“Los grupos sociales burgueses en ascenso habían fundamentado en la razón humana universal su exigencia de una nueva libertad social. A la fe en la eternidad de un orden restrictivo impuesto por Dios opusieron su fe en el progreso, en un futuro mejor. Pero la razón y la libertad no fueron más allá de los intereses de aquellos grupos cuya posición a los intereses de la mayor parte de los hombres fue cada vez mayor. A las demandas acusadoras la burguesía dio una respuesta decisiva: la cultura afirmativa. Esta es, en sus rasgos fundamentales, idealista. A la penuria del individuo aislado responde con la humanidad universal, a la miseria corporal, con la belleza del alma, a la servidumbre extrema, con la libertad interna, al egoísmo brutal, con el reino de la virtud del deber. Si en la época de la lucha ascendente de la nueva sociedad, todas estas ideas habían tenido un carácter progresista destinado a superar la organización actual de la existencia, al estabilizarse el dominio de la burguesía, se colocan, con creciente intensidad, al servicio de la represión de las masas insatisfechas y de la mera justificación de la propia superioridad: encubren la atrofia corporal y psíquica del individuo... La cultura debe hacerse cargo de la pretensión de felicidad de los individuos. Pero los antagonismos sociales, que se encuentran en su base, sólo permiten que esta pretensión ingrese en la cultura, internalizada y racionalizada. En una sociedad que se reproduce mediante la competencia económica, la exigencia de que el todo social alcance una existencia más feliz es ya una rebelión: reducir al hombre al goce de la felicidad terrenal no significa reducirlo al trabajo material, a la ganancia, y someterlo a la autoridad de aquellas fuerzas económicas que mantienen la vida del todo. La aspiración de felicidad tiene una resonancia peligrosa en un orden que proporciona a la mayoría penuria, escasez y trabajo. Las contradicciones de este orden conducen a la idealización de esta aspiración. Pero la satisfacción verdadera de los individuos no se logra en una dinámica idealista que posterga siempre su realización o la convierte en el afán por lo no alcanzable... La satisfacción de los individuos se presenta como la exigencia de una modificación real de las relaciones materiales de la existencia, de una vida nueva, de una nueva organización del trabajo y del placer… La corrosión tecnológica de la sustancia trascendente de la cultura superior invalida el medio en que halla expresión y comunicación apropiadas, provocando el colapso de las formas literarias y artísticas tradicionales, la redefinición operativa de la filosofía, la transformación de la religión en un círculo de la posición social. La cultura se define de nuevo por el estado de cosas existente: las palabras, tonos, formas y colores de las obras perennes siguen siendo los mismos, pero lo que expresaban está perdiendo su verdad, su validez; las obras que anteriormente aparecían sorprendentemente apartadas de y contrarias a la realidad establecida han sido neutralizadas como clásicas; de este modo ya no mantienen su alienación de la sociedad alienada. En la filosofía, la psicología y la sociología, predomina un pseudoempirismo que refiere sus conceptos y métodos a la experiencia restringida y reprimida de la gente en el mundo regulado, y que quita valor a los conceptos no conductistas al descalificarlos como confusiones metafísicas. Así, la validez histórica de ideas como las de Libertad, Igualdad, Justicia e Individuo residía precisamente en su contenido insatisfecho, en que no podían ser referidas a la realidad establecida, la cual no podía darles validez ni se la dio porque eran negadas por el funcionamiento de las mismas instituciones a las que se atribuía su realización. Eran ideas normativas; eran no operativas no en virtud de su carácter metafísico y acientífico, sino en virtud de la servidumbre, la desigualdad, la injusticia y la dominación institucionalizadas en la sociedad. Los modos de pensamiento y de investigación predominantes en la cultura industrial avanzada tienden a identificar los conceptos normativos con su realización social predominante, o, más bien, toman como norma el modo en que la sociedad traduce estos conceptos en la realidad, tratando a lo sumo de mejorar la traducción; el residuo no traducido se considera especulación anticuada…” Texto perteneciente al libro H. MARCUSE, Ensayos sobre política y cultura, 1970