Artículo aparecido en la revista de poesía “ La Silueta del Espejo Libre” en fecha: 21 de Marzo de 1904 Autor: Jesús María Iglesias DOMESTICANDO TORMENTAS LÍRICAS RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN “SONATA DE PRIMAVERA” (1904) Seis años hace ya que perdimos las últimas colonias de Cuba y Filipinas. Eran los restos de una expansión ya extinguida. Sin embargo, ese mismo año, 1898, nace otro imperio: el formado por Unamuno, Pidal, Machado, Maeztu, los hnos. Baroja, “Azorín”, y un prestigioso etc. Por último, dejo a Valle-Inclán como general de esta diamantífera tropa de las Letras. ¿ De verdad sabe el público español la envergadura literaria del de Villanueva de Arosa? “Sonata de primavera”, arquetipo del Modernismo, es la tercera entrega de esta tetralogía estacional (después del otoño(02) y estío(03)), protagonizada por un bigotudo mujeriego de sofisticado verbo: el marqués de Bradomín. Para el año que viene, 1905, se cerrará el círculo con la Sonata de Invierno. Denso, armónico, engalanado de cultura es el lenguaje que emplea el autor en esta creación que tiene ecos de pieza teatral. No en vano, el genio gallego ya ha escrito obras teatrales y esta novela está destinada a una adaptación entre candilejas. Ofrece aquí una procesión de metáforas, alegorías y comparaciones como si de lujosas arquitecturas mayas se tratase. Es como si hubiera en el aire salvajes tormentas románticas y Valle-Inclán las domesticase con aparente facilidad, pero… es complicado ejecutar lo que hace. Puedes leer sólo un poco y ser consciente de cómo se las gasta Valle en cuanto a ornamento lingüístico y volcanes melodiosos se refiere. En definitiva, un tributo a ese inmenso tesoro llamado Lengua Castellana. Por otro lado, los diálogos reflejan a un perfecto conocedor de las conversaciones en un castillo. Frases largas actúan como limusina para albergar descripciones magnas, narraciones de kilometraje suave, expresiones potentes e irisadas. Lujosos vehículos nos llevan a temas como el amor del todo inviable, la vida en la corte, la creencia en Dios, la gran desdicha romántica… ¿Y el argumento? ¿Me olvide de él? Adrede, sí. No supone gran cosa. Cargado de puerilidad, queda en segundo plano ante la demostración estilística del escritor. La historia sólo levanta algo el vuelo al final, entre hechicerías y desgracias. Mediados del siglo XIX. El marqués Xavier de Bradomín llega a Italia con la intención de servir en la guardia del Papa. Allí se encuentra con la grave enfermedad de Monseñor Gaetani, cuñado de la princesa Gaetani. Una vez fenecido el noble, Bradomín se enamora de Mª Rosario, la joven hija mayor de la princesa. Ella desea encomendarse, únicamente, al Señor y su reclusión está pronta. Embelesado y encaprichado, de modo vehemente, por la que será futura monja, el marqués español comienza una incansable operación de acoso y derribo con ella, que desembocará en un infausto desenlace con una niña inocente de por medio. La partitura que Valle-Inclán compone, reparte a sus cuatro instrumentos musicales con el Marqués de Bradomín como un piano solista que derrama una personalidad de religioso a ratos, insistente, sentimental (¿¿semental??), vate hilandero de ensueños. ¿Veremos a este enamoradizo y concupiscente noble en obras posteriores a las Sonatas? Podría ser. Como violín la delicada, beata, virginal, lacrimógena, recatada, temerosa ( de Dios y de Bradomín) Mª Rosario. El convento será el destinatario de su amor. Es el “cello” la princesa Gaetani, madre protectora de sus cinco hijas, sensible-sufridasabia, en su defecto, astuta experta en urdir la trampa. Marca varios ritmos de fagot Polonio: mayordomo, revisor del arte, sumiso, erudito, posible conspirador. Alguna entrada esporádica tienen el fiel criado del marqués, o sea, Musarelo o la meiga nigromante: sin nombre y de aparición breve pero fundamental y afinada dentro de esta paisajística sonata. Ambientes palaciegos, atmósferas de realeza y, sonando de fondo, un marcado catolicismo. Esta son las líneas donde se mueven los protagonistas. Reminiscencias varias: un pedacito de Valmont coge el protagonista, otras migajas heredadas de Giacomo Casanova y entreabre ciertos paralelismos con Don Juan Tenorio. ¡Si el mismo marqués admite algunas de estas influencias! Bradomín apuntala el perfil de seductor de época y se confirma como continuador literario de esas obras de romanticismo y conquista. ¿ Y Valle? Desearía el escritor ser el Marqués en la vida real pero ha de conformarse en su existencia personal con cometer la excentricidad de, en cierta ocasión, presentarse como el sobrino de Xavier de Bradomín. Era preciso esperar hasta ahora para decir que esta historia, sin complicación en la trama, está narrada, entonces, en primera persona (int.-hom.) por el “alter ego” aristocrático de Valle. ¿O tal vez, es la falacia intencional que nos hace creer el pontevedrés con respecto a si mismo? ¿Y si no tuvieran nada que ver y es todo es una vuelta de tuerca más del autor que al final resulta ser implícito? Para ir terminando, se puede asegurar, que ésta es, prácticamente, una novela religiosa, hermana de las dos que vinieron y de otra que nacerá. Es posible que, dentro de cien años, el argumento de esta novela resulte anticuado y olvidable pero en el 2004 su poesía, la sinfonía ajardinada del autor sobrevivirá sin problemas con opción de prórroga a 500 años más. Así de grande será Valle-Inclán.