Lugar: Viedma - R.N - C.P 8500) Autora: Goulú Graciela, Prof. en Artes Visuales Título del Proyecto: “La danza del Bien y el Mal” Realicé esta experiencia durante el presente ciclo lectivo, en un 1º año del CEM Nº 84. Si bien propuse esta misma actividad en distintos cursos, me interesa contar qué sucedió en uno en particular. El grupo que me había tocado era muy especial y no lograba comprometerlos con ninguna tarea pedagógica ni recreativa. Muchos de los alumnos eran repitentes y de edad avanzada; otros, se manifestaban de manera agresiva porque sabían que eran “los malos” y suponían que nadie los tenía en cuenta. A lo largo del año, fui probando varias estrategias para motivarlos : les presenté láminas de artistas, les llevé los materiales (témperas, pinceles, soportes, etc.), propuse música en el aula para crear un clima de trabajo distendido, pero nunca pude lograr buenos resultados: los alumnos no se interesaban por mis propuestas ni por la asignatura. Yo detectaba sistemáticamente que, aunque a veces querían participar en alguna actividad que parecía divertida (pintar, recortar, etc.), a la hora de producir ganaba en el grupo esa “carga negativa”, esa resistencia a responder a alguna consigna. Pensé mucho de qué manera podía lograr que ellos pudieran manifestarse y expresar de alguna forma los conflictos individuales y grupales que tenían. Por eso, cuando tuve que abordar el contenido “Tridimensión”, decidí agregar a la propuesta de trabajo de años anteriores la creación de antifaces, la vinculación con otro contenido que supuse podía enriquecer la tarea: “Contraste”. Mi objetivo era proponerles una actividad que les permitiera producir lo más libremente posible desde lo que cada uno sienta. Fue así que, primero, analizamos juntos láminas donde se advertían los opuestos: caracterizaciones de tipo angelicales o monstruosas, los buenos y los malos, el blanco y el negro, etc. Luego, les presenté los materiales (que conseguí en la imprenta del Consejo Provincial de Educación), el recurso expresivo para esta instancia era el papel. Les llevé algunos más blandos y otros muy duros, cinta de enmascarar y cola vinílica. Les pedí que cada uno diseñara un boceto con el antifaz que le gustaría crear y en el que se representaran, según sus puntos de vista, los opuestos de los que ya habíamos hablado en clase. Yo estaba convencida de que todos los tenemos dentro algo bueno y algo malo que podemos comunicar. A lo largo de las clases, dieron forma a los antifaces según lo que cada uno quería expresar. Por último, los pintaron con aerosol blanco y negro y cuidaron los detalles porque, como dijeron algunos, “les gustaba lo que habían hecho”. En general, las primeras manifestaciones de los alumnos frente a la propuesta fueron como siempre, de boicot, algunas cargadas o referencias peyorativas como: “esto es una pavada”, “un antifaz así se puede comprar y listo”, etc. Pero, lentamente (cada uno a su tiempo), empezaron a dibujar, a diseñar, a recortar, a pegar. El proceso de construcción de las máscaras implicó nuevos aprendizajes en función de las dudas y dificultades que iban apareciendo: cómo pasar de la bidimensión a la tridimensión, cómo ganar en el espacio el equilibrio, cómo jugar con la tensión y la dirección de tiras de cartulinas, cómo armar espacios circulares, etc. Debe admitir que frente a lo que sucedió fui la primera sorprendida, porque desde la realización del boceto hasta la construcción definitiva, fue la primera vez en el año que todos comenzaron y terminaron una propuesta de trabajo. Además, cuando fueron advirtiendo lo que eran capaces de crear, ellos también quedaron sorprendidos, porque sin darse cuenta, se comprometieron desde el placer con una tarea que les permitió volcar libremente en los antifaces, todo lo que querían, lo que sentían, y lo que traían al aula desde afuera. Los contrastes y los opuestos que aparecían en ese grupo quedaron de manifiesto en sus producciones. Fue interesante también lo que pasó después. Yo advertí que ellos querían que el resto de la escuela viera lo que habían hecho en Plástica, porque se sentían orgullosos de sus producciones. Frente a esta inquietud, fui dialogando, con cada grupo para decidir de qué manera podíamos mostrar los antifaces. Las ideas fueron muchas: exposición, desfile, murga, cuadro viviente, danza. Decidieron quedarse con esta última opción porque la consideraban más abarcadora y les permitía incluir las otras manifestaciones: desfilar, probar pasos de murga, inventar ritmos con los instrumentos de la escuela, etc. La exposición quedó inmediatamente descartada porque la institución comparte el edificio con otra escuela de nivel primario y no contábamos con un espacio adecuado para dejar una muestra por mucho tiempo. Pensamos juntos, entonces, qué era lo que realmente ellos querían representar en esa danza. Manifestaron que había que darle un orden porque un baile espontáneo iba a resultar muy desorganizado. Como advertí que estaban algo “perdidos”, pensé que podía orientarlos proponiéndoles la idea de representar también en la danza los contrastes que habían elegido en la realización de los antifaces. Les gustó la idea de tematizar la danza y, con la ayuda del profesor de música, nos pusimos a elaborar el ritmo y la expresión corporal. Elegimos el nombre “La lucha del Bien y el Mal”, pedimos algunos instrumentos de la escuela y buscamos ayuda en el profesor de música para dar con un ritmo que nos pareciera adecuado a nuestra danza. La misma se dividió en cuatro momentos: la entrada de cada grupo, la lucha, la fusión y la salida. El bien estaba representado por el color blanco y el mal por el negro y los alumnos llevaron ropa del mismo color del antifaz que habían construido. El resultado final fue que los alumnos bailaron con sus disfraces frente a toda la institución en la Semana del Estudiante. Fue muy significativo para mí descubrir cómo las individualidades se postergaron al servicio de una producción final común: el baile. Mi conclusión con respecto a esto es que, si bien el trabajo individual es muy importante, tender a una producción final grupal favorece el desarrollo de algunos contenidos actitudinales, como por ejemplo, el cooperativismo y la solidaridad. De este manera, así como en una clase a veces las individualidades se potencian y terminan generando un “grupo difícil”, si logramos reorientar esa tendencia con el objetivo de socializar lo que hace el grupo, podemos sorprendernos frente al compromiso y la consistencia de la totalidad del curso. Luego de la representación, fueron felicitados hasta por la propia Supervisora, que por supuesto tenía conocimiento de las características de ese grupo, y se acercó a charlar con ellos. Después de concluida la danza, ella los felicitó porque habían logrado una producción “muy linda” y porque se advertía mucha organización y trabajo detrás de la creación de los antifaces. También los alentó a seguir expresándose libremente. Los alumnos se sorprendieron porque por primera vez alguien se acercaba a felicitarlos y no a retarlos y empezaron a gritar espontáneamente “Hurra, 1º 5º”. Creo que ellos descubrieron que también podían ser un grupo protagonista dentro de la institución, pero para lograr cosas buenas. Me parece que todo aprendizaje debe ser significativo en el sentido de que tiene que permitirle a los jóvenes conocer herramientas para insertarse en la sociedad de una manera diferente. Mis alumnos advirtieron que ellos eran capaces de buscar y de generar otros mecanismos para mejorar los canales y las formas de comunicación existentes. Decidí filmar la danza para que pudieran ellos mismos analizar lo que habían hecho y evaluar sus producciones. Después de ver el video dos veces, los alumnos fueron diciendo lo que sentían. Manifestaron fundamentalmente que “les demostraron a todos que ellos eran capaces de hacer algo importante”. Varios se emocionaron al escuchar que sus compañeros los aplaudian o les gritaban. Uno de mis alumnos agregó “con el antifaz me daba cuenta de que nadie me conocía, entonces, me animaba a bailar con más ganas”. “Yo miraba las caras de la gente y todos estaban muy atentos a los cambios”, manifestó otra alumna refiriéndose a los distintos momentos de la danza. La lectura que hice de estas expresiones es que ellos descubrieron, con ayuda de mi propuesta pedagógica, lo que podían lograr si se lo proponían. Además, en lo cotidiano, no té un cambio fundamental en las clases de Plástica y en nuestra relación. Sentí que el grupo había decidido darme la oportunidad de seguir acercándoles otras propuestas. Creían en mí porque yo les había dado la posibilidad de que creyeran en ellos mismos. Mi reflexión respecto de esta experiencia es que, si logramos justificar el porqué y los para qué de nuestras asignatura con proyectos interesantes que generen en nuestros alumnos un protagonismo real, podemos lograr excelentes resultados. Y esto no tan sólo en la visión estética, sino también a nivel vincular y emocional. Como soy profesora titular de esta institución, no es la primera vez que me toca trabajar con “grupos difíciles”. Muchas veces tuve que estar con adolescentes repitentes, marginales, con recorridos por otras escuelas, libres o que abandonaban. Lo que rescato de mi experiencia es que siempre, frente a esta realidad con la que me toca trabajar, le doy mucha importancia a los contenidos actitudinales. Creo que desde ahí, en realidad, comienza mi planificación para luego organizar los demás contenidos que se deban dar. Me preocupo además, por trabajar teniendo en cuenta todos los sentidos de mis alumnos. Trato de que todo su cuerpo esté involucrado en las producciones. Esto me garantiza mayor autonomía y compromiso de parte de ellos para lograr sus aprendizajes. Por último, sé que es fundamental la actitud motivadora del docente. No podemos plantearnos ningún objetivo pedagógico “interesante” para el alumno si antes no es interesante para nosotros, si no lo vivenciamos y experimentamos nosotros desde el placer. Estoy convencida de que el alumno reconoce inmediatamente si su profesor es honesto con sus propuestas y entonces, actúa en consecuencia. El proceso de enseñanza y aprendizaje no puede alejarse de los vínculos. Creo que la experiencia que cuento, es un claro ejemplo de esto.