El padre Rafael Tello: una interpelación todavía no escuchada En abril de este año fallecía el padre Rafael Tello. Quizá, para muchos, su nombre no signifique nada. Pero su figura y su pensamiento están en la raíz de algunas de las vetas más fecundas de la renovación posconciliar en Argentina. Con gusto ofrezco este humilde homenaje al querido "viejo" Tello. Quizás él preferiría seguir compartiendo el destino de los pobres, y no tener voz ni en el mundo ni en la Iglesia. Por eso he renunciado a un proyecto de escribir algo relevante sobre su pensamiento y su vida. Pero él sabrá perdonarme que le dedique estas pocas páginas para atreverme a expresar cuál es la interpelación que nos llega desde la hondura de su visión pastoral. Pobres, Iglesia, cultura y religiosidad Con toda sinceridad y convicción quiero decir que nadie se acercó teológicamente al pobre como él. Hoy los pobres suelen ser objeto de usos y abusos de todo tipo, porque suena bien hablar de ellos. Desde todos los sectores y colores políticos se utiliza al pobre y su miseria como argumento para sostener los propios discursos. Hasta los economistas del liberalismo más ortodoxo adornan sus propuestas refiriéndose a lo que tienen que sufrir los pobres, para vender alternativas que supuestamente terminarán beneficiándolos. Lo mismo sucede en ciertas formas de asistencialismo, con las cuales algunas empresas cubren de misericordia sus negociados y corrupciones diversas. La misma Iglesia es alabada por la opinión pública de los sectores medios y acomodados cuando asiste a los pobres, siempre que no cuestione las raíces de un orden establecido. Pero nada de esto oculta el desprecio y el miedo que se siente hacia el pobre, y la necesidad de excluirlo como sujeto, manteniéndolo en la situación de objeto. La Iglesia no escapa de esta tentación mundana. De esto me convenció el padre Tello en algunas largas conversaciones un año antes de su muerte. "La Iglesia habla de ellos –decía–. Pero ¿qué lugar ocupan en ella?". No porque quisiera incorporar a los pobres a las estructuras eclesiásticas, sino porque no se los reconoce de hecho, afectiva y efectivamente, como verdaderos sujetos. Porque no se valora su religiosidad propia y peculiar, y porque no se reconoce a la cultura popular de los pobres como verdaderamente evangelizadora. ¿A cuántas personas quedaría reducido el catolicismo argentino si no hubiera existido ese dinamismo escondido y discreto de los pobres que evangelizan a sus hijos y transmiten la fe a su manera? Para que los pastores reconozcan el valor y el lugar del pobre, es necesario que se atrevan a dejar explayar el dinamismo encarnatorio de la Iglesia: "La Iglesia pueblo de Dios no existe como un ente separado, sino que siempre –y esa es su misión propia– se encarna, y al encarnarse el pueblo de Dios se concreta de un modo particular… La cultura le da una modalidad encarnada a los valores universales del pueblo de Dios y así lo multiplica en el espacio y en el tiempo, sin agotarlo jamás" ( Versión magnetofónica del Segundo encuentro de reflexión y diálogo sobre pastoral popular, La Rioja, 1971, 16; en adelante se citará LR en el texto). Tello menciona notables diferencias entre la cultura ilustrada y la cultura popular de los pobres. Destaco la siguiente: "Mientras la cultura ilustrada prioriza grandemente la palabra, la cultura popular capta más fácilmente y da un lugar más central al rito, a la acción, que aunque se refiera a un objeto natural –el trabajo, la fiesta– tiene un contenido religioso… Privilegia un lenguaje simbólico y mítico y lo enriquece con formas no verbales, de silencios y movimiento, de canto y música, de ofrecimiento y don, velas, flores, etc." (Nueva evangelización, anexo I [inédito] 49; en adelante, se citará NE en el texto, y los anexos I y II se citarán NEI y NEII respectivamente). Con respecto a la religiosidad propia de la cultura popular, vale la pena leer esta descripción digna de una obra de teología mística: "Dios llama al hombre de nuestro pueblo a ser su hijo y le da participación de su vida por las virtudes teologales. El Espíritu de Dios, según el modo propio de la dispensación de la salvación, le enseña, enviándolo a actuar desde la conformidad con Cristo crucificado, desde la cocrucifixión. Hecho hijo y liberado, muere cada día, y por la fe y el bautismo se halla unido a la pasión y a la cruz de Cristo. Aunque no tenga una renovación actual y reflejamente consciente, desde su sufrimiento cotidiano cree, espera y ama a Dios, increíblemente sin rebelión interior, aunque putee; y todavía le quedan fuerzas para hacerse solidario con los últimos, con los más rezagados…Un Dios en la cruz, el hombre amado, y una mujer dada por madre. La fe, la esperanza, el amor, y la unción suave del Espíritu derramado. Eso es lo que el hombre del pueblo sabe sin atinar a decirlo…" (NEI, 35-36). Sin embargo, su visión sobre la cultura popular no es idealista. Él ve con claridad que la cultura de nuestro pueblo, aunque tenga un trasfondo básicamente bueno y cristiano, también es influenciada por los medios de comunicación y por propuestas que no siempre armonizan con el ideal cristiano. Aunque considera que a la larga triunfa lo que caracteriza a la cultura popular, que adapta a sí los elementos extraños aceptando el reto de evolucionar hacia formas nuevas. Eso muestra el dinamismo de esta cultura, que "absorbe ciertas formas culturales extrañas, pero después las da vuelta… La cultura popular no es una mera forma de conservación del pasado, sino principio de nuevo desarrollo del pueblo" (NE, 20.41). En este sentido, los mismos sacerdotes, o ciertas estructuras de la institución eclesial (movimientos, agentes pastorales, planes formativos) pueden dañar la riqueza específica de lo popular, imponiéndole esquemas de la cultura moderna o exigencias que complican su fe. Por eso la pastoral de la Iglesia puede ser alienante (LR, 20-22). Pero la cultura popular, como realidad viva, se defiende: "Pueden ser rechazados o no asumidos por el pueblo conductas, modos de ser o lugares que parezcan propios de las autoridades o de los círculos de los dominadores (la asistencia a ciertos lugares o templos, cierto ejercicio del ministerio sacerdotal, algunas formas de vida religiosa y ciertas prácticas religiosas). Y también pueden ser rechazadas o miradas con indiferencia ciertas cosas que son presentadas como virtudes, porque corresponden al modo de vida y a la organización social de cuadros más altos" (NE, 40). Es más, ciertas propuestas de los pastores pueden contradecir el substrato profundamente cristiano de la fe popular. Tello me ofreció dos ejemplos para comprender esto. En la predicación no siempre está claro en qué consiste la dignidad humana que se promueve desde la fe en Cristo, y a veces se la identifica con abundancia material y con conocimientos ilustrados; pero en la persecución de Decio, por ejemplo, los ignorantes (más indignos) dieron la vida, mientras no lo hicieron muchos creyentes ilustrados. Los rudos eran más dignos por su fuerte adhesión a Dios. ¿Qué dignidad más alta que la que se manifiesta en el martirio? Una confusión semejante sucede a veces con la esperanza. Un obispo, hablando de la esperanza cristiana, dijo que el pueblo debe recuperar la esperanza en las instituciones de la sociedad. ¿Acaso hay que pedirle eso a la esperanza teologal del pueblo? Las democracias formales sometidas, las instituciones al servicio de los poderes económicos, las declaraciones de derechos humanos formales y universales que piensan al hombre en abstracto, no pueden presentarse como el objeto en el cual el pueblo debería depositar su esperanza cristiana. No podemos dar al pueblo el mismo alimento dañino que le brinda la cultura moderna. Pobres y liberación Pero la opción por el pobre es comprometerse también en el proceso de liberación social del pueblo, lo cual puede realizarse de variadas maneras: "La Iglesia puede ayudar al pueblo a sobrevivir de muchos modos: ayudándolo a conservar su identidad nutriendo sus valores y estructuras básicas, uniéndolo y convocándolo, defendiéndolo y asistiéndolo en sus necesidades primordiales, comprendiéndolo y apoyándolo en sus tácticas defensivas, y acompañándolo, simplemente estando junto a él" (NEII, 41). Esto seguramente implicará para la Iglesia sufrir diferentes y sutiles formas de persecución, lo cual "puede ser la prueba de que su compromiso es real" (NEII, 37). La actividad de la Iglesia a favor del pobre corre siempre el riesgo de no ser hecha "desde" el pueblo, sobre todo cuando se dialoga mucho con los sectores de poder y con la clase media, pero hay pocos encuentros reales y personales con los pobres. La mediación de las ciencias no basta para orientar un proceso eficaz de liberación social si no parte de la misma cultura popular. ¿Por qué?Porque un proceso efectivo de transformación social liberadora supone una clara consciencia de la dignidad del pobre y una idea auténtica de progreso que se encamine realmente a beneficiar al pobre sin quitarle su riqueza específica: "No se ha hecho desde el pueblo, teniendo en cuenta su proceso de diferenciación de la Iglesia institución. Porque se ha hecho desde la situación surgida del proceso de secularización, y por tanto desde la visión de las clases medias cristianas, y desde la concepción según la cual el pueblo se organiza primordialmente por el Estado, olvidando que el pueblo es anterior a su organización jurídica y política… Pero hay que hacerlo desde el pueblo mismo y no desde la secularización, para lo cual es necesario reconocer al pueblo y tratarlo no como objeto sino como sujeto activo de la liberación integral, incorporado también a la evangelización" (NEII, 25-28). Pastoral popular ¿Y qué sería propiamente la "pastoral popular", que según Tello casi no existe en la Argentina? No consiste en brindar vías de expresión al catolicismo popular, que implica a la mayoría de la población. No se trata de la institución eclesial que, desde sus estructuras, llega al pueblo ofreciéndole espiritualidad, formas de culto, cercanía fraterna, una ayuda material, etcétera. Estas son ofertas más o menos populares. Pueden incluirse, por ejemplo, los actos masivos festivos, la organización de peregrinaciones, la ayuda que brinda Caritas a los pobres, las misioneras de manzana que llegan a todos los hogares, etcétera. Se integran también en esta línea las nuevas devociones importadas que las parroquias presentan a la gente, y que llegan a congregar verdaderas multitudes. Todo esto es tener en cuenta a los pobres, y puede ser parte de la pastoral popular, pero no es el núcleo de una "pastoral popular" en sentido estricto. La clave está en precisar quién es el sujeto que evangeliza, y si el pueblo se presenta sólo como receptor o también como sujeto creativo: "Conocer bien cómo es y por qué veredas anda la religiosidad y la evangelización popular, adaptar el mensaje y adaptarse a la cultura popular, y reconocer que el pueblo evangeliza al pueblo, lo que en definitiva depende de la Madre Iglesia… Ella debe preparar los cuadros del mismo pueblo para animar y fortalecer la evangelización activa del pueblo" (NE, 62-63). "La Iglesia puede trabajar para los pobres, más todavía entre ellos y aún con algunos de ellos. Es decir, organiza obras para los pobres, a veces las implanta entre ellos y en ocasiones incorpora a algunos pobres a alguna obra, la que, sin embargo, por lo menos en el espíritu, no es de ellos. Es un modo bueno, puede a menudo ser muy valioso, pero no toma el modo propio, específico de lo que sería una Iglesia del Verbo encarnado. Porque su Maestro, Señor y Camino, se volvió hacia los hombres no desde afuera, sino encarnándose… Volverse hacia los hombres concretos, cristianos, de nuestro pueblo, encarnándose entre ellos, significa hacerlo reconociendo con afecto su fe –su modo peculiar de vida cristiana– y su cultura –su modo peculiar de vida temporal–… Esto es resistido por muchos que ven en esta fe un modo minusválido, a lo sumo tolerable" (NEI, 12-13). La pastoral popular trabaja desde un "cuadro popular, formado por gente del pueblo que, aun siendo católica, no actúa como miembro de estructuras católicas". Se les confía con confianza una misión, pero permitiendo que en su modalidad sea decidida y ejecutada por ellos mismos. Moralidad popular La visión de Tello no es una idealización romántica de los pobres. Pero él reconoce que el pueblo pobre, aunque desarrolle poco o mal algunos aspectos de la moral cristiana, debido a los muchos condicionamientos que lo limitan, sin embargo ha desarrollado (en general) mucho más que los ilustrados otros altos aspectos de la moralidad. En primer lugar, reconozcamos una espontánea (signo de autenticidad) y firme confianza en Dios y un espíritu de profunda adoración. Además, un sentido de la solidaridad también espontáneo, que no necesita tanto de motivaciones y razonamientos que lo movilicen, como ocurre normalmente en los ilustrados. Por otra parte, la situación de los pobres hace que "puedan ser rechazadas o miradas con indiferencia ciertas cosas que son presentadas como virtudes porque corresponden al modo de vida y a la organización social de cuadros más altos" (NE, 40). La moralidad de los pobres, a pesar de sus muchas imperfecciones y faltas objetivas, está claramente dominada por el dinamismo de las virtudes teologales que asumen el estilo propio de la cultura popular. Es una moral inculturada, verdaderamente cristiana, porque en la economía de la salvación, "el primer aspecto es la Alianza misma, Dios que se hace nuestro Dios. En el Nuevo Testamento esto significa que el hombre es revestido de Cristo, incorporado a él. A este aspecto reducimos el cumplimiento humano de las obligaciones de la Alianza" (NEI, 4-5). La pastoral popular se acerca al pueblo pobre tal como es, se mezcla con él como Jesús en la encarnación, y lo salva desde abajo y desde adentro. No se ocupa en primer lugar de condenar y combatir sus errores y sus imperfecciones morales, sino que se acerca a él con la ternura del amor, capaz de ver, valorar y promover lo bueno, y fomentando sobre todo el ejercicio de las virtudes teologales con su modalidad popular. Entonces, evangeliza a los pobres desde los pobres, con sus propios cuadros populares, utilizando como agentes a los pobres mismos, que viven y comprenden la misma cultura, más allá de sus imperfecciones teológicas y morales. En esta síntesis los pobres no dejan de ser ellos mismos, ya que la pastoral popular reconoce que su cultura ha sido fecundada por el Evangelio y lo ha transmitido a su manera. Por no entender la moral cristiana inculturada, a los sufrimientos del pobre suele añadirse el juicio implacable de los cristianos "formados", que los culpan de los males de la sociedad: "Volverse hacia el hombre concreto significa para la Iglesia comprenderlo aunque esté sucio, sentado en la basura y cubierto de pústulas, como Job …Y exige también que la Iglesia no sea como los amigos o consoladores de Job" (NEI, 36-37). Tello, en su visión sobre la vida teologal del pueblo, nos invita a descubrir un modo de vivir lo teologal donde lo humano no es anulado, donde no se sube más alto despojando al hombre, sino simplemente elevando lo que lo distingue y caracteriza, su forma concreta de vivir: "Para la cultura de origen europeo el cristianismo era primordialmente salvacionista; para la cultura indoamericana la religión es inmediatamente estructurante de la vida de los hombres y sólo mediatamente toma un sesgo salvacionista, porque la vida de los hombres necesita ser salvada… Las virtudes teologales elevan hasta la vida divina pero sin destruir, sino fortaleciendo la vitalidad humana…" (NEI, 52-54). En este sentido, los que pretenden ayudar a los pobres "humanizándolos", deberían rescatar el humanismo concreto y peculiar de los mismos pobres (NEII, 12-13).