La paciencia y el trabajo de lo negativo: el calvario de la conciencia Francisco Higle “Los primeros despachos de correo van a empezar a salir de nuevo el lunes. En ellos, entonces, enviaré las últimas páginas, las cuales he tenido que llevar de un lado a otro en mi bolsillo junto a una carta, desde aquella terrible noche en que ocurrió el fuego… si parte del manuscrito se perdiera, no sabría que hacer. Lo podría reproducir sólo con gran dificultad y la obra no podría aparecer este año.” Wilhelm Friedrich Hegel “La verdad de la ciencia es una luz tranquila, que todo ilumina y alegra, como una calidez en la que todo germina al mismo tiempo provechosamente y despliega los tesoros interiores en la vastedad de la vida…” Wilhelm Friedrich Hegel La Fenomenología del Espíritu vio la luz en medio del fragor de la guerra. Sorprende las palabras angustiantes de Hegel en cuanto al porvenir incierto de su obra: si parte del manuscrito se perdiera, no sabría que hacer. La Jena de Hegel se encontraba sitiada por las fuerzas napoleónicas, el clima de incertidumbre y de sobresalto constituía el telón de fondo sobre el que se gestaría una de las obras cumbres del idealismo alemán. El trabajo de varios años se hallaba a merced del infame destino de la desaparición. La filosofía de Hegel es un producto del Espíritu de su tiempo: el contexto histórico resulta capital para poder estimar el alcance de su producción intelectual. La Fenomenología del Espíritu es considerada como una especie de propedéutica: su estructura ha sido comparada con las llamadas novelas educativas o ‘Bildungsroman’, en la cuales se relata el progreso de un personaje, bien sea físico, moral o psicológico, desde la infancia hasta la madurez. En el caso de la Fenomenología se relata el progreso de las diferentes formas de la conciencia, cuyos progresos y retrocesos el lector deberá seguir y de los cuales deberá aprender. Las andanzas del destino son a veces curiosas, la Fenomenología resistió a los viles avatares del destino y se convirtió en un clásico de la filosofía occidental. Es irónico que pese al tempestuoso rugir del oscurantismo, del seno de tan lúgubre situación, surgiera la aurora hegeliana anunciando una nueva transformación del Espíritu. Menos mal que el ruido de la guerra impidió que los oídos enemigos distinguieran los latidos del topo hegeliano. El pensamiento de Hegel alcanza una madurez inusitada y se perfila el itinerario trazado ya en su famosa carta a Friedrich Schelling, donde anunciaba, cual profeta, lo siguiente: mi formación científica comenzó por necesidades humanas de carácter secundario; así tuve que ir siendo empujado hacia la Ciencia, y el ideal juvenil tuvo que tomar la forma de la reflexión, convirtiéndose en sistema. 1 La Fenomenología del Espíritu es el fruto de un anhelo sistemático. Cabe señalar que desde el Systemfragment el ideal de la sistematicidad había florecido en el imaginario de Hegel. La perspectiva de la totalidad desde la cual se configura el entramado de la vida, de la unión de la unión y de la no-unión, es el primer movimiento de la fastuosa sinfonía hegeliana. La positividad, lo presupuesto, sigue siendo el hilo conductor de la discusión, pero no como algo que deba ser superado sin más, sino como un momento necesario del todo, como una determinación correlativa que lleva dentro de sí lo negativo. No hay que pasar por alto el dictum hegeliano: no hay determinante sin lo determinado, y viceversa, ninguna de las dos partes es incondicionada, cada una es sólo relativamente necesaria. Con estas sucintas reflexiones en torno a la Fenomenología del Espíritu deseo iniciar un breve viaje donde se ponga de manifiesto los principales problemas a los que atiende Hegel y la manera en que los mismos son resueltos. Las partes de la Fenomenología que serán tomadas en cuenta son el prefacio y la introducción, sin embargo, hay que señalar que este proceder no obedece a ningún prejuicio hermenéutico, más bien pretende servir de brújula en un orbe que ha sido diseñado con paciencia y que exige, como mínimo, tal reciprocidad. §1. La positividad, lo presupuesto, (voraussetzen) sigue siendo el blanco hacia el cual se dirige Hegel. Es digno de subrayar que la Fenomenología no es una obra arbitraria, esto es, fruto de una epifanía, sino al contrario, puede decirse que su gestación es el producto de un itinerario que obedecía a intereses bien claros. Hegel es un buen hijo de su tiempo y como tal asume, con una responsabilidad pasmosa, las riendas de su destino. Hay una continuidad, valga decir, un desarrollo de aquellos primeros intentos por abordar ciertos problemas, y por encontrarles una respuesta satisfactoria, que hallan en Jena el pináculo del esfuerzo de la actividad creadora. El contexto histórico en el cual se mueve Hegel es un periodo de desgarramiento, pese al digno mensaje de emancipación propagado por la Ilustración, continúan reinando la incertidumbre y la escisión. Jena es el resultado de un peregrinar argumentativo cuyo horizonte discursivo es “la positividad.” Ya en Frankfurt había esbozado Hegel la necesidad de superar la escisión, no a través de su eliminación, lo cual hubiese significado tan sólo reafirmarla, la categoría de “totalidad” es presentada como ese espacio en el cual la escisión constituye un momento necesario. 2 La nueva forma que la positividad adquiere en Jena, y que es evidenciada tanto en la introducción como en el prefacio de la Fenomenología, es el fruto del afán garrafal de la filosofía ilustrada por establecer límites. La pretensión limítrofe de la filosofía ilustrada, su denodada ilusión de una limitación infranqueable, en síntesis, su carácter separatista, coincide con las siguientes palabras de Gilbert Chesterton: el juego de ponerse límites a sí mismo era uno de los placeres más secretos de la vida y una de las mejores formas de existir y ratificarse en el mundo. Frente a este panorama la propuesta hegeliana pretende reconducir ese afán de la filosofía ilustrada y poner fin a los excesos que se siguen de la misma. La nueva forma que adquiere la positividad en el ámbito del conocimiento es la separación entre el conocimiento y el Absoluto. El conocimiento es considerado o bien como un instrumento o como un medio que sirve para alcanzar el Absoluto. De acuerdo con esta manera de ver las cosas, la escisión entre conocimiento y Absoluto, se sigue el siguiente absurdo: por más que deseemos comprender el Absoluto jamás lo lograremos, dado que, por ejemplo, al ser el conocimiento un instrumento, este cual instrumento, no nos presentará el Absoluto como tal sino bajo una determinada guisa. Lo mismo ocurre si consideramos el conocimiento como un medio: lo que recibiremos a través del mismo no es el Absoluto tal como es en sí, sino como no los presenta dicho medio. El Absoluto no será más que un mero ideal. De acuerdo con Hegel: “En ambos casos empleamos un medio que produce de un modo inmediato lo contrario de su fin, o más bien el absurdo consiste en recurrir en general a un medio.”1 La filosofía ilustrada o filosofía de la reflexión asume la relación entre el Absoluto y el conocimiento como presupuesta (vorausgesetzt) y en medio de este panorama teje su desventurada pantomima. Hegel es muy enfático al respecto: la confianza en emplear un método para asir la verdad, lo Absoluto, es síntoma de un miedo primitivo al error, pero dicho método –dado al absurdo que conduce- constituye el error mismo. Por lo tanto, la necesidad de un método es un corolario del desgarramiento de la filosofía moderna, no una necesidad inmanente a la cosa misma. Reformulando lo dicho, el método como algo externo a la cosa misma que pretende asir constituye algo distinto y, por ello, no podrá comprenderla jamás, en cambio, si entendemos que el error esta en asumir los términos de la escisión, entonces, la necesidad por un método se desvanece. 1 Georg Wilhelm Friedrich Hegel, La Fenomenología del Espíritu, Fondo de Cultura Económica, México, 1966, p. 51. 3 El consejo de Hegel ante el abyecto panorama producto de la escisión es el siguiente: En vez de ocuparnos de tales inútiles representaciones y maneras de hablar acerca del conocimiento como un instrumento para posesionarnos de lo absoluto o como un médium a través del cual contemplamos la verdad, etc., -relaciones a las que evidentemente conducen todas estas representaciones de un conocimiento que se encuentra separado de lo absoluto y de un absoluto separado del conocimiento-; en vez de ocuparnos de los subterfugios que la incapacidad para la ciencia deriva de los supuestos de tales relaciones para librarse del esfuerzo de la ciencia, tratando con ello de aparentar un esfuerzo serio y celoso; en vez de torturarnos en dar una respuesta a todo esto, podríamos rechazar esas representaciones como contingentes y arbitrarias y considerar incluso como un fraude al empleo, con ello relacionado, de palabras como lo absoluto, el conocimiento, lo objetivo y lo subjetivo… cuyo significado se presupone como generalmente conocido.2 En resumidas cuentas, el consejo hegeliano es no asumir los términos de la filosofía heredada sin un severo examen, esto es, no asumir lo presupuesto, lo positivo, aunque lo presupuesto sea un necesario punto de arranque. A la ciencia, esto es, a la filosofía le es asignada la tarea de mostrar que sólo lo absoluto es verdadero o solamente lo verdadero es absoluto. ¿Cómo ha de alcanzar tal meta la filosofía? Lo veremos a continuación. §2. La ciencia cuando aparece, nos apunta Hegel, es tan sólo una apariencia entre otras, su aparición no es aún la ciencia en su verdad, desarrollada y desplegada. Como un niño recién nacido que alberga como posibilidad llegar a ser un adulto, de esta misma manera la ciencia en su aparición no es perfecta: “la primera aparición es tan sólo su inmediatez o su concepto.”3 Hegel recurre a una oportuna metáfora para aclarar esto: “De la misma forma que no se construye un edificio cuando se ponen sus cimientos… de igual modo, la ciencia, coronación de un mundo espiritual, no halla su acabamiento en sus inicios.”4 La ciencia en su aparición es incompleta y alcanzará su culminación y transparencia sólo a través del movimiento de su devenir. Dicho devenir de la ciencia es el primordial asunto de la Fenomenología del Espíritu como la primera parte del sistema de la ciencia. Este movimiento hegeliano hacia la ciencia –hacia la filosofía- es lo que en palabras del profesor José Rafael Herrera le permitió descubrir que en su tiempo, la relación unitaria y orgánica que condiciona la vida plena y verdadera estaba ausente.5 2 Ibíd. pp. 52-53. Ibíd., p. 12 4 Ibídem. 5 José Rafael Herrera, “Tres consideraciones sobre el sentido histórico de la Fenomenología del Espíritu de Hegel”, Apuntes Filosóficos nº 29, Universidad Central de Venezuela, 2006, p. 104. 3 4 La ciencia, comenta Hegel, no debe rechazar sin más un saber no verdadero, so pena de cometer el mismo error de su contendiente: “mediante aquella aseveración, declararía que su fuerza se halla en su ser; pero de la misma forma el saber no verdadero se remite al hecho de que es y asevera que la ciencia no es nada para él, y una aseveración escueta vale exactamente tanto como la otra.”6 Pero, al mismo tiempo, asienta Hegel, la ciencia no debe apelar a mejores indicios que supuestamente se hallan en el saber no verdadero y que supuestamente señalan hacia la ciencia: Y aun menos puede la ciencia remitirse al barrunto mejor que se daría en el conocimiento no verdadero y que en él mismo señalaría hacia ella, pues, de una parte, al hacerlo así, seguiría remitiéndose a un ser y, de otra parte, se remitiría a sí misma como al modo en que en el conocimiento no verdadero, esto es, en un modo malo de su ser y a su manifestación, y no a lo que ella es en y para sí.7 Es por tal razón que la ciencia debe comenzar por la exposición del saber tal y como se manifiesta. Antes de presentar el vía crucis que debe recorrer la conciencia en pos de su purificación, me gustaría señalar la importancia que le otorga Hegel a la filosofía. Ya desde el prefacio Hegel apunta que la filosofía –la ciencia- no debe ser considerada más como amor por el saber, sino que la filosofía debe ser conducida al rigor científico, esta es una de las tareas que se ha propuesto alcanzar Hegel. Tal como señala Hyppolite: La filosofía no es ni una lógica como órganon que trata del instrumento del saber antes de saber, ni un amor a la verdad que no fuera la posesión misma de la verdad. No, la filosofía es ciencia… ciencia de lo Absoluto. En vez de permanecer en la reflexión, en el saber sobre el saber, hay que sumergirse directamente en el objeto a conocer.8 §3. Hegel parte del saber fenoménico, esto es, del saber de la conciencia común, y desea mostrar cómo dicho saber conduce necesariamente al saber Absoluto, o que dicho saber es un saber Absoluto que todavía no se sabe como tal. La conciencia natural cree poseer de manera inmediata el saber real, pero, como apuntará Hegel, dicha conciencia natural se mostrará solamente como concepto del saber o saber no real.9 Dado que la conciencia se encuentra segura en su medio, el camino delineado por Hegel se le presenta como su muerte, ya que por este camino pierde su verdad. 6 Hegel, La Fenomenología del Espíritu… cit., p. 53. Ibíd., pp. 53-54. 8 Jean Hyppolite, Génesis y estructura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, Ediciones península, Barcelona, 1974, p. 8. 9 Hegel, La Fenomenología del Espíritu… cit., p. 54. 7 5 El sendero hegeliano tiene para la conciencia natural un significado negativo: la duda y la desesperación configuran su destino: “lo que se limita a una vida natural no puede por sí mismo ir más allá de su existencia inmediata, sino que es empujado más allá por otro, y este ser arrancado de su sitio es su muerte.”10 La conciencia natural es unilateral y por ello mismo es incompleta. Esta auto-satisfacción es lo que la lleva a ver el sendero hegeliano –el sendero hacia el saber real- tan sólo como un movimiento negativo. Pero, en cambio, el sendero hacia el saber real personifica la historia detallada del desarrollo cultural (die Bildung) de la conciencia hacia el punto de vista de la ciencia. El miedo a la verdad conduce a la conciencia a ocultarse tras su vanidad, a huir de lo universal. El ejemplo de la semilla y el fruto permitirá ilustrar como opera la vía hacia el saber absoluto. La conciencia se encuentra tan inmersa en lo inmediato que no logra observar los distintos momentos que forman parte de una unidad orgánica dentro de la que hallan su correspondiente espacio. En palabras de Hegel: El capullo desaparece al abrirse la flor, y podría decirse que aquél es refutado por ésta; del mismo modo que el fruto hace aparecer la flor como un falso ser allí de la planta, mostrándose como la verdad de ésta en vez de aquélla. Estas formas no sólo se diferencian entre sí, sino que se descartan las unas a las otras como incompatibles. Pero, en su fluir, componen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse, son todos igualmente necesarios, y esta necesidad es cabalmente la que constituye la vida del todo.11 Para la conciencia natural, apresada en su inmediatez, cada momento de la semilla es la negación del otro; no logra distinguir que el momento anterior se encuentra contenido de manera necesaria en el que ha emergido, la conciencia se conduce como la reflexión: asume todo tal y como se presenta, y se limita tan sólo a ello. La moraleja que debe ser extraída del ejemplo de la semilla es la siguiente: el todo es la verdad, pero el todo no es más que la esencia que se completa mediante su desarrollo. La idea de la reconstrucción racional, esto es, hacer explícito lo implícito: partir de lo presupuesto, de lo dado, para ir progresivamente develando aquello que subyace, es la idea que anima la Fenomenología del Espíritu. El camino que debe transitar la conciencia hasta alcanzar el saber real es un camino que pone de manifiesto el carácter holista de la filosofía hegeliana: el devenir de la verdad que le es inmanente al saber, justamente, porque el camino hacia la ciencia es ya, él mismo, la ciencia. 10 11 Ibíd., p. 55. Ibíd., p. 8. 6 §4. Hegel expone en la introducción de la Fenomenología el modo en que la conciencia, el objeto de estudio, contiene en sí su propio estándar: “la conciencia nos da ella misma su propia pauta, razón por la cual la investigación consistirá en comparar la conciencia consigo misma.”12 El argumento que Hegel presenta para respaldar lo anterior es por vía de una analogía con el saber: Si ahora investigamos la verdad del saber, parece que investigamos lo que éste es en sí. Pero, en esta investigación el saber es nuestro objeto, es para nosotros; y el en sí de lo que resultara sería más bien su ser para nosotros: lo que afirmaríamos como su esencia no sería su verdad, sino más bien solamente nuestro saber acerca de él. La esencia o la pauta estaría en nosotros…13 La claridad del argumento brilla con luz propia. Dado que la conciencia proporciona su propia pauta, la investigación será una comparación de ella con ella misma. Cabe la pregunta: ¿por qué la conciencia se está examinando a sí misma? En palabras de Hegel: […] la conciencia es, de una parte, conciencia del objeto y, de otra, conciencia de sí misma; conciencia de lo que es para ella lo verdadero y conciencia de su saber de ello. Y puesto que ambas son para ella misma, ella misma es su comparación; es para ella misma si su saber del objeto corresponde o no a éste… pero, precisamente por ello, porque la conciencia sabe en general de un objeto… a sus ojos algo es el en sí, pero en otro momento es saber, esto es, el ser del objeto para la conciencia... este movimiento dialéctico que la conciencia lleva a cabo en sí misma, tanto en su saber como en su objeto, en cuanto brota ante ella el nuevo objeto verdadero, es propiamente lo que se llamará experiencia.14 Se suele decir que la prosa hegeliana es oscura y dura de entender, pero, una vez que uno se concentra en la lectura y aleja todo prejuicio hermenéutico, la claridad con la que esta forjada la obra de Hegel irradia todo su esplendor. La experiencia de la conciencia, esto es, el camino que debe recorrer la conciencia para alcanzar su purificación funciona del siguiente modo: […] cuando lo que a primera vista aparecía como el objeto desciende en la conciencia a un saber de él y cuando el en sí deviene un ser del en sí para la conciencia, tenemos el nuevo objeto por medio del que surge también una nueva figura de la conciencia, para la cual la esencia es ahora algo distinto de lo que era antes. Es esta circunstancia la que guía en su necesidad a toda la serie de las figuras de la conciencia… esta necesidad hace que este camino hacia la ciencia sea ya él mismo ciencia y sea, por ello, en cuanto a su contenido, la ciencia de la experiencia de la conciencia.15 12 Hegel, La Fenomenología del Espíritu… cit., p. 57. Ibídem. 14 Ibíd., pp. 57, 58, 59. 15 Ibíd., pp. 59-60. 13 7 La dialéctica de la superación y de la conservación (das Aufheben) es el espíritu que anima el sendero que la conciencia debe transitar con el fin de alcanzar el saber real. La conclusión del lacónico recorrido presentado en estas páginas la resume de manera justa las siguientes palabras del profesor Herrera: Desechar las quimeras trascendentes que se vuelven extrañas y ajenas al mundo del hombre; pero sin dejar de comprenderlas, de entender su origen y significado; conducirlas a su concreta situación en la sociedad; hacerlas comprender la necesidad de ‘la fuerza de lo negativo’, como parte constitutiva de la verdad, para suprimir las oposiciones y unificar los opuestos, poniendo al ser y al no-ser en el devenir, la escisión en el absoluto, lo finito en lo infinito, y conquistar su mutuo reconocimiento. Esa es la labor de la Fenomenología…16 El propósito de estas breves páginas ha sido tan sólo obtener una diáfana perspectiva del significado primordial que posee la Fenomenología del Espíritu dentro del horizonte teórico hegeliano. Cabe destacar que a pesar de ser unas reflexiones en torno al prefacio y a la introducción de la obra, no tienen más provecho que la de servir como una especie de pequeña bitácora que nos permita situarnos en el vasto orbe de la Fenomenología. No debemos olvidar las siguientes palabras de Hegel: Necesidad de estudiar por completo un sistema de filosofía. El principio contiene todo, pero no desarrollado; precisamente todo esta envuelto, latente, el vacío concepto formal, no la cosa misma. Es como un avaro que carga en el bolsillo todos los placeres como posibilidades y se ahorra la realidad, la incomodidad del goce mismo.17 La moraleja detrás de estas palabras es que tenemos que renunciar a la simplicidad de las fórmulas, dado que el verdadero trabajo filosófico consiste en el esfuerzo progresivo hacia la verdad, la paciencia debe ser la guía que acompañe dicho fraguar. La necesidad de recetas, esto es, de un consuelo, debe ser derrocada por la actividad del espíritu, cuyo consejo reza: ¡warte mal, du müsst geduldig sein! 16 17 José Rafael Herrera, Principios de la filosofía de la praxis, EBUCV, Caracas, 2009, pp. 104-105. José Rafael Herrera, Los aforismos de Jena, §34, p. 11. 8