Barras del fútbol y violencia en la Escuela El presente documento corresponde a un avance de investigación sobre el fenómeno de las barras del fútbol y su posible relación con la aparición de expresiones violentas en escuelas de Bogotá. Busca explicar comportamientos que están presentando estudiantes hinchas de equipos nacionales, cuyas consecuencias se evidencian a través de actos vandálicos y confrontaciones violentas en nombre del fanatismo y la pasión por sus equipos. La Escuela no es inmune a las situaciones sociales, por cuanto allí se relacionan grupos de personas que afrontan su vida en medio de vivencias problemáticas en la ciudad, la familia, la escuela y el barrio. Igualmente es un sitio de encuentro para los jóvenes, quienes llevan a las aulas sus dificultades, emociones, sentimientos y expectativas; por eso en el espacio del colegio no solo circula la violencia del fútbol, sino que también lo hacen otras violencias propias de la dinámica social, como la violencia intrafamiliar, las pandillas y la delincuencia en general. Introducción El fútbol –como cualquier otro deporte– ofrece distracción, la posibilidad de practicar ejercicio y, en general, oportunidades de vinculación; también genera pasión en los seguidores de los equipos, desborde y emoción que pueden llegar a generar violencia. El presente artículo plantea el tema de la violencia en el fútbol y su relación con expresiones violentas vividas en escuelas de Bogotá. Pretende hallar un punto de encuentro entre los conceptos barras del fútbol, violencia y escuela que exprese el posible nexo del fenómeno de las llamadas barras bravas con formas de violencia escolar, así como su asociación con organizaciones vandálicas y pandillas. En él se definen conceptos fundamentales como barras del fútbol, conocidas en el contexto nacional con el nombre de barras bravas, bautizadas así por los medios de comunicación que han querido equiparar su accionar con fenómenos parecidos ocurridos en Argentina y Chile; violencia, violencia juvenil y violencia escolar. La pretensión de este trabajo es mostrar algunos avances de investigación con datos obtenidos en una primera aproximación al trabajo de campo y a la consolidación del acerbo teórico. La metodología empleada para CAPÍTULO CUARTO Luz Stella Cañón Cueca 93 ello es de corte cualitativo; el método para el desarrollo de este trabajo es el de los Núcleos de Educación Familiar-NEF, basados en la Investigación Acción –IA–, cuya característica principal es que involucra a los miembros de la comunidad en el proyecto de investigación y en las acciones de transformación, considerándolos como agentes de cambio; la idea es que los implicados en la problemática reconozcan su ocurrencia, sus motivaciones y aporten soluciones. Barras del fútbol y violencia El fútbol se mantiene en un equilibrio precario entre dos peligros mortales: el aburrimiento y la violencia. Norbert Elias Barras del fútbol y violencia en la escuela Deporte y ocio en el proceso de civilización 94 El deporte –y particularmente el fútbol– se ha reconocido como una actividad de ocio que favorece la integración y la vinculación de grupo, además de ofrecer posibilidades de encuentro y de fortalecimiento de la identidad; si pudiéramos describirlo con pocas palabras, diríamos que es creatividad, porque no de otra forma acapara la emoción y la alegría de sus seguidores a través de jugadas magistrales que hacen vibrar, mucho más cuando se alcanza el preciado gol, trofeo de una justa que, como en la antigua Roma, hace desbordar la pasión; no solo el jugador crea, también lo hace la hinchada con sus cantos y símbolos que acompañan el fervor; el fútbol es también fuerza, virilidad, fortaleza, contacto; es estética representada en jugadas que parecen dibujadas; es cuerpo y piel, porque a través de ellos se movilizan las emociones: el cuerpo es territorio en el que habita el amor por el equipo, la piel desnuda, despojada de la camiseta, representa al guerrero dispuesto a todo, al combate por la defensa del honor; muchos asisten al fútbol a cumplir con un ritual en el que es posible exorcizar las carencias y las ausencias que plantea la vida, y más allá de todo esto, el fútbol es exaltación llevada al límite, tanto que puede llevar a la violencia. La prensa señala a los jóvenes como violentos, adictos y desadaptados, les estigmatiza. Alabarces (1998, p. 11) afirma que la violencia del deporte es la forma máxima de esa violencia social que es la exclusión, expresada en expulsión del mercado laboral y privación de la salud y de la educación. Es la forma de aparecer en la escena de lo público para robar unos minutos de gloria, porque el barrista utiliza los medios de comunicación para hacer apariciones en las que, con violencia, reclama por su abandono. Los ingleses dicen que los hooligans aprovechan sus apariciones televisivas para universalizar su presencia. Romero (citado por Frydemberg) afirma que Toro, ex Subsecretario del Interior, en una reunión con el Senado chileno expresó que las barras bravas son un “grupo organizado que utiliza cualquier medio para alterar el resultado”, aludiendo al poder que estas tienen en la dinámica del fútbol argentino. Recasens Salvo expresa que los hooligans –como nuestras barras– se hacen parte del acontecimiento que viven, y así se sienten protagonistas de algo importante. Para los barristas ser alguien es aparecer en los medios de comunicación, ser reconocidos, que se hable de ellos y que se reconozca su liderazgo y el poder que ejercen al interior de su barra o en la interacción con otras organizaciones similares. Para Moreira (2007, p. 7) la barra es una agrupación de hinchas que tiene un orden social complejo, difícil de aprehender en términos concluyentes por la dinámica de los segmentos y los actores sociales que la componen. Está integrada aproximadamente por 250 hombres cuyas edades rondan entre los 18 y 35 años. La misma se articula fundamentalmente en función de dos ejes: la procedencia barrial de los integrantes y la posición de éstos dentro de una jerarquía. Puede igualmente definirse la barra como un grupo hermético que tiene una serie de normas que regulan las relaciones entre sus líderes y el resto de los hinchas. Desde esta perspectiva, los líderes deben mostrarse como ejemplo de combatividad y ganar el favor de sus seguidores; ello es garantía para mantenerse al frente de la barra. También lo confirma así Garriga Zucal (2007): no se puede llegar a ser líder de la hinchada si no se pelea. Aquel que no tiene aguante, no puede llegar a ser uno de los capos. Para Costa et al. (1997, p. 19) las barras bravas pueden ser consideradas tribus urbanas en tanto cumplen con ciertas características: • • • Vitalismo rebelde Búsqueda de automarginación del grupo social Gusto por el disfraz como la representación de su visión del mundo CAPÍTULO CUARTO Una “barra” se define –según asevera Moffat (1998, p. 16)– como un grupo afectivo con intensa participación emocional, casi una familia; el término “brava” señala que son personas de acción y violentas, haciendo alusión a las formas como viven su experiencia. Collazos et al. (1999) sugieren que se les llame barras furiosas. En general el término se emplea para señalar al grupo de personas que se organiza como hinchada de un equipo de fútbol, que en medio de un despliegue festivo se manifiestan con cantos y uso de distintivos; se reúnen para animar al equipo, es un grupo contestatario que maneja sus propias normas y códigos comunicativos que los diferencian de los demás seguidores; se enfrentan por la defensa de su territorio, situación que puede conducir a incidentes de tipo violento en el estadio, sus alrededores, las calles de los barrios o los parques. 95 Barras del fútbol y violencia en la escuela Según Galeano et al. (2004, p. 31) la violencia está íntimamente ligada con el fenómeno de las barras: la obligación del hincha es odiar al equipo rival. Esto explica, de alguna manera, las agresiones que se presentan entre una barra y otra. Entendida como una obligación, la violencia, se practica aunque no se tenga claridad o motivo para ejecutarla. De la misma manera estas expresiones violentas son muestra de la entrega y la pasión que se siente por el equipo, aunque para ello sea necesario fomentar un odio irracional y hostilidad hacia los contrarios, que por momentos adquiere tintes fóbicos. 96 El origen del fenómeno de las barras en Colombia no puede equipararse con el de Argentina o Chile, pues inicialmente aquí los fanáticos se congregaron para alentar, y como ellos mismos dicen, estar con el equipo los 90 minutos que dura el partido, mientras que en dichos países del cono sur, su nacimiento obedece a cuestiones relacionadas con problemáticas sociales y, en algunos casos, por situaciones políticas, como lo menciona Puerta (2004). Un ejemplo de esto fue lo ocurrido en Chile con el régimen de Augusto Pinochet: Colo Colo era el equipo que le gustaba al dictador, razón para que los seguidores de Universidad de Chile crearan una barra como forma de protesta y odio en contra del equipo de la dictadura. En Bogotá los barristas son jóvenes de entre 12 y 25 años, quienes asisten con regularidad al estadio y se han integrado a grupos de hinchas. Dichos grupos tienen una estructura jerárquica liderada por un “capo”, popular dentro de la colectividad, quien maneja el dinero que recauda con los miembros de su barra y también tiene poder para permitir la vinculación o no de nuevos integrantes dentro de la organización. El programa Goles en Paz –a cargo de la Secretaría de Gobierno de la ciudad– realiza una labor pedagógica en el estadio con los jóvenes y niños que asisten a los partidos para que disfruten realmente del espectáculo. En el cumplimiento de su trabajo, han establecido una edad mínima para ingresar a los grupos de barristas, que es de 14 años; mientras tanto, quienes no cumplan ese requisito, se ubican bajo la supervisión del programa. Las primeras barras se manifiestan en el país en 1992, cuando se establecen las tribunas al estilo argentino y uruguayo. Estas surgen en el sector de la tribuna oriental del estadio y se llamaron los Saltarines (hinchas del Santafé) y la Blue rain (lluvia azul, seguidores de Millonarios); en el lapso de 1 o 2 años nacen los Comandos azules y la Guardia albirroja sur. Amaya (2004) aclara que nunca surgieron en las tribunas populares; nacieron primero en la tribuna oriental. Las fechas tomadas aquí son relativas, pues cada grupo se disputa el honor de ser la primera barra y finalmente solo se cuenta con la información que pueden aportar ellos mismos, así que los datos presentados deben tomarse como aproximaciones. Este fenómeno está tomando graves proporciones, convirtiéndose en un problema para las autoridades y para la sociedad, pues los hinchas han ido transitando de la alegría y la espontaneidad, a la delincuencia y el consumo; igualmente son focos de imitación de las malas conductas de equipos de otras naciones. Intimidan y violentan al adversario y últimamente se atacan entre ellos mismos, generando una situación tensionante que tiene en jaque a la comunidad. CAPÍTULO CUARTO El tema de las barras del fútbol es también un conflicto territorial, en el que se disputan –además del honor– la tradición y el amor por los equipos; esto se refleja claramente en la existencia de sectores totalmente demarcados en la ciudad, signados por símbolos que identifican grupos y que son a la vez el anuncio de lo que puede suceder si se transgrede el espacio; en Colombia el fútbol se ha regionalizado por la presencia de los barristas, lo que ha generado que la violencia se haya exacerbado y que la intolerancia deje su rastro representada en las múltiples agresiones que se producen tanto a las personas como a los espacios públicos y privados de la ciudad. El enfrentamiento no es solo con los del grupo contrario; la barra se debate en medio de las luchas internas por el poder y la afición por el equipo, pues es claro porque ser capo deja buenos dividendos en dinero, estatus, negocio y premios. 97 El concepto de violencia Los estudios sobre violencia distinguen actores y escenarios; de esta forma se habla de violencia familiar, violencia social, violencia urbana, violencia escolar, violencia juvenil, en fin, de las múltiples violencias que subyacen en la interacción humana. El término violencia no es unívoco: existe en un contexto, con unos actores y situaciones particulares que lo determinan. La violencia es una trama compleja de acontecimientos que comprende diversas situaciones sociales estructurales a través de las cuales podría explicarse, por ejemplo la desigualdad, el impacto de los medios de comunicación, el consumo de alcohol y psicotrópicos, el desarrollo inequitativo de las ciudades, la exclusión, el narcotráfico, entre otros, que se constituyen como ambientes generadores de violencia y van configurándola como una problemática amplia; por tanto es inútil abordar este fenómeno sin antes tomar en consideración otras variables que interactúan para alimentarlo. Barras del fútbol y violencia en la escuela González (1998, p. 139) explica la violencia por su contenido etimológico, diciendo que es una especie de fuerza: es el género vis en latín, bías en griego: ʻenergíaʼ, ʻpoderʼ, ʻpotenciaʼ. Remite a la dynamis griega. La violentia es, en efecto, una clase de potencia. Corresponde a la hybris, la desmesura, la fuerza desencadenada que los griegos consideraron “peligro demoníaco”. Frente al concepto en mención, Lypovetsky (1986, p. 174) manifiesta que la violencia de los hombres, lejos de explicarse a partir de consideraciones utilitarias, ideológicas o económicas, ha sido regulada esencialmente en función de dos códigos: el honor y la venganza. Estos dos códigos son asunto de sangre, y lo confirma cuando dice que donde predomina el honor la vida pierde valor; en contraposición, son virtudes reconocidas el valor, la fuerza, el arrojo y se desprecia la cobardía. El origen del término, según Keane (2000, p. 62), procede del latín violentia, cuya acepción fue empleada por los ingleses a finales del Medioevo en forma obsoleta para indicar el ejercicio de la fuerza física contra una persona, a la que se interrumpe o molesta, se estorba con rudeza y malos modos o se profana, deshonra o ultraja. Desde luego que actualmente esta descripción es un poco simplista y puede prestarse a equívocos; actualmente y para efectos de la investigación, el término es más abarcador: se sabe que la violencia tiene un contexto, reúne diversas circunstancias y múltiples causas que la explican. La Organización Mundial de la Salud-OMS (2002) ha definido la violencia como: 98 El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. La definición de la OMS va más allá de lo puramente físico y apunta al reconocimiento de otros tipos de violencia. Igualmente contempla a la o las víctimas y la intencionalidad. En el estudio de Pueyo y Redondo (2007, p. 161), la violencia se identifica con 5 propiedades características: • • Complejidad. Incluye componentes cognitivos, actitudinales, emocionales y motivacionales interrelacionados con una finalidad concreta. Heterogeneidad. La violencia es un fenómeno heterogéneo; así se puede clasificar según diversos criterios, por ejemplo: • Por la forma de ejercerla: física, psicológica, sexual, económica. • Por las características del agresor: jóvenes, adultos, mujeres. • Por las características de la víctima: violencia de género, maltrato infantil. • • • • Por el contexto de relación entre agresor y víctima: violencia escolar, violencia laboral, violencia doméstica. Multicausalidad. En la aparición de un hecho violento confluyen diversas variables. Intencionalidad. La acción violenta es el resultado deliberado, pensado, del deseo de hacer daño. Infrecuencia. Aún a pesar de la percepción de que la violencia es muy común, la verdad es que es un fenómeno poco habitual. Berro (2002) expresa que la violencia es el uso de la fuerza física, la coacción y la consecución de ciertos propósitos con algún valor por parte del agresor, para mantener, modificar o destruir determinado orden de cosas, situaciones o valores. Se configuran así, otros elementos constitutivos de la violencia, como el propósito al ejercerla y el uso de la coerción como dispositivo de presión para alcanzar lo deseado. El fin de quien la ejerce siempre es someter y controlar al otro como forma de resolver un conflicto; deja secuelas físicas, psicológicas y morales. Contrario a lo que pudiera pensarse, Chaux (2002, p. 43) afirma que la mayor parte de la violencia colombiana ocurre por fuera del enfrentamiento político, sin embargo las investigaciones al respecto son fundamentalmente sobre los actores armados, mientras que la violencia interpersonal ha sido menos analizada. En Colombia esta situación ha trascendido en el tiempo. Son ya más de seis décadas en que hemos estado enfrentados regularmente al conflicto político, a la polarización del país, a problemas de intolerancia social, al narcotráfico, al paramilitarismo, a la subversión, a la corrupción, que por fuerza tienen que verse reflejados en las actitudes y comportamientos de la sociedad. La violencia es un hecho multicausal y analizarla desde una óptica reducida evita que se establezcan sus verdaderas proporciones; el hecho violen- CAPÍTULO CUARTO Berkowitz (1999) define la violencia como “aquella conducta que tiene por objeto dañar a una persona”. La definición incluye la intencionalidad como variable primordial para ejercer la violencia, lo que conduce inmediatamente a contemplar el hecho desde una perspectiva delictiva; algunas razones de la aparición de la violencia son mencionadas por San Juan (1999), quien sostiene que las frustraciones y el estrés, por un lado, y los estímulos agresivos por otro, aumentan la posibilidad de que la violencia se desencadene; aquí es relevante el papel de los medios de comunicación y el uso de armas en actos delictivos, que se afirma en el estudio del BID (2002), alcanza entre el 70% y el 90% para el caso de América Latina. 99 to es mucho más que el mero acto de agredir, de dañar objetos. La violencia contiene múltiples elementos que están presentes en la cotidianidad: es una mirada, un gesto, una palabra, un signo, una acción que lastima causando resentimiento y deseo de venganza. Siendo entonces la violencia un aspecto de la interacción social, cada uno de nosotros cumple un papel a través del cual participa activamente y de diversas formas, bien sea generándola, cohonestándola o ignorándola; requiere, además, del análisis de las situaciones en sentido amplio para poder comprenderla y aprehenderla. Barras del fútbol y violencia en la escuela Violencia juvenil 100 El concepto de juventud parece haber surgido durante el periodo de la revolución industrial, producto de las reformas escolares, familiares, laborales y demás, en las que se hizo evidente la presencia de los jóvenes como protagonistas en los diferentes campos de la vida social; el término se difundió desde el año 1900 para efectuar una diferenciación cultural con los adultos. Bourdieu y Passeron (2003) consideran que “juventud y vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos”. Así, se entiende que el concepto se erige alrededor de situaciones relacionadas con el entorno sociocultural en el que transcurre la vida de los individuos. El término se hace tan complejo como las variables que lo componen, las cuales pasan por las formas de socialización, la historia personal, las condiciones de vida, el consumo, la influencia de los medios de comunicación, la educación, las expectativas de las personas, las políticas públicas, entre otras. El concepto, igualmente, no es de carácter universal en tanto que responde a criterios particulares de las sociedades; baste pensar, por ejemplo, que en determinadas culturas el solo hecho de constituir familia es razón suficiente para ser considerado adulto. Feixa (1999, p. 18) afirma que antropológicamente el término alude a una construcción cultural relativa en el tiempo y el espacio; de esta manera –dice– cada sociedad organiza las formas de transición de una etapa a otra, siempre teniendo en cuenta criterios propios. La combinación de los términos violencia y juventud genera una cierta inquietud, debido a que el joven es visto como problema. Se piensa por lo general en delito, contravención e irresponsabilidad, rebeldía y consumo. Es claro que los jóvenes viven la violencia y la enfrentan en espacios de desarrollo como la escuela, la familia, el deporte, el barrio. La violencia practicada entre los jóvenes es uno de los problemas más serios de salud pública que enfrentan las Américas. Algunas estadísticas sugieren que existe Algunas manifestaciones de la violencia juvenil están relacionadas con la aparición de tribus urbanas, de las que Costa et al. (2000, p. 14) afirman, representan potenciales fuentes de agresividad y son el resultado de tensiones, contradicciones y ansiedades que padecen los jóvenes; las tribus representan la posibilidad de expresión y el núcleo de gratificación afectiva. Son diversos los factores relacionados con la violencia juvenil: la violencia familiar y el abuso de los niños (Widom, 1989), poco control de los padres (Perry, Perry y Bodizar, 1990), ser hombre (Hammet et al., 1992), ser pobre (Baker, 1992), bajo rendimiento académico (Loeber y Dishion, 1983), fácil acceso a las armas (Webster et al., 1993). McAlister (1995) indica que hay estudiantes con mayor proclividad a la participación en actividades violentas; son aquellos que abandonan las escuelas, faltan a clase o tienen una autoimagen académica baja. Muchos estudios que se han realizado en torno a la violencia juvenil, especialmente los de salud pública, reconocen la existencia de factores de riesgo y protección que necesitan ser controlados para que verdaderamente se consolide un programa de prevención. Entre los factores de riesgo se mencionan la falta de credibilidad en la justicia, la impunidad, la represión violenta, el manejo inadecuado de la información, la frustración, la presencia de pandillas, el porte de armas y la ausencia de políticas de juventud que respondan adecuadamente a las necesidades de los y las jóvenes; por otra parte, los factores de protección se relacionan con la concreción del compromiso del Estado en zonas marginales, el fortalecimiento de la familia, la atención social adecuada y suficiente, y oportunidades educativas y laborales. Violencia escolar La violencia escolar es un tema de abordaje mundial. Las miradas actuales a un fenómeno que antes pasaba desapercibido, denotan una situación preocupante tanto por sus repercusiones sociales como por la imposibilidad de la escuela para responder a él. Algo pasa: con relativa frecuencia los medios de comunicación documentan actos de violencia cuyos prota- CAPÍTULO CUARTO una especial fragilidad en los jóvenes contemporáneos por los fuertes cambios de todo orden que han tenido que experimentar (Yunes y Rajas, 1993). Mergulis y Urresti (1998, p. 20) dicen que el término “refiere, a cierta clase de ʻotrosʼ, a aquellos que viven cerca nuestro y con los que interactuamos cotidianamente, pero de los que nos separan barreras cognitivas, abismos culturales vinculados con los modos de percibir y apreciar el mundo que nos rodea”. 101 gonistas son jóvenes escolarizados, al interior de los centros educativos las cosas han cambiado; se debe hablar también de aquellos comportamientos imperceptibles, que no se reconocen fácilmente, que se amparan en lo simbólico, aquellos que guardan sutilidad pero que generan sufrimiento y angustia en las víctimas, y que lamentablemente ya no se consideran violentos. Estos y otros más van afectando la tranquilidad y nutren un ambiente de tensión que termina generando acciones violentas entre escolares, dentro o fuera de las instituciones, y que de la misma forma afecta a todos los agentes del servicio escolar y su entorno. Barras del fútbol y violencia en la escuela Los estudios sobre violencia escolar iniciaron en Europa, con las investigaciones de Dann Olweus (1993) en los países nórdicos; el interés de estas observaciones ha girado en torno a la conceptualización del problema, su incidencia y caracterización. Define la violencia escolar como aquella situación en la que: 102 un alumno o alumna es agredido o se convierte en víctima cuando está expuesto, de forma repetida y durante un tiempo, a acciones negativas, entendidas estas como las cometidas verbalmente, la exclusión, las físicas, entre otras, que llevan a cabo algunos alumnos o grupo de ellos/as; un aspecto esencial del fenómeno es que debe existir un desequilibrio de fuerzas. No todo lo que sucede en la escuela puede considerarse violencia, por ello es importante establecer unos criterios que permitan diferenciar las acciones violentas de aquellas que no lo son. Olweus et al. proponen que deben tenerse en cuenta los comportamientos exhibidos, por ello se identifican agresiones directas e indirectas. Las acciones directas pueden ser físicas (golpes, puños, empujones, amenazas con armas) o verbales (insulto, chantaje). Entre las indirectas, las físicas están relacionadas con el daño a objetos personales o el robo; las verbales, con poner apodos, hacer rumores, burlas, acoso (Benítez y Justicia, 2006). Siendo la escuela un espacio social, Debarbieux (1996) afirma que en ella se cristalizan las tensiones de nuestras sociedades y, a veces, se exacerban. Es un fenómeno sensible que conviene tratar con prudencia, porque ningún país está a salvo. La violencia escolar es un fenómeno que presenta diversas causas; tal como lo confirma Debarbieux (1999), no hay un factor único, sino modelos complejos ligados a la situación familiar, a las condiciones socioeconómicas y al estilo pedagógico de los establecimientos. Los niños violentos –o mejor conocidos como “pleitistas” o “bochincheros”– son el reflejo de la violencia a que son sometidos en sus propios hogares. Los estudios franceses han introducido la idea de incivilidad, entendiendo que la agresión es uno de sus actos representativos; al respecto Debarbieux (1998) asegura que “las incivilidades son violencias antisociales y antiescolares. Cuanto más traumáticas ellas sean, y cuanto más ellas sean resguardadas y transformadas en acontecimientos banales para proteger a la escuela, más ellas se vuelven, muchas veces, una forma de violencia simbólica”. El término bullying identifica la violencia escolar a nivel mundial. Proviene de un vocablo inglés y se emplea para describir un comportamiento violento de una persona sobre otra, generalmente se asocia a una situación de abuso de poder entre iguales. Cerezo (2007) lo resume como maltrato –normalmente intencionado y perjudicial– de un estudiante hacia otro compañero, generalmente más débil, al que convierte en su víctima habitual; suele ser persistente, puede durar semanas, meses e incluso años. Webster-Stratton y Taylor mencionan factores de riesgo que pueden generar violencia durante la adolescencia: • • • • • Pobres destrezas en manejo del conflicto/ataques de ira y escasas habilidades sociales. Acceso a armas. Experiencia de humillación o rechazo/patrón de amenazas y maltrato a otros. Ser víctima de abuso o negligencia/haber tenido o tener relaciones pobres-aislamiento. Dificultades de aprendizaje. Familiares • • • • Bajo nivel económico/actividades socialmente inadaptadas de los padres. Estilo educativo ineficaz/baja supervisión o control. Alto conflicto familiar/bajo apoyo emocional. Disciplina inconsistente. Escolares/grupo de iguales • • • • Conductas agresivas en clase/rechazo de los iguales. Asociación con iguales desviados. Destrucción de la propiedad-vandalismo. Respuestas ineficaces del profesorado/clima de clase inadecuado. Díaz-Aguado (2005, p. 549) conceptuó sobre el bullying, que en su práctica implica comportamientos de diversa índole, para demostrar poderío –con el apoyo de un grupo– sobre una persona indefensa. Por otra parte, Hernández (2001, p. 58) sostiene que la violencia escolar hace referencia a la utilización de la fuerza física o verbal para causar daños o heridas a otro, con el fin de obtener de él o del grupo algo que no se quiere consentir libremente. Queda entonces claro que el propósito del bullying es el ejercicio de la fuerza y la dominación. El fenómeno de la violencia escolar en América Latina es de alta incidencia, según lo plantea Abramovay (2005, p. CAPÍTULO CUARTO Individuales 103 Barras del fútbol y violencia en la escuela 53), y son los jóvenes entre 15 y 24 años quienes más expuestos están a ella. En todo caso, en el tema de la violencia escolar todo está por construirse; estamos ante un fenómeno dinámico y sensible que responde a variables sociales complejas que requieren atención y análisis permanente. 104 Desde hace ya buen tiempo se viene hablando de la violencia en la escuela y del emparentamiento de esta con formas delincuenciales que han irrumpido en la dinámica escolar de manera, digamos, fortuita. Sin embargo, muchos de estos hechos que han sido magnificados por los medios de comunicación, visibilizan en forma negativa la problemática; la comunidad percibe a la escuela como espacio de conflicto. Si bien es cierto que la vida escolar no es nada fácil, poco bien se le hace enjuiciándola y atribuyéndole responsabilidades que, aunque le competen, son compartidas con los demás actores sociales. Lo que sucede allí requiere de un análisis más profundo que permita encontrar la raíz de las dificultades y posibilite una amplia convocatoria con acciones concretas. Camargo (1997) dice que no todo lo que sucede en la escuela es violencia, pero tampoco puede pensarse que allí no hay violencia. La violencia de la escuela –como afirma Camargo (1997)– es también violencia social, porque allí se reproduce la cotidianidad; la escuela es un contexto, como lo es también la familia, el grupo o la calle, luego también se puede ver en ella la intolerancia, el robo, el chantaje e incluso, la muerte. La realidad que vive el país ha hecho que la mirada de la violencia sea la de los grupos irregulares, la de la inseguridad, la del narcotráfico; es la preocupación generalizada, y en muchas ocasiones el desborde de esa realidad no permite dimensionar lo que sucede al interior de las instituciones. La escuela, entonces, vive alejada de su propia mirada y abatida, como todos, por el miedo; de esta manera afronta el conflicto –como dice Mejía (1999)– con la lógica de la escuela tradicional, desconectada de los nuevos modos vitales de los estudiantes, imposibilitada para comunicarse con ellos, generando de esta manera un modelo de relaciones conflictivas; en cambio, otras búsquedas conducen a los jóvenes hacia opciones más gratificantes, no excluyentes y significativas, como las barras bravas, las bandas, las pandillas o las tribus urbanas. Desde este contexto es preciso establecer que, si bien en la escuela hacen presencia diversas formas de violencia, el fenómeno de las barras del fútbol emerge como un problema que afecta la dinámica escolar al punto que pudiéramos considerarlo como un detonante, que en determinadas circunstancias constituye hechos de violencia generalizada. Sin llegar a satanizar esta problemática y estigmatizar a los jóvenes vinculados a ella, ha sido evidente durante el trabajo de campo el reconocimiento de las diversas re- En algunas instituciones el grupo de barristas está plenamente identificado y reconocido por la comunidad educativa. Se organizan y constituyen lo que ellos denominan un “parche”; Perea (2008, p. 33) lo definió como una forma de pertenencia radical originada en el barrio popular; reclutan y forman a nuevos miembros, quienes son llevados al estadio, a los entrenamientos del equipo e incluso le apoyan en la consecución de los distintivos del equipo. Este mecanismo de seducción logra la adhesión, pero también el compromiso de participación y respaldo absoluto en todas las acciones que promueva el grupo, incluidos los hechos de violencia. Dentro de la institución estos grupos tienen un líder (¿capo?), determinador de las peleas dentro o fuera de la escuela, quien organiza la asistencia al estadio; ostentan el poder, amenazan y demarcan el territorio. Cabe anotar que incluso han establecido el número de hinchas de uno u otro equipo, haciendo saber su superioridad. Un estudiante manifestó que cuando están aburridos “salimos a azotar garzas” (golpear hinchas del Santafé). Desde el punto de vista del territorio, es interesante observar que aunque sus límites son difusos para el común de la gente, no lo es así para el barrista; marcar una calle o un espacio tiene un sentido, y es imponer una propiedad a la cual no se puede ingresar porque se considera una transgresión que se cobra con agresión; esto fue notorio en una institución cuyo edificio estaba dividido en dos bloques, uno de ellos totalmente delimitado, al que no ingresan los estudiantes del otro bloque, y si lo hacen, conocen muy bien las consecuencias. Para los docentes, las marcas del edificio revelan la presencia de grupos de fanáticos, pero la mayoría de ellos no tiene claro el significado de éstas. Las comunidades han alertado a las autoridades acerca de la presencia de jóvenes escolarizados que se enfrentan con todo tipo de elementos –e incluso armas– en los parques de algunos sectores por la supremacía del territorio. Algo que llama la atención en varias de las instituciones es la reproducción del mismo modelo de acompañamiento a los equipos dentro del entorno escolar; relatos de profesores y estudiantes indican que cuando en la escuela se realizan partidos de fútbol, especialmente con un equipo invitado, grupos de jóvenes barristas alientan a su equipo quitándose la camiseta, y ondeándola cantan las mismas tonadas del estadio, adaptando las letras al nombre de su colegio; de igual manera algunos partidos terminaron también en confrontación con el equipo visitante, y se dice que ha habido CAPÍTULO CUARTO laciones que se establecen entre los barristas: es claro que la vivencia está asociada –en algunos sectores– a otras formas de violencia como las pandillas, la distribución de sustancias psicoactivas, el atraco, la intimidación y las golpizas callejeras. 105 Barras del fútbol y violencia en la escuela presencia de las autoridades para detener grescas al interior de la escuela; esto ha generado enemistad declarada entre instituciones, la cual se resuelve en las calles. En ciertas instituciones la defensa a ultranza de los equipos de fútbol ha venido haciendo carrera y existe una disposición generalizada para el conflicto; cuando hay agresiones entre dos colegios enemistados, los jóvenes se arman de lo que encuentran y participan activamente enfrentándose en puntos estratégicos de los barrios. 106 Lo antedicho son apartes de interés que ya se observan en los resultados de la investigación; finalmente, visualizar el conflicto significa no solo el reconocimiento de su presencia en el entorno educativo, implica también explorar nuevas formas de acercamiento a los niños y jóvenes que permitan generar acciones conjuntas para afrontar el problema y recuperar la esencia del fútbol como una fiesta que convoca multitudes en una sana convivencia y un derroche de alegría e inagotable emoción. Conclusiones La violencia es un concepto complejo; su abordaje requiere contextualizarla y tener en cuenta las múltiples variables que la nutren. Se tiene una percepción generalizada de los jóvenes como problema, y por tanto, como generadores de violencia. No hay políticas claras que contemplen los factores de riesgo y que permitan atender de manera concreta y suficiente sus necesidades; en la mayoría de los casos las políticas se plantean coyunturalmente, lo que hace que no se sostengan en el tiempo. La violencia está ligada a las barras, entre otras razones, porque el hincha está obligado a odiar, a provocar a los rivales del equipo contrario. Esta violencia es irracional y está ligada a otras formas de violencia. La escuela no es ajena al clima de violencia generalizada que se vive en el país, por esta razón se convierte también en espacio de conflicto. En relación con el tema del fútbol, la violencia y las confrontaciones se han venido trasladando paulatinamente hacia los barrios debido, entre otras cosas, a que se han extremado las medidas de seguridad en el estadio, con lo que se han vuelto frecuentes las agresiones dentro y fuera de las instituciones. Entre los barristas y otro tipo de grupos generadores de violencia, se establecen diversas relaciones que hacen la problemática más compleja. Es necesario convocar a diversas organizaciones interesadas en la problemá- tica para que, con esfuerzos comunes, se enfrenten al problema y busquen alternativas de solución. No es con represión como se solucionará el problema de las barras del fútbol en Bogotá. Se requiere de medidas claras y contundentes que incluyan sanciones ejemplares para los equipos, para los directivos que patrocinan a los grupos de seguidores, para los jugadores y comentaristas que con sus acciones fomentan la violencia en los escenarios deportivos. 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