Universidad EAFIT Programa Ingeniería de Diseño de Producto Evaluar para Aprender: a manera de telón A manera de telón, porque los telones siempre se pueden volver a levantar, quiero narrar brevemente el proceso con los profes de Ingeniería de Diseño de Producto o IDP, como aprendí a nombrarlo. Siete meses, varios encuentros, muchas palabras, experiencias, historias y saberes compartidos dieron marco y existencia a una relación con maestros y maestras dispuestos, generosos, amables (me gusta la definición del diccionario de la RAE cuando dice amable: “digno de ser amado, afable, afectuoso”). Los encuentros los sostuvimos alrededor de una conversación con un tema apasionante “la evaluación”. ¿Qué era lo nuevo? O fue apenas un cambio de nombre “evaluación de los aprendizajes” por “evaluación para aprender”. ¿Había algo más? Sí, encontramos algo más, algo parecido a la magia que describe esta pequeña historia. Dice Marina Colasanti (2008) “Se cuenta que una vez le preguntaron a Miguel Ángel cómo hacía para esculpir un caballo: es simple, habría respondido el artista, se coge un bloque de mármol bien grande, se retira todo lo que no sea caballo, y lo que sobra, es él, el equino”. Tuvimos un gran bloque de mármol y hoy mostramos una parte de esa obra colectiva. Mientras tallábamos sobre él, dejamos calar en el cuerpo que la evaluación no es un asunto trivial; por el contrario, es inmensamente compleja, está repleta de matices, de sutilezas, que no hay fórmulas mágicas, ni propuestas binarias de blanco o negro. Por dónde empezamos: Como tenía que ser con una pregunta: ¿para qué evaluamos en IDP? La respuesta, que encontraron en la presentación del proceso realizada por Alejandro, fue transitando al ¿para qué educar? Indicios y señales nutrieron la conversación. Nos encontramos con una afirmación de Pedro Ortega (2013), que nos llenó de expectativas. “Educar es responder a la pregunta del otro”, entonces la educación o mejor digamos de una vez, llegar a la clase, es llegar a un encuentro. A un encuentro entre dos, el que busca y el que ofrece o propone. El que pregunta, el estudiante, tiene un rostro, un nombre, un tiempo, un espacio, una historia propia. Algunos estudiantes llegan llenos de entusiasmo, de expectativas por su presencia en la universidad; otros llegan con preguntas fundamentales sobre su existencia, sobre su formación; otros más, llegan temerosos e indiferentes, solitarios y desconcertados. Educar es conversar, Van Manen (1998) lo dice de una manera hermosa cuando afirma: la raíz etimológica de conversación significa vivir juntos, asociación, compañía, conocimiento. Así pues, para conversar con los estudiantes, nos detuvimos un poco en el verbo estudiar. Con Jorge Larrosa comprendimos que “Estudiar es también preguntar: las preguntas son la pasión del estudio. Y su fuerza. Y su respiración. Y su ritmo. Y su empecinamiento”. (2003) Entonces, estudiar es una práctica que debe fomentarse, un comportamiento que debe alentarse, una enseñanza que es necesaria. El estudiante, el que estudia, entrelaza experiencias, conocimientos, actitudes y sentimientos, en esa urdimbre los reconocemos, los acogemos con cuidado y buena escucha. A ellos, a los estudiantes, los acogemos con todo lo que traen. Fuimos poniendo al lado de lo que nosotros, los profesores, traíamos, otros discursos, ya no solo los lógicos e informativos, sino también los de maestros y maestras, esos que inspiran, persuaden, evocan, sugieren. Emergió la experiencia de cada uno, porque no hay lenguaje ni práctica educativa, sin experiencia. Se hicieron cercanas las palabras de Hanna Arendt (1996) “…educar es ayudar al estudiante a recorrer un camino que arranca en algún lugar, que viene de algún sitio y lleva a algún destino. Es ayudar a leer los acontecimientos desde la pluralidad que sea posible” Pusimos en palabras el miedo y la imposibilidad de enseñarlo todo, el agobio de los contenidos como tramite académico; el poder del evaluador fue nombrado como un ejercicio de mediación y no de exclusión. Discutimos por qué no es causal la relación enseñanza y aprendizaje, y que no es lo mismo evaluar que calificar, todo el tiempo estamos evaluando y algunas veces calificamos. Por eso la educación que imparten estos “profes” es propuesta, ofrecimiento respetuoso, testimonio de un modo de vida, hecho desde su experiencia. La experiencia la entendimos con Jorge Larrosa “No como lo que hago sino como lo que me pasa”. Porque la experiencia es la urdimbre de la vida que envuelve a cada individuo. Y cada estudiante construye la suya, cuando deje de ser un objeto de conocimiento y de control para convertirse en el artífice de su proceso de construcción personal. Edificamos de manera colectiva otra forma de organizar lo que hacemos, nos dejamos habitar por la experiencia de cada uno, la pasada y la nueva, la de los lunes en este espacio. Fuimos dando cuerpo a cuatro grandes temas que acompañaron el recorrido: 1. Planear la evaluación y no la clase; nos condujo a la selección de los objetos de conocimiento y a buscar en ellos lo cognitivo, lo actitudinal y lo procedimental para ofrecer tareas de calidad. La pretensión, incentivar la corresponsabilidad del estudiante porque cuando cada uno conoce bien su trabajo sabe su proceso y advierte los resultados. La forma, exhibir con orden y claridad el objeto de la evaluación, hacer visibles los criterios para desarrollar la tarea advirtiendo que son los mismos para evaluarla y para calificarla. Ejemplos que observaron en las guías e instrumentos que presentaron los profesores en sus intervenciones. 2. Definir los criterios de manera explícita; esto nos permitió usarlos como elementos pedagógicos para la formación de los estudiantes, porque ellos, los criterios, les ayudan a ordenar su actividad de estudio, es decir a hacer la tarea, pero no solo eso, también a establecer las normas de valoración para las mismas. Los criterios permitieron espolear la participación de los estudiantes por la vía de la autorregulación de su aprendizaje, y permitieron a los profes la regulación de su enseñanza. Los criterios los usamos para dar coherencia a los procesos de formación, enseñanza y evaluación, pues son ellos los que orientan la tarea y la construcción de los instrumentos para recoger la información. 3. Detallar los medios, las tareas, los instrumentos y las modalidades de evaluación; nos facilitó entender los medios como las tareas que el profesor propone a los estudiantes; las tareas como los caminos del aprendizaje, que sirven para evaluar y calificar; los instrumentos como compendio de los criterios y las tareas, son el registro de la información recabada, pero también el reflejo de cada uno, de su compromiso, de sus aprendizajes y sus transformaciones; el uso de otras modalidades de la evaluación, dio paso a la confianza, al respeto, a la participación real. Ejercicios de autoevaluación, evaluación entre pares, evaluación del profesor y la coevaluación, orientados siempre por criterios explícitos, comprendidos, transparentes, anidaron en algunas aulas, laboratorios y talleres de la universidad, para favorecer las relaciones y dar paso a los juicios analíticos y críticos, al sentido ético, a la resolución de problemas, a la toma de decisiones, y al trabajo en equipo. 4. Ofrecer retroalimentación y proalimentación; hizo que revivieran las glosas, los comentarios, los aportes, las criticas, las correcciones oportunas para ofrecer orientaciones y recomendaciones factibles de realizar en un futuro inmediato, acciones que se sucedían con el único propósito de mejorar cada trabajo, cada entrega y de la mano de esa mejora, de maneras casi imperceptibles, contribuir a la formación de mejores personas, ciudadanos responsables que saben tienen una voz y ello los obliga a perseguir sus sueños. En estos meses de encuentro, entendimos que los rituales, o llenar de belleza las aulas, es darle relieve a las acciones cotidianas, es dotar de significado los actos. En los rituales se expresa el cuidado por las personas, las ideas y las cosas; con ellos se recorren los resquicios insospechados del día a día, que de no ser percibidos conseguirían alterar nuestro oficio y olvidar nuestro ser de maestros y maestras. Los rituales nos pueden proteger de la peste del olvido que hizo que un día Aureliano Buendía olvidara el nombre del pequeño yunque con el que laminaba y pulía los metales. Los rituales nos permitirán día a día reconocer que sin amar es imposible educar, porque no hay educación sin acciones éticas y políticas, y porque es falsa la pretensión de intentar una enseñanza neutral y objetiva. Los rituales en la mañana de los lunes, compartir con ustedes mi experiencia y uno que otro cuento, es un acontecimiento que también hoy me constituye. Muchas gracias a todos. Marta Lorena Salinas Salazar Medellín, Septiembre 23 2015 Referencias: − Arendt, H. 1996. Entre el pasado y el futuro. Barcelona: Península. − Colasanti, Marina. (2008). Como si hiciese un caballo. Bogotá: Asolectura. − Larrosa, Jorge. (2003). La experiencia de la lectura, México, Fondo de cultura económica. − Van Manen, M. (1998). El tacto en la enseñanza. El significado de la sensibilidad pedagógica. Barcelona: Paidós.