Ferran Mascarell

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Un gran acontecimiento de
nuevo tipo, con la cultura
como tema e hilo conductor
TEXTO Ferran Mascarell
Concejal presidente de la
Comisión de Cultura, Educación y
Bienestar Social del Ayuntamiento
de Barcelona y vicepresidente del
Fórum Barcelona 2004
El Fórum nace de la ciudad con la voluntad de hacer de la cultura el factor
más incisivo para la transformación positiva del planeta. Mejores ciudades y
más cultura son los dos motivos iniciales que justifican su celebración. Es una
aventura de libertad y creatividad que inaugura un tercer formato de gran
acontecimiento, junto a las Exposiciones Universales y los Juegos Olímpicos.
l 1 de mayo de 1851 ha sido el día más grande de nuestra historia, el más grande, inmenso y conmovedor espectáculo que
jamás se haya visto”1. Con estas eufóricas palabras, la reina
Victoria de Inglaterra describía la que había sido la inauguración de
The Great Exhibition of the Works of Industry of All Nations. Se trataba de la primera exposición internacional que se organizaba.
Londres, que por aquel entonces era la capital del mayor imperio económico, fue la ciudad que la acogió. Las autoridades y los primeros
visitantes escogidos quedaban admirados ante el imponente y novedoso edificio de cristal, conocido como el Cristal Palace, construido
expresamente para albergar los actos más destacados del acontecimiento en el marco del nuevo recinto ferial en que se había convertido Hyde Park.
La primera gran exposición contaba con una superficie de nueve hectáreas en la que estaban representados un total de cuarenta países por
medio de 13.397 expositores, agrupados por nacionalidades, que mostraban un total de 100.000 artículos, divididos en cuatro grandes categorías: productos brutos, máquinas, manufacturas y objetos de arte.
Los impulsores, un grupo formado por los más destacados industriales
británicos, que habían conseguido el apoyo de la Corona gracias a la
mediación del príncipe Alberto de Inglaterra, se habían inspirado en la
Gran Exposición y Feria Industrial celebrada en París diez años antes.
El éxito fue extraordinario; el recinto ferial recibió la visita diaria de
cerca de 40.000 personas, hasta alcanzar un total de 6,2 millones de
asistentes entre el 1 de mayo y el 15 de octubre. La mayoría de los visitantes eran ingleses, que llegaron a pagar entre tres libras y un chelín.
La diferencia de precios la establecía la perfecta estratificación social
existente y estaba determinada por el día en que se realizaba la visita
(mucho más cara durante los primeros días de la exposición).
Muchos de los asistentes llegaron de otros lugares de Europa, lo que
testimoniaba el notable desarrollo de los transportes y las comunicaciones en el territorio continental. Las grandes exposiciones fueron
los primeros ejemplos de turismo masivo y precisamente en su entorno el emprendedor Thomas Cook encontró las condiciones favorables para crear la primera gran agencia de viajes y turismo.
E
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
Las grandes exposiciones mundiales surgieron con el objetivo de universalizar y extender la civilización europea por todo el mundo.
“Europeos y norteamericanos estaban convencidos de que el capitalismo occidental, la ciencia y la religión cristiana constituían el mayor
grado de civilización alcanzado por el hombre hasta entonces”.2 El lema
de esta primera exposición en Londres era bien explícito: “Est etiam in
magno quaedam respublica mundo” (En la totalidad del mundo se abre
para nosotros una comunidad).
Se trataba de mostrar la unidad de la creación humana en las diferentes facetas y aspectos: político-social, cooperación internacional, ciencias, educación y artes.3 Se trataba de extender la idea de progreso que
animaba aquella época heredera del cosmopolitismo ilustrado del siglo
XVIII, de extender una idea de progreso basada en un nuevo conocimiento científico, en un nuevo desarrollo tecnológico que generaba un
desarrollo industrial extraordinario, casi al mismo tiempo que se definía una nueva estructura social, básicamente urbana, polarizada en dos
clases sociales que emergían en paralelo: los nuevos burgueses industriales y los nuevos proletarios urbanos.
Los nuevos Estados-nación emergían en Europa y América y el liberalismo se convertía en el sistema político predominante. Los Estados, por
tanto, asumían un doble papel de cohesionadores frente a la disgregación social que comportaba el nuevo sistema económico y, al mismo
tiempo, aseguraban la expansión económica y geográfica de las industrias nacionales.
ESCAPARATES DEL PROGRESO
Originariamente, las grandes exposiciones universales no eran más que
un fiel reflejo de este contexto. Aunque estaban inspiradas en las ferias
comerciales que habían proliferado desde finales del siglo XVIII en
Europa y Estados Unidos, desde un buen principio fueron alejándose
del carácter estrictamente mercantilista y comercial. Estuvieron promovidas por los sectores empresariales más vinculados a la industria y
directamente auspiciadas por los Estados. En realidad, se concibieron
como escaparates, por medio de los grandes pabellones “nacionales”,
del progreso tecnológico, científico y cultural de los países más dinámi-
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Una panorámica del recinto de la Exposición
Universal de Saint Louis de 1904, que
coincidió con la celebración de los Juegos
Olímpicos en esta ciudad del estado norteamericano de Missouri.
Corbis
cos del planeta. Aunque su objetivo era el intercambio tecnológico, destacaban más por su carácter educativo o exhibicionista que por el
comercial. Paralelamente, constituyeron instrumentos de dinamización
de las capitales y las grandes ciudades de Europa y América.
El efecto que causaban en los visitantes era tan abrumador como lo
debió ser la lectura de Viaje al centro de la Tierra o La vuelta al mundo
en 80 días, de Julio Verne. Las grandes exposiciones universales reflejaban la fe en el progreso y en la ciencia como medio para obtener la felicidad del ser humano.
De hecho, las grandes exposiciones nacieron en el ambiente intelectual
del positivismo que, al igual que su máxima figura, Augusto Comte
(1798-1857), creía en el poder y aplicación de la ciencia a todas las vertientes sociales a través de nuevas ramas científicas, como la sociología, que aparecieron al mismo tiempo, en una época marcada por el
nuevo romanticismo “idealista y deseoso de ‘salvaguardar’ el patrimonio cultural de la civilización occidental”4. Así pues, las exposiciones
universales no sólo eran un vehículo de propagación de la idea occidental de progreso y de la espectacular euforia internacionalista y tecnológica que dominó toda la época, sino que también eran artefactos
encargados de establecer los nexos entre el pasado y el futuro en la
linealidad de un destino que sólo podía ser concebido en el contexto
de la civilización occidental.
En su primera época, las grandes exposiciones sirvieron como punto
de encuentro de los científicos e intelectuales más reconocidos y fueron el marco que permitió la configuración de algunos de los gremios,
organismos y asociaciones internacionales que unificaban y promocionaban los saberes científicos que caracterizaron la última parte del
siglo XIX y la primera del siglo XX. Si en la Exposición de Londres de
1851 destacó la organización del Primer Congreso de Estadística, que
sirvió para sentar las bases de la estadística internacional, en la de París
de 1878 se llegaron a celebrar más de treinta congresos y conferencias,
tales como la Conferencia Monetaria Internacional o la Conferencia
Postal Internacional.
Las grandes exposiciones habían mostrado su potencialidad entre
finales del siglo XIX y principios del XX. Tras medio siglo de existencia, los gobiernos incidían cada vez más en su tipología, en los criterios
expositivos y en la organización de las actividades. El nacionalismo
reforzó su papel como escaparates de la capacidad de desarrollo tecnológico de las grandes potencias europeas. Durante la primera mitad
del siglo XX, en el marco del creciente conflicto nacional, imperialista
y colonial, se fueron imponiendo los pabellones nacionales y la ilustración de una idea o tema como hilo conductor de las muestras.
La lectura exótica que la metrópoli hacía de los territorios coloniales
ofrecía argumentos para la contraposición antropológica entre los
Estados occidentales y el primitivismo de las colonias. El darwinismo
social se aplicaba a la interpretación de las sociedades humanas. Se
consideraba que la experiencia y la cultura occidentales eran la
“norma” y que el resto de culturas eran etapas primarias del desarrollo de Occidente.
La Exposición Internacional de Saint Louis de 1904 ejemplificó perfectamente la correspondencia entre el pensamiento dominante y las
temáticas que resultaban atractivas “tanto para la intelectualidad
como para las masas”. En ella se celebró el Congreso de Artes y
Ciencias en el que participaron figuras tan destacadas de la época
como Franz Boas, Max Weber, Ernest Rutherford o Henri Poincaré,
entre otros. Al mismo tiempo, se organizó “una gran y popular exposición que mostraba el desarrollo humano con la intención de poner
de manifiesto el triunfo de las ‘razas’ occidentales”5.
FÓRUM BARCELONA 2004
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Edifice / Corbis
Corbis Sygma
A la izquierda, cartel de la Exposición de París
de 1937, obra de Bernard Villemot y Paul
Bouissoud. Arriba, el Pabellón Cívico de la
Exposición de Roma de 1948, y la Expo de
Sevilla en su jornada inaugural, en abril de
1992.
Swim Ink /Corbis
Los grandes conflictos bélicos mundiales del siglo XX se expresaron en
la actividad expositiva que, cada vez más, servía para mostrar la pretendida superioridad tecnológica y militar de unos países sobre otros.
El punto culminante fue la Exposición Universal de París de 1937, en la
que los pabellones de Rusia, Alemania y España fueron el reflejo de los
conflictos y tensiones sociales, políticos y militares que se estaban produciendo y que se iban a producir.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las grandes exposiciones
iniciaron una tercera etapa. La Exposición de Roma de 1948 fue el
punto de inflexión, en primer lugar, porque la presencia de las grandes empresas y corporaciones privadas se convirtió en un elemento
básico del programa expositivo. Los grandes pabellones, propios de
las empresas que se convertirían en grandes multinacionales, fueron
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
asumiendo buena parte del papel que anteriormente habían tenido
los Estados. En segundo lugar, porque la espectacularidad pasó a ser
un elemento esencial en los contenidos de las exposiciones. Era el
reflejo del fenómeno de la cultura de masas y de la sociedad del
espectáculo. De repente, los avances tecnológicos daban paso al
impacto comunicativo como elemento determinante del éxito de los
grandes acontecimientos. Los avances técnicos empezaron a circular
y a ser conocidos gracias a mecanismos más ordinarios de promoción y comercialización.
Al mismo tiempo, los países menos desarrollados empezaron a aprovechar las exposiciones universales para mostrar sus atractivos turísticos.
De hecho, las exposiciones han expresado la transición de una sociedad
basada en la industrialización y el progreso a una sociedad basada en la
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“Las grandes exposiciones se han convertido en escaparates vacíos a los que
nadie encuentra ya sentido, aunque pueden mantener un papel relevante
como elementos de desarrollo de una ciudad o región metropolitana”.
denominada economía de la experiencia, en la que los servicios, el ocio
y el tiempo libre son elementos fundamentales.
La escasa incidencia mediática y la reducida asistencia a la última
Exposición Universal de Hannover 2000, así como la cancelación de la
Exposición Universal de París, prevista para el año 2004, han sido descritas como síntomas de un relativo agotamiento del modelo. Algunos
proyectos sucedáneos, como el del Millenium Dome londinense, que, a
pesar de los intentos de sus organizadores, nunca fue capaz de deshacerse de la carga de artificialidad que lo acompañaba desde un principio, también han mostrado sus limitaciones. Todo hace pensar, por
tanto, que el concepto que ha hecho de las grandes exposiciones uno de
los acontecimientos ordenadores de la modernidad está en crisis. Pero,
¿se trata de una crisis final o de una crisis de reinvención?
Parece evidente que las grandes exposiciones están desprovistas de aquella necesidad que tuvieron las burguesías de glorificar la innovación técnica y la industria; y también parece que la deslegitimación de los
Estados-nación podría estar contribuyendo a hacerlas menos interesantes. Del mismo modo, no parece que sean muy necesarias para unas corporaciones multinacionales que dominan con comodidad el proceso de
la globalización mundial. También es evidente que los ciudadanos ya no
necesitan el estímulo de las grandes citas expositivas para organizar su
actividad viajera planetaria. Sea como fuere, parece ser que las grandes
exposiciones internacionales se han convertido, definitivamente, en
escaparates vacíos a los que ya nadie encuentra sentido.
No obstante, no es descartable que, tal y como ocurrió en Sevilla 92, las
grandes exposiciones puedan tener un papel relevante como elementos
de desarrollo de una ciudad o una región metropolitana, más allá de la
importancia de sus contenidos o de su repercusión internacional.
Queda por ver qué sucederá con Shangai 2010, ya que todo apunta a
que las elites gubernamentales intentarán convertirla en el pasaporte de
entrada de China en el grupo de países más desarrollados. ¿Es posible
que sean los países del Tercer Mundo los que puedan salvar el modelo?
LOS JUEGOS OLÍMPICOS
Robert Garret, estudiante de la universidad norteamericana de
Princeton, no podía imaginarse que el mejor recuerdo de su estancia en
Grecia por vacaciones sería la primera medalla de oro de lanzamiento
de disco de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. El 5 de
abril de 1896, mientras desfilaba junto con otros 292 atletas procedentes de trece países por un restaurado estadio olímpico de Atenas bajo la
ovación de cerca de 70.000 espectadores, desconocía, en gran medida, el
significado religioso y litúrgico que en el siglo IV a.C. otorgaban los
helenos a aquel acontecimiento. Asimismo, tampoco sospechaba que,
cien años más tarde, los Juegos Olímpicos llegarían a convertirse en el
acontecimiento con mayor repercusión mediática. Seguramente, tampoco suponía que el deporte pasaría a ser una actividad profesional en
la que la preparación de un atleta respondería a una minuciosa disciplina de alta tecnificación que tendría una fuerte repercusión económica.
Los primeros Juegos Olímpicos de la era
moderna, celebrados en Atenas en 1896,
en una postal de la época.
Colección Rykoff / Corbis
FÓRUM BARCELONA 2004
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Para Garret, como para otros estudiantes de su generación, el deporte se
había convertido en una parte importante de su currículo universitario.
Desde que, a principios del siglo XIX, en el college de la localidad inglesa
de Rugby, y, posteriormente, en las universidades de elite de Cambridge
y Oxford, el deporte empezó a tener una importancia fundamental en la
formación de los alumnos, su práctica se extendió rápidamente al resto
de escuelas y universidades del territorio británico y americano. Se consideraba que el deporte tenía la virtud de proporcionar, combinado con
la educación, un equilibrio perfecto entre el cuerpo, el espíritu y la
mente. De esta forma, la ociosidad aristocrática recuperó la interpretación que los griegos habían otorgado al atletismo, eso sí, desproveyéndolo del elemento divino que lo había guiado en sus orígenes.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX la popularización del
deporte era imparable. Aquella práctica habitual entre las clases aristocráticas se convirtió rápidamente en un elemento de expresión de su
estatus y del espíritu de toda una época que contaminó al conjunto de
la sociedad.
Poco a poco, a medida que se imponían los nuevos horarios laborales y
los calendarios industriales incorporaban jornadas de descanso, apareció el concepto de ocio. El trabajo en las fábricas introdujo nuevas formas de relación y de experiencia que se tradujeron en múltiples tipos
de asociaciones, en muchos casos promovidas por los propietarios
poral entre juegos olímpicos y exposiciones universales se produjo en
las ediciones de 1900 y 1904, en París y Saint Louis respectivamente;
hasta que, finalmente, se decidió organizar los juegos de forma independiente en la edición de Londres de 1908.
Aunque fueron las clases aristocráticas las que apoyaron los primeros
Juegos de Atenas, la voluntad de los organizadores era la de popularizar
los juegos entre los diferentes estratos sociales y países. Se tenía fe en la
función pedagógica y constituyente del deporte y, al mismo tiempo, en
el reto que suponía establecer los límites de las capacidades humanas y
el espíritu de la constante superación del hombre. Tal y como especifica la Carta Olímpica, “se pretendía reunir deporte, cultura y educación,
con el fin de crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el
valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos
fundamentales universales”.
Además, en un contexto europeo esencialmente belicista, los Juegos
Olímpicos aglutinaban los sectores más dispuestos a promover la paz y
la concordia entre las naciones. En la propia Carta Olímpica se especificaba que “el Movimiento Olímpico tiene como objetivo contribuir a
la construcción de un mundo mejor y más pacífico”6.
Sin embargo, los intereses estratégicos de los Estados no tardaron en
quedar de manifiesto durante el desarrollo de los Juegos. El proceso fue
evidente en 1936, cuando se decidió organizar la Olimpiada Popular de
Inauguración de los Juegos Olímpicos de
Berlín, en agosto de 1936. La celebración de
estos juegos, convertidos en una exaltación
del régimen nazi, tuvo su contrapartida en la
convocatoria de la Olimpiada Popular de
Barcelona, truncada por la guerra.
Colección Hulton-Deutsch / Corbis
industriales, entre las que, muy pronto, destacaron aquellas que promovían las actividades deportivas.
Cuando, a finales del siglo XIX, Pierre de Coubertain propuso restaurar el olimpismo, expresó la confluencia, que su propia personalidad
sintetizaba, entre la tradición de la práctica deportiva anglosajona y el
espíritu internacionalista que también había animado la concepción de
las exposiciones universales. De hecho, la coincidencia espacial y tem-
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
Barcelona, en contraposición a los Juegos Olímpicos de Berlín. La doble
olimpiada de 1936 fue una demostración palpable de las implicaciones
políticas que también habían impregnado el deporte. El inicio de la
guerra civil española, el 18 de julio de 1936, truncó una Olimpiada
Popular que pretendía ser una manifestación de carácter antifascista en
la que se llevase a cabo una popularización del deporte, alejándolo de
la simple competitividad por conseguir medallas.
15
David Turnley / Corbis
Wally McNamee /Corbis
Tras los juegos de Los Angeles de 1984
(sobre estas líneas) y la caída del muro de
Berlín en 1989 (arriba), el fin de la guerra fría
permitió iniciar una nueva etapa en que las
olimpiadas se convirtieron en un fenómeno
mediático de dimensiones planetarias.
La politización de los Juegos Olímpicos continuó en el contexto de la
guerra fría de la segunda mitad del siglo XX y alcanzó su máxima
expresión en las Olimpiadas de Moscú 80 y Los Angeles 84, cuando los
países enfrentados de uno y otro bloque se abstuvieron de participar
en los Juegos organizados en las respectivas sedes del país enemigo.
Los Juegos Olímpicos de Los Angeles 84 y la caída del muro de Berlín
en 1989 permitieron el inicio de una tercera etapa. Las olimpiadas se
convirtieron en un fenómeno mediático de dimensiones auténticamente planetarias. En el contexto de la revolución mediática, los
Juegos Olímpicos han pasado a ser el acontecimiento internacional
prototípico de la llamada sociedad del espectáculo. Tanto las ciudades
más dinámicas del planeta como las grandes corporaciones multinacionales han aprovechado el gran impacto de los Juegos para implicarse en su organización. De los Juegos han surgido, más allá de las
marcas atléticas cada vez más profesionalizadas, notables procesos de
transformación urbana y participación ciudadana (Barcelona 92 y
Sydney 2000) o bien dudosos procesos de afirmación y negocio de las
grandes firmas comerciales universales (en Atlanta 96).
Sea como fuere, parece evidente que el deporte y los Juegos se han
convertido en un núcleo clave de la sociedad actual, a pesar de perder
algunas de sus románticas pretensiones iniciales. “La evolución del
deporte ya no puede sustraerse al lugar preeminente que tiene en la
sociedad actual, ni a las presiones económicas y sociales que se han
FÓRUM BARCELONA 2004
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Todos los equipamientos –como el Centre de
Cultura Contemporània, en la foto, durante
una muestra dedicada a Joyce en 1995–
participarán en unas actividades presididas
por la pluralidad y la diversidad.
En las páginas siguientes, el agujero de la
capa de ozono y campesinos indígenas del
Chaco.
Francisco Ontañón
ido desarrollando a su alrededor y, ni mucho menos, a los avances, a
escala científica, en su preparación”7.
UN TERCER FORMATO DE GRAN ACONTECIMIENTO
A mediodía del 12 de noviembre de 1997, los miembros que conforman la Conferencia General de la UNESCO, reunidos en París, aprobaron el punto 12.2 del documento 29 C/58; es decir, apoyaron la propuesta presentada por la ciudad de Barcelona para organizar el primer
Fórum Universal de las Culturas Barcelona 2004.
Paradójicamente, aunque el Fórum es la propuesta de una ciudad, su
defensa ante la asamblea de embajadores estatales de la UNESCO tuvo
que correr a cargo de la ministra española de Cultura, tal y como estipulaban las normas de esta organización.
El Fórum nace de la ciudad y lo hace con la voluntad de convertir la
cultura en el factor más incisivo (¡y ojalá fuese el más decisivo!) en la
transformación positiva que el planeta exige. Así pues, mejores ciudades y más cultura son los dos motivos iniciales que justifican su celebración; la ciudad y la cultura que, de hecho, han mantenido históricamente un sustrato común. Recordemos que la ciudad es –como diría
el urbanista Jordi Borja– la producción cultural más significante que
ha materializado el ser humano; recordemos que la ciudad nace del
pensamiento y de la capacidad de imaginar.
Así pues, el Fórum significa atreverse a dar un paso más, construir una
mezcla inédita. El Fórum es la creación de un gran acontecimiento
(una aventura de libertad y de creatividad) desde el que poder abordar
los principales temas que preocupan a las sociedades planetarias:
cómo construir culturas de la paz más aplicables, cómo producir culturas de la sostenibilidad más eficientes que hagan el mundo más habitable y cómo construir culturas de la diversidad que permitan que las
identidades y las diversidades puedan convivir en un mundo global.
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
Obviamente, el Fórum nacía –está naciendo– con un interrogante
latente y no infundado. La primera pregunta que cabría plantearse es
si es posible organizar un gran acontecimiento con la cultura como
tema e hilo conductor. A priori, puede haber respuestas para todos los
gustos. Pero las dudas sobre la viabilidad de un foro cultural no tienen
por qué ser menores que las que acompañaron a los anteriores formatos de grandes acontecimientos de alcance planetario.
Las críticas sobre su viabilidad pueden ser las mismas que las que se
produjeron en algunas de las ediciones de acontecimientos, a otra escala, más o menos similares (capitalidades culturales u olimpiadas culturales, por ejemplo). Puede darse una preeminencia excesiva de la política partidista o de los intereses de las administraciones implicadas;
puede producirse un cierto secuestro, por parte de los responsables
directos, o puede producirse cierta dificultad para gestionar, desde el
gran acontecimiento, la presencia de la realidad cultural ordinaria de la
ciudad; puede haber equivocaciones en la capacidad de hacer participar
a la ciudadanía; pueden darse dificultades para promover la implicación de los centros culturales de la ciudad y del país; pueden darse el
desconocimiento y la lejanía de los productores planetarios de cultura;
puede haber cierta vacuidad en los contenidos globales; y puede fallarse en la vinculación entre el acontecimiento y su posterior herencia en
la vida cultural de la ciudad y del país.
Esta serie de dudas es la misma que, en 1851, provocó que mucha gente
desconfiara del éxito de una gran feria que no vendería productos y que
declaraba que pretendía promover la innovación y la industria; o que
provocó la indiferencia de todos aquellos que, en 1896, menospreciaban las posibilidades reales de un encuentro olímpico, cuando el deporte era cosa de aristócratas y de unos cuantos y encantadores soñadores.
Por tanto, la pregunta que se plantea es si la cultura puede ser la base
argumental de un gran acontecimiento, como lo fueron las exposicio-
17
nes, con la innovación como principal hilo argumental, o las olimpiadas, con el deporte y el deseo de hermanamiento entre los jóvenes como
principal razón conceptual. A priori, la respuesta es sí, aunque todavía
está por demostrar. De hecho, crear un gran acontecimiento con la cultura como sujeto es, en sí mismo, un gran reto cultural. ¿De qué modo
puede materializarse un Fórum Universal de las Culturas? Las respuestas generales, los detalles y los matices pueden ser muy diversos y, seguramente, el Fórum evolucionará en los años sucesivos y las propuestas
de otras ciudades ayudarán a perfilar los detalles que lo convertirán en
el tercer gran formato de acontecimientos planetarios.
Así pues, en esta edición fundacional, el Fórum debe entenderse como
un gran reto; de hecho, como una auténtica aventura intelectual. Su
punto de partida debe ser el de no dar nada por supuesto. Tiene que
facilitar un amplio proceso de debate abierto y sin excesivos prejuicios.
La cultura es, ante todo, creatividad y participación, y el proceso de
construcción del Fórum es, sin duda, eso: creatividad y participación.
De hecho, la concepción de un encuentro como éste implica cierto
“hackerismo (participación informal) social e imaginativo de las iniciativas ciudadanas”8.
De la misma forma que unas olimpiadas exigen series previas para
delimitar el número de competidores, un foro cultural necesita un
proceso participativo previo. De la misma forma que las exposiciones
universales acabaron convirtiendo los pabellones gubernamentales en
la referencia organizativa, o que los Juegos acabaron delimitando la
tipología y variedad de pruebas o deportes que sirven de referencia
popular, el Fórum debe construir su escenografía a partir de la base
de formatos nuevos (los tradicionales y los que se puedan imaginar).
La cultura también es pluralidad y diversidad. Los formatos del Fórum
deben servir para expresar muchas cosas (tienen que promover la pluralidad) y deben resultar atractivos para mucha gente (fomentar la
diversidad). Estos formatos y sus contenidos deben contar con la suficiente calidad para garantizar que el acontecimiento tenga sentido (dar
sentido y significación es una de las funciones de la cultura).
La cultura también es “glocal”. Los contenidos del Fórum deben tener
una dimensión “glocal”, de tal modo que, una vez finalizado el acontecimiento, los conceptos de cultural local y global tienen que haber
mejorado sus interrelaciones, realmente complejas. El objetivo debe
ser “compatibilizar la diversidad con un proyecto común, la pluralidad
de culturas y tradiciones con un cuadro de convergencias, tanto en el
ámbito político como en el de los ideales”9; la creación de un marco
común de civilidad que permita la convivencia, unas identidades más
cívicas y abiertas, capaces de convivir con la diversidad.
El éxito del Fórum (éxito es siempre un concepto relativo) dependerá
de su capacidad de ser muy cultural, de la habilidad para desplegar
todas y cada una de las múltiples dimensiones de la cultura a lo largo
de los 141 días mediante un recinto doble (el espacio Fórum y el conjunto de la ciudad). La cultura tiene una dimensión constituyente (crea
nuevos valores y nuevas ideas para afrontar el futuro). El Fórum es un
acontecimiento cultural que tiene sentido en la medida en que sea capaz
de forjarse sobre una cultura constitutiva de nuevos valores y de nuevas
ideas antropolíticas, biopolíticas, ecopolíticas y sociopolíticas, como diría
Edgar Morin.
El segundo elemento diferencial del Fórum es que nace a partir del
impulso de una ciudad. El Fórum es la expresión de la capacidad de una
ciudad para poner en primer plano la dimensión más social de la cultura. Barcelona cree en la utilidad de crear un nuevo instrumento colectivo de reflexión y de debate entre las culturas del mundo para afrontar,
juntas, las contradicciones sociales y culturales (expresadas en términos
de oportunidades y dificultades) del cambio de siglo.
El nuevo milenio ha comenzado con la evidencia de los límites de las
fuerzas que estructuraron el siglo XX: la economía de libre mercado, los
medios de comunicación de masas, la ciencia y el Estado de bienestar.
El Fórum nace en un mundo marcado por el cambio climático, por las
dificultades de la sostenibilidad medioambiental, por la globalización
económica y cultural, por la deslegitimación de los Estados y por una
acusada debilidad de los valores y las creencias con los que estructurar
las formas de vida.
La tercera característica del Fórum viene definida, por tanto, por la necesidad de crear nuevos mecanismos de articulación de creencias y de pensamiento compartido en un momento histórico paradójico. Por una
parte, la sociedad se acerca a la materialización de la aldea global imaginada por los utópicos de los siglos XVIII y XIX y que justamente fue un
componente de inspiración de los grandes acontecimientos internacionales. Por otra parte, se vive en una situación de inquietud colectiva,
subrayada por las dificultades a la hora de imaginar los futuros posibles.
La vieja idea ilustrada de desarrollo y de progreso lineal ya no sirve.
NASA / Age fotostock
“El Fórum nace en un mundo marcado por el cambio climático, las
dificultades de la sostenibilidad, la globalización económica y cultural, la
deslegitimización de los Estados y la debilidad de los valores”.
FÓRUM BARCELONA 2004
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Mientras que los conocimientos científicos han evolucionado a un
ritmo vertiginoso, los valores con que organizamos la vida individual y
colectiva no han conseguido una consistencia suficientemente sólida y
válida. Así pues, ¿cuáles son las oportunidades y cuáles las amenazas del
mundo actual y del mundo futuro? Ésta es una pregunta cultural, esencialmente cultural, y es la cuestión clave que se suscita en el conjunto de
las sociedades del planeta. El sentido último del Fórum radica, por tanto,
en esto, en ser el instrumento que la sociedad reclama para entablar un
auténtico debate, sincero y transversal, sobre cómo generar las condiciones que posibiliten nuevas y mejores convivencias entre los seres
humanos (entre las personas, entre los pueblos, entre las culturas diferentes, en consonancia con los entornos naturales).
EL IMPERATIVO DE LA CONVIVENCIA
El debate que el Fórum acoge se fundamenta en una cultura constituyente, transversal, que tenga una mayor capacidad de incidencia en los
postulados sobre el futuro de la economía y la política. El Fórum promueve y forja una nueva cultura común, planetaria y local, basada en el
imperativo de la convivencia. El Fórum es el marco en el que buscar la
construcción de una nueva unidad social que permita una vida más justa
y libre a escala planetaria.
En consecuencia, el Fórum es un espacio para profundizar en las interdependencias complejas entre lo propiamente cultural y lo político, económico, técnico y social. Por tanto, es un espacio en el que proponer
cómo vivir, cómo convivir, cómo determinar una orientación más razonable del crecimiento económico, cómo distribuir el bienestar y la riqueza de los más favorecidos y extenderlos entre los desfavorecidos, cómo
educarnos, hacia dónde orientar el diseño de las ciudades, cómo aceptar
las diversidades culturales y cómo solidarizarnos de forma más eficiente.
El Fórum es un desafío. Significa situar en el escenario mundial un
nuevo modelo de acontecimiento global y local que facilite el diálogo
intercultural y que sea capaz de abordar los temas más complejos y aportar algunas soluciones que resulten lo más eficientes posible. Parte de la
convicción de que el debate intelectual sobre las ciudades es también un
debate sobre la situación y las perspectivas del desarrollo humano.
Así pues, no es extraño que el Fórum se proponga como un tercer formato de gran acontecimiento que surge de las ciudades y que está dispuesto a tener continuidad, que sea una propuesta cívica y que su éxito
exija la implicación de la pluralidad de agentes que articulan la ciudadanía, en la misma medida, se podría decir, en que las culturas del mundo
se apropien del acontecimiento.
Las exposiciones universales surgieron de la complicidad de los gobiernos y las burguesías industriales de mediados del siglo XIX. En cambio,
el Fórum es el producto de la complicidad entre los gobiernos locales
(con la colaboración de todos los demás niveles de gobierno) y el conjunto de ciudadanos y ciudadanas que deseen participar en la construcción de un futuro mejor y más razonable. Las exposiciones nacieron
como respuesta al deseo de las naciones de mostrar su fortaleza a través
de las innovaciones. Su espíritu inicial, ilustrado y cosmopolita, además
de comercial, se desvió hacia la promoción de la fortaleza de sus Estados
y ha desencadenado la crisis de sentido que las atenaza en la actualidad.
Los Juegos Olímpicos nacieron de la convicción romántica de que el
deporte podría hermanar a las juventudes del mundo; de ser un elemento constitutivo y fundamental del currículo educativo de los jóvenes han
pasado a ser un inmenso y magnífico espectáculo de masas.
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
Carlos Bosch
La historia enseña que cada encuentro ha sido fruto de su momento.
Posiblemente ahora es el momento de un tercer formato de acontecimiento. Como expresó muy gráficamente el ex director general de la
UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, es hora de concebir un acto basado en las culturas y el diálogo (como base de su preparación y de sus contenidos universales), y no en los Estados y los pabellones expositivos. Es
hora de un tercer formato denominado Fórum Universal de las Culturas.
Notas
1 Buckey, Ramon (ed.) (1984). Prólogo de la edición española del libro de Lewis Carroll A través
del espejo y lo que Alicia encontró allí. Editorial Anaya. Madrid.
2 Jackson, Gabriel (2002). “Hacia el imperio o hacia el orden mundial”. Vanguardia Dossier.
Número 3. Pág. 8.
3 Quanz, Dietrich (1987). The Worlds Fairs of the 19th Century and the Olympic Games as
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4 Villani, Pasquale (1996). La edad contemporánea 1800-1914. Ed. Ariel. Barcelona. Pág. 130.
5 Watson, Peter (2002). Historia intelectual del siglo XX. Editorial Crítica. Pág. 128.
6 De Coubertain, Pierre (1992). Extractos de la Carta Olímpica. Punto 6 de los principios fundamentales. Espíritu olímpico. Plaza & Janés. Barcelona.
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