SERIE: LA DECLARACIÓN AMERICANA DE LOS DERECHOS Y DEBERES DEL HOMBRE No.13 - Derecho a la cultura Observatorio de Derechos Humanos COMPILACIÓN DE ARTÍCULOS INFORMATIVOS OCTUBRE DE 2014 EL DERECHO A PARTICIPAR EN LA VIDA CULTURAL DE LA COMUNIDAD Dr. Antonio Ruiz Ballón1 ARTÍCULO XIII. DERECHO A LOS BENEFICIOS DE LA CULTURA Toda persona tiene el derecho de participar en la vida cultural de la comunidad, gozar de las artes y disfrutar de los beneficios que resulten de los progresos intelectuales y especialmente de los descubrimientos científicos. Tiene asimismo derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de los inventos, obras literarias, científicas y artísticas de que sea autor. Una mirada ligera del artículo XIII de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre2 puede darnos la impresión de que se trata de un derecho a cierta frivolidad o a acceder a una actividad limitada a los pocos ciudadanos que pueden tener tiempo para “participar en la vida cultural”. Vista así, la “vida cultural” parece reducirse a las fotografías y a las crónicas de revista donde escriben críticos de arte, por amor al arte, o científicos aficionados a las letras que se dan tiempo para darnos a conocer, con lenguaje amable, lo último de la tecnología o de la pintura y de sus relucientes protagonistas o de sus refinados admiradores. Pues no. La “vida cultural” va más allá de las páginas de las revistas, impresas o electrónicas que nos circundan; de hecho va más allá del mundo escrito y fotografiado y de sus protagonistas y admiradores. La vida cultural está en el día a día de todos los que conformamos una sociedad, todos, sin excepción somos parte de la cultura y contribuimos a su desarrollo, pues la cultura es inherente a la vida humana. Si nos fijamos en las acepciones que aquí nos interesan sobre el término “cultura” en el diccionario de la RAE3, encontramos tres definiciones que nos ayudan a aclarar el panorama. Las dos primeras tratan el término “cultura” en 1 Doctor en Derecho. Universidad Carlos III de Madrid. Profesor en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Investigador en la Comisión Andina de Juristas. 2 Artículo XIII. Toda persona tiene el derecho de participar en la vida cultural de la comunidad, gozar de las artes y disfrutar de los beneficios que resulten de los progresos intelectuales y especialmente de los descubrimientos científicos. // Tiene asimismo derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de los inventos, obras literarias, científicas y artísticas de que sea autor. Derecho a los beneficios de la cultura. 3 Disponible en Internet: http://lema.rae.es/drae/?val=cultura [consultado: 10/10/2014] general y la última se refiere a la frase “Cultura popular”. Veamos: (1) Cultura: “Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”; Cultura (2): “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”, y (3) Cultura Popular: “Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Entonces podemos decir, sin sutilezas antropológicas, que cultura es tanto una reserva de conocimientos e ideas como un conjunto de manifestaciones diversas de cualquier grupo social: “modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial9”. Entonces todos los que vivimos en una sociedad determinada somos participes y productores de nuestra propia cultura, mucho más allá de que aparezcamos o no en crónicas o revistas ilustradas en 3D, más allá incluso de nuestras calificaciones académicas, espirituales o puramente experimentales. Pero si esto es así, entonces cabe preguntarse ¿Qué sentido tiene que en una Declaración de Derechos Humanos se haga referencia a una cosa que va tan apegada a nuestra propia vida? La respuesta no es sencilla, aunque debería serlo. La sociedad es desigual y el Derecho debe servir como instrumento para superar esa desigualdad. La desigualdad social es, digamos, el gran drama del Derecho o mejor dicho – para estar más a tono con nuestro texto– el gran drama de la cultura jurídica en la que vivimos. Esto es así porque aun cuando por efecto de la vigente cultura jurídica desde niños escuchamos que todos los seres humanos somos libres e iguales, esas afirmaciones son sobre todo aspiraciones ideológicas, pues la realidad nos enseña que no todos somos igualmente libres ni igualmente iguales. Y ese mundo de desigualdades afecta, sin duda, la “vida cultural”, no sólo dándole esa pobre identidad inmovilizada en las revistas de lustroso “papel couché”, sino restringiendo las relaciones entre los distintos mundos culturales que conviven dentro de la misma sociedad: unas manifestaciones culturales suelen ser más visibles y fuertes que otras, y no siempre por razones de puro apego estético o intelectual. Entonces una primera forma de entender este derecho a “participar en la vida cultural” tiene que ver con el rol que debe asumir el Estado, creando las condiciones necesarias para que esos mundos culturales diversos puedan convivir y desarrollarse armónicamente, pues todos ellos en conjunto constituyen “la vida cultural” del país. En ese sentido, y sobre todo en un país como el nuestro, lo correcto es referirse a “las culturas peruanas” y por ende a las “vidas culturales del Perú”, y entender que por deformación del lenguaje generalizador de nuestra cultura jurídica (esa cultura jurídica de la unidad del Estado, la unidad de la nación, la unidad de la historia) se pueden encontrar formulaciones insuficientes y violentas, por abstractas, como la de “la vida cultural”. Sin embargo, el redactor del texto del artículo XIII de la Declaración Americana de Derechos Humanos parece haber estado atento a estas simplificaciones del lenguaje jurídico de nuestro tiempo –tan temeroso de la diversidad– y sin entrar al lenguaje atrevido de “las vidas culturales” ha hecho referencia a “la vida cultural de la comunidad”, con lo cual parece tomar consciencia de las difusas dimensiones espaciales y sociales donde se desarrollan las vidas culturales. Grave hubiera sido que el artículo que comentamos se refiriera al derecho a participar en “la vida cultural” de “la nación” o “del país”, y seguramente eso es lo que se ha querido evitar para escapar de los mitos unitarios que aun a veces revolotean sobre la sociedad y el derecho, reconociendo implícitamente el hecho de que un mismo país puede estar integrado por distintas comunidades y, por ende, por distintas manifestaciones culturales. Cerrado este primer aspecto sobre el “derecho de participar9” como convivencia en la diversidad cultural que debe hacer posible el Estado en una democracia constitucional, podemos pasar a ver, en una lectura peruana, otro aspecto relevante de este derecho, aunque muy vinculado al anterior: la invitación a la interculturalidad. Si bien hemos señalado la importancia de haber usado el término “comunidad”, en lugar de “nación” o de “país”, lo cierto es que “comunidad” es tan genérico que fácilmente puede comprender también a estos términos que inicialmente hemos presentado como contrapuestos a la idea de comunidad. La contraposición se puede salvar, pero solo si en un esfuerzo por abandonar la ideología jurídica de los mitos unitarios remozamos las nociones tradicionales de “nación” o “país”, para ver en ellas campos de pluralidad y diversidad social, en lugar de monolitos de identidad e historia. Entonces si entramos al mundo del campo de las diversidades, podemos entender el derecho de “participar en la vida cultural” como uno que nos invita al enriquecimiento cultural y a la mejora de las condiciones de vida a partir del “goce de las artes y el disfrute de los beneficios que resulten de los progresos intelectuales y especialmente de los descubrimientos científicos” (aquí agregaríamos) que producen las distintas culturas peruanas. Y aquí cabe detenerse un instante para seguir con nuestra lectura peruana. Los pueblos indígenas en este país por esas razones ajenas al apego estético o intelectual, han visto postergadas o, peor aún, mercantilizadas sus manifestaciones culturales, de manera que mucho de lo que hoy llamamos “ciencia” no es más que el revestimiento que cubre los conocimientos indígenas tradicionales, desarrollados fuera de los cánones de la ciencia occidental, pero seguramente a partir de la misma actitud: la curiosidad y la utilidad práctica de los descubrimientos. Pero ciertamente el mundo ideológico que subyace a una y otra forma de ciencia o “saber”, es diverso. Entonces entran en juego, de manera más notoria, esas fuerzas o tensiones interculturales a las que nos referíamos antes y que la ideología a veces oscurece, pero ahora no solo a escala nacional sino también internacional. Tal como están las cosas en el mundo de nuestros días, muchas veces las manifestaciones culturales indígenas resultan más “civilizadas” si cabe el término, que las del mercantilismo científico que ha puesto en jaque las condiciones de vida en el planeta. Los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas nos invitan a desarrollar una convivencia armónica con la naturaleza, pero además son muy notables en términos textiles, arquitectónicos, agrícolas o médicos y no faltan quienes desde la fuerza del mundo cultural del mercantilismo científico sustraen esos conocimientos y rompen el equilibrio democrático de la convivencia intercultural, alterando no solo los contextos vitales de estos pueblos, sino obteniendo un provecho y un bienestar económico del que ellos no participan. En el Perú, este es uno de los principales contextos en los que radican los afanes y las intenciones jurídicas del Artículo XIII de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Aunque ciertamente la norma que comentamos alcanza a todos los peruanos, pertenezcan a la vida cultural que pertenezcan, es en las vidas culturales indígenas donde debemos prestar especial atención, no solo porque calza perfectamente el enunciado del artículo XIII con la situación de estos pueblos y sus conocimientos, sino porque hay entre unos y otros peruanos unas deudas históricas que condicionan nuestra dignidad como país. Hoy, formalmente, muchos de estos conocimientos, están protegidos por la Ley 27811, esto es la “Ley que establece el régimen de protección de los conocimientos colectivos de los pueblos indígenas vinculados a los recursos biológicos”, que data del año 2002. Fuera de esta protección especial, para la protección general de los derechos intelectuales, intereses morales y materiales que corresponden por razón de inventos obras literarias o científicas y artísticas a las entrecruzadas vidas culturales peruanas (que no están ajenos a sustracciones y aprovechamientos ilícitos), se puede investigar la legislación relativa al Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual, mejor conocido como INDECOPI.