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MISMIDAD, RELACIÓN Y
FICCIÓN. UNA ONTOLOGÍA
SINCATEGOREMÁTICA DE
LA MODERNA COMUNIDAD
HISPANOHABLANTE
Juan Antonio González de Requena Farré
DOI: http://dx.doi.org/10.18273/revfil.v14n2-2015002
Filosofía UIS, Volumen 14, Número 2
julio - diciembre de 2015 pp. 47 - 67
Escuela de Filosofía - UIS
MISMIDAD, RELACIÓN Y FICCIÓN. UNA ONTOLOGÍA
SINCATEGOREMÁTICA DE LA MODERNA
COMUNIDAD HISPANOHABLANTE*
Resumen: A través de su historia, la teoría filosófica ha propuesto distintos repertorios
de categorías que dieran cuenta de la estructura última de la realidad; sin embargo, para
caracterizar los sentidos fundamentales del ser, el discurso de la Filosofía no ha dejado de
emplear determinantes, conectores y otras expresiones formales de relación o modo sin
un significado sustantivo. Este artículo realiza un análisis de contenido de los sentidos en
que la comunidad hispanohablante emplea expresiones como per se, entre o como si,
relacionadas con la categorización de la mismidad, la relación o la ficción contrafáctica.
Palabras clave: categorías, expresiones sincategoremáticas, per se, entre, como si.
SELFNESS, RELATIONSHIP AND FICTION. A
SYNCATEGOREMATIC ONTOLOGY OF MODERN
SPANISH SPEAKING COMMUNITY
Abstract: Through its history, philosophical theory has proposed different repertoires
of categories to establish the ultimate structure of reality; however, to characterize the
fundamental meanings of being, the discourse of Philosophy has not stopped using
determinants, connectors and other expressions of relationship without substantive
meaning. This article performs a historical analysis of the sense in which Spanish speaking
community uses expressions like per se, between or as if, related to the categorization of
selfness, relationship or counterfactual fiction.
Keywords: Categories, syncategorematic expressions, per se, between, as if.
Fecha de recepción: Junio 12 de 2015
Fecha de aceptación: Septiembre 9 de 2015
Forma de citar: González, J. (2015). “Mismidad, relación y ficción. Una ontología
sincategoremática de la moderna comunidad hispanohablante”. Revista Filosofía UIS. 14
(2). pp. 47-67.
Juan Antonio González de Requena Farré: Doctor en Filosofía (Universidad Complutense
de Madrid), docente de la Universidad Austral de Chile.
Correo electrónico: jgonzalez@spm.uach.cl
*Artículo de investigación.
MISMIDAD, RELACIÓN Y FICCIÓN. UNA ONTOLOGÍA
SINCATEGOREMÁTICA DE LA MODERNA COMUNIDAD
HISPANOHABLANTE
La problematización de las categorías en la tradición filosófica
A través de la historia del pensamiento occidental cabe reconocer todo un
repertorio de distinciones decisivas que articulan los significados primordiales del
ser, delimitan las formas generales en que algo es conceptualizado, y permiten
identificar qué es lo que hay en última instancia. En ese sentido, la tradición filosófica
ha introducido distintos conjuntos de categorías y marcos categoriales, diferentes
géneros supremos, predicamentos, así como conceptos puros, trascendentales,
fundamentales o básicos, con la pretensión de describir comprehensivamente
la estructura última o el entramado de fondo de nuestro pensamiento del ser.
No hay posicionamiento metafísico o decisión comprehensiva de qué es lo que
hay y cómo se nos manifiesta, sin que se esboce algún repertorio categorial o
se determinen las categorías fundamentales del ser de cuanto existe. Estas
categorías decisivas de la filosofía occidental no se han concebido simplemente
como tipos de expresiones lingüísticas o construcciones gramaticales, pues se les
ha atribuido cierto alcance lógico (determinan las formas más universales de la
conceptualización y predicación), así como un marcado compromiso ontológico
(ya que conciernen a la articulación real del ser). De ese modo, las categorías
no solo han sido tradicionalmente comprendidas como los géneros supremos o
las clases más generales de entidades que cabe concebir, sino que, además, han
incorporado toda una serie de requisitos lógicos y ontológicos. Se ha señalado
que un repertorio de categorías idealmente formulado debería ser exhaustivo (de
manera que toda entidad caiga en alguna categoría) y habría de forjar categorías
mutuamente excluyentes (de modo que ninguna entidad caiga en varias categorías)
(Butcharov, 2009). También, se ha insistido en que las categorías básicas (esto
es, las clases generales de entidades o géneros del ser) deberían determinar a
priori —de modo universal y necesario— tanto las condiciones distintivas de
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existencia cuanto las condiciones de identidad de sus integrantes, logrando así
individualizarse con precisión y agotar la totalidad de lo existente. Y, además, se
ha remarcado el carácter jerárquicamente organizado de las categorías, las cuales
se subordinan unas a otras —según el grado de generalidad de las entidades que
comprenden— y caen bajo alguna categoría más fundamental (Lowe, 2006, pp.
6-7). Por otra parte, se ha argumentado que nuestros repertorios de categorías
básicas conforman auténticos marcos categoriales, que cumplen ciertas condiciones
lógicas y existenciales, a saber: distribuyen consistentemente a la pluralidad de las
cosas en los géneros últimos no vacíos designados por cada categoría; asocian
cada género último a ciertos principios categoriales constitutivos (con los que se
deciden los atributos o condiciones generales de aplicación de la categoría) y
a ciertos principios categoriales de individuación (que permiten reconocer un
atributo distintivo de cada entidad particular perteneciente a la categoría); pero,
además, dependen de cierta concepción de la Lógica, con sus nociones propias
de implicación y consistencia. Y, con frecuencia, se añade cierta pretensión de
unicidad, como si el marco categorial que da forma a nuestro pensamiento del ser
fuera el único posible, universal y necesario (Körner, 1970).
Ya en los diálogos de Platón se encuentra la decidida comprensión del
pensamiento del ser como una aprehensión intelectual de las ideas últimas o
formas esenciales; pero también hallamos una determinación de los géneros
supremos, que en el Sofista (2007, 254 d-e) se reducen a cinco: el ser, el reposo,
el movimiento, la identidad y la diferencia. Sin embargo, será Aristóteles quien le
dé una formulación adecuada a una doctrina lógica-ontológica de las categorías,
como modos primordiales en que el ser se enuncia o aquellos sentidos más
generales del ser que pueden predicarse de las entidades. Tanto en Categorías
como en Metafísica, Aristóteles distingue diferentes acepciones fundamentales
del ser, entre las que figuran la sustancia, la cualidad, la cantidad, la relación, la
acción, la pasión, el lugar, el tiempo, la posición en que se está y la posesión que
se tiene (Aristóteles, 2000 y 1999). Por cierto, las interpretaciones de las categorías
aristotélicas han puesto de manifiesto cierta tensión entre el sentido gramatical
de las categorías como los modos más generales de enunciar predicativamente,
el sentido lógico de las categorías como formas universales de conceptualizar las
entidades y, por último, el sentido ontológico de las categorías como significados
fundamentales o géneros supremos en que se articula el ser de las entidades
reales. Ciertamente, algunos intérpretes han considerado discursivamente a las
categorías en tanto que figuras plurales de la predicación —que enuncian las
múltiples significaciones del ser, tal y como se expresan en el discurso predicativo,
a través de la cópula del verbo ser entre un sujeto y ciertos predicados —, o como
enunciación de una respuesta a los distintos tipos fundamentales de pregunta
(por el qué, el cómo, el cuánto, el dónde, el cuándo, etc.) (Aubenque, 1974).
Sin embargo, lo cierto es que la tradición y algunas lecturas modernas privilegian
el sentido ontológico fundamental de las categorías o predicamentos, como si se
tratase de conceptos reales de esos géneros supremos que pueden predicarse de
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
las sustancias primeras o las entidades determinadas. Y aunque se haya señalado
cierto carácter fragmentario, disperso, rapsódico y carente de criterio en las
categorías aristotélicas, también se ha podido ver en ellas una rigurosa deducción
de los sentidos fundamentales o géneros supremos del ser. Cabría distinguir un
ser en sentido absoluto, como el de la substancia o el de los accidentes; entre
los accidentes, algunos serían absolutos y los otros solo relacionales; de los
accidentes absolutos, algunos serían inherentes (como la cantidad o la cualidad),
otros constituirían operaciones (como el hacer o el padecer) y otros serían
circunstanciales (como el lugar o el tiempo) (Brentano, 2007).
Así como la concepción aristotélica tradicional de las categorías siguió
una vía lógico-ontológica comprometida con los sentidos últimos del ser, cabe
reconocer un enfoque netamente lógico-epistemológico en la teoría kantiana de
las categorías. Cuando, en la Crítica de la razón pura, Kant se propone establecer
las condiciones de posibilidad del conocimiento objetivamente válido, introduce
un repertorio de categorías que constituyen los conceptos puros originarios
bajo los cuales el entendimiento puede concebir a priori —de modo universal
y necesario— la unificación de lo múltiple empíricamente dado en la intuición.
En ese sentido, las categorías kantianas subsumen lógicamente las formas puras
en que nuestros juicios llevan a cabo la síntesis de lo múltiple; constituyen los
conceptos trascendentales de las distintas funciones lógicas del juicio, esto es, de
los distintos modos a priori en que se puede llevar a cabo la síntesis conceptual
de lo diverso dado en la intuición (al atribuir un predicado a un sujeto, o ciertas
propiedades a los objetos). Como reglas lógico-epistemológicas para la producción
del conocimiento objetivamente válido y para la representación a priori del objeto
en general, las categorías kantianas se fundamentan en la propia unificación
representacional que produce nuestro conocimiento, así como en el principio
supremo de tal unificación, a saber: la unidad trascendental de la apercepción,
ese “yo pienso” o acto de conciencia que acompaña originariamente —como
foco unificador— a la representación de cualquier objeto. Kant establece cuatro
categorías fundamentales —la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad—,
que subsumen los conceptos puros de los distintos tipos de juicios lógicos: en la
medida en que podemos construir juicios universales, particulares o singulares,
todo lo que se da lo hace con cierta cantidad o en cierta magnitud (la unidad, la
pluralidad o la totalidad); de otros tipos de juicio (afirmativos, negativos, infinitos,
categóricos, hipotéticos, disyuntivos, problemáticos, asertóricos o apodícticos)
se sigue que no podemos concebir lo dado sino bajo cierta cualidad o grado
de realidad (la realidad, la negación o la limitación), bajo ciertas relaciones (la
de sustancia y accidentes, la relación causal o la de reciprocidad) y bajo cierta
modalidad (como posible, realmente existente o necesario). Ciertamente, las
categorías kantianas constituyen el andamiaje lógico-epistemológico o el esquema
conceptual trascendental que hace posible el ordenamiento de la experiencia, sin
que las categorías mismas estén dadas en la experiencia. Desde ese punto de vista,
las categorías kantianas no tienen alcance ontológico como géneros supremos que
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signifiquen lo que las cosas sean en sí mismas o su ser último incondicionado. Sin
embargo, aunque las categorías constituyen conceptos puros del entendimiento
o modos a priori de unificar lo múltiple, no tienen sentido sino en la medida en
que se aplican a la unificación representacional de lo dado empíricamente en la
intuición (Kant, 2002). El alcance fundamentalmente lógico-epistemológico de
las categorías kantianas ha sido señalado por algunos comentaristas, quienes han
visto en las categorías un marco constructivo de los objetos de conocimiento o un
ordenamiento racional fundamental de nuestra actividad intelectual, formulado
como un repertorio sistemático de las modalidades puras del juicio, esto es, de las
condiciones de posibilidad del acto lógico que lleva a cabo el entrelazamiento de
lo múltiple. En ese sentido, las categorías le conferirían validez a priori a nuestro
conocimiento del objeto en general, haciendo posible la universalidad y necesidad
de la ciencia físico-matemática (Cassirer, 1993). En otros casos, los intérpretes
han reconocido en la Crítica de la razón pura un ejercicio de fundamentación
metafísica (y no simplemente una teoría del conocimiento), consistente en
delimitar la posibilidad del conocimiento ontológico como un representar referido
al ente dado como objeto; desde esa perspectiva, las categorías kantianas no
serían tanto conceptos puros de los juicios lógicos, cuanto conceptos reflectantes
que permiten llevar a cabo cierta síntesis ontológica: la unificación representativa
de lo ente, por parte de un conocedor finito cuya actividad originaria consiste en
la objetivación y en la representación de lo contrapuesto como objeto (Heidegger,
1996).
A los enfoques lógico-ontológico y lógico-epistemológico de las categorías, la
Filosofía Analítica contemporánea ha sumado un punto de vista lógico-lingüístico
sobre nuestro empleo de los conceptos básicos. Si bien se sustenta en cierta
metafísica descriptiva —asociada al análisis conceptual de los rasgos más generales
de nuestra estructura conceptual—, y aunque se sirve del análisis lógico —para
establecer los tipos lógicos y funciones lógicas de las expresiones contenidas
en las proposiciones—, el análisis lógico-lingüístico de las categorías se centra
primordialmente en la descripción gramatical de aquellas palabras comúnmente
empleadas que suministran los conceptos fundamentales a partir de los cuales
se elaboran los vocabularios conceptuales más sofisticados y especializados
(Strawson, 1996, pp. 9-11). En ese sentido, Gilbert Ryle (2009) pudo desarrollar
una teoría de las categorías que no registra simplemente un catálogo restrictivo de
los tipos de predicados últimos (como la teoría aristotélica de las categorías), ni se
limita a formular parcialmente los conceptos puros de algunas formas lógicas del
juicio, a partir del supuesto epistemológico —o la proyección metapsicológica—
de que la naturaleza está regulada precisamente por esas formas lógicas y de
que conocemos a priori esa regulación (como ocurre en la teoría kantiana). La
teoría de las categorías propuesta por Ryle no pretende acotar escolásticamente
una tabla definitiva de categorías últimas, sino que se sustenta en la introducción
de un criterio para formular la homogeneidad o heterogeneidad de los tipos de
expresión gramatical —y, básicamente, de los tipos de factores enunciativos que
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
conforman las funciones elementales de nuestras proposiciones—, con el propósito
de reconocer los errores categoriales que se producen cuando confundimos tipos
lógico-gramaticales de expresiones. El criterio propuesto por Ryle para distinguir
tipos de categorías consiste en que una determinada expresión gramatical con
una función lógica específica, o sea, un factor proposicional —entendido como
elemento del sentido del enunciado— pueda completar cierto esquema de frase,
o pueda reemplazar a otra expresión equivalente sin que se genere un absurdo o
sinsentido. Así, pues, se incurre en un error categorial cuando se emplean como
equivalentes expresiones gramaticales de tipos lógicos diferentes o que realizan
distintos factores proposicionales; por ejemplo, si alguien afirma que va a usar
su par de guantes y el guante derecho, reconocemos el empleo de dos factores
proposicionales que realizan tipos lógicos distintos, y no pueden ser unidos en
conjunción ni reemplazarse en un esquema enunciativo como A y B, o bien
como A o B (Ryle, 2009; 2005, p. 36). Algunas críticas al criterio de Ryle han
señalado que la denuncia de los errores categoriales presupone un conocimiento
de las categorías a las cuales debería asignarse, correctamente, cierta expresión
gramatical (Alemán, 1985, pp. 96-99), y también se ha argumentado que el
criterio de sustitución sin absurdo solo permite establecer cuándo dos expresiones
gramaticales son de diferentes categorías, pero no cuándo son de la misma
categoría (Smart, 1953). No obstante, cabe señalar que, a diferencia de lo que
ocurre en los lenguajes simbólicos de la Lógica, en el lenguaje natural no existe un
repertorio formalizado de tipos lógicos que se puedan distinguir con exactitud y
asignar a clases equivalentes; más bien hallamos empleos superpuestos y flexibles
de las expresiones gramaticales prototípicas, aunque habitualmente podemos
detectar cuándo se producen absurdos. En ese sentido, para la Filosofía Analítica
contemporánea, el análisis conceptual de nuestras categorías básicas parece
conducir a la descripción sistemática de la estructura conceptual, esto es de las
características generales y de las conexiones que existen entre los conceptos que
estructuran nuestra concepción del mundo en el discurso ordinario y en nuestras
formas de vida (conceptos como identidad, cambio, verdad, conocimiento, acción,
etc.). De ahí que Strawson (1997, p. 69) haya podido caracterizar laxamente
las categorías como esos tipos de conceptos básicos o conceptos generales,
omnipresentes e irreducibles, que conforman la estructura conceptual, esto es, el
marco de nuestro pensamiento y del discurso ordinario (también presupuesto por
las disciplinas especializadas), a partir del cual se forja nuestra visión del mundo.
Los nexos de sentido de las expresiones sincategoremáticas, en el
lenguaje filosófico y en el discurso cotidiano
Como Ryle (2009) ha observado, la tradicional discusión filosófica sobre las
categorías básicas frecuentemente estuvo enrarecida por el presupuesto de que los
tipos últimos de predicados consistirían en términos aislados (como las expresiones
nominativas de los sujetos y las expresiones predicativas) unidos por la cópula del
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verbo ser. Eso sí, Ryle omite que la Filosofía antigua y medieval mantuvo cierta
distinción aristotélica entre los predicamentos o categorías últimas del ser y, de
otro lado, los predicables o categoremas, que pueden ser atribuidos lógicamente
al sujeto y definen la esencia de lo denotado (como el género, la especie, la
diferencia, lo propio y el accidente). El caso es que la Lógica medieval formuló
explícitamente la distinción entre los términos categoremáticos (que tienen un
significado propio por sí mismos y aisladamente) y, por otra parte, los términos
sincategoremáticos (expresiones lógicas como los conectores o los cuantificadores,
y expresiones gramaticales como los artículos, preposiciones, conjunciones,
adjetivos o adverbios) que solo adquieren significado cuando acompañan a algún
categorema. De hecho, pensadores medievales como Shyreswood, Ockham o
Buridán comparten la idea de que los enunciados contienen tanto partes primarias
que tienen un objeto propio y una significación determinada y fija (los términos
categoremáticos), cuanto partes secundarias que simplemente determinan a las
primarias y desempeñan ciertas funciones junto a los categoremas, sin tener
un significado determinado y fijo. Los categoremas constituirían la materia
del enunciado, en tanto que los términos sincategoremáticos solo introducen
determinaciones formales en la lógica del enunciado (Bochenski, 1985, pp. 170171). Sin embargo, —como ha argumentado Ryle (2009)— la clasificación de los
tipos de expresiones gramaticales que realicen una misma función proposicional
depende de la clasificación de la forma lógica de las proposiciones y, por tanto,
del análisis de las expresiones sincategoremáticas que introducen nexos formales
y relaciones estructurales. En ese sentido, cualquier teoría de las categorías
habría de incorporar también una teoría de los términos sincategoremáticos.
Ahora bien, tomarse en serio el papel que en la enunciación juegan los términos
sincategoremáticos no implica solo explicitar las distintas formas lógicas que
enmarcan la función proposicional de nuestras expresiones gramaticales; y es que
las determinaciones sincategoremáticas tienen cierta relevancia ontológica, en la
medida en que permiten articular el entramado de relaciones y conexiones que
caracterizan los significados del ser y el modo de darse de las entidades.
No en vano, a través de la historia de la Filosofía occidental, no ha sido posible
definir los géneros supremos del ser o las categorías básicas en que el ser se significa,
salvo por medio de términos categoremáticos que tuvieran como significado fijo al
objeto denotado; asimismo, para caracterizar los sentidos básicos del ser ha sido
preciso introducir términos sincategoremáticos (frases preposicionales, locuciones
adverbiales, etc.), o sea, todo un repertorio de expresiones determinativas de los
modos en que las entidades son. Ya en los diálogos de Platón (particularmente
en el Parménides), las ideas que constituyen el verdadero aspecto de las cosas
se caracterizan como las formas en sí y como aquello que es en sí y por sí
mismo (αὐτὸ καϑ᾿ αὑτό); se trataría de acceder a lo esencial de las cosas en sí
mismas, a su identidad per se o su aspecto objetivo, abstractamente aislado de
la inestabilidad fluctuante del devenir concreto (Havelock, 2002, pp. 203-217).
También Aristóteles recurre a la expresión preposicional por sí (καϑ᾿ αὑτό), para
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
caracterizar las significaciones fundamentales del ser (tal y como se expresan en
los modos de predicar, o sea en las distintas categorías), por oposición a aquello
que es meramente accidental; según Aristóteles, por sí se dice de la esencia de
cada cosa (lo que es por sí misma) y de las determinaciones que definen la esencia
de algo, pero también se dice del sujeto, de lo que no tiene otra causa y de
aquellas propiedades de una entidad que existen exclusivamente en una entidad
separada (que existe por sí misma) (Aristóteles, 2000, 1022a). Al comentar los
escritos de Aristóteles sobre las categorías, Porfirio (1999, pp. 43-44) estableció
que existe un tipo de diferencia per se, esto es un predicable que permite definir
lo que las cosas sean y que se caracteriza por resultar inseparable de lo que algo
es, de modo que constituiría un atributo esencial y no meramente accidental. En
el pensamiento escolástico, la discusión sobre el sentido del ser por sí mismo se
profundizó, y Santo Tomás pudo definir la sustancia como aquello que es per se,
esto es, como aquello que no es en otro o no es modificación de otra cosa (per
aliud), de manera que constituye algo que subsiste autónomamente, una esencia
que es identificable como algo en sí y por sí mismo (Copleston, 2000, p. 90;
Beuchot, 1991). Como se puede apreciar, el pensamiento antiguo y medieval
aparece tensionado por una concepción del ser per se en tanto que ser en sí
mismo (como la inherencia que define a la esencia) o en tanto que ser por sí
mismo (como la subsistencia autónoma).
Algunas filosofías modernas y contemporáneas también exhiben esta paradoja
de que no se pueda concebir el sentido sustantivo del ser, sino a través de
expresiones determinativas. Pero, además, cabe considerar que el pensamiento
moderno y contemporáneo ha radicalizado la diferencia entre los sentidos del ser
como inherencia esencial de lo que es en sí y, por otra parte, como autonomía
de lo que subsiste por sí mismo de modo autónomo. La Filosofía hegeliana es
particularmente pródiga en el empleo de expresiones preposicionales que
designan los distintos momentos en el despliegue del ser hasta llegar a concebirse
per se, o sea, en sí y por sí mismo. Hegel caracteriza a la esencia inmediatamente
dada —indeterminada, abstracta y aislada frente a algo otro— como el simple ser
en sí mismo (An-sich-sein) que aún no ha sido concebido, en tanto que emplea
la expresión para sí (Für-sich-sein) cuando da cuenta del momento reflexivo de la
mediación de lo dado inmediatamente y de la autorreferencia del pensamiento
del ser. Sin embargo, el cumplimiento pleno del pensamiento del ser solo se
daría bajo la figura del ser en sí y para sí mismo, como reapropiación reflexiva
de lo dado y correspondencia entre la esencia y el concepto, esto es, como
actualización consumada de la autoconciencia (Hegel, 1985; Hyppolite, 1974).
En la Filosofía contemporánea, también Sartre (1982) se ha servido de las frases
preposicionales en sí (en soi) y para sí (pour soi), a la hora de dar cuenta de
la tensión que atraviesa la realidad humana: el ser en sí consiste en la muda
presencia actual de las cosas dadas, y designa la facticidad y opacidad absurda
de lo que hay sin cuestionamiento posible ni consciencia alguna; por otra parte,
el ser para sí caracteriza la autoconconciencia del existente, que lleva a cabo la
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nihilización de lo dado y resuelve libremente sus propias opciones, pues se trata
de un ser que cuestiona su propio ser, así como es trascendencia que esboza su
propio proyecto existencial al volcarse intencionalmente en el mundo.
En todo caso, la Filosofía contemporánea parece haber asumido decididamente
el aspecto del ser como conexión, relación o interacción, más allá de la tentación
de cosificar el ser como la cosa sustantivamente dada o como el repertorio de los
entes objetivados. Hay toda una serie de filosofías del entre, que caracterizan la
condición de intervalo del ser de lo que hay, así como la apertura, exterioridad
y copertenencia de los existentes. En ese sentido, Heidegger (1960) nos invitó a
hacernos cargo del entre (Zwischen), como estado de apertura que caracteriza al
existir y como ámbito en que tiene lugar el desocultamiento y el ocultamiento del
ser; pero, además, Heidegger señaló lo decisivo que resulta atender al entre que se
abre entre los hombres y las cosas, en vez de conformarnos con la representación
de las cosas contrapuestas como objetos (Heidegger, 1985, p. 186), e, incluso,
invocó el entre como ese umbral o intervalo de la diferencia, que nos expone
a la apertura e intimidad del ser —en el inter-medio del mundo y las cosas—, y
nos convoca a corresponder al llamado irrevocable de la diferencia (Heidegger,
1987). En otras perspectivas de la Filosofía contemporánea, se ha apelado al entre,
para dar cuenta de la condición intersubjetiva y relacional del ser humano. En
ese sentido, Buber (1967) señala el ámbito del entre como el lugar ontológico de
efectiva realización de la existencia humana, pues solo en el entre se da la apertura
de un ámbito común de encuentro interhumano, de manera que resulta posible
la relación auténtica entre un yo y un tú, así como la comunicación dialógica con
otro ser y el estar dos personas en recíproca presencia. En el caso de Hannah
Arendt (1997), el entre permite pensar el ámbito constitutivo de la política, que
no es otro que la relación entre los seres humanos y la interacción de la pluralidad
de los humanos sumamente diversos, que han de estar juntos, distinguirse de los
demás, actuar conjuntamente y organizar su convivencia plural los unos con los
otros. Actualmente, en filósofos como William Desmond encontramos intentos
de construir una ontología del entre (between) y una lógica de lo intermedio, que
se haga cargo de la porosidad del ser, de las articulaciones e intermediaciones
del ser, tal y como se manifiesta en la condición metafísica intermedia del ser
humano (siempre dividido entre la determinación y la indeterminación, expuesto
a la apertura plurívoca del ser, convocado en una relación no totalizable con las
cosas e involucrado en una pluralidad de intermediaciones irreducibles). Según
Desmond (2008), se trata de un entre que abre el espacio para la donación
ontológica de la diferencia y permite el entrejuego de la identidad y la alteridad,
así como sobredetermina nuestra autodeterminación y nos interpela éticamente
a la comparecencia de la alteridad; pero también es un estar entre que posibilita
la experiencia porosa de lo que excede nuestra finitud, de manera que apunta a
cierta trascendencia a través nuestra inmanencia, y marca una brecha hiperbólica
entre la inmanencia y la trascendencia religiosa en algo otro.
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
Si bien podría considerarse que la comprensión del ser como relación e
intermediación involucra cierta desustancialización de lo que hay, existe una
forma más decidida de socavar la idea de que la realidad tiene una estructura
fija estable y de cuestionar la categorización del ser como un repertorio definido
de modos de darse de los entes, a saber: el reconocimiento de la ficción como
un modo de ser decisivo. El ficcionalismo de Hans Vaihinger (1924) involucra
una apuesta semejante por entender las categorías humanas y los conceptos
generales como simples construcciones intelectuales artificiales, que simplemente
condensan semejanzas entre particulares, y, aunque no suministran información
sobre la estructura última de la realidad, tienen un valor eminentemente práctico
como instrumentos de autopreservación, adaptación funcional y orientación
mundana. Según Vaihinger, el repertorio de ficciones que constituyen la realidad
humana comprende los dominios del pensamiento y discurso cotidiano, tanto
como las construcciones intelectuales de la ciencia, el derecho, la política,
la Filosofía, la religión y, obviamente, las ficciones estéticas del arte; abarca
esquemas y modelos, clasificaciones artificiales, paradigmas científicos, figuras
retóricas, ideales, utopías, arquetipos imaginarios, analogías simbólicas, ficciones
jurídicas, personificaciones, ficciones heurísticas, transferencias o extrapolaciones
de modelos, generalizaciones abstractas e, incluso, ideas como la de infinito. Lo
característico de estas ficciones consiste en que contradicen la realidad —e incluso
pueden auto-contradecirse—, son revisables y corregibles, afirman expresamente
cierta conciencia de ficcionalidad y se sostienen en la conveniencia para la vida
(a través de rendimientos epistemológicos, éticos y espirituales); pero, además,
están expuestas a constantes desplazamientos ideacionales que transforman las
construcciones mentales de la ficción en hipótesis probables, a las hipótesis en
dogmas y viceversa. Cuando explora la forma lingüística de la ficción, Vaihinger
no solo destaca la importancia que tienen los conectores, sino que además recurre
a una construcción sincategoremática, para expresar la estructura de la ficción: la
expresión como si (Als Ob). El nexo como si incorpora un adverbio comparativo
y una conjunción condicional, de manera que la comparación introduce una
analogía ficcional, y el condicional aporta un sentido contrafáctico y virtual; se
trata, pues, del enunciado de una eventual inclusión bajo asunciones irreales e
introduce una fórmula en que lo dado específicamente se compara con algo cuya
imposibilidad se admite al mismo tiempo, de manera que se induce a tratarlo
como ficción (Vaihinger, 1924, pp. 91-94).
En todo caso, aunque parezca idiosincrático y plenamente original como
decisión del sentido del ser, el empleo que los filósofos realizan de expresiones
sincategoremáticas (como en sí, por sí, para sí, como si, etc.) resulta deudor de
la gramática propia del lenguaje natural en que el pensador concibe lo que hay.
Y el trabajo del traductor pasa por restituir los nexos de sentido de cierto idioma
natal del pensador, sirviéndose de los recursos gramaticales del propio lenguaje
natural. No en vano, la forma de traducir expresiones como καϑ᾿ αὑτό, per se o
Für-sich-sein, genera conflictos interpretativos y es una auténtica decisión filosófica
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sobre el sentido de lo que hay, que frecuentemente requiere una justificación por
parte del traductor. En ese sentido, la traducción filosófica ha de servirse de los
nexos gramaticales de que dispone el idioma español, con sus distintos matices
de sentido: las construcciones preposicionales en sí, por sí o para sí; la expresión
comparativa como si, etc. Las distintas construcciones preposicionales con el
pronombre reflexivo de tercera persona sí introducen un matiz de auto-referencia
―o autidad― en la enunciación, en la medida en que el sujeto antecedente
a que el pronombre sí refiere suele ser el mismo objeto de la acción denotada
en el verbo o del grupo nominal al cual determinan, y este efecto se acrecienta
cuando a la expresión preposicional se le añade el adjetivo mismo. En el caso de
la preposición en, denota ubicación, pero el grupo preposicional en sí incorpora
un matiz de autocontención o inherencia; la preposición por remarca la agencia,
de manera que la expresión preposicional por sí introduce un sentido de iniciativa
propia, independencia o autosuficiencia; para señala finalidad o propósito, de
modo que la construcción para sí enfatiza un sentido auto-télico, autorreferencial
y de autorreflexión; con denota una relación de compañía y, en el caso de la
expresión compuesta consigo, incorpora un matiz de intimidad. La preposición
entre denota localización entre límites, aunque el grupo preposicional entre sí
expresa una relación múltiple o recíproca. La expresión comparativa como si,
integrada por el adverbio relativo como y la conjunción condicional si suele
introducir en español una oración subordinada con un verbo en subjuntivo, que
refiere un contenido hipotético y habitualmente contrafáctico (Real Academia
Española, 2010). En fin, podría conformarse un repertorio categorial ―parcial
y fragmentario― de los nexos de sentido introducidos por algunas expresiones
sincategoremáticas, a partir de la propia gramática de la lengua natural (que
recoge los usos habituales del discurso y cristaliza la comprensión lingüística
de los hablantes): el ser en sí se asociaría a la categoría de inherencia; el ser
por sí, a la categoría de auto-subsistencia o independencia; el ser para sí, a la
categoría de auto-referencia o autorreflexión; el ser consigo, a la categoría de
intimidad; el ser entre sí a la categoría de comunidad o relación; el ser como si, a
la categoría de contrafactualidad o ficción. A diferencia de las categorías filosóficas
tradicionales, estos modos de categorización implícitos en la gramática son más
flexibles y revisables, no solo por ir acompañados de los infaltables contraejemplos
particulares surgidos de los usos lingüísticos concretos, sino también porque no
tienen una relación jerárquica entre sí, ni presuponen una estructuración lógica
del lenguaje, con clases exhaustivas y excluyentes. Como se puede apreciar,
los nexos de sentido de la gramática idiomática son más sofisticados, flexibles
y diversos que los repertorios categoriales fijos y determinados, con los cuales
algunos filósofos tratan de encuadrar la estructura última de cuanto hay.
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
Un análisis de contenido de los usos de algunas expresiones
sincategoremáticas en la comunidad hispanohablante moderna
Con el propósito de explorar ciertas transformaciones en el empleo de
algunas expresiones sincategoremáticas con relevancia filosófica (en sí mismo,
para sí mismo, por sí mismo, consigo mismo ―se añadió el adjetivo mismo para
acotar los usos pertinentes― y, además, entre sí y como si), se realizó un análisis
de contenido de los usos de dichos términos en el lenguaje natural. Se optó
por el análisis de contenido, puesto que es un método que permite reconocer
frecuencias temáticas o funcionales en textos, por medio de procedimientos
sistemáticos y confiables, para poder formular inferencias válidas sobre el contexto
de producción y recepción comunicativos (Bardin, 1996).
Muestra
Se tomó como muestra de referencia la totalidad de los textos contenidos en
el Corpus Diacrónico del Español (CORDE) de la Real Academia de la Lengua
Española, entre 1500 y 1950 (RAE, 2015). Se trata de un corpus compuesto
por documentos procedentes tanto de España como de Hispanoamérica, y que
representa distintos medios (libros y prensa), temáticas (historia, religión, sociedad,
derecho, etc.) y géneros (novelas, cartas, ensayos, códigos, etc.). Como se aprecia
en la Tabla 1, se segmentó la muestra en periodos de cien años.
Tabla 1. Composición de la muestra
documentos
palabras
1500-1600
1601-1700
1701-1800
1801-1900
1901-1950
total
6144
3486
3179
3178
4548
20535
52178460
36386678
14490011
43398647
35300859
181754655
Fuente: elaboración propia.
Procedimiento
Se registraron las frecuencias de cada expresión por siglo (con sus distintas
opciones de género y número, en el caso de en sí mismo, por sí mismo, para sí
mismo y consigo mismo, así como con las variantes arcaicas formadas con si o
mesmo). Para poder comparar las frecuencias de cada expresión se ponderaron
con el total de palabras de cada periodo, y también se determinó si existían
diferencias significativas entre las frecuencias relativas por siglo, mediante el
estadístico Chi cuadrado.
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Resultados
Al considerar la frecuencia de cada uno de las expresiones sincategoremáticas
analizadas, se observa que, en los totales entre 1500 y 1950, predomina el empleo
de la fórmula comparativa ficcional como si, seguida por las construcciones
preposicionales entre sí y por sí mismo, que denotan relación e independencia,
respectivamente; la forma menos empleada es para sí (indicativa de autorreflexión
o auto-referencia) tal como se aprecia en la Tabla 2.
Tabla 2. Frecuencia de cada una de las expresiones sincategoremáticas analizadas
en sí mismo
1500-1600
1601-1700
1701-1800
1801-1900
1901-1950
656
363
150
608
797
total
2574
por sí mismo
679
371
479
1072
1027
3628
para sí mismo
140
51
14
53
69
327
consigo mismo
248
103
35
370
291
1047
entre sí
3349
1507
846
2410
1888
10000
como si
8013
6143
1501
8315
8052
32024
Fuente: elaboración propia.
Aunque la expresión comparativa ficcional como si predomina en todos los
periodos, se observa una disminución de su empleo en el siglo XVIII, con respecto
a los siglos anteriores, y un aumento en el siglo XIX, hasta alcanzar su máximo en
la primera mitad del siglo XX. Puede afirmarse, pues, que la ficcionalización ha
alcanzado su máxima cota al cabo de la modernidad.
Gráfico 1. Frecuencia de empleo de la expresión comparativa contrafáctica "como si" entre
1500 y 1950, por cada millón de palabras
Fuente: elaboración propia.
Dentro del conjunto de las expresiones preposicionales de carácter reflexivo
analizadas (en sí mismo, por sí mismo, para sí mismo y consigo mismo), en todos los
periodos suelen predominar los grupos por sí mismo y en sí mismo (que denotan
independencia e inherencia, respectivamente), aunque se dan diferencias
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
significativas entre siglos. Como se puede apreciar en la Gráfico 2, en los siglos XVI
y XVII, predomina por sí mismo seguido muy de cerca por en sí mismo; del siglo
XVIII a la primera mitad del siglo XX, se acentúa el predominio de por sí mismo,
aunque su empleo decrece del 70,6 % en el siglo XVIII, al 47% en el siglo XX. Por
otra parte, la expresión preposicional de inherencia en sí mismo se emplea más en
el siglo XVII que en otros periodos; la expresión de independencia por sí mismo
es más frecuente relativamente en el siglo XVIII; la expresión de auto-referencia o
reflexividad para sí mismo se da más en el siglo XVI que en otros siglos; por último,
la expresión de intimidad consigo mismo se emplea más en el siglo XIX que en los
otros periodos. En ese sentido, cabe sostener que hay diferencias significativas en
la determinación sincategoremática de lo que es el caso y en la modulación de la
mismidad, dependiendo del periodo histórico contemplado.
Gráfico 2. Porcentaje de empleo de las expresiones "en sí mismo", "por sí mismo", " para
sí mismo" y "consigo mismo", entre 1500 y 1950, respecto al total de construcciones
preposiciones reflexivas
Fuente: elaboración propia.
χ2 = 334.5859, p < 2.2e-16
Si se agrupan todas las expresiones preposicionales reflexivas que expresan
cierta mismidad o autidad (en sí mismo, por sí mismo, para sí mismo y consigo
mismo) y se compara su frecuencia de empleo con la construcción preposicional
entre sí de interdependencia, entre 1500 y 1950 cabe reconocer una disminución
en el empleo de la expresión de relación o comunidad entre sí y un aumento
de la utilización de las construcciones preposicionales que expresan mismidad o
autidad, como se observa en la Gráfico 3.
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Gráfico 3. Porcentaje de empleo de las expresiones preposicionales de
mismidad o autidad ("en sí mismo", "por sí mismo", "para sí mismo" y "consigo
mismo"), en comparación con el uso de la construcción preposicional
de interdependencia o comunidad ("entre sí"), entre 1500 y 1950
Fuente: elaboración propia.
χ2 =415.7744, p-value < 2.2e-16
Discusión y conclusiones
Pese a los intentos filosóficos de aprehender la estructura última de la
realidad, en forma de un repertorio de categorías fundamentales, obtenemos
una panorámica bastante distinta de los nexos de sentido del ser, cuando nos
hacemos cargo de los matices discursivos que introducen algunos determinantes
sincategoremáticos ―filosóficamente relevantes— en una comunidad
idiomática específica como la hispanohablante. Lejos de avalar la idea de que
el pensamiento y el discurso humano están enmarcados por categorías básicas o
conceptos fundamentales fijos, en la comunidad hispanohablante moderna las
abundantes comparaciones contrafácticas ―como si— nos enfrentan a un tipo de
construcción discursiva de la realidad eminentemente ficcional, que prima sobre
las expresiones preposicionales determinativas de inherencia, independencia
y relación. El discurso de la moderna comunidad hispanohablante parece
asumir en mayor medida que lo que hay es una ficción o construcción como
si, en lugar de estructurar la realidad del ser humano como un repertorio de
entidades autorreferentes (en sí mismas, por sí mismas) o relacionadas (entre sí).
Por lo demás, la ficcionalización o determinación ficcional de cuanto hay no es
una rémora histórica que el curso de la modernización permitiera superar; por
el contrario, la modernidad avanzada parece incrementar la ficcionalización de
la experiencia. Este auge de lo ficticio en el siglo XX ya había sido caracterizado
por Odo Marquard como una manera de lograr ficciones convenientes en un
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
momento histórico en que, debido a la aceleración del cambio histórico, se hace
cada vez más necesaria la reducción de la complejidad, aunque sea a través de la
predisposición para la ilusión (Marquard, 2000, pp. 98-99).
Cuando nos preguntamos qué implica la tendencial disminución de las
expresiones preposicionales determinativas de relación (entre sí) y el aumento
sostenido de las expresiones de mismidad o autidad (en sí mismo, por sí mismo,
para sí mismo y consigo mismo), cabe sostener que la comunidad hispanohablante
moderna parece haber transitado progresivamente desde una construcción
discursiva de la realidad humana en que primaba la interdependencia, la
reciprocidad y la comunidad, hasta un tipo de construcción discursiva de entidades
individualizadas y auto-referentes, auto-contenidas e independientes, aunque no
necesariamente más reflexivas. En ese sentido, la modernidad estructurada en la
construcción discursiva de la comunidad hispanohablante no es la época de un
sujeto auto-reflexivo y cada vez más autoconsciente, sino el despliegue histórico
de un individualismo ontológico en que la realidad humana se perfila como
un conjunto de mónadas auto-contenidas y auto-subsistentes (Dumont, 1987).
Esta progresiva individualización auto-referencial de los universos de discurso
de la moderna comunidad hispanohablante resulta concordante con las formas
de privatismo, intimidad y auto-subsistencia que acompañan a los procesos de
modernización, así como a la fragmentación de la esfera pública y al repliegue de
las formas tradicionales de comunidad en la modernidad avanzada (Lasch, 1999;
Lipovetsky, 1994; Taylor, 1994).
¿Cómo interpretar la diferencia histórica mostrada por la comunidad
hispanohablante en el empleo de las expresiones preposicionales reflexivas y
determinativas del sí mismo (en sí mismo, por sí mismo, para sí mismo y consigo
mismo)? Para procurar una instancia mediadora entre los contextos socio-históricos
de la comunidad hispanohablante y la organización gramatical del discurso o la
estructura de la lengua natural, vamos a servirnos de la idea de que existen distintos
regímenes de significación y modos de organización semiótica de la cultura. Se trata
de un planteamiento defendido por la Escuela de Tartu, y que permitió a Lotman
(1979) abordar las culturas históricas como modos de garantizar la comunicación
significativa en una comunidad, o formas de modelizar el mundo y la sociedad,
así como de preservar su memoria. Según el tipo de organización semiótica de
la cultura, Lotman pudo identificar cuatro esquemas culturales posibles, que
correspondían a distintos contextos históricos de la sociedad rusa. La cultura
medieval realizaba primordialmente el tipo simbólico, basado en una codificación
semántica y en la construcción discursiva de la realidad humana como entramado
simbólico de significaciones. La época del absolutismo respondía al tipo cultural
básicamente sintagmático, en que se lleva a cabo una exhaustiva codificación y
reordenamiento cultural en que los significados locales se desdibujan dentro del
conjunto estructural ordenador del Estado o la Iglesia. La época de la Ilustración,
realizaría un tipo aparadigmático y asintagmático de organización cultural, en que
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Juan Antonio González de Requena Farré
prima la afirmación del individuo singular y el objeto natural, en desmedro de todo
conjunto simbólico o regulación y codificación artificiales. Por último, la cultura
burguesa del siglo XIX dio forma a un tipo cultural sintagmático y paradigmático,
en que prima la organización semántica del sentido conjunto de los procesos
históricos, pero también se apuesta por la sistematización ideal de los momentos
particulares y de los individuos singulares como parte de la vida de los pueblos, las
clases o la humanidad (Lotman, 1979).
Si adoptamos el modelo teórico de Lotman y suponemos que se puede
extrapolar a los contextos socio-históricos de organización cultural de la
comunidad hispanohablante, tal vez podamos identificar un tipo cultural renacentista
―aún sometido parcialmente a los entramados simbólicos del medioevo―, que
articularía sus universos de discurso, recurriendo a nexos de sentido ficcionales
y a un tipo de determinación sincategoremática centrada en la comunidad y la
interdependencia; pero este tipo renacentista también organiza la determinación
reflexiva de los significados de la realidad humana a través de cierto equilibrio
entre la inherencia y la independencia de lo que es en sí mismo y es por sí mismo,
al tiempo que le da más cabida que otras épocas a la auto-referencia reflexiva del ser
para sí mismo. Cabría reconocer un tipo cultural del Imperio, la Contrarreforma y
el Barroco, cuya principal diferencia con el orden renacentista no radica solo en la
recodificación sintagmática de los grandes conjuntos institucionales y doctrinales,
así como en el exceso formal y sobrecarga compositiva, sino también en cierta
determinación sincategoremática de los universos de discurso, que remarca la
inherencia de lo que es en sí mismo y por sí mismo; semejante modulación de lo
esencial inherente constituye el reverso de la sobrecodificación, sobrecarga formal
y celo doctrinal de la época. Por otra parte, en la organización de los universos
de discurso de la comunidad hispanohablante del siglo XVIII se puede reconocer
la organización aparadigmática y asintagmática de la Ilustración, caracterizada
por una caída relativa de los nexos simbólicos y las analogías ficcionales ―la
construcción discursiva como si―; además, este tipo ilustrado exhibe un desgaste
de la referencia esencialista a lo que es en sí mismo, así como se da un marcado
auge de la determinación de lo que es por sí mismo, es decir, una desnuda
afirmación de la independencia y de lo que es auto-subsistente. En cuanto a
realización la cultura burguesa del siglo XIX en la comunidad hispanohablante, el
tipo sintagmático y paradigmático de construcción histórica de las nuevas culturas
nacionales, así como la expresión articulada del sentido de los pueblos y clases
sociales, se asocian a un tipo de determinación sincategoremática que restituye
los nexos simbólicos ficcionales y, al mismo tiempo, le asigna un mayor lugar a la
determinación reflexiva de la intimidad del ser consigo mismo. ¿Qué podemos decir
con respecto a la primera mitad del siglo XX? Tal vez constituye una intensificación
―modernista― del tipo cultural de la sociedad burguesa decimonónica, y no solo
sigue marcado por la determinación reflexiva de la intimidad del estar consigo
mismo, sino que además ve avanzar una re-esencialización de los universos de
discurso como conjuntos de entidades auto-contenidas en sí mismas. Pero lo más
Mismidad, relación y ficción. Una ontología sincategoremática
de la moderna comunidad hispanohablante
llamativo de esta forma modernista de determinación del sí mismo contemporáneo
en la comunidad hispanohablante consiste en que la modulación del sentido
de inherencia e intimidad tiene como contrapartida una disminución tanto de
la independencia o determinación por sí mismo, como de la interdependencia
y relación entre sí, a la vez que se da un marcado auge de lo ficticio y de la
construcción discursiva como si. Aparentemente, en la construcción discursiva de
la comunidad hispanohablante se fue abriendo camino un tipo modernista de sí
mismo sin atributos.
Se podría pensar que una reconstrucción de nexos de sentido como la
emprendida en este estudio resulta desmedidamente ambiciosa, pues se
pretendió dar cuenta de la construcción discursiva de la realidad en la moderna
comunidad hispanohablante tan solo a partir de un repertorio acotado de
expresiones sincategoremáticas. A lo cual solo cabe responder afirmativamente:
en efecto, a partir de un repertorio limitado de determinantes preposicionales y
de la construcción comparativa como si ―y por muy relevantes que hayan sido
estas expresiones en nuestra tradición filosófica―, no se pueden reconocer nada
más que ciertas articulaciones parciales, fragmentarias, históricas y locales, del
modo en que se construyen los nexos de sentido en una comunidad idiomática
particular. Si se logró algo semejante, tal vez resulte suficiente y, en todo caso,
parece más prudente que pretender dar cuenta de la estructura última de la
realidad, a través de un repertorio de categorías presuntamente fijas, rígidamente
jerarquizadas y lógicamente auto-consistentes F
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