Identidad violenta en los jóvenes: análisis de cómo influye la familia y cómo se refuerza en Las Maras y/o Pandillas María Ignacia Arriagada1 Introducción: Las Maras o Pandillas siguen siendo un tema de alta preocupación para las políticas públicas en seguridad a nivel trasnacional, debido a que es un fenómeno que pese a los esfuerzos de los gobiernos, sigue manteniéndose en Norte y Centroamérica e involucra a los jóvenes en un espiral de violencia articulado y difícil de intervenir. En este artículo se busca reflexionar sobre la construcción de las identidades violentas en los jóvenes y cómo contribuye la familia en este proceso. Esta última, considerada como la instancia de socialización que transmite cultura, valores, intereses, pensamientos y emociones que van estimulando al sujeto y afectando su vivencia psíquica, emocional y física. La falta de una estimulación positiva por parte de éstas, explicaría, entre otras razones, porque los jóvenes que integran Las Maras o pandillas encuentran en éstas un espacio de contención afectiva, de reconocimiento, refuerzo y valoración de su identidad violenta2. Palabras claves: familia, identidad violenta, joven, cultura, creencia y emoción. El fenómeno de Las Maras y/o Pandillas Las Maras o pandillas son un fenómeno heterogéneo y cambiante que, en ciertas circunstancias, ejerce violencia, comete delitos e incluso pueden formar parte del crimen organizado. Están conformadas principalmente por grupos de jóvenes, entre los 14 y 25 años, (Discovery Channel, 2007) en los que predomina el sexo masculino, por lo que las mujeres que ingresan a las pandillas sufren con mayor intensidad las brechas de género y las inequidades propias de la cultura 1 Socióloga. Investigadora Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, Instituto de Asuntos Públicos, Universidad de Chile. 2 Agradezco los aportes realizados por los estudiantes del Diploma e-learning, Prevención del Delito a Nivel Local, en el primer foro denominado “Las Maras”, que buscó observar y conocer sus opiniones y experiencias en torno a las causas de este fenómeno. El diplomado corresponde a la VII versión del programa, que ha sido impartido por el Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana desde el año 2007. En la presente versión participan un total de 71 alumnos provenientes de Ecuador, México, Chile, Perú y Guatemala, entre los cuales 24 estudiantes han realizado importantes aportes a este documento. dominante. Se les asocia con grupos de jóvenes que emergen de sectores urbanos con pobreza extrema, exclusión y falta de oportunidades (Secretaría General OEA, 2007). Las pandillas representan el esfuerzo espontáneo de niños/as y jóvenes por crear, donde no lo hay, un espacio en la sociedad (fundamentalmente urbano), en el cual puedan ejercer los derechos que la familia, el Estado y la comunidad les han vulnerado” (Secretaría General OEA, 2007). Sus espacios de encuentro son las calles, las cuales ocupan en sentido de pertenencia e identidad territorial. También tienen códigos identitarios que se expresan en la creación de sus propias normas, ritos, criterios de ingreso, conducta y disciplina, y simbologías que los diferencian del resto de la sociedad (nombre, formas de saludar, vestir y moverse). Otro aspecto fundamental, es que la Pandilla o Mara brinda a sus integrantes una “comunidad emotiva”, una familia sustituta que satisface las necesidades afectivas del joven (hermandad y fraternidad), que provee dignidad, un sentido y forma de vida. No es fácil renunciar a ella, debido a posibles represalias y pérdidas de poder, ingresos y/o identidad (PNUD, 2009). Las necesidades que movilizan a los jóvenes hacia las Maras son la supervivencia, protección o seguridad personal, participación, reconocimiento, valoración (presencia e importancia) y el sentido de pertenencia grupal, las que en general se satisfacen violando los derechos propios y ajenos, generando violencia y crimen en un espiral que se retroalimenta. De alguna forma el propósito de estos jóvenes es el de vivir mejor, así sea por medios ilegales y/o acciones violentas. A partir de estos elementos propios de las Maras, es posible plantear que se va co-creando una identidad cultural propia, en la que predominan fuertes vínculos y lealtades en torno a la defensa de un territorio compartido (Urusquieta, 2011) Para enfrentar la explosión de Maras varios países de Centroamérica adoptaron políticas de “mano dura”, que contribuyeron a generar un efecto no previsto; que estos grupos se volvieran más violentos, más clandestinos y trasnacionales. Algunos dejaron de reunirse en lugares públicos, de tatuarse o de llevar ropas llamativas, e incluso algunos grupos que no eran violentos optaron por armarse para confrontar a la Fuerza Pública (PNUD, 2009) ¿Cómo colaboran las familias en la construcción de identidades violentas en sus hijos? La relación con los padres es la primera estimulación externa que experimenta un ser humano y determina en gran medida la vivencia interna, el sentido de quién es y de qué es capaz, y su capacidad de establecer y mantener relaciones. “Los padres, y las sociedades en general, ejercen tres alternativas de comportamiento ante ese potencial de futuro de sus hijos: aman sus posibilidades y las fomentan del mejor modo posible; desconfían de ellas, y así conforman sus propias nociones como buenos padres; reprimen esa vitalidad, porque ellos no la vivieron, y al envidiarla en sus hijos quieren exterminarla” (Gruen, 2008, pág. 15). Es este último tipo de relación familiar, el que colabora en la construcción de una identidad violenta en los hijos, ya que “si los padres se sienten perturbados o molestos por la vitalidad de su hijo, propagarán en el niño el miedo y el malestar” (Gruen, 2008, pág. 49) La primera manifestación de esta relación de anulación del otro (hijo) es la de no oír sus necesidades. No basta con darle alimentación y condiciones para su supervivencia, todo ser humano para su desarrollo necesita afectos, contención y reconocimiento de su vitalidad, sus sueños y su existencia. La terapeuta infantil francesa Françoise Dolto (1985) plantea el descubrimiento de la muerte, refiriéndose a la desasistencia absoluta por la que atraviesa un bebé cuando sus expectativas y reacciones quedan desatendidas. Un niño pierde valor por la vida y cae en la apatía si los padres no toman en cuenta de modo adecuado sus necesidades, si pasan por alto su mundo afectivo y si el niño no encuentra eco en las personas de referencia. Sin ternura los niños se debilitan corporalmente y dejan de desarrollarse, aunque se aplaquen sus necesidades de alimentación, sueño y limpieza, y aunque sean orgánicamente sanos (Gruen, 2008, págs. 58-59). La idea de que los hijos están vacíos y deben ser llenados de contenido por los padres es una creencia que no sólo no está comprobada científicamente, sino que genera mucho daño en el sujeto. El hijo es negado cómo “alguien” desde que nace, restringiendo sus posibilidades de autoconocimiento, autovaloración, elaboración de juicios y normas morales más o menos sistematizadas, ideales, intereses y su propia identidad. “En nuestra cultura, que en amplia medida niega a los hijos su identidad, favorece las relaciones de posesión entre padres e hijo. Incluso muchos especialistas consideran a un bebé como una funda vacía que los padres tienen que ir llenando de contenido” (Gruen, 2008, pág. 35). De acuerdo con Duarte (2011), los discursos adultocéntricos forman parte del imaginario social sobre los jóvenes y van justificando/legitimando la anulación de la vitalidad infanto/juvenil. El primero corresponde a una visión etapista y lineal de la vida, que supone que existe un conjunto de tareas exclusivas de cada etapa o edad que niegan la posibilidad de que actitudes o conductas consideradas propias de otra fase, puedan por ejemplo, ser realizadas por un joven, desconociendo al mismo tiempo, las condiciones contextuales en las que se sitúa cada persona. Un segundo discurso correspondería a la “moratoria psicosocial”, que consiste en la posibilidad juvenil para demorar en lo que respecta a compromisos de adultos y que por tanto, sitúa a los jóvenes fuera de la historia sobre el supuesto de que se encuentra en un tránsito y de que son incapaces e inmaduros para ejercer acciones-decisiones vitales en su vida. Finalmente, un tercer discurso es el que señala que los jóvenes son el futuro del país, lo que les sitúa en el limbo de lo inexistente, de aquello que todavía no es; una posibilidad, pero, en tanto tal, les niega su existencia en tiempo presente. Estos discursos refuerzan una idea muy clara, hay que dejar de soñar y “subordinarse” a lo que cada generación adulta ofrece a las niñas y los niños y jóvenes en el tiempo que les corresponde vivir. “De este modo se atrofia el potencial de un niño de poder actuar socialmente por sí mismo. El niño no tiene la posibilidad de escuchar dentro de sí, ni puede desarrollar sus propias capacidades simpatéticas, utilizando un criterio para su comportamiento. Así que se le transmite un sentimiento de inferioridad, y aprende a reaccionar obedientemente a las instrucciones recibidas desde fuera”. (Gruen, 2008, pág. 36) Esta perspectiva se retroalimenta muy bien con la visión patriarcal aún dominante, que exacerba rasgos positivos de lo masculino y de la virilidad, sobre la “creencia” de que es un “signo de madurez, de realismo, conformarse con el hecho de que las guerras existen. Los adultos asumen que la violencia es una ley de la naturaleza. Al fin y al cabo, dicen, el hombre es malvado” (Gruen, 2008, pág. 13)3. De esta forma, se consideran más necesarios los rasgos que garanticen la seguridad, el control y el poder, sobrevalorando aspectos como la fortaleza, los logros y la insensibilidad, por sobre la empatía, la compasión y la expresión de afectos. De esa forma las vivencias y rasgos 3 Si bien la historia “documentada” del mundo está repleta de acontecimientos que dan legitimidad a esta creencia, no hay evidencia científica que compruebe que la violencia es condición natural de los seres humano. Por el contrario, también hay un sinfín de acontecimientos históricos (muchas veces invisibilizados o no resgitrados), en los que comunidades y familias han actuado organizadamente, en colaboración, compasión y empatía, con el propósito de ayudarse a sí mismo, a los otros y a su entorno. Estos acontecimientos positivos permiten confiar en que los seres humanos en su mayoría cuentan con los recursos y habilidades para actuar de forma constructiva y no únicamente destructiva. positivos vinculados a lo femenino se van anulando y restringiendo en los hombres ya que no garantizarían su supervivencia. Así, ni a los hombres ni a las mujeres se les permite construir una identidad que involucre los rasgos positivos de un género y del otro, acotando su campo de autovaloración y autoconocimiento. Las personas quedan divididas y además subordinadas a lo que socialmente más se valora, la fortaleza y la grandeza para afrontar con éxito al ser humano esencialmente violento. Sin embargo, la anulación de aspectos vitales de la condición humana como son el dar vida, la creación, la empatía, la compasión y la expresión de los afectos, generan efectos perversos, alimentando el espiral de violencia. Cuando la capacidad de percepción empática resulta reprimida por la educación a la obediencia y la violencia autoritaria, entonces los niños desarrollan un miedo que emerge en las nuevas situaciones y ante personas desconocidas (Gruen, 2008, pág. 49). De acuerdo con lo anterior, la realidad cotidiana omnipresente de la violencia comenzaría en la familia por medio del proceso socializador opresor del propio interior del niño/a. Por un lado, este proceso socializador divide su integridad sobrevalorando y entrenando más los rasgos positivos de la masculinidad que los femeninos, y por el otro, reprime su oportunidad para desplegar sus capacidades y recursos para construir su propia identidad. Este proceso socializador familiar guiado por las perspectivas adultocéntrica y patriarcal es lo que he denominado “Cultura Patológica”4. La Cultura Patológica se caracteriza por generar daño y enfermar la psique y las emociones de las personas, reproduciendo un espiral de violencias simbólicas, psicológicas, emocionales y físicas. “Los hombres que, a causa de sus experiencias tempranas, fueron convertidos en “inhumanos”, funcionan de un modo totalmente distinto, y no sólo en el sentido psicológico, sino también en un sentido fisiológico” (Gruen, 2008, pág. 51). Cuando un bebé o niño/a recibe cuidados y afectos de sus padres segrega la hormona secretina que regula el estrés y las tensiones. Cuando el ser humano experimenta ternura y amor segrega endorfinas u “hormonas del bienestar” que atenúan la sensación de dolor y desdicha. De acuerdo 4 En el proceso de reflexión y análisis de este artículo e inspirada en el concepto de “estructura patológica” expuesto por Gruen (2008) y por el concepto de creencia irracional de Albert Ellis, denominé como “cultura patológica” al conjunto de creencias, emociones, valores y conductas irracionales, que se comparten colectivamente y que generan daño y enfermedad (agresión y violencia) a la propia persona, a los otros y al entorno. con esto, si un el niño/a carece de cuidados y afecto, no contará con su protección biológica natural, experimentando el estrés, las tensiones y el dolor de forma más poderosa, al nivel de no soportarlo y terminar eliminando sus sentimientos (Gruen, 2008). El proceso interno del niño/a y joven derivado de estos mecanismos de socialización familiar, consiste en buscar estrategias de afrontamiento que le permitan sobrevivir psíquica y emocionalmente. El psicoanalista Gruen (2008) identifica tres mecanismos de afrontamiento psíquico frente al dolor y al sufrimiento. Estos son: la transformación de su percepción de realidad5, para liberar a sus padres de la culpa que tienen en la generación de su sufrimiento y dolor, con el propósito de conservar el vínculo. “Cuestionar el amor de los padres es uno de los grandes tabúes de nuestra civilización” (Gruen, 2008, pág. 30); la desviación de la agresión hacia sí mismo (masoquismo), los otros y el mundo; y la anulación de la experiencia de sufrimiento y dolor por considerarlo “debilidad”, es decir, no se permite vivir estas emociones como una parte natural de la vida. “Generalmente nuestra sociedad oculta nuestra realidad cotidiana del sufrimiento, como ya se ha explicado, el dolor, ya sea físico o psíquico, se considera una debilidad indeseable en un mundo centrado en los logros, la grandeza y la fuerza” (Gruen, 2008, pág. 54). Estas acciones de afrontamiento psíquico que realiza el sujeto en sus primeros meses y/o años de vida, impiden que el niño/a aprenda de estas experiencias y madure emocionalmente. De acuerdo con esto, las emociones de dolor y sufrimiento mal manejadas (no reconocidas y anuladas en su expresión) van alimentando otras emociones negativas como la rabia, el odio, la culpa, la vergüenza y la tristeza, que pueden despertar fácilmente su necesidad de control, posesión y venganza. Un niño/a o joven situado en este escenario, sin duda ya presenta trastornos psíquicos y emocionales que lo llevarán a relacionarse con otros y con su entorno de forma conflictiva, agresiva y/o violenta, más si ha anulado su dolor y lo ha transformado en fortaleza, odio y rabia. 5 Dos niveles: por un lado, el niño desarrolla una percepción de los padres que responde a su comportamiento real, que es opresor y castigador; por otro, queda fijado a una visión idealizada de los padres, que responde al modo que ellos quieren ser vistos. Cómo el niño no puede integrar simultáneamente en su conciencia la idealización de los padres y la percepción de su comportamiento real, se produce en la psique infantil una escisión en la que la realidad desaparece de la conciencia (Gruen, 2008). La opresión de las posibilidades infantiles y su sometimiento a la voluntad de los adultos produce desamparo en el niño y se convierte así en fuente de sentimientos de inferioridad, o de una terrible cólera. (Gruen, 2008, pág. 37). Paralelamente, el niño/a aprende la cultura patológica que le heredaron sus padres y familia, permitiéndose vivir con la idea de que puede demorarse en asumir responsabilidades, y debe fortalecerse (ser siempre fuerte y resistente), ser competente e insensibilizarse, para buscar poder, control y éxito en un mundo que lo amenaza. De esta forma va alimentando una identidad basada en la “Pose”, que se caracteriza por la necesidad de demostrarle a los otros “quien es” para lograr integración y reconocimiento. El proceso que define la construcción de la identidad juvenil supone no sólo un ajuste psíquico interno, sino una confrontación constante del sujeto en su proceso de inclusión en la sociedad. En este proceso de relación recíproca entre la estimulación externa y la vivencia interna subyace la idea de que tanto las personas como la sociedad son guiadas preferentemente por el entendimiento y la racionalidad, sin embargo, la cultura patológica no actúa así. Desde la perspectiva de salud e inspirada en los aportes de Albert Ellis6 (1977) y Arno Gruen (2008) la destrucción y la muerte son expresiones “irracionales”7 que alertan la existencia de trastornos emocionales causados por experiencias de desamor, violencia y represión de los sentimientos de dolor y sufrimiento que estas mismas vivencias generan en todo ser humano. De acuerdo con esto, las relaciones destructivas consigo mismo, con los otros y con el entorno, son transmitidas y reforzadas en los distintos espacios de socialización (estimulación externa) y aprendidas por la persona en su vivencia interna. ¿Cuál es la contribución de las Pandillas o Maras? Para obedecer a las expectativas de sus padres, el ser humano comienza a rechazarse a sí mismo, y a negar sus necesidades y percepciones, lo que deriva en la vivencia de un “falso yo”. La vivencia de cero relación con su ser íntimo y nula experiencia de dolor por considerarlo “debilidad” que debe ser reprimida, se traduce en una incapacidad de sentir compasión por el sufrimiento ajeno. Cuando el niño/a crece y descubre su capacidad de buscar fuera de la familia una vida mejor, decide salir a la calle y esforzarse por encontrar un espacio en la sociedad que valore y reconozca en quien se ha convertido. Lamentablemente, ya ha construido una identidad en base a un “falso yo”, que se 6 http://www.nicolas morenopsicologo.com/sd/3depre_albertellis.php Podría interpretar que para Albert Ellis no hay racionalidad en los actos, pensamientos u emociones que generen daño. No puede considerarse racional aquello que destruye la propia vida, a los otros y al entorno. 7 caracteriza por sobrevalorar el mito “viril” de fortaleza, resolución, insensibilidad y heroísmo. Su identidad construida desde la virilidad posiblemente generará temor en los distintos grupos de la sociedad y terminará siendo excluido. Cuando los hombres no pueden desarrollar un sentimiento de relevancia desde su interior ni por medio de gratificaciones externas, pueden fácilmente convertirse en instrumentos de muerte y destrucción (Gruen, 2008). Para su suerte, existen otros jóvenes que están en situaciones más o menos similares a la suya, agrupados y organizados en Pandillas o Maras. Estos grupos no sólo valoran esta identidad violenta, sino que la fortalecen por medio de rituales y símbolos que dan sentido y mayor resistencia. Son justamente estos jóvenes que han sufrido en su propio cuerpo las lesiones y humillaciones, los que buscan sentirse a sí mismos grandiosos e invencibles, y sentir que los demás son inferiores y merecedores de ser destruidos. De esta forma, “quien mata a muchos enemigos se convierte en héroe y en superestrella” (Gruen, 2008, pág. 97). Cabe destacar que no es la falta de identidad, ni la falta de valores lo que genera los pensamientos, emociones y conductas violentas, sino que por el contrario, es estar lleno de ellos. En este sentido, es el contenido de los pensamientos y emociones los que van otorgando sentido y coherencia a estas conductas destructivas, las que a su vez, van modelando una escala de valores y un tipo de identidad. Recomendaciones para la Política Pública en Prevención de la Violencia Para avanzar en disminuir los niveles de violencia, resulta fundamental que los países refuercen sus esfuerzos por abordar este fenómeno desde la salud pública y no principalmente desde los organismos de seguridad. Existe gran cantidad de evidencia que demuestra que las medidas de control y mano dura no logran disminuir la violencia y que muy por el contrario, agudizan el problema. Es hora de tomar en serio la estrecha relación que existe entre cultura, creencias, emociones y los bajos niveles de salud mental y emocional, ya que cómo se pudo ver en términos muy generales en este artículo, la violencia es una respuesta espontánea y un mecanismo de afrontamiento de los seres humanos frente al dolor y el sufrimiento en sus primeras etapas de vida. Desde la perspectiva de salud, es necesario reforzar los programas de prevención de la violencia en el ámbito familiar, explicando por un lado, la relación entre cultura, salud y violencia, y por el otro, entrenando habilidades parentales que permitan a las madres y a los padres atender de la mejor forma, todas las necesidades de sus hijos. En caso que se detecte violencia intrafamiliar, el niño/a deberá ser acogido y contenido por instancias comunitarias y especializadas que refuercen estímulos externos positivos, donde la expresión y la vivencia de lo “afectivo” deberán cumplir un rol fundamental. Estas estrategias apuntarán a que los niños/as y jóvenes sean capaces de confrontarse al dolor, de asumirlo y de aprender de él, junto con reconocer que han sido agredidos por sus padres y que esto no es culpa suya, ni culpa de la sociedad en su conjunto. De esta forma no transformarán la realidad y se sentirán más comprendidos, reconocidos e integrados. Se recomienda tener presente que detrás de la fortaleza y heroicidad viril, se escode el miedo y la debilidad de seres humanos que nunca pudieron ser ellos mismos, y que confunden destruir con vitalidad. Bibliografía Discovery Channel. (2007). Maras, http://www.tudiscovery.com/maras/ una amenaza regional. Obtenido de Duarte Quapper, K. (2011). Sesión I: El concepto de juventud y su comprensión desde la psicología y sociología. Diploma e-learning, Prevención del delito y la violencia en jóvenes. Modulo I: Juventud y teorías criminológicas. Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile. Gruen, A. (2008). ¿Es posible un mundo sin guerras? sobre el dolor como origen de la violencia. Barcelona, España: Herder. PNUD. (2009). Abrir espacios para la seguridad ciudadana y el desarrollo humano. Informe sobre desarrollo humano para América Central. 2009-2010. Colombia: PNUD. Secretaría General OEA. (2007). Definición y categorización de pandillas. Departamento de Seguridad Pública. Washington D.C: OEA. Urusquieta, M. U. (2011). Sesión V: Marcos teóricos para analizar los fenómenos de violencia y conflictos que involucran a jóvenes. Diploma e-learning, Prevención del delito y la violencia en jóvenes. Modulo I: Juventud y teorías criminológicas. Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, Instituto de Asuntos Públicos, Universidad de Chile.