Ética ambiental Las líneas siguientes se escribieron en respuesta a una consulta escrita sobre las implicaciones éticas de un vertido como el del Prestige. Los principios aplicados a este caso se pueden generalizar a cualquier acto de degradación ambiental. Las implicaciones son de dos clases: las que derivan de las consecuencias para otras personas; y las que derivan de efectos sobre la naturaleza, entendida ella misma como objeto de obligaciones por nuestra parte, aunque en esto segundo habrá menos unanimidad. Los derrames de petróleo son descritos por todos como una clase de accidentes. Los accidentes, por su propia definición, no tienen responsables. Sin embargo es tan raro que sean accidentes puros como en el caso de, por ejemplo, el atropello de un peatón. Casi siempre derivan de decisiones personales (acciones u omisiones) que no son simplemente erróneas, sino irresponsables, es decir, donde el sujeto no ha cumplido con sus obligaciones. Respecto a los vertidos (o derrames) esas decisiones pueden ser de los armadores (elección del barco, mantenimiento, selección del personal responsable,...), de las autoridades (desarrollo de normas o vigilancia de su cumplimiento, respuesta al suceso,...), de la tripulación (atención a los riesgos, respeto a las normas,...), de los técnicos que guían la navegación costera (por ejemplo, los prácticos de puerto), de otros (como, por ejemplo, cuando un segundo barco provoca el accidente), etc. Cuando las personas no cumplen con sus obligaciones suele ser por descuido o por interés. Que el capitán esté borracho es ejemplo de lo primero. Ejemplo de lo segundo sería que la empresa armadora no mantenga adecuadamente los barcos para aumentar su margen de beneficios, o que las autoridades relajen la emisión de normas o su vigilancia para lograr un comercio más animado en sus costas. Lo normal es que se combinen distintas responsabilidades. Volviendo a los efectos, consideremos primero los efectos sobre las personas. Primero están los efectos sobre las víctimas inmediatas del suceso. Segundo están los efectos sobre la población que vive allí o depende económicamente de lo que se produce allí. Es especialmente importante en regiones costeras, donde el vertido obliga a volcar no sólo esfuerzos, que en parte realizan voluntarios, sino recursos que no sobran, para lograr sólo aliviar en parte los efectos. Los más duros serán para los pescadores de bajura (en la costa), mariscadores (recolectores de moluscos y algas sobre todo) y los acuicultores (por ejemplo cultivadores de mejillones). Se afectará negativamente la salud de toda la población, y especialmente de los que participen en trabajos de mitigación. Mientras dure la marea negra afectará a la navegación comercial y la economía de los puertos. Si la costa es turística, se producirá un parón en las visitas, cuyos efectos económicos se extenderán a casi todos los habitantes de la costa, provocando paro y tal vez emigración. Si como es lo más habitual, el suceso se debe a incumplimientos por los armadores, las aseguradoras o las autoridades, lo que habrá ocurrido es que para que unos, poderosos, ganen, se ha hecho perder a otros, indefensos. Es un rasgo esencial de nuestro sistema económico: la externalización de los costes, que son pagados no por quien ha mejorado así sus beneficios, sino por los pobres e inocentes. Segundo, están los efectos sobre personas alejadas, en realidad sobre todos los habitantes del planeta. Son principalmente indirectos, y derivan de la degradación de la biosfera, el sistema dinámico de cuya integridad o salud depende la existencia humana. Habrá un grado de contaminación atmosférica (por sustancias volátiles) y de los ecosistemas marinos, porque la contaminación se extenderá a aguas remotas, movida por los giros oceánicos, que son las corrientes superficiales a gran escala, y por las corrientes de deriva. Esa dispersión alivia el problema local, pero a costa de extenderlo, convirtiendo un problema agudo (muy intenso, pero localizado) en un problema distribuido (si bien menos intenso). Si ocurre en la costa, la contaminación afectará al reclutamiento de peces pelágicos, cuya reproducción se produce sobre todo en el banco continental. Tercero, están los efectos sobre las generaciones futuras, porque los efectos de un gran desastre se extienden, disminuyendo poco a poco, a lo largo de decenios o incluso siglos, o incluso son irreversibles. Por ejemplo, un vertido puede provocar una crisis demográfica en una especie endémica que la lleve a la extinción. En este sentido lo más importante es que sucesos como éstos (vertidos, incendios, accidentes nucleares,...) no son excepciones históricas, sino golpes repetidos sobre la salud de la biosfera, que suman sus efectos a procesos sistemáticos como la contaminación continuada de la atmósfera o de los acuíferos, la destrucción de los bosques, etc. Cada uno de esos hechos es entonces un golpe a las generaciones futuras. Por último, hay quien no cree sea buena, respecto a la naturaleza, la ética derivada del Viejo Testamento; es decir, no cree que el hombre (la especie humana) tenga un derecho (considerado además sin límites) a usar caprichosamente los ecosistemas o las otras especies. Bajo este concepto los atentados contra la naturaleza deben ser reprobados éticamente aparte de sus efectos prácticos sobre las personas. Degradar un ecosistema es malo, incluso si nadie va a sufrir económicamente por ello. Destruir la belleza de la naturaleza es un acto malo, incluso si no hay nadie para observar los efectos. Este punto de vista es propio de quien no cree que el origen del mundo sea el que dice la Biblia (lo que sí creen judíos, cristianos y musulmanes) y esto abarca a todas las demás religiones; y también de los científicos, que atribuyen a procesos evolutivos naturales el origen de lo que hay, y ven en los animales, por ejemplo, o en los ecosistemas, algunas de las características que justifican el respeto a las otras personas.