La concepción platónica del hombre es dualista, como consecuencia de la separación que establece en la teoría de las ideas entre los dos mundos.Distingue un mundo sensible (kósmoshoratós), formado por las cosas materiales, compuestas, corruptibles y finitas, y el inteligible (kósmosnoetós), formado por las ideas, esencias simples, inmutables y eternas que se orden jerárquicamente hasta quedar todas englobadas en la idea suprema del Bien. Este dualismo se presenta en el hombre en la distinción entre cuerpo, relativo al primero, y alma, relativa al segundo. El alma está unida al cuerpo de forma temporal, pues frente a este, que es material e imperecedero, es inmortal. Esta afirmación no era comúnmente aceptada por todos los griegos, como ocurrió después en el Cristianismo, y Platón la tuvo que sustentar con cuatro argumentos. Afirmó que por su naturaleza simple no puede descomponerse y, por tanto, morir. Además, según los griegos todo sucedía por la lucha entre opuestos que se autogeneran. La vida da paso a la muerte, pero para cerrar el ciclo se ha de volver a crear vida, lo cual solo puede ocurrir si el alma persiste y se rencarna (metempsicosis). Por esto mismo, el alma ha de ser el principio vital, lo cual hace imposible su mortalidad. Este proceso de rencarnaciones explica el porqué de los universales, conocimientos innatos al hombre que no pueden provenir de la experiencia. Platón defiende que el alma contiene todo el conocimiento verdadero, es decir, el relativo a las ideas, pero lo olvida al nacer y solo puede recuperarlo recordando (anámnesis). Este proceso del conocimiento como recuerdo se explica con el Mito de la Caverna: unos hombres encerrados en una cueva solo conocen las sombras de objetos reales que se reflejan en la pared. Este grado sería la imaginación (eikasía), los mitos que crea el hombre para explicar lo que no entiende. El proceso de recuerdo se equipara con la salida de la cueva: inicialmente, rechazada la eikasía, se conocen los objetos cuyas sombras reflejaba la pared, lo que equivale a conocer el mundo material mediante las ciencias empíricas (creencia, pistis). Cuando se llega a la salida de la cueva se divisa el mundo exterior (el de las ideas), proceso que representa las ciencias abstractas (dianoía), y finalmente se consigue salir y, a la luz del Sol (la razón), observar el mundo real, es decir, conocer las ideas (noesis). Este proceso es la dialéctica, en la que el alma pasa del conocimiento incierto de los sentidos (doxa) al verdadero de la razón (episteme). Interviene además otro factor, el amor (eros), cuya influencia se ve en el Mito del Carro Alado: el alma, representada por un carro, ha caído a la tierra y para volver al mundo inteligible necesita alzar el vuelo. Las alas solo las cobra como consecuencia de la contemplación y enamoramiento de la belleza de este mundo, que es reflejo del orden del otro. Este carro tiene dos caballos y un auriga, que representan las funciones del alma humana. La apetitiva (caballo encabritado) tiende al mundo sensible, buscando las pasiones bajas; la irascible (caballo manso) se guía por pasiones nobles -valor, honor- y el auriga simboliza la función intelectiva, la razón, que debe conducir a los caballos y dominarlos para ascender al mundo inteligible. Este está representado por la idea suprema del Bien y a ella solo se puede llegar por la virtud. Esta se alcanza cuando las tres funciones colaboran en armonía gracias a las virtudes que les son propias: la intelectiva, con sabiduría para usar bien su razón, debe guiar a la irascible, que se controlará con la fuerza de voluntad, y someter a la apetitiva, que debe moderarse por la templanza y el ascetismo (influencia de Pitágoras). Solo así llega el alma a alcanzar el Bien, que es el conocimiento absoluto (siguiendo a Sócrates y negando el relativismo de Protágoras). El alma configura la sociedad, que es un reflejo de ella. Así como las virtudes deben colaborar en armonía, los hombres deben colaborar en un régimen justo que les permita alcanzar el Bien (la Justicia). El procedimiento es el mismo, pero extrapolando las funciones a clases sociales: los gobernantes (función intelectiva), una aristocracia de conocimiento, no de sangre, han de regir con sabiduría a los militares (función irascible), que protegerán a la sociedad con el valor y la fuerza de voluntad, y dirigir a los trabajadores (función apetitiva), comerciantes y artesanos que sustentan el sistema. Este modelo exige una eugenesia que impida la mezcla entre castas y un cierto antecedente del comunismo que priva de propiedad y familia a las dos primeras clases. Además, Platón defiende la igualdad de géneros, pues su distinción es en base a la naturaleza del alma, independientemente de otras cuestiones. De este modo el hombre se organiza en base al alma y solo por ella puede conocer y alcanzar el mundo de las ideas, que es la aspiración del filósofo. El alma fue puesta en el mundo material en su comienzo por el Demiurgo, que pretendía ordenar la materia para que alcanzase la belleza del orden matemático de las ideas. Por ello, pertenece realmente al mundo inteligible y su fin es volver a él y recuperar esa “naturaleza divina” que le es propia.