C ARTÍNEZ TLAUDIA ALLERMDE LETRAS MEMORIA N° 37: 67-76,LA2005 SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS… ISSN 0716-0798 LA MEMORIA SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS DE TRES ESCRITORAS CHILENAS: COSTAMAGNA, MATURANA Y FERNÁNDEZ The silent memory. The familiar history in three Chilean writers: Costamagna, Maturana and Fernández CLAUDIA MARTÍNEZ ECHEVERRÍA claumartiec@hotmail.com Universidad Católica de Chile La reconstrucción de la memoria familiar es una de las preocupaciones constantes que se pueden apreciar en las novelas escritas por jóvenes autoras chilenas que han publicado en la última década. Ejemplo de ello son En voz baja (1996) y Cansado ya del sol (2002) de Alejandra Costamagna; El Daño (1997), de Andrea Maturana, y Mapocho (2002), de Nona Fernández. En este artículo se plantea cómo el rearmar la historia de la familia supone una serie de desafíos en la medida que involucra adentrarse en una memoria que ha sido tergiversada, mutilada y ocultada por el propio núcleo familiar. De este intento surge un nuevo tipo de sujeto femenino: interesado en sus orígenes a pesar de lo conflictivo que estos puedan ser y, por sobre todo —y alejándose con ello de los modelos patriarcales— totalmente activos y dispuestos a confrontar la voz de la autoridad. Palabras clave: memoria, núcleo familiar, sujeto femenino The reconstruction of the familiar memory is a constant worries that they can appreciate in the novels written by young Chilean authoresses that they have published in the last decade. Example of this are En voz baja (1996) and Cansado ya del sol (2002) of Alejandra Costamagna; El daño (1997), of Andrea Maturana, and Mapocho (2002), of Nona Fernández. In this article one raises how to rearm the history of the family supposes a series of challenges in the measurement that involves to enter a memory that has been changed, mutilated and concealed for the own familiar nucleus. From this attempt there arises a new type of feminine subject: interested in her origins in spite of the troubled thing that these could be and, for especially —and moving away with it from the patriarchal models— totally active and ready to confront the voice of the authority. Key words: memory, family group, female subject. La novela El Daño, de Andrea Maturana, comienza con dos amigas que viajan al desierto. Una va con el propósito de recuperar su historia; la otra, si tiene suerte, espera olvidar la suya. Aunque los objetivos parezcan contrarios, tanto el recuerdo como el olvido no son más que funciones de un mismo 67 ■ TALLER DE LETRAS N° 37: 67-76, 2005 proceso: la memoria, una de las temáticas recurrentes en la producción novelesca de tres jóvenes escritoras chilenas: Alejandra Costamagna (de quien consideraremos su primera novela, En voz baja [1996]), Andrea Maturana (El daño [1997]) y Nona Fernández (Mapocho [2002]). Bastante es lo que se ha reflexionado en torno a la existencia de una “cultura de la memoria” que se vuelve mucho más notoria a partir de los 80, producto del “marketing masivo de la nostalgia,” como lo ha llamado Huyssen (1999) y, con ello, una preocupación por el olvido y la historia, sus complementarios ineludibles. Entenderemos memoria según la definición de Nelly Richard, para quien se trata de “un proceso abierto de reinterpretación del pasado que deshace y rehace sus nudos para que se ensayen de nuevo sucesos y comprensiones” (1998:29), definición que hemos escogido porque destaca un aspecto esencial: la constante relectura en búsqueda de una mirada más amplia y diversa en la que interviene una serie de factores, tales como la memoria de los otros y, sobre todo en el caso particular de estas novelas, los olvidos de estos otros. Costamagna, Fernández y Maturana coinciden en su interés por la memoria familiar entendida prácticamente como una obligación, pues es parte de un compromiso, muchas veces difícil, que las narradoras de sus novelas (todas ellas niñas o mujeres muy jóvenes) asumen consigo mismas para lograr conformar una identidad plena. Escarbar en ese pasado se dificulta porque significa ir al rescate de recuerdos que no son propios. Al depender del testimonio ajeno se cae en una subjetividad que vuelve todo aun más impreciso, especialmente al tener en cuenta que aquellos (y sobre todo aquellas) que estuvieron ahí, no quieren hablar. El silencio de las mujeres, portadoras de una verdad que de esta manera ocultan, ya no es, en consecuencia, producto de una imposición social que les niegue la palabra, sino una decisión personal que hace de este callar una resistencia contra su propia historia.1 Se logra así un giro interesante en la oposición binaria que asigna a las mujeres el silencio y otorga a los hombres la palabra —y con ello el saber—: ellas también saben, pero no quieren hablar, recurso que podemos reconocer como una de las tretas empleadas por los débiles que observa Ludmer en Sor Juana Inés de la Cruz.2 1 2 Naturalmente, este callar no se traduce solo en un mutismo obstinado, sino también en otro tipo de acciones que van estrechamente ligadas al silencio. Un ejemplo es la imposición de tener que hablar en voz baja, el susurro, que conlleva decir para unos y silenciar para otros. La mentira, por su parte, también es otro de los disfraces que el silencio emplea usando como recurso su propia antítesis: la palabra utilizada para no-decir. Al analizar la Carta Atenagórica y la Respuesta a Sor Filotea, Josefina Ludmer reconoce al menos dos movimientos en torno al uso de la palabra: la separación del saber y el decir, y el saber sobre el no decir (y con ello, la importancia del callar, del sugerir). A través de estas estrategias, Sor Juana consigue enfrentar el discurso hegemónico sin parecer transgresora pero dando pie a interpretaciones múltiples. ■ 68 CLAUDIA MARTÍNEZ LA MEMORIA SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS… A pesar de todo, este enfoque ajeno no solo es necesario sino que es imprescindible. Halbwachs ha señalado que en la medida que todo individuo está inserto en una sociedad, sus recuerdos estarán siempre determinados por los otros. De ahí que, en definitiva, el recordar es un acto que, aunque se realice desde la propia conciencia, está siempre bajo la marca de los demás. El integrar a la familia, entonces, conlleva la pregunta por el “nosotros” —un colectivo que espejea a la nación completa3— entendiendo que en ese plural está la clave de un “yo” agobiado por los silencios. Hay, en efecto, una dicotomía notoria entre las dos generaciones que se enfrentan: para los adultos, la mejor solución es el olvido, manteniendo así un orden ficticio que les da seguridad. Su discurso será el del silencio y se obligan a olvidar (como si eso fuese posible); sus hijas, en cambio, entienden que la solución no pasa por ahí y buscarán la forma de rescatar el pasado, apostando por la verdad aun cuando intuyen que aquello que se esconde puede ser muy doloroso. Vemos así nuevamente la oposición inicial que a su vez es reflejo de una contradicción nacional: por una parte, desde fines del siglo XX se produjo un interés notable por todos aquellos temas vinculados a la memoria, producto de la decepción que el presente provocaba. Y por otra, paradójicamente, en Chile se habría dado, según Grínor Rojo, el fenómeno contrario: una política deliberada para institucionalizar el olvido (Richard, 2000). Según este pensamiento, lo importante es mirar hacia delante y seguir avanzando sin perder más tiempo en inútiles discusiones sobre lo que ya pasó. Rojo advierte, sin embargo, sobre lo peligroso de esta posición: “un pueblo sin identidad nacional —dice— es un pueblo sin memoria y… un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia” (331). Volviendo a las novelas, es interesante desde el punto de vista del género cómo se estructura esta confrontación, a pesar de que estas escritoras no se autodefinan como feministas. La estrategia consiste en que, situándose en el espacio tradicionalmente asignado para la mujer —a familia y el espacio doméstico—, surge el cuestionamiento desde donde menos se espera: de la hija, quien no solo duda de lo que le dicen (la “versión oficial” que la familia quiere imponer) sino que además enfrenta a la autoridad, representada por la madre en ausencia del padre. Se busca, entonces, desarticular el sistema desde adentro y desde quien no representa, por su edad y condición, una amenaza, lo que —como ya señalamos— corresponde a una de las tretas del débil. Por otra parte, la narración predominantemente en primera persona evidencia también un largo proceso en el que la voz se ha traspasado desde 3 En Mapocho es donde la alusión a la nación es más explícita, partiendo del hecho de que la casa donde la Rucia y el Indio pasan su infancia es “larga y flaca como una culebra” (211). 69 ■ TALLER DE LETRAS N° 37: 67-76, 2005 las madres/esposas (pensemos en las novelas de María Luisa Bombal o Marta Brunet, por ejemplo), y cuyo protagonismo nos llegaba la mayoría de las veces a través de una tercera voz, hacia las hijas, y si en las primeras encontramos a una “rebelde pasiva,” que disiente del sistema pero no intenta cambiarlo, en estas otras novelas hay una rebeldía que busca respuestas y que no se contenta con verdades a medias. Muchos de estos aspectos los podemos observar con claridad en El daño, de Andrea Maturana. Tal como la misma autora lo ha señalado, el asunto principal que ella quiso desarrollar en esta novela fue el de la memoria, especialmente cuando se nos impone y no nos permite escoger, llevándonos a olvidar lo que quisiéramos conservar y reteniendo, en cambio, aquello que preferiríamos no recordar. El conflicto de ambas amigas, Elisa y Gabriela, pasa por ahí, y reflejan en sus conductas las dos principales respuestas que, según ha señalado Nelly Richard, se producen por la tensión entre el recuerdo y el olvido: el enmudecimiento, causado por el estupor ante el hecho que causa el trauma, y la sobreexcitación, que implica exagerar artificialmente la conducta para combatir así la depresión. Elisa es agobiada permanentemente por recuerdos que no logra nombrar: “Mi imposibilidad de verbalizar los recuerdos, o de acudir a ellos en su totalidad (…), me hace pensar que no estoy en absoluto encaminada a olvidarlos, a pesar de lo mucho que lo desearía” (35). Una de las posibles razones, intuye, es que el pronunciar determinadas palabras la obligaría a ella misma a escuchar lo que no quiere oír. De algún modo, y al igual que Fausto, el historiador de Mapocho piensa que el darle nombre a ciertas situaciones las vuelve reales, y requerirá todavía de tiempo antes de tener el valor de decirse a sí misma que fue violada cuando niña por quien, supuestamente, era su padre. En Mapocho (Nona Fernández), en tanto, el recuerdo es siempre conflictivo. Es una especie de condena que todos deben sufrir. Para la Rucia los recuerdos vienen en forma de astillas de vidrio que emergen de su frente, haciéndola sangrar, constatando así que no hay recuerdo que no implique dolor. Ante esto, la madre opta por callar, diferenciándose así del padre, Fausto, quien domina el arte de la palabra aun cuando no sea libre para emplearla: recordemos que a él le han encargado reescribir la historia de Chile, pero es obligado a falsear todo aquello que resulta cuestionable, condición que acepta sin mayores reparos. La madre, en cambio, “no es buena narrando historias. Es mejor callando, guardando información, dejando la duda, la inquietud” (179). El río, en tanto, es un personaje más, mudo testigo de la historia. Atraviesa la ciudad y también cruza el tiempo, arrastrando en sus aguas lo peor de nuestro pasado, tal como si se tratara de una página acuosa en donde se va escribiendo lo que la otra Historia no registró. ■ 70 CLAUDIA MARTÍNEZ LA MEMORIA SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS… El padre es, en el contexto de estas novelas, una figura clave, siempre conflictiva, y cuya ausencia da inicio a una especie de tiempo inmóvil: lo que suceda en el presente solo adquiere relevancia si sirve para despejar las incógnitas del pasado, y pareciera que, por cierto, la vida de la narradora solo podrá continuar su rumbo normal cuando dé con las respuestas. La brecha, entonces, se establece con claridad entre un antes y un ahora. De un después, ni hablar: será necesario reconciliarse o al menos comprender ese pasado para pensar, recién, en el futuro. Consideremos el caso de En voz baja (Costamagna). Con la desaparición del padre, el espacio familiar se desarticula, surgen los secretos y Amanda, la hija de Gustavo Daneri, traicionado por el que suponía su amigo, intenta saber qué sucedió realmente, pues con ello podrá reconstruir también su propia historia. Desde su visión infantil, incompleta y obstaculizada por los adultos, logra comprender que hay demasiada información que su familia oculta y descifrar los secretos será desde entonces su obsesión. En la casa se impone no hablar de ciertos temas y todos —todas— tácitamente, aceptan este nuevo orden. “Nunca reclamaba —dice Amanda— porque se me ocurría que a veces era mejor no decir las cosas” (9). Bajo esa premisa —que en efecto da título a la novela— es que todas continúan sus vidas y el silencio, junto al susurro y la mentira, se convierte en el estado natural. La Nana se hace también cómplice de la situación, con la diferencia que, con intención o sin ella, va dejando deslizar información que logra inquietar a Amanda: “La Nana se limitó a decir casi en un murmullo que algún día tendríamos que saber todo, pero que ella no iba a ser quien lo dijera” (35).4 Utilizando una serie de estrategias de espionaje, tales como escuchar a través de las paredes, abrir cartas destinadas a otras personas y entrevistar a quienes supuestamente sabían algo, Amanda logra ir entendiendo qué sucedió con su padre. Desde que él se fue, han pasado años. La versión completa no la conseguirá nunca, pero al menos es capaz de comprender la traición de la que su padre fue víctima. Cali, la madre, quien pudo haber sido una aliada, 4 Si bien en las novelas mencionadas en este trabajo la nana solo aparece en esta, es un personaje importante en nuestra narrativa. Dado el rechazo que la madre suscita en la hija es que adquiere predominancia la nana, quien suele transformarse para la niña en una imagen mucho más atractiva y que —al pertenecer a otro estrato social— le da una visión más amplia de su medio. Además, la nana suele ser menos estricta que la madre, maneja otra información y tiende a generar con la niña una relación de igual a igual, con lo que se gana su confianza (Mª. Inés Lagos). Cabe señalar también que la nana pasa a ser una figura sin tiempo que recorre los años como si se tratara de una especie de hilo conductor de las generaciones de la familia. La nana de La casa de los espíritus (Allende), la de Retrato de familia (Urrutia) y Zoila, de La amortajada (Bombal), entre otras, tienen esa cualidad, que las vuelve mujeres sin edad. Es la presencia de lo estable cuando todo lo demás va cambiando. En Mapocho, es la misteriosa abuela quien cumple dicha función. 71 ■ TALLER DE LETRAS N° 37: 67-76, 2005 opta por lo contrario: cuando Amanda le pide que cierre la historia, ella propone el olvido, perdiendo así la última oportunidad de sincerarse y ayudar a su hija. De este intento de ir al rescate de la memoria familiar se puede concluir tempranamente el fracaso de la familia misma. En la primera novela de Costamagna, por ejemplo, la definición que da Amanda de su núcleo es la de ser “un grupo de personas que conviven con desgano” (55). El presente en que se encuentra está marcado por la máscara: las apariencias se imponen ocultando así una serie de graves carencias y problemas no resueltos que siguen penando aunque se los quiera dar por olvidados, de la misma manera que ocurre con el trauma que, tarde o temprano, se vuelve insoportable. Así, estas novelas ponen en el tapete el signo de una generación que debió aprender a vivir con verdades a medias, con familias a medias. El desenlace, según Huyssen, no puede ser positivo cuando se está en el plano “de un discurso postraumático de la memoria”: este “jamás llegará a una conclusión satisfactoria y (…) siempre se verá asediado ya sea por la reconstrucción obsesiva o por diversas formas de olvido” (Huyssen, 1999:10), conductas reflejadas, una vez más, por Gabriela y Elisa, respectivamente (El daño). Es así como para Costamagna, Fernández y Maturana, la memoria será un instrumento más que simple recuerdo o registro de hechos. Es interesante constatar también que no solo la memoria emerge del pasado, sino que también se da la relación inversa: esta es una construcción de la memoria que pasa por el lenguaje, por el acto de dar nombre a las cosas (I. Piper). Así, la memoria es utilizada como la materia prima para construir una realidad distinta, lo que, en nuestro caso particular como nación, pasa por superar todo aquello no resuelto que acarreamos del pasado reciente. De ahí que este ayer continúe siendo no solo un territorio por explorar, sino también por construir, más aún cuando tenemos la intuición de que es ahí, en esos días ya idos, donde yacen las respuestas que necesitamos. Aquí no corre eso de que “todo tiempo pasado fue mejor,” al contrario. El presente, por su parte, tampoco es positivo en la medida que sigue siendo su reflejo, un síntoma. El futuro, en consecuencia, parece ser el único tiempo que podría aún ofrecer algo, pero eso no será gratuito: habrá que ganárselo. En este intento, la memoria resulta fundamental por varios aspectos: En primer lugar, es el principal recurso contra el olvido. Quede o no un registro físico (material), el que estas narradoras se dediquen con tanta energía a pensar y repensar el pasado, permite que esa micro historia se mantenga viva. De no ser por ellas, las mentiras y silencios habrían logrado fácilmente tergiversar los hechos y tapar para siempre las verdades. ■ 72 CLAUDIA MARTÍNEZ LA MEMORIA SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS… En segundo lugar, sirve de referencia sobre aquellos errores que no se deben repetir. Rescatar el pasado para mejorar el futuro y hacer más llevadero el presente demuestra la intención de las protagonistas de no ser sujetos pasivos en la historia. En términos de Huyssen, “se atribuye al recuerdo el carácter de garantía contra la repetición” (1999: 10). Además, muestra el recorrido histórico de un proceso. Ya sea personal o social, evidencia su avance, su retroceso o su estancamiento. En torno al punto anterior, está su importancia en relación con la identidad. La pregunta la hace Rabossi: “Si nuestra identidad personal depende (…) de nuestros recuerdos, ¿qué efectos producen nuestros olvidos?” (Yerushalmi, 9). Ambos, entonces, afectan directamente nuestra propia configuración como sujetos. Por último, Diamela Eltit le ve también una función organizadora: “La función de la memoria… parece ser el conservar, ordenar los espacios del vacío y de lo pleno en un ejercicio colector de saberes en torno a los compartimentos arbitrarios en los que se archivan los recuerdos” (150). Esta estructuración será esencial para las narradoras, pues de ella dependerá la coherencia de su propio relato. A pesar de los puntos anteriores, que podrían calificarse como los usos favorables de la memoria, cabe destacar que en las novelas estudiadas la memoria no deja de tener una connotación negativa. “La maldita memoria” es, en efecto, una frase que, curiosamente, se reitera en varias de ellas, tal como si se tratara de un “link” o eslabón que pretende dar con un sentido oscuro —aunque necesario— de esta condición.5 Quienes han reflexionado en torno a ella, además, tienden a reiterar que la memoria no es perfecta: “La memoria real —dice Huyssen— es siempre transitoria, notoriamente poco fiable y asediada por el olvido; en una palabra, humana” (1999:14). La pregunta, entonces, queda rondando: este proyecto del rearmar una historia, teniendo como base la memoria, y más encima una memoria maldita, ¿podrá dar con las respuestas necesarias, considerando todas sus limitaciones? Una posible respuesta la daremos un poco más adelante, pero desde ya podemos hacernos una idea pensando en cómo terminan estos intentos. 5 La “maldita memoria” aparece en El daño en la página 153. En Cansado ya del sol, de Costamagna, si bien no se utiliza la misma expresión, se señala constantemente que la memoria es “un almacén de desperdicios”. Por otra parte, en El beneficio de la duda, novela de Alejandra Rojas, la “maldita memoria” es mencionada en la página 40. También en Malas noches, de Costamagna, en la página 18. 73 ■ TALLER DE LETRAS N° 37: 67-76, 2005 A modo de conclusión, resulta interesante establecer un contrapunto con el ensayo de Sonia Montecino, Madres y Huachos.6 Ahí se señala cómo el hijo sin padre, el “huacho,” continúa en el futuro generando los mismos patrones que le dieron a él esa denominación: será el “lacho” que abandonará a la mujer que le dé hijos, repitiendo así la historia en un círculo vicioso marcado por la visión patriarcal. De la guacha no es mucho lo que se dice, pues desde el título de su ensayo la problemática se centra en la relación de la madre con el hijo, el guacho. La hija sin padre es silenciada porque como sujeto no tiene mayor valor: la mujer queda relegada tras la imagen de madre que debe continuar. Agrega la antropóloga: “esta no presencia de la hijahuacha delata la internalización de la díada madre/hijo como categorías asignadas a los géneros dentro de la cultura mestiza” (54). Vale la pena hacer notar en este punto un hecho que no por obvio deja de ser importante: el guacho tiene a su madre; la guacha, en cambio, parece estar condenada a la soledad más absoluta.7 Además, así como el guacho está, de alguna manera, destinado a ser un lacho, si revisamos a las otras guachas de nuestras literatura, reparando especialmente en Juana Lucero, la más paradigmática en este sentido, encontraremos que la hija no tiene otro futuro posible que ser la empleada, como posiblemente también lo fue su madre, y con ello es forzada a estar a disposición de los requerimientos del patrón. Sin embargo, a partir de lo expuesto en nuestras novelas (recordemos que en ellas las protagonistas están marcadas por la ausencia del padre, por una u otra razón) podemos plantear que no está dispuesta a mantener pasivamente el sistema. Interesándose en sus orígenes, a pesar de lo problemático que estos puedan resultar, encara su historia y con ello enfrenta la voz de la autoridad. Amanda, la protagonista de En voz baja, encontrará respuesta a muchas de sus preguntas pero a cambio de un cuadro de anorexia y bordeando la muerte por una acción que fluctúa, ambigua, entre el accidente y el suicidio. Elisa, en cambio, de El Daño, sí logrará sanarse al ser capaz de nombrar lo que por tanto tiempo la atormentó, pero no resolverá las incógnitas. Por último, la Rucia se acercará bastante a la verdad pero es demasiado tarde: no hay para ella otro futuro como no sea el oscuro lecho del Mapocho. No hay finales felices. Para estas protagonistas el costo de la verdad será demasiado alto. 6 7 Con respecto a la ortografía del término, cabe señalar que en Chile se utilizan ambas formas: guacho y huacho. Acá se optó por emplear la palabra tal como es registrada por el diccionario de la RAE, con g. Sin embargo, cuando se cita el texto de Sonia Montecino se respeta la ortografía que ella utilizó. Juana Lucero es, en este sentido, quien refleja con mayor intensidad esta soledad que se traduce en una serie de carencias. En palabras de Cánovas: “Sin familia (la purisimita es guacha, sin rostro (es puta, es loca), sin patria (es lucero sin luz) e, incluso, sin Dios (un alma abandonada, proyectada hacia el firmamento), Juana parece haber nacido muerta” (132). ■ 74 CLAUDIA MARTÍNEZ LA MEMORIA SILENCIADA. LA HISTORIA FAMILIAR EN LOS RELATOS… Por último, y pensando en las novelas citadas, podemos señalar que estamos ante una generación que aspira a instituir su propia tradición, para lo cual es necesario no solo rechazar la voz del padre, sino también desoír la de las mujeres que, posiblemente sin notarlo, se han amoldado a los patrones impuestos, contribuyendo con ello a perpetuar las desigualdades.8 Por eso la relación con la madre será siempre difícil.9 Ella no será un modelo a seguir, con lo que se refuerza la idea de no repetir una y otra vez el mismo ciclo. De las “guachas literarias” anteriores, han heredado la falta de un pasado, la carencia de una historia propia. De ahí la importancia de la memoria: ella será su resistencia. Para Amanda y Elisa, especialmente, la condición de guachas no solo no será un inconveniente, sino que, por el contrario, les permitirá construir el espacio necesario para recuperar la memoria que se les negó y fundarse, a sí mismas, como sujetos. La Rucia, en cambio, ya no tiene esa oportunidad: producto de la traición del padre y del silencio de la madre, es que ahora ya no tiene otro futuro como no sea el seguir flotando en las sucias aguas del Mapocho y, si tiene suerte, tal vez desembocar algún día en el mar. BIBLIOGRAFÍA Cánovas, Rodrigo. Sexualidad y cultura en la novela hispanoamericana. La alegoría del prostíbulo. Santiago: LOM, 2003. Costamagna, Alejandra. En voz baja. Santiago, Chile: LOM, 1996. ——. Malas noches. Santiago: Planeta: 2000. ——. Cansado ya del sol. Santiago: Planeta: 2002. Eltit, Diamela. Emergencias: escritos sobre literatura, arte y política. Santiago, Chile: Planeta, 2000. Fernández, Nona. Mapocho. Santiago, Chile: Planeta, 2002. Halbwachs, Maurice. “Memoria colectiva y memoria histórica”. Revista Sociedad Nº 12-13, Buenos Aires, 1998. Huyssen, Andreas. En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. México: FCE, 2002. 8 9 Tal afirmación es válida para las madres que aparecen en En voz baja y El daño, quienes evitan asumir su responsabilidad. Distinto es el caso de la madre de la Rucia y el Indio, cuya huida con sus hijos, a los que aleja del padre, será su manera de confrontar la traición que Fausto comete al aceptar el trato que se le propone. Su consecuencia la llevará a pedir ser cremada al morir, como un modo de acercarse a los suyos, a la gente de su antiguo barrio, muertos en el incendio. La psicoanalista francesa Christiane Olivier ha desarrollado una interesante teoría en torno al personaje que Freud habría ignorado: Yocasta. En relación al punto que aquí nos interesa, señalaremos que la relación madre-hija efectivamente es conflictiva. La primera, sin notarlo, va creando en la segunda un sentimiento de abandono y envidia que serán muy difíciles de superar incluso de adulta. 75 ■ TALLER DE LETRAS N° 37: 67-76, 2005 Huyssen, Andreas. “La cultura de la memoria: medios, política, amnesia”. Revista de crítica cultural Nº 18, junio de 1999. Lagos, María Inés. En tono mayor. Relatos de formación de protagonista femenina en Hispanoamérica. Santiago: Cuarto Propio, 1996. Ludmer, Josefina. “Las tretas del débil”. En La sartén por el mango. Patricia González y Eliana Ortega, eds. Puerto Rico: Huracán, 1980. Maturana, Andrea. El daño. Santiago: Alfaguara. 1997. Montecino, Sonia. Madres y huachos; alegorías del mestizaje chileno. Santiago: Ediciones CEDEM - Editorial Cuarto Propio, 1991. Olivier, Christiane. Los hijos de Yocasta. La huella de la madre. México: FCE, 1997 [1980]. Piper, Isabel. “Memorias del pasado para el futuro”. En Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Myriam Olguín (Ed.). Santiago: LOM, 2000. Richard, Nelly. Residuos y Metáforas (Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición). Santiago: Cuarto Propio, 1998. Richard, Nelly (editora). Políticas y estéticas de la memoria. Santiago: Cuarto Propio, 2000. Ricoeur, Paul. La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido. Madrid: Eds. De la Universidad Autónoma de Madrid, 1999. Rojas, Alejandra. El beneficio de la duda. Buenos Aires: Seix Barral, 1997. Rojo, Grínor. “Negación y persistencia de la memoria”. En Memoria para un nuevo siglo. Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Myriam Olguín (Ed.). Santiago: LOM, 2000. Yerushalmi, Yosef. “Reflexiones sobre el olvido”. En: Yerushalmi et al. Usos del olvido. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1998. ■ 76