teorías científicas.
Son considerados como elementos irracionales ajenos a la digna profesión. El grave problema
radica en el hecho de que, al ser negados, liberan fuerzas destructivas negativas, que circulan
bajo la cobertura de la racionalidad, la objetividad, el conocimiento.
La ciencia no sólo es ideológica, principalmente es humana, pero no en el sentido específico que le da Terencio: “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” La ajenidad humana del
modelo positivista de ciencia, le impide advertir la presencia de lo humano en su concepción
sobre los elementos relevantes de la producción científica. Esta negación abona la lógica de
la voluntad del poder como dominio, ya que todos esos atributos pasionales son fuerzas muy
poderosas que deben ser sometidas y redireccionadas con otros fines. El acto de sublimación
de la religión es heredado en toda su dimensión por la ciencia. Este ideal positivista plantea
que los científicos deben enajenarse de esos atributos, deben perder el deseo de recurrir a ellos.
En parte en ello radica la construcción del hombre de ciencia; pero, a pesar de la “educación”,
vuelven a ellos bajo la forma del prejuicio y de la racionalización del prejuicio. Así, el odio de
los nazis por los judíos les impidió ver, afortunadamente, que lo que llamaban física judía, era el
camino correcto para el descubrimiento del control de las fuerzas atómicas que buscaban. Que
el odio a la “ciencia burguesa”, inculcado por el estalinismo, les impidió desarrollos imprescindibles para su economía en el campo de la genética, que pagaron con hambrunas que dejaron
millones de muertos. Que el prejuicio y el odio, alimentados por una concepción etnocéntrica,
produjo en el campo de la criminología teorías como la de Lombroso, que dictaminaba como
características de degeneración y criminalidad, los rasgos étnicos de los pueblos colonizados.
De este modo, al eliminar esos entorpecimientos humanistas, el positivismo, en su devenir hacia
el neopositivismo y hacia el positivismo lógico, se quiere desprender de aquellos lastres.
Freud ha planteado que la cultura es represiva y que sin el control de los instintos primarios se hace difícil la socialización. Los instintos tienen que ser sublimados y compensados
por otros medios. Pero, con fines productivistas, la sociedad moderna ha exacerbado las
prácticas represivas. No es casual que el positivismo se desarrolle en medio de la sociedad
victoriana, en la cual los sentimientos, las pasiones, los instintos, la sensualidad, son considerados enemigos del hombre y de la ciencia.
Entendemos que presentar a la ideología como un sistema de conceptos e ideas de existencia material, como lo propone Marí (1974), implica agitar en el campo de debates lo
histórico, lo social, lo ético, lo estético, lo político, las emociones, los sentimientos, no como
simples miradas o teorizaciones, sino como denuncia de las luchas de esas fuerzas sociales.
Esas luchas implican más que la disputa por el poder, implican la confrontación entre las
lógicas de la voluntad que asisten al campo. Es por ello que no nos alcanza con detenernos
en los debates teóricos, se nos hace necesario introducir categorías que nos permitan evaluar,
tanto el modo en que se generan las teorías, como las prácticas y esto más allá de las consecuencias que esas teorizaciones pudieran llegar a tener sobre lo social.
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Nuestra propuesta, que apunta a vislumbrar la significación de la significación en un recorte muy
particular del ámbito de la epistemología, debe necesariamente tener que reunir estas dimensiones
que han sido desarticuladas por las tradiciones de las filosofías más influyentes si queremos comprender en las ideas y en las prácticas de la epistemología su genealogía y su devenir.
Si como sostiene Piaget (1972), el sentido lógico se conforma previamente al lenguaje y
si como sostiene Lorenz (1981) el sentido moral se conforma previamente a la racionalidad,
concebir el discurso lógico racional como el hacedor y árbitro de todo saber, desconociendo el
resto de las dimensiones de las que participa nuestra condición humana, tiene implicaciones
reduccionistas. Es como si dijéramos que la explicación de la respiración es que tenemos nariz,
o la de la visión, porque tenemos ojos. La integración de las ciencias requiere también de un
sujeto que no opere desde compartimentos estancos, que realizan conexiones circunstanciales,
sino desde una reflexión integrada al mundo. Es muy cierto, como señala Bachelard que:
De modo visible se puede reconocer que la idea científica de modo usual
queda cargada de un concreto psicológico demasiado cargado, que reúne innumerables analogías, imágenes, metáforas, y de apoco pierde su vector de
abstracción, su afilada punta abstracta.3
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que el pensamiento queda pegado a las representaciones sensibles. Pero, entendemos que
también es cierto que muchas veces la abstracción no obra como “afilada punta abstracta”
capaz de alcanzar el saber, sino que se sustrae de su propósito significador, extravía el camino
del concepto como camino del saber y permanece en sí mismo en una auto significación que
ya no logra significar nada, porque se fascina y se detiene ante un conocer que olvida el saber
y la necesidad de integración de todos los atributos que nos ponen en el mundo.
Queremos aclarar que pensamos que una teoría del conocimiento es condición necesaria
pero no suficiente para una epistemología. Podemos pensarla como una filosofía de la ciencia,
en tanto esa filosofía se encuentre abierta, no sólo a las disciplinas tradicionales sino también
al desarrollo científico contemporáneo. Es necesario establecer las condiciones biológicas,
psicológicas, lógicas y sociales del conocimiento. Cada una de ellas nos indica como su dimensión contribuye a la conformación del conocimiento, pero la epistemología debe ir más
allá del conocer debe ir en procura del saber. No es baladí señalar que el conocer conduce
al conocimiento y el saber a la sabiduría. El equívoco suele producirse cuando se piensa que
la sabiduría es la máxima expresión del conocimiento –argumento sofístico– cuando en
realidad la sabiduría va mucho más lejos porque surge de una actitud integral en la que se
encuentran presentes todas las dimensiones humanas. ¿Qué distinción establecemos entonces entre conocer y saber? No pensamos al conocer como un entendimiento más superficial
del saber y a este por ende más profundo, ni le otorgamos a la sabiduría una mística escondida capaz de aproximarse a lo insondable, ni tampoco pensamos al conocer como acceso a
información que proviene de lo externo y al saber, como una convicción interior. Tampoco
fundamos nuestra distinción en el know-how y el know-that. Entendemos conocimiento
no como un resultado, sino como un proceso que conlleva variadas estrategias cognitivas y
metodológicas y se objetiva en información relevante destinada a proveer de contenidos a la
intención significadora del saber. Entendemos a la sabiduría como un fenómeno individual
3
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—˜™ šerspectivas Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
y colectivo, atravesado por determinaciones naturales y sociales, reflexivas y autoreflexivas,
que involucra todos los recursos estratégicos de la significación. Tener sapiencia de algo no
es percibirlo, ni intuirlo, ni conocerlo racionalmente, no es hacerse un juicio estético o un
juicio ético. Es todas estas cosas al mismo tiempo y más. Es muy cierto que los saberes de
un músico, de un pintor, de un novelista, de un filósofo, se encuentran enfocados en una
dimensión más que en otra, pero de todos modos, sería imposible que algo surgiera de ellos
si no participaran todas las dimensiones de una dimensión unificadora.
Un desequilibrio en los elementos constitutivos del conocer, libera fuerzas que son capaces de una creación que controla ámbitos específicos. La creación musical implica un
desequilibrio a favor de la dimensión emotiva, en tanto que para el cálculo diferencial operan
más notablemente los aspectos lógico-racionales. Es indudable que las matemáticas son impensables sin la intuición y que la creación musical implica también despliegues racionales
y técnicos. El problema entonces radica en los desequilibrios que potencializan uno de los
elementos de la conciencia en detrimento de los otros, lo cual gesta la monstruosidad de lo
desproporcionado, que se termina convirtiendo a la postre en lo autodestructivo. Es cierto
que esas monstruosidades no tienen la forma de gibas en la espalda, ni de multiplicación de
extremidades, sin embargo, en muchos casos son fundamento para ideas y prácticas destructivas. ¿Qué destruyen? La posibilidad del desarrollo de estrategias más sustentables, esto es,
que garantizan la preservación de la vida en el escenario de la vida.
No somos inocentes, el ámbito de la ciencia se encuentra atravesado por luchas tan encarnizadas como cualquier otro, sin embargo, se presenta a sí mismo y a la sociedad como
un lugar de respeto por los saberes, las ideas, los conocimientos. ¿Qué impide que sea así? La
lógica que anima su desarrollo. No creemos como Vattimo (1998) que las visiones unitarias
del mundo, propias de la modernidad, hayan sucumbido. Es cierto que los mass media como
señala este autor, e Internet particularmente, han permitido que se escuchen más voces, pero
las voces dominantes no solamente siguen dominado, sino que además conservan para sí el
poder de los aparatos institucionales que garantizan su producción y reproducción. Fuera de
los ámbitos académico-institucionales circulan todo tipo de ideas, teorías, prácticas, cada una
a su vez intentando preservar su amplio o restringido coto de caza, pero dentro, el dominio
es sustentado por las visiones únicas. Incluso si otras visiones comienzan a ganar espacios, las
lógicas institucionales las llevan a establecer espacios estancos de producción y reflexión.
Si sólo se tiene en cuenta la propia línea discursiva, el pensamiento se empobrece y se
pierde la intención primaria de revisión crítica de los propios presupuestos que se supone
deben guiar a la actividad científica. La lucha termina siendo por ganar el espacio, no por
ampliarlo y compartirlo. Las materias primas del conocimiento y la sabiduría son tan enormes que nadie podría sentirse carente, pero los recursos y los espacios para cultivarlas son los
acotados, luego, la lucha pierde la nobleza de la búsqueda de la sabiduría y se convierte en
las luchas mezquinas por los recursos. El objetivo no es el saber, sino el poder, sobre todo por
espacios casi miserables de poder, que en su reproducción infinita hacen de las instituciones
ámbitos miserables, desprovistos en sus prácticas de muchos de los ideales que predican.
En este sentido hay diferentes modos de manifestar el dogmatismo y la cerrazón a la que
nos referimos. Una de ellas es desconociendo toda consideración que no se ajuste a las propias convicciones, otra, tratar a las rivales en forma desleal, no referir a las fuentes en forma
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fehaciente sino descontextualizando los conceptos. La diferencia en el modo de plantear las
diferencias, o de desconocer a los adversarios, puede ser concebido como indicador de la
lógica subyacente que orienta a las instituciones, al tipo de ciencia que ellas producen y a la
epistemología que emana en los distintos niveles que hemos señalado. Toda crítica se puede
considerar como pertinente en la medida en que se realice críticamente la misma producción
científica y epistemológica en todos sus niveles. En la medida en que la producción sea crítica
se encontrará a si misma siempre en estado de alerta y movilización de sus propios errores,
rectificándose en su mismo despliegue y no requerirá de los iluminados que ven bajo el agua
para que le señalen magnánimamente sus errores. Aquí los infinitos matices y las recíprocas
influencias y rupturas entre todas las corrientes, escuelas y autores, hacen muy compleja
cualquier tipo de clasificación, pero ellas nos resultan imprescindibles por lo menos como un
cartografiado, como un referente que nos permita navegar estos embravecidos mares. Con
todas las salvedades del caso echaremos mano de las clasificaciones bastante generales que
distingue entre corrientes cientificistas y corrientes críticas, sin embargo nos parece necesario
hacer las siguientes salvedades. No nos vemos a nosotros mismos como analistas que pueden
detectar los yerros del quehacer científico, sino como científicos que cuestionan su propio
quehacer en un contexto conflictivo. Por ejemplo, entendemos que hay importantes diferencias, pero también algunas similitudes que nos resultan inquietantes entre los conceptos:
popperiano de justificación lógico-metodológica, el bachelardiano (1978), que retoma Bourdieu (2003a), de vigilancia epistemológica, así como el de interés emancipativo de Habermas
(1982). Hacemos referencia a estas inquietantes similitudes porque ponen de manifiesto
que las lógicas de la voluntad atraviesan todos los discursos y proyectos, que no alcanzan
los rótulos de cientificistas, anticientificistas, reaccionarios, emancipativos, para entender la
complejidad de los conflictos.
Adherimos a las corrientes críticas y a los proyectos emancipativos, pero entendemos que
no hay posibilidad de concretar proyectos emancipativos, de ningún tipo, en la medida en
que la investigación científica no sea capaz de desarrollarse en un contexto donde las instituciones en las que se produce no sean también emancipativas. Algunos podrían sospechar que
estamos ante el dilema del huevo o la gallina. ¿Cómo pueden darse prácticas emancipativas si
no existen las instituciones que lo permitan, como pueden generarse esas instituciones si no
hay prácticas que las generen? Es muy difícil responder esta pregunta, pero suponemos que
nos es de modo directo, sino indirecto, que no es sólo producto de la voluntad, sino también
del despliegue de ciertos procesos sujetos a determinadas lógicas como esas transformaciones
se producen. No es simplemente cuestionando lo establecido, sino revisando la praxis que
hace que se generen prácticas reproductivas, habida cuenta de que, todo discurso crítico es
en algún lugar reproductor de aquello de lo que se quiere emancipar y que todo discurso
conservador contiene de alguna manera algo que debe ser preservado o que guarda el potencial de lo crítico. Sospechamos que en las teorías y las prácticas que cuestionan el cientificismo se encuentran infiltraciones de cientificismo y que en el discurso cientificista hay vetas
de cuestionamiento; que en muchas ocasiones los críticos son los hijos del cientificismo y
viceversa. Esto no las descalifica en la medida en que tengan la capacidad de revisar sus presupuestos y puedan avanzar sobre el reconocimiento de las contradicciones constituyentes
en las que reproducen en las teorías y en las prácticas lo que supuestamente critican. Oscar
Varsavsky, seguramente el más crítico anticientificista argentino proviene de la ortodoxia de
las ciencias consideradas como serias y paradigmáticas por el cientificismo. Se graduó como
doctor en Química en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y
´µ¶ ·erspectivas Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
fue profesor de análisis matemático, algebra y topología. En buena medida la agudeza de sus
críticas no son el resultado de pertenecer al “riñón” crítico, sino de la reflexión crítica de las
propias tradiciones en las que se había formado. ¿Cuáles son los factores sociales e institucionales que generan este tipo de fenómeno?, esto es, ¿qué genera la reproducción enajenada de
lo mismo o la mirada crítica que es capaz de vencer al dogmatismo revisándose a sí misma?
Avanzar sobre estas interrogaciones debe ser parte del debate epistemológico.
– En primer lugar, porque consideramos a parte de la actividad cotidiana de la producción de conocimiento científico, en todas las disciplinas, como epistemológica, (nivel 1)
ya que esta, en lugar de seguir volcada sobre su objeto, sea formal, natural o social, revisa
reflexivamente su propia actividad, sus métodos pero también sus fundamentos teóricos y
sus supuestos ideológicos.
–En segundo término, lo que tradicionalmente es concebido como epistemología, (nivel
2) ya que el centro de atención se encuentra dirigido a las actividades de los científicos.
–Y, en el tercer nivel, (nivel 3) que es donde se tratan los debates meta-epistemológicos
y así hacia otros posibles niveles superiores. El concebir a la epistemología como una ciencia
social sin más, con las características señaladas, representa un problema para la contextualización de su nivel meta-meta-epistemológico o nivel 3.
El nivel 2 es, sin mayores desacuerdos, el tenido como propiamente epistemológico.
Encontramos en él muchas de las corrientes más representativas las orientaciones surgidas
de diferentes círculos, escuelas y movimientos, como: el Círculo de Viena, el Círculo de
Berlín, la Escuela de Baden, la Escuela de Marburgo, la Escuela de Edimburgo, la Escuela
de Frankfurt, el Estructuralismo, el Rupturismo historicista, del positivismo, el empirismo
lógico, el neopositivismo, el historicismo, la teoría crítica, con sus propuestas metodológicas inductivístas, axiomáticas, hipotético deductivistas, falsacionistas, fenomenológicas,
dialécticas, hermenéuticas, asociadas a los nombres, por sólo dar algunos, de Reichembach,
Hempel, Windelband, Russell, Withhead, Wittgenstein, Cohen, Cassirer, Althusser, Lacan,
Piaget, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas, Ricoeur, Gadamer, Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, Bachelard, Foucault, Deleuze, y otros. En este nivel, y como producto de las
controversias que suscita el “hablar de la ciencia”, se deslizan permanentemente reflexiones
que hacen al nivel 3. El definitiva, el nivel 3 se conforma a partir de los excedentes que el nivel
2 produce permanentemente al establecer posturas a partir de críticas de otras posturas epistemológicas. No es lo mismo hablar de la física de Newton que hablar de las consideraciones
de un epistemólogo sobre la física de Newton.
En el nivel 3 encontraríamos todos los análisis, polémicas, discusiones, refutaciones y cruces sobre las producciones del nivel 2, lo que da lugar al entretejido de una abigarrada complejidad de influencias, contradicciones, afinidades, enfrentamientos, tutelajes, rupturas, alianzas,
que complejizan aún más la situación. En este proceso semiótico los niveles se multiplican en
la medida en que en los niveles superiores se hace alusión a lo que acontece en los inferiores.
Es fundamental tener en cuenta esta estratificación a los efectos de no cometer el muy común
error de producir desplazamientos que conducen a juicios sobre entidades erradas.
El nivel 1 es de nuestro mayor interés, ya que suele ser uno de los menos tenidos en
cuenta, pues la reflexión sobre la práctica científica suele vincularse con el nivel 2, en el cual
se desarrolla de un modo tradicional, pero se pierde de esa manera de vista algo fundamental,
¸¹º»¼½ ¾¿ÀÁ»Â ÃÄÅÅÆÇ»¿ È ÉÇÊ Ç½ËÌËĽ ÇÍƽËÇÀ¿ÊÎÅÆÏ¿ ºÇ ÊÌ ÇÍƽËÇÀ¿Ê¿ÅÐÌ /63
que es que la investigación científica no radica, como se encuentra enormemente difundido,
sólo en la buena aplicación de métodos y técnicas de investigación, sino en la desconfianza
en las mismas que conduce a revolucionar las teorías y las prácticas.
Las “revoluciones científicas” no las producen los epistemólogos, sino los científicos, pero
estos últimos las producen en tanto reflexionan epistemológicamente, tanto sobre sus teorías
cuanto sobre sus prácticas.
¿En qué medida las categorías que estamos proponiendo resultan idóneas para el abordaje del problema que nos proponemos tratar? Entendemos que ellas no dicotomizan, sino
que ponen en evidencia aspectos relevantes de los vínculos y las relaciones que no atraviesan
unilateralmente sino transversalmente a todos los protagonistas.
En resumen, consideramos a la epistemología como una ciencia social transversal a todas
las demás ciencias en un metanivel y a sus planteos revistiendo las mismas dificultades metodológicas, ideológicas y epistemológicas que para el resto de las disciplinas.
Si la ciencia puede ser definida como estrategias de instalación del ser del hombre en el
mundo; una entre otras, pero dominante en relación al moldeado de las instituciones y de
las prácticas sociales, incluso del hacer de las llamadas ciencias naturales y formales, entonces la epistemología debería entenderse como la revisión crítica de esas estrategias. En tal
sentido no puede ser considerada sino como filosófica. Su tarea debe ser llevada adelante en
procura de conocimiento, el cual debe interpretarse como la objetivación del alcance y de
los resultados de la estrategia, teniendo como criterio de evaluación de su actividad no la
obtención o la aproximación a la verdad, sino de cuáles son las consecuencias sobre la determinación de las ideas y de las prácticas en las condiciones de existencia y transformación
del mundo natural y humano. Si bien esta tarea produce conocimientos, los conocimientos
resultan insuficientes si no son integrados de un modo más totalizador. A eso hemos llamado sapiencia. La sapiencia no es la revelación científica que nos muestra la verdad y evita los
conflictos, es, por el contrario, la reflexión compartida que transparenta los conflictos y que
con suerte, puede evitar que sean cruentos o tengan consecuencias nefastas y que permite
identificar cuales son las prácticas que conducen al cuidado de la vida. Si bien hay aspectos
subjetivos en relación a esta apreciación, ellos no suelen ser los más trascendentes. La vida y
la muerte, el goce y el sufrimiento, la destrucción absurda y la preservación venturosa, son
manifestaciones incontrovertibles que objetivan en un sentido ontológico y material los
resultados de las estrategias. Ese es el escenario en el cual lo que se manifiesta no es el mero
conocimiento, sino la sapiencia. Esta última, a diferencia de la primera tiene incorporada la
dimensión ética. La capacidad de distinguir entre el bien y del mal no es un atributo moral
que varía de una cultura a otra, lo que varía es el contenido del acto, pero no el sentido que
lo diferencia. Creemos que ni siquiera es patrimonio exclusivamente humano, es algo que
compartimos con buena parte de los animales, pues su origen no se encuentra en las instituciones humanas, sino que éstas lo heredan de las exigencias naturales. La vida, cuando no
está corrompida por alguna enfermedad es sabia.
Es claro que esta visión se contrapone con aquella que considera a la epistemología por
fuera de condicionamientos sociales o ideológicos. Como se ha dicho, rechazamos la idea de
que la ciencia es, como viene siendo concebida en la tradición que se remonta a Parménides,
ÑÒÓ Ôerspectivas Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
Jenófanes, Sócrates y Platón, llegando hasta Popper, la búsqueda de la verdad o por lo menos
un acercamiento a ella, lo que no quiere decir que no tenga como función frente a las demás
ciencias y frente a sí misma, la tarea, entre otras, de revisar los modos de fundamentación
argumentativa o los procedimientos metodológicos. ¿Por qué la obtención del conocimiento
en general nos resulta tan importante? No sólo porque nos libera de la ignorancia sino también de la angustia y el sin sentido y nos otorga las certezas –que no las verdades– imperiosas
para transitar por el mundo. Nos ayudan además a distinguir esas certezas vitales de los engaños y alucinaciones que produce el temor.
¿Por qué el conocimiento que produce la epistemología es relevante, o en qué sentido
lo es? Consideramos que no porque descubra la lógica de la investigación, ni porque arbitre
sobre lo que debe o no ser considerado ciencia, sino porque nos permite revisar la eficacia de
nuestra estrategia de instalación en el mundo, el contenido y alcance de las significaciones
que produce. Por ello es que la consideramos como otro capítulo de la filosofía, como un
nuevo modo de significar, es decir, de dar significado, pero de un significado que remite a la
“alétheia”, al velo que el conocer corre frente a la ignorancia, sino a lo que produciendo un
“sentido”, no importa cual, determina las formas de estar del hombre en el mundo y puede
distinguir aquellas que son benéficas de las que conducen a la autodestrucción.
El significarse no es meramente simbólico, es material y está hecho de toda la materialidad del mundo, materialidad de la naturaleza y de sus derivados. Las significaciones
son entonces productoras de concepciones, imaginarios, construcciones representacionales y
materiales de los individuos y de la sociedad. En la sociedad contemporánea la epistemología
es uno de los principales referentes de significación y es caldo de cultivo para la construcción
de representaciones, imaginarios y visiones de la realidad, que circulan en otros ámbitos de
la misma y con los que se retroalimenta, sobre todo a través de ciertos mecanismos de circulación, difusión, validación e institucionalización social, pero también de la “corporeidad” de
los “sucesos” sociales, ya que no por “imaginarias” y “representaionales” son menos “objetivantes”, no en el sentido del “conocimiento objetivo”, sino en el sentido de ser materializadores
de eventos. Los muertos y minusválidos producidos por la iatrogénia no lo han sentido
solamente en su imaginación o representación, sino que ella se ha objetivado en sus cuerpos.
El dialogó, las discusiones, las polémicas, entre visiones controversiales no ha de realizarse
como un mero gesto de cortesía, –”tolerancia”, según algunos– sino como una necesidad que se
ha de expresar en la tarea colectiva de construcción del pensamiento y sobre todo en el disenso
y la tensión-contradicción. Pensamos que no es la incompatibilidad, incontrastabilidad ni la
inconmensurabilidad de los paradigmas científicos lo que provoca un diálogo imposible. Se
trata de un problema de intereses y de cómo la disposición ideológica, pero también psicológica, política, ética, estética, en definitiva filosófica, permite la relación entre los intereses enfrentados y las necesidades individuales y colectivas. Siempre se trata de luchas y de intereses, pero
en el fondo no se puede perder de vista que lo que está en juego es la preservación de la especie.
Por otra parte, no sólo el concepto, sino también las prácticas, los modos de producir
y concebir el conocimiento se encuentran en una constante revolución y renovación. Una
definición que intente aproximarse a la complejidad de estos fenómenos no puede caer en la
rigidez conceptual si quiere sustraerse del reduccionismo, la simplificación y el dogmatismo.
Una consideración demasiado laxa no solamente hace a las definiciones ambiguas e insustan-
ÕÖ×ØÙÚ ÛÜÝÞØß àáââãäØÜ å æäç äÚèéèáÚ äêãÚèäÝÜçëâãìÜ ×ä çé äêãÚèäÝÜçÜâíé /65
ciales, sino que se presta a la confusión y a la mala interpretación. Esto nos obliga a distinguir
varios niveles, que hemos definido en párrafos anteriores y que de un modo amplio podemos
definir como la actividad científica de lo que genéricamente se denomina ciencia. Nuestra
tarea también ha de ser equilibrada si quiere alcanzar el conocimiento de su asunto.
¿Qué herramientas hemos de utilizar para abordar los modos en que se producen y reproducen las ideas y las prácticas en el campo de la epistemología con miras a dar cuenta de las
lógicas que la animan? Como hemos señalado nuestro análisis es filosófico, pero también es
epistemológico y en ningún caso deja de ser científico. No porque alcancemos el rigor que la
ciencia supone tener, sino precisamente porque nos encontramos atravesados por similares
contradicción, incertidumbres e incapacidades de los que adolecen todas las ciencias, que
pretenden diferenciarse de otras estrategias de instalación del hombre en el mundo porque
rechaza el dogmatismo y aspira a la revisión crítica permanente de todos sus presupuestos,
pero no de un modo escéptico o apologético del irracionalismo, sino partiendo de la posibilidad de distinguir lo que nos preserva y lo que nos destruye.
La definición de conocimiento que hemos venido construyendo implica una reunificación de la razón con otros contenidos considerados “extra-científicos”. La definición de epistemología que estamos proponiendo, pretende retornar de forma plena al campo de la filosofía, pero no de lo que ha sido la filosofía de la ciencia, sino de la filosofía en toda su plenitud,
recuperando de un modo particular incluso a la metafísica. Elementos de la sociología, de la
psicología, de la antropología, de la etnografía, han de confluir junto con los de la filosofía
en la construcción de una reflexión epistemológica que se tenga a ella misma como asunto,
estos elementos son reclamados por una metacrítica de la epistemología.
Si las ciencias han de ser inter-disciplinarias nuestra tarea lo ha de ser en el sentido que
expone Rolando García en su obra Sistemas complejos (2006). En la interdisciplinariedad
participaran las diferentes ciencias en la producción conjunta del conocimiento y no en la
mera comunicación de los resultados. No se trata, por lo tanto, de crear nuevas disciplinas,
sino de establecer una integración disciplinar abierta. Nos parece valiosa la idea de Rolando
García de que la investigación interdisciplinaria se distingue de la multidisciplinaria y de la
transdisciplinaria en cuanto que las dos últimas asisten a compartir resultados, en tanto que
la interdisciplinaria plantea la participación de las diferentes disciplinas y de sus especificidades en la producción conjunta de esos resultados. Sin embargo, entendemos que todavía la
investigación interdisciplinaria se encuentra demasiado acotada. Creemos que es necesario
ampliar más esta visión dando participación a disciplinas de las llamadas extra-científicas,
para que algún día, sin perder su identidad dejen de ser consideradas como excluyentes de la
ciencia. En esta línea nos resultará muy valioso el aporte de Esther Díaz y su concepción de
epistemología ampliada. Frente a esto se podría objetar que si bien las distintas disciplinas se
ocupan de diferentes cuestiones en lo individual y lo social, todas lo hacen desde la dimensión
racional, propia de la ciencia y no de la estética, o la ética, propias del arte y la filosofía. Hemos
rechazado la idea de que la ciencia sólo se realiza desde la dimensión racional y afirmamos que
se encuentra integrada por elementos considerados por la tradición como extra-racionales y
que concebimos como imprescindibles para su realización. Al respecto Einstein ha señalado:
La ciencia, como algo existente y completo, es la cosa más objetiva que
puede conocer el hombre. Pero la ciencia en su construcción, la ciencia como
îîï ðerspectivas Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
un fin que debe ser perseguido, es algo tan subjetivo y condicionado psicológicamente por las circunstancias de cada situación como cualquier otro aspecto
del esfuerzo humano.4
ñòóôõö ÷òø ùúùûü÷òø ýþù ôùÿùôùö õ Sùø þóôûùöòø Sùøõôôò÷÷òø ùöÿ òø ýþù öò øþô-
gen de un concienzudo análisis racional sino de sueños, intuiciones, corazonadas, condiciones psicológicas y sociales de los científicos, imaginación, connotaciones subjetivas que no
serían posibles sin un profundo conocimiento del tema, pero que muestran que el conocimiento del tema no alcanza para resolverlo, porque muchas veces la solución es el resultado
de la ruptura con la lógica imperante. Todos los que hemos pasado por cursos de filosofía de
la ciencia, o metodología, hemos leído casos como los del químico Kelule y su descubrimiento de la estructura de la bencina, las afirmaciones de los premios nobel de física Paul Dirac,
Steven Weinberg, Werner Heisenberg sobre la relación entre teorías científicas y belleza,
que muestran que incluso en la investigación de las ciencias más duras hay elementos, considerados por muchos epistemólogos como extracientíficos, que hacen a la producción del
conocimiento de un modo tan determinante como las argumentaciones consistentes desde
la perspectiva lógica.
Por otra parte, cuando los científicos hablan de belleza de las teorías, lo hacen en un sentido afín a como lo conciben los músicos y los poetas para sus propias disciplinas. Equilibrio,
elegancia, sencillez, simetría, armonía, simplicidad, hacen a la justificación de las teorías
tanto como a los principios lógico-metodológicos u otros principios extra-científicos. En consecuencia, entendemos a la ciencia como una estrategia de instalación del ser del hombre en
el mundo, una estrategia que nos interesa no porque sea mejor que las otras, (mito, religión,
arte, filosofía) sino porque tiene una muy importante influencia en la conformación del
mundo en que vivimos, conviviendo con otras, pero teniendo un papel determinante en el
destino de la humanidad.
Desde otra perspectiva, no es invariante el sentido mismo de ciencia, el cual no se reduce
a la actividad de investigación, o producción de conocimiento de los científicos, habida
cuenta de los cambios profundos que se operan todo el tiempo en la actividad científica
misma, tanto en sus prácticas investigativas, cuanto en los sustentos teóricos que las animan.
Todavía se sostienen fuertes voces que separan a la filosofía, a la ciencia y a la tecnología,
otras que aseguran que esa separación hace largo tiempo ya no existe, en tanto la filosofía ha
sido desplazada y ciencia y tecnología se han fusionado entre ellas de modo indiscernible.
Pero la emergencia de nuevas disciplinas, tales como la cuántica, la cibernética, la nanotecnología y la biotecnología, entre otras, que se complementan y realizan aportes significativos las unas a las otras, traen aparejados problemas que más que nunca superan ampliamente
las temáticas meramente metodológicas y se conectan con problemas filosóficos de larga
data y con otros jamás pensados o imaginados. Los desarrollos en mecánica cuántica ya
han permitido ejecutar formas elementales y rudimentarias de teletransportación de algunos
pocos átomos.5 Puede ocurrir a la velocidad de la luz. Pero en realidad no es que el objeto
4
ŝŶƐƚĞŝŶ͕͕͘ſŵŽǀĞŽĞůŵƵŶĚŽ͕,ŝƐƉĂŵĠƌŝĐĂ͕ƵĞŶŽƐŝƌĞƐ͕ϮϬϬϯƉ͘Ϯϲ͘
ϱ hŶ ŐƌƵƉŽ ĚĞ ĐŝĞŶơĮĐŽƐ ĚĞů :ŽŝŶƚ YƵĂŶƚƵŵ /ŶƐƟƚƵƚĞ ;:Y/Ϳ͕ ĚĞ ůĂ hŶŝǀĞƌƐŝĚĂĚ ĚĞ DĂƌLJůĂŶĚ LJ ĚĞ ůĂ
hŶŝǀĞƌƐŝĚĂĚ ĚĞ DŝĐŚŝŐĂŶ͕ ĞŶ ƐƚĂĚŽƐ hŶŝĚŽƐ͕ ŚĂ ĐŽŶƐĞŐƵŝĚŽ ƚĞůĞƚƌĂŶƐƉŽƌƚĂƌ ŝŶĨŽƌŵĂĐŝſŶ ĞŶƚƌĞ ĚŽƐ
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A /67
viaja, algo imposible para la teoría de la relatividad, sino que se desconfigura atómicamente
para reconstituirse con otra materia que conserva la misma información. Ya no tenemos un
ser con una esencia material ni espiritual, ahora lo esencial parece ser la información. Estos
avances tecnocientíficos nos obligan a redefinir las categorías con las que venimos manejándonos desde hace ya más de medio siglo. ¿Podremos encontrar esas categorías en la filosofía?
Creemos por otra parte que ese residuo que muchos tratan de evitar no se encuentra
en la periferia de las teorías científicas, sino en su corazón mismo. En efecto, la ciencia se
ha revelado como altamente eficaz en responder sobre los cómo, pero apenas se muestra
balbuceante frente a los por qué o ha renunciado a ellos. Pero la pregunta por los por qué,
está más que latente en los interrogantes científicos, de modo muchas veces velado, y otras
veces francamente abierto, la ciencia ha disuelto tamaña susceptibilidad filosófica dándole a
los cómo el carácter trascendente de los por qué. De cualquier manera la ciencia se conduce
aplicando procedimientos y métodos de conocimiento que se encuentran instituidos en
un determinado momento histórico y así profundiza sus saberes y define sus asuntos de
investigación, pretendiendo poner en suspenso todo referente filosófico. Pero, a la hora
en que los saberes y los métodos comienzan a resultar insatisfactorios, respecto de nuevas
evidencias o necesidades, a la hora en que las teorías entran en crisis, la reflexión científica se encuentra con dificultades que hacen reaparecer problemas que se encuentra en los
límites del conocimiento y que convocan nuevamente a la filosofía que la ciencia tenía
oculta en el desván. Tal residuo afecta al modo de conformación de las teorías científicas y
de la misma concepción sobre qué es el conocimiento científico. Si bien los científicos han
mostrado cierta ductilidad a la hora de cuestionar las teorías, no suelen ser proclives a producir cuestionamientos sobre las condiciones del conocimiento mismo, ni tampoco sobre
la cognoscibilidad de su asunto, más allá de lo que la propia teoría establece como axiomas.
Sera por eso que los innovadores suelen ser resistidos dentro de las filas de las ciencias y
sus producciones son valoradas sólo cuando han dado garantía de brindar algún tipo de
“utilidad”. Son refractarios a la distinción de los problemas que permitan diferenciar, como
señala Hartmann, objeto de conocimiento de, conocimiento del objeto. Sin embargo, su
actividad se encuentra determinada en la raíz de las teorías por supuestos que podríamos
definir junto con Lakatos como extra-científicos.6 Esas decisiones extra-científicas pueden
provenir de múltiples factores, podríamos decir que entre ellos se cuentan los de orden metafísico. Para Imre Lakatos, por ejemplo, esta situación es inevitable, para Karl Popper debe
ser evitada a toda costa. Para otros pensadores la filosofía es un saber fosilizado cuyos restos
descansan en universidades e instituciones afines y son solamente frecuentados por gente
que tiene tiempo que perder. Para otros, la filosofía corresponde a un momento en el cual
ƚƌŽ͘ ŚƩƉ͗ͬͬǁǁǁ͘ƚĞŶĚĞŶĐŝĂƐϮϭ͘ŶĞƚͬdĞůĞƚƌĂŶƐƉŽƌƚĂŶͲƉŽƌͲƉƌŝŵĞƌĂͲǀĞnjͲŝŶĨŽƌŵĂĐŝŽŶͲĞŶƚƌĞͲĚŽƐͲĂƚŽŵŽƐͺ
ĂϮϵϬϰ͘ŚƚŵůϬϯͬϬϳͬϮϬϭϲ͘
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6 erspectivas
Metodológicas / 17 /Vol. I /Año 2016
no se había desarrollado la ciencia y su destino final sería disolverse en las trasparentes aguas
del conocimiento científico. Para las concepciones epistemológicas dominantes, la filosofía
que importaba era la filosofía de la ciencia, pero incluso esta ya ha resultado prescindible.
Por eso resulta inquietante la afirmación de Marí (1990) que sostiene que en la actualidad el
juego cambiante de las fuerzas sociales se da en la epistemología. Es verdad que al hablar de
“juego cambiante de fuerzas sociales” está poniendo el acento en las determinaciones que generan las fuerzas sociales, apartando del centro el reduccionismo lógico-metodológico. Pero
esto no es percibido claramente por la “comunidad científica”, la que antes de ser conducida
por un único “paradigma” se debate en enfrentamientos paralizantes. Y son paralizantes,
entre otros motivos a causa de que no son puestos sobre el tapete y sometidos a debates
sus fundamentos filosóficos, metafísicos, ideológicos. Como se ha señalado, esto genera la
ilusión de una ciencia neutra, universal y objetiva, que impide ver como su parcialidad,
particularidad y subjetividad están encubiertas para que no se pueda ver a quién beneficia,
a quien perjudica y que consecuencias efectivas produce sobre el mundo. La astucia más
grande es evitar la polémica, el debate, la confrontación, de ese modo se crea la idea de que
hay un discurso racional, el discurso científico y lo demás son especulaciones alucinadas de
metafísicos.
Para muchos, lo que llaman el progreso de la ciencia, es consecuencia, entre otras cosas,
de que esta se ha desembarazado de ese “lastre” que ha sido la filosofía con su carga metafísica. Para otros la ciencia se ha diluido en la tecno-ciencia y aparece cuestionada de múltiples
formas; por ejemplo, en el argumento de que, si con su desarrollo amenaza la vida misma,
se puede decir que ha sido una estrategia poco exitosa o por lo menos de la que hay que
desconfiar. Sin embargo, más allá de las polémicas, de los avances realizados y de todas las
explicaciones o significaciones que la ciencia ha podido producir, ella no se ha podido desprender totalmente de la filosofía.
En definitiva, no es que queramos revivir a la filosofía, ella ha estado siempre presente
en el quehacer científico. Tampoco afirmamos que el reconocimiento de la filosofía como
inseparable de la ciencia sea garantía de nada. Justamente, esas consideraciones antifilosóficas
de las corrientes epistemológicas ortodoxas son por demás filosóficas y metafísicas y lo son
del peor modo, instituyéndose como evidencias incuestionables que se presentan como argumentos incontrovertibles, traicionando de ese modo las mejores tradiciones filosóficas que
son las que no han abandonado la duda sobre el pensamiento y la confianza sobre la vida.
Entendemos que la epistemología no es el ámbito para la resolución de problemas, sino
el ámbito en el cual los problemas deben ser planteados a fondo, poniendo todas las cartas
sobre la mesa, para que el resto de las ciencias puedan cumplir mejor con su parte, que no es
“alcanzar o acercarse a la verdad”, sino mejorar nuestras estrategias de instalación en el mundo.
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