ENERO DE 1962: El despertar dominicano” Por Miguel Guerrero 1 UNA MISION INGRATA “Se puede muy bien despojar una historia de su realidad al intentar hacerla demasiado verídica” OSCAR WILDE 1 Eran aproximadamente las 11:25 de la noche cuando el Chevrolet negro matrícula oficial abandonó el área restringida del parqueo del Palacio Nacional y se internó en la calle Doctor Delgado. Una ráfaga de ametralladora se oyó a distancia. La ciudad dormía anestesiada por horripilantes episodios de violencia y sangre. Había dejado de llover momentos antes y del pavimento aún caliente subía un vapor que hería las narices. A una leve señal de uno de los dos ocupantes del asiento trasero, el conductor, un cabo vestido en sudoroso traje de faena, bajó las ventanillas delanteras. Un repentino soplo de viento acarició suavemente los cansados rostros de los dos personajes que permanecían en silencio mirando las oscuras callejuelas al paso lento del automóvil. Tan condenada noche húmeda y calurosa, como todas en aquel agitado invierno con temperaturas superiores a los 28 grados Celsius, tenía un significado especial para esa pareja tan extraña. La ciudad hervía tras los peores estallidos de violencia en muchos años y el Gobierno instalado la noche anterior parecía condenado de antemano. Los dos hombres –el capitán de fragata Francisco Amiama Castillo y el doctor Eudoro Sánchez y Sánchez- tuvieron aún tiempo para reflexionar sobre su ingrata misión, cuando el coche pasó por alto una señal roja del semáforo en la esquina de la Avenida Independencia y se internó luego por la calle Padre Billini. La vía estaba franca. Con la excepción de uno que otro vehículo militar no había tránsito esa noche, a causa del toque de queda. El automóvil se deslizó a mayor velocidad 2 hacia su destino: el edificio del matutino El Caribe, en el punto más apartado de la zona colonial, en la intersección de las calles El Conde y las Damas, allí donde España había sentado cuatro y medio siglos atrás el centro de actividad de la primera colonia europea en el Nuevo Mundo. Un relámpago rasgó la densa y mortecina oscuridad dando un toque de tenebrosidad al ambiente. A lo largo del trayecto, algunos ojos curiosos espiaban por las ventanas de las viviendas sumidas en la penumbra al paso del automóvil. Para Sánchez y Sánchez se acercaba una misión ingrata. Como periodista retirado no era tarea fácil aquella. Tampoco lo era para el tranquilo oficial de carrera sentado a su lado. El primero hubiera querido quedarse en casa aquella noche. El segundo prefería estar en su cuartel. Aquella noche del miércoles 17 de enero de 1962, el Ejército estaba en alerta y él, Amiama Castillo, había recibido un llamado urgente de Palacio, la sede del Gobierno. En medio del caos que envolvía a todo el país, se les había encomendado ejecutar la censura de prensa. Una rápida y violenta sucesión de acontecimientos muy graves estaban precipitando cambios que escapaban al control de todo el mundo. Un nuevo gobierno había sido formado la noche anterior. Pero la Junta Cívico-Militar que sustituyó el Consejo de Estado en medio de la confusión reinante no parecía tener mucho futuro. El presidente del Consejo, doctor Joaquín Balaguer, había renunciado. Otros cuatro miembros –Rafael F. Bonnelly, Eduardo Read Barrera, Nicolás E. Pichardo y monseñor Eliseo Pérez Sánchez- habían sido encarcelados y forzados a dimitir. 3 La Junta que tomó el control de Palacio había encontrado inicialmente dificultades para integrarse por completo. Se habían anunciado originalmente cinco miembros: tres civiles –Armando Oscar Pacheco, Luis Amiama Tió y Antonio Imbert Barrera- y dos militares –el contraalmirante Enrique Valdez Vidaurre, de la Marina; y el mayor piloto Wilfredo Medina Natalio, de la Aviación Militar. Sus dos otros integrantes, el licenciado Huberto Bogaert, quien la presidiría y el coronel Neit Nivar Seijas, del Ejército, no habían aparecido en la proclama porque estaban fuera de la ciudad en ese momento. El hombre fuerte detrás de ella era el general Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría. Aunque Bogaert había asumido en la mañana de ese día la Presidencia, algo era obvio: su tiempo estaba contado. La Junta fue instaurada a las 10:25 de la noche del martes 16 en una ceremonia en el Palacio Nacional, cuando todavía el eco de los grandes disturbios de horas antes consternaba la ciudad. Cinco personas habían muerto ametralladas por las tropas y más de una veintena había resultado herida. Débiles columnas de humo se levantaban todavía sobre los restos de edificios incendiados por turbas enfurecidas. El acre olor a neumáticos quemados cargaba el aire. La violencia seguía apoderada de la ciudad y los militares se mostraban incapaces de controlar la situación y restablecer el orden. Por lo menos otras ocho personas habían muerto en la cadena de incidentes sucesivos. El servicio meteorológico había pronosticado tiempo medio nublado, aguaceros diversos con vientos suaves a moderados y temperaturas sin cambio. El clima político era menos estable con vientos de tormenta soplando hacia todas las direcciones. Los militares habían disparado contra una multitud reunida en el 4 Parque Independencia frente al local del Distrito, o sea de la ciudad, de la Unión Cívica Nacional (UCN), la principal fuerza opositora. La Junta instalada en medio de un acto de fuerza había establecido el estado de sitio en todo el país. Informes provenientes de diversos puntos del interior insinuaban un estado general de intranquilidad y rebelión civil. El martes 16 multitudes recorrían las calles céntricas de Santo Domingo desde las primeras horas del día. Preocupadas por la agitación que amenazaba la estabilidad del régimen, las autoridades despacharon tropas especiales de la Aviación Militar a restablecer el orden. El foco de las protestas se había centrado frente al local de la UCN, desde cuyo balcón los altoparlantes difundían aires marciales y proclamas contra los militares de San Isidro, la base principal de la fuerza aérea que había sido el cuerpo élite de Ramfis Trujillo, el hijo mayor del tirano, Rafael Trujillo, muerto a tiros en una emboscada la noche del 30 de mayo, siete meses y medio antes. La excitación se fue apoderando de la muchedumbre en constante aumento, a medida que avanzaba el día. En horas de la tarde llegaron los primeros refuerzos. Tanques de guerra se situaron frente al local, obstaculizando el tránsito de vehículos por el tramo de la Arzobispo Nouel, comprendido entre las calles Estrelleta y Palo Hincado. Otros vehículos blindados se habían situado en diferentes puntos de la vía y alrededor del parque, donde cientos de personas palmoteaban y lanzaban consignas en contra del Gobierno. Desde un altoparlante se escuchaba la voz grabada del líder de UCN, doctor Viriato Fiallo: “¡Basta ya, basta ya!” 5 Claudio Vásquez había estado formando parte de la multitud desde las diez de la mañana. Cansado, empapado de sudor y con el estómago mordiéndole por el hambre, tomó la decisión de irse. Miró el reloj de pulsera Atlantic que le había regalado su madre hacía apenas unos meses al cumplir los 17 años y se dirigió a su compañero, José Américo Tavárez, su entrañable vecino de los alrededores del Parque Eugenio María de Hostos, en Ciudad Nueva. -Son casi las cuatro- le dijo-, vámonos. La barra Dumbo, situada en la planta baja del edificio de dos pisos que ocupaba la UCN, frente al parque, había cerrado antes de la llegada de los tanques y las tropas de refuerzos. “Si queríamos comer teníamos que irnos. Por eso convencí a José Américo de que regresáramos a casa. Además, tenía miedo de la actitud de los militares. Uno que estaba enfrente de mí, lucía nervioso y excitado en grado extremo y vi cuando rastrillaba su ametralladora”, diría Vásquez años más tarde. La pareja de amigos había alcanzado ya la calle Pina con Canela, cuando a sus espaldas se escucharon los primeros disparos. Los acontecimientos se habían sucedido en tropel, con una rapidez asombrosa a la que no tardarían en acostumbrarse los dominicanos. Los vientos iniciales de libertad y democracia habían creado una válvula al través de la cual se escapaban los excesos. En las principales ciudades del país se producían hechos inusitados de violencia. Las autoridades parecían incapaces de hacer frente a estos 6 brotes emocionales de multitudes espontáneamente formadas para dar satisfacción a impulsos reprimidos durante largos años. A pesar de ello, el año recién iniciado parecía lleno de promesas alentadoras. Junto al caudal de malas noticias, que tendían a estimular el tradicional pesimismo nacional, ocurrían hechos esperanzadores. La democracia daba sus primeros pasos para sepultar los vestigios del orden tiránico cuyos remanentes todavía pugnaban por sobrevivir y conservar su influencia. El presidente Joaquín Balaguer actuaba con prudencia, consciente de que la precipitación podía ahogar, bajo la marea del entusiasmo y la ira popular, los primeros aleteos democráticos. El proceso mismo de destrujillización, frente al cual parecía haber consenso nacional, no se presentaba como una tarea fácil, capaz de llevarse a cabo de la noche a la mañana. La experiencia de la fallida intentona de golpe trujillista, que había desencadenado a mediados de noviembre hechos singulares y determinado la expulsión de los remanentes de la familia del dictador asesinado mostraba en toda su desnudez los peligros que aún acechaban. Los Trujillo intentaron el 19 de noviembre de 1961 un golpe de fuerza para preservar el poder y perpetuar a Ramfis, jefe de las Fuerzas Armadas, en el solio usurpado por su padre durante 31 años. Las presiones internas y de Estados Unidos, que estacionaron buques de guerra en las aguas territoriales dominicanas disuadieron a los herederos del dictador. La intentona fallida determinó el exilio definitivo de los familiares de Trujillo. La economía era una prioridad tan inaplazable como las libertades públicas. En medio del ambiente carnavalesco proyectado por la lucha política, sólo Balaguer, 7 en el gobierno y Juan Bosch, en la oposición, entre los líderes nacionales, parecían tener un cuadro completo de la situación nacional. A los ojos de los demás, la herencia trágica de miseria y escasez de la tiranía podía supeditarse a la natural necesidad de la población de reprimir sus ansias de libertad tanto tiempo encarcelada. Para la mayoría de ellos el tema político tenía prioridad sobre el debate económico. Pero los problemas sociales parecían impostergables. Algún tiempo después Bosch expondría su posición de esa época en los términos siguientes: “El día de mi llegada a Santo Domingo los jóvenes del barrio Ciudad Nueva se batían con la policía. Esos jóvenes eran catorcistas, comunistas, emepedeístas o no pertenecían a ningún grupo, pero formaban la vanguardia de acción directa de Unión Cívica y peleaban contra la policía porque pensaban que la lucha nacional debía de llevarse a cabo en el terreno político. Ninguno de ellos creía que la solución de los problemas debía buscarse en el campo económico y social”. (“Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana”, pág. 40, 3era. edición, Centro de Estudios y Documentación Sociales, A.C. México, D.F.). Bosch estaba persuadido de que el propósito de la UCN era la simple sustitución de Balaguer y del Secretario de las Fuerzas Armadas, mayor general Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría, no la implantación de reformas, y así lo explica en el libro citado: “En cosas de días se sentía crecer la presión; se veía a los jóvenes de acción de la UCN destruir las bombillas de las calles mediante el uso de tirapiedras infantiles que manejaban con asombrosa puntería; se les veía romper vitrinas y provocar motines; en horas de la noche resonaba por los barrios de pequeña y mediana clase un 8 intenso golpear de latas cuyo fin era extender la agitación por actos reflejos; las cadenas telefónicas funcionaban sin cesar transmitiendo rumores, consignas y chismes; de las estaciones de radio salían una tras otra incitaciones a la violencia; en los mítines radiales se predicaba la guerra santa contra Balaguer y lo mismo se hacía en los periódicos de la UCN y del 14 de Junio. Pero no se hablaba de reformas, y eso era lo único que le interesaba a la masa popular. Sólo el PRD mantenía su propaganda sobre las reformas y sólo el PRD no predicaba odio. No interesaban las reformas sociales y económicas, aunque las hiciera Balaguer -y de ser posible, hechas por Balaguer, puesto que, a nuestro juicio el pueblo no podía esperar-, porque el PRD no estaba luchando por el poder sino por un cambio beneficioso para las grandes masas”. Balaguer, en su difícil situación, parecía haber adquirido conciencia de la importancia de las reformas. En el ojo del huracán, luchando por salvar la marcha del proceso y asentar lo que a su entender serían las bases de la democracia futura dominicana, debía también preocuparse por su propia seguridad. El estaba de hecho señalado. Como colaborador íntimo de Trujillo estaba obligado a cargar con ese estigma y lucía dispuesto a cumplir con su responsabilidad cualquiera que fuese el precio. Balaguer había asumido su papel con vigorosa energía y celo. Se había comprometido en la defensa del derecho del pueblo a encauzarse por derroteros democráticos y pese a las dificultades de toda índole parecía empeñado en cumplir con su tarea. Aún sus adversarios más acérrimos entendían que él trataba de hacer su papel. Tenía que irse en algún momento, pero muchos reconocían que sin él 9 sería en extremo difícil llegar al punto de estabilidad relativa que permitiera salvaguardar las débiles estructuras sobre las cuales deberían crearse las instituciones que servirían de soporte al sistema democrático. Mientras esperaba estoicamente la suerte que le tenía deparado el destino, Balaguer se esforzaba por enderezar la economía y mejorar las perspectivas de la administración que él ya entonces suponía que debía suplantarle para dirigir al país hacia elecciones libres, las primeras en más de tres décadas. El gobierno había intervenido la Chocolatera Industrial de Puerto Plata como otras tantas propiedades de los Trujillo. Por instrucciones suyas el director general de Administración, Control y Recuperación de Bienes del Gobierno, Fidel Méndez, había logrado ubicar más de un millón de dólares depositado por esa empresa en el exterior. El dinero, depositado en una cuenta de la Chocolatera en una sucursal de The Royal Bank de Nueva York, había sido recuperado y trasladado a las arcas del Banco Central. Era una suma cuantiosa para una economía como la dominicana que reflejaba dramáticamente el nivel de utilidades generado por las Empresas bajo el control de los Trujillo. En los meses anteriores a la muerte del dictador, el boicot decretado por la Organización de los Estados Americanos (OEA), tras encontrarse a Trujillo culpable de complicidad y organización en el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, había contribuido a debilitar el régimen férreo de treinta años. Y a hacer más rigurosas las calamidades de la población. Los precios de los alimentos se habían incrementado y muchos otros escaseaban. El desempleo laceraba brutalmente las posibilidades de la gente común. En sentido general, las 10 condiciones de vida de la mayoría habían descendido en términos reales y concretos. Las vicisitudes derivadas de las sanciones diplomáticas y económicas impuestas a Trujillo por el atentado contra Betancourt, habían, sin duda, erosionado la credibilidad y confianza del pueblo en el tirano, al que había adulado con tanto fervor durante años. Balaguer se había propuesto obtener el levantamiento de las sanciones. Las mismas imposibilitaban el mejoramiento de la economía. El estancamiento constituía, de hecho, un obstáculo al proceso de democratización. Los sectores políticos partidarios de un régimen basado en el libre juego de las ideas, si bien propugnaban por una salida de Balaguer, respaldaban sus esfuerzos para librar al país de un lastre tan penoso como el boicot regional. La impresión el primer día del año era que la OEA se encaminaba a poner fin al período de aislamiento al que se había condenado a Trujillo. Fuerzas internas actuaban, sin embargo, para evitarlo. Los grupos de izquierda, aguijoneados por Cuba, entendían que el boicot podía serles útil todavía. En medio de esas rivalidades, el gobierno, cada vez más débil y carente de apoyo, luchaba tenazmente por evitar el naufragio del proceso. Noticias del exterior contribuían a mantener cierto grado de optimismo, en medio de la violencia y el desorden y la pérdida del principio de autoridad producto de la falta de un gobierno fuerte. En Washington, el presidente John F. Kennedy había anunciado su intención de recomendar una revisión amplia de la Ley azucarera, lo que daría oportunidad a las naciones suplidoras, como la República Dominicana, a mejorar su participación en ese mercado de precios preferenciales. El boicot de la OEA alejaba, sin embargo, las posibilidades de que una acción de 11 esa naturaleza beneficiara la economía nacional. El levantamiento se presentaba como una tarea de la mayor prioridad. Los problemas tenían un matiz principalmente domésticos. A las dificultades de orden natural legadas por la tiranía se sumaban las propias del debate político partidario. Balaguer había cerrado el año 1961 con un nombramiento sorpresivo. La designación como Secretario de Estado de Trabajo de Nicolás Silfa, una connotada figura opositora perteneciente al Partido Revolucionario Dominicano (PRD), de Juan Bosch, que aspiraba a la Presidencia, desató una controversia en la que el gobierno figuraba como el blanco de las críticas. Según Bosch, el partido nunca fue consultado y Silfa asumiría la posición a título personal. Poco después arreciaba sus críticas asociando la designación a un plan para socavar la unidad interna del PRD. Ello, advirtió, tendría repercusiones en el desenvolvimiento democrático. Dentro del contexto general de la situación, la polémica complicaba las cosas, alejaba las posibilidades de que el nombramiento implicara cierto grado de apoyo político al Gobierno. Abrumado por estos antecedentes, Sánchez y Sánchez reclinó su cabeza sobre el espaldar del asiento Chevrolet placa oficial, miró a su impasible compañero de misión, el capitán Amiama Castillo, tranquilamente sentado a su lado, y abrió un poco las ventanillas del automóvil. Una débil y fresca brisa acarició sus rostros. El coche se detuvo unos segundos ante una esquina y continuó su lenta marcha hacia el edificio de El Caribe, en la parte más oriental de la zona colonia de la ciudad. 12 2 ¡QUE MANERA DE INICIAR UN AÑO! 13 “Es verdad curioso ver a los diablos hacer sus cálculos sobre lo creado” FAUSTO A. MEFISTOFELES, en “FAUSTO” de WOLFGANG GOETHE 14 Aquel primero de enero tenía mucho de singular. Para el buen número de dominicanos que la noche anterior permaneció fiel a la costumbre de cenar opíparamente y beber hasta el cansancio, la festividad del Año Nuevo brindaba la oportunidad de un descanso para superar la borrachera. Ajenos a los acontecimientos, centenares de parejas esperaron el amanecer en el Malecón tras la llegada del nuevo año por el que habían aguardado en centros nocturnos y de recreo. La innumerable cantidad de vasos, botellas y restos de comida esparcidos por toda la extensa avenida George Washington, a lo largo del litoral, testimoniaba la intensidad de la juerga. Apenas unos cuantos coches circulaban esa mañana la vía, usualmente concurrida. La tranquilidad se afianzaba con el avance de las horas. A las once de la mañana podían contarse con los dedos de las manos el número de transeúntes. Los habitantes de la ciudad habían trasnochado como para que a esa hora pudieran estar despiertos, con ánimo de hacer nada. Por eso, muy pocos se percataron de que en sus pantallas de televisión, el Canal 4 de la televisora oficial Radio Santo Domingo Televisión, la antigua voz Dominicana de Petán Trujillo, el lascivo hermano del dictador que había intentado un golpe militar en noviembre, y encabezado el exilio de la familia poco después, proyectaba un acontecimiento histórico que marcaría el curso de la vida de todo el pueblo. A esa hora, con una puntualidad inusual, el presidente Balaguer procedía a juramentar y poner en posesión a los nuevos miembros del Consejo de Estado, que compartiría con él las tareas del gobierno. Encabezaba el grupo el licenciado Rafael F. Bonnelly, un prominente abogado de Santiago, la segunda ciudad del país, que 15 había ocupado altas posiciones en la dictadura de Trujillo, a partir de mediados de los años 40, después de habérsele considerado como una figura sospechosa. Trujillo le había restablecido su confianza y amistad después que Bonnelly, como presidente de un exclusivo club social de Santiago, se viera precisado a pronunciar un discurso lleno de encendidos elogios hacia el dictador. Como vicepresidente del Consejo, Bonnelly estaba señalado como el pronto sucesor de Balaguer. Los días de éste al frente del gobierno parecían esa mañana soleada de Año Nuevo más próximos a su fin. Completaban el “staff” del nuevo gobierno ampliado cinco prominentes ciudadanos, el licenciado Eduardo Read Barrera, abogado, tan conocido como Bonnelly; el doctor Nicolás Pichardo, respetado y tranquilo médico cardiólogo aficionado al ajedrez; monseñor Eliseo Pérez Sánchez, uno de los principales jerarcas de la Iglesia Católica, y los dos únicos sobrevivientes del complot que culminó con el asesinato de Trujillo, Luis Amiama Tió y Antonio Imbert Barrera. El poder real lo ejercían en este grupo el vicepresidente Bonnelly y estos dos últimos hombres. Los demás parecían simples figuras decorativas. De un modo u otro todos habían estado ligados al régimen trujillista. La instalación del nuevo gobierno contribuía a aflojar las tensiones y a propiciar la calma. Su tarea principal era la de crear las condiciones necesarias para la celebración de elecciones libres y democrática antes de finales de ese mismo año. Su deber era entregar el poder el 27 de febrero de 1963, aniversario de la Independencia, al hombre que resultara electo Presidente en esos comicios, los primeros realmente libres en más de 30 años. Sin embargo, los sentimientos y 16 expectativas generales en torno a los objetivos y capacidades del Consejo instalado esa mañana parecían muy divididos. La falta de respaldo político que había marcado desde un comienzo la suerte del precario régimen de Balaguer, se perfilaba en el destino político de aquellos hombres que, vestidos de oscuro, prestaban juramento, prometiendo ser fieles a la Constitución y a las leyes de la República. Las sonrisas que exhibían frente a las cámaras de televisión no alcanzaban a ocultar la enorme preocupación que les embargaba. El peso de la responsabilidad puesta sobre ellos lucía, al entender de muchos de sus compatriotas, superior a sus fuerzas. Todos estaban conscientes de que al pasar al primer plano de la vida pública nacional ponían también en juego sus vidas. Los sentimientos de una gran parte de la opinión pública habían quedado resumidos ese día en el texto de un editorial publicado por El Caribe: “La desaparición de Trujillo y su clan del escenario político durante 1961 ha abierto un cúmulo de expectativas halagadoras. Las peores características de la tiranía trujillista han quedado atrás y se ha avanzado bastante en el proceso de liquidación de los aspectos más sombríos de la misma, cosa que es, sin ningún género de dudas, un preliminar indispensable al establecimiento de una genuina democracia representativa”. El editorial advertía contra la posibilidad de pretender que el peligro hubiera pasado. “El terror rastrero, incubado por una maquinaria gansteril patrocinada y mantenida por el Estado, ya no está presente. Y ese sólo hecho ha dejado en el ánimo popular la rara sensación de alivio que produce la súbita salida de una horripilante pesadilla. Ese nuevo estado de ánimo no debe, sin embargo, 17 conducirnos a una falsa sensación de seguridad. pesada y sus frutos muy amargos todavía. La herencia de la dictadura es La inmensa mayoría de los graves problemas nacionales creados y fomentados por el régimen trujillista están aún sin resolverse”. El fondo del editorial se resumía en el párrafo siguiente: “Este año puede ser un año de felicidad; pero también puede ser un año de profundas dislocaciones sociales y políticas”. La incontenible marea de disturbios que sacudía el territorio nacional de un extremo a otro, confirmaba este aserto. Más que una advertencia era una premonición. Diecinueve familias pobres, con un total de 92 personas, habían ocupado por las malas la mansión donde vivía la familia García Trujillo, en la avenida Bolívar. Turbas habían saqueado antes la enorme residencia de la calle Pedro Henríquez Ureña donde en una oportunidad vivió Trujillo. Uno de los ocupantes de la casa de los García Trujillo era Ofelia Castillo, quien fue por años su cocinera de confianza. Ofelia había encabezado la turba instalándose en la habitación principal de la residencia. Con lágrimas en los ojos había dicho que los propietarios de la mansión se habían ido del país adeudándole 50 pesos, el salario de tres meses. actuaba como dueña de la casa. Ahora Estas ocupaciones violentas no eran acciones aisladas. Eran producto de la agitación y desorden que envolvían a todo el país; la fuente de donde podían brotar las “dislocaciones sociales y políticas” sobe las que advertía El Caribe. 18 Uno de los problemas más espinosos a que debía hacer frente de inmediato el gobierno colegiado que prestaba juramento esa mañana en el Salón de Embajadores de la tercera planta del Palacio Nacional, en presencia del Cuerpo Diplomático, funcionarios civiles, invitados especiales y oficiales de alta graduación de las Fuerzas Armadas, era el de los exiliados. Balaguer había sido objeto de fuertes ataques por las dificultades encontradas por adversarios de Trujillo para retornar al país e incorporarse a las lides políticas. La Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), responsable de la casi cotidianas movilizaciones en los predios de la universidad estatal y otros centros escolares públicos, culpaba horas antes al gobierno de la situación, acusándole de un presunto plan para impedir el regreso de los exiliados. A la protesta siguió un agrio comunicado, sustentado por 40 asociaciones de profesionales y comerciantes, exigiendo garantías para el regreso de esa gente, publicado en espacio pagado en los diferentes medios de comunicación y entregado a la prensa extranjera. La naturaleza profunda de los problemas que habría de enfrentar el nuevo Consejo de Estado se dejaba traslucir en la posición asumida por el Catorce de Junio, el grupo formado por ex-prisioneros políticos de Trujillo, de tendencia izquierdista, simpatizantes de Castro y la revolución cubana. La organización denunció ese mismo día la integración del Consejo como una acción hecha “a espaldas del pueblo” y condenándola como “una trama” contra el pueblo. Al negarle públicamente su apoyo decía que la junta cívica carecía del respaldo de las grandes mayorías nacionales, por un lado, y tampoco respondía a las exigencias que el 19 partido había planteado como solución a la crisis nacional en su comunicado anterior difundido el 6 de diciembre. Una parte del planteamiento tendría profundas repercusiones ulteriores en la lucha partidaria y estaba directamente relacionado con los conflictos de intereses desatados en torno a la formación del Consejo. El Catorce de Junio llamaba a su militancia inscrita en la Unión Cívica Nacional a renunciar a dicha entidad ante la “inminencia” de que ésta se convirtiera en partido político, dejando a un lado su carácter de agrupación cívica-patriótica”, prevenía el comunicado. El emplazamiento desataría una inmediata deserción de las filas del Catorce de Junio de respetadas figuras políticas. Las deserciones comenzaron el mismo día con la dimisión de Máximo Coiscou Henríquez, una vieja patriarcal figura de la resistencia a la dictadura. En el breve lapso de las horas siguientes se unirían los nombres de otras destacadas personalidades públicas. De la división, la UCN parecía sacar los mejores puntos al inicio de la batalla. Pero el cuadro no tardaría en modificarse. En síntesis, el Catorce de Junio exigía la “capitulación total y definitiva del gobierno trujillista del presidente Balaguer” y la integración en su lugar de un régimen de “unidad nacional”, compuesto por “todas las fuerzas representativas” de la República. Firmado por dos jóvenes profesionales y ex-prisioneros políticos de Trujillo, Manuel Aurelio Tavárez Justo y Leandro Guzmán, presidente y secretario general, respectivamente, el comunicado encontró pronta simpatía en los círculos más militantes del espectro político nacional. 20 Ajeno a estos sucesos que iban definiendo el curso futuro de la lucha política, tenían lugar hechos que contribuían a conferir cierto aspecto de normalidad a la situación. Por primera vez, un grupo civil escalaba el Pico Duarte, al que el dictador había puesto su nombre, el más alto de la isla, y en el punto más elevado de la cima, a unos 3,175 metros de altura cubierta con copos de nieve, había desmantelado placas con loas al régimen derrocado. A las nueve de la mañana del día anterior, cuando los dominicanos hacían planes para la cena de despedida del año, se había dado comienzo a la zafra azucarera en el Central Río Haina. Antes lo habían hecho otros ingenios del consorcio estatal formado con las antiguas propiedades de Trujillo: Barahona, Porvenir y Consuelo. Para los días próximos comenzarían a moler caña las factorías Ozama, Boca Chica, Quisqueya y Santa Fe, pertenecientes a la nueva compañía dominicana Azucarera Haina, C. Por A. pronósticos sobre la zafra parecían prometedores. Los Puestos en una balanza, los presagios parecían, sin embargo, más dominantes que el cuadro de noticias alentadoras. En un esfuerzo por infundir confianza a la gente, Bonnelly había delineado los puntos sobre los que el Consejo de Estado afianzaría la democracia naciente y alentaría el desarrollo de la economía. Pero había ciertamente un fuerte pesimismo general con respecto a sus promesas contenidas en un extenso programa de reformas democráticas y de amplias libertades públicas. La negra herencia de la dictadura había enseñado al 21 pueblo a ser escéptico. Bonnelly, en su fuero interno, no abrigaba demasiadas esperanzas acerca de la posibilidad de que la apelación al patriotismo de sus compatriotas para ayudar al Consejo a cumplir su misión, surtiera efecto. La solemne y austera ceremonia de juramentación había comenzado escasos minutos después de las once, inmediatamente los miembros del Consejo llegaran juntos a Palacio. Un batallón de la Guardia Presidencial, comandado por el coronel Miguel A. Corominas, le rindió honores militares de estilo, los cuales se repitieron poco después de la una de la tarde a su salida del recinto. Alejandro Abreu, empleado de los archivos de Palacio, que había ido a trabajar en ese feriado día de Año Nuevo, consultó su reloj de pulsera. Eran exactamente las 11:05 A.M., cuando el presidente Balaguer alzó su mano derecha para tomar el juramento al grupo. Consciente de su papel, de que entregaba de hecho el poder, el cual había ejercido en medio de serias dificultades en las últimas semanas, Balaguer improvisó un breve discurso de juramentación, destacando los inconvenientes del momento. Dentro de su contenido ceremonial, el discurso subrayaba la naturaleza y profundidad de los problemas a enfrentar por el nuevo gobierno, en un lenguaje diplomático y sutil que resaltaba su fino sentido político. Era de tal magnitud la crisis, decía Balaguer, que se requería del auxilio de Dios y del sentimiento patriótico de los ciudadanos, los cuales invocaba ese día. “La sola presencia de ese poder superior (de Dios), repito, no sería suficiente para superar la crisis que desde hace más de siete meses afecta al país, crisis violenta que ha sacudido los propios cimientos de la nacionalidad y que en ocasiones ha hecho inclusive palidecer la estrella de sus destinos imperecederos”. 22 Eran días difíciles y calamitosos, continuaba el presidente, que requerían la cooperación de “todos los hombres buenos, de todos los hombres virtuosos, de todos los hombres de buena voluntad. Por eso apelo tanto en mi propio nombre como en el de los demás miembros del Consejo, al patriotismo de todos los dominicanos sin excepción, porque no creo que exista entre cuantos han tenido el privilegio de nacer en esta tierra esencialmente cristiana, un solo ciudadano que no conserve intacta su fe en la República, o en cuyo corazón se haya extinguido totalmente el fuego sagrado que ardió por primera vez en el Baluarte del Conde”. Balaguer reconocía la relevancia del papel encomendado al Consejo. “Gracias a esos dos factores”, señalaba, “el de la protección divina y el del concurso patriótico de todos los dominicanos, el Consejo cumplirá felizmente su tarea, dando a la República en esta etapa de transición, la paz que necesita, para que acabe de formarse la nueva conciencia nacional y para que todas las ideas y todos los intereses legítimos quepan en los moldes en que se está hoy fundiendo la democracia dominicana”. Mientras tenía lugar la juramentación se precipitaban notables sucesos que habrían de influir en el curso de los acontecimientos al más corto plazo. La instalación del nuevo gobierno distaba mucho de significar una tregua en las confrontaciones, que tenían ya un alto contenido ideológico. En una respuesta inmediata al Catorce de Junio, la UCN negaba que tratara de convertirse en un partido político. La posibilidad había sido planteada, era cierto, admitía un vocero calificado, pero de inmediato desestimada. La realidad era otra. En una asamblea reciente se había resuelto preservar el status de agrupación cívico-patriótica “en 23 tanto no se instaure en la vida pública dominicana un clima social y político favorable al funcionamiento de un partido político que se ajuste a normas y valores de convivencia que consideramos esenciales al mismo”. Mucha gente creía que ese cuadro estaba a punto de crearse. La instalación del Consejo con el pleno apoyo de la UCN podía significar el primer y definitivo paso hacia ese fin. Era por lo menos lo que creían la alta dirigencia del Catorce de Junio y otros grupos de izquierda, activos en el escenario político dominicano. La tesis quedaba fortalecida con el apoyo público expresado por la UCN al Consejo, a través de declaraciones de su presidente y secretario general, doctores Viriato A. Fiallo y Luis Manuel Baquero. “Si el Consejo actúa de acuerdo a los principios que informan ese discurso (pronunciado por Bonnelly en el acto de juramentación), entendemos que hay motivos justificados para ser optimistas y para concebir esperanzas de un futuro de libertad y de justicia social para el pueblo”. En términos casi similares se había pronunciado Horacio Julio Ornes, presidente de Vanguardia Revolucionaria Dominicana (VRD). Los antecedentes del Consejo de Estado estuvieron llenos de intrincadas negociaciones e intrigas políticas. Balaguer y Rodríguez Echavarría se mostraban poco entusiastas de la idea y el proyecto llegó a un punto muerto a comienzos de diciembre. Interesados en la paz de la región, los Estados Unidos veían con profunda intranquilidad el curso de los acontecimientos dominicanos. Para el presidente John F. Kennedy, la cuestión revestía prioridad dado su experiencia cubana de Bahía Cochinos. 24 El asesinato de Trujillo había tomado de sorpresa al mandatario estadounidense mientras cumplía una visita oficial a París. A su regreso a Washington, Kennedy se dedicó a estudiar la situación. El panorama era el de un país enfrascado en una ardiente lucha política por extirpar los restos de una tiranía decapitada, con Balaguer, que había sido Presidente nominal bajo la dictadura al frente del gobierno, y Ramfis Trujillo, el hijo mayor del dictador, con el control del ejército. En su libro “Los Mil Días” (A Thousand Days”), Arthur M. Schelesinger, jr., asistente de Kennedy, sostiene que el presidente de Estados Unidos observó la situación dominicana con un sentido realista. “Hay tres posibilidades”, dijo Kennedy, según Schelesinger, “descendiendo en orden de preferencia: un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régimen como el de Castro. Debemos apuntar al primero, pero no podemos renunciar al segundo hasta que estemos seguros de poder eliminar al tercero”. Kennedy envió a uno de sus diplomáticos más experimentados, Robert Murphy, y al veterano periodista John Bartlow Martin (quien luego sería su embajador en República Dominicana) a examinar la situación del país. El informe de este último, de 115 páginas, acaparó su atención, leyéndolo por completo mientras veía por televisión la transmisión de un juego de serie mundial de béisbol, una tarde de otoño. Según Schlesinger, los informes rendidos a Kennedy sugerían que Balaguer “estaba haciendo un esfuerzo sincero para hacer una transición a la democracia”. A finales de agosto la administración tenía ya una idea acabada de sus objetivos en República Dominicana. El Departamento de Estado convenció a 25 Kennedy de la necesidad de una salida democrática en el país caribeño sobre la base de un gobierno que reuniera a las diversas fuerzas moderadas que convergían en el escenario de la nación. Estados Unidos había contribuido a frustrar la intentona golpista trujillista de noviembre, con el envío de barcos a las aguas territoriales en previsión de cualquier acción contra el proceso de transición. Pero el objetivo de su política consistía en el ensanchamiento de las bases del gobierno de Balaguer con la incorporación de otros grupos, como la Unión Cívica, el Catorce de Junio y el propio PRD, de Bosch. El Catorce de Junio rechazaba esa posibilidad y Bosch ponía obstáculos que descartaban de antemano su participación. Según Schlesinger, las animosidades y sospechas que separaban a dichas fuerzas, hacían del esfuerzo norteamericano “una tarea ingrata”. La situación alcanzó su punto máximo el 15 de diciembre. Ese día, en viaje a Caracas, Kennedy hizo escala en San Juan, Puerto Rico. En la noche, después de una reunión en la que analizó con sus principales asesores el desarrollo de los acontecimientos dominicanos, el presidente norteamericano tomó la decisión de llamar a Santo Domingo. Su gestión personal ante Balaguer rompió el hielo. “Su intervención fue el catalizador que hizo posible el establecimiento de un Consejo de Estado, sobre la base de un programa de democracia política y la preparación de elecciones”; sostiene Schlesinger. Dos semanas después, Balaguer juramentaba a los seis miembros restantes del Consejo de Estado. 26 Las negociaciones para la búsqueda de una salida política a la crisis quedaron de hecho estancadas en su mismo comienzo. Ocho días después de abortado el golpe auspiciado por los tíos de Ramfis Trujillo, tuvo lugar una reunión secreta que habría de marcar el curso inmediato de los acontecimientos. En su residencia de la avenida Máximo Gómez, Balaguer recibía el domingo 26 de noviembre a Viriato A. Fiallo y a Jordi Brossa, médicos y dirigentes ambos de la UCN. Fiallo era el principal líder de la oposición y para nadie eran desconocidos sus deseos de llegar a la Presidencia. Su alta y fuerte figura tenía un aire patriarcal, subrayada por su corta y rizada cabellera blanca, peinada hacia atrás. Era uno de los pocos dominicanos mayores de edad que podía vanagloriarse de haber rechazado cuantas ofertas le hiciera Trujillo para plegarse a la dictadura. Había soportado estoicamente cárceles y toda clase de vejaciones, y su actitud de no colaboración con Trujillo se había mantenido firme. Ese era, empero, todo su credencial político. Ni como orador ni como negociador exhibía mayores atractivos. Sus aspiraciones de alcanzar la primera magistratura eran absolutamente legítimas, pero le resultaba en extremo difícil a él y a sus allegados ocultarlas de tal modo que muy pronto, cuando la estampa de su figura patriarcal comenzó a perder atracción entre la gente, no dispuso de muchos recursos para preservar su liderazgo que en un momento parecía dominar el escenario político nacional. Los líderes ucenistas planteaban una fórmula para llevar a Fiallo al poder por medios indirectos. Pero era en extremo burda. La estratagema consistía en la designación de Fiallo como secretario de las Fuerzas Armadas y la de Rodríguez Echavarría como jefe de la Aviación Militar. A esto seguiría la renuncia de Balaguer 27 y la juramentación de Fiallo como Presidente. Rodríguez Echavarría ocuparía de nuevo su lugar como secretario de las Fuerzas Armadas llenando el vacío dejado por el líder de la UCN. El plan parecía demasiado complicado dentro de su simplicidad. Balaguer se negaba a aceptarlo condicionando su aplicación a que fuera aprobado por el resto del equipo gubernamental y las propias Fuerzas Armadas. Fiallo y Brossa no tuvo finalmente acogida. El planteamiento de En cambio, surgió la alternativa de crear una junta de gobierno encabezada por el propio Balaguer, cuyas funciones, con poderes ejecutivos y legislativos, se prolongarían dos años, al cabo de los cuales se celebrarían elecciones. La UCN exigió la formación de un Consejo integrado por siete miembros, lo que fue rechazado de plano entonces por los militares. Esta última fórmula se impuso finalmente. La llamada de Kennedy tuvo un efecto decisivo. La conformación del Consejo fue anunciada al país escasamente dos días después de la llamada del presidente norteamericano. “No podemos continuar viviendo en una agitación permanente y dando la espalda al porvenir lleno de promesas que nos aguardan como si fuéramos una nación sin brújula o un pueblo empujado por fuerzas fatales e incapaz de sobreponerse a su destino azaroso”, diría Balaguer en un discurso. “Convencido de la gravedad del momento histórico por el cual atravesamos, he resuelto enfrentarme a esta situación llena de peligros para la República Dominicana tomando una resolución heroica que resolverá, mediante una 28 reforma constitucional inmediata, la actual crisis política, creada artificialmente por circunstancias y por intereses que no es oportuno analizar en esta ocasión”. El presidente destacaba el fracaso de los esfuerzos del gobierno y la oposición por llegar a un acuerdo satisfactorio. La fórmula no era otra cosa que una salida para salvar al país del caos y la bancarrota política y económica. Los detalles de estos hechos son ofrecidos por Balaguer en discursos de la época que muchos años después recogiera en un libro titulado “Entre la sangre del 30 de mayo y la del 24 de abril”. En ellos reafirmaba su decisión de propiciar el establecimiento verdadero de un régimen democrático. Sólo cuando pudiera lograr esto abandonaría el poder, voluntariamente. Uno de sus objetivos era la eliminación de las sanciones diplomáticas y económicas impuestas por la OEA al país, en represalia por el atentado de Trujillo contra el presidente venezolano Betancourt. “Cuando esa obra de democratización quede completa con el retorno del país al seno de la familia hemisférica, mediante el reconocimiento absoluto de sus prerrogativas como nación soberana, daré por cumplida mi misión y abandonaré, por mi propia iniciativa, la presidencia de la República, para dar así oportunidad a otros ciudadanos de mayores aptitudes que la mías para encaminar la República por la vía de su rehabilitación definitiva”, diría Balaguer. “Espero que este proceso se cumpla de ahora en adelante con la mayor rapidez, y que me sea posible retirarme a más tardar el 27 de febrero de 1962”. 29 30 3 SE AFIANZAN LAS LIBERTADES “Es absolutamente imposible reinar inocentemente” SAINT-JUST ! El optimismo con respecto a la capacidad del Consejo para resolver los problemas y situarse a la altura de su misión, tenía sus detractores. Pocas horas 31 después de la instalación, cuando todavía los redactores de Palacio sacaban afanosamente copias de los discursos para la prensa y Bonnelly y los demás miembros del Consejo tomaban posesión de sus oficinas, la voz del Catorce de Junio retumbaba: “El Consejo de Estado que inicia sus labores hoy difícilmente podrá realizar las transformaciones que exige nuestra Patria al no estar compuesto por representantes de núcleos mayoritarios del pueblo. Nuestra opinión es que el nuevo organismo gubernamental es resultado de una fórmula transitoria confeccionada arbitrariamente y unilateralmente por Balaguer y sus colaboradores a espaldas del pueblo”. En torno al discurso de Bonnelly, que delineaba las intenciones del régimen, el Catorce de Junio manifestaba: “Sería conveniente que pasara de meras palabras, porque actualmente esos postulados (respecto a los derechos humanos) se están violando constantemente”. Sin embargo, el Consejo podía sentirse satisfecho de su aceptación inicial. En editoriales que relataban la trascendencia del momento histórico de la juramentación, se le definía como “un paso de avance”. Tanto Balaguer como Bonnelly habían hablado en un tono que inspiraba confianza. “Es cierto que el pueblo necesita algo más que conceptuosas palabras”, aceptaba un diario, “pero no es menos verídico que muy pocas veces se le ha ofrecido a ese pueblo –desde una posición en la cual se puede cumplir- lo que le prometió el Consejo de Estado”. Las sanciones continuaban siendo un asunto de la mayor relevancia, pero a última hora habían surgido una serie de inconvenientes que arrojaban sombras 32 temporales sobre los deseos del gobierno de que las mismas fueran revocadas de inmediato. En Nueva York, decía un despacho de la United Press International (UPI), una agrupación denominada Acción Democrática Dominicana, formada por exiliados, pedía a la OEA el mantenimiento del boicot “en vista de que el presidente Balaguer aún mantiene en las embajadas, consulados y otras dependencias gubernamentales el mismo clan de burócratas ociosos que causó grandes perjuicios al pueblo durante 31 años de inclemente trujillismo”. Pero más que en este planteamiento, que parecía sólo reflejar los desacuerdos nacionales respecto a la marcha del proceso democrático, la cuestión residía en tecnicismos legales que podrían dilatar el conocimiento del caso por el organismo regional. Las ocupaciones ilegales de tierra habían venido a añadir un problema adicional de orden público. Las invasiones de propiedades estaban dirigidas inicialmente a fincas de la familia Trujillo. Pero en distintos lugares de la región Sur, donde reinaba un ambiente de agitación habían tenido lugar incidentes graves, aunque aislados, las protestas campesinas se extendían a fundos privados. El director de la Reforma Agraria, el abogado y escritor Freddy Prestol Castillo, había sido enviado apresuradamente a Baní a reunirse con labriegos en interés de zanjar un delicado problema de ocupación ilegal de tierras. La prioridad del gobierno en este campo era evitar que los incidentes callejeros, con pérdidas de vidas y propiedades, que habían sacudido ciudades importantes se extendieran en las zonas rurales, donde sería más difícil combatirlos. El esfuerzo no parecía tan fácil. Con todo, la UCN 33 había manifestado, en un mensaje con motivo del Año Nuevo, que veía “con optimismo” el 1962. Bonnelly era el primero en estar consciente de los peligros que los albores de un nuevo año no habrían de disipar. Su discurso de juramentación delineaba los fundamentos sobre los cuales se regiría el Consejo. De algo estaba seguro: la responsabilidad mayor recaería sobre sus hombros, una vez Balaguer dejara la presidencia, lo cual parecía no estar muy lejos. Faltaba por demostrar que su mensaje hubiera calado en el corazón del pueblo. Abogado de prestigio, intelectual y, sobre todo, hombre de carácter y seriedad probados, Bonnelly adolecía, sin embargo, de la cualidad de hablarle al pueblo en su lenguaje. Su discurso inaugural, lleno de oropeles retóricos, distaba de haber tocado la sensibilidad popular. “Nuestro pueblo”, había dicho, “lleno de fervor patriótico y de conciencia ciudadana, ha mostrado, con valentía y firmeza excepcional, cuáles son sus verdaderas aspiraciones. Inspirado en su devoción democrática y en los ideales que nos legaron los fundadores de la República, ha proclamado en forma ejemplarizadora, la necesidad de que su gobierno sea civil; porque solo así podrá establecerse definitivamente en el país un estado de derecho y alcanzar el pueblo dominicano, en todos los órdenes, la cabal realización de su destino”. Este discurso carecía de lo elemental; se notaba en él una absoluta escasez de frases que pudieran servir de lemas con los cuales estimular la sensibilidad y el fervor populares. La izquierda y Bosch, hablando desde posiciones ideológicas 34 contrapuestas, sí en cambio parecían haber conseguido llegar al fondo del alma de la población más empobrecida, aquella que para muchos empeñados en reducir los fines de la lucha proselitista a ciertos estratos sociales seguían siendo masas ignorantes, indignas de ser tomadas en cuenta. Tres décadas de oscurantismo y ausencia de debate político habían contribuido a empañar la perspectiva de una enorme cantidad de personalidades e intelectuales. Muy pocos comprendían a la perfección que, independientemente del curso político inmediato, las cosas habían definitivamente cambiado. El discurso de Bonnelly no parecía incluirle entre esa minoría. Movido por las presiones y la agitación creciente, el Consejo se veía compelido a actuar con premura. Las circunstancias no permitían otra cosa. En medio de expectativas crecientes y versiones contradictorias respecto a la suerte de las gestiones para lograr el levantamiento de las sanciones hemisféricas, es convocada la primera reunión formal del Consejo, a la mañana siguiente de su juramentación. Bajo la presidencia de Balaguer, el Consejo decide levantar, en su primer acto oficial de gobierno, la prohibición a la libertad de reunión impuesta desde antes de la tentativa de golpe de estado trujillista del 19 de noviembre. La medida tiene como propósito restablecer el clima de libertades y reforzar la confianza pública en el Consejo. También se derogan las restricciones al libre uso de la radio y se designa una comisión responsable de corregir los defectos del sistema carcelario, una de las herencias más patéticas y repudiables de la tiranía decapitada. Al 35 comentar las primeras decisiones, un portavoz del Consejo dice: “Actuaremos sin precipitación, pero sin pausa”. Con resultados frustratorios para el partido, el Catorce de Junio da por terminada la búsqueda de presos políticos “por cárceles, sanatorios y hospitales de todo el territorio nacional e islas adyacentes”. La gestión, autorizada mucho antes por Balaguer, tenía como objetivo indagar el paradero de centenares de desaparecidos y presos de conciencia que sus familiares confiaban encontrar con vida. De una lista preparada de 215 nombres sólo se encuentra a Julio César Hernández, de la ciudad sureña de Barahona, quien es puesto de inmediato en libertad. La búsqueda infructuosa iniciada el 23 de noviembre había contado con la cooperación autorizada de oficiales de las Fuerzas Armadas. En interés de granjearse apoyo, el Consejo actúa en el campo más sensible de la lucha política, designando nuevos funcionarios en un esfuerzo por acelerar el proceso de destrujillización. La designación de Antonio García Vásquez, abogado joven de conocida militancia anti-trujillista, como procurador general de la República y la del doctor Cristóbal Gómez Yangüela, al frente de la Secretaría de Finanzas, sigue a la cancelación de los nombramientos de personal de la dictadura en el servicio exterior. Los primeros decretos anuncian al país la destitución de Porfirio Rubirosa, famoso “play boy” internacional, quien había estado casado con Flor de Oro, hija de Trujillo, como Inspector de Embajadas y Consulados. Otro decreto cancela a Hans Cohn Lyon, un ciudadano extranjero, como embajador dominicano en Francia y se despoja de la nacionalidad privilegiada a Lelang Rosenberg, un misterioso personaje 36 que había servido a Trujillo en incontables oportunidades en misiones en el exterior, muchas de ellas no oficiales. Pese a los problemas de orden público y las dificultades para encontrar vías de consenso en el plano doméstico, la situación no se proyecta del todo mal para el Consejo. Las noticias procedentes de Washington parecen de pronto reconfortantes. La prensa internacional se hace eco de versiones según las cuales la comisión especial de la Organización de los Estados Americanos (OEA) encargada de recomendar las acciones a seguir en relación con las sanciones económicas y diplomáticas a la República Dominicana, había fallado a favor de un levantamiento de las mismas. El grupo había estado observando la situación dominicana a raíz del asesinato de Trujillo y su informe, aún confidencial, hablaba de progresos notables en el campo de las libertades en el país. Al mismo tiempo, trasciende una información todavía más importante. La OEA había decidido enviar de inmediato una comisión técnica a negociar con la junta de gobierno civil “la ayuda que pueda recibir el país dentro del plan de la Alianza para el Progreso”. El punto central del informe de la comisión consideraba que el gobierno dominicano, bajo la presidencia de Balaguer, y ahora con la incorporación de otros miembros, había dejado de ser una “amenaza” para la paz del hemisferio. Las sanciones económicas y diplomáticas estaban vigentes desde el rompimiento multilateral de relaciones por los demás países del sistema interamericano con Trujillo. Las informaciones coincidían con la presentación de cartas credenciales de un nuevo embajador dominicano en la OEA, el doctor Eduardo Sánchez Cabral, abogado e intelectual de un pasado trujillista mucho menor que el del poeta y 37 diplomático de carrera Virgilio Díaz Ordoñez, quien había ocupado el puesto durante los últimos cuatro años. Después de 30 años de férreo control de la información, el pueblo se había hecho sensible a cualquier manejo hábil de la opinión pública. Una noticia ampliamente desplegada en el Diario las Américas, de Miami, contribuía a aumentar la expectación y el ambiente de agitación política, creando incertidumbre en las altas esferas. El despacho, fechado en San Juan, Puerto Rico, daba cuenta de la alegada existencia de un plan terrorista que habría de estallar en las principales ciudades dominicanas en los quince días primeros de enero. Algo así como una especia de Bogotazo, cuya víctima principal y primera sería el doctor Viriato Fiallo, presidente y líder de la UCN. El plan, con auspicios cubanos, tendría por finalidad, entre otras cosas, hacer fracasar una conferencia interamericana convocada en Punta del Este, Uruguay, para analizar el deterioro de la situación en Cuba y la creciente influencia soviética en esa isla. En la trama tomarían parte, según el diario de Miami, personeros de Fidel Castro y antiguos sicarios de Trujillo, pertenecientes al tristemente célebre desaparecido Servicio de Inteligencia Militar (SIM). La información periodística detallaba el probable asesinato de “líderes de la oposición moderada (dominicana) y de sus familiares”, así como ataques a cuarteles ubicados en Santo Domingo. Los ataques serían perpetrados por “agentes comunistas” vestidos de militares, para provocar el odio de las multitudes e incitar a tumultos callejeros. Las Fuerzas Armadas se abstienen de formular comentarios sobre el particular y la noticia pierde rápidamente interés, aunque se sigue hablando de ello en medios extranjeros. 38 La posibilidad de disturbios y estallidos terroristas consterna el Consejo. Fuera de ello, la junta cumple sus primeras jornadas “con buen pie”. Al hacer el calificativo, El Caribe destaca en un editorial del martes 2 de enero que el primer día del Consejo ha sido “una fructífera jornada”. Una leve sacudida, provocada por el paso del neumático sobre un bache, saca a Eudoro Sánchez y Sánchez de sus abstracciones. Camino de su importante misión reflexiona sobre la rapidez con que los acontecimientos han arropado el país y conducídole al caos. Esa noche habría dado cualquier cosa por estar en su casa. La jornada del miércoles 3 de enero, se inicia con un hecho singular: la llegada a Palacio de Bonnelly y otros miembros del Consejo antes que el presidente Balaguer. Los informes de inteligencia sobre incidentes y otros hechos de violencia en el país, aumentan la intranquilidad de los integrantes del gobierno civil. En un esfuerzo por aquietar los ánimos encendidos, el Consejo apela nuevamente al sentimiento patriótico de la población en un comunicado invitando al cese de la violencia y otras formas de acción directa. Como consecuencia del restablecimiento, sin excepción, del estado de derecho, tras la revocación de la ley de emergencia, afirma el documento, “no es posible la consecución de estos inaplazables fines (la consolidación de las libertades públicas), si no se abandonan los sentimientos de odio y de venganza que engendraron los horrores de la tiranía”. La atención oficial continuaba centrándose, sin embargo, en el problema de las sanciones. De ahí que el anuncio de la visita al día siguiente a Santo Domingo del secretario general de la OEA, doctor José A. Mora, de Uruguay, provocara tanto entusiasmo. Las oficinas de Palacio parecieron de pronto resplandecer ante la 39 vecindad de jornadas festivas. Un despacho de Prensa Asociada (AP) aseguraba en Washington que el viaje de Mora, mantenido hasta entonces en secreto, “indica la virtual seguridad de que el Consejo de la OEA levantará las sanciones a la República Dominicana”. El breve despacho destacaba las críticas recientes de que había sido objeto Mora “por el papel que ha jugado en los asuntos políticos interamericanos”, pero esta apreciación de la prensa en Washington no habría de desempeñar ningún papel en la visita del funcionario regional a Santo Domingo. En Washington el Consejo de la OEA que levantaría las sanciones a la República es pospuesto para el día siguiente, jueves 4 de enero. El anuncio, formulado por la secretaría de la OEA, parece tener sólo como propósito la ganancia de tiempo para alcanzar una votación de consenso. El Consejo continúa dando, por su parte, señales notorias de actividad. Tres importantes decretos fijan las nuevas normas con respecto a los sistemas de expropiación, la libertad bajo fianza y el pago de multas en casos de apelación. Sobre el primero, el gobierno establece que “el estado o municipio que, habiendo expropiado una propiedad por motivos de utilidad pública, desista luego de sus propósitos, estará obligado a ofrecer dicha propiedad a su antiguo dueño y por el mismo precio que se le pagó antes de poder vender a terceras personas”. El sistema anteriormente vigente permitía al Estado o al municipio disponer a su antojo de la propiedad expropiada, aunque no la fuera a destinar al objeto originalmente propuesto. Los informes del interior resultaban todavía más inquietantes. En poblaciones como Santiago, la segunda ciudad del país, San Juan de la Maguana, al 40 suroeste, San Francisco de Macorís, en el norte y Puerto Plata, en la costa atlántica, turbas desenfrenadas se entregaban al saqueo y el pillaje, casi en forma indiscriminada. En medio del desorden elementos desalmados daban riendas sueltas a sus instintos y sentimientos bajos, cobrándose deudas personales. En las acusaciones públicas contra sicarios del régimen despótico descabezado, se filtraban señalamientos contra gente que no era responsable de la tragedia abatida sobre la nación durante las tres décadas pasadas. En la confusión tenían lugar hechos que provocaban una profunda consternación y, sobre todo, dudas sobre el futuro. Un reciente incidente en San Juan de la Maguana era un ejemplo de cuanto acontecía. En circunstancias que nunca llegarían a establecerse, elementos vestidos a la usanza militar penetraron a una emisora de radio en esa ciudad y asesinaron en su mesa de trabajo al propietario, José Alfredo Achécar. El parte oficial, perdido entre los titulares del día, daba cuenta de que había sido acribillado de siete balazos. El comité municipal de la UCN emitió una nota enérgica de protesta. Una cosa resultaba obvia: el crimen pasaría a engrosar una larga lista de desafueros que habrían de quedar sepultados en la vorágine que arropaba a la nación de un extremo a otro. Al igual que en Santo Domingo, turbas, en su mayor parte integradas por mozalbetes y activistas de partidos, se entregaban en otros lugares a la tarea de atacar a individuos sindicados como antiguos miembros de la policía represiva del dictador. Negocios y casas pertenecientes a estos elementos son atacados con furia. Muchos de ellos resultan salvajemente golpeados en plena calle, después de 41 ser perseguidos por cuadras enteras. La oportuna intervención de la policía impide en algunos casos el linchamiento de varios de ellos. Los destrozos adquieren de cuando en cuando visos de un pillaje vulgar. Simples delincuentes se mezclan con los indignados cazadores de “calieses” y es difícil en la confusión establecer la diferencia. En lo que luciría después como una señal premonitoria, una multitud asalta el teatro Olimpia, en la calle Palo Hincado, de Ciudad Nueva, a escasas yardas del Parque Independencia mientras se proyectaba el filme norteamericano “Lo que el Viento se llevó”. Unos cien espectadores huyen despavoridos, pero la turba consigue prender fuego al automóvil del administrador estacionado en la vía, frente al local. Los daños materiales fueron cuantificados como “menores”. Sin embargo, su impacto político sobrecoge. Los vecinos del sector sienten una enorme sensación de inseguridad y adoptan medidas de precaución. Las madres ordenan a sus hijos mantenerse dentro de los hogares a la puesta del sol. Y como era usual, no volverían a colocarse por algún tiempo mecedoras en las aceras de las calles aledañas para tomar el fresco de la tarde. Al pasar aquel día por las cercanías, camino del antiguo Parque Ramfis, para jugar ajedrez en el local en que venía haciéndolo día por día desde hacía años, Gustavo Adolfo Peña (Papito) –también apodado AT-6 por su afición a los aviones militares- siente que cambios profundos se proyectan sobre el país. Piensa que nada será igual dentro de poco y un profundo estremecimiento, con la fuerza de una descarga eléctrica, le recorre el cuerpo. Nadie acudió al parque a jugar ajedrez aquella tarde y Peña no tuvo más remedio que regresar para entregarse en su casa 42 al estudio de una variante complicada, mientras escuchaba un aria de “La Traviata”, de Verdi, una de sus óperas favoritas. El temor a la violencia se extiende al más alto nivel político. Juan Bosch, candidato a la Presidencia por el PRD, pronuncia un discurso al través de “Tribuna Democrática”, vocero radial de su partido. Transmitiendo por Radio Caribe, la antigua planta desde la cual Trujillo lanzaba sus fieros ataques a la Iglesia Católica, al agudizarse las diferencias con la jerarquía eclesiástica en las postrimerías del régimen, el discurso de Bosch viene a ser una radiografía de la crisis. Más que una alocución política, tiene todos los visos de una premonición. Es también un intento de definir posiciones en el campo del debate ideológico. Sus advertencias contra el peligro del comunismo superan cuanto haya podido proclamar la UCN: “Por el camino de la violencia tenemos una sola salida: la revolución armada. Y la revolución armada tiene una sola salida, el régimen comunista”. En su característico lenguaje, tan cautivante para aquella masa sedienta de mensaje y esperanzas de reivindicación social, Bosch formula una severa condena del recurso de la violencia como método de lucha política. Antes, años atrás, en América Latina, lo más radical era un gobierno de hombres honestos “que no se robara los dineros del pueblo” y que respetara las libertadas públicas, celebrara elecciones limpias y defendiera los intereses nacionales contra negociantes corrompidos del país y del extranjero. Ahora, decía, el símbolo del radicalismo latinoamericano era el gobierno comunista establecido en Cuba por Fidel Castro. Un régimen como el de La Habana sería incapaz, a juicio de Bosch, de resolver los problemas dominicanos como no los había resuelto en países parecidos, y este era 43 el caso concreto de Cuba. El peligro radicaba, según Bosch, en que los dominicanos tomaran el camino de la violencia. Si esto sucedía, el país terminaría en manos de los comunistas. La táctica de estos últimos era lanzar a las fuerzas democráticas, como el PRD, a destruirse entre sí. Bosch prevenía contra el error de quienes aupaban desde otras posiciones ideológicas esa posibilidad y no pensaban que la eventual destrucción de las fuerzas democráticas les dejaría el camino libre al “radicalismo comunista”. Su discurso estaba dirigido también a quienes pretendían asociar a su partido a los últimos brotes de desenfreno callejero. El PRD, dijo, no predica la violencia. Su preocupación era la búsqueda de soluciones a los problemas sociales para atender las necesidades agobiantes de la población. Para los dirigentes de ese partido, lo esencial de la lucha política era el mejoramiento de las condiciones generales de la nación y sus habitantes; en ningún modo estaba dirigida a socavar los cimientos de la unidad y hacer a los dominicanos enemigos unos de otros. La alocución despejó toda duda respecto a las escasas posibilidades de cooperación entre el PRD y el nuevo gobierno colegiado. Buena parte del discurso estuvo dirigido a culpar al Consejo de Estado, y a las fuerzas que lo apoyaban, de la campaña para dividir a su partido. Específicamente, Bosch hizo mención del nombramiento de Nicolás Silfa como Secretario de Estado de Trabajo. Ello era parte de los esfuerzos oficiales –decía- para desarticular al PRD, y consideraba el nombramiento como una “acción incalificable”. Bosch echaba en cara al gobierno que el decreto había sido dictado sin consultar previamente e incluso informar al partido. Bosch estaba dolido contra el Consejo y dijo que el nombramiento de Silfa 44 era parte de un plan contra él y el PRD que había comenzado “con una campaña de calumnias, para lo cual se prestaron sectores de la Unión Cívica Nacional”. La más usada de las calumnias era la de que el PRD se había vendido, y respecto a Silfa afirmaba: “Ese miembro de nuestro partido aceptó el cargo y estamos seguros de que lo aceptó sin darse cuenta de la maniobra que se estaba haciendo contra una organización como la nuestra que no puede perder la fe del pueblo porque si pierde la fe no podrá serle útil al país”. Bosch tildaba como responsable de esa campaña en su contra a un importante miembro del Consejo de Estado y advertía sobre la existencia de un plan (que jamás llegaría a concretarse), para agrupar a los remanentes del Partido Dominicano, la fuerza política sobre la cual Trujillo sustentó su reinado de terror, en una nueva entidad que habría de servir de instrumento político a ese miembro del Consejo, que no podría ser otro que Amiama Tió o el propio Imbert Barrera. Bosch acusaba directamente a sectores de la UCN de la maquinación señalando que las acusaciones en su contra pudieron haberse reservado “para ese personaje que está maquinando la destrucción del PRD y la división de la UCN”. Lo que Bosch no alcanzaba a explicarse, y expresaba su coincidencia con la interrogante abierta días antes por un editorial de El Caribe, era de por qué no se había esperado la instalación del nuevo Consejo de Estado para designar a Silfa o a cualquier otro en la Secretaría de Trabajo. No se esperó porque el nombramiento estaba combinado con ese miembro del Consejo de Estado. De hecho Bosch desligaba de la campaña al presidente Balaguer y arremetía con todas sus fuerzas contra Bonnelly en quien veía su adversario principal. 45 La apreciación de Bosch es injusta. Bonnelly nada tuvo que ver con ese nombramiento, hecho por Balaguer un día antes de la instalación del Consejo de Estado. Con respecto al discurso de juramentación de éste, externó un criterio que dejaba traslucir su poco entusiasmo de cooperación eventual. El discurso había sido pobre y vacío de contenido. En América Latina, decía, se dicen diariamente miles como ése, y al país sólo le quedaba esperar “con paciencia cristiana” qué haría el Consejo. Bosch había sido criticado por algunas referencias complacientes acerca de la situación de los colaboradores de la tiranía. A pesar de su largo exilio se le había llegado a tildar últimamente como carente de voluntad para encabezar un movimiento de “destrujillizacion” verdadero y efectivo, que garantizara la solidez del proceso democrático. Al comentar las purgas de trujillistas emprendida por el nuevo Consejo de Estado, Bosch reflexionaba: “Eso puede resolver la situación de algunas de las personas que necesitan trabajar, pero no resuelve la situación de un pueblo que necesita con urgencia comida, techo, justicia social”. El país debe rechazar que se le llene el corazón de odio “porque detrás del odio vendrá la República socialista en Santo Domingo”. Personas que habían quedado en situación indefinida y temían por sus vidas e intereses por sus antiguos nexos con la dictadura, comenzaron a sentirse a gusto con la prédica de Bosch. Casi un año después ello habría de influir en los resultados de la elecciones presidenciales que le llevarían al poder. 46 Como alocución cotidiana, el discurso de Bosch de aquel día podía entenderse como una simple tentativa de fijar posiciones, ganar adeptos y abrir fuego a ataques directos contra él y su partido. Pero en verdad era una formulación de valores que trascendía el debate del momento. En primer lugar definía el carácter ideológico del partido y, sobre todo, trazaba las fronteras de las relaciones inmediatas con el gobierno. Las perspectivas de un entendimiento o una cooperación que permitiera al Consejo ampliar sus débiles bases políticas quedaban de hecho pulverizadas. Bosch no ocultó nunca que sus diferencias con Bonnelly y la UCN estaban marcadas por cuestiones de “clase”. En su libro “Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana” diría más tarde; “Guiada por la casta de ‘primera’, la alta clase media y la mediana clase media –incluyendo en ésta a los comunistas del PSP, aunque cause asombro a los comunistas de otros países-, sin distinción entre adultos y jóvenes, repudiaron a Joaquín Balaguer por trujillista y escogieron para sucederle a Rafael F. Bonnelly. ¿Por antitrujillista? No; porque pertenecía a la casta. Rafael F. Bonnelly era tan trujillista como Balaguer y más responsable que Balaguer de los peores aspectos del trujillismo. “Balaguer, doctor en derecho graduado en París, no le sirvió como abogado a Trujillo; Bonnelly, licenciado en derecho de la Universidad Dominicana, fue el abogado y notario preferido por Trujillo para legalizar sus apropiaciones forzadas de tierras y bienes. Balaguer, buen orador, pronunció numerosos discursos a favor de Trujillo; Bonnelly, lector de discursos, leyó tantos en favor de Trujillo, como los que Balaguer improvisó. Balaguer no le 47 sirvió a Trujillo en cargos donde tuviera que tomar medidas represivas; Bonnelly fue durante años el Secretario de Estado de Interior y Policía, instrumento de la policía represiva del régimen. Nadie puede afirmar que Balaguer se enriqueció con el favor de Trujillo; nadie puede afirmar que Bonnelly salió del servicio de Trujillo con los mismos bienes que tenía al iniciar su carrera de funcionario trujillista”. Bonnelly parecía, después de todo, bien intencionado. La apreciación de Bosch no le hacía justicia. 48 4 PONEN FIN A LAS SANCIONES “No se hace nada grande sin que intervenga el azar” MONTAIGNE 49 El invierno estaba siendo particularmente crudo y la nieve cubría virtualmente las calles y avenidas de Washington en aquella helada y gris mañana del jueves 4 de enero. No obstante, el personal de la embajada dominicana se movilizó temprano esa mañana. El edificio de la Unión Panamericana, sede de la Organización de Estados Americanos (OEA), era testigo ese día de una actividad inusual. Desde el Palacio Nacional en Santo Domingo se habían hecho innumerables llamadas telefónica dando instrucciones a sus diplomáticos y en procura de noticias. El presidente Balaguer permanece toda la mañana laborando en su despacho. Bonnelly cumple una febril actividad llena de audiencias protocolares. El calor sofocante de ese húmedo día de enero en Santo Domingo contrasta con la vasta acumulación de nieve en Washington, donde los miembros del Consejo concentran toda su atención, consciente de que de una decisión pendiente en la agenda de la reunión especial del Consejo de la OEA depende el futuro inmediato dominicano y, por supuesto, la estabilidad del gobierno. Después de una prolongada espera, que en la Cancillería de Santo Domingo se hace interminable, el Consejo de la organización regional aprueba la tan ansiada eliminación de las sanciones económicas y diplomáticas impuestas a Trujillo. La votación no deja lugar a dudas: 19 votos a favor y ninguno en contra, con la sola abstención de Cuba. El delegado cubano, Carlos S. Chaín, pone la nota discordante. La abstención ordenada por Castro se debía a que muy escasos cambios habíanse producido en República Dominicana. El Consejo de Estado no era más que un 50 “trujillismo sin Trujillo”, si bien algún día el pueblo dominicano “logrará su independencia”. El levantamiento de las sanciones era fruto del deseo norteamericano, alegaba Chaín, de favorecer intereses comerciales de ese país. La decisión carecía de legitimidad por cuanto las dos terceras partes o más de los gobiernos representados en la OEA distaban mucho de representar a sus pueblos. Más que una reprobación de los deseos dominicanos, el alegato cubano era un rechazo de la organización. Castro desconocía autoridad a la OEA para tomar una decisión de esa naturaleza y alcance. Era obvio, sin embargo, que la posición cubana estaba dictada por cuestiones ajenas totalmente a lo que ese día se discutía en Washington en el pleno del consejo de la entidad. Los críticos del régimen revolucionario cubano sostenían que su abstención era una reacción típica a la votación mayoritaria en contra de Castro que había tenido lugar recientemente al tratarse el tema de Cuba a un nivel ministerial. Las reservas cubanas, mal acogidas en Santo Domingo, carecían de peso para invalidar el deseo manifiesto del resto de la comunidad hemisférica, que ofrece pleno apoyo con su decisión al proceso democrático dominicano. Así, bajo una intensa nevada, protegidos por el tibio calor de las fuertes columnas del palacio de la Unión Panamericana, los representantes de todo el continente propician el retorno de la República Dominicana al Sistema Interamericano. Una larga espera tocaba a su fin. Los textos de las resoluciones imponiendo y eliminando las sanciones económicas y diplomáticas se publican in extenso como anexo 4. 51 La votación tiene enormes repercusiones. Para el Consejo de Estado abre perspectivas de solidaridad y apoyo internacionales inimaginables. Pero el optimismo oficial no encuentra correspondencia con la frialdad con que amplios sectores políticos de la nación reciben la noticia. El cuatrimotor de la Pan American toca puntualmente pista del aeropuerto Santo Domingo, como si cumpliera un ritual. El secretario general de la OEA, José Antonio Mora, es el primero en descender de las escalerillas. A la comisión de alto nivel que va a recibirle dice en voz alta, audible a toda la prensa nacional e internacional allí reunida: “vengo a anunciar oficialmente que el Consejo (de la OEA) ha levantado las sanciones”. Es lo que han dicho y repetido los despachos internacionales de prensa durante todo el día en los teletipos, pero los funcionarios la acogen como un mensaje nuevo, cuajado de esperanzas. La Cancillería informa oficialmente al país la decisión del organismo regional en un comunicado y el vicepresidente Bonnelly apenas puede ocultar su eufórico entusiasmo: “El gobierno dominicano ha entrado de nuevo a la familia americana con el espíritu de colaboración que es indispensable para que fructifiquen y prosperen los grandes ideales de nuestro pueblo”. Un anuncio del gobierno norteamericano prometiendo enviar prontamente una comisión para definir los campos de la ayuda y cooperación bilateral fortalece el optimismo oficial. Balaguer se muestra confiado pero cauto. En una reunión con corresponsales en su despacho anticipa que el país reanudará, 52 acogiéndose a la decisión de la OEA, relaciones con todos los países del Hemisferio, con la excepción de Cuba. El levantamiento de las sanciones constituye una especie de “reparación moral” al pueblo dominicano, dice, que satisface sus sentimientos patrióticos. Respecto a Cuba “no hay posibilidades” de acercamiento por “incompatibilidad de ideologías”. En Cuba la reacción no se hace esperar. Radio Habana Libre lanza fieros ataques contra Balaguer y el Consejo en pleno tildándoles de trujillistas e invita al pueblo a rebelarse en calles y montañas. Muy pronto el Consejo de Estado es obligado a percatarse de la complejidad de los problemas domésticos. Balaguer y Bonnelly saben que el ansiado levantamiento de las sanciones por la OEA, es insuficiente para resolver la situación y se enfrentan a enormes dificultades. La negativa del PRD y del Catorce de Junio a colaborar con el gobierno resta efectividad a sus esfuerzos. Sin embargo, el Consejo continúa con su campaña de destrujillización. El próximo paso es una Ley de confiscación de bienes y propiedades de la familia Trujillo y sus allegados más íntimos. El Consejo basa su decisión diciendo que las cuantiosas fortunas acumuladas por estas familias durante la tiranía fueron resultado del abuso y la usurpación. El país recibe el anuncio con entusiasmo y se inicia un rápido proceso de recuperación que pone en manos del Estado grandes sumas de dinero y propiedades de todo tipo. Las desavenencias entre UCN y el Catorce de Junio tienden a agravarse con la dimisión de éste último de otras connotadas figuras nacionales, algunas de las 53 cuales guardaron prisión en las postrimerías del régimen de Trujillo acusados de conspirar para derrocarle. Entre las dimisiones sobresalen la del vicepresidente del movimiento, doctor José A. Fernández Caminero, reputado cardiólogo; y los directivos Miguel Lama Mitre, licenciado Rafael Alburquerque Zayas Bazán, arquitecto Manuel Baquero Ricart, doctora Asela Morel y Luis Álvarez Pereyra. El grupo dirige una carta a Manolo Tavárez Justo, presidente del Catorce de Junio explicando las causas de su renuncia. El contenido altamente ideológico de la naciente rivalidad política dominicana se refleja de inmediato en la reacción que esta renuncia provoca en sectores de clase media profesional del movimiento. En cartas y comunicados difundidos en panfletos, espacios de prensa y planteles, éstos saludan la dimisión como “una retirada de la oligarquía antinacionalista retrógrada”. Al conocerse nuevos actos de saqueo y de violencia, las Fuerzas Armadas advierten sobre su decisión de intervenir drásticamente contra todo acto de vandalismo, en un evidente esfuerzo del Consejo de Estado para infundir confianza en la población y disuadir a los grupos radicales activos contra el régimen. Tales actos, advierten los mandos militares en un comunicado, “constituyen una regresión a la barbarie primitiva que nuestro pueblo dejó atrás”. Pero nuevos hechos conmueven la conciencia nacional, en abierto desafío a la autoridad. En Santiago, una bala perdida, disparada presuntamente por un efectivo de la Aviación Militar Dominicana (AMD) provoca la muerte a un jovenzuelo de 13 años. La tragedia ocurre en circunstancias muy confusas. Una versión muy socorrida da cuenta de que el militar había disparado contra una turba que perseguía a un “calié” en las proximidades de la calle Loló Pichardo. 54 A este incidente doloroso se añade una noticia no menos preocupante. En San Francisco de Macorís, en medio de una ola de motines callejeros, una turba mata a golpes a un ex-capitán del ejército en represalia por la muerte a balazos por militares de un muchacho durante los mismos incidentes, momentos antes. La multitud había disparado contra el ex-oficial, Manuel Antonio Espinal Peña, con su propia pistola. La víctima era encargado de oficinas de la organización de veteranos militares de aquella población. justicia por sus propios medios. Sus compañeros amenazan con tomar No todo parece, sin embargo, perdido. En un editorial de primera página, El Caribe, que apoya al Consejo, le felicita por el levantamiento de las sanciones y recuerda que éstas habían sido impuestas por la “conducta delincuente” de Trujillo. El país se reintegra al seno de la familia americana, señala. Lejos de disminuir, la ola de desmanes iba en aumento. jueves 4 de enero, resultó condenadamente violenta. La mañana del Para los agentes de servicio, que habían estado en vigilia desde el día anterior, sin apenas dormir y comer, expuestos a toda clase de peligros, la experiencia nada tenía de reconfortante. Era el caso de José Miguel Matos, natural de las Matas de Farfán, una población a pocos kilómetros de la frontera con Haití, que se había enrolado en la Policía como un medio para costearse los estudios. Persiguiendo estudiantes, arrojando gases, utilizando su macana y amenazando de vez en cuando con su viejo revólver calibre 38, con el que apenas había disparado, Matos está convencido de haber escogido el camino equivocado. Los hechos del día vendrían a reforzar su convicción. 55 Las turbas seguían entregadas a la tarea de saquear negocios y residencias de personas sindicadas como “calieses”. Brincando de un lugar a otro, unas veces en una guagua celular, otras en un jeep, a veces a pie, Matos había presenciado ese día el pillaje en apartados puntos de la ciudad. Y como miembro de una patrulla policial se había visto precisado a intervenir contra los saqueadores. Tan asustado como la mayoría de sus compañeros, había hecho arrestos en la calle París, donde una multitud apedreó e hizo destrozos en la tienda Boni, en el número 16 de esa vía, especialmente concurrida en la ocasión, como también en los alrededores de la número 19 de la calle General Cabral, mucho más abajo, hacia el sur, donde una impresionante multitud compuesta mayormente por jóvenes había asaltado la residencia de Narciso Deroche, cuya fotografía había sido extraída, según un periódico político, de los archivos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el siniestro organismo represivo del régimen trujillista. Los vecinos del lugar se cobraban así los desmanes que Deroche habría hecho en el barrio de Santa Bárbara, donde decenas de jóvenes desaparecieron y fueron a parar a las ergástulas de la tiranía sólo por meras sospechas. El sargento negro, de dientes mugrientos y groseras maneras, despertó casi a Matos de sus reflexiones, cuando la turba, armada de palos y cuchillos, tomó calle abajo y se internó en la Isabel la Católica, hasta detenerse frente al número 104, donde funcionaba una tienda de sombreros, propiedad de Benjamín Guzmán, señalado como un “chivato” de la dictadura. Persiguiendo a un mozalbete que habíase apoderado de un objeto en el escaparate, roto de una pedrada, Matos sintió un agudo dolor en la pierna 56 izquierda, producido por un arma cortante. Al principio creyó que se trataba de una bala. Fue en el hospital, horas después, cuando se le mostró el pedazo de hierro, arrancado de una alcantarilla rota, todavía manchada con su sangre, con que había sido herido. Matos lanzó una maldición interior y prometió que a la primera oportunidad volvería a su pueblo. En la esquina de las calles Juan de Morfa con Juan Bautista Vicini, de la zona alta de la ciudad, un grupo había atacado al mediodía un negocio de comestibles. Dos agentes resultaron heridos por piedras lanzadas por la multitud de furiosos. En otro punto distante, en la intersección formada por las calles Ravelo y la doctor Betances, otra turba trata de destruir una propiedad de un hombre identificado como Luis Arriaga. Uno de los detenidos, César Enrique Mella, explicaría después en la sede de la policía, haber visto la fotografía de Arriaga en el periódico del Catorce de Junio señalado como un “calié”. Mella niega haber tomado parte en el asalto a la casa y sostiene que se le detuvo sólo porque portaba un ejemplar del periódico citado, al salir de su empleo en la tienda de calzados Gloria, sita en el número 38 de la calle del Conde, en la zona colonial de la ciudad, lejos del lugar de los incidentes. Por la misma acusación habían detenido también a su amigo Leonidas de la Paz, ajeno como él a los hechos de violencia. Escenas como estas se repiten sin cesar por todo Santo Domingo. Nadie podía explicarse el motivo real de aquel curioso anuncio de prensa publicado ese día, invitando a una misa a la memoria de Horacio Vásquez, el presidente a quien Trujillo había sustituido en 1930. Como muchos otros 57 acontecimientos, el país parecía amarrado por una extraña concatenación de hechos disímiles y paradójicamente entrelazados. Empeñado en conferir una apariencia de normalidad absoluta, el Consejo seguía actuando con vista a sepultar los últimos rasgos de trujillismo. En ese propósito parecía enmarcarse la decisión de Balaguer de entregar a los familiares del fallecido senador Mario Fermín Cabral la propiedad del vespertino La Nación, un vocero fanático de Trujillo. La paradoja estaba en que siendo Cabral un íntimo del dictador, cantor de las virtudes del tirano cuyos servicios habían sido muy bien reciprocados, la entrega del diario a los descendientes, su viuda Josefa Tavárez, y el poeta Manuel del Cabral, presentes en la ceremonia en Palacio, constituía una intención de destrujillización. Para aquellos que habían guardado prisión en las tenebrosas cárceles del déspota o perdido un hijo, un padre o un amante, la acción significaba, sin embargo, una señal de retroceso. Como el anuncio de la misa por “el descanso del alma” de Horacio Vásquez, este hecho singular venía a probar cuán difícil y compleja resultaba la tarea de reencauzar la nación después de treinta años de oscurantismo y satrapía. La tiranía había sido tan corrupta como sangrienta. Y aquella devolución del diario La Nación, desde diciembre bajo el control de la Dirección General de la Administración y Recuperación de Bienes, venía a confirmar los temores de la oposición izquierdista de que el nuevo gobierno era sólo un intento disfrazado de preservar el férreo control del Estado por una casta comprometida con el orden descabezado. 58 Desde el programa radial del Catorce de Junio brotaron acusaciones graves contra el Consejo. “Trujillo, dijo un allegado a Manolo Tavárez, sonríe desde su tumba”. Después de una larga y macabra búsqueda, una comisión del Catorce de Junio, auxiliada por efectivos del Cuerpo de Bomberos Civiles de Santo Domingo, encuentra en una fosa común, a unos 30 pies de profundidad, osamentas pertenecientes a ex prisioneros políticos. El hallazgo tiene lugar en una finca propiedad de Héctor Trujillo, hermano del dictador y ex presidente de la República, próxima al kilómetro nueve de la autopista Duarte. Pero la lucha política ha adquirido matices demasiado definidos, como para que un hecho de esta naturaleza despierte más emoción que el dolor de los familiares deseosos de encontrar los restos de sus seres desaparecidos. Los últimos acontecimientos relevantes de ese día, jueves 4 de enero de 1962, subrayan la complejidad del debate. Mientras 2,000 empleados del Ayuntamiento detienen sus labores en demanda de aumentos de salarios y escenifican protestas callejeras contra el Gobierno; el presidente Balaguer, a nombre del Consejo de Estado, devuelve mediante inventario a los descendientes del general Juan Rodríguez García, quien había combatido en el exilio duramente a Trujillo, una finca de 16,154 tareas (una tarea equivale a 629 metros cuadrados), en el sitio conocido como la Barranca, de La Vega, una de las zonas más fértiles y codiciadas del país. Otras medidas similares vendrían a favorecer a familias que 59 habían sido perjudicadas por expropiaciones injustificadas de Trujillo, sólo para su usufructo personal. Tan pronto como la OEA dispone el levantamiento de las sanciones, los países del hemisferio comienzan a reanudar relaciones con la República Dominicana. Dos de los primeros en hacerlo son Guatemala y Estados Unidos. El gobierno norteamericano anuncia su decisión de enviar varias comisiones al país en los días venideros para discutir con más profundidad y detalle las áreas de cooperación y la ayuda para impulsar el proceso democrático. Teodoro Moscoso, jefe de la Alianza, el programa de desarrollo regional ideado por Kennedy, encabezará una de esas comisiones, lo cual tiende a subrayar el interés norteamericano por el país. Simultáneamente Washington designa a su cónsul general, John Calpin Hill, encargado de negocios, mientras se nombra a un nuevo embajador. Mora, secretario general de la OEA, elogia el proceso político dominicano como un modelo para el mundo en desarrollo. La prensa internacional, generalmente parca en los asuntos dominicanos, dedica grandes titulares y espacios al levantamiento de las sanciones y sus repercusiones en los esfuerzos por encauzar la nación por derroteros de libertad y democracia. En Caracas, Rómulo Betancourt, el presidente que Trujillo trató de asesinar dos años antes y por cuya acción se le impusieron al régimen drásticas sanciones económicas y diplomáticas, anuncia que asumirá personalmente la decisión de cuándo reanudar sus vínculos con la República. La decisión se ve venir muy pronto, casi de inmediato. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que mantuvo una 60 fuerte campaña contra Trujillo, envía un telegrama de felicitación a Balaguer por la iniciativa de devolver la propiedad de El Caribe a Germán E. Ornes, su director. Ornes había regresado a Santo Domingo y reasumido la dirección del diario poco después de la muerte de Trujillo. El dictador le había confiscado las acciones, cuando Ornes se quedó en el exilio y denunció el régimen, años antes. Otros signos estimulantes de tranquilidad parecían dominar el ambiente nacional aquel viernes 5 de enero. En un clima de camaradería prometedora, Rodríguez Echavarría ofrece un agasajo a los miembros del Consejo de Estado y a la misión de la OEA. Nadie podía imaginarse ese día que entre la jerarquía militar y el gobierno pudieran existir diferencias insalvables. Las tareas oficiales eran de un grosor enorme y el Consejo de Estado estaba consciente de la necesidad de abordar con prontitud la solución de los problemas más agobiantes legados por la tiranía. No podía darse el lujo de actuar en este campo bajo presiones ni dilaciones. Era imprescindible asumir la iniciativa y proponer remedios a las enfermedades que roían el cuerpo social dominicano. Inspirado en esa convicción, el Consejo decidió proceder sin más demoras. Como un cirujano usa el bisturí para suturar el lado enfermo del cuerpo, el Consejo se propuso penetrar el nervio más sensitivo de la crisis social dominicana: el desempleo. En una de sus primeras sesiones formales, discute la conveniencia de propiciar la apertura de nuevas fuentes de trabajo. La acción tiene efectos tranquilizantes en dos campos del quehacer político. Contribuía por un lado a aquietar las protestas crecientes por la falta de oportunidades para una mayoría de la población y tendía por el otro, a impulsar la dormida economía. 61 Muchos dominicanos podían sentirse orgullosos del curso de los acontecimientos. Para miles de ellos resultaba una agradable sorpresa la repercusión internacional de estos hechos. Después de tres décadas de aislamiento, no dejaba de sorprender el contenido de despachos como el de aquel escueto transmitido esa tarde por la AP desde Nueva York: “El levantamiento de las sanciones económicas a la República Dominicana por la OEA y las expectativas de una pronta demanda de abastecimientos adicionales de azúcar de ese país, provocaron compras en los futuros de azúcar doméstica. Las ganancias alcanzaron hasta tres puntos en una rueda activa”. Al leer el despacho, en el espacio noticioso de la tarde, el locutor de la radiotelevisora oficial fue incapaz de guardarse un comentario: “al fin tendrán que tomarnos en cuenta”. Una historia de fantasía volvería a ocupar la imaginación del ciudadano corriente en la familia Trujillo, a pesar de la delicada situación interna. La causa de este revivido interés sería una publicación francesa sobre las excentricidades de Radhamés, el hijo menor del tirano, en París. En la capital francesa, el heredero de Trujillo hacía despilfarros insólitos con la fortuna amasada bajo el régimen corrupto de su padre. El pueblo sentíase una vez más burlado por sus sojuzgadores. Todo el mundo hablaba en los círculos periodísticos, políticos y sociales de las andanzas de Radhamés, tal y como lo reseñara el diario L’ Aurora, de París reproducido in extenso en la prensa nacional. La publicación francesa relataba una historia fascinante: 62 “Bohemias, estrellas de cine y ‘play boys’ forman parte de la ‘cofradía’ de Radhamés, que ha iniciado un combate cotidiano contra el aburrimiento. Su propósito final: el ‘week end’ (fin de semana) colectivo de tres días… “Radhamés Trujillo acaba de adquirir dentro de la zona de L’ Oise, un inmenso castillo que ha transformado en la actualidad en una suerte de posada para el lujo y el derroche. Una cuadra que cuenta con 29 caballos pura sangre – todos ganadores con competencias hípicas- está ya en funcionamiento. Una pista para rodar pequeños autos como diminutos bólidos cuyos motores los impulsan vertiginosamente existe allí también, y está en vías a acondicionar también terrenos para una cancha de golf y una piscina. “A partir del mes próximo un carro denominado ‘Radhamés’, llegará a París los viernes por la noche a buscar a una cincuentena de comediantes y escritores contratados por Trujillo durante sus farras nocturnas, para conducirlos a su castillo –cuyo nombre y ubicación son todavía secretos- hasta el lunes en la noche”. “Todas las distracciones de la casa estarán a la disposición de los huéspedes sin que les cueste un solo céntimo. Radhamés ha nombrado a Jeanine Laveau, antigua agente de prensa de Eddie Constantine, directora de su secretariado particular. Es ella quien distribuirá las invitaciones para los ‘Week-ends’ en esa nueva abadía de Telemaco. Para explicar su costosa y fantástica empresa, Radhamés dice: “Entre la soledad y yo existe una guerra a muerte. ¡O yo la mato a ella o ella me mata!” 63 Era difícil creer –en medio de la miseria nacional- que esa historia fuera cierta. Pero la irritación alcanzó a todos los niveles de opinión nacional. Un nuevo sentimiento de antitrujillismo se apoderó de los jóvenes dominicanos. En los comunicados y panfletos universitarios volvió a clamarse por una extradición y enjuiciamiento de los familiares del tirano. Para calmar las nuevas protestas de esencia antitrujillista, el Consejo dispone investigar el hallazgo de osamentas en una finca de Héctor Bienvenido Trujillo (Negro), en el kilómetro nueve, sector Herrera, de la Autopista Duarte, que conduce a Santiago y une a Santo Domingo con las demás poblaciones del norte. Negro había sido el hermano preferido de Trujillo. El dictador no sólo le había confiado la Presidencia de la República sino otorgado el rango militar más alto de Generalísimo, que sólo él además ostentaba. Negro nunca defraudó la confianza de su hermano, sirviéndole con sumisión, sin atreverse a tomar iniciativas más allá de lo que el temor hacia el déspota inspiraba, aún dentro de su propia familia. Negro abandonó el país a mediados de noviembre, después de frustrado el golpe para perpetuar la presencia de los Trujillo en el poder. Su fortuna personal estaba calculada en decenas de millones de dólares. No obstante, ello no parecía suficiente para hacer de su exilio un paraíso de sosiego y bienestar. En el tranquilo vecindario de las afueras de Miami Beach, donde comprara una mansión, dentro de un islote, los vecinos se habían reunido recientemente para hacerle abandonar el lugar. Negro se había valido del apellido de soltera de su esposa, Alma McLauglin, norteamericana de nacimiento, para adquirir el inmueble en el exclusivo sector de Miami. Tan pronto como los residentes descubrieron su identidad, decidieron que 64 era un inquilino indeseable y pidieron a una corte la anulación del contrato de venta, invocando una cláusula que requería el consentimiento previo de los vecinos para cualquier operación de ese tipo. Las noticias sobre el hallazgo de osamentas pertenecientes a opositores al régimen de su hermano, en una finca de su antigua propiedad, difundidas por la prensa internacional, vendrían a complicar los problemas de Negro Trujillo con sus vecinos de Miami Beach. El ayudante del fiscal, doctor Miguel A. Morales Carbuccia, muestra el interés oficial de identificar los cadáveres, uno de los cuales presentaba indicios de haber sido un hombre joven, y la decisión de buscar más osamentas de personas desaparecidas hace años. En la búsqueda afanosa, los investigadores encuentran en la misma propiedad dos pozos artificiales con brocales cubiertos de maleza. Después de un esfuerzo minucioso, que toma varios días, se da por terminada, sin embargo, la búsqueda de un pozo en el cual, según denuncias de campesinos del lugar, se acostumbraba a arrojar los cuerpos de personas asesinadas. Jamás volvería a hablarse de aquel pozo, conocido por los lugareños con el sobrenombre de “La Desgracia”. Ante la intensidad de las demostraciones y protestas callejeras, el Consejo interesado en poner el orden en todo el territorio de la República, dispone una inmediata investigación de los más recientes hechos de sangre ocurridos en poblaciones como San Juan de la Maguana, en el suroeste; El Seibo, en el este y 65 San Francisco de Macorís, en el norte, donde se implican a autoridades policiales y militares. No todo es nota de pesimismo. El comercio organizado expresa su confianza en el futuro inmediato con el levantamiento de las sanciones. La medida, sostiene Epifanio Guerrero, representante de la nueva clase de comerciantes mayoristas, permitiría un “desarrollo extraordinario” del comercio dominicano. Productos que debían adquirirse a mayor costo en Asia, Europa y África, a causa del boicot norteamericano, podrán comprarse en lo adelante en los Estados Unidos. Con la llegada, el sábado 6, de la primera misión comercial de Estados Unidos se abren nuevas esperanzas para el Consejo. El grupo está encabezado por Teodoro Moscoso, administrador general de la Alianza para el Progreso. El detalle destaca la importancia que el gobierno en Washington confiere a esta nueva etapa de sus accidentadas relaciones con esta pequeña república del Caribe. Los vínculos bilaterales quedan para todos los fines y propósitos formalizados. Haití sigue los pasos norteamericanos y designa a su cónsul general en Santo Domingo encargado de negocios, mientras el Consejo anuncia el nombramiento de José Antonio Bonilla Atiles, un conocido activista del exilio antitrujillista, secretario de Estado de Relaciones Exteriores en lugar de Ambrosio Álvarez Aybar. En una acción esperada desde el anuncio de la víspera del presidente Betancourt, el canciller venezolano Marcos Falcón Briceño informa de la pronta designación de un enviado diplomático para restablecer relaciones con el país. El ministro venezolano dice que el Consejo de Estado conduce a la República Dominicana por senderos democráticos. Casi 66 simultáneamente ese mismo día, Argentina anuncia la reanudación de relaciones, para regocijo de los integrantes del gobierno colegiado que ese sábado encuentran más de una razón para ver con optimismo el futuro. En los predios universitarios, escenario de recientes protestas, surgen también motivos para una celebración. Al través de los altoparlantes colocados por todo el amplio recinto, en postes y edificios, se da a conocer la promulgación de una ley concediendo el fuero y la autonomía a la Universidad de Santo Domingo, la más antigua del nuevo mundo, fundada en 1538. La ley, votada por Balaguer el 31 de diciembre, en víspera de la instalación del Consejo de Estado, establece que el centro es una comunidad de profesores y alumnos que constituye un organismo autónomo, dotado de personalidad jurídica, con facultad para dictar sus propias leyes y reglamentos. Para la subsistencia de la universidad, el gobierno debe proveer en lo adelante todos los fondos necesarios mediante un subsidio nunca inferior al cinco por ciento del presupuesto nacional. La autonomía y fuero universitarios venían a llenar una profunda aspiración de la comunidad universitaria. Profesores y estudiantes habían clamado por ella en carta remitida a Balaguer el 13 de agosto. Ese día tuvo lugar una manifestación frente al edificio de la facultad de Ciencias Médicas “Dr. Defilló”, en el transcurso de la cual se constituyó el comité provisional de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), que luego actuaría activamente contra Balaguer y el Consejo. Al promulgar la Ley, Balaguer satisfacía un anhelo universitario. Sin embargo, estaba lejos de haberse ganado el apoyo o simpatía de sus profesores y 67 estudiantes. En el curso de los días siguientes la universidad reciprocaría el gesto suspendiendo a Balaguer como catedrático. 68 5 ¿¡QUE PUEDE SER PEOR QUE UN TEMBLOR DE TIERRA!? “Llega a mis oídos el rumor de ágiles corceles” Palabras de NESTOR al acercarse los caballos de Diómedes. LA ILÍADA 69 Lidia Rodríguez de Carrasco tardó unos segundos en comprender qué sucedía. En medio del calor, cualquier cosa podía ser posible en aquel febril enero tan inusitadamente agitado. Pero si bien el caldeado ambiente político comenzaba a resultarle familiar, experimentó un profundo temor cuando el bulto cargado de viandas se le cayó de las manos de una fuerte sacudida. Para todo el vecindario de clase media baja de la calle Ravelo, próximo a La Altagracia, el movimiento telúrico de esa mañana del domingo 7, vendría a tener un significado premonitorio. Recogiendo rápidamente los víveres, la señora Carrasco abandonó a toda prisa el colmado y se dirigió a su casa a verificar si había daños. El temblor, de una intensidad de 6.7 en la Escala Ritcher, despertó fuera de hora a los habitantes de Santo Domingo. Calificado como “potencialmente destructivo” no se tendrían noticias definitivas de sus consecuencias hasta mucho después del mediodía, cuando en las oficinas de Palacio y de El Caribe los funcionarios y redactores, sin conexión alguna, se entregaban a la tarea de cotejar los datos llegados del interior. Manuel A. Machado Báez, historiador y redactor de estilo del periódico, se paró de su asiento en la larga mesa rectangular donde se procesaban los originales del material a publicarse, e hizo un chiste a costa de los informes. La alegría de saber que no se habían registrado daños mayores ni habido víctimas a consecuencia del fenómeno natural, no apaciguó la intranquilidad que le producían otras noticias. Para la señora Carrasco y otros vecinos de la calle Ravelo, los partes radiales tampoco tuvieron un efecto tranquilizante. Ni la menor intensidad de los cuatro 70 temblores posteriores de ese día, ni la información de que sólo la cúpula de la torre de la iglesia de Baní y una escuela de San José de Ocoa habían sufrido daños de consideración, contribuyeron a aliviar la fuerte aprensión que les embargaba ese domingo tan cargado de presagios. Todos ellos presentían en el fondo que las sacudidas políticas influirían más dramáticamente en sus vidas. Los disturbios escenificados esa tarde en varios puntos de la vía donde residían, desde hacía años, eran una razón mayor para preocuparse. Tres jóvenes del vecindario serían heridos esa tarde en la esquina la Altagracia en enfrentamientos con la policía. El motivo principal de la inquietud de los redactores de El Caribe nada tenía que ver esa tarde con los temblores de tierra y los desórdenes callejeros que seguían produciéndose en diversos puntos de la ciudad y en distintos poblados del interior. Para varios de ellos que habían hecho planes para dejar temprano la redacción y echarse una buena farra de comienzos de semana, como les era habitual los domingos, la nota marcada para la primera página de la edición del día siguiente dando cuenta de una nueva división en las Fuerzas Armadas, resultaba todavía más preocupante. Había en esta oportunidad ingredientes para sospechar de un verdadero mal de fondo. El problema se centraba en un planteamiento público dirigido a lograr la destitución del secretario de las Fuerzas Armadas. Tres oficiales de la Aviación Militar se habían tomado el riesgo de solicitar al Consejo de Estado, mediante una carta pública, la separación del general Rodríguez Echavarría. Tanto en su contenido como en la forma, el pedido podía prestarse a grandes conjeturas. Los 71 oficiales habían convocado sorpresivamente a una conferencia de prensa con reporteros nacionales y corresponsales extranjeros, para dar a conocer su petición. El planteamiento, además de un desafío abierto a la autoridad militar, reflejaba el malestar y la división crecientes que afectaban tanto la unidad del gobierno como de los institutos castrenses. De no aceptarse su petición, lo cual parecía imposible bajo tales circunstancias, los oficiales –un capitán, Enrique Prestol Castillo, y dos segundos tenientes, Octavio Rafael Alba Minaya y Eddy Francisco Tineo, todos pilotos-, daban como un hecho sus renuncias. Su decisión, afirmaban en la misiva, podía ser tomada como la “opinión general de la mayoría de la oficialidad” activa de los cuerpos armados de la nación. A preguntas de los corresponsales extranjeros, los oficiales justificaron su actitud en la presunción de que Rodríguez Echavarría, en contradicción con el deseo de los mandos medios y superiores, se había inmiscuido en cuestiones ajenas a las militares y concernientes a la esfera del gobierno civil. Como prueba citaban la influencia creciente del secretario en asuntos relacionados con programas de reforma agraria. Este era el segundo conflicto interno en las filas de las Fuerzas Armadas en unas cuantas semanas. A comienzos de diciembre, en efecto, un grupo de oficiales había presentado colectivamente renuncia en repudio de Rodríguez Echavarría, aunque algunos se habían retractado luego. Aquel primer grupo de rebeldes incluía oficiales de mayor graduación, como los tenientes coroneles José Nelson González, Raymundo Polanco Alegría y Ramón Manuel Durán. Circulaban versiones de que pudo haberse tratado de una destitución. Cualquiera que fuese la razón del hecho, 72 lo cierto era que sus efectos disolventes sobre la unidad militar constituían una amenaza gravitante sobre la marcha del proceso democrático. En la nueva crisis militar podía esconderse un elemento adicional todavía más preocupante, que sugería la posibilidad de que las rivalidades en esa área reflejaran más desavenencias políticas de fondo que conflictos de personalidades o luchas por el control de ciertos estamentos claves en las milicias regulares. El que la carta de los tres oficiales de la Aviación Militar fuera dirigida al presidente y demás miembros del Consejo no ocultaba que el ejército se hallara dividido en sus simpatías hacia Balaguer y el resto del gobierno. A la inquietud contribuía un fenómeno comprobado: la existencia de una tirantez, no del todo soterrada, entre el mandatario y los hombres que habían sido juramentados por él para integrar el Consejo. Estas y otras razones tendían a disminuir la fe de la gente en la permanencia del gobierno colegiado. Aquel domingo, entre los temores de un nuevo temblor de tierra, y la amenaza de disturbios peores, el futuro del Consejo de Estado parecía sumamente precario. El texto de la carta de los oficiales de la Aviación Militar era el siguiente: “En nuestra calidad de oficiales de carrera de la Aviación Militar Dominicana y de ciudadanos dominicanos que aman y profesan los principios democráticos, denunciamos ante ese Honorable Consejo de Estado la conducta del mayor general Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría, a quien consideramos como un continuador del régimen autocrático que imperó en las Fuerzas Armadas en el negro período de la historia nacional que creemos ya liquidado”. 73 “En tal sentido, solicitamos a ese Honorable Consejo, muy respetuosamente, la separación del mayor general Rodríguez Echavarría del cargo de Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, petición en la que estimamos nos estamos identificando con todo el pueblo dominicano, al cual, como integrantes del mismo, nos sentimos profundamente ligados”. “De no acceder ese Honorable Consejo de Estado a esa petición nuestra, que puede ser tomada como la opinión general de la oficialidad de las Fuerzas Armadas, le encarecemos a sus miembros, aceptar nuestra irrevocable renuncia como oficiales pilotos de la Aviación Militar Dominicana”. Las interpretaciones respecto de la profundidad y alcance de la crisis militar quedaron confirmadas con la reacción de Rodríguez Echavarría, quien respondió de manera pública que petición tan inusitada constituía un esfuerzo de los comunistas locales para promover choques entre los distintos cuerpos castrenses. “El dinero comunista está funcionando en mentes débiles que se dejan sobornar fácilmente “, dijo. Entre los planes, citaba el intento de socavar el espíritu combativo de las Fuerzas Armadas, mediante la “desmoralización de las tropas”. También “una ida al monte”, una forma muy peculiar de hacer referencia a la posibilidad de un brote guerrillero, con “lo cual lograrían tener armas” y producir el consiguiente debilitamiento de los organismos armados de la República. La inseguridad del Consejo ante la creciente influencia deliberante de la jerarquía militar quedaba de manifiesto con el silencio oficial del gobierno ante el conflicto. El debate se circunscribía a una estricta esfera castrense en la cual, ningún poder civil parecía interesado o en capacidad de intervenir. Para Rodríguez 74 Echavarría, la renuncia de los tres oficiales pilotos, como las anteriores encabezadas por el general de brigada Andrés Alfonso Rodríguez Méndez, formaban parte de un plan para destruir la unidad militar y crear confusión dentro del pueblo. El hombre fuerte de San Isidro restaba al mismo tiempo importancia a la iniciativa de los pilotos. A quienes se habían atrevido a pedir su separación “se les habían subido los humos a la cabeza”, razón por la que serían procesados. Los aviadores habían incurrido en el delito de insubordinación y usurpación de funciones, sancionados por los códigos militares, al tratar de imponérseles al Consejo de Estado. Rodríguez Echavarría echaría sobre ellos la acusación específica de deserción al retirarse de sus recintos sin permiso y no haberse reportado a ellos. En el curso de las próximas horas, una serie de manifestaciones públicas vendrían a respaldar la posición de Rodríguez Echavarría entre la oficialidad superior. Generales y coroneles de las tres armas se manifestarían en apoyo suyo y en repudio de los tres pilotos. Sin embargo, en el fondo, el nuevo cuestionamiento había de hecho resquebrajado la autoridad del jefe militar entre sus mandos. La cuestión tendría derivaciones graves inmediatas que la población no tardaría en comprobar. Aunque por razones diversas, la inquietud que esa tarde embargaba a los vecinos de la calle Ravelo y a los redactores de El Caribe estaba, desafortunadamente, bien fundamentada. El proceso de destrujillización parecía haber experimentado un impulso en la universidad estatal, con el otorgamiento de la autonomía y el fuero. En una acción impactante, presionada por los estudiantes, el Consejo Provisional Universitario decidió anular las designaciones de Rector Advitam, doctor Honoris Causa y 75 profesor titular de la facultad de Derecho que habían sido otorgados a Trujillo. Tales honores inmerecidos, decía la resolución, “constituyen los horrores más vergonzosos” de ese centro académico. La medida, firmada por los doctores Julio César Castaños Espaillat, rector; René Augusto Puig y Froilán J. Tavárez, por el profesorado; y por los bachilleres Asdrúbal Domínguez y Antonio Isa Conde, incluiría también la suspensión de un gran número de intelectuales y profesionales como profesores de la universidad, por sus estrechos vínculos con la tiranía. recinto casi con el uso de la fuerza. A muchos de ellos se les sacaría del Por altoparlantes y octavillas, en todo el campus de la universidad, se recitaba el texto del Manifiesto de Córdoba, el documento que había sentado las bases de la Reforma de la educación superior en Argentina y que en todo el continente había sido el modelo de las reivindicaciones estudiantiles y el sostén de la lucha por una cátedra libre. El tiempo entre su redacción, a miles de kilómetros de distancia, y su lectura libre en los predios de la universidad de Santo Domingo, no le restaba emoción a las proclamas. Roberto Encarnación, estudiante de leyes, sintió una ráfaga de sentimiento patriótico recorrerle las venas, al recitar de memoria ante aquel grupo de entusiastas compañeros las primeras líneas del Manifiesto: “Hombres jóvenes, pueblos nuevos. Acabamos de romper el último lazo que en pleno siglo XX nos unía a la dominación monárquica y monástica. Córdoba (Santo Domingo, dijo), se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son los libertades que faltan…” 76 Pero quedaban demasiados dolores “y las resonancias del corazón”, de que hablaba el Manifiesto a seguidas, no podían advertirle al estudiantado las calamidades que la lucha por la libertad les deparaba todavía. Las suspensiones de profesores fueron masivas. Las primeras y más resonantes incluían a los siguientes: Facultad de Derecho: José Manuel Machado, Federico Nina, Porfirio Basora, Manuel de Jesús Castro, Carlos Cornielle, Federico Cabral Noboa, Efraín Reyes Duluc, Pedro Adolfo Cambiaso Lluberes, Ernesto J. Suncar Méndez y Alfredo Mere Vásquez. Facultad de Medicina: Gilberto Herrera Báez, Fabio A. Mota, Ramón Lovatón P. y Manuel A. Robiou. Facultad de Ingeniería y Arquitectura: Sócrates Díaz Curiel, Leopoldo Espaillat Nanita. Facultad de Odontología: Fernando Camilo Cestero, José Enrique Aybar, José G. Sobá, Mailde Hernández de Franco y Pedro Delgado Castro. Facultad de Ciencias Químicas: Luis Eduardo Velázquez Díaz (Farmacia). Facultad de Ciencias Económicas: Ernesto Suncar Méndez, Antonio Tellado hijo, Bernardo Díaz hijo, Carlos Cornielle, Virgilio Álvarez Sánchez, Manuel Resumil Aragunde, Jaime A. Guerrero Ávila y Jaime Álvarez Dugan. Facultad de Agronomía y Veterinaria: Luis E. Mañón Martínez, Juan Ulises García Bonnelly. 77 Facultad de Filosofía y Educación: Armando Cordero, Fabio A. Mota, Francisco Batista García, Manuel de Jesús Goico Castro, Emilio Rodríguez Demorizi, Manuel Valdeperes, Francisco Prats Ramírez y José Manuel Machado. Algunos nombres aparecían en más de una facultad como profesores titulares. La acción abarcó todas las áreas de la universidad en las que esos trujillistas prestaban servicios o aparecían en nóminas. De vez en cuando, acontecimientos del exterior venían a rivalizar con los sucesos nacionales en el interés del público, principalmente si versaban sobre la suerte de algunos de los Trujillo o de sus colaboradores más cercanos. Ninguno de esos personajes despertaba tanto la imaginación como podía hacerlo Porfirio Rubirosa. Diplomático la mayor parte del período de la Era trujillista, Rubirosa era el prototipo del hombre viril y machista que escandalizaba y atraía poderosamente a las mujeres por sus historias de tenorio. Su fama de “play boy” estaba cimentada en legendarios amoríos con bellas mujeres del “jet set” internacional. Rubirosa se ganó la confianza y aprecio de Trujillo cuando contrajo nupcias con la primera hija de éste, Flor de Oro. Aunque el matrimonio había terminado en un fracaso rotundo, Rubirosa se las arregló para quedar bien con el “Jefe”. Sus servicios al régimen trascendían las obligaciones de sus responsabilidades diplomáticas. Una serie de historias acerca de sus proezas en el tráfico de refugiados en la Segunda Guerra Mundial y años de postguerra, daban a este personaje cierta aureola de heroísmo cinematográfico. Sus contribuciones al éxito 78 de misiones especiales del tirano, hacían de él, empero, más un villano que un héroe. Mientras el Consejo de Estado hacía esfuerzos por resolver muchos de los graves problemas propios de la trágica herencia de la tiranía y las multitudes reclamaban la entrega inmediata de aquello que estuvieron silenciando por tres décadas, las autoridades norteamericanas se hacían cargo de Rubirosa. Despojado de su condición de diplomático e imposibilitado por tanto de invocar la inmunidad que el cargo le confería, Rubirosa se vio de pronto enfrentado a cargos muy delicados de complicidad con secuestro y asesinato. Un Gran Jurado investigador de la ciudad de Nueva York decidió interrogarlo en relación con sucesos que habían estremecido la comunidad hemisférica años antes. Rubirosa estaba siendo requerido en conexión con pesquisas sobre el asesinato del opositor a Trujillo, Sergio Bencosme, ocurrido en Nueva York en 1935 y con la desaparición, 21 años después, del historiador e intelectual español Jesús de Galíndez, profesor de la Universidad de Columbia. Rubirosa había atendido al requerimiento del Jurado Investigador pero rehusaba declarar y se negaba rotundamente a firmar el formulario, por virtud del cual los testigos renuncian a toda inmunidad aplicable a un proceso ulterior fundado en sus declaraciones. Sobre la desaparición de Galíndez, cuyo tema era objeto de intenso debate internacional, Rubirosa alegaba total desconocimiento. El profesor vasco era el autor de una tesis doctoral titulada “La Era de Trujilllo”, que había encolerizado al tirano. En una época estuvo al servicio de su régimen. Fue uno de 79 tantos valores españoles que se había acogido a sus garantías tras la derrota de la República en la guerra civil española y encontrado refugio en el Nuevo Mundo. Después de unos cuantos años en el país, Galíndez descubrió que le era imposible sobrevivir junto al dictador y tomó la decisión de irse a Estados Unidos. Allí, compartiendo sus tareas de profesor en la universidad newyorkina de Columbia, escribió la tesis que le serviría para optar por un doctorado. Trujillo hizo grandes esfuerzos por evitar que Galíndez publicara su libro y Rubirosa, al parecer, estaba relacionado con los mismos. La última vez que se había visto con vida al profesor vasco era entrando al subterráneo de Nueva York. La creencia general era la de que había sido secuestrado y trasladado a Santo Domingo, donde sería asesinado en presencia del propio “Jefe”. Estas historias apasionaban a los dominicanos y Rubirosa, a quien muy pocos de ellos habían visto jamás personalmente, era el foco de la atención pública en esos días de aquel invierno caluroso de 1962. La prueba estaba en un editorial de El Caribe pidiendo una indagación local del caso. “Esta investigación, clamaba el diario, debiera estará concluida para el 12 de marzo de este año, fecha en que se cumple el sexto aniversario de la noche en que Galíndez desapareció de su residencia en Nueva York”. Pero los problemas en el país eran demasiado graves y urgentes como para que el Consejo pudiera incluir esta petición en su lista de prioridades. Era una cuestión de supervivencia y ni Balaguer ni sus adversarios, aún dentro del propio Consejo de Estado, tenían certeza de que pudieran sobrevivir ellos mismos. 80 Una resolución del Consejo Provisional Universitario, a quien el Presidente había atendido concediéndole el fuero y la autonomía al viejo centro académico, vendría a recordarle cuán difícil era su situación. La medida suspendía a Balaguer, doctor en leyes de la Universidad de París, uno de los más cultos intelectuales dominicanos y autor de una gran cantidad de libros sobre tópicos literarios e históricos, como profesor de la ahora Universidad Autónoma de Santo Domingo. Los motivos de la suspensión estaban cimentados en razones puramente políticas. Contra él no podían invocarse alegatos académicos. Si Balaguer carecía de méritos para ser profesor, entonces ningún otro dominicano podía serlo. Esa era una verdad irrefutable. El texto de la resolución despejaba toda duda al respecto. Las causas de la acción podían encontrarse en las rivalidades políticas que dividían a la nación y hacían la lucha por el poder el fin y propósito de toda actividad en ese campo. La universidad acusaba a Balaguer de negligencia en la persecución y castigo de acusados de atrocidades desde la muerte del tirano e invocaba, irónicamente, su “tenaz oposición a la autonomía universitaria”, sin hacer mención alguna del hecho de que una medida suya había consagrado días antes el fuero y la autonomía a ese centro docente. También se usaba en su contra un discurso pronunciado el 23 de octubre en el que felicitaba la acción policial contra un grupo de jóvenes refugiados en los tejados de la calle Espaillat, en el sector antiguo de la ciudad. En esos hechos, la policía había disparado contra los estudiantes matando a varios de ellos. La actitud de esos jóvenes era recordada como una “gesta patriótica” en los medios 81 opositores y los nombres de las víctimas inscritos como héroes en volantes y proclamas universitarias. Ya en aquellos tiempos, de la acción podían extraerse lecciones políticas duraderas. Balaguer sería constantemente acusado desde entonces de ser un político rencoroso. Pero muchos de los que tomaron parte en decisiones en su contra, serían llamados por él años después para compartir las tareas del Gobierno, cuando se le exaltara de nuevo al poder por votación popular. Castaños Espaillat, el rector que encabezó las firmas suspendiéndole como profesor, sería en 1986, tras su segundo y más triunfal retorno al poder, miembro destacado de su Gabinete, como Procurador General de la República, el equivalente nacional al Ministro de Justicia. Muchos otros connotados opositores suyos de esos días febriles, serían luego, a instancias suyas, colaboradores cercanos. Sobre la ciudad reinaba una tranquilidad insospechada. Para los siete hombres responsables de la marcha del gobierno colegiado encargado de conducir a la República hacia sus primeras elecciones libres y democráticas, la mañana del martes 9 de enero no podía resultar más encantadora. Desde sus oficinas del Palacio Nacional, separadas apenas por unos cuantos pasillos vigilados por soldados, cada uno podía darse por satisfecho con la noticia que habían transmitido los teletipos. La primera copia fue llevada al Presidente. Los Estados Unidos habían eliminado una de las prohibiciones, adoptadas como parte de las sanciones económicas y diplomáticas impuestas a Trujillo, que más afectaban el desenvolvimiento general de la economía dominicana. Por decisión del 82 Departamento de Agricultura se autorizaba la compra de 315,987 toneladas cortas de azúcar a la República. Aunque esperada desde el levantamiento del boicot continental decretado por la OEA, la noticia constituía un verdadero respaldo a las gestiones encaminadas a encauzar al país por senderos democráticos. De todos los miembros del Consejo, ninguno como Balaguer apreciaba en su justa dimensión el valor de esta medida. El más que nadie asociaba el éxito del proceso democrático a la consecución de ciertos avances en el campo social y económico. Las necesidades materiales de una vasta parte de la población eran muy elementales y gigantescas como para que sobre el cuadro general de miseria que constituía el legado de la tiranía, pudieran construirse los cimientos de una democracia sólida y permanente. De ahí que sus empeños por fortalecer el área económica marcharan parejos con sus inquietudes en el campo político. Para una gran cantidad de líderes nacionales, las cuestiones sociales debían supeditarse a la tarea prioritaria de desmontar los restos del andamiaje del aparato trujillista. Los demás miembros del Consejo encajaban en esta línea de acción y pensamiento. Sus diferencias eran, sin embargo, más profundas todavía. Balaguer estaba próximo a irse. Entre bastidores se había establecido su retiro formal a más tardar el 27 de febrero. Ese era uno de los acuerdos que habían conducido a la formación del gobierno colegiado. La tarea de organizar las elecciones correspondería, pues, a un Consejo encabezado por Bonnelly. Pero en la tranquilidad aparente de aquel martes 9 de enero de 1962, muchos de ellos estaban deseosos de apresurar los acontecimientos. Las divisiones militares, por un lado, y las presiones populares, por el otro, conducían al país hacia un despeñadero. 83 Frente al texto de los despachos de prensa con los informes de la asignación de una nueva cuota azucarera en el mercado de precios preferenciales de los Estados Unidos, ninguno –Balaguer, Bonnelly y los demás integrantes del Consejopodía sospechar que el camino hacia ese despeñadero sería tan corto. Los parroquianos habituales del restaurante Panamericano pudieron apreciarlo con suficiente claridad. A esa hora de la mañana, la actividad era por lo general grande y más tratándose de un viernes. Sentado en su mesa situada estratégicamente al lado del ventanal protegido por una cortina, Carlos Valentín, “Camacho” entre sus amigos, podía darse el lujo de ver pasar las muchachas por esa esquina tan concurrida de las calles El Conde y Sánchez. El olor a cigarrillos y cerveza llenaba todo el ambiente de aquel popular negocio chino. “Camacho” dejó el vaso a medio consumir y corrió a la puerta al ver pasar a un grupo de jóvenes coreando consignas y portando una bandera norteamericana. Una esquina más al este, en dirección a la zona colonial, podía notarse un conato de agitación. Frente al edificio en una de cuyas oficinas de la segunda planta laboraba el Consulado de Estados Unidos, un grupo de estudiantes y agitadores protestaba contra el gobierno de esa nación. El pretexto de la manifestación era el presunto apresamiento en la Florida del dirigente comunista Máximo López Molina, del Movimiento Popular Dominicano (MPD), de filiación castrista. Atraído por la curiosidad, “Camacho” se acercó a la esquina de la calle 19 de Marzo, confundiéndose con los manifestantes, unos 30 en total. 84 “Camacho” alcanzó a ver a uno de ellos rompiendo el vidrio lateral de un minibús propiedad del Consulado, para el transporte de personal dominicano, estacionado en una calle lateral, cuando asustado, el grupo de curiosos rompió a correr por la calle El Conde. En medio de la vía una bandera desteñida de los Estados Unidos comenzó a arder, mientras los “emepedeistas” hacían ondear una pancarta con la escritura “Váyanse yanquis”. Guiado por la curiosidad y entusiasmado por las consignas, “Camacho” veríase de pronto en medio del tumulto, cuando la guagua celular de la policía se presentó al sitio. Así, de esta manera casual, “Camacho” se convertiría en uno de los primeros detenidos en la serie de movilizaciones anti-norteamericanas que tendrían lugar en ese y los días siguientes. Aquel viernes 12 de enero de 1962, la ola de sentimiento anti-yanki promovida por agitadores y grupos de la extrema izquierda, añadiría un motivo más de inquietud a los abrumados miembros del Consejo de Estado. La reacción oficial no se haría esperar. Al producirse nuevas demostraciones, una de las cuales tuvo lugar en los alrededores de la embajada de Guatemala, el gobierno impartiría órdenes precisas para evitar desmanes contra locales de misiones diplomáticas. El gobierno atribuyó la acción a organizaciones castristas y en fuentes norteamericanas se desmintió la especie sobre el arresto de López Molina en Miami. A todo esto, vendría a sumarse un nuevo elemento de agitación militar. Esta vez, la crisis parecía irreversible. Como todos los sábados, desde temprano, los habitantes de Santo Domingo comenzaron ese 13 de enero a planear la evasión de fin de semana. En vehículos 85 propios o en autobuses del transporte público, miles de ellos se dirigían a disfrutar de un día de playa y sol en Boca Chica, Guayacanes y otros lugares relativamente cercanos. Ajena a todo, la población parecía entregada a la esplendidez de una jornada de asueto. En los cuarteles la situación era otra. Los corresponsales extranjeros habían encontrado un motivo para mantener despierto a los editores de sus centrales en Nueva York, Washington y París. La secretaría de las Fuerzas Armadas daba a conocer en un comunicado detalles de un supuesto complot a cargo de oficiales y suboficiales de la Marina de Guerra. Los detalles de la conspiración ofrecidos por el parte firmado por el general Rodríguez Echavarría restaban credibilidad a la propia denuncia. Sin embargo, en el fondo, la misma era evidencia del recrudecimiento de las divisiones castrenses. Aunque tratárese de una ficción el comunicado reflejaba un hecho: la proximidad de un conflicto verdadero. No habría en mucho tiempo más fines de semanas apacibles. Rodríguez Echavarría alegaba que la trama perseguía restablecer un régimen de inspiración trujillista, y arreglar el regreso de los familiares del déspota, ahora en el exilio. En realidad parecía que el problema se limitaba a un asunto de renuncias por desacuerdos con el jefe militar de San Isidro, la poderosa base de la aviación que había sido el baluarte de Trujillo; el centro de su enorme poder con el cual había sustentado sus últimos años de tiranía y extendido su brazo de hierro más allá de las fronteras dominicanas, tomando parte o auspiciando conspiraciones y golpes de estado regionales. La opinión pública recibió con escepticismo el anuncio del complot. Se le entendía en el contexto de un esfuerzo de Rodríguez Echavarría para restablecer su 86 autoridad y recobrar la popularidad entre las masas. Su intervención en noviembre de 1961, apenas dos meses atrás, para evitar un golpe trujillista había sido la base de su ascensión. Pero su ardid no surtía efecto ahora. Los tiempos habían cambiado rápidamente sin que él y muchos otros se percataran de sus consecuencias. El comunicado militar tuvo, sin embargo, una gran resonancia internacional. En diarios de todo el continente se publicaría la noticia bajo grandes titulares. En los medios oficiales dominicanos no se le prestaría tanta trascendencia. El Presidente Balaguer lo resumió en declaraciones a los corresponsales “No puede considerarse (la trama) más que como un episodio aislado de la campaña que desde hace tiempo se viene realizando contra las Fuerzas Armadas”. No obstante, Balaguer había autorizado una investigación y entendía que “todos los dominicanos, sea cual sea su tendencia política, deben reflexionar seriamente sobre el peligro que representaría para el país la disolución de sus Fuerzas Armadas por la infiltración en ellas de doctrinas o ideas foráneas”. Cuando los reporteros preguntaron a Balaguer, si hacía referencia al comunismo y si no estimaba ese argumento un expediente gastado, el Presidente respondió: “Sí, me refiero al comunismo. Y en cuanto a lo de gastado no hay tal, pues si antes era un fantasma imaginario, hoy es una realidad y el que no la ve tiene una venda en los ojos”. Los demás miembros del Consejo reaccionarían con desdén al anuncio de la trama. Su incredulidad se basaba en las versiones de los familiares de los implicados que habían declarado a la prensa que la acusación era fruto de la 87 decisión de unos cuantos oficiales de abandonar las filas de la Marina en desacuerdo con el comportamiento autoritario del Rodríguez Echavarría. Únicamente en apariencia Rodríguez Echavarría parecía haber salido fortalecido de este episodio. Como en ningún otro momento en las últimas semanas, su posición lucía tan débil; como cimentada en pilares de madera podrida o descompuesta. Una interminable secuencia de reuniones militares tendría lugar ese mismo sábado 13 de enero de 1962 y los días subsiguientes. La suerte del secretario de las Fuerzas Armadas parecía condenada. El, sin embargo, liberaría todavía algunas cartas secretas. En medio de aquella tensión creciente, nadie podía aventurar que sucedería. Nadie, en su fuero interno, quería tampoco hablar de ello. En el fondo, todos, dirigentes políticos y jefes militares, temían de sus consecuencias. Ninguno podía abrigar seguridades de que de una revuelta miliar saldrían beneficiados. Y nadie podía de aquel modo cerrar las compuertas abiertas. Era cuestión de esperar y lo peor estaba por venir. A medida que la efervescencia aumentaba se hacía evidente la proximidad de una confrontación. decisivas. Las últimas horas del lunes 15 de enero fueron, sin duda, Esa noche, como muchas otras en las semanas anteriores, tuvo lugar una reunión clandestina que señalaría los acontecimientos que habrían de estremecer a la República con una fuerza devastadora. Las desavenencias entre la cúspide dirigencial, encabezada por el doctor Fiallo y Ángel Severo Cabral, y los más militantes miembros del Comité del Distrito, en cuyo local, frente al Parque Independencia, se alentaba por medio de 88 altoparlantes a la agitación y al derrocamiento del gobierno, habían alcanzado su punto máximo. Los desacuerdos giraban en torno a cuál había de ser el papel de la protesta contra el régimen. Fiallo y Cabral entendían que ésta había llegado a un nivel peligroso capaz de obstaculizar las gestiones políticas para desplazar a Balaguer y llevarse de paso a Rodríguez Echavarría. Pero los dirigentes del Comité del Distrito tenían sus propias opiniones al respecto. Estaban persuadidos de que sólo con una acción de masas podían precipitar los hechos que habrían de definir el panorama, confuso e incierto. Por ello entendían conveniente proseguir la agitación a toda costa. Esa noche habían convocado a una reunión secreta del Comité del Distrito para analizar la situación y asegurar la continuidad de las protestas. Nadie en la sede del Comité Central, en la segunda planta de un inmueble de la esquina de las calles El Conde y Espaillat, tenía aparentemente conocimiento de la misma. El secreto tenía dos propósitos: evitar un boicot de la dirección central política y eludir, por supuesto, la represión oficial. Para asegurar la discreción escogieron como lugar de la importante cita la enorme residencia conocida como Rancho Cayuco, donde funcionaba un Colegio, el San Luis Gonzaga, de la señora Fabiola Catrain de Pérez. Este inmueble ofrecía ventajas adicionales. Hacer la reunión en el local del Distrito, supervigilado por la policía habría representado enormes riesgos. En cambio, en Rancho Cayuco podían moverse con mayor libertad. La antigua mansión (que años después sería desmantelada para facilitar la construcción del Hotel Sheraton) tenía acceso por las 89 avenidas Independencia y George Washington (Malecón) y eso facilitaría una huida en caso de irrupción policial. La señora Catrain de Pérez era una educadora muy respetada, a quien no se atribuía militancia política lo cual despejaba cualquier sospecha sobre el edificio. Era ya un sitio establecido de reuniones sorpresivas, hacia donde podían dirigirse sin previa convocatoria otros dirigentes en la eventualidad de una emergencia. Había sido, además, el centro de otras reuniones similares en los últimos días. El lugar tenía su historia. Había sido la residencia que Trujillo le diera a su hija Flor de Oro como regalo de bodas tras sus nupcias con Porfirio Rubirosa. Y allí, contaba una leyenda, Lorenzo Berry, el ciudadano norteamericano conocido con el apodo “Wimpy”, había supuestamente hecho entrega a los conjurados del 30 de Mayo de las armas con que éstos dieran muerte al tirano. Todos los miembros del Comité del Distrito habían sido convocados esa noche. Desde estudiantes y profesionales imbuidos de ideas marxistas y revolucionarios ansiosos de actividad, este grupo representaba la más variada gama del pensamiento político de aquellos días. Hombres de derechas, del centro y la extrema izquierda, se habían unido en ese Comité abrazados al ideal común de librar al país de la herencia trujillista que, a su modo de ver, Balaguer y Rodríguez Echavarría simbolizaban. La mayoría de los integrantes del Comité se había dado cita esa noche desafiando las severas medidas de seguridad adoptadas en toda Santo Domingo. (Componían la directiva José Aníbal Sánchez Fernández, presidente; Otto Ricart 90 Vidal, vicepresidente; Ignacio González Machado, secretario general; Jottin Cury, vice-secretario general y a cuyo cargo estaban los trabajos cotidianos; Manuel Cáceres Troncoso, delegado ante el Comité Central; Rafael (Johnny) Pacheco Perdomo, tesorero; Julio Senior, vice-tesorero; y Carlos Ascuasiasti, Manuel Doñé, Juan Sully Bonnelly, hijo mayor del vicepresidente; Eridania Mir y Ángela Ricart viuda Mota, vocales, entre otros). Los dirigentes del Distrito constituían el núcleo más activo y pujante de toda la organización y esa noche del lunes 15 de enero, presintiendo la proximidad de un desenlace, tenían razones personales y políticas para acudir a la cita, a despecho del peligro. El propósito era el de analizar la crisis a la luz de los acontecimientos más recientes en el área militar y mantener, a toda costa, la labor de agitación, cuidadosamente elaborada durante semanas. Los jóvenes e impulsivos dirigentes ucenistas pensaban que no debía dilatarse más tiempo la inevitable salida de Balaguer del Palacio Nacional y la idea era precipitarla cuanto antes. Varias llamadas telefónicas a Rancho Cayuco desde diversos puntos de la ciudad, con intervalo de pocos minutos, contribuyeron a aumentar la excitación de esa noche. Las noticias eran que San Isidro había movilizado sus unidades blindadas. Los presentes en la reunión elaboraron varias teorías sobre el caso. Muchos de ellos opinaban que se trataba de un simple traslado logístico de tanques, para intimidar de paso a la población. El itinerario de los blindados no tardaría en responder todas sus interrogantes. Al tocar la avenida George Washington, bajando la Avenida Fabbre Geffrard (hoy Abraham Lincoln), el convoy militar dobló a la izquierda, internándose 91 de nuevo hacia la ciudad. Ya no podían caber dudas, era un acto de intimidación para disuadir a los agitadores y aplacar los ímpetus de la oposición. Los ucenistas tomaron una decisión rápida. Las protestas continuarían al día siguiente y esa misma noche demostrarían a Rodríguez Echavarría hasta donde estaban dispuestos y decididos. Tras una serie de llamadas desde Rancho Cayuco consiguen reunir una veintena de automóviles que se une al desfile de tanques, cuyo ronco sonido sobre el pavimento llena de incertidumbre a centenares de hogares que esa noche los distrae del capítulo nuevo de la radio novela “Yo compro esa mujer”, de moda en Santo Domingo. Como un cortejo macabro, haciendo sonar sus claxones en señal de protesta, una larga hilera de vehículos se une a la marcha de los tanques. A su paso por la ciudad, hombres de todas las edades se agregan a ella. Es una multitud la que le sigue al llegar a la cabecera occidental del Puente Duarte, donde el convoy militar toma el camino de vuelta a la base de donde había partido. De pronto, la muchedumbre, estimada en cerca de mil personas, improvisa una breve manifestación de repudio a Balaguer y los militares. Los dirigentes del Comité del Distrito, algunos de los cuales ha formado parte de tan extraña caravana, se felicitan por su éxito. Han la tomado la invariable decisión de intensificar la lucha de inmediato. Ninguno, en el éxtasis provocado por tan espontánea demostración de apoyo, podía imaginarse cuán graves serían los resultados de esa decisión. Mucho menos podían suponer que el desenlace por el que habían estado esperando impacientemente, estuviera tan solo a distancia de horas. 92 93 6 LA MATANZA DEL PARQUE INDEPENDENCIA La democracia no se funda en la violencia o el terrorismo, sino en la razón, en el juego limpio, en la libertad, en el respeto de los derechos de las demás personas. La democracia no es una ramera recogida en la calle por un hombre con una pistola ametralladora. WINSTON CHURCHILL (Obras Escogidas) 94 GRÁFICAS DE LOS INCIDENTES OCURRIDOS EN EL PARQUE INDEPENDENCIA 95 Las consignas vertidas por toda la ciudad fueron congregando desde temprano en la mañana del martes 16 a centenares de partidarios de la UCN, en los alrededores del local de ésta frente al Parque Independencia. Desde el balcón, su principal activista, José Aníbal Sánchez Fernández, se dirigía a la muchedumbre en crecimiento pidiendo la renuncia del presidente Balaguer. Sus arengas dieron paso al sonido de las bocinas, instaladas en los extremos del balcón, con discursos grabados de Viriato A. Fiallo, el líder ucenista. Transportadas por el viento, las voces chillonas de los altoparlantes llenaban las oficinas de la parte este de Palacio, donde tenía su despacho el Presidente. Balaguer pidió al coronel Rafael de Jesús Checo, su jefe de ayudantes militares, buscar la manera de acabar con ese ruido. Haciendo un poco de memoria, Checo me dijo que podía recordar que Balaguer, irritado por el ruido de las bocinas que penetraba a su oficina y no le dejaban concentrar le ordenó que buscara la forma de silenciarlas. Checo cree haber llamado a Rodríguez Echavarría para informarle de los deseos del Presidente, pero no recuerda exactamente los términos de la conversación entre ambos. El autor ha podido establecer, sin embargo, que ambos hablaron por teléfono ese día antes de los incidentes. Al mediodía, la manifestación adquiría visos impresionantes. Los informes de inteligencia intranquilizaban a las facciones del gobierno contrarias a la UCN. Prevalecía entre ellos la impresión de que las protestas podían degenerar ese día en un verdadero motín contra el gobierno. Y esa posibilidad, unida a la quiebra del 96 prestigio de Balaguer y el de Rodríguez Echavarría, podía culminar con un derrumbamiento del gobierno y cambios en los estamentos jerárquicos de las Fuerzas Armadas. A medida que transcurrían las horas y se hacía mayor la agitación, la preocupación oficial se tornaba desesperante. Al otro lado de la ciudad, unos quince kilómetros al Este, en la Base Aérea de San Isidro, centro de operaciones de la Aviación Militar, podía percibirse con más claridad la intensidad de la crisis. llegar hasta allí. Sin embargo, muy pocos dominicanos podían Núcleo del poder militar de la tiranía, donde Trujillo había concentrado la flor y nata de sus ejércitos, sólo contados civiles habían tenido la oportunidad de conocer sus instalaciones. San Isidro había estado protegido siempre por una aureola de secreto y fantasía. Los soldados no habían vuelto a disponer de sus jornadas de asueto y en aquel día particularmente caluroso las órdenes parecían más severas de lo usual. Al ocupar su turno de guardia a la puerta de entrada del recinto, el sargento Ortíz tuvo el ligero presentimiento de que algo andaba al revés. Estricto en cuestiones de aseo, no había podido mudarse de ropas y el hedor a sudor y polvo que percibía de su traje de faena verde-olivo le sentaban mal: tan horriblemente mal como el sonido de los blindados que desde el interior de la base indicaban que muy pronto sus temores irían a confirmarse. Era imposible precisar que estaba sucediendo. Pero podía sentirse en la pesadez del aire. Ortiz miró a su compañero de guardia y el rostro pétreo de éste, casi sin expresión, le pareció indicar que compartía sus inquietudes. 97 De la ciudad habían llegado noticias alarmantes y el general Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría, secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, hizo un postrer intento por evitar la intervención del ejército. Sabía que si esto último ocurría, se precipitarían acontecimientos desbordantes, difíciles de controlar. Regio en su impecable uniforme de campaña, sin más emblemas que las estrellas correspondientes a su rango, Rodríguez Echavarría era, a pesar de la preocupación creciente que le embargaba, la viva estampa del jefe militar de carácter que podía hacerse respetar sólo con su presencia. Era también la figura más odiada en ese momento, con la probable excepción de Balaguer. Paradójicamente, tan solo unas semanas atrás, cuando encabezó la oposición militar al frustrado golpe con que los tíos del dictador intentaron perpetuar el régimen trujillista, era una persona amada en los medios políticos; una especie de héroe rodeado de una leyenda de arrojo y valentía. No todos los líderes políticos rechazaban, sin embargo, a Rodríguez Echavarría. Bosch, cuyo atractivo entre los pobres parecía ir en constante crecimiento, tenía un buen concepto de él. Lo conservó por mucho tiempo y por encima de los acontecimientos que habrían de distanciar, sobre agrios antagonismos personales e ideológicos, a las pujantes fuerzas nacientes de la incipiente democracia dominicana. “Rodríguez Echavarría había reconocido a Balaguer como presidente de la República y eso determinó el enfrentamiento de Unión Cívica con él”, escribiría Bosch al explicar las causas del golpe de Estado que le derrocó siete meses después de asumir la Presidencia, el 25 de septiembre de 1963, producto de las elecciones celebradas a finales de 1962. “A partir del 19 de noviembre de 1961, la 98 UCN dedicaría todas sus fuerzas a derrocar conjuntamente a Balaguer y a Rodríguez Echavarría. Rodríguez Echavarría tenía una inclinación franca a la justicia social. No sabía cómo hacerla, pero sentía la necesidad de hacerla. Era tosco y violento, pero no tanto que no pudiera ser conducido en dos puntos: su instinto de justicia social y su sentimiento nacionalista”. (Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana, edición citada, páginas 44 y 45). En ese libro Bosch sostiene la tesis de que la juventud del Catorce de Junio se opuso a Rodríguez Echavarría inducida por la UCN, a despecho de que el jefe militar se inclinaba a los catorcistas. “Desde luego, agrega, (Rodríguez Echavarría) era un típico ´guardia’, con todos los resabios de su profesión. Había iniciado su carrera como guardia raso y por su origen popular era anticívico. Como a toda la masa del pueblo, el instinto le hacía repudiar a esa casta de ‘primera’ que surgía de entre las ruinas del trujillato queriendo apoderarse de los mandos del país”. Bosch no hace mención del hecho de que Rodríguez Echavarría había sido un alto oficial de Trujillo muy ligado a Ramfis, su hijo mayor. Balaguer había expresado también opiniones muy elevadas del jefe militar. En un discurso pronunciado el 10 de diciembre de 1961, al destacar la importancia de la participación de éste en los hechos del 19 de noviembre, dijo que Rodríguez Echavarría “lo único que reclama es que a las Fuerzas Armadas se le reconozcan sus derechos legítimos y que no haya represalias ni injusticias entre los dominicanos”. Balaguer pedía al país evitar que “esas nobles intenciones sean 99 frustradas” impidiendo así que se empujara “con un gesto huraño o con una actitud incomprensiva, hacia la dictadura militar a quien ha puesto sus armas al servicio de la República y de nuestra democracia en ciernes”. Las palabras del Presidente en cuanto a la posibilidad de un nuevo intento dictatorial resultarían proféticas. Los dominicanos estaban próximo ya a comprobarlo. Rodríguez Echavarría estaba dispuesto a imponer su autoridad a toda costa. Los militares a su alrededor estaban furiosos por la debilidad mostrada por la policía. El Estado Mayor compartía el punto de vista del secretario de que la policía podía bastarse por sí misma para sostener la tranquilidad, a punto de derrumbarse. A juzgar por las opiniones del grupo, era evidente que la soledad del recinto, y el aislamiento social de la rígida vida militar, les nublaba la perspectiva. Ninguno de los jefes militares reunidos después del mediodía en el despacho del general Rodríguez Echavarría parecía en condiciones de analizar objetivamente la situación. No parecía haber para ninguno de ellos otra salida que la castrense. Y desde ese prisma resultaba obvia su ineptitud para enfrentar los acontecimientos debidamente. Rodríguez Echavarría levantó bruscamente el teléfono y marcó el número privado del coronel de la Policía, Julio Arzeno Colón, alias Tuto. La conversación fue evidencia del cisma que amenazaba a la jerarquía militar. Colón dudaba en acatar la orden de marchar contra los manifestantes y disolver la concentración de opositores en el Parque Independencia alegando falta de recursos y tropas adecuadas. Balaguer había hecho llamar poco antes a Rodríguez Echavarría para ordenarle restablecer el orden y éste había prometido impartir instrucciones 100 inmediatas al jefe de la Policía. Las vacilaciones de Colón encolerizaron al secretario de las Fuerzas Armadas. -No puedes negar que eres un pendejo, Tuto- y estrelló el teléfono. Sin embargo, Rodríguez Echavarría seguía dispuesto a poner fin a la agitación y restablecer la tranquilidad a cualquier precio. Sin pensarlo más, se presentó ante su comandante de tanques, teniente coronel Manuel Antonio Cuervo Gómez, y en presencia de su Estado Mayor le dio órdenes de marchar con dos pelotones de inmediato: -Tuto nos ha fallado. Vaya a la Policía y tráigalo preso. Si hace resistencia, resuelva eso. Quite también las bocinas del parque y a los cívicos que jodan menos-, dijo haciendo un breve saludo de despedida al oficial. Cuervo se cuadró militarmente y salió sin pérdida de tiempo. En pocos minutos una hilera de blindados traspasaría las puertas de la base en dirección oeste, a toda marcha. Rodríguez Echavarría hizo un breve cálculo mental. A los 90 kilómetros por hora de velocidad de los blindados, el convoy estaría ejecutando sus órdenes en no más de 60 minutos. Se dejó caer pesadamente sobre su sillón giratorio y marcó el número de su casa. Su esposa Dolores acostumbraba a llamarle y no lo había hecho. Quería averiguar por qué. El sargento Ortiz de guardia a la entrada de la base no pudo evitar un estremecimiento por todo el cuerpo cuando el convoy militar pasó raudamente por su lado. A pesar de la relativa seguridad que le brindaba la protección del resguardado recinto, le asaltaron toda clase de temores al recordar que en su vecindario, el barrio María Auxiliadora, en la zona noreste de la ciudad, se habían 101 estado produciendo movilizaciones de estudiantes y las turbas habían causado destrozos, agrediendo a policías y militares. Pensó en Patria, su mujer, y su pequeño hijo de tres años. Mayor fue todavía su estremecimiento cuando una gota de sudor espeso recorrió la cara de su compañero, que antes parecía tan impertérrito frente a él, como un muro de piedra. Cuervo se dirigió lentamente al cuartel de la Policía situado en la confluencia de las calles Francia, México y Leopoldo Navarro, en un tranquilo sector residencial a escasos metros de la embajada de Estados Unidos, pero no encontró al coronel Colón. Apenas había allí unos cuantos agentes, con uno de los cuales Cuervo intercambió pocas palabras. Sin pérdida de tiempo encaminó su columna blindada hacia el Parque Independencia, tomando la calle San Juan Bosco descendiendo por la 30 de Marzo. Al llegar a la plaza dobló a la derecha por Las Mercedes, giró inmediatamente a la izquierda por la Mariano Cestero y tomó la Arzobispo Nouel, situándose en su AMX, exactamente debajo del local de la UCN. La remodelación de Santo Domingo a partir de 1966 ha transformado por completo esas y otras zonas de la ciudad. Parte de la San Juan Bosco correspondía entonces al tramo que hoy comprende la 27 de Febrero, entre la cabecera del Puente Duarte y el sector de Don Bosco. La multitud arropaba prácticamente el lugar, en medio de un enorme bullicio, más propio de comparsas que de revolución. 102 El joven teniente coronel Cuervo, de 32 años, se había visto involucrado en los sucesos de forma inesperada. Después de un agotador día de patrullaje por la ciudad, creía llegada la hora de un descanso. Fue unos momentos a su casa, en el barrio de oficiales de la Base de San Isidro, para tomar una taza caliente de café y ducharse, cuando se le ordenó presentarse al comando de tanques. La llamada urgente no le dio tiempo a mudarse de ropas y esa fue la causa de que, contrario a sus deseos, se presentara vestido de kaki con el uniforme diario de la Aviación Militar, y no en traje de faena, verde-olivo. Al observar la posición del sol, Cuervo recordó que a esa hora de la tarde no había siquiera desayunado. Rodríguez Echavarría le había ordenado disponer de 10 tanques, pero Cuervo analizó la situación y tomó una decisión. Se llevaría cinco AMX y otros cinco carros de asaltos (half-track), conocidos por “orugas”. Los tanques AMX, adquiridos en 1959 por Trujillo eran los más modernos en todo el arsenal de las Fuerzas Armadas. Pero sólo tenían capacidad para tres personas, el conductor, el jefe de la unidad y el artillero. En cambio, en los “orugas” podía transportarse toda una escuadra, entre nueve y doce hombres. Cuervo los necesitaba en la eventualidad de que las cosas se complicaran y surgieran problemas, en vista de las informaciones sobre desmanes y agitación creciente en toda la ciudad. El oficial calculó que los carros de asalto, como en cualquier combate militar, podían apoyarlas acciones de los AMX. Eran blindados para transporte de personal que normalmente se emplean para acompañar a los tanques en un asalto y apoyarse mutuamente. Su capacidad de fuego era más de lo que Cuervo requería, aún en el caso de una situación extrema. Artillados con ametralladoras terrestres y anti-aéreas, además de las 103 armas de los soldados, estos vehículos de finales de la Primera Guerra Mundial, tenían excelentes hojas de servicio en innumerables ejércitos alrededor del mundo y muchos de ellos lo mantenían aún en uso. Al llegar al parque, Cuervo situó sus unidades en ángulo recto alrededor de la plaza, guardando la regla militar de mantener una distancia de entre 10 y 15 metros entre un blindado y otro, por si uno es incendiado o atacado. El joven oficial asomó la cabeza por la escotilla de su AMX y observó a su alrededor. Poco acostumbrados a este tipo de actuación, los soldados lucían tan nerviosos ahora como la muchedumbre, que no cesaba de palmotear y gritar a los militares epítetos y obscenidades. Momentos antes, Bonnelly despidió afablemente al último de los visitantes a su despacho y avisó al teniente Luis Segundo Miller Céspedes, su ayudante militar que se iba. El oficial recogió el maletín del Vicepresidente y le acompañó, como de costumbre en las dos últimas semanas, hasta el parqueo de la planta baja del Palacio, le abrió la portezuela trasera derecha y abordó el asiento delantero. Después de dejar a Bonnelly en su residencia, en la calle Pedro Henríquez Ureña, Miller ordenó al chofer que le condujera directamente a su casa, en la calle 19 de Marzo, una cuadra más arriba de Las Mercedes, en el centro de la ciudad. En el trayecto, Miller pudo comprobar la creciente agitación en los alrededores del Parque Independencia. El oficial, de 32 años, no prestó demasiada importancia a ese hecho. De todas maneras, las multitudes habían estado inquietas desde hacía días y esperaba que todo transcurriera normal. Si se atenía a la costumbre, dispondría de dos horas 104 para comer, echar una pequeña siesta, conversar con su mujer y juguetear un poco con su hija antes de pasar a recoger a su jefe para conducirle de nuevo a Palacio. Esta vez no tuvo suerte. La llamada telefónica que habría de pararle de la mesa mientras comía, apenas una media hora después de haber dejado al Vicepresidente, era del propio Bonnelly. El Vicepresidente mismo se había tomado la molestia de discar su número. -Le necesito de inmediato, teniente-, díjole, cerrando sin esperar respuesta. Mientras Miller abordaba de nuevo el automóvil, tras revisar mecánicamente su metralleta Thompson, que colocó en el sillón delantero entre él y el conductor, Bonnelly discaba otro número telefónico. Había recibido informes alarmantes sobre los acontecimientos del parque y tomado la decisión de comprobar la situación por sí mismo. Al cabo de tres timbrazos, el doctor Nicolás E. Pichardo levantó el auricular: -Tengo informes de muy buena fuente de que puede haber graves incidentes en el Parque Independencia. Rodríguez Echavarría ha enviado tanques para sofocar las protestas populares. Deseo que me acompañes para hacer una verificación y evitar una desgracia. ¿Estás en condiciones y dispuesto a ir?-, díjole Bonnelly. Pichardo respondió sin ambages: -Claro. Creo que es buena idea la de que yo te acompañe. Bonnelly prometió pasarle a recoger de inmediato a su residencia, en la avenida Bolívar a esquina Abraham Lincoln, en dirección opuesta al Parque, lo cual cumplió. El Cadillac negro placa 02, modelo 1959, del Vicepresidente del Consejo de Estado, tardó unos minutos en llegar de Palacio para recogerle. Pichardo apenas 105 tuvo tiempo para despedir a un visitante. Acompañado sólo del chofer y el edecán militar, los dos “consejeros” tomaron en dirección este la Avenida Bolívar (en la que entonces podía transitarse en ambas direcciones) a gran velocidad. La vía estaba despejada, cosa inusual para la hora. Al llegar a la esquina del Parque, en la confluencia de la calle Julio Verne, el automóvil fue detenido por un par de soldados. Al comprobar la identidad de los ocupantes, permitieron que continuara, pero la congestión de la multitud no permitió que penetraran hasta la sede de UCN. Miller ordenó al chofer que estacionara al lado del cine Independencia, donde ese día anunciaban “Sissy Emperatriz”, y a pie Bonnelly y Pichardo, seguidos del teniente Miller se dirigieron al local. Pichardo admiró la tranquilidad y gran dominio de sí de Bonnelly, cuando trataba en vano de subir al local para desde allí dirigirse a la multitud y pedirle que se retirara para evitar una desgracia. Cuervo había tratado de convencer a los dirigentes ucenistas, de pie en el balcón, que bajaran las bocinas, sin lograrlo. El acceso al local estaba herméticamente cerrado y protegido por una puerta de hierro, reforzada con candado. Cuervo mandó a uno de sus oficiales a buscar una escalera al Cuerpo de Bomberos, situado a poca distancia, al final de la Palo Hincado, con avenida Mella. Los manifestantes se negaban a permitir la entrada de los miembros del Consejo temerosos de que detrás de ellos pudieran penetrar los soldados. Su única protección consistía en mantener cerrada la puerta de entrada. Dos soldados subieron por la escalera traída de los bomberos y estaban a punto de trepar al balcón y desprender los altoparlantes, cuando uno de ellos fue empujado y cayó aparatosamente al suelo. De pronto alguien comenzó a disparar. 106 Pichardo alcanzó a ver al teniente Miller situarse en frente de él y Bonnelly para protegerles de las balas, mientras unos pasos más allá dentro del parque, la multitud corría en forma desordenada. Varios manifestantes cayeron alcanzados por los disparos, tratando de buscar refugio detrás de los árboles y debajo de las banquetas. “Vi tirar al ejército”, - recordaría después. “Nos quedamos de pie, sólo protegidos por el edecán del Vicepresidente”. Miller conservó la calma. Llamó al conductor e hizo estacionar el Cadillac número 02 a unos pasos de distancia, pese al tumulto. Desafiando el peligro, apartó a varios soldados agitando su metralleta. Alcanzó a Bonnelly por un brazo y le obligó a entrar al vehículo por el lado derecho, pese a la resistencia de éste, empeñado en permanecer en el lugar. Del empujón, Bonnelly cayó casi acostado en el sillón trasero del Cadillac. Pichardo permanecía del otro lado, medio conturbado por el tiroteo. La multitud corría a su alrededor y soldados, a su lado y desde distintas posiciones, disparaban sin blanco específico. Miller dio la vuelta y pudo colocarse al lado de Pichardo. Abrió la portezuela y le introdujo casi al tiempo en que un joven caía a su lado herido por una bala. De un brinco se situó de nuevo del flanco derecho y abordó el asiento delantero cuando el vehículo se encontraba prácticamente en marcha. Todo transcurrió en minutos. A una orden suya, el conductor guió entre los tanques, haciendo sonar ininterrumpidamente el claxon, hasta alcanzar la esquina de la Palo Hincado, dobló en dirección norte y volvió a virar en la esquina siguiente, por Las Mercedes, dando la vuelta al parque hasta 107 conseguir la 30 de Marzo, por donde enfiló a toda velocidad. Atrás pudo escuchar el sonido de los tanques poniéndose en marcha. Con la respiración entrecortada por el esfuerzo y la tensión, Miller preguntó a Bonnelly cómo se sentía. Bonnelly tardó en dar una respuesta positiva mientras el Cadillac penetraba al Palacio por el lado lateral este, entrada que sería clausurada años después, por efectos de una remodelación. Una sombra de preocupación ensombreció el rostro de Bonnelly que a pesar de todo lucía sereno “como siempre”, diría Pichardo. En el trayecto tomaron tácitamente la decisión de convocar de emergencia al Consejo. Bonnelly era de opinión que la única salida a la crisis, agravada ahora por el derramamiento de sangre, consistía en la renuncia de Balaguer y el mantenimiento de los demás miembros del Consejo. Ninguno podía apostar que Balaguer aceptaría abandonar la Presidencia. Situaciones más delicadas y peligrosas estaban aún por producirse. El vehículo no se detuvo hasta llegar al parqueo interior de la mansión ejecutiva. Pichardo recordó perfectamente su última visión del incidente. No podía apartar de su mente la figura de Cuervo moviéndose alrededor, alzando la voz y los brazos por encima del ruido de los disparos. Cuervo sostiene que Bonnelly pidió a uno de sus oficiales hablar con él, inmediatamente se apersonó al parque. De acuerdo con su versión, Sánchez Fernández le había solicitado cinco minutos hasta que Bonnelly llegara, antes de que él desprendiera por la fuerza las bocinas. “Recuerdo que el dirigente de la UCN me pidió que antes de que cortara los alambres esperara la llegada de Bonnelly y 108 yo decidí esperar. Cuando se bajó del coche que lo traía, a considerable distancia nuestra, se dirigió directamente hacia mí y empezamos a hablar. Me preguntó quién me había mandado. Le respondí que el Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, porque allí se estaba denigrando el nombre del Presidente de la República, Joaquín Balaguer, e incitando al pueblo a la rebelión y el desorden. Me contestó que él (Bonnelly) era el Presidente de la República a lo que yo le respondí: Con todo respeto, señor, el Presidente es el doctor Balaguer. vicepresidente del Consejo de Estado. Usted es el Cuando iba a contestarme sonaron los disparos. Inmediatamente tomé a Bonnelly por los hombros y lo coloqué debajo del tanque para protegerle. Todo el mundo se lanzó al suelo. Pude verlo perfectamente. Sentí varios disparos pasarme cerca de los oídos, pero no me lancé al piso. Por el contrario, comencé a recorrer el lugar ordenando ‘alto al fuego, alto al fuego’, hasta que lo conseguí”. Cuervo asegura que un periódico izquierdista, que no identificó, logró tomarle una fotografía con los brazos en alto, ordenando detener los disparos, que luego fue publicada como evidencia de que él había ordenado abrir fuego contra la multitud, lo que negó rotundamente. “Yo usaba las señales correctas, al estilo militar, para ordenar alto al fuego y eso puede verse en la fotografía”, me dijo en una larga entrevista. “Nunca se dio orden de disparar”. Cuervo niega también la versión ampliamente difundida en esos días por la prensa nacional e internacional de que los vehículos blindados dispararon sus cañones y ametralladoras y hace la explicación siguiente: “El cañón del AMX lleva un soporte con un tornillo muy largo para evitar que se mueva y no dio tiempo para quitarlo”. 109 El doctor Nicolás Pichardo recuerda que entre Bonnelly y Cuervo se produjo en efecto una conversación, pero no pudo precisar en qué términos. Sin embargo, la versión de Cuervo de que lanzó a Bonnelly al suelo para protegerle fue de hecho descartada por Pichardo, Miller y otros testigos presenciales entrevistados por el autor. En la entrevista con Cuervo se encontraban dos testigos: su abogado, doctor José Acosta Torres y el periodista Miguel Franjul. Tuvo lugar en su residencia de Santo Domingo, la mañana del lunes primero de febrero de 1988. El primero de los disparos se escuchó con la fuerza de un trueno, por encima del ruido de la multitud. Guiado por una fuerza oculta, Ernesto Rodríguez, estudiante de secundaria de la Escuela Argentina, ubicada a una considerable distancia del lugar, se lanzó al suelo, tras una banca de mármol, cuando oyó un quejido próximo a él de un hombre grande, vestido con una camisa de cuadros tenues. Del estómago de éste brotaba un hilillo de sangre. El estudiante no volvió a escuchar los gritos de “libertad, libertad”, al ritmo de las palmadas. En su lugar, un fúnebre y prolongado traquetear de fusiles y metralletas se apoderó del ambiente. Tan pronto como cesaron los disparos, Cuervo vio a decenas de jóvenes tratando de subir a los tanques, por lo que impartió a sus oficiales orden de retirada. La columna tomó a toda velocidad la calle Palo Hincado hacia arriba para doblar por la avenida Mella, sin detenerse hasta llegar a la Base de San Isidro. Al pasar frente al Altar de la Patria, al terminar la calle del Conde, uno de los camiones 110 “oruga” tuvo un ligero percance al embestir a un auto del transporte público. Pero esto no detuvo la marcha. 111 7 LA CIUDAD ARDE POR DOQUIER “Terra de muita grandeza e de muita miséria tambén”. JORGE AMADO 112 El retumbar de los carros blindados se alcanzó a oir pese a la distancia entre los vecinos de la calle Fabio Fiallo, frente al Parque Eugenio María de Hostos. En frente, en la plaza, ajenos a la situación unos mozalbetes practicaban rústicamente el béisbol, descalzos sobre el duro suelo de concreto rodeado de almendros. Ángel Carrasco, alias Chino, hizo un gesto de disgusto, y trató de sintonizar su aparato de radio. Por unos segundos le embargó una extraña sensación de confusión. El lejano y sordo aunque persistente sonido, no era sin duda alguna de la parte final de la overtura 1812 que transmitía HIG en su programa “Música de los Grandes Maestros”. En la acera comenzó a congregarse la gente. A través de la puerta, “Chino” pudo ver el rostro angustiado de Dulce María, su tía Nena, señalando con la mano derecha hacia el norte, de donde parecía provenir el ruido, ahora lleno de un tono sombrío. Chino se dio cuenta que no podía seguir escuchando su programa favorito, miró el pequeño reloj de mesa colocado descuidadamente al lado del receptor de radio y se levantó del piso. Nada mejor que el frío del mosaico para combatir el mordiente calor del mediodía, en ese día particularmente húmedo y sofocante. Fue a la habitación contigua y se cubrió el torso desnudo con una camisa blanca. Pese al coro de voces y la agitación que se había apoderado de las mujeres del vecindario, Chino pudo escuchar la voz de Claudio Chavalier, el locutor, cuando anunciaba el Concierto para violín y orquesta de Bruch, con Yehudi Menuhin como solista. Hizo un débil ademán de quedarse, pero cedió a la tentación y se unió al grupo. 113 En la acera de la pulpería de “Nando”, en la esquina de las calles José Gabriel García y Francisco J. Peynado, el número de curiosos crecía rápidamente. Una guagua celular de la policía estacionada dos cuadras más arriba, frente al pórtico este del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, atestado de efectivos armados con rifles y metralletas, arrancó, calle abajo, lentamente en señal de advertencia. El grupo se dispersó. Chino se dirigió en compañía de unos cuantos en dirección este, por la José Gabriel García. Lo que vio al llegar al Parque Independencia le inquietó profundamente. Tuvo un presentimiento y se alejó un rato más tarde. Chino había recibido días antes una noticia por la que había estado esperando desde hacía tiempo. El consulado de los Estados Unidos le fijaba cita para el visado a comienzos de la semana siguiente. No iba a echar a perder todos sus sueños, acariciados durante meses, de viajar a Chicago, por involucrarse innecesariamente en cuestiones revolucionarias. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo cuando alcanzó a escuchar, ya a varias cuadras de distancia, el sonido de ráfagas y un seco ronquido semejante al de un obús. Esa tarde tomó otra decisión que cambiaría el curso de su vida. No iría a la mañana siguiente tampoco a su trabajo en Tavares Industrial, situado en la Feria, en el extremo occidental de la ciudad. Argüelles, el “Español”, pensó que iba a ser un día bueno para el negocio. Desde su prisma, las crisis tenían después de todo una ventaja: la gente se apresuraba a comprar para prevenir huelgas y disturbios. último año se lo había mostrado de ese modo. Su experiencia en el Pero esta tarde Argüelles fue asaltado por un temor. Las noticias de la radio eran escalofriantes, no obstante las 114 dificultades de los reporteros para moverse en una ciudad prendida por el miedo y el sobresalto. Movido por un mecanismo oculto, Argüelles anunció a los parroquianos su decisión de cerrar. Les concedió diez minutos para arreglar cuentas y empacar. Cuando el último de los clientes salió, Argüelles se cercioró de que todo estaba en orden y cerró la puerta de entrada que a al punto en que confluyen la Independencia, Padre Billini y Fabio Fiallo. Tomó seguidamente la escalera hacia el segundo piso del edificio de tres plantas donde vivía. Dominado por una angustia creciente, Argüelles decidió esperar los acontecimientos y bajó de nuevo a recortarse el cabello en la barbería de Salvador García, dos casas al lado del pequeño supermercado de su propiedad, en la Padre Billini. En medio de la animada conversación con el peluquero, Argüelles vio varios mozuelos proveyéndose de gasolina en recipientes de plástico a unos pasos de él, en la estación Shell al otro lado de la calle. El traqueteo de los disparos le pareció interminable. Unos instantes después, que le parecieron un siglo, vio pasar la primera oleada de jóvenes, rompiendo todo a su paso. El nudo en la garganta le hizo tragar en seco. En su desesperación tuvo tiempo de dar gracias a Dios por su previsión de cerrar temprano ese día, pese al número creciente de clientes. Una esquina más al este, el “Español” observó junto a la multitud de angustiados curiosos cómo sobre el conjunto abigarrado de tejados y árboles se alzaba el espeso humo, unas cuadras próximas al lugar de donde se habían producido los disparos. Un jovenzuelo de no más de 15 años detuvo su carrera para informar con voz entrecortada a la muchedumbre: “Incendiaron el Teatro 115 Olímpia” y grupos iracundos recorren toda la vieja ciudad en actitud desafiante. La furia de la turbamulta se había centrado sobre esa propiedad de Marcos Gómez, como lo había hecho antes contra la de otras figuras allegadas a la dictadura de Trujillo descabezada la noche del 30 de mayo. La exacerbación del ánimo popular se centraba sobre esa clase de símbolos de la tiranía, cuyos vestigios aún luchaban por controlar el escenario político dominicano. Argüelles decidió que era tiempo de retirarse. Con lo visto era suficiente. Con sólo inclinar ligeramente el oído izquierdo podía escuchar los fuertes latidos de su corazón. Apartó sus oscuros ojos del libro de texto de Literatura Universal del tercer grado de bachillerato y se concentró en el roído y rupestre ejemplar de la “Primera Declaración de La Habana”, que le había sido entregada en la última reunión de la célula estudiantil a la que pertenecía en el Liceo Juan Pablo Duarte, en que hacía sus primeros méritos como “militante”. La excitación comenzó a apoderarse de él a media mañana, cuando el paso rasante de un P-51 de la Aviación Militar sobre el rompeolas, a escasos metros del malecón, alarmó a todos los residentes de la calle Cambronal. Arcadio alcanzó a ver el avión desde el balcón de su casa próximo a la Arzobispo Portes, en el barrio de Ciudad Nueva. Los rumores llenaban la ciudad de un extremo a otro. Vinicio, su vecino, le había invitado a unirse a una manifestación frente a la sede del Catorce de Junio, en la calle Hostos esquina El Conde, desde donde recorrerían todo el casco antiguo de la ciudad. Su madre le impidió unirse al grupo. Pero si el llamado de la Revolución se producía, él, Arcadio, que podía recitar frases enteras de Lenín y 116 sostener largas discusiones sobre materialismo y dialéctica marxista, no le prestaría oídos sordos. No estaba dispuesto a sentarse a presenciar “el cadáver del imperialismo” cruzar frente a su casa. Si podía memorizar cada frase impactante de la “Declaración de La Habana” podía contribuir, con su vida si fuese necesario, a liberar al país de la opresión capitalista. Cuando las primeras ráfagas retumbaron en sus oídos mientras subía las escaleras de su casa para una siesta, creyó llegado el momento de unirse a la revolución. “Al diablo con todo”, masculló arrojando los libros al piso. Apenas alcanzó a ver instantes después la zaga del convoy militar cuando se retiraba por la Arzobispo Nouel, pero las escenas de cadáveres y sangre sobre la hierba le estremecieron de arriba a abajo. La bocina del local de la UCN empezó de nuevo a tronar llamando “asesinos” a los soldados que se retiraban apresuradamente. Las multitudes se reagrupaban con rapidez bajo los altoparlantes. Arcadio se unió al primer grupo que siguió los pasos del convoy militar. Guidado mecánicamente por la turba se internó en El Conde. El grupo se dividió sin ninguna señal previa y la otra parte bajó por la Palo Hincado. Una confusa sensación de gozo invadió a Arcadio cuando los cabecillas del grupo empezaron a lanzar objetos contra los escaparates de las tiendas. Observó a varios entregarse a labores de saqueo, pero no le concedió mayor importancia. Los escrúpulos revolucionarios los dejaría para momentos más estelares que los latidos de su corazón le hacían sentir cerca. Una bomba de gas lacrimógeno lanzada desde una celular que cruzó fugazmente por la 19 de Marzo le separó de la columna. Sin darse cuenta, en medio del desorden y la acción 117 depredadora de las turbas, Arcadio se vio de nuevo en las vecindades del Parque Independencia. Hincado. Una densa humareda se levantaba desde el Olimpia en la Palo Miró al oeste y vio la antigua casona de dos plantas que alojaba la escuela pública situada frente al restaurante de “Meng, el chino”, al lado del clausurado cementerio viejo de la ciudad, reducida casi a cenizas. Se percató que las cosas iban en serio. A sus 17 años Arcadio había vivido intensamente su primera experiencia revolucionaria. Dominado todavía por la excitación, que se hacía más intensa, pudo ver a través de los árboles, como otra multitud, surgida no se sabe de dónde, subía por la 16 de Agosto. Sin pensarlo apresuró el paso y pudo dar con ella. María de los Ángeles de Peña tomó al recién nacido en sus brazos y sonrió tímidamente a su madre, sentada al lado suyo. La alegría del primer bebé, después de un parto normal aquél mediodía lleno de presagios, no disipó totalmente la ansiedad con que había sido internada de emergencia horas antes en el hospital militar, en los predios de la universidad estatal. La criatura estaba bien, lo que le preocupaba era Antonio, su esposo, segundo teniente recién graduado de la Policía, que dos noches antes había recibido orden de acuartelamiento. No había sabido de él desde entonces. Esta falta de noticias, en momentos tan especiales, se tornaba más inquietante ante el enorme caudal de rumores en circulación desde la víspera. Habían tratado de mantenerla ajena a los acontecimientos, pero se había enterado por una enfermera de cómo empeoraban las cosas. La primera 118 experiencia de Antonio esa noche de crisis no había sido nada agradable. Le había tenido en casa medio muerto de cansancio, lleno de polvo y sudor, a las siete de la mañana dos semanas atrás después de un día entero de patrullaje, bajo condiciones infamantes, enfrentando a la lluvia, a un inclemente sol y a la agresión de los revoltosos. Miró de nuevo al bebé y le llamó quedamente por el nombre de su padre. Esperaban una niña. Habían comprado adornos y ropas en la seguridad de que se cumpliría la predicción de la vecina que le había leído las cartas y visto en el residuo de una taza de café el alumbramiento de una niña robusta y sana. La falla en la predicción volvería loco de contento a Antonio que no se había acostumbrado a la idea de que su primer hijo no fuera un “macho” como él. Sus compañeros de academia compartían sus esperanzas. La angustia de la joven madre creció al percibir las medidas de seguridad dispuestas en todo el hospital al avanzar la tarde. Ajena a cuanto sucedía, pero presa de una extraña corazonada, lloró desconsoladamente vertiendo algunas lágrimas sobre la cuna del bebé. Aunque esperaría por el padre para darle definitivamente el nombre. No volvió a verle hasta la semana siguiente. Pero la faltaron razones para disfrutar el encuentro. El joven oficial de policía se restablecía de una grave herida en el tórax producida por un objeto cortante, lanzado por una turba. Los acontecimientos desusadamente violentos de los últimos días parecían tener un carácter carnavalesco para mucha gente. Habían venido a alterar la monotonía de los vecinos de la Leonor de Ovando, en el ensanche Lugo próximo a 119 Ciudad Nueva, el populoso sector de la ciudad donde habían tenido lugar la mayor parte de los sucesos. Para José Antonio Medina la progresiva concentración de gente en los alrededores del Parque Independencia fue una oportunidad magnífica para exhibir su nueva adquisición, un radio portátil provisto de auditivos que podía ceñirse a la cintura con sólo pasar la correa por una ranura del forro de material plástico. Arrastrado por unos amigos que tomaban cerveza en la pequeña barra de la calle Enrique Henríquez, frente a la panadería Teófilo, cercana a Ferrúa y Hermanos, la tienda de material de oficina que ese día había cerrado sus puertas por precaución, Medina se encontró de pronto en medio de los acontecimientos. Con los auditivos del radio colocados en las orejas no alcanzaba a escuchar bien el ruido de la multitud gritando lemas contra el gobierno y los militares que nerviosos apuntaban sus fusiles contra el local de la UCN, en cuyo balcón atestado de público se hacían señales obscenas contra los soldados. Medina experimentó un grave presentimiento cuando el tanque ubicado frente a la sede de la organización política encendió sus motores y dirigió su largo cañón hacia el balcón. José Aníbal Sánchez Fernández, popular dirigente “ucenista”, permaneció tranquilo, dominando la creciente tensión que apenas se reflejaba en su rostro, cuando la punta de la mortífera arma se colocó a pocas yardas de su alta figura desafiante. Con las manos apoyadas en la barandilla Sánchez Fernández gritó a la multitud que mantuviera la calma, pero su exhortación, apenas audible por el sonido de los altoparlantes, no tuvo eco. Las bocinas dejaban oir por todo el vecindario el ruido de sus pegajosos ritmos 120 marciales, entremezclados con llamamientos patrióticos y demandas de libertad y democracia política. Medina apenas se dio cuenta de lo ocurrido. Al notar una repentina alteración y el correteo de la multitud se descubrió las orejas para llamar la atención de un compañero sobre el maravilloso sonido de su pequeño radio. Al pasarle el aparato sintió el peso de varios cuerpos sobre él y cayó al suelo. Todavía pudo escuchar la melodiosa y enérgica voz del tenor canario Alfredo Kraus interpretando al compositor cubano Ernesto Lecuona: “Karabalí, tu esperanza es solamente morir”, cuando el ruido de los primeros disparos llenó el césped a su alrededor de muertos y heridos. El capitán Amiama Castillo tenía razones personales para estar preocupado. Mientras el “sedán” oscuro en que se dirigía al edificio de El Caribe avanzaba a mediana velocidad hacia su destino, hizo un recuento mental de los sucesos del día. El viernes anterior, 12 de enero, había llevado apresuradamente a su esposa Theonil a la Clínica Betances, en la esquina de las calles Padre Billini y Pina, donde horas después dio a luz a Carlos, el hijo más pequeño de la familia. La mañana del martes 16, Theonil iba a ser dada de alta. Esa mañana, el joven y apuesto oficial de carrera había cumplido otra encomienda familiar más importante. Habíase presentado ante las oficinas de Ernesto Simó Clark, Oficial del Estado Civil de la Segunda Circunscripción, para hacer la declaración del nacimiento de su hijo. Los primeros síntomas de la agitación habían comenzado a presentarse desde temprano y Amiama Castillo pudo notarlos en las primeras horas de la mañana cuando 121 atravesó una calle próxima al Parque Independencia, tras salir del Palacio Nacional donde tenía instaladas oficinas como oficial de la Marina de Guerra al servicio de la Presidencia de la República. Tras registrar el nacimiento de Carlos, Amiama Castillo fue a buscar a su padre a quien llevó a almorzar en lo que el médico de cabecera autorizaba la salida de su esposa y el niño de la clínica. La agitación callejera crecía y Amiama Castillo no pudo ocultar un gesto de preocupación. Aproximadamente a la 1:30 de la tarde se dirigieron a la clínica, viéndose obligados a pasar de nuevo por los alrededores del Parque Independencia, donde la multitud era ahora mayor. Gritando consignas y palmoteando rítmicamente, los manifestantes correteaban, casi alegremente alrededor de la plaza. A su paso alcanzó a escuchar una voz ronca a través de los altoparlantes incitando a la multitud. Su preocupación fue en aumento, al confrontar enorme dificultad para atravesar el lugar. La efervescencia de la multitud no auguraba nada bueno, pensó, mientras trataba de llegar rápidamente a la clínica a la búsqueda de su esposa e hijo. Amiama tardó casi media ha en llegar, arregló apresuradamente la cuenta y condujo a su familia a la casa tomando el malecón, la vía llena de palmeras que bordea la costa, para evitar las concentraciones de público. Allí dejó a su esposa, al recién nacido y a su padre y se dirigió a Palacio, donde fue informado de que el Vicepresidente Bonnelly, acompañado del doctor Nicolás Pichardo, otro de los miembros del Consejo de Estado, había decidido salir para el Parque Independencia en interés de aplacar los ánimos y evitarle al país una desgracia. Instantes después recibió una llamada que le heló la sangre. Los incidentes habían culminado con una 122 matanza. Entre las víctimas figuraba un hermano del Comodoro Francisco Rivera Caminero, oficial de la Marina de Guerra, y amigo suyo. Amiama permaneció trabajando, como de costumbre, hasta muy tarde, cuando le llamaron para encomendarle la tarea que se aprestaba ahora a cumplir como militar obediente y disciplinado, con todo y lo desagradable que le resultaba. Años después sus íntimos le llamarían en tono de chanza “Catón”, en referencia a este extraño episodio en que las circunstancias le situaron como el censor que en realidad nunca llegó a ser. El dolor que unía a aquella heterogénea muchedumbre dio paso a un sentimiento generalizado de inquietud, cuando el ruido de los aviones, a paso rasante y temerario, despojó de solemnidad a la piadosa ceremonia, apenas empezada. Para casi todos los allí reunidos, el vuelo de los aparatos era señal inequívoca de la intención de San Isidro de continuar ametrallando a la población, ahora desde el aire. Uno de entre ellos, vio, sin embargo, un mensaje distinto. Extraño en aquella multitud de civiles opositores, que lanzaba gritos de muerte contra los militares, el joven oficial de la Aviación Militar que le había acompañado desde un principio, miró detenidamente la maniobra de los pilotos, desplazándose por todo el cielo de la ciudad y cuanto no tuvo dudas, acercó sus labios al oído de su joven esposa, y le musitó que debía irse. Sin mayores explicaciones la abrazó ligeramente y se alejó, abordando con prontitud el vehículo estacionado dentro del cementerio de la avenida Máximo Gómez, en la zona norte de Santo Domingo. 123 El joven oficial había obtenido desde días antes permiso de sus superiores para asistir al local del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), enfrente del Parque Colón, en el extremo este de la calle El Conde, en plena zona colonial y próximo al diario El Caribe, a una reunión que nada tenía de política. Tratábase de una misión humanitaria. Había querido acompañar a su esposa a recibir los restos del padre de ésta, que habían sido encontrados por una comisión del partido junto a la de muchos otros desaparecidos durante la Era de Trujillo. El padre de su esposa había sido un opositor al tirano. Esta circunstancia estuvo a punto de impedir sus bodas, unos años antes, recién él graduado de la Academia. Cuando acudieron, junto a la madre de la novia ante el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) para someterse a la investigación previa entonces al matrimonio de todo miembro de las Fuerzas Armadas, el oficial de guardia, que conocía a la viuda, le recordó el impedimento. Ella invocó una vieja relación de amistad, con una imploración que acabó por convencer al oficial, quien escribió en el libro de registros: “No hay nada que objetar de esta boda”. El entierro simbólico de los restos del padre de la esposa del joven teniente de la Aviación Militar y el de otras víctimas, tenía lugar en medio del terror y la confusión de los deudos. La ceremonia e en el local del partido se había de hecho suspendido, al escucharse el ruido de los disparos en el Parque Independencia, un kilómetro más o menos al oeste. Apresuradamente, los restos habían sido llevados al cementerio para ser sepultados en una fosa común. En muchas otras partes de la ciudad, esa tarde del martes 16 de enero de 1962, soldados y oficiales de asueto o con permisos especiales por diversas causas, 124 vieron también en el peculiar y peligroso vuelo de los aviones, una señal para el regreso a sus cuarteles. Después del tiroteo y el agudizamiento de la crisis, el vuelo de los aparatos tenía dos propósitos: intimidar sin duda a la población y llamar acuartelamiento a los militares. El joven teniente que abandonó el enterramiento de su suegro desconocido cuando observó la señal –como muchos otros oficiales entrevistados sobre el particular- se negó a describir en qué consistía específicamente ésta. “Es un secreto que todo buen militar debe llevarse a la tumba”, dio como respuesta. El joven oficial se encontró inesperadamente envuelto en el meollo de los acontecimientos. Camino de regreso a San Isidro se topó con la caravana de automóviles y vehículos militares que se dirigía al Palacio Nacional y al frente de la cual se encontraba el general Rodríguez Echavarría. Guiado por el sentido del deber, dio reversa y se unió a la tropa. El oficial tenía motivos para esta decisión repentina: era miembro de la escolta del secretario de las Fuerzas Armadas. La orden de retirada se alzó por encima del ensordecedor sonido de los tanques, el primero de los cuales enderezó su largo cañón en dirección a la calle Palo Hincado y se alejó del lugar. Detrás dejaba una espesa humareda y una multitud asustada, presa del pánico y del asombro. Varios soldados confrontaron dificultades para abordar los vehículos y tomar el paso de la columna. Tony, alias “El Cuervo”, el popular muchacho de la calle José Gabriel García entre el Número y la Francisco J. Peynado, logró incorporarse con dificultad, notando que tenía la manga de la camisa desgarrada. Con los puños cerrados gritó 125 con todas las fuerzas de sus pulmones “Asesinos”, pero ninguno de los soldados podía ya escucharle. A su alrededor todo lucía como una horrible pesadilla. podían verse cuerpos gimientes e inmóviles. Por todas partes Carmen Rodríguez Sánchez, estudiante de Contabilidad, se sacudió la falda de cuadros azules y observó que estaba manchada de sangre. Un grito de desesperación y rabia puso al desnudo todo el furor de su impotencia. Sin noción del tiempo y del espacio comenzó a correr por todo el parque, saltando entre los cuerpos, muchos de los cuales comenzaban a dar señales de vida. Carmen tropezó con un objeto de concreto que “me pareció una banqueta” y fue a dar a la grama. El cuerpo tendido de un hombre joven, con los brazos abiertos y toda la espalda cubierta de sangre, amortiguó la caída. Presa del dolor y la desesperación agitó violentamente el cuerpo, tomó uno de sus brazos, lo agitó en el aire y vio que no reaccionaba. “¡Dios mío, Dios mío!”, y se desmayó, víctima de un shock nervioso. Volvió a recobrar el sentido horas después cuando entre muertos y heridos se le condujo al cercano hospital Padre Billini, en la calle Santomé, a sólo unas cuantas cuadras del parque. En la confusión y en medio de los gritos de horror, varios jóvenes se dedicaron a cargas cuerpos y depositarlos en la acera frente al local de la UCN, cuya bocina comenzaba a funcionar nuevamente con ritmos marciales que ahora parecían tener un sentido macabro. Como alucinados, dos hombres se inclinaron sobre un cadáver para untarse las camisas, los brazos y el rostro con su sangre. Con la cara manchada por la sangre aún caliente de un cuerpo, hecho una furia, 126 gritando “venganza”, Jorge Yeara Nasser, un líder estudiantil de ascendencia árabe, se alejó detrás de una multitud que se internó amenazante por una calle lateral. Varios testigos aseguran haber presenciado esta última escena, confirmada al autor por el propio Yeara Nasser. La noticia de los sucesos se expandió rápidamente por toda la ciudad en innumerables versiones. Por todas las ventanas abiertas de la redacción de El Caribe, a considerable distancia del lugar de los hechos en la calle El Conde esquina Las Damas, en el extremo oriental de la zona colonial, logró filtrarse el lejano eco de los disparos y el sordo rumor de los blindados sobre el pavimento. Germán E. Ornes, su director-propietario, tuvo informe inmediato de la tragedia y quiso comprobarlo por sí mismo. Preocupado por la situación y temeroso de un desorden que pudiera degenerar en un caos general con derivaciones negativas para el proceso democrático, abordó su automóvil y se dirigió al escenario de los hechos tomando el Malecón, en vista de que resultaba imposible hacerlo por una vía más directa. Ornes estacionó el vehículo unas calles más abajo del parque y se dirigió a pie directamente al local de Vanguardia Revolucionaria Dominicana (VRD), situada a pocas yardas de UCN, que dirigía su hermano Horacio Julio, uno de los sobrevivientes de la expedición anti-trujillista de Luperón en 1949. “Los tanques y soldados se habían retirado a esa hora, primeras de la tarde”, rememoró años después el veterano periodista, “pero podían verse los cadáveres, inmersos en grandes charcos de sangre, desparramados por todo el parque”. 127 Una enorme confusión reinaba por todo el lugar y la multitud comenzaba a desperdigarse en pequeñas turbas iracundas, vociferando lemas amenazantes y proveyéndose de toda clase de objetos como piedras, palos y ramas arrancadas furiosamente de los árboles del parque. “Era un espectáculo terrible, desgarrador, que conmovía al más duro”, recordaría más tarde. Ornes decidió que había visto suficiente. Ahora más profundamente preocupado, abandonó el lugar, abordó su automóvil y se dirigió pensativo a su oficina en el diario. Ese día necesitaría de toda su experiencia y sangre fría para manejar la edición siguiente. Pero se dijo que nada le haría retroceder en su decisión hacer de El Caribe un instrumento de la defensa de las libertades del pueblo. Ornes no prestó demasiada atención a los grupos desafiantes que se iban formando a lo largo del trayecto hacia el periódico. Su mente estaba ocupada en el contenido del editorial de la edición de la jornada siguiente. A pesar de la censura que se le iba a imponer esa noche, El Caribe describiría los acontecimientos con dramatismo en la edición del día siguiente. Bajo un encabezado de 124 puntos, el diario informó al país de los luctuosos sucesos con este título: “Ametrallan pueblo”. La crónica sin firma fijaba las bajas civiles en cinco muertos y por lo menos veinte heridos de bala, muchos de ellos de gravedad. La reacción popular se manifestaba en los numerosos grupos de indignados ciudadanos que recorrían las calles en actitud agresiva contra todo lo que, a sus ojos, representara la represión, agregaba. La matanza provocó una repentina y furiosa ola de indignación en toda la ciudad. Los comercios cerraron sus puertas en señal de protesta, algunos, y por 128 miedo a las turbas, la mayoría. A su paso, las multitudes rompían e incendiaban cuanto estuviera a su alcance. Automóviles y autobuses, privados y oficiales, fueron destrozados y devorados por las llamas. En la parte alta de la ciudad, jóvenes estudiantes lanzaron cocteles molotov contra patrullas policiales y locales comerciales. Una escuela y un teatro, el Olimpia, ubicado en la Palo Hincado, a dos cuadras del escenario de los graves acontecimientos de ese tarde, fueron asaltados e incendiados por las multitudes enfurecidas. La destrucción del Olimpia daba a aquellas escenas un dramático simbolismo. La resistencia popular en aquel día fatídico y sangriento sintetizaban las ansias de libertad de un pueblo sojuzgado hasta hace poco por más de tres décadas de tiranía trujillista. El teatro era propiedad de una familia allegada a los Trujillo. En cierta forma, con su destrucción se daba rienda suelta al odio acumulado durante años de esclavitud y sufrimiento. A las cinco de la tarde, Santo Domingo era un campo virtual de batalla. En casi todos los barrios de la ciudad, los jóvenes levantaban barricadas provocando incendios y enfrentando con piedras y bombas molotov a las fuerzas de la Policía y de la Aviación que seguían disparando sus armas de regreso a sus cuarteles. La pertinaz lluvia que comenzó a caer sobe la capital dominicana poco después de los hechos del parque, como un presagio, no detuvo las protestas. Aviones P-51 y AT-6 de la Aviación Militar, sobrevolaron temerariamente la parte alta de Santo Domingo, mientras largas y espesas columnas de humo se levantaban sobre los edificios desde puntos distantes, impregnándole un ambiente de sublevación total a la crisis política que sacudía nuevamente a los dominicanos. 129 Pocos minutos después de las cinco, el locutor de Radio Santo Domingo, la emisora oficial del Gobierno, interrumpía el programa de música folklórica para leer un breve comunicado. Se anunciaba al país la implantación del estado de sitio y toque de queda a partir de las seis de la tarde del mismo día. La ley marcial y la oscuridad aplacaron la furia de las turbas. Tropas mixtas, en trajes de faena, ocuparon virtualmente la ciudad con carros de asalto, en un intento por reprimir la ira popular. Los destacamentos policiales resultaban pequeños para albergar a los cientos de detenidos. En clínicas y hospitales se hacían esfuerzos desesperados para conseguir sangre con que atender a los heridos. La United Press International (UPI) transmitió esa noche un despacho con declaraciones de un portavoz de la Aviación Militar, de que se había ordenado la movilización ante informes de que “partidos proyectaban actos de violencia”. Cuando el periodista norteamericano que cubría los acontecimientos para la UPI le pidió al vocero que identificara a esos partidos, el oficial se encogió de hombros y dijo: “Todos los partidos políticos dominicanos han sido infiltrados por los comunistas”. Otra agencia estadounidense, the Associated Press (AP) atribuyó al general Rodríguez Echavarría una declaración que perseguía restarle dimensión en el exterior a los disturbios. El jefe militar había dicho que el despliegue de fuerzas y blindados carecía de importancia: “Igual que el cuerpo humano, la maquinaria necesita ejercicio. Este equipo ha estado ocioso y simplemente decidimos darle un poco de ejercicio”. 130 Entre los detenidos y golpeados de esa tarde figuraban varios periodistas y un grupo de jóvenes había apedreado el automóvil del licenciado Eduardo Read Barrera, segundo vicepresidente del Consejo de Estado. Las puertas del Palacio Nacional, sede del Gobierno, se cerraron a la prensa y la burocracia. Varios tanques y unidades blindadas del Ejército fueron apostados en los jardines de la casa presidencial, con uno de ellos apuntando hacia las amplias escalinatas de entrada. Estos eran los antecedentes del ambiente que reinaba en Santo Domingo aquella noche del 17 de enero de 1962, cuando el Chevrolet con placa oficial que ocupaban Sánchez y Sánchez y el capitán Amiama Castillo atravesaba la zona antigua de la ciudad con rumbo al edificio de El Caribe. 131 8 LA NOCHE DEL PRIMER GOLPE “Más que nacimiento, me hace falta la suerte. Sabed que poseía un trono. Ved, pues, de que fortuna, de que poderío, de que riquezas me ha despojado el destino”. CICERÓN 132 Tan pronto como bajara su excitación, por efecto de los graves incidentes de los que fue testigo excepcional momentos previos, Bonnelly convocó a una reunión de emergencia del Consejo de Estado. Había tratado de ver antes al Presidente, pero éste se había retirado a descansar, cerca de las cuatro, como hacía usualmente. Debido a la agitación, Balaguer había optado por almorzar esta tarde en Palacio, en lugar de hacerlo en la residencia de sus hermanas, Ana Teresa (Laíta), Carmen Rosa y Emma, residentes en la calle Estrelleta, a cuadra y media del Parque Independencia. Pero como hacía después de comer en casa de sus hermanas, se dirigió a su residencia particular, en la número 25 de la avenida Máximo Gómez, tomando una ruta opuesta a la plaza. El jefe de sus ayudantes militares, coronel Rafael de Jesús Checo, tomó la previsión de disponer protección a la casa de las hermanas del Presidente. Muy estimadas en el sector, el vecindario decidió, a su modo, protegerlas. Un “comité” de jóvenes había recibido también la encomienda de evitar que las turbas atacaran la casa, si ocurrían incidentes con los militares. Y como de costumbre, amas de casa acudieron allí desde otros puntos del barrio, en busca de ayuda. La familia de Balaguer ocupaba dos modestas viviendas de la calle Estrelleta, entre la Padre Billini y la Canela. Ana Teresa, la mayor, residía en la más pequeña de un solo nivel. Al lado suyo, vivían entonces en una casa de dos plantas, Emma y su esposo Mario Vallejo, en la de arriba y Carmen Rosa, en la planta baja. Las dos plantas de esta última vivienda eran totalmente independientes. 133 Al recibir informes del tiroteo y de la presencia de los dos “consejeros” en el parque, Balaguer apresuró su retorno a Palacio interrumpiendo su habitual caminata interior en su residencia privada. Al llegar se encontró con una situación tensa. Los demás miembros del Consejo le pedían su renuncia, culpándole de los incidentes. Balaguer se mantuvo firme. No se iría bajo presiones y mucho menos de ese género. Un punto de fricción era el enfoque de ambas partes sobre el tiroteo. Influenciado por las escenas presenciadas, Bonnelly y Pichardo insistían en que se había producido una matanza gigantesca, un genocidio, que desataba y en cierto modo justificaba la ira del populacho que incendiaba todo a su alrededor. Balaguer insistía en que las cifras de Bonnelly eran exageradas. Su versión cifraba los muertos entre tres y cinco, a lo sumo. Más atento a lo que pudiera suceder fuera del salón, debido a razones de seguridad, el coronel Checo pudo escuchar sin embargo claramente la voz de Balaguer, rechazando las acusaciones: ¡Ustedes saben muy bien que no soy el responsable! El presidente consideraba, en cambio, una imprudencia la iniciativa de Bonnelly de acudir personalmente , despreciando todas las normas de seguridad, al parque. A su juicio, ese hecho pudo haber tenido consecuencias aún más lamentables. Las diferencias no solamente abarcaban las contradicciones respecto a la magnitud de los incidentes. Era obvio que la frágil unidad del Consejo quedaba definitivamente rota y que les resultaba imposible trabajar juntos. La posición del 134 grupo de Bonnelly había sido expuesta con claridad: Balaguer debía dimitir y el Consejo quedar en manos de ellos, bajo la Presidencia de Bonnelly, que era el segundo en jerarquía. Balaguer meditó unos segundos y dijo que debía llamar a Rodríguez Echavarría. Una decisión de esa naturaleza no podía tomarse sin el conocimiento de las Fuerzas Armadas. Se le pidió que llamara del salón, pero respondió que mejor hacerlo desde su despacho, para utilizar la línea privada. El rechazo del Presidente a la exigencia de los “consejeros” era definitiva, por lo menos en los términos planteados. De hecho, Balaguer sabíase imposibilitado de mantener el poder que en la práctica no era tal, pues lo compartía con los hombres allí reunidos y el hombre fuerte de San Isidro. Era dudoso que le todas formas él permaneciera en Palacio. Como un río desbordado por una fuerte creciente, los acontecimientos estaban imponiendo cambios dramáticos. En los rostros de cada uno de los presentes podían adivinarse rasgos de aprensión y ansiedad. Todos compartían una doble preocupación: la suerte de la República y la seguridad personal de cada uno de ellos. Un oficial cerró las puertas del salón y dejó a Bonnelly, Pichardo, Read Barrera y monseñor Pérez bajo custodia de dos oficiales de menor rango dotados de metralletas. Se les advirtió que tenían hasta la diez de la noche para renunciar y dejar a Balaguer en condiciones de designar sustitutos. Pichardo trató en vano de llamar a su casa. Apenas unas horas antes, en la tarde, después de los incidentes del parque, le había visitado en Palacio su hermano, Ulises, abogado, preocupado por su situación. Pichardo le había 135 aquietado con seguridades de que todo marchaba bien, aunque debían estarse tranquilos en casa sin desafiar el toque de queda. Ahora no podía llamarle para explicarle el cambio. Pichardo dejó de hacerse ilusiones. Aún en el caso de que renunciaran, lo que no contribuiría en modo alguno a aliviar la situación del grupo, era improbable que pudieran salir en libertad esa noche. Las noticias llegaron rápidamente a San Isidro. Atento al teléfono en su despacho, el general Rodríguez Echavarría respondió al primer timbrazo. “Era de Palacio”, relataría años más tarde al autor. En la sede del Ejecutivo, donde el sonido de los disparos pudo oírse con precisión, dada su cercanía del parque, reinaba un clima próximo al paroxismo. La llamada era directamente del presidente Balaguer inquiriendo información. “Balaguer me preguntó qué estaba pasando. Yo le respondí que le informaría exactamente cuando llegara la tropa”, diría después Rodríguez Echavarría. Cuervo no tardó en presentarse, sudoroso y excitado, haciendo un enorme esfuerzo por dominarse. “Estaba sereno, dentro de las circunstancias, aunque un podo afectado”, recordaría el general, quien de inmediato mandó a buscar al coronel Juan Pérez Guillén, su ayudante, a quien pidió una insignia de coronel. Con ella en sus manos, Rodríguez Echavarría se cuadró frente a Cuervo y le dijo: “Usted acaba de ser ascendido por su comportamiento, porque las armas que se le entregan a un oficial deben defenderse con su propia vida”. Cuervo tragó en seco, pidió permiso para salir, se cuadró militarmente y haciendo sonar los tacones dio media vuelta y se marchó. El eco de las palabras 136 del general retumbaban sobre el silencio pétreo que ahora dominaba la habitación. Los rostros de los curtidos jefes militares allí reunidos, al llamado de su comandante, parecían labrados en roca. Entonces Rodríguez Echavarría marcó personalmente un número de Palacio y se comunicó con el Presidente. “Llamé a Balaguer y le expliqué lo que me había dicho Cuervo. El me respondió que había habido muertos. Le dije que exageraban”. Muchos kilómetros al oeste, los lamentos y gritos de venganza, sustituían ahora las rítmicas palmadas de la multitud. En un completo desorden, brigadas improvisadas de jóvenes se entregaban a la tarea de levantar cadáveres y heridos, pidiendo la caída del Gobierno y las cabezas de Balaguer y Rodríguez Echavarría. La escena macabra del parque adquirió un tono aún más impactante cuando la voz ronca se dejó escuchar de nuevo por los altoparlantes clamando justicia, bajo esta consigna: “Pueblo, llegó la hora”. Las escenas de dolor y muerte entraban en contradicción con la escueta explicación del jefe militar al Presidente. El número de cuerpos tendidos sobre el césped, cubierto de harapos y sangra, no constituía una exageración, como él había dicho. Julio César Martínez, director de La Nación, había llamado varias veces sin suerte al general Rodríguez Echavarría esa mañana, antes de los sucesos. Como periodista con acceso a muchas fuentes, Martínez era por lo común un hombre bien informado. Y esa mañana había llamado a Rodríguez Echavarría para ponerle al corriente de todo. Las noticias no eran buenas. Y malos presagios corrían por 137 doquier de boca en boca. Martínez era un hombre de la completa confianza del general, ya que la esposa de éste, Dolores, era hermana suya. Como de costumbre, Dolores había llamado a la base para poner esta vez en conocimiento a Rodríguez Echavarría de los rumores de conspiración. La conversación con Martínez puso en guardia al secretario de las Fuerzas Armadas. Martínez le dijo que Dolores le había pedido al coronel Pérez Guillén, su ayudante, que le comunicara con él en varias ocasiones ese día. Sistemáticamente, Pérez Guillén se había negado a establecer la comunicación, alegando que el general estaba muy ocupado. “Posteriormente eso me dio a entender que Pérez Guillén sabía lo de la conspiración. Pero ese día me limité a redoblar las precauciones y llamé a mi esposa para decirle que no se preocupara y me dejara trabajar”, contó Rodríguez Echavarría. Rodríguez Echavarría sigue sosteniendo, tantos años después, que la manifestación ante el local de la UCN era el punto central de un complot para sacar a Balaguer de la Presidencia y destituirle a él como jefe de las Fuerzas Armadas. Bosch lo creería así también como se verá más adelante. Mientras continúan llegando informes alarmantes de disturbios e incendios en toda la ciudad, las medidas de seguridad en torno a la base de San Isidro se hacen más rigurosas. Hay prácticamente un acuartelamiento general. Con todo, Rodríguez Echavarría encontró espacio para ducharse y cambiarse de ropas. El baño le sentó bien, despejándole un poco la mente, absorbida por los acontecimientos. El general echó un rápido vistazo a su reloj de pulsera cuando el timbre del teléfono rasgó el silencio de su despacho. Eran aproximadamente las 138 6:00 de la tarde. La llamada era del Presidente que reclamaba su presencia inmediata en Palacio. Rodríguez Echavarría dio unas cuantas órdenes rutinarias a sus ayudantes militares y se disponía a partir cuando el teléfono volvió a timbrar. -“Si va a venir, venga preparado”-, era de nuevo el Presidente, contaría años después al autor. Sin pérdida de tiempo hizo llamar de nuevo a su despacho a los jefes de Estado Mayor del Ejército, general Luis Román; de la Marina, contraalmirante Enrique Valdez Vidaurre y de la Aviación, el general piloto Santiago Rodríguez Echavarría, su hermano. No tardaron muchos minutos antes de que los tres jefes militares se presentaran, acompañados de sus respectivos estados mayores. Mientras esto sucedía, el secretario de las Fuerzas Armadas hizo buscar al coronel Vladimir Sessen, un mercenario húngaro, que había ayudado a formar la otrora famosa Legión del Caribe, fundada por Trujillo para apoyar conspiraciones regionales. La Legión había sido disuelta tras la muerte del dictador, pero Sessen, como muchos otros oficiales extranjeros, permanecía activo. Alto, rubio, de fuerte contextura física y bien parecido, con sus impresionantes y duros ojos azules, imponía con increíble facilidad su figura militar, frente a sus compañeros. Ni aún sus íntimos podían dar fe de sus orígenes militares. Era un profesional frío en el sentido cabal de la palabra, con una disciplina teutónica que admiraban y temían muchos de sus subalternos y superiores. Sobre él se tejían innumerables versiones, algunas de las cuales, la más socorrida, versaban sobre su pasado nazi. Pero este era un tema vedado de conversación pública. 139 -Busca a 200 hombres y rodéame Palacio-, ordenó Rodríguez Echavarría al coronel Sessen, tan pronto como éste se presentó, ya en presencia de los jefes de Estado Mayor de las diferentes ramas castrenses. Sessen no se hizo repetir la orden y marchó en dirección a la ciudad. Muy pronto tuvieron noticias suyas: el Palacio, sede del Gobierno, estaba bajo el control de sus tropas. Rodríguez Echavarría se tranquilizó y se puso en marcha con todo el alto mando militar hacia Palacio, seguro de poder dominar la situación. Los solitarios pasillos de la casa presidencial, generalmente animados de empleados y busca empleos, no presagiaban ahora nada bueno. Echavarría pudo sentir el malestar tan pronto cómo llegó allí. Rodríguez Uno de sus ayudantes le informó que Amiama Tió y Antonio Imbert, dos miembros del Consejo de Estado, le inquirían en una oficina contigua. “Penetré a ella”, cuenta al autor. - ¿A quién vamos a poner como Presidente?- me preguntan. - ¿Cómo?-Sí, ¿acaso no sabes que Balaguer renunció? Rodríguez Echavarría perdió la compostura: -Miren, ¿qué ustedes creen que soy? Si no me consultaron, ¿por qué me preguntan ahora?-, y salió hacia la oficina donde el Presidente le esperaba. “Me cuadré respetuosamente ante él y le pregunté qué pasaba”, relataría después. Ya no soy el Presidente, me respondió. ¿Cómo que usted no es el Presidente? Tuve que renunciar, me dijo. Entonces le pregunté: ¿Quiénes son los que están detrás de este lío? ¿Quiénes son los culpables de la situación? Balaguer me respondió: Deje eso, general, que ya yo no soy nada. Yo insistía en saber 140 quiénes le habían obligado a renunciar. Yo entendía que eran Bonnelly y comparsa y él me lo confirmó. “Inmediatamente ordené a un oficial que pidiera a Bonnelly su renuncia con la de toda su gente. Bonnelly le dijo que no se iría. En ese momento le acompañaban otros tres miembros del Consejo, el doctor Nicolás Pichardo, el licenciado Read Barrera y monseñor Pérez Sánchez”, continúa Rodríguez Echavarría. Ante la resistencia de Bonnelly, Rodríguez Echavarría ordena al general Miguel Rodríguez Reyes, inspector general de las Fuerzas Armadas, el arresto de los integrantes del Consejo y su conducción a la base de San Isidro esa misma noche. El alto oficial sale a cumplir la orden de inmediato. Rodríguez Echavarría siente entonces que alguien, a su lado, trata de llamar la atención, pisándole ligeramente el zapato. Es el general Román que le recuerda la presencia de Balaguer, con un ligero ademán del rostro. En aquella sala atestada de oficiales y guardias nerviosos y sudorosos, la tensión aumenta vertiginosamente y el aire se hace irrespirable. Román se dirige al oído a su comandante con una sugerencia que parece estar en la mente de todos los presentes: -General, vamos a coger el gobierno. Nos están echando mucha vaina-. Rodríguez Echavarría lanza una nueva y furtiva mirada a su reloj. Son poco más de las diez de la noche. -Olvídese de eso, general- respondió. Vamos a sentar un precedente. ¡Balaguer se queda! Seguido de una docena de ayudantes, hace su entrada al despacho el general Rodríguez Reyes quien vuelve de la oficina donde aguardaban Bonnelly y los otros. 141 El oficial pregunta si incluye entre los detenidos “al cura (monseñor Pérez Sánchez)”. La respuesta de su superior no se hace esperar: -Sí “ombe”, llévatelo para que aprenda. Balaguer, que ha permanecido tranquilo y en silencio, de pie, observando, interviene a favor del prelado, a lo cual Rodríguez Echavarría responde: -¡Está bien, suelten al cura de mierda ese!Para sorpresa de los jefes militares que en aquella habitación deciden el curso del gobierno y la suerte de la naciente democracia dominicana, les llega rápidamente la reacción del sacerdote: “El irá a donde lleven a los demás”. Rodríguez Echavarría casi no puede controlar sus impulsos: -¡Pues llévenselo también y que no joda!Rodríguez Echavarría asegura que pidió a Balaguer que disolviera el Consejo y permaneciera al frente del Gobierno, manteniendo él, naturalmente el control del ejército, ya que Balaguer podía quitar a los miembros y designar a otros. De acuerdo con su relato, Balaguer le pidió hasta el día siguiente para pensarlo. “Le dije que no, que sin él no hay gobierno, así que decidimos formar un nuevo Consejo”, afirma. Amiama había enviado por Donald Reid Cabral, a quien se asegura se ofreció formar parte del nuevo régimen de fuerza. Reid Cabral lo rechazó. Fue entonces, cuando se decidió integrar al Consejo Cívico-Militar, a Armando Oscar Pacheco, íntimo de Balaguer, quien se hallaba en el despacho presidencial en ese momento. “Tómele el juramento, Presidente”, dije a Balaguer. Rodríguez Echavarría afirma que una vez instalado el nuevo gobierno se dirigió a la Base de San Isidro. Allí ordené al general Félix Hermida hijo, director de Migración, que se ocupe de buscar 142 pasaportes y visado para los miembros del Consejo derrocado, quienes serian deportados a la mañana siguiente a Puerto Rico, con el consentimiento de los norteamericanos. Al día siguiente sostiene, le van a consultar respecto a un viaje del Embajador Bonilla Atiles para una conferencia en Punta del Este, Uruguay. “¿Qué tengo yo que ver con esa vaina?, consulten al Presidente. Pero me dicen que Balaguer renunció y dejó al frente de la Junta al licenciado Bogaert”. Ratos después Pacheco se presenta a su oficina con un mensaje de Balaguer oponiéndose a la deportación de Bonnelly y sus compañeros. llamo a Balaguer en presencia de Pacheco y le pregunto. Yo “Sí, general, me responde, no deporte a esa gente”. Todas las versiones confiables sobre lo ocurrido esa noche en Palacio coinciden en sus puntos fundamentales, Balaguer ofrecería también extensamente la suya. “En la tarde del 16 de enero, después de los graves sucesos del Parque Independencia, el Consejo de Estado en pleno me exigió la renuncia inmediata”, confesaría más tarde, “como un medio, según los peticionarios, de calmar la inquietud popular y de restablecer el orden seriamente afectado. Reaccioné ante ese requerimiento expresando que mi posición había estado siempre a disposición del país y que sólo consideraba conveniente, antes de tomar cualquier decisión en el sentido propuesto, que el Consejo tuviera previamente un cambio de impresiones con las Fuerzas Armadas. Propuse que ese contacto se efectuara al siguiente día, a las nueve de la mañana. El Consejo insistió en que la convocatoria al general Rodríguez Echavarría y a los jefes de Estado de las Fuerzas Armadas se llevara a cabo inmediatamente. Llamé entonces por teléfono al secretario de las Fuerzas 143 Armadas y le pedí que se trasladara con la mayor rapidez posible al Palacio Nacional en unión de sus altos oficiales aludidos”. La explicación del Presidente continúa: “Después de las 6:00 p.m., se presentó en el Palacio, seguido por un numeroso séquito militar, el general Rodríguez Echavarría. En lugar de trasladarse inmediatamente a mi despacho, el secretario de las Fuerzas Armadas conferenció en secreto, durante casi dos horas, en una de las habitaciones de la segunda planta del Palacio, con el consejero Imbert Barrera. Durante el curso de esa larga entrevista fueron llamados urgentemente al Palacio los señores Donald Reid Cabral y Milton Messina. Alrededor de las 8:30 p.m., el general Rodríguez Echavarría, acompañado por los jefes de Estado Mayor del Ejército, la Marina y la Aviación, y de un numeroso grupo de oficiales, entro a mi despacho y me participó que se había resuelto constituir una Junta Cívico-Militar de la que formarían parte Donald Reid Cabral y Milton Messina. Ante ese giro inesperado de los acontecimientos, manifesté al general Rodríguez Echavarría y sus acompañantes que cualquier paso que se diera debía ceñirse, en mi concepto, a la Constitución de la República, porque si se alterara el orden jurídico el país se vería expuesto a graves problemas de carácter internacional”. Balaguer asegura que ante su alegato “se llamó entonces al presidente de la Suprema Corte de Justicia, licenciado Manuel A. Amiama, quien abundó en mis propios razonamientos y tuvo además el valor cívico de señalar que una junta como la propuesta tropezaría forzosamente con la resistencia de las agrupaciones políticas y que difícilmente contaría con el apoyo de la opinión nacional. Los señores Messina y Donald Reid, quienes se incorporaron al grupo, pidieron que se 144 les sustituyera como miembros del organismo en proyecto. El uno alegó, para justificar su decisión, motivos de índole personal, y el otro escrúpulos de orden político”. Balaguer refiere que mientras las Fuerzas Armadas deliberaban en su despacho, “me trasladé en compañía de los consejeros Imbert Barrera y Amiama Tió al salón en que se hallaban reunidos los demás miembros del Consejo. Allí, en presencia del canciller Bonilla Atiles, expuse la situación y solicité de nuevo que se aplazara toda decisión hasta el siguiente día con el fin de que se procediera en un ambiente menos caldeado, a buscar a la crisis una solución satisfactoria. La mayoría de los Consejeros insistieron en una solución inmediata. Entonces propuse que el Consejo, previa mi renuncia como Presidente de la República, ofreciera garantías a las Fuerzas Armadas para obtener que éstas depusieran su actitud hostil y se avinieran a un arreglo dentro del orden institucional”. Según su relato, esta última propuesta fue aceptada y en compañía de monseñor Pérez Sánchez se trasladó al salón en que el general Rodríguez Echavarría y los demás oficiales se encontraban reunidos. “Todos los militares presentes expresaron que sólo podían aceptar esa propuesta si el que suscribe (Balaguer) permanecía en la Presidencia de la República. El Consejo, consultado acerca de esta nueva actitud de las Fuerzas Armadas, se manifestó categóricamente en contra de toda fórmula que implicara mi continuación en la Primera Magistratura del Estado. Todavía intenté un último esfuerzo para impedir la constitución de la Junta Cívico-Militar. Propuse que mi renuncia no se hiciera efectiva sino a partir del 26 de enero, Día de Duarte (Fundador de la República), 145 con el propósito de que se gestionara en el interregno una solución compatible con las disposiciones constitucionales. El presidente de la Suprema Corte de Justicia, licenciado Manuel A. Amiama, apoyó esta propuesta alegando que estimaba preferible mi permanencia durante algunos días más en la Presidencia de la República, a la formación de una Junta Cívico-Militar. El Consejo, fiel a su consigna, mantuvo sus puntos de vista”. De acuerdo con Balaguer, la suerte del gobierno estaba echada y su única posibilidad radicaba en rechazar las posiciones tanto del Consejo como de los jefes militares. El propósito del Consejo al derrocarle era abrirle las puertas del poder a la UCN, consideraría. Balaguer pidió entonces a Rodríguez Echavarría trasladarse a una sala contigua para hablar en privado. Allí trató de convencerle del peligro a que se exponía fomentando una junta militar y en cambio propúsole mantener el status quo por unos días más a fin de resolver la situación “en un ambiente de reflexión y cordura”. Rodríguez Echavarría, comprometido con sus colegas militares, le respondió que la formación de la junta era impostergable. “Pasamos luego al salón donde se hallaban los jefes de mayor jerarquía de las Fuerzas Armadas. Una vez allí, el general Rodríguez Echavarría me pidió que en condición de Presidente le tomara el juramento a los miembros del nuevo organismo. Accedí a hacerlo, pero el señor Donald Reid arguyó que prefería cooperar, como lo había hecho hasta entonces, como un simple ciudadano, y sugirió que se pusiera en su lugar al licenciado Emilio Rodríguez Demorizi. Este nombre fue recibido por toda la sala con un silencio despreciativo. Se llamó entonces en sustitución del doctor Donald Reid Cabral, al licenciado Armando Oscar Pacheco. 146 Después del juramento, el general Rodríguez Echavarría dispuso que los miembros del Consejo depuesto fueran incomunicados. Le pedí encarecidamente, en presencia del señor Donald Reid y del licenciado Rodríguez Demorizi, que modificara su decisión permitiendo a los Consejeros dirigirse tranquilamente a sus respectivas residencias. Mi petición no fue atendida excepto en lo que respecta a monseñor Eliseo Pérez Sánchez. Inmediatamente después de la partida de los Consejeros hacia una de las residencias de San Isidro, el general Rodríguez Echavarría abandonó el Palacio con sus acompañantes”. Tan pronto como volvió a su despacho, para recoger parte de sus papeles personales, Balaguer, antes de retirarse, tomó la decisión de llamar a Huberto Bogaert, para pedirle que “se trasladara esa misma noche a la capital de la República”. Balaguer ofreció esta versión amplia de los sucesos, en una carta dirigida al director de El Caribe, Germán Ornes, y publicada al día siguiente de su partida, como exiliado un mes y medio después. El autor de este libro hace notar que, al ser redactada relativamente poco después de los hechos, la versión de Balaguer luce más completa que las de otros actores. Rodríguez Echavarría, Reid Cabral y Pichardo, al rememorar los acontecimientos, admitieron no poder recordar con la precisión de Balaguer. De lo único en que parece discrepar la versión de Balaguer de los hechos, es en cuanto a la suerte corrida esa noche por monseñor Pérez Sánchez. Al igual que los otros tres Consejeros –Bonnelly, Pichardo y Read Barrera-, el prelado fue conducido a San Isidro, en condición de detenido. También existe cierta confusión con 147 respecto a cuál de los Messina iba a ser designado miembro de la Junta CívicoMilitar, si Temístocles o Milton. Como ninguno llegó a ser llamado siquiera a Palacio, es difícil establecer con precisión cuál era el candidato. Temístocles era mayor y más conocido. Pero Milton tenía suficiente edad para asumir el cargo. Los miembros del Consejo, al hacerse pública la carta de Balaguer, prometieron refutar su declaración en un comunicado de prensa. Esto nunca llegó a producirse. Bosch, contrario desde un principio a la formación del Consejo de Estado, lo veía únicamente como un mecanismo para sacar a Balaguer y poner en su lugar a Bonnelly y a la UCN. Según él, la idea era mantener a Balaguer hasta el 27 de Febrero, aniversario de la Independencia, pero los cívicos estaban demasiado ansiosos como para esperar hasta ese día; querían el poder inmediatamente. La agitación que culminó con la matanza del parque había sido instigada, de acuerdo con Bosch, con esos propósitos. “La agitación crecía por horas y esa agitación desembocó el 16 de enero, diría en ‘Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana’ (página 58, edición mencionada), en la muerte de cinco personas en el Parque Independencia. Hostigado por los cívicos, Rodríguez Echavarría envió un tanque a ese parque para que impidiera actividades de agitación en el local de la Unión Cívica que se hallaba en aquel lugar, y cómo la multitud no se dispersaba sino que se mostraba agresiva, los tripulantes del tanque dispararon. Rodríguez Echavarría perdió la cabeza, y a la conmoción producida por el desgraciado episodio respondió con un golpe de Estado 148 relampagueante. Balaguer y los miembros del flamante Consejo de Estado fueron presos en Palacio, aunque a Balaguer se le permitió después salir, e inmediatamente Rodríguez Echavarría formó una junta de Gobierno de tres miembros”. Los datos de esos sucesos aportados por Bosch son erróneos. En lugar de un tanque, el convoy militar que protagonizó los incidentes del martes 16 de enero, estuvo formado por cinco tanques e igual número de carros de asalto, y en la Junta Cívico-Militar integrada esa noche en sustitución del Consejo de Estado tomaron parte siete personas, tres militares y cuatro civiles. Aunque el propósito de Rodríguez Echavarría era el de mantener a Balaguer como Presidente y éste juramentó a los integrantes de la Junta esa noche, Balaguer no llegó a formar parte de la misma. Bosch incurre en una imprecisión histórica cuando afirma que Balaguer llegó a ser detenido aunque después se le permitiera irse a casa. Los militares en ningún momento consideraron a Balaguer entre los detenidos y éste pudo regresar a Palacio al día siguiente a juramentar a Bogaert, antes de optar por el exilio, cuando en la noche del jueves 18, se produjo un contragolpe que restauró a Bonnelly y los demás miembros del Consejo. Después que Rodríguez Echavarría se retirara a San Isidro, creyendo haber convencido a Balaguer de quedarse en la Presidencia, éste pidió a su jefe de ayudantes militares, coronel Rafael de Jesús Checo, que le comunicara telefónicamente con el doctor Huberto Bogaert en Mao. Después de una breve conversación con Bogaert, Balaguer ordenó a Checo que se le brindaran facilidades para que pudiera viajar esa misma noche a Santo Domingo a pesar del toque de 149 queda. Checo hizo unas cuantas llamadas desde el Palacio Nacional y dijo al presidente: -Todo arreglado, señor. Eran alrededor de las 11:30 de la noche y Balaguer decidió entonces retirarse. No se despidió de sus compañeros del Consejo detenidos en un salón contiguo. 150 9 UNA LLAMADA NOCTURNA “Un príncipe debe imitar al zorro y al león, porque el león no se puede proteger de las trampas y el zorro no se puede defender de los lobos. Así, pues, uno debe ser un zorro para conocer las trampas y un león para atemorizar a los lobos”. MAQUIAVELO (El príncipe) 151 Ligeramente desconcertado, Donald J. Reid Cabral descolgó el teléfono. Era la segunda llamada de Amiama Tió con el mismo propósito esa tarde: pedirle que le acompañara al Palacio. Le unían con Amiama Tió lazos muy afectivos y estrechos. Ese había sugerido buscarle a su casa y Reid Cabral había dado su consentimiento, lleno de dudas y preocupación. Abogado y empresario próspero en una línea de importación de vehículos, Reid Cabral era el prototipo de la clase dirigencial emergente en una nación evidentemente escasa de liderazgo. De familia adinerada, sus apellidos habían comenzado a ser conocidos para la generalidad de los dominicanos después de que su hermano, Robert, médico pediatra graduado en los Estados Unidos, se suicidara tras ser perseguido por complicidad en el ocultamiento del complot que había culminado con el asesinato de Trujillo. A sus 37 años, apuesto, de ojos azules, con su pelo castaño cuidadosamente peinado hacia atrás, en el más clásico estilo varonil, Donald Reid Cabral, se parecía –a pesar de su baja estatura y su débil contextura física- más a un galán de cine que a un político caribeño. De temperamento impulsivo, sus habilidades trascendían, sin embargo, los límites del despacho de un hombre de negocios. Su talento y capacidad organizativa se reflejaban en muchas de las actividades de la UNC. Reid Cabral sospechaba que un inesperado desenlace estaba próximo. Los acontecimientos del Parque Independencia esa misma tarde habían desatado fuerzas difíciles de detener. Tras colgar el teléfono negro colocado sobre una mesa de mimbre de la terraza de su amplia residencia de la calle Cervantes, en el tranquilo sector de Gazcue, Reid tomó la decisión de visitar a Viriato Fiallo, el líder 152 de la UCN, uno de los blancos principales de la irritación de la alta jerarquía militar. Ambos estaban marcados por San Isidro. Tanto el uno como el otro sabían que nada podían esperar de un golpe de Estado. Sus diferencias con el mando militar eran prácticamente insalvables no obstante la relación de amistad personal con Rodríguez Echavarría. Esa relación nacía de la circunstancia de que una hermana del jefe militar, Altagracia, estuvo casada con el general Juan Tomás Díaz, uno de los cabecillas del complot que culminó con el asesinato de Trujillo, y de quien Reid Cabral fuera un excelente amigo y compañero. La reunión con Fiallo no había contribuido a calmar las inquietudes de Reid Cabral, cuando Amiama pasó a recogerle para llevarle a Palacio, donde minutos después sería testigo excepcional de hechos que contribuirían a cambiar el curso de la historia dominicana. Pensativo durante todo el breve trayecto, Reid Cabral apenas esbozó unas cuantas sonrisas de asentimiento a la conversación de su importante acompañante. Esa noche, no volvería a verle. Como se perfilaban las cosas, Amiama sabía que si alguien podía correr peligro de una asonada militar, era él. En idéntica situación se encontraba Antonio Imbert, otro miembro del Consejo particularmente mal visto por la estructura trujillista que aún dominaba en los cuarteles. Como una medida personal de precaución, seguros de que no estaban en condiciones de modificar nada, optaron por ausentarse esa noche de Palacio. Alguien diría después que cumplían una visita “amistosa” a la misión diplomática de Estados Unidos. Amiama e Imbert permanecieron hasta tarde en la noche en Palacio. De acuerdo con testimonios de testigos presenciales de los hechos, o fue hasta 153 después de juramentada la Junta cuando optaron por esconderse. Evidentemente ambos hacían esfuerzos esa noche por evitar la caída del Consejo, aunque existen versiones de que no se oponían a la renuncia de Balaguer. Con paso firme, Reid Cabral penetró al despacho del presidente Balaguer, en las primeras horas de la noche. Su ansiedad no disminuyó al notar la inusitada actividad militar alrededor de la casa de Gobierno. Como otras veces en los últimos días, Balaguer se había quedado a comer aquella tarde del martes 16 en Palacio, ahora a la espera de noticias. El sonido lejano de las bocinas podía oírse casi con claridad, desde muchos puntos en la enorme mansión ejecutiva. tragedia. El Presidente había hecho consultas para evitar una Fabio Herrera, subsecretario de Estado de la Presidencia, sugirió una forma de acallar los altavoces sin el uso de la fuerza policial, suspendiendo el suministro de energía eléctrica al sector. Pero Polibio Díaz, consejero y amigo de años del mandatario, había observado que la acción afectaría el funcionamiento del hospital Padre Billini, situado a dos cuadras escasas de los límites del parque, donde la excitación de la multitud crecía a cada minuto. Guiado tal vez por razones humanitarias, Balaguer desestimó la sugerencia del subsecretario. Herrera no olvidaría jamás aquel momento; menos esa noche cuando vio entrar al coronel Sessen, a paso marcial, en su impecable traje de zafarrancho por los pasillos de Palacio. Aquel hombre de elevada estatura, más alto que él, a pesar de sus seis pies y tres pulgadas, le pareció la viva estampa del oficial de la SS de la Alemania hitleriana. 154 Donald Reid Cabral hizo un ligero ademán de protesta y agradecimiento y buscó las palabras adecuadas para rechaza el ofrecimiento. Las causas de que se le llamara a Palacio esa noche estaban íntimamente ligadas a lo que parecía el lógico desenlace de la escalada creciente de violencia que había estado sacudiendo a la nación en las últimas semanas y que ese día había culminado en la matanza del parque. Pero Reid Cabral estaba decidido a no involucrarse directamente, por lo menos por el momento. En una forma muy diplomática expuso a Balaguer las razones por las cuales le resultaba imposible acepar integrarse a la Junta CívicoMilitar que habría de instalarse esa noche, en sustitución del Consejo de Estado. Balaguer parecía dispuesto a irse y su esfuerzo de última hora estaba dirigido a evitarle a la nación una nueva oleada de violencia o un caos igualmente terrible y traumático. El, como el que más, parecía consciente del peligro que esa noche se cernía sobre el proceso democrático que, quiérase o no, le había tocado encabezar, en los momentos más aciagos de la vida moderna de la República. Tratando de salvar la situación, Reid Cabral propuso sin éxito a Emilio Rodríguez Demorizi, intelectual y político de carrera asociado a Trujillo como tantos hombres públicos, y que ayudaba a Balaguer en las tareas oficiales en la importante Secretaría Administrativa de la Presidencia. Autor de una enorme cantidad de libros, estaba reputado como uno de los historiadores más prolíficos del país. Tranquilo y pequeño de estatura, Rodríguez Demorizi podía tener muchas cosas en común con el Presidente. Le unían, por lo menos, su pasión por el estudio y la literatura. 155 La angustia de Reid Cabral era más grande cuando abandonó el despacho sobrio del Presidente. Había dejado allí a un hombre prácticamente solo y aparentemente abandonado. Sus horas como Presidente estaban contadas, no podía albergar dudas sobre ello. Estaba muy lejos, sin embargo, de parecer un hombre acabado. En sus ojos pudo observar una fuerza interior intensa, como avivada por una inextinguible llama, que parecía mofarse de los estribillos que la multitud cantaba, mecánica e inconscientemente, por plazas y avenidas: “Balaguer, Balaguer, muñequito de papel”. Detrás de su apariencia endeble se ocultaba una fortaleza indestructible, un carácter indomable, capaz de sortear las peores vicisitudes. El país no tendría que esperar más que tres años para darse cuenta de ello: Balaguer retornó del exilio en 1965 para ganar las elecciones celebradas el año siguiente. Permaneció en el poder por tres períodos constitucionales, hasta el 16 de agosto de 1978. Después de un intento infructuoso de recobrar la Presidencia en las elecciones de 1982, ganó los comicios generales celebrados el 16 de mayo de 1986, en uno de los más sensacionales retornos políticos que registre la historia de la Nación. El ruido de las voces animadas hirió los oídos de Reid Cabral cuando traspasó el umbral de la puerta del enorme antedespacho presidencial. A la expectativa de un desenlace, los hombres allí de pie, parecían no darse cuenta, sin embargo, de que su destino personal estaba completamente asociado a la suerte del frágil 156 gobierno del que habían estado formando parte desde el primero de aquel mes de enero. Los miembros del Consejo de Estado le saludaron efusivamente, algunos con una ligera palmada en la espalda. Además de Bonnelly, vicepresidente, estaban Pichardo, Read Barrera y monseñor Pérez. Sólo faltaban Amiama e Imbert, quienes habían sido vistos poco antes en el despacho del primero. En un saludo de rigor, Reid preguntó: “¿Cómo está todo?” -Todo bien, tranquilo-, le respondió Bonnelly, mostrando un gran dominio de sí mismo. -No estén tan seguros de eso. A mí me acaban de ofrecer formar parte de una Junta de Gobierno y creo que ustedes son sus prisioneros-, dijo, helando la sangre de los presentes. En la época en que tuvieron lugar estos acontecimientos, la oficina del Presidente de la República estaba situada en un despacho contiguo al que hoy ocupa, en el extremo oriental de la parte frontal del Palacio Nacional. En antedespacho estaba conformado por los amplios salones que después vinieron a convertirse, por remodelaciones internas, en las salas de visitantes y oficinas de los ayudantes militares. José Battle Nicolás, hombre de negocios dedicado a la venta a comisión, y a servicios de exterminación de plagas, ratas y alimañas, con oficinas entonces muy cerca del Palacio Nacional, se disponía a cumplir una jornada de trabajo como otro día cualquiera, aquel miércoles 17 de enero, cuando observó a Fabio Herrera dar 157 pequeños paseos a la entrada del hotel Paz (hoy Hispaniola), en el extremo occidental de la avenida Independencia. Hacia la derecha, podía notarse ingente actividad dentro y fuera de la fortaleza militar situada al frente, pero muy escasas almas animaban esa mañana las oficinas públicas de la antigua Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre (con la cual Trujillo había conmemorado en 1955 el veinticinco aniversario de su régimen), algunos de cuyos edificios alcanzábanse a ver desde el parqueo del hotel. La impaciencia de Herrera se debía a la tardanza de su chofer en procurarle. Teniendo imperiosa necesidad de estar temprano esa mañana en Palacio, aceptó sin pensarlo dos veces el ofrecimiento de Battle de conducirle en su carro. Ambos se encontraban absortos en animada conversación sobre temas varios, cuando la figura vestida de blanco parada a las puertas de Palacio se le antojó familiar a Battle, tan pronto como el automóvil conducido por éste dobló de la avenida César Nicolás Penson hacia el norte por la Doctor Báez, con destino al Palacio del Ejecutivo. Detuvo el vehículo a la señal de pare del adusto oficial al mando de un grupo de soldados de servicio en la puerta principal de entrada y ambos dedicaron su atención al raro visitante, a quien identificaron de inmediato. Tras mostrar sus credenciales, Herrera abrió desde su asiento la portezuela trasera derecha y Bogaert se acomodó con una breve sonrisa de comprensión. El jefe de guardia dio entonces orden de que se permitiera al automóvil entrar al recinto. Sentado algunas horas más tarde frente a un grupo de amigos en un restaurante de la parte alta de la ciudad, rigurosamente custodiada por patrullas motorizadas, Battle soltó una carcajada de asombro, cuando la radio oficial informó 158 que Bogaert había tomado posesión como presidente de la Junta Cívico-Militar. En un arranque de humor despreocupado comentó, alzando su copa de ron: -Hoy he llevado a un Presidente a Palacio. 159 10 DOS HOMBRES SOLITARIOS “Los antiguos historiadores nos dieron deliciosas ficciones en forma de hechos; los novelistas modernos nos ofrecen los hechos más insípidos a guisa de ficción”. OSCAR WILDE (La decadencia de la mentira) 160 En el Palacio Nacional apenas se veían empleados. Sólo quedaban unas cuantas secretarias y aquellos que habían podido presentarse a sus oficinas a pesar de la escasez de transporte y las rigurosas medidas implantadas en la ciudad. Para esos escasos y abnegados trabajadores, nada tuvo de sorprendente la llegada tranquila del solitario hombre vestido de gris que hasta la noche anterior había sido el Presidente. Sin ninguna clase de problemas, Balaguer pasó el control militar de acceso a Palacio y entró a lo que hasta ese momento sería su despacho. Con la misma parsimonia de siempre se entregó esta vez a la tarea final de limpiar su escritorio. Después de terminada la operación, procedió a entregar un pequeño juego de llaves a su sucesor, doctor Huberto Bogaert, como presidente de la Junta CívicoMilitar detrás de la cual actuaba, como verdadero hombre fuerte, el general Rodríguez Echavarría. Tomó un retrato de su padre, y se despidió con un ligero y característico saludo alzando el brazo derecho. Tranquilo en medio de aquel aparatoso suceder de acontecimientos desbordantes, una aureola de dignidad parecía acompañar a aquel hombre en su retirada. Sin más compañía que la del teniente coronel Rafael de Jesús Checo, su ayudante militar; su chofer, sargento Luis Alvarado Mena; Polibio Díaz, su entrañable consejero de siempre y Santiago Rodríguez (Chago), tío de Rodríguez Echavarría, abordó el automóvil en el parqueo interior del edificio, seguido de otros vehículos de su escolta. 161 Apenas unos cuantos empleados del servicio se percataron de la salida de los vehículos, cuando éstos traspasaron las puertas de hierro rigurosamente protegidas de acceso a la calle México, por la zona posterior de la enorme mansión ejecutiva de mármol levantada en 1947 por Trujillo. Después correría el rumor de que Balaguer había solicitado protección diplomática de la Nunciatura, vecina a su residencia. Esa noche la Secretaría de la Presidencia expediría un escueto comunicado: “Por la presente se hace del dominio público que el doctor Joaquín Balaguer cesó en sus funciones de Presidente de la República y Presidente del Consejo de Estado en la noche del 16 de los corrientes, y que en consecuencia desde esa fecha no se encuentra en el Palacio Nacional”. A las dos de la tarde cuando Reid Cabral volvió a Palacio a entrevistarse con Bogaert, lo encontró inmerso en la absoluta soledad que reinaba allí por todas partes. El amplio escritorio presidencial lucía más grande ante la ausencia de papeles y documentos oficiales. El vuelo de una mosca alrededor de una de las puertas de acceso a los balcones de la oficina hubiera podido oírse con claridad en el pesado silencio predominante. inmediatos. Bogaert le habló ligeramente sobre sus planes El más urgente y prioritario estaba a punto de consumarse. El presidente consultó su reloj y dijo que a más tardar dentro de una hora su chofer vendría por él para llevarle de nuevo a Mao, donde residía gran parte del tiempo. Huberto Bogaert había quedado virtualmente desamparado en Palacio. Cuando Reid Cabral le visitó, aproximadamente a las dos de la tarde de ese miércoles 17 de enero, sólo podían verse soldados, fuertemente artillados, dispersos por toda la mansión ejecutiva. Apenas una hora antes había leído ante la 162 cadena de radio y televisión oficial el texto de un discurso, traído con urgencia a Palacio, en el que los autores del golpe trataban de delinear los propósitos del nuevo régimen. La audiencia nacional había sido prácticamente nula. Sin embargo, la imagen más viva del poco respaldo del que podía ufanarse la Junta, la proporcionaba el auditorio reducido que le había acompañado mientras leía mecánicamente, con voz carente de emoción o entusiasmo, el texto redactado por un cerebro oculto. Es poco probable que Bogaert escribiera el texto de ese discurso, ya que apenas horas antes fue enterado de su papel en la crisis. La presencia única del ex senador Santiago Rodríguez, el omnipresente Fabio Herrera, el subsecretario de Finanzas, Bernardo Díaz, Néstor Contín Aybar, de la consultoría jurídica de la Presidencia y Eudoro Sánchez y Sánchez y otros empleados de menos categoría de Palacio, subrayaba el repudio general y confería a la ceremonia cierto aspecto macabro. Varios de ellos se hallaban allí por coincidencia u obligación. El discurso de Bogaert se enmarcaba en el estilo clásico de las asonadas militares latinoamericanas. Prometía elecciones libres en un plazo prudente, restablecer el orden público, preservar la propiedad pública y privada y defender los valores de la nación de la amenaza del comunismo. Pero ¿quién se tragaría todo eso? Abogado de prestigio, Bogaert había adquirido notoriedad pública en las altas esferas de la sociedad dominicana como funcionario al servicio de Trujillo. Escasos compatriotas con sus credenciales trujillistas, podían vanagloriarse de la 163 respetabilidad que le rodeaba. Un rasgo de su personalidad podía extraerse de una anécdota nunca confirmada de sus relaciones con el déspota. Según sus amigos, siendo secretario de Estado de Agricultura, unos años antes, había recibido de Trujillo un sobre como regalo de Navidad con un cheque a su nombre por un monto de 50,000 pesos (dólares al cambio oficial). Tan generoso donativo le había estado “ardiendo” los bolsillos durante más de una semana, hasta que, después de consultarlo con un familiar cercano, amigo común de Trujillo, decidió devolverle el cheque acompañado de una misiva de puño y letra reiterándole ardorosamente su adhesión inquebrantable “la cual no requería de dinero o presente alguno”. reacción inmediata del tirano disipó sus grandes temores. La “Con amigos sinceros como usted”, le decía también en carta escrita a mano, “que fácil hubiera sido gobernar a esta nación”. Pocos colaboradores del hombre que rigió a la nación con puño de hierro durante tres décadas hubieran podido rechazar un presente suyo como ese. La soledad palaciega permitió a Bogaert reflexionar sobre su suerte. Fue requerido la noche anterior desde Palacio, sin que se les indicaran los motivos. Balaguer le había llamado personalmente por teléfono a su residencia en Mao, provincia de Valverde, donde ejercía las funciones de gobernador. Presto a cumplir con sus deberes ciudadanos, allí donde se les demandaran, acudió temprano a la mansión presidencial desconocedor todavía de las razones. Vestido de blanco, como era usual en él, había esperado pacientemente a las puertas del Palacio, donde le dejó el taxista, como un curioso o turista cualquiera, hasta que pudo 164 penetrar a él, bajo circunstancias aún más curiosas que las de su sorprendente e inesperada designación. Varios días después del contra-golpe que desalojó a la Junta Cívica-Militar y restableció el Consejo de Estado bajo la presidencia de Bonnelly, Bogaert ofreció una versión pública de cómo se vio envuelto en tales acontecimientos. “A las 11:00 de la noche del martes 16”, explicaba, “recibí una llamada telefónica del Presidente Balaguer reclamando que me presentara al Palacio lo más rápidamente que me fuera dable. En atención a su apremiante requerimiento salí inmediatamente de Mao, para esta ciudad (Santo Domingo), a donde llegué a las cuatro de la mañana del miércoles 17. A las siete y media antes meridiano, llegué a Palacio. Tan pronto hice acto de presencia, me recibió el Presidente Balaguer, quien me condujo a su despacho, en donde en forma impresionante me expuso la situación angustiosa que estaba viviendo la familia dominicana“. Balaguer apeló a su sentimiento patriótico en forma vehemente: “Don Huberto”, continua el relato, “el país está al borde un tremendo caos; se esperan acontecimientos cuyas consecuencias desastrosas para la familia dominicana están fuera de toda previsión. Conociendo su entereza de carácter y su seriedad, he pensado que usted es hombre capaz de restablecer el imperio de la ley y el orden. La Patria lo necesita y yo espero que usted no la desampare en esta hora decisiva de su destino”. La imploración de Balaguer fue demasiado para Bogaert, quien aceptó encabezar la Junta. El Caribe destacó al día siguiente una versión anónima de un funcionario palaciego confirmando este relato extraordinario. De acuerdo con 165 esta versión periodística, Balaguer se decidió llamar a Bogaert después que le resultó imposible convencer a Donald Reid Cabral, los Messina y otros candidatos, a formar parte del nuevo régimen de facto. Irónicamente, Reid Cabral sería designado en el Consejo de Estado, para llenar la vacante dejada por Balaguer con su renuncia. Freddy Dalmau, alias “Capitán”, encendió con una húmeda cerilla su último y arrugado cigarrillo “Cremas”. Salvo los últimos acontecimientos violentos, el día había sido como cualquier otro en El Caribe. Había estado trabajando al servicio del diario como chofer durante ocho años y no le extrañaban las sorpresas. Estaba preocupado, sin embargo, por la hora. El trayecto del diario a casa, donde le esperaban impacientes su esposa e hijos, estaba lleno de peligros, con patrullas prestas por doquier a disparar contra cualquier cosa. Había tenido la precaución de hacerle llegar un mensaje a su esposa de que estaba bien y que si los problemas persistían se quedaría a dormir en el periódico. Todo parecía indicar que iba a tener necesidad de hacerlo y cojollo si le agradaba la idea. “El Capitán” echó otra furtiva mirada al fondo de la calle El Conde y no vio un alma. Lejanos y esporádicos disparos llegaban a sus oídos como latigazos. Con un gesto de cansancio exhaló profundamente una bocanada y dijo para sus oídos: “Este condenado cigarrillo está tan fuerte como la cosa”. Abrió tranquilamente la puerta del vehículo, se arrellanó frente al volante, y se dispuso a descansar. 166 Había estado expuesto a las balas y a la furia de las multitudes, conduciendo el vehículo en que los redactores y fotógrafos del diario cubrieron los hechos los dos últimos días. Con todo el peligro que había representado era una experiencia nunca antes vivida. Dalmau estaba sumido en sus pensamientos cuando el “sedán” con chapa oficial que traía a Sánchez y Sánchez y al joven y atractivo oficial de carrera de la Marina de Guerra, se estacionó a su lado silenciosamente. El “Capitán” los miró con interés y ajeno a lo que ocurría gruñó, dando una nueva bocanada: “Mira que salir a esta hora”. Rumores y versiones contradictorias sobre la presencia de un buque de guerra de Estados Unidos en el antepuerto de la ciudad, habían contribuido a fomentar la ola de inquietud que se respiraba en todas las esferas de opinión del país aquel día. Había en realidad un barco norteamericana pero no estaba claro todavía que fuera un navío de guerra y mucho menos que estuviera allí para tratar de influir sobre el curso de los acontecimientos. Dirigentes políticos habían echado a correr la versión de que los Estados Unidos amenazaban con intervenir, tal como había advertido, sin llevarlo a cabo, entre el 18 y 19 de noviembre de 1961, cuando familiares del dictador Trujillo intentaron un golpe militar para perpetuar la tiranía que había sepultado las libertades dominicanas durante 31 años. Sánchez y el capitán Amiama intercambiaron breves palabras mientras subían parsimoniosamente las escaleras hacia la segunda planta donde funcionaban las oficinas de redacción de El Caribe. 167 Andrés Veras no le dio demasiada importancia cuando en forma cortés la pareja se detuvo ante su mesa de la pequeña central telefónica del diario y preguntó por los editores. Con gesto mecánico marcó un número interno y comunicó al doctor Rafael Molina Morillo, director ejecutivo, la llegada de los visitantes. El redondo reloj de pared colgado a su espalda tenía las 11:40 de la noche. Molina dejó apresuradamente las pruebas de imprenta sobre su escritorio y dispuso que entraran. Tomó de nuevo el teléfono y avisó al director, Germán Ornes, quien revisaba el editorial en su enorme y desordenado despacho lleno de libros y papeles por todas las partes, al otro extremo de la segunda planta. En horas de la tarde del día anterior, instantes después de ametrallamiento en el Parque Independencia y después de haber visitado el lugar, Ornes tomó una importante decisión. Llamó a todo su personal a su despacho y les dijo, tal como varias semanas después lo relatara la revista norteamericana Time: “El ejército está volviendo a sus viejas tácticas. Estoy adoptando la decisión de unirme al pueblo en su lucha por la libertad. Quiero ofrecer la oportunidad de irse a sus casas a aquellos que no desean defender el periódico”. Pero nadie se fue a su casa esa tarde. Time tuvo información de primera mano de éstos sucesos, porque San Harper, su corresponsal, había estado todo el día en el diario revisando archivos y buscando información para su revista. “Cuando los censores llegaron”, diría más tarde la publicación norteamericana, “Ornes desafiante dejó notorios espacios en 168 blanco, donde habían sido censuradas informaciones. Audazmente imprimió las palabras ‘bajo censura’ sobre el cabezote de El Caribe, y continuó publicando tantas informaciones como podía, incluyendo la noticia crucial de que los Estados Unidos le negaban su apoyo al régimen militar”. La verdad fue que los censores no actuaron como tales y que hicieron cuanto pudieron para demostrar la forma en que detestaban la misión que se les había encomendado. Emilio McKinney, veterano periodista y abogado que hacía las veces de editor internacional y titulista del diario, daba uno de sus habituales paseos por los pasillos de la solitaria redacción cuando Sánchez y el capitán Amiama se detuvieron ante Veras, el recepcionista. Los periodistas habían respaldado la actitud de Ornes y habían accedido a quedarse en el diario hasta que la edición de la mañana siguiente estuviera lista. Pero a esa hora de la noche McKinney se encontraba, como de costumbre, prácticamente sólo en la redacción. Tenía la responsabilidad de quedarse hasta entrada la madrugada para cuidar de las pruebas finales. Lo había hecho así durante años y le gustaba su trabajo. “Ellos (Sánchez y Amiama” pidieron hablar con el doctor Ornes, pero Veras, el telefonista, pasó la petición a Molina Morillo. Yo les conduje al despacho de éste. Como me retiré a cumplir mis quehaceres, ignoro lo que hablaron”, dijo McKinney al rememorar los hechos. “Sólo recuerdo que bajaron a los talleres y allí pidieron las pruebas de galeras, principalmente las de primera página”. 169 Antes de que bajaran a los talleres, Molina protestó airadamente contra la orden de censura. “Me dejaron desahogar”, explicaría años después. “Esto no puede ser. Es un atropello”. Los censores le explicaron cuán ingrata era su tarea y que entendían perfectamente los motivos de su irritación. “No eran censores ni actuaban como tales. Y creo que momentos después, cuando Ornes dispuso que se dejaran espacios en blanco, entendían a cabalidad el significado de lo que hacíamos. Para ser censores de una situación de facto se portaron muy decentemente”, siguió diciendo Molina. Durante su permanencia en el diario, la pareja no hizo ningún tipo de presión contra sus directores. “Nos pidieron los originales, les dijimos que no era necesario y que bastaba con chequear las pruebas, lo que también aceptaron sin remilgos. En el fondo me parece que no tenían la intención de cumplir la orden que se les había dado”. Las pruebas de composición fueron revisadas en compañía de Ornes. Tan pronto los censores se presentaron al despacho de Molina, éste informó a Ornes que aquellos se disponían a “cumplir de inmediato sus funciones”. “Molina estaba evidentemente agitado e indignado”, recordó Ornes. “Me informó que no estaba dispuesto a trabajar bajo censura y que abandonaría el periódico. Tras un corto diálogo lo convencí de que no debía hacer eso y que de alguna manera dejaríamos saber que el diario se publicaba bajo censura. También planearíamos cómo dramatizar la situación. Molina accedió a quedarse”. Inmediatamente después de su breve conversación con Molina, Ornes se entrevistó con los censores. “No conocía a Amiama, pero Sánchez y Sánchez había 170 trabajado conmigo en El Caribe antes de que yo saliera al exilio. Al comienzo los censores querían ver todo lo que se escribía pero yo les expliqué –y lo entendieronque su misión era impedir que salieran a la luz pública aquellas cosas que a su juicio resultaran no convenientes. Al fin accedieron a un procedimiento que les propusimos de que vieran las páginas antes de ser hechas en planchas de plomo para colocarse en la rotativa”. Ornes comparte la impresión de que ni Amiama ni Sánchez y Sánchez “sentían entusiasmo alguno por la función de censores” y agregó: “Amiama no estuvo mucho tiempo en la redacción y Sánchez se quedó para ver con Molina y conmigo las planas. De esa circunstancia surgió el hecho de que al censurarse algunas cosas no pudieran ser sustituidas y se dejaron los espacios en blanco”. Mientras pasaban revista a las pruebas, a Ornes y a Molina se les ocurrió otra idea para dejar sentir su protesta. Consistía en quitar el lema bíblico del periódico “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”, y poner sobre el cabezote de primera página la expresión “Bajo censura”, en gruesos caracteres negros. Sánchez “no objetó este procedimiento”, asegura Ornes, a pesar de que como periodista de vasta experiencia, Sánchez debía saber bien lo que esto significaba. En cierto modo, el ingenio les permitía actuar interiormente contra la engorrosa misión para la que habían sido llamados. La operación de censura duró dos noches. Ornes considera que la publicación del cabezote con la expresión “Bajo censura”, y con los espacios en blanco, “contribuyó grandemente a fortalecer la resistencia civil a la junta”. 171 Cuando entrevisté al doctor Sánchez confirmé lo que ya los otros protagonistas me habían informado; que los censores hicieron todo lo que estaba a su alcance para no cumplir con severidad el encargo de someter a El Caribe. Sánchez lucía preocupado. No le resultaba agradable revivir este asunto, pero fue explícito y sincero. “Prácticamente no hubo censura. Fue un momento desagradable para mí como periodista. Graves acontecimientos políticos estremecían al país entonces. Fue muy enojoso para mí y renuncié al cargo que ocupaba en el gobierno volviendo al periodismo ese mismo año”. precisamente desde la columna de El Caribe. Su retorno al periodismo fue, El comportamiento de Amiama Castillo contribuyó a evitar consecuencias mayores. “Por suerte Frank Amiama”, me dijo Sánchez, “es un militar muy correcto y se comportó como tal. Yo me presenté como amigo del periódico. Sólo vimos las pruebas muy ligeramente. Le dije a Amiama que todo lo que se iba a publicar había sido dicho ya por la radio y que no tenía objeto impedir la salida del periódico. El estuvo de acuerdo. Al día siguiente nos desapoderamos del caso y encargaron a la Secretaría de la censura”. La noche siguiente una comisión compuesta por otros tres censores se presentó a la redacción y pidió hablar con Ornes. Veras levantó mecánicamente el teléfono pero esta vez llamó a Ornes. Uno de los tres censores era un viejo periodista amigo del director del diario, Néstor Caro, abogado y subsecretario de Estado. La completaban otros dos abogados, Máximo Sánchez Fernández y Plinio Terrero Peña, consultor jurídico. Caro explicó después a McKinney que había dicho a Ornes que se ofreció a acompañar a los otros dos a fin de hacer menos agria la tarea en su condición de amigo del periódico. Los nuevos censores no serían 172 puestos a prueba ya que horas después caía el régimen tras un contragolpe militar. Ornes acudió al Palacio Nacional y allí obtuvo que la censura fuera levantada. El ruido de las pisadas de los soldados calzando gruesas botas confería un aspecto fantasmal a Palacio. Contribuía a ello la soledad reinante en las oficinas administrativas del gobierno, tambaleante a las pocas horas de haber nacido. Aquel jueves 18 de enero de 1962, Fabio Herrera llegó, como de costumbre, temprano a su despacho. No había, sin embargo, papeles que revisar y mucho menos que despachar con el Presidente. Bogaert había salido temprano presumiblemente a San Isidro, a una reunión con los jefes militares, pero nadie tenía certeza de que así fuese. La Junta Cívico-Militar, instalada la noche del martes anterior, había celebrado su primera sesión de trabajo –que llegaría a ser la única- en la tarde del día siguiente. Sin agenda y cuestiones específicas, el presidente Bogaert, que apenas momentos antes había recibido la transmisión de mando del renunciante Balaguer, con la simple entrega de las llaves de su escritorio, se había limitado a expresar a los demás integrantes de la junta: “Esto será tan fácil como dirigir un ayuntamiento”. Herrera había recibido un encargo muy especial, de cuyo cumplimiento dependería probablemente la permanencia del gobierno de facto. De manos de Eudoro Sánchez y Sánchez, funcionario de Palacio, obtuvo los pasaportes visados con que viajarían a Puerto Rico los cuatro miembros del Consejo de Estado detenidos en la Base de San Isidro. Herrera estaba molesto porque en el curso de 173 la mañana presenció un incidente que indignó a los pocos funcionarios y empleados que permanecían todavía allí, a pesar de la delicada situación imperante. Un oficial había impedido el paso a una zona del edificio a Enrique Pérez Vélez, oficial mayor de la secretaría administrativa de la Presidencia, en forma grosera. El funcionario trató de hacer valer su condición pero fue maltratado. Sólo la intervención oportuna de terceros evitó que se le arrestara. El incidente precipitó la decisión de Herrera. Sus instrucciones eran la de tramitar los pasaportes para apresurar la salida de Bonnelly y sus compañeros. En lugar de eso, los escondió y redactó su renuncia. dimisiones. A su gesto siguen otras Poco después del mediodía pueden contarse con los dedos de una mano los funcionarios de nivel en sus puestos en la casa presidencial. De hecho no hay gobierno ni autoridad alguna. El teléfono directo del despacho presidencial timbra por espacio de diez minutos, pero nadie responde la llamada. 174 11 LA NOCHE DEL SEGUNDO GOLPE “Algo que se ganó por nada”. Dicho por WELLINGTON de la Batalla de Waterloo. 175 Al día siguiente de instalar privadamente a Bogaert, como Presidente de la Junta, ante la noticia de una nueva crisis militar, Balaguer toma la decisión de asilarse. El coronel Checo, a quien le hizo la confidencia, trató de disuadirle, indicándole que se habían tomado las medidas de seguridad pertinentes para garantizar su vida. Pero el ex Presidente había decidido ya el camino a tomar probablemente guiado por la convicción de que su presencia en el país sólo constituiría un obstáculo para el gobierno. Checo llamó por teléfono al general Román, jefe del Ejército, y pidió noticias de los acontecimientos. -Hay un movimiento de oficiales para reponer el Consejo sin Balaguer-, díjole Román. Sin pérdida de tiempo, Checo reunió a sus oficiales y se dirigió a Palacio, donde creía estaba ahora su lugar. Una vez allí, tomó un teléfono y logra comunicarse después de muchos esfuerzos con su hijo, el teniente Manuel de Jesús Checo, comandante de tanques, quien había sido despachado al frente de una unidad para evitar la sublevación de la policía. El oficial comunicó a su padre que allí todo parecía en orden y que no se esperaban hostilidades. Checo se tranquilizó y decidió esperar los acontecimientos sin mayores preocupaciones. De todas formas, era poco lo que él, teniente coronel jefe del cuerpo de Ayudantes Militares de un ex Presidente, podía hacer en esas circunstancias para evitarlos. Los informes todavía sin confirmación del asilo del ex Presidente no parecieron llamar demasiado la atención, en medio de los nuevos sucesos que vendrían a plantear la segunda crisis política-militar en menos de 48 horas. Mientras en San Isidro se debatía la sustitución de la Junta Cívico-Militar liberando a 176 los encarcelados miembros del Consejo de Estado y colocándolos otra vez en Palacio, en la mansión presidencial todo era un caos, sin que hubiera allí un poder real, en capacidad de asumir la situación. Bogaert, el hombre que había sido juramentado como jefe de la junta en las más curiosas circunstancias y en medio de violentos disturbios callejeros, no se encontraba en su despacho. De acuerdo con informaciones, estaba en Mao, visitando a su familia, o escondido, consciente de la suerte que acechaba a su efímero régimen. Nadie parecía en condiciones de asumir la dirección del país y restablecer el orden. Los antagonismos militares que habían determinado las divisiones de comienzos de mes y finales del año, estaban próximos a una confrontación. El apoyo que sostenía a Rodríguez Echavarría se desmoronaba a ritmo acelerado. El derrocamiento del Consejo y el consiguiente encarcelamiento de Bonnelly y otros miembros del gobierno colegiado habían levantado una ola de indignación nacional e internacional. Los Estados Unidos se apresuraron a expresar su disgusto por la acción y Rodríguez Echavarría se encontraba virtualmente acorralado. Entre tanto, el pueblo continuaba manifestándose. Desde diferentes puntos de la ciudad podían notarse columnas de humo por el incendio de neumáticos y vehículos. Unidades militares seguían siendo hostilizadas por bandas ocultas en barrios de la parte alta, donde los desórdenes habían producido ya nuevos muertos e incontables heridos. Desde el interior de las viviendas, herméticamente cerradas para evitar la entrada de soldados, se hacían sonar calderos y latas vacías. Desafiando el toque de queda, jóvenes de diferentes edades cruzaban las esquinas 177 para lanzar piedras contra las patrullas. El tableteo de fusiles y metralletas quebraba constantemente el silencio de la ciudad, media a oscuras por un apagón, de origen desconocido. Ninguno de los ocupantes de la inmensa sala de la segunda planta del Club de Oficiales de San Isidro se puso de pie, cuando hizo su entrada a ella el general Rodríguez Echavarría acompañado de dos oficiales. El jefe militar hizo un breve saludo, colocó su metralleta de mano al lado suyo en la mesa situada en la esquina del sofá e inició una extensa conversación. En su tono y contenido era diferente a la de otras, desde que los miembros del Consejo de Estado habían sido llevados allí en calidad de detenidos. Rodríguez Echavarría trataba ahora de convencerles de que apoyaran la Junta Cívico-Militar y se adhirieran al gobierno, ya sea formando parte de ella o aceptando reponer al Consejo bajo condiciones trazadas por San Isidro. Bonnelly, Pichardo y Read Barrera mantenían su rechazo a colaborar con Rodríguez Echavarría y entendieron que su propuesta era una muestra evidente de debilidad. A pesar del aislamiento podían imaginar que algo le iba mal a la Junta. El hombre fuerte de la base se dirigía directamente a Bonnelly sentado frente a él, en línea recta. En el mismo sofá, más próximo a la puerta, se encontraba Pichardo y un poco más a la derecha, Read Barrera. Monseñor Pérez, el cuarto detenido, era mantenido en algún lugar de la primera planta, vigilado por militares. Nadie entre los presentes pareció prestar demasiada atención al ruido de pasos en la escalera, ni cuando de pronto hicieron entrada al salón el coronel Elías 178 Wessin y Wessin, sin más compañía que la del mayor Rafael Fernández Domínguez y el teniente Fidel Báez Berg. De mediana estatura, de complexión fuerte y robusta, Wessin, de 33 años, era el jefe del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA). Había jugado un papel importante en el golpe anti-trujillista de Santiago de noviembre encabezado por Rodríguez Echavarría y ello le había valido su ascenso a coronel y su traslado a San Isidro. El CEFA estaba considerado como la guarnición mejor dotada de las Fuerzas Armadas. Fernández Domínguez era un oficial de carrera de excelente preparación académica y hombre de confianza de Wessin. Aún cuando le debía obediencia por el rango, era Fernández Domínguez quien había involucrado a Wessin en la operación. Apenas horas antes se había presentado al Batallón Táctico de Antiguerrillas y logrado el apoyo del comandante de la Segunda Compañía, capitán Rafael Quiroz Pérez, a quien pidió prestado un fusil Fal que llevó en compañía de éste al jefe del CEFA. voluntarios. El oficial reunió a sus oficiales y soldados y pidió 50 Todos dieron un paso al frente al comunicarles que la misión sería encabezada por el mayor Fernández Domínguez. “Tuve que llevármelos a todos”, diría años después el entonces capitán Quiroz Pérez. Unidades blindadas estaban simultáneamente ocupando la pista de la base y rodeando el campamento. Ninguno de los hombres de Rodríguez Echavarría parecía dispuesto a poner resistencia. Decidida apenas momentos antes, la acción se cumplía casi con un rigor matemático. Pero aún faltaba el episodio final, donde podía echarse todo a perder. La incorporación de Wessin era decisiva. Si sus 5,000 179 efectivos apoyados con las mejores unidades de tanques de todas las Fuerzas Armadas permanecía indiferente o se ponía del otro lado, el movimiento fracasaría. No podría oponerse a las tropas del general Rodríguez Reyes o a una reacción del jefe de la base, general Santiago Rodríguez Echavarría, hermano del secretario, a quien se disponían arrestar en estos momentos. Fernández Domínguez sentía un gran afecto por Wessin, pero estaba decidido a actuar por encima de él, en caso de que flaqueara. El éxito de su misión dependía de dos factores fundamentales: la sorpresa y la rapidez. Habían acordado proceder sin pérdida de tiempo. Por eso, Wessin se dirigió, tan pronto entraron a la sala, directamente a Rodríguez Echavarría sin preámbulos: -Entrégueme la ametralladora. -¿Qué pasa?-, dijo su interlocutor tratando de ponerse en pie e imponer su rango. Wessin repitió la orden. Rodríguez Echavarría observó preocupado cierta oscilación en el arma del oficial, como si éste hiciera grandes esfuerzos para controlarse. orden. Sin embargo, la voz de Wessin lució dominante cuando repitió la Rodríguez Echavarría les pidió que tuvieran calma y empujó cuidadosamente su metralleta hacia ellos. Fernández Domínguez la tomó. Sin dejar de apuntar, Wessin inquirió, dirigiéndose esta vez a los depuestos miembros del Consejo de Estado: -¿En qué condición se encuentran ustedes aquí?-En condición de detenidos-, respondió Bonnelly, mirando de reojo a sus compañeros. 180 Wessin reprochó entonces a Rodríguez Echavarría que se le había negado esa información a la oficialidad de las Fuerzas Armadas y le comunicó que podía considerarse bajo arresto. Rodríguez Echavarría asintió sin protestar. Un grupo de oficiales, al frente del cual se encontraba el capitán Quiroz Pérez, entró y condujo al general a la planta baja. Allí oficiales de los conjurados detenían a los guardaespaldas del secretario y liberaban a monseñor Pérez. Fernández Domínguez informó a Bonnelly que podían dirigirse a Palacio a reasumir sus cargos. Wessin se dirigió directamente al CEFA para informar de la situación. Una vez allí puso en alerta a sus tropas y se aseguró que todo estaba bajo control. Entre tanto, Bonnelly y los demás consejeros, seguidos de una fuerte escolta militar, abordaron un automóvil blanco y se dirigieron con prisa al Palacio. Antes hicieron un alto en la base, donde el jefe de la Aviación y hermano de Rodríguez Echavarría, no ajeno por completo a los acontecimientos, conferenciaba con un grupo de oficiales. La escolta de Bonnelly hizo primero una entrada brusca en el salón. Los oficiales se pusieron de pie a la llegada de los miembros del Consejo. Bonnelly ordenó el arresto de Santiago Rodríguez Echavarría e informó de la restauración del Consejo de Estado. Como jefe de la base quedó encargado, a sugerencia de los propios oficiales, el coronel Elbys Viñas Román. sugerencia constituyó un error. Pichardo consideraría luego que el aceptar esta Al ceder al pedido de los militares, éstos se sentirían después tentados y con fuerzas para hacer otras sugerencias de nombramientos. Ello fue la causa, en efecto, de muchas fricciones posteriores, pero en las circunstancias de esa noche era poco lo que podían hacer ante los 181 militares, dueños de la situación. La noticia del contragolpe que restablecía el Consejo, ahora bajo la presidencia de Bonnelly, se extendería rápidamente por la ciudad. Después de dejar al coronel Viñas Román al frente de la Base de San Isidro, Bonelly y su caravana se dirigieron a toda velocidad hacia el Palacio. Los militares habían tenido la precaución de conducir hasta allí al detenido secretario de las Fuerzas Armada, con la idea de que él disuadiera cualquier intento de resistencia. Los jefes del contragolpe habían tomado desde temprano la previsión de disponer una movilización de los tanques emplazados en la guarnición del Palacio, tan pronto como se tuvieran detalles de la acción contra Rodríguez Echavarría. El coronel Corominas, jefe de la Guardia Presidencial, carecía de informaciones al respecto. Pero el jefe de los ayudantes militares de Balaguer, el coronel Checo, estaba enterado desde temprano y así lo había comunicado al ex Presidente. Su hijo, el teniente Checo, le había puesto en aviso. La circunstancia de que el coronel Corominas no lo supiera y en cambio si tuviera Checo conocimiento previo de ello, se debía sencillamente a que la unidad de tanques de servicio en Palacio era una dependencia directa del CEFA, el poderoso comando al mando del cual se encontraba el coronel Wessin. A pesar de esta medida, los jefes de la revuelta estaban empeñados en que no se produjeran nuevos derramamientos de sangre. Por eso, habían tomado la decisión de llevarse a Rodríguez Echavarría. También querían estar seguros de que nadie en San Isidro, donde el jefe militar detenido gozaba de simpatías, intentara 182 ponerle en libertad y restituirle en el mando. En Palacio sería más fácil y menos riesgoso mantenerle en constante vigilancia. Rodríguez Echavarría aún abrigaba la débil esperanza de una reacción a su favor por parte de la Base de Santiago. De reojo miró atrás y vio una hilera de blindados marchando detrás de la caravana. En el asiento trasero le vigilaban el coronel Adriano Valdez Hilario, sentado a la izquierda detrás del conductor; un oficial desconocido en el centro y el joven teniente Fidel Báez Berg, a la derecha. No le parecía adecuado que por su rango, Valdez Hilario ocupara el lado izquierdo y no el otro extremo, directamente detrás suyo. Una fugaz intención le dominó, por breves instantes el pensamiento. Comenzó a calcular la posibilidad de que si provocaba un vuelco aún podía hacer volver atrás a muchos de los oficiales que se habían adherido al contragolpe. Sintió la punta de la metralleta Thompson de Báez Berg pegada a su espalda, al través del asiento, y desechó rápidamente la idea. Volviéndose al coronel sentado detrás, exclamó: -Oye, dile que baje esa arma. El cortejo no tuvo problemas para traspasar los portones de hierro de la puerta trasera, que da a la avenida México, del Palacio, e inmediatamente los miembros del Consejo fueron reinstalados en sus puestos. Las noticias del contragolpe se expandieron rápidamente por la ciudad y al cabo de pocos minutos comenzó a congregarse una multitud en los alrededores de la mansión presidencial. Muchos de ellos lograron entrar al edificio. En las calles, los soldados hacían sonar sus armas al aire en señal de alegría, compartiendo con civiles que en las últimas 48 horas habían enfrentado en violentos disturbios 183 callejeros. Jóvenes subían a los tanques y se abrazaban a los oficiales y soldados, haciendo sonar cornetas y tamboras. La ciudad adquirió un ambiente de carnaval. La reinstalación del Consejo se llevo a cabo en el salón de reuniones de la tercera planta, bajo un agobiante calor. Rodeado de militares y civiles que palmoteaban sin cesar, Bonnelly busco afanosamente con los ojos a su alrededor. Su mirada se detuvo ante la figura de un joven apuesto oficial que observaba en silencio, como absorto en una reflexión profunda. -Ese es el héroe de esta noche- dijo Bonnelly señalando a Fernández Domínguez con el brazo derecho. El oficial se cuadró y se hizo el centro de todas las miradas. Algunos compañeros le felicitaron con el gesto muy nacional de palmotearle varias veces el hombro. Su respuesta nada tenía de presuntuosa: -Respetuosamente, Señor. Los héroes son todos los oficiales de las Fuerzas Armadas. Los detalles de estas escenas fueron ofrecidos separadamente por los protagonistas principales. El autor reconstruyó los hechos con sus datos y los resultados de otras investigaciones. El contragolpe estaba decidido desde temprano, pero se esperó la caída de la tarde para evitar que la aviación pudiera recurrir en auxilio de Rodríguez Echavarría utilizando su poder de ataque. La idea de ocupar la pista con los tanques tenía precisamente el objetivo de evitar que los aparatos pudieran despegar, en la eventualidad de una resistencia. Pichardo dijo que el éxito de la operación se debió a que tomaron por sorpresa a las tropas aliadas de Rodríguez Echavarría, de quien dijo se comportó serenamente frente al 184 peligro, sin rasgos visibles de miedo, cuando fue detenido por Wessin y Fernández Domínguez. minutos. Por su parte, Wessin dijo que la acción se consumó en cuestión de “Fue una cosa rápida”, sostuvo, al confirmar la reacción tranquila de Rodríguez Echavarría. expresó al autor. “Todo fue tan fácil, dentro de la tensión prevaleciente”, “No nos hicieron ninguna resistencia. Rodeamos el club con tanques sólo por si acaso”. En las diversas entrevistas que sostuve con Rodríguez Echavarría, éste insistió siempre en que no se llamara golpe ni contragolpe a los hechos de las noches del martes 16 y jueves 18 de enero de 1962. Para él, la instalación de la Junta CívicoMilitar era sólo un cambio en la composición del Consejo de Estado. Su versión de su arresto en el Club de Oficiales de la Base de San Isidro fue básicamente la misma descrita en este libro. Sin embargo, presenta cierta discrepancia con otras versiones recogidas por el autor con respecto al comportamiento de los oficiales que le arrestaron. Sobre Wessin, por ejemplo, Rodríguez Echavarría alega que mostraba cierto nerviosismo en crecimiento y que en un momento dado se situó de espaldas al balcón, teniendo él que prevenirle que allí podían herirle y provocar una matanza. Esta versión no parece muy lógica, puesto que la base estaba prácticamente tomada por los partidarios del contragolpe y la gente de Rodríguez Echavarría no opuso resistencia de ningún tipo, incluido su hermano Santiago, a quien habían llegado informes de la acción. Sin embargo, Bosch le da crédito a la misma. En un testimonio ofrecido en un acto de recordación de Fernández Domínguez –recogido después en un libro-, el 19 de mayo de 1979, el ex presidente dijo: 185 “El general Rodríguez Echavarría me había contado en el año 1964 que cuando esos dos oficiales fueron a detenerlo él le había dicho al de mayor graduación: ¡Muchacho, ten cuidado con esa ametralladora que se te puede zafar un tiro y matarme!, y agregó: Pero cuando le vi los ojos a Rafaelito me di cuenta de que él era el que iba a matarme si yo no me daba preso”. El ex teniente coronel retirado Quiroz Pérez, capitán en 1962, ofreció un testimonio parecido en el mismo acto en que hablara Bosch: “Una vez que pusimos en marcha la organización”, dijo, “la misión mía era defender el Club de una supuesta aproximación del entonces inspector general de las Fuerzas Armadas, general Rodríguez Reyes, quien podría llegar con intenciones de libertar a Rodríguez Echavarría. La misión mía era dejarlo pasar a él solo, porque él vendría con unos 30 ó 35 vehículos y la orden que me había dado Rafael era dejarlo pasar a él solo. El inspector general no se presentó, sino que quien se presentó fue Atila Luna con los pilotos, en unos 15 a 18 carros. El grupo de los pilotos estaba también en disposición de derrocar a Rodríguez Echavarría. Atila Luna trató de entrar pero yo no lo permití porque no tenía orden de eso y después que le hice la negativa le dije que era de orden superior; él profirió algunas amenazas y se fue a la base. Dejé la puerta y encargué a mi segundo, el teniente Pulgar Ramírez y fui adentro dónde se encontraban Wessin, Fernández Domínguez, aquellos dos oficiales (escoltas de Rodríguez Echavarría) y su servidor. También se encontraba el general Rodríguez Echavarría sentado en una mecedora, muy calmado por cierto, e invitando a Rafael que le dijera a Wessin que bajara el fusil, porque Wessin lucía muy nervioso con el 186 fusil Fal que yo le había prestado de mi organización (la Segunda Compañía del Batallón Táctico de Antiguerrillas)”. Es posible que Wessin, como el propio Rodríguez Echavarría y los demás oficiales, fuera en ese momento presa de cierta excitación, debido a los peligros que la acción envolvía. Pero Pichardo, testigo de excepción, dijo que Wessin mostró serenidad y se comportó adecuadamente. El entonces teniente Héctor Lachapelle Díaz, oficial de escolta de Rodríguez Echavarría, de quien tenía y conserva una opinión muy alta, descarta la posibilidad de que la tensión desbordara a Wessin. En su opinión, el entonces director del CEFA es un hombre de arrestos, con un control de sus nervios y emociones muy efectivo. Wessin era, por su actitud y comportamiento militar, el prototipo de oficial que los estudiantes de academia y los jóvenes oficiales aspiraban a ser. Esa era, según el hoy mayor general retirado Lachapelle Díaz, la opinión prevaleciente entre los estudiantes de la academia y la oficialidad joven de San Isidro en aquella época. La opinión de Lachapelle tiene mucho valor, si se toma en cuenta que tres años después de esos acontecimientos ambos (Wessin y él) pelearon en bandos contrarios durante la guerra civil dominicana, que dejó un balance de 5,000 muertos y provocó la segunda intervención militar norteamericana al suelo dominicano. Entrevistados más de 20 años después de esos sucesos –los de enero de 1962 y los de abril de 1965ninguno de los oficiales hoy retirados que tomaron parte en unos y otros, habló con rencor de sus adversarios de antaño. Por lo general, al referirse a los demás ex compañeros y viejos adversarios, los ex oficiales lo hicieron con respeto y consideración. 187 La primera orden al joven y eufórico teniente Báez Berg fue la de que trajera a los hijos del ahora presidente Bonnelly a Palacio. En cuestión de veinte minutos había cumplido la encomienda, trayendo en la limosina presidencial a Rafael Francisco y Juan Sully ante su padre. Báez Berg no podía contener la alegría que le embargaba. Desde su graduación en la academia militar nunca antes se había sentido tan orgulloso de su uniforme. Sin saber cómo, fue a parar al restaurante Panamericano de la calle El Conde. Allí compartió alegremente con civiles, brindando por la felicidad del pueblo y la gallardía de los militares que esa noche habían salvado la democracia. Pasado de tragos, el joven y apuesto oficial, de mediana estatura, tex blanca salpicada de pecas, abordó sólo su pequeño y viejo automóvil Renault y se dirigió no sabe cómo a la Base de San Isidro, para reportarse a su puesto. A toda velocidad cruzó la casa de Guardia de entrada, en vía contraria, y no detuvo el coche hasta chocar con la torre de control, donde quedó prácticamente destruido. Para contados oficiales, la jornada del jueves 18 de enero había sido tranquila. Entre ellos podía incluirse al teniente Héctor Lachapelle Díaz, miembro de la escolta presidencial del general Rodríguez Echavarría. No le tocó servicio esa tarde, pero a la salida del Club de Oficiales ubicado dentro del recinto de la Base de San Isidro, donde había ido a cenar, se disponía a iniciar el relevo porque venía ahora su turno. Ajeno por completo a los acontecimientos que tenían lugar en el otro Club de Oficiales, en las afueras del recinto, pero dentro del perímetro de la base, en la antigua residencia del coronel León Estévez, ex esposo de Angelita 188 Trujillo, la hija preferida del dictador, el joven oficial no sospechó nada cuando el teniente de puesto en la casa de de guardia le hizo desmontar del Mercedes Benz, conducido por el sargento Agapito. Lachapelle ordenó al conductor que estacionara más adelante y aguardara. Una vez dentro vio que le apuntaban con el fusil. Observó al oficial nervioso dirigirse a él, sin ninguna explicación: -¡Tengo órdenes de detenerle, entrégueme su arma! Lachapelle comprendió que no tenía caso resistir y entregó su pistola. Permanecería dentro de la garita en condición de detenido por el resto de la noche. Ya no seguiría quejándose de la falta de actividad en ese día. El joven teniente de infantería había pasado a formar parte de la escolta de Rodríguez Echavarría después del golpe anti-trujillista de noviembre. Se le había mandado a buscar desde Barahona, donde prestaba servicios en la base aérea de esa ciudad sureña. La orden de traslado le había inquietado en principio, pero una rápida entrevista con Rodríguez Echavarría, quien le ordenara reportarse a su escolta militar, disipó todos sus temores. Era, en cierto sentido, un paso de avance. Lachapelle no tardó mucho en tomarle afecto a su jefe. Sobre todo después de aquella tarde en la finca de éste en Guerra, localidad cercana a la base, cuando el general se le presentó como un hombre dotado de gran sensibilidad social. Mientras daban un pequeño paseo después de la comida, uno de los alistados de la escolta se agachó apresuradamente para recoger un billete de cinco pesos que había encontrado en el suelo. Rodríguez Echavarría, viendo el gesto angustiado del soldado, se volvió hacia sus oficiales y comentó: “debemos trabajar para que 189 ningún dominicano se vea necesitado de hacer eso”. La reacción impresionó favorablemente a Lachapelle. Desde entonces guardaría un afecto especial hacia “Chavá”, apodo con que solían llamar a escondidas a Rodríguez Echavarría los demás oficiales. El mayor Rafael Fernández Domínguez, quien había participado en el arresto del secretario de las Fuerzas Armada, le confiaría más tarde a Lachapelle Díaz que se dispuso ejecutar la acción en su ausencia, por no estar seguro de que, en un acto de lealtad hacia su jefe, el joven teniente no ofrecería resistencia. Después de los incidentes del Parque Independencia, se quería evitar a toda costa, nuevos derramamientos de sangre, especialmente entre militares. Fernández Domínguez le ordenaría esa misma noche, al disponer su libertad y la devolución de sus armas, ponerse a su servicio. Así se fortaleció, pese a las diferencias de rango, un vínculo de amistad que se haría legendario en las Fuerzas Armadas. Un afecto que se mantendría intacto hasta aquella tarde, tres año, cuatro meses y un día después, cuando, a pocas yardas de él, Lachapelle viera caer herido de muerte a su amigo durante un intento de asalto a Palacio, durante la revuelta armada iniciada en abril de 1965. Uno de los muertos de los incidentes del Parque independencia era el Ing. Oscar Álvarez Lachapelle Díaz, primo hermano del teniente Lachapelle Díaz, quien no se enteraría de ello hasta el día siguiente. 190 Tan pronto como supo del arresto de Bonnelly y los otros miembros del Consejo, el teniente Miller consideró en peligro su vida y decidió esconderse. Su percepción era correcta. Se había impartido orden de arresto en su contra. Pero Miller se veía imposibilitado de abandonar Palacio, debido a la fuerte vigilancia militar. Entonces se le ocurrió una idea milagrosa. Abrió la puerta del ascensor próximo al despacho presidencial llevando consigo el maletín de Bonnelly, y se escondió allí. ¡A quién se le ocurriría buscarle ahí dentro! Para estar más tranquilo y seguro, Miller apretó un botón y el aparato subió a la tercera planta: permaneció dentro de él un buen rato, al cabo del cual bajó de nuevo. A causa del movimiento de soldados por los pasillos, no se atrevió a salir. Se entretuvo entonces, para matar la tensión, subiendo y bajando intermitentemente. Atisbando por el pequeño vidrio de la puerta del ascensor, pudo darse cuenta al cabo de varias horas que el ajetreo amainaba. Sintió después un tenso silencio y decidió jugársela. Abrió la puertezuela y salió al pasillo de la tercera planta. No vio a nadie. Descendió las escaleras sin confrontar inconvenientes. Aceleró el paso hasta llegar al parqueo, donde abordó un vehículo y salió del edificio. Durante los dos días siguientes permanecería escondido en un lugar de la ciudad. No abandonaría su refugio hasta tanto no estuviera seguro del contragolpe. Cuando por la radio se le llamó a presentarse al Cuerpo de Ayudantes Militares se dirigió directamente al Palacio. Bonnelly le restituyó en su puesto. 191 La debilidad de la Junta ya se había hecho notoria en su fracaso por encontrar rápido apoyo norteamericano. En Washington, funcionarios de la Casa Blanca y del Departamento de Estado habían expresado públicamente, sin ambages, su inconformidad con el derrocamiento del Consejo. El gobierno de los Estados Unidos consideraba la instalación de la Junta Cívico-Militar como una regresión del proceso democrático y la base de una nueva dictadura militar en el país. Como primer paso, los Estados Unidos anunciaron su decisión de negarle reconocimiento diplomático al régimen de facto y la suspensión inmediata de toda ayuda económica a la República. El anuncio de que Washington descartaba la posibilidad de enviar barcos a las costas dominicanas o propiciar una acción multilateral dentro de la Organización de los Estados Americanos (OEA), debido a que la nueva Junta “no ofrece una amenaza al hemisferio”, como había informado un despacho de The Associated Press (AP), firmado por Lewis Gulick, no contribuyó a disminuir el pesimismo entre el círculo de Rodríguez Echavarría. En cambio, la intensidad del repudio local e internacional a la Junta motivó a un grupo de oficiales a alzarse contra el poder militar y restablecer al Consejo de Estado en Palacio. Bonnelly, juramentado esa misma noche como Presidente titular, en sustitución de Balaguer, designó al doctor Reid Cabral en la plaza dejada vacante por la salida del ex presidente. Los despachos de prensa dieron cuenta del estallido de alegría popular que siguió al conocimiento del contragolpe. “El pueblo de la capital, sin distingos de clases, se lanzó a las calles con explosivas demostraciones de entusiasmo, al enterarse de la detención del general Rodríguez Echavarría, por un grupo de 192 oficiales de las tres instituciones castrenses de la nación”, diría en su edición del día siguiente El Caribe. Haciendo caso omiso al riguroso toque de queda que había decretado la Junta Cívico-Militar, el pueblo se volcó a las calles, esta vez no con fines amenazadores sino para celebrar su propio civismo. Grupos de jóvenes subían a las pesadas máquinas gritando: “Libertad, libertad”. Las versiones de la prensa internacional estaban redactadas en el mismo tono. “Multitudes delirantes de entusiasmo y de alegría volvieron a llenar las calles de esta capital, dando vivas al contragolpe que permitió derrocar a otro dictador en potencia. Algunos exigen a gritos que el general Rodríguez Echavarría sea condenado a muerte”, informaba un cable de UPI, firmado por Martín McReynolds. Robert Berrellez, de AP, resaltaba las manifestaciones de repudio al régimen depuesto indicando los abucheos de la multitud contra Balaguer y la manera en que gritaba en las calles “con silbidos y aplausos rítmicos” mientras los automóviles hacían sonar sus bocinas al unísono. Los Estados Unidos anunciaron inmediatamente el reconocimiento del nuevo Consejo de Estado encabezado por Bonnelly y la reanudación de la ayuda económica y militar. Pero los aires de libertad no disipaban las angustias. El camino hacia las primeras elecciones libres, fijadas para diciembre, se presentaba lleno de obstáculos. El despertar del pueblo, tras la pesadilla interminable de 31 años de tiranía trujillista, había sido demasiado rápido y violento. La población y los partidos, las entidades profesionales que surgían de todos los niveles y estratos de la sociedad, parecían dominados por la misma sensación de urgencia. Muy pronto hubo tantos partidos y organismos políticos como dirigentes y la República se 193 encontró de improviso inmersa no en una lucha política por una elección presidencial, sino en una carrera caracterizada por las pugnas ideológicas. Antes de que el amanecer calmara el grito de “libertad, libertad” que brotaba del corazón de miles de jóvenes entusiastas, las calles, plazas y avenidas, los dolores del lento y accidentado proceso democrático, como un parto, vendrían a mostrarle las espinas del sendero, pendiente por recorrer. En los tres próximos años, de los dolores de un golpe militar, que cercenaría el primer gobierno legítimamente electo encabezado por Bosch, apenas siete meses después de su instalación: de la sangre de una revuelta militar que culminaría en una rebelión popular y desataría una intervención militar de Estados Unidos, y que habría de costar más de 5,000 vidas, los dominicanos vendrían a comprender el precio real de la libertad y la democracia. Las fuerzas que girarían alrededor de todos esos acontecimientos históricos posteriores se incubaron, sin lugar a dudas, en esos tensos días del caluroso enero de 1962. La mañana del viernes 19 de enero, vino a despertar a Cuervo como de un sueño. Su rango de coronel vendría a ser tan efímero como la propia Junta CívicoMilitar. Cuervo se cuadró militarmente cuando a su despacho de la comandancia de tanques de Sn Isidro se presentaron, sin previo aviso, varios altos oficiales, entre los cuales se encontraba el teniente coronel Osiris Perdomo del Rosario. El jefe del grupo le pidió las insignias de coronel que le había impuesto apenas tres días antes del depuesto general Rodríguez Echavarría, ahora encarcelado y a la espera de ser deportado. 194 Cuervo pasó sus insignias esmaltadas de la Aviación Militar a Perdomo y tomó de manos de éste las de teniente coronel plateadas del Ejército. Perdomo colocó a Cuervo el emblema que le retornaba su antiguo rango y que constituía una degradación, mientras un oficial imponía a Perdomo las de coronel que antes pendía del cuello de Cuervo. En un gesto mecánico, ambos oficiales decidieron cambiar de corbatas. Cuervo entregó la suya verde-olivo y recibió la color kaki de Perdomo. Por último cambiaron los quepis. Ninguno de los dos pudo disimular una breve sonrisa al comprobar lo bien que encajaban los quepis en sus cabezas. Cuervo sufrió la misma suerte de Rodríguez Echavarría y otros oficiales que habían respaldado la Junta Cívico-Militar. La explicación que se le dio para degradarle de rango fue la de que el decreto ascendiéndole a coronel no había sido firmado por el Consejo de Estado. Al segundo día de su arresto, solo en la amplia habitación de la tercera planta de Palacio, aislado del mundo exterior, Rodríguez Echavarría había abandonado toda posibilidad de una acción militar a su favor. Conservaba aún sus ropas e insignias militares de mayor general de la Aviación Militar Dominicana, pero de hecho carecía de poder alguno. Hasta él habían llegado rumores de que sería deportado o trasladado pronto a otro lugar, donde su condición de prisionero se haría más intolerable todavía. Sumido en sus pensamientos no alcanzó a percibir la llegada del general Rodríguez Reyes, el mismo que apenas cuatro noches antes había cumplido su 195 orden de poner bajo arresto al hoy presidente y a sus principales compañeros en el Consejo, hasta que el oficial se detuvo frente a él y le pidió, con cortesía, la entrega de las insignias. Rodríguez Echavarría se despojó él mismo de las estrellas de mayor general y se las tendió con la palma de la mano derecha abierta. Intercambiaron una breve mirada y el visitante las tomó. Se cuadró e hizo un breve saludo de despedida, cerrando cuidadosamente la puerta al salir. El ex jefe militar se convenció de que su carrera, a los 37 años de edad, había terminado. El oficial de guardia, al otro lado de la puerta, en el pasillo, se sorprendió de oir que desde adentro silbaban una canción muy popular. Sólo la dura mirada de reproche del general Rodríguez Reyes evitó que él también la tarareara. 196 12 EL CAMINO DEL EXILIO “La soledad, que era mi tentación, se convirtió en mi amiga. ¿Qué otra cosa podría satisfacer a alguien que ha estado cara a cara con la historia?” . CHARLES DE GAULLE “A lo largo de su vida, este hombre extraordinario pero hurañamente solo, buscaba siempre la fuerza en el aislamiento y no en el trabajo de los otros; estar solo y actuar solo era para él la única forma de ‘independencia’ que podía reconocer”. DON COOK DE CHARLES DE GAULLE 197 La brisa movía ligeramente las hojas de los árboles, aquella noche de luna brillante y cielo despejado, propia para enamorados. Pero el poeta sentado en una de las tres sillas colocada en el césped del inmenso patio de la Nunciatura Apostólica, para combatir el calor, no hacía versos esa noche. Cabizbajo y pensativo parecía meditar, atento a la callada conversación de sus dos preocupados acompañantes, acerca de un porvenir que distaba de ser prometedor. Nadie podía atreverse a afirmar allí que ese porvenir existiera. En algún punto de la ciudad, dominada por la oscuridad de esporádicos apagones, alguien lanzaba maldiciones a su nombre. Simulando indiferencia, en un salón del Palacio Nacional, los hombres que le habían sucedido en el poder esperaban ansiosos el final de esa pequeña reunión. La tímida monja vestida de azul y cubierta de un manto blanco, se acercó con un gesto de reverencia al hombre grueso ataviado con un hábito púrpura que revelaba su dignidad de prelado católico. Monseñor Antonio Del Giudice, secretario de la Nunciatura y encargado de la misión, acercó su oído a la religiosa: -Excelencia, van a ser la diez. El auto aguarda. Del Giudice hizo señas al tercer hombre, y éste, Fernando Amiama Tió, consultor jurídico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, apretó con afecto el brazo derecho del hombre de pequeña estatura sentado en la silla del medio, y le dijo con una voz tan queda que pareció un susurro: -Es hora de marchar, doctor Balaguer. El ex Presidente sonrió levemente y dirigió una última mirada a la residencia contigua, donde había vivido por años. Allí quedarían sus tesoros más amados: su 198 madre y hermanas, los perros Collies y la biblioteca de miles de volúmenes, hermosamente encuadernados y rigurosamente clasificados, casi con el mismo rigor espartano de su vida metódica. De esto último habían sido testigos mudos las habitaciones de la modesta mansión que no volvería a pisar en años. El hombre se arregló el traje oscuro cruzado, se ajustó el sombrero negro de fieltro, que sostenía sobre una de sus rodillas, levantándose con un ligero gesto de cansancio y decisión. -No perdamos más tiempo-, dijo, dando un apretón de manos a Del Giudice primero y luego a Amiama, con un extraño brillo de afecto en sus ojos tristes, cubiertos por gruesos anteojos de concha. En la marquesina interior de la residencia del representante papal, aguardábale el Chevrolet negro placa 322, matrícula diplomática, adornado con la bandera del Vaticano en el extremo delantero derecho. La monja abrió de par en par las pesadas puertas de roble y los tres hombres alcanzaron el automóvil. Monseñor Del Giudice tuvo un último gesto de cortesía hacia su acompañante, ocupando el lado izquierdo detrás, dejando al ex Presidente el puesto de la derecha. Ni un guardaespalda; nadie más abordaría el coche. Balaguer se detuvo unos momentos y dio un fuerte abrazo de despedida a Amiama. -No se preocupe, doctor, le sigo hasta el aeropuerto- díjole Fernando Amiama, con la voz entrecortada por la emoción y resentida aún por los golpes y torturas sufridos en la cárcel en los meses siguientes al asesinato del tirano. Sin escoltas, el automóvil abandonó a paso de procesión la residencia de la Nunciatura pocos minutos después de las 10:00 p.m. Como estaba previamente 199 acordado, el coche salió a la Avenida Máximo Gómez, dobló en dirección norte y se detuvo para dar inmediatamente marcha atrás unas yardas hasta situarse directamente frente a la número 25; la que seguía siendo la residencia del ex Presidente y que esa noche abandonaría no sabía hasta cuándo. La puerta de entrada a la Nunciatura que da a la Máximo Gómez permanece cerrada. Sólo es utilizada en casos excepcionales. La Misión volvió a abrirla casi 20 años después en ocasión de la primera visita del Papa Juan Pablo II. Balaguer bajó con parsimonia la ventanilla y extendió el brazo derecho en señal de despedida hacia la tranquila señora sentada al lado interior del portón de hierro de la marquesina. Del rostro arrugado de la mujer de 85 años, Carmen Celia Ricardo Viuda Balaguer, su amada doña Cely, brotaron un par de lágrimas. Dominado por la emoción Balaguer musitó: “Dios te bendiga madre”. Monseñor Del Giudice alcanzó a oírle y le persignó, estrujando nerviosamente entre sus manos el crucifijo de plata que pendía de una cadena del cuello. El ex Presidente subió la ventanilla y fijó su mirada melancólica hacia un punto indefinido del frente. Nunca pareció este hombre tan taciturno. El prelado experimentó una sensación de simpatía hacia su acompañante e hizo una breve señal al conductor, quien giró a la derecha tomando la Avenida César Nicolás Penson, en dirección este, con destino al aeropuerto internacional de Cabo Caucedo, distante 25 kilómetros. Fernando Amiama adelantó el paso y abordó el auto estacionado en la calle pudiendo situarse detrás. Sólo otros dos 200 vehículos componían aquel extraño cortejo: un pequeño coche en el que viajaban sus hermanas y una camioneta verde en la que dos hombres –Rafael Vallejo Lora y otro miembro de la familia, Frank Balaguer-, transportaban el equipaje, compuesto por dos maletas y unos bultos, cargados de libros y documentos personales. La camioneta era conducida por Vallejo, hermano de Mario, el esposo de Emma, una de las hermanas del ex Presidente. Junto a ella, en el otro vehículo, iba Carmen Rosa, también hermana del viajero. Rafael Vallejo había seleccionado él mismo los vehículos y aprobado sus ocupantes. Durante el último mes y medio había sido una de las pocas personas autorizadas por el propio Balaguer a visitarle en la Nunciatura. Un profundo sentimiento de admiración y respeto le unía al hombre con el que había compartido tantos secretos. No pudo evitar una mueca de rabia y dolor al arrancar para situarse detrás del pequeño cortejo, que atravesó toda la ciudad como una procesión fúnebre. Otros dos vehículos se unirían a la caravana. El cabo del Ejército Ojeda Valenzuela, “Campeche”, de 25 años, tomó la decisión de ir hasta el aeropuerto conduciendo él mismo el automóvil particular de Balaguer, un Chevrolet negro modelo 1956, matrícula privada, que tomó del garaje de la residencia del ex Presidente. La idea de “Campeche” era la de servir de protección en la eventualidad de que turbas intentaran impedir la llegada del grupo al aeropuerto. El militar, perteneciente a la antigua escolta presidencial y viejo amigo de la familia, adoptó algunas precauciones personales. Para disimular su condición de militar se puso sobre el uniforme un “jacket” deportivo de cuello alto que cubría las insignias y tuvo el cuidado de colocar su ametralladora de mano sobre el asiento delantero. 201 Tan pronto como el automóvil que conducía a Balaguer salió de la Nunciatura, “Campeche” se situó delante y marchó a velocidad por la ruta previamente acordada sirviendo de franqueador, pero tratando de llamar la atención lo menos posible. Había tomado su decisión a escondidas de sus superiores. Si era descubierto tendría que sufrir las consecuencias que no podían ser otras que la puesta en retiro y probablemente una condena de cárcel por desobediencia. Pero a él, “Campeche”, eso no le inquietaba. Su preocupación en ese momento era la protección del ex Presidente y él no estaba dispuesta a dársela, sin tomar en cuenta los riesgos. El otro acompañante no autorizado era un joven secretario particular del ex mandatario. A sus 27 años, Rafael Bello Andino era probablemente uno de los hombres más allegados e íntimos de Balaguer. En el último mes y medio se le había permitido ingresar casi diariamente a la Nunciatura para recibir taquigráficamente los dictados y cartas del ex Presidente que luego llevaba de nuevo para su firma. Ese día, Balaguer había dictado varias cosas importantes, entre ellas las misivas dirigidas al director de El Caribe explicando la forma en que se produjo el golpe del martes 16 de enero y una más breve al licenciado Ángel Liz, secretario de Justicia, pidiendo una investigación de sus bienes. Una tercera, no menos importante, estaba dirigida a sus partidarios y delineaba las directrices de lo que sería después Acción Social, el partido político que le serviría de plataforma y apoyo para su regreso. Años después la organización cambiaría su nombre por el de Partido Reformista y en la década de los años ’80, adoptaría el de Partido Reformista Social Cristiano. 202 Bello Andino, que había comenzado a trabajar con Balaguer a los 19 años, cuando éste ocupaba funciones ministeriales, estacionó estratégicamente su pequeño automóvil color azul sobre la acera del lado opuesto de la avenida Máximo Gómez, frente a la Nunciatura, para poder unirse a la caravana por cualquiera de las rutas que tomara. Tan pronto como el automóvil que conducía a Balaguer abandonó el patio de la residencia diplomática, Bello encendió el motor, movió la palanca de cambios y puso en marcha su coche, situándolo en la cola de la pequeña caravana. Dejó escapar un prolongado suspiro como si se hubiera despojado de una pesada carga personal. En esos momentos difíciles, él no iba a dejar solo al hombre a quien más admiraba en este mundo. Con aquella solemnidad y excitación concluía un asilo de 90 días, cuyo desenlace parecía, apenas poco antes, lejano e incierto. Las presiones de la UCN y de los estudiantes para que se impidiera la salida del ex Presidente iban en aumento. El Consejo mismo era decididamente opuesto a otorgar el salvoconducto solicitado a la Cancillería por la Nunciatura, varias semanas antes. Apenas el día anterior, Reid Cabral, hablando a nombre del Gobierno, había formulado una escueta declaración que daba el caso por cerrado. Respondiendo a las advertencias de la UCN sobre las consecuencias que podrían derivarse de la salida de Balaguer, el “consejero” había dicho: “La petición de la Nunciatura no ha sido aún considerada”. La UCN presionaba al Consejo para lograr posponer indefinidamente una decisión y evitar así que el débil gobierno colegiado cediera a las más sutiles presiones diplomáticas de la Nunciatura. “El Consejo no puede ni debe acceder a la 203 solicitud el Nuncio”, proclamaba el grupo político. La decisión de si se permitía el exilio de Balaguer o se forzaba a enfrentar cargos debía dejarse al régimen que surja producto de la consulta electoral. Las elecciones estaban señaladas para efectuarse, ése era el problema, el 20 de diciembre. La indefinición del caso podía suscitar conflictos peores. La UCN parecía no darse cuenta de esa posibilidad. En cambio, su comunicado instando al Consejo a declinar cualquier solución del problema surgido con el asilo del ex Presidente, dejaba traslucir la profunda antipatía política que Balaguer inspiraba a su dirigencia. En medio de las fuertes presiones de la UCN y de las demandas por medidas económicas de corte social, los hombres del Consejo vacilaban. El severo comunicado de la UCN invocaba los servicios de Balaguer a Trujillo y sus alegados esfuerzos por perpetuar sus métodos, como una razón de peso para negarle el salvoconducto. Esta apreciación era en parte cierta. Balaguer había sido un colaborador del déspota a todo lo largo de los 31 años de dictadura. Pero una vez muerto Trujillo, sus esfuerzos por encauzar la República, desde su alta posición como Presidente, por senderos democráticos, en las difíciles condiciones existentes, eran evidentes. La acusación de trujillista no dejaba de tener su ironía. Muy pocos de los líderes del nuevo gobierno podían desentenderse tampoco de su pasado trujillista. En más de una oportunidad Balaguer había hecho la observación para defenderse de las acusaciones. Apenas un día antes de la salida de Balaguer, el martes 6 de marzo, la Cancillería dijo a la prensa internacional que la situación del ex Presidente seguían “sin variación”. La afirmación era una obvia respuesta al comunicado de la UNC que 204 en parte decía: “En vista del sentimiento de unánime indignación popular provocado por la actuación del doctor Joaquín Balaguer como servidor sucesivo de la tiranía de Rafael L. Trujillo, del empeño de sus herederos en perpetuar el régimen en forma de sucesión dinástica tras el ajusticiamiento del tirano y de la pretensión del ex general Rodríguez Echavarría de imponerle una nueva dictadura militar a la República, al través de violencias y masacres que dejaron un doloroso saldo de víctimas, procede posponer toda consideración de este asunto (el otorgamiento del salvoconducto) hasta la instauración del gobierno que surja del sufragio popular”. Tal decisión, estimaba la UCN, “no podría afectar ni el respeto del actual gobierno por la sede de la representación pontificia, ni los tradicionales sentimientos de veneración del pueblo dominicano por la Iglesia Católica, y por su jefe espiritual, el Pontífice Romano, que no deben someterse a una improcedente y crítica prueba otorgando el salvoconducto solicitado por la Nunciatura a favor del doctor Joaquín Balaguer”. Fernando Amiama había finalmente llevado el salvoconducto a la Nunciatura ese mismo miércoles 7 de marzo de 1962, por encima de muchas objeciones. El asilo diplomático es una institución del derecho internacional americano. Muy raras veces las misiones pertenecientes a naciones fuera del continente americano conceden este beneficio a los perseguidos políticos. Balaguer habíase refugiado en la Nunciatura por diversas razones. La principal de ellas era obviamente la proximidad a su residencia, separadas solamente por una pared de cemento. No cabía duda, sin embargo, de que Balaguer estaba convencido de que sin ser firmante de ningún tipo de convención sobre el asilo (el Código de Bustamante, de 205 La Habana o la Convención de Caracas), las puertas de la misión vaticana se abrirían para él en nombre de la infinita misericordia de Dios. Las dilaciones, bajo pretextos baladíes, para la expedición del salvoconducto, colmaban la paciencia del huésped de la Nunciatura. A comienzos de marzo, Balaguer hizo llamar a los hermanos Amiama Tió, Luis, el miembro del Consejo de Estado y Fernando, su amigo personal. En un tono que no dejaba dudas sobre su determinación, Balaguer fue preciso. Si el asunto se dilataba por más tiempo, él abandonaría la sede de la misión diplomática y se iría a su residencia a enfrentar las consecuencias. situación. Tal posibilidad añadiría un nuevo y explosivo elemento a la Las derivaciones de tal comportamiento podían ser mucho más comprometedoras para el Consejo que las de una salida al exilio del ex Presidente. Luis Amiama analizó las posibilidades y llegó rápidamente a una decisión. Balaguer tendría que irse al exterior. En torno tajante, pero casi de súplica, pidió al ex mandatario un plazo de 72 horas. Si al cabo de ellas no se le expedía el salvoconducto, él mismo se haría responsable de sacarle sano y salvo del país, por la frontera con Haití si fuese necesario. Balaguer dio su consentimiento al plazo. Los hermanos Amiama Tió volvieron a la Nunciatura la mañana del miércoles 7 de marzo, portando un sobre lacrado con el membrete de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. Era el certificado que le permitiría viajar al exterior esa misma noche, poniendo fin a una larga e inquietante espera. Balaguer pidió esa mañana un favor personal a Luis Amiama. Sacando un fajo de 2,000 pesos dominicanos, le rogó hacérselo cambiar por un giro por la misma cantidad en dólares sobre un banco en Nueva York. Con esa suma se 206 disponía a emprender su exilio. Balaguer no olvidaría ese último gesto. Mostraría su reconocimiento en una carta que le haría llegar después con un amigo común. Una sucesión de llamadas apresuradas pone a las redacciones de periódicos y a los corresponsales extranjeros, en aviso de la sorpresiva salida del ex Presidente. Muchos apenas alcanzan a llegar al aeropuerto cuando un solitario y pequeño hombre vestido de negro, con paso firme, aborda directamente desde el Chevrolet negro de la Nunciatura, el cuatrimotor de la Compañía Dominicana de Aviación que le conduciría, como un pasajero más, a San Juan, Puerto Rico. Balaguer no fue el único pasajero importante de esa noche. Del Chevrolet verde matrícula oficial 624, de la Aviación Militar, se apeó un hombre alto, vestido de gris, llevando un abrigo en su mano derecha. El reloj de pared de la oficina de migración marcaba las 10:29. El militar de guardia corrió a la rampa, cuando vio detenerse el auto a pocas yardas del avión, un HI42 de la CDA, con vuelo programado también hacia la capital puertorriqueña. Con aire tranquilo, Rodríguez Echavarría encendió un cigarrillo y aspiró dos bocanadas seguidas. Sus dos acompañantes, el coronel Antonio Mieses Franco, del Ejército y el mayor José J. Morillo, de la Policía, le indicaron la escalerilla del aparato para que subiera. Rodríguez Echavarría echó una última ojeada al lugar y exclamó con voz lo suficientemente alta como para ser escuchada por el torrente de periodistas que corría hacia él, desde el edificio de la terminal: -¡Miren la forma en que me han pagado todo lo que hice por la República! 207 El ex jefe militar sonrió a los dos oficiales, que habrían de acompañarle hasta San Juan y retornar el día siguiente y tiró el cigarrillo al piso. En la puerta del avión, giró sobre sus talones y de cara a los reporteros se despidió: -Adiós, juventud. El aparato de hélice en que viajaba Rodríguez Echavarría había alzado vuelo, cuando el Chevrolet negro con la banderilla del Vaticano se detuvo en el mismo lugar del coche anterior y el militar de guardia corría nuevamente hacia la rampa con tiempo para abrir la portezuela trasera derecha. Los otros tres vehículos que formaban parte de la pequeña y silenciosa caravana se estacionaron detrás a prudente distancia. De los coches salieron unas siete personas. Fernando Amiama, una de ellos, se despidió nuevamente de Balaguer y se retiró. A pocos metros, una batería de fotógrafos y reporteros luchaban frenéticamente para llegar hasta el ex Presidente, quien rápidamente abordó el avión sin volver la cara atrás. El avión tomó de inmediato pista y ascendió. Eran exactamente las 10:45 de la noche. Los dos pasajeros que iban a un mismo destino, después de haber compartido tantos momentos difíciles y decisivos para la nación, no tenían esa noche informaciones uno del otro. No habían vuelto a verse desde la noche del 16 de enero en Palacio. La noticia de la salida de los pasajeros, difundida inmediatamente por los noticiarios de radio, desencadenó escenas callejeras de protestas. En el populoso sector de San Carlos, desde cuyos tejados podía verse el esplendor de la cúpula redonda del Palacio Nacional, estallaron bombas y se incendiaron neumáticos en las 208 calles para dificultar el tránsito. En diferentes puntos de la ciudad, volvieron a escucharse los sonidos de disparos. Informes sin confirmación ser referían a enfrentamientos con saldo de varios heridos. Un comunicado oficial trataba esa noche de aquietar los ánimos más que de ser una explicación de la salida de Balaguer y Rodríguez Echavarría. Al primero se le había permitido la salida acogiendo la petición “hecha en ese sentido por la Nunciatura Apostólica”. El ex jefe militar salía simplemente deportado. Aunque ambos eran acreedores de la “repulsa pública”, añadía, por la actuación que desarrollaron “en perjuicio de los anhelos de libertad y justicia de nuestro pueblo”, la medida adoptada por el Consejo de Estado no debía ser enjuiciada por la población “con la ligereza propia de quienes contemplan el difícil arte de gobernar como un juego exento de peligrosas complicaciones”. La salida de ambos, en fin, obedecía a “motivos superiores” y a razones de seguridad, que de haber sido desestimadas por el Consejo “nos hubieran arrastrado, en dolorosa regresión, a terrenos políticos de ingratas perspectivas”. Unos cien manifestantes, enarbolando pancartas del Catorce de Junio, se detuvieron esa noche a las puertas del Palacio Nacional. El que parecía llevar la voz cantante dejó tronar su voz, ronca de tanto gritar, a través de un megáfono: “Fuera el Consejo. Muera Balaguer”. Dentro, en la gigantesca mole de mármol y concreto, la exaltación se iba apoderando de los miembros del Consejo de Estado. El presidente Bonnelly llamó a una reunión de emergencia para discutir la situación y encontrar medios para 209 satisfacer los reclamos de la población, en rebeldía por la salida de Balaguer y Rodríguez Echavarría. Del aeropuerto, Fernando Amiama Tió condujo a gran velocidad hacia el Palacio. En el trayecto alcanzó a ver cómo crecía la protesta. En el salón de reuniones del Consejo, los miembros del gobierno colegiado parecían haberse puesto de acuerdo sobre una medida política que tendería, entre otras cosas, a acallar el clamor de las protestas populares que tildaban al gobierno de trujillista. Mediante dos leyes promulgadas esa noche con los números 5835 y 5836, se declaraban bienes nacionales y confiscaban las propiedades de connotados personeros de la dictadura. Las acciones afectaban directamente a figuras todavía influyentes: José María Bonnetti Burgos; Fernando A. Sánchez, hijo; Gilberto Sánchez Rubirosa; Marcos A. Gómez (propietario del cine Olimpia, incendiado por las multitudes el 16 de enero); doctor José A. Sobá, médico del dictador; Víctor J. Sued; Virgilio Álvarez Sánchez y Virgilio Álvarez Pina (Don Cucho), todos hombres prominentes de la tiranía y cercanos a Trujillo en su tiempo. La confiscación abarcaba todos sus bienes, en cualquier compañía o corporación y “en donde quiera que se encuentren”. Fernando Amiama Tió penetró al salón con la noticia que todos allí esperaban. -El hombre acaba de irse. Uno de los presentes hizo un ademán despectivo con el rostro y comentó, no sin cierto desparpajo: 210 -¡Por fin, salimos de esa vaina! Luis Amiama Tió, que había permanecido la mayor parte silencioso, no pudo reprimir un sentimiento de indignación. -Eso que tú llamas vaina, regresará. Es un líder el que se ha ido. Alguien quiso dar un tono de chanza a la pesada atmósfera de la reunión: -Líder o no, ¿Por qué no nos dejamos de pendejadas? 211 ANEXOS 212 1 LISTA DE LAS VÍCTIMAS DE LA MATANZA DEL PARQUE INDEPENDENCIA 213 MUERTOS Eugenio Sanz García: Empleado público, residía en la número 61 de la calle 19 de Marzo, a unas cuantas cuadras del lugar de los sucesos principales. José Pío Varona: Conocido sastre de Santo Domingo y Secretario del Partido Nacionalista Revolucionario. Habíase presentado al parque atraído por las bocinas. Decidió regresar a su negocio, cuando la llegada de los tanques le hizo cambiar de opinión. Su muerte, en medio de la tragedia provocada por la matanza, conmovió la sociedad. Nelson Darío Caminero: Joven estudiante, hermano del oficial de la Marina de Guerra, Francisco Rivera Caminero, quien luego sería jefe de Estado Mayor del cuerpo y desempeñaría otros altos cargos militares. Su muerte trastornó al joven oficial Francisco Amiama Castillo, a quien se encomendó, después del golpe de Rodríguez Echavarría, aplicar la censura de prensa. Oscar Álvarez Lachapelle: Ingeniero de profesión, primo hermano del teniente Lachapelle Díaz. Su madre, Adriana Lachapelle, era hermana de Luis, padre del oficial. Su padre era Rosendo Álvarez, de nacionalidad española, un comerciante adinerado. Otro hijo suyo hermano de Oscar, Rosendo Álvarez Lachapelle, llegaría a ser después jefe de la policía. José Rafael Cruz Salcedo: 214 Abogado, quien falleciera horas después en la Clínica Abel González, trs cuadras al oeste del Parque Independencia. HERIDOS: Hubo más de 20 en el tiroteo. La cifra nunca pudo ser precisada debido a la ola de incidentes que en toda la ciudad desató la matanza, con más bajas. Los heridos fueron atendidos en diferentes clínicas privadas y hospitales públicos. De sus registros del día y de los informes periodísticos de los acontecimientos pudo sacarse en limpio la relación siguiente: José Higinio Rosado, Carlos Vincent, Clemente Ortiz, Manuel Ernesto Vicioso, Aquiles González, César Aníbal García, Prudencio Hernández Feliciano, Jesús Rodríguez, doctor Rafael Camasta, Aquiles Gonzalvo, Manuel E. Peguero, Manolete, Cáceres, Deportista, ex pelotero profesional, Ana Dolores Gómez, Luis Guzmán, de 17 años; doctor Néstor Basora Puello, José Ángel Pichardo, Carlos Manuel Báez, Ernesto Feliz Carlson, María Ney Ramírez, Abraham Machuca y Luis Manuel Santiago. Esta lista es incompleta. Los hospitales atendieron a una enorme cantidad de heridos de bala que no revestían gravedad y por tanto fueron despachados de inmediato. Los nombres de la mayoría de ellos no fueron registrados. 215 2 QUE HA SIDO DE LOS PERSONAJES PRINCIPALES QUE APARECEN EN ESTE LIBRO 216 CIVILES: AMIAMA TIÓ, FERNANDO: Hermano de Luis. Fue sometido a torturas por la policía represiva después de la muerte de Trujillo, al ser detenido por complicidad en la trama. Ha ocupado altas posiciones oficiales, entre ellas las de canciller y Secretario de Estado de Trabajo y Sin Cartera bajo los gobiernos democráticos de Balaguer a contar de 1966. Electo diputado en 1986. Es una respetable figura nacional. AMIAMA TIÓ, LUIS: Uno de los sobrevivientes del complot que culminó con el asesinato del dictador Trujillo, llegó a ser por más de 20 años una figura política importante. Por su participación en el “tiranicidio” recibió el título de “héroe nacional” y el rango de general. Ocupó distintas posiciones públicas. Su muerte acaeció en diciembre de 1980. BALAGUER, JOAQUIN: La personalidad más influyente en la historia de los últimos 50 años. Después de su exilio en 1962 regresó al país en 1965, a pesar de un impedimento en su contra, al empeorarse el estado de salud de su madre. Se quedó en el país y fue candidato en las elecciones celebradas al año siguiente, las cuales ganó por amplio margen de votos frente al ex Presidente Juan Bosch. Fue electo en 1970 y 1974, pero perdió un intento de reelección para un cuarto período, frente al candidato del PRD, el hacendado Antonio Guzmán. Fue nuevamente candidato en las elecciones 217 de 1982, en las que salió derrotado por el candidato del PRD, Salvador Jorge Blanco, pero ganó espectacularmente los comicios de 1986, en lo que se considera el más sensacional retorno político de la historia nacional. El sello de su poderosa personalidad aparece en infinidad de facetas de la vida pública dominicana. Al momento de publicarse este libro, se aproxima al final de la mitad de su mandato con una aceptable popularidad, a pesar de los graves problemas económicos y el alza en el costo de la vida. Una crónica enfermedad, Glaucoma, lo dejó virtualmente ciego en 1977. El pueblo lo eligió en 1986 consciente de sus limitaciones y su avanzada edad: 79 años. BOGAERT, HUBERTO: Después del golpe contra la Junta Cívico-Militar que encabezó durante 48 horas, se retiró a sus actividades profesionales y no tomó jamás parte en cuestiones políticas. Murió algunos años más tarde. BONNELLY, RAFAEL F. Servidor de Trujillo. Después del contragolpe encabezó el Consejo de Estado hasta la celebración de las elecciones, en diciembre de ese mismo año, las primeras verdaderamente democráticas y libres y que fueron ganadas por Bosch. En su gestión interina sorteó enormes dificultades de toda índole. Fue una figura controversial, pero sus aportes al proceso de institucionalización democrática están fuera de toda duda. Murió a la edad de 75 años el 28 de diciembre de 1979, alejado de las actividades partidarias. 218 219 COMO LUCIAN LOS PRINCIPALES PERSONAJES QUE TOMARON PARTE EN LOS ACONTECIMIENTOS NARRADOS EN ESTE LIBRO 220 BOSCH, JUAN: Intelectual y político, fue electo Presidente en las elecciones organizadas por el Consejo de Estado en diciembre de 1962. Derrocado siete meses después por un golpe militar, fue obligado a marchar al exilio. Una revuelta militar, que derivó en una sublevación popular, a favor de su retorno a la Presidencia, provocó a finales de abril de 1965 una intervención militar de los Estados Unidos. Regresó ese mismo año al país y fue candidato a las elecciones auspiciadas por la OEA en 1966, siendo derrotado por Balaguer. Ha sido, sin éxito, candidato en otras elecciones. Se separó del PRD en 1973, tras la crisis interna provocada por el desembarco guerrillero de Francisco Caamaño y fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), de orientación marxista. FIALLO, VIRIATO A.: Candidato por UCN en las elecciones de 1962, que perdió frente a Bosch. Nunca se recuperó políticamente de ese revés. Siguió siendo una figura patriarcal, muy representativa pero de menguante significación política, hasta su muerte el 4 de octubre de 1983. HERRERA, FABIO: Diplomático y burócrata de vasta experiencia, ha prestado servicios a la nación en diferentes posiciones desde los acontecimientos de 1962. Al momento de publicarse este libro era subsecretario de Estado de Relaciones Exteriores. IMBERT BARRERA, ANTONIO: 221 Sobreviviente, con Amiama Tió, del complot en que fue asesinado Trujillo. “Héroe Nacional”, como aquel, también se le concedió el rango de general advitam. En el conflicto de 1965, encabezó una de las facciones en pugna, que enfrentó a las fuerzas constitucionalistas que intentaron reponer a Bosch en la Presidencia. Su facción, respaldada por las tropas interventoras, firmó finalmente un acta de paz que puso fin a las hostilidades. Al entrar en prensa este libro fue destituido del cargo de secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Tenía el rango de teniente general. ORNES, GERMAN E: Abogado y periodista, es propietario de El Caribe. Fue Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). PEREZ SANCHEZ, MONSEÑOR ELISEO: Abandonó la vida pública después que el Consejo de Estado entregara el poder al presidente electo Juan Bosch, el 27 de febrero de 1963. Fue arzobispo de Santo Domingo y en su tiempo la figura más importante de la Iglesia Católica Dominicana. Murió el 30 de junio de 1979, a los 91 años de edad. 222 PACHECO, ARMANDO OSCAR: Diplomático de carrera, escritor y poeta, sirvió a su país en diferentes misiones en el exterior y desde distintas posiciones en la cancillería hasta su muerte el 9 de julio de 1983. PACHECO, NICOLAS E.: Se consagró al ejercicio de su profesión como médico cardiólogo, después que Bosch asumiera el poder de manos del Consejo de Estado. En el proceso electoral de 1986, en que resultó vencedor el ex presidente Balaguer, jugó un papel importante como miembro de una comisión de Notables encargada de supervisar la limpieza de los comicios y el conteo posterior de sufragios. Hoy vive retirado en medio de la estimación pública y el afecto de sus amigos, estudiando el ajedrez, que fu siempre su pasatiempo favorito. READ BARRERAS, EDUARDO: Siguió el ejercicio de su profesión de abogado, en la que obtuvo altos reconocimientos. Fue presidente de la Liga Dominicana de Béisbol Profesional y juez de la Suprema Corte de Justicia. Murió el 30 de julio de 1981. REID CABRAL, DONALD: Ha gravitado en los últimos 25 años en forma preponderante en la vida política nacional. Fue miembro del Consejo de Estado que sustituyó a Balaguer en 1962 y presidente del Triunvirato instalado tras el derrocamiento de Bosch en 1963. 223 Derrocado por la revuelta de abril de 1965, siguió activo en la política hasta mucho después, cuando ingresó en el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), de Balaguer, siendo un factor relevante en la campaña electoral que garantizó el retorno de ese líder al poder. Fue nombrado por éste secretario de Estado de Relaciones Exteriores (Canciller) en agosto de 1986, posición que ocupaba al editarse este libro. SANCHEZ Y SANCHEZ, EUDORO: Abogado y periodista, se dedicó a la vida política llegando a desempeñar altas funciones públicas durante las administraciones de Balaguer entre 1966 y 1978. Murió de un ataque cardiaco el 20 de noviembre de 1983. TAVAREZ JUSTO, MANUEL AURELIO (MANOLO): Presidente y líder del Catorce de Junio que abrazó el “castrismo”. Murió el 21 de diciembre de 1963, encabezando un brote guerrillero a favor del regreso a la constitucionalidad, tras el derrocamiento de Bosch. 224 MILITARES: AMIAMA CASTILLO, FRANCISCO: Considerado uno de los oficiales más brillantes de su generación, alcanzó el grado de contraalmirante y jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, entre otros altos cargos militares. Fue puesto en retiro el 31 de julio de 1981. Vive dedicado a negocios particulares. BAEZ BERG, FIDEL: Fue retirado el 8 de junio de 1985, tras alcanzar el grado de mayor general y el cargo de Subsecretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Ocupó después el cargo de Jefe del Ceremonial de la Presidencia. Vive dedicado a actividades privadas y administra la Casa España, el centro de recreación de la influyente y numerosa colonia española. CUERVO GOMEZ, MANUEL ANTONIO: Su carrera se vio afectada por los acontecimientos de enero de 1962. Reintegrado a las filas del Ejército por Balaguer en 1966, desempeñó casi todas las funciones en los mandos castrenses, hasta alcanzar el puesto más alto de Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas en los dos últimos años del cuatrenio, 1982-986. Tras su puesta en retiro, enfrentó cargos de corrupción por los que guardó alrededor de un año de prisión. Al momento de editarse este libro se encontraba en disfrute de libertad bajo fianza. 225 226 CHECO, MANUEL DE JESUS: Hijo del general Rafael de Jesús Checo, alcanzó el rango de general de brigada. Fue puesto en retiro el 15 de junio de 1985. Hoy vive dedicado a negocios financieros como su padre. CHECO, RAFAEL DE JESUS: Puesto en retiro en 1962, por el Consejo de Estado encabezado por Bonnelly, fue reintegrado en 966 por Balaguer tras su primer regreso al poder. Fue de nuevo su ayudante militar y luego jefe de Estado Mayor del Ejército. Puesto en retiro a comienzos de 1979, se dedica a negocios financieros. FERNANDEZ DOMINGUEZ, RAFAEL: Participante en el arresto de Rodríguez Echavarría. Murió el 19 de mayo de 1965 en un intento de asalto al Palacio Nacional, durante le revolución que provocó la intervención militar norteamericana en abril de ese año. Fue uno de los líderes del movimiento que provocó la revuelta y se le consideraba como uno de los oficiales mejor preparados de las Fuerzas Armadas Dominicanas. LACHAPELLE DÍAZ, HECTOR: Escolta de Rodríguez Echavarría. Fue después uno de los líderes militares de la revuelta de 1965 que trató de reponer al ex presidente Bosch, derrocado casi dos años antes por un golpe militar. Enviado al exterior en misiones diplomáticas y en condición de suspenso como militar activo, estuvo fuera del país hasta que fuera 227 reintegrado por Balaguer a comienzos de la década del 70. Ascendió al grado de mayor general y puesto en retiro a la temprana edad de 46 años en enero de 1986 por el entonces presidente Salvador Jorge Blanco, un día después de la muerte de su padre. Vive de actividades privadas. MILLER CÉSPEDES, LUIS SEGUNDO: Edecán militar de Bonnelly, alcanzó en 1981 el rango de general de brigada y el puesto de subjefe de Estado Mayor del Ejército, tras once años como coronel. Fue puesto en retiro el 28 de septiembre de 1982. Se dedica a negocios de impresión. PERDOMO DEL ROSARIO, ELIO OSIRIS: Murió en 1976 en un accidente automovilístico, siendo general activo del Ejército. Un campamento militar contiguo a la base de San Isidro lleva su nombre. RODRIGUEZ ECHAVARRÍA, PEDRO RAFAEL RAMÓN: Exiliado después del contragolpe del 18 de enero de 1962, jamás regresó a la vida militar activa. Vive dedicado por completo desde hace años a su finca sembrada de caña en la comunidad de guerra, a unos 18 kilómetros al noreste de Santo Domingo. 228 TRUJILLO, RADHAMÉS: Hijo menor del tirano, Rafael Trujillo, de inmensa fortuna personal, ha radicado en Panamá, Costa Rica y Espapña en los últimos años. Sobre él pesa un impedimento de entrada. TRUJILLO, RAFAEL LEONIDAS: Gobernó con mano férrea el país por espacio de 31 años hasta su asesinato el 30 de mayo de 1961, en una emboscada en las afueras de Santo Domingo. Acumuló una fortuna inmensa y reprimió bárbaramente a sus opositores, asesinándoles o enviándoles al exilio. Los sucesos narrados en este libro tuvieron lugar apenas siete meses después de su muerte. TRUJILLO, RAMFIS: Hijo mayor y predilecto del tirano. Trató de conservar el poder tras el asesinato de éste, pero fue obligado a abandonar el país con el resto de sus familiares a mediados de noviembre de 1961. Murió años después en España en un accidente automovilístico. Llevó siempre vida desenfrenada. VALDEZ VIDAURRE, ENRIQUE: Alcanzó el grado de contraalmirante y puesto en retiro en el período constitucional 1978-82. Se desempeñó muchos años como jefe de los servicios de seguridad del gobierno, Dirección Nacional de Investigaciones (DNI). VIÑAS ROMÁN, ELBYS: 229 Se le elevó al rango de mayor general y se le designó secretario de Estado de las Fuerzas ]Armadas tras el apresamiento de Rodríguez Echavarría. Pasó luego a retiro. WESSIN Y WESSIN, ELIAS: Llegó a ser una de las figuras principales de la guerra civil de 1965. Permaneció al lado de las Fuerzas opuestas a la reinstalación de Bosch en la Presidencia. Tras su retiro, años después, se dedicó a la política activa, fundando el partido Quisqueyano Demócrata (PQD), que le postuló varias veces sin éxito a la Presidencia. Tras oponerse a Balaguer, se convirtió en su aliado político. Al editarse este libro ocupaba el cargo de Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. 230 QUE HA SIDO DE OTROS PERSONAJES QUE APARECEN EN ESTE LIBRO 231 ARGUELLES, MANUEL: Llamado “El Español” por los vecinos de la zona más occidental de Ciudad Nueva. Conserva la propiedad del supermercado que lleva su nombre y ha prosperado desde entonces. BATLLE NICOLÁS, JOSÉ: Llegó a ser ministro durante el régimen de facto del Triunvirato, unos años después. Vive dedicado a negocios privados. BELLO ANDINO, RAFAEL: Se mantuvo al lado de Balaguer en los años duros del exilio, en los buenos del poder, entre 1966 y 1978 y más tarde en los de oposición. Tras la vuelta al gobierno en 1986, Bello fue designado Secretario de Estado de la Presidencia. Sigue siendo uno de los colaboradores más íntimos de Balaguer. CARRASCO, ÁNGEL: Vio realizadon su sueño de radicarse en Estados Unidos. Reside en Chicago. Es hijo de Lidia, la señora de la calle Ravelo, a quien el temblor de la mañana del domingo 7 de enero sorprendió comprando víveres en un colmado de la esquina de su casa. CHEVALIER, CLAUDIO: 232 Periodista profesional, era ya en aquellos días un excelente locutor. Su programa de música clásica contribuyó a mejorar la calidad de la radio nacional y a educar el gusto de los dominicanos por las obras de los grandes maestros. Ha laborado desde entonces en la mayor parte de los medios periodísticos dominicanos, con un buen nivel profesional. DALMAU, FREDDY: Apodado “El Capitán” por sus compañeros de trabajo, laboró en El Caribe durante muchos años hasta su muerte. Uno de sus hijos se hizo periodista. DÍAZ, POLIBIO: Fue después una de las figuras públicas más importantes. En el gobierno de los 12 años que encabezara Balaguer entre 1966 y 1978, ocupó altas posiciones en el Palacio Nacional, como una de las personas más allegadas al Presidente. Se le estimaba como uno de los abogados más diestros de la Nación. Murió el 30 de noviembre de 1978, a la edad de 71 años. GUZMÁN, LEANDRO: Ingeniero de profesión, redujo con los años sus actividades políticas. Es hoy un próspero hombre de negocios. DE PEÑA, MARÍA DE LOS ÁNGELES: 233 Esposa de un oficial de Policía. En la tarde del tiroteo en el Parque Independencia, dio a luz una niña en el hospital militar. Se hizo laboratorista y aún permanece casada con cuatro hijos, la mayor de los cuales, ha procreado ya dos niños. PEÑA, GUSTAVO A.: Ex campeón nacional de ajedrez e instructor de esa disciplina en las Fuerzas Armadas. Ha representado al país en numerosas competiciones internacionales en el extranjero. Se le considera todavía como un jugador muy fuerte. MEDINA, JOSE ANTONIO: Es hoy un empresario en el ramo de exportación de víveres, que viaja frecuentemente a Estados Unidos. Una de sus aficiones es la colección de pequeños radios como aquel que se le destruyó al caer durante el tiroteo del parque Independencia. NANDO: Pulpero de la calle Francisco J. Peynado con José Gabriel García, muy querido en el barrio. A su muerte, la propiedad del negocio permaneció en poder de su esposa, que atendía detrás del mostrador junto a él en esos días. MARTÍNEZ, JULIO CÉSAR: 234 Uno de los periodistas más versátiles de su época. Fundó después la revista Renovación, de buena presentación y excelente contenido informativo. Como hermano de Dolores, la esposa del general Rodríguez Echavarría, tenía mucho acceso a éste y actuaba como su asesor en cuestiones civiles. Murió años después. MCKINNEY, EMILIO: Abogado y periodista, es miembro todavía de la redacción de El Caribe, como encargado de hacer los títulos. MOLINA MORILLO, RAFAEL: Fundó el periódico El Nacional y la revista Ahora, que se convirtió esta última en la más importante en su época, la cual dirigió hasta que vendiera sus acciones al empresario José Corripio (Pepín) –de origen español-, uno de los hombres más ricos del país. Durante el gobierno de Antonio Guzmán (1978-82) fue embajador en Washington. Vive de sus negocios privados. PÉREZ GUILLÉN, JUAN: Alcanzó el rango de general de brigada y el puesto de jefe de Estado Mayor del Ejército en el período 1966-78, encabezado por Balaguer. Murió poco después de ser colocado en retiro. QUIROZ PÉREZ, RAFAEL: 235 Capitán en los días que tuvieron lugar los acontecimientos narrados en este libro, ascendió al grado de coronel con el cual pasó a retiro, tras su participación en la Revolución de abril de 1965. RODRÍGUEZ DE CARRASCO, LIDIA: La vecina de la calle Ravelo, madre de Ángel, quien vive todavía en un sector residencial de clase media baja en la zona norte de la ciudad, próximo a la calle Ortega y Gasset. RODRÍGUEZ DEMORIZI, EMILIO: Historiador, llegó a publicar más de 100 libros. A la hora de su muerte en 1984 ocupaba el cargo de presidente del Ayuntamiento del Distrito Nacional, que comprende la ciudad de Santo Domingo. RODRÍGUEZ REYES, MIGUEL: Oficial de carrera, murió trágicamente en diciembre de 1962 durante los incidentes que tuvieron lugar en Palma Sola, donde habíase expandido el culto a Papa Liborio. Uno de sus hijos, Rafael Rodríguez Landestoy, llegó a ser general y jefe del Ejército durante el cuatrenio 1982-86. RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, CARMEN: 236 Una de las manifestantes del Parque Independencia. Estudiante de contabilidad en la época es hoy una profesional del ramo. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ, JOSÉ ANÍBAL: Siguió fiel a la Unión Cívica Nacional hasta mucho después de ser convertida en un partido político. Retirado de actividades políticas vive rodeado del afecto de sus familiares y amigos. SILFA, NICOLÁS: Renunció al PRD y llegó a ocupar altas posiciones en la administración de Balaguer (1986-78). Está virtualmente alejado de la vida política. SESSEN, VLADIMIR: Puesto en retiro después de los sucesos de enero de 1962 se radicó en Miami, donde murió años después. TAVÁREZ, JOSÉ AMÉRICO: Estudió medicina en España, pero no llegó a graduarse sino más tarde en Santo Domingo. Era un aficionado a la guitarra, admirador de Segovia. Murió mucho después. Su familia aún reside en la José Gabriel García, al lado del colmado de Nando. TEJADA, ARCADIO: 237 Fue un activista revolucionario durante algún tiempo, participando en un “comando constitucionalista” en la revuelta de abril de 1965 que trató de reponer a Bosch en la Presidencia. Desilusionado del comunismo tras un viaje a Cuba, en 1967, se entregó a los negocios privados. Es accionista de una financiera y posee una finca ganadera. TONY: Mejor conocido por “El Cuervo” entre los vecinos de Ciudad Nueva, en las cercanías del parque Eugenio María de Hostos. Fue amigo de infancia del autor y vive aún en el vecindario. VALENZUELA MOREJA, OJEDA (Campeche): Ha sido uno de los asistentes militares más cercanos a Balaguer desde 1962. Alcanzó el rango de Coronel y se le pasó a retiro, pero fue reactivado tras el retorno de su líder al poder en 1986, con el mismo rango. VÁSQUEZ, CLAUDIO: Se hizo médico en España y luego vivió en Estados Unidos donde perfeccionó su preparación. Ejerce en este último y viene al país periódicamente a visitar a su madre y hermanas. Fue compañero de estudios del autor, en los primeros grados de secundaria. VERAS, ANDRÉS: 238 De telefonista de El Caribe pasó al departamento de fotografía. Es hoy un excelente reportero gráfico de otro diario. 239 3 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SANTO DOMINGO Fundada el 28 de octubre de 1538 Santo Domingo, Rep. Dom. CONSEJO PROVISIONAL UNIVERSIGTARIO RESOLUCIÓN NO. 4 El Consejo Provisional Universitario: 240 Fiel al espíritu de justicia que debe caracterizar todo organismo auténticamente democrático consciente de la fuerza que emana de su autonomía y Co-Gobierno y; CONSIDERANDO: que el Dr. Joaquín Balaguer fue y es negligente en hacer caer el peso de la justicia sobre los asesinos y torturadores de los estudiantes y profesores masacrados después del 30 de mayo; CONSIDERANDO: que el Dr. Joaquín Balaguer fue un tenaz opositor a la Autonomía Universitaria, materializándose dicha oposición con el nombramiento e imposición de autoridades que fueron repudiadas por la familia universitaria; CONSIDERANDO: que fue el Dr. Joaquín Balaguer quien justificó y felicitó en su discurso de fecha 23 de octubre del año mil novecientos sesenta y uno al sector minoritario de las Fuerzas Armadas que perpetró la masacre de los valientes estudiantes de la calle Espaillat; CONSIDERANDO: que tal actitud no es compatible con la condición e investidura de un profesor universitario; 241 R E S U E L V E Suspender como Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo al Dr. Joaquín Balaguer. DADA en Santo Domingo, Distrito Nacional, Capital de la República Dominicana, a los diez días del mes de enero del año mil novecientos sesenta y dos. POR EL CONSEJO PROVISIONAL UNIVERSITARIO Dr. Julio César Castaños Espaillat, Rector Interino; Dr. René Augusto Puig Bentz; Dr. Froilán J. R. Tavárez hijo; Antonio E. Isa Conde; Asdrúbal Domínguez. 242 4 TEXTOS DE LAS RESOLUCIONES DE LA OEA 243 La Sexta Reunión de Consulta se celebró en San José, Costa Rica, del 16 al 21 de agosto de 1960. Al iniciarse la Reunión, se sometió a la misma el Informe de la Comisión Investigadora que había sido designada por el Consejo de la Organización al constituirse y actuar provisionalmente como Órgano de Consulta de Acuerdo con el artículo 12 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Previamente, el Informe había sido transmitido a los señores Representantes en el Consejo y, por su conducto, a los gobiernos. El informe de la Comisión Investigadora se transcribe como Anexo a la presente solicitud. Después de considerar el Informe mencionado, presentado por la Comisión Investigadora, y de un extenso debate en torno al mismo, en el que intervinieron las Partes interesadas y los demás Representantes en la Reunión, se aprobó la siguiente Resolución: RESOLUCION 1 La Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores para servir de Órgano de Consulta en aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, habiendo tomado conocimiento del Informe de la Comisión Investigadora nombrada en cumplimiento de lo dispuesto en el punto dispositivo 3 de la Resolución aprobada por el Consejo de la Organización de los Estados Americanos el 8 de julio de 1960, y 244 CONSIDERANDO: Que la Carta de la Organización de los Estados Americanos consagra el principio de que el orden internacional está esencialmente constituido por el respeto a la personalidad, soberanía e independencia de los Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; Que en el incidente denunciado por el Gobierno de Venezuela ante la Comisión Interamericana de Paz el 25 de noviembre de 1959, dicho órgano del sistema interamericano llegó a la conclusión de que “los arreglos necesarios para realizar el vuelo de Ciudad Trujillo a Aruba –proyectado con el fin de lanzar hojas sueltas sobre una ciudad venezolana- y para embarcar esos volantes en Ciudad Trujillo, no pudieron haberse llevado a cabo sin la connivencia de las autoridades dominicanas”; Que la Comisión del Consejo de la Organización de los Estados Americanos constituido provisionalmente en Órgano de Consulta que tuvo a su cargo la investigación de los hechos denunciados por el Gobierno de la República de Venezuela, llegó a la conclusión de que el Gobierno de la República Dominicana expidió pasaportes diplomáticos para que fueran utilizados por venezolanos que participaron en el levantamiento militar que tuvo lugar en abril de 1960 en San Cristóbal, Venezuela; Que la Comisión del Consejo de la Organización de los Estados Americanos constituido provisionalmente en Órgano de Consulta que tuvo a su cargo la 245 investigación de los hechos denunciados por el Gobierno de la República de Venezuela, llegó asimismo a las conclusiones de que: “1) El atentado contra la vida del señor Presidente de Venezuela, perpetrado el 24 de junio de 1960, fue un episodio de un complot para derrocar al Gobierno de dicho país. 2) Los implicados en el atentado y complot de referencia recibieron apoyo moral y ayuda material de altos funcionarios del Gobierno de la República Dominicana. 3) Dicha ayuda consistió, principalmente, en brindar a los implicados facilidades para viajar y para ingresar y residir en territorio dominicano en relación con sus planes subversivos; en haber facilitado los dos viajes del avión de matrícula venezolana hacia y desde la Base Aérea Militar de San Isidro, República Dominicana; en proveer armas para el golpe contra el gobierno de Venezuela y el dispositivo electrónico y la bomba que utilizaron en el atentado; así como en haber adiestrado en el funcionamiento del dispositivo electrónico de dicha bomba, a quien lo hizo explotar y demostrado a éste la fuerza destructiva de la misma”; Que los hechos antes relatados constituyen actos de intervención y agresión contra la República de Venezuela, que afectan la soberanía de dicho Estado y ponen en peligro la paz de América, y Que en el caso presente se justifica la acción colectiva en los términos del Artículo 19 de la Carta de la Organización de los Estados Americanos: RESUELVE: 246 Condenar enérgicamente la participación del Gobierno de la República Dominicana en los actos de agresión e intervención contra el Estado de Venezuela que culminaron en el atentado contra la vida del Presidente de dicho país y, en consecuencia, De conformidad con lo dispuesto en los Artículos 6 y 8 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, ACUERDA: 1 Aplicar las siguientes medidas: a) Ruptura de relaciones diplomáticas de todos los Estados Miembros con la República Dominicana. b) Interrupción parcial de relaciones económicas de todos los Estados Miembros con la República Dominicana, comenzando por la suspensión inmediata del comercio de armas e implementos de guerra de toda clase. El Consejo de la Organización de los Estados Americanos estudiará, según las circunstancias y con la debida consideración de las limitaciones constitucionales o legales de todos y cada uno de los Estados Miembros la posibilidad y conveniencia de extender la suspensión del comercio con la República Dominicana a otros artículos. 2 Facultar al Secretario General de la Organización de los Estados Americanos para transmitir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas información completa sobre las medidas acordadas en la presente Resolución 1: 1 De acuerdo con lo dispuesto en el Artículo 18 del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, en la votación de la Resolución 1 no participaron Venezuela y la República Dominicana por ser partes interesadas. 247 Para los efectos de cumplir con el mandato que le confirió la Sexta Reunión de Consulta, en su Resolución I, incisos 1 y 2, el Consejo de la Organización designó, en su sesión del 21 de septiembre de 1960, una Comisión Especial. Dicha Comisión sometió su primer informe al Consejo de la organización en la sesión celebrada el 21 de diciembre de 1960 junto con un proyecto de resolución. A sugestión de algunas Delegaciones se aplazó la votación de la Resolución indicada hasta la sesión del 4 de enero de 19561. El texto de la Resolución aprobada por el Consejo en dicha sesión del 4 de enero figura en el primer Informe de la Comisión Especial que se transcribe a continuación: PRIMER INFORME DE LA COMISION ESPECIAL PARA DAR CUMPLIMIENTO AL MANDATO RECIBIDO POR EL CONSEJO DE ACUERDO CON LA RESOLUCIÓN I DE LA SEXTA REUNIÓN DE CONSULTA DE MINISTROS DE RELACIONES EXTERIORES En la sesión celebrada el 21 de septiembre de 1960 el Consejo de la Organización encomendó a esa Comisión Especial la Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, cuyos numerales 1 y 2 expresan lo siguiente: “1. Aplicar las siguientes medidas: a) Ruptura de relaciones diplomáticas de los Estados Miembros con la República Dominicana; b) Interrupción parcial de relaciones económicas de todos los Estados Miembros con la República Dominicana, comenzando por la suspensión inmediata del 248 comercio de armas e implementos de guerra de toda clase. El Consejo de la Organización de los Estados Americanos estudiará, según las circunstancias y con la debida consideración de las limitaciones constitucionales o legales de todos y cada uno de los Estados Miembros la posibilidad y conveniencia de extender la suspensión del comercio con la República Dominicana a otros artículos. 2. Facultar al Consejo de la Organización de los Estados Americanos para que, mediante el voto afirmativo de los dos tercios, deje sin efecto las medidas adoptadas en la presente Resolución, desde el momento en que el Gobierno de la República Dominicana haya dejado de constituir un peligro para la paz y seguridad del Continente”. La Comisión ha considerado con el detenimiento que la importancia de su cometido requiere, la situación de la República Dominicana a partir de la Sexta Reunión de Consulta y los diversos aspectos del comercio exterior de dicho país. Sobre esta última materia la Secretaría General preparó un documento informativo para el uso de la Comisión. Como resultado de sus deliberaciones y estudio la Comisión ha llegado a la conclusión de que no se ha producido ningún cambio en la actitud del Gobierno de la República Dominicana hacia los principios fundamentales del sistema interamericano. En consecuencia, la Comisión considera que no se justificaría dejar sin efecto las medidas que adoptó el Órgano de Consulta y que es conveniente extender la suspensión del comercio a los siguientes artículos: a) Petróleo y productos derivados del petróleo 249 b) Camiones y piezas de repuesto Los miembros de la Comisión se han cerciorado con sus respectivos Gobiernos de que no existe para ellos ningún impedimento legal para extender la suspensión del comercio con la República Dominicana a determinados artículos adicionales a los que específicamente se indican en la Resolución del Órgano de Consulta, o sea, armas e implementos de guerra de toda clase. Algunos miembros de la Comisión expusieron el criterio de que resulta indispensable hacer constar en el presente Informe que las resoluciones que adopte el Consejo en cumplimiento de la citada Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta en ningún caso imponen obligación jurídica alguna a los Estados Miembros, sino que deben considerarse como recomendaciones a los mismos. La Delegación del Brasil dejó constancia de que no ha dado su aprobación al presente Informe por las razones que constan en la opinión disidente que se adjunta. La Comisión seguirá atenta a las circunstancias para considerar y someter al Consejo, siempre dentro del espíritu y de los propósitos de la Resolución I las recomendaciones que dichas circunstancias aconsejen. En vista de las consideraciones expuestas, la Comisión Especial tiene el honor de someter al Consejo el siguiente proyecto de Resolución: 1 Este proyecto de Resolución fue aprobado por el Consejo, sin modificaciones, en la sesión celebrada el 4 de enero de 1961. EL CONSEJO DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS 250 ATENTO a los términos del párrafo 1 (b) de la Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, y VISTO el Primer Informe de la Comisión Especial para dar cumplimiento a la mencionada Resolución: RESUELVE: 1. Que es posible y conveniente que los Estados Miembros de la organización signatarios del Acta Final de la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores extiendan la suspensión de su comercio con la República Dominicana a las exportaciones de los siguientes artículos: a. Petróleo y productos derivados del petróleo b. Camiones y piezas de repuesto 2. Solicitar de los mencionados Estados Miembros que, en relación con el párrafo anterior, tomen medidas para evitar que desde sus territorios se reexporten los citados artículos a la República Dominicana. 3. Solicitar a los Gobiernos de los Estados Miembros que comuniquen al Presidente del Consejo de la Organización las medidas que tomen con respecto a la presente Resolución, a fin de mantener informado sobre el particular al propio Consejo y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. 19 de diciembre de 1960 Augusto Guillermo Arango Embajador, Representante de Panamá Presidente de la Comisión Celso Dávila 251 Embajador, Representante de Honduras Vicepresidente de la Comisión Vicente Sánchez Gavito Embajador, Representante de México Teodoro W. Bonsal Representante de los Estados Unidos Aluysio Guedes Regis Bittencourt Representante del Brasil (Voto disidente anexo) Fausto Soto Representante de Chile VOTO DISIDENTE DEL BRASIL En referencia al Primer Informe de la Comisión Especial del Consejo para dar cumplimiento a lo dispuesto en la Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores y al proyecto de resolución que lo acompaña, documentos ambos aprobados por la mencionada Comisión, la Delegación del Brasil desea hacer constar, de manera clara y precisa, su posición en el particular, base de su voto disidente: 1) La verdadera solución para casos como el presente no estriba en la aplicación progresiva de medidas coercitivas, sino, en un plano más elevado, constructivo y de largo alcance, en una sanción moral, en un trabajo persuasivo que, sin perjuicio de la solidaridad interamericana, preserven la unidad del sistema y promuevan gradualmente la integración del país al régimen democrático. Este fue el principio que guió a la Delegación del Brasil en Costa Rica y que quedó bien expresado en las palabras del Canciller Horacio Lafer cuando dijo que la censura impuesta 252 entonces a un miembro de la familia americana no impedía esperar que volviera en breve a integrarse a la comunidad democrática del Hemisferio, y cuando prometió que el Brasil persistiría en su alto propósito de favorecer la unidad continental, dentro del régimen democrático, por medio de un trabajo de persuasión y de conciliación. 2) Las sanciones aplicadas por la Sexta Reunión de Consulta, ya de por sí fuertes y graves, tuvieron por causa y finalidad no la condenación del régimen interno de un país, lo que lesionaría el principio de no intervención, piedra angular del sistema norteamericano, sino actos de agresión e intervención perfectamente caracterizados y debidamente comprobados, a base de una investigación efectuada in loco por una comisión designada especialmente por el Consejo. Esto quedó bien claro en el propio texto de la Resolución I de Costa Rica, en la cual se resolvió: “Condenar enérgicamente la participación del Gobierno de la República Dominicana en los actos de agresión e intervención contra el Estado de Venezuela que culminaron en el atentado contra la vida del Presidente de dicho país”. 3) Venezuela presentó últimamente al Consejo y a la Comisión de Paz nuevas denuncias de agresión e intervención contra la República Dominicana, denuncias que se encuentran en consideración y estudio sin que, hasta el momento, ninguno de los citados órganos haya emitido opinión alguna al respecto. 253 4) Por consiguiente, la Delegación del Brasil entiende que, estando vigentes las medidas establecidas en Costa Rica y, por ello, la censura del Continente contra la República Dominicana, el ampliar ahora las sanciones contra aquel país, a base de denuncias todavía en consideración, es más bien comprometer, a la larga, la unidad y la solidaridad de América y, sobre todo, es provocar de inmediato el empeoramiento de una situación que puede tomar rumbos imprevistos. 5) En caso de que hoy estuviesen comprobados sin lugar a dudas nuevos actos de agresión o intervención por la República Dominicana, el Brasil apoyaría la ampliación de las sanciones. Sin embargo, tendría al hacerlo la misma preocupación que manifestó en Costa Rica, en lo que respecta a la propia naturaleza de las medidas prescritas, y favorecería sanciones eficaces que afectasen primordialmente al gobierno inculpado pero que no perjudicaran en forma directa al pueblo del país. 6) En el caso presente, el Brasil es del parecer que, además de ser precipitada la decisión las sanciones que se recomiendan ahora son inadecuadas porque, tratándose de importaciones de petróleo y sus derivados, de camiones y piezas de repuesto, afectarían directa y principalmente al pueblo dominicano, en cuanto a sus necesidades básicas de transporte, abastecimiento y energía termoeléctrica. Sin embargo, como es posible recurrir a suministros de otra procedencia, las medidas que se consideran no son ya sólo ineficaces sino también, contraproducentes: sin tener efectos prácticos que puedan preverse, 254 contribuirían únicamente a la agravación política en perjuicio de la solidaridad continental. Washington, 19 de diciembre de 1960 El 5 de junio de 1961, la Comisión Especial, arriba mencionada, decidió enviar una Subcomisión a la República Dominicana con el objeto de que observara la situación existente en ese país y le suministrara todos los datos que le permitieran determinar si el Gobierno de la República Dominicana había dejado o no de constituir un peligro para la paz y seguridad del Continente y, en consecuencia, si procedía levantar, mantener o extender las medidas adoptadas de acuerdo con la Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta. Dicha Subcomisión visitó la República Dominicana del 7 al 15 de junio de 1961. Posteriormente visitaron la República Dominicana otras dos Subcomisiones: una del 12 de septiembre al 1ro. de octubre y otra del 21 al 26 de noviembre del mismo año. Las dos primeras visitas de la Subcomisión fueron realizadas a invitación del Gobierno de la República Dominicana y la tercera con la anuencia de dicho Gobierno. En las conclusiones formuladas en su Tercer Informe, la Subcomisión señaló que había examinado la última situación surgida en la República Dominicana en todo su significado y trascendencia y, fundada en ella, estimó “que procede el reconocimiento objetivo de que el Gobierno de la República Dominicana ha dejado de constituir un peligro para la paz y la seguridad de América, a la luz de las circunstancias específicas que determinaron la aplicación de las medidas impuestas 255 al Gobierno dominicano por la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores y que, en consecuencia, por altas razones de justicia, el Consejo de la Organización, en ejercicio de la facultad que le otorgó la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, en el párrafo 2 de su Resolución 1, debería proceder a dejar sin efecto las medidas impuestas al Gobierno dominicano en el párrafo 1 de la misma Resolución, de la Organización de los Estados Americanos, en sesión del 4 de enero de 1961”. La Comisión compartió las conclusiones a que había llegado la Subcomisión en su Tercer Informe y las elevó a la consideración del Consejo de la Organización en la sesión del 4 de enero de 1962. En esa sesión el Consejo aprobó la siguiente Resolución: EL CONSEJO DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS VISTOS el Segundo y Tercer Informes de la Subcomisión de la Comisión Especial para Dar Cumplimiento al Mandato Recibido por el Consejo de Acuerdo con la Resolución I de la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores (Docs. CE/RC, VI-10 y CE/RC VI-22) y el Informe (Doc. C-i-577, Rev. 3) que sobre aquellos documentos ha presentado dicha Comisión Especial; CONSIDERANDO que el Gobierno de la República Dominicana ha dejado de constituir un peligro para la paz y la seguridad del Continente y, en consecuencia, De conformidad con la facultad otorgada al Consejo en el párrafo 2 de la parte dispositiva de la misma Resolución, RESUELVE: 256 1. Dejar sin efecto las medidas acordadas por la Sexta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores en las letras a) y b9 del párrafo 1 de la parte dispositiva de la propia Resolución (Doc. OEA/Ser. C/II.6) y la Resolución del Consejo de la Organización de los Estados Americanos del 4 de enero de 1961 (Doc. C-i-497, Rev.). 2. Encomendar al Secretario General de la Organización de los Estados Americanos que transmita al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el texto de la presente Resolución. (#) (#) Tratados interamericanos de asistencia Recíproca. Aplicación (Volumen II-1960-1972) Secretaría General, Organización de los Estados Americanos, Washington, D.C. 1973. 257 NOTA BIBLIOGRÁFICA 258 La bibliografía sobre la etapa histórica que abarca este volumen es prácticamente inexistente. El autor recomienda la lectura de los libros siguientes, para una mayor comprensión de los períodos inmediatamente anteriores y posteriores a los acontecimientos que dieron origen a los hechos de enero de 1962. BALAGUER, Joaquín. “Entre la Sangre del 30 de Mayo y la del 24 de Abril”. Colección Discursos, Tomo VIII, Santo Domingo 1983, impreso en Barcelona, España. BOSCH, Juan. “Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana”. Centro de Estudios y Documentación Sociales, A.C. México, D.F., México. CASSA, Roberto. “Historia Social y Económica de la República Dominicana, Tomo II, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, R.D. CRASSWELLER, Roberto D. “Trujillo: La Trágica Aventura del Poder Personal”. Editorial Bruguera, S.A. Barcelona, España, 1968. DE LA CRUZ, Hermosilla Emilio. “La Noche de Trujillo”, Editorial Planeta, S.A. Barcelona, España, 1980. DIEDERICH, Bernard. “Trujillo: La Muerte del Dictador, Editora Cultural Dominicana, S.A., Santo Domingo. FERNÁNDEZ, Arlette. “Coronel Fernández Domínguez”. Fundador del Movimiento Constitucionalista”. Editora Alfa y Omega, Mayo 1980- 259 JAVIER, Manuel de Jesús. “Mis 20 años en el Palacio Nacional”. Editora Taller, Santo Domingo, R.D. MARTIN, John Bartlow. “El Destino Dominicano”. Editora de Santo Domingo, S.A. Santo Domingo, R.D. impreso en Barcelona-Manuel Pareja. MIOLÁN, Ángel. “Páginas Dispersas”. Editorial Librería Dominicana, Santo Domingo, R.D. 1970. PAULINO hijo, Aliro. “Balaguer el hombre del destino”. Ediciones Mundo Diplomático Internacional, Santo Domingo, 1986. SCHLESINGER, Jr. Arthur M. “A Thousand Days” (Los Mil Días) Fawcett Publications, Inc. 1967. SILFA, Nicolás. “Guerra, Traición y Exilio”. Barcelona, España. SLATER, Jerome. “La Intervención Americana”. Editora de Santo Domingo, S.A. 1976, impreso en Barcelona, España. 260 Esta edición de 1,000 ejemplares de E N E R O D E 1 9 6 2 ¡ E L D E S P E RTA R DOMINICANO!, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de MOGRAF, S.A., en el mes de julio de 1988. Santo Domingo, República Dominicana 261 MIGUEL GUERRERO: Nació en Barahona, República Dominicana, el 29 de septiembre de 1945. Periodista profesional de largo ejercicio, ha laborado en diferentes medios nacionales e internacionales. Autor por muchos años de una columna diaria en el matutino El Caribe, de Santo Domingo, ha escrito también artículos de opinión para diarios extranjeros, como El Mundo (San Juan, Puerto Rico) y el Miami Herald (español). Ha publicado: “En la tierra prometida” (1979), una recopilación de artículos e impresiones sobre Israel y “La generación de mis padres “ (1979), que recoge una parte de su producción periodística sobre los más diversos temas. 262