Historia de la Filosofía 1 Historia de la Filosofía 2 CASTILLA-LA MANCHA CONVOCATORIA JUNIO 2008 SOLUCIÓN DE LA PRUEBA DE ACCESO AUTOR: Qurtuba editores S. L. Opción A Este texto forma parte de la República de Platón, obra que pertenece a los diálogos de madurez del autor. La República es el diálogo más amplio de esta época, síntesis de todos los grandes temas platónicos: el hombre, la sociedad, la justicia, la virtud, la verdad, el conocimiento, el bien… y más concretamente de la organización del Estado. Se encuentran en él algunos de los famosos mitos platónicos, como el de la caverna, que precisamente es el objeto del texto que nos ocupa, pero también el símil de la línea, entre otros. Con la República, en definitiva, se consuma la visión del mundo de Platón. El texto expone la teoría del conocimiento platónico. Aunque Platón nunca elaboró una teoría sistemática sobre el conocimiento, sí exigió dos condiciones necesarias para que este se dé: la objetividad y la universalidad. Si el conocimiento es objetivo y universal se podrá garantizar un saber válido para todos los hombres, alejándolos definitivamente del escepticismo y del relativismo de los sofistas. Su teoría del conocimiento refleja el dualismo metafísico. En Platón tenemos dos mundos separados uno del otro: el mundo sensible, al que accedemos a través de nuestros sentidos, y el mundo inteligible, al que accedemos a través del nous. Platón sostendrá que el único mundo propiamente real es el inteligible, ya que en él radica el ser de las cosas sensibles: «La Idea del Bien […] es la causa de todas las cosas rectas y bellas». El mundo de la caverna, donde los prisioneros confunden la realidad con las sombras que se proyectan en el muro gracias al fuego, aparece simbolizando la realidad sensible, que se nos puede antojar real cuando en realidad solo es una impresión engañosa de nuestros sentidos: «comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del Sol». El mundo externo, al que accede el prisionero liberado de sus grilletes, iluminado por la luz del Sol, simboliza la verdadera realidad, el mundo de las Ideas. El Sol, gracias al que se pueden ver todas las cosas, representa la Idea del Bien, colocada en la cima del mundo eidético en Platón. De igual manera que Platón distinguió dos mundos —uno aparente y otro auténtico— también diferenció entre dos formas de conocimiento: el verdadero saber (episteme) y la opinión (doxa). El conocimiento universal y objetivo tiene que tomar como objeto de estudio lo estable y eterno, es decir, las Ideas, y no el cambiante mundo sensible. La educación supondrá así un ascenso a través de las diversas formas de conocimiento: «compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las © Oxford University Press España, S. A. cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás». Asimismo, la teoría del conocimiento de Platón está profundamente imbricada con su teoría política. En este sentido, la justicia, que será el ideal de la polis platónica, se define como la armonía entre la misión que debe llevar a cabo cada estamento. Los agricultores, artesanos y comerciantes serán los encargados de producir los bienes necesarios para la vida de la población, los guardianes se encargarán de defenderla y los gobernantesfilósofos de dirigirla. En el mito de la caverna, que en realidad es una alegoría acerca de la educación del filósofo, se señala que el prisionero que consigue salir a la realidad deberá regresar a la caverna para comunicar a los otros prisioneros lo que acaba de ver. De la misma manera, el filósofo que, espoleado por el amor, conoce la verdad, debe conducir al resto de la ciudad, por eso en la polis de Platón el rey y el sabio son la misma persona. La filosofía nació en Grecia en torno al siglo VI a. C. favorecida por la peculiar concepción de la religiosidad griega, donde no existían libros sagrados, ni casta sacerdotal, ni dogmas de fe y en la que, incluso dioses y hombres se encontraban sometidos a la moira (o destino) que «adjudicaba a cada uno su parte». Los dioses eran seres con las mismas pasiones y deseos que los humanos, pero inmortales. De este modo, las prácticas religiosas estaban muy vinculadas a la vida pública (la plegaria, el sacrificio y la purificación) y se practicaban cultos que, por ejemplo, pregonaban la inmortalidad y la transmigración de las almas y concebían el cuerpo como una especie de cárcel para el alma. Una teoría que nos recuerda plenamente a Pitágoras y a Platón en su concepción del alma. En el mundo griego, la religión se identificaba con la mitología, cuya divulgación estuvo, sobre todo, en manos de los poetas. El mito, por tanto, era una narración en la que fenómenos naturales y sociales eran explicados por la intervención caprichosa de los dioses y hombres heroicos. Así, el mito para los griegos constituye un paradigma, un modelo de comportamiento ofrecido a los hombres. Desde esta perspectiva, el poeta griego no se diferenciaba mucho del oráculo. Como él, era una especie de médium que conocía el destino. El mito pretendía reflejar una situación intemporal, que formaba parte del pasado, del presente y del futuro. Platón, por ejemplo, utilizaba el mito como parte de su método de conocimiento, pues, para él, el conocimiento no se adquiría de un modo innato, sino que requería de un método que condujera al hombre desde sus estadios Historia de la Filosofía 3 CASTILLA-LA MANCHA más bajos (la opinión) hasta el más alto (el verdadero conocimiento). Dicho método era la dialéctica y su tercera parte era el mito, una herramienta que desempeñaba dos funciones: mostrar la distancia entre las Ideas y las cosas, y, a la vez, ofrecer la ligazón definitiva entre ambas, facilitando la comprensión al auditorio. En el siglo V a. C., la sociedad griega alcanzó su apogeo y Atenas, vencedora de las guerras médicas, representaba el esplendor cultural y político de la democracia (cosmopolita y comercial) y había dejado atrás a la vieja sociedad aristocrática y agrícola. La acrópolis de Atenas —que los persas destruyeron—, fue reconstruida y engrandecida bajo el gobierno de Pericles. El siglo V a. C. también representó en Atenas la culminación de la tragedia griega y del género histórico. La tragedia se originó en torno al culto a Dionisos, cuya evolución, ya con Sófocles y Eurípides, adquirió la forma clásica de personajes y coro con que la conocemos hoy. Herodoto y Tucídides fundaron, por otra parte, el saber histórico, como seña de identidad colectiva del pueblo. En ese contexto nació Platón. El filosofo vino al mundo en Atenas en el 427 a. C., en el seno de la más alta aristocracia. Tomó parte a los 18 años en la última etapa de la guerra del Peloponeso, que terminó con la derrota de Atenas ante Esparta y con la instauración del régimen oligárquico de los 30 tiranos. Así, al período de auge cultural, político y económico de la Atenas del siglo V a. C., le sucedió una época de crisis que concluyó con la pérdida definitiva de la hegemonía de Atenas y el sometimiento al imperio macedónico de Alejandro. Inclinado en un principio hacia la política, su amistad con Sócrates, a quien acompañó en los últimos años de su vida, le hizo orientarse definitivamente hacia la filosofía. Tras la muerte de su maestro en 399 a. C. —condenado a muerte por la recién instaurada democracia ateniense— Platón decidió refugiarse en Megara. Hacia 390, Platón visitó las ciudades del sur de Italia, donde tomó contacto con el pitagorismo, y en Sicilia y trabó amistad con el joven Dión, cuñado del tirano de la ciudad, Dioniso I, a quien intentó influir en su gobierno. Con el fracaso de su primera aventura política, Platón regresó a Atenas (387 a. C.) y abrió una escuela, la Academia, en la que se dedicó durante veinte años a la enseñanza. Por dos veces más regresó de nuevo a Siracusa, tentado por la oportunidad de poner en marcha un gobierno de filósofos, hasta que el asesinato de Dión le hizo renunciar definitivamente a la práctica política. A partir del 361 a. C., dejó casi por completo la dirección de la Academia. Sus últimos años estuvieron dedicados a escribir. Al compás de su vida, la obra de Platón, casi toda ella en forma de diálogos, se dividió en cinco períodos (juventud, transición, madurez, período crítico y vejez) que reflejan la evolución de su pensamiento. Platón parte exponiendo el pensamiento de su maestro Sócrates, y paulatinamente se independiza, proponiendo sus propias doctrinas (entre ellas, la más importante, la de las © Oxford University Press España, S. A. CONVOCATORIA JUNIO 2008 Ideas) y recurriendo al mito para embellecerlas; posteriormente se sumerge en una etapa crítica en la que, con pesimismo, cuestiona todas sus teorías previas; finalmente abandona las cuestiones metafísicas y se dedica a la cosmología y la historia. En este recorrido se observa su intención de superar los obstáculos trazados por la sofística: el relativismo y escepticismo imposibilitaban la búsqueda de la verdad y la ciencia y, por tanto, de la filosofía. Platón quería encontrar algo permanente e inmutable que escapara al carácter de las cosas sensibles, pues solo así podría sentarse un saber estable y duradero: la ciencia. La respuesta la encontró en su dualismo ontológico: si bien las cosas sensibles nacían y morían, cambiaban y se componían de múltiples partes, la especie de la cosa era permanente y una y la misma en todas las cosas de la especie. Aunque un caballo muera, su esencia sigue presente en otros caballos. A esta cualidad inmutable llamó Platón Idea, que quiere decir figura, lo visible. La Idea no puede verse con los ojos del cuerpo sino con los del alma, con la inteligencia. Así, la teoría de las Ideas recoge toda la herencia de los primeros filósofos griegos y el pensamiento de Sócrates. El inmovilismo del Ser de Parménides fue tomado para construir un mundo de Ideas permanente e inmutable, aunque múltiple, ya que eran muchas las Ideas que lo poblaban, a diferencia del Ser unitario parmenídeo. Del pitagorismo, tomó la inmortalidad del alma y el preludio matemático en el acercamiento a las Ideas. Por su parte, el espíritu de Sócrates empapó toda la filosofía de Platón, pues influyó en su concepción del saber como conocimiento de lo universal, la defensa del intelectualismo moral y el interés en cuestiones de tipo ético-político. Por otro lado, el mundo de las cosas sensibles recogió los caracteres de movilidad, materialidad y relatividad propios de Heráclito, del atomismo y de la sofística, respectivamente. En el diálogo se desgranan los temas relativos a la justicia y se expone cuáles son las clases sociales que componen la ciudad y cuáles las partes del alma humana, con sus correspondientes virtudes propias, algo necesario pues, para Platón, la justicia debía buscar la armonía del conjunto social o individual. La metafísica aristotélica La metafísica aristotélica comprende una serie de tratados que escribió el filósofo en los últimos años de su vida, después de su ruptura con la Academia y el platonismo en general. La metafísica aristotélica mantiene una dualidad problemática en torno a la materia de que trata. La metafísica, en cuanto que es una ontología (ciencia del ser y sus atributos esenciales), designa no solo a la ciencia más general que existe (opuesta por ello a las ciencias particulares), sino también a algo que el propio Aristóteles denominó filosofía primera o sabiduría. En este último sentido, puede asimilarse a la teología, lo que además la Historia de la Filosofía 4 CASTILLA-LA MANCHA convertiría en una ciencia particular entre las demás que, junto con la física y las matemáticas, constituiría una de las tres divisiones teóricas de la filosofía. Hay algo que une íntimamente a la pluralidad de cosas existentes, incluso a las contrarias: todas son, tienen ser. Sobre todo lo que pensamos podemos afirmar su existencia, incluso de lo fabuloso también. Sin embargo, y aunque todo tenga ser de alguna manera, ¿tiene ese ser idéntico sentido en todos los casos? Según Aristóteles, todos los sentidos del verbo «ser» se deducen de un análisis de las proposiciones copulativas, es decir, aquellas que conectan un predicado con un sujeto: «Sócrates es hombre». La estructura siempre es la misma: A (sujeto) es B (predicado). No obstante, los distintos tipos de predicación no se refieren al sujeto de la misma manera. «Sócrates es hombre» responde a la pregunta «¿qué es Sócrates?», es decir, nos muestra la esencia (hombre) de un sujeto (Sócrates) y lo define. Sin embargo, «Alejandro es músico» no responde a la esencia de ese sujeto, ni lo define. Alejandro es esencialmente hombre y accidentalmente es músico. Todos estos sentidos del ser o tipos de predicación son denominados por Aristóteles categorías, término que deriva de la palabra griega «atribución». El predicado «hombre» no se refiere al sujeto de la misma manera que el predicado «caro o músico». Hemos visto que «hombre» se refiere a la esencia de un sujeto, es decir, lo que responde a la pregunta «¿qué es?». Las diez categorías de Aristóteles son los distintos modos en que atribuimos un predicado a un sujeto y son, en definitiva, los distintos modos de ser. La primera de las categorías es la esencia (la sustancia). La esencia es la primera y principal categoría, porque sin ella no serían posibles los demás modos de ser. La sustancia posee ser por sí misma, y no necesita de otras categorías para ser. Las afecciones, acciones y determinaciones de la sustancia son denominadas accidentes por Aristóteles. Accidente es todo aquello que necesita de la sustancia para ser. Aristóteles le devuelve al mundo su realidad: lo que realmente existe son las cosas (sustancias), y no las Ideas de Platón. CONVOCATORIA JUNIO 2008 sustancia. La forma es también considerada la naturaleza propia de la cosa. 쐌 La materia es aquello que hace presente a la forma. Sin materia no habría sustancias. La materia prima es indeterminada, ya que no posee ninguna forma que la determine a ser algo. Es lo que es, susceptible de recibir una forma, sin ser de hecho ninguna. Esta materia es algo carente de forma, de cualidades o de extensión. Dicha materia es incorruptible y opera como sustrato último de toda determinación. A la materia conocida, perceptible, la llama Aristóteles materia segunda, y constituye la diversidad de materiales que conocemos: bronce, mármol, madera, poliuretano, vidrio, hierro, plástico, etc. Esta no es la materia prima porque ya está determinada por una forma (la forma de bronce, la forma de mármol, etcétera). Así pues, la sustancia está formada por dos co-elementos eternos, materia y forma, que se diferencian tan solo por el pensamiento y no en la realidad física, donde ambos conceptos se dan siempre indisolublemente unidos. Por último, dentro de la metafísica aristotélica, destaca el concepto del acto y la potencia. El acto y la potencia son dos maneras distintas de ser. Una semilla, por ejemplo, será semilla en acto y árbol en potencia. Aristóteles defiende que el acto prevalece sobre la potencia. Una potencia lo es para un acto determinado, por lo que ese acto, de algún modo, está presente en esa potencialidad. El ser en potencia necesita, para existir, de una cierta actualidad. El nivel de potencia y acto en los distintos seres determina sus grados de realidad: 쐌 Grado menor de realidad; lo tiene la materia prima, que puede ser o convertirse en cualquier cosa, dependiendo de la forma que se le dé. Es pura potencia. 쐌 Grado intermedio de realidad; lo tienen todos los seres naturales, compuestos en mayor o menor medida de potencia y acto. 쐌 Grado máximo de realidad; lo tiene el acto puro o Motor inmóvil hacia el que tienden todos los demás seres. El pensamiento de Karl Marx Estas sustancias están compuestas de dos elementos: la materia (hylé) y la forma (morphé). El hilemorfismo es la teoría que afirma que las sustancias son un compuesto de materia y forma. El pensamiento y la obra de Karl Marx, y de su amigo Friedrich Engels, dio lugar al marxismo, uno de los grandes paradigmas del pensamiento del siglo XX y una de las tradiciones políticas que más ha transformado el mundo. Tal que resulta fácil afirmar que nuestra sociedad actual no sería la misma sin la influencia de Marx. 쐌 La forma es la esencia de la cosa, es decir, aquello que determina a esa cosa a ser lo que es y no otra cosa distinta. Por eso, la forma es la especie, las notas esenciales que hacen que algo sea lo que es y, por lo tanto, pueda ser conocido y definido. Esta forma es eterna, pero no puede existir sin la materia, el otro polo de la Este pensador ofrece una visión materialista y dialéctica de la historia y la sociedad. Marx afirma que es la infraestructura económica de una sociedad —formada a su vez por las fuerzas productivas y las relaciones de producción— la que determina su conciencia o superestructura ideológica. Además, para él las sociedades © Oxford University Press España, S. A. Historia de la Filosofía 5 CASTILLA-LA MANCHA evolucionan dialécticamente, es decir, a partir de contradicciones. Esta visión de la historia pretende ser una visión científica (socialismo científico frente al socialismo utópico de Proudhon y Fourier) y como tal realizar predicciones. Su predicción más conocida se refiere al fracaso del capitalismo y a la creación de una sociedad futura sin clases sociales. Para Marx, lo que caracteriza al ser humano es su distinción respecto de la naturaleza, descrita como producción social de la especie humana. Ciertamente y como los animales, debe resolver sus necesidades naturales, pero lo hace de forma mediata, a través del trabajo. La solución concreta, sin embargo, depende de la época que se considere. El ser humano es un ser histórico que se realiza a sí mismo dialécticamente, es decir, a través de la historia, en la que se suceden diversos modos de producción. De ahí que para Marx la historia humana sea una sucesión de modos de producción. Un modo de producción es una totalidad orgánica que comprende dos estructuras: la infraestructura económica y la superestructura. La infraestructura económica está formada a su vez por dos elementos: las fuerzas productivas (máquinas, instrumentos y los productores mismos) y las relaciones de producción (conjunto de relaciones entre los seres humanos determinados por la actividad económica. La superestructura se compone de una estructura jurídicopolítica (Estado y derecho) y una estructura ideológica (religión, moral, filosofía, etcétera). CONVOCATORIA JUNIO 2008 La diferencia entre el salario que recibe el trabajador por esa fuerza de trabajo y el valor real del mismo es la plusvalía, uno de los conceptos elementales de la teoría marxista. Los análisis económicos basados en este concepto se dirigen a descubrir las diferencias fundamentales en las que se soporta el sistema social. Para Marx, el capital no tendría sentido sin la suma de una plusvalía en todo el proceso de producción, que permite pasar de una cantidad de dinero (D) a una cantidad mayor (D’). El proceso situado entre ambas cantidades es la venta de las mercancías (M) en el mercado por parte del capitalista. Pero dicha ecuación (D-M-D’) no pude darse si el capitalista no se apropia de las condiciones necesarias para la producción: las materias primas, la fábrica, la maquinaria, la fuerza de trabajo, etc. En esta apropiación, además, estriba la diferencia entre las clases sociales, entre el capitalista y el obrero. El materialismo histórico sostiene que en cada época histórica la infraestructura económica condiciona la superestructura ideológica, si bien esta tiene cierto grado de autonomía. El factor determinante del cambio en la historia es la tensión dialéctica existente entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción; así, se puede concluir que el motor de la historia es la lucha de clases. Por eso, es posible concluir que las mercancías, el producto del trabajo, hacen de los obreros objetos ajenos a sí mismos (alienación). Para Marx, la fuerza de trabajo es lo común a todos los hombres, y es lo que constituye su propia esencia. Una esencia que consiste en transformar la naturaleza directamente. Sin embargo, en el modelo de producción capitalista la fuerza de trabajo es comprada y vendida por un salario. Es decir, si la fuerza de trabajo del hombre puede ser comprada, entonces pierde todo su valor cualitativo y queda reducida así a una mera cantidad. De esa manera, el trabajo artesanal se sustituye por el trabajo con la máquina, que cualquier hombre puede realizar al no ser necesaria ninguna especialización. La fuerza de trabajo puede intercambiarse entonces en horas de trabajo y de esta forma, el trabajo concreto del hombre pasa a ser trabajo en general. Como consecuencia, el trabajo se desvirtúa, pues ya no es necesaria la excelencia del artesano. El trabajo se convierte así en trabajo abstracto. Y la esencia del hombre entonces se vuelve extraña al hombre mismo. Dentro del sistema capitalista, Marx otorga el protagonismo a dos clases sociales: la burguesía, que detenta la propiedad privada de los medios de producción, y el proletariado, cuyos integrantes solo poseen su fuerza de trabajo. La parte especulativa o teórica de la filosofía de Marx se complementa con su dimensión práctica, en la que el proletariado es el sujeto revolucionario; en palabras del propio Marx «los filósofos se han limitado a interpretar el mundo; de lo que se trata ahora es de transformarlo». Opción B El texto expone los principios de la ética formal kantiana en contraposición a las éticas materiales, destacando que el valor moral de una determinada acción reside en el cumplimiento del deber y no en las inclinaciones, tal y como se muestra en la última frase del texto: «cuando […] realiza la acción benéfica sin inclinación alguna solo por deber, entonces y solo entonces posee esta acción su verdadero valor moral». Solo sintiendo el imperativo del deber, el hombre se sitúa fuera de la concatenación causal propia del mundo de la naturaleza. © Oxford University Press España, S. A. El texto pertenece a la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, obra central para entender la filosofía moral kantiana. La filosofía kantiana (1724-1804) constituye una investigación acerca de los dos grandes reinos en los que se mueve el hombre: el ámbito de la naturaleza y el de la libertad. Al primero accedemos mediante el uso teórico de la razón, al que Kant dedica su Crítica de la razón pura y Prolegómenos a toda metafísica futura que quiera presentarse como ciencia. El uso práctico de la razón aparece en la citada Fundamentación, en la Crítica de la Historia de la Filosofía 6 CASTILLA-LA MANCHA CONVOCATORIA JUNIO 2008 razón práctica y en la Metafísica de las costumbres, obras ellas en las que se vienen a satisfacer interrogantes a los que el hombre no podía responder especulativamente. de la Revolución francesa—; aunque en cada país se desarrolla en un tiempo distinto y adquiere unas características peculiares. Kant comienza la Fundamentación con una célebre aseveración: «Ni en el mundo, ni en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan solo una buena voluntad»; el bien se define no por lo que se realiza, es decir, por las consecuencias de la acción, sino por el sometimiento de la misma a la forma de la acción moral: la universalidad. Según Kant, toda ley moral tiene una materia y una forma: la materia de la ley es lo que manda la ley; la forma de la ley moral es la universalidad, entendiendo por universalidad aquello que es válido para todas las acciones del mismo tipo, en todo tiempo y espacio y para todos los sujetos y todos los casos. Con esta tesis, Kant se aleja de las éticas materiales, es decir, de aquellas que pretenden derivar sus principios y leyes a partir de la observación de los hechos y que, por tanto se basan en la experiencia. En el texto se alude claramente a ellas al hablar de las inclinaciones («cuando ninguna inclinación le empuja a ello»), que se contraponen al deber. La buena voluntad es la que actúa por deber, y el deber no viene definido por ningún contenido material sino que es el cumplimiento de la ley. En el continente europeo, durante este siglo, la forma más común de gobierno es el «despotismo ilustrado», cuyo lema será «todo para el pueblo pero sin el pueblo». A pesar de ello, las nuevas ideas políticas, nacidas en la Ilustración inglesa —parlamentarismo y división de poderes—, irán prendiendo por todo Occidente, dando lugar a las revoluciones americana (1776) y francesa (1789). El absolutismo y la sociedad feudal serán progresivamente abolidos por este espíritu revolucionario. El movimiento culminará en Francia con el imperio napoleónico y se extenderá progresivamente por toda Europa durante el siglo XIX, desembocando en el triunfo de las democracias parlamentarias de signo burgués. Las éticas materiales —entre cuyos principales representantes encontramos el eudaimonismo aristotélico o el utilitarismo de Stuart Mill— se basan en imperativos hipotéticos (la acción es buena solo como medio para otra cosa). La ética formal, en cambio, se basa en el imperativo categórico (la acción es buena en sí), un tipo de norma que no proviene de la experiencia sino que debe ser definido a priori. Las tres formulaciones del imperativo categórico son: 쐌 Fórmula de la ley universal: «Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal». 쐌 Fórmula del fin en sí mismo: «Obra de tal manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio». 쐌 Fórmula de la autonomía: «Que la voluntad, por su máxima, pueda considerarse a sí misma al mismo tiempo como universalmente legisladora». Por último, es necesario señalar que la moralidad y la felicidad —elemento derivado del anterior— constituyen el supremo bien, en la producción del cual está comprometida la razón práctica. Asimismo, la propia razón práctica postula la libertad, la inmortalidad del alma y la exigencia de Dios como exigencias de la realización del supremo bien. El contexto histórico del pensamiento de Kant corresponde al siglo XVIII, período conocido con el nombre de Ilustración. Esta abarca, fundamentalmente, todo el siglo XVIII, en concreto desde 1688 —momento en el que triunfa la Revolución liberal inglesa—, hasta 1789 —año © Oxford University Press España, S. A. En el ámbito de la cultura, el Siglo de las Luces se caracteriza por el imperio de la razón, el famoso lema sapere aude (atrévete a saber) nos da fe de un momento histórico —la segunda mitad del siglo XVIII— que supone una ruptura con la tradición, la autoridad y el dogmatismo de etapas anteriores. El criticismo kantiano, que asume la necesidad de poner en tela de juicio cualquier idea antes de aceptarla acríticamente, insta a la razón a valerse por sí misma. Frente al oscurantismo y el dogmatismo precedentes, el siglo XVIII abre un nuevo camino para la razón. Los ilustrados defienden la idea de una razón autónoma y crítica, de ahí su interés por la ciencia, por la secularización del pensamiento, por el conocimiento universal (plasmado en la Enciclopedia), su confianza en el progreso y en el desarrollo del ser humano, gracias a la educación, su pretensión de una religión natural desprovista de normas y su defensa de las libertades políticas. Este espíritu ilustrado llegará a todas las manifestaciones del saber: 쐌 En el plano científico, destaca la «física de Newton». Por otra parte, los descubrimientos científicos se difunden y popularizan gracias a publicaciones periódicas y a las «Academias». 쐌 En la esfera del arte, domina el neoclasicismo, caracterizado por su sobriedad frente a los excesos del barroco. 쐌 La música alcanza cotas de gran belleza gracias a autores como Händel, Mozart, Haydn. 쐌 También hay que destacar la edición de la Enciclopedia, obra en la que se intenta recopilar y difundir todos los conocimientos de la humanidad. En cuanto a la metafísica, Kant se encuentra con que esta se diluía en continuos debates sin posibilidad de acuerdo entre los expertos. Esta situación contrastaba con el desarrollo y el consenso conquistados por la física y las matemáticas. Kant hará referencia a esta situación de conflicto en la metafísica, disciplina que sitúa en un «campo de batalla», una inestabilidad que se debe, precisamente, a la Historia de la Filosofía 7 CASTILLA-LA MANCHA falta de reconciliación entre las propuestas del empirismo y las del racionalismo. Así, mientras el racionalismo —caracterizado por su confianza absoluta en la razón y su desprecio por la experiencia— caía en el dogmatismo, el empirismo —al hacer de la experiencia el origen y el límite del conocimiento— se veía incapacitado para justificar el valor universal y necesario de las leyes científicas, un conflicto cuyo final era el escepticismo. La solución de Kant consistió en diseñar un sistema que, concediendo el valor debido a la experiencia, garantizara la universalidad y necesidad del conocimiento. Sin embargo, Kant no se limitó al ámbito del conocimiento racional, ya que también se ocupó del papel que debía desempeñar la razón en el terreno de la moral. Así, a partir de la pregunta «¿qué debe hacer el hombre?» desarrolló toda su teoría ética. Concepción cartesiana de la realidad Descartes cree que la razón es lo que caracteriza primordialmente al hombre. Debido a ello, el edificio filosófico que construye surge de la desilusión por la falta de seguridad de muchas creencias, especialmente de la filosofía. De ahí que el afán de Descartes sea el de fundamentar ese edificio sobre cimientos sólidos, esto es, construir una nueva filosofía caracterizada por la seguridad de su conocimiento, al igual que las matemáticas. Pero Descartes es consciente de que esa edificación no puede llevarse a cabo sin el método adecuado. Las matemáticas parten de axiomas —que son verdades simples y evidentes— y deducen otras verdades más complejas a partir de ellas, por lo que propone un método similar para la filosofía, compuesto por una serie de reglas: evidencia, análisis, síntesis y revisión. El objetivo de Descartes es llegar, igual que las matemáticas, a verdades absolutamente indudables, es decir, llegar a una filosofía segura y definitiva. Una certeza es absoluta cuando sobre ella no influye duda alguna, por ello, la duda tiene como principal misión obtener certezas evidentes. ¿Cómo encontrar esa primera verdad evidente, de la que no se pueda dudar y que se convierta en el fundamento de su sistema? Para Descartes, el mejor camino es dudar de todo —dado que la metafísica no abarca una única parcela de la realidad, sino todo—, suspender cualquier juicio y considerarlo todo provisionalmente como falso. Descartes se propone así dudar metódicamente de todo hasta encontrar algo de lo que sea imposible hacerlo y que, por tal motivo, sea absolutamente cierto y pueda constituirse en la base de su sistema filosófico. CONVOCATORIA JUNIO 2008 Asimismo, en Meditaciones metafísicas plantea la hipótesis de la existencia de un «genio maligno» en la que finge que el ser humano ha sido creado por un ser poderoso, pero malvado, un ser que ha diseñado la mente de tal modo que nos lleva a equivocarnos, aun en aquello que nos parece más evidente. Ahora bien, a lo largo de todo este proceso hay algo que permanece indudable: el mismo hecho de la duda y, puesto que dudar es una forma de pensar, también podemos tener la certeza absoluta de que pensamos y de que, por lo tanto, existimos aunque sea como meros entes pensantes (cogito ergo sum). Al menos, podemos estar seguros de que la res cogitans existe, aunque todavía no tengamos la prueba de la existencia de un cuerpo y del mundo exterior. Para romper con el solipsismo (forma radical de subjetivismo según la cual solo existe o puede ser conocido el propio yo), en el que parece haberle cercado la duda metódica, Descartes distingue entre ideas adventicias, facticias e innatas y entre las ideas innatas, Descartes propone la idea de Dios (res infinita). A partir de esta idea (solo Dios como Ser infinito y real puede ser la causa de la idea innata de infinito que posee el sujeto pensante), Descartes deduce su existencia real y la existencia del mundo; pues Dios es infinitamente bueno y veraz y no puede permitir que el yo se engañe al creer que su idea clara y distinta del mundo es falsa (res extensa). Esta realidad estará dominada por un férreo mecanicismo: el mundo se comporta como una máquina, de modo que si se conoce el conjunto de elementos presentes en la materia pueden predecirse con exactitud los estados siguientes. Solo tiene en cuenta la causalidad eficiente en la que queda excluida toda fuerza animada y toda causa final. También, como consecuencia del establecimiento de una res cogitans y una res extensa, Descartes afirmará el dualismo mente-cuerpo, dos sustancias completas e independientes que no se necesitan mutuamente para existir. Conocimiento y lenguaje en Guillermo de Ockham De acuerdo con el famoso principio de la navaja de Ockham, «no hay que multiplicar los entes sin necesidad». En consecuencia, se debe prescindir de los complicados procesos de abstracción o de la referencia a ideas innatas, ya que, según Ockham, conocemos la realidad de un modo directo e intuitivo a través de los sentidos. 쐌 A los razonamientos, es decir, a la deducción, puesto que es posible cometer errores lógicos. Captar la realidad es tomar conciencia de su pluralidad, de la asombrosa singularidad de cada criatura. Solo los sentidos captan en su totalidad la radical originalidad de cada cosa y es el entendimiento el que forma imágenes mentales de aquellas realidades que más semejanzas guardan entre sí. Todo esto implica que para entender es necesario eliminar todo aquello que no resulta evidente y dado en la intuición sensible. 쐌 A la realidad de cuanto conocemos o percibimos, ya que esta podría no ser sino un sueño. En este sentido, es fácil derivar de esta teoría un claro criterio empirista, según el cual debemos rechazar no Para Descartes, la duda se extiende: 쐌 A todo aquello que es conocido por los sentidos. Quizá los sentidos pueden engañarnos, no debemos confiar nunca en ellos. © Oxford University Press España, S. A. Historia de la Filosofía 8 CASTILLA-LA MANCHA CONVOCATORIA JUNIO 2008 solo las ideas innatas, sino también todas aquellas ideas abstractas de las que no tengamos una experiencia empírica. Con ello, Ockham no solo critica a muchas filosofías anteriores, sino que toma posición en una de las disputas medievales más controvertidas: la polémica de los universales, en la que en cierto modo se combinan conocimiento y lenguaje. lugar son las cosas y a continuación las palabras; así, en todo momento debemos ser conscientes de que estas no pueden identificarse con aquellas. Respondiendo a este problema, Ockham creará una de sus teorías más conocidas, el nominalismo. Con su propuesta nominalista no solo cuestiona la validez de las ideas abstractas, sino que sencillamente afirma que los universales —conceptos que habían venido jugando un papel esencial en toda la historia de la filosofía— no existen. Se trata de creaciones humanas de tipo lingüístico y en realidad no son más que el «aire de la voz». Su existencia se reduce a la sonoridad que se agota en cuanto el universal termina de pronunciarse, pero no hay ningún fundamento real para hablar, por ejemplo, de ideas, formas o esencias. Esta facultad —que Ockham denomina suppositio— es la que dota al lenguaje de su gran poder significativo, ya que convertidas en signo no necesitamos de las cosas para referirnos a ellas. Los universales son solo palabras, nombres que utilizamos para ocupar el lugar de las cosas: nomine. No debemos dejarnos engañar por el lenguaje, ya que la palabra no crea la realidad, sino que es nuestra voluntad la que, a partir de la realidad, crea la palabra. En primer © Oxford University Press España, S. A. Para comprender bien la propuesta de Ockham es importante adentrarse, brevemente, en su filosofía del lenguaje, según la cual las palabras tienen la capacidad de suplantar a las cosas. Las palabras nos traen las cosas a la mente. Pero no lo hacen de un modo absolutamente fidedigno: nuestra mente selecciona los rasgos más característicos de las cosas a partir de la observación directa de nuestros sentidos. Por pura economía del lenguaje, prescindimos de la radical originalidad y exclusividad de cada cosa, y asignamos a aquellas que se parecen una misma palabra, un mismo universal. De esta forma, es posible la comunicación ya que, aunque el lenguaje sea una herramienta imperfecta para ser copia exacta de la realidad debería haber una única palabra para cada cosa , resulta tremendamente útil y práctico guiarnos por las imágenes mentales que formamos a partir de la experiencia. Historia de la Filosofía 9