Dos personajes por falta de uno Miguel González San Martín (1940) Como soy nuevo en el barrio, y queriendo encontrar quién me contara algo acerca del Puente Alto antiguo, me acordé que en la Avenida Concha y Toro, muy cerca de la plaza, se sitúa habitualmente un señor de mucha edad de regular contextura, alto, agradable, que con su sombrerito muy simpático y una cotona azul ofrece, a medio mundo, unas tijeras y cortaúñas de bolsillos; mercadería que desparrama en el suelo sobre una carpeta. A pesar de su avanzada edad, tiene una característica: ¡siempre está de pie! Y quise entrevistarlo. - ¿No será para cosa mala?- fue su primer comentario - mire que hay gente muy bellaca, reciencito, no más, me hicieron leso con un vuelto y… Luego que logré ganarme su confianza me contó que su nombre es José, tiene ochenta y ocho primaveras, “bien trajinadas”; que desde los siete años está trabajando, primero como peón en una hacienda de Cerrillos de Tamaya; después como a los diecisiete “me las enrielé pa´ los lavaderos de oro, Altar Alto de Potrerillos”. - ¿Y sacó mucho oro?, Don José, ¿Ganó mucha plata? – le interrumpí tontamente. - ¡La preguntita!... – masculló, y se quedó mirando para otro lado. Yo para pasar el bochorno, le consulté con quién vivía. - Sólo con dos hijas. Vivo solo en un cuartito que me regaló el señor Roubillard, a quién le estoy muy agradecido (por favor ponga eso en su libro). Soy viudo. Tengo dos hijas. No me quedó claro si vive solo o con las dos hijas. En todo caso dijo que ellas eran muy buenas. - Por favor, ponga también que estoy muy agradecido del Sargento Torres de Carabineros; porque me dejan trabajar en la calle. - ¿Y en qué más se ha desempeñado? - ¿Quién? - Usted, ¿En qué más ha trabajado? - Le he hecho a todo. Y he conocido a muchaza gente. Claro que están todos muertos… je… je… - ¿Por qué se ríe? - ¿Quién? - ¿Cuándo llegó a Puente Alto? - ¿Quién? - No me acuerdo, pero me vine por la línea del trencito. Estaban recién poniéndolas. - ¿Podría decirme si en sus tiempos de mozos hubo por aquí algún personaje famoso que usted ha tratado personalmente? - Seguramente – aseveró, quedándose en silencio por un buen rato. Ataqué de nuevo. Pero a cada rato se interrumpía a sí mismo para quejarse de “… los pillos que molestan tanto, hacen como que van a comprar y me roban…” Finalmente, tratamos varios temas. Por ahí salió diciéndome que en sus años de joven también había sido “compositor”. - ¿Compositor de huesos? – interrogué. - No, de versos… - Sorprendido sinceramente, me entusiasmé. - ¿Y cómo fue eso? “Lo que pasa es que por aquellos años cuando existía la línea del trencito, y cuando yo era un guaina todavía, vivía por estos pagos una persona que era muy amigo mío, tanto que nos tratábamos de compaires”; aunque esto era un puro palabreo, no más; porque nunca fuimos “compaires” a de veras. Bien pudo a ver [sic.] sido mi padre; por la edad, digo. Él era muy querido por todos, hasta cuando murió, después lo olvidaron. Ya nadie lo recuerda, aparte de yo creo. Era payador y de los buenos. Él me enseñó a componer. Le decían “El Jurel”. Murió de viejo, cuando lo conocí ya lo era. Y lo mentaban así porque siempre que venía algún amigo a su casa, le decía a su señora. “a ver iñora. Vea si por ahí hay algún tarrito de jurel pa’ atender a estos amigos”. Tarrito que, por supuesto, nunca faltaba en la despensa, como que los compraba al mayoreo, creo yo. Le gustaban los causeos con vino tinto. No comía otra cosa, tanto así que tenía toda la casa y hasta su misma persona estaba pasada a olor de pescado. De ahí el sobrenombre. Usaba barba larga y negra que tenía por costumbre mecérsela mientras preparaba la contesta en sus entreversos con algún payador afuerino que viniera a desafiarlo a su misma casa. Por aquel tiempo los payadores no eran tan escasos como ahora, desde aquí salieron después otros cultores que luego emigraron a Pirque, y estos les enseñaron a otros y a otros; de los que salieron algunos tan buenos como los hermanitos Rubio. Vivía en lo que aquel entonces se conocía como el sector de la Granja, y que después pasó a llamarse la Villa de los papeleros y que ahora creo tiene otro nombre. En ese tiempo se jugaba al fútbol en ese sector, habían muchas canchas. También “se corría en pelo”… ¡Era muy buen “repentista”! Cuando yo lo visitaba, en cuanto me bajaba del caballo y traspasaba las varas de su quinta, me recibía con algún versito guacho hecho de improvisto: Quién es ese payador Que viene por esta tierra Bien mentao, sin guitarra Y con media lengua ajuera A lo que yo le contestaba, aunque demorándome un poco: Yo soy ese payador, Y una gran duda me escarba: Si es primera vez que veo A una merluza con barba. Haciendo burla a su sobrenombre de “El Jurel” y a su barba, famosa por lo tupida. Pero él me contestaba al re tiro: De saber que vos veníai Me afeitara de improviso. Mas, ahora hai de decirme ¿cómo te dieron permiso? Yo le decía entonces: A nadie pido permiso Y pregunto improvisao: De adonde sale ese olor Como pasao a pescao Y él rápido como una bala: A de ser el de tus patas, Y te ruego con buen modo ¡No te saquís los zapatos; Capaz que muramos todos! Yo le decía, entonces, conciliando, y viendo que las llevaba de perder: Te cuento que he estado enfermo; Que es recién que me levanto… Y él me interrumpía con mucho ingenio: Como no hai de estar enfermo Cuando habís tomado tanto…! Y terminábamos riendo los dos de buena gana. Me hacía pasar pa’ entro, le preguntaba a su señora, si habría por ahí algún tarrito de jurel y luego que ella preparaba un estupendo causeo, lo comíamos acompañado de un tinto que yo había llevado bajo el poncho. En esos tiempos se usaba el poncho, de esos de castilla, negros… Hasta aquí lo que pude rescatar de ese personaje puentealtino ya olvidado y llamado “El Jurel”, según mi amigo el vendedor de tijeras don José Antonio Gallardo Trigo, que así es su nombre completo, y también a mi modo de ver, todo un personaje de Puente Alto de ayer y de hoy. -¿Y cuál era el nombre de ese payador, don José, si se acuerda? - Se llamaba Basilio Llanos Vargas. Llegó de no sé dónde. También se vino a pata por la línea del trencito, lo que era toda una hazaña, pues como le digo, ya era viejo cuando lo conocí. Y aquí encontró su destino; se hizo famoso… A punto de terminar la entrevista, le pregunté: -¿Y usted todavía compone versos…? -¿Quién? -Usted - No, ya no. No me acompaña el seso, es que estoy medio descalabrao con la edad. Pero le voy a echar uno pa’l estribo. Es un verso “por literatura…” -¿Por literatura? -Y usted tendrá que respondérmelo, también es una paya. Adelante “El hombre para volar No tiene alas ni plumas Dígame comi se llama El árbol que da aceitunas. Y aunque yo creía saber la respuesta, nunca pude armar el verso.