COL·∙LOQUI INTERNACIONAL CAPITALISME GLOBAL I PROCESSOS DE REGENERACIÓ URBANA HOMENATGE A NEIL SMITH Barcelona, 14-­‐16 de setembre 2015 GENTRIFICACIÓN: ¿DESASTRE, NECESIDAD, OPORTUNIDAD? PARA UN USO CRÍTICO DEL CONCEPTO EN LOS PAÍSES DE EUROPA DEL SUR por Francesco Indovina, Dipartimento di Architettura, Design e Urbanistica, Università di Sassari, indovina@iuav.it Oriol Nel·∙lo Departament de Geografia, Universitat Autònoma de Barcelona oriol.nello@uab.cat 1. INTRODUCCIÓN La noción de la gentrificación ha alcanzado enorme fortuna académica en los últimos años, en buena medida por influjo de los trabajos de geógrafos radicales anglosajones, entre los cuales destaca la obra de Neil Smith. Aun cuando el estudio del fenómeno no es en absoluto novedoso, debe afirmarse sin ambages que la denuncia de los procesos de gentrificación ha tenido efectos positivos tanto desde el punto de vista social y político, como académico. Así, se ha denunciado de manera eficaz como la substitución forzada de la población en las áreas urbanas -­‐ya sea a través de políticas públicas, ya sea a través de los mecanismos del mercado del suelo y la vivienda, ya sea a través de la combinación de ambos-­‐ suele resultar en un incremento de las desigualdades sociales y de la segregación urbana. Esto se debe a que el desplazamiento de la población con menores ingresos de los lugares donde residía previamente suele tener efectos perjudiciales, entre los que destacan el incremento de los costes de transporte, la pérdida de las redes sociales y la desarticulación política de los grupos subalternos. En cambio, quienes vienen a residir en su lugar pueden acceder a un nivel superior de bienestar, al conseguir tanto en términos de renta, patrimonio y servicios. 1 Sin embargo, la aplicación del término a procesos sociales urbanos muy diversos está contribuyendo no solo a su desnaturalización científica sino también a conclusiones políticas de dudosa utilidad. Así, de forma harto esquemática la gentrificación ha sido catalogada alternativamente como un desastre, una necesidad o una oportunidad. Y de aquí se han derivado diversos corolarios políticos, que oscilan entre la impotencia, resignación o el aplauso. Aquellos que la ven como un flagelo se muestran a menudo impotentes, pese a su indignación, para domeñarla; quienes la aceptan como un mal necesario, la acogen con resignación; quienes la ven como una oportunidad, sobre todo para el beneficio privado, la aplauden y pugnan por incentivarla. La aportación que presentamos quiere ofrecer una visión crítica de la utilización de la noción de la gentrificación en los países del sur de Europa, apoyándose, sobre todo, en los ejemplos de Barcelona y Venecia. Así, tratará de debatir cómo, a nuestro entender, la gentrificación no es siempre un desastre inevitable, ni una necesidad, incluso en ausencia de una transformación completa del sistema económico capitalista. Y que las oportunidades, ciertamente existen: la oportunidad de dirigir los procesos de transformación urbana a través del gobierno público y la acción colectiva. Que esta oportunidad no sea inherente a los procesos en curso, esto no significa que aprovecharla resulte imposible. El trabajo consta de tres partes. En la primera, se abordan los efectos socialmente negativos de los procesos de gentrificación. En la segunda parte se entra en la crítica de la forma como la noción de la gentrificación viene a ser, a menudo, utilizada para analizar las dinámicas urbanas en los países del sur de Europa. La aportación se cierra, indicando como desde la óptica del avance hacia una mayor equidad social en las ciudades la utilización acrítica y descontextualizada del concepto de gentrificación puede llevar a conclusiones políticas desacertadas e incluso contraproducentes. 2 2. DESIGUALDAD SOCIAL, SEGREGACIÓN URBANA Y GENTRIFICACION Consideramos que para el debate sea fructífero, resulta necesario inscribir el análisis sobre la gentrificación y la discusión de las medidas destinadas a hacerle frente en un contexto más amplio: el estudio sobre la desigualdad social y su plasmación sobre el territorio, a través de la segregación urbana. Así, la gentrificación -­‐entendida como el desplazamiento de población de menores recursos de determinadas áreas urbanas a través del mercado inmobiliario o de políticas urbanísticas, con la finalidad de reemplazarla por población de mayor capacidad adquisitiva-­‐ debe ser entendida como una de las expresiones de la segregación urbana que, a su vez, como sabemos, es causa y efecto de la desigualdad social. Si queremos centrarnos por un momento en el ejemplo de Barcelona, en los últimas décadas del siglo XX conocimos una destacada reducción de las desigualdades sociales, que se tradujo territorialmente en una disminución de los efectos de la segregación urbana (perceptible tanto a escala metropolitana –en las diferencias de rentas medias entre las coronas metropolitanas y la ciudad-­‐, como en el interior de los propios municipios). Desde el inicio de la crisis económica se ha producido, sin embargo, un notabilísimo ascenso de la desigualdad, acompañado de un incremento muy notable de la segregación. Cabe mencionar que éste es debido no solo, ni tan siquiera en primer lugar, a la concentración de los grupos sociales con menores ingresos a determinados barrios, sino sobre todo por la tendencia a la separación de los grupos sociales más acomodados. Son los rasgos de lo que Éric Maurin denominó el avance hacia la societé de l’entre-­‐soi. En este contexto, ¿cuál puede ser la evolución de los procesos de gentrificación, entendida de manera específica como el recambio de población de un nivel de renta por otro de nivel de renta mayor en un área determinada? Podemos aventurar tres hipótesis: 3 a) La primera tiene que ver con una eventual pérdida de la base social digamos “autóctona” de los procesos de gentrificación. Estos, como es sabido, tienen una base económica en la especulación del suelo y de la construcción, pero también requieren de una base social: una clase media emergente y dinámica con voluntad de mejorar la calidad de su residencia e incrementar su patrimonio. En las fases económicas anteriores, esa parte de la población, de tamaño significativo, mejoró constantemente su situación de ingresos, impulsó el consumo y trató de mejorar sus condiciones de vivienda. A estos sectores los procesos de gentrificación ofrecían por una parte una vivienda de mayor calidad (fuertemente apoyada por una política crediticia expansiva) y por otro lado unas áreas urbanas renovadas, en las que podía reconocerse, identificarse y encontrar aquellas formas de consumo y relación a los que aspiraba. Pues bien, estos grupos sociales han sido claramente afectados por la crisis y han perdido, en buena medida, su capacidad digamos “disruptiva” en del mercado inmobiliario. b) La segunda hipótesis hace referencia a la tendencia al separatismo de los grupos sociales más acomodados, que, como hemos visto, resulta hoy uno de los principales vectores de la segregación. Desde un punto de vista territorial, no parece que ésta tienda a crear de islotes de gentrificación aislados, sino que más bien parece desplazarse en forma de mancha de aceite. El “rent gap”, el espacio de oportunidad entre la renta del suelo que realmente se paga y aquella que podría pagarse, parece pues localizarse hoy más bien en los márgenes y aledaños de zonas ya consolidadas como áreas de residencia de grupos sociales acomodados, que en otros barrios. En muchos de ellos, especialmente allí donde se concentra la población con menor nivel de renta, hablar de gentrificación no es ya un error, sino un sarcasmo. Los procesos de recambio de población que allí acontecen, toman la forma más bien la forma contraria: entrada de grupos con nivel de renta inferior a la media del barrio y salida de aquellos con renta superior. c) Finalmente, la capacidad de inversión que podría engendrar procesos de gentrificación parece, de momento, seriamente mermada. Esto es así tanto 4 para la iniciativa privada, que tiene unas dificultadas muy notables para recurrir al crédito y debe hacer frente a fuertes pérdidas acumuladas, como para el sector público, cuya capacidad de inversión en actuaciones infraestructurales y de renovación urbana se encuentra reducida a niveles muy bajos, tanto por la disminución de los ingresos como por la aplicación cada vez más estricta de prescripciones contrarias al aumento de la deuda pública. 3. POR UN USO CRÍTICO Y RIGUROSO DEL CONCEPTO DE GENTRIFICACIÓN En este contexto, resulta esencial, a nuestro entender, no trasponer de forma mecánica interpretaciones y modelos importados a la hora de analizar los procesos de segregación urbana y, en particular, el tema de la gentrificación. Cuatro son las cuestiones que nos parecen fundamentales: el papel de los agentes económicos supralocales, la cuestión del régimen de tenencia, la acción de los movimientos ciudadanos y la intervención de los poderes públicos. Cuatro cuestiones que detallamos a continuación, aunque de forma necesariamente esquemática. En primer lugar, ante la atonía de los actores locales en su relación con el mercado inmobiliario, debe ponerse particular atención al impacto de los flujos y los capitales supralocales en el impulso económico de los procesos de transformación urbana: a) Así, debe tenerse en consideración que la falta de inversión pública y de mantenimiento privado está comportando para áreas extensas de las ciudades el avance hacia situaciones de degradación. Éstas pueden ser aprovechadas por capitales locales y, sobre todo, por capitales transnacionales para adquirir posiciones ventajosas en el mercado del suelo y de la vivienda, que pueden tener importantes implicaciones futuras. La segregación y gentrificación del año 2025 en nuestras ciudades se está fraguando en el mercado del suelo de hoy. b) El otro factor de cambio principal es la actividad turística. Si nos basamos en los casos de las dos realidades que conocemos mejor, Venezia y Barcelona, colegimos en este momento los procesos de sustitución de la población son suscitadas no tanto a través de actuaciones para la residencia permanente en el mercado residencial, sino sobre todo a través del impacto de la actividad 5 turística. Es cierto que ambas ciudades constituyen casos hasta cierto punto extremos de incidencia del turismo, pero debe tenerse en cuenta, que los nuevas formas de turismo residencial –b&B, airb&b-­‐ disponen de una capacidad extraordinaria de penetrar capilarmente en el mercado inmobiliario. En un contexto de propiedad inmobiliaria muy fragmentada, quienes acaban fomentado los procesos de cambio son, a menudo, los propios residentes en los barrios afectados, que ven en el cambio de uso de su vivienda un recurso para sustentarse en una situación de dificultad. Así -­‐aunque la existencia de empresas de intermediación, la incipiente concentración de la propiedad y falta de políticas de espacio público resultan de innegable importancia en la aceleración del proceso -­‐ la gentrificación por turistificación casa mal con los esquemas que atribuyen el desplazamiento de la población a la simple actuación del gran capital inmobiliario y financiero. Por ello mismo, su tratamiento presenta una notable dificultad técnica y política. En segundo lugar, debe analizarse, con particular atención, la situación del régimen de tenencia de la vivienda prevalente en cada ciudad. Los procesos de gentrificación no presentan las mismas pautas ni tienen las mismas posibilidades de prosperar en un contexto caracterizado por un gran dominio del régimen de propiedad (como en tantas ciudades españolas o italianas), que en otro caracterizado por la presencia mayoritaria del régimen de alquiler (como en tantas ciudades norteamericanas). Tampoco actuarán de la misma forma en barrios caracterizados por la presencia masiva de vivienda de alquiler público (como en tantas ciudades francesas o holandesas). En cada uno de estos contextos el impacto de las políticas de dotación de equipamientos y espacio público, por ejemplo, tendrá efectos diversos sobre el mercado inmobiliario: allí donde prime el alquiler social serán casi indiferentes, allí donde prime el régimen de propiedad individual redundarán en un incremento del patrimonio de las familias, allí donde prime el alquiler libre incentivarán probablemente procesos de substitución de la población. Uno de los principales defectos de muchos estudios urbanos acerca de la gentrificación en nuestros países ha sido, precisamente, la importación del concepto y de las críticas que comportaba sin atender a la cuestión crucial del régimen de tenencia. 6 En tercer lugar, debe tenerse en cuenta que los agentes transformadores de la ciudad no son solamente los poderes públicos y los propietarios del suelo y el capital. Como bien sabemos, en toda ciudad existen movimientos de ciudadanos más o menos organizados que pugnan para mejorar las condiciones de vida de sus barrios, preservando y ampliando su patrimonio colectivo (bienes comunes, bienes públicos, prácticas sociales). La acción de estos grupos incide efectivamente en las condiciones de vida de los barrios, ya sea a través de la prestación directa de servicios, ya sea conquistando mejoras que después son efectuadas por la administración. En un contexto de libre mercado del suelo, ésto tiene efectos de manera inevitable sobre los precios inmobiliarios y, eventualmente, propiciar procesos de desplazamiento o barreras de ingreso a población de menor renta. ¿Debemos pues condenar a los vecinos del Carmel que construyeron con sus propios medios el sistema de alcantarillado del barrio como gentrificadores? ¿Debemos hacer lo propio con quienes crearon el Ateneu Popular de Nou Barris o quienes reclaman que el Centre d’Assistencia Primària de Piera sea un centro de emergencias? Finalmente, para el correcto análisis de la gentrificación y sus implicaciones es necesario disponer de un análisis crítico y complejo de la naturaleza y la actuación de las administraciones públicas. Es cierto que, en general, la legislación inmobiliaria, en casi todos los países, privilegia la propiedad del suelo y la promoción privada, de acuerdo con la creencia errónea de que “cuando el construcción va bien, prospera economía” (afirmación que el desarrollo reciente de la economía en Estados Unidos, Irlanda, España y otros países, se ha encargado de desmentir de forma rotunda). En esta situación, es bien posible que las iniciativas de renovación urbana acaben generando procesos de gentrificación y los daños más arriba indicados: por ejemplo, la discusión tan extendida en Italia y en España acerca de los "vacíos urbanos" (fábricas, cuarteles militares, almacenes, etc.) y las "grandes oportunidades” que estos brindan suelo olvidar que para algunos estos “vacíos” están “llenos de renta”. Sin embargo, como se decía, la administración pública, forma parte, de manera inevitable, del campo de juego entre los diversos intereses sociales. Así, en ocasiones, partes de la administración (en particular, los ayuntamientos, pero no sólo estos) pueden ser conquistadas por políticas favorables a mejorar la ciudad a favor de los grupos más 7 desfavorecidos. Estas políticas pueden a veces resultar relativamente exitosas, tanto a la hora de mejorar las condiciones de vida como de reducir las desigualdades de renta (del suelo y de ingresos). Así, la condena radical de toda mejora urbana –ya sea obtenida a través de programas de rehabilitación, de transporte, saneamiento o equipamientos-­‐ como fuente de gentrificación, abocaría los poderes públicos a la inacción y los incapacitaría para emprender política urbana alguna, porqué cualquiera de ellas tendrá inevitablemente efectos sobre los precios del suelo y la vivienda: llevando el razonamiento al límite, cualquier intervención urbana (por parte de los poderes públicos o las organizaciones sociales) que tuviera por objeto de mejorar las condiciones de vida de los grupos subalternos sería desaconsejable por temor a sus efectos perversos, por lo menos hasta que se produjera la supresión sobre la propiedad privada del suelo o la abolición de las relaciones de propiedad capitalistas en su conjunto. Esto resulta no solo erróneo desde una perspectiva científica, sino también equivocado desde el punto de vista político. La plena adopción de esta perspectiva llevaría al absurdo de criticar cualquier acción de mejora urbana emprendida, por ejemplo, por las fuerzas políticas procedentes de los movimientos sociales que han conseguido las alcaldías de algunas de las principales ciudades españolas (Madrid, Barcelona, Cádiz, Valencia, Coruña, Santiago de Compostela, etc). 4. ¿PUEDE CAMBIARSE LA SOCIEDAD SIN CAMBIAR LA CIUDAD? Precisamente porque no resulta claro cuándo se va salir de esta crisis -­‐más aun, porque no está claro si se va a salir de la crisis con el actual sistema económico-­‐ el compromiso con la ciudad es esencial. Gran construcción social, foco de condensación de les desigualdades, pero también crisol de las alternativas políticas, la ciudad debe ser objeto central de todo intento de mejora de las condiciones de vida de la población. Esto nos lleva a la cuestión de la planificación y la política urbana, así como a la promoción de la participación colectiva. En efecto, los procesos de segregación y gentrificación pueden ser, hasta cierto punto paliados y evitados en la ciudad a través del gobierno público de las transformaciones urbanas. Éste no puede ni debe ser confiado exclusivamente a la fuerza económica del 8 mercado y, todavía menos, al impulso especulativo. La ciudad es un bien colectivo, en cuya realización participan múltiples agentes, y que, precisamente por ello debe inspirada por una visión colectiva y gobernada por la política pública. Es ésta la que debe definir donde, cómo y cuándo deben tener lugar las transformaciones y según qué finalidades: creando nuevas oportunidades y favoreciendo aquellas decisiones (también privadas) que se encuentren en coherencia con los objetivos fijados; impidiendo, en cambio aquellas que actúen en dirección contraria. Ahora bien, la noción de “visión colectiva” en la construcción de la ciudad no debe permanecer como una divisa genérica. Debe llenarse de contenido, en el sentido, por ejemplo, de dejar claro que aquello que debe ser objeto de crítica no son, de forma general, los procesos de rehabilitación de partes de la ciudad, sino su dirección, para asegurar que esta tenga por objeto no el beneficio privado sino la mejora del bienestar colectivo. Y de la misma manera, debe llenarse de forma, porque en las políticas urbanas las formas importan doblemente: en tanto que, por un lado, las formas de decisión y gestión atañen a la calidad democrática de los procesos y a la co-­‐producción de las políticas entre administración y ciudadanía; y en tanto que, por otro, las formas físicas de la ciudad condicionan estrechamente los procesos sociales que en ella tienen lugar. A modo de conclusión, debemos basar el análisis de las causas y los efectos de los procesos de segregación urbana en nuestras ciudades en análisis empíricos y rigurosos, sin que esto implique renunciar en modo alguno a los necesarios postulados teóricos. Se evitarán así los esquematismos que reducen la gentrificacion a un desastre, una necesidad o una oportunidad, y sus corolarios políticos, que oscilan entre la impotencia, resignación o el aplauso. La perspectiva de un cambio profundo de las relaciones de propiedad prevalentes -­‐en particular, la propiedad privada del suelo urbano-­‐ es no solo deseable, sino además posible. Pero mientras ésta se produce, no se puede en modo alguno renunciar a reclamar y llevar a cabo políticas urbanas tendentes a mejorar la vida de la población más desfavorecida, entre otras cosas porque éstas forman parte del avance necesario hacia aquellas transformaciones de mayor alcance. Por ello, el temor a la gentrificación no debe tener un efecto paralizador para los gobiernos y los movimientos urbanos transformadores. Más bien 9 al contrario, debe empujarles con mayor ahínco a pugnar por el gobierno público de estas transformaciones. Resulta imposible transformar la sociedad en su conjunto solo a través de cambiar la ciudad. Pero los cambios en la ciudad son un requisito imprescindible en el avance hacia una sociedad más democrática y equitativa. _______________________ 10 Los calcos conceptuales y la ignorancia de las realidades concretas pueden acabar comportando conclusiones políticas desacertadas e incluso contraproducentes desde la óptica del avance hacia una mayor equidad social en las ciudades. Más todavía, los mismos movimientos urbanos de innovación social –aquellos que pugnan por preservar los tejidos sociales o para promover la mejora de las condiciones de vida en los barrios-­‐ se verían expuestos a las mismas críticas, puesto que sus acciones pueden tener efectos similares. Así, llevando el razonamiento al límite, cualquier intervención urbana (por parte de los poderes públicos o las organizaciones sociales) que tuviera por objeto de mejorar las condiciones de vida de los grupos subalternos sería desaconsejable por temor a sus efectos perversos, por lo menos hasta que se produjera la supresión sobre la propiedad privada del suelo o la abolición de las relaciones de propiedad capitalistas en su conjunto. A modo de conclusión, la aportación abroga por basar el análisis de las causas y los efectos de los procesos de segregación urbana en nuestras ciudades en análisis empíricos y rigurosos, sin que esto implique renunciar en modo alguno a los necesarios postulados teóricos. Se evitarán así los esquematismos que reducen la gentrificacion a un desastre, una necesidad o una oportunidad, y sus corolarios políticos, que oscilan entre la impotencia, resignación o el aplauso. La perspectiva de un cambio profundo de las relaciones de propiedad prevalentes es no solo deseable, sino además posible. Pero mientras ésta se produce no se puede en modo alguno renunciar a reclamar y llevar a cabo políticas urbanas tendentes a mejorar la vida de la población más desfavorecida, entre otras cosas porque estas forman parte del avance necesario hacia aquellas transformaciones de mayor alcance. Por ello, el temor a la gentrificación no debe tener un efecto paralizador para los gobiernos y los movimientos urbanos transformadores. Más bien al contrario, debe empujarles con mayor ahínco al gobierno público de estas transformaciones. 11 ______________________ Alghero-­‐Bellaterra, 8 de mayo 2015 El ejemplo de Barcelona nos permitirá mostrar lo que queremos decir. Como bien sabemos, en la región metropolitana de Barcelona se produjo en el último cuarto del siglo pasado un destacado descenso de la desigualdad social, esto es claramente perceptible, tanto si lo observamos a través de índices de concentración o de ratios de dispersión. No es este el lugar de entrar a debatir las razones de esta reducción de las desigualdades, que tienen que ver tanto con el desarrollo económico como con la tardía construcción del Estado del Bienestar en Cataluña y en España. Desde el punto de vista territorial esta reducción de las desigualdades sociales se tradujo aparentemente en una reducción de la segregación espacial. Esto es perceptible, tanto si lo medimos para territorios muy extensos –como por ejemplo, comparando las coronas de la región metropolitana y la ciudad-­‐ como en el interior de la propia ciudad. Sin embargo, a partir de inicios del siglo XXI observamos cómo tanto las desigualdades sociales como la segregación urbana tienden a incrementarse. En particular, el estudio de la segregación urbana permite colegir las siguientes conclusiones: 1. El carácter estructural de fenómeno, que antecede claramente la crisis económica. 2. La tendencia a la acentuación de la separación de los grupos sociales sobre el territorio. 3. El menor vigor relativo de la segregación espacial y urbana en la región metropolitana barcelonesa que en otros realidad vecinas. 4. La potencial polarización territorial por el incremento de las áreas que presentan indicadores extremos de segregación 12 5. La propensión de segregarse tanto de los grupos más desfavorecidos como de los más acomodados 6. La escala metropolitana del fenómeno. 7. La coherencia y la cohesión territorial de la segregación, tanto en cuanto a la segregación inferior como en la superior, que en ambos casos presentan unas claras continuidades territoriales. 13