Inmanuel KANT

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Filosofía Moderna
Inmanuel KANT
Inmanuel KANT
1. Contextualización del texto propuesto.
En la Crítica de la razón pura (1781), obra con la que Kant inaugura el periodo crítico de su
pensamiento, analiza el uso teórico de la razón, es decir, las posibilidades y los límites del
conocimiento científico. El prólogo a la segunda edición de esta obra, escrito en 1787, constituye
un magnífico resumen de las principales tesis del idealismo trascendental kantiano.
En el fragmento propuesto…
2. Síntesis sistemática de su pensamiento.
La vida de Kant (1724-1804) no tuvo nada de excitante ni extraordinario. Hombre de
profunda religiosidad -no en vano fue educado en el pietismo-, sobrio de costumbres, de vida
metódica, benévolo provinciano -sólo una vez en su vida salió de Königsberg, su ciudad natal-,
encarna las virtudes de una vida dedicada por entero al estudio y la
enseñanza. Profundamente imbuido por los ideales de la Ilustración,
profesó una gran simpatía hacia la Independencia Americana y la
Revolución Francesa. Fue pacifista convencido, antimilitarista y
ajeno a toda forma de patriotismo excluyente.
Sus obras más conocidas e influyentes son: Crítica de la
razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del
juicio (1790). Además de éstas, Kant produjo una notable cantidad
de obras y opúsculos. La originalidad, el vigor y la influencia de su
pensamiento obligan a considerarle uno de los filósofos más
destacados de la cultura occidental.
La filosofía de Kant se define como idealismo trascendental,
lo que significa que el sujeto no puede conocer la realidad en sí
misma, sino una representación sensible obtenida mediante la experiencia. Su sistema surge por la
necesidad de resolver los problemas del conocimiento que habían quedado disociados por
racionalistas y empiristas.
Se distinguen dos periodos en su trayectoria intelectual: el precrítico (1747-1770), en el que
Kant se mantuvo en la trayectoria racionalista marcada por Leibniz, su maestro Wolff y la filosofía
alemana; y el crítico (1770-1804), que comenzó con la lectura de Hume, la cual “le despertó del
sueño dogmático.” El objetivo de la filosofía kantiana es analizar la facultad del conocer humano y
establecer su crítica: establecer los límites del conocimiento humano. No se plantea si el
conocimiento es posible, sino cómo es posible; es decir, la filosofía trascendental estudia las
condiciones de posibilidad del conocimiento intelectual.
En la Crítica de la razón pura Kant explica cómo es posible el conocimiento de los hechos y
hasta dónde es posible el conocimiento de objetos (“¿qué puedo conocer?”). En la introducción de
esta obra, Kant se interesa por el problema de la posibilidad de la metafísica como ciencia. La
solución a este problema exigía responder a la pregunta sobre las condiciones (empíricas y a
priori) que hacen posible la ciencia y ver si la metafísica se puede ajustar a las mismas. Una vez
descubiertas esas condiciones, Kant investiga el tipo de juicios que utiliza la ciencia para conocer
las condiciones trascendentales que los hacen posibles. Las clasificaciones kantianas de los juicios
son: analíticos o sintéticos, y juicios a priori o a posteriori; Kant admite la existencia de juicios
sintéticos a priori (en adelante JSAP): por ser sintéticos son extensivos, y por ser a priori, son
universales y necesarios. Los principios fundamentales de la ciencia son de este tipo.
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A continuación Kant se pregunta cómo son posibles estos juicios en Matemáticas y en
Física, y si son posibles en Metafísica.
En la “Estética trascendental” estudia la sensibilidad y los JSAP en Matemáticas. Kant
afirma que existen dos tipos de sensibilidad: sentido externo (representación espacial de objetos
exteriores a nosotros) y sentido interno (intuición temporal). Por esto, para que pueda darse el
conocimiento sensible se necesitan el espacio y el tiempo, condiciones generales y necesarias
(trascendentales) de la sensibilidad. Los JSAP son posibles en matemáticas gracias al espacio y al
tiempo: la geometría se ocupa del espacio, la aritmética del tiempo. Al ser el espacio y el tiempo
propiedades del sujeto, no del objeto, el conocimiento es, pues, de algún modo subjetivo, porque
es el sujeto el que estructura a través de las formas a priori. Este primer conocimiento se forma
gracias a dos componentes: elemento material (impresiones sensibles, procedentes del exterior) y
elemento formal (formas a priori, intuiciones puras que estructuran esa realidad procedente de los
sentidos). El resultante es el fenómeno, lo que aparece, la impresión sensible que se da a través
de las categorías espacio y tiempo (noúmeno es el en-sí de las cosas, lo que no se puede
conocer).
En la “Analítica trascendental” se estudia el entendimiento y los JSAP en Física. La función
propia del entendimiento es comprender lo percibido. Comprender los fenómenos es poder
referirlos a un concepto, y esta actividad se realiza siempre a través de un juicio. De este modo, el
entendimiento puede ser considerado como la facultad de juzgar. Las formas a priori del
entendimiento, las que hacen posible la comprensión son los conceptos, que pueden ser empíricos
o a priori, llamados estos últimos también “puros” o “categorías”. Las categorías del entendimiento
son, según Kant, doce (tantas como las formas posibles de juicios) según se tenga en cuenta la
cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad. El entendimiento no puede pensar los fenómenos
si no es aplicándoles estas categorías, pero las categorías no pueden aplicarse válidamente a
realidades que estén más allá de la experiencia. Los JSAP son los principios básicos en los que se
basa la Física. El caso del principio de causalidad es calificado por Kant como JSAP, porque el
predicado no está contenido en el sujeto y porque el concepto de causa no procede de la
experiencia sino que es previo a ella, y como es aplicable a todos los fenómenos que el
entendimiento conoce es universal y necesario.
En la “Dialéctica trascendental” se estudia la razón y la posibilidad de la Metafísica como
ciencia. La función de la razón es la unificación del conocimiento mediante ideas; su función es la
de reducir la enorme variedad de objetos del entendimiento al número menor posible de principios.
Los principios de la razón son condiciones puras (incondicionadas), “ideas”, que no son juicios sino
conceptos a priori (conceptos puros de la razón o ideas trascendentales) que permiten unificar
todos los fenómenos. Las ideas trascendentales de la razón pura son: la idea de Alma (unifica
todos los fenómenos de la experiencia interna), Mundo (unifica los fenómenos de la experiencia
externa) y Dios (reduce las esferas anteriores en una).
La Metafísica se ocupa del
estudio del Universo como
totalidad, del Alma y de Dios
utilizando la razón. Alma,
Mundo y Dios son formas a priori de
la razón pura, no tenemos
impresión sensible de ellas por lo
que no podemos formar juicios
sintéticos (las impresiones sensibles
sin formas a priori son caóticas,
las formas a priori sin impresión
sensible son vacías). La
Metafísica es, por tanto, imposible
como ciencia, sin embargo es
inevitable como “tendencia natural”,
pues la razón tiende a la
búsqueda de lo incondicionado, a
hacerse preguntas y a formular
respuestas acerca de Dios, el Alma
o el Mundo como totalidad.
Además, las ideas de la razón pura
poseen un uso regulativo de la
investigación de la naturaleza:
señalan los límites que no se
pueden traspasar, e impulsan a ampliar el campo de la investigación hacia nuevas experiencias y
hacia una mayor conexión entre ellas.
Pero la actividad racional humana no se limita al conocimiento de los objetos, el hombre
necesita también conocer cómo ha de obrar, es decir, la razón posee también una función moral
(“¿qué debo hacer?”). Esta doble vertiente de la razón (conocimiento de objetos, y moral) se
expresa por medio de la distinción entre razón pura y práctica. En efecto, la razón posee dos
funciones diferenciadas: a la razón práctica le corresponde el conocimiento de cómo debe ser la
conducta humana, cuáles son los principios que han de determinar al hombre a obrar si su
conducta debe ser racional y, por tanto, moral (la ciencia -razón teórica- se ocupa del ser, la moral razón práctica- del deber ser). La razón teórica (científica) formula juicios, la razón práctica formula
imperativos y mandamientos.
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El carácter formal de la moral kantiana no elimina el concepto de bien, únicamente afirma
que no es el concepto de bien el que fundamenta la ley moral, sino a la inversa: es la ley fundamentada en la autonomía de la voluntad- la que determina lo que es bueno (“giro
copernicano”). Sólo en la razón puede fundarse la “buena voluntad”. Por esto, el único móvil
admisible para la voluntad es la ley misma. De aquí que en actuar por deber consista la virtud, la
cual es merecedora de felicidad; lo único que rechaza Kant es que la felicidad pueda ser el motivo
determinante de la buena voluntad.
La ética de Kant es formal, las anteriores eran materiales. Las éticas materiales son
aquéllas según las cuales la bondad o maldad de la persona humana depende de algo que se
considera bien supremo para el hombre (los actos serán buenos en tanto se acercan a la
consecución de ese bien supremo). En toda ética material hay bienes y en todas ellas se comienza
por determinar cuál es el bien supremo; una vez hecho esto, la ética establece unas normas. Kant
rechazó las éticas materiales por ser empíricas, porque sus preceptos son hipotéticos, no tienen
valor en sí mismos, y porque son heterónomas.
Una ética estrictamente universal y racional no ha de ser ni empírica, ni hipotética en sus
imperativos. Por esto una ética universal y racional no
puede ser material, sino formal, es decir, vacía de
contenido: no establece ningún bien o fin que haya de ser
perseguido y, por tanto, no dice lo que se ha de hacer, sino
cómo se ha de actuar, la forma en que se debe obrar. La
ética formal se limita a señalar cómo debemos obrar
siempre. Un hombre actúa moralmente, según Kant, cuando
actúa por deber; el deber es “la necesidad de una acción por
respeto a la ley”. Kant distingue tres tipos de acciones:
contrarias al deber, conformes al deber, y acciones por
deber; sólo estas últimas poseen valor moral. La acción no
es un medio para conseguir un fin, sino que es un fin en sí
misma, algo que debe hacerse por sí. La exigencia de obrar moralmente se expresa en un
imperativo categórico, no hipotético: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo
tiempo que se torne en ley universal” (otras dos formulaciones del imperativo categórico son: “obra
de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de otro siempre como
un fin y no como un medio” y “obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible
reino de los fines”). El imperativo categórico tiene un carácter formal porque no establece ninguna
norma concreta de nuestras acciones. Las máximas son las normas por las que se rige un sujeto;
cualquier norma, cualquier máxima ha de ser tal que el sujeto pueda querer que se convierta en
norma para todos los hombres, en ley universal; por esto el imperativo categórico tiene carácter
universal.
Ni la virtud ni la felicidad están al alcance inmediato del hombre porque el hombre es un
ser limitado y dividido (ley – deseos). Por esto, la relación entre virtud y felicidad es problemática
porque la búsqueda de la felicidad no hace virtuoso al hombre, y la virtud no es suficiente garantía
de la felicidad. Estos planteamientos conducen a afirmar que la moral postula necesariamente la
inmortalidad del alma, la existencia de Dios y la libertad. El término “postulado” ha de entenderse
aquí en su sentido estricto, esto es, como algo que no es demostrable, pero que es supuesto
necesariamente como condición de la moral misma. En efecto, la exigencia de obrar por respeto a
la ley supone la libertad, la posibilidad de obrar venciendo las inclinaciones contrarias. La
inmortalidad del alma se argumenta así: la razón nos ordena aspirar a la virtud, a la concordancia
perfecta y total de nuestra voluntad con la ley moral. Dicha perfección es inalcanzable en una
existencia limitada; sólo es realizable en un proceso indefinido, infinito que, por tanto, exige una
duración ilimitada: la inmortalidad. Por lo que se refiere a la existencia de Dios, Kant afirma que la
disconformidad que encontramos en el mundo entre el ser y el deber ser exige la existencia de
Dios como realidad en quien ser y deber ser se identifican y en quien se da una unión perfecta de
virtud y felicidad.
En su ética parte del postulado de que la libertad es la condición para la acción moral
humana, pero la libertad personal tiene un límite: la libertad del otro. Ahora, Kant se plantea dos
problemas de especial relevancia en los siglos XVII y XVIII: la polémica (Hobbes/Rousseau) acerca
de la bondad o maldad de la naturaleza humana; y la naturaleza del poder y las formas de
gobierno. Ambos asuntos, junto con la reflexión sobre la filosofía de la historia son el objeto de la
última parte del sistema kantiano, que significa, además, la culminación del pensamiento de la
Ilustración.
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El opúsculo kantiano La paz perpetua supuso el paso de la ética individual a la social, a la
organización política, y ofrece por primera vez la idea de una sociedad internacional supraestatal
que garantice los fines de la sociedad humana. Kant parte de la afirmación de Hobbes de que la
paz es una conquista laboriosa de la voluntad consciente, pues el estado natural del hombre es la
lucha instintiva. El tránsito al estado de la sociedad civil, a la paz, se realiza mediante un pacto
originario (Rousseau); es decir, un imperativo de la razón, un deber de la misma naturaleza que el
imperativo categórico que rige en la moral. El paso siguiente es la asociación entre Estados: el
Estado coercitivo deriva hacia un Estado mundial que regula las relaciones internacionales. Sólo en
este marco puede cumplirse el deber ineludible de eliminar la guerra y lograr la paz perpetua. La
instauración permanente de la paz es el fin último del derecho dentro de los límites de la mera
razón, la culminación ilustrada del derecho natural. Las
condiciones previas para lograr dicha paz son: la buena fe, el
desarme progresivo y la no-intervención violenta de los
Estados unos contra otros. Las condiciones definitivas son
también tres, a saber: una constitución civil republicana y
representativa y con división de poderes; un federalismo de
Estados libres, hasta llegar al Estado mundial; y una
hospitalidad universal entendida como libre circulación de las
personas y los bienes.
La incertidumbre acerca del futuro humano es
resuelta por la utopía kantiana con la tesis de que la historia
lleva a la humanidad al Estado mundial como síntesis de la
especie humana, que es, a la vez, social y antisocial.
En cuanto a la fundamentación kantiana de la religión, podemos considerar dos momentos
esenciales: el reconocimiento del supremo bien como referido a una voluntad moralmente perfecta,
sana y todopoderosa; y la consideración de los deberes de la voluntad libre como mandatos de esa
perfecta voluntad, mandatos divinos, pero no arbitrarios ni contingentes. Tales mandatos siguen
siendo leyes de toda voluntad libre por sí misma, pero son preceptos en cuanto que sólo de una
voluntad moralmente perfecta podemos esperar el bien supremo, que nos hace felices. Se enlaza,
así, la felicidad con la moral, entendida ésta como la doctrina que nos indica cómo debemos llegar
a ser dignos de la felicidad. Sólo después, cuando la religión sobreviene, se presenta también la
esperanza de ser un día partícipes de la felicidad (“¿qué me cabe esperar?”). Fundada la religión
de este modo, Kant deriva dos consecuencias importantes: el rechazo de toda religión positiva y la
racionalización de la religión. Frente a la religión positiva, la teoría kantiana trata de fundar un
concepto de religión racional o moral. Dicha religión moral es la consideración estrictamente
filosófica de la religión, según los principios de la razón y los postulados y condiciones de su
realización que la razón misma exige; esto es, se trata de una religión dentro de los límites de la
mera razón. Ahora bien, esto no significa la negación de una religión revelada, cuya posibilidad
subsiste como algo que rebasa los límites de la razón, límites que denotan lo que está más allá de
ellos.
3. Contexto histórico, sociocultural y filosófico de su época
La vida de Kant (siglo XVIII) transcurre en Königsberg, capital de Prusia oriental, en la
época de la Ilustración, movimiento del que es el máximo representante. Como ya se ha dicho
anteriormente, fue educado en el pietismo (variedad del protestantismo, más tolerante, que
fomenta la experiencia religiosa individual) por lo que mantuvo siempre unos sólidos valores
morales. Durante toda su vida (muy metódica) se dedicó a la docencia y a la redacción de sus
obras. Sus ideales liberales e ilustrados le impulsaron a defender la Independencia Americana y la
Revolución Francesa, a profesar el progreso, la tolerancia y el cosmopolitismo, y a definir la
Ilustración como aquella actitud mental por la que el hombre adquiere autonomía y se decide “a
salir de su minoría de edad […] utilizando su razón sin ayuda de otro.” La Enciclopedia, que
defendía dichos principios, es la mejor expresión de los ideales ilustrados. Con la Ilustración,
culmina el movimiento de secularización característico de la Modernidad: la razón se libera de
cualquier tutela política o religiosa.
Todos los ilustrados compartieron el ideal de progreso: pensaban que los avances
educativos, científicos y tecnológicos harían posible una humanidad más justa e igualitaria. Así,
Kant proponía fundar una Sociedad de Naciones que acabara con la rivalidad entre los Estados.
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En Alemania, la Ilustración comienza con un cierto retraso y con una directa influencia de la
francesa. Ha de tenerse en cuenta, sin embargo, su peculiaridad, pues Alemania estaba dividida en
multitud de pequeños Estados con una estructura social casi feudal: la nobleza acaparaba el poder,
la burguesía no ocupaba puestos relevantes y el campesinado permanecía en un régimen próximo
a la servidumbre. Fundamentalmente es un movimiento impulsado desde el poder por Federico II,
quien, tras una serie de reformas económicas y militares situó a Prusia entre las principales
potencias europeas. En efecto, el “rey filósofo”, muy admirado por Kant-, en el proceso de
modernización de Prusia pretende introducir en la legislación las ideas de los ilustrados y reformar
la enseñanza, protegiendo, además, a intelectuales como La Mettrie y Voltaire, y fomentando la
cultura desde el poder. La confianza en la razón existente en la Ilustración no supone una
identificación con el racionalismo, sino que supera las diferencias entre este movimiento y el
empirismo. Es en este sentido en el que Kant no se pregunta por el origen del conocimiento, sino
por la capacidad de la razón para enfrentarse con el saber. Es una capacidad crítica, analítica,
autocrítica, secularizadora y libre, de aquí que la verdadera religión sea racional, el deísmo.
El carácter conservador de la sociedad alemana hizo que los ilustrados de este país
apenas se ocupasen de cuestiones sociales o políticas. Los denominados “filósofos populares”,
como Mendelssohn o Lessing, analizaron problemas educativos o estéticos, mientras que otros,
como el propio Kant, fueron profesores universitarios.
En el terreno científico, la física de Newton -adoptada por Kant
como modelo de conocimiento científico y riguroso-, culminaba la obra
de Copérnico, Kepler y Galileo, con una concepción de la ciencia
basada en la combinación de la experimentación y el cálculo
matemático. En este siglo, la ciencia avanzó de forma considerable.
En el ámbito religioso destacan tres corrientes: el
deísmo de Voltaire, que mantenía una religión natural válida para
todos los seres humanos y sin dogmas; el pietismo -en el que fue
educado Kant-, secta protestante fundada por Spener, que basaba la religión en la reflexión
personal y en la práctica de la virtud; y el ocultismo místico de teósofos como el sueco
Swedenborg, que significó el contrapunto a la filosofía de las luces.
El contexto filosófico en el que se va a desarrollar la filosofía kantiana, está
dominado por el enfrentamiento entre racionalistas y empiristas, que mantenían concepciones
diferentes del conocimiento humano: mientras que los racionalistas -representados por Wolffsustentaban todo el conocimiento en principios innatos procedentes de la razón, así como la
posibilidad de la metafísica como saber independiente de la experiencia a cerca del alma, del
mundo y de Dios; los empiristas apoyaban su explicación del conocimiento en los datos de la
experiencia, rechazando la metafísica como ciencia. Kant, educado en el racionalismo, pero
sensible a los argumentos del empirismo (la lectura de Hume le despertó del “sueño dogmático”),
sintetizará ambas corrientes en su filosofía trascendental.
Hay que destacar, finalmente, el movimiento prerromántico Sturm und Drang, representado
en filosofía por Hamann y Herder y en literatura por los jóvenes Schiller y Goethe, que, bajo la
influencia de la poesía de Klopstock, reivindicaba el poder de la pasión frente a la frialdad de la
razón abstracta.
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