Prot. Nº 67/2014 Mar del Plata, 1º de agosto de 2014 Queridos párrocos y queridos sacerdotes: Con ocasión de la fiesta de San Juan María Vianney, modelo eximio de celo pastoral y patrono de los párrocos, les dirijo un breve mensaje, a modo de saludo lleno de afecto, y también de reconocimiento por la gran tarea que ustedes realizan cada día en medio del Pueblo de Dios. El santo Cura de Ars sigue siendo para todos un modelo siempre actual del celo apostólico que debe animarnos, y un ejemplo estimulante de buen pastor que “va a buscar la oveja que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido»” (Lc 15,4-6). Por esto mismo es modelo permanente de una Iglesia en salida, Iglesia de Pentecostés que sale “a proponer a todos la vida de Jesucristo” (EG 49). En él quedamos admirados por el sello de gran simplicidad que tienen sus gestos y palabras. Un cura sencillo y lleno de amor a su oficio sacerdotal, pudo bien pronto convertir al pueblo de Ars en un “hospital de almas”. Sin disminuir en nada las exigencias de la conversión, fue un gran predicador de la misericordia y un apóstol incansable del sacramento de la Confesión, al que dedicaba muchas horas. Una abultada antología de frases y un listado extenso así lo demuestran: “La misericordia de Dios –decía– es como un arroyo desbordado. Arrastra los corazones cuando pasa”. “Nuestros errores son granos de arena al lado de la grande montaña de la misericordia de Dios”. Siempre nos resultarán edificantes sus afirmaciones sobre la Eucaristía, de la cual sacaba toda su fuerza, y sobre el sacerdocio del que se consideraba indigno. “Todas las buenas obras juntas no equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”. “No hay nada más grande que la Eucaristía”. “El Orden es un sacramento que pareciera que no se refiere a ninguno de ustedes y es un sacramento que se refiere a todos”. Y su preciosa expresión: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Fue un sacerdote entregado a tiempo lleno a su pueblo, y no menos entregado a tiempo lleno a Dios mediante una oración que lo acompañaba a cada instante. La hermosa catequesis sobre la oración que leemos en la Liturgia de las horas el 4 de agosto, surgió de su experiencia antes que de su pluma: “La oración es una degustación anticipada del cielo… En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol… Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios”. Deseo mencionar un aspecto, quizás el menos conocido de este sacerdote ejemplar, que es su capacidad de humor. Un amigo mío sacerdote tuvo el gesto de facilitarme, tiempo atrás, un trabajo suyo donde mostraba la humanidad del santo cura, de modo que sería un grave error imaginar su exquisita caridad nunca hiriente con rostro siempre severo e incapaz de humor y de sonrisa. De ese trabajo espigo sólo dos ejemplos. Un colega en el ministerio (l’ Abbé Blanchon), bastante “robusto”, le comentaba al santo anciano: “Yo cuento un poco con Ud., para hacerme llegar allá arriba… Cuando Ud. vaya al cielo, trataré de aferrarme a su sotana”. “Oh, amigo mío– contestó el buen cura, dando una ojeada pícara a los amplios hombros de su interlocutor– cuídese Ud. mucho de hacerlo, porque la entrada del cielo es estrecha y quedaríamos los dos en la puerta”. Otra anécdota de irresistible hilaridad: “¿Qué he de hacer, Padre, para ir al cielo?”, le consultaba otra persona, también de importantes proporciones. “Hija mía, tres cuaresmas”. Mis queridos sacerdotes, he querido compartir con ustedes estas pobres reflexiones como mi forma de homenaje y de exhortación al clero, para contribuir a la edificación común, pues me aplico para mí lo que el santo cura de Ars decía de los párrocos: “La mayor desgracia para nosotros los párrocos es que el alma se endurezca”. Los bendigo a todos con mi mayor afecto. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata