CAPÍTULO CUATRO LA FÍSICA ESTOICA 1. ONTOLOGÍA Para los estoicos, la física es esa parte del discurso filosófico que trata de todas las cuestiones que se interesan por el mundo físico, de la ontología fundamental a las ciencias empíricas tales como la astronomía y la meteorología. La principal afirmación que sustenta toda la física estoica es la afirmación de que solamente existen los cuerpos, una afirmación que podemos encontrar incluso ya en Zenón mismo. Esto puede ser visto como un desafío directo a la afirmación platónica de que el mundo material que experimentamos es solamente una sombra de otro en donde se encuentra la existencia real. En efecto, hace eco a una posición atribuida a una de las posturas en la discusión sobre la naturaleza de la existencia en el Sofista de Platón (Brunschwig, 1988). En el Sofista Platón propone una crítica a una posición ontológica materialista (245 e249 d). En este texto no habla de una batalla entre gigantes y los dioses sobre si el ser pertenece solamente a los objetos físicos o si pertenece a las entidades no-físicas. Los gigantes materialistas insisten en que el ser es “lo mismo a un cuerpo”. Algo que no pueden tocar o presionar por medio de las manos, como se puede hacer con los cuerpos, entonces no existe en absoluto. De este modo deben negar la existencia a entidades no-corporales tales como alma, inteligencia, justicia y virtud. Para Platón estas conclusiones no solamente son difíciles de aceptar sino también falsas, porque ninguno niega seriamente la realidad de estas cosas. Esta posición extrema es moderada por Platón al sugerir que algunos materialistas no tan radicales afirman que el alma existe pero que a fin de existe debe ser una clase especial de cuerpo. Para Platón, será posible sacar a los materialistas, de cualquier clase que pueda ser, si puede obligarlos a admitir la existencia de algo que no sea un cuerpo (427 c). Tal admisión podría destruir la afirmación materialista de que solamente los cuerpos tienen el signo de la existencia real. Nótese que Platón asume explícitamente que para que algo sea algo absolutamente debe tener ser o existir (237 d). Ahora bien, con respecto a la inteligencia, la justicia y la virtud, los materialistas más moderados de Platón se encuentran ellos mismos en problemas, y han aceptado que quizá estas cosas pueden existir sin ser cuerpos. Entonces Platón extiende sobre esta concepción de existencia caracterizándola como una capacidad de actuar y padecer, y sugiere a los materialistas moderados que quizá sea este el verdadero signo de la existencia en vez de la corporeidad. Sin embargo, los materialistas de Platón parece que han rechazado esta caracterización (248 c). Volvamos ahora a los estoicos. Zenón siguió a los gigantes del Sofista insistiendo que el ser o la existencia debería identificarse con el cuerpo, a pesar de la concesión de los materialistas moderados a Platón. Reafirma que solamente existen los cuerpos. En vez de caer en la trampa platónica de ser obligados a aceptar que el alma, la justicia y la virtud no existen, se prepara para afirmar que todas estas cosas existen y que en 1 realidad son cuerpos. También acepta la caracterización platónica de la existencia como la capacidad de actuar y padecer, pero reservados solamente a los cuerpos, contra las intenciones de Platón. Finalmente, pone en cuestión el presupuesto platónico de que para que algo sea algo debe existir. Para Zenón, puede haber cosas reales que no son cuerpos, y no existen de acuerdo a su ontología materialista, pero son, sin embargo, reales en algún sentido, como veremos un poco más adelante. De este modo, para los estoicos si algo existe o tiene la capacidad de actuar o padecer entonces es un cuerpo (Cic., Acad., I, 39). Esto será verdadero para el alma, la justicia y la virtud o sabiduría, con mayor razón lo será para los objetos físicos tangibles tales como la madera y las piedras. De esta manera, Zenón hace frente al reto que Platón había dirigido a los materialistas, y rechaza el compromiso de los materialistas moderados de Platón y reafirma la postura materialista de los gigantes. A pesar de este inflexible materialismo, existen pocas entidades que no pueden ser concebidas como cuerpos y sin embargo los estoicos no quieren decir que no sean nada del todo. Un ejemplo podría ser el sentido o significado de una expresión, un expresable del que habíamos hablado en el capítulo anterior. Otro podría ser el vacío, que claramente no es un cuerpo pero que presumiblemente es algo en algún sentido si éste es un objeto del pensamiento. De hecho, los estoicos sugieren cuatro tipos de entidades que caen dentro esta categoría de “ser algo” (ti) aun no siendo cuerpos; vacío, tiempo, espacio y expresables (lecta). Como afirman que solamente los cuerpos existen, estas entidades son reales en algún sentido pero no se dice que existen. En cambio dicen que subsisten. La ontología estoica postula un género supremo de algo bajo el cual hay dos subdivisiones de cuerpos existentes o corporales y subsistentes incorporales (Alexander, in Top 301, 19-25): Corporales (somata) Existencia Algo (ti) Incorporales (asomata) Realidad Subsistencia Para los estoicos, entonces, existencia o ser no es el género ontológico más alto. Es posible, contrario a la suposición de Platón en el Sofista, que algo sea algo sin suponer que exista. Estos algo no-existente, los incorporales, no existen pero sin embargo son reales. Tenemos, pues, un género más alto que contiene todas las entidades reales, algunas de las cuales existen en cuerpos y algunos que no-existen (pero subsisten) son incorporales. 2 La idea de un cuerpo existente es bastante sencilla; hemos tocado anteriormente su definición y consideraremos posteriormente los cuerpos estoicos en la siguiente sección. ¿Qué significan para los estoicos los incorporales? Como hemos visto, hay cuatro clases de incorporales; vacío, tiempo, espacio y expresables. Los estoicos quieren ser capaces de decir que estos incorporales son reales, pero a fin de que sean un objeto de pensamiento deben al menos ser algo (Sexto, Adv., Math., I, 17), pero en la medida en que no son cuerpos, los estoicos no pueden decir que existen. En cambio, dicen que estos incorporales subsisten; son reales, pero son realidades no-existentes. Sin embargo, en ciertas circunstancias estos incorporales subsistentes se dice que no subsisten sino “pertenecen”; el momento presente es en algún sentido más real que momentos en el pasado o futuro, pero no es real como un objeto físico. Los críticos de los estoicos podrían argumentar que aquí esta incómoda categoría ontológica de incorporal, aparentemente contiene cuatro entidades sin relación, simplemente reflejo de su materialismo, que es incapaz de dar una explicación propia de estas cuatro tipos de entidades. De este modo, solamente los cuerpos existen, y estos cuatro incorporales subsisten. Vale la pena señalar lo que este esquema ontológico deja fuera. Deja fuera de manera significativa los universales en la forma de las ideas platónicas. Para los estoicos, tales ideas ni existen ni subsisten. Como la existencia y la subsistencia se presenta como siendo las dos categorías del algo, tales entidades son rechazadas como “no-algo” (Simplicius, in Cat., 105, 9-11), y las clasifica junto con las alucinaciones y fantasmas de la imaginación. Sin embargo, podría ser un error pensar en “no-algo” como otra categoría claramente definida dentro del esquema ontológico estoico. En cambio, siendo etiquetados “no-algo” precisamente significa que el tema en cuestión no tiene lugar en la ontología estoica, no encuentra lugar bajo el género supremo “algo” de los estoicos. De este modo los estoicos rechazan explícitamente los universales concebidos como las ideas platónicas. Todas las entidades que pertenecen al más alto género de algo deben ser algo particular; solamente existen los individuos particulares (Syrianus, in Meth., 104, 21). Por consiguiente frecuentemente han sido presentados como siendo los primeros nominalistas, y siendo igualmente los primeros en rechazar los conceptos universales. Pero presumiblemente los estoicos, como cualquiera otro, quisieran ser capaces de dar al menos un tipo de explicación de conceptos universales tales como el color rojo, una explicación lo que es este objeto rojo en particular y otro que comparte esta particularidad. Escritos recientes que aborda esta difícil cuestión han sugerido que ocurrió un importante giro entre Zenón y Crisipo en este punto (Caston: 1999); centraremos nuestra atención en los que sigue a continuación en las aportaciones de Crisipo, que estableció las bases para la siguiente ortodoxia estoica sobre el tema. Para Crisipo no existen entidades universales, si éstas se entienden como las formas sustanciales platónicas o en alguna otra manera. Frecuentemente somos llevados a pensar que existen tales entidades por la manera en que usamos el lenguaje, especialmente los nombres comunes tales como “hombre”. Así, cuando decimos “el 3 hombre es un animal racional” frecuentemente suponemos que debe haber un género “hombre” al que nos referimos. Crisipo intentó evitar este problema reformulando tales expresiones en un modo que dé lugar a que hagamos estas suposiciones. Así, en vez de decir “el hombre es un animal racional” debería en cambio decir “si algo es un hombre, entonces ese algo es un animal racional” (Sexto, ad., Math., 11, 8). Poniéndolo de esta manera nos permite indicar una propiedad común compartida por todo hombre particular sin suponer la existencia de una entidad genérica de “hombre”. En este contexto, Crisipo desarrolla el bien conocido argumento: “Ningún argumento” (Simplicio, in Cat., 105, 7-16; también DL VII, 187). El argumento se presenta de la siguiente manera: Si alguno está en Atenas, no está en Megara; “el hombre” está en Atenas; Por tanto, el “hombre” no está en Megara. La finalidad de este argumento es negar que el nombre genérico de “hombre” se refiera a algo. La hipótesis que está detrás del argumento es la afirmación de que “hombre” sea algo (o alguna cosa en el esquema estoico ontológico). El argumento se dirige principalmente a los platónicos. Un platónico aceptaría intuitivamente la primera premisa, y no tendría ninguna razón para discutir la segunda premisa. Sin embargo, no aceptaría la conclusión. A fin de evitar hacerlo debe rechazar la implícita suposición de que “el hombre” es algo (o alguna cosa). Si lo hace, entonces habrá caído en la trampa estoica y admitirá que las formas platónicas como “hombre” son “noalgo” (Caston 1999: 202-203). Presumiblemente Crisipo necesitaría dar su propia explicación del término “hombre”, incluso si no quiere admitir que existen universales sustanciales como las ideas platónicas o conceptos genéricos. Lo hará mediante la presentación de tales cosas como cualidades que se atribuyen a un número de existentes particulares. Las cualidades de alguna entidad física particular serán también físicas, y veremos cómo los estoicos explican esto en la siguiente sección. En efecto, una entidad particular tendrá tanto una “cualidad común” (koinôs poion) y una “cualidad particular” (idiôs poion). Por ejemplo, Sócrates tiene una “cualidad común” en tanto que es un ser humano, y esto es algo que comparte con todos los seres humanos. Teniendo una “cualidad común” es lo que hace a Sócrates un ser humanos en vez de un perro o un caballo. Per Sócrates también tiene una “cualidad particular” como Sócrates y ninguno tienen exactamente la misma cualidad particular de la misma manera. Por la primera consideración es lo que Sócrates comparte con otros seres humanos; por la segunda es lo hace a Sócrates único entre los demás seres humanos. Cuando hablamos del concepto de “ser humano” o “hombre” de lo que estamos hablando es en realidad una construcción mental que tiene como fin describir una cierta cualidad física de un ser con “una cualidad común” que existe en un número diferente de individuos particulares (DL VII, 61). 4 2. LOS PRINCIPIOS Habiendo considerado la división de la ontología estoica entre lo corporal e incorporal, pasaremos ahora a considerar lo corporal más detalladamente. Como hemos visto, solamente los cuerpos se dice que existen. La definición central de Zenón sobre el cuerpo es que es algo que puede actuar o padecer. Los estoicos proponen dos principios (archai) materiales como fundamento para su física, dos principios que son presentados, en las diferentes fragmentos que han sobrevivido, haciendo uso de una variedad de términos. Son los que actúan (to poioun) y sobre los que se actúa (padecen: to paschon), o podemos decir activo o pasivo; son dios y la materia (DL VII, 134). El origen de esta teoría es sin duda algo complejo pero recientes investigaciones indican que tiene un paralelo con la física de la primera academia (Cfr., Cicerón, Acad., I, 24-29; Sedley, 2002) y Zenón pudo haber encontrado algunos elementos de inspiración ahí durante su época de estudio en la academia con Polemón. Otro precursor frecuentemente citado es Heráclito (Cicerón, ND, 3.35). La primera formulación de esta teoría parece haber identificado el principio activo con el fuego. La versión posterior de la teoría, asociada a Crisipo, reemplaza el fuego por el concepto de “respiración” o pneuma, posiblemente reflejando cada vez más la importancia que este concepto fue adquiriendo en la ciencia del momento, la biología. Estas dos caracterizaciones no están relacionadas, en la medida en que la respiración o pneuma entendida como principio de la vida en el ser vivo, fue pensado que estaba en íntima relación con lo cálido o el calor. Es importante, para entender la física estoica, determinar la naturaleza de la relación entre estos dos principios. Hemos ya visto que la definición de cuerpo es algo que puede actuar o padecer. Todo lo que puede actuar o padecer no puede ser incorporal (Cicerón, Acad., I, 39). Esto implica que estos dos principios serán cuerpos, uno que actúa, el otro que padece. Sin embargo, un número de fuentes antiguas (Calcidius, in Tim., 293) e intérpretes modernos (Lapidge 1973; Todd 1978) sugieren que los estoicos proponen un monismo estricto, es decir, una concepción de una realidad material individual unificada. Si esto es así, entonces la distinción entre los dos principios es quizá algo meramente abstracta o conceptual, y por tanto algo menos importante de lo que a primera vista pudiera parecer. ¿Por qué los estoicos quisieran hacer tal distinción abstracta, especialmente si están interesados a hacer valer su monismo estricto? Una posible respuesta sería esta: los estoicos intentan dar una explicación del mundo material sin hacer referencia a algo fuera de la naturaleza a fin de explicar su movimiento o desarrollo. En otras palabras, no intentan concebir el mundo material como siendo puramente inerte y pasivo, porque entonces tendrían necesidad para dar una explicación de su actividad hacer referencia a otra entidad sobrenatural. Recurriendo a esta distinción conceptual fueron capaces de decir que el cosmos material es activo y pasivo al mismo tiempo, actuando sobre él mismo. 5 Esto puede en cierta manera explicar el motivo de la distinción, pero aún nos queda la cuestión. ¿Son los dos principios cuerpos en una mezcla total, o son dos aspectos de un cuerpo simplemente unificado? Desafortunadamente las fuentes antiguas no son completamente consistentes sobre este punto, en parte porque algunas de éstas son hostiles a la postura del estoicismo. Sin embargo, un pasaje clave en Diógenes Laercio (VII, 134) contiene una variante textual discutida: se podría interpretar diciendo que los dos principios son cuerpos, o que son incorporales. Suponemos, en primer lugar, que ambos principios deben ser corporales porque solamente los cuerpos pueden actuar y padecer. Pero tal vez deberíamos interpretarlo diciendo que como cuerpos pueden tanto actuar como padecer, mientras que cada uno de los principios tienen uno solo de esos atributos, y que por tanto en sí mismo no pueden ser cuerpos (Brunschwig, 2003, sin embargo, propone que podría interpretarse como actúa o padece). Pero parecería extraño decir que los principios son incorporales, y hemos visto ya una aparente lista exhaustiva de elementos que son incorporales para el pensamiento estoico –tiempo, vacío, espacio, expresable- en la que no aparecen los principios. Sin embargo, si aceptamos la afirmación de que los principios son una clase de distinción conceptual entre dos aspectos de un cuerpo material unificado, entonces serán conceptos y como tales serán un ejemplo de expresables o lekta. Como lekta, serán incorporales. Esto no significa de ninguna manera que el cosmos material está compuesto de dos incorporales, lo que sería absurdo, sino más bien que la división del cosmos material unificado en estos dos principios es solamente una división mental abstracta que tiene el estatus ontológico de ser solamente un pensamiento o una enunciación. De acuerdo a lo anterior los principios no son dos entidades independientes que podrían, en teoría, estar separadas una de otra; más bien son descripciones verbales de diferentes características de una entidad particular. Consideremos ahora brevemente una hipótesis alternativa. Supongamos que estos dos principios son dos entidades materiales distintas mezcladas conjuntamente. Un número de fuentes describe el cosmos como una materia mezclada con el principio activo o pneuma (Aetius, I, 7.33). ¿Cómo se debería entender esta idea? La propia teoría estoica de la mezcla es importante en este caso. Esta teoría propone que las dos entidades materiales pueden estar mezcladas en tres diferentes modos (Alex., Mixt., 216, 14-217, 2). La primera de estas es la yuxtaposición, en la que los granos de dos entidades se encuentran mezclados pero permaneciendo distintas una de otra, como en el caso de la sal y el azúcar mezclados juntos en un tazón. La segunda es la fusión, por la que una nueva entidad es creada de las dos entidades, las cuales cesan de existir independientemente, como cuando usamos una cantidad de ingredientes cuando cocinamos. La tercera los estoicos la llaman “mezcla total”, por la que dos entidades son mezcladas juntas hasta el punto que cada parte de la mezcla contiene ambas entidades originales, a pesar de que cada una de las entidades originales mantiene sus propiedades distintivas propias y pueden en teoría ser extraídas de la mezcla. Por ejemplo, se nos dice que si uno mezcla vino y agua en un vaso es posible extraer el vino de la mezcla usando una esponja empapada de aceite –y esto fue sustentado por medio de un experimento (Stob., I, 155, 8-11; Sorabji, 2004: 298-9). 6 Aunque el vino y el agua estén completamente mezclados, en un modo en que los granos de sal y azúcar no lo están, sin embargo es posible separar los dos líquidos. Una ligera consecuencia paradójica de esta teoría de la mezcla total que los estoicos parecen haber aceptado fue la idea de que si uno añade una sola gota de vino en el mar entonces esta gota particular de vino se habría mezclado en cada una de las partes del mar, de hecho extendiéndose a sí misma sobre una amplia área (DL VII, 151). Los estoicos describen esta tercera clase de mezcla como un proceso en que las dos entidades originales se destruyen y una tercera entidad, la mezcla, se crea. Sin embargo, esta nueva entidad contiene dentro de sí las cualidades de cada una de las entidades originales, y de este modo es posible extraer las entidades originales de la mezcla (como no es posible en el caso de la fusión, la segunda clase de mezcla). ¿Cuál es el interés de esto en cuanto a la relación entre los dos principios? Si el cosmos fuese entendido como una mezcla total de los dos principios entonces a la luz de esta teoría los principios ya no existirían como entidades separadas. Volveríamos a una visión monista material del cosmos. Parece, entonces, que incluso si insistimos en la independencia física de los dos principios deberíamos terminar con una concepción monista del cosmos a la luz de la teoría estoica de la mezcla total. En efecto, parece probable que la teoría de la mezcla total fue propuesta precisamente para mostrar cómo podría ser posible que los dos principios materiales estén en una mezcla total para ofrecer una explicación a la afirmación intuitiva de los estoicos de que dos cuerpos, materia y dios, pueden al mismo tiempo estar en el mismo lugar a la vez. En resumen, podemos decir que el cosmos estoico es una entidad material que no tiene un principio mezclado todo el tiempo sino más bien uno en sí mismo simplemente activo. Respiración o pneuma no es una clase de materia especial distinta de la mezclada con la materia pasiva; más aún el mundo material tiene en sí mismo cualidades pneumáticas. Aunque podemos ser capaces de distinguir entre los dos principios por medio de pensamiento, en realidad son solamente aspectos de un cosmos material particularmente unificado. Tomado en estos términos, tenemos una distinción que suena muy cercano al análisis aristotélico del objeto material en materia y forma (Met., 7, 7-9). Pero también hay importantes diferencias, no menos que el pneuma estoico es en sí mismo en algún sentido material en sentido que no lo es para Aristóteles. Sin embargo, aunque el cosmos pues ser una entidad material unificada, se concibe como una mezcla total de dos distintos componentes que, como el vino y el agua, puede ser separados uno de otro en algún momento en el futuro. En efecto, como veremos un poco más adelante, los estoicos de hecho piensan que tal separación tiene lugar en los momentos periódicos de la conflagración. Esta es una teoría compleja y potencialmente confusa. Se atrajo un número importante de ataques hostiles en la antigüedad. Como muchos de sus predecesores, los estoicos realizan el análisis tradicional del mundo físico en los cuatro elementos que lo componen: tierra, agua, aire y fuego. Pero su teoría de los cuatro principios parece postular el pneuma como un quinto elemento en mezcla con los otro cuatro (Alex., Mixt., 225, 3-10). La primera identificación del principio activo con el fuego posteriormente fue causa de mucha confusión; ¿Es este fuego concebido como uno de 7 los cuatro elementos tradicionales o es algún otro fuego artesano (creador) mezclado con la materia compuesta de los cuatro elementos? Volveremos a esta cuestión un poco más tarde. Otras fuentes dividen los cuatro elementos entre los dos principios, siendo el pneuma identificado con fuego y aire, constituyen la materia el agua y la tierra. Sin duda alguna la teoría física estoica fue desarrollada por los diferentes dirigentes de la escuela estoica antigua, y sin duda alguna nuestras fuentes doxográficas no siempre distinguen cuidadosamente entre afirmaciones que pertenecen a sus diferentes etapas de desarrollo. 3. DIOS Y NATURALEZA Es posible dar dos interpretaciones muy diferentes de la física estoica. Una interpretación podría centrarse en el rol del pneuma como fuerza que, en varios grados de tensión, forma los objetos materiales de la naturaleza. Los estoicos delinean tres condiciones principales del pneuma, cada una de las cuales refleja un diferente nivel de tensión (tonos). El primero es “cohesión” (hexis), y es la fuerza que da unidad a los objetos físicos; es la fuerza que mantiene unidos a la piedra, por ejemplo. El segundo es la naturaleza (phusis), y es la fuerza en virtud de la cual algo se puede decir que está vivo. Es el pneuma como la phusis que constituye el principio de vida en el organismo biológico tales como las plantas. El tercero es el alma (psuchê), y esta forma de pneuma constituye el principio de la vida animal que tiene el poder de percepción (impresión), movimiento (impulsos) y reproducción (Filón, Legum Allegoriarum, 2, 22-23). La diferencia entre estos tres tipos de entidad natural es simplemente una diferencia en el nivel de tensión en su pneuma. Esto ha sido caracterizado como una diferencia en la organización. Se sostienen en algo común, la diferencia entre ellos está en el grado de tensión y no en la clase o tipo de ser. Podríamos pues imaginar una explicación evolutiva del desarrolla de la vida y la más alta forma de vida en términos puramente de una complejidad cada vez más grande dentro de la naturaleza. Es posible de este modo hacer que la física estoica suene completamente a un pensamiento los naturalista moderno (Sambursky, 1959). Y tal interpretación parecería perfectamente razonable dado que, como hemos visto, los estoicos son firmemente materialistas. Alternativamente se podría interpretar a los estoicos como filósofos profundamente religiosos, como panteístas que conciben a dios como una fuerza providencial gobernante en la naturaleza, eco del rol jugado por el demiurgo en el Timeo de Platón. Tal interpretación tiene abundantes sustento en textos antiguos, tal como la discusión de la teología estoica en el De Natura deorum de Cicerón y en el Himno a Zeus de Cleántes. He aquí un fragmento del Himno de Zeus a fin de presentar un rasgo de este aspecto del estoicismo: “¡Oh el más notable de los inmortales, el de los muchos nombre, siempre omnipotente Zeus, guía de la naturaleza, que gobiernas todas las cosas con la ley te saludo! Es un deber para todos los mortales dirigirse a Ti. De Ti, en efecto, somos estirpe, teniendo por suerte una imagen de Dios, los únicos entre los mortales que viven y se mueren sobre la tierra”. 8 Este tipo de sentimientos están aparentemente en un mundo muy diferente a la explicación naturalista de la física estoica. Para nosotros, existe una fuerte tendencia a querer distinguir puntualmente entre la consideración filosófica o científica por una parte y la religiosa por otra. Esta tendencia moderna en Occidente ha sido frecuentemente indicada como un obstáculo, cuando, por ejemplo, los intérpretes occidentales intentan acercarse a la filosofía orientan en la que tal división no se aplica con todo derecho. Pero no estamos en esta tipo de situación con los estoicos, que se encuadran dentro de la tradición intelectual de occidente. La concepción estoica del dios estoico es claramente una concepción filosófica, una noción sustentada en argumentos (los cuales nos son trasmitidos por Cicerón en el DND) y no producto de un mito, superstición o fe. Sin embargo, permanecen en tales interpretaciones algunas tensiones entre ambas como hemos mencionado. La diferencia entre ambas interpretaciones es que una está interesada precisamente en el modo en cómo conciben los estoicos la noción de dios. La interpretación naturalista no quisiera atribuir algún fin consciente al pneuma material que mantiene unidas las piedras y las rocas. La interpretación religiosa, en cambio, quisiera afirmar que la conciencia providencial de dios ordena el cosmos. ¿De este modo, pues, es el dios estoico un ser consciente que ordena el cosmos, o la palabra dios es solamente un título tradicional que ha sido mantenido por un proceso físico inconsciente que ordena y forma la naturaleza? Antes de acercarnos directamente a esta cuestión hay algunos puntos que deberíamos tener en mente. El primero es que, no importa cómo hemos entendido la relación entre los dos principios, el dios estoico es mucho más en la naturaleza. Es muy fácil que pensemos de dios como un creador externo de la naturaleza, una fuerza externa que forma la naturaleza. Pero para los estoicos dios simplemente es naturaleza. Mientras que los primeros padres de la Iglesia y los intérpretes cristianos modernos del estoicismo frecuentemente acentúan con sutileza la diferencia entre dios y la naturaleza a la luz de la enseñanza cristiana (y acentuando de este modo la distinción entre los dos principios), numerosas fuentes antiguas indican que los estoicos no sentían ninguna dificultad en identificar a dios con la naturaleza, incluso si esta afirmación puede algunas veces ser calificada para decir que dios es la fuerza activa dentro de la naturaleza. Para los estoicos, el cosmos es un ser vivo (DL VII, 142). De este modo nuestra cuestión es más bien si el cosmos como ser vivo es un ser consciente o no. Deberíamos tener en mente que algunos críticos antiguos tomaron la identificación estoica de dios y naturaleza ser una maniobra destinada a continuar usando el título de dios aun cuando su filosofía naturalista no tenía necesidad de ello. Como Plotino indica, “ellos [los estoicos] introducen a dios por decoro y, por otra parte, su dios recibe su ser de la materia y es compuesto y posterior, mejor dicho, es la materia en cierto estado” (VI, 1, 27.5). Semejantes críticas fueron posteriormente lanzadas contra la identificación de dios y naturaleza hecha por Spinoza, porque cualquiera que use la palabra dios podría simplemente reemplazarla con la de naturaleza y así dios no tardará es ser simplemente una fuerza explicativa. Spinoza fue criticado por sus primeros intérpretes como siendo un ateo que afirma el nombre de 9 dios como siendo meramente una apariencia, precisamente como Plotino había criticado a los estoicos por haber hecho exactamente lo mismo. Con estas ideas en mente, volvamos a nuestra cuestión: ¿el dios estoico, identificado con la naturaleza como siendo un ser vivo, es consciente o no? Cicerón nos informa que Zenón nos ofrece el siguiente argumento para sustentar la afirmación de que el cosmos como un toda tiene en realidad conciencia: “Estos extensos argumentos nuestros pueden ser resumidos por Zenón con el siguiente: ‘que cualquiera que hace uso de la razón es mejor que aquel que no lo hace. Ahora bien nada es superior al cosmos; por tanto el cosmos hace uso de la razón’. Por un argumento semejante puede establecerse que el cosmos es sabio, santo y eterno, porque todo el que encarna estos atributos es superior a los que no los tienen, y nada es superior al cosmos” (ND, 2, 21). De este modo Zenón sostiene que el cosmos como un todo debe ser consciente, porque somos conscientes y el cosmos, siendo superior a nosotros, no carecerá de este atributo. En efecto, Cicerón cita otro argumento semejante: “Nada que carece de sensación pueden contener algún proceso de sensación. Ahora bien alguna parte del cosmos posee sensación; por tanto el cosmos no carece de sensación” (ND 2. 22). Naturalmente, hay una diferencia importante entre decir que el cosmos posee o contiene un proceso de sensación y decir que el cosmos es en sí mismo un ser vivo sensible. El cosmos puede poseer sensación simplemente en virtud del hecho de que alguna de sus partes –nosotros- posee sensación. Pero parece que no es el punto que Zenón intenta indicar. En vez la afirmación es que si nosotros tenemos sensación entonces el cosmos en sí mismo también debe tener sensación. Podemos tomar esto como argumento contra la existencia de una propiedad emergente; un cosmos inconsciente no puede dar lugar a un ser consciente, así que si existen seres conscientes en el cosmos entonces la conciencia debe ser atribuida también al cosmos mismo. Diógenes Laercio nos proporciona evidencia de posterior de esta afirmación de que los estoicos sostienen que el cosmos es un todo consciente: “La doctrina de que el cosmos es un ser vivo, racional, animado e inteligente, es tratado por Crisipo en sus tratado Sobre la Providencia, por Apolodoro en su Física y por Posidonio. Es una entidad vida en el sentido de ser una sustancia animada dotada de sensación; porque el animal es mejor que el no-animal, y nada es mejor que el cosmos, por tanto el cosmos es un ser vivo” (DL VII, 142-143). Sin embargo, Diógenes también nos informa que algunos estoicos rechazan esta afirmación. En particular Boethus de Sidón nos dice que había negado que el cosmos fuese un ser animado (DL VII, 143). Cuando se discutieron estas cuestiones en el siglo XVII, Rudolf Cudworth llegó a la conclusión de que mientras los primeros estoicos, tales como Zenón, era claramente teístas, los estoicos posteriores, como Boethus, eran de hecho ateos porque estaban convencidos de que el cosmos era un ser vivo su noción de dios era solamente un proceso vegetativo en la naturaleza, carente de todo conciencia. 10 En respuesta a nuestra cuestión, pues, parece claro que, con excepción de Boethus y quizá algunos otros, la posición ortodoxa de los estoicos fue que dios en realidad era consciente (Podríamos vacilar antes de usar el término conciencia aquí; lo usamos tal como lo definen DL “racional, animado e inteligente”). En términos de la división que sugerimos entre una interpretación naturalista y religiosa de la física estoica puede parecer que favorecemos la interpretación religiosa. Sin embargo también hemos visto que este dios consciente no debería ser concebido como una deidad personal externa a la naturaleza. Más bien, este dios consciente en la naturaleza se entiende como un ser vivo. Así, mucho del lenguaje de Cleantes que nos recuerda la personificación de Zeus ciertamente es un gran equívoco. Lo mismo se podría decir en referencia al dios personificado de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. La dicotomía entre un naturalismo reductivo y el teísmo es una cosa aparte cuando nos afrontamos la física estoica. Los estoicos son estrictamente hablando naturalistas en cuanto quieren dar una explicación del movimiento y el orden del cosmos lo cual no depende de una entidad que se encuentra fuera del cosmos. La versión de un materialismo que concibe la materia como algo pasivo o inerte necesita dar una explicación del movimiento de la materia y admitir forzadamente la existencia o de una causa trascendente del movimiento o una primera causa que ponga a las cosas en movimiento. La gran virtud de la versión materialista del estoicismo es que no necesita referirse a algo externo a la naturaleza a fin de explicar el movimiento y orden de la naturaleza. Mientras continúan siendo materialistas, conciben la naturaleza como un ser vivo que se organiza y gobierna a sí mismo. Su cosmología ha sido descrita como una cosmobiología (Hahm 1977: 136). Esta antigua teoría se refleja en una discusión moderna de la naturaleza, o “Gaya”, como un sistema biológico autogobernable. Mientras los estoicos van más allá al decir que la naturaleza, entendida como un organismo vivo, es también consciente. Por eso es que el cosmos siendo consciente se puede llamar dios. Pero se puede igualmente al lado de Plotino y aquellos críticos de Spinoza decir que en cierta medida es simplemente proponer la etiqueta dios como mera apariencia. 4. COSMOLOGIA Para los estoicos, pues, el cosmos es un ser vivo, y su cosmología es también una cosmobiología. Este cosmos vivo es concebido como una ser esférico, rodeado por un vacío infinito (DL VII, 140). El escritor estoico Cleómedes ofrece una serie de argumentos en favor de la afirmación de que la tierra es esférica y está al centro del cosmos esférico (Cael., I, 5). También nos informa sobre lo es la más importante discusión sobre el vacío extra-cósmico que rodea el cosmos (Cael., I, 1). El vacío, como se ha visto, es uno de los cuatro incorporales. ¿Pero por qué los estoicos sienten la necesidad de postular este vacío incorporal extra-cósmico? Podrían haber simplemente entendido el cosmos como una entidad finita, precisamente como lo había hecho Aristóteles en su Física. Pero la afirmación de que el cosmos tiene un fin fue atacada muy notablemente por el filósofo pitagórico Arquitas, que investigó que podría suceder si alguno estando en los límites de este cosmos infinito sacara su mano (Simplicius, in Phys., 467, 26-35). El estoicismo también tomó este tipo objeción acerca del afuera del límite del cosmos, como nos refiere Simplicio: “Los estoicos, sin 11 embargo, afirmaron la existencia del vacío fuera del cosmos, y establecieron esto a través de la siguiente suposición. Supongamos, dicen, que alguno estando en el extremo de la esfera de las estrellas fijas extiende su mando hacia afuera. Si la extiende, infieren que hay algo fuera del cosmos en la que la pueden extender; pero si no la pueden extender, habrá algo fuera de tal modo que impide la extensión de su mano”. A fin de superar esta paradoja inherente en la idea de que el cosmos tiene un límite, los estoicos proponen un cosmos finito rodeado de un vacío extra-cósmico. Su cosmos, como el de Aristóteles, es limitado en extensión, pero postulando un vacío más allá del cosmos eliminan de este modo la objeción de Arquitas. Este vacío extra-cósmico será infinito, porque si fuera finito se podría simplemente enfrentar con la misma objeción cuando alcance su límite. Para Aristóteles, la noción de un cuerpo infinito existente actualmente de una vez por todas, en oposición a un proceso infinito que nunca termina, es absurdo. Para los estoicos el vacío infinito no es un cuerpo; es incorporal (Cleom., Cael., I, 1, 104-11). Los estoicos tuvieron además una razón para postular este vacío extra-cósmico. Afirman que un cierto momento el cosmos completo se disolverá completamente en el fuego. Precisamente como la misma cantidad de agua tiene más espacio como vapor de agua que cuando se vuelve agua líquida, así los estoicos sostienen que en este momento de total conflagración la materia del cosmos como puramente fuego requerirá más espacio que el que tiene en su estado normal (Cleom., Cael., I, 1, 43-54). Por tanto, necesitan ser capaces de explicar esta expansión periódica del tamaño del cosmos, y el vació extra-cósmico se les presentó como siendo la mejor explicación de este fenómeno. A fin de explicar el vacío extra-cósmico, los estoicos proporcionan una distinción entre “totalidad” (holon) y “Todo” (pan) referidos tanto al cosmos como al vacío que envuelve lo envuelve. La totalidad es finita, y el todo es infinito (Sexto, Ad., Math., IX, 332). De este modo, el cosmos mismo es un ser vivo finito en extensión, un continuum esférico de materia mantenido unido por la respiración o pneuma que lo penetra. Este pneuma se identifica con dios y la razón. Esto es mucho más que decir que es una fuerza magnética o gravitacional. Es un principio consciente y racional de organización. Es el alma del cosmos, análogo al alma al alma de otros seres vivos. Como otros seres vivos, el cosmos tiene una vida limitada en extensión. Precisamente hemos visto que los estoicos sostienen que en un cierto momento la totalidad del cosmos se disolvería en el fuego. Es el momento de la conflagración cósmica (ekupôris). La explicación de los estoicos sobre el nacimiento y destrucción del cosmos es compleja. Enfrentaremos muchos de los problemas que hemos ya encontrado cuando discutamos la teoría de los dos principios. También la teoría habría podido desarrollarse durante el cuso del primer estoicismo, y las fuentes doxográficas pudieran estar en conflicto en cuando a los detalles de las diferentes versiones. 12 Diógenes Laercio refiere que cuando el cosmos se origina la sustancia se transforma de su estado inicial de fuego a aire, luego en agua y finalmente en tierra (DL VII, 142). Ahora bien, debemos asumir que la parte del fuego inicial se transforma en aire, y la parte que se transforma en agua, etc., debe terminar con la mezcla total de los cuatro elementos. Y de esta mezcla de los cuatro elementos la amplia variedad de formas minerales, vegetales y animales que vienen a la existencia. Esto puede sugerir que en el momento del origen de cosmos está constituido solamente por el fuego como elemento. Sin embargo, otra explicación de la conflagración supone que en el momento del origen y destrucción del cosmos que éste está constituido únicamente por la razón divina, es decir, por el pneuma. El principio activo de pneuma es claramente muy diferente del elemento fuego, que es solamente una parte del principio pasivo. Pero si volvemos a Diógenes Laercio veremos que sugiere que, a fin de tener todos los cuatro elementos, el fuego también habrá de ser generado: “La formación del cosmos acontece cuando por medio de la sustancia del fuego se transforma en aire por la humedad, y luego la parte sólida se condensa y se convierte en tierra y la parte sutil se transforma en aire y, volviéndose cada vez más sutil, se transforma en fuego. Entonces por la mezcla de todos estos se hacen las plantas y animales […]” (DL VII, 142). Podemos esquematizar el proceso de la siguiente manera: fuego aire humedad (agua) La parte pesada tierra La parte ligera fuego A fin de que el cosmos desarrolle toda su multiplicidad de formas, se requieren todos los cuatro elementos. Sin embargo, si el fuego del cual todos los otros elementos tienen su origen es el fuego como elemento, entonces ¿para qué necesitamos esta etapa final en la que la parte ligera de la humedad por la rarefacción se convierte en fuego? Una posible respuesta esta cuestión sería que el fuego inicial no es el fuego elemental, sino más bien alguna otra forma del fuego, que sería identificable a dios, y descrito más tarde como pneuma. En efecto, Aëtius (I, 7, 33) nos dice que los estoicos describen a dios como una fuego creador (pur technikon) y sugiere que es lo mismo que pneuma que penetra el cosmos. Es necesario, entonces, ofrecer una distinción entre el fuego artesano del cual tiene origen el cosmos y el fuego como elemento, que se encuentra al lado de los cuatro elementos de aire, agua y tierra. Stobeo, presentado a Arius Didymus, confirma esta distinción: “Hay dos clases de fuego: uno es destructivo y convierte todas las cosas en sí mismo; el otro es creativo, causa de crecimiento y preservación” (Stob., I, 213, 1719). El cosmos tiene su origen en este fuego creativo, y se resuelve al volver a este fuego creativo al final de su ciclo vital, el momento de la conflagración. En ese momento, el cosmos es fuego puro, es decir, puro pneuma. El animal cósmico será pura alma, sin cuerpo (Plutarco, St., Rep., 1053 b). Esto implica que en ese momento de la conflagración el cosmos será un principio puramente activo, el principio pasivo se 13 habría convertido en algún sentido en principio activo, y esperando la conversión de nuevo. No es claro cómo el pensamiento estoico pudiera justificar esta afirmación. Luego de la conflagración el cosmos renacerá. Entonces pasa a través de otro ciclo de vida, culminando en otra conflagración. Este proceso continua en una serie de ciclos sin fin. La vida del cosmos en cada ciclo es idéntica a su predecesor. El cosmos, gobernado por la razón, tiene la mejor organización posible, y como solamente existe una sola posible mejor organización, y esta se repite en cada uno de los ciclos. Así, hay una eterna recurrencia de los mismos eventos. En vez de concebirlo como una serie interminable de ciclos, uno puede en cambio concebirlo como un ciclo singular, repetido indefinidamente. Algunos de los estoicos posteriores, en particular Boethus de Sidón y Panecio, rechazan la doctrina de la conflagración y en cambio sostienen que el cosmos era indestructible y existiendo eternamente (DL VII, 142). 5. EL DESTINO Y LA PROVIDENCIA Hemos visto ya una cierta tensión en el modo en que se puede presentar la física y la teología estoica. Por una parte podemos presentar a los estoicos como siendo ampliamente materialistas, por otro lado podemos presentarlos como siendo profundamente panteístas en sentido religioso. Esta tensión se extiende a la discusión estoica del destino y la providencia. Por un lado, los estoicos qua naturalistas perfilan una teoría de un determinismo causal muy rígido, pero por otra parte, qua religiosos panteístas, sostienen una doctrina de la divina providencia. ¿Hasta qué punto es posible reconciliar estas dos ideas? A fin de responder a esta cuestión deberíamos considerar la definición estoica del destino. Para los estoicos, destino (heirmarmenê) simplemente es una cadena continua de causas, un orden ineludible y conexión entre los eventos (DL VII, 149; Aetius, 128.4). A primera vista esto sugiere al menos una concepción mecánica del cosmos que funciona como un mecanismo de reloj en donde cada evento sigue sin problemas a su predecesor. A diferencia del cosmos epicúreo, este cosmos estoicos mecanicista que no admite ningún azar o casualidad, y de este modo ningún milagro y ningún acto de libertad. Todo aquello que parece que sucede por casualidad o fortuna está simplemente determinado por una causa que escapa a nuestra atención (Aetius, I, 29.7). Sin embargo, al lado de esta teoría del destino los estoicos también sostienen una doctrina de la providencia divina. Dios, que penetra enteramente el cosmos, forma el cosmos en un todo armonioso y ordena los eventos de una manera providencial. El cosmos es “administrado por la razón y la providencia” (DL VII, 138). La tensión percibida entre estas dos afirmaciones, que interesó más a los primeros modernos admiradores del estoicismo, creo el siguiente problema. ¿Si el destino no admite ninguna excepción, entonces la providencia de Dios se restringe o se limita por el orden necesario de las causas? ¿La providencia estoica está sometida al orden de causas que constituyen el destino? ¿O bien es la providencia en sí misma la que determina el orden de causas que constituye el destino? ¿Si este es el caso, cómo 14 puede el destino ser un orden necesario de causas si la providencia es el producto de la voluntad de dios? Algunos de estas cuestiones reflejan el problema inherente al intentar reconciliar la teoría estoica del destino con la concepción cristiana de dios. El problema, sin embargo, es que muchas de nuestras fuentes materiales del estoicismo antiguo sobre el tema se derivan de autores neoplatónicos o cristianos, alguno de los cuales ya está pensando en dios en términos no-estoicos. Para complicar el asunto más, la evidencia que tenemos atribuye explícitamente opiniones a los primeros estoicos sugiere que pudiera haber existido algún desacuerdo sobre este tema. A pesar de estas dificultades, comencemos con un pasaje del cristiano neoplatónico Calcidius. Según este, Crisipo (aunque aparentemente no Cleantes) argumenta que el destino y la providencia de hecho son una y la misma cosa: “Porque la providencia será la voluntad de dios; y además su voluntad será la serie de causas. En virtud de ser su voluntad es providencia. En virtud de que también es la serie de causas recibe adicionalmente el nombre de destino. Por tanto, todo lo que acontece según el destino es también un producto de la providencia, e igualmente así como todo es de acuerdo con la providencia es producto del destino. Esta es la opinión de Crisipo” (In Tim., 144). El orden necesario de causas y la voluntad de dios son una y misma cosa. Otras fuentes identifican el orden de causas no con la voluntad de dios sino con dios mismo: “La naturaleza común y la razón común de la naturaleza son destino, providencia y Zeus” (Plutarco, St., Rep., 1050 a-b). ¿Esta identificación es completamente satisfactoria? Para algunos autores cristianos posteriores esto lo no es porque hace que la voluntad de dios entre en un orden necesario de causas, lo que implica que dios no habría actuado de otro modo como lo hizo. En otras palabras, la identificación de destino y providencia niega la libertad de la voluntad de dios. Para otros cristianos, sin embargo, esto no requiere que se ponga mucha atención. Porque si dios es el supremo bien y la suprema racionalidad, entonces existirá solamente un curso de acción, es decir el mejor y más racional curso de acción. Dios podría no actuar de otro modo como lo hizo, pero que no lo quiere. Es presumiblemente en este sentido que los estoicos piensan que el destino y la providencia se podrían reconciliar. Hay una fuerza y orden inalterable de causas que llamamos destinos; pero este orden necesario es arreglado providencialmente por dios del mejor modo posible. La afirmación que es “el mejor de los mundos posibles” fue famosamente parodiada por Voltaire en Cándido y refutada diariamente por una variedad de aparentes vicios y eventos violentos, producto tanto de los seres humanos como de la naturaleza. Hay un buen número de maneras en que los estoicos intentaron responder al escepticismo sobre esta afirmación. Dios podría argumentar que dios en tanto qua principio activo del cosmos lo ordena según sus mejore intereses y no según los intereses de algún ser humano particular, si siquiera el ser humano como especie. Aunque eventos no podrían siempre producirse en el modo en que preferiríamos, sin embargo el modo en que ellos se realizan es de hecho el mejor de los modos posibles, y nos daríamos cuenta de esto si adoptáramos una perspectiva cósmica. Otro modo de responder sería argumentar que los eventos aparentemente desagradables que algunas veces 15 que nos sobrevendrán no son malos como frecuentemente asumimos. Este segundo tipo de respuesta fue adoptada por Séneca en su ensayo Sobre la Providencia. Los argumentos de Séneca con respecto a la providencia están destinados a debilitar la afirmación de que las situaciones desagradables son malas y de este modo mostrar sus ventajas potenciales. Repite las afirmaciones ortodoxas del estoicismo (véase más adelante en el capítulo 5) de que todos los eventos externos son moralmente indiferentes, y de este modo ningún evento puede ser malo en sí mismo. También sugiere que muchas cosas aparentemente dolorosas frecuentemente tienen las consecuencias más beneficiosas, tal como es sugerido en Providencia 3, 2. Pero su principal afirmación es que las situaciones adversas ofrecen una oportunidad de prueba, práctica y desarrollo de la virtud. Cita al cínico Demetrio, que dice que ninguno es más desgraciado que el hombre que nunca ha enfrentado la adversidad, porque dicho hombre no ha tenido nunca la oportunidad de probar su virtud (Prov., 3, 3). “La adversidad es la oportunidad de la virtud”, dice Séneca (Prov., 4, 6). Sin embargo, continuamente la buena fortuna es peligrosa, porque lo hace a uno inexperto e incapaz de hacer frente a eventos adversos que seguramente encontrará en su camino (Prov., 4, 9-10). De hecho deberíamos ser cautelosos de la buena fortuna que de la mala. Aquellos eventos aparentemente viciosos que forman parte del destino providencial deberían de ser bienvenidos con las manos abiertas. Tales argumentan anticipan a toda una serie de argumentos cristianos, no muy convincentes, que intentan resolver el problema del mal, y que son poco probables que sean de utilidad para convencer al escéptico. La afirmación de que el orden de causas es el mejor orden posible para los seres humanos tiene claramente sus límites, especialmente cuando enfrentamos los intereses particulares de ciertos individuos. La afirmación de que el orden de causas es el mejor orden posible desde la perspectiva cósmica como un todo podría resolver esta objeción pero plantea otras. ¿Por qué, por ejemplo, en el presente cosmos es preferible que la hierba sea verde y en un cosmos alternativo que sea rosa? Si es el mejor de los mundos posibles, entonces seguramente cada detalle diminuto estará implicado en su perfección. La solución de esta objeción conduce a la teoría estoica de la simpatía cósmica. Esta sugiere que la interacción es continua entre todas las partes del cosmos ninguna materia podría estar separada. La influencia de la luna en las mareas fue visto como un ejemplo de esta simpatía (Cicerón, Div., 2, 34). Esta simpatía entre todas las partes del cosmos es un producto del hecho de que está permeada por el aliento o el pneuma. Pero si cada diminuta parte del cosmos tiene un impacto simpático con cada una de las partes, entonces no será posible alterar el más mínimo detalle sin crear las más grandes consecuencias. Esta concepción de un cosmos ordenado simpáticamente en una serie necesaria de causas que no admite excepción alguna no parece dejar mucho lugar a la acción humana. ¿Cuál es la postura de los estoicos respecto a las acciones humanas dentro de un cosmos determinista? ¿Hay algún espacio dejado a la libertad? Esta clase de inquietudes fueron propuestas en la antigüedad. La respuesta clásica a este perfecto 16 determinismo es conocido como el “argumento perezoso” y este, al lado de la respuesta estoica, nos es reportado por Cicerón (Fat., 28-30). El argumento perezoso afirma que si está determinado para alguno recuperarse de la enfermedad, entonces esto se realizará llame o no llame al doctor. Por tanto, todas las acciones humanas se volverán irrelevantes a los ya eventos determinados a realizarse, podamos o no podemos actuar. 6. LA PSICOLOGIA Esta preocupación sobre el rol de las acciones humanas dentro es gran proceso cosmológico del destino nos conduce a prestar atención al ser humano. Hasta aquí nos hemos centrado principalmente en el cosmos como un todo y hemos visto como los estoicos conciben el cosmos como un ser vivo compuesto de dos principios que constituyen su alma y cuerpo. Para los estoicos esta relación cósmica se refleja a nivel del hombre. El alma humana es pneuma, un fragmento del pneuma que constituye el alma de dios. Igualmente, el cuerpo humano es un fragmento de la materia que constituye la materia que constituye el cuerpo cósmico. La naturaleza de la relación entre el alma huma y el cuerpo es la misma como entre el alma y el cuerpo cósmico. Vamos considerar esta relación un poco más en detalle. Como hemos visto, todas las cosas existentes contienen los dos principios, materia y pneuma y las cualidades de las cosas existentes se deben a la tensión (tonos) de pneuma en las mismas. Diferente grado de tensión generará diferentes cualidades. En primer lugar consideremos el modo en que los estoicos esbozan las tres principales cualidades que son el producto de los diferentes grados de tensión: cohesión (hexis), naturaleza o crecimiento (phusis) y alma (psuchê). La cohesión es la fuerza que mantiene unidos a los objetos físicos inanimados tal como las piedras. Naturaleza o crecimiento es la que da la vida vegetativa a las plantas. El alma es el poder de la vida consciente (con sensación e impulso) que se encuentra en los animales. Hierócles, un escritor estoico, nos ofrece una relación sobre el desarrollo de estas cualidades en el feto (Elem., Eth., 1, 5-28). A estos tres podemos añadir un cuarto, incluso más digno, grado de tensión –alma racional (logikê psuchê)- que genera la cualidad de la racionalidad en los seres humanos adultos (la vida consciente con juicio racional así como impresiones e impulsos). Un ser humano racional, entonces, también contiene el pneuma en todos otros niveles de tensión. Tendrá pneuma como hexis dándole cohesión a sus huesos, por ejemplo; pneuma como phusis por virtud del cual el ser vivo lo es en sentido biológico más básico; pneuma como psuchê da al animal sus facultades de impresión e impulso; y pneuma como logikê psuchê le da su poder racional de juicio que puede intervenir entre la recepción de la impresión y el impulso a la acción. El alma humana, pues, es precisamente una parte del pneuma que penetra nuestros cuerpos, al lado del pneuma en las formas menos complejas de hexis y phusis. Contemos todas las tres formas de pneuma. El pneuma que contiene el alma se dice que penetra todo el cuerpo, como los tentáculos del pulpo (Aetius 4. 21.2). Esta comprende ocho partes (DL VII, 157). Estas son los cinco sentidos –tacto, gusto, olfato, oído y vista- más la facultad del lenguaje y reproducción y la facultad gobernante 17 (hêgemonikon; DL tiene logistikon, el poder de razonar). La facultad gobernante en sí misma comprende tres partes: la facultad de impresión e impulso que se comparten con los animales no-racionales. Es la facultad de asentir corresponde a lo que podríamos llamar el “Yo” o “sí mismo”, esta parte de la mente que toma la decisión consciente. Se nos dice que fue Crisipo localizó el facultad gobernante en corazón en vez del cerebro (Gal., PHP I, 6, 12; DL VII, 159). Para poner esto en contexto, más o menos por la misma época dos científicos helenistas, Praxagoras y Erasistratus, desarrollaron la teoría del sistema nervioso sustentado en pneuma extendido a través de todo el cuerpo. Praxagoras consideró que el corazón era el centro del sistema nervioso. Erasistratus pensó que el cerebro era el centro (PHP I, 6-7; Annas 1992: 20-26). Crisipo siguió la teoría de Praxagoras y localizó la facultad gobernante del alma en el corazón. A una retrospectiva de más de dos mil años es fácil decir que Crisipo hizo la elección errada, pero haciendo esto lo hizo en buena compañía, porque siguió los pasos de Aristóteles (PHP I, 6). Es también digno de tenerse en cuenta que no todos los estoicos siguieron a Crisipo en proponer la teoría de Praxágoras, y algunos colocaron la facultad gobernante en el cerebro (Philodeums, De Pietate, 9, 9-13). Esta explicación del alma permanece fiel a su naturalismo y materialismo, como puede verse por el uso que hace Crisipo de las teorías científicas de la época. Sin embargo, es importante recalcar que los estoicos nunca da una explicación del alma en términos puramente corporales, a pesar de que el alma está constituida de pneuma, que en sí mismo es físico. Los individuos están dotados de alma porque el cosmos como un todo está dotado de alma, y los estoicos no conciben las propiedades del alma, tal como la conciencia, ser emergentes propiedades que se desarrollen de la materia inerte. Este parentesco cercano entre el ser de los seres humanos particulares y el cosmos como un todo es una característica distintiva de la física estoica. También es central para la ética estoica, a la que enseguida nos acercamos. CAPÍTULO QUINTO LA ETICA ESTOICA 1. AUTOCONSERVACIÓN Y EL ORIGEN DE LOS VALORES El material sobre la ética estoica nos ha llegado en una amplia gama de fuentes antiguas, sin mencionar los escritos de los últimos escritos de Séneca y Epicteto que han sobrevivido. Pero quizá la más importante información de la ética estoica que nos ha llegado es aquella de Diógenes Laercio (VII, 84-131), Arius Didymus y Cicerón en De finibus (III, 16-76). El fundamento de la ética estoica es una doctrina que tiene su base en su propia física, es decir, en la naturaleza de los seres vivos. Es la doctrina de la oikeiôsis (sobre algunas dudas sobre este y el inicio de la ética estoica véase Schofield, 2003, 237238). Este término es especialmente difícil de traducir en un término particular 18 equivalente al español. Y generalmente ha sido traducido como “orientación” y “apropiación”. Esta doctrina es la que abre la información que nos ofrece Diógenes Laercio sobre la ética estoica (DL VII, 85) y aparece al inicio de la información que Cicerón en De finibus nos da sobre la ética estoica (De fin., 3, 16). Esta es parte de la versión de Diógenes, en la que cita a Crisipo: “Dicen los estoicos que el primer impulso del animal es la conservación y que esto ha sido dispensado (oikeiosês) por la naturaleza desde el principio, como Crisipo afirma en el primer libro de sus escrito Sobre los fines; sus propias palabras son: “la primera propiedad (prôton oikeion) de todo ser viviente es su misma constitución y su conciencia de la misma” (DL VII, 85). De acuerdo con la teoría de oikeiosês el deseo o guía básica de todo animal (incluyendo al ser humano) es su autoconservación. Una cosa que es la más importante para nosotros es nuestra propia existencia y su continuación. Consecuentemente nuestra primera elección y acción están conformadas por lo que pensamos que nuestra constitución física mejorará o perjudicará. Elegimos lo que pensamos que será bueno para nosotros y evitamos lo que pensamos será malo para nosotros. Esta aparente actitud egoísta (o al menos centrada en sí mismo) es la base de toda la ética de la ética estoica. Aunque esto puede parecer paradójico es uno de los puntos más fuertemente discutibles de la posición estoica, porque es una teoría ética que toma muy en serio el comportamiento primitivo del animal y el ser humano, y no trata de fingir que estas motivaciones egoístas no estén en el corazón de las acciones de la mayoría de las personas. Sobre la base de este instinto de auto-conservación, los individuos sustentan los valores. Así que lo que mejorará nuestra constitución lo llamamos bien y lo dañará llamamos malo. Diferente al platonismo, que postula la existencia de un absoluto, un concepto trascendente de bien al que todo valor puede ser referido, los estoicos sustentan el valor en esta teoría naturalista y psicológica de la oikeiôsis. Para un animal no-racional, los objetos que contribuirán a la conservación de su existencia (y de este modo es un bien para este) son bastante obvios: comida, agua, abrigo, etc., Para un ser humano adulto estas necesidades básicas físicas son suplementarias con otras que son también vitales para sobrevivir. Si voy a sobrevivir como un ser racional y no meramente como un animal entonces debo buscar aquellas cosas que me ayuden a preservar mi racionalidad así como también aquellas cosas que preservarán mi cuerpo. En otras palabras debo tener cuidado de mi alma así como tener cuidado de mi cuerpo. Consideremos un ejemplo. Si estamos haciendo lo mejor para ser un ser racional que es libre e independiente de otros, entonces algunas veces tendré que hacer elecciones que pueden parecer no fomentar nuestra propia auto-conservación. Por ejemplo, si un tirano nos amenaza con matarnos si no estamos de acuerdo en hacer ciertas cosas que encontramos objetables o pesamos que son equivocadas, entonces –si intentamos preservarnos como seres racionales- deberíamos hacer frente al tirano incluso si esto significa que podamos perder nuestra propia vida. ¿Pero por qué? ¿Cómo podría procurar mi propia muerte contribuir a mi auto-conservación? Bien, podría no 19 contribuir a nuestra propia auto-conservación en cuanto vivimos solamente como animales, pero ceder ante el tirano es igualmente darle la oportunidad de destruirme como un ser racional independiente. Podemos permanecer vivos biológicamente cediendo ante el tirano, pero habremos perdido algo más importante, nos habríamos reducido a ser meros esclavos. De este modo la doctrina estoica de la autoconservación, en el caso de los seres racionales –que es, filosofar a fin de alcanzar el ideal del sabio- conducirá algunas veces a elecciones que podrían amenazar realmente la existencia física individual. Pero entonces como célebremente postulaba Sócrates, no es solamente vivir, sino que lo importa es vivir bien (Crátilo, 48 b). Esta idea estaba detrás de la decisión de Sócrates de hacer frente a la muerte en vez de aprovechar la oportunidad para escaparse. Se podría señalar que tales elecciones son contra nuestro impulso natural de sobrevivencia; sin embargo, son el producto de un deseo de autoconservación, actuando simplemente con una concepción diferente de sí mismo, uno por encima de las necesidades animales básicas y las preferencias humanas de cada día. Cicerón nos dice que en la medida en que se desarrolla el propio entendimiento, se pone mayor prioridad en ser consistente en lo que uno hace que en los meros beneficios materiales (Fin., 3.21). En el caso de Sócrates, vivir de acuerdo con un conjunto de principio era más importante que solamente vivir a cualquier precio. Como Epicteto indica, “tal hombre no debe ser salvado por cualquier medio vergonzoso; sino que se salva al morir, y no por huir” (Diss., 4, I, 165). Paradójicamente, entonces, es la teoría estoica de la auto-conservación que forma la base de su posterior defensa del suicidio (Rist, 1969; c. 13). El suicidio puede ser el final para un individuo qua animal, pero éste puede ser el más apropiado acto del ser qua racional. En algunas circunstancias, el suicidio puede ser la única acción racional. Los estoicos romanos en particular fueron conocidos por su adhesión a esta doctrina, el más célebre de todos es Catón. La aceptación de Séneca de su suicidio impuesto, forzado por Nerón, ha sido citada como otro ejemplo, haciendo eco a la elección hecha por Sócrates. Pero de cierto número de los estoicos antiguos se nos dice que también realizaron esta acción de tomar sus propias vidas, tal es el caso, por ejemplo, de Zenón (DL VII, 28) y Cleantes (DL VII, 176). 2. BIENES REALES E INDIFERENTES Como ser racional, aunque uno quisiera preservar su propia existencia física, se debería prestar más atención a la preservación de uno mismo como ser racional, incluso si esto pudiera llevar al suicidio. ¿Cómo es que los estoicos tratan de explicar estas afirmaciones paradójicas? Según Arius Didymus, Zenón divide las cosas existentes en tres grupos: cosas que son bienes, cosas que son malas y cosas que son indiferentes. Las únicas cosas clasificadas como bienes son la virtud y las cosas que participan de la virtud. Igualmente, las únicas cosas que son malas son los vicios y aquellas cosas que participan del vicio. (En lugar de virtud y vicio, podríamos traducir aretê y kakias como excelencia e imperfección). Todo lo demás es indiferente (adiaphoron), incluyendo la propia vida, reputación, salud, pobreza o riqueza y todos los demás objetos externos. Si aceptamos 20 esta triple división entonces centraríamos toda nuestra atención en cultivar y preservar la virtud (el único bien), y mucho menos en preservar nuestra vida biológica (solamente un indiferente). ¿Cómo se relaciona esto con la anterior consideración sobre la auto-conservación? Bien, cuando alguien dice que algo es un bien para ellos, deberíamos quizá decir con otras palabras que eso tiene valor para ellos, pero que hablando estrictamente esto no es un bien. Alimento, agua y cobijo todo tiene valor para nosotros, pero no son el bien como tal, porque solamente la virtud es el bien. La virtud para los estoicos es la disposición excelente del alma; a la que podemos identificar con la perfecta racionalidad. Sin embargo, hemos visto que es posible dar una explicación del valor de la virtud también en términos de la teoría de la auto-conservación. La virtud tiene valor –es un bien- porque contribuye a nuestra preservación como ser racional. Es lo que asegura la condición excelente del alma, de igual modo como el alimento y el agua asegura la buena condición del cuerpo. Pero si la virtud y los objetos externos tales como el alimento y el agua pueden tener su propio valor considerados en términos de la teoría de la auto-conservación, entonces ¿por qué se da a la virtud el status de ser el más grande bien, mientras que los externos son meramente indiferentes? Hay tres razones por cuales este es el caso. La primera es que para los estoicos somos seres racionales, de este modo solamente las cosas que son genuinamente bienes para nosotros son las que nos preservan como seres racionales, y esta es solamente la virtud. La segunda es que los bienes externos tales como la salud física y la riqueza no pueden ser inherentes al bien porque pueden también ser usado para realizar fines malvados. Así que pueden ser moralmente indiferentes, ni buenos ni males en sí mismos. La tercera, y tal vez la más importante, es que la posesión de los bienes externos no puede garantizarnos la felicidad, sino solamente la virtud puede hacerlo, dicen los estoicos. Volveremos a estas cuestiones a su debido tiempo, especialmente a la relación entre la virtud y la felicidad. Pero primero necesitamos considerar un poco más el status de los indiferentes. La triple división de bien, mal e indiferente como ha sido esbozada anteriormente se debe a Zenón. Pero a la luz de las críticas de otras escuelas la postura estoica se fue desarrollando cada vez más (por Zenón mismo, según Arius Didymus 7g). La categoría de indiferente (adiaphora) fue dividida en “indiferentes preferentes” (proêgmenon), “indiferentes no-preferentes” (apoproêgmenon) y que podríamos llamar “indiferentes indiferentes” o “neutrales indiferentes”. Cicerón nos presenta un resumen: “Pero respecto a las demás cosas, aunque no fuesen ni buenas ni malas, sin embargo decía que unas son según la naturaleza, otras contrarias a la naturaleza; entre estas mismas contaba otras interpuestas e intermedias. Más enseñaba que las que son según la naturaleza se debe adoptar y juzgar como poseedoras de un valor; inversamente, las contrarias. Más las neutras, las dejaba en una posición intermedia. Establecía que éstas no hay absolutamente nada de importancia; pero que las que deben adoptarse, unas deben estimarse en más, otras en menos; las que en más, las llama preferibles; las que en menos, rechazables” (CA, I, 36-37). 21 Por lo tanto la posición original bastante dura ha sido suavizada. En lugar de afirmar que todos los bienes externos deberían ser asunto de pura indiferencia, los estoicos ahora sugieren que algunos indiferentes están por encima de otros. Es perfectamente natural, afirman, preferir estar sano en vez de enfermo, o rico en vez de pobre. Salud y riqueza deberían ser ejemplos de “indiferentes preferidos”, enfermedad y pobreza serían “indiferentes no-preferidos”. Como los indiferentes completamente neutrales sin ninguna fuerza motivadora en absoluto, un ejemplo podría ser si tengo un número par o impar de cabellos en la cabeza. En terminología estoica, los indiferentes preferidos que contribuyen a nuestro bienestar físico tienen un valor (axia) pero no son bienes en el sentido en que la virtud lo es. La salud tiene un cierto valor (debido a que contribuye a nuestra propia autoconservación), pero no son el bien (Cicerón, D fin., 3, 44). Cosas que tienen valor, tal como la salud, riqueza, reputación, etc., son cosas que se pueden acumular; uno puede ser más o menos sano, más o menos rico. Pero la virtud, por el contrario, no admite grados y no puede ser incrementada de este modo (Ibíd. 3, 45-48). Si algo es recto o incorrecto, bueno o malo, entonces no hay grados de bondad. De este modo la buena vida es igualmente buena sea corta o larga, pues la muerte no puede afectarla (otra razón por la cual es aceptable el suicidio). Sin embargo, toda mala acción es igualmente mala, dice el estoico, no importa que tan serio o trivial pueda parecer ser. Por tanto aunque estas cosas pueden tener algún valor, siguen siendo solamente indiferentes preferidos y no contribuyen a la bondad de una vida buena. La posición estoica se hace más clara su la colocamos en relación con otras dos teorías éticas antiguas: la cínica y aristotélica. Los cínicos estarían de acuerdo con los estoicos en cuando que la virtud es el único bien, pero rechazarían cualquier intento de priorizar entre los indiferentes. En efecto, la posición original de Zenón puedo muy bien haber sido inspirado en el tiempo en que fue estudiante con Crantes el cínico. Pero fue Zenón quien introdujo la subdivisión de indiferentes que marca el inicio de una clara posición estoica distinguible. Los aristotélicos, por otra parte, estarían de acuerdo con los estoicos sobre los bienes externos, tales como la salud y la riqueza, le darían un valor. En efecto, Aristóteles argumenta que tales cosas son necesarias al lado de la virtud para la vida feliz (e.g. amigos, en Nicómaco, 9, 9). Pero los estoicos no irían más allá de esto. Aunque tales bienes externos como la salud y la riqueza tienen un valor, dicen los estoicos, no son necesarios para la vida feliz. Solamente la virtud es suficiente para la felicidad, y afirmando esto los estoicos estarían de acuerdo con los cínicos. Su posición de este modo se encuentra a mitad de camino entre los cínicos y los aristotélicos; solamente la virtud es el bien, pero algunos bienes externos serían preferidos sobre otros. El desarrollo de Zenón de la postura estoica no fue aceptado unánimemente. El estoico Aristón rechazó la subdivisión de indiferentes (DL VII, 160), manteniendo la posición original, que estaba en línea con la posición de los cínicos. Quizá su interés radicaría en el hecho de que los estoicos no serían distinguibles de la postura aristotélica. Los filósofos académicos tales como Carneades, Antíoco y Cicerón afirman que la distancia entre la postura estoica revisada y la aristotélica era meramente un 22 asunto de palabras en vez de un contenido filosófico sustancial (Cicerón, De fin., 3, 10; 3, 41). Entre los estoicos tardíos, Epicteto ofrece una interesante distinción conceptual que también es relevante en este caso. Para Epicteto, las cosas pueden estar divididas en dos categorías: aquellas que “dependen de nosotros” (eph’ hêmin) y aquellas que “no dependen de nosotros” (ouk eph’ hêmin). “Lo que depende de nosotros” son las opiniones, deseos y acciones; todo lo demás –nuestros cuerpos, posesiones, reputaciones- son “cosas que no dependen de nosotros”. Para Epicteto, deberíamos centralizar toda nuestra atención a aquellas cosas que “dependen de nosotros”, no poniendo demasiada atención a las cosas que están fuera de nuestro control. “Algunas cosas dependen de nosotros, mientras que otras no dependen de nosotros. Lo que depende de nosotros son las concepciones, elecciones, deseos, aversiones y, en una palabra, todo lo que está en nuestro poder hacer; no dependen de nosotros nuestro cuerpo, nuestras propiedades, reputación, oficio y, en una palabra, todo lo que no está en nuestro poder hacer. Además, las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, sin obstáculos y sin restricciones; mientras las cosas que no dependen de nosotros son débiles, serviles, sujetas a impedimentos y no dependen de nosotros” (Ench., I, 1-2). Uno puede ver que todos los indiferentes, si son preferidos o no preferidos caen dentro de la categoría de lo que “no depende de nosotros”. Epicteto está dispuesto a indicar que mientras algunos de estos bienes externos pueden ser nominalmente mejor que otros, elegir entre ellos no es una tarea que en realidad valga la pena poner nuestra atención. En realidad, deberíamos centralizar toda nuestra atención en el desarrollo de la única cosa que es genuinamente un bien, a saber, nuestra virtud o excelencia, que reside en la única cosa sobre la cual tenemos un control real, a saber nuestra facultad de elegir (prohairesis). Por una feliz coincidencia, es la única cosa que genuinamente es un bien reside en la única cosa sobre la que tenemos un real control. Para Epicteto, no se debe rechazar la distinción entre preferentes y no-preferentes. No tiene ningún problema con la gente prefiera la salud en vez de la enfermedad, por ejemplo. Pero cuando compara los beneficios que pueden ser otorgados por la virtud, es claro, piensa, que en ello deberíamos centralizar toda nuestra atención –en la adquisición y preservación de la virtud, que es el único bien real. Es también consciente del riesgo que encierra buscar los indiferentes preferentes. No sólo sería probable atribuir a esos fines demasiado valor a esas cosas si se comienza a poner una atención muy cercana, pero también probablemente uno se frustraría cuando se es incapaz de asegurar tales bienes externos. Hay un paso muy corto entre tal frustración y una emoción violenta y todo el daño psicológico que tal emoción trae. Aunque Epicteto reconoce que es preferible ser rico que pobre, el riesgo que encierra el buscar activamente la riqueza es muy grande. En cambio deberíamos poner toda nuestra atención en cultivar la virtud, un estado de salud y excelencia del alma. 23 3. LAS EMOCIONES Como ha sido visto, Epicteto recomienda que deberíamos poner nuestra atención en lo que depende de nosotros (eph’ hêmin), y que la única cosa que depende de nosotros es nuestra facultad de elegir (prohairesis), parte de la facultad gobernante (hêgemonikon) de nuestra alma. La única cosa sobre la cual tenemos un completo dominio son nuestros juicios, hechos por la facultad de elegir. Pero esto no es una cosa mala, porque esto es el medio por el cual somos capaces de asegurar la única cosa que tiene un valor, a saber, la virtud, y esta virtud es la única cosa que pueden aportarnos la genuina felicidad. Pero se podría objetar que esta consideración deja fuera una parte sustancial de nuestra vida interna sobre la cual parece que no tenemos algún control, es decir, nuestras emociones (pathê), una influencia vital sobre nuestra felicidad. Pero no es así. Para los estoicos, las emociones son en sí mismas juicios. Como tales, caen dentro del campo de cosas que “dependen de nosotros”. Para ser más precisos, nos es referido que Crisipo sostiene que las emociones son juicios (Cicerón, Acad., I, 39; Galen, PHP, 5, I, 4), mientras que Zenón había sostenido que las emociones son el producto de los juicios (DL VII, 111; Galen, Ibíd.,). Parece razonable asumir que Crisipo intentó mejorar la postura de Zenón, quizá respondiendo a las críticas de otras escuelas, pero la posición de Zenón es la más plausible de las dos. Consideremos el siguiente ejemplo. La muerte de un familiar en un accidente trágico, y con el paso del tiempo las propias emociones que envolvieron este evento disminuyen gradualmente hasta que eventualmente, quizá una décadas más tardes, ya no se siente uno mal emocionalmente sobre este evento. Sin embargo, uno podría aún sostener firmemente el juicio de que lo aconteció es realmente una cosa terrible (que, quizá, podría fácilmente haber sido evitado). No sería posible aún sostener ese juicio sobre tal evento luego que la emoción se ha ido si el juicio y la emoción responden a un mismo evento. Parece más plausible suponer que esas emociones son el producto del juicio y no los juicios mismos. Dejando de lado este debate interno del estoicismo, ¿cómo conciben los estoicos las emociones, si son juicios o el producto de los juicios? Lo hicieron al esbozar un proceso de su formación. Recordemos la discusión de la epistemología en el capítulo 3. Allí hemos considerado la información de Gelio de su viaje por mar en compañía de un filósofo quien explicó a distancia su aparente miedo durante la tormenta. El filósofo le explicó a Gelio mediante un pasaje que Epicteto y que dio la siguiente explicación sobre la formación de las emociones. En primer lugar, recibimos las impresiones de los objetos externos a nosotros, y sobre las cuales no tenemos ningún control. Luego, hacemos un juicio sobre las impresiones que hemos recibido, y este juicio es un acto de asentimiento sobre lo que tenemos control. Como vemos, algunas veces añadimos un juicio de valor inconsciente a nuestras impresiones; en vez de hacer frente a las mismas con un juicio de valor neutro a la impresión “hay una ola sobre mi cabeza” estamos enfrentando, en cambio, con “hay una ola sobre mi cabeza y esto es una cosa terrible”. Ahora bien, si asentimos a una de estas impresiones que incluye uno de estos valores de juicio injustificado entonces crearemos una respuesta emocional. El 24 filósofo navegante de Gelio afirma que no hizo tal asentimiento, siendo solamente golpeado brevemente por un primer movimiento. Sin embargo, los otros pasajeros pudieron haber asentido a la impresión cargada de valor y de este modo sufrir una reacción emocional no agradable. Antes de volver a las emociones propiamente dichas, consideramos “los primeros movimientos”. Estos son respuestas físicas inmediatas que las personas tienen a veces antes de haber tenido oportunidad de formar un juicio sobre lo que está aconteciendo y de este modo tener propiamente una emoción. Es importante no confundir este primer movimiento con las emociones genuinas. Hemos visto ya la explicación que el filósofo navegante dio de su primer movimiento propio sobre la tormenta. Otro ejemplo podría ser cuando alguno salta cuando existe un ruido repentino. Solamente porque alguno reacciona de este modo no significa que éste, por ejemplo haya sufrido una emoción de temor. La más completa discusión sobre este primer movimiento se puede encontrar en el libro segundo del De Ira de Séneca: “No debe llamarse pasión a ninguna de estas impresiones fortuitas que conmueven el ánimo, porque éste antes las soporta que las agita. La pasión consiste no en ser conmovido por la apariencia de los objetos exteriores, sino en abandonarse a ella y continuar la sensación accidental. Engañase quien crea que la palidez, las lágrimas, la excitación de deseos impuros, un suspiro profundo, el repentino brillo de los ojos u otra cualquiera emoción parecida, son indicios de pasión o manifestación del ánimo, no comprendiendo que no pasan de impulsos corporales” (2, 3, 1-2). Estas repentinas reacciones físicas no constituyen la pasión. Una emoción encierra un acto consciente de asentimiento a una impresión. El filósofo marinero, aunque palidece y tiembla ante la tormenta, no padece una emoción porque una vez que estos movimientos físicos inmediatos se calman no asiente a la proposición que algo malo ha acontecido. Como producto de un asentimiento, los estoicos afirman que las emociones están completamente dentro de su control. No solamente son cosas que podemos controlar, son cosas que deberíamos controlar. Son (como hemos visto en el capítulo 2) enfermedades del alma análogas a las enfermedades del cuerpo, y es tarea de la filosofía curarnos de estas enfermedades mentales. Son el producto de juicios equívocos, a saber, asentimientos a impresiones que incluyen una adscripción de valor sin justificación. Son por tanto consecuencia de un pobre razonamiento de nuestra parte y por tanto no jugarían ningún rol en el funcionamiento propio de un ser racional, y ciertamente no figurarían en la vida del sabio completamente racional. Epicteto llega incluso a decir que aquellos aparentes errores triviales en el razonamiento pueden finalmente ser causa de grandes muertes y destrucción, como fue el falso asentimiento que llevó a Paris a huir con Helena, y semejantes falos juicios de asentimiento llevó a Menelao a perseguirlo y atacar Troya (Diss., I, 28, 12-13). Los acontecimientos narrados en la Ilíada de Homero son solamente producto de una serie de asentimientos erróneos. Lo mismo aplica a los acontecimientos en las grandes tragedias (Ibíd., I, 28, 32). Si existe algo trágico en las conocidas historias, dice Epicteto, es únicamente que los protagonistas son tan necios que asienten las impresiones cargadas de valor sin hacer una pausa para analizarlas. 25 Los estoicos ofrecen una clasificación detallada de aquellas emociones que considera que consideran que son perjudiciales y que se deberían evitar. Cicerón, probablemente siguiendo a Crisipo, ofrece una cuádruple división de las emociones en creencias sobre cosas buenas y malas, presente ahora o esperadas para el futuro (Tusc., 4, 14). Bien Presente=gozo=creencia en un bien presente Ausente=deseo=creencia en un bien futuro Emoción Mal Presente=aflicción=creencia en un mal presente Ausente=temor/Miedo=creencia de un mal futuro Toda la variedad de emociones normales que experimentamos caen dentro de una de estas cuatro categorías. De esto podemos ver que los estoicos sostienen que incluso las respuestas emocionales a situaciones aparentemente favorables deberían ser evitadas. Es igualmente equivocado y potencialmente perjudicial asentir a las impresiones de que un estado de cosas es bueno como a la impresión de que un estado de cosas es malo. En primer lugar, es un error en el razonamiento; las impresiones refieren un estado de cosas y cualquier atribución de valor, positivo o negativo, es una atribución injustificada. En segundo lugar, afirma que los bienes externos, es decir, un indiferente, es un bien cuando de hecho solamente la virtud es un bien. En tercer lugar, es perjudicial porque crea una situación en la que el valor se carga a un estado de cosas externo lo cual podría llevar a la producción de las más peores impresiones. Si pensamos que un acontecimiento particular –que apareció nuestro número de lotería- es bueno, entonces seremos invadidos por la emoción del gozo, pero cuando nos damos cuenta de que no podemos encontrar nuestro boleto ganador, la aflicción que sufriremos será mucho peor. De este modo las emociones tanto positivas como negativas deberán ser evitadas. Por tanto los estoicos proponen un ideal ético de apatheia, libre de toda emoción. Sin embargo, también sugieren que existe eupatheiai, emociones buenas, que pueden ser parte de la vida completamente racional: “Según los estoicos existen también tres disposiciones pasionales (eupatheiai) del alma que nos reprobables: el gozo (charan), la cautela (precaución/eulabeian) y la buena voluntad (boulêsin). Dicen que el gozo es contrario al placer en cuanto es una exaltación racional; la cautela es contraria al temor, en cuanto evita racionalmente el peligro. Por eso el sabio no estará nunca temeroso sino cauto. Y dicen también que la buena voluntad se opone a la concupiscencia, porque es un apetito racional” (DL VII, 116). 26 Estos tres tipos de emociones contienen otras; por ejemplo, la buena voluntad incluye la benevolencia y la amistad; la cautela incluye la modestia y respeto; y el gozo el júbilo y la alegría. Algunos críticos antiguos desecharon la introducción de estas emociones buenas como siendo meramente un juego de palabras: el gozo es simplemente el deleite renombrado; la cautela es solamente el temor refundido; la buena voluntad es la concupiscencia bajo otro nombre (Lactancius Div., Inst., 6, 15, 10-11). ¿Las así llamadas emociones buenas difieren en realidad de las otras emociones? A primera vista añaden el adjetivo “racional” cuando describen estas tres emociones buenas, pero simplemente parece una petición de principio. Pero sería un error desecharlas de manera inmediata. Una emoción puede, en efecto, ser racional si, por ejemplo, es el producto de un asentimiento que es correcto. Para que una emoción sea el producto de una impresión asentida debe contender alguna forma de un juicio de valor. Como hemos visto, estas usualmente son atribuciones injustificadas por una mente inconsciente: “hay una ola en mi cabeza y esto es algo terrible”. Pero tal evaluación estaría justificada, y por tanto racional, cuando hay presente un bien genuino. Como sabemos, el único bien genuino es la virtud. Pero la virtud puede ser la base para una emoción, una buena emoción. De este modo, la emoción buena del gozo, será la emoción experimentada por el sabio cuando es plenamente consciente de su propia virtud. Como señala Séneca, el gozo es la alegría del alma que confía en la posesión de la bondad (Epist., 59, 2). Esta será una buena emoción por tres razones, que refleja las tres razones por las cuales las emociones normales son malas. En primer lugar, serán racionales en vez de ser el producto de juicios equívocos. En segundo lugar, reflejará la bondad genuina de la virtud. En tercer lugar, reflejará un estado de cosas interno y no será vulnerable al cambio de fortuna. La buena emoción del gozo será de este modo autosuficiente, mientras que el deleite normal, por ejemplo, dependerá del estado de cosas externo. El sabio puede gozarse en su gozo, sabiendo que no es vulnerable a las vicisitudes de la fortuna. Igualmente, la cautela sería racional frente a un escenario de un mal futuro, es decir la perdida de la propia virtud. La buena voluntad podría ser un deseo racional por un bien genuino, es decir la virtud. No hay emociones buenas que se pongan como contraparte de la emoción normal de la aflicción. ¿Por qué? Bien, el sabio tendría solamente experiencias de aflicción si enfrentara un mal presente, y el único mal genuino es el vicio. Pero el sabio está completamente libre de vicios. Podemos ver que la tradicional figura del estoico insensible, libre de toda emoción, no nos dice toda la historia. Los estoicos ciertamente rechazarán ciertas emociones como siendo el producto de un juicio confuso, pero no es un ser completamente falto de alegría. Experimentará emociones buenas como respuestas racionales a bienes auténticos. Pero no sufrirá emociones irracionales como resultado de asentir a impresiones a las que se les atribuye valor de manera injustificada. La anterior exposición sobre las emociones nos presenta ampliamente lo que podríamos llamar la postura estoica ortodoxa. Según Galeno, Posidonio se desvió de 27 esta explicación intelectualista de las emociones, adoptando una teoría tripartita del alma en línea con la esbozada por Platón en la República, donde la razón y la emoción ocupan facultades separadas. Qué tan confiable es el testimonio de Galeno, es un asunto de controversia académica actualmente. Lo que es claro, sin embargo, es que los últimos estoicos –Séneca y Epicteto, por ejemplo- son fieles a la doctrino estoica ortodoxa. 4. LAS ACCIONES APROPIADAS La explicación estoica sobre las emociones, nos proporciona la idea de un tipo de comportamiento que los estoicos consideran inapropiado, es decir asentir a impresiones que contienen atribuciones injustificadas de valor. ¿Pero a qué consideran que son comportamientos apropiados? A la luz de la teoría de apropiación (oikeiôsis), la acción más fundamentalmente apropiada (oikeion) para el animal y el ser humano es intentar preservar su propia existencia (Cic., De fin., 3, 20). Podemos llamar a esto teoría del egoísmo natural. Como hemos visto, para un ser racional esto significaría intentar preservarse a sí mismo como un ser racional. El modo de hacerlo es cultivar la virtud, que es también la única cosa que propiamente merece ser llamado bien. Sin embargo, los estoicos también presentan otra amplia gama de lo que llaman “acciones apropiadas” (kathêkon: “proper function” en LS). Una acción apropiada es la que podría ser natural que una animal realizara, de tal modo que contribuyera a su sobrevivencia y estar de acuerdo con su propia naturaleza (DL VII, 108). Algunas acciones apropiadas por tanto serán inmediata y obvias, tales como la búsqueda de agua y alimento; otras requerirán el pensamiento y deliberación a fin de determinar su conveniencia. A primera vista esto parece como si estas estuviesen conectadas con la clase de indiferentes preferentes. De este modo podríamos decir que es conveniente buscar indiferentes preferentes, pero inapropiado buscar indiferentes no-preferentes. En efecto, Arius Didymus nos refiere que el tema de los preferentes y apropiados, se relaciona estrechamente (AD 8). Los estoicos van a postular además una categoría de acción: lo perfecto o completamente correcto (katorthôma). Solamente como acciones apropiadas pueden verse que corresponden a la búsqueda de indiferentes preferentes, y por tanto acciones completas correctamente corresponden a las acciones puramente virtuosas. Acciones completamente correctas son en sí mismas acciones apropiadas, pero no todas las acciones apropiadas son completamente correctas. Aquellas que no son se conocen como acciones apropiadas “medias” o “intermedias” (meson kathêkon). Hay, pues, eso parece, dos tipos de acciones apropiadas: aquellas que corresponden a la búsqueda de indiferentes preferentes y aquellas que se relacionan con la virtud. Como los indiferentes preferentes, las acciones apropiadas tienen un valor neutral, y, como la virtud, las acciones completamente correctas son buenas. De hecho, deberíamos limitar el paralelo entre indiferentes preferentes y acciones apropiadas al hecho de que ni una ni otra son buenas o malas intrínsecamente, en vez de tratar de decir que las acciones apropiadas son están solamente interesadas con los indiferentes preferidos. El punto importante para enfatizar es que las acciones 28 apropiadas pueden ser llevadas a cabo por cualquiera, incluso por los animales noracionales, mientras que las acciones completamente correctas están limitadas a aquellos que poseen la virtud. Dado que las acciones completamente correctas son ejemplos de acciones apropiadas, ¿cómo las diferencian de las otras acciones apropiadas? ¿Qué característica poseen que hace a las acciones completamente correctas que las hace diferentes de las acciones apropiadas? A fin de responder a esta cuestión vamos a considerar dos ejemplos. El primero de ellos, imaginemos a alguien, sin mucha conocimiento o consideración, actúa a lo largo de su vida en un modo perfectamente razonable, actuando de acuerdo con su propia naturaleza. Las acciones de esta persona deberían ser apropiadas. El segundo ejemplo, imaginemos otra persona que actúa exactamente del mismo modo, pero lo hace de este modo luego de haber deliberado conscientemente y llegando a la firme conclusión de que estas son las acciones más apropiadas de realizar. Las acciones de esta segunda persona no deberían ser solamente apropiadas sino también completamente correctas, porque derivan de una correcta disposición mental interna, es decir, la virtud. Aunque el resultado puede ser el mismo, el comportamiento de la segunda persona es preferible porque surge de su virtud y por tanto será consistente. Aquí podemos recordar la distinción hecha por Platón en el Gorgias entre procedimientos que son el resultado de ensayos y errores –solamente una habilidady resultados que son el producto del conocimiento –de un arte y oficio (Gorgias 466b). Aunque la distinción platónica es ligeramente diferente a la que se está explicando aquí, existe una semejanza. La primera persona actúa apropiadamente sin mucha deliberación consiente; tienen, como podríamos decir, una habilidad pero no serían capaces de dar una explicación de por qué actúan de ese modo. La segunda persona, sin embargo, podría dar una explicación de sus acciones apropiadas, porque ellas surgen de su virtud, que, como hemos visto en el capítulo 2, los estoicos la conciben como un arte o un oficio. Aunque el resultado de la acción puede ser el mismo, naturalmente sería mejor para ellos que fuese el resultado de un autentico conocimiento en vez de ser el resultado de un error en la experimentación o como siendo el resultado de una especie de buena suerte. La persona que actúa apropiadamente, lo debe a la posesión de tal habilidad y son capaces de actuar de tal manera en el futuro y no como lo haría una persona con suerte. Esto es lo que hace que sus acciones no sean solamente apropiadas sino también completamente correctas. Esta atención a la disposición interna del agente en vez del resultado real de una acción cuando asentimos a su valor, tiene alguna semejanza entre lo que ha propuesto la ética estoica y kantiana. 5. VIRTUD Y FELICIDAD Los estoicos, pues, sugieren que una amplia gama de acciones pueden ser apropiadas, estando de acuerdo con nuestra naturaleza, pero no necesariamente buenas. Como hemos visto sólo la virtud se afirma que es un bien. Los estoicos también sugieren que 29 es la única cosa que en la que deberíamos interesarnos. ¿Por qué? ¿Piensan los estoicos que hay algo intrínsecamente bueno sobre el hecho de ser virtuoso? En un sentido ellos claramente así lo hacen afirmando que por sí misma es digna elección (DL 7.89). Aunque los estoicos no siguen a Platón en la concepción de postular la existencia de un bien trascendente. Como hemos visto para los estoicos el juicio de valor se origina en la teoría de la auto-conservación. Ser virtuoso es bueno porque en algún sentido es bueno para mí ser virtuoso. Esta idea se desarrolla en la afirmación de que la virtud se puede identificar con la felicidad. Si somos virtuosos seremos felices. Si queremos ser felices debemos ser virtuosos. Los estoicos, como la inmensa mayoría de los filósofos antiguos, son eudaimonistas. La palabra usualmente se traduce como felicidad en discusiones de la filosofía antigua es eudaimonia. Regularmente los investigadores indican que el significado de eudaimonia es mucho más amplio que lo que simplemente da a entender la palabra española de “felicidad”. Esta se refiere a un sustantivo estar-bien, en vez de un mero sentimiento subjetivo de bienestar. Por tanto, algunas veces se traduce como bien-estar en vez de felicidad. Es importante señalar que los estoicos, como muchos otros filósofos antiguos, piensan que eudaimonia es algo bueno y que es deseable por todos. Es el summum bonum es decir, lo que “el bien por el que todo se hace pero que no se hace en sí mismo por el bien de alguno”. No existe argumento para esta afirmación en algunos de las escuelas antiguas; es la gran suposición implícita en la ética antigua; por el contrario probablemente estaríamos más inclinados a sospechar más del bien-estar psicológico de alguno que no acepta que buscar ser felices es vivir bien. A la luz de esto podemos ver que la ética estoica comienza con un condicional. El condicional es “si quieres ser feliz, entonces (…)” como hemos visto. Los estoicos identifican la felicidad con la virtud independientemente de todos los bienes externos. Su postura entonces puede ser resumida de la siguiente manera “si tú quieres ser feliz y vivir bien, entonces deberías devenir virtuoso como porque sólo la virtud puede traer tu felicidad”. Si tú no quieres vivir bien entonces el estoicismo no presenta ningún argumento para convencerte de lo que tú deberías hacer y nada tiene que ofrecerte. Habiendo tocado sobre la traducción de eudaimonia como felicidad, deberíamos considerar brevemente el significado de la palabra griega aretê traducida como virtud. La palabra arete tiene un significado mucho más amplio que la palabra virtud en español y no necesariamente tiene el tono y el peso moral. Algunas veces, por ejemplo, se traduce como excelencia. En efecto, Zenón y Crisipo definen virtud como “una disposición y facultad del principio gobernante del alma traído a la existencia por la razón” (Plutar., Mor., 441c). Así podemos decir que para los estoicos la virtud es este principio gobernante del alma en una condición de excelencia y perfección. Es, como dice Aristón, “salud”, es decir, el estado de salud del alma. Como hemos visto en el capítulo 2, la filosofía para los estoicos es un arte, semejante a la medicina, que se interesa por la salud del alma. Por tanto podemos decir que si uno busca vivir bien, entonces uno debería intentar cultivar un estado de salud del alma. Esto es muy 30 diferente a cierta imagen tradicional del estoicismo, en la que se sugiere que el individuo debería sacrificarse a sí mismo en la búsqueda desinteresada de la virtud. La explicación de la relación entre felicidad y virtud que hemos presentado se encuentra entre los límites de lo que Long ha llamado una interpretación utilitarista de la ética estoica. Esto sugiere que la virtud debería de ser buscada sólo en la medida en que traería la felicidad. Long esta en lo correcto al señalar que los estoicos al hacerlo, también afirman que la virtud es algo digno elección por sí misma, algo con un valor intrínseco que no se elige por algún otro motivo, como la felicidad, por ejemplo. Pero esto sugiere que la virtud, y no la felicidad, se ha convertido en el summum bonum que no es elegido para el bien de alguien ¿Cómo puede la virtud ser algo digno de elección por sí misma cuando la felicidad es la única cosa que no se elige para el bien del alguien? Cuando Diógenes Laercio refiere que la virtud es elegida por sí misma, añade que no se elige en razón de la espera o temor o el bien de algún motivo externo (DL 7.89). Sin embargo, seria impropio caracterizar a la felicidad con alguno de estos términos. Hacerlo así implicaría que la felicidad es como un beneficio externo, tal como la salud o la fama. Tal vez un modo de afrentar este problema es indicar la íntima relación entre virtud y felicidad para los estoicos. Así uno podía decir que la virtud es intrínsecamente valorable para los estoicos precisamente porque constituye la felicidad, el summum bonum, en vez de ser solamente un medio para alcanzar la felicidad a manera de mero instrumento. Precisamente, esto es lo que Diógenes dice en su texto: “es en la virtud que consiste la felicidad”. Teniendo una disposición excelente del alma garantizaría la felicidad; inversamente no sería posible ser feliz sin tal disposición. Virtud y felicidad van mano a mano a pesar de ser distintos conceptualmente. 6. VIVIENDO DE ACUERDO CON LA NATURALEZA Si queremos ser felices, vivir bien, entonces deberíamos cultura la virtud o la excelencia. Lo que esto significa en la práctica es poner nuestra atención en el status interno de nuestra alma en vez de que en los objetos externos que están fuera de nuestro control. Aunque la más grande riqueza y una carrera exitosa pueden ser buenas, no nos traerán un vida plena si internamente somos una mezcla caótica y confusa de opiniones, emociones violentas y creencias contradictorias. El ideal ético propuesto por los estoicos es presentado por su conocida afirmación de vivir de acuerdo con la naturaleza. Según las antiguas fuentes, Zenón propuso vivir en armonía o consecuentemente. ¿Es armonía con uno mismo?? Es esto lo que ciertamente sugiere Arius Didymus, y esto se ajusta bien con el resumen anterior. Si vivimos consecuentemente entonces deberíamos ser consistentes internamente y racionales, libres de cualquier conflicto entre creencias y emociones. Está también acreditado con la definición de Zenón de que el fin es vivir de acuerdo con la naturaleza (DL VII, 87), aunque otras fuentes acreditan esta versión más 31 plenamente a su sucesor Cleantes (Arius Didymus 6 a). Si asumimos que la más completa versión es simplemente el intento de hacer más claro el pensamiento original, en vez de una innovación en la doctrina, entonces no hay que depender demasiado sobre la cuestión de a quien atribuir o no esta doctrina. ¿Es vivir en armonía con la naturaleza, vivir de armonía con la propia naturaleza, o la naturaleza del cosmos como un todo? Es ambas (DL VII, 87-88). De hecho, es posible discernir tres aspectos de esta doctrina. El primero es la idea de vivir en armonía con uno mismo, es decir, vivir consecuentemente y libre de conflictos emocionales internos. El segundo es la idea de vivir de acuerdo con la propia naturaleza, de vivir de acuerdo con la propia naturaleza como ser racional y, en particular, seguirla en vez reaccionar pasivamente a las fuerzas externas. El tercero es la idea de vivir uno mismo de acuerdo con la naturaleza como un todo. De este modo la naturaleza como un todo está organizada por el principio activo que es dios y como nuestra naturaleza es como una parte del todo, no habrá ningún conflicto entre vivir de acuerdo con nuestra propia naturaleza y vivir de acuerdo con la naturaleza como un todo. A fin de explorar estas ideas un poco más comencemos por considerar a un ente que viva de acuerdo con su propia naturaleza. Una entidad actuará de acuerdo con su propia naturaleza a menos que no esté obstaculizada por alguna fuerza exterior, frecuentemente otra entidad que actúa de acuerdo con su propia naturaleza. En este sentido, actuar de acuerdo con su propia naturaleza es simplemente no estar impedido por causas externas, y por tanto ser libre (en lo que podríamos llamar el sentido político de libertad en vez del sentido metafísico). Pero naturalmente muchos seres finitos se encontrarán con muchos causas externas que limitarán su libertad. Idealmente uno quisiera reducir el número de estas limitaciones que se encuentran de la libertad y reducir el impacto de las mismas cuanto estas acontecen. Un modo de lograrlo es reducir la confianza que se pone en los bienes externos. Si la felicidad depende solamente de la virtud, como los estoicos argumentan que debería ser así, entonces uno se volvería inmune a todo tipo de causas externas que de otro modo podrían crear efectos adversos, tales, por ejemplo, que el ladrón tome tu billetera. Naturalmente, como seres finitos nunca será posible devenir completamente libres e invulnerables a los eventos externos. Solamente la naturaleza como un todo, personificada como dios, es completamente libre porque solamente la naturaleza como un todo no tiene nada externo a ella. No hay causa externa a la naturaleza que puede impedir su acción (Cicerón ND, 2, 35). Sin embargo, mientras que pueden existir muchas cosas que están contra mi propia naturaleza, no hay nada que sea contrario a la naturaleza como un todo, porque todo es parte de la naturaleza como un todo. Un aspecto de vivir de “acuerdo con la naturaleza” es cultivar una nueva perspectiva sobre el mundo que intentar ver las cosas desde el punto de vista de la naturaleza como un todo en vez de considerarlos solamente desde una perspectiva limitada. Es lo que Marco Aurelio intenta llevar a cabo en algunos pasajes de las secciones de las Meditaciones: “Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas 32 ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la disolución” (IX, 32). Como ya hemos visto, nuestros juicios de valor sobre los objetos externos derivan de nuestro deseo de auto-conservación, que en sí mismo se sustenta en nuestra perspectiva personal, lo que es bueno o mal para nuestra propia naturaleza. Lo que Marco Aurelio sugiere es que intentemos trascender esta perspectiva limitada y en sentido adoptar la visión de la naturaleza como un todo –la perspectiva de Dios, por decirlo así. Si podemos hacer esto, entonces no tendremos ningún juicio sobre los objetos y acontecimientos externos como buenos o malos para nosotros, y esto contribuirá a comprender plenamente el status de tales cosas como indiferentes. Naturalmente nunca dominaríamos completamente esta perspectiva, precisamente como nunca seríamos completamente libres, debido al hecho de que somos seres finitos. Nuestras necesidades biológicas básicas continuamente nos forzarían a seguir elegir aquellas cosas que son buenas para nosotros y evitar aquellas cosas que para nosotros son malas, incluso si reclasificamos estas como indiferentes preferentes o no preferentes. La presencia de entidades externas limitará inevitablemente nuestra libertad cada vez más. ¿Es esta la razón por la cual los estoicos consideran que es sabio es algo raro? ¿Es para nosotros, literalmente imposible realizar la vida del sabio en tanto que requiere una perspectiva y una libertad que solamente la naturaleza como un todo puede tener? Esto podría ayudarnos a explicar porque ningún estoico se llama a sí mismo ser un sabio. Por tanto, vivir de acuerdo con la naturaleza es una idea que tiene un número de dimensiones para esto. Por un lado implica vivir de acuerdo con nuestra propia naturaleza racional, centrando nuestra atención a nuestra virtud entendida como una disposición excelente del alma. En la práctica esto significa analizar nuestros juicios, teniendo la seguridad de que solamente asentiremos a las impresiones adecuadas, por tanto evitar las emociones violentas que son el resultado de juicios erróneos. Entre más podamos llevar nuestra vida de acuerdo a nuestra propia naturaleza racional, que suframos los menos problemas mentales, más independencia, entonces seremos más libres y felices. Por otra parte, viviendo de acuerdo a la naturaleza significa ampliar el círculo de intereses a fin de abarcar la naturaleza como un todo, dándonos cuenta que no estamos aislados sino que somos una parte integrante del todo. Lo primero sugiere una perspectiva complementa interna; el segundo una perspectiva mucho más amplia. Tal vez esto sugiere una tensión dentro del ideal estoico. Pero no existe ninguno, porque la perspectiva cósmica dependerá del juicio correcto sobre nuestro lugar en la naturaleza, y este juicio correcto solamente será posible si primero atendemos a nosotros mismos por medio de la perspectiva interna. En el mismo conjunto de errores en nuestro razonamiento que dio origen tanto a una injustificada emoción interna y una mala comprensión de nuestro lugar en la naturaleza. 33 A modo de ejemplo, volvamos al filósofo pasajero de Galeno. En medio de la tormenta el filósofo pudo haberse encontrado él mismo enfrentado a la impresión “hay una ola sobre mi cabeza y es algo terrible”. Sin embargo, sabrá que no asentirá a esta impresión porque encierra un juicio de valor que no está justificado. Por tanto rechazará esta impresión y en cambio asentirá a la impresión “hay una ola sobre mi cabeza”. Rechazando asentir al juicio de valor evitará una emoción injustificada que no está justificada. Hacer esto es un ejercicio de una perspectiva interna, interesada solamente con el juicio del propio filósofo. Sin embargo si el filósofo asintió a la impresión de que algo terrible ha sucedido entonces habría visto la ola como externo a él y como algo amenazante. En otras palabras, habría sentado las bases para establecer una barrera entre él mismo y resto de la naturaleza. Como hemos visto, hasta cierto punto esto es inevitable para un ser finito si va a estar interesado en su propia preservación. Sin embargo, como también hemos visto, en este caso la barrera podría ser el resultado de un error en el juicio. En otras palabras, la perspectiva limitada en la que nos encontramos aislados del resto de la naturaleza es una consecuencia del juicio falso que hacemos. Si buscamos cultivar la perspectiva cósmica de Marco Aurelio entonces debemos en primer lugar prestar atención a nuestro interior. Esto es solamente un posible intento de profundizar el fin estoico de vivir de acuerdo con la naturaleza. Para complicar el asunto un poco más, se nos dice también que los estoicos también habían definido el fin como una selección de cosas que están de acuerdo con la naturaleza (Cicerón, Fin., 3, 20; 3, 31). De este modo está en armonía con la naturaleza (mi propia naturaleza) elegir aquellas cosas que contribuirán a mi propia auto-conservación, cosas tales como saludo y riqueza que tienen un valor pero que solamente son indiferentes preferentes. Sin embargo, la elección de estas cosas puede ser parte de un fin; en realidad obteniéndolas están más allá de nuestro control y por tanto son cosas que no dependen de nosotros completamente. Hay un sentido en que esto parece un ejercicio infructuoso –deseando algunas cosas mientras que al mismo tiempo haciendo lo mejor posible para no estar decepcionado cuando se fracasa en su obtención. Seguramente después de todo sería más simple no desear aquellos bienes externos en primer lugar. En efecto, esta es la opinión a la que Epicteto frecuentemente se acerca. Este enfoque en la selección de cosas fue una innovación posterior en la ética estoica (probablemente por Antipater) y pudo ser la actitud de Epicteto la más cercana a la posición ortodoxa. 7. LA DIMENSIÓN POLÍTICA Un número de temas que hemos encontrado en la ética estoicas forman el marco para el pensamiento estoico sobre la política. El más importante de estos es la teoría de oikeiôsis, la prioridad de una virtud interna sobre las circunstancias externas y la idea de que uno podría vivir de acuerdo con la naturaleza. Estas ideas contribuyen a una teoría política cosmopolita, una teoría que tal vez está mejor expresada en los trabajos sobrevivientes de los últimos estoicos. Sin embargo, la idea una ciudad cosmopolita no fue una idea original del estoicismo. Fue expresada por Diógenes Laercio, y pudo él mismo haber acuñado la palabra cosmopolitês: ciudadano del 34 cosmos (DL VII, 6, 63). Fue mientras estaba abajo la autoridad de Crates el Cínico (discípulo de Diógenes) que se nos dice que Zenón escribió su infame escrito, actualmente perdido, sobre la República (fragmentos en Baldry 1959). Este trabajo, el primero y más conocidos de los escritos de filosofía política estoica, texto controvertido desde la antigüedad hasta nuestros días. Algunos estoicos en siglos posteriores a Zenón estaban escandalizados por las doctrinas cínicas que contenía e intentaron ellos mismos distanciarse del mismo. Algunos sugieren que fue un primer e inmaduro escrito de Zenón, escrito cuando aún estaba bajo la influencia de Crates, y no formando parte de su sistema filosófico maduro. Aunque ciertamente contiene algunos temas cínicos, sería imprudente descartar como no formando parte de los intereses filosóficos, con independencia de su tarea como escritor. Recientes investigadores han mostrado que estos mismos temas cínicos puede ser encontrados a lo largo del estoicismo antiguo y no limitado a este único “primer escrito” (GouletCazé 2003). Quizá el más importante de los fragmentos que nos ha llegado relativo a la República es el siguiente de Plutarco: “La tan admirada República de Zenón, el fundador de la escuela estoica, está dirigida a este punto principal, que el arreglo de nuestra hogar no debería estar sustentado en las ciudades, cada una de las cuales haría su propio sistema legal, sino que debería ver a todos los seres humanos como nuestros conciudadanos y residentes locales, y habría un modo de vida y orden, como la de una manada pastando juntos y alimentándose de un alimento en común. Zenón escribió esto, describiendo como siendo un sueño o imagen de una sociedad de filósofos bien gobernada” (Mor., 329 a-b). Este pasaje sugiere que Zenón siguió a sus predecesores cínicos presentando una forma de política cosmopolita en su República. Sin embargo, otro texto implica que pudo haber concebido un estado ideal semejante al estado ideal de la República de Platón, pero solamente con ciudadanos sabios. Esta interpretación ha ido ganando adeptos entre los investigadores (Shofield 1991), mientras que otros han preferido la opinión de que la República es un esbozo de una forma de utopía anárquica que imagina un mundo futuro habitado solamente por sabios y donde el estado político tradicional deviene irrelevante y desaparecerá. Esta última opinión tendría sentido si la República hubiese sido escrito bajo la influencia del cínico Crates. Pero los reportes tan fragmentarios no nos dan en realidad suficiente información para estar seguros de un modo u otro. Aunque podamos haber suspendido el juicio sobre el diseño general de la República de Zenón, el pasaje de Plutarco introduce una serie de temas claves del pensamiento político estoico posterior. Nuestro interés, por decirlo, estaría no en un estado individual o una ciudad sino más bien con mucho una amplia comunidad, que abrazaría a toda la humanidad. En vez de que existan diferentes grupos humanos siguiendo diferentes tipos de leyes políticas deberíamos seguir una forma de vida compartida (e indicase que la frase “alimento en común” puede también traducirse como “ley común”). A fin de profundizar estas ideas necesitaremos volver a algunos de los temas éticos con los ya nos hemos topado. 35 Iniciamos nuestra exposición de la ética estoica con la teoría de la oikeiôses y la afirmación de que los deseos básicos para todos los animales y los seres humanos es el deseo de la propia conservación. El uso estoico de esta teoría fue la base de la teoría tanto de la ética como de la política. En contexto político desarrollaron la podríamos llamar la teoría de la social oikeiôsis. Como hemos visto, nuestro deseo fundamental es la propia auto-conservación, pero desarrollándonos como seres racionales no debemos asociar nuestra auto-conservación con nuestra propia sobrevivencia física. Un ejemplo obvio es el deseo paternal de proteger a sus hijos, que los estoicos conciben como una ampliación natural del círculo de nuestros intereses. Un posterior interés ampliado sería aquel que se extiende de la familia a los amigos, y luego extendida a toda la comunidad o sociedad. Para los estoicos, el amor natural de paternidad por sus hijos forma el punto de partida de lo que podemos el origen de toda sociedad humana (Cicerón, De fin., 3, 62). Como Aristóteles, los estoicos piensan que los seres humanos son animales naturalmente sociales y políticos (Ibíd., 3, 63). Sin embargo, este proceso de ampliación del círculo de intereses podría no detenerse una vez que abarca a toda la sociedad. Eventualmente la oikeiôses podría extenderse a tal grado de incluir a todo el cosmos, generando un interés por la conservación de todos los seres humanos y el mundo natural (aunque por alguna razón Crisipo negó algún interés humano hacia los animales no-racionales). Cuando alcanzamos este más amplio círculo posible de intereses seríamos cosmopolitas –ciudadanos del cosmos. Para los estoicos, entonces, los límites de la ciudad y estado tradicional son colocados arbitrariamente con la finalidad de identificar a otro ser humano como conciudadano. Además, la constitución y leyes que definen un estado tradicional son igualmente arbitrarias si no reflejan los dictados de la razón. En vez de vivir de acuerdo con las leyes promulgadas legisladores (no-sabios), el sabio estoico viviría de acuerdo con la ley natural que encarna en su propia virtud. En una utopía estoica, en la que todos serían sabios, todos vivirían de acuerdo a la este “ley natural” y por tanto compartiendo un modo de vivir. Pero no vivimos en una utopía estoica: vivimos en un paisaje político definido en términos de ciudades y estados tradicionales, y también así lo hicieron los antiguos estoicos. Séneca fue ampliamente consciente de esto, escribió en De Otio: “Partimos del hecho de que existen dos comunidades: una, que es grande y verdaderamente común, abrazando tanto a los dioses como a los hombres, en el que no vemos ni este ni aquel otro aspecto, sino midiendo los límites de nuestra ciudadanía por el sol; la otra, la que nos ha sido asignada por el accidente de nuestro nacimiento” (De Ot., 4, 1). Como estoico, Séneca piensa que nuestra primera filiación política debería ser el cosmos como un todo en vez de la ciudad en la hemos nacido. Pero no puede negar que también somos ciudadanos de un estado tradicional, con las obligaciones y deberes que tal membresía conlleva. Un sabio estoico vive en esta sociedad y no tendría ninguna doble ciudadanía, siendo miembro tanto de la comunidad política tradicional y la ciudad cósmica de “dioses y hombres” (no tendría mucho peso en este caso la palabra dioses, dada el monoteísmo teológico de los estoicos). Pero solamente 36 la ciudad cósmica será la verdadera ciudad: el estoico define la ciudad (polis) como una comunidad de personas virtuosas estando reunidas por una ley común; por tanto, niegan la existencia de cualquier ciudad real, porque tal comunidad no existe en ninguna parte sobre la tierra (Clemente, Stroma., 4, 26). De este modo se nos dice que Diógenes de Babilonia negó que Roma fuese la ciudad real (Cicerón, Acad., 2, 137), diciendo que “no existe ni ciudad ni ley entre los necios”. Para hacerse miembro de la ciudad cósmica uno debe poseer la virtud, que es en sí misma forma la ley común compartida por sus miembros. Aunque el término “ley” tiene el tono de obligación, los miembros vivirán voluntariamente de acuerdo con la virtud, sabiendo que es el único camino hacia el bienestar y la felicidad. Como hemos visto, esta ciudad cósmica puede existir al lado de la ciudad tradicional; uno puede ser ciudadano de un estado convencional y la ciudad cósmica al mismo tiempo. El sabio estoico en cualquier parte del mundo será un ciudadano del cosmos, unido por su forma de vida y ley en común, incluso si ellos nunca se reúnen (aunque igualmente pueden elegir reunirse en alguna parte en particular). A la luz de este enfoque sobre la ciudad cósmica no es sorprendente que la cuestión sería si el sabio estoico tendría algún interés por la política convencional. ¿Podría un estoico comprometerse en la política (como lo intentó Platón) o debería evitar la vida pública (como lo recomienda Epicteto)? Esta pregunta fue especialmente importante para los aristócratas romanos que admiraban el estoicismo, que esperaban jugar su parte en la vida política del Imperio. La respuesta normal del estoicismo fue decir que el sabio debería comprometerse en la política, dado que este compromiso no pone en riesgo su virtud, pero se esté tentado a decir que los estoicos solamente necesitan establecer esto explícitamente porque muchos de sus doctrinas éticas y políticas sugieren implícitamente de otra manera. La perspectiva estoica es apolítica en general cuando entra a la política convencional. El sabio puede comprometerse con la política pero a diferencia de Aristóteles, por ejemplo, los estoicos no piensan que el estado tradicional sea vital para el bienestar del ser humano. A pesar de esto, los estoicos afirman que los seres humanos son sociales por naturaleza, con la potencialidad de ser miembro de una comunidad cosmopolita compartida. El ideal ético estoico, se construido sobre la física y la epistemología, es llamativo. La única cosa que tiene una bondad inherente, y la única cosa que realmente nos debería interesar, es la virtud, entendida como una disposición excelente del alma; la salud del alma, podríamos decir. Todos los objetos externos y estado de cosas son, propiamente hablando, ni buenos ni malos y podrían ser simplemente un asunto de indiferencia para nosotros. Muchas de las emociones que sufrimos se basan en juicios erróneos que hacemos, juicios que atribuyen falsos valores a los indiferentes externos. Estas emociones son enfermedades del alma y reducen nuestro bienestar y felicidad. Pero si comprendemos correctamente por medio de la razón y evitamos los juicios erróneos entonces no sufriremos estas emociones. Nuestra felicidad, entonces, dependerá no de la presencia o ausencia de cosas externas, ninguna de las cuales está bajo nuestro control, sino de lo que se debe al correcto razonamiento. El último mensaje de la ética estoica es que nuestra propia felicidad está completamente dentro de nuestro propio 37 poder aquí y ahora, si estamos preparados para ver el mundo correctamente, y que una vez alcanzada esta visión del mundo esta felicidad nunca pueda ser arracada de nosotros. Este un mensaje poderoso pero sustentado en algunas propuestas un tanto desconcertantes. No es sorprendente que el estoicismo hay continuado tanto fascinando como inquietando a los filósofos desde entonces. Es a esta subsecuente herencia estoica a la que ahora prestaremos alguna atención. 38