ROMÁN, Ernesto Manuel

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MITO Y LOGOS
Alumno: ROMÁN, Ernesto Manuel
Escuela: Escuela Cooperativa Amuyén Mar del Plata Buenos Aires
Profesor Guía: DE LUCA, María Del Carmen
Seguramente, no se podrá fechar con exactitud la aparición del lenguaje en el hombre, pero
podemos estar casi seguros de que desde ese momento, surgió con él ya una interpretación del
mundo, todo un sistema de representaciones cuyo objetivo es explicar el porqué de las cosas; en
síntesis un mito. Esto se debe a que dentro de la realidad humana existe una apetencia por la verdad,
una verdadera voluntad de saber1; así como un miedo por lo desconocido. El mito, surgió como
entidad dadora de sentido a un mundo caótico e incomprensible, para darle luz a las tinieblas. De
esta manera el mundo se estructura, en base a principios sólidos, puntos de inflexión, verdades
inamovibles que por lo general se encadenan en relatos que narran la creación del mundo por una
entelequia (o varias) de carácter sobrenatural que le dona un sentido2 a las cosas. Junto a estos
principios de verdad, se constituyen sistemas morales que dictan leyes de conducta y regulan el
comportamiento. De esta manera los individuos están completamente contenidos dentro del mito;
éste justifica todo cuanto existe desde una estructura social determinada hasta un porqué de las
cosas empíricas y del hombre.
Pero surge aquí la pregunta ¿En qué se basa todo el sistema, cuál es el fundamento de las
verdades mitológicas? Este fundamento no existe. Por eso diremos que la mitología encuentra su
fundamento (mejor dicho no-fundamento) en la fe o creencia inmediata injustificada. Esto significa
que es dogmática, toma sus verdades por absolutos, principios incuestionables, “misterios de la fe”.
Es en este contexto que se da otra posible interpretación del mundo: el logos. El logos trastorna
el sistema mítico, pues para él lo dicho debe tener un fundamento un porqué. No se contenta con
aceptar la verdad del religioso, sino que sale a buscarla más allá, a intentar que tenga un
fundamento válido. Tales de Mileto es considerado el fundador del logos, porque ante la pregunta
¿Cuál es el origen de todas las cosas? él no se contentó con la verdad dogmática de la religión (el
mundo fue creado por los dioses) sino que le dio un fundamento pensado y basado en la
observación. Por lo tanto el logos es el conocimiento fundamentado o argumentado.
Éste constituye lo que podríamos denominar el pensamiento racional, aunque la traducción sea
inexacta. De esta manera tenemos dos posibles maneras de sustentar una proposición. La primera
podría ser mediante el pensamiento y su verdad ateniéndose a los principios lógicos que lo rigen,
mediante la argumentación racional. Esta vía es la que comienza Parménides de Elea y podríamos
decir que es la del pensamiento filosófico. La segunda, es la vía de la observación empírica o de la
ciencia. Ésta observa la naturaleza y mediante esta observación y experimentación deduce de ella
conclusiones que se desprenden de las cosas mismas; pues son las cosas en su verdad las que le
donan un sentido al pensamiento científico.
La significatividad como fundamento de la ciencia y la religión
Aquí surge la pregunta ¿Hasta qué punto son ciencia y religión actividades contrapuestas?
Hemos visto que la religión, surge para explicar el mundo, y que la ciencia constituye una ruptura
con ese pensamiento, pero ¿hasta qué punto la ciencia como actividad humana no es también un
intento de explicar el mundo al igual que la religión? Si bien, la ciencia fundamenta sus
afirmaciones, da razones tangibles para éstas, siempre existen puntos de fuga, problemas
irresolubles y paradojas. Problemas como ¿Qué es el espacio más allá de los cuerpos que lo
ocupan?, ¿Qué es el tiempo?, ¿la naturaleza del lenguaje puede expresar la naturaleza de las cosas?
etcétera, no pueden ser respondidos científicamente. Esto ya es territorio de la filosofía, la ciencia
1
2
Foucault, Michel.(1996). La voluntad de saber En: Historia de la sexualidad, tomo 1. Madrid: siglo XXI Editores.
Terminología usada por Gilles Deleuze en su libro Lógica del sentido (2005)Buenos Aires: Paidós Básica
no puede responder a todas las preguntas ya que debe atenerse a la observación y la
experimentación y estos problemas expanden los límites de lo observable y experimentable. La
cuestión es que tampoco la filosofía puede dar una verdad apodíctica sobre estos problemas, pues en
el plano filosófico, sólo se sustentan las afirmaciones por medio de la argumentación y no se
pueden dar fundamentos tangibles. Esto es lo que plantea el filosofo alemán Immanuel Kant en
“Crítica a la razón pura” cuando habla de las antinomias de la razón pura, las cuales son
afirmaciones de las que se pueden dar muy buenas razones en contra y muy buenas razones a favor
( por ejemplo de la existencia de dios).
Pero no nos desviemos. Lo importante que queremos hacer notar es que cuando intentamos
abarcar la verdad absoluta ésta se nos escurre inmediatamente, nos es inaprehensible. De aquí en
adelante vemos que en este punto, ciencia y religión son más parecidas de lo que al principio se nos
mostraban. Responden a una necesidad humana, una propiedad inherente al hombre que es la de dar
un sentido y un significación al mundo que habita, una apetencia de saber irrefrenable. En base a
esto el hombre crea sistemas de significación, complejos que remiten a verdades-fundamentales en
las que se asientan, puntos de inflexión que le donan un sentido al todo, creando así un mundo
conceptual en el que está seguro. Esto es lo que el filósofo alemán Martín Heidegger vio cuando en
su libro “Ser y tiempo” dice que lo que configura al mundo es la significatividad. En el libro
“Principios de filosofía” de Adolfo P. Carpio encontramos un buen ejemplo. Supongamos que un
aborigen y un geólogo se encuentran ante una roca, y que ésta es una representación de un dios para
el primero. Este verá en él el poder divino, la posibilidad de cólera si no se lo adora, etcétera,
mientras que el geólogo verá una roca, de tal o cual elemento, con determinadas propiedades,
formada en determinada era geológica, etc.
¿Significa esto afirmar que las investigaciones científicas o las verdades religiosas son falsas? En
absoluto. La ciencia es verdadera en tanto que configura lo verdadero en base a la experiencia
empírica y ésta es su fundamento. La religión lo es en tanto se acceda al don de creer, a tener fe. El
sentido profundo de estas afirmaciones es que la verdad debe ser concebida como forma de ser del
hombre y no como atributo de tal o cual cosa, como dice Heidegger “la verdad es un existenciario”.
Por otra parte, la ciencia posee implementaciones prácticas innegables que han servido para
mejorar las condiciones de existencia de la humanidad: dios no hace cirugías coronarias. Esta
capacidad de mostrarse tangiblemente le da a la ciencia un carácter más objetivo, si se quiere.
Habría que ver hasta qué punto el que pide a un dios muchas veces no ve cumplidas sus peticiones
por obra de su divinidad. El problema al fin, se muestra en una línea muy difusa y con múltiples
sutilezas, y en cierta medida no podemos dar la razón a los idealistas que, como Berkeley dirán que
el esse es sólo un percipi, ni a los que digan, en un realismo exacerbado, que el percipi es sólo el
esse3.
Episteme y tecné
En relación a la dificultad de determinar claramente verdad o falsedad de estos campos de la
actividad del hombre, es necesario determinar brevemente a qué llamamos ciencia. Muchas veces se
habla, por ejemplo, de los científicos de la antigua china, los científicos mayas, etc; esto es para
nosotros un error de concepto. El error radica en confundir episteme (ciencia) con tecné
(tecnología). La tecnología es algo inherente al actuar del hombre sobre la naturaleza, desde que
éste usa herramientas posee tecnología. La ciencia es algo distinto, aunque muchas veces
complementario, es, como vimos, el conocimiento fundado en la experiencia empírica que
constituye una explicación del mundo. Este conocimiento puede ser utilizado luego para
aplicaciones prácticas, pero no necesariamente tiene que ser así; el hecho de fabricar utensilios y
herramientas (auque estos sean complejos) no nos habilita a hablar de un hecho científico.
Específicamente la ciencia como la conocemos hoy posee sus antecedentes en la Grecia clásica pero
nace estrictamente con sus características propias, en el renacimiento con la publicación del libro
3
Alusión a la famosa frase de el filosofo Berkeley: esse est percipi (ser es ser percibido)
“Novum Organon” del filósofo Francis Bacon. En este libro se postula el carácter experimental e
inductivo que tendrá la ciencia moderna. Ya con las escuelas racionalistas ( Descartes, Spinoza,
Leibniz) y empirista (Locke y Hume) se configura el ideal al que se atendrá la ciencia como la
conocemos hoy.
La falta de tolerancia
Como decíamos más arriba, los principios de verdad constituyen sistemas morales que contienen
las conductas humanas. Mito, religión o ciencia, ¿qué implicancias éticas o morales podríamos
derivar de lo dicho hasta aquí? Para determinarlo deberíamos indagar más en la historia tanto de la
ciencia como de la religión. Esta nos muestra que si bien los griegos (padres de la ciencia) nunca
persiguieron a sus científicos por herejía, dentro de los cristianos podemos contar numerosos
ejemplos, lo que nos muestra una fuerte intolerancia de parte de los religiosos para con los
científicos. Pasando por la quema de Giordano Bruno en Campo dei fiore en 1600, el juicio a
Galileo en el que pronuncia su famosa frase “E pur si muove” y el constante temor a publicar sus
obras por parte de los científicos por miedo a ser juzgados, nos muestran que en muchos casos el
dogmatismo religioso llegó al punto de eliminar toda aquella verdad que no se le adecuara a la
perfección. Incluso hoy numerosos grupos ultracristianos en todo el mundo que proponen que no
debería enseñarse la teoría de las especies de Darwin. Curiosamente, los manuales escolares que la
provincia de Buenos Aires está repartiendo en las escuelas, cuando se refieren a las distintas
concepciones sobre el hombre, no mencionan a Darwin. La iglesia no puede tolerar a la ciencia
porque ésta se muestra crítica a sus fundamentos, no toma sus verdades y en muchos casos las
cuestiona con fuertes argumentos. Estos actos de violencia son los puntos máximos a donde puede
llevarnos la falta de juicio crítico y la creencia ferviente en verdades inamovibles.
Por su parte la ciencia nunca ha sido tan agresiva para con la religión. La mayoría de los
científicos fueron también devotos, los ejemplos son cuantiosos, podríamos mencionar a Descartes,
Galileo, Newton, Copérnico ... la lista es larga. Uno de los primeros ateos fue Darwin, y sus teorías
unas de las primeras en negar un hecho bíblico directamente: la creación divina de los primeros
hombres. Pero en líneas generales la ciencia nunca se ha preocupado mucho por la religión, sólo
colateralmente puede afectarla.
La ciencia, Auschwitz y la bomba atómica
Al igual que la religión, la ciencia no está libre de toda culpa. A sus grandes avances que han
ayudado a mejorar considerablemente la vida de los hombres a lo largo de la historia, se une un
costado más negro: las innovaciones en nuevas y más perfectas formas de matar y torturar, toda una
historia de ciencia aplicada a la guerra. Posiblemente los dos ejemplos más paradigmáticos por lo
enorme de su envergadura sean el gran campo de exterminio de Auschwitz, tan racionalmente
(científicamente) diseñado, y la fabricación y posterior uso de la bomba atómica.
Theodor Adorno y Max Horkheimer filósofos alemanes de la llamada “Escuela de Frankfurt”
teorizaron sobre cómo la “razón instrumental” (término del ya mencionado Immanuel Kant), la cual
puede denominarse como la tendencia de la ciencia a perfeccionar los instrumentos tecnológicos sin
atenerse a qué uso se les dará, puede llevar, y en Alemania lo hizo, a exterminios tan racionalizados
y sistematizados que revelan un increíble rigor científico.
El otro gran hecho funesto posible gracias a la ciencia, es la creación y utilización en las
ciudades de Hiroshima y Nagasaki, de la bomba atómica. Es redundante hacer notar los horrores
provocados por la destrucción causada por la bomba.
Conclusión
Hemos visto cómo tanto ciencia y religión son actividades, que si bien, se nos presentan como
contrapuestas y enfrentadas (fe-razón), confluyen, en tanto y cuanto se las entiende como
actividades humanas dadoras de sentido, como dos posibles caminos de una misma actividad:
interpretar el mundo. La ciencia puede replicarle a la religión su falta de objetividad y de anclaje en
hechos concretos, esto se debe a que el parámetro de verdad que establece la ciencia es el de la
objetividad. La religión crea su propio parámetro de verdad, la fe y los textos sacros. Entendidas
bajo este punto de vista, ambas son dos caras de un mismo fenómeno: la necesidad humana de
establecer verdades inamovibles, absolutamente ciertas. Debería concluirse que sólo desde estas
certezas puede el hombre desenvolverse en el mundo. Sin embargo, creemos que es de vital
importancia que la verdad deba entenderse como forma de ser del hombre y no como atributo de
estados objetivos de las cosas ni como voluntad de entelequias suprasensibles. Lo verdadero es una
construcción histórica y social que va mutando en cada época. Así encontramos que en el medioevo
la verdad era lo que se ajustaba a los textos sacros y a lo establecido por los representantes de dios
en la tierra (la iglesia); mientras que en la modernidad europea este eje de verdad se va desplazando
hacia la ciencia y la objetividad. La iglesia, que considera como falso todo aquello que no se atiene
a los textos sacros, se veía en libertad de perseguir y matar a todo el que disintiera con su voluntad,
ya que ella era la dueña y poseedora de la verdad. La ciencia viendo a esta última en la pura
objetividad de las cosas, no pudo distinguir entre vidas humanas y datos numéricos, ni entre
tecnología aplicada a la vida y tecnología aplicada a la muerte. En su objetividad (imparcialidad) no
le tembló el pulso en borrar a miles de seres humanos de un plumazo.
El problema radica en que, en su convicción de poseer la verdad absoluta, ambas olvidaron lo
que debe estar por encima de toda posible verdad: la vida humana. La vida, debe ser un punto
irreducible, nada puede tener un valor por encima de ésta, ni la religión ni la ciencia.
Bibliografía
Carpio P. Adolfo. (2004) Principios de filosofía. Buenos Aires: Glauco.
Kant, Immanuel. (1984) Crítica de la razón pura. Buenos Aires: Ediciones Orbis.
Heidegger Martín. (2006) Ser y tiempo. Buenos Aires: fondo de cultura económica
Deleuze Gilles. (2005) Lógica del sentido. Buenos Aires: Paidós básica
Foucault Michel.(1996). La voluntad de saber. En: Historia de la sexualidad, tomo 1.
Madrid: siglo XXI editores.
Bacon, Francis. (1984). Novum Organon. Buenos Aires: Ediciones Orbis.
Horkheimer Max .(1973) Crítica de la razón instrumental. Buenos Aires: Editorial Sur
Moledo, Leonardo. La ciencia y dios. Página12.Domingo 18 de mayo 2008. p. 40
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