COSMOPOLIS I l e ^ s t a mensual M A D R t O . AÑO IV. ABRIL., NOIVI. 1dda 40 -roiwio >c¿ i EL VIAJB DE GEORG'E SAND A MALLORCA GABRIEL- ALOMAR IB esas páginas áeSpirídion emana también la religio' sidad peculiar del tomanticismo, la ítligión que había reemplazado al catolicismo perdido; una religión de amor no satisfecho, de creencia vaga,- casi de mera negación, sin dogma y, por tanto, sin verdadera fe. Siendo el romanticismo francés un triunfo del «lemcnto nacional franco» individualista, sobre los elementos nacionales latino y galo, la influencia germánica aportó su concepción religiosa personal, lilM-e, cuya pritaera manifestación en Francia había sido la pléyade contemplativa de Port-Royal, donde hubo una especie de pre-romanticismo, como hubo en la Reforma una especie de prc-Revolución. Un teísmo vacío, desolado, incoloro, pugnaba por hacerse luz en las conciencias. Experimentábase una poderosa atracción hacia ese Dios que unas veces era el punto al cual tendía el hombre a través de la Humanidad, y otras se confundía con la Humanidad misma. Sin creer en la eficacia de la oración, sentíase una especie de dihttantismo de la plegaria, tal vez por ser bella, tal vez como consuelo solitario, puramente subjetivo, basado en una ilusión consciente. La Julia de Raph&eJ es una admirable encarnación de ese estado de alma. Toda la poesía francesa de la época era la expresión literaria, es decir, sentimental, de esa filosofía. La lírica se explayaba en adoraciones a la divinidad incomprendida y la novela flotaba continuamente en una línea media entre Jo real y lo ideal, que parecía formada por las percepciones de un sentido nuevo. Pero no había llegado todavía al arte la percepción total de lo 1 COSMÓPOUIS íÉÉnito, o, mejor dicho, de lo absoluto, donde se habían remontado, por im supremo esfuerzo de la intuición, Spinoza, Malebranche y los idealistas alemanes, y hasta donde debía elevarse también el naciente positivismo, por un supremo esfuerzo de la inducción. Si, por una parte, el personalismo religioso germánico dominaba en las creencias y se avenía, mejor que el catolicismo, con el progreso socftfl y científico y con la multiplicidad de las interpretaciones filosóficss nacidas del racionalismo, por otra el culto y el arte católicos hacían sentir el prestigio secular de sus esplendores. Esto complicaba la eterna duda, la famosa duda qPe caracteriza toda la poesía romántica; Spirimon es, si así puede decirse, uno de los innumerables casos de esa dolencia, una lenta evolución intelectual hacia la razón; la liberación de uil alma personal en medio de la bajeza y la ignorancia de las colectividades; una sed de inmortalidad que se esforzaba por encontrar la prueba decisiva de que el espíritu no se apaga, de que persiste como permanece la forma en la memoria imaginativa y en la tela o el mármol del artista; una continua busca de la síntesis, mejor que del análisis, entre las torturas del mal del siglo, esc mal del siglo cuyas lamentaciones recuerdan, en Spiridion, un conocidísimo verso de Musset:—«Yo era demasiado viejo para vivir en el presente y demasiado joven para vivir en el pasado», dice el padre Alejo a su discípulo (1). El cristianismo ejercía una infltiendá demasiado profunda en las almas románticas para que no se buscas? una conciliación entre el escepticismo heredado de la Enciclopedia y la fe transmitida por los antepasados; y a través de los versículos del Evangelio se buscaba el sentido oculto de la religión venidera, que había de ser científica sin dejar de ser cristiana, la interpretación nueva y definitiva de la palabra de Jesús, la fórmula de adoración futura, adoración al Espíritu (2) y no a la forma, y basada en el precepto, en la moral, mejor que en el dogma. La (1) Compárese el conocido verso de Musset: Je suis vena trop tard dans un monde trop vieux, •con los versos de SuUy-Pradhomme sObre el propio Musset, del cual dice que nació ni trop tot pour savoir, ni poiit chanter trop tard, y que vivió a moitié dans ce monde et dans I'autre a moitié. La religión humanitarista y el socialismo van unidos, en esa época inicial, así en Leroux y Comte, como en Fourier y Saint-Simon. Renán (Saint Paúl, página 288-289) compara los protoCristianos con los sectarios del sansimonismo. Yo he podido comprobar la coexistencia del espiritismo y el socialismo en la mentalidad de individuos de mal cimentada ilustración. (2) Juan, IV, 21 y 23. EL VIAJE DE QEOROB S&ND A MMXOÜCA trinidad conservaba su antiquísimo misterio de símbolo cabalístico, confirmado una vez más por la divisa revolucionaria de libertad, igruaMadt fraternidad (1), por la triada de Leroux y lo» perfe^os en que divida el régimen de castas (familia, patria y propiedad); por la ley de los tiies estados de Augusto Comte (teológico, .metafisico y positivo); por Jas pasiones mecánicas del sistema de Fourier (cabalista, mariposa y compuesta); por los grados de la evolución liegeliana (naturitleza, espítíta consciente y libertad), y por las etapas (lírica, épica y dramática) q u e ^ prólogo de Cro/nn^e//señala en la marcha secular de la literatura^ tan diversas de las que distinguió después Nietzsche in el aite helénico (apoliníaca, dionisíaca y democíática o identifica). La rettgión^ .para Gcorgc Sand, tenía tres épocas, como el reino de las personas déte Trinidad, El reino del Padre correspondía a la ley de Moisés. El reino del Hijo había de ceder el puesto al del Espíritu, predleho p o r i l apóstol Juan. También el cristianismo había tenidoya stts tres épQ&tSt la de San Pedro, personificada por Hildebrando; ladeSanJuatl,p0p'Fesentada por Joaquín de Flora y los gloriosos l^resiarcas deta Edad Media, desde Abelardo a Lutero (2) y rematada por Bossue^ ese apologista católiido que disimulaba mal su íntimo píotestantismo* tía períodé para ía Mtisa^ ción y la actividad, otro para el amor y «líSeiitimiento, Otro'pata eleonocimiento y el libre examen. Desde entonces empezaba la e#adc% nueva religión, succsora del cristianismo, comprensiva de Jas r<N»*laciones de toda la humanidad anterior a nosotros y fundada 4*1 *a'intetfpfe^ tación espiritual y no en su sentido literal. Uwa nueva St>Gíedad?4iiía*Uimanidad nueva estaban próximas para instaurar plenamente esa Ifáti^nidad total de los hijos de Dios, anunciada en fes Psalmó* (3) y eil «1 cuarto Evangelio. La Palabra, scgiinda péráona de la Trinilllíd erlStkÉía, adquiría un sentido místico de consciencia-universal, cómo ún cóifliplemento de aquella «alma del mundo» imaginada por los panteístas. Como se ve, toda la filosofía alemana se correspondía con ese romanticismo como dos ramas nacidas de un mismo tronco, de la misma manera que se armonizaba con el pensamiento y la acción, en general, de la Francia nueva. (1) La palabra fraternidad sustituyó a la de justicia, que se encuentra en diversos tratados enciclopedistas como tercer miembro de la triada revolucionaria (Cf. Volney, Ruines, cap. XVII). También se encuentra en el discurso de Danton como procurador 4« la Commune de París en Enero de 1791 (igualdad, justicia y libertad). Y precisanwnte la actual divisa fué popularizada por los cordeliers, por los franciscanos. (2) Sobre el paulismo de Lutero, véase también jRenan fXes Apotres y Saint Pmtki (3) Psalmos, LXXXII, 6; Juan, X, 34. ' . fe COSMÓPOLIS Realmente, aquel concepto trinitario de la Historia podría aplicarse a las tres Edades, si nos concretásemos a estudiar en cada una la base de las selecciones humanas y la naturaleza general del pensamiento: así, en la Edad Antigua, el concepto clásico de fuerza, de aristocracia étnica, cimentada en la raza, constituiría el reino de las divinidades paternas, rudamente autocráticas, patríarcalistas; en la Edad Media, la difusión del cristianismo como dogma o letra, y el monacalismo como selección humana, serían el reino formulario del Hijo; y en la Edad Moderna, la interpretación personal, el racionalismo creciente, originando una aristocracia del intelecto, formarían el reino del Espíritu. Es preciso, pues, distinguir dos fases en la primera forma literaria de George Sand. Empezó por un trascendentalismo inconsciente, espontáneo, cuya tendencia subversiva y feminista nace dé la misma acción, es una inducción particular del lector, no envuelve propósito directo de defender una causa o exponer una nueva teoría de moralidad. Luego vino la fase docente, cuando la autora se hubo empapado en la filosofía de la época y se convirtió en doctrinaria. La primitiva expresión sentimental pura se había trocado en expresión directamente didáctica, sin abandonar el sentimentalismo. Sólo más adelante, cuando el arte fué para ella una preocupación casi exclusiva, escribió George Sand su larga serie de novelas novelescas, puramente literarias (1). Todo eso confirma la índole femenina de esta escritora, sometida continuamente, como decíamos, al influjo de uno u otro de los varones que sucesivamente compartieron su afán amoroso e hicieron de ella, según la expresión de Delatouche, «un eco que embellecía la voz». Cumplía la misión natural de su sexo, amplificando y desenvolviendo en forma sentimental las ideas que el ingenio masculino depositaba en su mente como una fecundación; y su estilo hacía brotar alas al pensamiento, daba vidp* y calor a las ideas inanimadas y frías. La frase de Delatouche convendría también á una escritora ya sugerida, por comparación natural en el curso de este ensayo: Madame de StaeL Hay cierto parecido entre las dos. Influidas por Rousseau; dominadas por el humanitarismo poético que veía en la literatura un fin trascendente de indefinida mejora social y política, de progresiva integra(1) Menéndez y Pelayo dice que George Sand juntaba una ardiente imaginación a un temperamento calmoso y frío, con un fondo de nativa bondad; califica sus novelas campestres como admirable poesía, no afeminada, no de égloga ni de abanico, sino saludable, robusta, sincera; opina que creó la novela idílica, lo más noble y subsistente de su obra, y encuentra su influencia en Tolstoi, en Turgueneff y en la vigorosa novelista inglesa George Elliot. (Ideas estéticas; tomo citado, pág. 472.) EL VIAJE DE QEORGE 3&ND A MALt;fH)ieA ción democrática, educación lenta y gradual de los hombres para adaptarlos plenamente al ejercicio de la soberanía; sometidas a la sugestión del idealismo germánico y la serenidad • italiana; fluctuando entre los ideales de redención cosmopolita, heredados del siglo xvni y fuente de toda una manera romántica, y los vislumbres de rehabilitación de la Edad Media y retorno al estudio de la poesía bárbara, que originaron la otra manera romántica, nacidas bajo la influencia de esa misma estrella evocadora, el romanticismo; y, en fin, cumpliendo a maravilla su condición de hembras por la amplificación o paráfrasis de unas mismas ideas seminales infiltradas en su espíritu por los gran4cs sembradores de la época, que para la Stael fueron (como dice Menéndcz) su padre Nccker, Rousseau, Condorcet, Schiller, Schlegel, Benjamín Constant, Sismondi; son las dos escritoras magníficos ejemplos que prueban la filiación aristocrática del nuevo espíritu francés, el cual no desmiente esa nativa condición de todos los ideales de renuevo humano: todo ideal se produce naturalmente en las clases superiores, y pasa algún tiempo antes que llegue a ser patrimonio común de las multitudes que han de imponerlo por la fuerza. Ciertas descripciones, en Spiridion, podrían aceptarse muy bien como paráfrasis o complemento de las descripciones de Un hiver a Majarque. Tal es, verbigracia, la de la terraza del convento, donde los monjes salían a extasiarse en la contemplación divina a través de la contemplación natural y a sentir el anodadamiento del alma en la inmensidad de la obra de Dios y en Dios mismo, en medio de-la voluptuosidad del panorama, terminado, a lo lejos, por el mar. En cuanto a la descripción de la ermita, la analogía es mayor aún entre las dos versiones: la misma costa brava, la misma vertiente cubierta de olivos y picachos, el mismo anacoreta de aspecto repulsivo y estúpido, imagen tic la suma degradación intelectual, viviendo en la inconsciencia de la sublime y la grandiosa soledad del mar que se extiende ante sus ojos. Pero, tal vez por un impulso de idealización artística, el ermitaño de Spiridion, bajo su apariencia de imbecilidad y rebajamiento, se reviste con el genio supremo de la bondad. Todo un capítulo de Un hiver a Majorque puede y debe considerarse como un fragmento desprendido de la novela Spiridion^ Me refiero ai capítulo titulado Le convent de l'lnquisition, verdadero spécimen de literatura romántica. Su estilo también resalta sobre el del resto de la obra, y se acerca más al período clásico y a la retórica vieja, que la forzosa 80^ bricdad de unas impresiones de viajero había moderado. Ese capíttáo es un largo diálogo entre la mentira poética y la verdad destructora, cn5 MH COSMÓPOLIS tre el arte y la filosofía, es decir, entre el artista que encuentra en la superstición una fuente de belleza y el fraile herético que vuelve a la luz después de un cautiverio de expiación sufrido por haber entrevisto la verdad. Tales fueron los dos estados psíquicos de aquella generación de lucha. El artista se lamenta del afán de vida material que ha sucedido al triunfo de la revolución, abomina de la obsesión política y social del momento y vuelve los ojos, sedientos de poesía, al culto del pasado y a los monumentos de los siglos de fe. El monje resucitado no comprende, en cambio, la borrasca porque atraviesan los espíritus, después que la humanidad ha conquistado la dicha mediante los beneficios de la libertad. Y parece que se percibe, entre líneas, un hervor de la fecunda agitación de los tiempos, y se abre ante la vista el vacío vertiginoso dejado por la fe, sin la cual no hay arte posible, por la fe perdida cuando parecía llegado «el momento de creer, puesto que era el momento de saber». Pero de la poesía de las ruinas emanaba el concepto de un arte nuevo. Las columnas roías, los dorados marchitos, representaban víctimas devueltas a la luz y al espacio; los cálices de pedrería arrebatados a las iglesias eran prendas de liberación del hombre, «ese vaso de elección lleno de la gracja celestial >. Entre las piedras que caían y la hierba que las iba cubriendo, las víctimas libertadas venían a dar gracias a Dios por el presente, mientras los artistas acudían a llorar el pasado. Movida por un impulso nuevo, más etmplio y generoso, la poesía bajaba del cielo sobre aquellas ruinas a cantar himnos al «Dios de Misericordia>, sucesor del «dios de las venganzas y los suplicios>. El optimismo de la libertad surgía del pesimismo general, de esa angustia moderna a que aludía Leroux, predecesora de la tristeza contemporánea y uno de los caracteres principales del romanticismo, pues todo el ambiente espiritual de la época está saturado de toda esa decepción sin consuelo posible, que se cierne sobre el mundo, amenazadora como los cielos de Delacroix. En el eterno círculo vicioso del sentimentalismo humano, el mundo, visto a través de los románticos, era profundamente triste, como había sido risueño y dulce a través de los neo-clásicos, y como seguramente volvería a serlo en su día. George Sand no se limitaba a entonar la Marsellesa sobre los escombros del convento.de Santo Domingo. Al reseñar sus impresiones de viaje no quería concretarse a una simple narración, sino que se proponía «un fin algo filosófico>. El ideal era su palabra favorita, y a la busca de ese ideal o «sentimiento de lo mejor» quería dedicar su vida entera. En Mallorca, sintiéndose en un medio hostil e incomprendida, rodea- EL VIAJE DE OBOnOE SAND A MALLORCA da de recelos, como el padre Alejo de Spiridion, se le aparece la visión futura de la libertad; bebe el soplo de vida que acabará por llegar a esos pueblos, dormidos en la soledad. Un gran fervor de redentorismo se eleva de sus páginas. Comprende que el «sentimiento de una superioridad intelectual y moral sobre otros hombres sólo regocija el corazón de los orgullosos»,y turban su sueño de independencia universal y de igualdad humana los recuerdos horribles de la colonización que impone al África, en aquellos momentos mismos, la propia Francia de la revolución... Tenía Georgc Sand una misión que cumplir entre estos labradores antediluvianos; y su religión de puro arte, supura pasión romántica, no le impiden hablar del atraso de la agricultura, a pesar de la poesía idílica de nuestro arado virgiliano y la grandiosa apariencia de nuestros campos, donde los dragones giiardiancs de las plantas hespérides persisten en forma de monstruosos troncos y raíces. No creía en ese tópico imbécil de la «piedad de las almias sencillas». Sentíase también, como Lamcnnais entre los camaldulenses de Tívoli, un «viajero infatigable en los campos infinitos del pensamiento, el apóstol de la vida, de la libertad moral, entre los levitas de la muerte, inmóviles bajo su sudario». El ditirambo que dirige a Mendizábal, y sus filosofías sobre la destrucción de los conventos (que, sin duda contra lo que ella creyó, fué en Mallorca un acto consumado en medio de protestas generales), parecen un recuerdo de la famosa frase de Víctor Hugo: Ceci fuera cela, el libro matará el edificio; y ella misma hace constar, como signo de advenimiento de la nueva fe, que acaso diez años antes la hubiese impresionado más el vandalismo de aquella destrucción que su alto sentido como página histórica donde se consignaba la victoria del derecho sobre el culto. Su pasión por la libertad del individuo y la emancipación de los pueblos protesta contra la obsesión napoleónica; contra la deificación del ccsarismo post-revolucionario, producto natural del desbordamiento de la multitud, esa eterna esclava y adoradora de la fuerza, que prejparaba el advenimiento de la república plebiscitaria y del segundo imperio militar, última consecuencia de la patriotería democrática, cocardiére na^ tional en el peor sentido de la palabra; tendencia contra la cual había de luchar tenazmente la propia George Sand, cuyo humanitarismo la apartaba naturalmente del conccpto*atávico, exclusivista y belicoso de la patria. El individualismo romántico y el socialismo de la Revolución habían confluido fatalmente en el mismo resultado, y, por una selección incontrastable, el dominio absoluto y la vieja tiranía se reencarnaban en la voluntad más intensa. El latinismo había consumado otra vez su antiguo sueño de dominio universal y absoluto, y lo había realizado COjSMOPOLlS por medio del mayor prodigio del desvarío romántico. Napoleón había nacido, pues, de la unión inverosímil y casi absurda entre aquellos dos elementos. Como un modelo sublime de poder y tenacidad, quedaría eternamente sobre el mundo vencido la visión de aquel corso de perfil romano, que, en una hermosa página de Spirídion, sube por casualidad a la ermita, y tendiendo la vista sobre el mar, desde la inmensa altura, parece repartirse mentalmente los despojos de la tierra y aspirar la emanación de los futuros campos de batalla. Poco pensaría George Sand, apesar de su redentorismo, que aquella misma fiebre romántica que dominaba su espíritu había de producir muy pronto, en esas tierras entumecidas por el estacionamiento y la inactividad, la resurrección de las literaturas locales. La materna poesía catalana, que el Renacimiento pagánico desterró y que se había refugiado en las coplas populares y campestres, iba a entonar de nuevo sus cantos en la lengua rehabilitada por el espíritu nuevo. Pero entonces, como consecuencia de la dominación del espíritu viejo en Mallorca, todavía el sentimiento de patria era en la isla poco menos que desconocido. Dentro de la concepción tradicional del derecho público, rigurosamente autoritario y de origen casi divino, la patria había de parecer forzosamente una id?a demagógica y revolucionaria, o, cuando menos, sospechosa (1), Por lo demás, la pasividad del país no había de favorecer el despertamiento del patriotismo, que es la conciencia de la propia personalidad colectiva, y, por lo tanto, supone una actividad. Era imposible, pues, como hace notar George Sand, «ver una provincia menos unida a España por un sentimiento patriótico, ni una población menos inclinada a la exaltación política». Aún hoy sería difícil encontrar en España una indiferencia patriótica semejante a esa, y no por el descrédito en que la tendencia comunista ha hecho caer la idea de patria (descrédito que los humanitarios ya presentían), sino por pura negligencia espiritual. (1) Ya he citado más arriba el contrasentido del lema absolutista español Dios, Patria, Rey, otro ejemplo de las triadas de la época. Véase, en cambio, cómo la Vendée y la Bretaña alzaron contra la Francia revolucionaria el grito de Dieu et Roi. BL VIAJE DE QEORQE 8AND A MALLOIICA V Una suave y dulce simpatía se desprende de las páginas de Uii hiver a Májorque por ese acompañante innominado, que no sale tiunCa de su apartamiento misterioso, y a quien Oeorge Sand alude tan sólo con las designaciones de nuestro enfermo, alguno de mi familia, uno ée entre nosotros, entendiendo por nosotros /a subjetividad fortuita, sin la cual ia óbietividaú maiJorquina no se hubiese revelado. Federico Chopin, representante excelso del romanticismo en la música, vino a buscar la salud en el clima de Mallorca, y bien puede decirse que permaneció ajeno a las grandes bellezas naturales de la isla. Temperamento infantil, de una sensibilidad accesible a la menor impresión, el amor que George Sand sintió por él tuvo más de protección maternal que de apasionamiento erótico. Hubo mucho de espifitual en la impudicia de aquella mujer, siempre sedienta de emociones imposibles de experimentar en la vida. Seguramente tonstituía para ella un¿ nueva forma de propaganda, apoyada por el ejemplo, la exhibición dd amor sin trabas, fundado únicamente en el afecto que se da por el placer mismo que se tiene en darlo, con la conciencia de que no existe ningún lazo que evite la separación cuando el amor y el placer hayan dejado de ir juntos. En el aura de libertad que soplaba sobre Mallorca, había de venir también la libertad del amor, el amor nuevo, sin deberes ni derechos, el amor en su manifestación más ardiente y frenética, por lo mismo que era la menos social. Si la sangre sajona (y casi regia) tuvo influencia en el romanticismo de George Sand, la sangre polaca influyó mucho más todavía en el temperamento úe Chopin. La atmósfera algo lúgubre de la Cartuja deMó de exasperar sin duda los sufrimientos de ese gran músico, cuya naturaleza septentrional le predisponía, como se sabe, a todas las visiones. En aquel convento abandonado, que era entonces objeto de horror para los aldeanos del valle donde en otro tiempo el demonio aparecía a tentar el pobre espíritu de Catalina Tomás, la imaginación del músico vería surgir'a cada momento esas apariciones creadas por el delirio en las noches de fiebre. Encadenado a su labor de artista, luchando con la premiosidad de su creación, siempre descontento de la expresión de ese ideal fugitivo e inasequible, le acometería a todas horas la melancolía profunda que hacía de él un ser intolerable, y la repentina variación de COSMÓPOLIS sentimientos que se traduce en el violento y súbito contraste de sus melodías. Seguramente había, además, una divergencia hondísima entre aquellos dos temperamentos, en medio de la comunidad de su espíritu romántico. El, con el egoísmo de los enfermos y el desencanto prematuro de la vida, sentía a los veintiocho años una profunda y total desilusión, que se exteriorizaba en un verdadero aborrecimiento por la humanidad, fomentado por la índole puramente aristocrática de aquel carácter. En el fondo no había más que una sed de triunfos, no satisfecha toadvía. Ella, en cambio, encontrábase entonces en pleno ensueño humanitario, sometida a la sugestión de un mundo nuevo y feliz, y dispuesta a sacrificarse por el advenimiento de ese sol cuya aurora empezaba a despuntar en el horizonte. El vigor masculino que animaba a aquella mujer de treinta y cuatro años, le comunicaba la fiebre de las venideras luchas por el ideal, y contrastaba con la debilidad femenina de Chopin. Ella se sentía sola, enmedio de un panorama hermosísimo, pero inanimado, y la inspiración de reposo y majestad que se desprendía de «los árboles, las piedras, el cielo puro, el mar azul, las flores y las montañas», no se avenía con su espíritu batallador y activo, enemigo de la contemplación y la somnolencia. No, ciertamente, no fué una epopeya de amor ese invierno que pasaron juntos en Mallorca, Chopin y George Sand. Cuando la misma naturaleza de los dos artistas no bastara para revelárnoslo, bastaría uno de los párrafos con que termina la narración de Un hivsr a Majorque, párrafo que, según la autora, sintetiza la moral del libro: «En los días tormentosos de la juventud, se imagina uno que la soledad es el gran refugio contra los golpes, el gran remedio para las heridas del combate; es un grave error, y la experiencia de la vida nos enseña que allí donde no se puede vivir en paz con sus semejantes, no hay admiración poética ni goces de arte capaces de colmar el abismo que se abre en lo profundo del alma. Todo ello debió de contribuir no poco a la malevolencia de la escritora respecto a los mallorquines, ya que vio el país a través de la propia melancolía. Invadidos ambos por la nostalgia de París y aislados entre los rencores de un pequeño mundo, su alma se nutría en el desprecio contra la humanidad inferior que los rodeaba; respiraban, como una compensación a su oscuridad pasajera, la evidencia de la propia superioridad. £77a, la Amante, no podía ver el mundo a través del cristal rosado de un amor feliz; y el mundo de alrededor le parecía vil y despreciable. Y 10 EL VIAJE DE QEODQB 8AND A MALLORCA él, a solas con el ensueño, con su amorosa pasión por la Noche, por la musa de velos negros que le dictaba melo<Mas vedadas a los oídos profanos de los hombres, escuchadas como resonancias espirituales del silencio mismo, luchaba con la expresión imposible de la inexpresable vaguedad, del misterio que se esccpa a la persecución misma del arte más elevado y dúctil, del arte que sabe plegarse a todos los sentimientos y formas, a todos los movimientos y fantasías, como una nube que los vientos modelan acomodándola a las infinitas creaciones de un arte desconocido. Y los dos, en la monotonía de su celda, en la sucesión de los días iguales y cansados, veían surgir ante la presciencia de su imaginación, como una profecía, la visión de la gloria futura. 11 TODAS LAS HORAS POR ALFONSO REYES E L COCINERO Un gran letrero.—«Cocina»—, llamaba la atención del transeúnte. Junto a la puerta, los sabios hacían cola, como en los estancos la gente el día del tabaco. Cada uno llevaba una bandeja, con toda pulcritud y el mayor cuidado. Sobre la bandeja, un capelo de cristal. Y bajo el cristal, una palabra recién fabricada en el gabinete, mediante la yuxtaposición de raíces y desinencias de distintos tiempos y lugareá, El cocinero—hombre gordo y de buen humor—iba cociendo aquellos bollos crudos, aquellas palabras a medio hacer, con mucha paciencia y comedimiento. Metía al horno una palabra hechiza, y un rato después la sacaba, humeante y apetitosa, convertida en algo mejor. La espolvoreaba un poco, con polvo de acentos locales, y la devolvía a su inventor, que se iba tan alegre, comiéndosela por la calle y repartiendo pedazos a todo el que encontraba. Un día entró al horno la palabra artículo, y salió del horno hecha artejo. Fingir se metamorfoseó en heñir; sexta, en siesta; cátedra, en cadera. Pero cuando un sabio—que pretendía reformar las instituciones sociales con grandes remedios—hizo meter al horno la palabra huelga, y se vio que resultaba juerga, hubo protesta popular estruendosa, que paró en un levantamiento, un motín. El cocinero, impertérrito, espumó—sobre las cabezas de los amotinados—la palabra flotante: motín; y, mediante una leve cocción, la hizo digerible, convirtiéndola y «civilizándola» en mitin. Esto se consideró como un gran adelanto, y el cocinero recibió, en premio, el cordón azul. Entusiasmados, los sabios quisieron aclarar el enigma de los enigmas, y hacerle deglutible mediante la acción metafísica del fuego. Y una 12 TODAS LAS HORAS mañana—hace mucho íiempo—sc presentaron en la cocina con un vocablo enorme, como una inmensa íorfuga, que apenas cabía en el horno. Y echaron el vocablo al fuego. Este vocablo era Dios. ... Y no sabemos lo que saldrá, porque todavía sigue cociendo. LA MANO D E L DIABLO —¿De misa? —De misa. No puede una tener devoción con estos maridos. —Unos herejes. ¿Verdad? —jCá! No, señor. Algo peor. —¿Peor aún? —Sí: verá usted. Como mi marido es escritor, a todas horas lo veo corrigiendo pruebas de imprenta, y se me ha pegado la manía de la erreita. y ¿cómo quiere usted que pueda seguir la misa tranquilamente en un libro como éste? y el libro {Horas piadosas. E. Tenconi, Milán), decía, en efecto (página 21): «Dejadme unir. Señor, en unos mismos sentimientos o intención con vuestro ministro para ofreceros la preciosa víctima de mi salvación. Se me hubiera sido otorgado»... etc. L A ' C A V E ' O D E L A N U E V A R E F U N D I C I Ó N SOCIAL Mi amigo vuelve de París. Cuenta, entre otras cosas, lo que presenció en un té del filólogo Wilmotte. Asistían, además de éste, OoñzaguiTruc; una partera, Marcelle Tynaire, y un medico negro, el Doctor Wánya, gran personaje de ébano y barbas desordenadas, que fué mucho tiempo servidor de Menelico y ahora se dedica a estudiar las enfermedades que contraen los negros en París. ¿Quién pudo mezclar esta sociedad tan abigarrada? —La cave, mon cher ami, la cave—ha dicho Willmoíte. «En tiempo de bombardeo, los vecinos de todos los pisos íbamos a dar j juntos, en el sótano. «Y el sótano nos hizo amigos a los de arriba como a los de abajo. > El sótano es el crisol donde se funde y refunde la nueva sociedad de París—\y del mundo! 13 COSMÓPOLIS M A L DE LIBROS Hay mal de libros, como hay mal de amores. Quien se entrega a ellos olvida el ejercido de la caza y la administración de su hacienda. Las noches, leyendo, se le pasan de claro en claro y los días de turbio en turbio. Al fin se le seca el cerebro. Y menos mal si da en realizar sus lecturas, y el romanticismo acumulado por ellas lo descarga sóbrela vida. Pero falta componer el otro Qüilote: \a fíisforía de/ingenioso hidalgo que de tanto leer discurrió escribir. Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo: el leer llama al escribir—y éste es el mayor y verdadero mal que causan los libros. Montaigne se quejaba de que haya pocos autores; la mayoría no son sino glosadores de io ajeno. Schopenhauer lamenta qu« sean tan escases los que piensan sobre las cosas mismas: los más piensan en los libros de otros; al escribir hacen reproducciones; otros a su vez reproducen lo que aquellos han hecho, de rnodo que en la última copia ya no pueden reconocerse los rasgos de Aníinoo. Tales autores, a imitación de la deidad antigua, no pisan el suelo: andan sobre las cabezas de los hombres, que si tocaran la tierra, aprenderían a hablar. E L GIMNASIO D E L A «REVISTA NUEVA» Habla Azorin: «Luis Ruíz Contrcras: el patriarca, el organizador de las huestes de 1898. Ruíz Contreras: un hombre que posee una copiosa biblioteca. Libros franceses, libros ingleses, libros italianos. Lcedlos todos, examinadlos todos; pero no os llevéis ninguno. Nos sentamos en amplios sillones; charlamos a gritos; discutírnoslas obras nuevas; imprecamos—desde lejos—a los maestros.» Esto sucedía en la casa número 24 o 26 de la calle de la Madera; una casa pequeña, no remozada, que sólo cotista de dos pisos, ¿Mo es allí, por ventura, donde vivió don Francisco de Quevedo Villegas? Buenos auspicios para una campaña literaria. En el piso bajo, Ruíz Contreras ha instalado las oficinas de la Revista Nueva. Hay un espacioso salón con una hercúlea reja a la calle y, en el fondo, uno de aquellos espesísimos muros que sólo se construían en 14 TODAS LMS HOXKB Otros tiempos, cuando lascarías se aliistaiúinípanfii^soycjTQ, como bssf^ por equilibrio. El salón tiene al lado una pequefta aUoba. ¥l«ieti<des|rués un comedor, también con su pequeña alcoba; una cocinita; un patio doaidc crece y se retuerce una parra vetusta. Cuando la obra xie adaptación cismlenza, al ruidodie^kiB mál'tilU>s y las sierras, advierten los nuevos huéspedes unas ratas gfOüdas, énialas del gato, que van y vienen llenas de azoramiento. La portera explica; antes de aquellos señores, habitaban la casa unas buenas viejas que solían distribuir a las ratas diariamente dos panecillos de a diez céntimos, a la resolana de la parra. —La Revista Nueva—me dice Ruiz Contreras—nacía a la sombra de Quevedo y a riesgo de que se la comieran las ratas, como aconteció al fin y a la postre. Se convirtieron, pues, las alcobas en alacenas, y la mansioncita comenzó a tomar un aspecto insospechado. ¿Y el salón? ¿El salón con sus alardes de reja castiza y murp éeiipeso? Ruiz Contreras era sutil: conüü mpiéllas oficinas no estaban destinadas a la redacción de la revista, ét6o qife habían de ser tan sólo un lugar de reunión, la casa seiba a llenar de'conversaciones inútiles. Quevedo y las ratas se ahuyentarían... En unjrelámpago de genio, decidió instalar en el salón un gimnasio. Quiero ifidalar este rasgo a la historia de la civilización: un gimnasio en las i^Jcinas de un periódico español del siglo XIX, ¿no era un signo de renovación? Montaron en el salón unos aparatos americanos deslumbradores, adquiridos al efecto en el Rastro. Pero Benavcnte no quedó satisfecho y pidió una maroma. Benavente no quería gimnasio, quería circo.—Y trajeron una maroma y la amarraron a aquella reja hercúlea, y la hicieron pasar por una horadación de aquel muro espeso, atravesando el salón de parte a parte; y ajustaron a la extremidad libre de allende el muro una barra en palanca para producir la tensión, y aquella palanca sólo funcionaba al esfuerzo colectivo de los literatos del 98. Esa misma tarde comenzaron los ejercicios. De cuando en cuando, un acróbata se desplomaba; rodaban por el suelo los objetos que traía en los bolsillos: el lápiz, las perras chicas... En medio del salón, finalmente, radiaba un diván redondo que había pertenecido a las oficinas de otro periódico famoso. El Olobo y en el que,acaso se sentó Castelar. Baroja, Benavente, Bueno, Darío, Gómez Carrillo,' Icaza, Lacalle—el director de orquesta—, Maeztu, el viejo Matheu, autor de tantas novelas, Morato, el socialista; Valle Inclán, que aún tenía un brazo de sobra; Ver15 COSMÓPOLIS des MoHíejiegro, ViHaespesa, oíros más, y Silverio Lanza—el raro, ¿Los íBiagrina eMiéctor dotminándose en las anillas, volteando en el tfapecio? ••', ... ••••'•'•' La iÍM'/atoiViBeKa apareció «I lñ»de febrero de M99, y duró los nueve meses de^rigor. e>> ' :: ;i •••'-'- 16 POEMAS POR ENRIQUE RUIZ DE A EJEMPLO DE LOS ARBOLES LA SERNA DESNUDOS No es el otoño, no, quien a los árboles arrebata sus hojas; que son ellos, son los árboles mismos, quienes ceden sus hojas a los vientos. Los árboles desdeñan la estéril pompa del follaje muerto, y, con viril austeridad, aguardan desnudos los rigores del invierno. ¡Saben que sólo así la Primavera los vestirá de nuevol Alma mía: estos árboles desnudos, sean para ti ejemplo: renuncia, como ellos, a lo vano; despójate, como ellos, de lo viejo. 31 en ti muere una idea, para siempre arráncala de tí y échala al viento: ¡porque son los cadáveres de ideas la estéril pompa del follaje muerto! No fínjas pensamientos que no pienses, no sientas con fíngidos sentimientos... Antes que así, desnuda, resiste los rigores del invierno. ¡Que, al cabo, tornará la Primavera y a ti también te vestirá de nuevo! 17 C08MÓPOL1S EL. D E L A T R I S T E FIGURA Dicen que el buen Hidalgo de ¡a Tríate Figura sanó de su locura. Sanó de su locura el caballero andante, las heroicas jornadas finaron para él: Tiempo ha que su merced no ensilla a Rocinante, ni sale de aventuras por campos de Montiel. Ha suplantado el hierro por el vellorí fino, la cuida de sus armas no le inquieta ya más. (El yelmo de Mambrino volvió a la barbería de maese Nicolás.) Sustituye la cota con sayo de velarte, reemplaza al rocín fíaco por galgo corredor. No es ya Amadis su amigo, no lo es Félixmarte, ni a Cirongilio sigue, ni imita a Galaor. Quiere hacerse a una vida sosegada y juiciosa, asiente a los refranes y sentencias de Panza. (Como antaño, olvidada en un rincón, mohosa, descansa en su astillero la justiciera lanza.) y así, aun cuando, a las veces, llegue hasta sus balcones greguería de insultos y música de aceros, a él se le da un ardite de todos los follones, y de los malandrines y de los hechiceros. y luego que, a la noche, fina la colación —lentejas, si es de viernes, y las más salpicón— divierte a la. Sobrina, platica con el Ama, reza sus oraciones, y se rnete en la cama. Dicen que el buen Hidalgo de la Triste Figura sanó de su locura. Quiere hacerse a una vida juiciosa y sosegada... Mas cuando a sus balcones llega son de algarada, suspira el valeroso vencedor de leones al ver que de su cinto no pende ya la espada. 18 P0BMA9 Es que, acaso, este buen don Alonso Quijano evoca el arrogante prestigio de su mote. No ha podido olvidar el tiempo—¡ya lejanot— en que era don Quijote. ¡y es fama que aún añora su pasada locura el Ingenioso Hidalgo de la Triste Figura! INVOCACIÓN A L ORO Oro, ¿por qué te niegas al Poeta? En sus manos serías lo que nunca has de ser en las manos rapaces ni en la oscura gaveta del Mercader. Oro: con el poeta nunca serías vil. Contigo no alzaría sucias urbes de hierro, sino blancas ciudades de marfil. ¡Fuerza el sombrío encierro en que Syloclí te guarda; desgarra sus talegas, rompe sus alcancías!... Oro: ¿por qué te niegas al Poeta? En sus manos, rubio metal, serías mármoles, rosas, púrpura... ¡La Belleza! y también serías, oro, el Bien: ¡pan tierno y lecho blando para cuantos están cansados y sin lecho, hambrientos y sin pan! Deja ya la gaveta y las avaras manos del rapaz mercader... Oro: ¡sólo en las manos del Poeta serás lo que hasta ahora nunca pudiste ser! A LAS PUERTAS DE PLATÓN Nadie entre que no sepa Oeomefrfa PLATÓN ¡Oh, Qeomeiría, Geometría, verbo de la Armonía! En la pizarra del Espacio tu dedo traza el ideal palacio en que habitan las Formas. Tú has dictado las normas 19 COSMÓPOLIS de su eterno camino a loa planetas y las pautas secretas de las suaves curvas que en el azul siguen las aves. Línea por línea vas, como el Poeta verso a verso, ritmando el Universo. ¡ Todo lo mide tu compás! Tan sólo el corazón escapa a tu despótica sanción. Acaso llegue un día en que tu ley regule el caprichoso vuelo con que se hunde en las simas o se remonta al cielo. Pero el corazón hoy, no sabe Geometría. ¡Por eso el corazón no puede entrar en casa de Platón/ ^m^Mim. 20 EL SUENO DE MAKAR POR VLADIMIRO KOROLENKO I B llamaba Makar y vivía en la remota y triste Siberia, envuelta siempre en sudario de nieve. Había nacido en Chalgán, lugarejo extraviado en el bosque de Yakutsk. Allí eligieron sus antepasados un pedazo de tierra, árida y helada; y sin que los amilanase la hosca amenaza de la selva, construyeron, labraron; de este modtí surgió el pueblecito, en cuyo centro se erguía la torre de una iglesiuca, que, con místico fervor, se elevaba hacia el cielo. Unos años más tarde:, Chalgán era ya un pueblo de alguna importancia. A fuerza de vivir en la selva, de talar e incendiar sus árboles, los padres y los abuelos de Makar hicicronse perfectos salvajes, sin que ellos mismos se percatasen de tal mudanza. Se casaron con mujeres del país, cuya lengua y usos hicieron suyos, de tal suerte, que al cabo de algún tiempo apenas si en ellos quedaba nada que recordase al rusO: Pero Makar se tenía por verdadero ruso y no por yakuta^ puesto que había nacido en la aldea, en ella había pasado toda su vida y allí pensaba morir. Orgulloso de su origen, despreciaba a los yakutas, aunque su género de vida era el mismo y análogas sus costumbres. Tartajeaba medianamente el ruso, que apenas conocía; iba siempre vestido de pieles, y calzaba zuecos de ciervo. Se sustentaba de mendrugos de pan y de un menjurge que quería ser té. Su golosina favorita era el aceite; los domingos y ñestas de guardar se bebía cuanto había en la mesa. Cabalgaba en los bueyes como un consumado jinete. En sus enfermedades, acudía siempre al chaman (sacerdote), que atribuía el mal a que Makar tenía 21 COSMOPOLIS los demonios en el cuerpo, y, a guisa de exorcismo, propinaba al paciente formidablds puñetazos. A pesar de quetrabafaha como un mulo, nunca tenía un céntimo y pasaba hambre y "frío. Su única aspiración era poder mojar todos los días un mendrugo en un poco de té; y esto lo iba consiguiendo. Cuando tenía unas copas de más, le daba por llorar y lamentarse: «¡Qué perra vida la míat> Su sueño dorado era entonces irse a vivir en la montaña. Allí, sin tierra que labrar, ni árboles que talar, ni grano que moler, sería dichoso. Pero, ¿cuál era y dónde estaba aquella misteriosa montaña? Esto es lo que Makar no sabía. Sabía tan sólo que estaba lejos, muy lejos, tanto que si llegaba a ella, ni el mismo gobernador de la provincia tendría autoridad sobre él. Con lo que, entre otras cosas, se evitaría pagar impuestos. Pero cuando estaba en sus cabales, no se le ocurría nada de esto, pues comprendía muy bien que la tal montaña no era más que una quimera suya. Sin embargo, como no tardaba en echarse nuevamente unos tragos, volvía a imaginar tales disparates, y hasta pensaba que podía equivocarse, y llegar a otra montaña distinta. jEn tal caso, todo sería inútil! No se desanimaba, a pesar de todo, y se disponía a emprender la caminata. Y si no podía hacerlo, cúlpese al endiablado vodka (aguardiente) que le despachaban en las tabernas tártaras de los alrededores. Por si esto fuese poco, aún mezclaba a la bebida unas cuantas hojas de tabaco, con lo que, luego de echarse todo aquello entre pecho y espalda, el pobre Makar estaba como para que lo llevasen en una espuerta. II La víspera de Navidad pensó el hombre que, para celebrar tan solemne fiesta, nada mejor que una botella de vodka; pero no tenía ni un pedazo de pan—que allí reemplaza al dinero—con que comprarla. Estaba entrampado con los tenderos del pueblo y con los tártaros, por lo que ya en ninguna parte le fiaban. ¡Y el día siguiente era fiesta y no podría trabajar! ¿Qué iba a hacer, pues, si no bebía? ¿En qué iba a entretener aquellas largas horas? iQué perra vida la suya! jNi para una triste botella de vodka tenía en día tan señalado! De súbito, tuvo una idea. Levantóse de la cama y se puso su destrozado ¿amarrón. Su mujer—grandota y fuerte, como un mozo de cuerda y más fea que noche de truenos—adivinó las intenciones de Makar, al que conocía demasiado. 22 EL SUENO DE KMCAR —¿Adonde demonios vas ahora?— le preguntó.— ¿Vos a J>eberte unas copas tú sólito, sin convidarme? —Calla, tonta—replicó el marido—. Voy a comprar una botella para los dos. Mañana nos la beberemos en amor y compaña. y para demostrarle su cariño, le largó un soberano puñetazo en un hombro, al tiempo que le hacía un guiño picaresco. Vaciló la mujerona y poco le faltó para besar el santo suelo; pero—imisterios del corazón femenino!—aquella marital caricia le supo a gloria y se quedó tan satisfecha, aunque demasiado sabía que el otro iba a engañarla. Makar fue al establo, sacó un caballo viejo y lo enganchó al trineo. Ya fuera, el animal volvió la cabeza hacia su amo, como si le consultase qué dirección había de tomar. Makar guió hacia la izquierda. A la salida del pueblo, veíase una casita que la nieve cubría casi por completo. Del tejado surgía una columna de humo que se prolongaba en blancas espirales, ondulante cendal que velaba la luna y las estrellas. Las ventanas hallábanse protegidas por gruesas rejas, que resguardaban del frío a los habitantes de la casita, en cuyo interior ardía un hermoso fuego. No corría ni una brizna de aire. Vivían allí unos deportados políticos, llegados de muy lejos. Makar no sabía—ni en verdad le importaba gran cosa—por qué estaban allí aquellos señores ni cómo habían llegado. Gustaba, sin embargo, de su compañía, porque le trataban muy bien y le pagaban puntualmente. Pasó Makar adentro y, una vez en la habitación, acercóse a la chimenea para calentarse las heladas manos. —¡Brrr!—exclamó para encarecer el frío que hacía. Reunidos allí, hallábanse los habitantes de aquella mansión. Sobre una mesa ardía una vela. Uno de aquellos hombres estaba tumbado en una cama; fumaba un pitillo y contemplaba la» volutas del humo^ en tanto que, al parecer, se sumía en profundas meditaciones. Su compañero, también pensativo, miraba el fuego del hogar. —Hay buena salud, ¿eh?—preguntó Makar por decir algo que rompiese aquel silencio que le resultaba violento. jQué sabía el cuitado del dolor de aquellos hombres, de los recuerdos que en tal noche evocaban sus pobres almas, de las fantásticas visiones con que el fuego y el humo de la chimenea alucinaban a los desterradosl iQué sabía éll Aparte de que también el hombre tenía sus quebraderos de cabeza. El joven que se calentaba al amor de la lumbre, levantó los ojos y miró a Makar como si fuese la primera vez que lo veía. Pero a poco se levantó y dijo: 25 C08MÓP0LIS —IAh! ¿Eres tú, Makar? ¿Cómo te va? Me alegro de verte. ¿Quieres una taza de té? Makar aoeptó de muy buen talante. —¿Una taza de té? ¡Ya lo creot Se despojó de la zamarra y el gorro para estar más cómodo. Los otros, entretanto, añadían brasas al hogar. El aldeano se creyó obligado a manifestarles de algún modo su agradecimiento. —Sois muy amables—afirmó dirigiéndose al más joven.—Algunas noches, pensando en vosotros, no puedo pegar ojo. El deportado le miró sonriendo tristemente. —iBahl ¿Esas tenemos? Tú nos vas a pedir algo... Makar no replicó en unos instantes. Luego, algo azorado, dijo: —Sí... Pero, jcaramba! ¿Cómo lo has acertado? Bueno, ya te diré lo iiue quiero cuando hayamos tomado el té. Y Makar, insaciable, creyó que la invitación que se le hiciera le autori2»ba a hacer más peticiones. —Oye; ¿tenéis carne, por casualidad? A mí me gusta con delirio. —Pues, amigo, no tenemos. —iPaciencia!—replicó Makar, resignado.—Gtra vez será. —Sí, hombre. {Pues no faltaba más! Y desde aquel punto y hora, la oferta se convertía para Makar en una deuda sagrada que, en caso necesario, se encargaría de recordar. Estuvo allí como cosa de una hora, y partió en su trinco en la amable compañía de un rublo que le dieron los deportados para que les Itevase leña. Makar les juró que no se gastaría ni un céntimo de aquello en aguardiente. I>ero no cumplió su palabra. Su afición a la bebida era tanta que triunfaba hasta de los remordimientos. Por no pensar, ni siquiera pensó en la cara que le iba a poner su mujer cuando le viese llegar borracho, luego de haberla engañado. El más joven de los deportados, que le observaba, advirtió que tomaba la dirección contraria a la debida; esto es, que se encaminaba hacia el lado izquierdo, donde viven k>s tártaros. —Pero, hombre, Makar: ¿adonde diablos vas por ahí? —jMaldito caballo!—replicó Makar.—El tiene la culpa. Pero al tiempo que tal decía, tiraba de la rienda izquierda, y el animal que era muy inteligente adivinó el deseo de su amo, comenzó a trotar y no tardó en llegar a la taberna de los tártaros. 24 EL SUEÑO DE M&KAR III Varios caballos estaban atados a la puerta del establecimiento, que se hallaba atestado. Grupos de yakutas discutían sentados €n los bancos y ante las mesas, sobre las que se veían jarras de aguardiente. Otros jugaban a las cartas; con ansiosas miradas, seguían la marcha del juego y espiaban los naipes. El dinero iba de bolsillo a bolsillo. Sobre un montón de paja hacinado en uH rincón, un yakuta borracho entonaba una triste canción, cuyo ritmo subrayaba con lentos movimientos de cabeza. El tema de la canción era muy sencillo y se correspondía musical y literariamente: Mañana es día de fiesta y hoy estoy borracho yo. Makar compró, por un rublo, una botella de aguardiente, que ocultó apresuradamente en el pecho. Procurando no ser visto, se agazapó en un oscuro rincón y vaso tras vaso, acabó con la botella. El tabernero, para celebrar la fiesta, había bautizado el aguardiente, que, además, estaba un poquito amargo. En compensación, tenía abundante provisión de tabaco. A medida que Makar iba repitiendo sus libaciones, sentía que se ahogaba; sus ojos lo veían todo como entre llamas. No tardó en estar completamente borracho. Sentóse en el montón de paja y sepultó la cabeza entre las manos, como el yakuta ebrio, y comenzó a cantar: Mañana es día de fiesta ' y yo me he gastado en vino el producto de la leña. Cada vez entraba más gente; ya casi todos eran yakutas que pedían aguardiente y más aguardiente. Cuando el tabernero advirtió que iba a faltar sitio, se levantó y miró en tomo; pronto se fijó en el rincón donde el yakuta y Makar se hallaban. Sin decir palabra, agarró al primero por el pescuezo y lo plantó en la calle. Con Makar, que, al fin y al cabo era del pueblo, estuvo un poco más considerado; abrióle la puerta de par en par y le largó un puntapié que bastó para que Makar se encontrase en la vía pública y con la nariz manchada de nieve. COSMOPOLIS Makar, sin darse por otendido, o sin demostrarlo al menos, limpióse ia nieve que tenía en la cara, las manos y el traje, levantóse penosamente y, con inseguro paso, se dirigió hacia su caballo. La luna se hallaba en el punto más alto de su carrera. La noche estaba cada vez más fría. Alguna vez surgía en torno de la oscura masa de nubes ese halo fulgurante, tan característico de las comarcas septentrionales. Como si se diese cuenta del lamentable estado en que su amo se encontraba, el caballo se encaminó, espontáneamente y al paso, al domicilio de Makar. Este, sentado en el trineo, seguía siempre cantando y llevando el compás con la cabeza: Mañana es día de flesta. Pues la lefia me he bebido, mi mujer me va a dar lefia. Los roncos y guturales sonidos que salían de su garganta se confundían con el ulular del viento en la noche; y hacían tan lúgubre efecto, que impresionó hondamente a uno de los deportados políticos que, a la sazón, se hallaba en el tejado, tapando la chimenea. Subía el caballo una colina, desde la que se dominaba un vasto panorama. La nieve cobraba intenso brillo a la luz de la luna, que las nubes errantes velaban algunas veces; y entonces la blanca capa adquiría un tono más sombrío, en el que se reflejaban las sombras que vagaban por el cielo. Dijérase que las montafias, cubiertas de tupida vegetación, se aproximaban, hasta el punto de que Makar creía ver en la linde del bosque la colina a cuyo abrigo instalara cepos para cazar alimañas y pájaros. Luego, su pensamiento varió de rumbo, y, en consecuencia, sus cantos cambiaron de tema: En mi cepo ha caído un zorro, venderé su piel mañana, y mi mujer dejará de zurrarme la badana. Llegó, al fin, a su casa, cuando tafiían las primeras campanas. Curándose en salud, apresuróse a anunciar a su mujer que en su cepo había caído un zorro. Ella, en réplica a tan fausta nueva, le obsequió con 26 EL SUEÑO DE MAKÜB un formidable puntapié en salvd sea la parte. Y, ya. en la cama, recibi6 algunos puñetazos de propina. Seguían tañendo las campanas y su litárgico son cubría la aldea y se expandía por la campiña hasta perderse en la distancia. IV Makar estaba en la cama. Ardíale la cabeza y le parecía que el fuego devoraba sus entrañas. La mezcla detonante del aguardiente y el tabaco corría como un río de lava por sus venas. Su rostro y su espalda conservaban aún señales de nieve. Creyóle su mujer dormido, pero no lo estaba. Seguía pensando en el zorro, que—estaba firmemente convencido—había caído en el cepo; llegó a verlo, en efecto, atenazado, arañando furiosamente la nieve y tratando de huir. Veía su piel amarilla, a la que la luna daba un tinte verdoso, y sus ojos desorbitados por el terror y la angustia. No pudo resistir la tentación, y se levantó para coger su presa. Pero ¿cómo se entiende? ¿Su mujer no le deja salir? ¿Le agarra por el pescuezo con sus manazas y le zambulle otra vez en la cama? No, nada de eso. Ya va en su trineo, volando sobre la endurecida nieve, camino del bosque. Allá atrás, muy atrás, queda la aldea; pero aún llegan hasta el viajero los taliidos de la campana parroquial. En el horizonte, se recortan las oscuras siluetas de los yakutas, que, a caballo, se encaminan a la aldea. La luna estaba ya más baja; sobre ella, muy alta, surgió una tenue nubécula blanca, que, de súbito hízose más densa, más grande. Á ambos lados del sendero veíanse arbustos y matorrales; más allá, cerros y colinas. A medida que Makar avanzaba, los árboles eran más altos. La selva acercábase con el prestigio de su silencio y de sus misterios. La luna vestía en las ramas su escarcha de plata, y acariciaba con su suave luz los calveros y los troncos muertos que la nieve cubría. Llegó Makar a un punto donde recordaba haber visto una serie de cepos. Divisó, en efecto, el primero, que no le pertenecía; pero él no era hombre que se parase en pelillos. Dejó el trineo en el camino y se puso a escuchar atentamente; no se oía rumor alguno, si no era el tañido* ya muy lejano, de las campanas. La trampa aquella y muchas más eran de un tal Aleska, vecino de Makar y enemistado con él. A aquella hora, Aleska estaría seguramente 27 COSMOPOLIS en la iglesia; nada, pues, había que femer. Para mayor seguridad, la nieve, virgen de huellas, atestiguaba que nadie había pasado por allí. Se adentró en el bosque. Bajo sus pies crujía la nieve endurecida. No se veían más que cepos dispuestos para apresar a los incautos animales <|ue por allí se aventurasen; pero ninguno lo había hecho hasta entonces, y las trampas estaban vacías. Makar iba a salir del bosque cuando llegó a sus oídos un ligero rumor. Por entre los árboles, al claror de la luna, vislumbró la bermeja piel y la gruesa cola de un zorro que, con su paso suave e insinuante parecía invitar al aldeano a que lo siguiese. De súbito el animal desapareció; pero no tardó Makar en oir un nuevo ruido, y el corazón le dio un brinco en el pecho: el zorro había caído «n la trampa. Makar echó a correr bosque adelante; las ramas de los árboles le azotaban el rostro y se lo llenaban de nieve. En varias ocasiones estuvo a punto de caer. Apenas podía respirar. El senderillo por donde iba concluía en una trampa. Unos pasos más y el zorro sería de Makar. Mas, de pronto divisó a un hombre en el camino. En su tiara de oro, Makar reconoció a su vecino Aleska. Esto le enojó muchísimo; aquel cepo era suyo y Aleska no tenía ningún derecho a poner mano en el; bien es cierto que, no hacía mucho, el propio Makar había estado hurgando en los cepos de Aleska; pero no era lo mismo. Al temor de que lo cogieran, sucedió el afán de coger a quien así se apoderaba de lo que no era suyo. Corrió Makar hacia el cepo. Ya el zorro estaba allí apresado por las patas. Por el otro lado, Aleska se dirigía también hacia aquel lugar. Quien antes llegase se llevaría el zorro. Pero ambos llegaron a un tiempo. La rojiza piel del zorro se agitaba y sus uñas arafíaban rabiosas la nieve. Makar gritó: —jEh, tú! Deja a ese bicho. Es mío. y la voz de Aleska repitió como un eco: —jEs mío! Los dos quisieron apoderarse del prisionero. Pero éste, más listo que sus perseguidores, se aprovechó de la ocasión y dio un salto cuando levantaban la trampa. El astuto animal miró a los dos hombres con una expresión casi humana de burla, lamióse sus heridas y columpiando grraciosamente la cola huyó como alma que lleva el diablo. Todavía intentó Aleska perseguirle, pero Makar se lo impidió agarrándole de la zamarra. —¡Es mío, es míoí—gritaba con todas sus fuerzas, y echó a correr. 28 EL SUEÑO DE MAKAR —jMío y muy mío!—replicó el otro que, a su vez cogió a Makar de la pelliza y emprendió velocísima carrera. Rojo de ira, Makar le sigruió. Corrían a cual más. Makar ya ni siquiera se acordaba del zorro, sólo quería vengarse de su enemigo. No sentía los azotes del ramaje en el rostro; lanzando aullidos de rabia, seguía su frenética carrera; ya estaba a punto de alcanzar a Aleska; pero éste, más ladino, se volvió hacia su perseguidor con la cabeza baja y a la manera como embisten los carneros, le dio un topetazo en el vientre. El pobre Makar cayó en tierra y Aleska huyó por la espesura del bosque. No tardó Makar en levantarse. Más que el golpe, le dolía la humillación sufrida; hallábase excitadísimo. Y el zorro, a todo esto, se hallaba ya sabe Dios dónde. ^ Las tinieblas eran cada vez más profundas. La nieve le entraba a Makar por todo el cuerpo y en todo él sentía el aldeano sus picaduras, Aleska le había arrebatado en la lucha su gorro de piel. El pobre Makar estaba desesperado: sabía muy bien lo fatal que es el frío de Siberia para quien no tiene gorro ni guantes que ponerse. Siguió avanzando. Debía ya de hacer mucho tiempo que saliera del bosque, pero el bosque continuaba cercándole, lo abrazaba con los largos brazos silenciosos de sus árboles. A lo lejos, se oía aún el tañido de las campanas. Makar quiso orientarse por él; pero el sonido cada vez era más débil y confuso. Makar estaba desesperado. No podía ya más; el cansancio le rendía. Sentíase sin ánimos para seguir, desalentado, extenuado. Las piernas se negaban a sostenerle. Dolíale todo el cuerpo y apenas podía respirar. Tenía las extremidades heladas, así como la cabeza, que llevaba aún descubierta. Comprendía que estaba perdido irremediablemente, mas con supremo esfuerzo, seguía andando. El bosque, siempre hosco y silencioso, cubría con su sombría bóveda la cabeza de Makar, como si quisiera cerrarle toda puerta a la esperanza. Al fm, se agotaron sus fuerzas. Los árboles y loe arbustos seguían azotándole el rostro, como si quisieran mofarse de su impotencia. De pronto, vio ante sí una liebre blanca, que sentada sobre sus patas traseras, se lavaba la cara, haciendo muecas burlonas. Parecía reconocer al colocador de trampas para coger liebres, y ahora se reía de él. Esto aumentaba la desventura de Makar. El bosque fué, poco a poco, cobrando vida; pero era una vida hostil para Makar. Las ramas de los árboles, no sólo le azotaban el rostro, sino que, alargándose, intentaban cogerle por los cabellos. Hasta los 29 COSMOPOLiS pájaros se burlaban de él. Luegro surgrieron miles y miles de zorros. También se mofaban del infeliz, moviendo sus puntiagudas orejas. Las liebres, innumerables asimismo, se reían a carcajadas y le auguraban que ya nunca podría salir del bosque. Makar volvió a pensar que estaba irremisiblemente perdido. Era preferible morir. Tumbóse sobre la nieve. El frío hacíase cada vez más intenso, y la oscuridad más profunda. Apenas llegaba el sonido de la campana de la aldea. Makar no oía ni veía nada. Estaba muerto. V Aquello era verdaderamente raro. Esperaba Makar que, apenas muerto, su alma saldría del cuerpo; pero nada salía. El, apesar de todo, estaba seguro de que estaba muerto y bien muerto. Estuvo mucho tiempo sin moverse, tanto, que ya empezaba a aburrirse. Hallábase sumido en completas tinieblas, cuando advirtió que alguien le ponía un pie encima. Makar volvió la cabeza y vio a los árboles, que, arrepentidos sin duda, de sus tonterías anteriores, estaban ahora muy formales. Los abetos extendían sus ramas, como interminables brazos cubiertos de nieve, y los columpiaban silenciosamente. Igualmente silenciosa, la nieve cafa, bajo la piadosa mirada de las estrellas, que allá en el ciek), parecían decir, mirando a Makar: —iPobrecillo! lEstá muerto! Quien empujaba al aldeano con el pie, era un anciano pope, llamado Ivan. Llevaba un amplio y largo ropón y se cubría con el indispensable gorro de piel. Ambas prendas, así como la barba del sacerdote, estaban cubiertas de nieve. Pero lo que a Makar le sorprendía y llenaba de confusión era recordar que también Ivan había muerto hacía lo menos cuatro años. Fuera en vida un buen pope, muy benévolo y tolerante. Con Makar se había portado siempre muy bien y no pidió nunca dinero. El mismo Makar era quien tasaba su asistencia religiosa; ahora, ante el viejo sacerdote, recordaba un poco confuso, que no había sido muy espléndido con él y que,, a veces, ni siquiera le había pagado sus servicios. Pero Ivan no era exigente; con tal de que le pusieran delante un frasco de aguardiente, ya estaba contento; y hasta se daba el caso de que si Makar no tenía dinero, el buen Ivan mandaba comprar el aguardiente a su propia costa y convidaba a Makar. El pope se emborrachaba y daba 30 EL SUEÑO DE MAKAB algunos cariñosos pufletazos a su amigo. Luego éste acompafiaba a Ivan a su casa, donde le esperaba su mujer. Había sido, sí. un excelente pope. Murió trágicamente. Un día en que, como solfa, estaba borracho, se quedó solo en su casa. Quiso encender la pipa en la llama de la chimenea; pero como no podía tenerse, cayó de cabeza al hogar y pereció abrasado. Cuando su mujer volvió, no encontró otra cosa de su marido que las piernas medio carbonizadas. La desgracia del pope despertó general sentimiento; pero con las piernas por único resto, no había médico en el mundo capaz de curarle. En vista de lo cual, se dispuso que las piernas fuesen enterradas y otro pope ocupó el puesto del difunto. Ahora, Ivan estaba otra vez entero y verdadero ante Makar y le empujaba con el pie. —íEh, Makar!—le dijo.—¡Arribal Tienes que venir conmigo. —¿Adonde?—preguntó el otro de mala gana. Habíase imaginado que, por muerto no tendría que moverse; verdaderamente, nada tenía de agradable levantarse y emprender otra vez la caminata por el bosque. Para eso no merecía la pena de morirse. —Te llevo a casa del Gran Jefe—replicó el pope. —¿Para qué? —Para que te juzge—contestó Ivan con tono a la vez dulce y triste. Makar cayó en la cuenta de que según reza, cierto día en la Siberia, luego de morirse había que comparecer ante el Supremo Tribunal que juzga las almas y decide sobre su destino. No había, pues, más remedio que levantarse. Y el hombre se levantó, en efecto, aunque no sin refunfuñar por aquella molestia que le ocasionaban. Echó a andar, precedido del pope. Iban en línea recta. Los árboles apartaban humildemente sus ramas para abrirles paso. Caminaban hacia el Este. Makar advirtió con sorpresa que los pasos del pope no dejaban huella alguna en la nieve. Volvió la cabeza y vio que tampoco él dejaba ninguna señal. Adivinó el pope su asombro y le dijo: —No pienses ahora en eso, porque te puede costar un disgusto, —lAy, Diosí — exclamó el otro contrariado.—jQué severo te tías vuelíol El pobre no contestó. Movió la cabeza y siguió andando. —¿Falta mucho?—preguntó Makar. —Mucho. —¿Y qué merienda llevamos para el camino? 51 COSMOPOLIS —Ninguna, hombre. Los muertos no necesitan comer ni beber. Esta noticia no le pareció muy bien a Makar. Para no comer, mejor era entonces estarse quieto, tumbado a la larga, como él quedara a raíz de su mueríe. Pero ya que le habían hecho levantarse y andar, debieran darle algo que comer, sobre todo si el viaje había de ser muy largo. Aquel proceder le parecía necio, y así se lo advirtió al pope. —¡Calla!—replicóle Ivan.—Tus quejas pueden costarte caras. Pero Makar siguió protestando. Aquello era un abuso intolerable. ¡Mire usted que obligarle a uno a andar y no darle ni un pedazo de panl ¿Habráse visto? Sin dejar de gruñir, siguió avanzando iras el pope. El camino era largo, muy largo. Makar no había visto amanecer aquel día; pero parecíale que hacía ya muchos que estaba andando; tanta montaña y tanto valle, tanta llanura y tanto río habían ido dejando atrás; experimentaba la sensación de que era el bosque el que andaba y que los nevados montes se ocultaban más allá del horizonte. Parecíales a los viajeros que cada vez iban alcanzando mayores alturas y que las estrellas eran más grandes y luminosas. Llegaron a la cima de una montaña y divisaron la luna, hasta entonces invisible para ellos; diríase que intentaba huir; pero Makar y el pope la persiguieron sin tregua, hasta que la vieron elevarse en el horizonte. Ellos caminaban entonces por una elevada meseta. La claridad aumentaba a medida que se aproximaban a las estrellas. Estas se les aparecían tamañas como manzanas y su fulgor era extraordinario. La luna era como un inmenso disco de oro, cuyo fulgor igualaba al del so el iluminaba el llano en toda su extensión. Por los numerosos y nevados senderos que convergían en un punto, hacia el Este, caminaban muchas personas, a pie o a caballo y vestidas de muy diversas maneras. De súbito, Makar corrió hacia un jinete a quien acababa de ver. —¡Eh, túí jParal—le gritó el pope. Pero Makar siguió corriendo como si no le hubiera oído. Acababa de reconocer a un tártaro que seis años atrás le robara un caballo. El ladrón murió a poco de aquello y ahora Makar volvía a encontrarle cabalgando en su caballo; éste galopaba vertiginosamente y en su carrera levantaba remolinos de nieve en que resplandecían todos los colores del iris. Con gran sorpresa suya, Makar, que iba a pie, alcanzó al tártaro; pero éste se detuvo apenas vio al aldeano. Makar gritó: —jAh, bandido! {Ahora veremos lo que dices a la policía! Porque 32 EL SUEÑO DE MAKAil ese caballo es mío, mío, mió: lo reconocería enseguida aunque no fuese más que FK>rque tiene una oreja desgrarrada. jCuidado que eres sinvergriienzaí Tú vas muy a gusto en mi caballo, y yo tengo que ir a pie, como un pordiosero... —¡Vaya, vayat—replicó el tártaro—no merece la pena de molesnar a la policía. ¿Dices que el caballo es tuyo? Pues, mira: si te lo llevas me harás un f^vor. Asi como asi, hace ya cinco años que estoy montado en este maldito animal y no he avanzado ni un paso. Más deprisa vais los que marcháis a pie. jQué vergüenza para un táríarol... Quiso apearse del caballo; ÜJero cuando se disponía a hacerlo, llegó el pope muy sofocado y cogiendo a Makar de una mano. —iQuietoí—le dijo.—¿Sabes lo que ibas a hacer, desventurado? Ese tártaro quiere engañarte. —¡Ya lo creo!—replicó el aldeano iracundo. Mi caballo era un soberbio animal. (Hasta cuarenta rublos llegaron a ofrecerme por él! Y, encarándose con el tártaro, prosiguió: —Tú me lo has estropeado, bandido. Ahora tendré que matarlo paro vender su carne y tú me pagarás mis cuarenta rublos. {Pues no faltaba más! Yo no me achico con nadie por muy tártaro que sea... Gritaba como un energúmeno, con el sano propósito de congregar en torno suyo cl mayor número de personas que le fuese posible y poner de manifiesto su desdén por los tártaros. Pero el pope le contuvo. —[Ea, Makar, cállate! Tú, sin duda, te has olvidado de que has mmt' to, y, por consiguiente, no necesitas ya caballo ni cosa parecida. Apér» te de que tú, a pie, vas más deprisa que el tártoro a caballo. ¿No te has fijado? A su paso, no llegarías en mil años. Estas palabras fueron una revelación para Makar. Entonces com> prendió por qué el tártaro le quería devolver su caballo. —iBahl Puedes guardártelo—le dijo. Te voy a denunciar, por ladrón. El tártaro, furioso, golpeó al caballo, que se encabritó cotno st qui* siese andar más deprisa; pero, en realidad, seguía sin dar un paso. —Oye tú—preguntó el tártaro dirigiéndose a Makar.—¿Tienes por ca» sualidad un pitillo? Hace ya cuatro años largos que no pruebo el tabaco. —iSe necesita valor—replicó Makar en el colmo del enojo—para pedirme pitillos, después que me ha robado mi caballo! Fastidíate aml> go. Y luego de dirigir tan insultadoras frases al tártaro, Makar se alejó de allí a buen paso. El pope le dijo: —Yo creo que has hecho mal en no darle un cigarrillo. Tal vez ello te hubiera valido para el perdón de cien pecados. COSMÓPOLIS —¡Ya podías habérmelo dicho antesl—Contestó Makar iracundo. —¡Bahl Cuando uno se ha muerto, ya es tarde para enseñarle. lAy, amiguito! iSi hubieras hecho caso, en vida, a los popes!... iBah, los popesl Makar estaba cada vez de peor talante. iLos popesl Bien habían sabido sacarle los cuartos; pero no le habían advertido a tiempo lo conveniente que es dar un pitillo a un tártaro para hacerse perdonar un montón de pecados. ¡Un centenar, lo menosl Eso ya merece la pena. iY pensar que podía haberlo conseguido por.un miserable pitillol —Mira—le dijo al pope.—Aquí tengo unos cuantos cigarrillos. Yo no necesito más que uno; de manera que le voy a dar a ese tártaro los otros cuatro. Así conseguiré el perdón de cuatrocientos pecados, ¿no? Por toda respuesta, el pope le dijo: —Vuelve atrás la cabeza y mira. Hízolo así Makar y sólo pudo ver una desierta planicie. El tártaro estaba allá lejos, muy lejos, y era como un puntito en la inmensa extensión. Pronto quedó tan atrás que le perdieron de vista. —iQue se fastidiel—exclamó Makar.—lEse maldito tártaro me ha estropeado mi caballol —No es que lo haya estropeado—declaró el pope—; pero como lo robó, no puede ir muy lejos con el; ya conoces el reirán. Makar, en efecto, lo conocía, mas en varias ocasiones, había visto cómo los tártaros corrían muy gentilmente en caballos robados. Sin embargo, ahora comprendía que el dicho popular estaba en lo cierto; vio innumerables ginetes que, al parecer, iban muy de prisa al galope tendido de sus caballos; con todo, Makar, siempre a pie, los adelantaba e iba dejándolos más atrás cada vez. Casi todos eran tártaros; también vio Makar a algunos vecinos de su aldea. Estos iban montados en grandes bueyes, a los que hostilizaban qon sus varas. Makar no veía con buenos ojos a los tártaros; aun le parecía suave el castigo que sufrían; en cambio, cuando llegaban junto a uno de sus paisanos, parábase a charlar un rato con él; podría ser tan ladrón como los otros, lo era, sin duda; pero, al fin y al cabo, se trataba de un amigo; y tanto influía en su ánimo esta consideración que hasta procuraba hacer avanzar a sus bueyes; mas si alguna vez lo conseguían, era para retroceder inmediatamente; luego seguían avanzando muy despacito. Aquel camino no se acababa nunca. Aunque los ginetes eran muchos entre uno y otro mediaban siempre cientos y aún miles de leguas; de suerte que la llanura parecía desierta. 34 EL SUBÑO DB N%KAD Enire aquellos singrularcs peregrinos, Makar vio a un viejo, desconocido para él; mas por el traje que vestía juzgó que debía de ser de su aldea. Llevaba una zamarra muy vieja, toda sucia y desgarrada; no estaban en mucho mejor uso los pantalones ni laa; botas. Pero lo más extraño y lo que le hacía más digno de compasión, era ver que, con todos su años, el pobre anciano llevaba a cuestas a una vieja, cuyas colgantes piernas tocaban e! suelo y se arrastraban por él. El infeliz parecía cansadísimo y se apoyaba en un bastón para no caer. A Makar le dio lástima aquel desdichado. Paróse ante él y el viejo también se detuvo. —¿Qué cuentas?—preguntó afablemente Makar. —Nada. —¿Qué has visto por ahí? —Nada. —¿Qué has oído? —Nada. Con estas palabras solían saludarse los yakutas. Makar permaneció unos minutos silencioso. Luego preguntó al viejo cómo se llamaba, de dónde venía y adonde se encaminaba. Díjole el viejo su nombre y añadió que hacía ya mucho tiempo, tanto que ya no recordaba cuándo salió de Chaigán para dirigirse a la montafia. En ella vivía tranquilamente, sin hacer nada; ni labrar la tierra, ni sembrar un solo grano ni pagar impuestos. Sustentábase de raíces y plantas. Después de su muerte, hubo de comparecer, como cada hijo de vecino, ante el Gran Jefe, el cual le preguntó quién era y a qué se dedicaba. Entonces, el viejo se vio obligado a declarar que había abandonado la aldea para irse a la montaña. —Me parece muy bien—le replicó el Gran Jefe—: pero, ¿y tu mujer? Búscala y tráela aquí. Obedeció el anciano y fue en busca de su mujer, que cuando murió pedía limosna; no tenía un pedazo de pan que llevarse a la boca, ni casa donde vivir ni nadie que la sostuviese. Estaba tan debilitada por las prir vaciones, que su marido tuvo que cargar con ella para que pudiese Itegar. a presencia del Gran Jefe. Cuando acabó su relato, el viejo rompió a jlorar amargamente; pero su mujer le dio un puntapié, ni más ni menos que si fuese un buey, y le ordeno ásperamente: —jAdelante! Sentía Makar cada vez más lástima del anciano, y al mismo tiempo 55 COSMÓPOLIS se alegraba de no haberse ido a la montaña cuando pensó en ello. iMenudo trabajo, si hubiera tenido que llevar a cuestas a su mujer, con lo que pesaba; y si, además de esto, iba dándole puntapiés, como era lo más probable, estaba divertido. Hubiérase muerto por segunda vez. Quiso aliviar al viejo y cogió las piernas de la mujer; pero no bien lo había hecho, cuando ambos desaparecieron de su vista. Siguió Makar adelante sin que ningún otro encuentro le detuviese en el camino. Vio ladrones que marchaban penosamente, cargados como acémilas con el producto de sus rapiñas; vio a varios jefes yakutas, que, ginetes en sus caballos, casi alcanzaban las nubes con sus puntiagudos gorros de piel; a su lado, llevaban a sus criados, flacos y ligeros como galgos. Vio también a un asesino, cuyo rostro de feroz expresión, estaba lleno desangre, que en vano quería hacer desaparecer con la nieve; cuanto tocaba con sus manos, asimismo ensangrentadas, se enrojecían súbitamente. El asesino, loco de terror, seguía andando e intentaba ocultarse a las despavoridas miradas de los transeúntes. Como blancos pájaros, volaban muchas almitas infantiles. No se admiró Makar de que fuesen tan numerosas, pues demasiado sabía que una nutrición deficiente, los rigores del frió y la humedad segaban en su aldea centenares de vidas de niños. Cuando veían al asesino, aquellas almas, llenas de horror, volaban desconcertadas en todas direcciones. Observó Makar que él avanzat>a más deprisa que nadie y atribuyó tal cosa a su virtud. —¿Verdad, padrecito—preguntó al pope—que, aunque un poquilio aficionado al aguardiente, yo no he sido malo del todo? Dios no me rechazará. Miró atentamente al pope, para ver si en su rostro podía leer su pensamiento; pero Ivan se limitó a replicar: —Ahora lo veremos. Ya estamos al llegar. Conforme avanzaban por la llanura, iba aumentando la claridad. Algunos rayos de sol iluminaron el horizonte, se extendieron por el cielo y ab8ort)ieron en su luz la de las estrellas. También se ocultó la luna; y levántese una densa neblina que cubrió la llanura como si quisiera protegerla. Hacia el Este, aquella niebla era luminosa y radiante como áureas CR*maduras; y como comenzase a moverse, dijérase que era un ejército de guerreros de oro que se inclinaba para que el sol, subiéndose sobre él, pudiese ver la campiña, que inmediatamente quedó bañada en luz esplendorosa. Al fln, el brumoso velo se desgarró hacia Poniente y se elevó majestuoso. 36 BL SUBÜil De MAKAl Creyó entonces Makar oir una hermosa canción: era la solemne sar lutación con que la Naturaleza, regoc^da por la aparición dd s d , lo acogre cada día. Nunca, hasta entonces» se había ñjado Makar en aquello, ni hasta aquel momento sintió la grandiosa belleza del himno. La admiración le hizo enmudecer. Inmóvil y extático, escuchaba aquel divino coro que hubiera deseado no dejar de oir ya nunca. El pope Ivan le sacó de su éxtasis. —Va hemos llegado—le dijo, poniéndole tina mano en el hombro. Makar vio ante sí una puerta muy grande que hasta poco antes ocultara la bruma. Aunque no le hacía mucha gracia aventurarse por allí, comprendió que no le quedaba más remedio que obedecer al pope, y le siguió. VI Llegaron a una casa de campo, muy linda y espaciosa. Cuando entró, pudo Makar darse cuenta del frío que hacia fuera. En el centro de una amplia estancia, veíase una chimenea de plata, que era una verdadera joya artística, y en cuyo hogar ardían varic» lefios de oro que expandían un calbrcilio grato; no era una llama deslumbradora, pero sí muy confortante; Makar se hubiera quedado alii de muy buena gana. El pope se aproximó también a la lumbre para calentarse las ateridas manos. Tenía aquella habitación cuatro puertas, aunque era una sola la que se abría a la calle; por las otras entraban y salían muchos jóvenes que llevaban blancas vestiduras. Supuso Makar que serían los criados del Gran Jefe, y hasta creyó reconocer a alguno; pero no podía recordar dónde ni cuándo los había visto por primera vez. Lo que más le sorprendía, era ver que todos aquellos jóvenes tenían en la espalda unas alas muy grandes y también blancas. De esto dedujo que el Gran Jefe tendría otros criados, pues las alas estorbarían a aquellos para caminar entre la espesura del bosque, cuando hubiesen de ir a cortar lefia. Uno de los presuntos servidores se aproximó a la chimenea y, vuelto de espaldas a Makar, empezó a hablar con el pope Ivan. —¿Qué cuentas? —Nada. —¿Qué has visto por ahí? —Nada. —¿Qué has oído? m COSMÓPOLIS —Nada. Callaron ambos. Al fin, el pope prosiguió: —Aquí os traigo un individuo. —¿Es de Chalgan? —Sí, de Chalgan. —Pues habrá que preparar la balanza grande. y uniendo la acción a la palabra, salió por una de las puertas para disponer lo que hiciera falta. —¿Para qué hacen falta balanzas y por qué han de Ser precisamente grandes? El pope, un poco confuso, replicó: —Para pesar los actos malos y buenos que hayas cometido en tu vida. En la mayoría de los hombres unos y otros vienen a quedar equilibrados; pero vosotros, los de Chalgan, tenéis tantos pecados encima que para juzgaros como es debido el Gran Jefe se ha visto obligado a mandar construir unas balanzas especiales. Aquello alarmó un tanto a Makar, que se puso serio. Varios criados llevaron una inmensa balanza; tenía un platillo de oro, muy pequeño, y otro, enorme, de madera y en el que de súbito vio Makar que se abría un agujero negro. Acercóse el aldeano y miró detenidamente la balanza; con la malicia habitual en los campesinos, temía que se engañasen en el peso; pero no observó nada alarmante. Con todo, hubiera preferido que la balanza fuese como las que había visto en su pueblo. El pope Ivan, cada vez más azorado, anunció: —jAhí está el Gran Jefe! Abrióse la puerta central y apareció el Gran Jefe: era viejo, viejísimo; la blanca barba le llegaba hasta la cintura. Vestía un traje de magnificas pieles y telas que Makar no había visto en su vida y calzaba botas también de piel. Al momento, reconoció Makar en aquel personaje al viejo cuya imagen viera tantas veces en la Iglesia; pero allí, el anciano tenía junto a sí a un hijo suyo, y al no verle ahora imaginó el aldeano que el muchacho estaría ocupado en otros asuntos. A esta sazón, entró una paloma en la estancia y luego de revolotear un rato, fué a acogerse al regazo del anciano, quien acarició dulcemente al animalito. Tenía el Gran Jefe un rostro muy agradable, apacible y sereno. Mirándole Makar cobraba ánimo y se sentía confortado, por más que tuviese poderosas razones para estar contristado. Estaba haciendo un escru38 BL 8UBÑO DE MAKAR puloso examen de conciencia, y a su recuerdo acudían cuantos hachazos diera, cuantos árboles derribara, cuantas copas de vodka bebiera, cuantas malas acciones había cometido... Sentíase avergonzado y atemorizado por sus muchas culpas; mas miró al Gran Jefe y la dulce expresión de éste le tranquilizó un tanto. Pensó que acaso pudiese ocultarle algunos pecados. El Gran Jefe le miró y le dirigió varias preguntas: cuáles eran su patria y su nombre, cuántos años teñía... Makar replicó a todas estas prc*guntas. —Vamos a ver, ¿qué has hecho en el mundo? —Mejor debes saberlo tú que nadie, ya que debes de tenerlo apuntado en tus libros. Pero Makar, al decir esto, no las tenía todas consigo, y, diciendo mentira para sacar verdad, aseguraba una cosa de que no estaba cierto; lo que él quería saber era si, en efecto, había allí tales libros. —Pero, repuso el Gran Jefe,—yo quiero que me lo digas tú mismo. Makar, alentado por la afabilidad con qué tales palabras le fueron dichas, comenzó a narrar su vida y milagros. Recordaba perfectamente el número de hachazos que había dado y lá cantidad de árboles que había derribado; pero aumentaba estas cifras fantásticamente. Cuando hubo concluido su declaración, el Gran Jefe dijo, dirigiéndose al pope Ivan: —jTráeme el libro! De estas palabras dedujo Makar que Ivan era secretario del Gran Jefe, y le pareció muy mal que no se lo hubiese dicho. El pope volvió a poco con un libróte enorme; lo abrió y comenzó a leer. —Un momento: ¿cuántas vigas hay apuntadas ahí?—preguntó el Gran Jefe. Examinó el pope el registro y replicó tristemente: —Ha declarado trece mil más de las que son en realidad. —jMentiraí—gritó Makar, iracundo. A lo mejor resulta que es el quien se ha equivocado, porque siempre estaba borracho. jAsí murió el! —jChisst! jA callar!—exclamó el Gran Jefe.—¿Es que el pope Ivan te cobraba demasiado caro por sus servicios religiosos? —No quería decir eso—replicó Makar, un poco confuso. —Pues entonces... En cuanto a su afición al vodka, ya la conocía yo de sobra, sin necesidad de que tú me dijeras nada. El Gran Jefe no podía ocultar su enojo. Volviéndose de nuevo hacia Ivan, le dijo: —A ver: léeme ahora los pecados de ese individuo; él quiere pegármela; pero me parece que no lo va a conseguir. 39 COSMOPOLIS Mientras asi hablaban, los criados del Oran lefe habían cargado el platillo de oro con todas las vigas, maderas, trigo, leña, y, en fin, con todo el producto de cuanto Makar había trabajado en su vida; y era tanto, que el áureo disco bajaba, bajaba, en tanto que el de madera subía, subía, hasta tal altura que no se le podía alcanzar con la mano. Entonces, surgieron como hasta cien criados jóvenes que ascendieron volando hcista el techo, y, por medio de cuerdas, consiguieron que descendiese el platillo de madera. jBien había trabajado el pobre Makar! A continuación, el pope comenzó a contar las veces que Makar había engañado al prójimo. Sumaban nada menos que 21.959; y las botelias de vodka que había bebido ascendían a cuatrocientas. Pero no paró aquí la cosa; el pope seguía leyendo y el pobre aldeano veía que el platillo de madera iba bajando, a medida que el de oro no subía. Afligióse Makar ante aquella situación, y, acercándose a la balanza, intentó sostener con el pie el platillo de oro; mas, por mucho que fuera su disimulo, un criado advirtió la maniobra, y llamó la atención del Gran Jefe. —¿Qué pasa?—preguntó éste. —Nada, que este quería hacer trampa; estaba sosteniendo el platillo con el pie. El Gran Jefe se enfureció al oir tal cosa, y dijo: —jMe parece que tú eresún grandísimo sinvergüenza y un borrachín empecatado. No has pagado los impuestos, ni al pope; no has respetado como debieras a tus superiores. En fin, eres una calamidad. Luego, dirigiéndose al popelvan: —¿Cuál es—le preguntó—el vecino de Chalgan que más hace trabajar a los caballos y peor los trata? —El mayoral. —Bueno: pues este vago le va a servir de caballo en castigo de haber querido engañarnos. Esto por lo pronto. Luego, ya veremos. No había acabado el Gran Jefe de pronunciar tal sentencia, cuando se abrió la puerta y entró su hijo, que se sentó a la derecha y exclamó: —Acabo de oir tu fallo, padre mío. Conozco bien el mundo y los hombres y desde ahora puedo asegurarte que ese infeliz va a pasarlo muy mal con el mayoral. Pero tu voluntad es ley. Tan solo he de rogarte que le permitas que nos cuente algo de su vida. Vamos, habla, pobre Makar. Ocurrió entonces una cosa insólila. Makar, el torpe Makar que en su vida había podido decir unas cuantas palabras seguidas con sentido común, sintió que, de súbito poseía facultades oratorias. Experimentaba la 40 EL SUEÑO DE MAKAB sensación de que el que hablaba era otro a quien él escuchaba maravillado. No podía creer lo que oía. Sin que él mismo pudiese darse cuenta, fluían las palabras y, sin que su voluntad interviniese, se colocaban por sí solas en el orden debido. Hablaba sin temor, con voz sonora y comprendía que sus razones no tenían vuelta de hoja. El Gran Jefe, que en un principio se mostraba muy enojado, fué, poco a poco, interesándose en el discurso y acabó por confesarse que el orador no era tan bruto como al principio creyera. El pope Ivan, siempre pusilánime, estaba aterrado por la audacia de Makar, y le hacía continuamente señas para que callara; pero Makar no le hacía caso y seguía, seguía... Los jóvenes criados le escuchaban, agrupados a la puerta. Comenzó el aldeano protestando contra la sentencia, que estimaba injusta, de servir de caballo al mayoral, y aseguró que no estaba dispuesto a acatarla. No iría a casa del postillón, pasase lo que pasase. Prefería ir al infierno. Y no es que le importase hacer el papel de caballo; siquiera a los caballos se les da pienso, y a el, que había vivido toda su vida como un mulo de carga, nadie se lo había dado nunca. —¿Que has vivido como un mulo?—interrumpió el Gran jefe.—A ver, cuenta, cuenta... La cosa eran sencilla de explicar. Había llevado sobre sus lomos a gobernadores y caciques, a jefes y jefecillos. Los mayores impuestos le habían abrumado con un peso superior a sus fuerzas. Sufrió hambre, le aterió el frío, y le asfixió el calor; le atormentaron todas las miserias, mientras trabajaba sin tregua en la helada tierra y en la selva. Había vivido, sí, como un mulo; nunca había podido mirar al cielo, nunca supo a dónde le llevaban. No sabía nada. No entendía al pope cuando predicaba en la iglesia y no entendía tampoco por qué razón había de pagarle. ¿Por qué le arrebataron a su hijo para llevarle a ser soldado? Tampoco lo sabía, ni dónde había muerto el pobre mozo, ni dónde yacía su cuerpo. —¿Que había bebido mucho vodka? ¿Y qué iba a hacer? ¿Que otro recurso le quedaba? —¿Como cuántas botellas habrá bebido?—le preguntó el Gran Jefe. —Cuatrocientas—replicó el pope Ivan. Era cierto. Pero aquello, ¿era realmente vodka? Tres partes por lo menos, eran de agua y tabaco. De modo, que las cuatrocientas botellas venían a quedar en ciento. —¿Es verdad lo que dice?—volvió a preguntar el Gran Jefe al pope. ,—Sí, es verdad—replicó Ivan. Makar prosiguió su defensa. Le acusaban de haber aumentado trece mil vigas a las que, en realidad había hecho. Tal vez. Pero aún supo41 COSMOPOLIS niendo que no hubiese concluido sino 16.000, ya eran bastantes, jqué caramba! Fuera de que dos mil había tenido que hacerlas durante una enfermedad de su mujer. El hubiera preferido hacerle compañía, pero no tenía más remedio que trabajar; la miseria le obligaba a ello. En el bosque lloraba de pena, acordándose de la enferma. Hacía tanto frío, que hasta el llanto se helaba en sus ojos; y, sin embargo, él no dejaba de trabajar. Al cabo, murió su mujer. Para poder enterrarla el infeliz hubo de contratarse como leñador, y, aprovechándose de sus tristes circunstancias, le pagaron muy mal. Bañado en lágrimas, trabajaba, trabajaba, en tanto que el cadáver de su pobre mujer esperaba que lo enterrasen. ¿No se explicaba que exagerase un poco al hablar de su trabajo? El Gran Jefe estaba conmovido y tenía los ojos húmedos de llanto. Makar observó que la balanza se movía de nuevo; el platillo de madera subió un poco y el de oro bajó. Makar prosiguió su alegato. Podían consultar el libro en que se registran todos los actos y pensamientos de los hombres, desafiaba a quien quisiera a que hallase en su vida un solo momento iluminado por el placer, por la satisfacción, por algún afecto. De sus hijos, unos habían muerto, desgarrándole el alma, y otros, al llegar a hombres le habían abandonado y vivían, a su vez, en la más triste miseria. Y así, ya viejo, se encontró solo con su segunda mujer; no les quedaba, pues, sino esperar la muerte como dos viejos árboles azotados por los vientos. El Gran Jefe volvió a preguntar: —¿Es verdad lo que dice? —Sí, es verdad—rafirmó el pope. De nuevo se movió la balanza. El Gran Jefe, exclamó, luego de unos momentos de reflexión: —¡No me lo explico! Yo sé que hay hombres verdaderamente buenos, de clara y limpia mirada, rostro apacible y pulcros vestidos. Su corazón es noble y pura su alma. En cambio tú... Todos se volvieron hacia Makar, que se sintió avergonzado. El era el primero en reconocer que su mirada era turbia, su rostro ceñudo; que tenia los cabellos enmarañados y que sus ropas eran un puro andrajo. Ya le hubiera gustado haber podido comprarse siquiera un par de botas para presentarse ante el Tribunal: pero, la verdad, cuando había reunido algún dinerillo, no podía resistir a la tentación de gastárselo en vodka; ahora lo sentía, al verse ante el Gran Jefe con las botas destrozadas, como cualquier yakuta de poco maso menos. Tan avergonzado estaba, que no sabía adonde mirar. 42 EL SUEÑO DE MAKAR —¡AyI—exclamó el Gran Jefe. Tienes, sí, el rostro ceñudo, furbia la miriida; íus ropas son un puro andrajo y tu corazión es de piedra. A mí me gustan las buenas personas, y no quiero nada con tipos como tú. La angustia atenazaba el corazói) de Makar. Bajó la cabeza, como si le avergonzara toda su vida. Pero enseguida se rehizo y prosiguió su discurso. ¿Quiénes eran aquellas personas tan virtuosas a que el Gran Jefe se refería? ¿Las personas que vivían en el mundo en la misma época que Makar? jAh, sít Sus ojos eran claros y limpios, porque nunca habían llorado, en tanto que él nunca había dejado de llorar; sus rostros eran hermosos porque se los lavaban y perfumaban; sus vestidos eran ricos y elegantes porque otros los hacían para ellos. También Makar tenía al nacer claros los ojos, en que reflejaban su belleza la tierra y el cielo; también su corazón era propicio a cuanto había de bueno, y de noble, y de puro. Si había llegado a tener que avergonzarse de sí mismo, no era suya la culpa. De quién era, no lo sabía. Sólo sabía que ya estaba harto de sufrir. Vil Si hubiese podido Makar ver el efecto que sus palabras producían en el ánimo del Gran Jefe, se hubiera tranquilizado. Pero no veía nada; no veía que sus encendidas frases iban a aumentar el peso del platillo de oro. No veía más que su desesperación. Recordando su mísera y triste vida, se preguntaba cómo había podido resistirla. Acaso fuera porque le mantenía la esperanza de mejores tiempos; pero, ahora, con su vida misma, había huido aquella esperanza. El infeliz experimentó una inmensa amargura, y al mismo tiempo, en su alma se levantaba una tempestad de ira. Llegó a olvidarse del sitio donde estaba; llegó a olvidarse de todo, menos de su rabia. El Gran Jefe, le dijo: —jinfelizl Ya dejaste la tierra. Ven conmigo; aquí hallarás justicia. Makar estaba conmovido; no tenía costumbre de oir palabras afectuosas. Parecíale que su corazón era menos duro. Sentía inmensa lástima de sí mismo, de su triste vida y lloraba de ternura. También el anciano Jefe lloraba; y lloraban asimismo, el pope Ivan y los,criados de las alas blancas... La balanza seguía moviéndose y el platillo de madera subía, subía... filllltíitUli": 43 E L S O C I A L I S M O Y LA REVO L U O!O N FRA N CESA POR ; D M U N D 0 GONZÁLEZ BLANCO o ha mucho que Lcbón dio a luz su Psychologie de la Revolution Frangaise donde plantea el más interesante problema histórico de la edad moderna en sus términos absolutos y esenciales, poniendo al desnudo su raíz misma. La historia, considerada desde el punto de vista de Lebón en su último trabajo, demuestra ser más instructiva c insinuante corrigiendo errores de prejuicio y teoría, que dando una profunda intuición sobre las causas misteriosas que determinan los acontecimientos. La naturaleza humana debe tomarse tal como es. Esta afirmación, reiterada en muchas formas y aplicada a gran muchedumbre y variedad de fenómenos, expresa el tema real del libro de Lebón. Una turba no tiene más opinión que la de sus jefes. Nunca mejor se confirmó esta verdad que en los hechos y hombres de la Revolución. Invocando el concepto abstracto de «pueblos», fetiche misterioso que los revolucionarios han invocado durante más de un siglo, resulta que el tal pueblo puede repartirse en dos categorías: una, la de los obreros que jamás provocaron una revolución; otra, la de un subversivo residuo social dominado por una mentalidad criminosa. La última es la que aporta los materiales de las revoluciones. Apuntaré, otrosí, las variaciones del carácter individual en tiempos de revuelta .y turbulencia, variaciones que, siendo condicionadas por ciertas aspiraciones comunes e idénticos cambios de ambiente, concréíanse al cabo en un pequeño número de mentalidades homogéneas. Estas mentalidades son de cuatro órdenes; 1): lamentalidad mística, que aplica el inmenso poder de las creencias animadas de religioso fervor; 44 EL SOCIALISMO Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA f): la menfalidad jacobina en que el elemento místico va unido a una razón débil y a fuertes pasiones; 5): la mentalidad revolucionarla, que está caracterizada por el descontento combinado con las tendencias místicas; 4): la mentalidad criminal, que no necesita definición. La psicología de las asambleas y de los clubs revolucionarios, se asemeja a la psicología de las muchedumbres, pues una asamblea de esa clase puede considerarse como la reunión de varias multitudes superpuestas y heterogéneas. La influencia de los grupos homogéneos sobre sus miembros es grande, pero si el grupo es heterogéneo su acción es todavía más considerable, o porque los más numerosos grupos de la asamblea dominan al resto, o porque ciertos sentimientos contagiosos se extienden a todos los miembros de la asamblea. En su mismo origen, la Revolución Francesa debe mirarse como un problema psicológico. El Gobierno de Luis XVI estaba muy lejos de ser absoluto, aunque sí principalmente sostenido- por la tradición y por la teoría del derecho divino. Por otra parte, es fácil demostrar que la miseria de los campesinos, durante el periodo de la Revolución, ha sido sobremanera exagerada. La causa inmediata que produjo la caída del antiguo régimen, fué la envidia de la burguesía hacia los nobles, más bien que la intolerable pobreza de las clases trabajadoras. No puede aceptarse causa directa. La influencia de los filósofos en la génesis de la Revolución no fué la que se les atribuyó. No revelaban nada nuevo, sino que desarrollaban el espíritu crítico a que ningún dogma podía resistir, una vez que estaba preparado el camino para su caída; sus ideas operaban simplemente destruyendo el respeto hacia la tradición y su prestigio, y no pruduciendo convicciones racionales. A la luz de tan elevado criterio, pierden toda importancia discusiones (como las a que se entregan el individualista Lichtenbcrg, en Le socialisme et la Revolutión Frangaise, y el colectivista Faurés, en el tomo ni de su Hisíoire Socialiste), encaminadas a saber si fué o no socialista la Revolución Francesa. Tales discusiones proceden o de que por la palabra socialismo se designan kieas muy divertidas, o de que no se sabe llegar al fondo de las cosas. En los procedimientos, la Revolocióti Francesa fue socialista hasta poder dar envidia a los socialistas revolítcionarios de nuestros días, pues el ideal de éstos, la táctica particular y sumaria que recomiendan para establecer violentamente el nuevo orden de cosas, nunca se alcanzó tan completamente como por los hombres de aquella Revolución, Es cierto que ésta respetó la propiedad, pero fué una vez arrebatada la que venían disfrutando la nobleza y el clero, substituyendo así una desigualdad social por otra. ¿Quién duda que los socialistas ha48 COSMOPOUS rán lo mismo si triunfan? ¿No es esto lo que viene sucediendo a través de toda la historia? El esclavo expropió a su amo, al hacerse libre; el noble expropió al villano y surgió el feudalismo; el ley expropió al noble, y nació la monarquía; el burgués expropió al rey y al noble, y llegó Ig revolución política de Francia; el obrero expropiará al burgués, y vendrá un nuevo estado de desigualdad social. Desde un punto de vista más concreto, importa observar que los maestros teóricos de los personajes revolucionarios eran anarquistas románticos o comunistas radicales. Rousseau había basado la sociedad sobre un pacto, que por lo mismo, podía ser derogado. Llevada a la práctica su teoría tornábase en un medio de satisfacer las pasiones del pueblo soberano, erigido en fuente única de las instituciones y las leyes. Este movimiento iniciado en 1755 por Morelly en su Códe de la nature, fué continuando en 1872 por Buissot en su Recherches philosophíques sur le drolt de propieté et le vol (en \a Bibliothéque philosophique dea legislaíeara.) y en 1795 por Mably en sus Doutes propases aux economístes surP ordre naturel et esseaílel dea aociefées (en el tomo XVI de de sus CEuvrea completes.) Mírabeau y los primeros legisladores dedujeron de estos libros, verdaderos códigos comunistas, que siendo la propiedad una mera creación social, que no radica en la naturaleza, el Estado tiene un poder soberano c ilimitado sobre ella. Robcspierre llegó a hacer suprimir el derecho de testar, y a reducir el de posesión a un derecho precario o de tolerancia, substituyéndole por el derecho al trabajo, y estatuyendo el impuesto progresivo y la contribución de pobres, ¿Como, pues, se ha pretendido que la Revolución Francesa fué un elemento esencialmente burgués, que sólo luchó por la libertad civil? Hojeando los cuadernos y las quejas de 1789, hallamos consignado que en Burdeos, según lo que un comisario escribió a Saint-Just, el pueblo pedía la supresión de los negociantes, de los elegantes y de los ricos, que se oponían no solo a la libertad basada en la virtud, sino que también a la igualdad basada en el humanitarismo (fraternidad). El mismo comisario escribía a Robespierrc, desde Saint-Maló, que el vulgo sólo quería y el, por su parte, sólo realizaba, una revolución hecha exclusivamente para los descamisados, «por cuanto forman la mayoría de los que viven sobre la tierra>. Marat decía que «la igualdad de derechos lleva a la igualdad de goces», agregando: «No hay que detenerse hasta llegar a esto». El movimiento de 1793, principalmente representado por los miembros de la Montagne, fué un movimiento proletario y comunista, y en 1794 un comisario escribía a Robespicrre que era preciso matar a la aristocracia mercantil, así como se había dado muerte a la del clero y los nobles. En 46 EL SOCIALISMO Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA el fondo, el socialismo no ha elaborado ninguna idea nueva, después de Robespierre y Saint-Just. Bl movimiento iniciado a mediados del siglo XVIII en ei orden de ias ideas, tuvo su última fórmula en la célebre conspiración de Baboeuf (17%) o Conspiración de los Iguales. Se ha pretendido que semejante conjuración, aunque su programa tenia un sello comunista, careció de arraigo en las masas, las cuales no estaban interesadas en las revoluciones. Esr to no es cierto: afiliáronse en la Sozieté des Egaux hasta 16.000 personas, y su periódico L Ami du Peuple alcanzó un éxito nunca hasta entonces visto. El Manifesté des Egaux no se dirigía sólo a los sans culottes de la pequeña burguesía, tenderos y artesanos, sino a todos los débiles , sin excluir a las mujeres y a los niños; y sus teorías repercutieron en Italia por mediación del florentino Bonarroti, que fué jefe de los carbonarios después. Baboeuf fundaba la République des Egaux como «un gran hospicio abierto de par en par a todo el mundo»; forzaba la «distinción de ricos y pobres, de señores y siervos, de gobernantes y gobernados»; proclamaba que «todos los bienes son propiedad del pueblo» y que «todos los hombres tienen derecho a una existencia feliz»; sólo conocía las diferencias de sexo y de edad, y aun en esto suprimía la autoridad paterna; no admitía preeminencia alguna intelectual o moral, ni aceptaba «otra base de ganancia que la tierra»; quería una vida sencilla, sin ciudades y sin lujo, en que «la educación, los placeres y hasta el color de los vestidos, fuesen iguales para todos los ciudadanos»; consideraba el trabajo como un deber común, que debía reglamentarse por el Gobierno, a quien competía también «determinar la carrera que habían de seguir los jóvenes»; restringía la imprenta dentro de los principios igualatorios y comunistas, estableciendo «una censura severa para impedir la circulación de escritos a ellos contrarios»; prohibía el ejercicio de «todo arte o ciencia que no tuviese por objeto lo útil», excluyendo «la teología y todo que se enderezase al estudio y producción de la belleza»; y así, sofocado todo impulso de actividad individual, aniquilada la familia, la caridad y el saber estético o especulativo, se establecía aquel paraíso por medio de la violencia, el despotismo y el asesinato de todo el que resistiese. Los Egaux conspiraba para asesinar a los miembros del Directorio y substituir el artículo segundo de la Constitución de 1795. que decía acerca de los derechos del hombre: igualdad, libertad, seguridad y prop/c£/aí/pr/Va</a por este otro: igualdad, libertad, seguridad y felicidad universal. Reinaba la miseria, particularmente en Lyon; y apoyaron su pretensión no sólo pidiendo trabajo, tasa del pan y supresión del descanso dominical y de los días de fiestas, sino con grandes pro47 COSMÓPOLIS mesas de víveres al pueblo hambriento. Pero, descubiertos y presos, su amenaza duró poco. Baboeuf fué juzgado como un criminal peligrosísimo, y perdió la vida en la guillotina, con su colega Darthé, el 26 de Mayo de 1796. Con acto de tal vigor, el Directorio se consolidó, obtuvo ilimitada docilidad, e hizo cerrar los c/£/Z>.s llamados patrióticos. Esto no quita que el Gobierno francés haya cometido un error al ensafiarse tanto con un hombre como el que nos ocupa; porque si bien profesaba ideas subversivas, y subversiva era probablemente su conducta, al cabo no hacía más que aplicar en toda su consecuencia lógica los principios de la Revolución Francesa, la cual, como él mismo decía, no era sino el preludio de otra más solemne y grandiosa, que esperaba fuese la última. Baboeuf murió como se sabía morir en aquella época, sin perder la fé en su doctrina. Aun condenándola, la posteridad absuelve al hombre, cuya sinceridad parece difícil poner en duda. No se espere de mí la aplicación del mote de socialista a todos los hombres de la Revolución Francesa. Hubo algunos que no lo fueron, y no en todos los movimientos que provocaron tomaron parte los elementos proletarios propiamente dichos. Sin embargo, he querido refutar la opinión de los que creen en el carácter absolutamente burgués de aquella Revolución, y hacer ver que todas las orientaciones socialistas que produjo, encontraron partidarios numerosos en las clases ínfimas de la democracia. 48 DE "SAGESSE" DE PAUL VERLAINE TRADUCCIÓN D E E. D I E Z - C A N E D O / ¡Dios mío, vuestro amor me ha lacerado y está vibrante aún la roja llaga, Dios mío, Vuestro amor me ha lacerado! ¡Dios mío, de temor estoy transido y aún truena la candente quemadura, Dios mío, de temor estoy transido! ¡Dios mío, veo la ruindad de todo y en mí se ha entronizado vuestra gloria! Dios mió, veo la ruindad de todo! Mi espíritu anegad en vuestro Vino juntad mi vida al Pan de vuestra mesa, mi espíritu anegad en vuestro Vino. Tomad mi sangre, nunca derramada, tomad mi carne, de sufrir indigna, tomad mi sangre nunca derramada. Tomad mi frente, de sudor exenta, para escabel de vuestros pies divinos, tomad mi frente, de sudor exenta. Tomad mis manos, las que holgaron siempre, para el rojo tizón y el raro incienso, tomad mis manos, las que holgaron siempre. m COSMOPOLIS Tomad mi corazón, vano en latidos; púncenle las espinas del Calvario; tomad mi corazón, vano en latidos. Tomad mis pies, los frivolos viajeros; que corran al clamor de vuestra gracia; tomad mis pies, los frivolos viajeros. Tomad mi voz, rumor mendaz y tosco, para la Penitencia y sus repulsas; tomad mi voz, rumor mendaz y tosco. Tomad mis ojos, del amor lumbreras: de la oración el llanto los apague; tomad mis ojos, del amor lumbreras. ¡Ay, Dios de las ofrendas y el perdón, qué foco vil de ingratitud el mió, ay. Dios de las ofrendas y el perdón! ¡Dios de terror y Dios de santidad, ay, qué negro el abismo de mi crimen. Dios de terror y Dios de santidad! Dios de paz, de alegría y de ventura, tomad, todos mis miedos e ignorancias. Dios de paz, de alegría y de ventura. Bien lo sabéis, bien lo sabéis. Dios mió, de los mortales el más pobre soy, bien lo sabéis, bien lo sabéis. Dios mío,. mas todo lo que tengo, aqui os lo doy. II El tapado jinete que silencioso avanza el Dolor, me hirió el viejo corazón con su lanza. Brotó la sangre de él en un caño de fuego, y al sol, entre las flores, evaporóse luego. Se apagaron mis ojos, dio mi boca un clamor y aquel corazón viejo murió en loco temblor. 50 DB «SAQESSE» DB PAUL VBRLAINB Al punto el caballero Dolor llegóse a mí; echó pie a tierra; el tacto de su mano sentí. Su férreo guantelete me penetró en la herida, y él promulgó su ley con voz enronquecida. Y al contacto del dedo de hierro helado y duro, me nació un corazón nuevo y altivo y puro. Y he aquí que en mi pecho latió vivo otra vez, juvenil, con ferviente, divina candidez. Ebrio sentíme, trémulo, con la incredulidad del que tuvo visiones de la Divinidad. Mas ya el buen caballero nuevamentz montaba y haciéndome una seña, mientras que se alejaba, me gritó {estoy oyendo su acento todavía): «Sé prudente, siquiera: que otra vez, no podría.» III ¡Beldad de las mujeres; flaqueza suya, manos pálidas, avezadas al bien pudiendo el mal, ojos en que ya nada persiste de animal sino lo que contiene los furores livianos, y esa adormecedora de jadeos, ya vanos, aunque mienta, esa voz! Llamada matinal, fresca seña, campana de tañidos lejanos o sollozo espirante junto al pliegue de un chai... ¡Hombres duros! ¡Oh vida del mundo atroz y fea! Ay, que siquiera, lejos del beso y la pelea, dure algo todavía parado en la montaña, algo del corazón niño y sutil, bondad, respeto, pues de todo lo que nos acompaña cuando la muerte llega ¿que subsiste, en verdad? 51 LA ESTAMPA ANTES D E GOYA Y EL C O N C E P T O D E LA ESTAMPA EN GOYA POR ÁNGEL SÁNCHEZ RIVERO ues bien, nos hallamos a fines del siglo xvm. La evolución natural de los estilos europeos ha terminado en las naderías graciosas del rococó y sus derivados. El intento de instaurar un nuevo estilo fracasa en el convencionalismo exangüe del neoclásico. Y, simultáneamente, acaba por estallar la revolución que destruye iodo el sistema de rangos en que socialmente se había justificado el clasicismo. En adelante, cada hombre será una fuerza que tratará de apropiarse riqueza y poderío en la medida de su capacidad y de su audacia, sin barreras convencionales que le limiten. Y en este momento dramático de la historia, un español, don Francisco de Goya y Lucientes, abre sencillamente los ojos, ve las cosas del momento y las expresa en estilo del momento. Y aquí se ve por qué tenía que ser español el autor de los Caprichos. La plástica española había ?ido una continua resistencia a la penetración de los grandes estilos. Y cuando estos se derrumban, fué un español quien saltó sobre las ruinas y plantó en ellas una bandera encendida que tenía solo una palabra: personalidad. Esta bandera son los Caprichos. Personalidad frente a mundanidad (siglo xvm) y trente a norma (siglo xvi). Los grandes estilos habían trabajado para poderes colectivos, (la Iglesia, el rey y la aristocracia) ya como macsfros, ya como servidores. Pero estos poderes ya no existen. El único poder es el hombre aislado. Y el arte se hace también personalista. Su tarea no es expresar los ensueños religiosos a una muchedumbre o realzar los privilegios de una clase: su tarea es expresar una personalidad. Al artista no le importa la visión de las gentes; solo le interesa dar su visión personalísima. Que los demás procuren adaptarse a ella si pueden. Y durante todo el siglo XIX y lo que va del xx, el arte no ha sido más que esto. Y hablo, naturalmente, del arte vivo, no de las academias. Esto explica el extraño espectáculo que da el arte en nuestro tiempo. El artista tiene que sostener una 52 LA ESTAMPA ANTBS DE QOYA batalla empeñada con el público. Fenómeno que no se presenta en otras épocas. Es la lucha por imponer la visión persimal a los otros, eft vez de eskar zarse por dar valor artístico a la visión de los demás. Y puestos en este camino, se llega a la obra artística cuya clave no la tiene más que el mismo autor o un reducido cenáculo. En nuestros días estamos viendo las consecuencias más extremadas de este concepto personalista del arte. Pero precisamente la obra grabada de Goya ofrece el primer ejemplo de una producción extensa que, muy a menudo, es de un sentido enigmático y de una ejecución arbitraria. Los Caprichos son, pues, como antes he dicho, la declaración de derechos del arte personalista, es decir, de todo el arte moderno. Los Caprichos han abierto una época nueva en la historia del arte y en esa época estamos viviendo todavía. Toda esa época podría denominarse la época de los Caprichos y hoy más que nunca estaría justificado el título. Porque, además, no habría inconveniente en afirmar que dentro del arte personalista nadie ha llegado a donde Goya llegó. De ahí ese aire de modernidad que tiene a pesar de sus ciento veintitrés años. Es nuestro arte, es nosotros mismos. Todo lo demás toma un tinte más o menos arcaico al lado de las aguas-fuertes de Goya: de un arcaísmo que puede contribuir a su encanto. Al hablar del arte personalista conviene recordar que también este arte tuvo sus precursores; y entre estos precursores se destacan dos de la más alta alcurnia: él. Greco y Rembrandt. La extraña situación del Greco en Toledo, fomentó en él sus ingénitas tendencias. Apartado de los grandes centros de vida artística, pintor local en un medio aún primitivo, para él se convirtió el arte en vehículo de experimentos personales, Y, naturalmente, ha necesitado venir el siglo xix para descubrirlo. Rembrandt, otro concentrado, acabó también por hundirse en la cueva del personalismo. Principió por una manera algo dura, de realismo saUcnte; pero poco a poco fué volatilizando la materia hasta convertir sus obras en una exhalación intima. Y llegó un momento en que no le atendieron y terminó su vida abandonado del favor público. Goya era un sordo físico y mucho sé ha hablado de la influencia que tuvo la sordera en su nueva forma de arte. El Greco y Rembrandt fueron sordos morales. En realidad todos los artistas del arte personal si no han sido sordos han tenido que hacerse los sordos. Por lo menos para no oír lo que de ellos decíanLos Caprichos eran la revolución personalista contra el arte «de clase». Eran una reivindicación de los derechos del hombre en el arte, pero eran también una reivindicación de los derechos del arte en el hombre. Y para concretar más esto, voy a recluirme en la estampa. El siglo xviii es seguramente la época en que la estampa ha tenido vida más brillante. Se multiplicaron los recursos técnicos: el humo, inventado en el xvii pero apUcado en el xvni, el punteado,' la manera de lápiz, el aguat'nta, la estampación en múltiples colores. Todas estas innovaciones iban encaminadas a obtener un estilo blando, suave en consonancia con el arte lindo que había puesto en moda la clase cortesana. El buril acompasado y severo, o el aguafuerte pura, tan nerviosa y enérgica, no convenían al aire risueño de la época. A lo más, una hábil combinación de 55 COSMÓPOLIS ambos procedimientos que puso sus más agudas características de la época. Había que fundir líneas, redondear contornos, sugerir morbideces, acariciar la retina. Esto en los medios. En el contenido la estampa se desentendió de expresar todo sentimiento inquietante; nada de intimidades líricas; nada de austeras concepciones religiosas. Lo bonito, siempre lo bonito. En la escuela inglesa, lo bonito a la manera de los retratistas. En la escuela francesa, lo bonito servido en el asunto escabroso. Tanto se preocuparon de lo bonito que se les escapó una cosa: lo bello. La sensación grave de la belleza les era desconocida. Y debajo de tantas lindezas, esa estampa es a menudo de una finura vulgar, de un anecdotismo ramplón, de una elegancia a lo periódico de modas y, en ocasiones, de la suciedad más plebeya. Los Caprichos no eran ciertamente estampas bonitas, pero los Caprichos eran estampas bellas, maravillosamente bellas. La entonación de los Caprichos, en las buenas pruebas, es más distinguida, más realmente exquisita que todas las confituras del humo y del punteado. Y más de una figura femenina hay por sus hojas cuya elegancia y garbo hace parecer contrahecha la elegancia de las damiselas galantes en la estampa del siglo xvin. El arte, al sacudir su servidumbre, volvía otra vez a comprender la gracia espontánea de la vida. Y las tanagras se sentían, sin duda, más hermanas de las mujeres goyescas que de las otras. Ya hemos visto lo que por su espíritu representan los Caprichos frente al siglo XVIII. Ahora vamos a concretar los puntos de arranque que tuvo la estampa de Goya en la del siglo xviii, y su reacción particular frente a cada una de sus escuelas. Estas escuelas son la italiana, la inglesa y la francesa; las que tenían personalidad definida. La relación con la italiana, es decir, con Tiépolo, ya la hemos visto. Goya se formó en un medio tiepolista,acaso bajo el ejemplo de Castillo(como dice Von Loza), y desde luego en compañía de Ramón Bayeu. También hemos indicado que el estilo italiano del aguafuerte, lo mismo en Tiépolo que en Canaletto o Prianeri, era el de más pura nota artística, el más limpio de mundanismo cortesano. El aguafuerte de Tiépolo sobre todo es como la última flor del arte veneciano. Y hay que decir bien que Goya como aguafuertista permaneció siempre dentro de la tradición de Tiépolo. En la época de las copias de Velázqtiez, esta fidelidad salta a la vista. Pero en todas las grandes series la manera de entender la línea, de rayar la plancha son de abolengo tiepolesco. Loque hay [de nuevo es la manera personalísima de manejar estos recursos. En el estilo del rayado, Goya no tomó nada de Rembrandt. Ya veremos más tarde lo que Rembrandt pudo sugerirle. La relación con la estampa inglesa... ¿Hay algo más opuesto al temperamento de Goya que la estampa inglesa? Y, sin embargo, Goya empleó en una pieza, que se sepa, uno de los dos procedimientos favoritos de la estampa inglesa, el humo. Me refiero como ya habréis adivinado al G. Coloso. Y, si hacéis desfilar ahora por vuestra memoria la encantadora teoría de los grabados ingleses al humo y recordáis enseguida la silueta hirsuta y temerosa del G. Co54 LA ESTAMPA ANTES DE QOYA loso, comprenderéis como fué Goya el Dantón del arte siglo xvin. Una observación además: el procedimiento al humo o merrotint es uno de los más impersonales. En general solo lo practicaron grabadores de oficio para traducir cuadros. Pero Goya lo utilizó, y el resultado fue una de sus más violentas creaciones personales. El Gigante, esta obra genial de un Miguel Ángel, celtibero^ es un escándalo en la historia del grabado al humo. El arte personalista aplastaba al arte de clase en su mismo palacio. Si queréis continuar el símil, podríamos decir que el Óigante fué el 10 de Agosto de la revolución goyesca. Y vamos a ver las relaciones particulares con la estampación francesa. La estampa francesa había ya influido en Goya antes de los Caprichos. Ciertos grabados de Taunay han debido sugerirle las escenas populares de los cartones. Claro que sin pasar de una sugestión: la manera de ver los asuntos es totalmente distinta. Y lo mismo pasa en los Caprichos. De la estampa galante francesa han nacido la serie de los galanteos en los Caprichos. Pero la transformación es tal que cuesta trabajo relacionar las dos series. Intención, técnica, todo es diverso. De una pornografía pseudo elegante salimos a la sátira de un hombre, que además es un artista, todo un artista. Y la transformación no para aquí. Se ha insistido mucho en el realismo de Goya. El examen de su obra grabada nos muestra perfectamente el mecanismo de su genio. Goya apenas podía permanecer en la actitud que calificamos de realista de lo monstruoso. Tiene parte de una visión agudísima de lo real, pero no para hasta crear un mundo simbólico. Esto se ve lo mismo en los Caprichos que en los Desastres. Ya lo he indicado en otro sitio. Las aventuras de la moza casquivana y de su celestina, acaban por convertirse en'una escena de aquelarre, en que la moza está desnuda y la vieja es ya francamente una bruja, cosa que ya habíamos sospechado desde el principio. Y en los Proverbios ha dado Goya rienda suelta a esta inclinación suya a llevar la sátira hasta un símbolo abstracto. Claro que éste símbolo no tiene el carácter de las alegorías académicas. Tales son las relaciones con la estampa francesa en cuanto al contenido. En el terreno de los procedimientos la influencia es más evidente. Lo que a primera vista distingue a los Caprichos de las estampas de la primera época, es el empleo sistemáticodel aguatinta, aunque ya en algunas copias de Velázquez hay ensayos de este procedimiento. El aguatinta era una innovación de la escuela francesa que en los años de los Caprichos se practicaba corrientemente en toda Europa. Era otro de los recursos del siglo xvui para esfumar blanduras. Pero Goya tomó el aguatinta y la utilizó de un modo enteramente personal. En este punto su originalidad resulta desconcertante. A fines del siglo xvm Goya habia llegado por genialidad inexplicable, a donde el arte decorativo moderno llegó a fines del siglo xix y eso por suges* tiones del arte oriental. El aguatinta ya sola, ya en combinación con el aguafuerte, había sido utilizada hasta entonces para expresarla profundidad atmosférica. Pero Goya se sirvió de ella para efectos puramente convencionales. Las buenas pruebas de los Caprichos nos presentan grandes superficies de un 55 COSMOPOLIS tono uniforme, de una bellísima calidad de grano, pero sin ninguna ilusión de profundidad. Es un efecto de tintas planas, de cromatismo decorativo. Los blancos recortan la mancha como en estilo moderno. En algunas hojas este convencionalismo convierte la truculencia de los asuntos en algo puramente decorativo. El personalismo de Goya le lleva a pisar un camino que, al cabo de mucho tiempo y guiado por influencias japonesas, volvió a encontrar el arte moderno. Con esta manera de manejar el aguatinta va unida su concepción del claro-oscuro. Bien evidentes son los fuertes contrastes de claro-oscuro en los Caprichos. Y como fué Rembrandt quien dio expresión más profunda a este claro-oscuro acentuado, es obvio pensar en Rembrandt. Goya confesó en una frase célebre, su admiración por el genio holandés; y una serie de cuadros suyos bien conocidos son testimonio de este culto. Pero en los Caprichos esta influencia está sometida a una deformación tan enérgica como las demás influencias y sugestiones. Ya hemos visto que el aguatinta de los Caprichos sirve casi siempre para efectos convencionales. Consecuencia de esto es que los blancos son también convencionales y que el claro-oscuro se convierte en un juego puramente decorativo. Es decir, este claro oscuro es, en realidad, una ironía del claro-oscuro de Rembrandt. En este el efecto luminoso es de una realidad sobrenatural, doblemente real, por tanto es el claro-oscuro realísimo vehículo^e sus profundas intenciones religiosas. Tales son los puntos de partida que pueden señalarse a los Caprichos. Como se vé, cuando Goya toma algo es para imprimirle una significación totalmente diversa. Por eso no puede hablarse más que de puntos de partida, no de influencia. Del conjunto resulta esa originalidad casi inverosímil, que por su asunto y por su técnica constituyeron los Caprichos en 1799. Esta originalidad no consiste sólo en el modo pcrsonalísimo de vitalizar los recursos usados por la estampa del tiempo. El mismo concepto de la estampa es fundamentalmente distinto. Si repasáis estampas anteriores a los Caprichos, podréis ver que están concebidas como pequeños cuadros hechos por los procedimientos del grabado, o a lo más como dibujo. Los Caprichos en cambio son exclusivamente estampas; es imposible imaginarlos como cuadros o como dibujos. Es más, los mismos dibujos preparatorios de los Caprichos son otra cosa que las estampas de los Caprichos. Y es que en estas la nota dominante es el cromatismo del aguatinta, empleado no para simular un claro-oscuro pictórico, sino en su puro efecto como procedimiento de grabado. Y los blancos no pretenden representar claridades atmosféricas, sino que son sencillamente el blanco del papel jugando en contraste con los tonos del aguatinta. Imaginaos pintado un Capricho como el número 3, Que viene el coco. Resultaría otra cosa. En cambio puede uno imaginarse una traducción pictórica de la Pieza de los cien florines, de Rembradt,. que fuese fiel trasunto del original. La misma composición de los Caprichos, y la manera de entender en ellos el espacio, no tienen sentido sino tratándose de una estampa. Todas estas particularidades nacen de los Caprichos, la estampa más estampa que se conoce 56 LA ESTAMPA ANTES DE QOYA en la historia del grabado europeo. También es la que más se aproxima a la gracia convencional de la estampa japonesa. Esto representaban los Caprichos frente á toda la estampa precedente. Personalismo frente a mundanidad y norma clásica. En ellos se abría la era de todo el arte personalista contemporáneo. Al mismo tiempo, aparecia una profunda intuición de los recursos del grabado para efectos decorativos, que presentían tendencias contemporáneas. Los títulos de Goya como patriarca de todo el arte contemporáneo, quedan pues, bien justificados. Los Caprichos son la guillotina del estilo cortesano y el heraldo del estilo nuevo, personal y deco-* rativo. La necesidad de marcar este contraste en su origen, me ha hecho detenerme en los Caprichos. Ellos significan la entrada en escena de la personalidad de Goya. Las características que en ellos se revelan siguen siendo fundamentalmente las mismas. Vale, pues, para las otras series lo que se diga de los Caprichos. Hay desde luego en ellas acentuación, modificaciones en la manera de entender la estampa. Pero la dirección general continúa siendo idéntica. Nuestro amigo Vegue, os ha hablado ya de la evolución dentro de las series goy«scas, evolución que se cierra con la Tauromaquia. La Tauromaquia, ya lo he dicho en otra parte, es como la cifra y compendio de todas las cualidades de Goya, como grabador al aguafuerte y al aguatinta, Y aquí nos hemos reunido a celebrar el acontecimiento fausto de haber tomado estas flanchas venerables al hogar español donde nacieron. Gracias sean dadas a la generosidad del Circulo de Bellas Artes. 57 LETRAS EXTRANJERAS L A N U E V A POESlA E N BÉLGICA POR PAUL NEUHUYS L trazar el estado actual de nuestra nueva poesía, me limitaré a señalar algunos poetas de valor desemejante, para extraer la fisionomía conjunta de nuestro movimiento poético, Nuestra literatura, en verdad, no es indigente, pero parece estar desprovista de confianza en sus propios medios. La literatura belga podría dividirse en dos categorías. De una parte, la que se manifiesta bajo la influencia francesa, y de otra la que se relaciona con Emile Verhaeren. Que nuestra poesía se oriente con preferencia hacia Francia, se explica fácilmente. Pero que nosotros intentemos atribuirnos un espíritu latino es, a mi juicio, un error fundamental. Francia nos seduce por sus tradicionales calidades de claridad y unidad, y nosotros sólo apreciamos nuestros escritores en razón directa de la consagración que obtienen en la nación vecina. De ahí que el sector de nuestras letras donde se afirman las múltiples cualidades de la raza, se desarrolle aisladamente y no llegue nunca a atraer directamente nuestra atención. Otros poetas, para reaccionar,—se dirá,—contra esta perpetua falsificación francesa, se apoyan vagamente sobre la potente personalidad de Emile Verhaeren. Porque del mismo modo que Rubéns ilumina la pintura del siglo xvii, Verhaeren invade nuestra poesía actual. Su ejemplo hubiera debido enseñamos a respirar más libremente. Sin duda, es conveniente deplorar la indiferencia desdeñosa del público respecto a las nuevas tentativas, mas precisa confesar que nuestra poesía sólo responde medianamente a las exigencias de la vida actual. El hálito del espíritu nuevo que se eleva potente sobre el mundo moderno, sólo parece penetrar con dificultad en Bélgica. Nuestro país posee un valioso pasado literario. Se habla frecuentemente de la edad heroica de la «Joven Bélgica». En todo caso, si la «Joven Bélgica» 58 LA NUEVA POESÍA EN BÉLGICA ha contribuido a agrupar nuestras energías, ha difundido, por el contrario, nuestro error más notorio. La «Joven Bélgica» ha deseado, como la mayoría de nuestras revistas actuales, ser un instrumento de propaganda latina. Giraud, Gillie y Gilkin han querido representar en esta época, entre nosotros, al Parnaso francés. Y habiéndolo conseguido sin caer en el ridículo, esa es la única razón para que les otorguemos nuestra estima. Max Waller, el fundador de la «Joven Bélgica», fué de aquellos que, a despecho de la regla común, no han abdicado de toda personalidad. Max Waller recuerda a Laforgue sin deberle nada. Tiene su mismo cruel destino. «La Flúte á Siébel» es un libro encantador, y, como la mayor parte de nuestras mejores obras, es hoy día inencontrable. Diversos libros, que también admiramos, han nacido bajo la égida de la «Joven Bélgica». Tal los «Flamencos» de Verhaeren que, bajo su forma paranasia^ na, augura ya la gran amplitud de su obra futura. Del mismo modo, en «Les Serres chandes», Maurice Maeterhnck, refunde nuevas energias para penetrar las más confusas regiones del ser. Merced a una serie de imágenes, palpitantes de sueños, retrocede en los límites de la consciencia hasta los limbos del misterio. Las formas blancas de esta poesía evolucionan tras las paredes de vidrio de los invernaderos cálidos. Y parecen amustiarse en inefables sudores para desprenderse de la atmósfera pesada donde vive nuestra alma. En la «Canción de Eva», Charles van Leberghe nos describe la infancia del mundo que llena de ideal belleza la mujer. Más tarde, el paganismo del poeta, que ondula tan voluptuosamente en la «Canción de Eva>, estallará de la manera más impensada en la extraña sátira que titula «Pan». En fin, recordemos las «Iluminaciones» de Max Elskamp, donde el poeta, como un imaginero de la Edad Media, pinta con su corazón. Nadie ha cantado con tanto amor como él la pena y la alegría de hallarse en el mundo entre las bestias, las cosas y las gentes. Nadie se ha inclinado con tan piadosa solicitud sobre las pobres necesidades que reflejan el alma popular. Y estimo que, para todo el que sepa leer a los poetas, sus «Seis canciones de un pobre hombre para celebrar la semana de Flandes», son lo que nuestra poesía ha producido, hasta ahora, más valiosamente puro. Cualesquiera que sean las saludables influencias que estos poetas han puesto a contribución, nos emocionan principalmente porque siguieron la ruta trazada por su conciencia, expresando las más profundas cualidades de la raza. Son los verdaderos precursores de nuestra literatura moderna. No regeneraron de su origen germánico en provecho de una fortuita cultura francesa. Es cierto que nuesta pictórica idiosincrasia septentrional no puede pugnar con la vivacidad de espíritu característica de los meridionales. Y lo que'Francia gusta en nuestra literatura, no es aquello que le debemos, sino los defectos que nos reprocha, y que a nosotros debe importarnos cultivar. Por ello, conviene despreciar soberanamente el tono de protección que ciertos críticos franceses adoptan contra nosotros. Nos desagrada pasar por la hermana me59 COSMOPOLIS nor de Francia. Algunos escritores flamencos escriben en francés. Esta circunstancia es muy explicable, si se considera que Bélgica está situada en los <:onfines de dos civilizaciones adversas. Algunos se entretienen en envenenar la cuestión. Se manifiestan más considerados con la lengua francesa porque su influencia es más extensa, y creen obrar sanamente despreciando la lengua del pueblo. En suma, nuestro francés no se aproxima más al habla de la Isla de Francia que el flamenco al neerlandés. He ahí porqué nuestros escritores, sea cualquiera la lengua que usen, debieran ponerse previamente de acuerdo y no dar lugar a esas mezquinas pugnas lingüísticas. Franz Hellens es quien, a la hora actual, parece encamar más completamente las cualidades de nuestra raza. Ha llegado a la plena posesión de sus medios. Su lirismo no rehuye ninguna libertad, y su novela «Melusine» marca indudablemente el apogeo en su obra. Franz Hellens, por su lado subjetivo, recuerda, en cierto modo, a Villiers de l'Isle Adam, pero se aleja del autor de «La Eva Futura», por una sensualidad profundamente original. En «La Femmc au Prismc», Franz Hellens intenta expresar, bajo forma de poemas, esta magnífica sensualidad flamenca. Para comprender bien su significación, es preciso no perder de vista su obra anterior. Franz Hellens está dotado de una visión singularmente aguda. Nadie se detiene menos que él en el espectáculo de las apariencias. Es un visionario del mundo interior. Explora las tinieblas y está alucinado por lo invisible. La vida bajo sus formas tranquilas, se le aparece como una juglería móvil. Va hacia todo lo que parece inerte, y descubre bajo el rostro taciturno de las cosas un drama obscuro. Esta literatura inquieta conduce a un vehemente dinamismo. A fuerza de rasgar la inercia, el mundo se le aparece como transfigurado por la velocidad. El pantano que parece estancado, desprende electricidades misteriosas. Pgsa lo mismo con las almas aparentemente herméticas. El viento sacude las casas. Todo se desplaza perpetuamente; los árboles inundan la ruta. Franz Hellens lucha con la silla del escritor como un elemento hostil que quiere interrumpir su carrera hacia lo desconocido. La ardiente sensualidad flamenca atraviesa su obra como una llama devoradora. La mujer es un maravilloso pretexto para el movimiento. Lo que agita al poeta es, como él dice, «el impulso de mi caricia hacia la mujer». La sigue en la magia del music-hall. Le atrae en los más extraños parajes del África. La mujer le ciñe como una nube potente que refracta el inagotable esplendor del mundo y arrastra hacia el vértigo armonioso de los astros. En «La Femme au Prisme», el poeta quiere descubrir esa especie de fuerza que da y toma la mujer de toda las cosas. La persigue curiosamente hasta en sus gestos familiares. Sucesivamente nos va mostrando a la mujer en cada una de sus actitudes cotidianas. «La mujer se despierta», y el poeta nos la presenta como una pantera, ligera y cambiante. Se despierta entre los espejos. Concentra todas las fuerzas telúricas. El agua, el aire y el fuego rodean su cuerpo sumido en el sueño. Y una tras otra nos va presentando, descompuestas por las 60 LA NUEVA POESÍA EN BÉLGICA aristas coloreadas por su prisma lírico, las distintas facetas, posturas y gestos que vive la mujer. Es una polifonía de motivos sensuales y ritmos plásticos. Franz Hellens piensa no sólo con la mente, sino con los ojos, con las manos, con el torso. Es una sensibilidad completa. Ha acertado a expresar en una síntesis viviente el «eterno femenino» de que habla Goethe. Un estremecimiento trascendente recorre su obra en la que fulgurantes riquezas conviven con ardientes obscuridades. No hay arco iris sin nubes. León Chenoy es un espíritu atraído por el análisis experimental Se halla atormentado por la necesidad de auscultarse y de anotar en fórmulas claras el resultado de sus investigaciones. En sus «Poemas haciía una claridad» nos cuenta con una exactitud algebraica su aventura sentimental. El poeta há sido» nutrido por el romanticismo. Gusta de transportarse al pasado. Las épocas; deslumbrantes de la historia ejercen irresistible atractivo sobre su imaginación. Él relato de una civilización llameante y corrompida, tal como «1 Renacimiento italiano, ha facilitado el tema a su deseo de acción, colmando su amor por el arte. León Chenoy quiere forjarse un mundo sin tener en cuenta las necesidades materiales de la vida presente. Le gusta poblar su soledad de los más ricos colores: el mundo permanece cerrado a esta exaltación y el poeta se confina en su aristocratismo mental. Masía actitud que adopta no resiste mucho tiempo a im examen severo. Ha tomado por lo mejor lo peor de sí mismo.^ Siente agitarse ea sí fuerzas desconocidas y quisiera remontar todo el pasado, del que siente sordamente misterioso atavismo. Bajo el estado psicológico de un último análisis, se le abre la segunda fase de sus «fPoémes vers une ciarte». Habiendo llegado a serle iguales todas las cosas, se encamina hacia una nueva educación lírica. Su instinto le conduce hacia Stendhal y Laforgue. Ambos han sido estudiados por Chenoy en interesantes volúmenes. Sobre el segundo, ha publicado en las ediciones «(¡^a-Ira,» reGientcmcnte, un curioso ensayo titulado «Stendhal y la rectificación del entusiasmo.» La poesía no es para Chenoy un espejo complaciente. Procede de un equilibrio secreto entre la vida interior y la realidad del contomo. Últimamente, dirige su esfuerzo hacia el espectáculo exterior. Fija sus ojos en la agitación humana. El papel dcLpoeta no es proyectarse ante sí mismo, sino registrar la mayor suma de acción. Y ya en su poema titulado «Receptividad» el poeta abandona su actitud ecuánime para exaltar un ritmo nuevo. En suma, León Chenoy es un poeta experimental conquistado por las móviles sugestiones del espíritu moderno. Fierre Broodcoorens, es el tipo perfecto del poeta flamenco tradicional. Procede de una estirpe de escritores. Se confina en la imitación servil. «Le Carrilloneur des Esprits,» es característico a este respecto. En dicho libro exalta su raza y quiere sacudir los espíritus como un campanero cuyos puños caen sobre el rudo teclado que mueve las campanas. Fierre Broodcoorens conserva una idea vetusta del papel conferido al poeta. En el no existe ninguna 61 COSMOPOLIS receptividad. El Poeta será sucesivamente el campanero de los espíritus y el íjuarda agujas del Pensamiento. A su vez, quiere ilustrar en verso el pasado de Flandes, Para ello emplea con preferencia la técnica polimorfa de Emile Verhaeren. Resucita la antigua Flandes disputada por los imperios. Las comunidades flamencas, con su profunda riqueza, asombraban entonces al mundo. La voz broncínea de la campana Roelandt despierta el alma palpitante del pueblo belga. La nación flamenca, liberada de la dominación que sobre ella ejercieron España y Austria, ha conservado en su sangre el recuerdo de aquellas edades tumultuosas. De ahí que una ternura tácita circule en esa atmósfera violenta. Pierre Broodcoorens es totalmente fiel a la tradición. Evoca sucesivamente la Flandes amable dé Charles de Costar y la Flandes trivial imaginada por Georges Eeckoud. Celebra las kermesses legendarias y las rameras de senos abundantes que servían la cerveza en las posadas de la Garapiñe. Bajo estas márgenes góticas, Broodcoorens disimila tal vez una concepción neta de los tiempo* presentes. El dcsordan de nuestra época le recuerda el desarrollo feudal y la campana Roelandt, se ha transformado en el carillón libertario. Charles Plisnicr no se deja abrumar po» el espíritu de lejanas resurreccio. nes del pasado. Sólo los tiempos futuros atraen su entusiasmo juvenil. En sus poemas prevalece una generosa franqueza, en vez de las visiones anticuadas. De todos los continuadores de Verhaeren, Charles Plismier es quien parece haber asimilado mejor la potente técnica del maestro, y el que desarrolla de una manera más lógica la curva de su pensamiento. Plisnier está henchido de un ardor revolucionario. En «La guerra de los hombres,» el poeta clama su aspiración hacia «La cumbre empavesada de oro,» de la fraternidad universal. Mientras que el odio divide los pueblos de Europa y los espíritus se abaten bajo el yugo de la sociedad capitalista, el grano de amor germina en el barro, los soviets se organizan, y los parias, a quienes la revolución ha transformado en gigantes, apresan en sus puños robustos todo el porvenir del mundo. Tal es la visión que resplandece en sus poemas. Paul Gustave Van Hechc, es uno de nuestros temperamentos originales, en vías de emancipación. En «Frescura de Paris,» intenta crear su visión del mundo. Su imaginación se extiende sobre los objetos más dispares. Es un espíritu abierto a las impulsiones del momento. Salva, con el don de movimiento, ciertas imperfecciones de forma. Del mismo modo, en Lieja, Arthur Petronio despliega su actividad, esparciendo las nuevas fórmulas del arte. El pincel, la pluma y el arco de violinista solicitan igualmente su esfuerzo. Está dotado de un lirismo ardiente y claro, del que no siempre logra dominar la expansión desbordante. Clement Pansacrs representa en Bélgica el dadaísmo integral, y es el único que en nuestros pacíficos medios ha osado levantar esa bandera subversiva. Es un poeta hiriente, cáustico, de una sinceridad feroz. Explota hasta el límite 62 LA NUEVA POESÍA EN BÉLGICA las Ultimáis disociaciones intelectuales. Sus libros más reveladores son «Apologie de la Parcsse» y «Le Panpan au cul dü nu ncgre.» He ahí señalados los poetas más interesantes de nuestro movimiento contemporáneo. Faltan aún algunos, pero mi intento ha sido únicamente singularizar el perfil de Ips que, a mi juicio, son más representativos. Mas, en suma, el esfuerzo de nuestra joven poesía es muy limitado. La mayor parte de sus elementos prolongan en paráfrasis un lirismo senil. Sólo a raros intervalos un poeta personal rompe esta monotonía. Por otra parte, las aspiracionejs^áísteoí!dantes de nuestra raza no se sujetan a ninguna regla. La vieja risa flamenca se alia al misticismo de nuestros antepasados. Del mismo modo que existe un «csprit» francés y un «humour» inglés, es probable que exista una «picardía» flamenca. Esta característica ha evolucionado desde Pieter Breughel a James Ensor, y, si bien es cierto que tiene su punto de arranque en la vida popular, también se manifiesta en las formas superiores del pensamiento. En nosotros, lo festivo parece estar estrechamente ligado al lirismo. La farsa escenográlíca tal como la ha desarrollado recientemente Femand Crommelynck en «Le Cocu magnifique», comprueba esta suposición. Los belgas estamos agitados por los vientos más contradictorios. Todos los países del mundo han contribuido, según parece, a formar nuestro fearácter. De ahí nace una ramificación saludable de nuestros intereses y nuestras inclinaciones. Nuestro bilingüismo constituye un fuerza. No es preciso crear una Flandes exclusiva, pero menos aún hacer triunfar la influencia francesa en Bélgica. Señalémonos mutuamente nuestros descubrimientos. Instauremos con Francia un intercambio literario, pero no de errores políticos, Y al alcanzar la suma de nuestras potencias vitales, los pb.etas de hoy entraron en el espíritu moderno, afirmándose así más ampliamente nuestra consciencia del mundo. 63 UN NOVELISTA AUSTRÍACO POR N. NEBZARDE íy UDOLF Jeremías Kreníz, es un joven novelista ausíriaco que se hizo * * ' noíar grandemente por una novela sobre la guerra. Ahora ha publicado otra con el título de Díe einsame Famme {La llama solitaria), que ha tenido un éxito inmenso en los países de habla germánica y que comienza a ser muy estudiada por la crítica universal. La llama solitaria que da título a la novela, es la que decora el alma de un neófito el barón de Riedainuer, vastago auténtico de una ilustre casa feudal austríaca, funcionario fiel, «úbdito leal de Francisco José, hasta el instante en que la gracia pacifista desciende hasta él, a causa de una larga permanencia en las desoladas estepas de Siberia. La novela de Krentz está formada de estos dos elementos; un cuadro de costumbres colectivas délos más meticulosos y un análisis, acaso algo sumario del estado de espíritu personal de sus héroes. El realismo, a veces exagerado hasta el cinismo, de las descripciones trazadas por Krentz, sirve todo lo más de estación al idealismo nebuloso de su funcionario vienes convertido al principio de su resistencia al mal. Acaso Krentz ha creído concentrar sobre la figura de su protagonista el interés del libro y el de sus lectores, pero la decoración pintoresca retiene la atención del lector mucho más que la aventura, después de todo casual, del protagonista. Estas historias de pacifistas, mártires de su pacifismo, son ya casi una obsesión de la literatura austro-alemana desde 1918. La novela evangélica, comparte con la novela de la revancha el favor del público, sin que hasta hoy, en ninguno de estos dos campos haya surgido la obra brillanle, decisiva o definitiva. No hay que negar que la descripción del campo de prisioneros aus^ triacos en Siberia está hecha de mano maestra. No se da a la descripción tal relieve, ni se analiza con tal intensidad sino cuando esos acci64 UN NOVELISTA AUSTRÍACO dcníes se han tocado muy de cerca. El principal mérito de una ficción reside siempre en el poder de Ilusión con el cual se reproduce 1^ realidad. El autor nos presenta algunos centenares de oficiales austriacos, capturados por los rusos y establecidos en un rincón perdido de Siberia. El verano es allí terrible, el invierno glacial y la vida de una monotonía desoladora. Entre estos oficiales, ios hay de todas las nacionalidades que constituían el imperio austríaco destruido por la guerra. Los oficiales madgiares son los que hablan más alto. Son los más ricos y los que, gracias a su dinero, se nutren mejor. Sus parientes los animan con sus cartas y los sostienen con sus cheques. Jarkashazy ha recibido una carta de su madre, en la que le dice que morirá de dolor si lo ve llegar flaco. J. Farkashary, para salvar a su madre, se atraca de puerco asado, de anguila ahumada, de caviar y de pastas. Relegados al fondo de las estepas, lejos de toda civilización, estoa oficiales de un imperio de tan antigua tradición, conservan todos los prejuicios que florecían en su madre patria, etrios y semitas se miran con antipatía, según lo hacían en Austria, y han formado un «Club etrio» y una «Asociación de Judíos locales y nacionales.» cuyos miembros no dejan de molestarse. El Club, manía tan arraigada en los oficiales austriacos, se practica allí lo mismo que antes en las guarniciones del imperio. Se anuncia un día la^ visita al campo de una hermana de la Cruz Roja austríaca, la condesa Dora Fíchtenau. El coronel jefe del campo, la fatiga con quejas estúpidas. Esta escena de lástimas es sin embargo, una de las más divertidas y de las más típicas de la novela. El coronel austríaco quería arrancar a la hermana inspectora, la promesa de elevar una queja contra el coronel ruso Vasilieff, por haber éste protestado, como visitador ruso del campo austríaco, de la «falta de pudor» de los oficrales austríacos por haber tomado baños de sol durante el tórrido estío. El coronel austríaco estima que tal ofensa no puede lavarse mas que con sangre: «Yo—dice—, le provocaré a un duelo por el intermedio del ministro de Negocios extranjeros y desde luego, condesa, ruego a usted que exponga ante nuestro ministro de la guerra esta injuria tan grave e inmerecida de que hemos sido objeto.» Si Krents insiste sobre la grosería y brutalidad de los oficiales rusos tampoco escatima los juicios severos sobre sus compatriotas. Señala su ligereza, su frivolidad, sus mezquinas preocupaciones y su materialismo. En esos oficiales austro-húngaros, no hay traza de patriotismo, en el sentido moderno de la palabra. Sólo el espíritu de cuerpo y el respeto al reglamento militar preside sus actos e inspira sus ideas. Estos oficiales 65 COSMOPOLIS son más autómatas que los oficiales prusianos. Todos sus actos, todos sus pensamientos, están dictados por una disciplina estrecha. Verdaderamente en el mundo nuevo, no habría sitio para estos fantoches, cuyo único mérito consistía en estar bien educados. Así se adivinará su trastorno o indignación cuando estalla la revolución rusa. Las páginas de la novela de Krentz, en las cuales describe el movimiento bolchevique, ganando las aldeas siberianas, donde los prisioneros lleva una vida de continua melancolía, pero tranquila, están llenas de vida y son de las más hermosas de la obra. Toda ilusión humanitaria, toda esperanza milenaria, son desterradas pHjr esta revolución, que tiene por fin único la satisfacción de necesidades materiales: «poco trabajo en el porvenir y mucho dinero, mucho dinero»: tal es la consigna de los campesinos y soldados sublevados; ¡«Abajo la autoridad! ¡Abajo las insignias y los títulos que son indicios de esta autoridad! «Un desgraciado que tiene la inadvertencia de pronunciar la palabra «mando» en el seno del Soviet que abusa de la suerte de los prisioneros falta poco para que sea degollado: «¿Quién habla aquí del mando? Todos mandamos igualmente, porque todos somos miembros del pueblo soberano. «Esta manía igualatoria, no llega sin embargo, hasta tolerar la libertad inmediata de los austríacos. Los astutos usureros y los prevaricadores sinvergüenzas que han tomado la dirección del movimiento bolchevique aparecen los más juiciosos argumentos a la manía libertadora de algunos entusiastas que quieren libertar en masa a los cautivos: «Compañeros, ¿será eso un beneficio? Esos prisioneros son numerosos, tienen dinero y no comprenden la libertad como ios rusos. Devorarán todo lo que poseéis y llegará el hambre, no para ellos sino para vosotros, porque esos prisioneros de guerra son hábiles negociantes y os detestan.» Estas consideraciones de orden económico hacen reflexionar a los partidarios de la liberación inmediata. Ibase a hacer una barbaridad. ¡Honor al judío discreto que los ha detenido a tiempo! No sólo no libertarán a los prisioneros, sino que secuestrarán los bultos de víveres que reciben y los rebaños de puercos que engordan a sus expensas. ¿Por qué habíase de favorecer a estos enemigos de su revolución? No es ésta la única repercusión de la rebeldía bolchevique en el campo de los prisioneros. Convencidos por sus hermanos rusos, los soldados austríacos asistentes de los oficiales austríacos, rehusan servirles más tiempo. Un bandido llamado Mehrinke, disipa los últimos escrúpulos de sus compañeros del proletariado q,on una arenga virulenta: «Camaradas, alguno dirá acaso, que un hombre de raza germánica, no 66 UN NOVELISTA AUSTRÍACO abandona a un superior. Yo le respondo que ya estamos haríoe de la fidelidad alemana. En adelante no queremos ser masque hombres.» Y los oficiales tuvieron que hacerse su comida y limpiar los retretes. Sólo, enmedio de este desorden, el barón de Riedammer, sostenido por su fé, sufre su situación con paciencia. Y si tiene prisa por volver a Austria es para comenzar su apostolado. Denunciará la influencia nefasta de la idea patria y del clericalismo, las ignominias de «la organización sin alma,» la vileza del servicio al Estado, esc ideal político de uno humanidad formada por siglos de servidumbres. La ferocidad a los bolcheviques excita más su piedad que su cólera. Tiene confianza en la bondad del hombre para regular la suerte de los humanos. Discute cotí Bladezcr, uno de sus compañeros, de cautiverio, que profesó una doctrina absolutamente opuesta a la suya y copia la de Nietzsche. Estos diálogos son demasiado simétricamente antitéticos y formulan pensamientos demasiado regularmente contradictorios para que puedan apasionar al lector. Se siente el artificio, pero se encuentra en esas páginas esa ironía un poco seca que Krentz maneja con raro acierto. Riedammer, «teniendo su cepillo de dientes como un cetro» afirmó ante Bladezer su resolución de inmolarse por su fe: «¿Y si te matan? dice Bladezer. El canto de mi alma es imperecedero,» responde el gentilhombre bolchevique. Riedammer y Bladezer huyen juntos. Un bolchevique que ha fingido secundar el plan los denuncia y caen en una emboscada. Los dos afrontan la muerte con la serenidad que dimana de su filosofía. Bladezer, alcanzado por los bolcheviques que le persigue, les hace frente gritando; «Concluid imbéciles; ser fuerte y sólo es lo que hay más noble en el mundo; la vida no es el bien supremo.» Cuanto a Riadammer gravemente herido, es conducido al hospital y conserva bajo el látigo de los cosacos bolcheviques, esos pretendidos amigos de la humanidad, su resignación y su dulzura verdaderamente cristianas. Los delirios que le produce la fiebre están llenos de visiones fraternales. Enmedio de la más repugnante orgía de las pasiones, anuncia el triunfo del espíritu como muy próximo: «Construir al alma es cosa más fácil, declara, que constreñir a la matanza en masa.» No puede negarse la belleza moral de este personaje. Lo que puede argüirse es la falta de una poca de originalidad. En todas las novelas posteriores a la guerra figura como algo obligatorio, y por tanto convencional. Los personajes vivientes y verdaderos de La ¡lama solitaria, no son los Riedammer y los Bladezer, sino aquellas figuras apenas esbozadas que están en segundo plano y a los cuales va la simpatía del lector, 67 COSMOPOLIS Todos los Riedammer y Bladezcr, cuya psicología tan laboriosamente ha formado Krantz, pueden darse por la silueta fugitiva del conde Speranzeff que desfíla por las últimas páginas de la obra. Aristócrata irreductible, el conde soporta con estoicismo los progresos del bolcheviquismo. Arrojado en la misma prisión que los oficiales austríacos, discute con ellos el problema de la vida y del hombre. Habla como viejo desilusionado y algo cínico, pero el cinismo es honrado y substancioso. Expresando con alegría la esperanza de envenenar el suelo donde los bolcheviques entierren su cadáver, procura vivir y hace cocer los huesos que se ha procurado en el vaso de noche, que es de metal. Se venga de estar recluido allí haciendo el elogio de su perro, en detrimento del hombre deformado por el bolcheviquismo. «Vean ustedes mi perro—dice—, es la bondad absoluta, la lógica infinita y la sencillez eterna, sin la malicia que el hombre aprende del hombre.» Speranzeff no hace más que pasar por el relato de Krentz; pero puesto que figura en el, puesto que está en la línea general del libro, fija y retiene la simpatía del lector. El arte literario está constituido entre otras cosas, por la armonía de las partes con el todo. 68 CALENDARIO DEL MES UN EPITAFIO PREMATURO DE «COSMOPOLIS».—He aquí que nosotros hemos logrado resolver una de las más difíciles y torturantes dudas que acometen singularmente a ciertas personas en la cumbre de su celebridad, pero próximas al declinar de su vida: saber, por medio de una simulación de muerte, el juicio que ha de tenerles reservado la posteridad. Tal anhelo ha sido gozado por COSMÓPOus, espontáneamente y sin solicitarlo, merced al celo necrológico de nuestro simpático colega «Nosotros», de Buenos Aires, que en su número de diciembre de 1921, nos dedica un comentario de despedida y cordiales frases de loanza al comentar y transcribir un artículo que nuestro exdirector Gómez Carrillo se aventuró a publicar glosando anticipadamente el óbito de COSMÓPOLIS. Mas, no; henos aquí, firmes, radiosos y pujantes, dispuestos en nuestro cuarto año de vida a disfrutar de una segunda juventud que, seguramente, será más colmada y fructuosa que la primicial. La supuesta desaparición de CosMÓPOLis—que ostensiblemente no se traslució en la menor interrupción—fué solo un brevísimo colapso, tras el que revivimos con mayor estímulo laborioso. En realidad, ha sido únicamente una pausa íntima,—sin repercusión exterior —, de reorganización y acopio, de nuevas fuerzas y energías que, en unión de nuestros ya adquiridos e invariables entu- siasmos, nos llevará a una etapa de realizaciones fructíferas. Agradezcamos de todas formas el anticipado epitafio elogioso que nos ha tributado la portefia revista «Nosotros», ya que g r a c i a s a él hemos logrado, como decíamos, descorrer el velo de los juicios postumos que tanto preocupan a los ambiciosos de inmortalidad haciéndoles sufrir, a veces, desconsoladoras decepciones. ESPAÑA ANTE EL ESPECTRO RUSO.— España, opacamente sorda, indiferente e insensible en su mayoría a las congojas, vibraciones y espasmos en que viene agitándose el mundo occidental durante estos últimos años, ha sabido, al fin, impresionarse y reaccionar noblemente ante la más torturante realidad que estremece hoy el orbe: el hambre desoladora, angustiosa e inexorable que estrangula a Rusia y amenaza con extinguir cruelmente hasta los últimos retoños de ese gran pueblo—carne de arriesgadas experimentaciones y mártir elegido de los más avanzados sacrificios sociales, según ha observado sagazmente Gabriel Alomar. Pues, en efecto, el caso de R u s i a como se afirma en un mensaje de adhesión intelectual—representa el esfuerzo titánico y extenuador de un pueblo iluminado, en cuyo organismo se ensayan con intención elevada, mas con éxito y acierto malogrados, los 69 COSMOPOLIS medios libertadores de todo género de esclavitudes, tendiendo a la instauración de un nuevo régimen social. En el pueblo ruso hay que admirar su grandeza de espíritu y la alta ambición d« su vindicta, arriesgándose a dar un salto en las tinieblas hacia la nueva aurora social. La actitud de España frente a esa heroica tragedia ha sido la de una inhibición espiritual absoluta, cuando no la de complicidad material y tácita con los países que han agravado la situación rusa con sus temores opresivos y su b l o q u e o cstranguador. P o r ello, ahora en Luwra, ante el hermoso y p a t é t i c o llamamiento que, s e c u n d a n d o la campaña del benemérito Dr. Nansen, han hecho Ricardo Bacza y Martínez Sierra por mediación de un gran órgano de publicidad, la actitud generosa de España engrosando cuantiosas listas de socorros y organizando exposiciones, festivales y toda clase de actos benéficos, no significa en último término otra cosa que un a c t o colectivo de atrición. Pues toda resolución de caridad y todo gesto conmiserativo implican, en cierto modo, una actitud de arrepentimiento: decidirse a reconocer el error de una posición hostil y apresurarse a rectificarla conscientemente. La España genuinamente pródiga y generosa, que inmune a los peligros bélicos, ensanchó sus cauces vitales, mientras los demás países se desangraban, y que se aprovechó de los beneficios flotantes, ha sabido al fin redimirse de sus pecados abstencionistas, y dar un poco del oro que acumuló, para salvar a las inocentes víctimas de las mortales contorsiones que sufre el pueblo ruso. LA VISITA MARAVILLOSA.—Heriberto Wells, ha pasado por Madrid como un meteoro. Esta imagen cuadra bien al autor insigne de «Anticipations» cuya fantasía prodigiosa le ha hecho familiares los mundos sidéreos; a semejanza del paso de los cometas, ha sido el suyo rápido y fulgurante. Venía de Granada adonde fué a des- 70 cansar, en la contemplación de la más esplendorosa naturaleza, del espectáculo de los estadistas reunidos en Washington. Y la «Residencia de Estudiantes», atenta siempre a las funciones del espíritu, logró de él una breve lectura, escuchada por los escasos invitados con deleite y leída luego por España entera con el triste estupor de ver ya emponzoñado por el pesimismo a un hombre en quien la verde luz de la esperanza iluminó siempre observaciones y ensueños. Gran escritor y periodista máximo, Heriberto Wells pudiera envanecerse, de tener vanidad, de haber alcanzado una popularidad casi universal. Sin duda h a de enorgullecerse de que jamás su pluma fué movida por pasiones innobles. Este hombre puro, esforzóse siempre por ver lejos, por ver claro. Sus dones inmensos fueron regidos en toda hora por una conciencía estricta. Ha cumplido su obra de artista con unción sacerdotal; ha suscitado sueños, ha abierto perspectivas a numerosas investigaciones; ha sabido desposeerse de su casi legítimo orgullo de britano para sentirse hombre del mundo y aspirar a la concepción de una Historia sin las limitaciones nocivas de la Historia actual. Los que menos lo admiren, han de respetarlo. Con sincera repugnancia, el gran creador de «The fonderful visit» y tantas otras maravillas, negóse a los desmanes de la publicidad, y repelió a hueros reportcrs e insistentes fotógrafos. Ya hace días que nos dejó, y aún los mejores ingenios hispanos comentan sus palabras y toman de ellas punto de partida para enjuiciar el drama del mundo. Pero si los méritos intrínsecos no fueran tan sóhdos y chispeantes, bastaría el mérito adjetivo de su modestia, para que su visita resultase también «La visita maravillosa»; En la feria de vanidades de la vida madrileña, cayó Heriberto Wells—que no sale al encuentro de los kodaks y que no acepta banquetes—no menos excepcionalmente que el ángel cazado por el presbítero en la deliciosa obra CALENDARIO DEL MES que da título a esta breve nota de salutación. OTRA VISITA.—Eugenio de Castro, acaba de pasar unos días en Madrid. El poeta de Coimbra ha de parecer a muchos un superviviente. Hace años, cuando el saldo de escritores del siglo XIX vituperaba a los modernistas, el bardo lusitano era uno de los Cristos a quienes sacábamos en los instantes de aprieto. RubénDario le dedicó un estudio; varios poetas de América y Enrique Diez Cañedo, traductor insigne, pusieron en versos castellanos poemas suyos; y Francisco Villaespesa llegó en su entusiasmo a asimilárselo de tal modo, que lo traducía sin poner ya su nombre. «Salomé», «Belkis» y la primorosa «Constanza» son en España tan popularas como cualquiera de los buenos poemas españoles. Imbuido de las corrientes predominantes en la lírica francesa de los últimos tiempos, sin perder por ello las facciones de una personalidad fuerte, este gran poeta merece bien cuantos honores se le tributan. Callada la voz pujante de Guerra Junqueiro, es la suya la de mayor universalidad en la poesía portuguesa de hoy. Hombre de vasta cultura y de rcínovaciones frecuentes, logra en su país la incomparable dicha de ser respetado por los viejos y amado de los jóvenes. Su ternura, la gracia de sus ritmos, el entronque de sus imágenes con mitos mundiales, y la maestría de su forma, daríanle preeminencia en cualquier literatura. Y en el fervor con que la juventud intelectual española acoje su visita, hay algo de justa gratitud. E P I G R A M A DE H E R I B E R T O WELLS.—Con la acuidad de juicio y la nobleza de pensamiento en él habituales, Eugenio d'Ors ha condensado eu' somera nota los rasgos cardinales de la fisonomía del gran escritor inglés que hace poco visitó España, y el efecto que contemplarlo en el espejo de sus obras nos produce. Repro- ducimos esa nota, que recuerda por su jugosa síntesis algunos de los más felices epigramas de «El Valle de Josafat»: «Su claridad magnífica: he aquí el secreto de la gran fuerza de Wells. He aquí igualmente la razón de su debilidad. Claro como un cristal, la transparencia es su valor; la transparencia, su desventaja. Nada como los cristales para tener crédito de veracidad en lo que nos revelan del mundo; nada como ellos para dejarnos sospechar que no existen. Cierto, habrá en la actualidad pocos autores más umversalmente leídos, más generalmente celebrados, que el autor famoso, cuyo éxito no interrumpido va desde La guerra de los mundos hasta el Esquema de la Historia. ¿Quién, sin embargo, de menor influencia en la ideología, en la sensibilidad del tiempo? Recordamos y percibimos todavía la percusión enorme de la obra de Anatole France. Conocemos hoy dannunzianos, barresianos, tagorinos, gorkianos, hofffflansthaíianos, bcrnarchovinos y francijaimistas. Sabemos cómo pueden, incluso, trascender a las corrientes intelectuales de la época autores poco difundidos, de corta clientela lingüística o de edición escasa, como un Joergessen o un Apollinaire... Pero el «wellsiano», ¿dónde está? ¿Quién de nosotros debe algo, en la formación del propio espíritu, a escritor que tantas veces nos ha encantado, más, que tantas veces nos ha llegado a persuadir? Es que, en cada caso, su manera de presentarnos su verdad llegaba, de tan convincente, a confundirse con la verdad misma. En seguida le creíamos, pronto le olvidábamos. Creíamos el dicho, olvidábamos el dicentc. Tan lúcido nos aparecía su reportaje sobre las cosas, que la persona del narrador evaporábase entre las cosas mismas. Para nosotrps desaparecía él, si quedaban ellas. Lo que Wells nos ha contado de Rusia se confunde en nuestro recuerdo con una ilusión de observaciones directas, personales, sobre Rusia. Y también se nos antoja, sen71 COSMOPOLIS cillamente, que hemos estado alguna vez en la isla del doctor Moreau. Impersonalidad, precio de la objectividad.—Llega una hora, empero, en que deben estos dos conceptos disociarse. Es ahora, cuando Wells, el hombre llamado H.G. Wells, Wells en carne y hueso, aparece ante nuestros ojos. Ahora vemos claro que en aquel encanto, que en aquella persuasión, había la presencia de los objetos; pero había la presencia de una persona también; que había el mundo y, además, un cristal entre nosotros y el mundo. Comprendemos que aquella claridad era una honestidad. Nos lo dicen la sencillez y el aplomo, la jovialidad y la corpulencia, el vigor y el atezamiento, los ojos buenos, aunque emboscados, la boca indulgente, aunque golosa, y la fatiga noble de los omoplatos y el metal de la voz y el apretón de manos.—Eugenio d'Ors. EL NEGRISMO EN EL ARTE Y EL NEGRO LAUREADO CON EL PREMIO GONCOURT.—En el arte francés más moderno, el elemento negro alcanza gran boga y primacía actualmente. Ya el cubismo, hace algunos años, en su afán de hallar remotas raigambres y estructuraciones vírgenes, desenterró l a s esculturas negras, y exaltó la significación estética primitivista de los ídolos y fetiches congoleses y oceánicos—que, acaparados por coleccionistas hábiles, han adquirido hoy gran valor. Luego, la importación de la música negra, no ya limitada a los estridentes y sincopados jaz-bans de los hoteles lujosos, sino manifestando su influencia estructural sobre las obras de algunos jóvenes compositores extranjeros nos familiarizó con ritmos inéditos, aportando otra faceta del Arte negro. Y, literalmente, a más del estilo en «petites negres» de los dadaistas, un manifiesto «zenitista»—escuela de origen yugoeslavo—afirma que sólo por la penetración de los elementos exóticos, los ritmos salvajes y las lenguas no usadas, puede alcanzarse una renovación radical de la hteratura euro72 pea. A ese propósito responde quizá una «Anthologie negre» que ha publicado el poeta Cendrars, recopilando curiosos cuentos y relatos, escritos en las quinientas noventa y una lenguas y dialectos africanas. ¡Volvámonos bárbaros! parece ser el grito más oportuno que resume tales direcciones. O, al menos, introduzcamos, en cantidad suficiente, el elemento de color para amenizar el descolorido aspecto del arte europeo... ¿Comenzarán ya esos indicios de aceptación? Así pudiéramos interpretar, en cierto modo, el hecho de haber concedido la Academia Goncourt su premio de 1921 a un autor negro, a Rene Marán, por su «Batouala», «veritable román negre», que ha vencido en el último escrutinio a obras de valía como «L'Epithalame» de Jacqucs Chardonne (pseudónimo del editor BoutcUau), y «La Cavalicre Elsa» de Mac Orlan. Batouala es un negro, cuya vida, de un interés exiguamente novelesco, termina al ser devorado por una pantera. El interés intencional y polémico de la obra se halla más bien en los diálogos que se plantean entre blancos y negros, y en las acusaciones que de ellos se desprenden para la dominación colonial. El premio Goncourt ha atraído la curiosidad sobre Rene Maran, literato escondido que desempeña un puesto modesto en la administración colonial de Tchad, y quien no había imaginado nunca que un lauro de esa índole iluminase su nombre, y apoyase indirectamente la tendencia ncgrista del arte contemporáneo... León Bocquet, en «Le Monde Nouveau» de París, nos ha dado algunos detalles curiosos sobre la vida de Maran, transcribiendo fragmentos de sus cartas particulares, dirigidas desde distintos puntos coloniales, y revelando el dualismo—núcleo del hbro—que batalla en su espíritu. Al retornar a su país originario, después de varios años de estancia en Francia, escribe Maran desde Bangui: «Ahora siento que estoy sobre el suelo de mis antepasados, antepasados que repruebo porque yo no tengo CALENDARIO DEL MES SU mentalidad primitiva ni sus gustos, pero que a pesar de ello no dejan de ser mi ascendiente». En realidad, Maran es el negro que piensa con una mentalidad europea—aunque a veces, con un estilo de su color—y sintetiza su pensamiento en esta frase íntima, que pudiera resumir todo el alcance ideológico de su novela, al pronunciarse contra los errores de la civilización: «¿Qué han venido a hacer los europeos sobre esta tierra? Han expoliado inútilmente a pobres seres apáticos, eternamente soñolientos, a los cuales la civilización perjudica más que beneficia». UNA CARTA INÉDITA DE DOSTOIEVSKI.—El periódico bolchevique de Riga A^oW Put ha publicado la siguiente carta, hasta ahora inédita, de Dostoicvsik, en la cual el formidable escritor da pormenores acerca de la composición de «El Idiota».— Ginebra, 12 de enero de 1870. «... En cuanto a mí, he aquí lo que me ha acontecido: he trabajado y he sufrido. ¿Sabe usted lo que quiere decir «componer»? No, gracias a Dios, usted no lo sabe. Usted no ha escrito nunca, según creo, sujeto a ordenación y medida y no ha probado ese suplicio de infierno. Habiendo recibido el dinero del Mensajero Ruso (14.500 rublos), esperaba yo que la poesía desde primero de año no me abandonase; que la idea poética surgiría en mi mente, y podría desarrollarla en todo el año en 1870, y que, por tanto, tendría tiempo para contentar a todos. Me parecía esto tanto más probable, cuanto que germinaban en mi cerebro y se hacían presentir en mi alma numerosas ideas. Pero éstas no hacían más que pasar rápidamente; y lo que yo necesitaba era encarnarlas por completo. Más esta encarnación se producía siempre de modo brusco, no la esperaba y era imposible fijarla. Solamente después que el corazón ha recibido la imagen completa, se puede pasar a la realización y calcular sin temor a errar. He comenzado, pues, a torturarme el espíritu para inventar una nueva novela. No quería por nada del mundo continuar las viejas. No podía. Estuve reflexionando del 4 al 18 de diciembre. Como término medio encontraba al día unos seis argumentos. Mi cabeza era ün molino y no comprendo cómo no me volví loco. En ñn, el 18 de diciembre me puse a escribir una nueva novela, y el 5 de enero he enviado a la redacción los cinco capítulos de la primera parte. En suma: que no sé ni yo siquiera lo que he enviado. Pero por lo que he podido juzgar, la cosa no tiene una bella apariencia y no produce efecto. Ya desde hace mucho tiempo me perseguía una idea, pero tenía miedo de desarrollarla en una novela, porque esa idea es muy difícil de realizar y yo no estoy preparado no obstante ser tentadora y gustarme tanto. Se trata de representar un hombre perfectamente bueno. A mi entender no hay nada más difícil y sobre todo en estos tiempos. Seguramente estará usted de acuerdo conjnigo. Esta idea se me había ocurrido bajo cierta forma, que todavía no reflejaba más que un aspecto particular, cuando necesitaba teper una imagen completa. Sólo mi situación desesperada podía obligarme a volver sobre este proyecto, insuficientemente madurado. He jugado a la ruleta y me he dicho: «puede ser que esto se desenvuelva al correr de la pluma». Es imperdonable. Las grandes líneas del plan están ya trazadas. Entreveo en la continuación particularidades que me tientan mucho y que sostienen mi ardor. Pero ¿y el conjunto? ¿Y el héroe, porque el todo para mi, es el héroe? ¿Debo crear este personaje? ¿Se desenvolverá bajo mi pluma? Imagínense las cosas espantosas que se me ocurren. Además del héroe necesito una heroína y, por consecuencia, dos héroes. Además hay dos caracteres importantes o sea dos casi héroes. En cuanto a los caracteres secundarios, de los cuales he de tener escrupuloso cuidado, son en número 73 COSMOPOLIS infinito, y la novela consta de dos partes. Dos de esos héroes tienen sus rasgos bien fijados en mi espíritu; el tercero no se destaca aún, y el cuarto, o sea el principal, el verdadero héroe, es aún una figura borrosa. Seguramente está muy arraigado en mi corazón, pero es terriblemente difícil darle vida. En todo caso para escribir mi novela necesitaré cuando menos doble tiempo del proyectado. La primera parte, a mi juicio, es débil. Pero me parece que puedo aún salvar la obra, porque nada está aún comprometido y es posible desenvolver todo de manera satisfactoria en lo que sigue. ¡Oh, si eso pudiera serl En suma: la primera parte no es más que la introducción. Una cosa es necesaria: dar un verdadero interés a lo que ha de seguir. Pero yo no puedo juzgar, sobre todo esto. No tengo más que un lector: Ana Grigorievna. A ésta le gusta mucho, pero no puede ser juez en mi caso. En la segunda parte, todo debe ser puesto definitivamente en claro, pero será largo el conseguirlo. En ella habrá una escena (de las principales) que no sé si me resultará. Tengo hecho de ella un esbozo y me gusta. En general todo está aún en lo futuro: pero aguardo de usted uh juicio severo. La segunda parte decidirá del conjunto. Esa es la más difícil, pero usted me escribirá también acerca de la primera (aunque yo sinceramente sepa que no es buena). No obstante déme su opinión. Además le suplico que apenas salga el Mensajero Ruso me haga saber si mi novela se publica. Tengo un miedo horrible de haberme retrasado. Era para mi de gran importancia el saber «ser bueno>. Por Dios, adviértame inmediatamente, a fin de que yo lo sepa, aunque sólo sea en dos líneas. Al enviar a Katkov la primera parte, le he escrito casi lo mismo que a usted. La novela se titulará El idiota. Nadie puede ser juez de sí mismo, sobre todo cuando no se ha calmado el primer ardor. Puede suceder que la primera parte no sea mala. Sino he desarrollado el carácter prin- 74 cipal, es porqu€ así lo requiere el plan general. Por eso espero su juicio t o n ávida impaciencia. Pero ya he hablado bastante de la novela. Tanto trabajo desde el 18 de diciembre me ha excitado de tal modo, que no puedo pensar ni hablar de otra cosa. Le diré todavía algo de nuestra vida cotidiana desde que no le he escrito. Mi vida, naturalmente, es mi trabajo. Pero al menos, por ahora, no estoy en la miseria, gracias al envío regular de los 100 rublos por mes. Todavía, sin embargo, nuestra ropa sigue en el «Monte de Piedad».La redimimos cada vez que recibimos dinero, pero a fin de mes tenemos que empeñarla de nuevo. Ana Irigoricvna me presta verdadera ayuda. Su amor por mi es infinito, bien que tengamos muchas divergencias debido a la diversidad de caracteres.—Fedor Dostoievski. EL GRUPO FRANCÉS DE LOS «SIX» MÚSICOS NOVÍSIMOS, PRESENTADOS POR COCTEAU. — El público de los conciertos evoluciona en España con mayor celeridad, inteligencia y sensibilidad que el público literario y teatral. La captación de los nuevos valores y fórmulas musicales se efectúa en nuestros medios más fácilmente que la percepción de los nuevos módulos literarios y pictóricos. Felicitemos al púbhco y fehcitémonos nosotros de este indicio depurador de la sensibilidad general, pero no dejemos de subrayar la pérdida de paralelismo y el retraso que para las demás expresiones de arte tal hecho implica. Ya son muy pocos los que silban a Dcbussy; prevalecen los partidarios entusiastas del autor de «La Mer» que apoyan los «bises» fervorosos. Y esta misma temporada hemos tenido ocasión de comprobar el respeto yla atención loable con que eran acogidos algunos compositores de extrema izquierda extranjeros—Bantok, Schoenberg, Malipiero, Santolíquido—al ser presentados por vez primera ante los grandes auditorios de Pricc por la CALENDARIO DEL MES Orquesta Filarmónica. A este paso, no dudamos que en breve podrán llegar a Madrid las obras más avanzadas y fragantes de hoy: tal, por ejemplo, las de alguno de los «Seis», que nasta ahora sólo han sido interpretadas por sociedades particulares, y ante reducidos y escogidos auditorios. Del mismo modo, no siendo muy amplias y exactas las noticias que sobre los «Six» existen en español — excepción hecha de las glosas escritas por Adolfo Salazar —, y aunque en Francia ya se han publicado numerosos estudios críticos sobre ellos, nada mejor que traducir algunos de los párrafos de presentación, pronunciados por su «manager» teórico, Jean Cocteau, y que tomamos de la interesante revista Signaux, de Bruselas. He aquí sus palabras intencionadas y sutiles: «Quisiera presentaros juntos a los seis músicos que han formado el grupo y que son en definitiva muy diferentes los unos de los otros. Estos seis músicos se han encontrado por azar y por gusto. No se han dicho: seremos seis, pero el público gusta de los rótulos y, por otra parte, éstos son útiles. El grupo ha nacido durante la guerra en un estudio de la calle Huyghcns. En esta época no había ninguna de las salas lujosas que nos acogen hoy. Se colgaban cuadros de Matisse, Picasso, de jóvenes pintores; se recitaban poemas de Max Jacob, Ápollinaire, Revcrdy, Cendrars y míos; se ejecutaban, aún frescas, las obras de Ravel, Satie, Durey, Auric,'Honnegcr, Taillcferre, Poulenc, Milhaud. Darius Milhaud estaba todavía en el Brasil con Claudel y nadie hacía prever que llegase a ser de los maestros. Estos músicos formaban, bajo la etiqueta de los «Nuevos Jóvenes», dada por Satie, el embrión del grupo actual. Mi libro «El Gallo y el Arlequín», precisó algunos peligros y ciertas promesas. Lo que me divierte es la cólera de las gentes que se empeñan en comparar nuestro grupo al de los «Cinco» rusos. iQué sacrilegio! No se dan cuenta de que los Cinco Rusos fueron jóvenes y escandalosos. A nosotros sólo nos unen dos motivos: ante todo la amistad. Y después un deseo lógico de reedificar sobre los escombros encantadores del impresionismo. Aclaremos pronto una confusión. El público y los críticos oyen lo (jue tienen por conveniente. El prejuicio es muy humano y la buena fe muy rara. Ejemplo: «Parade» en 1917. La sala tomaba su propia batahola por la orquesta y, no distinguiendo una nota, maldecía acremente. Esperar un charivari y escuchar una sonata, molesta al público, que piensa: Esto no es más que lo conocido. Es que desgraciadamente el público prefiere con frecuencia las muecas que le divierten a la expresión que le ataca. No se trata de la antigua expresión que se conoce y no se analiza, como un viejo rostro de familia, sino la expresión nueva, lo que Baudelaire llamaba «la expresión más reciente de la belleza». Porque el público desprecia lo que tiene un aire fácil. Quiere que lo nuevo ande sobre la cabeza porque cree que la novedad debe llevar los pies hacia arriba, ya que él lo mira y lo escucha al revés. Mas lo verdaderamente nuevo anda normalmente sobre sus pies. Por lo demás, el arte está siempre en marcha. Una novedad poco agresiva debiera placer el público, pero resulta que le desagrada. Mas nuestros músicos revolucionarios, a pesar de ser jóvenes y estar animados de ese espíritu de contradicción superior, que es el espíritu de creación, aportan menos rebeldía que los primeros impresionistas. Los impresionistas con su estampido rompieron nuestra línea recta. En nosotros la línea se continúa, reformada, en otro sentido. Fuga, contrapunto y melodía, vestidas de nuevo, salen del armario donde les había relegado el impresionismo. Si pudiese acelerarse la marcha del arte a través de los siglos, se verían vertiginosas montañas rusas. Tras el descenso de Richard Wagner a Claudio Debussy, que realiza un tan 75 COSMÓPOLIS profundo y agradable vértigo, la pendiente es tensa. Es preciso elevarse, la aceleración se calma, el corazón vibra menos deprisa, distinguimos mejor lo que desfila ante nosotros. El circo, el music-hall, la brevedad, la farsa que se reprocha a la escuela joven, fueron al modo de remedios contra el estado sublime, las catedra- 76 les y el claro de luna. Deseo de cambiar un poco. Pero la anécdota, el motivo, como dicen los pintores, no tiene nada que ver con el valor sentimental del artista. Auric, Durcy, Hoilneger, Milhaud, Poulenc la Taillcferre, muestran sin frases que saben reunir la audacia a la juventud, dos divinidades que se acuerdan mejor de lo que se cree.» Í N D I C E DE L E C T U RAS que prefiere la soledad del atajo a caminar por la trillada senda donde se arriesga a dejar los huesos bajo las ruedas de un H. P. 57,—es el más peregrino ingenio de la América hispana, su b a r d o representativo. Nadie como él ha sabido dar en coloridos y acres versos el ambiente caliginoso y burgués del nuevo continente. América no es la brava cordillera ni la ruidosa selva que a redoble de parche nos exhibe J. S. Chocano; no es tampoco el vellocino de oro ni el palenque de lucha propicia con que sueña el labrador gallego. América no es los Andes, el Orinoco ni Buenos Aires,—Argentina es lo menos americano de América. Es más bien el poblacho soñoliento, cálido, arcilloso, q u e d í a y noche duerme una siesta nefasta y gris; es la niña Chole de la sonata de Valle-Inclán; es más bien el nieto del pueblo de Castilla que vegeta entre chismes y bajo el yugo imbécil del alcalde o el cura. Y esta América de verdad, donde «todo se mueve como sin ganas, > es la que admirablemente canta Luis C. López. He aquí tres estrofas c o g i d a s al azar. «Muchachas solteronas de provincias, que los años hilvanan POR EL ATAJO..., por Luis Carlos López. Versos. Cartagena. (Colom- leyendo folletines bia.) 1921.—He aqui un libro origina- y astibando en balcones y ventanas... lísimo que debió ser publicado en Ma- Muchachas de provincias, drid—y que por razones comerciales las de aguja y dedal, que no hacen nada, no lo fué. Su autor, —poeta rebelde. sino tomar de noche café con leche y dulce de papaya... EL EMBRUJO DE SEVILLA—Novela, por Carlos Reyles. Calpe. Madrid.—Carlos Reyles es uno de los novelistas americanos de observación más sagaz y más perfecta técnica. Algunas de sus novelas uruguayas constituyen l o s esfuerzos máximos que ha hecho la novela para revelar la vida autóctona y quitar a la literatura americana ese aire de reflejo europeo que le merma vigor. E l señor Reyles ha visto Sevilla con prejuicios tradicionales, y la veracidad parcial de muchos episodios de su relato, apenas si modifica la Sevilla preconcebida. ¿Va implícito en esto un reparo? No. Ese efluvio que la belleza y el ritmo suave de la vida sevillana exhalan al través de tantos libros y de tantas leyendas, es tan poderoso que aún en Sevilla misma modifica la r e a l i d a d imponiéndole cauces que sin el imperativo legendario serian distintos. Es más: la pugna del novelista por superponer la Sevilla fotográfica a la Sevilla pictórica, da al libro, construido—en lo que a la farsa novelesca en su interés, desarrollo y psicológicos valores se refiere—con maestría impecable, un acento gustoso. 77 COSMÓPOLIS Muchachas de provincias, papandujas, etcétera, que cantan melancólicamente desoí a sol:—«Susana, ven»,.. «Susana»...» Y estas otras: «Noche de pueblo tropical: las horas lentas y graves. Viene la oración, y después, cuando rezan las señoras, la musical cerrada del portón... Se oyen de pronto, cual un disparate los chanclos de un gañán. Y en el sopor de las cosas, ¡que olor a chocolate y queso, a pan de yuca y alfajor! De lejos y a la sombra clandestina de la rústica cuadra, un garañón le ofrece una retreta a una pollina, tocando amablemente su acordeón.» Y sigue. Con su humorismo constante, ¡que lejos está de la sensiblería amerengada de tanto grafómano mestizo! ¡Y cómo, a veces, yendo por el atajo, ante una visión tediosa, prorrumpe en una carcajada brutal, enervante, sólo por no llorar! Ved lo que dice a Satán: *Pues tú, Satán, no ignoras que yo perdí el (camino, y quise,—aquí en la tierra del coco y del (cafévivir como las cosas en los escaparates, para de un aneurismamorircual mivecino... —¡Murió sentado en eso que llaman W. C!» Y esto otro: «Y todo en el fastidio del ambiente letal, sin una fresca pincelada de luz, me dice a gritos con hierático gesto. —elecuente mudez:—¡Pégate un tiro!» Original hasta lo insospechable, sorprende por el equilibrio inestable de sus difíciles posturas malabaristas de la palabra y la visión, desconcierta por el atrevimiento y brillo de su paleta fuerte y polícroma, llena del sol polvoriento de su «villa amurallada» y de asco al «hongo de la riba.» Difícil encontrarle semejante o ascendiente. Poeta autóctono y genial, sólo en América podía darse, aislado y por generación espontánea. Este gran Luis C. López merece estudio aparte. 78 ANDRÓMEDA, por Adolfo Salazar. (Bocetos de crítica y estética musical.) Prólogo de Pedro Henriqucz Ureña. Cultura. MCMXXL~La crítica musical es, entre nosotros, cosa de ahora. Hace apenas un lustro, no había aquí críticos, lo que se dice críticos de música: había, cuando más, revisteros, que, por singular caso, solían serlo también de toros y así comentaban un volapié hasta la bola como dogmatizaban acerca de la música del porvenir. Hoy, en esto—como en otras muchas cosas—se hila más delgado. Hoy para hablar de música en los periódicos—en los periódicos al menos, de cierta solvencia—no basta saber que Beethoven es el sublime sordo y que Bayreuth es la Meca del wagnerismo; más que ensartador de tópicos, hay que ser sugeridor de ideas. Así, Adolfo Salazar, el joven escritor que en las columnas de El Sol, glosa la actualidad musical, o, mejor dicho, arranca de ella para exponer los fundamentos de una estética. Buena parte de estos trabajos han sido reunidos por su autor, bajo el común denominador de Andrómeda, en un libro publicado poco há. Y así es como, por encima y más allá de su aparente variedad, puede advertirse la superior unidad en que se funden y armonizan los diversos temas a que se alude a lo largo de la obra. Merece ésta más que una nota bibliográfica tan sucinta como ésta. Los bocetos y apuntes que nos ofrece el señor Salazar son tan ricos en sugestiones que podríamos llenar muchas cuartillas—y tal vez lo hagamos algún día—con sólo apostillarlos brevemente. Por hoy sólo añadiremos que para quien siga con interés el movimiento musical contemporáneo, ha de ser Andrómeda libro de grata y fructífera lectura. HORAS SENTIMENTALES. Novela, por José Toral 1922.~E1 señor Toral en producciones anteriores, ha mostrado dotes de novelista y de escritor ensalzadas por la crítica y gustadas por los lectores. Su ideología, su técnica, ÍNDICE DE LECTURAS cierta intención de cjcmplaridad que trasciende de sus novelas, lo sitúan entre esos artistas prudentes por quienes el público no sufrirá jamás el vértigo de las anticipaciones. Horas sentimentales, al igual qi^c sus hermanas La cadena y La sombra, reúne atractivos de tipo medio muy estimables, y que en nada modificarían el juicio sintético, si el autor fuera menos pródigo en páginas de una prosa algo cansina y en fórmulas de una retórica que parecía buenamente enterrada con los novelistas menores del tiempo de Galdós. Personajes, ambiente, episodios, están en Horas sentimentales correctamente vistos y evocados. A ratos la amenidad lleva por vía feliz, y siempre la intención y probidad del escritor quedan a salvo. El novelista hace lo que puede, lo mejor que puede. ¿Merecen todos esta frase dónde la cualidad óptima tiene elogio implícito? La cortesana del señor Toral, se nos antoja ya un poco vieja. Sin duda los modus operandi actuales no son los mismos... y, tal vez, las pasiones cardinales tampoco. Leyendo,este episodio suelto de su vida, hemos disfrutado de un placer hermano del que nos produce hojear ilustraciones de los años últimos del siglo anterior. Los poetas famihares de esta beldad generosa de su cuerpo, son Balart, Campoamor, Qucrol; y cuando ella triunfaba en la Castellana, apcsar de engañadores jalones fotográficos puestos por el señor Toral para enmarcarla en «1 presente, aún se escribían versos en los abanicos, y albums de cantoneras y cierre de cobre, solicitaban madrigales en elogio de amigas desconocidas. Para el público que dobló ya sin rebeldías anacrónicas al cabo de la cincuentena—público que aplaude a Sauer y añora las comedias de Pina Domínguez—Horas sentimentales será un libro profundo; para otros u n ' libro que nace viejo y que tal ve2 no sea antiguo nunca; y para todos, una obra estimable con más de un rincón fragante de esos que hacen exclamar tantas veces:«¡si al menos toda la casa fuera así!» L'APPEL DU «CONQUISTADOR» OU LE POETE TENTÉ, por León Chenoy. La revista belga «^a Irá» que con tan vigoroso desenfado propende a la abolición de las malas tradiciones estéticas combatiéndolas con un futurismo que olvida a veces en su agresiva ingenuidad que pronto será «ayer», rinde con este librito de León Chenoy, tributo a un género que tiene algo del apólogo y algo del discurso. Escrito con claridad y con viveza, la intención ética trasciende de todas sus páginas. Se trata de conquistar la libertad de vivir; no la de no morir, sino la de ponerse en condiciones de liberarse en cuanto sea posible de todas las tiranías disminuidoras, antes de acometer la obra espiritual a fin de que ésta no sufra de la esclavitud y nazca libre. Esta antigua, esta eterna aspiración, aparece en el librito editado por «^a Irá» diluida en una narración vivaz, escrita y planeada con notabilísimas dotes de escritor. De tal modo, que en los méritos accidentales más aun que en la ejcmplaridad, estriba su mejor atractivo. RECORDATORIO: NOSOTROS. Buenos Aires. Febrero 1922. El moderno pensamiento lusitano, por Valentín de Pedro. RENAISSANCE D'OcciDENT.—Bruselas, marzo 1922. Lettre Espagnole, por Camille Pitollet. INTENTIONS.—París, marzo 1922. Ho- mage a Flaubert, por Jules Romain. LA REVUE DES DEUX MONDES.—París, marzo 1922, La radonnee de Samba Diouf, por Jérome et Jean Tharaud. L'ITALIA CHE scRivE.~Roma, marzo 1922. Roberto Braceo, por Luigi ToncUi. AMÉRICA BRASILÉIRA.—RÍO de Janeiro, enero 1922. Grafa Brahna y la metafísica comtemporánea, por Elysio de Carvalho. THE DouBLE-DEALER.-New-Orleans, febrero 1922. An apreciation of Havelock Bilis, por Arthur Symons.—TAe 79 COSMÓPOLIS vieux Colombier schoolfor poets, por Matthew Josephson. LE CRAPouiLLOT.—Barís, marzo 1922... Et la nuit se repaúd obscure sur la forét de Tlndostan, por Joles Manris. THE REVIEW OF REVIEWS.—Londres, LA CONNAISSANCB. París. Marzcf de 1922.—£;i7^ene Garriere et le salón d'Autotnne, por Frantz Jourdain. CUBA CONTEMPORÁNEA. — H a b a n a , Marzo 1922. Alfonso Reyes, por Manuel F. Cestero. ESPAÑA.—Madrid, 18 Marzo 1922. Dostoievski y la lucha contra la evidencia, por León Chestov, marzo 1922. Makmg History in Ireland, por John Robcrt O'Condl. SMART. Habana.. Marzo de 1922.— Canto a América, por Agustín Acosta. CRONACHE D'ATTUALITA.—Roma, DiLES MARGES. París. AÍarzó de 1922.— ciembre 1921.—Z-a nostro conti con La jeune poésie anglaise, por Fcthro Verga, por Mario Puccini. DER CiCERONE.-Leizpzig, Marzo 1922. Bithell. NUESTRA AMÉRICA. Buenos Aires. Fe- —Das Portrat der Lady Cralyn Spenbrero de \922.—El recuerdo de Rafael cer von Reynolds, por G. B. Barret, por Viriato Díaz Pérez. LA DIRECCIÓN DE ESTA REVISTA RECUERDA A LOS LECTORES QUE LAS IDEAS, LA ORTOGRAFÍA y HASTA LA SINTAXIS, SON DE LA RESPONSABILIDAD DEL AUTOR EN TODO TRABAJO FIRMADO :-: :-: :-: :-: :-: :-: :-: :-: 80 ULTIMAS NOVEDADES DE LA EDITORIAL " MUNDO LATINO Luis Araquistain.—¿¿75 Columnas de Hércules (farsa novelesca). . A. H e r n á n d e z Cata.—El p/acer de sufrir (novela).— 2." edición.—Un a mala mujer (novelas). J o s é Francés.—La raíz flotante (novela).—Miedo (cuentos).—2." edición, corregida y aumentada. R. C a n s i n o s A s s é n s . — £ 7 Movimiento V. P. (novela). "El C a b a l l e r o Audaz".— Con el pie en el corazón (novelas).—¿o que sé por mf{\ .^ serie), 3.^ edición,. Manuel Machado.—>3r5 Moriendi (poesías). Paul Verlaine.—Canciones para ella (traducción en verso de Emilio Carrere). Khnt Hamsun.—(Premio lAohzX).—Soñadores (novela). Guido d a Verona.—La mujer que inventó el amor (novela). M a y n e Reid.—La cazadora salvaje (novela de aventuras). J. F e r n á n d e z - Pinero.—/í/a/? Ferragut: Memorias de un legionario (novelas). Pídase el CATÁLOGO que acaba de publicarse AL POR MAYOR: SOCIEDAD GENERAL DE LIBRERÍA AL POR MENOR: «LIBRERÍA Y A G Ü E S » , CABALLERO DE G R A C I A , 2 8 . ' EINJVIO COIMTRA ReeiVIBOI-SO ^ ^1.^^ WA ^ S A N SEBASTIAN RESIDENCIA VERANIEGA DE S . M. ALFONSO XIII DE LA ARISTOCRACIA ESPAÑOLA DEL CUERPO DIPLOMÁTICO f\ EL MEJOR CLIMA DE EUROPA LA MÁS BELLA PLAYA ESPAÑOLA ORAN CASINO, ABIERTO TODO EL AÑO CARRERAS DE CABALLOS HOTEL DE PRIMER ORDEN TEMPORADA TEATRAL EN VERANO GRANDES CORRIDAS DE TOROS EN INVIERNO SPORTS y EXCURSIONES POLIGRÁFICA ESPAÑ'ÜLA. Sagasta, t • Telííoiios 2<3-31 J. y 15-25 S. - MADRID