Capítulo XII Apología de Raimundo Sabunde 551 Es en verdad la ciencia cosa de suyo grande. Los que la desprecian acreditan de sobra su torpeza; mas yo no estimo por ello su valer hasta la extrema medida que algunos la atribuyen, como por ej emplo, Herilo el filósofo, que colocaba 3 75 en ella el soberano bien y aseguraba que en la ciencia sólo residí a el poder de hacemos prudentes y contentos, lo cual no creo cierto, así como tampoco lo que otros han dicho: que la ciencia es madre de toda virtud, y que todo vicio tiene su origen en la ignorancia. Dado que fuesen ciertas, aserciones tales siempre están suj etas a larga controversia. Mi casa ha estado desde larga fecha abierta a las personas de saber, y por ell o es conocida, pues mi padre, que la ha gobernado por espacio de más de cincuenta años, animado por el nuevo ardor de que dio primeramente muestras el rey Francisco 1 abrazando las letras y poniéndolas en crédito, buscó con interés la compañía de hombres doctos, recibiéndolos espléndida y fastuosamente como a personas santas a quienes adornara alguna particular inspiración de la divina sabiduría, recogiendo sus di scursos y sentencias, cual si de oráculos emanasen, y con tanta más reverencia y reli giosi dad cuanto que no se hallaba en estado de juzgarlas, pues no tenía ningún conocimiento de las letras, como tampoco lo tuvieron sus predecesores. Yo amo las letras, mas no las adoro. Pedro Bunel, entre otros, hombre muy reputado, habiéndose detenido algunos días en Montaigne en compañía de mi padre y con otras personas sabías, hízole obsequio al marcharse de un libro que se titul a: Theologia naturalis, sive líber creaturarum, magistri Raimondi de Sebonde; y como las lenguas italiana y española eran a mi padre familiares, y el libro está escrito en un español mezclado de terminaciones latinas, suponía aquél que mediante algún esfuerzo podía mi padre sacar de su lectura algún provecho, recomendándosela además como obra muy útil y adecuada a la época: era, en efecto, el tiempo en que las nuevas de Lutero principiaban a alcanzar crédito y a quebrantar nuestras antiguas creencias en muchos puntos. En ello opinaba bien Pedro Bunel, previendo que aquel comienzo de enfermedad muy luego degeneraría en ateí smo execrable, pues careciendo el vulgo de la facultad de j uzgar de las cosas por sí mi smas, dej ándose llevar por las apari encias, luego que han dej ado en su mano - 551 - Llamado también Sebón, Sebeide, Sabonde o de Sabonde; se ignora el año de su nacimiento; murió en Tolosa, en 1 432, donde profesó la medicina y la teología, V. en La Ciencia Española, del señor Menéndez y Pelayo, el capítulo sobre (da patria de Raimundo Sabunde)). (N. del T.) a libertad de despreciar y examinar las ideas que hasta entonces había tenido en extrema reverencia, como son todas aquel las de que depende su salud eterna, y que ha visto poner en tela de j uicio algunos artículos de su religión, muy pronto se desprende en tal incertidumbre de todas sus demás creencias, que no tenían el fundamento mayor que aquellas que lo han sido sacudidas, cual si de un yugo se tratara, y abandona todas las impresiones que había recibido por la autoridad de las leyes o por acatamientos del uso antiguo, Nam cupide conculcatur nimis ante metutum 552; -37 6- proponiéndose en lo sucesivo no aceptar nada sin que haya interpuesto antes su criterio y prestado su particular consentimiento. Habiendo encontrado mi padre algunos días antes de su muerte aquel libro baj o un montón de papeles abandonados, encargome que l o traduj era en francés. Es muy cómoda la traducción de autores como éste, en los cuales lo más interesante son las ideas, mas aquellos en quienes predominan la elegancia y las gracias del lenguaj e son dificiles de interpretar, sobre todo cuando es más débil la lengua en que se trata de trasladarlos. Tal ocupación era para mí extraña y completamente nueva, mas hallándome por fortuna sin quehacer mayor, y no pudiendo oponerme a las órdenes del mej or padre que j amás haya exi stido, sal í de mi empresa como pude, en lo cual mi padre halló un singular placer y dio orden de que el manuscrito se diera a la estampa, lo cual se hizo después de su muerte 55 3 Encontré yo hermosas las ideas de nuestro autor, la contextura de su obra bien unida y su designio lleno de piedad. Porque muchas personas se entretienen en leerle, sobre todo las damas, a quienes debemos toda suerte de atenciones, las cuales hanse mostrado muy aficionadas a la Apología, he tenido muchas veces ocasión de aclararlas el contexto para descargar el libro de las dos objeciones más frecuentes que suelen hacérsele. El fin es atrevido y valiente, pues en él se i ntenta por razones humanas y naturales probar y establecer contra los ateos los artículos todos de la cristiana religión, en lo cual , a decir verdad, yo encuentro el libro tan firme y afortunado que no creo que sea humanamente posible mej or conduci r los argumentos, y entiendo que en ello nadi e ha igualado a Raimundo Sabunde. Pareciéndome esta obra sobrado rica y hermosa para escrita por un autor cuyo nombre es tan poco conocido, y del cual todo cuanto sabemos es que fue español, y que explicó la medicina en Tolosa, hará próximamente doscientos años, preguntó a Adriano Turnebo, hombre omni sciente, sobre la importancia que pudiera tener tal li bro, y contestome que, a su j uicio, bien podían estar los principios de Sabunde sacados de santo Tomás de Aquino, pues, en verdad, el autor de la Summa Theologica, al par que erudición vasta, poseía una sutileza de razonami ento digna de la mayor admiración, y añadió que sólo el santo era capaz de tales imaginaciones. Pero de todas suertes, sea quien fuere el autor o inventor de la obra de que hablo (y no puede desposeerse de tal título a Sabunde sin pruebas en apoyo), era este filósofo un hombre eminente, a quien adornaban muy hermosas dotes. El primer cargo que a su libro se hace es que los cristianos se engañan al querer apoyar sus creencias valiéndose -377- de razonamientos humanos para sustentar lo que no se concibe sino por mediación de la fe, por particular inspi ración de la gracia divi na. En esta obj eción parece que hay algún celo piadoso y por ello nos precisa intentar con igual respeto 552 553 Porque es grato pisotear aquello que más se temió y reverenció. LUCRECIO, 1, 5, v . 1 1 39. (N. del T.) En Paris, en la imprenta de Gabriel Buon, 1 569. (N. del T.) y dulzura sati sfacer a los que la proclaman . Labor es ésta que acaso fuera más propia de un hombre versado en la teología que de mí , que desconozco esa cienci a; sin embargo, yo j uzgo que en una cosa tan divina y tan alta, que de tan l argo sobrepasa la humana inteli gencia, como es esta verdad, con la cual la bondad de Dios ha tenido a bien ilumi namos, hay necesidad de que nos preste todavía su auxilio como favor privilegiado y extraordinario, para poderla comprender y guardarla en nuestra mente, y no creo, que los medios puramente humanos sean para ello en manera alguna capaces; y si lo fueran, tantas almas singulares y privilegiadas como en los siglos pasados florecieron, hubieran llegado por su discurso a su conocimiento. Sólo, la fe abarca vivamente de un modo verdadero y seguro los elevados mi sterios de nuestra religión lo cual no significa que dej e de ser una empresa hermosa y laudable la idea de acomodar al servicio de aquélla l os instrumentos naturales y humanos con que Dios nos ha dotado; no hay que dudar ni un momento que sea éste el uso más digno en que podemos emplear nuestras facultades, y que no exi ste ocupación ni designio más alto para un cristiano que el de encaminarse por todos sus estudios y meditaciones a embellecer, extender y ampl ificar el fundamento de su creencia. No nos conformamos con servir a Dios con el espíritu y con el alma; todavía le debemos y le devolvemos una reverencia corporal ; aplicamos nuestros miembros mismos, nuestros movimi entos y las cosas externas a honrarle: es preciso, hacer lo propio con la fe acompañándola de toda la razón que sea capaz, pero siempre teniendo en cuenta que no sea de nosotros de quien dependa, ni que nuestros esfuerzos y argumentos puedan alcanzar una tan sobrenatural y divina ciencia. Si ésta no nos penetra por vi rtud de una infusión extraordinaria; si penetra no solamente por la razón sino además por medios puramente humanos, no alcanza toda su dignidad ni todo su esplendor; y a la verdad, yo recelo que nosotros no la di sfrutamos más que por ese cami no. Si estuviéramos unidos a Dios por el intermedio de una fe viva, si le comprendiéramos por él , no por nosotros; si lográramos un apoyo y fundamento divinos, los accidentes humanos no tendrían el poder de apartamos de Dios, como acontece; nuestra fortaleza haría frente a una batería tan débil . El amor a lo nuevo, los compromisos con los príncipes, el triunfo de un partido, el cambio temerario y fortuito de nuestras opiniones, no tendrían la fuerza de sacudir y alterar nuestra creencia; no dej aríamos que se turbara a merced de un nuevo argumento, ni tampoco ante, 378 los artificios de la retórica más poderosa. Haríamos frente a todo con firmeza inflexible e inmutable - - Illisos fluctus rupes ut vasta refundit, et varias circum latrantes di ssipat undas mole sua. 55 4 Si el esplendor de la divinidad nos tocara de algún modo, aparecería en nosotros por todas partes; no sólo nuestras palabras, sino nuestras acciones llevarían su luz y su brillo; todo cuanto de nosotros emanase se vería iluminado de esa noble claridad. Deberíamos avergonzamos de que entre todas las sectas humanas jamás hubo ningún hombre afiliado a las mi smas que dej ara de acomodar a ellas todos los actos de su vida, por dificil que fuera el cumpl imiento de la doctrina, y sin embargo, nosotros, cristianos, nos unimos a la divinidad solamente con las palabras. ¿ Queréi s convenceros de esta verdad? Comparad nuestras costumbres con las de un mahometano o con las de un pagano; siempre quedaréi s 554 Tal, inalterable en su profunda base, la dilatada roca rechaza las olas que braman en su derredor y desmenuza su impotente rabia. (Versos imitados de VIRGILIO, Eneid., VII, 587, compuestos por un anónimo en loor de Ronsard.) (N. del T.) por baj o de ambos, allí mismo donde teniendo en cuenta la superioridad de nuestra religión deberíamos lucir en excelencia y quedar a una di stancia extrema e incomparable. Y debiera añadi rse: puesto que son tan justos, tan caritativos y tan buenos, no pueden menos de ser cri stianos. Todas las demás circunstancias son comunes a las otras rel igi ones: esperanza, confianza, ceremonia, penitencia y martirios; la marca peculiar de la verdad de nuestra rel igión debiera ser nuestra virtud, como es también el más celeste distintivo y el más dificil y la más digna producción de la verdad. Por eso tuvo razón nuestro buen san Luis, cuando aquel rey tártaro que se convirti ó al cristi anismo quiso veni r a Lión a besar los pies del papa, para reconocer la santidad de nuestras costumbres, al di suadirle al punto de su propósito, temiendo que nuestra licenciosa manera de vivir le apartara de una creencia tan santa. Lo contrari o precisamente que aconteci ó a aquel otro que fue a Roma para fortifi car su fe, y vi endo de cerca la vida di soluta de los prel ados y del pueblo, se arraigaron en su alma más y más las creencias de nuestra rel igión al considerar cuánto debe ser su fuerza y divi nidad, puesto que alcanza el mantenimi ento de su esplendor y digni dad en medio de tanta corrupción y entregada en manos tan viciosas. Si tuviéramos una sola gota de fe, removeríamos las montañas del lugar en que tienen su asiento, dice la Sagrada Escritura 555 ; nuestras acciones, que estarían guiadas y acompañadas de la divinidad, no serían simplemente humanas, tendrían algo de milagroso, como nuestra creencia: 379 Brevis est institutio vitae honestae beataeque, si credas 556 Los unos hacen ver al mundo que tienen - - fe en lo que no creen; otros, en mayor número, se engañan a sabiendas, sin acertar a penetrar en qué consiste el creer; nos maravilla, sin embargo que en las guerras que a l a hora presente desuelan nuestro Estado, el ver flotar los acontecimientos d e modo diverso, de una manera común y ordinaria: la razón de ello es que la fe está ausente de nuestras luchas. La justicia, que reside en uno de los partidos, no figura sino como ornamento y cobertura; con razones se la alega, pero ni es atendida ni tomada en consideraci ón ni reconocida tampoco; fi gura lo mismo que en boca del abogado, no en el corazón ni en la afección de ninguno de los beligerantes. Debe el Señor su extraordinaria mi seri cordia a l a fe y a la rel igión, en manera alguna a nuestras pasi ones; los hombres las conducen y las dan rienda suelta so pretexto de religión, cuando debiera acontecer preci samente todo lo contrari o. Poned atención, y veréi s cuál acomodamos como blanda cera la rel igión a nuestros caprichos, haciéndola adoptar todas las formas que nos viene en ganas. Jamás abuso tal se vio en Francia como en los tiempos en que vivimos. Tómenla a tuertas o a derechas, digan negro o blanco, todos la empl ean de modo parecido, todos la ponen al nivel de sus empresas ambiciosas, todos la usan para realizar el desorden y la injusticia, de tal suerte que hacen bien dudosa y dificil de creer la diversidad de opiniones que alegan como justificación de sus actos, en cosa de que depende la norma y ley de nuestra vida: ¿acaso pueden emanar de la misma escuela y disciplina costumbres más unidas ni más unas? Considerad la horrible imprudencia con que jugamos con las razones divi nas y cuán irrel igiosamente las adoptamos y las dej amos, a tenor que l a fortuna nos cambia de lugar en estas tempestades públi cas. Este solemne principio de si es lícito al súbdito rebel arse y armarse contra el soberano para defender la religión, recordad en boca de qui énes se oyó el año anterior la respuesta afirmativa, y quiénes lo enarbolaron como estandarte; recordad también a los que propendieron por la negativa, los cuales también hicieron bandera de su respuesta, y oíd al presente el lado de donde viene la voz de instrucción de uno y otro parecer, y si las armas se entrechocan menos por esta causa o por aquél la. Quemamos a las gentes cuya opinión es que preci sa hacer que la verdad sufra el yugo de nuestra necesidad, a los que entienden que aquél la debe sufri r las modifi caciones que exij a el interés de 555 Evangelio de SAN MATEO, XVII, 1 9. (N. del T. ) Cree. y conocerás muy luego el camino de la virtud y de la dicha. QUINTILIANO, XII, 1 1 . -Montaigne interpreta a su manera el texto de Quintiliano. (J. V L.) 556 nuestra causa. Confesemos la verdad: ¿ quién acertaría a elogiar entre la multitud a los que pone en movimiento -380- el celo solo de una afección religiosa, ni siquiera a los que sólo consideran la protección de las leyes de su país o el servicio del prínci pe? Con todos j untos no podría formarse ni una compañía cabal. ¿De qué proviene el que sean tan contados los que hayan mantenido voluntad y progreso invariables en nuestros trastornos públicos y que nosotros los veamos unas veces caminar al paso, otras adoptar una carrera desenfrenada? ¿En qué se fundamenta el que hayamos visto a los mismos hombres, ya malbaratar nuestros intereses por su rudeza y violencia, ya por su frialdad, blandura y pesadez, si la causa de todo no la atribuimos a que los empuj an sólo consideraciones particulares y casuales, cuya diversidad únicamente los mueve? Veo con toda evidencia que no concedemos a la devoción, sino aquel las prácticas que halagan nuestras pasiones. No hay hosti lidad que aventaj e a la que reconoce por causa el interés de la rel igión: nuestro celo en ese caso ej ecuta maravillas cuando secunda nuestra incli nación hacia el odio, la crueldad, la ambición, la avaricia, la detracción, la rebelión; por el contrario, hacia la bondad, la benignidad, la templanza, si como por singularidad alguna rara complexión no guarda en si la semilla de esas vi rtudes, lo demás no la encamina ni de grado ni por fuerza. Nuestra religión fue instituida para extirpar los vicios, mas sin embargo, los cubre, los engendra y los incita. De Dios nadie puede burlarse. Si creyéramos en él , no ya por el camino de la fe, sino por el de la simple creencia, o tan sólo (y lo digo para nuestra confusión y vergüenza) como en otra persona, como en uno de nuestros compañeros, le amaríamos sobre todas l as cosas, por la infinita bondad y belleza infinita que resplandecen en él; cuando menos, le colocaríamos en el mismo rango de afección que l as riquezas, los placeres, la gloria y los amigos. El mej or de todos nosotros nada teme ultraj arle, y sin embargo se cuida muy mucho de no ofender a su vecino, a su pariente o a su amo. ¿Existe algún entendimiento, por grande que sea su simplicidad, que teniendo a un lado el obj eto de alguno de nuestros viciosos placeres y de otro el destino de una gloria inmortal abrigara la menor duda en la elección del uno o de la otra? Renunciamos, sin embargo, a ella por puro menosprecio pues ¿ qué idea nos arrastra a la blasfemia si no es el deseo mismo de inferir esta ofensa? Como iniciaran al filósofo Antí stenes en los mi sterios de Orfeo, decíale el sacerdote que los que practicaban aquella religión recibirían cuando les llegara la muerte eternos y perfectos bienes. «¿Por qué si tal es tu creencia, repuso el filósofo, no mueres tú mismo?» Diógenes, con brusquedad mayor, según su modo, y a mayor di stancia de nuestro caso, contestó al sacerdote que le recomendaba que abrazase sus creencias para alcanzar la dicha eterna: «¿Tú quieres que381- yo me persuada de que Agesi lao y Epaminondas, que son hombres grandes, serán mi serables, y que tú, que no haces nada, ni eres más que un borrego incapaz de nada que valga la pena, serás bienaventurado porque eres sacerdote?» Esas grandes promesas de la eterna beatitud, si a la manera como acogemos las doctrinas filosóficas las recibiéramos, no nos horrorizaríamos ante la muerte, como nos horrorizamos: Non j am se moriens di ssolvi conquereretur; sed magis i re foras, vestemque relinquere, ut anguis, gauderet, praelonga senex aut cornua cervus. 557 557 En vez de lamentar nuestra disolución dejaríamos gozosos la vida; abandonaríamos nuestra envoltura como la culebra deja la piel que la cubre. como el ciervo se deshace de su inútil cornamenta. LUCRECIO, III, 6 12. (N. del T.) «Quiero desaparecer, diríamos, e irme con Nuestro Señor Jesucri sto. » 55 8 La elocuencia del di scurso de Platón sobre la inmortalidad del alma impelió a la muerte a algunos de sus di scípulos para gozar así más prontamente de l as esperanzas que el filósofo les prometía. Todo esto es signo evidentí si mo de que no recibimos nuestra religión sino a nuestro modo y con nuestras propias manos, como las otras rel igiones se reciben. Encontrámonos en el país en que la rel igión católica se practica; consideramos su antigüedad o la autoridad de los hombres que la han defendido, tememos las amenazas que acompañan a los que no creen, o seguimos sus promesas. Estas consideraci ones deben empl earse en apoyo de nuestra creencia, pero solamente como cosa subsidiaria, pues no son más que lazos humanos: otra rel igión, distintos testigos, promesas análogas y amenazas semej antes, podrían imprimir en nosotros por el mismo camino una idea contraria. Somos cristianos de la misma suerte que perigordi anos o alemanes. Lo que dice Platón, de que hay pocos hombres tan firmes en el ateí smo, que cualquier daño que les acontezca no los conduzca al reconocimiento del poder divino, papel semej ante no tiene nada que ver con la idea de un verdadero cri stiano; propio es sólo de las rel igiones mortales y humanas el ser recibidas por una terrenal conducta. ¿ Qué género de fe es la que la cobardía y la debi lidad de ánimo arraigan en nosotros? ¡ Bonita fe la que no admito lo que cree, sin tener para ello otra razón que la falta de valor para rechazarl o' Pasiones viciosas como las de la inconstancia y la de la sorpresa, ¿ pueden ocasionar en nuestra alma ni siquiera una influencia ordenada? Creen éstos, añade Platón, fundamentándose en su propio juicio, que todo cuanto se refiere del infierno y de las penas futuras es fingido, mas cuando la ocasión de experimentarlas se acerca con la vej ez y las enfermedades, 382 y con ellas la muerte, el terror los llena de una creencia nueva, por el horror de su condi ción en lo porvenir. Y porque tales impresiones hacen temerosos los ánimos prohíbe el filósofo en sus leyes el conocimiento de aquel las amenazas, y procura persuadir a los hombres que de los di oses no pueden recibir mal alguno, sino es para recoger luego mayor bien, después que recibe el daño y como un medici nal efecto. Refiérese de Bion que, contaminado con el ateísmo de Teodoro, se burló largo tiempo de los hombres rel igiosos, pero que al sorprenderl e la muerte arrastró su alma a las supersticiones más extremadas, cual si los dioses exi stieran o no exi sti eran conforme a la voluntad de Bi on. Platón, y también los citados ej emplos lo demuestran, sostiene que los hombres se encaminan a Dios por el amor o por la fuerza. Siendo, como es el ateísmo un principio desnaturalizado y monstruoso, di fi cil también de inculcar en el espíritu, humano, por insolente y desordenado que éste se suponga, hanse vi sto bastantes que por vanidad o rebeldía concibieron opini ones nada vulgares e ideas reformadoras para aplicarl as al mundo, y mantener su obra por tesón y digni dad; pues si son locos en grado suficiente, en cambio no son bastante fuertes para aloj ar en su conciencia la obra que real izaron, por eso no dej arán de elevar sus brazos al cielo si reciben en el pecho la herida de una espada. Y cuando el miedo o la enfermedad hayan abatido y enmohecido ese li cencioso fervor de humor versáti l, tampoco dejarán de volver sobre sí mismos, ni con toda di screción de acomodarse a las creencias y ej emplos públi cos. Cosa muy di sti nta es un dogma seri amente di geri do de esas superficiales im presiones que, emanadas del desorden de un espíritu sin atadero, van nadando en la fantasía temeraria e inciertamente. ¡ Espíritus mi serables y si n seso, que tratan de traspasar en mal dad el límite que sus fuerzas consi enten' El error del paganismo y la ignorancia de nuestra santa verdad dej ó caer el alma grande de Platón, grande sólo humanamente, en este otro error semej ante: «que los niños y los viej os son más susceptibles de religión»; como si ésta naciera y encontrara todo su crédito en nuestra debil idad. El nudo que debi era unir nuestro juicio y nuestra voluntad, el que debiera estrechar nuestra alma y elevarla a nuestro Criador, debería ser un nudo que tomara - 558 - SAN PABLO, Epístola de los Filipenses. (N. del T.) sus repli egues y su fortal eza no de nuestra consideración ni de nuestras razones y pasiones, sino de un estrechamiento divino y sobrenatural , que no tuviera más que una forma, un aspecto y una apariencia, que es la autoridad de Dios y su gracia. Ahora bien, como nuestro corazón y nuestra alma están regidos y gobernados por la fe, es prudente que ésta saque al servicio de su designio todas las demás partes que nos componen según la naturaleza de cada una. 383 Así, no es creíble que toda esta máquina deje de tener sel ladas algunas de las marcas de la mano de ese gran arquitecto, y que no haya alguna imagen en las cosas de este mundo que en cierto modo se relacione con el obrero que las ha edificado y formado. Dios dejó en sus altas obras impreso el carácter de la divi nidad, y sólo nuestra flaqueza de espíritu nos priva de descubrirlo. Él mismo nos dice que sus acciones invisibles nos las manifiesta por medio de las visibles. Sabunde ha trabaj ado este digno estudio y nos muestra cómo no hay nada en el mundo que desmienta a su Creador, Estaría en oposición con la divina bondad el que el universo no consintiera en nuestra creencia: el cielo, la tierra, los elementos, nuestro cuerpo y nuestra alma, todas las cosas conspi ran en apoyo de nuestra fe; el toque está en saber servirse de ellas y en encontrar para ello el cami no; las cosas nos instruyen siempre y cuando que seamos capaces de entenderlas, pues este mundo es un templo santí simo, dentro del cual el hombre ha sido introducido para contemplar monumentos que no son obra de mortal artífice, sino que la divina sabiduría hizo sensibles: el sol , las estrel las, las aguas y l a tierra gara representamos las cosas inteligibles. «Las invisibles y divinas, dice san Pablo 59, muéstranse por la creación del mundo, considerando la eterna sabiduría del Hacedor y su divinidad mediante sus obras. » - - Atque adeo faciem caeli non invidet orbi ipse Deus, vultusque suos, corpusque recludit semper volvendo; seque ipsum inculcat, et offert: ut bene cognosci possit, doceatque videndo 5 qual is eat, doceatque suas attendere leges. 60 Ahora bien; nuestra razón y humanos di scursos son como materia estéri l y pesada: la gracia de Dios es la forma de ellos y lo que los comunica precio y apariencia. De la propia suerte que las acciones virtuosas de Sócrates y Catón fueron inútiles y vanas porque no estuvieron encaminadas a ningún fin, porque no tuvieron en cuenta el amor y obediencia del creador verdadero de todas las cosas, y porque aquellos filósofos ignoraron a Dios, así acontece con nuestras imaginaciones y di scursos, que en apariencia muestran alguna forma, pero que en real idad no son más que una masa informe, sin armonía ni luz, si la fe y la gracia del Señor no los acompañan. La fe ilustró los argumentos de Sabunde y los convirtió en firmes y sól idos, capaces de servir de ruta y primer guía a un primerizo para ponerle -384- en camino de la divina ciencia; esos raciocinios lo acomodan de todas armas y hacen visible la gracia de Dios, por medio de la cual se elabora luego nuestra creencia. Yo sé de un hombre de autoridad científi ca, versado en el estudio de las letras, que me ha confesado haber desechado los errores de la falta de creencia por el solo auxilio de los argumentos de Sabunde. Y aun cuando se l os despoj ara del ornamento, socorro y aprobación de la fe, tomándolos por fantasías puramente humanas, para combatir a los que 559 Epístola de los Romanos. (N. del T. ) 560 Dios no envidia a las criatrnas la dicha de contemplar el firmamento; al ordenar que éste puede sin cesar sobre nuestras cabezas, él mismo se expone ante nuestra vista al descubierto; muéstrasenos para ser claramente conocido, y nos enseña a contemplar su marcha y a conocer y a meditar detenidamente sus leyes. MANILIO, IV, 907. (N. del T.) se precipitaron en las espantosas y horribles tinieblas de la irreligión, serían todavía tan sólidos y tan firmes como cualesquiera otros de la misma condición que pretendiera oponérseles; de suerte que podemos decir con fundamento: Si melius quid habes, arcesse; vel imperium fer 5 R sufran pues el empuj e de nuestras pruebas o hágannos patentes las suyas. Y con esto vengo a dar, sin haberlo advertido, a la segunda objeción que se hace más comúnmente a la obra de Sabunde. Dicen algunos que sus argumentos son débiles e insuficientes a demostrar lo que se propone, e intentan sin dificultad obj etarlos. Preciso es sacudir a éstos con alguna mayor rudeza, pues son más dañinos y de peor hombría de bien que los primeros. De buen grado se acomodan las doctrinas aj enas en favor de las opiniones que profesamos y de los prej uicios que guardamos; para un ateo todos los escritos le encaminan al ateí smo; el ateo inficiona con su propio veneno la idea más inocente. Tienen éstos muy arraigada la preocupación en el j uicio, y así su palabra no gusta de los razonamientos de Sabunde. Por lo demás, antój aseles que se les concede la victoria al dej arlos en libertad de combatir nuestra religión valiéndose de armas humanas, la cual no osarían atacar en su maj estad llena de autoridad y mando. El medio que yo empleo para rebatir este frenesí , y que me parece el más adecuado, es el de humillar y pi sotear el orgullo de la altanería humana; hacer patentes la inanidad, la vanidad y la baj eza del hombre; arrancarle de cuaj o las mi serables armas de su razón; hacerle bajar la cabeza y morder el polvo baj o la autoridad y reverencia de la maj estad divi na. Sólo a ella pertenecen la ciencia y la sabiduría; ella sola es la no puede por sí misma estimar las cosas en su esencia y de quien nosotros tomamos toda luz. 00 yip i:� q>povtav p.tyo. b Oto� illDv. ft E6)trróv 562 563 _ 385 - - Echemos por tierra aquella creencia presuntuosa, primer fundamento de la tiranía del maligno espíritu: Deus superbis resistit, humilibus autem dat gratia 564. La inteligencia, dice Platón, reside sólo en los dioses y muy poco o casi nada en los hombres. Así que constituye un consuelo grande para el cri stiano el ver que nuestros órganos mortales y caducos están tan bien di spuestos para la fe santa y divina, y que cuando se los emplea en los actos de su naturaleza mortal no sean tan apropiados ni tan fuertes. Veamos, pues, si el hombre tiene en su mano razones más poderosas que las de Sabunde; veamos si di spone siquiera del poder de alcanzar alguna certidumbre por razonamientos o argumentos. Hablando san Agustín contra los incrédulos, halla ocasión de echarles en cara su inj usti cia, porque encuentran fal sos los fundamentos de nuestra creencia que, según aquéllos, nuestra razón no puede llegar a establecer; y para mostrar que bastantes cosas pueden ser o haber 561 Si tenéis en vuestra mano algo mejor, mostrádnoslo; y si no, someteos. HORACIO, Epíst.. 1, 5, 6. (N. del T.) 562 [ en el original (N. del E.)] Porque Dios no quiere que nadie se enorgullezca si no es él. Así habla Artaban a Jeljes en la historia de HERODOTO, VII, 1 0. (N. del T.) 564 Dios hace frente a los soberbios y perdona a los humildes. 1" Epíst. S. PETRI, c. V, v. 5. (N. del T.) 563 sido, de las cuales nuestro espíritu no acertaria a fundamentar la naturaleza ni las causas, les hace ver ciertas experiencias conocidas o indudables, a la cuales el hombre confiesa ser aj eno. De ello habla san Agustín, como de todas las demás cosas, con fi neza o ingenio agudo. Es preciso avanzar más y enseñarles que para que se convenzan de la debilidad de su razón no hay necesidad de ir escogiendo ej emplos singulares y peregrinos; que la razón es de suyo tan corta y tan ciega que no hay verdad por l uminosa que sea que de tal suerte aparezca; que lo fácil y l o dificil son para ella una cosa misma; que todos los asuntos por igual , y la naturaleza en general , desaprueban su j urisdicción y entrometi miento. ¿ Qué es lo que la verdad pregona cuando lo pregona? Huir la mundana filosofia 56 5 ; dícenos que nuestra sabiduria no es sino locura a los oj os de Dios; que de todas las vanidades ninguna sobrepasa a la del hombre 5 66 ; que el que presume de su saber, ni siquiera sabe en qué consi ste el saber, y que el hombre, que no es nada, si piensa ser alguna cosa, se seduce a sí mismo y se engaña. Estas sentencias del Espíritu Santo expresan tan claramente y de un modo tan vivo los principios que yo quiero mantener, que no necesitaria echar mano de ninguna otra prueba contra gentes que se rendirian con entera sumisión y obediencia a su autoridad; mas éstos de que aquí se trata se obstinan en ser azotadas a sus propias expensas y no consienten en sufrir que se combata su razón de otro modo que con la razón misma. Consideremos, pues, por un momento al hombre solo, 386 sin auxilio ajeno, armado solamente de sus facultades y desposeído de l a gracia y conocimiento divinos, que constituyen su honor todo, su fuerza, el fundamento de su ser; veamos cuál es su situación en estado tan peregrino. Hágame primeramente comprender por el esfuerzo de su razón sobre qué cimientos ha edificado la superioridad inmensa que cree di sfrutar sobre las demás criaturas. ¿ Quién le ha enseñado que ese movi miento admirable de la bóveda celeste, el eterno resplandor de esas antorchas que soberbiamente se mantienen sobre su cabeza, las tremendas sacudidas de esa mar infinita, hayan sido establecidos y continúen durante siglos y, siglos para su comodidad y servicio? ¿Es acaso posible imaginar nada tan ridículo como esta mi serable y raquítica criatura que ni siquiera es dueña de sí mi sma, que se halla expuesta a recibir daños de todas artes, y que, sin embargo, se cree emperadora y soberana del universo mundo, del que ni siqui era conoce la parte más ínfima, lej os de poder gobernarlo? Y ese privilegio que el hombre se atribuye en este soberbio edificio de pretender ser único en cuanto a capacidad para reconocer la belleza de l as partes que lo forman, el solo el que puede dar gracias al magi stral arquitecto y hacerse cargo de l a organización del mundo, ¿ quién le h a otorgado semej ante privilegio? Que nos haga ver las pruebas de tan grande y hermosa facultad, que ni siqui era a los más sabios fue concedida. Casi a nadie fue otorgada concesión semej ante, y menos, por consiguiente, habían de participar de ell a los locos y los perversos, que constituyen lo peor que hay en el mundo. - - Quorum igitur causa qui dixerit effectum esse mundum? Eorum scilicet animantium, quae ratione utzmtur; hi sunt dii el homines, quibus profecto nihil est melius 567: nunca denostariamos bastante la impudencia de pretensión tan risible. ¡ Infeliz! ¿Qué calidades le acompañan para ser acreedor a tan sublime di stinción? Considerando esa vida inmarcesible de los cuerpos celestes, la hermosura de ellos, su magnitud, su continuo movimiento con tanta exactitud acompasado: 565 SAN PABLO, a lo Colosenses. (N. del T.) SAN PABLO, a los Corintios. (N. del T.) El estoico Balbo, que en la obra de CICERÓN, de Nat. deor., habla así: Quorum igitur, etc. «¿Para quién diremos, pues, que el mundo fue criado? Sin duda para los seres animados dotados de razón: para los dioses y los hombres, que son las más perfectas entre todas las criaturas.)) (N. del T.) 566 567 Quum suspicimus magni caelestia mundi templa super, stellisque micantibus aethera fixum, . . 56 S ; · mentem l unae so1 tsque et vemt vtarum al fij arnos en la dominación y poderío de esos luminares, 387 que no sólo ej ercen influencia sobra nuestras vidas y fortuna, - - Facta etenim et hominum suspendit ab astris 569, sino sobre nuestras inclinaciones mi smas, sobre nuestra razón, sobre nuestra voluntad, las cuales rigen, empuj an y agitan a la merced de su influencia, conforme el raciocinio nos enseña y descubre: Speculataque longe deprendit tacitis dominantia legibus astra, et totum alterna mundum ratione moveri, factorumque vices certi s di scurrere signis 570 ; al ver que, no ya un sol o hombre ni un rey, sino que las monarquías, los imperios y cuanto hormiguea en este baj o mundo se mueve u oscila a tenor del más insignificante movimi ento celeste : Quantaque quam parvi faciant discrimina motus. Tantum est hoc regnum, quod regibus imperat ipsi s 57 1 ; si nuestra virtud, nuestros vicios, nuestra ciencia y capacidad, y la misma razón con que nos hacemos cargo de las revoluciones astronómicas y de la relación de ellas con nuestras vidas procede, como juzga aquélla, por su favor y mediación : Furit altor amore, et pontum tranare potest, et vertere Troj am : alterius sors est scribendi s legibus apta. Ecce patrem nati perimunt, natosque parentes; mutuaque armati cocunt in vulnera fratres. 568 Cuando contemplamos sobre nuestras cabezas esas inmensas bóvedas del mundo y los astros que las esmaltan; cuando reflexionamos en el ordenado curso de la luna y del sol. LUCRECIO, V, 1 203. (N. del T.) 569 P01que la vida y las acciones de los hombres están sujetas a la influencia de los astros. MANILIO, III, 58. (N. del T.) 570 La razón reconoce que esos astros que tan lejos vemos de nosotros ejercen sobre el hombre un secreto imperio; que los movimientos del universo están sujetos a leyes periódicas, y que el encadenamiento de los destinos está determinado por signos ciertos. MANILIO, 1, 60. (N. del T.) 57 1 Los cambios y trastornos mayores reconocen por origen esos movimientos insensibles, cuyo imperio supremo alcanza hasta a los mismos reyes. MANILIO, 1, 55; IV, 93. (N. del T.) Non nostrum hoc bellum est; coguntur tanta movero, inque suas ferri poenas, lacerandaque membra. Hoc quoque fatale est, sic ipsum expendere fatum 5 72 ; si de la organización del cielo nos viene la parte di scursiva de que di sponemos, ¿cómo puede esta parte equipararnos a aquél? ¿cómo someterá a nuestra ciencia sus condines y su esencia? Todo cuanto vemos en esos cuerpos nos -388- admira: Quae molilio, quae ferramenta, qui vecles, quae machinae, qui minislri lanti operis fuerunt? 573 ¿Por qué, pues, los consideramos como privados de alma, vida y raciocinio? ¿ Acaso hemos podido reconocer en ellos la inmovilidad y la insensibilidad, no habiendo con ellos mantenido otra relación que la de sumi sión y obediencia? ¿ Osaremos decir acaso que no hemos vi sto en ninguna criatura si no es en el hombre el empleo de un alma razonable? ¡ Pues qué! ¿hemos vi sto algo que se asemej e al sol? ¿dej a de existir lo mismo porque no hayamos vi sto nada que se le asemej e, ni sus movimientos de existir porque no los haya semej antes? Si tantas cosas como no hemos tocado no exi sten, nuestra ciencia es de todo punto limitada. Quae sunt tantae animi angusliae 5 74 . ¿ Acaso son soñaciones de l a humana vanidad el creer que la luna es una tierra celeste; suponer como Anaxágoras que en ella hay valles y montañas y viviendas para los seres humanos, o establecer colonias para nuestra mayor comodidad, como hacen Platón y Plutarco, y también considerar a la tierra como un astro luminoso? lnter caetera morlalilatis incommoda, el hoc est, caligo mentium; nec lanlum necessitas errandi, sed errorum amor 5 75. Corruptibile corpus aggraval animam, el deprimil terrena inhabitalio sensum multa cogitantem 5 76. La presunción es nuestra enfermedad natural y original . La más frágil y calamitosa de todas las criaturas es el hombre, y a la vez la más orgullosa: el hombre se siente y se ve colocado aquí baj o, entre el fango y la escoria del mundo, amarrado y cl avado a la leer parte del universo, en la última estancia de la vivienda, el más alej ado de la bóveda celeste, en compañía de los animales de la peor condición de todas, por baj o de los que vuelan en el aire o nadan en las aguas, y sin embargo se sitúa imaginariamente por cima del círculo de la luna, suponiendo el cielo baj o sus plantas. Por la vanidad misma d e tal presunción quiere igualarse a Dios y atribuirse cualidades divinas que elige él mismo; se separa de la multitud de las otras criaturas, aplica las prendas que le acomodan a los demás animales, sus compañeros, y di stribuye entre ellos las fuerzas y facultades que tiene a bien ¿ Cómo puede conocer por el esfuerzo de su inteligencia los movimientos secretos e internos de los animales? -389- ¿De qué razonami ento se sirve para asegurarse de la pura y sola animalidad que l es atribuye? Cuando yo me burlo de mi gata, ¿quién sabe si mi gata se burla de mí más que yo de ella? Nos distraemos con monerias recíprocas; y si yo tengo mi momento de comenzar o de dej ar el j uego, también ella tiene los suyos. Platón, en su pintura de la edad de oro bajo 572 El uno, loco de amor, desafía al mar tempestuoso para ocasionar la ruina de Troya, su patria. Otro es destinado por la suerte a dictar leyes. Aquí los hijos asesinan a sus padres; allá los padres degüellan a sus hijos, hermanos contra hermano luchan con mano sacrílega. No acusemos a los hombres de sus crímenes: el destino los arrastra y los fuerza a desgarrarse, a castigarse con sus propias manos. . . Y si yo hablo así del destino, es porque el destino mismo lo ha querido. MANILIO, IV, 79, 1 18. (N. del T.) 573 ¿Qué instrumentos, qué palancas, qué máquínas, qué obreros elevaron un edificio tan vasto? CICERÓN, de Nat. deor., 1, 8. (N. del T.) 574 ¡ Ah!, cuán reducidos son los límites de nuestro espíritu. CICERÓN, de Nat. deor., 1, 3 1 . (N. del T.) 575 Entre otros males a que está sujeta la humana naturaleza uno de ellos es la ceguedad del alma, que obliga al hombre a errar y le hace todavía amar sus errores. SÉNECA, de Ira, 11, 9. (N. del T.) 576 El cuerpo, sujeto a la corrupción entorpece el alma del hombre: y esa grosera envoltura rebaja su pensamiento y lo sujeta a la tierra. Libro de la Sabiduría, IX, 1 5, citado por san Agustín, de Civil. Dei, XII, 1 5 . (N. del T.) Saturno, incluye entre los principales privilegios del hombre de aquella época la comunicación que él mismo tenía con los animales, de los cuales recibía instrucción y conocía las cualidades y diferencias de cada uno; por donde adquiri a una prudencia e inteli gencia perfectas y gobernaba su vida mucho mej or que nosotros pudiéramos hacerlo; ¿precisa encontrar otra prueba de la insensatez humana al juzgar a los animales? Ese profundo autor creo que en la forma corporal de que los dotó la naturaleza, ésta sólo atendió al uso de los pronósticos que de ellos se deducían en su tiempo. Tal defecto, que impide nuestra comunicación recíproca, puede depender tanto de nosotros como de los seres que considerarnos como inferiores. Está por dilucidar de quién es la culpa de que no nos entendamos, pues si nosotros no penetramos las ideas de los animales, tampoco ellos penetran las nuestras, por lo cual pueden consideramos tan irracionales como nosotros los consideramos a ellos. Y no es maravilla el que no los comprendamos, pues nos ocurre otro tanto, por ejemplo, con los vascos y los trogloditas. Al gunos, sin embargo, se vanagloriaron de comprenderlos, entre otros, Apolonio de Tyano, Melampo, Tiresias y Thales. Y puesto que según los cosmógrafos hay naciones que reciben un perro como rey, preciso es que las mismas encuentren algún sentido claro en la voz y movimi entos del perro. Preciso es también advertir la correspondencia que exi ste entre el hombre y los animales: algo conocemos los sentidos de los mismos; sobre poco más o menos el mismo conocimiento que los animales tienen de nosotros, y así vemos que nos acarician, nos amenazan o solicitan algo de nosotros, lo mismo exactamente que nosotros de ellos. Por lo demás, advertimos con toda evidencia que entre ellos existe una comunicación entera y plena, que se comprenden, y no ya sólo los de una misma especie, sino también los de especies di stintas: Et mutae pecudes, et denique seda ferarum dissimiles suerunt voces variasque ciere, " g )"t scunt. 577 quum metus aut do1 or est, aut quum J am gaud ta . En cierto ladrido del perro conoce el caball o que el primero está domi nado por la cólera, mi entras que no le 390 asustan otras modulaciones de su voz. En los animales que se hallan privados de esa facultad, por la comunicación e inteligencia que entre ellos exi sten, podemos juzgar fácilmente que se entienden, valiéndose para ello de movimientos, que son otras tantas como razones y di scursos : - - Non alia longe ratione, atque ipsa videtur C" • 57& ) mguae. " protrahere ad gestum pueros mtantta . ¿ Y por qué no creerlo así? De la propia suerte que los mudos di sputan, argumentan y refieren hi storias por signos; yo he vi sto algunos tan habituados y diestros que nada les faltaba para exteriorizar todas sus ideas. Los enamorados regañan, se reconcil ian, se dirigen ruegos, se dan las gracias y se comunican con los oj os todas las cosas 577 Los animales domésticos, lo mismo que las fieras, producen sonidos diversos según obran en ellos el temor, el dolor o la alegría. LUCRECIO, V, 1058. (N. del T.) 578 Así, la imposibilidad de hacerse entender por medio del balbuceo obliga a las criaturas a recurrir a los gestas. LUCRECIO, V, 1020. (N. del T.) E'l silenzio ancor suole . h1" e paro1 e. 579 aver pneg ¿ Pues y con las manos, cuántas ideas no se expresan? Requerimos, prometemos, llamamos, despedimos, amenazamos, rogamos, suplicamos, negamos, rechazamos, interrogamos, admi ramos, nombramos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, nos avergonzamos, dudamos, damos instrucciones, mandamos, incitamos, animamos, j uramos, testimoniamos, acusamos, condenamos, absolvemos, inj uriamos, desdeñamos, desafiamos, nos despechamos, alabamos, aplaudimos, bendecimos, humillamos al próji mo, nos burlamos, nos reconciliamos, recomendamos, exaltamos, festej amos, damos muestras de contento, comparti mos el dolor de otro, nos entristecemos, damos muestras de abatimiento, nos desesperamos, nos admiramos, exclamamos, nos callamos; ¿y de qué dej amos de dar muestras con el solo auxilio de las manos, con variedad que nada tiene que envidiar a las modulaciones más delicadas de la voz? Con la cabeza invitamos, aprobamos, desaprobamos, desmentimos damos la bienvenida a alguno, honramos, veneramos : despreciamos, solicitamos, nos lamentamos, acariciamos, hacemos reproches, nos sometemos, desafiamos, exhortamos, amenazamos, aseguramos, inquirimos. Igualmente exteriorizamos lo más recóndito de nuestro ser con las cejas y con los hombros. No hay en nosotros movimiento que no hable, ya un lenguaj e inteligible y sin di sciplina, ya un lenguaje público; y si atendemos a la peculiar cali dad del mi smo, fácil nos será considerarlo como más próximo que el articulado de la humana naturaleza. Y no hablo ya de lo que la necesidad enseña inopinadamente a los que de ello han menester echar mano: de los alfabetos -391- que se hacen con los dedos, de las gramáticas cuyos preceptos consi sten en la di sposición del gesto, ni de las artes que con ellos se ej ercen y practican, ni de las naciones que según Plinio no conocen otro lenguaj e un embaj ador de la ciudad de Abdera, después de haber hablado largo tiempo a Agis, rey de Esparta, le dij o: «¿ Señor, qué respuesta quieres que lleve a mi s conciudadanos? -Les dirás, contestó el soberano, que te dej é decir cuanto qui si ste y tanto como qui si ste, sin que yo pronunciara una sol a palabra.» He aquí un callar que habla de un modo bien inteligible. Por lo demás, ¿qué facultades reconocemos en nosotros que no veamos bien patentes en las operaciones que l os animales practican? ¿Hay organización más perfecta ni más metódica, ni en que presida mayor orden en los cargos y oficios que la de las abej as? La ordenadísima disposición de los actos y labores que las abej as practican, ¿ podemos admitirla ni imaginarla sin suponerlas dotadas de razón y discernimiento? Hi s quidam signis atque haec exempla sequuti, esse apibus partem divinae menti s, et haustus . 5 &0 aethereos, dtxere. Las golondrinas, que cuando vuelve la primavera vemos registrar los rincones todos de nuestras casas, ¿buscan sin discernimiento y eligen sin deliberación entre mil lugares aquel 579 El silencio mismo tiene también su lenguaje: sabe rogar y hacerse entender. Aminta de TASO, acto 11, coro, v. 34. (N. del T.) 580 Admirados de estas maravillas, los sabios creyeron que había en las abejas una partícula de la divina inteligencia. VIRGILIO, Geórg. , IV, 2 10. (N. del T.) que encuentran más cómodo? ¿ Y en la admirable contextura de sus construcciones, los páj aros no pueden adoptar ya la forma cuadrada, ya la redonda, bi en en forma de ángulo obtuso o recto, sin conocer l as condici ones y efectos de cada una de estas formas? ¿ Se sirven las aves unas veces del agua y otras de la arci lla, sin saber que la dureza de los cuerpos se rebl andece con la humedad? ¿Tapizan de musgo sus viviendas o de plumón, sin considerar que los tiernecillos miembros de sus pequeñuelos encontrarán así mayor blandura y comodidad? ¿ Se resguardan del viento y de l a lluvi a y colocan sus nidos al oriente sin conocer as diferencias de aquéllos ni consi derar que los unos les son más favorables que los otros? ¿Por qué la araña espesa su tela en un lugar y en otro la elabora menos fuerte, sirvi éndose ya de la más recia, ya de la más débil, si sus movimientos no son reflexivos y deliberados? De sobra reconocemos en l a mayor parte de sus obras multi tud de excelencias en los animales de que nosotros carecemos, y cuán débil es toda nuestra habilidad para imitarlos. En nuestras obras, que son menos delicadas, reconocemos las facultades que nos es preciso emplear, el esfuerzo de nuestra alma para la realización de las mismas; 3 92 ¿ por qué de los animales no pensamos lo mi smo? ¿ por qué atribuimos a no sé qué incli nación natural y baja las obras que sobrepasan lo que nosotros somos incapaces de real izar, ni por - - naturaleza ni por arte? Con ello, sin advertirlo, les achacamos ventaj as inmensas sobre nosotros, puesto que la natural eza, por virtud de una dulzura maternal , como por la mano, los acompaña y los guía a la práctica de todos los actos y comodidades de su vida, al par que a nosotros nos abandona al azar y a l a fortuna, y nos obliga a mendigar por arte todo aquello que necesitamos para nuestra conservación, y nos rechaza siempre los medios de alcanzar, ni siquiera por l a más violenta contención de espíritu, a la natural habilidad de los animales, de suerte que la brutal estupidez de éstos sobrepasa en comodidades de todo género cuanto nuestra divina inteligencia alcanza; atendido lo cual , tendriamos razón l lamando a l a naturaleza madrastra cruel o injustísima; pero nos equivocaríamos, pues nuestra manera de ser no es tan desordenada ni deforme. La naturaleza cuida universalmente por i gual de todas sus cri aturas y ni nguna hay a quien no haya provisto suficientemente de todos los recursos necesarios para l a conservación de su ser, pues las vulgares quej as que oigo proferi r a los hombres (como l a licencia d e sus opiniones tan pronto los eleva por cima d e las nubes como los rebaj a a los antípodas), de que nosotros somos el solo animal desnudo sobre la ti erra desnuda; ligado, agarrotado, no teniendo nada con que armarse ni cubrirse, sino los despojos de los otros seres, y de que a todas l as demás especies la natural eza las revistió de conchas, corteza, pelo, lana, púas, cuero, borra, pluma, escamas o seda según las necesidades de cada una, o las armó de garras, dientes y cuernos para la defensa y el ataque, al par que l as instruyó en todo cuanto les es pertinente, como nadar, correr, volar y cantar, mi entras que el hombre no sabe ni andar, ni habl ar, ni comer sin aprendizaje previo, y por sí solo únicamente a llorar acierta: Tum porro puer, ut saevis proj ectus ab undis navita, nudus humi j acet, infans, indigus omni vitali auxilio, quum primum in luminis oras nixibus ex alvo matris natura profudit, vagituque locum lugubri complet; ut aequum est, cui tantum in vita restet transire malorum? At variae crescunt pecudes, armenta, feraeque, nec crepitacula eis opus est, nec cuiquam adhibenda est almae nutricis blanda atque infracta loquel a; nec vari as quaerunt vestes pro tempore caeli ; denique non armis opus est, non moenibus altis, quei s sua tutentur, quando omnibus omnia large tellus ipsa parit, naturaque daedala rerum 5 8 1 : 393 tales lamentos son completamente fal sos; hay en el ordenamiento de las cosas del mundo una equidad más grande y una relación más uniforme. Nuestra piel está provista tan suficientemente, como la suya, de resi stencia contra las inj urias del tiempo; pruébanlo varias naciones que no conocen todavía el uso de los vestidos. Los primitivos galos iban casi desnudos; nuestros vecinos los irlandeses, que viven baj o un cielo tan frio, apenas se resguardan de la intemperie; pero por nosotros mismos podemos juzgar mej or de esa posibilidad, pues todas las partes del cuervo humano que nos place llevar descubiertas al viento y al aire, resisten ambos elementos, como la cara, los pies, las manos, las piernas, los hombros, la cabeza, si la costumbre a ello nos convida. Si hay en nuestro organi smo una parte poco resistente y que debiera resguardarse del frio, es el estómago, donde tienen lugar las funciones de la digestión; sin embargo, nuestros padres lo llevaban descubierto, y nuestras damas, tan blandas y débiles como son suelen a veces ir descotadas hasta el ombligo. La envoltura de las criaturas tampoco es indi spensable: las madres de Lacedemonia criaban las suyas dej ando en completa libertad todos los mi embros, sin suj etarlos ni envolverlos. Nuestro llanto es común a la mayor parte de los animales, y no hay casi ninguno que no se quej e y gimotee, aun largo tiempo después de nacer, cosa bien adecuada a la debilidad que en ellos reconocen . Cuanto al alimento, lo mismo que los otros seres lo reclamamos nosotros y nos es tan natural e instintivo como a los animales; - - Sentit enim vim quisque suam quam possit abuti 5 82 : ¿ Quién pone en duda que un niño cuando ll ega a la edad en que ya no le basta el pecho de su madre pide que le den de comer? La tierra produce espontáneamente y ofrece al hombre lo suficiente para la sati sfacción de sus necesidades, sin otro cultivo ni artificio: ved cómo en todo tiempo los animales encuentran en ella de qué nutrirse: las hormigas aprovisi onan víveres para las estaciones más estériles del año. Esas naciones que acabamos de descubrir, tan copiosamente provistas de carnes y bebidas naturales, sin ningún género de industria, nos enseñan que el pan no es -394- nuestro único alimento, y que sin el cultivo la madre naturaleza nos provee plenamente de todo cuanto nos es indi spensable, verosímilmente con mayor abundancia y riqueza que al presente en que empleamos toda suerte de labores y artificios. 58 1 Semejante al marino a quien horrorosa tempestad arrojó a la playa, el niño viene a la tierra desnudo, sin palabra, desprovisto de todo am.:ilio para la vida desde el instante en que la naturaleza lo arrancó violentamente del seno maternal para que diera la luz. Llena con sus quejumbrosos gritos el lugar donde nace, ¿y cómo no ha de llorar el infortunado a quien esperan tantos males? Por el contrario, las fieras y los animales domésticos crecen sin dolor; no necesitan sonajeras ni tampoco el lenguaje infantil de nodriza cariñosa; la diferencia de temperatura no las obliga a mudar de vestido; ta mpoco han menester de armas para defender sus bienes ni de fortaleza para guardarlos, puesto que de su seno fecundo la naturaleza les prodiga sus inagotables beneficios. LUCRECIO, V, 253. (N. del T.) 58 2 Porque cada animal tiene conciencia de sus fuerzas lo mismo que de sus necesidades. LUCRECIO, V, 1032. (N. del T.) Et tellus nitidas fruges, vinetaque ) aeta sponte sua primum mortalibus ipsa creavit; ipsa dedit dulces foetus, et patula ) aeta; quae nunc vix nostro grandescunt aucta labore, contenmusque boves, e1 vues agnco1 arum 5 83 : o o o el desarreglo y desbordamiento de nuestros apetitos sobrepasa las invenciones que empleamos para aplacarlos. En cuanto a las armas o medios de defensa nosotros disponemos de muchas que nos son más naturales que a la mayor parte de los otros animales, de movimientos más ágil es de nuestros miembros, y de aquéllos y de éstos sacamos mayor partido sin necesidad de instrucción previa. Aquellos que están habituados a combatir desnudos se les ve arroj arse en peli gros semejantes a los nuestros, que luchamos armados. Si algunos animales nos aventaj an en los medios de pelea nosotros llevamos ventaj a a muchos otros. La costumbre de fortificar el cuerpo y de resguardarlo tiénela el hombre por instinto natural . El elefante aguza y afila los di entes de que se sirve para la guerra, pues tiene algunos que guarda para la lucha, los cuales reserva y no emplea para otros servicios. Cuando los toros se lanzan al combate esparcen y arroj an el polvo en derredor suyo; los j abalíes aguzan sus colmillos; cuando el icneumón emprende l a lucha con el cocodrilo, cubre todo su cuerpo de limo bien compacto y bien prensado y se provee así de una coraza: ¿por qué no decir que el hombre busca su defensa de una manera análoga en la madera y en el hierro? En cuanto al hablar, puede decirse que si no nos es natural, tampoco nos es necesario. De todas suertes entiendo que un niño a quien se hubiera dej ado en plena soledad, apartado de todo comercio humano, que seria un ensayo dificil de practicar, encontraria alguna manera de palabra para expresar sus concepciones : no es creíble que la naturaleza nos haya negado ese medio con que dotó a muchos otros animales: ¿pues qué otra cosa es sino hablar esa facultad que en ellos vemos de quej arse o mostrar contento, ll aman se unos en ayuda de otros o invitarse al amor, todo lo cual ej ecutan por medio de su voz? ¿Cómo no han de hablar entre ellos? Nos hablan a nosotros y también nosotros les hablamos; ¿ de cuántos modos no conversamos con los perros 39 5 y éstos nos entienden y nos contestan? De di stinto lenguaj e nos servimos con los páj aros, con los cerdos, con los bueyes, con los caballos, y cambiamos de idioma según la especie : - - Cosi per entro loro schiera bruna s'ammusa ) 'una con l 'altra formica, e · 1 or vta · e 1 or e torse a sptar tortuna. 5 84 Entiende que Lactancio atribuye a los animales no sólo la facultad de hablar, sino también la de reír; y la diferencia de lenguaj e que se ve entre nosotros, según las 583 Al principio la tierra produjo espontáneamente y brindó a los mortales sus verdes campiñas, sus cosechas doradas y sus viñedos risueños. Hoy apenas logramos arrancar los tesoros de su seno al cabo de prolongadas fatigas, después de agotar las fuerzas de los labradores y de los bueyes. LUCRECIO, 11, 1 157. (N. del T.) 584 Así, en el obscuro enjambre de un hormiguero se ven algunas que parecen abordarse y hablarse quizás para espiar los designios y fortuna recíprocas. DANTE, Purg. , c. XXVI, v. 34. (N. del T.) localidades, encuéntrase también en los animales de la misma espacie. Ari stóteles alega a este propósito el canto di verso de las perdices según la región que habitan Variaeque volucres . . . Longe alias alio j aciunt i n tempore voces . . . Et partim mutant cum tempestatibus una . rauctsonos cantus. 5 85 Sería digno de saberse qué lenguaj e emplearia el niño de que hablé antes, pues lo que por conjetura se dice no ofrece asomos de verosimilitud. Si contra mi parecer se alega que los sordos de nacimiento no hablan nunca, contestaré que la razón no reside solamente en que no pudieron recibir la instrucción de la palabra por el auxilio del oído, sino más bien que este sentido que les falta está íntimamente ligado con el de la palabra y ambos se mantienen en muy estrecha relación; de suerte que las palabras que articulamos l as hablamos primero mentalmente y las hacemos entender a nuestros oídos antes de enviarlas a los extraños. Todo lo precedente tiene por obj eto mantener la semejanza que exi ste entre las cosas humanas y las que a los animales son peculiares. El hombre no está ni por cima ni por bajo de los otros seres. Todo cuanto baj o el firmamento existe, dice el sabio, vive suj eto a ley y fortuna parecidas: Indupedita sui s fatalibus omnia vinclis 5 86 : hay alguna diferencia, hay órdenes y gradaciones mas siempre baj o la apariencia de una misma naturaleza Res . . . quaeque suo ritu procedit; et omnes foedere naturae certo discrimina servant. 5 87 396 Preciso es limitar al hombre y colocarle dentro de las barreras de este orden natural . El hombre, sin embargo, no encuentra inconveniente en traspasarl as, estando como está suj eto y dominado por idéntica obligación que las demás criaturas de su misma naturaleza y de su mismo orden, y siendo como es de condición mediocre, sin prerrogativa alguna ni excelencia verdadera ni esencial ; la que se apropia por reflexión o capricho, carece en absoluto de fundamento. Si, en efecto, acontece que el hombre solo es entre todos los animales el único que goza de esa libertad de imaginación y de ese desorden de pensamientos que le representan a un tiempo mismo lo que es y lo que no es, lo verdadero como lo fal so, superioridad es ésta que paga bien cara y de la cual tiene bien poco por qué - 585 - Los pájaros mudan de canto según el estado del tiempo . . . Algunos hay a quienes una estación nueva inspira nuevos acentos. LUCRECIO, V, 1077, 1080, 1082, 1083 . (N. del T.) 586 Todo está encadenado por los lazos del destino. LUCRECIO, V, 874. (N. del T.) 587 Todos los seres tienen su carácter peculiar; todos guardan las diferencias que las leyes de la naturaleza establecieron entre ellos. LUCRECIO, V, 92 1 . (N. del T.) glorificarse ni enaltecerse, pues de ella nace la fuente principal de los males que lo agobian : el pecado, la enfermedad, la irresolución, el desorden, la desesperación. Digo, pues, para volver a mi propósito, que no hay razón alguna para suponer que los animales ej ecutan por fuerza o inclinación natural las acciones mismas que nosotros realizamos por di scernimiento e industria, y que debemos concluir que parecidos efectos suponen facultades análogas, y acciones más complicadas, más ricas facultades, y reconocer, en suma, que el mismo di scernimiento e idéntico di scurso de los que nos acompañan en nuestros actos, acompaña igualmente a los animales, o acaso algunas otras facultades superiores a las nuestras. ¿ Por qué imaginamos en los demás seres esa obligación natural y fatal , nosotros que no experimentamos ningún efecto semej ante? Además, es mucho más digno el ser encaminado a obrar ordenadamente por natural e inevitable constitución, y acerca más a la divinidad, que el obrar ordenadamente por virtud de una libertad temeraria y fortuita, y también un medio más seguro de obrar bien encomendar a manos de la naturaleza las riendas de nuestra conducta que si nosotros las manej áramos. Hace nuestra vanidosa presunción que estimemos mej or deber a nuestras fuerzas que a la liberalidad divina nuestro valer y suficiencia; enriquecemos a los otros animales con los bienes naturales y nosotros renunciamos a ellos para honrarnos y ennoblecernos con las facultades adquiridas; enorme simpl eza, a mi entender, pues yo tendría en mucho más las gracias que me pertenecieran por entero, las ingenuas, que las que se mendigan por medio del aprendizaje; ni reside en nuestro poder tampoco alcanzar una recomendación más alta que la de ser favorecidos por Dios y por la naturaleza. Los habitantes de Tracia, cuando tienen que marchar sobre un río congelado, se sirven como guía de un zorro que camina delante de ellos. El animal aproxima su oído al hielo hasta tocarlo para advertir si el agua corre cerca o lej os; 397 de la observación encuentra que la masa es más o menos espesa, y así avanza o retrocede. ¿Por qué no hemos de suponer que ese zorro hace un razonamiento idéntico al que nosotros podríamos hacer en caso de ej ecutar la misma experiencia: «Lo que produce ruido, se mueve; lo que se mueve, no está helado; lo que no está helado, es ruido, y lo que es líquido no sostiene nuestro cuerpo. » Atribuir la habilidad del animal solamente a la fineza extrema de su oído sin otra reflexión ni deducción, es pura quimera y no podemos aceptarla. Igual opinión deben merecemos tantas suertes de procedimientos y astucias como los animales emplean para librarse de nuestras acometidas y persecuciones. Y si en pro de nuestra superioridad queremos argumentar que nosotros empleamos para fines útiles la maestría de los animales, sirviéndonos de ella cuando nuestra voluntad nos lo ordena, diré que esto en nada difiere de la ventaj a o superioridad que unos hombres tienen sobre otros; lo mismo di spone el hombre de sus esclavos. Las climacides en Siria eran unas muj eres que se destinaban, colocadas en igual posición que las bestias, a servir de estribo a las damas para subir al coche. La mayor parte de las personas libres abandonan a cambio de comodidades insignificantes la vida y el ser al poder de otro. Las muj eres y concubinas de los tracios se di sputan el ser elegidas para ser sacrificadas en la tumba de sus maridos. ¿Han encontrado j amás los tiranos número bastante de hombres consagraos a su culto, y no los arrastraron a todos a la muerte como los dominaron en vida? Ejércitos enteros se comprometieron con sus capitanes; la fórmula del j uramento en la ruda escuela de los gladiadores llevaba consi go las siguientes promesas: «Juramos dej amos encadenar, quemar, azotar y recibir la muerte con l a espada, y sufrir todo cuanto los gladiadores legítimos sufren e su amo»; y religiosamente consagraban el cuerpo y el alma al servicio del mismo: - Ure meum, si vis, flamma, caput, et pete ferro - � . corpus, et mtorto verbere terga seca 5 : constituía el j uramento una obligación sacratí sima, así que algunos años entraban en ella hasta diez mil y todos perecían. Cuando los escitas enterraban a su rey, estrangulaban sobre su cuerpo la que había sido más favorecida entre todas sus concubinas, su copero, el caballerizo, el chambelán, el hujier y el cocinero; y cuando se celebraba el aniversario mataban cincuenta caballos montados por cincuenta paj es previamente empalados, desde la cintura a la garganta, y los dej aban así en formación alrededor de la tumba 398 del monarca. Los criados que nos sirven lo hacen con dificultad menor y nos sumini stran menos atenciones que las que nosotros prodigamos a los páj aros, a los caballos y a los perros. ¿A qué desvelos no nos sacrifi camos en aras del bienestar y comodidad de todos esos animales? Ni los servidores más abyectos hacen de buen grado por sus amos lo que los príncipes se honran en ej ecutar por sus animales. Viendo Diógenes apenados a sus parientes porque carecían de medios para rescatarle de la servidumbre: «Es locura, decía, desesperarse por tal cosa: el que me cuida y me mantiene es mi criado»; aquellos a cuya guarda están encomendados los animales deben considerarse más bien como servidores que como servidos. Los animales tienen algo de más generoso que los hombres, pues j amás ningún león se puso al servicio de otro l eón, ni ningún caballo al servicio de otro caballo, por mi seria de áni mo. Como el hombre caza a las fieras así los tigres y los leones cazan a los hombres : los unos y los otros practican un ej ercicio semej ante; los perros persiguen a las liebres, los sollos a las tencas, las golondrinas a las cigarras, los milanos a los mirlos y a las alondras : - - Serpente ciconia pullos nutrit, et inventa per devi a rura lacerta . . . Et leporem aut capream famulae Jovi s et generosae in saltu venantur aves. 5 &9 Compartimos el fruto de nuestra caza con nuestros perros y nuestros páj aros, como el trabaj o y la habilidad que desplegamos en el ej ercicio de ella. Al norte de Anfipolis, en Tracia, cazadores y halcones salvajes di stribuyen el botín en partes iguales. En la región que se extiende a lo largo del Palos Meótides, el pescador dej a a los lobos una parte de su presa igual a la que se reserva; si no lo hace así , los lobos desgarran al punto sus redes. De la propia suerte que nosotros tenemos un modo de cazar en el cual la habilidad es más eficaz que la fuerza, que es la que se hace con el auxilio de lazos, y también la pesca de caña con anzuelo, vense también ingeniosidades parecidas en los animales. Ari stóteles refiere que la j ibia lanza de su cuello una membrana larga, como una caña de pescar, la cual extiende o recoge a voluntad, a medida que advierte que algún pececillo se aproxima; le dej a morder el extremo de la membrana, mientras el astuto animal se mantiene oculto en la arena o en el légamo, y luego, poco a poco, la retira hasta que el pez está próximo y de un salto puede atraparlo. 588 Quémame, consiento en ello; abrásame la cabeza, atraviésame el cuerpo de parte a parte con la espada y desgarra mis espaldas a latigazos. TIBULO, 1, 9,2 1 . (N. del T.) 589 La cigüeña alimenta a su cría con las serpientes y los lagartos que encuentra lejos de los caminos transitados . . . el águila, favorita de Júpiter, caza en los bosques la liebre y el cabrito. JUVENAL, XIV, 74, 8 1 . (N. del T.) Cuanto a la fuerza, no hay animal en la naturaleza toda expuesto a mayores peligros que el hombre. No ya el elefante, 399 la ballena o el cocodrilo y otros animales semej antes nos llevan inmensa ventaj a, pues cual quiera de esas fieras corpulentas es capaz de destruir un gran número de hombres : los pioj os bastaron para acabar con la dictadura de Sita 590 . El corazón y la vida de un emperador glorioso no son el desayuno de un gusanillo. ¿ Por qué aseguramos que sólo el hombre di spone de conocimiento y de ciencia, que se sirve de uno y otro para di scernir de las cosas que le son útiles o dañosas para la conservación de su salud o para la curación de sus enfermedades, y que sólo a la especi e humana es dado conocer las virtudes del ruibarbo o del polipodio? Cuando vemos que las cabras de Candia, después de haber recibido alguna herida, eligen entre mil y mil hierbas el fresnillo para su curación; cuando la tortuga se come la víbora, busca al punto el orégano para purgarse; al dragón limpiarse y aclararse los oj os con el hinoj o; a la cigüeña echarse lavativas con agua de la playa; a los elefantes, no sólo arrancarse las flechas de su propio cuerpo y extraerlas del de sus compañeros, sino también de sus amos, de lo cual da testimonio el del rey Poro, a quien venció Alej andro. Los dardos y venablos que recibieran en el combate se los quitan con destreza tal , que nosotros no acertaríamos a hacerlo con igual suavidad. ¿Por qué, pues, no decir igualmente que tales artes son hijas también de ciencia y di scernimiento? Alegar, para deprimirlas, que obedecen sólo a maestría natural , no es despoj arlas de aquellos dictados, es, por el contrario, dotar a los animales de mayor suma de razón que la que nosotros tenemos, puesto que, sin aprendizaj e, di sponen de tan singular destreza. El filósofo Crisipo, que no favorecía mucho l as cuali dades de inteli gencia de los animales, menos que ni ngún otro fi lósofo, considerando los movimi entos del perro que ha perdido a su amo o persigue cualquier presa, y se encuentra en una encrucij ada a la cual concurren tres caminos diferentes, y al ver que el animal olfatea un camino y luego otro, y después de haberse asegurado de ambos sin encontrar las huellas que busca, se lanza por el tercero sin titubear, no puede menos de confesar que ese perro raciocina del modo siguiente: «He seguido la huella de mi amo hasta esta encrucij ada, necesariamente ha debido partir después por uno de estos tres cami nos, y como no pasó por éste ni por el otro, preciso es que haya tomado el de más allá.» Asegurándose el can, sigue diciendo el filósofo, en la conclusión a que su argumento le lleva, ya no se sirve de su olfato para examinar el tercer camino, ni para nada lo sondea, sino que se dej a llevar por la fuerza de su razón . -400- Ese rasgo, puramente dialéctico, ese uso de proposiciones divididas y conj untas, en que no se echa de menos la enumeración suficiente de las partes, ¿ no vale tanto que el perro lo conozca por sí mismo como por la doctrina del sabio Trebizonda 59 1 ? Sin embargo, los animales tampoco son incapaces de recibir la instrucción humana; enseñamos a hablar a los mirlos, cuervos y toritos. Esta facilidad que en ellos reconocemos de suministrarnos su voz cadenciosa, testifi ca que esos páj aros están dotados de raciocinio, el cual les hace capaces de disciplina y voluntad para aprender a emitir sonidos articulados. A todos nos admira el ver la diversidad de monadas como los titiriteros enseñan a sus perros; las danzas en que no dej an de ej ecutar ni una sola cadencia del son que escuchan, tantos movi mientos y saltos como ej ecutan a la voz que se les dirige. Todavía contemplo yo con admiración mayor los perros que sirven de guía a los ciegos, lo mismo en los campos que en las ciudades; ved cómo se detienen en determinadas puertas donde acostumbran a dar limosna a sus amos, cómo evitan el encuentro con toda suerte de vehículos al atravesar los sitios en que a primera vista parece haber lugar suficiente para pasar. Yo he vi sto a un perro que acompañaba a un ciego a lo l argo de un foso, abandonar un sendero cómodo y tomar otro camino peor para apartar a su amo del peligro. ¿ Cómo se - - 590 Alusión a la enfermedad pedicular de que murió Sita a la edad de sesenta años. (N. del T.) 591 Erudito griego que vivió en el siglo XV. (N. del T.) había hecho comprender a aquel animal que su mi sión era solamente la de mirar por la seguridad de su amo, haciendo caso omiso de su comodidad por servirle? ¿ Por qué medio había conocido que tal ruta, suficientemente espaciosa para él, no lo sería para un ciego? ¿Puede todo esto comprenderse sin raciocinio ni di scernimiento? No hay que olvidar tampoco el perro que Plutarco cuenta haber vi sto en Roma en el teatro de Marcelo, hallándose en compañía del emperador Vespasiano, el padre. Ese perro pertenecía a un titiritero, que era también actor, y el animal tomaba parte en las representaciones como su amo Entre otras cosas, era preciso que hiciera el muerto durante algunos minutos, a causa de haber comido cierta droga: después de tragado el pan con que se simulaba el veneno, comenzaba a tiritar y a temblar como si estuviera aturdido; finalmente, se dejaba caer redondo, como sin vida, y consentí a que le arrastrasen de un lugar a otro, conforme el argumento de la obra lo exigía; luego, cuando echaba de ver que la oportunidad era llegada, empezaba primero a moverse, cual si despertara de un sueño profundo, y levantando l a cabeza miraba a todos lados de un modo que dejaba pasmados a todos los asi stentes. 40 1 Los bueyes que trabajaban en los jardines reales de Susa, hacían dar vueltas a enormes ruedas para elevar el agua; a esas ruedas estaban sujetos los alcahuciles (muchas máquinas semejantes se ven en el Languedoc). Habíaseles enseñado a dar cien vueltas cada día, y tan hechos estaban que no fueran más ni menos, que no había medio humano de hacerles dar una más. Cuando llegaban a la ciento se detenían instantáneamente. El hombre necesita encontrarse en la adolescencia para saber contar hasta ciento, y las naciones recientemente descubiertas no tienen idea alguna de la numeraci ón. - - Mayor fuerza de raciocinio supone dar instrucción a otro que recibiria; de suerte que, dejando a un lado lo que Demócrito asegura y prueba de que la mayor parte de las artes las hemos recibido de los animales, como por ejemplo: el tejer y el coser, de la araña; el edificar, de la golondrina; la música, del cisne y del ruiseñor, y de la imitación de otros animales aprendimos la medicina, Ari stóteles afirma que los ruiseñores enseñan el canto a sus pequeñuelos, empleando para ello tiempo y desvelos, por donde se explica que los que nosotros enjaulamos pi erden mucho en la gracia de su canto, porque no aprendieron con sus padres. De aquí podemos deducir que esos pajarillos realzan su habilidad con el estudio y la disciplina, y aun entre los que vuelan en libertad no hay dos cuyo canto sea idéntico: cada uno aprovechó la lección conforme a su capacidad. Por la rivalidad del aprendizaje entran en lucha los unos con los otros, con ímpetu y arrojo tales, que a veces el vencido fenece falto de aliento, del cual se priva antes que de la voz. Los más jovenzuelos rumian pensativos y se esfuerzan en imitar algún fragmento del canto; oye el di scípulo la lección de su preceptor y la repite con el mayor esmero; los unos permanecen mudos mi entras los otros cantan y todos atienden a la corrección de los defectos, y a veces sienten los resultados de las reprensiones del maestro. Arriano cuenta haber vi sto un elefante de cuyos muslos pendían dos címbalos y otro sujeto a l a trompa; al son de los tres, sus compañeros danzaban en derredor del músico, agachándose o levantándose, según las cadencias que la orquesta marcaba, y cuya armonía era gratí sima. En las diversiones públi cas de Roma se veían ordinariamente elefantes adiestrados en el movimiento y la danza, que ejecutaban al son de la voz; veíaseles también bailar en parejas adoptando posturas caprichosas, muy, dificiles de aprender. Otros había que ensayaban su lección y que se ejercitaban solos para recordarla y no ser castigados por el maestro. La hi storia de la urraca, de que nos habla y da fe Plutarco, merece también particular mención. Teníala un barbero, en Roma, en su establecimiento, y el animalito hacía -402maravillas imitando cuantos sonidos oía. Ocurrió que, en una ocasión, se detuvieron frente a la tienda unos trompeteros que tocaron largo tiempo; después de haberl os oído, todo el día siguiente la urraca permaneció pensativa, muda y melancólica, de lo cual todo el mundo estaba maravillado, pensando que el sonido de las trompetas la habría aturdido, y que, con su oído, su canto hubiera quedado extinto; pero al fin descubrieron que, en realidad, la urraca estaba sumida en profundas meditaciones, abstraída en sí misma, ej ercitando su espíritu y preparando su voz para imitar la música de aquellos instrumentos; así que lo primero que hizo después de su silencio, fue remedar perfectamente el toque de las trompetas con todos sus altos y baj os, y vencido ya el nuevo aprendizaj e, desdeñó como insignificantes sus habilidades anteriores. Tampoco quiero dej arme en el tintero el caso de un perro que Plutarco dice haber vi sto (y bien advierto que no procedo con mucho orden en mis ej emplos, pero téngase en cuenta que lo mismo hago en todo mi libro). Hallábase Plutarco en un navío y se fij ó en un perro que hacía grandes esfuerzos por beber el aceite que estaba en el fondo de una vasij a, donde no podía alcanzar con su lengua a causa de la angostura de la boca del cacharro; el can se procuró piedras que meti ó dentro de la vasij a hasta que el líquido rebosó, y pudo con toda comodidad tenerlo a su alcance. ¿Qué acusan esas faenas, sino un entendimiento dotado de la mayor sutileza? Dícese que los cuervos de Berberia hacen lo propio cuando el agua que quieren beber está demasiado baja. Estos casos se asemej an a lo que referia de los elefantes un rey del paí s donde estos animales viven : cuando por la destreza de los cazadores uno de aquéllos cae en los profundos fosos que se les preparan, que se cubren luego de broza menuda para atraparlos, los demás llevan, con diligencia suma, gran cantidad de piedras y madera, a fin de que con tal argucia pueda escapar el prisionero. Pero los actos de estos animales se relacionan por tantos otros puntos con la habilidad humana, que si fuera a detallar menudamente cuanto de ellos la experiencia nos enseña, probaría fácilmente mi aserto, esto es, que exi ste mayor diferencia de tal a cual hombre, que la que se encuentra entre tal hombre y tal animal . Un individuo, a cuya guarda estaba encomendado un elefante en una casa de Siria, robaba en cada comida de su pupilo la mitad del pienso que tenía orden de darle; un día quiso el propio amo servir la comida al animal, y vertió en el pesebre la medida cabal que había prescrito para su alimentación; el elefante miró con malos oj os a su desconocido servidor y separó con su trompa y puso a un lado la mitad, declarando con ello el engaño de que venía siendo víctima. Otro que estaba a cargo de un individuo que ponía piedras en el -403- pesebre para aumentar la medida, aproximose al puchero donde hervía la carne para su cena y lo llenó de ceniza. Ambos sucedidos sólo son casos aislados, mas lo que todo el mundo ha vi sto y todo el mundo sabe, es que en los ej ércitos que guerreaban en los países de Levante, una de las resi stencias mayores la constituían los elefantes, de los cual es se obtenían resultados, sin ponderación mayores que los que se alcanzan hoy con la artillería, que, con escasa diferencia, hace sus veces en una batalla bien conducida (puedan juzgar de esto más fácilmente los que conocen la hi stori a antigua) : Siquidem Tyrio servire solebant Annibali, et nostris ducibus, regique Molosso, horum maj ores, ot dorso ferre cohortes, partem aliquam belli, et euntem in praelia turri m . 592 Necesario era que los romanos tuvieran cabal confianza en la habilidad de aquellos animales y en sus facultades reflexivas para dej ar a su albedrío la vanguardia de un 592 Antiguamente los elefantes combatían en los ejércitos de Aníbal, en los del rey del Epiro y al lado de los generales romanos: sobre sus lomos llevaban cohortes y torres, que se veían avanzar en medio de los combatientes. JUVENAL, XII, 107. (N. del T.) eJ ercito, precisamente el lugar en que la menor parada que hubieran hecho, el más insignificante incidente que les hubiera obligado a volver la cabeza hacia sus gentes, habrí a bastado para desquiciarlo todo, a causa del enorme tamaño y del peso de sus cuerpos. Menos ej emplos se vieron de que los elefantes se lanzasen sobre l as tropas a quienes habían de ayudar, que ocasiones hemos vi sto de pelear y matarse entre sí los soldados de un mi smo bando. Encomendábaseles la ej ecución, no sólo de movimientos sencillos, sino también de operaciones complicadas. Análogos servicios prestaban los perros a l os españoles en la conquista de las Indias, y los pagaban sueldo y los daban participación en el botí n . Estos animales mostraban tanta destreza y j uicio en la persecución y vencimiento de sus enemi gos y en el logro de la victoria, en avanzar o retroceder, según los casos, en di stinguir los amigos de los enemigos, como de ardor y valentía. El hombre admira y se fij a más en las cosas peregrinas y singulares que en las ordinarias. Por esta razón me he detenido en enumerar tantas que son prodigiosas . A mi ver, quien examinara de cerca cuanto vemos entre los animales que viven entre nosotros, encontraría sucesos tan admirables como los que se nos dice que acontecieron en países y siglos remotos. Idéntica es la naturaleza, e inalterable es su curso: el que hubiera concienzudamente penetrado el estado actual de la mi sma, podría con seguridad conocer las leyes que se cumplieron en el pasado y seguirán en lo porvenir cumpliéndose. Yo he vi sto algunos hombres entre -404- nosotros, que vinieron por mar de l ej anas tierras, y como no entendíamos nada de su lenguaj e, y porque sus maneras, su continente, sus vestidos, no guardaban ninguna analogía con los nuestros, todos los considerábamos como brutos y salvaj es; todos achacábamos a estupi dez y animalidad el verlos mudos, ignorantes de la lengua francesa, ignorantes de nuestros besamanos y de nuestras reverencias rastreras, de nuestro porte y modales, en los cuales, según nuestro modo de ver, debe tomar su patrón la naturaleza humana. Cuanto se nos antoj a extraño lo condenamos sin remisión, y hacemos lo mismo con todo lo que no entendemos, como sucede con las ideas que de los animales nos formamos. Tienen éstos muchas cualidades que se asemej an a las nuestras, que se relacionan con nuestro modo de ser, y sólo de ellas por comparación podemos formamos una idea más o menos conj etural ; mas de las que les son peculiares y caracterí sticas, ¿ qué conocimiento tenemos? Los caball os, los perros, los bueyes, las ovej as, los páj aros y la mayor parte de los animales que viven con el hombre, reconocen nuestra voz y la obedecen; todavía hacía más la murena de Craso, que se acercaba a su mano cuando la llamaba, y lo propio hacen las anguilas de la fuente de Aretusa. Yo he vi sto muchos estanques en que los peces acuden para comer a la voz de los que los cuidan : Nomen habent, et ad magi stri . cttatus . 593 : vocem qut. sque sut. vemt de lo cual podemos deducir la admirable inteligencia de esos animales, como también puede con verosimilitud suponerse que los el efantes ej ercen algunas prácticas religiosas, pues se les ve, después de lavarse y purificarse, levantar la trompa como si fueran sus brazos, fijar la mirada hacia el sol levante y permanecer durante largo ti empo en actitud meditativa y contempladora a determinadas horas del día; y ejecutan esta ceremonia por inclinación propia, sin enseñanza ni precepto. Mas aunque en los animales no viéramos ningún asomo de culto, no por ello nos es dable asentar que no tengan religión ni tampoco sacar consecuencias de lo que de ellos nos es desconocido. Algo podemos derivar de sus 593 Tienen (N. del T.) un nombre, y cada uno de ellos acude a la voz del amo cuando los llama. MARCIAL, IV, 29, 6. acciones cuando se asemej an a las nuestras, como la que advirtió el filósofo Cleanto, el cual refiere que vio salir un hormiguero de su nido conduciendo el cuerpo de una hormiga muerta a otro hormiguero, del cual varias le salieron al encuentro como para parlamentar con las primeras, y luego de haber permanecido j untas algunos minutos, volvieron a su casa los del segundo para dar cuenta de la entrevista a sus conciudadanas, e hicieron así dos o 405 tres viaj es, sin duda por la dificultad de la capitulación, hasta que por fin las últimas traj eron a las primeras un gusano de su guarida en calidad de rescate por el muerto; las primeras cargaron con el gusano y lo ll evaron a su casa, dej ando a las otras el cuerpo de la difunta. Tal es la interpretación que dio Cleanto a ese espectáculo, testimoniando con ello que los animales que carecen de voz, no dej an, sin embargo, de mantener práctica y mutua comunicación; si nosotros no los comprendemos, nuestra es la torpeza y consiguientemente la de metemos neciamente a hablar de lo que no entendemos. De suerte que los animales ej ecutan acciones que sobrepasan con mucho nuestra capacidad, a las cuales nos es imposible llegar por la imitación y que ni quiera por imaginación podemos concebir. Aseguran algunos que en aquel gran combate naval que Antonio perdió contra Augusto, la galera de éste fue detenida en medio de su camino por el pececillo que los latinos llaman remora a causa de la propiedad que tiene de detener los navíos a que se suj eta. El emperador Calígula, navegando con una gran flota por las costas de la Romanía, sufrió el mismo percance; sólo su galera fue detenida de pronto por aquel pececillo, al cual mandó coger, pegado como estaba en la base de su barco, malhumorado de que un animalillo tan insignificante pudiera hacer frente al mar, a los vientos y a la violencia de los remos con permanecer sólo sujeto por la boca a los navíos. Calígula se admiró, no sin razón, de que al verlo de cerca dentro del barco no tuviera ya la misma fuerza que cuando estaba en el agua. Un ciudadano de Cizique alcanzó en lo antiguo reputación de entendido meteorólogo o por haber observado las costumbres del erizo, el cual tiene su madriguera abierta por di stintos lugares en la dirección de los diversos vientos; y como posee la facultad de prever el que reinará, tapa el aguj ero del mismo lado que ha de soplar; visto esto por aquel individuo, hizo saber a su ciudad el viento que reinaría. El camaleón toma el color del lugar en que permanece; el pulpo adopta el color que le place, según los casos, ya para guardarse del peligro que teme, ya para atrapar la presa que busca; la modificación en el primero significa cambio de pasión y en el segundo cambio de acción. El hombre experimenta algunas mutaciones impul sado por el horror, la cólera, la vergüenza y otras causas que alteran el aspecto de su fisonomía; todas las cuales son efectos del sufrimiento, como le ocurre al camaleón; si la i ctericia nos pone amarillos, en esta amarillez no toma parte alguna nuestra voluntad. Esos actos que vemos realizar a los demás animales, y que prueban en ellos mayor habilidad y destreza de las que nosotros somos capaces, acreditan en ellos la exi stencia de alguna facultad superior que no conocemos, como tampoco muchas otras de sus cualidades 406 y fuerzas, de las cuales no alcanzamos rastro alguno. De todos los medios de predicciones empleados en los tiempos pasados, las más antiguas y seguras eran las que se deducían del vuelo de las aves; nada tenemos nosotros tan admi rable que a ello se asemeje. El conci erto y el orden, en el movimiento de sus alas, - - - - por virtud del cual se alcanza la noción de las cosas venideras, menester es que sea encaminado por algún medio excelente a una tan elevada conclusión : atribuir resultado tan peregrino a natural instinto sin el concurso de la inteligencia ni del racioci nio, es tomar las cosas demasiado al pi e de la letra sin detenerse a interpretarlas; es formarse una idea absolutamente fal sa. Prueba concluyentemente mi aserto, entre otros animales, la torpilla, que no sólo posee la facultad de adormecer los miembros que se ponen en contacto con ella, sino que aun al través de los hilos y de la red transmite una adormecida pesadez a las manos de los que la mueven o manej an, y hasta dícese que vertiendo agua sobre ella siéntese ll egar el adormecimiento hasta la mano, de abajo arriba, al través del agua. Tan maravillosa propiedad no es inútil al animal, quien la advierte y emplea para apoderarse de la presa que busca, ocultándose baj o el cieno a fin de que los otros peces, al deslizarse por encima, se adormezcan con la frialdad que les comunica y caigan en su poder. Las golondrinas, las grullas y otras aves viaj eras, cambian de residencia según las estaciones del año, mostrando suficientemente con tal costumbre, que ej ercen a voluntad, la facultad adivinadora que posee y de que se sirven aseguran los cazadores que para escoger entre varios perrillos el que deben reservarse como superior a los otros, basta con colocar a la madre en condiciones de poder elegirlo ella misma; separando los animalitos de la perrera, el primero que ella coj a será siempre el mej or; o bien simulando poner fuego por todas partes al lecho de los perrillos, aquel que primero sea auxiliado aventaj ará a los demás. Infiérese de aquí que los animales son hábiles para adivinar y que nosotros carecemos de tal facultad, o bien que son dueños de alguna virtud singularí sima para juzgar a sus pequeñuelos, diferente de la nuestra y mucho más penetrante. La manera de nacer, engendrar, amamantar, obrar, vivir y morir de los animales es análoga a la humana; cuantas ventaj as atribuimos a nuestra condición en menoscabo de la suya son gratuitas; la razón del hombre es incapaz de advertir esa superioridad. Para la conservación de nuestra salud, los médicos nos proponen como ej emplo el vivir a la manera de las bestias; la siguiente receta se oye en boca del pueblo constantemente: «Mantened calientes los pies y la cabeza; en todo lo demás vivid como los irracionales. » 407 EI acto principal entre todos los naturales es la generación; el hombre y la muj er tienen - - para ella los órganos mej or di spuestos que los animales, a pesar de lo cual los médicos preceptúan que nos las arreglamos animalmente en este punto: More ferarum, quadrupedumque magis ritu, plerumque putantur concipere uxores : quia sic loca sumere possunt, pectoribus positis, sublatis semina Iumbis 594 ; desechando como perj udiciales esos movimientos indi scretos e insolentes que las muj eres ponen en práctica, y encaminándolas a imitar el ej emplo y uso de los irracionales de su sexo, más tranquilo y moderado: Nam mulier prohibet se concipere atque repugnat, clunibus ipsa vini Venerem si ) aeta retractet, atque exossato ciet omni pectora fluctus. Eicit enim sulci recta regione viaque vomerem, atque locis avertit seminis ictum . 595 594 Comúnmente se cree que para que sea fecunda la unión de los esposos debe practicarse en la actitud de los cuadrupedos; pues de este modo la situación horizontal del pecho y la elevación de los riñones favorecen la dirección del líquido generador. LUCRECIO, IV, 1 26 1 . (N. del T.) 595 Los movimientos lascivos con que la mujer excita el amor del hombre son un obstáculo para la fecundación, porque apartan el arado del surco y desvían los gérmenes del lugar donde deben dirigirse. LUCRECIO, IV, 1 266. (N. del T.) Si procediendo conforme a j usticia debe otorgarse a cada uno lo que se le debe, diremos que los animales sirven, aman y defienden a sus bienhechores; persiguen ultraj an a los extraños y a los que les ofenden, por donde practican una j usticia semej ante a la nuestra, y vemos también que proceden con igualdad equitativa en el cuidado de sus pequeñuelos. Cuanto a la ami stad, los animales la practican sin ningún género de duda más constante y más viva que los hombres. Hircano, el perro del rey Lisímaco, no quiso abandonar el lecho de su amo cuando éste murió, ni tampoco comer ni beber, y el día que quemaron el cuerpo se arroj ó al fuego y se abrasó. Parecida acción ej ecutó también el perro de un individuo llamado Pirro, que no quiso moverse del lecho de su dueño desde el instante en que murió, y cuando se llevaron el cadáver se dej ó conducir con él, lanzándose también en la hoguera donde el cuerpo de su amo fue quemado. Nacen a veces en el hombre ciertas inclinaciones al afecto sin que la reflexión intervenga, las cuales derivan de una causa fortuita y algunos llaman simpatías; los animales son tan capaces como nosotros de tenerlas : vémoslos tomarse cariño recíproco, ya por el color del pelo o por el aspecto del semblante, y donde quiera que se encuentren unirse al punto con ademán contento y muestras de buena acogida, al par que rechazan la compañía de otros y a veces los odian. Como nosotros, los animales tienen sus preferencias en sus amores 408 y efectúan una selección entre las hembras; tampoco están exentos de nuestros celos y envidias irreconciliables y extremos. Los apetitos son o naturales y necesarios, como el beber y el comer, o naturales e innecesarios como el comercio con las hembras, y también los hay que no son naturales ni necesarios; entre éstos figuran casi todos los de los hombres, como superfluos y artifi ciales. Es maravilla lo poco que ha menester la naturaleza para su contentami ento y cuán poco nos dej a que desear. Los aprestos de nuestras cocinas son ajenos a los preceptos naturales; dicen los estoicos que el hombre podrí a sustentarse con una aceituna al día; la delicadeza de nuestros vinos tampoco incumbe a su regla, ni los atractivos que añadimos a los pl aceres del amor: - - Neque illa magno prognatum deposctt consu1 e connum . 5% . Estos apetitos extraños que la ignorancia del bien y las ideas fal sas han incrustado en nosotros son tan numerosos, que alej an por completo de nuestra vida los exclusivamente naturales, ni más ni menos que si en una ciudad hubiera tan gran número de extranj eros que bastaran a expulsar a los que nacieron en ella, o acabaran con la autoridad y poderío antiguos, usufructuándolos y haciéndose señores de ella. Los animales son mucho más ordenados que nosotros y saben contenerse con mayor moderación dentro de los límites que la naturaleza nos ha prescrito; pero no con tanta escrupulosidad que dej e de quedarles alguna analogía con nuestra vida licenciosa, y así como se vieron deseos furiosos que empujaron a los hombres al amor de l as bestias, hubo también animales a quienes ganó el amor humano, y que experimentaron afecciones monstruosas de una especie a otra. El elefante rival de Ari stófanes, el gramáti co, se enamoró de una j oven vendedora de flores en la ciudad de Alej andría, a quien aquél amaba, y desempeñaba su papel como el más apasionado de los galanes: paseábase por el mercado de frutas, cogía algunas con su trompa y se las llevaba a su amada; procuraba no perderla de vi sta e introducía su trompa en su seno por aj o del corpiño y le tentaba los pechos. Hablan también algunos de un 596 La voluptuosidad no le parece más viva en los brazos de la hija de un cónsul. HORACIO, Sat., 1, 2, 69. (N. del T.) dragón enamorado de una j oven, y de una oca enamorada de un niño en la ciudad de Asopa, de un carnero que idolatraba a la arti sta Glaucia. Todos días vemos monos furiosamente prendados de amor por las muj eres. Vense igualmente ciertos animales que se dan al amor siendo ambos del mismo sexo. Opiano y otros autores refieren algunos ej emplos en testimonio del respeto que -409- las bestias en sus matrimonios profesan a la parentela; mas en este punto la experiencia nos muestra lo contrario con frecuencia sobrada: Nec habetur turpe j uvencae ferre patrem tergo; fit equo sua alia conj ux ; quasque creavit, m i t pequdes caper; ipsaque cuj us . . . a1 es. 597 semme concepta est, ex 1" ) ) o conctptt ¿ Puede encontrarse un caso más peregrino de maliciosa sutilidad que el de la mula del filósofo Thales? Iba la caballeria cargada de sal y tuvo que atravesar un río, y habiendo tropezado, los sacos se moj aron de tal modo que la sal se deshizo y la carga se ali geró; advertida esta circunstancia por la mula, se metía en los arroyos que encontraba al paso cuando ll evaba el mismo cargamento, hasta que su amo, echando de ver su astucia, la cargó de lana; entonces no produciéndola el baño el efecto apetecido dej ó ya de meterse en el agua. Algunos animales representan al desnudo el aspecto de nuestra avaricia, pues se les ve con ansia extrema apoderarse de cuanto pueden y esconderlo cuidadosamente aunque ningún empleo hayan de hacer de ello. En punto a los quehaceres domésticos nos sobrepasan con ventaj a, no sólo por la previsión que ponen en amontonar y guardar para el porvenir, sino que poseen para ello los conocimientos necesarios : las hormigas crean sus granos y semillas a fin de que se mantengan frescos y secos cuando notan que principian a enmohecerse y a volverse rancias, evitando así que se corrompan y se pudran . La previsión y precaución que emplean para morder los granos de trigo sobrepasa a cuanto pueda imaginar la prudencia humana: como el trigo no permanece siempre seco ni bien conservado, sino que se ablanda y deshace convirtiéndose en una pasta lechosa cuando la germinación se produce, pierde entonces para las hormigas sus propiedades nutritivas; por eso muerden el extremo del grano por donde la germinación empieza. Por lo que respecta a la guerra, que es la más aparatosa de todas las acciones humanas, quisiera yo saber si con nuestra preponderancia en ella aspiramos a ganar alguna prerrogati va, o, si por el contrario, pretendemos testimoniar nuestra debilidad e imperfección, pues que la ciencia que tiene por mi sión el destruimos y acabarnos, arruinar aniquilar nuestra propia especie, no tiene por qué ser deseada de los animales, quienes la desconocen 59& : -4 1 0- Quando leoni 597 La ternera se entrega sin escrúpulo a su padre; la yegua sacia los deseos del caballo que la engendró; el macho cabrio se une a las cabras que de él nacieron; el pájaro fecunda al ave a quien dio el ser. OVIDIO, Metam., X, 326. (N. del T.) 598 Y entre las mismas fieras, por crudelísimas que sean, hay común paz. La fiereza de los leones cesa con los de su género; el puerco montés no acomete a otro puerco; un lince no pelea con otro lince; un dragón no se ensaña con otro dragón. . . Solamente los hombres, a quien más convema la humanidad y la paz, y a quien fuera más necesaria, tienen entre sí entrañables odios y discordias. FR. LUIS DE GRANADA, Guía de Pecadores, lib. 11, cap. IX. (N. del T.) fortior eripuit vitam leo?, quo nemore unquam exspiravit aper maj oris dentibus apri? 599 Sin embargo, las luchas no les son completamente ajenas, como lo prueban las furiosas acometidas de las abejas y las empresas de los principes de los dos ej ércitos enemigos: Saepe duobus regibus incessit magno di scordia motu; continuoque animos vulgi et trepidantia bello ÓO . 1 onge praesctscere. 6 corda l tcet · Jamás leo esta divina descripción sin ver en ella estereotipada la absurda vanidad del hombre, pues esos movimientos guerreros que nos embargan a causa de su horror y espanto; esa tempestad de gritos y alaridos; Fulgur ibi ad caelum se tollit, totaque circum, aere renidescit tellus, subterque virum vi excitur pedibus sonitus, clamoreque montes icti rej ectant voces ad sidera mundi 60 1 ; ese espantoso concierto de tantos millares de gentes armadas de tanto furor, tanto ardor, tanto valor reuni dos, son casi siempre movidos o detenidos por causas vanas e insignificantes : Paridi s propter narratum amorem Graecia Barbariae di ro collisa duello 602 : toda el Asia se perdió y consumió en guerra a causa de la muj eriega chismografia de Pari s : la voluntad de un solo hombre, el despecho, el pl acer, los celos domésticos, razones, en fin, que ni siquiera debieran impul sar a arañarse a dos vendedoras de sardinas, son la causa primordial de alteraciones enormes y trastornos colosales. Los mi smos promovedores y actores de las guerras nos lo declaran; oigamos al emperador más grande, al más poderoso, al más victorioso que j amás haya exi stido, y veremos cómo se burla y toma a risa, ingeniosí sima y graciosamente, muchos combates de mar y tierra en los que 599 ¿ Viose alguna vez que un león desgarrara a otro menos fuerte? ¿En qué selva feneció un jabalí bajo el diente de otro más vigoroso? JUVENAL, XV, 160. (N. del T.) 600 Muchas veces la discordia surge violenta entre dos reyes, y entonces se puede comprender que los bandos se hallan agitados por el deseo de guerrear, VIRGILIO, Geórg., IV, 67. (N. del T.) 601 Hasta el cielo llega el brillo del acero bajo el cual como bajo una inmensa coraza, la tierra retiembla oprimida por el peso de las falanges guerreras puestas en marcha; y los montes elevan hasta los astros sus clamores de guerra. LUCRECIO, 11, 325. (N. del T.) 602 Cuéntase que el amor de Paris impulsó a Grecia a entrar en guerra contra los bárbaros. HORACIO, Epíst., 1, 2, 6. (N. del T.) expusieron o perdieron la vida qutmentos mil hombres que siguieron la fortuna del emperador y agotaron la riqueza de dos mundos por coadyuvar a sus empresas: 41 1 - - Quod futuit Glaphyran Antonius, hanc mihi poenam Fulvia constituit, se quoque uti futuam . Fulviam ego ni futuam ! , quid, si me Manius oret paedicem, faciam?, non puto, si sapiam . Aut futue, aut pugnemus, ait. Quid, si mihi vita . . . canor est Ipsa mentu1 a?. , signa canant. 603 (Empleo mi latín con harta libertad, aprovechando el consentimiento, que me habéi s . . otorgado) 604; de suerte que ese monstruo de aspectos y movimientos tan vi. stosos, que parece amenazar el cielo y la tierra: Quam multi libyco voluntur marmore fluctus, saevus ubi Orion hiberni s conditur undis, vel quam solo novo densae torrentur aristae, aut Hermi campo, aut Lyciae flaventibus arvis; . excita . te11 us 605 ; scuta sonant, pu1 suque pedum tremite esa hidra de tantos brazos y cabezas no es, en conclusión, sino el hombre siempre débil, calamitoso y mi serable: un hormiguero revolucionado, . 1t mgrum campi. s agmen 606 : un soplo de viento contrario, el cruce de una banda de cuervos, el tropiezo de un caballo, el paso casual de un águila, una soñación cualquiera, una voz, una señal , la bruma de la mañana, bastan para dar con él por tierra. Lanzadle un rayo de sol a los oj os, y al punto le veréi s aturdido; arroj adle un puñado de polvo a la vista, como a l as abej as de que habla el poeta, y al instante todas nuestras banderas, todas nuestras legiones perderán la brúj ula, sin exceptuar siquiera la del gran Pompeyo, pues si la m emoria me es fi el , Sertorio le venció en España, ayudado de tan débiles armas, que también emplearon Eumeno contra Antígono y Surena contra Craso: 603 Porque Antonio se prendó de Glafira, Fulvia se empeña ahora en que yo la he de amar. ¡Que yo ame a Fulvia! ¿cómo? Si Manio me pide que cometa una necedad, ¿he de acceder al punto a sus deseos? no creo que supiera. Me brindan con amor o guerra, ¿qué es esto? Mejor será pensar en algo más agradable. Que suenen las trompetas, que siga la fiesta. (Epigrama de Augusto conservado por Marcial.) (N. del T.) 604 Créese que este largo capítulo lo dedicó Montaigne a la reina Margarita de Francia, esposa del rey de Navarra (más tarde Enrique IV), conocida por sus poesías y sus Memorias. (N. del T.) 605 Como el mar de Libia agitado por las tempestades cuando el implacable Orión se sumerge en él a la llegada del invierno; o bien como los campos fecundos del Hermo o de Licia, cubiertos de espigas tostadas por el sol estival, así resuenan las armas y la tierra retiembla bajo el peso de los ejércitos. VIRGILIO, Eneida, VII, 7 1 8. (N. del T.) 606 El obscuro enjambre marcha por la llanura. VIRGILIO, Eneida, IV, 404. (N. del T.) Hi motus animorum, atque haec certamina tanta, 6 pulveris exigui j actu compressa quiescent. 07 Láncese contra él una turba de abej as y estos animalillos acabarán con su fuerza y con su arroj o. Sitiando poco ha 4 1 2 los portugueses la ciudad de Tamly, en el territorio de Xiatime, los moradores de aquélla conduj eron a la muralla gran número de colmenas, que en el país abundan, y por medio de fuego las arroj aron tan diestramente contra sus enemigos, que éstos se vieron obligados a abandonar su empresa, no pudiendo soportar los asaltos y picaduras. Con tan ingenioso medio defendieron su ciudad y ganaron la libertad, y l a buena fortuna hizo que concluido el combate no faltara ni una sola abej a en su panal . Las almas de los emperadores y las de los zapateros de viej o provienen del mismo molde; al considerar la trascendencia de las acciones de los príncipes, el peso e influj o de las mismas, pensamos acaso que son el resultado de alguna fuerza igualmente trascendental, pero nos equivocamos de medio a medio; los monarcas son guiados en sus actos por idénticos resortes que nosotros en los nuestros; la misma razón que nos indi spone con el vecino ocasiona entre dos príncipes una guerra; si el motivo que nos impulsa a castigar a un lacayo lo experimenta un soberano, arruina al punto una provincia; su voluntad es tan ligera como la nuestra, pero su poderío mayor. Análogos son los apetitos que mueven a un insecto microscópico, que los que agitan a un elefante. En punto a fidelidad todos los animales aventaj an al hombre. Ninguno hay que le supere en malas artes. Nuestros cronistas hablan del encarnizamiento con que algunos perros vengaron la muerte de sus amos. El rey Pirro encontró un perro que custodiaba el cadáver de un hombre, y habiéndole dicho que el animal ll evaba tres días sin moverse de aquel lugar, mandó que dieran sepultura al muerto y se llevó el perro consigo. Un día que el monarca asistía a las maniobras de su ej ército, el animal vio a los matadores de su amo, corrió tras ellos en medio de grandes ladridos, lleno de rabia, y por este primer indicio preparó la venganza de la muerte, que la j usticia se encargó de casti gar. Otro tanto hizo el perro del poeta Hesíodo, denunciando a los hijos de Ganystor de la muerte que habían cometido en la persona de su amo. Otro perro que guardaba un templo de Atenas vio a un sacrílego ladrón que se llevaba las j oyas más valiosas; ladró al malhechor, pero como los guardianes no se despertaron siguió tras él, y cuando amaneció se apartó un poco sin dejar de perderle de vi sta ni un momento: cuando el ladrón le daba de comer nada quería recibir de su mano, pero a los demás que encontraba en su camino los acariciaba moviendo la cola y aceptaba cuanto le ofrecían; si el ladrón se detenía para dormir, el perro se paraba en el lugar mi smo; y por fi n, como los guardianes tuvieran noticia del animal, se informaron de sus señas, siguieron sus huellas, y di eron con él en la ciudad de Cromyón y con el ladrón también, a quien -4 1 3 - conduj eron a la ciudad de Atenas, donde fue castigado. En reconocimiento de los buenos oficios del can, los j ueces ordenaron que fuese en adelante mantenido a expensas del erario, y que los sacerdotes cuidaran de él . Plutarco refiere este hecho como verídico y dice que ocurrió en su siglo. Cuanto a la gratitud bastará citar el caso que refiere Apión 608, como testigo ocular. Un día que se celebraba en Roma para divertimiento del pueblo un combate de fieras, principalmente de leones de gran altura, se vio uno entre los demás que por su furiosa actitud, fuerza y grosor de sus miembros y rugido soberbio y espantoso, atraía la atención - - (1.)7 Todas estas agitaciones, todas estas luchas cesarían arrojando sobre los combatientes un puñado de polvo. VIRGILIO, Geórg., IV, 86. (N. del T.) 608 AULO GELIO, V, 14. -Séneca (de Benef. , 11, 1 9) parece recordar el mismo proceso. (J. V. L.) general . Entre los esclavos que comparecieron ante el pueblo en esta lucha de fieras hubo uno de Dacia, llamado Androclo, que pertenecí a a un cónsul romano. Tan luego como el león lo vio, se detuvo de pronto, cual si hubiera sido ganado por una sorpresa repentina, y luego se le acercó muy despacio, blanda y apaciblemente, como para reconocerle con mayor seguridad; luego que se hubo bien asegurado de quién era, empezó a mover la cola, como hacen los perros que acarician a sus amos, y a besar y l amer las manos y los muslos del pobre esclavo, transido de espanto y loco o mi edo. Androclo recobró la calma por la benignidad del l eón, y l a tranquilidad por haberle reconocido; entonces se acariciaron e hicieron fiestas de tal suerte que era el verlos un contento singular. El pueblo daba gritos de alegría; el emperador mandó llamar al esclavo para que le explicase la causa de un acontecimiento tan portentoso, y entonces Androclo relató la admirable hi storia siguiente: «Cuando mi amo era procónsul en África me vi obligado a abandonarle por la crueldad y malos tratos que conmigo empleaba; todos los días daba orden de que me azotaran, así es que me vi precisado a escapar de la presencia de un personaj e que tanta autoridad tenía en la provincia, y el medio más fácil que encontré a mano fue trasl adarme a las soledades y paraj es arenosos e inhabitables de aquel país, resuelto, si los medios de subsistir me faltaban, a darme la muerte. Como el sol es abrasador a la hora del medio día y el calor insufrible, encontré una caverna oculta e inaccesible e hice de ella mi guarida; no tardé mucho en recibir la visita de un león con una garra ensangrentada y herida, que se quej aba y gemía de los dolores que sufría. Cuando le vi entrar tuve mucho miedo, pero el animal viéndome oculto y atemorizado en un rincón de su vivienda, se me acercó con dulzura extrema, presentándome su garra herida y mostrándomela cual si me pidiera que se la curase; entonces le extraj e una gruesa astilla que tenía incrustada, y como me hubiera familiarizado con él un poco, le oprimí la 4 1 4 herida, la lavé y la sequé del modo que mej or me fue dable. El león, sintiéndose mej or de su mal y aliviado del dolor, se durmió con la pata entre mis manos. De entonces en adelante vivimos j untos en la caverna por espacio de tres años, alimentándonos con la misma carne, pues de los animales que mataba en sus cacerías me dej aba los mej ores pedazos, que yo guisaba con el calor del sol , a falta de lumbre, y que me servían de sustento. Como andando el tiempo me cansara de una vida tan animal y salvaj e, un día que como todos los demás habla salido a sus cacerí as, me alej é de l a caverna, y cuando habían trascurrido tres, fui sorprendido por los soldados, que me conduj eron del África a esta ciudad y me pusi eron en manos de mi señor, quien me condenó a perecer entre las garras de las fieras. En conclusión; a lo que yo veo, el león fue cazado poco tiempo después y hoy ha querido recompensarme de la cura que le hice y de los auxilios que le presté.» Tal fue el sucedido que Androclo refirió al emperador y luego al pueblo, siendo puesto en libertad a petición de todos y absuelto de su condena: por voluntad general se le hizo - - presente del león. Viose luego, dice Apión, al esclavo conduciendo su león con una cuerda pequeña, como se lleva a un perrillo, paseándole por las tabernas de Roma, en las que le daban dinero; el león se dej aba cubrir con las flores que le arroj aban, y todos exclamaban al verlos: « ¡ He aquí el león huésped del hombre; he aquí el hombre que curó al león ! » Lloramos frecuentemente l a pérdida de los animales a quienes profesábamos cariño; otro tanto hacen ellos cuando nosotros fallecemos : Post, bellator equus, positis insignibus, Aethon . 1" ) ) acrymans, gutt1sque humectat grand1" bus ora. 609 609 Detrás marcha soberbiamente enjaezado su corcel de guerra Aethon dando relinchos lastimeros, con la cara bañada en lágrimas. VIRGILIO, Eneida, XI, 39. (N. del T.) Hay pueblos en que las muj eres pertenecen a varios hombres, y otros en que cada individuo tiene la suya; lo propio se ve en los animales y la fidelidad marital mej or guardada que en el género humano. En punto a la confederación y unión 6 1 0que mantienen entre sí para socorrerse y auxiliarse, vense bueyes, cerdos y otras especies que al grito del ofendido toda la cuadrilla acude en su ayuda y se une para defenderle; cuando el escarro traga el anzuelo del pescador, sus compañeros se reúnen en gran número alrededor de él, y roen y parten la caña; si ocurre que alguno cae en la red, los otros le presentan la cola por fuera, el prisionero -4 1 5- la estrecha cuanto puede y así le arrastran hacia fuera a dentelladas hasta que consiguen librarle. Los barbos, cuando uno de sus compañeros es atrapado, se colocan los demás la caña contra el espinazo, y sacan un pincho armado de dientes como una sierra, con la ayuda del cual la cortan . Cuanto a los particulares servicios que nos prestamos en la vida, lo propio puede verse entre los animales en muchas especies. Cuentan que la ballena nunca va sola, sino que la precede un pececillo semej ante al gobio de mar, que por eso se llama guía; la ballena le sigue dej ándose guiar en línea recta o en redondo, con la misma facilidad que el timón hace girar al navío. En recompensa de tal servicio, el cetáceo no hace daño alguno al pececillo, que duerme en su boca con seguridad completa; sabido es que todo cuanto entra en las fauces de este monstruo, lo mismo un animal que un buque, es al punto deglutido. Mientras el animalillo permanece dormido la ballena no se mueve, y tan pronto como sale al agua, el cetáceo le sigue sin detenerse; si acontece que le pierde de vi sta, el animal va errando por todas partes y a veces choca contra las rocas como un barco sin timón, Plutarco da testimonio de haber visto esto en la isla de Anticyre. Parecida unión existe entre el paj arillo llamado reyezuelo y el cocodrilo; el primero sirve al segundo de centinela, y cuando su enemigo el icneumón se acerca para combatirle, el paj arillo, temiendo que le sorprenda dormido, le despierta con su canto y con el pico para advertirle del peligro; vive de los restos de las comidas del cocodrilo, que le da asilo familiarmente en su boca, y le permite pi cotear en sus mandíbulas y en sus dientes para que recoj a los pedacitos de carne que le quedaron; cuando el cocodrilo quiere cerrar la boca, el paj arillo lo advierte, que la va cerrando poco a poco para no causarle daño. La concha que llaman nácar vive de modo análogo con el pinotero, que es un animalillo semej ante a él y le sirve como de huj i er y portero, colocado en la abertura de las valvas, que mantiene siempre entreabiertas hasta que ve entrar algún pececillo propio a su nutrición; entonces él se interna, va picando la carne viva y la obliga a cerrar las valvas; luego los dos j untos comen la presa así encerrada. En la manera de vivir de los atunes se advierte una ciencia singular de las tres partes de la matemática, y en punto a astrología estos animales la enseñan al hombre, pues se detienen en el lugar en que el solsticio de invierno los sorprende, y no se mueven hasta que llega el equinoccio siguiente; por esta razón Aristóteles mismo los supone competentes en astronomía. En cuanto a la geometría y aritmética, estos animales construyen siempre sus cuadrillas en forma cúbica, cuadrada por todas partes, de suerte que forman un cuerpo de batallón sólido, cerrado alrededor, con 4 1 6- seis caras iguales; nadan luego en esta di sposición cuadrada, tan ancha atrás como - delante, de suerte que quien ve una y cuenta un rango puede fácilmente contar los demás, porque la profundidad es igual a la anchura y ésta a la longitud. En punto a magnanimidad es dificil probarla mej or que citando el ej emplo de un perro enorme que fue enviado de las Indias al emperador Alej andro; presentáronle primeramente 61 0 Primeramente, considern que aun los animales brutos, por la mayor parte viven en paz con los de su misma especie. Los elefantes andan juntos con los elefantes y las ovejas con sus rebaños; los pájaros vuelan en bandos; las grullas se revezan parn vela de noche y andan en compañía : lo mismo hacen las cigüeñas, los ciervos, los delfines y otros muchos animales. FR. LUIS DE GRANADA, Grua de Pecadores, lib. 11, cap. IX. (N. del T.) un ciervo para que luchara con él, luego un j abalí, después un oso, y no hizo ningún caso de ellos, ni siquiera se dignó moverse del lugar en que se encontraba; pero apenas hubo vi sto un león se levantó al punto, dando con ello a entender claramente que sólo al último consideraba digno de sostener la lucha. En lo tocante al arrepentimiento y reconocimiento de las faltas cometidas, refiérese que un elefante, habiendo dado muerte al que le cuidaba, empuj ado por la cólera, sintiose acometido de una tri steza tan intensa que se resistió a comer, dejándose morir de hambre. En punto a la clemencia refiérese de un tigre, el más inhumano de todos los animales, a quien dieron un cabrito para que lo devorase, que pasó dos días sin comer antes de decidirse a tocarlo, y al tercero rompió la j aul a en que estaba encerrado para buscar otras provisiones por no querer devorar el animal que le presentaban, que era su amigo y huésped. Y por lo que se refiere a la ami stad que se engendra por el trato entre los animales, ordinariamente nos acontece ver reunidos gatos, perros y liebres. Pero lo que la experiencia enseña a los que viaj an por mar, -principalmente por el mar de Sicilia-, sobre la condición de los alciones sobrepasa cuanto el humano entendimiento pueda idear; ¿ de qué otra especie animal honró j amás la naturaleza los partos, el nacimiento y la manera de criarse? Cuentan los poetas que una sola isla, la de DeJos, que flotaba sobre las aguas, se afirmó para coadyuvar a la procreación de Latona; pero el Criador de todas las cosas hizo que el mar todo se detuviera, afirmara y aplanara, sin olas, vientos ni lluvias, mientras el alción engendra a sus pequeñuelos, precisamente cerca del sol sti cio, el día más corto del año; y por virtud de tan privilegiado animal tenemos siete días y siete noches en lo más crudo del invierno en que nos es dable navegar sin peligro alguno. Las hembras no reciben otro macho que el suyo propio, y le asi sten toda la vida sin abandonarl e j amás; y si cae enfermo o se inutiliza, cargan con él, le llevan por todas partes y lo auxilian hasta la hora de la muerte. Mas nadi e ha podido conocer todavía la naturaleza de la maravillosa construcción con que el alción fabrica el nido de sus pequeñuelos ni adivinar los materiales de que se compone. Plutarco 6 1 1 , que -4 1 7- vio y tocó algunos nidos, cree que es con las espinas de algún pez como el alción une, liga y entrelaza, colocando unas a lo largo, las otras de través, proveyéndolo de curvas y redondeces, de tal suerte que forma un barco redondo presto a navegar. Tan luego como la construcci ón termina, el alción lo somete a la prueba de las olas, en el punt donde el mar, sacudiéndolo sin violencia, le hace ver las partes que no fueron sólidamente ligadas, y fortifica la en que advierte que su estructura flojea se deshace por el choque de las ondas. Por el contrario, los puntos que están bien unidos se fortifican y constriñen merced al sacudimiento del agua, de tal suerte que no pueden romperse ni deshacerse o deteriorarse a pedradas ni con el hierro, si no es con mucho trabajo. Más digna de admirarse todavía es l a di sposición y fi gura de la concavidad, pues está formada y di spuesta de manera que no puede recibir ni contener otra cosa que el ave que la edificó; a todo lo demás es impenetrable, cerrado y firme, de tal modo que nada puede meterse dentro, ni siqui era el agua del mar. He aquí una descripción clara, sacada de una obra que merece crédito, pero que no acaba de hacernos ver claramente las dificultades de tal arquitectura, así que podemos concluir que es inexplicable el sentimiento vano que nos hace considerar como inferior o interpretar desdeñosamente lo que no somos capaces de imitar ni de comprender. Para llevar todavía un poco más lej os la correspondencia y semej anza que exi ste entre nuestras acciones y las de los animales, diré que como el hombre, poseen el privilegio, de que nuestra alma se glorifica, de acomodar a su condición cuanto concibe, despoj ando de cualidades mortales y corpóreas cuanto a ella ll ega; el de ordenar las cosas que estima 61 1 PLUTARCO, Qué animales son los más avisados (c.XXXIV): al mismo libro pertenecen igualmente muchas de las relaciones que Montaigne trae a cuento en estas páginas en alabanza de la inteligencia y virtudes de los irracionales. Véase también PLINIO, Historia de los animales, IX, 16. (N. del T.) dignas de unirse al espíritu, desligándolas de sus cualidades corruptibles y dej arlas aparte como cosa superflua y material , tales como espesor, longitud, profundidad, peso, color, olor, dureza, suavidad, blandura y todos los accidentes sensibl es, para acomodarlos a su condición espiritual e inmortal . Así, por ejemplo, las ciudades de Roma y París, que mi alma se representa tales cuales son, puede concebirlas sin magnitud ni lugar, sin piedras, yeso ni madera: de idéntica facultad parece que los animales gozan, pues un caballo acostumbrado al sonido de las trompetas, a oír el di sparo de los arcabuces y el cheque de las armas en los combates, a quien vemos agitarse y temblar estando dormido, extendido sobre su lecho, cual si estuviera en medio de la pelea, es seguro que concibe un sonido de tambor sin oírlo y un ej ército sin que vea armas ni soldados: 418 - - Quippe videbis equos fortes, quum membra j acebun in somnis, sudare tamen, spirareque saepe, o o et quast de pa1 ma summas contendere vues 6 1 2 : la liebre, que un galgo imagina en sueños, tras la cual la vemos j adeante, levantar la cola, sacudirlas patas y representar a maravilla los movimientos de la carrera, es una li ebre inmaterial, sin huesos y sin piel : Venantumquenes canes in molli saepe quiete j actant crura tamen subito, vocesque repente mittunt, el cerebras reducunt naribus auras, ut vestigia si teneant inventa ferarum : expergefactique sequuntur inania saepe cervorum simulacra, fugae quasi dedita cernant; donec discussi s redeant erroribus ad se 6 1 3 : los perros guardianes que vemos gruñir cuando sueñan, y después ladrar y despertarse sobresaltados, como si advirtieran la llegada de algún extraño; este desconocido, que su alma divi sa, es un hombre espiritual de imperceptible, sin dimensiones, color ni ser: Consueta domi catulorum blanda propago degere, saepe levem ex oculi s volucremque soporem di scutere, et corpus de terra corripere instant, proinde quasi ignotas facies atque ora tuantur. 6 1 4 61 2 Así suele observarse que los caballos corredores se cubren de sudor y dan fuertes resoplidos durante el sueño, cual si creyeran hallarse luchando con todas sus fuerzas por obtener la victoria. LUCRECIO, IV, 988. (N. del T.) 61 3 También los perros cazadores se agitan muchas veces durante el sueño y de repente se ponen a escarbar, a ladrar o a olfatear inquietos, como si hubiesen encontrado rastros de caza, y aun llegan, movidos por la ilusión, a perseguir ciervos imaginarios que creen ver huir delante de ellos, hasta que desvanecido el fantasma comprenden que todo fue engaño y vuelven en sí. LUCRECIO, IV, 992. (N. del T.) 61 4 A veces el guardián fiel y cariñoso que vive bajo nuestro techo disipa de pronto el sueño ligero que cubria sus párpados y se pone en guardia creyendo ver una cara extraña cuyos rasgos desconoce. LUCRECIO, IV 999. (N. del T.) Por lo que a la belleza corporal respecta, antes de considerarla, sería preciso saber si estamos de acuerdo en cuál es su natural eza. Probable es que no sepamos en qué consi sta la belleza, así la de la naturaleza como en general , puesto que a la del hombre y a la de cada uno en particular damos tan gran diversidad de formas. Si algún precepto nos inclinara a ella, todos la reconoceríamos como reconocemos lo tangible y lo palpable; el calor del fuego, por ej emplo. Cada cual la acomoda a su inclinación Turpi s Romano Belgicus ore color 6 1 5 : para los indios es atezada y negra, con los labios gruesos e hinchados y la nariz achatada; cuelgan éstos gruesos anillos de oro en el cartílago para que caiga sobre la boca, e igualmente acostumbran a llevar gruesos círculos incrustados de piedras finas pendientes del labio inferior para que se acerque 4 1 9 a la barba; la gracia más exqui sita entre esos pueblos consi ste en mostrar desmesuradamente la dentadura. En el Perú las orej as de mayor tamaño son las más bellas, y valiéndose de procedimientos diversos alárganlas cuanto pueden; una persona viva y sana cuenta que vio en una nación oriental el cuidado de agrandar las orej as tan acreditado, lo mismo que el cargarlas de pesadas j oyas, que podía con toda facilidad meter el brazo con manga y todo por el aguj ero de una orej a. Otras naciones ennegrecen los dientes con superior esmero y desdeñan el verlos blancos; en otras los tiñen de color roj o. No es solamente los países vascos donde las mujeres se creen más hermosas rapándose el pelo de la cabeza; lo propio ocurre en otras partes, y, lo que es más peregrino, en ciertas regiones polares, según Plinio atestigua. Los mej icanos incluyen entre las cuali dades estéticas la pequeñez de la frente, y así como se cortan el pelo de las otras partes de cuerpo hacen que en la frente crezca aplicando remedios para ello; el tamaño de los pechos debe ser desmesurado y las muj eres se esfuerzan por poder ofrecérselo a sus hijos para encima del hombro. Tal cosa para nosotros sería horrible. Para los italianos la belleza corporal ha de ser gorda y maciza, para los españoles delgada y esbelta; éstos la prefieren blanda y delicada, aquéllos fuerte y vigorosa; quién exige melindres y dulzuras, quién maj estad y fiereza. Así como Platón encuentra la belleza en la forma esférica, los partidarios de Epicuro la ven en la pirami dal más bien, o en la cuadrada, y no pueden transigir con un dios en forma de bola. Mas de todas suertes, en esto, como en todo lo demás, tampoco la naturaleza nos concedió ningún privilegio, sobre los otros seres; y si nos consideramos bien hallaremos que si hay algunos animales menos favorecidos que el hombre en punto a belleza, hay otros y en gran número que nos aventajan, a multis 6 6 animalibus decore vincimur 1 , hasta entre los que como nosotros se muevan en la tierra; pues por lo que toca a los marinos, dej ando a un lado la figura, que no puede compararse por lo di stinta con la nuestra, tanto se aparta en color, limpieza, pulidez, disposición, en lo - - demás nos ganan, como asimismo nos son muy superiores todas las aves. La prerrogativa que los poetas encuentran en el hombre por su recta estatura, que mira al cielo, ¿ de dónde procede? Pronaque quum spectent animalia cetera terram, os homini sublime dedit, caelumque fueri 61 5 El tinte de Bélgica desluce el rostro romano. PROPERCIO, 11, 17, 26. (N. del T.) 61 6 Son muchos los animales que nos aventajan en hermosura. SÉNECA, Epíst . 1 24. (N . del T.) JUSStt, et erectos ad st" dera to11 ere vu1 tus 6 1 7 ; o o -420no puede menos de convenirse en que es más poética que verdadera, pues hay muchos animales cuya mirada se dirige exclusi vamente al firmamento, y la derechura de los camellos y de los avestruces, creo que es más gallarda que la nuestra. ¿ Qué clase de animales es la que no tiene la faz elevada ni mira frente a frente como nosotros, ni descubre en su posición natural así el cielo como la tierra, como le ocurre al hombre? ¿Ni qué cuali dades corporales de las que nosotros tenemos y que Platón y Cicerón describen no pueden aplicarse a mil categorías de irracionales? Los que más se nos acercan son preci samente los más feos y repugnantes de toda la escala, pues así por la apariencia exterior como por el aspecto del semblante, son los monos: Simia quam similis, turpissima bestia, nobi s ! 618 interiormente y cuanto a los órganos vitales, es el cerdo. Cuando yo considero al hombre enteramente desnudo, sobre todo al sexo que parece estar adornado de cualidades más bellas, y reparo en sus tachas e imperfecciones, me convenzo de que más que ningún otro animal, hemos obrado prudentemente al cubrir nuestras fealdades. Debe perdonársenos el que nos hayamos cubierto con los despoj os de aquellos a quienes la naturaleza favoreció más que al hombre, para adornamos con su belleza, y esconderlos baj o la lana, la pluma, el pelo o la seda. Observemos, además, que el hombre es el único animal cuyos defectos ofendan a sus semejantes y el único también que se guarda de los demás cuando practica sus actos naturales. Es también una circunstancia digna de tenerse en cuenta el que los entendidos en la materia aconsej en como un remedi o eficaz en las pasiones del amor la vi sta al descubierto del cuerpo de la amada, y que para verter el jarro de agua fría sobre el amor baste con ver al descubi erto la persona amada Ille, quod obscaenas in aperto corpore partes viderat, in cursu qui fuit, haesit amor 6 1 9 : y aunque tal remedio pueda proceder a veces de una condición algo delicada y fría, es una cosa que prueba nuestra debilidad el que por medio de la frecuentación y el trato que lleguemos a hastiamos los unos de los otros. No es tanto pudor, como artificio y medida prudente, lo que hace que nuestras damas sean tan circunspectas en rechazarnos la entrada en sus tocadores antes de que se hayan pintado y acicalado para mostrarse en público: -42 1 - 61 7 En tanto que los demás animales se ven forzados a mirar hacia la tierra, el hambre fue dotado por Dios de una frente elevada para que pudiera. contemplar el firmamento y alzar hacia las estrellas su rostro sereno. OVIDIO, Metam., 1, 84. (N. del T.) 61 8 A pesar de todas sus deformidades el mono se nos asemeja. ENNIO, apud CIC., de Nat. deor., 1, 25. (N. del T.) 61 9 ¡Cuántas veces el que descubrió los secretos velados por el pudor de la mujer amada sintió desvanecerse el amor junto con el misterio! OVIDIO, de Remed. amor., v. 429. (N. del T.) Nec Veneres nostras hoc fall it; quo magis ipsae omnia summopere hos vitae postscenia celant, o 1 o o quos retmere vo unt, adstnctoque esse m amore. 620 Nada hay en muchos animales de que no gustemos y que no plazca a nuestros sentidos; de tal suerte, que hasta de sus mismos excrementos y secreciones obtenemos no sólo manj ares exquisitos, sino nuestros más ricos perfumes y nuestros ornamentos más preciados. Claro está que todo lo dicho no va sino con el común de los hombres y muj eres: sería un verdadero sacrilegio incluir a esas divinas criaturas, sobrenaturales y extraordinarias bellezas, que a veces resplandecen entre nosotros como astros, baj o una envoltura corporal y terrestre. Por lo demás, la parte que en los animales reconocemos de los beneficios que l a naturaleza les otorgó, les es más ventaj osa que la nuestra: atribuímonos bienes imaginarios sobrenatural es, bienes futuros y lej anos, de los cuales la humana capacidad no puede darse cuenta, o beneficios que nos aplicamos fal samente, merced a la licencia de nuestro j uicio, como la razón, la ciencia, el honor; a los otros seres dej amos en cambio los que sólo son materiales y palpables: la paz, el reposo, la seguridad, la inocencia y l a salud, que es el más hermoso y rico presente que de l a naturaleza podemos recibir; de tal suerte, que hasta la filosofia estoica declara que si Heráclito y Ferecides hubieran podido cambiar su sabiduria por la salud, y librarse con tal trueque el uno de la hidropesía y el otro de la enfermedad cutánea que la atormentaba, lo hubieran hecho de buen grado. Por donde conceden todavía mayor valor a la sabiduría, comparándola y contrapesándola con la salud, que en esta otra proposición perteneciente también a la secta estoica: si Circe hubiera presentado a Uli ses dos brebajes diferentes, uno para convertir un loco en cuerdo y el otro para trocar el cuerdo en loco, Uli ses hubiera aceptado el de la locura, mej or que consentido en que Circe cambiara su forma humana en la de un animal, y añaden que la propia sabiduría le hubiera hablado de esta manera: «Abandóname, déj ame como estoy antes que acomodarme baj o la figura y cuerpo de un asno. » ¿ Cómo? ¿esa portentosa y divina sapiencia la dej an los filósofos por esta forma corporal y terrestre? No son pues la razón, la reflexión ni el alma lo que nos hace superiores a los animales; es si nuestra belleza, nuestra hermosa tez y nuestra bella di sposición orgánica, por la cual nos precisa echar a un lado nuestra inteli gencia, nuestra prudencia y todas las demás cualidades. Yo acepto de buen grado esa confesión ingenua y franca; en verdad conocieron -422- que aquellas prendas de que tanto nos gloriamos, no son mas que fantasía vana. Aun cuando los animales tuvieran en su mano la virtud toda, la ciencia, la sabiduría y la firmeza de alma de los estoicos, no dej arian por eso de ser animales y no podrian por lo mismo ponerse en parangón con un hombre mi serable, insensato y malo. En fin de cuentas, lo que a nosotros no se asemeja nada vale; Dios mismo, para alcanzar valer, es preciso que se nos asemeje, como más adelante veremos; de todo lo cual se deduce que no es por razones sólidas, sino por testarudez vana y loca por lo que nos tenemos por superiores a los otros seres y nos alej amos de su sociedad y condición. Pero volviendo a mi propósito diré que, por nuestra parte, somos víctimas de l a inconstancia, irresolución, incertidumbre, duelo, superstición, ansia por las cosas venideras, a veces aun después de nuestra vida; de la ambición, avaricia, los celos, la envidia, los apetitos desordenados, furiosos e indomables; de la guerra, mentira, deslealtad, detractación y curiosidad . En verdad hemos pagado cara la tan decantada razón de que nos 620 No corre en esto peligro nuestra pasión, puesto que la mujer sabe ocultar los secretos de su vida que pudieran destruir la ilusión del hombre, particularmente a aquellos a quienes desea sujetar y retener fieles a su amor. LUCRECIO, IX, 1 1 82. (N. del T.) gloriamos y la capacidad de juzgar y conocer, si la hemos alcanzado a cambio infinito número de pasiones de que incesantemente somos presa, dado caso que no queramos también ensalzamos, como hace Sócrates, de la noble prerrogativa sobre los demás animales a quiénes la naturaleza prescribió cierto lí mite y época en el placer venéreo, mientras que al hombre le dej ó amplio campo a todas horas y en todas ocasiones. Ut vinum aegrotis, quia prodest raro, nocet saepissime melius est 11011 adhibere omnino, quam, spe dubiae salutis: in opertam pernicie11 incurrere; sic haud scio, a11 melius fuerit, humano generi motum istum celerem cogitatio11is, acumen, solertiam, quam rationem vocamus, quo11iam pestifera sint multis, admodum paucis salutaria, non dari 6 onmmo, quam tam mlii11.JICe il"i et tam large uan 21 . · ..J · ¿ Qué provecho fue el que alcanzaron Varrón y Aristóteles por el entendimiento peregrino que les adornaba? ¿ Acaso los libró de las molestias humanas? ¿Eximioles siquiera de los accidentes a que está suj eto cualquier ganapán? La lógica, ¿procurol es algún consuelo contra la gota? Porque supieran que ese humor tiene su asiento en las j unturas, ¿se vieron menos libres de él? ¿ Aviniéronse con la muerte por saber que algunos pueblos encuentran en ella contentamiento? ¿ resignáronse con la infideli dad matrimonial por tener noticia de que en algunos países las muj eres pertenecen 423 a varios hombres? Muy por el contrario; habiendo el primer, lugar como sabios, el primero entre los romanos, el segundo entre los griegos, en la época más floreciente de las ciencias romana y griega, ningún indicio tenemos de que disfrutaran de ninguna particular ventaj a en el transcurso de sus vidas, antes bien, el griego tuvo que emplearse en lavar algunas manchas de la suya. ¿Hase demostrado que la salud y los placeres sean más gustosos para los que conocen la astrología y la gramática? - - Illitterati num minus nervi rigent? 622 ¿y la vergüenza y la pobreza menos importunas? Scilicet et morbis, et debilitate carebis, et l uctum et curam effugies, et tempora vitae tonga tibi post haec fato meliore dabuntur. 623 Cien artesanos he conocido, y cien labradores, que fueron más prudentes y dichosos que los rectores de universidad; a los primeros quisi era yo asemejarme. A mi j uicio, la doctrina debe incluirse entre las cosas necesarias para la vida, como la gloria, la nobleza, la dignidad, o cuando más, en la misma escala que la riqueza, la belleza y otros méritos que son de verdadera utilidad: nosotros las damos precio, no a su cualidad intrínseca. Para l a vida social apenas s i necesitamos otras leyes n i otros preceptos que los que precisan las 621 Del mismo modo que es preferible no dar vino a los enfermos porque, siéntoles ordinariamente nocivo, vez provechoso, se corre el riesgo de dañarles a cambio de la esperanza demasiado problemática de devolverles la salud, así creo también que seria preferible que no se hubiera otorgado al hombre la facultad de pensar, la comprensión, la perspicacia, en suma, lo que llamamos razón, la cual a todos nos fue liberalmente concedida y aprovecha a muy pocos siendo en cambio altamente nociva para los más. CICERÓN, de Nat. deor., III, 27. (N. del T.) 622 ¿Resiste el ignorante con menos ímpetu las embestidas del amor? HORACIO, Epod., 8, v. 1 7 . (N. del T.) 623 Así estarás exento de enfermedades y flaquezas; así te librarás de preocupaciones y de sufrimientos, y el destino bienhechor te concederá una vida más dilatada y feliz. JUVENAL, XIV, 1 56. (N. del T.) rara grullas o las hormigas en la suya, quienes, sin erudición ni ciencia, se conducen de un modo ordenadísimo. Si el hombre fuera sensato, miraría las cosas según la mayor o menor utili dad que procurasen a su indi viduo. A considerar cada hombre por las acciones y desórdenes que realiza, encontraranse más excelentes y en mayor número entre los ignorantes que entre los sabios en toda suerte de virtudes. Valía más la antigua Roma, así en la paz como en la guerra, que la Roma sabia, causa de su propi a ruina; y aun suponiendo que en todo lo demás fuera idéntica, la hombría de bien y la inocencia pertenecieron a la antigua, pues ambas cualidades sólo se avienen con la sencillez. Mas dej ando a un lado este punto, que me llevaría más lej os de lo que pretendo, añadiré únicamente que sólo la humildad y l a sumisión engendran los hombres de bien. No es posible del al albedrío de cada individuo el conocimiento de su deber; es preciso prescribírselo, no dej arlo a la elección de cada cual . De otro modo, considerando la variedad infinita de opiniones y razones, nos f01j aríamos deberes que nos llevarían a devorarnos los unos a los otros -424como dice Epicuro. La primera ley que Dios impuso al hombre fue la de una mera obediencia; una orden sencilla y sin complicaciones en que el individuo nada tuviera que conocer ni que cuestionar, pues el obedecer es oficio propio del alma razonable que reconoce un ser celeste, infinitamente superior y bienhechor. De la obediencia y la sumisión nacen todas las demás virtudes, como de la rebeldía emanan todos los pecados. La primera tentación que experimentó la humana naturaleza por mediación del demonio, el primer veneno, nos fue inoculado por la promesa de ciencia y conocimiento: Eritis sicut dii, scientes bonum el malum 624 ; las sirenas, para engañar a Uli ses y llevarle a sus peligrosos lagos, según Homero refiere, ofreci éronle también el don de la ciencia. El tormento humano es la sed de saber; he aquí por qué la religión católica recomienda tanto la ignorancia, como el único camino de obedecer y creer: Cavete ne quis vos decipiat per philosophiam et inanes seductiones, secundum elementa mundi 625. Los fi lósofos de todas las sectas convienen en que el soberano bien reside en la tranquilidad del alma y del cuerpo, ¿ pero dónde encontrarla? Ad summum sapiens uno minor est Jove, dives, liber, honoratus, pulcher, rex denique regum; Praecipue sanus, nisi quum pituita molesta est. 626 Diríase que la naturaleza, para consuelo de nuestra condición mi serable y caduca, sólo nos dio como patrimonio la presunción; así lo afirma Epicteto: «Nada hay en el hombre que le pertenezca de una manera cabal sino el uso de su raciocinio» : humo y viento sólo constituyen nuestro patri monio. Dice la filosofia que los dioses participan de la salud en esencia y de la enfermedad en inteli gencia; el hombre, inversamente, posee los bienes imaginativamente, y los males esencial y materi almente. Por eso hicimos bien en avalorar las fuerzas de nuestra fantasía, pues todos nuestros bienes no son más que sueños. Ved una muestra del orgullo de este calamitoso animal : «Nada hay, dice Cicerón, tan dulce como la ocupación de las letras, por virtud de la cual, la infinidad de las cosas, la inmensa magnitud de la naturaleza, los cielos, la tierra y los mares nos son descubiertos; ellas son las que nos 624 Os asemejaréis a los dioses, que conocen la ciencia del bien y el mal. Génes., III, 5. (N. del T.) Cuidad de que nadie os seduzca con las argucias de la filosofía, ni con sutilezas vanas y engañadoras según las mundanales doctrinas. SAN PABLO, ad Colors., 11, 8. (N. del T.) 626 Superior a los demás mortales el sabio se considera poco menos que un Júpiter; es rico, libre y hermoso, y todos le rinden homenaje; es rey de los reyes, y para colmo de dicha goza de excelente salud, a no ser que la pituitaria le moleste con una secreción demasiado abundante. HORACIO, Epíst.. 1, 1, 606. (N. del T.) 625 enseñaron la religión, la moderación, la grandeza de ánimo; las que arrancaron nuestra alma de las tinieblas, para mostrarla -425- todas l as cosas altas, baj as, primeras, últimas y medias; las letras nos procuran los recursos de vivir dichosamente y hacen que transcurra nuestra vida sin dolores ni pecados. » Creeríase que es del dios vivo y todo poderoso de quien se habla. Y si consideramos los efectos, mil muj ercillas de aldea vivieron una exi stencia más sosegada, dulce y tranquila que la suya: Deus ille fuit, deus, inclute Memmi, qui princeps vitae rationem invenit eam, quae nunc appell atur Sapienti a; quique per artem fl uctibus e tanti s vitam, tanti sque tenebri s, in tam tranquilla et tam clara luce Iocavit 627 : palabras hermosas y llenas de magnificenci a; mas, sin embargo, un accidente bien ligero puso el entendimi ento del que las trazó 628 en estado más lamentable que el de un pastor, a pesar de ese dios tan decantado y de su divina sapiencia. De la misma descarada presunción es lo que promete Demócrito cuando dice: «Voy a hablar de todas las cosas», y el ridículo título que Ari stóteles aplica a los hombres cuando los llama «dioses mortales», y la opinión de Crisipo sobre Dion, de quien decí a que igualaba a Dios en virtud; Séneca dice que, si bien debe a Dios la vida, de su indivi dualidad exclusiva depende el bien vivir. Idea orgullosa, análoga a ésta: In virtute vere gloriamur; quod non contingeret, si id donum a deo, non a nobis haberemus 629. Séneca asegura también que la fortaleza del sabio es la misma que la de Dios, sólo que trasplantada en la humana debilidad, por donde el Hacedor nos supera. Tan temerari os principios abundan de un modo estupendo. A ningún hombre ofende tanto el verso comparado con Dios como contemplarse deprimido en el mismo rango que los demás animales, prueba evidente de que guardamos mayor celo por el propio interés que por el de nuestro Creador. Es preciso pi sotear esta vanidad estúpida, sacudir de una manera viva y arroj ada los ridículos fundamentos en que se basan tan fal sas opiniones. En tanto que el hombre crea poder di sponer de una fuerza, j amás reconocerá lo que a su dueño debe; sus ilusiones no tendrán límites, menester será presentarle al desnudo. Veamos meramente algún ej emplo de su filosofia: Dominado Posidonio baj o -426- el peso de una enfermedad tan dolorosa que le hacía retorcerse l os brazos y castañetear l os dientes, creía burlarse del sufrimiento, exclamando contra aquélla: «Es inútil que así me tortures, pues no dirá que seas un mal . » Lo mismo experimentaba los efectos que m i lacayo; pero desafiábalos para poner de acuerdo Al menos la lengua con los principios de su secta: re succumbere non oportebat, verbis gloriantem 630. Encontrándose Arcesil ao enfermo de gota, Carneades, que le fue a ver, quiso alej arse embargado por el sentimiento; pero el paciente le llamó, y mostrándole 627 Sin duda fue un dios, ¡oh noble Menmio!, quien habló el primero de esa comprensión admirable de la vida que nosotros llamamos sabiduria; quien con arte prodigioso sacó la vida de los mares agitados y de las impenetrables tinieblas la luz serena y clara. LUCRECIO, V, 8. (N. del T.) 628 Lucrecio, que en los versos precedentes habla tan pomposamente de Epicuro y su doctrina : Un brebaje que le suministró su mujer, o su amada, trastornó tan fuertemente su razón que la violencia del mal no le dejó sino algunos intervalos de lucidez, que aprovechó para componer su poema, llevándole por fin al suicidio (Crónica de EUSEBIO.) (C.) 629 Con razón nos enorgullecemos de nuestra virtud, lo que no sucederia si la hubiéramos recibido de un dios v no de nosotros mismos. CICERÓN, de Nat. deor., III, 36. (N. del T.) 630 Haciendo el bravucón con palabras altivas, no debía sufrir de hecho. CICERÓN, Tusc. quaest., 11, 1 3 . (N. del T.) los pies y el pecho, dij o: «Nada pasó de los primeros al segundo; mi pecho se mantiene a maravilla, puesto que se da cuenta de experimentar el mal y quisiera desembarazarse de él ; mas no por ello el corazón se aflige ni se abate. » Serenidad más afectada que verídica a mi entender. Afligido Dionisio Heracleotes por una vehemente irritación de los oj os, viose obligado a prescindir de sus resoluciones estoicas. Mas aun cuando la presencia de ánimo produj era los efectos que esos filósofos declaran, rebajando la fuerza de los infortunios que nos circundan, ¿qué hace la ciencia que la i gnorancia no realice con mayor pureza y evidencia? El filósofo Pirro, que corri a en el mar los azares de una tormenta impetuosa, exhortaba a los que le acompañaban para que no entrasen en cuidados, a que imitasen el ej emplo de un cerdo que miraba la tempestad tranquilo. La filosofia, en último recurso, presenta a nuestra consideración, para que los imitemos, los ej emplos de un atleta o de un mulatero, quienes ordinariamente ni temen la muerte ni ningún tormento, y son capaces de firmeza mayor de la que la ciencia proveyó j amás a ningún hombre que por inclinación natural no estuviera naturalmente predispuesto a la fortaleza. ¿Cuál es la causa de que se puedan cortar los tiernos miembros de un niño, o los de un caballo, con mayor facilidad que los nuestros, sino la ignorancia? ¡ A cuántas personas puso enfermas la sola fuerza de imaginación ! Frecuente es ver gentes que se hacen purgar, sangrar y medicinar para curar males que no exi sten sino en su imaginación . Cuando los males irremediables nos faltan, la ciencia nos procura los suyos : tal color de l a tez presagia una fluxión catarral ; las estaciones cálidas os acarrean la fiebre; esa cortadura de la línea vital de la mano izquierda os advierte que presto seréi s víctima de alguna seria indi sposición; la ciencia, en fin, va derechamente contra la salud misma. La alegria y el vigor de la j uventud no pueden caminar unidos; es preciso extraer la sangre, aminorar la fuerza, por temor de que el exceso de vida no os perjudique a vosotros mismos. Comparad la -427- exi stencia de un hombre víctima de imaginaciones tales, con la de un labrador que se dej a llevar conforme a sus naturales apetitos, que mide las cosas con arreglo al estado actual en que se encuentra, sin pronósticos ni ciencia, que no está enfermo sino cuando realmente tiene el mal encima; mientras el otro tiene la piedra en el alma antes de tenerla en los riñones. Como si no tuviera ya tiempo para sufrir la enfermedad cuando realmente ésta sea llegada, hay quien la anticipa y la toma la delantera. Innumerables son los espíritus a quienes arruinan la propia flexibilidad y fuerza. Ved la mutación que ha experimentado por su propia agitación uno de los ingenios más j uiciosos y mej or moldeados en la pura poesí a antigua, superior en esto a todos los demás poetas italianos que j amás hayan existido. ¿No tiene que estar reconocido a la vivacidad que le mató? ¿A la claridad que le cegó? ¿ Al acertado y constante ej ercicio de sus facultades que le dej aron sin razón? ¿ A la curiosa y laboriosa investigación científica que le conduj o a la estupidez? ¿ A la rara aptitud para los ej ercicios del alma que le dejaron sin alma ni ej ercicio? Experimenté más despecho que compasión al verle en Ferrara 63 1 en tan lastimoso estado, sobreviviéndose a sí mismo, desconociéndose y desconociendo sus obras, las cuales vieron la luz sin que él las revisara, aunque las tuviera delante de sus oj os. Aparecieron sin corregir e informes. ¿ Queréi s que el hombre vive sano, que se gobierne ordenadamente y se mantenga en postura segura y firme? Envolvedle en las tinieblas, en la ociosidad, e inoculadle la pesantez de espíritu; precisa que nos estupidecemos para penetrar en los dominios de la prudencia, y que nos dej emos deslumbrar para ser guiados. Y si se me repone que la ventaj a de ser poco sensibles a los dolores y a los males, lleva consigo el inconveniente de hacemos menos delicados para el di sfrute de los bienes y los goces, dirá que así es en 63 1 Montaigne vio en esta ciudad, en noviembre de 1 580, a Torcuato Tasso, autor de Jerusalén libertada, que fue encerrado en el manicomio de Santa Ana en marzo de 1 579, y no salió hasta el mes de julio de 1 586. (J. V. L.) efecto; más la mi seria de nuestra condición es causa de que tengamos más ocasiones de huir los males, que de gozar los bienes, y el placer mayor no nos produce tanto efecto como el dolor más ligero, segnius homines bona quam mala sentium 63 2 : no nos damos cuenta del bienestar que acompaña a la cabal salud, pero en cambio nos tortura la enfermedad más insi gnificante : Pungit in cute vix summa violatum plagula corpus; quando valere nihil quemquam movet. Hoc j uvat unum, quod me non torquet l atus, aut pes: cetera qui sQuam . queat aut sanum sese, aut sentue . va1 entem 633 : vtx -428nuestro mayor bien es la privación del mal, por eso la secta filosófica que colocó el placer en primer término, hízolo consistir en la ausencia de dolor. La ausencia del mal es la mayor suma de bien que el hombre pueda esperar, como decía Enio: Nimium boni est, cui nihil est mal i . 634 El mismo cosquilleo y aguzamiento que se encuentra en ciertos placeres, y que parece trasportarnos a un estado superior a la salud y a la ausencia de dolor, ese goce activo, que se mueve, que nos inflama y nos muerde, tampoco alcanza más allá que a la ausencia del dolor mismo. El apetito que nos empuj a hacia las muj eres, obedece sólo a la necesidad de expulsar el malestar que nos produce el deseo ardiente y furioso, y no busca otra cosa más que saciarlo y ganar la calma, quedándose libre de la fiebre. Lo propio acontece con los otros placeres. Así que, si la simplicidad nos encamina a preservarnos del mal, nos conduce un estado dichoso, dada nuestra naturaleza. Mas no hay que suponerla tan aplomada que sea absolutamente incapaz de sentimientos, pues Crántor tenía razón al combatir la insensibili dad de Epicuro de ser tan profunda que la acometida misma y el nacimiento de los males no hicieran en él la menor mella. «Yo no alabo esa insensibilidad que no es posible ni deseable; me conformo con estar bien, pero si cai go enfermo, quiero saber que lo estoy; y si se me aplica el cauterio o se me opera con el bi sturí quiero sentir sus efectos.» 63 5 Quien desarraigara la noción del dolor, extirparía igualmente la del placer, y en conclusión aniquilaría al hombre: Istud nihil do/ore non sine magna mercede contingit immanitatis in animo, stuporis in corpore 636. El hombre participa del bien y del mal : ni el dolor debe siempre huirse, ni marchar constantemente en seguimiento de los placeres. Constituye un argumento poderoso en pro de la ignorancia el que la ciencia misma nos arroj e entre sus brazos cuando no encuentra a mano el medio de hacemos superiores al peso de los males; la cienci a se ve obli gada a transigir con nuestra libertad, 63 2 Los hombres son menos sensibles al placer que al dolor. TITO LIVIO. XXX, 2 1 . (N. del T.) 633 Nos impresiona un ligero arañazo que apenas se marca en la epidermis, somos insensibles a los goces de la buena salud; hay quien se alegra de que no lo atormente la pleuresía o la gota, mas de ordinario vivimos indiferentes al placer de estar sanos, de sentirnos fuertes y vigorosos. Seephani Botetiani poernata. (N. del T.) 634 ENNIUS ap. CIC., de Finib., 11, 1 3 . (N. del T.) 635 CIC., Tusc. quaest., III, 7. (N. del T.) 636 Esta calma producida por el abuso de los placeres no puede alcanzarse sino a costa de grandes estragos: del embrutecimiento del espíritu y del abatimiento del cuerpo. CICERÓN, Tusc. quaest., III, 6. (N. del T.) encomendándonos a la ignorancia y cobij ándonos baj o su proteccton para ponernos al abrigo de los golpes y de las inj urias de l a fortuna. «¿Qué otra cosa significa el precepto de apartar nuestra mente de -429- los males que nos agobian para convertirla al recuerdo del placer perdido; ni el servimos para consuelo de los males presentes del recuerdo del placer que en otro tiempo di sfrutamos; ni el llamar en nuestro auxilio la alegría desvanecida para oponerla a lo que nos tortura?» Levationes aegritudinum in avocatione a cogitanda molestia, et revocatione ad contemplandas voluptates, ponit 63 7. Así pues, donde la fuerza le falta pretende emplear el artifi cio, y hacer ej ercicios gimnásticos allí donde la faltan el vigor del cuerpo y la fuerza de los brazos, pues no ya al filósofo, al más simple mortal que siente los efectos de la fiebre, ¿qué alivio le procurará el recuerdo de la dulzura del vino griego? Entiendo que esto servirá más bien a empeorar la situación : Che ricordarsi il ben doppia la noja. 638 De igual natural eza es este otro consej o que la filosofia recomienda: guárdese sólo en la memoria el recuerdo de la dicha extinta y bórrense l as penas que sufrimos; como si de nuestro albedrío dependiera la ciencia del olvido: otra prueba de nuestra insignificancia: . . 639 Suavt. s 1 aborum est praetentorum memona. ¡ Cómo! ¿y la filosofia, que debe hacerme fuerte para combatir los azares de la fortuna; que debe templar mi ánimo para pi sotear todas las humanas adversidades, cae también en la floj edad de hacerme esquivar las desventuras por medio de esos rodeos ridículos y cobardes? Porque la memoria nos representa, no precisamente lo que queremos, sino lo que buenamente la place; y nada se imprime de un modo tan vivo en nuestra mente como aquello que deseamos olvidar: es un excelente remedio para guardar y grabar en nuestra alma algún hecho, el pretender olvidarlo. Es fal so este principio de Cicerón : Est situm in nobis, ut el adversa, quasi perpetua oblivione obruamus, et secunda jucunde el suaviter meminerimus 640; ero este otro es verdadero: Memini etiam quae nolo; oblivisci non possum quae volo E4 1 . ¿De quién es este principio? De aquel qui se umts sapientem profiteri sil ausus 642 . -430- Qui genus humanum ingenio superavit, si omnes 637 Para levantar el ánimo de los enfermos hay que hacerles desechar los pensamientos tristes y distraerlos con ideas placenteras. CICERÓN, Tusc., III, 1 5 . (N. del T.) 638 El recuerdo de la dicha pasada duplica la desdicha presente. (N. del T.) 639 Dulce es traer a la memoria el recuerdo de los males pasados. EURÍPID., apud CIC., de Finibus, 11, 32. (N. del T.) 640 De nosotros depende dar al olvido las ideas cuyo recuerdo nos aflige y recordar las que nos regocijan. CICERÓN, de Finibus, I, 1 1 . (N. del T.) 64 1 Recuerdo muchas cosas que quisiera olvidar y no olvido otras muchas que quisiera no recordar. CICERÓN, de Finibus, 11, 32. (N. del T.) 64 2 El único entre todos se atrevió a llamarse a sí mismo sabio (Epicuro). CICERÓN, de Finibus, 11, 3. (N. del T.) praestmxtt, ste11 as exortus utt aeth enus so1 . 643 o o o o Aminorar y desaloj ar la memoria, ¿ no es seguir el verdadero camino de la ignorancia? ners ma1 orum reme mm tgnorantta est. 644 1 d o o 0 Igualmente vemos otros preceptos análogos, por virtud de los cuales se nos consiente tomar prestadas del vulgo ciertas apariencias frivolas, siempre y cuando que nos sirvan de consolación y contentamiento; donde no pueden curar la herida se conforman con adormecerla y paliarla. Yo creo que si en la mano de esos filósofos estuviera disponer de algún medio con que socorrer el orden y la firmeza en una vida que se mantuviera tranquila y plácida, merced a alguna débil enfermedad del j uicio, la aceptarian de buen grado: Potare, et spargere flores incipiam, patiarque vel inconsultus haberi . 645 Encontraríanse muchos filósofos del parecer de Lycas, quien a pesar de vivir una exi stencia ordenada, dulce y apacible, rodeado de los suyos, no faltando a ninguno de sus deberes ni para con su familia ni para con los extraños, preservándose a maravilla de las cosas que podían serie perj udiciales, había tomado la manía, por algún li gero trastorno de sus sentidos, de creer que se encontraba en todo momento en los espectáculos y en los teatros, y que presenciaba la representación de las mej ores comedias. Luego que fue curado por los médicos de aquella ilusión, faltó poco para que les armase un proceso con obj eto de que le restablecieran en la dulzura de sus pasadas imaginaciones : Poi ! , me occidi sti s, amici, non servasti s, ait; cui sic extorta voluptas, et demptus per vi m menti s grati ssimus error 646 ; situación análoga a la de Thrasil ao, hij o de Pythodoro que creí a que todos los navíos que salían del puerto de Pireo y todos los que llegaban, hacían los viaj es exclusivamente para su provecho; alegrábase cuando no ocurrían averías a los barcos y acogía con j úbilo la llegada de cada uno. Su hermano Crito hízole recobrar la sensatez, pero -43 1 - Thrasilao echó de menos el estado en que había vivido anteriormente, el cual contribuía a su felicidad. Es lo que dice este verso griego antiguo, «que es mucho más ventaj oso no ser tan avi sado» : 643 Superior a todos los demás hombres, a todos los eclipsó con la luz de su genio, radiante como el sol, que oculta a nuestra vista los demás astros. LUCRECIO, III, 1056. (N. del T.) 644 La ignorancia no es para nuestros males sino un débil remedio. SÉNECA. Edipo, acto III, v. 7. (N. del T.) 645 Quiero beber, quiero esparcir flores a mi alrededor aunque me acusen de haber perdido la cabeza. HORACIO, Epíst. 1, 5, 14. (N. del T.) 646 ¡Oh amigos! , exclamó, por favorecerme me habéis dado la muerte; me habéis arrebatado la dicha, apartando de mi mente y contra mi deseo el error dulcísimo en que yo vivía. HORACIO, Epíst., 11, 2, 1 38. (N. del T.) 'Ev � q>poviiv yQ:p J.lli�V ij�uno� Pío�. 647 Y el Eclesiastés añade «que al exceso de sabiduría acompaña el exceso de pena; quien adquiere la ciencia, adquiere también trabaj os y tormentos». El hecho mismo en que la filosofia conviene en general, el último remedio que recomienda a toda suerte de desdichas, que consi ste en poner fin a la vida, cuando no podemos soportarla: Placet? pare. Non placet? quacumque vis, exi. . . Pungit dolor? Ve fodiat sane. Si nudus es, da jugulum; sin tectus armis Vulcaniis, id est fortitudine, resiste 648 ; y esta orden de 1 os gn· egos a 1 os que mvtta · · ban a sus e · A ut b1"bat, aut abeat 649 testmes. que suena mas propiamente en la boca de un gascón que en l a del orador romano, porque el primero cambia fácilmente la V en B : Vivere si recte nescis, decede periti s. Lusisti stati s, edi sti sati s, atque bibi sti ; tempus abire tibi est, no potum largius aeQuo . 0 . n" deat, et pu1 set 1 asctva descentms aetas 6 5 : ¿ que viene a significar sino la confesión de su impotencia y la recomendación no sólo de la ignorancia para ponerse a cubierto, sino de la estupidez misma, de la insensibilidad y del no ser? Democritum postquam matura vetustas admonuit memorem, motus languescere menti s; 65 1 . . " tpse. sponte sua 1 etho caput obcms obtu) tt Tal era el parecer de Antí stenes, «que creía en la necesidad de aprovisionar juicio para obrar con cordura o cuerda para ahorcarse»; y el de Crisipo, que aseguraba, a propósito de un verso de Tirteo que era preciso De la vertu, ou de mort approcher: 647 [ en el original (N. del E.)] 648 Si la existencia te es grata todavía, sopórtala; si de ella estás cansado, sal por donde quieras. El dolor te molesta, te desgarra acaso, sucumbe ante él si te encuentras indefenso; mas al te hallas cubierto con las armas de Vulcano, es decir, provisto de fuerza y animoso, resiste. Las primeras palabras modificadas, son de un pasaje de Séneca (Epíst. 70) Las restantes son de Cicerón. (Tusc. quaest., 11, 1 4). (C.) ' 649 Que beba o que se vaya. CICERON, Tusc. quaest., V, 4. (N. del T.) 650 Si no sabes conducirte como es debido cede el puesto a los que saben; ya comiste, ya bebiste, ya te divertiste bastante; más vale que te retires a tiempo antes de que tus flaquezas te lleven a ser la irrisión de la gente moza en quien es más natural la vida alegre. HORACIO, Epíst., 11, 2, 2 13 . (N. del T.) 651 Cuando la vejez anunció a Demócrito que comenzaban a languidecer las fuerzas de su mente, él mismo, por movimiento espontáneo, entregó su cabeza a la muerte. LUCRECIO, III, 1052. (N. del T.) acercarse a la virtud o a la muerte. Crates decía que los males del amor se curaban con el hambre o con el tiempo; -432- y a quien ambos medios desplacían, recomendábale la cuerda. Sexto, de quien Plutarco y Séneca hablan con gran encomio, lo abandonó todo para consagrarse exclusivamente al estudio de la filosofia, y decidió arroj arse al mar viendo que sus progresos eran demasiado lentos y tardío el fruto: como la ciencia le faltaba, se lanzó a la muerte. He aquí cuáles eran los términos de la ley estoica en esto punto: «Si por acaso aconteciese a alguno una desgracia i rremediable, el puerto está cercano y el alma puede salvarse a nado fuera del cuerpo, como apartada de un esquife que se va a pique, pues el temor de la muerte, no el deseo de vivir, es lo que al loco retiene amarrado al cuerpo. » Del propio modo que la sencillez de alma hace la vida más grata, truécase también en más inocente y mejor, como dij e antes : los ignorantes y los pobres de espíritu, dice san Pablo, se elevan hasta el cielo y lo di sfrutan; nosotros, en cambio, con todo nuestro saber nos sumimos en los abismos del infierno. Y no hablo de Valiente 6 5 2, enemigo j urado de la ciencia y de las letras, ni de Licenio, ambos emperadores romanos, que llamaban a aquéllas peste y veneno de toda nación bien gobernada; ni de Mahoma, que según he leído prohibió a sus sectarios el estudio de las ciencias. El ej emplo del gran Licurgo y su autoridad por todos reconocida, merecen ser tenidos en cuenta: en aquella maravillosa organización lacedemonia, tan admirable y durante tanto tiempo floreciente, estado feliz y virtuoso, si los hubo, fue desconocido el ej ercicio de las letras. Los que vuelven del nuevo mundo, descubierto por los españoles en tiempo de nuestros padres, nos testimonian cómo esas naciones, sin leyes ni magi strados, viven mej or regl amentadas que las nuestras, donde se cuentan más funcionarios y leyes que hombres desprovistos de cargos, y que acciones: Di citatorie piene e di libelli, d'esamine, e di carte di procure avea le mani e il seno, e gran fastelli di chiose, di consigli, e di letture per cui l e faculta de poverelli non sono mai nelle citta sicure. Avea dietro e dinanzi , e d'ambi i lati . 6 Notat. , procuraton. , ed avvocatt. . 5 3 Decía un senador de los últimos siglos de Roma, que el aliento de sus predecesores apestaba a ajos, pero que el estómago -43 3- guardaba el perfume de las conciencias honradas; y que, al contrario, sus conciudadanos olían bien exteriormente, pero por dentro hedían en fermento toda suerte de vicios, lo cual vale tanto a lo que se me alcanza como si se dij era que los adornaban saber y competencia grandes, pero que la hombría de bien brillaba por su ausencia. La rusticidad, la ignorancia, la sencillez, la rudeza, marchan de buen grado con la inocencia; la curiosidad, la sutileza, el saber, arrastran consi go l a malicia. L a humildad, el temor, la obedi encia, el agrado, que constituyen las piedras fundamentales para el sostenimiento de la sociedad humana, exigen un alma vacía, dócil y poco prevali da de sí misma. Los cri stianos saben a maravilla que la curiosidad es un mal 652 Montaigne escribe Valentian, mas como no hubo emperador de Roma que llevara este nombre creo que se trata aquí de Valiente, el cual vivía en la segunda mitad del siglo IV, y corno Licinio fue en efecto enemigo jurado de las ciencias y de la filosofía. (A. D.) 653 Tienen el seno y las manos llenos de emplazamientos, peticiones, informaciones y cartas de procuración; marchan, cargados de sacos llenos de glosas, consultaciones y procesos. Gracias a ellos el desdichado pueblo nunca está tranquilo en sus hogares, viéndose circundado por una turba de notarios, abogados y procuradores. Orlando furioso, canto 1 4, estancia 84. (N. del T.) inherente al hombre, y el primero que causó su ruina el deseo de aumentar la ciencia y la sabiduría fue la causa de la perdición del género humano, fue el camino por donde se lanzó a la perdición eterna; el orgullo nos pierde y nos corrompe, el orgull o es el que arroj a al hombre del camino ordinario, lo que lo hace adoptar las novedades, y pretender mejor ser j efe de un rebaño errante y desviado por el sendero de la perdición, ser preceptor de errores y mentiras, que simple discípulo en la escuela de la verdad, dej ándose guiar y conducir por mano aj ena al camino derecho y hollado. Es lo que declara esta antigua sentencia griega: iJ titurttimJlovía KaOó.mp mr.Tpt ut> T"f)� mill nat, <da supersti ción sigue al orgullo y le obedece como a su padre» . 6 5 4 ¡ Oh presunción eterna, cuánto, cuantí simo nos imposibilitas! Luego que Sócrates fue advertido de que el dios de la sabiduría le había aplicado el dictado de sabio, quedó maravillado, y buscando o investigando la causa, como no encontrara ningún fundamento a tan divina sentencia, puesto que tenía noticia de otros a quienes adornaban la justicia, la templanza, el valor y la sabiduría como a él, y que a la vez eran más elocuentes, más hermosos y más útiles a su país, deduj o que la razón de que se le di stinguiera de los demás y se le proclamara sabio, residía en que él no se tenía por tal y que su dios consideraba como estupidez singular la del hombre lleno de ciencia y sabiduría; que su mej or doctrina era la de la i gnorancia, y la sencillez la mej or ciencia. La divina palabra declara mi serable al hombre que se enorgullece: «Lodo y ceniza, le dice, ¿quién eres tú para glorificarte?» Y en otro pasaje: «Dios hizo al hombre semej ante a la sombra», de la cual ¿quién j uzgará, cuando por el alej amiento de la luz, aquélla sea desvanecida? No somos más que la nada. Estamos tan lejos de que nuestras fuerzas puedan llegar a concebir la grandeza divina, que entre l as obras de nuestro Creador, aquellas ll evan mejor el sello de la magnificencia y son más dignas del Ser supremo que menos están a nuestro alcance. Constituye un motivo de creencia para -434- los cri sti anos el encontrar una cosa increíble; más está de parte de la razón cuanto más se alej a de la humana razón; pues si fuera conforme a ésta, ya no sería milagro; y si fuera análoga a otra, no llevaria ya el sello de la singularidad. Melius seitur Deus, nesciendo 655, dice san Agustín; y Tácito: Sanctius est ac reverentius de actis deorum credere, quam scire 656, y Platón entiendo que hay alguna levadura de i mpiedad en el inquirirse con curiosidad extremada de Dios, del mundo y de l as causas primeras de las cosas. Atque illum quidem parentem hujus universitalis invenire, di.fficile; et quum jam inveneris, indicare in vulgus, nejas 657, dice Cicerón . Nuestros labios profieren las palabras Poder, Verdad, Justicia, que encierran la significación de algo grande, pero esa grandeza de ningún modo la vemos ni la concebimos. Deci mos que Dios teme, que Dios monta en cólera, que Dios ama, 6 Inmortalia mortali sermone notantes 5 8 : son esos atributos que no pueden residir en Dios conforme los suponen nuestras mezquinas facultades; ni podemos tampoco imaginarias a la altura de la grandeza en que 654 [El ténnino significa «humm) o «cosa vana)), y no «orgullm). Probablemente la confusión proceda de su traducción al francés corno vanité, que, al igual que el castellano vanidad, tiene un doble significado. (N. del E.)] 655 Ignorando es cómo mejor se llega a conocer a Dios. SAN AGUSTÍN, de Ordine, 11 16. (N. del T.) 656 Por lo que hace a las cosas que vienen de la divinidad, es más noble y más reverente creer que saber. TÁCITO, de Mor. German. e 34. (N. del T.) 657 Es difícil que un hombre descubra quién es el creador del universo, mas aunque lo descubriese no podría darlo a conocer a los demás hombres. CICERÓN, trad. del Timeo de Platón, c. 2 . (N. del T.) 658 E:-.:presando cosas divinas con palabras humanas. LUCRECIO, V, 122. (N. del T.) Dios las reúne. Sólo él puede conocerse y ser intérprete de sus obras; si se nos muestra, es para rebaj arse, descendiendo en nosotros que nos arrastramos sobre la tierra. «Siendo la prudencia la elección entre el bien y el mal, ¿cómo puede convenir a Dios, a quien ningún mal amenaza? ¿cómo la inteligencia y la razón, de que nos servimos para llegar de lo incierto a lo evidente, puesto que para Dios nada hay desconocido? La j usticia, que recompensa a cada uno según sus merecimientos, la que fue engendrada por la sociedad de los humanos, ¿cómo puede residir en Dios? Ni la templanza, que es la moderación de los apetitos del cuerpo, los cuales nada tienen que ver con la divinidad; la fortaleza en el soportar el dolor, el trabaj o, los peli gros, no le pertenecen tampoco, que ninguna comunicación ni acceso tienen para con él . Por eso Ari stóteles le considera exento por igual de virtudes y de vicios : Neque gratia, neque ira teneri potes/; quae tafia essent, imbecilla essent omnia 659. La participación grande o pequeña que en el conocimiento de la verdad tenemos, no la adquirimos con nuestras propias fuerzas; Dios nos lo probó sobradamente escogiendo a personas humildes, sencillas e ignorantes, para -43 5- instruimos en sus admirables designios. Tampoco alcanzamos la fe por virtud de nuestro esfuerzo, porque la fe es un presente puri simo de la liberalidad aj ena. No por la reflexión ni con la ayuda del entendimiento acogemos la religión, sino, merced a la autoridad y mandamientos ajenos. La debilidad de nuestro j uicio nos ayuda más que la fuerza, y nuestra ceguera más que nuestra clarividencia. Con el auxilio de nuestra ignorancia, más que con el de la ciencia, logramos tener idea de la divina sabiduria. No es maravilla que a nuestros medios naturales y terrenales sea imposible lograr el conocimiento sobrenatural y celeste: pongamos sólo de nuestra parte obediencia y sumisión, pues como nos dice la divina palabra: «Acabará con la sapiencia de los sabios y echará, por tierra la prudencia de los prudentes; ¿ dónde está el controversista del siglo, el sabio, el censor? ¿No reduj o Dios a la nada la ciencia mundana? Y puesto que el mundo no llegó al conocimiento divino por sapiencia, plugo a Dios que por la ignorancia y la sencillez de la predicación fueran salvados los creyentes . » 660 Y, si en fin, pretendiéramos persuadirnos de si reside en el poder del hombre encontrar la solución de lo que investiga y busca, y si la tarea en que viene empleándose de tan dilatados siglos a hoy le enriqueció con alguna verdad, fundamental y le proveyó de algún principio sólido, yo creo que, hablando en conciencia, se me confesará que toda l a adqui sición que alcanzó al cabo de tan largo estudio es la d e haber aprendido a reconocer su propia flaqueza. La ignorancia que naturalmente residía en nosotros ha sido después de tantos desvelos corroborada y confirmada. Ha ocurrido a los hombres verdaderamente sabios lo que acontece a las espigas, las cuales van elevándose y levantan la cabeza derecha y altiva mientras están vacías, pero cuando están llenas y rellenas de granos en su madurez comienzan a humillarse y a baj ar los humos. Análogamente, los hombres, que lo experimentaron todo y lo sondearon todo, como no encontraron en ese montón de ciencia ni en la provisión de tantas cosas heterogéneas, nada fundamental ni firme, sino sólo vanidad, renunciaron a su presunción y concluyeron por reconocer su condición natural . Es lo que Veleyo reprocha a Cotta y a Cicerón, diciéndoles «que la filosofia les enseñó a convencerse de su ignorancia» . Ferecides, uno de los siete sabios, escribió a Thales, momentos antes de expirar, diciéndole «que había ordenado a los suyos, luego que lo hubieran enterrado, que le llevaran sus manuscritos para que si satisfacían a aquél y a los otros sabios, los publicaran, o para que los destruyeran, de encontrarlos insignificantes. Mi s escritos, añadí a, no contienen ningún principio cierto que me sati sfaga; así que no tengo -436- la pretensión de haber conocido la verdad ni la de haberla alcanzado; hago 659 Él está libre de movimientos de debilidad y de violencia, porque estas cosas son propias de naturalezas frágiles. CICERÓN, de Nat. deor., 1, 1 7 . (N. del T.) 660 SAN PABLO, Epístola a los Corintios, 1, 1, 19. (N. del T.) entrever las cosas más que las descubro» . El hombre más sabio que haya j amás exi stido, cuando le preguntaron qué era lo que sabía, respondió que sólo tenía noti cia de que no sabía nada. Con lo cual corroboraba el dicho de que la mayor parte de las cosas que conocemos es la menor de la que i gnoramos, es decir, que aquello mismo que creemos saber es una parte pequeñísima de nuestra i gnorancia. Conocemos l as cosas en sueños, dice Platón, pero las i gnoramos en realidad. Omnes pene veteres, nihil cognosci, nihil perc r/­ nihil sciri posse dixerunt; angustos sensus, imbecilles animos, brevia curricula vitae f61 . Del propio Cicerón, que debió al saber toda su fortuna, dice Valerio que, cuando llegó a viej o, amaba ya menos las letras; y que mientras las cultivó, hízolo sin inclinarse a ninguna solución, siguiendo la que le parecía probable, propendiendo ya a una doctrina, ya a otra y manteniéndose constantemente en la duda de la Academia: Dicendum est, sed ita, ut nihil affirmem, quaeram omnia, dubitans plerumque, el mihi diffidens 662. Sería muy ventaj oso para mi propósito considerar al hombre en su común manera de ser, en conj unto, puesto que el vulgo juzga la verdad, no por la calidad de las razones sino por el mayor número de hombres que de igual modo opinan. Pero dej emos tranquilo al pueblo, Qui vigilans stertit mortua cui vita est prope j am, vivo atque videnti 663 ; que ni juzga ni siente según su propia experiencia, que no emplea sus facultades y las dej a ociosas; quiero considerar al hombre superi or. Considerémosle, pues, en el reducido número de personaj es escogidos que, habiendo sido naturalmente dotados de facultades excelentes, las perfeccionaron y aguzaron por estudio y por arte, y llevaron su entendimiento a la región más alta que pueda alcanzar. Tales hombres gui aron su alma en todos sentidos y la dirigieron a todos los lugares, la auxiliaron y favoreci eron con todos los recursos extraños que la fueron favorables, la enriquecieron y adornaron con todo lo que pudieron hallar para su perfeccionamiento en el mundo exterior o interior; en ellos, pues, se encierra la perfección suprema de la humana naturaleza; ellos proveyeron el mundo de reglamentos y leyes, o instruyeron a los demás hombres por medio -437- de las artes y las ciencias y los dieron ej emplo con sus admi rables costumbres. Me limitaré sólo a esos hombres, a su testimonio y experiencia, y veremos hasta dónde llegaron y los progresos que hicieron : los defectos y enfermedades que nos muestre esa selección, debe el mundo todo considerarlos como propios. El que se consagra a la investigación de la verdad llega a las conclusiones siguientes: unas veces la encuentra, otras declara que no puede descubrirla por ser superior a nuestras facultades, y otras que permanece buscándola. Toda la filosofía se halla comprendida en estas tres categorias : buscar la verdad, la ciencia y la certeza. Los peripatéticos, los discípulos de Epicuro, los estoicos y otras sectas creyeron haberla encontrado y echaron los fundamentos de las ciencias que poseemos, que consideraron como incontrovertibles. Clitomaco, Cameades y los académicos desesperaron de encontrar la verdad y j uzgaron que nuestras facultades eran incapaces para ello; éstos dej aron sentado el principio de la 66 1 Casi todos los antiguos dijeron que no podía conocerse nada, comprenderse nada, ni saberse nada; que nuestros sentidos eran limitados, nuestra inteligencia débil y nuestra existencia efimera. CICERÓN, Acad., I, 1 2 . (N. del T.) 662 Yo no daré como seguro nada de lo que he de decir, investigaré cuanto pueda, mas dudando siempre y desconfiando de mi mismo. CICERÓN, de Divinal., 11, 3. (N. del T.) 663 Que duerme aunque parece despierto; que está a dos pasos de la muerte, aunque parece vivir y ver. LUCRECIO, III, 106 1 , 1059. (N. del T.) humana debilidad, y fueron los que contaron mayor número de adeptos, superiores también en cali dad. Pirro y otras escépticos o epiqui stas, que según testimonian algunos antiguos sacaron sus doctrinas de Homero, de los siete sabios, de Arquíloco y de Euripides, y entre aquéllos incluyen también a Zenón, Demócrito y Jenófanes, declaran que se encuentran en el camino de la investigación de la verdad, y j uzgan que los que creen haberla encontrado, son víctimas de un error grande, considerando además que hay una vanidad demasiado temeraria en los que aseguran que las fuerzas humanas no son capaces de alcanzarla, pues el fijar la medida de nuestros alcances en conocer y j uzgar la dificultad de las cosas, suponen una ciencia extremada, de que dudan que el hombre sea capaz: Nil sciri si quis putat, id quoque nescit an sciri possit quo se nil scire fatetur. 664 La ignorancia que se conoce, que se juzga y que se condena no es una ignorancia completa; para serlo, seria necesario que se ignorara a sí misma, de suerte que la tarea de los pirronianos consi ste en dudar de las cosas e inquirirse de las mismas no asegurándose ni dando fe de nada. De las tres acciones que el alma realiza: la imaginativa, la apetitiva y la consentiva, aceptan sólo las dos primeras, la última mantiénenla en situación ambigua, sin inclinación ni aprobación hacia la más ligera idea. Zenón representaba gráficamente las tres facultades del alma del siguiente modo: con la mano extendida y abierta, la apariencia; con la mano entreabierta, y los dedos un poco doblados, la facultad -43 8 - consentiva, y con la mano cerrada significaba la comprensión; y si con la mano izquierda oprimía el pulso más estrechamente, representaba la ciencia. Ese estado de su j uicio, recto e inflexible, que considera todos los obj etos sin aplicación ni consentimiento, los encamina a la ataraxia, que es un estado de alma apacible y tranquilo, exento de las sacudidas que recibimos por la impresión de la opinión y ciencia que creemos tener de las cosas, de la cual emanan el temor, la avaricia, la envidia, los deseos inmoderados, la ambición, el orgullo, la superstición, el amor a lo nuevo, la rebelión, la desobediencia, la testarudez y casi todos los males corporales; y hasta se libran los pirronianos del celo de su disciplina, merced a sus procedimientos de doctrina, porque nada toman a pechos y nada les importa ser vencidos en las di sputas. Cuando dicen que los cuerpos buscan su centro de gravedad, entri steceri ales el ser creídos, y prefieren que se l es contradiga para engendrar así la duda y aplazamiento del j uicio, que es el fin que persiguen . No establecen sus proposiciones sino para combatir los reparos que les hagamos. Cuando se aceptan las suyas, combátenlas del mismo modo: todo les es igual, a nada se inclinan. Si sentái s que la nieve es negra, argumentaran no es blanca; si asegurái s que no es ni blanca los mantendrán que es lo uno y lo otro; si sostenéis que no sabéis nada, ellos asegurarán que no estái s en lo cierto, y si afirmativamente asegurái s encontraros en estado de duda, tratarán de convenceros de que no dudái s, o de que no podéi s asegurar a ciencia cierta que dudéi s. Merced a esta duda llevada al último límite, se separan y dividen de muchas opiniones, hasta de aquellas que mantuvieron la duda y la ignorancia. ¿ Por qué no ha de ser lícito a los dogmáticos, de los cual es unos dicen verde y otros amarillo, profesar la duda como nosotros? ¿ Hay algo que pueda someterse a vuestra consideración para aprobarlo o rechazarlo que no sea fácil acoger como ambiguo? Puesto que los demás son arrastrados por las ideas de su paí s, o por las que recibieron de su familia, o por el azar, sin escogitación ni di scernimiento, a veces antes de hallarse en la edad de la reflexión, a tal o 664 Si alguien cree que nada se sabe, no sabe si puede saberse algo por donde se pueda afirmar que nada se sabe. LUCRECIO, IV, 470. (N. del T.) cual opinión, hacia la secta estoica o la de Epicuro, a las cuales se encuentran amarrados y suj etos como a una presa de que no pueden libertarse ni desli garse, ad quamcumque 665 disciplinam, velut tempestate, delati, ad eam, tanquam ad saxum, adhoerescunt ; ¿ por qué no ha de series dado mantener su libertad y considerar las cosas libremente, sin ningún género de servidumbre? hoc liberiores et solutiores, quod integra -439- illis est judieandi 666 potes/as . ¿No es mucho más conveniente el verse desligado de la necesidad que sujeta a los demás? ¿No es mil veces preferible permanecer en suspenso a embrollarse en tantí simos errores como f01j ó la humana fantasía? ¿No vale más suspender el j uicio, que sumergirse en mil sedici osas querellas? ¿A qué partido me inclinaré? «Inclinaos al que os plazca, siempre y cuando, que adoptéi s alguno. » Respuesta necia que sin embargo, todo dogmati smo nos conduce, puesto que con él no nos es permitido ignorar lo que en realidad ignoramos. Adoptad la doctrina más acreditada, j amás será tan incontrovertible que no os sea indi spensable, para sustentarla, atacar y combati r mil y mil doctrinas opuestas; así que, mej or es apartarse de la lucha. Si es lícito a cualquiera abrazar tan firmemente como el honor y la vida las ideas de Ari stóteles sobre la eternidad del alma y rechazar las de Platón sobre el mismo punto, ¿ por qué ha de impedirse que l os escépticos las pongan en tela de j uicio? Si Panecio se abstiene de emitir su opinión sobre los arúspices, sueños, oráculos, vaticinios y otros medios adivinatorios en que los estoicos creen, ¿por qué el sabio no ha de osar poner en duda lo terreno y lo extraterreno, como Panecio los oráculos, por haberlo aprendido de sus maestros, conforme a la doctrina de su escuela, de la cual aquél es sectario y también j efe? Si el que formula un j uicio es un niño, desconoce los fundamentos del mi smo; si es un sabio, es víctima de alguna preocupación. Los pirronianos se reservaron una ventaj a inmensa en el combate, desechando todo medio de defensa; nada les importa, que se les ataque, con tal de que ellos ataquen también. Todo les sirve de argumento. Si vencen, vuestra proposición cojea; si sois vosotros los vencedores la suya; si flojean, acreditan su i gnorancia; si vosotros incurrí s en esa falta, acreditái s la vuestra; si aciertan a probar que nada puede ser conocido, todo marcha a maravilla; si no logran demostrarlo, todo va bien igualmente: Ut quum in cadem re paria contrariis in partibus 66 7 momenta inveniuntur, facilius ab utraque parte assertio sustineatur : más bien se complacen en demostrar que una cosa es fal sa, que en hacer ver que es verdadera, y en patentizar lo que no es que lo que es realmente, e igualmente lo que no creen que lo creen . Las palabras que profi eren son : «Yo no siento ningún principio; no es así , ni tampoco de otro modo, la verdad no se me alcanza, las apariencias son semej antes en todas las cosas; el derecho de hablar en pro y en contra es perfectamente lícito; nada -440- me parece verdadero que no pueda parecerme fal so. » Su frase sacramental es i:ntzoo, es decir, «sostengo, pero no me decido». Estos son sus estribillos y otros de parecido alcance. El fin de los mismos es la pura, cabal y perfectísima suspensión del j uicio; sírvense del raciocinio para inquirir y debatir, mas no para escoger ni fijar. Imagínese una perpetua confesión de la ignorancia, y un j uicio que j amás se inclina a ningún principio, sean cuales fueren las ideas, y se comprenderá la doctrina pirroniana; la cual explico lo mejor que me es dable, porque muchos encuentran dificil el penetrar bien en sus principios. Los autores mismos que de ella trataron, muéstranla un tanto obscura, y no todos coinciden en la determinación de sus miras. 665 Se adhieren a cualquier escuela (secta, doctrina o sistema), como los náufragos se agarran a la primera roca que les depara el azar. CICERÓN, Academ., 11, 3 . (N. del T.) 666 Tanto más libres e independientes cuanto que tienen pleno poder de juzgar. CICERÓN, Academ., 11, 3 . (N. del T.) 667 Para que al presentarse en una cuestión argumentos contradictorios de igual fuerza sea más fácil que cada una de las partes contendientes se quede con su parte de razón. CICERÓN, Acad., I, 12. (N. del T.) En las acciones de la vida los pirronianos proceden como todo el mundo, déj anse llevar por las naturales inclinaciones, lo mismo que por el impulso y tiranía de las pasiones, acomodándose a las leyes y a las costumbres, y si fuen la tradición de las artes : Non enim 66 nos Deus isla scire, sed tantummodo uti, voluit . Déj anse guiar por lo que a los demás conduce, sin interponer observación ni j uicio, por lo cual no me parece muy verosímil lo que de Pirro se cuenta. Diógenes Laercio nos le presenta como estúpido e inmóvil, viviendo una exi stencia selvática e insociable, aguardando con toda tranquilidad el choque de los carros en las calles, colocándose ante los precipicios, y rechazando el suj etarse a las leyes. Todo lo cual va más allá de su disciplina: no pretendió Pirro convertirse en piedra ni en cepo, sino que quiso ser hombre vivo para di scurrir y razonar, gozar de todos los placeres y comodidades naturales, y hacer uso de todos sus órganos corporales y espirituales, ordenada y normalmente. Los privilegios fantásticos, imaginarios y falsos que el hombre usurpó al pretender gobernar, dictar órdenes, establecer principios y afirmar la verdad, desecholos, renunciando a ellos. Ninguna secta filosófica exi ste que no se vea obligada a practicar y seguir infinidad de cosas que ni comprende ni advierte, si quiere vivir en el mundo; cuando se va por el mar ignórase si tal designio será útil o inútil; el viaj ero tiene que suponer que el barco que le lleva es excelente, experimentado el piloto y la estación favorable; circunstancias todas solamente verosímiles, a pesar de lo cual vese obligado a aceptarlas y a dej arse guiar por las apariencias, siempre y cuando que éstas no aparezcan al descubierto. Tiene un cuerpo y un alma, los sentidos le empuj an, el espíritu lo agita. Aun cuando el hombre encuentre en su mente la manera de j uzgar de los pirronianos, y advierta que no debe formular ninguna opinión determinada por hallarse suj eta a -44 1 error, no por eso dea de ej ecutar todos los actos que l e impone l a vida. ¡ Cuántas artes exi sten cuyo fundamento es más bien conj etural que científico, que no deciden de la verdad ni del error y que caminan a tientas! Reconocen los pirronianos la exi stencia de la una y del otro, e igualmente la posesión de los medios para investigarlos, pero no para separarlos. Vale infinitamente más el hombre dej ándose guiar por el orden natural del mundo, sin meterse a inquirir causas y efectos; un alma limpia de prej uicios di spone naturalmente de ventaj as grandes para gozar la tranquilidad; las gentes que inquieren y rectifi can sus j uicios, son incapaces de sumisión completa. Así en los preceptos relativos a la religión como en l as leyes políticas, los espíritus sencillos son más dóciles y fáciles de gobernar que los avi sados y adoctrinados en las causas divinas y terrenales. Nada surgió del humano entendimiento que tenga mayores muestras de verosimilitud, ni sea de utili dad más grande que la filosofia pirroni ana, que presenta al hombre desposeído de todas armas, reconociendo su debilidad natural, propio para recibir de lo alto cualquiera fuerza extraña, tan desprovi sto de ciencia mundana como apto para que penetre en él la divina, aniquilando su j uicio para dej ar a la fe mayor espacio, ni descreyente ni amigo de fijar ningún dogma contra las opiniones recibidas; humilde, obediente, disciplinado, estudioso, enemigo j urado de la herejía, y eximiéndose, por consiguiente, de las irreligiosas y vanas ideas introducidas por las falsas sectas : carta blanca, en fin, di spuesta a recibir de la mano de Dios los signos que al Altí simo plazca señalar. Cuanto más nos encomendamos y sometemos a Dios y renunciamos a nosotros mismos, mayor valer alcanzamos. «Acepta en buen hora y cada día, dice el Eclesiastés, las cosas según el aspecto con que a tus oj os se ofrezcan; todo lo demás sobrepasa los límites 669. de tu conocimiento.» Dominus scit cogitationes hominum, quoniam vanee sunt He aquí cómo de las tres sectas generales de filosofia, dos hacen profesión expresa de duda e ignorancia; en la de los dogmáticos, que es la tercera, fácil es echar de ver que la Porque Dios no nos concedió el conocimiento de estas cosas, y sí el disfrute de las mismas. CICERÓN, de Divinal., l. 18. (N. del T.) 669 Dios conoce el fondo del pensamiento humano, que es pura vanidad. Salmo XCII, v. 1 1 . (N. del T.) 668 mayor parte de los filósofos si adoptaron la certeza fue más bien por presuncwn; no pensaron tanto en establ ecer principios incontrovertibl es, como en mostramos el punto adonde habían llegado en el requeri miento de la verdad. Ouam docti fingunt magis, quam Decl arando Timeo a Sócrates cuanto sabía d;l mundo, de los hombres y los di oses, empi eza por deci r que le hablará como de 442 hombre a hombre, y que bastará con que sus razones sean probables como l as de cual qui era otro, porque las exactas no están en su mano ni tampoco en la de ningún mortal . Lo cual imitó así uno de sus discípulos: Ut potero, explicaba: nec lamen, ut Pythius Apollo, certa ut sint el jixa, quae dixero; sed, ut homunculus, probabilis conjectura sequens 671; y en lo que sigue sobre el di scurso del menospreci o de l a muerte, Cicerón interpretó así las ideas de Platón : Si jorfe, norunt 670. - - de deorum natura ortuque mundi disserentes, minus id, quod habemus in animo, consequimur, haud erit mirum: aequum es/ enim meminisse, et me, qui disseram, hominem esse, et vos, qui judicetis; ut, si probabilia dicentur, nihil ultra requiratis 672. Ari stóteles amontona ordinariamente gran número de opiniones y creencias contradictorias para compararlas con sus ideas, y hacemos ver que toca de cerca la verosimilitud, pues la verdad no se demuestra con el apoyo de la autoridad y testi monio aj enos; por eso Epicuro evitó religiosamente alegar en sus escritos los pareceres de los demás . Aristóteles es el príncipe de los dogmáticos y nos enseña que el mucho saber engendra el dudar; en sus obras se ve una obscuri dad buscada y tan inextricable, que no es posible conocer a ciencia cierta lo que dice; sus doctri nas son el pirronismo baj o una forma resolutiva. Oíd la protesta de Ci cerón, que nos expl ica lo que acontece en la mente de los demás, fundándose en sus propias ideas: Qui requirunt, quid de quaque re ipsi sentiamus, curiosius idjaciunt, quam necesse est... Haec in philosophia ratio contra omnia disserendi, nullamque rem aperte indicandi, projecta a Socrate, repetita ah Arcesila, confirma/a a Carneade, usque ad nostram viget aetatem... Hi sumus, qui omnibus veris falsa quoedum adjuncta esse dicamus, tanta similitudine, ut in iis nulla insit certe judicandi et assentiendi nota 673. ¿Por qué no sólo Ari stóteles, sino l a mayor parte de los filósofos simul aron dificultades sin cuento y entretuvieron la curiosidad -443- de nuestro espíritu dándole materia para que royera ese hueso vacío y descarnado? Clitómaco afirmaba que jamás había podido comprender la opinión de Cameades después de haber leído y releído sus escritos. ¿Porqué rehuyó Epicuro la senci llez en los suyos y a Heráclito se le llamó el tenebroso? La dificultad es una moneda de que los sabios se sirven, como los jugadores del pasa-pasa, para que quede oculta la insignificancia de su arte. La estupidez humana con ella se cree pagada: Clarus, ob obscuram li nguam, m agis in ter imanes . . . 670 Mejor, o más bien que conocer la verdad, lo que los sabios hacen es imaginarla. (N. del T.) Me explicaré como mejor pueda, mas no creáis que lo que yo diga es cierto e inmutable como si lo pensara Apolo Pitheo; yo no soy más que un pobre mortal que se deja conducir por conjeturas probables. CICERÓN. Tuscul., I, 9. (N. del T.) 672 Si por acaso al disertar sobre la naturaleza de los dioses y el origen del mundo el resultado fuera inferior a nuestro deseo, no hay razón para que nos maravillemos, pues justo es tener presente que yo, que ahora hablo, soy hombre, y vosotros que me juzgáis hombres también; de suerte si yo e:-.:pongo suposiciones probables, no debéis exigirme más. CICERÓN, del Timeo, de Platón, c. 3. (N. del T.) 6 73 Los que desean conocer nuestra opinión sobre todas y cada una de las cosas, llevan su curiosidad demasiado lejos. . . El sistema que en filosofía viene rigiendo hasta nuestra época es el fundado por Sócrates, renovado por Arcesilao, confirmado por Carneades; discutirlo todo y no afirmar nada de una manera terminante, he aqtú el principio fundamental de estos sistemas . . . Nosotros decimos que hay siempre algunos errores interpuestos entre las verdades, y que la semejanza entre unos y otros es tal que no hay c riterio seguro para reconocer ni para afirmar dónde está la verdad con absoluta certeza. CICERÓN, de Nat. deor., 1, 5. (N. del T.) 671 Omnia enim stolidi magis admirantur, amantque, 6 inversi s quae sub verbis latitantia cernunt. 74 Cicerón reprende a algunos de sus ami gos porque emplearon en la astrología, el derecho, la dialéctica y la geometría más tiempo del que esas artes merecían, lo cual les apartaba de los deberes de la vida, que son ocupación más provechosa y honrada. Los filósofos cirenaicos desdeñaban igualmente la fisica y la dialéctica; Zenón, en el preliminar de sus libros de la República, declara inútiles todas las artes liberales; Crisipo decía que todo lo que Platón y Ari stóteles habían escrito sobre la lógica era cosa de divertimiento y ej ercicio, y no podía resignarse a creer que hubieran hablado formalmente de una materia tan fútil ; Plutarco dice otro tanto de la metafi sica; Epicuro hubiéralo dicho también de la retórica, de l a gramática, de la poesía, de las matemáticas y de todas las ciencias, excepto la fisica. Sócrates consideraba todas las ciencias como inútiles, menos la que tiene por fin el estudi o de las costumbres y el de la vida. Sea cual fuere la cuestión que se le propusiera, hacía siempre que el cuestionador le diera cuenta de la situación de su vida presente y pasada, la cual consideraba y j uzgaba, estimando inferior, y subordinado a aquél todo aprendizaje diferente: parum mihi placeant eae litterae quae ad virtutem doctoribus nihil profuerunt 675; así que, la mayor parte de las artes fueron desdeñadas por el saber mi smo; pero los sabios no creyeron desacertado ej ercitar en ellas su espíritu, aun sabiendo de antemano que no podían esperar ningún resultado provechoso. Por lo demás, unos consideran a Platón como dogmático, otros como escéptico, quiénes en ciertos puntos o primero, quiénes en otros lo segundo; Sócrates, ordenador de sus diálogos, anima constantemente la di sputa, pero j amás la resuelve, ni le sati sface ninguna conclusión, y declara que su ciencia no es otra que la de argumentar. Homero consideraba que todas las sectas filosóficas tenían igual fundamento; 444 con tal principio mostraba que debe sernos indiferente seguir cualquiera de ellas. Dícese que de Platón nacieron diez escuelas diferentes, no es de extrañar por tanto que ninguna otra doctrina sea tan inclinada a la duda y a no aseverar nada, como la suya. Decía Sócrates que las parteras, al adoptar la profesión cuyo fin es sacar al mundo felizmente lo que engendran los demás, abandonaban el oficio de engendrar; y que él, merced al dictado de sabio que los dioses le habían concedido, dej aba de procrear hijos espirituales, conformándose con ayudar y favorecer con su concurso a los demás, revelándoles su naturaleza y engrasando sus conductos para facilitar el paso de su fruto, j uzgarlo, bautizarlo, alimentarlo, fortificarlo, faj arlo y circuncidarlo, ej erciendo su entendimiento en provecho aj eno. La mayor parte de los filósofos dogmáticos, como los antiguos advirtieron en los escritos de Anaxágoras, Parménides, Jenófanes y otros, escribieron de una manera dudosa y ambigua, inquiriendo más que instruyendo, aunque a veces entremezclaran su estilo con algunos toques doctrinales. Lo propio se nota en Séneca y Plutarco, quienes sientan principios antitéticos, lo cual se echa de ver leyéndolos con detenimiento. Los que ponen de acuerdo la doctrina de los j urisconsultos, debieran en primer término armonizar las ideas contradictorias de un mismo autor. Platón gustaba filosofar por diálogos para poner en boca de di stintos personaj es la diversidad y variación de sus propias fantasías. Examinar las ideas desde di stintos puntos de vi sta vale tanto o más que considerarlas desde uno solo; - - 674 Heráclito adquirió fama entre la gente necia a causa de la obscuridad de su lenguaje, pues los ignorantes admiran más las ideas cuando las ven ocultas entre otras palabras incomprensibles. LUCRECIO, 1, 60. (N. del T.) 675 En poco estimo yo ese saber que no hace más virtuosos a los sabios. SALUSTIO, Discurso de Mario, Bell. Jug. , c. 85. (N. del T.) la uti lidad es mayor. Tomemos un ej emplo en nosotros mismos : las resoluciones son el fin del hablar dogmático resolutivo; así nuestros parlamentos las presentan al pueblo como más ej emplares, propias a mantener en él la reverencia que debe a las asambleas, principalmente por la competencia de las personas que las forman; emanan no tanto de las conclusiones cotidianas, comunes a todo j uez, como del examen y consideración de raciocinios opuestos y diferentes, a que los principios se prestan . El más amplio campo para las discusiones de unos filósofos con otros, reside en las contradicciones y diversidad de miras en que cada uno de ellos se encuentra embarazado como en un cal lej ón sin salida, unas veces de intento para mostrar la vacilación del espíritu humano en todas las cosas, otras obligado a ello por la volubilidad e incomprensibilidad de las mi smas, lo cual pone de manifiesto la evidencia de aquella máxima que dice «que en un lugar resbaladizo y sin resistencia debemos suspender nuestro crédito»; pues como asegura Euri pides, «las obras de Dios nos proporcionan obstáculos por diverso modo»; principio semej ante al que Empédocles sentaba en sus libros, como agitado de un furor -445- divino por el requerimiento de la verdad : «No, no, decía, nada experimentamos, nada vemos, todas las cosas nos están ocultas, ninguna exi ste que podamos reconocer. » En lo cual coincidía con estas palabras de la Sagrada Escritura: Cogitationes mortalium timidae, el incertae adinventiones noslrae, el providentiae 676. No hay que extrañar que los mismos filósofos que desesperaron de encontrar la verdad, la buscaran con tanto ahínco y placer; el estudi o es una ocupación grata, tan grata que los estoicos incluyen entre los demás placeres el que proviene del ej ercicio del espíritu, recomi endan la moderación y encuentran intemperancia en el saber excesivo. Estando Demócrito comiendo le sirvieron unos higos 677 que sabían a miel , y al instante se echó a buscar en su espíritu la causa de tan inusitado gusto; para ponerse en camino de averiguarla, iba a levantarse de la mesa, con obj eto de ver el sitio de donde los higos se habían sacado, cuando su criada, que se hizo cargo de la extrañeza del amo, le dij o, riendo, que no se rompiera la cabeza con investigaciones, pues el sabor a miel dependía de que guardó la fruta en una vasij a que la había contenido. Di sgustose el filósofo con la muj er por haberle quitado la ocasión de inquirir, y robado el obj eto de su curiosidad : «Me has dado un mal rato, la dij o, pero no por ell o dej aré de buscar la causa como si fuera natural »; y no hubiera dej ado, gustosísimo, de encontrar un fundamento verosímil, a lo que en realidad era fal so y artificial . Esta anécdota, de un filósofo grande y famoso, nos demuestra claramente la pasión hacia el estudio que nos empuj a a la persecución de las causas mismas de cuya solución desesperamos. Plutarco refiere un caso análogo de un hombre que se oponía a que se le sacara del error por no perder el placer de buscarlo; de otro se habla que no quería que su médico le curase la sed de la fiebre por no perder el gozo de calmarla bebiendo. Salius esl supervacua discere, quam nihi/ 6 78 . Acontece que en algunos alimentos que tomamos exi ste solamente el placer, sin que sean nutritivos o sanos; así lo que nuestro espíritu obtiene de la ciencia no deja de ser grato, aunque no sea ni alimenticio ni saludable; análogamente, lo que nuestro espíritu alcanza de la cienci a tampoco dej a de procuramos goces que no son saludables ni provechosos. La reflexión de las cosas de la naturaleza, dicen los filósofos, es alimento propio a nuestro espíritu, porque eleva nuestra alma y hace que desdeñemos las cosas baj as y terrenales por la comparación con -446- las superiores y celestes; la investigación misma de lo oculto y grande es gratí sima hasta para quien no logra alcanzar sino el respeto y temor de j uzgarlas. La 676 Los pensamientos del hombre son tímidos, e inciertas nuestras invenciones y nuestras previsiones. Lib. de la Sabiduría, IX, 14. (N. del T.) 677 Plutarco, de quien la presente anécdota está sacada, dice que lo que supo a miel a Demócrito fue un pepino y no unos higos. Montaigne sigue la versión, francesa de Amyot, o la latina de Xylanter. (C.) 678 Mejor es aprender cosas superfluas que no aprender nada. SÉNECA, Epíst. 88. (N. del T.) imagen vana de esta curi osidad enfermiza vese más palmaria todavía en este otro ej emplo que se oye con frecuencia en sus labios. Eudoxio deseaba, y para lograrlo rogaba ardientemente a los dioses, que le permitieran una vez siqui era ver el sol de cerca, penetrarse de su forma, grandeza y hermosura, aunque el fuego del astro le abrasara. Queria a costa de su vida alcanzar una ciencia de cuya posesión no podía sacar ningún provecho, y por un pasaj ero conocimiento perder cuantos había adquirido y cuantos adquirir pudiera en lo sucesivo. Dudo mucho que Epicuro, Platón y Pitágoras dieran como moneda contante y sonante sus doctrinas sobre los átomos, las ideas y los números; eran sobrado cuerdos para sentar como artículos de fe cosas tan inciertas y debatibles. Lo que en realidad puede asegurarse es que, dada la obscuridad de las cosas del mundo, cada uno de aquellos grandes hombres procuró encontrar tal cual imagen luminosa: sus almas dieron con invenciones que tuvieran al menos una verosimilitud aparente que, aunque no fuera la verdad, pudiera sostenerse contra los argumentos contrarios : Unicuique isla pro ingenio finguntur, non ex scientiae vi 6 79 . Un hombre de la antigüedad, a quien se vituperaba por profesar la filosofia, en la cual, sin embargo, no hacía gran caso, respondió «que en eso consistía la esencia del filosofar» . Han querido los sabios pesarlo todo, examinarlo todo, y han hallado tal labor adecuada a la natural curiosidad que forma parte integrante de nuestra naturaleza. Algunos principios sentáronse como evidentes para beneficio y provecho de la paz pública, como las religiones, por eso las doctrinas, que constituyen el sostén de los pueblos, no las ahondaron tan a lo vivo, a fin de no engendrar rebeldía en la obedienci a de las leyes ni en el acatamiento de las costumbres. Platón, sobre todo, presenta al descubierto esa tendencia; pues cuando escribe según sus ideas, nada sienta como evidente; pero cuando ej erce de legisl ador, adopta un estilo autoritario y doctrinal, en el cual ingiere sus invenciones más peregrinas, tan útiles para llevar la persuasión al vulgo como ridículas para la propia convicción individual , convencido de lo blandos que somos para recibir toda suerte de impresiones, sobre todo las más osadas y singulares. Por eso en sus leyes cuida mucho de que en público se canten exclusivamente poesías cuyos argumentos tiendan a algún fin útil ; siendo tan fácil imprimir toda clase de fantasmas en -447- el humano espíritu, es inj usto el no apacentarlo con mentiras provechosas, en vez de sumini strarle otras que sean inútiles o dañosas. En su República, dice de una manera terminante «que para provecho de los hombres hay con frecuencia necesidad de engañarlos». Fácil es echar de ver que algunas sectas persiguieron con más ahínco la verdad, y que otras, en cambio, enderezaron sus miras a lo útil, por donde ganaron mayor crédito. La mi seria de nuestra condición hace que aquello que como más veridico se presenta a nuestro espíritu, dej e de aparecernos como más povechoso para la vida. Hasta las sectas más avanzadas, la de Epicuro, la pirroniana y la llamada nueva académica, vense obligadas, en última instancia, a plegarse a las necesidades de la vida y de las leyes civiles. Exceptuando las religiones y las leyes, los filósofos tamizaron todas las ideas, ya en un sentido, ya en otro; cada cual se esforzó por interpretarl as a tuerta o a derechas; pues no habiendo encontrado nada, por oculto que estuviera, de que no hayan querido hablar, necesario les fue f01j ar locas conj eturas; y no es que las consideraran como fundamentales ni irrevocables para la demostración de la verdad, sirviéronse de ellas como de simple ej ercicio para sus estudios. Non tam id sensisse quod dicerent, quam exercere ingenia materiae difficultate videntur voluisse 680. Y si así no fuera, ¿cómo explicamos la inconstancia, variedad y vanidad de opiniones formul adas por tantos talentos admirables y 679 Los sistemas filosóficos no son sino invenciones del genio de cada filósofo. M. SÉNECA., Suasor. , 4. (N. del T.) 680 Se diría que al escribir no les movía tanto el sentimiento de la verdad como el deseo de ejercitar sus facultades con un tema dificil. (N. del T.) singulares? Y, en efecto, ¿ qué cosa hay más vana que pretender que adivinemos la divina Providencia por medio de las analogías y conj eturas que hemos ideado? ¿ someterle y someter al mundo a nuestra capacidad y a nuestras leyes? ¿ servimos a expensas de la Divinidad de la escasa inteligencia que el Señor se dignó concedernos, y no siéndonos dable más que elevar la mirada a su trono glorioso, haberle rebaj ado trasladándole a la tierra en medio de nuestra corrupción y de nuestras mi serias? Entre todas las ideas de la antigüedad rel ativas a la religión, me parece la más verosímil y aceptable la que reconoce a Dios como un poder incomprensible, origen y conservador de todas las cosas; todo bondad, todo perfección, aceptando de buen grado la reverencia y honor que los humanos le tributaban, sean cuales fueren las formas del culto: Jupiter omnipotens, rerum, regumque, deumque progemtor, gemtnxque. 6 8 1 o 448 - o o - Este celo universal por la adoración de la Divinidad fue vi sto en el cielo con buenos oj os. Todos los pueblos alcanzaron fruto de las prácticas devotas. Los hombres perversos y las acciones impías alcanzaron siempre el castigo que merecieron . Las hi storias paganas encuentran dignos y j ustos los oráculos y prodi gios empleados en provecho del pueblo y dedicados a sus divinidades fabulosas. El Hacedor, por su mi sericordia infinita, se dignó, a veces, fomentar con sus beneficios temporales los tiernos principios que, con la ayuda de la razón, nos formamos de él al través de las imágenes fal sas de nuestras soñaciones. Y no sólo falsas, sino también impías e inj uriosas son las que el hombre se forj ó de Dios. De todos los cultos que san Pablo encontró en Atenas, el que le pareció más excusable fue el consagrado a una divinidad oculta y desconocida. Pitágoras se acercó más a la verdad al j uzgar que el conocimiento de esta Causa primera y Ser de los seres, debla ser i ndefinido, sin prescripción, imposible de formular que no era otra cosa que el supremo esfuerzo de nuestro espíritu hacia el perfeccionamiento, cada cual amplificándolo conforme a la fuerza de sus facultades. Numa quiso acomodar a esta creencia la devoción de su pueblo, hacer que profesara una religión puramente mental , sin obj eto determinado ni aditamento material ; idea vana e impracticable, pues el humano espíritu es incapaz de mantenerse vagando en esa infinidad de pensamientos informes; precísale concretarlos en cierta imagen a su semej anza. La maj estad divina consintió en dej arse circunscribir en algún modo dentro de los límites naturales : sus sacramentos sobrenaturales y celestiales muestran signos de nuestra terrenal condición; su adoración se exterioriza por medio de oficios y palabras sensibles, pues el hombre es quien cree y ora. Dej ando aparte otros argumentos pertinentes a este punto, digo que no me resi gno a creer que la vista de nuestros crucifijos y las pinturas del suplicio de nuestro Redentor, los ornamentos y ceremonias de nuestros templos, los cánticos entonados al uni són de nuestra mente y la impresión de los sentidos no llenen el alma de los pueblos de una eficacísima unción religiosa. Entre las divinidades a que se dio forma corporal, conforme la necesidad lo requirió a causa de la universal ceguera, creo que yo me hubiera afiliado de mej or grado a los adoradores del sol 6 82, así por su grandeza y hermosura -449- como por ser la parte de esta 68 1 Júpiter todopoderoso, padre y madre del mundo, de los dioses y de los reyes. VALERIO SORANO, ap. SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, VII, 9 y 1 1 (N. del T.) 682 El universal resplandor, la antorcha del mundo. Si del Hacedor Supremo el semblante majestuoso tiene ojos, sus ojos son los rayos del sol radiantes que comunican la vida a todo lo existente, que nos guardan y máquina del universo que está más apartada de nosotros, y, por lo mismo, tan poco conocida, que los que la tributaron culto son excusables de haberla admirado y reverenciado. Thales, el primer filósofo que trató de investigar la naturaleza divina, consideraba a Dios como un espíritu que con el agua hizo todas las cosas. Anaximánder opinaba que los dioses morían y nacían en diversas épocas, y que eran otros tantos mundos, infinitos en número. Anaxímenes decía que el aire era dios, causa generadora de todas las cosas creadas y en perpetuo movimiento. Anaxágoras fue el primero que creyó que todas las cosas eran conducidas por la fuerza y dirección de un espíritu infinito. Alcmeón consideraba como divinos el sol, la luna, todos los cuerpos celestes y además el alma. Pitágoras hizo de Dios un espíritu esparcido entre la natural eza de todas las cosas, del cual nuestras almas se emanaron . Parménides un círculo que rodea el cielo y alimenta el mundo con el ardor de su resplandor. Empédocles decía que los dioses eran los cuatro elementos de que todas las demás cosas surgieron . Protágoras se abstuvo de emitir opinión alguna. Demócrito, ya que l as imágenes y sus movimientos circulares, ya que la misma naturaleza de donde esas imágenes surgen, y también nuestra ciencia e inteligencia. Platón emite opiniones de diversa índole en el diálogo titulado Timeo dice que el padre del mundo no puede nombrarse; en las Leyes, que es necesario abstenerse de investi gar su ser, y en otros pasaj es de esos mi smos tratados hace otros tantos dioses del mundo, el cielo, los astros, la tierra y nuestras almas, y admite además los que como dioses fueron reconocidos por las antiguas leyes en cada república. Jenofonte emite sobre la divinidad ideas tan encontradas como Sócrates, su maestro; tan pronto dice que no hay que informarse de cuál sea la forma de Dios; tan pronto que el sol es dios, o que el alma es dios, como que no hay más que uno o que hay varios. Speusipo, sobrino de Platón, hace de Dios cierta fuerza vital que gobierna todas las cosas y las considera como fuerza animal ; Ari stóteles ya afirma que Dios es el espíritu, ya que el mundo; otras veces dice que la tierra tuvo un origen di stinto de la divinidad, y otras que Dios es la cumbre solar. Jenócrates cree en l a exi stencia de ocho dioses; cinco, que son otros tantos planetas; el sexto, compuesto de todas las estrellas fij as; el sépti mo y el octavo, el sol y la luna. Heráclides Póntico oscila entre las anteriores opiniones, y por fi n se i nclina a creer que Dios carece de sensaciones, haciendo de él la tierra y el cielo. Teofrasto divaga de un modo semej ante entre todas -450- las ideas anteriores, atribuyendo el orden del mundo unas veces al entendimiento, otras al firmamento y otras a las estrellas. Estrato afirma que la divinidad es la propia naturaleza dotada de la facultad de engendrar, aumentar o disminuir, fatalmente. Zenón la ley natural , ordenando el bien y prohibiendo el mal ; considera aquélla como un ser animado y no admite como dioses a Júpiter, Juno y Vesta. Diógenes Apoloniates se inclina a creer que es el aire; Jenófanes afirma que la divinidad es de forma redonda, que ve, oye y no respira, y no tiene ninguna de las cualidades de la naturaleza humana. Ari stón cree que la forma de Dios es incomprensible; la considera desprovista de sentidos, o ignora si es animada o inanimada. Cleanto ya cree que es la razón, ya el universo, ya el alma de la naturaleza, ya el calor que envuelve y lo rodea todo. Perseo, oyente de Zenón, sostuvo que se di stinguió con el nombre de dioses a todos los seres que procuraron alguna utilidad a la vida humana, y a las cosas mismas provechosas. Crisipo hizo una amalgama confusa de todas las ideas precedentes, e incluyó entre mil formas de la divinidad los hombres que se inmortalizaron . sustentan, y contemplan todos nuestros actos. Ese sol hermoso o inmenso que engendra nuestras estaciones según entra o sale de sus doce viviendas; que llena el universo con sus virtudes; que con un rayo de sus ojos disipa las nubes: espíritu y alma del mundo, que brilla y resplandece, que en el espacio de un día recorre el círculo del firmamento, lleno de inmensa grandeza, redondo, vagabundo y firme: el que tiene bajo su esfera la tierra toda por ténnino; que está en reposo y en movimiento, ocioso y sin fya residencia: primogénito de la naturaleza, padre del día. (N. del T.) Diágoras y Teodoro negaban en redondo que hubiera dioses. Epicuro hace a los dioses luminosos, transparentes y aéreos; asegura que están colocados entre dos fuertes, entre dos mundos, a cubierto de todo accidente; revi sten la fortuna humana, y di sponen de nuestros miembros, de los cuales no hacen uso alguno: Ego deum genus esse semper dixi, et dicam caelitum; . sed eos non curare opmar, qut" d agat h umanum genus. 6 83 ¡ Confiad ahora en vuestra filosofia; alabaos de haber encontrado la verdad en medio de semej ante baraúnda de cerebros fi losóficos! La confusión de las humanas ideas ha hecho que las multiplicadas costumbres y creencias que se oponen a las mías me instruyan más que me contrarían; no me enorgullecen tanto, cuanto me humillan al confrontarlas, y han sido causa, además, de que todo aquello que expresamente no viene de la mano de Dios, lo considere como sin fundamento ni prerrogativa. Las costumbres de los hombres no son menos contrarias en este punto que las escuelas filosóficas, de donde podemos inferir que la misma fortuna no es tan diversa ni variable como nuestra razón, ni tan ciega e inconsiderada. Las cosas más ignoradas son las más propias a la definición; por eso el convertir a los hombres en dioses, como hizo la antigüedad sobrepasa la extrema debilidad de la razón . Mej or hubiera yo seguido a los que adoraron la serpiente, el perro o el buey, porque la naturaleza y el ser de esos animales nos son menos -45 1 - conocidos así que, tenemos fundamento mayor para suponer de ellos todo cuanto nos place, al par que para atribuirles facultades extraordinarias y singulares. Pero haber trocado en dioses los seres de nuestra condición, de la cual debemos conocer toda la pobreza, haberlos atribuido el deseo, la cólera, la venganza, los matrimonios, las generaciones y parentelas, el amor y los celos, nuestros mi embros y nuestros huesos, las enfermedades y placeres, nuestra muerte y nuestra sepultura, constituye el límite del extravío del entendimiento humano: Quae procul usque adeo divino ab numine di stant, inque deum numero quae sint indigna videri . 6 84 Formae, aetates, vestitus, ornatus noti sunt; genera conjugia, cognationes, onmiaque traducta ad similitudinem imbecillitatis humanae: nam et perturbatis animis inducuntur; accipimus enim deorum cupiditates, aegritudines, iracundias 685; haber atribuido a la divinidad, no ya la fe, la virtud, el honor, la concordia, la libertad, las victorias, la pi edad, sino también los placeres, el fraude, la muerte, la envidia, la vejez, la mi seria, el mi edo, las enfermedades, la desgracia y otras mi serias de nuestra vida débil y caduca; Quid juvat hoc, templis nostros inducere mores? 683 Dije siempre y diré que los dioses son de naturaleza supraterrena, pero creo también que estos dioses no se preocupan de la suerte del linaje humano, ENIO, apud CIC., de Divinal. , 11, 50. (N. del T.) 684 Las cosas que por su naturaleza están apartadas de la mente divina y que a las claras se ve que son indignas de la divinidad. LUCRECIO, V, 1 23 . (N. del T.) 685 Conocidos son estos dioses con sus figuras, edad, trajes, adornos; ascendencia, matrimonios, parentesco; todo ideado a imagen de la núsera especie humana, atribuyéndoles las núsmas pasiones, deseos, enfermedades y odios. CICERÓN, de Nat. deor., 11, 28. (N. del T.) O curvae in terri s animae et cael estium inanes! 6 86 Los egipcios, con una prudencia cínica, prohibían, baj o la pena de la horca, que nadie dijera que Serapi s e Isis, sus divinidades, hubieran sido un tiempo hombres, y sin embargo, nadie entre ellos ignoraba que en realidad lo habían sido; sus efigies, representadas con un dedo puesto en los labios, significaban a los sacerdotes, según Varrón, aquella orden mi steriosa de callar su origen mortal por razón necesaria, suponiendo que el declararla apartaría a las gentes del culto que a Serapi s e Isis se tributaba. Puesto que era tan vivo en el hombre el deseo de igualarse a Dios, hubiera procedido con mayor acierto, dice Cicerón, aproximándose las cual idades divinas y haciéndolas descender a la ti erra, que enviando al cielo su corrupción y su mi seria; mas considerando bien las cosas, los humanos hicieron lo uno y lo otro, impelidos de semej ante vanidad. Cuando los filósofos especifican la j erarquía de sus dioses 452 y se apresuran a señalar sus parentescos, funciones y poderío, no puedo resignarme a creer que hablen con fundamento. Cuando Platón nos descifra el j ardín de Plutón y los goces o tormentos materiales que nos aguardan después de la ruina y aniquilamiento de nuestro cuerpo, acomodándolos a las sensaciones que en la vida experimentamos - - Secreti celant calles, et myrtea circum silva tegit; curae non ipsa in morte relinquunt 6 87 ; y cuando Mahoma promete a sus fieles un paraí so tapizado, adornado de oro y pedrería, poblado de doncellas de belleza peregrina, lleno de manj ares y vinos exquisitos, bien se me alcanza que todo ello es cosa de burla de que ambos echaron mano para llevamos a sus opiniones y hacernos participar de sus esperanzas, bien acomodadas con nuestros terrenales deseos. Así algunos de los nuestros cayeron en parecido error, prometiéndose después de la resurrección una vida mundanal acompañada de toda suerte de placeres y dichas terrenales. ¿ Cómo creer que Platón, que engendró concepciones tan celestes y que se aproximó tan de cerca a la divinidad, que se le llama divino, haya estimado que el hombre, esta mi sérrima criatura, tuviera ninguna analogía con el incomprensible poder divino? ¿ Cómo es verosí mil que creyera que nuestros lánguidos órganos, ni la fuerza de nuestros sentidos, fueran capaces de participar de la beatitud o de las penas eternas? Menester es reponerle valiéndonos de la humana razón por el tenor siguiente: si los placeres que nos prometes en la otra vida son como los que en la tierra experimenté, nada tienen de común con lo infinito; aun cuando mis cinco sentidos se vieran colmados de gozo y mi alma poseída de todo el contento que puede desear y esperar, bien sabemos todo el que puede soportar; todo reunido nada significa. Si subsi ste algo humano, no hay nada divino; si aquello no difiere de cuanto puede pertenecer a nuestra situación terrenal, no cuenta para nada; mortal es todo contentamiento de los mortales. Si el reconoci miento de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros amigos, podemos di sfrutarlo en el otro mundo; si allí perseguimos todavía tal o cual placer, estamos dentro de las comodidades terrenales y finitas. No podemos dignamente concebir la grandeza de las encumbradas y divinas promesas si en algún modo nos es dable 686 ¿Para qué santificar en los templos nuestros vicios? ¡Oh almas esclavizadas por la materia, incapaces de levantar los ojos al cielo! PERSIO, Sat., 11, 61 y 62. (N. del T.) 68 7 Se ocultan en apartados parajes a cuyo alrededor crecen bosques de mirtos: la muerte misma no pudo librarlos de cuidados. VIRGILIO, Eneida, VI, 4 1 3 . (N. del T.) concebirlas; para imaginarlas dignamente es necesario considerarlas como inimaginables, indecibles, incomprensibles y absolutamente di stintas de las habituales a nuestra experiencia mi serable. El corazón y la vi sta del 453 hombre, dice san Pablo, son incapaces de considerar la dicha que Dios tiene preparada a quien lo sigue. Y si para hacemos capaces de ello se transforma y cambia nuestro ser por medio de las purifi caciones, como Platón afirma, la metamorfosis tiene que ser tan completa que, según la doctrina fi sica, ya no seremos nosotros: - - Hector erat tune quum bello certabat; at ille Tractus ab Aemonio, non erat hector, equo 6 && ; será otro ser diferente el que reciba las recompensas : Quod mutatur. . . dissolvitur; interit ergo: traji ciuntur enim partes, atque ordine migrant. 6 &9 ¿ Creeremos, por ej emplo, que según la metempsicosi s de Pitágoras, en la vivienda que imagina para las almas, el león en que se traslade el alma de César tenga las mi smas pasiones ni que sea el mismo Julio César? Si tal cosa fuera cierta, tendrían razón los que sostienen esa idea contra las doctrinas de Platón, reponiéndole que el hij o podria cabal gar sobre su madre convertida en mula, y obj etando con otros absurdos semej antes. ¿ Pensamos acaso que en las mutaciones que tienen lugar de unos animales en otros de la mism a especie, los recién venidos n o son di stintos d e los que les precedieron? D e las cenizas del fénix dicen que se engendra un gusano y luego otro fénix; ¿ quién puede imaginar que el segundo no sea di stinto del primero? a los gusanos de seda se les ve como muertos y secos; el mismo cuerpo produce una mariposa, de la cual surge otro gusano que seria ridículo suponer que fuera todavía el primero. Lo que una vez dej ó de existir no existe ya j amás: Nec, si materiam nostram collegerit aetas post obitum, rursumque redegerit, ut sita nunc est, atque iterum nobi s fuerint data lumina vitae, pertineat quidquam tamen ad nos id quoque factum, interrupta semel quum sit repetentia nostra. 690 Y cuando Platón dice que sólo la parte espiritual del hombre será la que goce de las recompensas de la otra vida, hace una afirmación desprovi sta de fundamento: 688 Héctor era el que luchaba en combate singular, pero el que fue arrastrado por el caballo de Emonio (o de Aquiles) no era Héctor. OVIDIO, III, 756. (N. del T.) 689 Lo que cambia se disuelve, y la disolución es la destrucción, pues las partes se disgregan y desaparece su organización. LUCRECIO, III, 756. (N. del T.) 690 Si después de nuestra muerte toda la materia que ahora constituye nuestro cuerpo se reuniera y volviera a recobrar con el tiempo la misma organización que antes tuvo, y de nuevo se iluminara con la luz de la vida, esta segunda organización no seria nada para nosotros, una vez que nuestra existencia fue interrumpida. LUCRECIO, III, 859. (N. del T.) Scilicet, avol sus radicibus, ut nequit ullam t spt cere tpse ocu1 us rem , seorsum corpore toto 69 1 ; d o 454 - o o - pues en ese caso no será ya el hombre, ni por consiguiente nosotros, los que participemos de aquel goce, estando como estamos formados de dos partes principales y esenciales, cuya separación es la muerte y ruina de nuestro ser. Inter enim j ecta est vital pausa, vageque deerrarunt passtm motus ad senst" bus omnes 692 : o no decimos que el hombre sufre cuando los gusanos roen sus miembros que desempeñaron las funciones vitales, ni cuando la tierra los consume: Et nihil hoc ad nos, qui coitu conj ugioque corpon s atque ammae const sttmus umter aptt . 693 o o o o o o Con mayor razón, ¿ en qué principio de su j usticia pueden fundarse los dioses para recompensar las acciones buenas y virtuosas del hombre después de su muerte, puesto que las divinidades mi smas les encaminaron a ej ecutarlas? ¿Por qué los dioses se ofenden y vengan en el hombre las acciones viciosas, puesto que ellos engendraron en las criaturas la condición que las movió a incurrir en falta, de la cual podrían apartarlas con la más li gera moción de su voluntad? Epicuro podría reponer lo antecedente a Platón con fundamento sobrado, si sus labios no profirieran frecuentemente esta sentencia, «que la naturaleza mortal no puede establecer nada sólido ni cierto sobre la inmortal» . El humano entendimiento es víctima de constantes extravíos en todo, pero más especialmente cuando trata de formarse idea de las cosas que atañen a la divinidad. ¿ Quién mej or que nosotros puede estar convencido de ello? Aunque le hayamos auxiliado con principios seguros e infalibles, aunque hayamos iluminado sus pasos con la santa luz de la verdad que plugo a Dios comuni camos, vémonos a diario, por poco que nuestra mente se aparte del ordinario sendero, por poco que se desvíe de la ruta trazada y seguida por la iglesia, que al instante se pierde, embaraza y cae en mil obstáculos, fl otando y dando vueltas en el vasto mar revuelto, y sin freno de las opiniones humanas, sin suj eción ni obj etivo. En el momento que pierde nuestra razón aquel seguro y tradicional camino, se divide y disipa en mil rutas diferentes. No puede el hombre salirse de su esfera ni imaginar nada que de sus alcances se aparte. Mayor presunción supone, dice Plutarco, el que los hombres hablen y di scurran de los 691 De igual suerte que un ojo arrancado de raíz y separado del cuerpo no puede ver ningún objeto. LUCRECIO, III 562. (N. del T.) 692 Pues al interrumpirse la vida, el movimiento abandona todos los sentidos y se e:\1 ingue por completo. LUCRECIO, III, 872. (N. del T.) 693 Esto en nada nos afecta ya, porque nuestro ser existe sólo en tanto que se mantiene uno por el íntimo enlace del alma con el cuerpo. LUCRECIO, III, 857. (N. del T.) dioses y de los semidioses, que el que una persona desconocedora de la música pretenda juzgar a un cantor, o -455- que un hombre que j amás pisó un campo de batalla quiera cuestionar sobre las cosas de la guerra, presumiendo conocer por li geras conj eturas un arte que le es aj eno. A mi entender, la antigüedad creyó glorificar a la divinidad colocándola al mismo nivel que el hombre, revi stiéndola con facultades humanas, adornándola con nuestros caprichos y proveyéndola de todas las necesidades que atestiguan nuestra flaqueza. Así la ofrecieron manj ares para que los comiese, bailes y danzas para regocij arla, vestidos, para que se cubriese y casas para que viviera; la regalaron con el incienso y la música, con flores y ramos, y para mej or acomodarla a nuestras viles pasiones, adularon su j usticia inmolando víctimas humanas, regocij ándola con la di sipación y ruina de los seres por los dioses creados y conservados. Tiberio Sempronio hizo quemar en holocausto de Vulcano las armas y ricos despoj os que ganara contra sus enemigos en Cerdeña; Pauto Emilio, los que adquirió en Macedonia en loor de Marte y Minerva; tan luego como Alej andro hubo llegado al Océano Índico, arroj ó al mar para ganar el favor de Theti s muchos vasos de oro, convirtiendo además sus altares en espantosa carnicería, no sólo de inocentes animales, sino también de seres humanos. Muchas naciones, la nuestra entre otras, sacrifi caron a los hombres, y creo que no exi sta ninguna que haya estado exenta de tal costumbre: Sulmone creatos quator hic j uvenes, totidem, quos educat Ufens, viventes rapit, inferias quos inmolet umbris. 694 Los getas se consideran como inmortales y su muerte tiénenla por el encaminamiento hacia su dios Zamol si s. Cada cinco años le envían un emi sario para proveerlo de l as cosas que ha menester; el del egado se elige a la suerte, y la manera de despacharlo es como sigue: primeramente le i nforman verbalmente de su misión, y después tres de los que le asi sten sostienen derechos otros tantos dardos, sobre los cuales lanzan al emi sario. Si éste resulta herido y muere de repente, es signo indudable de favor divino; si escapa a la muerte, le consideran como perverso y execrable, y proceden a una nueva prueba de igual modo. Amestris, madre de Jerj es 695 , siendo ya de edad avanzada, hizo enterrar vivos a catorce jóvenes de las principales casas de Persia para rendir gracias a algún dios subterráneo, conforme a la reli gión de su paí s. Hoy todavía se alimentan con sangre de criaturas de corta edad los ídolos de Themixtitan, y no gustan de otro sacri ficio que no sea el de -456- esas almas infantiles y puras. ¡ Justicia hambrienta de sangre inocente! 6 Tantum relligio potuit suadere malorum ! % Los cartagineses inmolaban a Saturno sus propios hijos, -el que no los tenía los compraba-, y el padre y la madre tenían obli gación de asistir a la muerte de las tiernas víctimas, adoptando un continente de alegría y sati sfacción. 694 Arrebató Eneas cuatro guerreros hijos de Sulmona, y otros cuatro criados en las orillas del Ufens para inmolarlos vivos en honor de Palas. VIRGILIO, Eneida, X, 5 1 7. (N. del T.) 695 Mujer, y no madre de Jeljes. (N. del T.) 696 ¡ Cuántos horrores inspirados por la superstición! LUCRECIO, 1, 102. (N. del T.) Capricho singular el de querer pagar a la bondad divina con nuestra aflicción, como los lacedemonios, que tributaban culto a Diana con los alaridos de los muchachos a quienes azotaban en holocausto de la diosa, a veces hasta darles muerte. Proceder salvaj e el de querer gratifi car al arquitecto con el derrumbamiento de su edificio, y el de pretender librar de la pena que merecen los culpables con el castigo de los inocentes; la desgraciada Ifi genia con su muerte en el puerto de Áulide, descargó ante Dios al ej ército griego de los delitos que éste había cometido: Et casta inceste, nubendi tempore in ipso, . conci" deret mactatu maesta parenti. s 697 : h ostia las hermosas y generosas almas de los dos Decios, el padre y el hijo, lanzáronse al través de las tropas enemigas para procurar el favor de los dioses a los negocios públicos de Roma. Quae fuit tanta deorum iniquitas, ut placari populo romano non possent, nisi tales viri occidissent? 698 Añádase a lo dicho, que no es al delincuente a quien incumbe el hacerse casti gar a su albedrio cuando le viene en ganas; el j uez es quien debe ordenar la pena y no puede considerar como castigo lo que mej or acomoda al que lo sufre; la venganza divina presupone nuestro absoluto di sentimiento, así por su j usticia como por el quebranto que merecemos. Ridículo fue el capricho de Polícrates, tirano de Samos, quien para interrumpir el curso de su continua dicha, al par que para compensarla, lanzó al mar la j oya más preciada que poseía, juzgando que con este mal voluntario podía hacer frente a las vici situdes de la fortuna; la cual , para burlarse de su insensatez, hizo que la misma alhaj a volvi era a sus manos, pues se encontró en el vientre de un pescado. ¿ A qué vienen los desgarramientos y desmembramientos de los coribantes y de los ménades, y en nuestra época los de los mahometanos, que se acuchillan la cara, el vientre y los miembros para congraci arse con su profeta, puesto que la ofensa que le infirieron reconoce por causa 45 7 la voluntad, y no el pecho, los oj os, los órganos genitales, la apostura, los hombros ni la garganta? Tantus est perturbatae mentis, et sedibus suis pulsae furor ut sic dii placentur, quemadmodum ne homines quidem saeviunt 699. Nuestra natural contextura, no sólo debemos considerarla para nuestro servicio, sino también para el de Dios y el de los demás hombres; es una acción inj usta el ofenderla voluntariamente, como igualmente el quitamos la vida, sea cual fuere la causa. Tengo también por traición y cobardía grandes el mutilar y corromper las funciones de nuestro cuerpo, las cuales son puramente materiales y se hallan - - sometidas por naturaleza a la dirección del alma, por evita a ésta el cuidado de suj etarlas a la razón; ubi iratos deos timen/, qui sic propitios habere merentur?. . . In regiae libidinis voluptatem castrati sunt quidam; sed nemo sibi, ne vir esset, jubente domino, manus intulit 700 . · . . De ta1 suerte maneharon su ret IgiOn con perversas practicas : , , 697 Y la infortunada doncella, cercano el momento de sus desposorios, muere en las manos despiadadas de su propio padre. LUCRECIO, 1, 99. (N. del T.) 698 ¿Cómo los dioses estaban tan irritados contra el pueblo romano que no podían verse satisfechos sino con el derramamiento de una sangre tan generosa? CICERÓN, de Nat. deor., III, 6. (N. del T.) 699 A tal ex1remo llega la perturbación de su inteligencia y la exaltación de sus pasiones que para ser gratos a los dioses cometen crueldades que nuestra mente apenas puedo concebir. SAN AGUSTÍN, de Civil Dei, VI, 10. (N. del T.) 700 ¿Qué idea tienen de la cólera divina los que así pretenden aplacarla? . . . Hay hombres convertidos en eunucos por el capricho y por la liviandad de un rey; ¿pero quién accedió a mutilarse a sí mismo por obedecer al mandato de su Señor? SAN AGUSTÍN, Civil. de Dei, VI, 10, según Séneca. (N. del T.) Saepius olim 1 rell igio peperit scelerosa atque impia facta. 70 Ahora bien : ninguna de nuestras cualidades puede parangonarse ni rel acionarse en modo alguno con la naturaleza divina; todas la manchan y marcan con otras tantas imperfecciones. La belleza, poder y bondad infinitos, ¿cómo han de poder asemej arse ni tener correspondencia alguna con una cosa tan abyecta como nosotros, sin el extremo peij uicio y decaimiento de la divina grandeza? Injirmus Dei fortius est hominibus: et stultum Dei sapientius est hominibus 702 . Preguntado Stilpón el fi lósofo si los dioses recibían placer de nuestras honras y sacrificios : «Sois indi scretos, contestó; retirémonos aparte para hablar de este asunto.» Y sin embargo nosotros le prescribimos límites; nuestra razón mide su poderío (llamo razón a nuestras visiones imaginarias; como tales las reconoce la filosofia, la cual declara «que el loco y el perverso están extraviados por razón, que en ellos revi ste una forma particulam); queremos subyugar a Dios a las vanas y débiles apariencias de nuestro entendimiento; a él, que nos creó y creó asimismo nuestra facultad de conocer. Porque nada se hace de la nada, Dios no pudo formar el mundo sin servi rse de materia. ¿ Acaso el Hacedor 45 8 Supremo ha puesto en nuestras manos las llaves de los - - últimos resortes de su poder? ¿ Comprometiose por ventura a no sobrepasar los límites de nuestra ciencia? Supón, ¡ oh criatura! que hayas podido advertir en la tierra alguna huella de la divinidad; ¿ piensas, por ello que el Señor haya empleado cuantos medios residen en su poder, ni que haya puesto todo su saber en la composición del universo? Tú contemplas solamente el orden y concierto de esta cuevecilla donde habitas; la divinidad tiene una j urisdicción infinita más allá; esta parte que aquí ves no es nada en comparación del todo: Omnia cum caelo, terraque, maríque, .. . sunt ad summam summat, totms omnem . 703 m" ) Lo que a ti se te alcanza es una ley restringida; tú ignoras que es universal . Suj étate a aquello de que dependes, mas no agregues a Dios, que no es tu compañero, ni tu conciudadano, ni tu camarada. Si en algún modo se te mostró, no fue para rebaj arse a tu pequeñez, ni para otorgarte el cargo de veedor de su poder: el cuerpo humano no puede volar a las nubes; para ti hizo el Criador todo su bien. El sol recorre sin cesar su carrera. Los lí mites de la tierra y de los mares no pueden confundirse; el agua no tiene forma ni resistencia; un muro sin demolirse no dej a paso a un cuerpo sólido; el hombre no puede conservar su vida en medio de las llamas; no puede estar en el cielo y en la tierra ni en cien lugares a la vez, corporalmente; para ti instituyó Dios estos preceptos, y a tu individuo incumben. El Criador testificó a los cri stianos que los libertó cuando le plugo. ¿Por qué siendo como es todopoderoso había de suj etar sus fuerzas a cierto límite? ¿En favor de quién había de renunciar a su privilegio? En nada alcanza tu razón mayor verosimilitud ni fundamento mayor que cuando te convence de la pluralidad de los mundos; 701 En lo antiguo la religión inspira con frecuencia actos impíos y criminales. LUCRECIO, 1, 83. (N. del T.) 702 La debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres; la locura de Dios más cuerda que la prudencia de los hombres. SAN PABLO, Corint., 1, 1, 25. (N. del T.) 703 Todo cuanto existe, el cielo, la tierra y los mares, no es nada comparado con la inmensidad de la creación. LUCRECIO, VI, 679. (N. del T.) Terramque, et solem, lunam, mare, cetera quae sunt, non esse umca, sed numero magt s mnumera1 1" 704 : o o o los hombres más famosos de los pasados siglos, así lo creyeron y también algunos del nuestro; ll evoles a tal convencimiento la humana razón, puesto que en este universo que contemplamos nada existe aislado ni idéntico, Quum in summa res nulla sit una, umca quae gtgnatur, et umca so1 aque crescat 705 ; o o o -459- todas las especies hanse multiplicado en diverso número, por lo cual parece inverosímil que Dios haya hecho este solo monumento sin compañero, y que la materia de esta forma haya sido agotada en este exclusivo individuo; Quare etiam atque etiam tales fateare necesse est, esse alios alibi congressus material, o h tc " est, avt" do comp1 exu quem tenet aether 706 : qual ts señaladamente si es un ser animado como sus movimientos parecen dar a entender y Platón afirma; muchos de entre nosotros lo confirman igualmente, o al menos no lo niegan, como también lo acredita la antigua opinión de que el cielo, las estrellas y otras partes del planeta son criaturas compuestas de cuerpo y alma, mortales en orden a su composición, pero inmortales por voluntad del Criador. Así que, si exi sten otros mundos como creyeron Epicuro, Demócrito y casi todos los fi lósofos, no sabemos si los principios y l eyes de la tierra son comunes a los demás. Acaso su organización sea di stinta; Epicuro los supone análogos o desemejantes. En este mundo vemos una variedad infinita en las regiones apartadas; en ese nuevo rincón del universo que nuestros padres descubrieron no se ve trigo, ni vino, ni ninguno de los animales de nuestros climas; todo es diferente. En los pasados siglos, considerad en cuántos lugares desconocieron la exi stencia de Baco y Ceres. Según Plinio y Herodoto 707, hay hombres en ciertos países que se asemej an muy poco a nuestra especie, y exi sten seres mestizos y ambiguos entre la humana naturaleza y la esencialmente animal ; hay localidades en que los hombres nacen sin cabeza, tienen los oj os y la boca en el pecho, o son andróginos; en otras andan a gatas; en otras no tienen más que un ojo en la frente, y la cabeza más parecida a la de un perro que a la nuestra; en algunas, la mitad inferior del cuerpo es la de un pez, y viven en el agua; lugares hay en que las muj eres paren a los cinco años, y no viven más que ocho; otros en que los hombres tienen la cabeza y la piel de la frente tan duras, que son impenetrables al hierro, que rebota 704 La tierra, el sol, la luna, el mar y las demás cosas que existen no son únicas, sino que son en número infinito. LUCRECIO, 11, 1085. (N. del T.) 705 No hay en la naturaleza un ser que sea único en su género, que exista y se desenvuelva solo y aislado de los demás. LUCRECIO, 11, 1077. (N. del T.) 706 Por fuerza hay que reconocer asimismo que en otros puntos del espacio existen cuerpos análogos a éstos que pueblan la inmensa extensión del éter. LUCRECIO, 11, 1064. (N. del T.) 707 Los ejemplos siguientes están sacados del tercero y cuarto libros de Herodoto y del se:\.10, séptimo y octavo de Plinio; pero semejantes tradiciones considéranlas ambos autores corno fabulosas. (J. V. L.) cuando con ellas choca; en ciertos sitios los hombres no tienen barba; hay pueblos que no conocen el fuego; otros en que la esperma es de color negro; ¿qué decir de los países en que los hombres se convi erten en lobos o j umentos, y después otra vez en hombres? Y si es verdad, como Plutarco afirma, que en una locali dad de las Indias haya hombres sin boca, que se alimentan con la percepción de ciertos olores, ¡ cuán limitadas y fal sas además -460son nuestras ideas! Nada puede imaginarse tan ridículo ni tan incapaz de razón y sociedad como todos esos seres . El concierto y la causa interna de nuestro mundo, serían casi siempre cosa peregrina y singular para todos ellos. Mayormente, ¿cuántas cosas conocemos que se hallan en contradicción con las regl as que a la naturaleza hemos prescrito? ¡ Y, sin embargo, pretendemos j uzgar los límites del poder de Dios mismo! ¿Cuántas cosas son para nosotros milagrosas y contra el orden natural? Cada hombre y cada pueblo lo juzga todo conforme a la medida de su ignorancia. ¡ Cuántas propiedades ocultas y raras encontramos en las cosas ! Para nosotros seguir la marcha de la naturaleza no es más que seguir las huellas de nuestra inteligencia, en tanto que puede seguirlas, y lo más que nuestra vista alcanza. Todo lo que está más allá considerámoslo como monstruoso o irregular. Según lo cual, aquellos que sean más hábiles y avi sados, hallaranlo todo di sparatado, pues a éstos persuadió la humana razón de que no exi ste fundamento alguno para afirmar nada, ni siquiera que la nieve es blanca: Anaxágoras decía que era negra; de si exi ste algo en el universo o no exi ste nada; si hay ciencias o sólo i gnorancia; todo lo cual Metrodoro Chio negaba que el hombre pudiera afirmarlo. Eurípides dudaba que viviéramos, «si la vida que vivimos es vida, o si lo que llamamos muerte es real mente la vida»: Tí.;; ó 'oUEv d. �l]v yd)O ' o KÉlU..TJ Tm. Ou.viiv, 70& 0 To Ni.v 0,' 1 oc ' Ovr1 • u aKav i:ari· ' 7 9 y no sin razón, porque llamamos ext stu a este instante que no es más que un relámpago dentro del curso infinito de una noche eterna, y una interrupción breví sima de nuestra natural y perpetua condición, puesto que la muerte llena todo lo que antecede, y sigue a aquel momento, y todavía una buena parte del mundo. Otros afirman que no hay movimi ento, que nada se agita; tal opinaban los di scípulos de Meliso, en atención a que si no hay más que Uno, ni este movimiento esférico puede incumbirle, ni tampoco el de un lugar a otro, como Platón sostiene, asegurando que en la naturaleza no hay generación ni corrupción. Protágoras dice que nada hay en aquélla si no es la duda; que acerca de todo puede cuestionarse y hasta de este mismo principio, es decir, si real mente puede cuestionarse de todas las cosas . Nusífanes entiende que los obj etos aparentes son inciertos, y que nada hay más seguro que la duda y la incertidumbre. Parménides cree que de lo aparente en general no hay nada que tenga fundamento, que no hay más que Uno; Zenón que ni siquiera ese Uno exi ste, y que no exi ste nada, porque si el Uno fuera, tendría que estar en otro o en sí mismo; si está en otro, ya son dos -46 1 - y si está en sí mismo son también dos, el continente y el contenido. Según estos dogmas, la naturaleza de las cosas es sólo una sombra fal sa y vana. Siempre consideré que esta manera de hablar es indi screta e irreverente en boca de un cristiano: «Dios no puede morir; Dios no puede contradecirse; Dios no puede hacer esto o aquello.» Me parece reprochable el encerrar así los límites del poder divino baj o las leyes 708 [ en el original (N. del E.)] 709 [ en el original (N. del E.)] de nuestra palabra; las ideas que para nuestra mente representan tales proposiciOnes, debieran por lo menos representarse de un modo más reverente y religioso. Nuestro hablar adolece de debilidades y defectos, como todo lo que constituye la naturaleza humana. La mayor parte de los desórdenes del mundo son puramente gramaticales; nuestros procesos no nacen sino de los debates que acarrea la interpretación de las leyes; y la mayor parte de las guerras, de que somos incapaces de formular claramente los convenios y tratados de los príncipes. ¡ Cuántas contiendas y querellas 710 sanguinarias produj o el no conocer a cienci a cierta el sentido de la sílaba Hoc! Tomemos la cláusula que la lógica presenta como la más clara; si afirmamos que «hace buen tiempo» y decimos verdad, será que haga sin duda buen tiempo. ¿No es una manera clara de expresarse? Pues, sin embargo, nos inducirá a error, como puede verse por el ej emplo siguiente: si decí s «Yo miento», y soi s verídicos, mentí s realmente. El arte, la razón y la conclusión de la segunda proposición son semej antes a los de la primera, y, sin embargo, las dos nos presentan obstáculos. Los filósofos pirronianos no pueden explicar sus concepciones con ningún lenguaj e; para ello habrían menester de uno nuevo, pues el nuestro se compone de proposiciones afirmativas, las cuales van contra la esencia misma de sus doctrinas; de tal suerte, que cuando dicen «Yo dudo», incurren ya en contradicción, pues afirman que saben que dudan . Así que, tuvieron necesidad de guarecerse en la siguiente comparación con la medicina, sin la cual la tendencia de la secta de que hablo sería inexplicable. Cuando dicen «Yo i gnoro», o «Yo dudo», añaden que ambas proposiciones desaparecen por sí mi smas, j unto con todo lo demás, a la manera que él ruibarbo empuj a hacia fuera los malos humores, y él mi smo sale al propio tiempo. Tal estado de espíritu enunciase interrogativamente de una manera más segura, diciendo:¿ QUÉ SÉ YO?, que es mi acostumbrada divisa. Ved cuál los hombres se prevalen hablando de Dios irreverentemente. En las controversias actuales que tienen por asunto nuestra religión, por poco que cerquéis a vuestro 462 adversario os dirá sin ambage alguno «que no reside en poder de Dios el hacer que su cuerpo esté en la tierra, y en el paraí so y en varios lugares a la vez» . Plinio, expresándose también irreverentemente, decía que al menos constituye un consuelo grande para la pequeñez del hombre el considerar que Dios no lo puede todo; pues no es dueño, decía, de quitarse la vida aunque lo qui siera, lo cual constituye la mayor ventaj a que en nuestra condición reside; no puede convertir a los mortales en inmortales, ni resucitar a los muertos, ni que el que vivió no haya vivido, ni hacer que el que di sfrutó de honores no los haya di sfrutado; no teniendo otro poder si no es el olvido sobre las cosas que fueron . Y para sentar hasta ej emplos ri sibles en las relaciones del hombre con su Criador, concluye diciendo que Dios no puede impedir que dos veces diez no sean veinte. Los l abios de un cristiano no deben proferir j amás semej antes términos. Y parece que los hombres se sirven de lenguaj e tan altivo y loco para igualarse al Hacedor Supremo: - - Cras vel atra nube polum Pater occupato, vel sol e puro; non tamen irrítum, quodcumque retro est, efficiet, neque diffinget, infectumque reddet, quod fugi ens semel hora vexit. 7 1 1 710 Montaigne alude aquí a las controversias sobre la transubstanciación mantenidas entre católicos y protestantes. (A. D.) 71 1 Dios podrá cubrir el cielo con obscuras nubes e iluminarlo con un sol radiante; mas no podrá destruir ni alterar lo pasado, ni devolvemos lo que el tiempo fugaz nos arrebató. HORACIO, Od. , III, 29, 43. (N. del T.) Cuando declaramos que la infinidad de los siglos pasados y los que están por venir no son para Dios sino un instante; que su bondad, sapiencia y poderío son idénticos a la esencia divina, nuestras palabras lo dicen, más nuestro entendimi ento no comprende ni alcanza lo que expresan nuestras palabras. Y sin embargo, la temeraria presunción del hombre quiere hacer pasar a Dios por el tamiz de su entendimiento, por donde se engendran todas las soñaciones y todos los errores de que el mundo se ve lleno, por querer aquilatar en su balanza cosa tan di stante de la pequeñez terrenal 7 1 2 . Mirum, quo procedat improbitas cordis humani parvulo aliquo invitata successu 713. ¡ Con cuánto desdén reprenden los estoicos a Epicuro, el cual juzgaba que la esencia de la dicha pertenecía sólo a Dios, y que el sabio no participa de aquélla sino como de una sombra remotí sima! ¡ Y cuán temerariamente uni eron el destino de Dios al de los hombres! Yo creo que algunos que se llaman cristianos incurren todavía en la misma imprudencia. Thales, Platón y Pitágoras lo rebaj aron a la necesidad. Esta altivez de pretender -463- descubrir a Dios con nuestros ojos mortales, fue causa de que un hombre insigne diera a la divinidad forma corporal, y lo es también de que a diario atribuyamos a Dios los acontecimientos importantes de nuestra vida. Como a nosotros nos producen mella, creemos que han de producirla también a Dios, quien a nuestro modo de ver considera con mirada más atenta que los sucesos insignificantes de nuestra existencia ordinaria los que nos son trascendentales : magna dii curant, parva negligunt 71 4 ; oíd su ej emplo, él os iluminará con las luces de su razón : nec in regnis quidem reges onmia minima curant 715. ¡ Como si para el Criador no fuera lo mismo conmover los cimientos de un imperio que estremecer la hoj a d e u n árbol ! ¡ Como s i s u providencia n o se ej erciera lo mismo en el desenlace d e una batalla que en el salto de una pulga! La mano del Hacedor gobierna todas las cosas de igual modo, con la misma fuerza, con idéntico orden; nuestro interés para nada influye en sus designios, las medidas que tomamos no le importan ni para nada influyen en sus actos: Deus ita artifex magnus in magnis, ut minor, non sil in parvis 71 6. Nuestro orgullo hace que nos equiparemos a Dios, lo cual es la mayor de las blasfemias. Porque nuestras ocupaciones son para nosotros pesada carga, Estrabón di spensó a los dioses de todo deber, como hacen sus sacerdotes; hace producir y conservar a la naturaleza todas las cosas, se explica así la formación del mundo y descarga al hombre del temor de los j uicios divinos; quod beatum aeternumque sil, id nec habere negolii quidquam, nec exhibere alteri 717. Quiere la naturaleza que entre las cosas análogas exi sta relación semej ante; así pues, del número infinito de mortales infiere que hay igual número de inmortales. Las cosas infinitas que peijudican y matan, presuponen igual número que aprovechan y conservan . Como las almas de los dioses, sin lengua, oj os ni oídos, se entienden entre sí y j uzgan de nuestros pensamientos, así las almas de los hombres, cuando se encuentran libres, desprendidas del cuerpo por el sueño o por algún encantamiento, adivinan, pronostican y ven las cosas que serian incapaces de ver unidas al cuerpo. Los hombres, dice san Pablo, convirtiéronse en 7 1 2 Montaigne contradice en este pasaje al autor a quien interpreta y defiende. (N. del T.) 7 1 3 Admira ver basta dónde llega la arrogancia del corazón humano en cuanto se siente estimulada por el más pequeño éxito. PLINIO, Nat. Hist., 11, 23. (N. del T.) 7 1 4 Los dioses se cuidan de las cosas grandes y desdeñan las pequeñas. CICERÓN, de Nat. deor., 11, 66. (N. del T.) 7 1 5 Los reyes mismos tampoco reparan en los detalles nimios de la administración. CICERÓN, ibid., III, 35. (N. del T.) 7 1 6 Dios, que es magno artífice en las grnndes cosas, no lo es menos en las pequeñas. SAN AGUSTÍN, de Civit. Dei, XI, 22. (N. del T.) 7 1 7 Un ser dichoso y eterno carece de pesares y tampoco a nadie se los procura. CICERÓN, de Nat. deor., I, 1 7 . (N. del T.) locos, en fuerza de querer ser cuerdos, y cambiaron la incorruptible gloria de Dios en la imagen corruptible del hombre. Considerad, siquiera sea ligeramente, las extravagantes y aparatosas deificaciones de los antiguos: -464- luego de celebrar con soberbia pompa la ceremonia de los funeral es, cuando el fuego prendía en lo alto de la pirámide y llegaba al lecho del difunto, dej aban escapar un águila, la cual , volando a las nubes, significaba que el alma del muerto se encaminaba al paraí so. Pueden verse mil medall as, señaladamente la que representa a la honrada Faustina 7 1 8, que muestran al águila llevando a cuestas hacia el cielo a las almas deificadas. Es lastimoso que nos engañemos así con nuestras propias imitaciones e invenciones; . 719: Quod timxere, ttment como los muchachos, que se asustan de la misma cara que tiznaron y ennegrecieron a 721 . sus compañeros 720 : quasi quidquam infelicius sil homine, cui suafigmenta dominantur Hay diferencia grande entre honrar al que nos h a criado y rendir culto al que nosotros hemos hecho. Augusto tuvo más templos que Júpiter en los cuales se le veneró, y se creyó en sus milagros lo mismo que en los de Júpiter. En recompensa de los beneficios que de Agesilao recibieran, anunciáronle los tasianos que le habían canonizado. «¿ Vuestra nación, contestó aquél, tiene el poder de convertir en dios a quien le viene en ganas? Santificad primero, para ver cómo le va a uno de entre vosotros, luego, cuando yo haya vi sto los efectos, agradeceré en el alma el don con que me brindái s.» La insensatez del hombre no reconoce límites, puesto que siendo incapaz de forj ar el animal más microscópico fabrica dioses a docenas. Oíd encarecer a Trimegi sto el humano poderío: «Entre las cosas admi rables, dice, sobrepasa a todas las demás el que el hombre haya llegado a conocer y a crear la naturaleza divi na.» He aquí algunos argumentos de la escuela misma de la filosofia: Nosse cui divos et caeli numina soli . datum 722 : aut sol 1. nescue, «Si Dios exi ste es un ser animado; si es animado tiene sentidos, y si tiene sentidos está suj eto a accidentes. Si carece de cuerpo, tampoco tiene alma, y por consiguiente es incapaz de acción; si tiene cuerpo es perecedero. » Y con esto héteme al hombre victorioso y triunfante. «Nosotros somos incapaces de haber hecho el mundo; por consiguiente exi ste alguna fuerza superior que en él ha puesto la mano. Seria una estúpida arrogancia el que nos considerásemos -465- como los seres más perfectos de este universo; hay pues algo mej or que es Dios. Cuando contempláis una residencia pomposa y rica, aunque no sepái s a quién pertenece, no suponéi s que haya sido expresamente construida para albergue de ratones; así pues, ese divino monumento colocado sobre nuestras cabezas, ese celestial palacio debemos considerarlo como la vivienda de algún morador, cuya grandeza es mucho 718 719 720 721 Honrada, por antífrasis. (N. del T.) Temen sus propias invenciones. LUCANO, 1, 486. (N. del T.) Pascal transcribió estas palabras en sus Pensamientos. (N. del T.) ¿Hay algún ser más desdichado que el hombre, que se deja esclavizar por sus propias ficciones? (N. del T.) 722 Sólo al hombre es dado conocer a los dioses y númenes celestiales o saber al menos que son incognoscibles. LUCANO, 1, 452. (N. del T.) mayor que la nuestra. ¿ Lo más alto, no es siempre lo más digno? Por eso nosotros estamos colocados aquí abajo. Nada sin alma ni razón puede crear un ser animado capaz de esa facultad : el mundo nos produce, luego hay en él alma y razón . Cada una de las partes de nosotros mismos es menor que nuestro ser cabal ; nosotros formamos parte del mundo, de donde se desprende que éste se halla dotado de sabiduría y razón en mayor dosi s de lo que nosotros lo estamos. Es cosa hermosa tener un gobierno de extensión dilatada, por eso el del mundo pertenece a alguna naturaleza privilegiada. Los astros no nos dañan; son por consiguiente seres llenos de bondad. El hombre, lo mismo que los dioses, tiene necesidad de alimento, los segundos se nutren con los vapores de aquí bajo. Los bienes terrenales no pertenecen a Dios, ni a nosotros tampoco. Recibir ofensas e infringirlas muestran imperfección análoga; es por consi guiente insensato temer a Dios. Dios es bueno por naturaleza; el hombre, por industria, lo cual es más meritorio. La sabiduría divina y l a humana s e diferencian sólo en que aquélla e s eterna; y como la duración ninguna cuali dad añade a la sabiduría, hétemos compañeros. Tenemos vida, razón y libertad, y noción de la bondad, de la caridad y de la j usticia, atributos todos que le son propios. » En conclusión el deísmo y el ateísmo, todos estos argumentos en pro y en contra de la divinidad, los f01j a el hombre ayudado por l a idea que de sí mismo se forma. ¡ Qué patrón y qué modelo! Ampliemos, elevemos y abultemos cuanto nos plazca las cuali dades humanas; ínflate, pobre criatura, una, dos y mil veces . 723 ; Non, st. te rupen. s, .mqutt Profecto non Deum, quem cogitare non possunt, sed semetipsos, pro illo cogitantes, non ulum, sed se ipsos, non illi, sed sibi comparant 724 . Puesto que en los fenómenos naturales los efectos no dej an ver las causas sino a medias, ¿con cuánta más razón en este punto serán vagas y obscuras? Ésta sobrepasa el orden de la naturaleza; su condición es demasiado elevada, 466 demasiado alej ada y demasiado soberana para consentir que nuestras conclusiones puedan suj etarla y contraerla. Somos incapaces de llegar a ella con el concurso de nuestras exiguas fuerzas; nuestro camino es demasiado rastrero; lo mismo está el hombre cerca del cielo en lo alto del monte Cenis que en lo más hondo del mar. Consultad con vuestro astrolabio si de ello queréi s convenceros. Los filósofos paganos hacen fi gurar a Dios hasta en el contacto carnal de las muj eres, cuántas veces y en cuántas generaciones : Paulina, muj er de Saturnino, rica matrona romana, creyendo pernoctar con el dios Serapi s se encontró entre los brazos de un amante por el alcahueti smo de los sacerdotes de aquel templo. Varrón, el autor latino más sutil y sabio, escribe en sus libros de teología que el sacristán del templo de Hércules j ugó con este dios una cena y una muchacha; en caso de que ganara, se descontarían los gastos de las ofrendas del templo, y si perdía sufragarla las costas; el sacristán perdió y pagó su cena y a la muchacha. Esta se llamaba Laurenti na, y vio por la noche el Dios entre sus brazos, el cual la dij o que el primero con quien al día sigui ente tropezara la pagaría espléndidamente su salario; y en efecto encontrose con Tarancio, j oven rico, que la llevó a su casa y andando el tiempo la hizo heredera. La muchacha a su vez, creyendo ser grata a Hércules, dej ó todos los bienes al pueblo romano, por lo cual tributáronsela honores divinos. Como si no bastara que por el lado paternal y por el maternal Platón fuera - - 723 No podrás aproximarte aunque revientes. HORACIO, Sal., 11, 8. 19. (N. del T.) 724 Como los hombres no son capaces de conocer a Dios, al pretender adivinarle piensan realmente en sí mismos creyendo pensar en él, y se lo imaginan no como él es, sino como ellos son. SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, XII, 1 5 . (N. del T.) originalmente descendiente de los dioses, ni tampoco el tener a Neptuno por fundador de su raza, considerábase en Atenas como cosa cierta que Avi stón, habiendo querido gozar de la hermosa Perictione y no acertando a realizar sus deseos, fue advertido en sueños por Apolo de que la dej ara intacta hasta que hubiera dado a luz. Teníase por asegurado que los padres de Platón fueron Apolo y Peri ctione. En las hi storias se encuentran numerosos ej emplos de comamentos análogos, procurados por los dioses a los pobres humanos, y de maridos desacreditados en favor de rango de sus hij os. En la religión de Mahoma vense por la creencia de los pueblos fieles al profeta gran número de Merlines 725 , o lo que ellos mismo, hijos sin padre, absolutamente espirituales, engendrados con el auxilio de la divinidad en el vientre de las doncellas, los cuales llevan un nombre que tiene en la lengua árabe esa significación. Precisa notar que en cada cosa nada hay más elevado ni más esti mable que el propio ser de la misma; el león, el águila, el delfin, nada conciben que aventaj e a su especie; todos ponen en parangón sus propias cualidades con las demás cosas exi stentes; las cuales podemos estrechar o 467 ensanchar, y es todo cuanto pende de nuestra mano, pues fuera de aquella relación y de este principio, nuestra i maginación no puede llegar; nada puede adivinar, la es imposible de todo punto ir más allá. Nacen de aquí estos antiguos principios: «De todas las formas de la naturaleza es el hombre la más hermosa, por consiguiente Dios está incluido en ella. Nadie sin virtud puede ser dichoso; tampoco la virtud puede existir independientemente de la razón, ni ésta puede residi r en otro ser que no sea el hombre.» Dios por consiguiente reviste figura humana: Ita est in formatum et anticipatumque mentibus nostris, uthomini, quum de Deo cogitet, forma ocurra/ humana 726 . Por eso, decía con gracia Jenófanes, que si como es verosímil, los animales se f01jan sus dioses correspondientes, idearanlos parecidos a ellos y se glorificarán como nosotros; ¿qué razón hay para que un ansarón no sostenga el razonamiento siguiente: «Todas las partes del universo tienen relación con mi individuo; la tierra me sirve de apoyo, el sol me alumbra, las estrellas ej ercen influencia sobre mi ser; los vi entos, y los mares me procuran bienestar y comodidades; ningún otro animal se ve más favorecido que yo baj o la bóveda celeste, yo soy el niño mimado de la naturaleza? ¿No es el hombre quien me acaricia, me sirve y procura vivienda? En beneficio mío siembra y recolecta; si le sirvo de alimento, también devora el hombre a sus semej antes, y también yo me nutro de los gusanos que le matan y l e roen . » Así hablará la grulla 727, y todavía con más altivez que el hombre, por la l ibertad que su vuelo la procura, merced al cual goza del privilegio de cernerse en las regiones más altas: Tam blanda conciliatris, et tam sui est lena ipsa natura! 728 Así pues, colocándose el hombre en esa textura concluye que para él son los destinos, para él solo el universo mundo; el sol alumbra y la tormenta estalla para nosotros; el Criador y las criaturas, todo es para nosotros : es la conclusión y fin o adonde se dirige la universalidad de las cosas. Considerad lo que la filosofia registró hace ya más de dos mil años sobre las cosas celestiales: según aquélla los dioses no obraron ni hablaron sino en beneficio del hombre, ni les atribuye di stinto oficio ni misión . Vedlos aquí que contra nosotros vienen a las manos: - - Domitosque Herculea manu 725 Del encantador Merlín, cuyo padre, según la leyenda, fue un espíritu. (N. del T.) La inteligencia del hombre está conformada de tal suerte, sujeta a tales prejuicios, que fatalmente tiene que representarse a Dios en forma humana. CICERÓN, de Nat.deor., I, 27. (N. del T.) 727 Montaigne sienta aquí principios contrarios a los del autor cuya apología escribe. En muchas páginas de este capítulo parece refutar más bien que defender los argumentos de Raimundo Sabunde. (N. del T.) 728 ¡De tal suerte es la naturaleza, hábil, conciliadora y amante de la paz entre los hombres! CICERÓN, de Nat. deor., l. 27. (N. del T.) 726 telluris j uvenes, unde pariculum - 468 - fulgens contremuit domus Saturni veteris. 729 Consideradlos participando en nuestros desórdenes, correspondiendo así a las muchas veces que nosotros hemos tomado parte en los suyos: Neptunus muros, magnoque emota tridenti fundamenta quatit, totamque a sedibus urbem eruit: hic Juno Scaeas saevi ssima portas . pnmat tenet. 730 Por el celo que los caunianos ponen en la dominación de sus dioses peculi ares échanse el arma a la espalda el día que los festej an y sacuden el aire con sus espadas, arroj ando y expulsando así de su territorio a los dioses extraños. El poder de los mismos lo acomodamos a nuestras necesidades : curan unos los caballos; otros los hombres; quién las epidemias, la tiña, la tos; � uién una clase de sarna, quién otra: adeo minimis etiam rebus prava religio inserit deos 7 1 : quién es causa de que prosperen las vides, quién los ajos; los unos tienen a su cargo el gobierno de la luj uria, los otros el comercio; cada clase de trabaj adores tiene su dios correspondiente; los unos poseen sus partidarios en oriente, los otros en occidente: Hic il lius arma, hic currus fuit. 73 2 O sancte Apollo, qui umbilicum certum terrarum obtines. 733 Paliada Cecropidae, Minoia Creta Dianam, Vulcanum tellus Hypsipylea colit, Junonem Sparte, Pelopehadesque Mycenae; Pinigerum Fauni Maenali s ora caput; . venerandus erat 734, Mars Latto 729 El palacio del viejo Saturno retembló con gran estrépito y los hijos de la tierra fueron dominados por el poderoso brazo de Hércules. HORACIO, Od., 11, 1 2, 6. (N. del T.) 730 Neptuno, armado de su tridente formidable, echa abajo los muros de Troya y arrasa la ciudad hasta los cimientos; en tanto la implacable Juno se apodera de las puertas Scaeas. VIRGILIO, Eneida, 11, 6 10. (N. del T.) 73 1 Hasta tal punto se complace la superstición en mezclar la divinidad en las cosas más insignificantes. TITO LIVIO, XXVII, 23. (N. del T.) 73 2 Allí se velan las armas y el carro de Juno. VIRGILIO, Eneida, 1, 16. (N. del T.) 733 Venerable Apolo, que habitas el centro del mundo. CICERÓN, de Divin., 11, 56. (N. del T.) 734 Atenas, la ciudad de Cecrops, venera a Palas; A Diana, la Isla de Minos; a Vulcano, el país de Lemnos; Esparta y Micenas de Pelops, a Juno; Menala a. Pan, y el Lacio a Marte. OVIDIO, Fastos, III, 8 1 . (N. del T.) hay quien no posee más que un lugar pequeño o una familia; otro vive solo, otro acompañado voluntaria o inevitablemente, Junctaque sunt magno temp1 a nepott. s avo 73 5 ; los hay tan raquíticos e i nsignificantes, pues el número de ellos asciende a treinta y sei s 7 mil 36 , que precisa reunir cinco -469- o sei s para producir una espiga de trigo; cada uno lleva su nombre del lugar donde se encuentra; tres en una puerta: el del frente, el de los goznes y el del dintel ; cuatro a una criatura, protectores de sus envolturas, de lo que come, de lo que bebe y de lo que mama. Algunos gozan de una exi stencia real ; la de otros es incierta y dudosa; otros hay que todavía no pudieron entrar en el paraí so: Quos, quoniam caeli nondum dignamur honore . . 73 7 : " quas dedtmus certe terras habttare smamus ej ercen algunos profesiones diversas: fi sicas, poéticas o civiles; otros hay que participan de la divinidad y de la humana naturaleza, mediadores entre Dios y las criaturas, que reciben una adoración de segundo orden; son infinitos en oficios y títulos; los unos buenos, malos los otros, los hay viej os derrengados, y hasta mortales, pues según Crisipo, cuando el día sea llegado de la última conflagración del mundo, todos los dioses perecerán a excepción de Júpiter. Forma el hombre mil comunicaciones ridículas entre el Cri ador y él, y no es peregrino que así acontezca teni éndose como se tiene por compañero suyo: Jovi s incunabula Creten . 738 He aquí la razón que nos dan en este punto Scévola 739, pontífi ce máximo, Varrón, teólogo eminente, en sus respectivas épocas: «Es necesario, dicen, que el pueblo ignore muchas cosas verdaderas y crea muchas otras que son erróneas»: Ouum veritatem, qua liberetur, inquirat credatur ei expedire, quod fallitur 740. La vist; humana no puede advertir las cosas sino baj o las formas que nos son habituales. ¿No os acordái s del salto que dio el pobre Faetón por haber pretendido manej ar las riendas de los caballos de su padre con sus mortales manos? Nuestro espíritu experimenta por su temeridad suerte idéntica. Si preguntáis a la filosofia la materia de que están formados el cielo y el sol , ¿ que os responderá si no dice que de hierro, o con so Anaxágoras de piedra, o de otra substancia 735 Unidos están el empleo del nieto y el de su ilustre abuelo. OVIDIO, lbid., 1, 294. (N. del T.) 736 HESÍODO, Opera et Dies; pero este autor no cuenta sino treinta mil, por lo cual Máximo de Tyro observa que aminoró el número de los dioses, en atención a que existe una multitud innumerable. (Dert. 1). (N.) 737 Puesto que no los juzgamos dignos de habitar en nuestra celestial morada, permitámosles al menos vivir en las tierras que les concedimos. OVIDIO, Metam., 1 94. (N. del T.) 738 La isla de Creta, cuna de Júpiter. OVIDIO, Metam. , VIII, 33. (N. del T.) 739 Montesquieu (Política de los romanos en materia de religión), cita la opinión de Scévola casi en los mismos términos que Montaigne, y añade luego: «San Agustín dice que Varrón infirió de aqui los secretos todos de la política y de los ministros del Estado.)) (J. V. L.) 740 Puesto que el hombre busca la verdad con el exclusivo fin de sacudir el yugo, preferible es que no salga del error. SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, IV, 3 1 . (N. del T.) que nos sea familiar? ¿ Se pregunta a Zenón qué cosa es naturaleza? «Un fuego, dice, que merced a cierto 470 artificio engendra metódicamente. » Arquímedes, maestro en la ciencia que se atribuye la prioridad sobre todas las demás en verdad y certeza, contestará: «El sol es un dios de hierro inflamado.» ¡ Gallarda idea fruto de la belleza o inevitable necesidad de las geométricas demostraciones! No tan útiles sin embargo ni tan evidentes, puesto que Sócrates entendía que bastaba en punto a conocimientos geométricos con saber medir la tierra que hollamos baj o nuestras plantas; y que Polieno, que fue en esa ciencia doctor famoso e ilustre, no la desdeñara al fin, como falsa y de aparienci a vana, luego que hubo gustado los dulces frutos de los sosegados j ardines de Epi curo. Sócrates en Jenofonte, a propósito de Anaxágoras, a quien la antigüedad tuvo por más competente que ningún otro filósofo en las cosas celestes y divinas, dice que vio su cerebro perturbado, como acontece a todos los hombres que persiguen de una manera inmoderada los conocimientos que no están a sus alcances. Decía que el sol era una piedra candente, sin reparar en que la pi edra - - no brilla cuando está en el fuego, ni fijarse en que dentro de él se consume, como tampoco en que el fuego no ennegrece a los que están frente a él, ni en que nos es posible mirarle fij amente, ni en que el fuego mata las hierbas y las plantas. Al entender de Sócrates, y también al mío, el mej or j uicio en punto a las cosas ultraterrenas es abstenerse en absoluto de formar ninguno. Platón, hablando de los demonios en su diálogo Timeo, exprésase en los siguientes términos: «Empresa es ésta que sobrepasa nuestras luces naturales; preciso es en este punto creer a los antiguos que se dijeron por ellos engendrados; es ir contra la razón el negar la fe a los hijos de los dioses, aunque lo que di gan no esté probado por razones ineludibles ni verosímiles, puesto que están seguros de hablamos de cosas que les son familiares y habituales. » Veamos ahora s i conocemos con alguna mayor claridad las cosas humanas y naturales. ¿No es empresa ridícula que para explicar aquellas a que por confesión propia no podemos llegar andemos forj ando concepciones fal sas, hijas de nuestra invención, como sucede cuando tratamos de explicarnos el movimiento de los planetas que, como no podemos comprender, porque nuestro espíritu no es siquiera capaz de penetrar la naturaleza de sus funciones, le apliquemos toda suerte de resortes materiales, pesados y puramente terrenales? Temo aureus, aurea summae . curvatura rotae, radwrum argenteus ordo 74 1 : supondréi s acaso, como Platón, que fueron cocheros, carpinteros y pintores los que instalaron allá arriba máquinas -47 1 - de movimientos diversos, di spusieron los engranaj es y el conci erto de los cuerpos celestes, de colores múltiples, alrededor del huso de la necesidad : Mundus domus est maxima rerum, quam quinque altitonae fragmine zonae cingunt, per quam limbus pictus bis sex signis stellimicantibus, altus in obliquo aethere, lunae b .tgas acceptat 742 : 74 1 El timón de oro, el anillo de las ruedas de oro también, y los radios de plata. Metam., 11, 107. (N. del T.) todas esas ideas son sueños y fanáticas locuras. ¿ Por qué la naturaleza no ha de abrirnos un día su seno para que viéramos al descubierto su mecanismo preparando para ello nuestros oj os? ¡ Oh gran Dios! ¡ cuántos abusos haríamos en nuestra ciencia raquítica! Mucho me engaño si guarda ni siquiera una sola cosa al tenor de nuestras ideas; yo dej aré este mundo más desconocedor de mi ignorancia, que de todo los demás que en él se encuentra. ¿ Es en Platón donde he vi sto esta divina frase, «que la naturaleza es una poesía enigmática»? 743 como quien dice una pintura velada, rodeada de tinieblas, entreluciente de una variedad infinita de claridades aparentes, en vi sta de las cuales nuestras conj eturas se fundamentan : Laten/ isla omnia crassis occultata et circumfusa tenebris; ut nulla acies humani ingenii tanta sil, quae penetrare in caelum, terram intrare possit 744 . Y en verdad la filosofia no es otra cosa que una poesía sofistica. ¿De donde sacan los escritores antiguos sino de los poetas todos los principios que sientan? Los primeros filósofos fueron poetas y como tales trataron su ciencia. Platón no es más que un poeta descosido; Timón le llama, para inj uriarte, gran f01j ador de milagros. Todas las ciencias supraterrenas se revi sten de estilo poético. De la propia suerte que las muj eres echan mano de dientes de marfil cuando los naturales les faltan, y en lugar del color natural ostentan otro valiéndose de cualquier substancia adecuada; como se procuran muslos artificiales con trapos y filtros, y pechos con al godón, y a los oj os de todos se embellecen de una manera falsa y prestada, así hace la ciencia (y en nuestras leyes mi smas hay, al decir de algunos, ficciones necesarias en las cuales se fundamenta la legitimidad de la j usticia); aquéll a nos procura en pago y en presuposición las ideas que nos muestra haber sido inventadas, 472 pues esos epiciclos excéntricos y concéntricos de que la astronomía se ayuda para explicamos el movimi ento de las estrellas, suminí stranoslos como lo mej or que ha a podido encontrar en aquel punto. Igualmente la filosofia nos muestra no lo que realmente es, no la realidad pura, o lo que tal ciencia creo que sea la verdad, sino lo que forj ar puede más verosímil y grato. Hablando Platón de las funciones de nuestro cuerpo y de las que son peculiares al de los animales, concluye así : «Que todo cuanto dej amos dicho sea la verdad, no podemos asegurarlo; certificaríamoslo si pudiéramos di sponer de la confirmación de algún oráculo; sostenemos solamente que es lo más verosímil que hayamos acertado a deci r. » No sólo para explicar los fenómenos celestes echa mano la ciencia lo sus cuerdas, sus máquinas y sus ruedas; consideremos ahora aunque sea ligeramente lo que dice de nosotros mismos y de nuestra contextura. No hay retrogradación, trepidación, accesión, retroceso, en los astros y cuerpos celestes que l a filosofia no haya f01j ado también en este humano cuerpecillo, por lo cual no anduvieron desacertados los filósofos en llamar al hombre mundo pequeño; de mecanismo tan complicado le supusieron . Para explicar los diversos movimi entos que ven en el hombre, las di stintas funciones y facultades que sentimos en nosotros, ¿en cuántas partes no dividieron nuestra alma? ¿En cuántos lugares no la colocaron? ¿En cuántos órdenes y categorías no dividieron la pobre criatura humana - - llevándola siempre más allá de los que son naturales y perceptibles? ¿Cuántos oficios no la atribuyen? Convierten al hombre en una república imaginaria; es para ellos un asunto del 74 2 El mundo es una mansión inmensa ceñida de cinco zonas y cruzadas oblicuamente por una franja guarnecida de doce radiantes constelaciones, en la que figura también el carro de la luna. VARRÓN. (N. del T.) 743 Montaigne ha interpretado mal el sentido de Platón, el cual escribe: «Toda poesía es por naturaleza enigmática.)) (N. del T.) 744 Todas estas cosas están ocultas, rodeadas de tinieblas densas; para que la penetración del hombre, por muy profunda que sea, no alcance a descubrir los misterios del cielo ni los de la tierra. CICERÓN, Acad., 11 39. (N. del T.) que se apoderan y manej an a su antoj o, y se les dej a en libertad absoluta de descomponerlo, arreglarlo, unirlo y ataviarlo, cada cual conforme a su albedrío, mas a pesar de todo j amás acaban de comprenderlo. Y no ya sólo cuando ej ercitamos nuestras facultades y sentidos, ni aun en sueños son capaces los filósofos por medio de sus si stemas de explicar al hombre sin que haya alguna cadencia o algún sonido que no les escape, por complicados que aquéllos sean, estando formados como lo están de mil piezas imaginarías y fal sas. Lo cual , razonablemente procediendo, no puede excusárseles, pues a los pintores, cuando nos representan el cielo, la tierra, los mares, las montañas, las i slas lej anas, perdonámosles que nos muestren sólo alguna ligera huella, y como de cosas ignoradas contentámonos con tal cual aire o semej anza; mas cuando retratan el natural un asunto que nos es conocido y familiar exigimos de ellos la exacta y perfecta representación de las líneas y colores y los desdeñamos cuando a ello no alcanzan . Me complace la idea de la j oven milesiana que viendo constantemente al fil ósofo Thales con los oj os clavados 473 en el firmamento colocó a su paso un obj eto para hacerle tropezar y recordarle que tendría lugar de contemplar las estrellas cuando hubi era previsto las cosas que estaban a sus pies. Aconsej ábale con ello la muchacha que se examinara a sí mismo antes de inspeccionar el cielo, pues como por boca de Cicerón dice Demócrito: - - Quod est ante pedes, nomo spectat: caeli scrutantur plagas. 745 Mas a nuestra condición es inherente que las cosas que tenemos entre manos se muestren tan lej anas de nosotros, tan por cima de las nubes como los mismos astros, como declara Sócrates en Platón . Aquél afirma que quien en la filosofia se ocupa incurre en el error mismo que la doncella censuraba a Thales, esto es, que nada ve de lo que está ante sus ojos, pues todo filósofo ignora lo que hace su vecino y lo que él mismo ej ecuta, y desconoce igualmente lo que son uno y otro, si hombres o animales. Los filósofos que encuentran poco sólidas las razones de Sabunde, que nada ignoran, que todo se lo explican, que todo lo saben, Quae mare compescant causae; quid temperet annum ; stellae sponte sua, jussaeve, vagentur el errent; quid premat obscurum lunae, quid proferat orbem; quid velit et possit rerum concordia discors 746 : ¿ no sondearon alguna vez entre sus libros las dificultades que se presentan para conocer el propio ser de cada uno? Claramente vemos que los dedos se mueven, y los pies, y que algunas partes se agitan por sí mi smas sin nuestro consentimiento y otras con él; vemos igualmente que ciertas emociones nos hacen enroj ecer, y que otras nos hacen palidecer; que tal idea obra solamente sobre el bazo y que tal otra llega al cerebro, una nos mueve a risa, otra al llanto; tal otra avasalla y conmueve todos nuestros sentidos y detiene 745 Por observar las cosas del cielo hay quien no ve las que tiene delante de los pies. DEMÓCRITO. (N. del T.) 746 ¿Cuáles son las causas de que el mar no rebase sus límites? ¿Cuáles las de la sucesión de las estaciones? ¿Cambian de posición las estrellas por movimientos espontáneos, u obedeciendo a una fuerza superior? ¿Cómo se explica que la luna pierda su luz y que luego se vuelva a iluminar su disco? ¿Cómo la discordia busca y establece la armoma del universo? HORACIO, Epíst., 1, 12, 16. (N. del T.) el movi miento de nuestros miembros; ante tal obj eto el estómago se revuelve; ante tal otro algo, que está más abaj o; pero de qué suerte una impresión espiritual se insinúe en un obj eto corporal y sólido 747, y la naturaleza de la unión y j untura de tan admirables -474resortes, amás hombre alguno lo ha sabido; Omnia incerta ratione, el in naturae majes/ate abdita 74 , dice Plinio, y san Agustín, Modus, quo corporibus adhaerent spiritus. . . , omnino mirus est, nec comprehendi ab homine potest; et hoc ipse homo est 749; y sin embargo nadie pone en duda la unión del alma y del cuerpo, pues las opiniones de los hombres son aceptadas en virtud de antiguas creencias, merced a la autoridad y de una manera gratuita, cual si de religión o leyes se tratara. Recíbese de buen grado lo que comúnmente se cree, y la verdad antedicha acompañada de todo el aparato de argumentos y pruebas, como un sistema de doctrina firme y sólido ya incapaz de alteración, sobre el cual no se vuelve a insistir. Cada cual , rivalizando, va solidificando y fortaleciendo la creencia recibida con todo aquello que su razón alcanza, la cual es un instrumento flexible, maleable y acomodaticio a toda forma; así el mundo se llena de mentiras e insul seces. La causa de que dudemos de pocas cosas es que j amás se sometan a prueba las impresiones comunes; j amás se pone la mano allí donde residen la debilidad y el error; andamos siempre por las ramas; no se pregunta si un principio es cierto, sino si se ha dicho de este o del otro modo; no se pregunta si Galeno dij o algo que valiera la pena, sino si dij o así o de otro modo. No es por consigui ente peregrino que tal suj eción en la libertad de nuestros j uicios, y tiranía semej ante de nuestras creencias haya llegado a las escuelas y a las artes. El dios de la ciencia escolástica es Ari stóteles; di scutir sus principios es cosa sagrada, como lo era el controvertir sobre los de Licurgo en Esparta; la doctrina de aquél, que nos sirve de ley y nos gobierna, acaso sea tan falsa y tan desprovista de fundamento como cualqui era otra. Yo no sé por qué razón no habían de aceptarse lo mismo las ideas de Platón, o el sistema de los átomos de Epicuro, o el lleno y el vacío de Leucipo y Demócrito, o el agua de Thales, o la infinitud de naturaleza de Anaximánder, o el aire de Diógenes, o los números y la simetria de Pitágoras, o el infinito de Parmónides, o el uno de Museo, o el agua y el fuego de Apolodoro, o las partes similares de Anaxágoras, la unión y di scordia de Empédocles, el fuego de Heráclito o cualquiera otra opinión entre esa confusión infinita de pareceres y sentencias que engendra esta hermosa razón humana, gracias a su certeza y clarividencia en todo cuanto se entremete. En este punto del principio de las cosas naturales no sé porqué, lo mismo que las de Ari stóteles, no habría yo de acoger cualesquiera de las que practicaron -475- los fil ósofos citados; los principios del nuestro son de tres especies, que llamó materia, forma y privación ¿Hay algo más vano que hacer de la nada misma causa de la producción de todas las cosas? ¿La privación, no es idea negativa? ¿En qué se fundamentó, por tanto, para hacer de ella principio y origen de todas las cosas exi stentes? Sin embargo, las verdades de Ari stóteles nadie osará tocarlas si no es como asunto de ej ercicio lógico; nadie las di scutirá ni las pondrá en tela de j uicio, sólo se controvertirán para ponerlas a cubierto de obj eciones extrañas; la autoridad de las mi smas es el fin; una vez franqueado éste, ya no es lícito investigar nada. Es cosa sencillísima edificar cuanto se quiere sobre una base convenida, pues según la ley y di sposición de los principios, el resto del edificio se levanta fácilmente sin incurrir en contradicción alguna. Por tal camino hallamos en nuestra razón fundamentos sobrados y j 747 ¿Quién dejaría de creer, al vemos componer todas las cosas de espíritu y cuerpo, que esta unión no nos fuera cabalmente comprensible? Sin embargo es la cosa que se comprende menos. El hombre es para sí mismo el objeto más prodigioso de la naturaleza, pues no puede concebir lo que sea espíritu, y menos que ninguna cosa cómo un cuerpo puede estar unido con un espíritu. PASCAL. (N. del T. ) 748 Todo esto es obscuro para nuestra razón, todo permanece envuelto en la majestad de la naturaleza. PLINIO, 11, 37. (N. del T.) 749 El modo corno el espíritu se enlaza con el cuerpo es profundamente admirable e incomprensible para el hombre� y ese enlace es el hombre mismo. SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, XXI, 10. (N. del T.) di scurrimos sin meternos en honduras, pues el maestro gana de antemano tanto lugar en nuestro crédito como le precisa para probar lo que quiere, como los geómetras con sus hipótesi s admitidas; el consentimiento y aprobación que le prestamos, le sirve para llevar nuestra convicción adonde se le antoj a, lo mismo a uno que a otro lado, y para hacemos piruetear a medida de su capricho. Quien es creído en aquello que presupone, es nuestro amo y nuestro dios; preparará el plan conforme a los fundamentos que sienta con amplitud y facilidad tales, que auxiliado por ellos podrá elevarnos hasta las nubes si se le ocurre. En esta manera de comunicar la ciencia hemos tomado como moneda corri ente la frase de Pitágoras de que cada maestro debe ser creído en la ciencia o el arte que profesa; el dialéctico se remite al gramático para demostrar lo que las palabras significan; el retórico toma del dialéctico los motivos de sus argumentos; el poeta se sirve de las cadencias del músico; el geómetra, de las proporciones del aritmético; los metafisicos emplean como fundamento de sus principios las conj eturas de la fisica, porque cada ciencia tiene sus principios presupuestos, con lo cual la razón humana está embridada por los cuatro costados . Y si se llega a chocar contra l a barrera en que yace el error principal , al momento tienen en l a boca esta sentencia: «No se debe di scutir con los que niegan los primeros principios. » Mas como los hombres no pueden tenerlos si la divinidad no se los ha revelado, todo lo demás, el principio, medio y fin no es más que sueño y humo. A los que combaten por presuposi ción les es necesario presuponer el mismo axioma de que se debate, pues todo principio humano, todo enunciado tiene tanta autoridad como el que se trata de echar por tierra, si la razón no establece la diferencia entre ambos; así que, es indi spensable colocarlos todos en la balanza, y en primer término los generales, -476- los que nos suj etan y tiranizan . La persuasión de la certeza es testi monio de locura o incertidumbre extremas; no hay gentes más desquiciadas ni menos filosóficas que los filodoxos 750 de Platón : según estos es necesario saber si el fuego es caliente, si la nieve es blanca; si hay algo de sólido o de blando en nuestro conocimiento. En cuanto a las respuestas que forman el asunto de antiguas anécdotas, como la que se dio al que ponía en duda la exi stencia del calor, a quien se respondió que se arroj ara al fuego; y al que negaba l a frialdad del hielo, que se metiera un pedazo en el pecho, ambas son indignas de los oficios de a filosofia. Si los filósofos nos hubieran dej ado en el estado de naturaleza, de manera que acogiéramos los fenómenos exteriores según influyen en nosotros por la mediación de nuestros sentidos, de suerte que los actos del hombre obedecieran a deseos sencillos y ordenados con arreglo a la condición primera de nuestro nacimiento, tendrían razón en dar aquellas contestaciones; mas de ellos aprendimos a convertirnos en j ueces del mundo; ellos fueron quienes nos inculcaron la idea de que «la razón humana debe j uzgar todo cuanto exi ste dentro y fuera de la bóveda celeste; la que todo lo abarca y lo puede todo, por el intermedio de la cual todo se sabe y conoce». Aquellas respuestas estarían muy en su lugar entre los caníbales, quienes gozan la dicha de una larga vida sosegada y tranquila sin el auxilio de los preceptos de Ari stóteles; que ni siquiera conocen el nombre de la fisica; sería mej or aplicada y tendría fundamento mayor que cuantas les sugirió su razón e invención; de experimentarla serían capaces al par que nosotros todos los animales, todos los seres que obran todavía a impulso de la pura y simple ley natural , a la cual renunció la filosofia. No basta que ésta me diga: «Tal cosa es veridica o cierta porque así la experimentas y así la ves»; es necesario que me prueben si lo que yo creo sentir siéntolo en realidad, y por qué y cómo lo siento; que me demuestren el nombre, origen, fundamentos y fines del calor y del frio; las cualidades del agente y del paciente, o que me despoj en de sus tan decantadas doctrinas, que consi sten en no admitir ni 750 Gentes que almacenan en su espíritu opiniones cuyo fundamento desconocen; que se obstinan en las palabras y no gustan ni ven sino las apariencias de las cosas. Así los define Platón, que los ha caracterizado muy detenidamente al fin del libro IV de la República. (N. del T.) aprobar nada sin el concurso de la razón, que es la piedra de toque en sus disquisiciones todas, llena evidentemente de falsedad y error, de debilidad y flaqueza. ¿ Por qué medio podremos aquilatarla mej or que por ella mi sma? Si no tenemos motivos suficientes para creerla cuando de sí mi sma habla, apenas si será adecuada para j uzgar de las cosas que le son aj enas; si algo exi ste en cuyo conocimiento sea fuerte, será al menos su propio ser y 477 el lugar donde reside, que es el alma, de la que es efecto o parte constitutiva; pues la razón verdadera y esencial, que bautizamos con fal sos nombres, tiene su asiento en el seno de Dios; allí están su vivienda y su retiro; de all í emana cuando a Dios le place mostrarnos algunos de sus rayos, como Palas surgió de la cabeza de su padre para hacerse visible al mundo. Veamos, pues, lo que la razón humana nos ha enseñado de sí misma y del alma; no del alma en general , de la cual casi toda la filosofia hace derivar los cuerpos celestes y los primeros cuerpos participantes; ni de aquella que Thales atribuye a las cosas mi smas que se consideran como inanimadas, movido por la contemplación del imán, sino de la que nos pertenece, y por consiguiente debemos conocer mejor: - - Ignoratur enim, quae sit natura animal ; nata sit; an, contra, nascentibus insinuetur; et simul intereat nobiscum morte dirempta; an tenebras Orci vi sat, vastasque ) acunas, an pecudes alias divinitus insinuet se. 75 1 Crates y Dicearco afirmaban que no existia, y que los movimientos y los actos corporales obedecían a un movimiento natural ; Platón aseguraba que era una substancia dotada de movimiento propio; Thales, una naturaleza sin reposo; Asclepiades, la ej ercitación de los sentidos; Hesíodo y Anaximánder, una substancia compuesta de tierra y agua; Parmónides, de tierra y fuego; Empédocles, de sangre: . . I )) e ammam . vomit . 75 2 Sangumeam " Para Cleanto, Posidonio y Galeno era el alma un calor, o una substancia de complexión calurosa: . . 75 3 ; 1gneus est o11 .IS vigor, et cae1 esti. s ongo para Hipócrates, un espíritu extendido por todo el cuerpo; para Varrón, un aire que se recibe por la boca, se calienta en el pulmón, se templa en el corazón y se di stribuye por todo el cuerpo; para Zenón, la quinta esencia de los cuatro elementos; según Heráclido 75 1 Ignoramos qué cosa sea nuestra alma; si nace por sí misma, o si por el contrarío, comienza a existir en el momento en que nosotros nacemos; si se disuelve y perece cuando morimos; si penetra en las vastas lagunas del Oreo tenebroso, o si es destinada por los dioses a tomar cuerpo en otros animales. LUCRECIO, I, 1 1 3 . (N. del T.) 75 2 Él vomitó su alma sanguínea. VIRGILIO, Eneida, IV, 349. (N. del T.) 753 Su energía es corno la del fuego, y su origen celestial. VIRGILIO, Eneida, VI 73. (N. del T.) Pónti co, el alma era la luz; según Jenócrates y los egipcios, un número movible; según los caldeos, una virtud sin forma determinada: Habitum quemdam vitalem corpori s esse, . . 754 : harmomam Graect. quam d tcunt -478pero no olvidemos la opi nión de Ari stóteles, para quien lo que pone en movimiento al cuerpo, a lo cual llama entelequia, es cosa tan obscura e indeterminada como cualquiera de las ideas de los filósofos precedentes; pues no haría ni de la esencia, ni del origen, ni de la naturaleza del alma, limitándose a señalar sus efectos. Lactancio, Séneca y la mayor parte de los filósofos dogmáticos confesaron que era cosa que no entendían; y Cicerón decl ara, al ver semej ante diversidad de opiniones Harum sententiarum quae vera sil, deus aliquis viderit 755. Por experiencia propia conozco, dice san Bernardo, hasta qué grado la esencia de Dios es incomprensible, puesto que la de mi propio ser soy incapaz de penetrar. Heráclito, que consideraba todos los seres llenos de almas y de espíritus, aseguraba sin embargo que no podía avanzarse tanto en el conocimiento de aquélla que pudiera llegarse a él . Por tan imposible tenía profundizar a esencia el espíritu. No hay menos di sensión ni se debate menos el lugar en que el alma reside. Hipócrates y Herófilo la colocan en el cerebro; Demócrito y Ari stóteles, esparcida por todo el cuerpo: Ut bona saepe valetudo quum dicitor esse . et non est tamen haec pars u 11 a va1 entt. s 756 ; corpons, Epicuro, en el estómago: Hic exsultat enim pavor ac metus; haec loca circum, ) . . 1 aettttae mu1 cent 7 7 ; los estoi cos, rodeando el corazón y dentro del mismo; Erasistrato, unida a la membrana del epicráneo; Empédocles, en la sangre, y también Moisés, por lo cual prohibió a su pueblo que se sirviera como alimento de la sangre de los animales, a la cual el alma va unida; Galeno opinó que cada parte de nuestro cuerpo tiene, su alma correspondiente; Strato la sitúa entre ce a y ceja. Qua facie quidem sil animus, aut ubi habitet, ne � quaerendum quidem est ' 58, dice Cicerón, cuyas propias palabras transcribo aquí de buen 754 Cierta forma habitual de la vida corpórea, o sea lo que los griegos llaman armonía. LUCRECIO, III, 100. (N. del T.) 755 Cuál de estas opiníones sea la verdadera, sólo un dios podria decirlo. CICERÓN, Tusc., I, 1 1 . (N. del T.) 756 Así se dice que la buena salud está en el cuerpo, y sin embargo no es uno. parte del hombre que de ella dispone. LUCRECIO, III, 103. (N. del T.) 757 En él se nota la depresión producida por el rníedo y el terror; en torno de él se advierte el deleite suave y engendrndo por las plácidas sensaciones. LUCRECIO, III, 1 52. (N. del T.) 758 Cuál sea la figurn del alma y en qué parte del cuerpo reside, cuestiones son éstas que es inútil investigar. CICERÓN, Tusc., I, 28. (N. del T.) grado sin alteración alguna, pues seria insensato que yo tendiese alterar el lenguaj e de la el ocuencia. Es además dificil desfigurar sus argumentos que son poco frecuentes, poco sól idos y nada i gnorados. La razón por qué Crisipo y los demás fil ósofos de su secta colocan el alma al rededor del corazón merece consignarse, y es la siguiente: cuando 479 queremos dar fe cabal de alguna cosa, dice, ponemos nuestra mano en el pecho, y cuando pronunciamos la palabra 'E�, que significa yo, la mandíbula inferior se inclina hacia el mismo. Estos detal les no deben dej arse pasar sin consignar al propio tiempo la vanidad de un personaj e tan principalí simo como Crisipo, pues aparte de que tales ideas carecen en absoluto de fundamento, la última no prueba sino a los griegos que tengan el alma en aquel lugar. Ningún j uicio humano por despierto que sea dej a de caer a veces en singulares soñaciones. Más todavía: ved a los estoicos, padres de la humana prudencia, que consideran que el alma de un hombre que acaba sus días de viol enta muerte se arrastra y sufre largo tiempo antes de separarse del cuerpo, no pudiendo desasirse de la carga del mi smo, como un ratón que cae en la ratonera. Afirman algunos que el mundo fue creado para que en él encontraran cuerpo, como castigo de sus culpas los espíritus caídos que perdieron la prístina pureza en que fueron creados, pues la primera creación fue incorpórea. Según que éstos se alej aron más o menos de su espiritualidad, así se los incorpora ligera o pesadamente; de aquí la variedad de cantidad tan grande de materi a. Mas el espíritu que a causa de la magnitud de sus culpas fuese investido del cuerpo del sol debía tener una cantidad de pecados bien rara y particular. El término de nuestras di squisi ciones es constantemente, la confusión y el embrollo; como Plutarco dice del comienzo de l as historias, que a la manera de los mapas la extremidad de las ti erras conocidas se compone de l agunas, intrincadas selvas, desiertos y lugares inhabitables; he aquí por qué los más groseros y triviales desatinos se encuentran con mayor frecuencia en los que tratan de cosas elevadas y profundas, abismándose en su curiosidad y presunción. El fin y el comienzo de l a ciencia fundaméntanse en análoga insensatez; ved cómo vuela el espíritu de Platón, cómo se cierne en nubes poéticas; ved cómo en sus diálogos se expresan los dioses en lengua eni gmática. Pero, ¿dónde tenía l a cabeza cuando dij o que e l hombre era u n animal si n pluma, con dos pies? Con tal definición dio margen a que los que querían burlarse de él encontraran ocasión de hacerlo; pues habiendo desplum ado un capón vivo, todos le nombraban «el Hombre de Platón». ¿Y qué decir de los discípulos de Epicuro? ¿Cuál fue la simpleza que les movió a imaginar que sus átomos, que consideraban como cuerpos dotados de ci erta pesantez y un movimi ento natural haci a abaj o, hubi eran edifi cado el mundo, hasta que graci as a sus adversarios advirti eron que según aquel las propiedades era imposible que los átomos se uni eran los unos a los otros, puesto que su caída era recta y perpendicular y por eso dichos cuerpos describían solamente l í neas paralelas en todas di recciones? Por lo cual -480- se vieron obligados a admitir un movimiento de l ado, fortuito, y a suponer además en los átomos colas curvas, en forma de gancho, con que hacerlos capaces de unirse de manera compacta. Y con todo, todavía les ponían en duro apri eto los que les presentaban este reparo: «Si vuestros átomos formaron sin más causa ni razón que el acaso tantos géneros de formas y figuras, ¿por qué no acertaron j amás a hacer una casa o un zapato? ¿porque no creer con igual fundamento que una cantidad infinita de letras griegas arroj adas en medio - - de la calle fueran capaces por sí mi smas de formar la contextura de la !líada?» Todo aquello que es capaz de razón, dice Zenón, aventaj a a lo que no es susceptible de ell a; no existe nada superior al mundo; por consiguiente éste es susceptible de razón. Cotta, valiéndose de este mismo argumento, hace al mundo matemático; y vali éndose de otras razones del fil ósofo precitado, le convierte en músico y organista: el todo es mayor que una de sus partes; nosotros somos capaces de filosofia y formamos parte del mundo, por consiguiente el mundo es sabio. Pudi eran citarse infinidad de ej emplos anál ogos, y no sólo de argumentos fal sos, sino también sin fuerza, que no pueden tomarse en serio, y que acusan a sus autores no tanto de ignorancia como de imprudencia, de las censuras que los filósofos se hacen los unos a los otros en las disensiones sobre sus pareceres y sus di stintas sectas . Quien juntara convenientemente un montón de asnerias hijas de la humana sapiencia diria cosas maravillosas. Yo reúno al gunas para que al efecto sirvan de muestra, no menos útiles de considerar que las que son sanas y moderadas. Juzguemos por ellas el mérito que debemos hacer del hombre, de sus sentidos y de su razón, al ver que todos esos grandes filósofos que a tan elevadas regiones levantaron la humana suficiencia, incurrieron en errores tan evidentes y tan descomunales. Yo prefiero creer que la filosofia trató la ciencia de una manera casual, como cosa de j uego de manos, y que los filósofos se sirvieron de la razón como de un instrumento vano y frívolo, sentando como ciertos toda suerte de fantasías y caprichos, unas veces fuerte y otras débil mente. El mismo Platón, que define al hombre como si fuera una gallina, escribe en un pasaj e de sus obras lo que Sócrates ya había dicho, esto es : «Que en verdad ignora qué cosa sea el hombre; y que lo que puede afirmar es que lo tiene por una de las cosas del mundo más dificiles de conocer. » Por esta variedad e instabilidad de opiniones nos llevan como por la mano, tácitamente, a la resolución de su irresolución. Procuran adrede no mostrar siempre con entera claridad sus opiniones, obscureciéndolas ya baj o las sombras fabulosas de la poesía, ya baj o algún otro di sfraz, pues nuestra imperfección hace que la carne cruda no sea siempre -48 1 - la más adecuada para nuestro débil estómago; es preciso condimentarla, alterarla y corromperla; así hacen los filósofos, rodean con frecuencia de tinieblas sus sencillas opiniones y sus j uicios, y los fal sean para acomodarlos al uso público. No quieren hacer profesión expresa de ignorancia, no se resignan a confesar la debilidad de la razón humana, para no meter miedo a los muchachos, pero descubren suficientemente ambas cosas con su ciencia inconstante y turbia. Encontrándome en Italia aconsejé a una persona a quien costaba mucho trabaj o expresarse en la lengua del paí s que, con tal de que no pretendiera sino hacerse entender, sin que ni siquiera le pasara por las mientes el emplear filigranas, que echara mano sólo de las primeras palabras que le vinieran a la boca, ya fueran latinas, francesas, españolas o gasconas, y que las añadiera la terminación italiana; de tal suerte no dej aria de hallar algún habla italiana: toscana, romana, veneciana, piamontesa o napolitana, con la cual coincidiria la suya. Lo propio siento de la filosofia; ofrece ésta tal variedad y aspectos tan diversos; ha sentado tantos principios, que todos nuestros ensueños y delirios se encuentran encerrados en ella; la mente humana no es capaz de concebir ninguna idea, buena o mala, que ya la filosofia no haya formulado: nihil tam absurde dici potest, quod non dicatur ab aliquo philosophurum 759. Yo doy rienda suelta a mis caprichos ante el público; bien que germinaron en mí sin ningún modelo, estoy seguro de que tendrán alguna relación con algún sistema antiguo, y no faltará alguien que diga: «Ved de dónde tomó sus ideas» . Mis costumbres son puramente hijas de la naturaleza; para dar con ellas no apelé al auxilio de aj ena di sciplina; tan sencillas como son, cuando a las mientes me vino la idea de que sali eran al público con algún decoro creí conveniente entreverarlas con ej emplos y reflexiones, y yo mismo me maravillo al encontrarlas, por caso peregrino, de acuerdo con mil diversos fi lósofos. El régimen de mi vida no lo aprendí sino a expensas de mi propia experiencia, luego que hube empleado aquélla, que es un caso nuevo de filosofia casual e impremeditada. Volviendo a nuestra alma; eso de que Platón pusiera la razón en el cerebro, la ira en el corazón, la codicia en el hígado, quizás obedezca a que tal doctrina sea más bien una 759 No es posible decir nada por absurdo que sea, que no se encuentre ya dicho por algún filósofo. CICERÓN, de Divinal., 11, 58. (N. del T.) interpretación de los movimientos de nuestro espíritu que la separación y división de un todo compuestos de diversos miembros. La más verosímil de las opiniones filosóficas es que siempre es un alma sola la que con el auxilio 48 2 de sus facultades raciocina, recuerda, comprende, juzga, desea y ej ecuta todas las demás operaciones con el concurso de los instrumentos corporales, como el que gobi erna su barco conforme l a experiencia le enseñó, ya suj etando una cuerda, ya levantando una entena o moviendo el remo; empleando solamente una sola facultad dirige la nave toda. Que el lugar en que el alma reside es el cerebro, pruébalo el que las heridas u otros accidentes que le tocan, afectan al punto las facultades de aquélla; del cerebro pasa a las demás partes del cuerpo, - - Medium non deserit unquam caeli Phaebus iter; radii s tamen omnia Iustrat 760 ; a la manera que el sol esparce su claridad desde el cielo, con la cual inunda el mundo: Cetera pars animm, por totum di ssita corpus, . momenque movetur. 76 1 paret, et ad numen mentts Algunos dij eron que había un alma general como un gran cuerpo, del cual todas las almas particulares surgían; y que luego volvían a él uniéndose de nuevo a esa substancia universal : Deum namque ire per omnes terrasque, tractusque maris, caelumque profundum : hinc pecudes, armenta, viros, genus omne ferarum, quemque sibi tenues nascemtem arcessere vitas : scilicet huc reddi deinde, ac resoluta referri . Omma; nec mortt. esse 1 ocum 762 : otros que no hacían más que j untarse y unirse; otros que emanaban de la esencia divina; otros, por intermedio de los ángeles, de fuego y aire; algunos, que nacieron en tiempos remotí simos; otros en el mismo instante que el cuerpo; algunos las hacen descender del círculo de la luna y volver a él ; l a mayor parte de los fi lósofos antiguos creían que las almas se engendran de padres a hijos, de modo análogo a las demás cosas naturales, fundándose para ello en el parecido de los hijos con los padres 760 Febo no abandona jamás su camino marcado en medio del cielo, y sin embargo todo lo alumbra con sus rayos. CLAUDIANO, de Sexto consul. Honorii, V, 4 1 1 . (N. del T.) 76 1 La otra parte del alma, ex1endida por todo el cuerpo, está sometida a la inteligencia y se mueve a tenor de esta potencia suprema. LUCRECIO, III, 144. (N. del T.) 762 Pues que Dios se halla en toda la tierra, en el amplio mar y en el inmenso cielo, e infunde el soplo de la vida a todo ser que nace; así al hombre como a todas las especies animales. Estos seres sufren después transformaciones hasta que vuelven al punto de origen: la muerte no existe. VIRGILIO, Geórg., IV. (N. del T.) Insti llata patris vi rtus tibi 763 : " bus, et b oms 764 ; Fortes creantur tOrtt C' o y porque pasan de padres a hijos, no sólo las huellas corporales, sino también el carácter, l a complexión e inclinaciones del alma: 483 - - ¿ Denique cur acri s violentia tri ste leonum Siminium sequitur?, dolu vulpibus, et fuga cervi s a patribus datur, et patrius pavor incitat artus? Si non certa suo quia semine, seminioque 6 vi s animi pariter crescit cum corpore toto? 7 5 deduj eron que tal principio sirve de fundamento a la j usticia divina, que castiga en los hijos los delitos de los padres; puesto que la huella de los vicios paternales viene a sell arse en algún modo en el alma de los hijos, y el desorden de la voluntad de aquéllos pasa a éstos. Con mayor razón si las almas tuvieran procedencia di stinta a la continuación natural , y si hubieran desempeñado algún oficio cuando se encontraban fuera del cuerpo, recordarían cuál fue su ser primero en razón a las facultades que las son peculiares de di scurrir, razonar y recordar: Si in corpus nascentibus insinuatur, cur super anteactam aetatem memini sse neQuimus, 1 nec vestt gta gestarum rerum u 11 a tenemus?. 66 o o para hacer valer la condición de ellas como pretendemos, es preciso presuponerlas sabias cuando se encuentran en el estado de simplicidad y pureza naturales; así hubieran permanecido hallándose libres de la pri sión corporal , lo mismo que antes de entrar en ella, y lo mismo que serán cuando hayan salido; si nos halláramos convencidos de esto sería preciso que lo recordasen todavía estando en el cuerpo, conforme Platón sentaba, al afirmar que todo lo que aprendemos no es más que el recuerdo de lo que sabíamos antes, cosa que todos pueden considerar como fal sa reparando en su propia experiencia; en primer lugar, porque no recordamos más que lo que hemos aprendido previamente, y si la memoria cumpliera exclusivamente con su misión nos sugeriría al menos algún rasgo ajeno al aprendizaje; en segundo lugar, lo que el alma conoce en su estado de pureza, constituiria una verdadera ciencia; conocería las cosas como realmente son, auxiliada por su divina 763 La virtud de tu padre se ha transmitido a ti. (N. del T.) 764 Un hombre esforzado nace de otro hombre esforzado. HORACIO, Od., IV, 4, 29. (N. del T.) 765 ¿Por qué, en fin, trasmite el león su ferocidad a sus cachorros, la zorra su astucia y el ciervo su timidez y su ligereza? Proviene esto sin duda de que justamente con el cuerpo el alma desarrolla las cualidades y energías que recibidas por herencia permanecen en ella en germen. LUCRECIO, I II, 74 1 , 746. (N. del T.) 766 Si el alma se une con el cuerpo cuando éste nace, ¿por qué no recordamos esta vida precorpórea ni conservamos ningún vestigio de los hechos que en ella tuvieron lugar? LUCRECIO, III, 67 1 . (N. del T.) inteli gencia; en el mundo acoge el vicio y la mentira si en ambas cosas se la instruye, y para las cuales no puede servirse de su reminiscencia, pues que ninguna de las dos cosas penetraron j amás en ella. Decir que la prisión corporal ahoga hasta extinguirlas sus facultades nativas es desde luego contrario a los que reconocen ser tan grandes las fuerzas del alma y lo mismo sus operaciones que los hombres reconociéronlas tan admirables en 484- esta vida, que de ellas deduj eron su divinidad y eternidad pasadas y la inmortalidad en lo porvenir: Nam si tantopere est animi mutata potestas, omnis ut actarum exciderit retinentia rerum, . . non, ut opmor, ca ab 1 etho J. am 1 ongwr errat 767; además, sólo en nosotros mismos y no en otra parte deben considerarse las fuerzas y efectos del alma; el resto de sus perfecciones es para ella vano e inúti l ; por el estado presente debe reconocerse su inmortalidad toda, y a sus relaciones con la exi stencia humana debemos suj etarnos. Seria el colmo de las inj usticias acortar sus medios y potencias, desarmarla, a causa del tiempo que duró su prisión y cautividad, de su debilidad y enfermedad contraídas durante el espacio en que estuvo ligada y sujeta; juzgarla digna de perpetua condenación; detenerse en la consideración de un tiempo tan reducido, que a veces suele ser una o dos horas, y cuando más un siglo, que comparados con la eternidad no son más que un instante, para dictaminar de un modo definitivo de todo su ser, no es equitati vo en modo alguno, como tampoco lo sería la recompensa eterna como premio a una tan corta vida. Platón, para salvar esta desproporción, quiere que el castigo o la pena futuros se limiten a cien años, periodo que guarda cierta harmonía con el tiempo que vivimos en la tierra; otros filósofos supusieron también límites temporales, a la sentencia última, con lo cual j uzgaron que la generación del alma seguía la marcha común de las cosas humanas, como igualmente la vida de las mismas, según las opiniones de Epicuro y Demócrito, que han sido las más recibidas, fundándose en que se veía al alma nacer al par que el cuerpo y crecer en fuerzas, lo mismo que las materiales; reconocíase en ella la debilidad de su infancia; con el tiempo, el vigor y la madurez, luego su declinación y vej ez, y por último su decrepitud : Gigni pariter cum corpore, et una S crescere senttmus, panterque senescere mentem . 76 · · Considerábanla como capaz de pasiones diversas, agitada por diferentes movimientos penosos por donde venía a caer en cansancio y dolor; capaz igualmente de alteración y cambio de ligereza, sopor y languidez; suj eta, en fin, a enfermedades y peli gros como el estómago o los pies: Mentem sanari , corpus ut aegrum, 767 Puesto que si las facultades del alma se transforman hasta el punto de perder en absoluto el recuerdo de su anterior existencia, esta transformación difiere muy poco de la muerte. LUCRECIO, III, 674. (N. del T.) 768 Percibimos que nuestro espíritu nace simultáneamente con nuestro cuerpo, que se desarrolla juntamente con él y que decae al mismo tiempo que él. LUCRECIO, III, 446. (N. del T.) cernimus, et flecti medicina posse videmus 769; -485deslumbrada y trastornada por la fuerza del vino, fuera de su natural asiento por los efectos de la fiebre, adormecida por la aplicación de ciertos medicamentos y despej ada por el concurso de otros : Corpoream naturam animi esse necesse est, o o o " t ctuque 1 aborat 770 : corporet s quomam te1 ts veíanse todas sus facultades embotadas y por los suelos, por la sola mordedura de un perro enfermo, y carecer en absoluto de toda firmeza de raciocinio, al par que de suficiencia, virtud y resolución filosóficas; no ser dueña de sus fuerzas para poderse librar del efecto de semejantes accidentes; la baba de un mi serable mastín inoculada en la mano de Sócrates dar al traste con toda su filosofia, con todas sus elevadas y ordenadas ideas; aniquilarlas de modo que no quedara ninguna huel la de su conocimiento primero: Vis . . . animai conturbatur, et. . . divisa seorsum o DI SJ ectatur, eodem 1" 11 o dt" stracta veneno 77 1 ; 0 y ese veneno no encontrar mayor resistencia en aquella alma que en la de una criatura de cuatro años; capaz de convertir toda la filosofia, de estar encamada, en insensata y furiosa; de suerte que Catón, que permanecía indiferente ante la muerte y ante la fortuna, no pudiera fijar la mirada sobre un espej o ni en el agua, transido de horror y espanto, de caer por la mordedura de un perro rabioso en la enfermedad que los médicos llaman hidrofobia: . . . Vi s morbi di stracta per artus turbat agens animam, spumantes aequore salso ventorum ut validis ferbescum viribus undae. 772 La filosofia armó bien al hombre para el sufrimiento de todos los demás accidentes, unas veces con la paciencia, y cuando le cuesta demasiado encontrarla con el decaimiento, que aparta la idea de toda sensación; pero éstos son menos de que sólo puede servirse un alma dueña de sí misma y de sus fuerzas, capaz de raciocinio y deliberación; mas no el 769 Vemos que el espíritu puede curarse, como un cuerpo enfermo, con el socorro de la medicina. LUCRECIO, III, 509. (N. del T.) 770 El alma es sin duda alguna de naturaleza corpórea, puesto que es sensible a la impresión de los objetos corporales. LUCRECIO, III, 1 76. (N. del T.) 77 1 Todas las energías del alma se debilitan y disgregan bajo la acción de aquella ponzoña. LUCRECIO, III, 498. (N. del T.) 77 2 Aquel virus, al extenderse por todo el cuerpo, agita y conturba el alma, como las olas espumosas revueltas por los huracanes hierven en el mar tempestuoso. LUCRECIO, III, 49 1 . (N. del T.) accidente por virtud del cual el alma de un filósofo se trueca en la de un loco, alterada, perdida y fuera de su asiento, a lo cual pueden dar margen muchas causas, como una agitación vehemente producida por una fuerte pasión del alma, una herida en determinada región del 486 cuerpo u otra causa cualqui era, nos llevan al atolondramiento y al deslumbrami ento cerebral : - - Morbis in corporis avius errat saepe animus; dementit enim, deliraque fatur. Interdumque gravi lethargo fertur in altum aeternumque soporem, ocul ots nutuque cadentt . 773 0 A mi entender los filósofos no han tocado apenas este punto, como tampoco otro de importancia análoga; para aliviar nuestra mortal condición tienen constantemente en los labios este dilema: «El alma es mortal o inmortal; si lo primero, no recibirá ningún castigo; si lo segundo, irá sucesivamente camino de la enmienda. » No hablan tampoco de si en lugar de mej orar empeora, y dej an producir a los poetas las amenazas de penas venideras, con lo cual no se mantienen mal sus sistemas. Ambas omisiones se ofrecieron muchas veces a mi consideración al ver sus di scursos. Vengamos a la primera. El alma pierde la posesión del soberano bien estoico de tanta constancia y firmeza; precisa que nuestra aparatosa prudencia se de por vencida en este punto y rinda armas. Por lo demás, consideraban también los filósofos, empuj ados por la vanidad de la razón humana, que la unión y compañía de dos cosas tan diversas como son lo mortal y lo inmortal , no puede ni siquiera concebirse: Quippe etenim mortal e aetemo j ungere, el una consenti re putare, et fungi mutua posse, desipere est. Quid enim diversius esse putandum est, aut magis inter se di sj unctum di screpitansque, quam, mortale quod est, i mmortali atque perenni o conct ) 10 saevas to1erare proce11 as?. 774 Jo unctum, m " " y con mayor convicción sentaban que a la hora de la muerte acaban el cuerpo y el alma: o 775 ; o 1 aevo e tessa f:atto sctt . . . S tmu 773 Con frecuencia durante una enfermedad el alma está perturbada, presa del delirio o de los accesos de la locura; muchas veces la invade un letargo intenso; los ojos se cierran, la cabeza se hunde, y sobreviene el profundo y eterno sueño. LUCRECIO, III, 46 1 . (N. del T.) 774 Insensato es creer que lo mortal esté unido a lo eterno, formando un todo acorde, funcionando armónicamente. Porque, ¿puede darse algo más diverso, o si se quiere más opuesto y discorde entre sí que lo que es mortal y lo que es inmortal y perenne, para que ambas cosas se avengan estar juntas y expuestas a los combates crueles de la vida? LUCRECIO, III, 80 1 . (N. del T.) 775 Sucumbe con él agobiada bajo el peso de los años. LUCRECIO, III, 459. (N. del T.) de lo cual , al entender de Zenón, vemos una imagen en el sueño, que, en opinión de este filósofo, «es un debilitamiento y caída del alma lo mismo que del cuerpo», contrahi animun, el quasi labi puta atque decidere 776; y aunque en algunos hombres la fuerza y el vigor se mantienen en el fin de la vida, explicábanlo aquéllos por la diversidad de -487enfermedades, puesto que a muchos se ve en el último trance conservar, en estado de lucimiento, ya un sentido, ya otro, unos el oído, otros el olfato, y no hay debilidad tan general que no quede algo cabal y vigoroso: Non alio pacto, quam si, pes quum dolet aegri , . nuJ I o caput mterea . . e torte doJ ore. 777 m stt Nuestro j uicio llega deslumbrándose a la posesión de la verdad como la vista del mochuelo ante el esplendor del sol , como dice Ari stóteles. ¿ Y por qué caminos l e llevaríamos al convencimiento si n o e s por tan toscos cegamientos ante una tan evidente luz? La opinión contraria a la anterior, la que sostiene la inmortalidad del alma, que según Cicerón fue primeramente profesada, al menos según los libros testifican, por Ferécides Sirio en tiempo del rey Tulo, y cuya invención atribuyen otros a Thales, es la parte de la humana ciencia que ha sido tratada con más reservas y dudas. Hasta los dogmáticos más firmes se ven obligados, en este punto principal mente, a colocarse baj o el amparo de las sombras de la Academia. Nadie sabe lo que Ari stóteles creyó en este particular, como tampoco lo que tuvieron por cosa asegurada en general todos los filósofos antiguos, cuyas ideas son vacilantes: rem gratissima promillentium magis, quam probantium 778 . Ari stóteles se oculta baj o una nube de palabras y conceptos dificiles o ininteligibles, y ha dej ado a sus discípulos, tantas cuestiones por aclarar en sus ideas como en el asunto sobre que versan . Dos cosas les hacían esta doctrina aceptable: la primera, que sin la inmortalidad de las almas no habría sobre qué fundamentar la esperanza vana de la gloria, que es una mercancía que �oza de gran crédito en el mundo; la segunda, que es cosa saludable, como Platón afirma 7 9, el que aun cuando los vicios se aparten de la vi sta y conocimiento de la humana justicia, están siempre al descubierto para la divinidad, que los casti gará hasta después de la muerte de los culpables. El hombre tiene una preocupación extrema de prolongar su ser, y como puede la sati sface; para guardar el cuerpo están las sepulturas; para la conservación del nombre, la gloria. Todo su esfuerzo empleolo en reedificarse, inquieto por su destino, y en sostenerse con el auxilio de sus maquinaciones. No pudiendo el alma mantenerse por sí mi sma, a causa de su alteración y debilidad, por todas partes va mendigando consuelos, esperanzas, fundamentos -488- y circunstancias extrañas en que asirse y plantarse; por débiles y sin realidad que su invención se las sugiera, descansa en ellas con seguridad mayor que en sí misma y con mej or gana. Pero aun aquellos que más firmemente profesan la idea j usta y clara de la inmortalidad de nuestro espíritu, es maravilla que se vieran tan cortos e impotentes para probar su creencia valiéndose de las humanas fuerzas. Sonmia sunt non docentis, sed optantis 780, decía un escritor anti guo. El 776 Cic. de Divinal., 11, 58. Montaigne explica las palabras de Cicerón antes de citarla. (N. del T.) 777 Así, como prueba de esta falta de enlace, nótase que a veces se padece una enfermedad dolorosa en los pies sin que la cabeza sufra la más leve alteración. LUCRECIO, III, 1 1 1 . (N. del T.) 778 Nos halagan con promesas agradables, cuya verdad no nos prueban. SÉNECA, Epíst., 102. (N. del T.) 779 La inmortalidad del alma es una cosa que nos importa tanto, y que nos toca tan profundamente que precisa haber perdido todo sentimiento para permanecer en la indiferencia en punto a saber lo que es. PASCAL. (N. del T.) 780 No son verdades probadas, son ficciones de nuestro deseo. CICERÓN, Academ., 11, 38. (N. del T.) hombre puede reconocer por este testimonio, que sólo a la casualidad debe la verdad que por sí mismo descubre, puesto que aun en el momento que la tiene en su mano carece de medios de cogerla ni guardarla, y su razón carece igualmente de fuerzas para prevalecerse de ella. Las ideas todas que nuestra inteligencia y nuestro valer engendran, así las verdaderas como las fal sas, están suj etas a incertidumbre y se prestan a controversia. Para castigo de nuestro orgullo o instrucción de nuestra incapacidad y mi seri a envió Dios el desorden y confusión de la torre de Babel ; cuanto emprendemos sin su asi stencia, cuanto vemos sin la luz de su divina gracia no es más que vanidad y locura. La esencia misma de la verdad, que es uniforme y constante, cuando por casualidad la encontramos, corrompémosla y bastardeámosla con nuestra debilidad. Cualquier camino que el hombre siga por sí mismo, Dios consiente que ll egue de un modo inevitable a la confusión misma cuya imagen nos representó con sin igual viveza en el j usto casti go que infirió a la osadía de Nemrod, aniquilando la vana empresa de la construcción de su pirámide: Perdam saptientiam sapientium, et prudentiam prudentium reprobabo 78 1 . La diversi dad de lenguas con que trastornó aquella obra, ¿ qué otra cosa significa sino los perpetuos altercados y di scordancia de opiniones y razones que acompañan y embrollan útilmente la contextura vana de la humana ciencia? ¿Quién soportaria nuestro orgullo si fuéramos siquiera capaces de un adarme de conocimiento? Congratúlame lo que dice a�uel santo : Ipsa veritatis ocultatio aut humilitatis exercitatio est, aut elationis allritio 78 . ¿Hasta qué extremo de insolencia y presunción no llevamos nuestra ceguedad y torpeza? Mas volviendo a la inmortalidad del alma, diré que seria razonable en grado eminente, que nos atuviéramos a Dios sólo y al beneficio de su gracia para afirmarnos en la verdad de una tan noble creencia, pues que de la sola liberalidad del Altí simo recibimos el fruto que hace nuestro -489- espíritu imperecedero y capaz de gozar de la beatitud eterna. Confesemos ingenuamente que sólo de Dios nos vino esa creencia y esa fe, porque no es lección que pueda encontrarse con el auxilio de las luces de nuestro entendimiento. Quien sondee su ser y sus fuerzas por dentro y por fuera sin ampararse en el privilegio divino; quien contemple al hombre sin adularle, no verá en él eficacia ni facultad que huela a cosa di stinta que la tierra y la muerte. Cuanto más nos damos, brindamos y rendimos a Dios, nuestro proceder es más cristiano. Lo que Séneca dice conocer por aprobación casual de la voz pública, ¿ no valiera mej or que lo supiera por mediación de Dios? Quum de animorum aeternitate disserimus, non leve momentum apud nos habet consensus hominum aut timentium inferos, aut colentium. Utor hac publica persuasione 783 . La debilidad de los humanos argumentos en este punto pruébase singularmente por las fabulosas circunstancias que los filósofos idearon para dar cuerpo a la idea de nuestra inmortalidad y para hallar la índole de que pueda ser la misma. Dej emos a un lado a los estoicos (usuram nobis largiuntur tanquam comicibus: diu mansuros aiunt animos; semper negant 784), que conceden a las almas otra vida a más de la presente, pero finita. La idea más extendida y recibida, y que hoy día se profesa aún en diversos lugares, es la atribuida a Pitágoras, no porque fuera el inventor de ella, sino en razón al peso y autoridad que con su aprobación recibió, es la siguiente: «Que las almas al alej arse de nosotros no hacen más que rodar de un cuerpo en otro, de un león a un caballo y de un caballo a un rey, 781 Confondré la sapienta de los sabios, y reprobaré la prudencia de los prudentes. SAN PABLO, a los Corint., I, 1 , 1 9. (N. del T.) 782 El misterio en que se oculta la verdad es útil para despertar en nosotros el sentimiento de nuestra pequeñez y para corregir nuestra presunción. SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, XI, 22. (N. del T.) 783 Al discurrir acerca de la inmortalidad del alma, hallamos un punto de apoyo nada frágil en el consentimiento universal de los hombres, para temer o venerar a los dioses infernales. Yo pienso aprovecharme de este común asentimiento. SÉNECA, Epíst.. 1 1 7. (N. del T.) 78 4 Nos conceden una vida como la de las cornejas; dicen que el alma existe largo tiempo, pero no eternamente. CICERÓN, Tusc., I, 3 1 . (N. del T.) paseándose así sin cesar de casa en casa. » Pitágoras decía que se acordaba de haber sido primero Etálides, después Euforbo, luego Hermotimo y. por último Pirro, de cuyo ser pasó a transformarse en Pitágoras; añadía que guardaba memoria de los sucesos de su vida anterior hasta doscientos sei s años atrás. Sostienen algunos que las almas a veces suben al cielo y luego baj an a la tierra: O pater, anne aliquas ad caelum hinc i re putandum est sublimes animas, iterumque ad tarda reverti corpora? Quae lucis mi seris tam dira cupido? 785 Orígenes las hace ir y venir eternamente del estado de pureza al de impureza. Varrón afirma, que el cabo de cuatrocientos 490 cuarenta años de mudanzas vuelven al primer cuerpo de donde salieron; Crisipo dice que efectivamente acontece lo que Varrón sostiene, pero en un espacio de tiempo desconocido e ilimitado. Platón, que declara conocer por Píndaro y los antiguos poetas la creencia de las infinitas vicisitudes y mutaciones a que el alma está suj eta, dice que las penas o recompensas en el otro mundo para ella son sólo temporales, como su vida lo fue en la tierra, y concluye que nuestro espíritu posee un conocimiento singular de las cosas del cielo, del infierno y de la tierra por la cual pasé, volvió a pasar y permaneció en di stintos viaj es, de que conserva recuerdo. He aquí los progresos de nuestra alma, según aquel filósofo: «La que vivió bien se unirá al astro que se la desti ne; la que llevó mala vida pasará al cuerpo de una muj er; y si con esto no se corrige tampoco, trasladarase al cuerpo de un animal de naturaleza semej ante a sus costumbres viciosas y torpes. » No quiero olvidarme de consignar la obj eción que los discípulos de Epicuro presentan a esta transmigración de las almas de un cuerpo en otro y que bien puede mover a risa. Dicen así : «¿Qué acontecerí a si el número de muertos superase al de nacidos? porque en este caso las almas que se quedaran sin vivienda tropezarían unas con otras al querer procurarse nuevo estuche.» Pregúntanse también : «¿Cómo pasarían el tiempo mientras aguardaran lugar donde meterse? Por el contrario, de nacer mayor número de animales que los que mueren, siguen los mismos discípulos de Epicuro, los cuerpos se verían embarazados aguardando la infusión de sus almas respectivas, y ocurriría que algunos de ellos morirían antes de haber vivido.» - - Denique connubia ad veneri s, partusque ferarum esse animas praesto, deridiculum esse videtur et spectare inmortales mortalia membra. innumero numero, certareque paeproperanter . . . . . 786 mter se, quae pnma pott. sstmaque msmuetur. Otros hubo que detuvieron el alma en el cuerpo de los muertos para animar con ella las serpientes, los gusanos y otros animales que suponen engendrados por la corrupción de 785 Dime, ¡oh padre!, ¿es cierto que algunas almas, dejando la mansión celestial, descienden otra vez a. la tierra y vuelven a tomar forma corpórea? ¿Por qué este violento deseo de salir a la luz miserable de la vida? VIRGILIO, Eneida, VI, 7 1 9. (N. del T.) 786 Ridícula, parece, la suposición de que en el momento que los animales se unen para procrear o bien en el del parto, haya multitud de almas que se precipiten alrededor de los gérmenes corpóreos y que combatan tenazmente entre sí para ver cuál es más fuerte y logra penetrar la primera. LUCRECIO, III, 777. (N. del T.) nuestros mi embros y hasta por nuestras cenizas; otros la dividen en dos partes, mortal la una e inmortal la otra; algunos tiénenla por substancia corporal e inmortal ; sin embargo, otros la consideran como inmortal, pero desprovista de ciencia, y conocimiento. Hubo también quien creyó que los diablos tenían por origen l as almas de los condenados; y algunos filósofos nuestros lo entendieron mal, como Plutarco enti ende que los dioses salen de las que -49 1 - se salvaron; y adviértese que este autor pocas son las cosas que sienta con mayor firmeza que ésta, pues en las otras partes de sus escritos reinan la duda y la ambigüedad : «Menester es, dice, reconocer y crear firmemente que l as almas de los hombres virtuosos, conforme a los principios de la naturaleza y de la j usticia divina, se convierten de hombres en santos y de santos en semidioses, tan luego como su estado es perfecto; en seguida que fueron purgadas y purificadas, cuando están ya completamente libres de toda partícula mortal , transfórmanse en dioses cabales y perfectos recibiendo con ello feliz y glorioso fin; y el cambio no se efectúa por precepto ni ley ordinarias, sino en realidad, conforme a l a verosimilitud que la razón dicta. » Quien quiera ver a Plutarco di scurrir sobre este punto extrañará que un filósofo que siempre se muestra como el más prudente y moderado de todos los de su escuela, se bata con arroj o tal al referimos sus milagros en este particular, en su Di scurso de la luna y del demonio de Sócrates, donde tan palmariamente como en cualquiera otro lugar, puede evidenciarse que los mi sterios de la filosofia guardan con los de la poesía relaciones grandes; el humano entendimiento busca su perdición cuando qui ere sondear y examinar todas las cosas asta el fin, de la propia suerte que cansados y trabaj ados por el dilatado curso de nuestra vida, volvemos de nuevo a la niñez. ¡ He aquí las hermosas y verídicas instrucciones que de la ciencia humana alcanzamos en lo tocante al conocimiento de la esencia del alma! No hay temeridad menor en lo que la filosofia nos enseña de la parte corporal . Elijamos solamente uno o dos ej emplos, pues de otro modo nos perderíamos en el tormentoso y vasto mar de los errores medicinales. Sepamos siquiera si en este punto las opiniones concuerdan . ¿ De qué materia se engendran los hombres los unos a los otros? -Y no hablemos al origen del primero, pues no es maravilla que en cosa tan alta y remota el entendimiento humano se trastorne y extravíe. -Arquelao el fisico, de quien Sócrates fue discípulo mimado, decía según testifi ca Ari stoxeno, que los hombres y los animales habían sido formados de un cieno lechoso expelido por el calor de la tierra; Pitágoras asegura que nuestra semi lla es la espuma de nuestra mej or sangre; Platón dice que se desprende de la médula espinal, lo cual pretende probar sentando que esa parte de nuestro, organismo es la primera que se resiente cuando el ej ercicio del placer fatiga; Alcmeón dice que es una parte de la substancia del cerebro, y en apoyo de su aserto añade que la vi sta se enturbia de los que trabaj an con exceso en el mismo ej ercicio; Demócrito entiende que es una substancia extraída de la masa corporal ; Epicuro la hace derivar del alma y del cuerpo; Ari stóteles opina que es un resto del alimento de la sangre, el último que circula por nuestros -492miembros; otros quieren que sea la misma sangre después de transformada por el calor de los órganos genitales, lo cual infieren de que en los esfuerzos extremos se arroj an gotas de sangre pura. En este último parecer quizás haya alguna verosimilitud caso de que sea posible que exi sta alguna en medio de una confusión semej ante. Ahora bien, para explicar la germinación de la semilla ¿ cuantí simas ideas contradictorias no se emiten? Ari stóteles y Demócrito dicen que las muj eres no tienen j ugo espermático, y que sólo hay en ellas una agüilla que el calor del placer y del movimiento hacen salir al exterior, pero que en nada contribuye a la generación; Galeno y los que le siguen afirman, por lo contrario, que sin el contacto de la semilla del macho y la de la hembra la generación no podría tener lugar. También los médicos, filósofos, j uri sconsultos y teólogos están en completo desacuerdo sobre el tiempo que las muj eres llevan el fruto en el vientre; por ej emplo propio 787 puedo ir en ayuda de los partidari os del parto de once meses. No ha muj er por simple que sea de entendederas que no pueda darnos su opinión concreta sobre todas estas cuestiones, y en cambio nosotros, gentes cultivadas, somos incapaces de ponemos de acuerdo sobre ellas. Y me parece que con lo dicho basta y sobra para demostrar que el hombre no está más instruido en el conocimiento de la parte material que en el de la espiritual de su individuo 788 . Propusímosle primero a sí mismo para que nos diera nuevas, y después a su razón misma para ver lo que nos declaraba. Creo haber mostrado suficientemente cuán poco nuestra reflexión alcanza en lo tocante a l a razón misma; quien no acierta a comprender su propia naturaleza ¿qué es lo que puede dar a conocer? Ouasi vero mensuram illius rei possit agere, qui sui nesciat 789. En verdad Protágoras nos hts contaba buenas cuando hacía del hombre la medida de todas las cosas; del ser que j amás pudo conocer su naturaleza; si no él, su dignidad no consentirá que ninguna otra criatura goce del privilegio de conocer la suya; y como aquélla es tan contraria, y un j uicio destruye el otro constantemente, el decantado principio de Protágoras debe movemos a risa, y fundándonos en él podemos dej ar sentada la insignificancia de la medida y del medidor. Cuando Thales asegura que el conocimiento del hombre es muy dificil para el hombre mi smo, enséñanos que la ciencia de todas las demás cosas nos es imposible. - 493 - Vos 790, para quien me tomé el trabaj o de ampliar, contra mi costumbre, un tan largo di scurso, no dej aréi s de mantener las doctrinas de Sabunde según la forma ordinaria de argumentar en que diariamente soi s instruida, y ej ercitaréi s en ellas vuestro entendimiento y estudio, pues de la última estratagema no hay que echar mano sino como remedio supremo. Es un recurso desesperado ante el cual debéi s abandonar las armas para que vuestro adversario pierda las suyas; un procedimiento secreto del cual hay que servirse rara vez y cautelosamente. Temeridad grande sería el perderos por perder a otro; para vengarse no hay que buscar la muerte, como hizo Gobrias, quien hallándose luchando encamizadamente con un señor persa, sobrevino de pronto Darío con la espada en la mano, el cual temió descargar un golpe por no atravesar a Gobrias, quien gritó que hiriese sin reparo, aun cuando a los dos los atravesase. Yo he visto desechar como inj ustos ciertas armas y condiciones en combates singulares, en los cuales el que los proponía abocábase, al par que a su adversari o, a un fin inevitable. Los portugueses se apoderaron de catorce turcos en el mar de las Indias, quienes, impacientes de su cautividad, resolvieron y lograron convertirse en cenizas, al par que a sus amos y el navío que l os guardaba, frotando clavos unos contra otros hasta que una chi spa cayó en los barriles de pólvora de cañón que la nave conducía. Tocamos aquí los límites y confines últimos de las ciencias, cuya extremidad es viciosa, como acontece con la virtud. Manteneos en el camino trillado; no es nada provechoso ser tan sutil ni tan fino: recordad lo que dice el proverbio toscano: Chi troppo s'assottiglia, si scavezza. 79 1 78 7 Según este pasaje, es verosímil creer que la madre de Montaigne estuvo o creyó estar en cinta once meses antes del parto. (A. D.) 788 El alma es un mundo pequeño en que las ideas distintas son una representación de Dios, y las confusas una representación del universo. LEIBNIZ. (N. del T.) 789 Como si pudiera darnos la medida de alguna cosa quien desconoce la suya propia. PLINIO, Nat. dist., 11, l . (N. del T.) 790 Créese, como queda dicho más atrás, que Montaigne dedicó la Apología de Sabunde a la reina Margarita de Francia, mujer del rey de Navarra. (N. del T.) 791 El mucho sutilizar ocasiona extravíos. (N. del T.) Yo os recomiendo, así en vuestras palabras e ideas como en vuestras costumbres y en todo otro respecto, la moderación y la templanza; huid de lo singular y de lo nuevo; todos los caminos desusados me son ingratos. Vos, que por la autoridad que vuestra grandeza os procura, y más aún que la grandeza otras cualidades inherentes a vuestra persona, podéi s con un abrir y cerrar de ojos mandar y ordenar a quien os plazca, debéi s encomendar el mantenimiento de aquel argumento definitivo a alguien de profesión literaria que haya enriquecido vuestro espíritu. Sin embargo, creo que con lo dicho basta para todo cuanto en este punto habéi s menester. Epicuro decía de las leyes que aun las peores nos eran tan necesarias que sin ellas los hombres se devorarian los -494- unos a los otros; y Platón demuestra que sin leyes viviriamos como los animales. Nuestro espíritu es un instrumento vagabundo, peligroso y temerario, dificil de suj etar a orden ni medida. Yo he conoci do algunos hombres cuya inteligencia estaba por cima del nivel ordinario, cuyas opiniones y costumbres desbordáronse paulatinamente; es peregrino que entre los que aventaj an a los demás en alguna cualidad extraordinaria o singular haya quien mantenga su vida en sosiego, sociable, ordenada y tranquilamente. Es j usto poner al espíritu humano las barreras y trabas más estrechas; así en el estudio como en todos los demás órdenes de esta vida terrenal precisa contar y ordenar sus pasos, precisa que el arte señal e los límites de sus correrías. Se le suj eta y agarrota con religiones, costumbres, leyes, ciencias, preceptos, penas y recompensas mortales o inmortales, y a pesar de todo, a causa de su esencia voluble y di soluta, escapa a todos esos frenos: es un cuerpo vano que no tiene por donde ser atrapado, diverso e informe, al cual no puede imprimirse huella ni apresarlo. En verdad, hay pocas almas tan ordenadas, sólidas y bien nacidas que puedan dej arse en libertad completa, a quienes sea factible moderadamente y sin incurrir en actos temerarios vagar en sus j uicios mas allá de las comunes opiniones; lo mejor que puede hacerse es someterlas a perpetua tutela. El espíritu es un arma peligrosa para su propio dueño cuando éste no sabe emplearla de modo conveniente y ordenado; ningún animal tan necesitado como el hombre de antojeras para que su vi sta esté suj eta, y para que vea bien el suelo que pisa; para impedirle que se extravíe acá y allá fuera el que él holla y las leyes le señalan; vale más que entréis dentro del orden establecido, sea cual fuere, que lanzar vuestro vuelo hacia la licencia desenfrenada en que cae el que pretende investigarlo todo; y si alguno de esos nuevos doctores 792 intenta lucir su ingenio en vuestra presencia, a expensas de su salvación y de la vuestra, para libraros de epidemia tan peligrosa que a diario se propaga en vuestra corte, aquel argumento en última instancia impedirá que recibáis daño del peligroso contagio, y asimismo las personas que os rodeen . Así vemos que la libertad y licencia de los antiguos filósofos engendró en las ciencias humanas muchas sectas que profesaron opiniones diversas; cada cual procuró juzgar y elegir para tomar partido. Mas al presente que los hombres siguen una tendencia uniforme, qui certis quibusdam destinatis��e sententiis addicti el consecrati sunt, u� etiam, quae non probant, cogantur, defendere , y que acogemos -495- las artes en vtrtud de orden y - autoridad aj enas, de tal suerte que las escuelas no tienen más que un j efe y están suj etas a disciplina circunscrita, no se mira ya lo que las monedas pesan ni lo que valen; cada cual las admite según el precio que la aprobación y curso común las asigna; no se ocupa nadie de la ley de las mi smas, sino de lo que valen en el mercado. Así que, se aprueban igualmente todas las cosas, así la medicina como la geometria, los j uegos de manos y encantamientos, el mal de oj o, las apariciones de los espíritus de l os muertos, los 792 Los protestantes. (N. del T.) 793 Que por haber admitido y proclamado ciertos principios fundamentales se ven luego forzados a defender conclusiones que ellos mismos no aprueban CICERÓN, Tusc. , 11, 2. (N. del T.) pronósticos y los horóscopos y hasta la ridícula i nvestigación de la piedra filosofal ; todo se acepta sin contradicción . Basta con saber que el l ugar de Marte se encuentra en el medio del triángulo de la mano; el de Venus en el dedo pulgar; el de Mercurio en el menique, y que cuando la línea transversal corta la protuberancia de la base del índice, es indicio de crueldad; cuando falta baj o el dedo corazón, y la media natural forma un ángulo con la vital en el mismo lugar, es signo de muerte desgraciada; si en la mano de una muj er la línea natural está abierta y no cierra el ángulo con la vital , cosa es que denota impureza. Apelo a vuestro testimonio para que me declaréi s si en posesión de tanta ciencia un hombre puede figurar como bien reputado y mej or acogido en cualesquiera sociedad y compañía. Decía Teofrasto que el humano conocimiento encaminado por los sentidos podía j uzgar de la razón de las cosas hasta un punto determinado, pero que al llegar a las causas extremas y primeras era preciso que se detuviera o retrocediera a causa de su propia debilidad o de la dificultad de las cosas mismas. Es una opinión que se encuentra en el término medio, que es el más aceptable y reposado, la de creer que nuestra capacidad puede llevarnos al conocimiento de algunas cosas, y que es impotente para explicarse otras en la investi gación de l as cuales es temerario emplearla. Pero es dificil poner trabas al espíritu, cuya índole es ávida y curiosa, y como no se detiene antes de los mil pasos, tampoco se para a los cincuenta; ha conocido por experiencia que lo que uno no pudo descubrir otro lo encontró o lo resolvió, y que lo que era desconocido en un siglo el siguiente lo aclaró; que l as ciencias y las artes no alcanzan desarroll o completo de un solo golpe, sino que se desenvuelven poco a poco, merced al repetido cultivo y pulimento, a la manera como los osos dan forma a sus pequeñuelos lamiéndolos a su sabor; lo que mis fuerzas no pueden descubrir, no dej o de sondearlo ni de experimentarlo, e insi stiendo una y otra vez, removiéndolo y manej ándolo en todos sentidos, procuro al que venga después de mi alguna facilidad para trabaj ar con mayor provecho y para que su labor sea menos espinoso encontrando la materia más flexible y manej able: 496 - - Ut Hymettia sote cera remollescit, tractataque pollice multae vertitur in facies, ipsoque fit utilis usu 794 ; otro tanto hará el segundo con el tercero, en consideración de lo cual la dificultad no debe desesperarme, ni mi impotencia tampoco, porque no es más que la mía. El hombre es tan capaz de conocer todas las cosas como de conocer algunas; y si confiesa, como Teofrasto dice, la ignorancia de las causas y principios primeros, que abandone resueltamente todo el resto de su ciencia; si el fundamento le falta, su razonami ento cae por ti erra; la investigación y controversia no tienen otro fin ni de en detenerse más que ante las causas fundamentales; si tal fin no suj eta su carrera, va a parar indefectiblemente en la i rresolución sin límites. Non potest aliud afio magis minusve comprehendi, quoniam omnium rerum una est de.ftnitio comprehendendi 795. Verosímil es que si el alma supiera alguna cosa, conoceríase meramente a sí misma; y de saber algo, aparte que no fuera el alma misma, ese algo sería su cuerpo y envoltura; sin embargo, hasta 794 Como la cera del Himeto se ablanda con el sol y bajo la presión de los dedos va tomando formas diferentes y haciéndose más dúctil a medida que se la usa más. OVIDIO, Metam., X, 248. (N. del T.) 795 No es posible comprender una cosa más o menos que otra, puesto que el medio de comprensión de todas las cosas es uno solo. CICERÓN, Acad., 11, 4 1 . (N. del T.) el día, los apóstoles de la medicina di scuten sin llegar a ningún fin práctico, cuál sea la anatomía de nuestro organismo: Mulciber in Troj am, pro Troj a stabat Apollo 7% ; ¿ cuándo esperamos que se pongan de acuerdo? Más cerca estamos de nosotros mi smos que de la blancura de la nieve o de la pesantez de la piedra. Si el hombre no se conoce, ¿cómo ha de conocer sus funciones y sus fuerzas? Y no es que seamos incapaces en absoluto de poseer alguna que otra verdad; lo que hay cuando la alcanzamos es por casualidad, en atención a que por idéntico camino, de la misma suerte, acoge nuestra alma los errores; no tiene medio de separar ni di stinguir la verdad de la mentira. Los fi lósofos de la Academia admitían alguna modificación a esta idea, y creían que era en extremo exagerado decir, por ej emplo, «que no nos era más verosí mil sostener que la nieve fuese blanca que negra, y que no estamos más seguros del movimiento de una piedra que nuestro brazo lanza que de la rotación de la octava esfera» . Para evitar principios tales que nuestra mente no puede admitir sino con violencia, aunque sientan que en modo alguno somos capaces de conocimiento y que la verdad yace encerrada en profundos abismos donde la vista humana no puede penetrar, -497- confiesan que algunas cosas son más probables que otras, y admiten en el j uicio humano la facultad de poder inclinarse a unos pareceres más que a otros; en esto solo consentían sin permiti rse llegar a solución ni resolución de ningún género. La opinión de los pirronianos es más atrevida y más verosímil también, pues la inclinación de los académicos, su propensión a admitir una idea antes que otra, ¿ qué es sino el reconocimiento de alguna probabilidad mayor en un obj eto que en otro? Si nuestro entendimiento es capaz de penetrar la forma, los contornos, el porte y cariz de la verdad, podría alcanzarla completa, lo mismo que a medias, naciente e incompleta. Aumentad esa apariencia de verosimilitud que los hace dirigirse antes al lado izquierdo que al derecho; esa onza de probabilidad que inclina la balanza, multiplicada por ciento, por mil, y sucederá al cabo que el platillo caerá completamente y hará la elección de la verdad completa. ¿ Pero cómo se dej an ll evar por la verosimilitud si desconocen la verdad? ¿Cómo saben los caracteres de aquello cuya esencia ignoran? Si nuestras facultades intelectuales y nuestros sentidos carecen de fundamento y de base, si no hacen más que flotar a merced del viento que sopla, sin fundamento ni razón dej amos que nuestro j uicio se incline a ningún punto concreto en la apreciación de las cosas, cualesquiera que sea la verosimilitud que éstas puedan presentarnos; y el más seguro asiento de nuestro entendimiento, al parque el más dichoso, seria aquel en que se mantuviera en calma, derecho e inflexible, sin agitaciones ni conmociones: Inter visa vera, aut falsa, ad animi assensum, nihil interest 797. Que las cosas no penetran en nosotros en su forma y esencia, ni por su fuerza propia y autoridad, vémoslo sobradamente, porque si lo contrario aconteciera recibiríamoslas todos de igual modo: el vino tendria idéntico sabor en l a boca del enfermo que en la del que goza de buena salud; el que padece de grietas en los dedos o los tiene yertos de frio hallarla una resistencia parecida en la madera o el hierro que manej a a la que encuentra el que los tiene sanos y en la temperatura normal . Vemos, pues, que los fenómenos exteriores se rinden a nuestra di screción, acomodándose como nos place en nuestro organismo. Ahora bien, si alguna cosa recibiéramos sin alteración, si las fuerzas humanas fueran sufici entemente capaces y firmes 796 El dios de las herrerías luchaba en contrn, Apelo en pro de Troya. OVIDIO, Trist., 1, 2, 5. (N. del T.) 797 Ninguna diferencia hay entre las apariencias verdaderns o falsas que solicitan el asentimiento de nuestro espíritu. CICERÓN, Acad., 11, 28. (N. del T.) para apoderarse de la verdad por sus propios medios, siendo éstos comunes a todos los hombres, la verdad pasaría de mano en mano de unos a otros, y cuando menos habría algo en el mundo, de tanto como en él exi ste, que se creyera por general y universal consentimiento; -498- pero el hecho de que no haya ninguna idea que dej e de ser debatida y controvertida por nosotros, o que no pueda serlo, muestra bien a las claras que nuestro j uicio natural no penetra con claridad lo que percibe, pues mi entendimi ento no puede hacer que otro admita mis j uicios, lo cual significa que yo los adquirí por virtud de un medio di sti nto al natural poder que permanezca en mí y en todos los hombres. Dej emos a un lado esta confusión sin límites que se ve entre los mi smos filósofos, y ese perpetuo y universal debate del conocimiento de las cosas; pues está fuera de duda que los hombres en nada están de acuerdo, y no me olvido de incluir a los más sabios ni a los más capaces, ni siquiera en que el cielo esté sobre nuestras cabezas; los que de todo dudan ponen también esto en tela de j uicio, y los que niegan que seamos aptos para comprender cosa alguna, dicen que no hemos adivinado siquiera que el cielo está sobre nosotros. Las dos opiniones examinadas son evidentemente las más importantes. Además de esta diversidad y división infinitas, fácil es convencerse de que nuestro j uicio es voluble e inseguro por el desorden e incertidumbre que cada cual en sí mismo experimenta. ¿De cuántas maneras di stintas no opinamos de las cosas? ¿Cuántas veces no cambiamos de manera de ver? Aquello que yo aseguro hoy, aquello en que creo, asegúrolo y créolo con todas mis fuerzas; todos mi s instrumentos y mis resortes todos se apoderan de tal opinión y respóndenme de ella cuanto pueden y les es dable; yo no podría alcanzar ninguna verdad ni tampoco guardarla con seguridad mayor; ella posee todo mi ser por modo real y verdadero; mas, a pesar de todo, ¿no me ha sucedido, y no ya una vez, sino ciento y mil, todos los días, abrazar otra idea con la ayuda de idénticos instrumentos y de la misma suerte, que luego he considerado como fal sa? Lleguemos siquiera a la prudencia a nuestras propias expensas. Si me engañaron muchas veces mis sentimientos; si mis conclusiones son ordinariamente fal sas e infiel la balanza de que di spongo, ¿ qué seguridad mayor que las otras puede inspirarme la última idea? ¿No es estúpido dej arse engañar tantas veces por el mismo guía? Y, sin embargo, que el azar nos cambie quini entas veces de lugar, que llene y desaloj e como en un vaso, en nuestro j uicio, las ideas más contradictorias y antitéticas; siempre la presente, la última, es la cierta y la infalible: por ella debemos abandonarlo todo, bienes, honor, salvación y vida. Posterior. . . res illa reperta perdit et i mmutat sensus ad prístina quaeque. 798 -499- Predíquesenos lo que se quiera, sea cual fuere lo que aprendamos, sería preciso acordarse siempre de que es el hombre el que enseña y el hombre mismo el que acepta la doctrina; mortal es la mano que nos lo presenta y mortal la que lo recibe. Únicamente las cosas que nos vienen del cielo tienen autoridad y derecho de persuasión; ellas sólo llevan impresa la huella de la verdad, la cual tampoco vemos con nuestros oj os, ni acogemos con nuestros naturales medios, pues tan grande y tan santa imagen no podría encerrarse en tan raquítico domicilio, si Dios para ello no la preparara, si Dios no le reformara y fortificara por virtud de su gracia y favor particular y sobrenatural . Al menos debiera nuestra condición, siempre suj eta a error, hacer que nos conduj éramos con moderación y recato 798 T.) La última cosa que impresiona nuestro espíritu la aparta de las primeras. LUCRECIO, V, 1 4 1 3. (N. del mayores en nuestros cambios; cualesquiera que sean las especies que, nuestro entendimiento acoj a, debiéramos recordar que recibimos con frecuencia las falsas y que con los mismos instrumentos defendemos la verdad que combatimos el error. No es por tanto extraordinario que los hombres se contradigan, siendo tan propensos a inclinarse y a torcerse por las causas más nimias. Es evidente que nuestra concepción, nuestro j uicio todas las facultades de nuestra alma en general , se modifican según los movimi entos y alteraciones del cuerpo, las cuales no cesan ni un momento. ¿No tenemos el espíritu más despierto, la memoria más pronta, la comprensión más viva en estado de salud que cuando estamos enfermos? El contento y la alegría, ¿ no nos hacen ver los obj etos que se presentan a nuestra alma opuestamente a como nos los muestran la tri steza y la melancolía? ¿Pensáis, acaso, que los versos de Catulo o de Safo sonrien a un viej o avaro e impotente como a un j oven vigoroso y ardiente? Cleómenes, hij o de Anaxándridas, hallándose enfermo, fue reprendido por sus amigos de caprichos nuevos y en él no acostumbrados. «Ya lo creo, repuso aquél ; como que no soy el mismo que cuando gozaba de salud cabal ; puesto que cambió mi naturaleza, cambiaron también mis gustos o inclinaciones. » En los embrollos de nuestros tribunales óyese esta frase: Gaudeat de bona fortuna, que se aplica a los delincuentes cuyos j ueces están de buen temple o son dulces y benignos, pues es indudable que las sentencias son unas veces más severas, espinosas y duras, otras más suaves y propensas a la disculpa; tal que salió de su casa con el dolor de gota, la pasión de los celos o incomodado por el latrocinio de su criado, como lleva el alma tinta y saturada de cólera, no hay que dudar que su dictamen dej e de propender hacia esa pasión. Aquel venerable senado areopagita juzgaba durante la noche temiendo que la vi sta de los acusados corrompiera su j usticia. La atmósfera misma y la serenidad del cielo imprimen en nosotros mutaciones Cicerón interpretó así : - 500 - y cambios, como declara un verso griego que Tales sunt hominum mentes, quali pater ipse Juppiter auctifera lustravit lampade terras. 799 No son sólo las fiebres, los brebaj es y los desórdenes del organi smo lo que da en tierra con nuestro juicio; las cosas más insignificantes le trastornan, y no hay que poner en duda, aunque nosotros no lo advirtamos, que si la continua calentura puede aniqui lar nuestra soo. alma, la terciana también la altera proporcionadamente Si la apoplej ía adormece y extingue por compl eto la vi sta de la inteligencia, no hay que dudar que el resfriado no l a obscurezca también. Por todo lo cual apenas si puede encontrarse durante todo el curso de nuestra vida una sol a hora en que nuestro j uicio se encuentre en su debido asiento; nuestro cuerpo está suj eto a tan continuos cambios, constituido por tantas clases de resortes, que yo creo lo mismo que los médicos que no haya siempre alguno que se sal ga de su lugar. Además los males no se descubren fácilmente; para ello precisa que sean extremos e irremediables, tanto más cuanto que la razón camina siempre torcida, coj eando, lo mismo con la mentira que con la verdad, de suerte que es bien arduo descubrir sus daños y desarreglos. Llamo yo razón a la probabil idad di scursiva que cada uno se f01ja de ellas puede haber cien contrarias sobre un mismo objeto, pues es un instrumento de plomo y 799 Los pensamientos de los hombres cambian a veces porque el sol alumbre con más o menos intensidad. Cicerón tradujo estos versos de la Odisea, XVIII, 1 35. (N. del T.) 800 Otra causa inducente a error nos domina: las enfermedades, que trastornan el juicio y los sentidos. Y si las grandes lo alteran sensiblemente, no dudo que las pequeñas dejen de producir impresión, proporcionalmente. PASCAL. (N. del T.) cera, alargable, plegable y acomodable a todas las medidas y coyunturas, según la capacidad del que lo maneja. Por honrados que sean los propósitos de un j uez, si no se escucha de cerca, en lo cual pocas gentes se entretienen, la simpatía hacia la ami stad, el parentesco, la belleza o la inclinación a la venganza, y no ya cosas de tanta monta; tan sólo el instinto fortuito que nos mueve a favorecer una cosa más que otra, y que nos facilita, sin el concurso de la razón, aquel a que nos inclinamos entre dos análogos dictámenes, o alguna otra bagatela semej ante, pueden insinuar insensiblemente el j uicio haci a la benevolencia o malevolencia en una causa, y hacer que la balanza se tuerza. Yo, que me espío más de cerca, que tengo incesantemente los oj os tendidos sobre mí, como quien no tiene gran cosa que hacer en otra parte, 501 - - Quis sub Areto rex gel idae m etuatur orae, quid Tiridatem terreat, unice sot securus apenas si me atrevo a confesar la debilidad e insignificancia que encuentro en mí mismo; mi fundamento es tan instable y está tan mal sentado, tan propenso a caer y tan presto a influenciarse por el menor movimiento, y mi vi sta tan desordenada, que en ayunas me reconozco otro que después de la comida; si la salud y la claridad de un hermoso día me sonríen, héteme hombre urbano a carta cabal ; si me duele un callo y me prensa el dedo gordo, héteme hombre desagradable o intratable; el mismo paso del caballo me parece unas veces molesto, otras agradable; el mismo camino unas veces más corto y otras más largo; y un mismo obj eto unas veces más y otras menos simpático; momentos hay en que estoy di spuesto a hacerlo todo, otros en que no me siento capaz de hacer nada; lo que ahora me es grato, otra vez me apenará. Cúmplense en mi persona mil agitaciones casuales e indi scretas; ya el humor melancólico me domina, ya el colérico, y por su privado poderío ciertos momentos predomina en mí la alegría, ciertos otros la tri steza. A veces cuando coj o un libro, advierto en tal o cual pasaj e gracias sin cuento que emocionan mi alma dulcemente; luego las busco de nuevo en el mismo libro e inútilmente le doy vueltas, desaparecieron, se borraron ya para mí . En mis escritos mismos no siempre encuentro el aire de mi primera imaginación; no sé lo que quise decir, y me esfuerzo a veces por corregir y poner un nuevo sentido por haber perdido el hilo del primero, que valía más. Todo en mí se convierte en idas y venidas; mi raciocinio no camina siempre hacia adelante, antes bien se mantiene flotante y vago, Velut minuta magno . man. , vesamente . deprensa navt. s m vento. &02 Muchas veces, y en ocasiones lo hago adrede, tomando como cosa de ej ercicio y di stracción el mantenimiento de una idea contrari a a la mía, aplicándose a ello mi espíritu con ahínco e inclinádose de ese lado, me sujeto de tal modo que no encuentro ya las 801 Le tiene sin cuidado saber qué rey es objeto de temor bajo la Osa helada, o qué es lo que a Tiridate amedrenta. HORACIO, Od., 1, 26, 3. (N. del T.) 802 Como barquilla retenida en alta mar por un viento contrario. CATULO, Epíg., XXV, 1 2 . (N. del T.) huellas de la opinión contraria y me alejo de ella. Déj ome llevar adonde me inclino, de cualquier modo que sea, y me deslizo por mi propio impulso. Cada cual , sobre poco más o menos, diría otro tanto de sí mismo si como yo se mirara y considerara. Los predicadores 502 saben que la emoción que les gana cuando hablan los acalora más en las creencias; todos, cuando la cólera nos domina, defendemos con más brio nuestras ideas, las imprimimos en nosotros y l as abrazamos con mayor vehemencia y aprobación, que encontrándonos pacíficos y en completa calma. Referís sencillamente una causa a vuestro abogado, el cual os responde vacilante y dudoso, y echáis de ver al punto que le es del todo indiferente sostener un partido o el opuesto; pero si le habéi s pagado bien para que aguce el diente y la tome a pechos, entonces toma la cosa en serio y su voluntad empieza a exaltarse, al par de su razón y su ciencia; una verdad clara e indubitable se presenta a su entendimi ento; descubre en él nueva luz, cree aquélla a ciencia cierta, su persuasión es completa. Y en ocasiones, yo no sé si es el ardor que nace de despecho y la obstinación frente a la violencia del magi strado para combatir el daño general o el interés de la propia reputación, lo que hizo a ciertos hombres sostener hasta abrasarse el alma, una opinión que entre sus amigos y en situación tranquila de espíritu no les hubiera calentado ni siquiera la yema de los dedos . Los movimientos y sacudidas que nuestra alma recibe por las pasiones corporal es ej ercen sobre ella una gran influencia, pero tienen aun mayor poderio las suyas ropias, a las cuales está fuertemente li gada de tal modo que quizás pueda sostenerse que no tiene otro movimiento que el que producen sobre ella l os vientos que la agitan y que sin el influj o de los mi smos permanecería quieta como un navío en alta mar, al cual los vientos abandonaron . Quien mantuviera este principio conforme a la opinión de los peripatéticos no nos engañaría mucho, puesto que está probado que las acciones más hermosas del alma proceden y han menester del impulso de las pasiones. El valor, dicen aquéllos, no se puede alcanzar sin la asi stencia de la cólera; semper Ajax forlis, forlissimus - - lamen in furore 803 ; ni se persigue a los malos ni a los enemigos con vigor bastante si la cólera no nos domina. El abogado debe inspirar la ira a los j ueces para alcanzar de ellos j usticia. La sed de riquezas movió a Temí stocles, a Demóstenes y lanzó a algunos filósofos a soportar trabajos y vi gilias y a emprender viaj es dilatados; la misma pasión nos lleva al honor, a profesar determi nada doctrina y a desear la salud, que son fines útiles . La cobardía del alma para soportar las desdichas y las tristezas, engendra en la conciencia la penitencia y el arrepentimiento, y nos hace sentir el azote de Dios para nuestro castigo y las mi serias de la corrección de nuestros semej antes; la compasión aguij onea la clemencia; -503- la prudencia que sirve para conservarnos y gobernamos se aviva por nuestro temor; ¿cuántas acciones hermosas no reconocen por móvil la ambición, cuántas la presunción? Ninguna virtud potente y suprema dej a de reconocer por causa la pasión. ¿ Y no será ésta una de las razones que movió a los epicúreos a descargar a Dios de todo cuidado y solicitud en las cosas de nuestra vida, puesto que ni los efectos mismos de su bondad pueden tocarnos sin agitar nuestro reposo por medio de las pasiones, que son como el incentivo y la solicitación que encaminan al alma a las acciones virtuosas, o bien pensaron de otro modo y creyeron que son como movimientos tempestuosos que arrancan violentamente al alma de su tranquilo asiento? Ut maris tranquillitas intelligitur, nulla, ne minima quidem, aura jluctus commovente: sic animi quietus el placalus status cernitur, quum perturbatio nulla esl, qua . moven queat 804 . 803 Ajax siempre valiente, pero valentísimo cuando el furor le mueve. CICERÓN. Tusc., I V, 23. (N. del T.) Así como comprobamos la calma del mar cuando ni el más leve soplo mueve sus ondas, así también juzgamos que el alma está serena y tranquila cuando no hay en ella ninguna pasión que pueda agitarla. CICERÓN, Tusc., V, 6. (N. del T.) 804 ¿ A qué diferencia de apreciaciones, y a cuántas opiniones encontradas no nos lleva la diversidad de las pasiones que batallan dentro de nosotros? ¿Cuál es, por consiguiente, la seguridad que puede inspirarnos cosa tan instable y movible, suj eta por natural condición al transtorno y al desorden, y que j amás camina sino con forzado y a aj eno paso? ¿ Si nuestro j uicio mismo es víctima de enfermedad y perturbación; si por ello se ve forzado a considerar las cosas loca y temerariamente, cuál es la seguridad que podemos esperar de él? Atrevimiento grande es el de los filósofos al considerar que los hombres realizan acciones y se asemej an más a la divinidad cuando se encuentran fuera de sí, en estado de furia e insensatez; vamos camino de la enmienda merced a la privación y amodorramiento de nuestra razón; las dos sendas naturales para entrar en el palacio de los dioses y prever el destino son el furor y el sueño. Todo lo cual es peregrino: por el transtorno con que las pasiones alteran nuestra razón, hétenos convertidos a la virtud, y por la extinción de la misma, a que el furor o el sueño nos llevan, nos trocamos en profetas y adivinos. Jamás hubiera podido yo encontrarme en más cabal acuerdo. Lo que a la filosofia por mediación de la verdad sacrosanta inspiró contra sus generales proposiciones, o sea que el estado tranquilo de nuestra alma, el más sosegado, el más sano que los filósofos puedan imaginar, no es la mejor situación de nuestro espíritu, porque nuestra vigilia está más dormida que nuestro sueño; nuestra prudencia es menos moderada que la locura; nuestros ensueños aventaj an a la razón, y el peor lugar donde podamos colocarnos reside en nosotros mismos. ¿Pero suponen los filósofos 504 poder suficiente en las criaturas para advertir que cuando del hombre se desprendió el espíritu, tan clarividente, grande y perfecto, y mientras el mismo espíritu permanece en él tan i gnorante, terrestre y ciego, es una voz que parte del espíritu la que se alberga en el hombre ignorante y obscuro, y por consi guiente increíbl e? Yo no tengo experiencia grande de esas agitaciones vehementes, porque mi temperamento es débil y mi complexión reposada; la mayor parte de ellas sorprenden de súbito nuestra alma sin darla tiempo para reconocerse, pero esa pasión que según el común sentir la ociosidad engendra en el corazón de la j uventud, aunque se desarroll e lentamente, representa sin duda, para los que intentaron oponerse a su desarrollo, la fuerza de aquellos grandes trastornos que nuestro j uicio experimenta. En otra época me propuse mantenerme firme para combatirla y rechazarla, pues tan lej os estoy de ser de aquellos que buscan los vicios, que ni siquiera los sigo cuando no me arrastran; sentíala nacer, crecer y aumentar a despecho de mi resistencia, y por fin agarrarme y poseerme, de tal suerte que, cual si estuviera desvanecido, la imagen de las cosas comenzaba a parecerme di stinta que de costumbre; indudablemente veía abultarse y crecer los méritos del obj eto que yo deseaba, y advertía que se engrandecían e inflaban merced al viento de mi imaginación; las dificultades de mi empresa facilitarse y allanarse, mi razón y mi conciencia perder la brúj ula. Mas luego que se evaporó este ardor, al momento, como iluminada por la claridad de un relámpago, mi alma adquirió luz nueva, diferente estado, j uicio di stinto; las dificultades de alej arme me parecían grandes o invencibles, e idénticos obj etos mostráronseme con cariz bien diferente a como el calor del deseo me los había presentado. ¿Cuál de los dos aspectos era el verdadero? Los pirronianos nada saben sobre este punto. Jamás estamos libres de dolencias; las calenturas tienen sus grados de calor y de frio; de los efectos de una pasión ardorosa caemos en otra helada: cuanto me había lanzado adelante, otro tanto fue mi retroceso: - - Qualis ubi alterno procurrens gurgite pontus, nunc ruit ad forras, scopulosque superjacit undam spumeus, extremamque sinu pefundit arenam; nunc rapidus retro, atque aestu revoluta resorbens . ) Ittusque . 805 " " vado 1 abente re) mqutt. saxa, e: tugit, El conocimiento de mi propia volubilidad engendró en mi cierta constancia de opiniones; así que, apenas si ha modificado las naturales y primeras que recibí ; sea cual fuere la verosimilitud que en lo nuevo pueda haber, yo no 505 me inclino a ello fácilmente, porque temo perder en el cambio, y como no me siento capaz de escoger, déj ome guiar por otro y me mantengo en el lugar en que Dios me colocó: si así no obrara, rodaría incesantemente. Así, merced a la bondad divina pude sostenerme íntegro, sin agitación ni transtomos en la conciencia, en las antiguas creencias de nuestra religión al través de tantas sectas y opiniones como nuestro siglo ha producido. Los escritos de los antiguos, hablo de los más notables, sólidos y vi gorosos, ej ercen sobra mí grande influencia y me llevan donde quieren; el autor que l eo me parece siempre el más fundamental, creo que todos tienen razón, cada cual cuando le toca el tumo aunque prediquen opiniones contrarias. Esta facilidad que gozan los buenos escritores de convertir en verdadero o verosímil todo lo que quieren, y el que nada haya por peregrino que sea con que no puedan engañar una sencillez parecida a la mía, es una demostración evidente de la debilidad de sus pruebas. El cielo y las estrellas se movieron durante tres mil años, todo el mundo lo creyó así hasta que Cleanto el samiano, o según Teofrasto, Nicetas de Siracusa sentaron la opinión de que era la tierra la que se movía, por el círculo oblicuo del zodíaco, dando vueltas alrededor de su ej e; y en nuestra época, Copémico ha demostrado tan bien esta doctrina, que la ha puesto en armonía con la marcha de todos los cuerpos celestes : ¿qué deducir de aquí sino que debe importársenos poco cuál sea el cuerpo que realmente se mueva? ¡ Quién sabe si de aquí a mil años una tercera opinión echara por tierra los dos pareceres precedentes! - - Sic volvenda aetas commutat tempora rerum : quod fuit in pretio, fit nullo denique honore; porro aliud succedit, et e contemptibus exit, inque dies magi s appetitur, floretque repertum . est morta1 es mter . 1 audI" bus, at mua honore. 806 Así que, cuando se nos muestra alguna doctrina nueva, tenemos motivos sobrados para desconfiar y para suponer que, antes de presentarse la misma en el mundo, la contraria gozaba de crédito y estaba en boga; y como la moderna acabó con la antigua, podrá suceder que se le ocurra a alguien en lo porvenir un tercer descubrimiento que destruirá del mismo modo el segundo. Antes de que las doctrinas de Aristóteles gozaran de universal aprobación, otros principios contentaban l a razón humana, como aquéllas la gobiernan actualmente. ¿ Qué privilegio tienen éstas para que la marcha de nuestra invención se detenga en 506 ellas ni para que a las mi smas en lo venidero permanezca suj eta nuestra creencia? En manera alguna están exentas de ser abandonadas, como no lo estuvieron las que reinaron antes. Cuando con algún argumento sólido se me invita a convencerme de - 805 - Como el mar impulsado por alternativas fuerzas, primero avanza tierra adentro, cubre de espuma las rocas y se extiende por extensos arenales, y luego retrocede rápido arrastrando consigo las piedras que antes trajera y deja la playa descubierta. VIRGILIO. Eneida, XI. 624. (N. del T.) 806 Conforme el tiempo transcurre va cambiando el valor de las cosas; la que era antes apreciado no merece ahora ninguna estimación; ha venido a ocupar su puesto algo distinto que antes era menospreciado a su vez, y ahora cada día con vehemencia mayor es de todos apetecido, y goza de gran predicamento e inagotables alabanzas. LUCRECIO, V, 1 2, 75. (N. del T.) algo nuevo, creo de buen grado que si yo no puedo rebatirlo, otro lo derribará por mí, pues dar crédito a todo cuanto no podemos negar, seria simplicidad grande, y ocurriria además, siguiendo tal inclinación, que las creencias del vulgo, y todos lo somos, darían tantas vueltas, como una veleta; pues el alma del mi smo, como es débil y sin resistencia, veriase forzada a admitir constantemente di stintas ideas; la últi ma borraría todas las precedentes. Quien se reconozca sin fuerzas bastantes para argumentar debe responder, según costumbre, que reflexionará sobre el particular, o remitirse a los más avi sados de quienes ha recibido la instrucción. ¿ Cuánto tiempo hace que la medicina exi ste? Dícese que un médico moderno, nombrado Paracel so 807, cambia y desmenuza toda la doctrina antigua, y sostiene que hasta el presente aquella ciencia no había servido sino para matar a los hombres. Yo creo de buen grado que probará bien su aserto, mas poner su vida a prueba de sus nuevas experiencias creo que no seri a muy prudente. No hay que creer lo que dice todo el mundo, reza el proverbio, porque entre todos lo dicen todo. Un hombre amigo de novedades y cambios en las ideas que sobre las cosas de la naturaleza profesamos decíame, no ha mucho, que la antigüedad había albergado evidentemente ideas erróneas en lo relativo al viento a sus movimientos, y prometió demostrármelo si tenía la paciencia de escucharle. Luego que hube puesto alguna atención para oír el sus argumentos; que eran de todo en todo verosímiles, díj ele: «Cómo, pues, ¿los que navegaban con arreglo a los principios de Teofrasto iban a parar al Occidente cuando vagaban hacia Levante? ¿Marchaban extraviados o reculando? -El azar los llevaba a buen camino, me repuso, pero realmente se engañaban . » Yo le repliqué que prefería proceder según los resultados que según la razón; verdad que con frecuencia se contradicen. Se me ha demostrado que en la geometría, que se considera como la más cierta entre todas las ciencias, hay demostraciones evidentes, contrarias a lo que la experiencia nos enseña. Santiago Peletier 808 me dij o un día estando en mi casa que había ideado dos líneas, las cuales encaminándose la una hacia la otra no llegaban a tocarse hasta el infinito, y así lo probaba. Los pirronianos emplean todos sus argumentos y razones para destruir lo que la experiencia nos dicta; maravilla 507 el considerar hasta qué punto les acompañó en tal designio la flexibilidad de la razón humana para combatir la evidencia de las cosas, pues llegan hasta demostrar que no nos movemos, que tampoco hablamos, que no hay cuerpos pesados y que el calor no exi ste, con igual fuerza de argumentos como se prueban las cosas más verosímiles. Tolomeo, que fue un hombre eminentí simo, fij ó en su época los limites del universo; todos los antiguos fi lósofos creyeron saber hasta dónde llegaba salvo algunas excepciones, : las i slas apartadas que podían escapar a su conocimi ento. Hace mil años se habria considerado como pirroniano a quien hubiera puesto en duda la ciencia cosmográfica y l as opiniones recibidas por todos en este punto; habría sido una herejía creer en la exi stencia de los antípodas; mas he aquí que en nuestro siglo se ha descubierto una dilatadí sima extensión de tierra firme, y no ya una i sla, no una región particular, sino una superficie casi igual en magnitud a la que antes nos era conocida. Nuestros, geógrafos : no dej an de asegurar que ahora ya todo está vi sto y todo está hallado: - - Nam quod adest praesto, placet, et pollere videtur. 809 807 Porque Paracelso trató de echar por tierra las obras de Galeno y Avicena e intentó sustituir con la filosofía hermética las tradiciones de la ciencia antigua. (N. del T.) 808 Santiago Peletier, matemático, poeta y gramático; nació en el Mans, en 1 5 1 7 y murió en París en 1 582. (N. del T.) 809 Pues lo que tenemos presente nos agrada y nos parece más estimable que todo lo demás. LUCRECIO, V, 14 1 1 . (N. del T.) Falta saber, puesto que a Tolomeo le engañaron sus cálculos, y razonamientos en lo antiguo, si no será una simpleza fiarme en lo que los modernos me dicen, y si no es lo seguro que este gran cuerpo que llamamos mundo sea cosa bien diferente de lo que J. uzgamos & 1 0 Platón dice que el universo muda de aspecto constantemente; que el sol , las estrellas y el cielo, cambian a veces el movi miento que vemos de Oriente en Occidente en sentido contrario. Los sacerdotes egipcios contaron a Herodoto que desde la época del primer rey cine tuvieron, hacía once mil años (y de todos l os soberanos le enseñaron las efigies en estatuas que habían sido tomadas del natural), el sol había cambiado cuatro veces su curso; que el mar y la tierra se truecan alternativamente el uno en la otra y que la época en que el mundo nació no puede determinarse. Ari stóteles y Cicerón creen lo mismo, y un fi lósofo moderno asegura que existió siempre, que muere y renace; y para probar su aserto cita los nombres de Salomón e Isaías, a fin de evitar las contradicciones de que Dios ha sido a veces criador sin criatura, que ha estado ocioso, que se desdij o de su ociosidad poniendo su mano en esta obra del mundo, y que, por consiguiente, está suj eto a variación. La más famosa escuela filosófica griega considera al universo -508- como un dios, creado por otro dios más grande, compuesto de un cuerpo y un alma que se halla en el centro del mundo primero y se extiende armónicamente a toda la circunferencia. Este mundo es felicísimo, muy grande, muy sabio, eterno, e incluye otros dioses : la tierra, el mar, los astros, que se relacionan entre sí en agitación armoniosa y perpetua, como si dijéramos en una danza divina, apartándose unas veces, acercándose otras, ocultándose y mostrándose los unos a los otros, cambiando de lugar ya haci a adelante, ya hacia atrás. Heráclito decía que el mundo estaba compuesto de fuego, y conforme a las leyes del destino debía un día inflamarse y convertirse en fuego para renacer nuevamente. De los hombres aseguró . ." . . . 811 stz . Al eJ. andro nott" fitco a su madre 1 a Apu1 eyo, slgluallm morfales, cunellm perpetm relación de un sacerdote egipcio, sacada de los monumentos de este pueblo, que probaba la antigüedad remotí sima del mi smo, y en el que se hablaba además verídicamente del origen y progresos de otros países. Cicerón y Dadero dijeron que la cronología caldaica comprendía hasta cuatrocientos mil años. Ari stóteles, Plinio y otros aseguraron que Zoroastro había vivido sei s mil años antes que Platón; éste afirma que los habitantes de la ciudad de Sais guardaban por escrito memorias de ocho mil años y que Atenas fue edificada mil antes que la dicha ciudad. Epicuro cree que los fenómenos que en este mundo presenciamos y tales como los vemos, se verifi can de idéntico modo en otros mundos, lo cual hubiera sostenido con seguridad mayor si hubiese tenido noticia de la semej anza de los paí ses recientemente descubiertos con el nuestro, así en el presente como en el pasado. En verdad, considerando lo que hemos podido conocer del gobierno del mundo fisico, hame maravil lado a veces el ver a una distancia grandísima de lugares y tiempos las analogías en un número considerable de ideas populares, disparatadas y de creencias salvaj es, las cuales por ningún concepto parecen derivar de nuestra natural condición. ¡ Hacedor grande de milagros es el espíritu humano! Pero esa semej anza tiene todavía algo más de extraordinario, pues se descubre hasta en los nombres y en mil otras cosas, y hay pueblos que j amás tuvieron, que se sepa, ninguna nueva de nosotros en que se practicaba la , 810 Aunque lo que sigue a esta frase parece indicar que por mundo Montaigne entiende el universo. y no la tierra, vese sin embargo que aquí habla de la tierra, cuyos límites cree que no se han encontrado todavía. y que Pascal tuvo razón de censurarle este escepticismo como ignorancia. ERNESTO HAVET. (N. del T.) 81 1 Separadamente son mortales: la especie es la eterna. APULEYO. de Deo Socratis. (N. del T.) 81 2 Esta carta de Alejandro, que no ha llegado a nosotros, era probablemente apócrifa, corno las que conocernos de este héroe en que describe sus e:\-pediciones de la India. (N. del T.) circunci sión sn; otros en que había Estados grandes gobernados por 509 muj eres, sin el concurso de hombres; otros en que había algo equivalente a nuestra cuaresma y ayunos, j unto con la privación de los placeres amorosos; en algunos lugares la cruz era venerada, ya colocándola en las sepulturas, ya en otros sitios; la de san Andrés empleábanla para librarse de las visiones nocturnas, y se servían de ella para preservar de encantamientos a los recién nacidos; en otra parte encontraron una de madera, de gran elevación, que adoraban como dios de la lluvia, la cual estaba, plantada lej os del mar, bien adentro en la tierra firme, viose en algunas regiones una visible representación de nuestras penitencias, el uso de mitras; el celibato eclesiástico; el arte de adivinar por medio de las entrañas de los animales sacrificados; la abstinencia de toda clase de carnes y pescados para alimentarse; la costumbre de emplear los sacerdotes un habla particular y no la corri ente en el culto divino; la creencia de que el primer dios había sido vencido por el segundo, que nació después; la idea de que los hombres fueron criados en medio de deli cias, que luego perdieron por el pecado en que incurri eron; la creencia de que fue cambiado su territorio y empeorada su condición natural ; la de que en lo antiguo fueron sumergidos por la inundación de las aguas celestes, y que se salvaron sólo unas cuantas familias guareci éndose en los huecos más altos de las montañas, los cuales taparon de manera que el agua no penetrase, encerrando dentro algunas especies de animales; y que cuando advirtieron que la lluvia cesó hicieron salir al gunos perros que, como volvieran moj ados, juzgaron que el agua apenas había baj ado todavía; luego hicieron salir otros que volvieron llenos de lodo, y entonces salieron a repoblar el mundo, que encontraron lleno de serpientes. Sábese que en algunos países creyeron en el j uicio final , de tal suerte que se sublevaron contra los españoles porque extendían los huesos de los muertos al registrar las riquezas de sus sepulturas, alegando que estos huesos extraviados no podrían luego fácilmente j untarse. Viose también ej ercer el comercio por medio del cambio, sin otro procedimiento diferente, y establecidos ferias y mercados a este fin; enanos y criaturas deformes para ornamento de las mesas; empleo de los balcones para l a caza; subsidios tiránicos; jardines regalados y vi stosos; danzas y saltos complicados; música instrumental ; escudos nobiliarios, j uego de pelota, de dados y otros de azar, en los cuales se exaltaban a veces hasta j ugarse ellos mismos y su libertad, practicábase en al gunos lugares la medicina por encantamientos y sortilegios; encontrose en otros la escritura j eroglífica, la creencia en un primer hombre, padre del género humano; la adoración de un dios que había vivido como hombre en estado de virginidad perfecta, que practicó el ayuno y la penitencia, que predicó la ley natural 5 1 0 y las ceremonias de la religión, y que desapareció de la tierra milagrosamente; la creencia en los gigantes; la costumbre de emborracharse con ciertos brebaj es y el hábito de beber a competencia; viéronse igualmente ornamentos religiosos en que había pintadas osamentas y cabezas de muertos, vestiduras sacerdotales, agua bendita e hi sopos; muj eres y criados que se hacían quemar y enterrar con el marido o con el amo cuando éstos morían; establecida la ley de que los primogénitos heredaran todos los bienes, no dejando a los segundos parte alguna, y sí sólo la obligación de obedecer; costumbre en la institución de algunos empleos de grande autoridad de que el que los recibía adoptara un nombre nuevo y dej ara el que hasta entonces había usado; costumbre de poner cal en la rodilla del niño recién nacido, diciéndole al propio tiempo: «De la tierra vini ste y en tierra te convertirás»; y el arte de los augurios. Estos vagos asomos de nuestra religión, que se muestran palmarios en algunos de los ej emplos citados, dan testimonio de la dignidad divina, y prueban que no solamente se insinuó en todas las naciones infieles del mundo - - - - 81 3 Montaigne amontona aqtÚ todos estos relatos tal y como los encontró en algunas relaciones sin cuidarse de examinar si son reales o ficticios. Pueden leerse detallados, casi de igual modo que en estas páginas se transcriben, en la Historia de la Conquista de Méjico, de Solís, y en el Comentario Real del Inca Garcilaso de la Vega. (C.) antiguo por al gunas huellas, sino también en las del nuevo, merced a una común y sobrenatural inspi ración, pues tuvieron éstas igualmente la creencia en el purgatorio, con l a sola diferencia d e que para ellas en lugar d e fuego habría en él u n frío polar, y suponía que las almas habían de ser castigadas y purgadas merced a los rigores de una frialdad extrema. Y este ejemplo me recuerda otra graciosa diversidad de costumbres : así como se encontraron pueblos que gustaban aligerar el extremo del miembro, cortando el pellej o a la mahometana y a la j udía, hubo otros que hicieron tan grave caso de conciencia, de no aligerarlo, que se servían de cordoncitos para mantener la piel cuidadosamente estirada y suj eta por encima, de modo que la punta no viese el aire. De la propia, suerte que nosotros honramos a nuestros monarcas y las fiestas a que asi stimos adornándonos con los mej ores vestidos que tenemos, en algunas regiones, para mostrar di sparidad y sumisión a su rey, los súbditos se presentaban a él con sus traj es más harapientos; al entrar en el palacio se ponían uno viej o y desgarrado sobre el bueno, a fin de que todo el brillo y ornamento pertenecieran al amo. Pero sigamos con nuestros argumentos . Si la naturaleza comprende dentro de los lí mites de su progreso ordinario como todas las demás cosas las creencias, j uicios y opiniones de los hombres; si todos estos atributos tienen también sus revol uciones, sus épocas, nacimiento y muerte, como las coles; si el firmamento influye sobre ellos y los hace rodar con él, ¿ qué autoridad magi stral ni fundamental podemos atribuirlos? Si por experiencia tocamos y palpamos que la constitución de nuestro ser 5 1 1 depende del aire, del clima y del terruño en que nacemos, y no ya sólo el tinte, la estatura, la complexión e inclinaciones, sino también las facultades del alma; el plaga caeli non solum ad robur corporum, sed etiam animorum facit 8 1 4, dice Vegecio; si la diosa fundadora de la ciudad de Atenas eligió para situarla la región en que - - reinara un ambiente que hiciera a los hombres prudentes, conforme los sacerdotes egipcios dij eron a Solón, Athenis tenue caelum, ex quo etiam acutiores putantur Attici, erassum Thebis; itaque pingues Thebani, et va/entes 8 15; de suerte que como los vegetales y los animales difieren según los climas, acontece lo propio con los hombres, quienes por idéntica causa son más o menos belicosos, j ustos, moderados o dóciles; aquí suj etos al vino, allá al robo y a la luj uria, en unos sitios inclinados a la superstición, en otros a la incredulidad; aquí propenden a la libertad, allá a la servidumbre; en unos l ugares son aptos para el cultivo de las ciencias o las artes, en otros son groseros y en otros ingeniosos; ya obedientes, ya rebeldes, buenos o malos, según la naturaleza del clima en que viven, y adquieren complexión diferente de la que antes tuvieron, como las plantas; por eso Ciro no consintió que los persas abandonaran su paí s, cubierto de fragosidades y montañas, para trasladarse a otra región más llana, considerando que las tierras feraces y de dulce clima hacen a los hombres floj os, y las fértiles convierten en estériles los espíritus; si vemos ya florecer un arte, ya otro, ya una creencia, ya otra diferente, merced a la influencia atmosférica; que tal siglo cría ciertas naturalezas e inclina al género humano a esta o a la otra tendencia, y el espíritu de los hombres ya vigoroso, ya raquítico como nuestros campos, ¿adónde van a parar todas las hermosas prerrogativas de que nos vanagloriamos? Puesto que un hombre sabio puede engañarse, y cien pueblos enteros, y hasta la naturaleza humana yerra durante siglos en unas cosas o en otras, ¿qué fij eza podemos tener en que a veces dej e de engañarse ni de que en el siglo en que vivimos dej e de incurrir en error? Paréceme que entre otros testimonios de nuestra debilidad, el siguiente no debe echarse en olvi do: ni siquiera por deseo vehemente acierta el hombre a encontrar lo que le preci sa: no ya sólo experimentalmente, ni siquiera en imaginación ni deseo podemos acomodarnos 814 La naturaleza del clima influye en el desarrollo corporal, así como en la conformación del espíritu. VEGECIO, 1, 2. (N. del T.) 815 El ambiente de Atenas es tenue, sutil, por lo cual los atenienses se distinguen por su perspicacia; el de Tebas, denso, de donde viene que los tebanos sean rudos y vigorosos. CICERÓN, de Falo. (N. del T.) con aquello de que habríamos menester para nuestro contentamiento. Dej emos a nuestra mente tej er y destej er a su sabor, tampoco será capaz de desear lo que la es propio para sati sfacerse: 512 - - Quid enim ratione timemus, aut cupimus?, quid tam dextro pedo concipis, ut te ? Sl conatus non paemteat, vottque peractt . 6 · · " Por eso Sócrates no pedía que los dioses le concedieran sino aquello que conforme al j uicio de los mismos pudiera serie saludable; y los rezos de los lacedemonios así los públicos como los particulares, iban simplemente encaminados a que les fueran otorgadas las cosas buenas y hermosas, dej ando a la di screción del supremo poder la elección y escogitamiento de las mismas : Conjugium petimus, partumque uxori s; at illis ) fi Sl notum, qut puen , qua tsque utura stt uxor 7 : . . " . y los cristianos ruegan a Dios «que su voluntad se cumpla»,para no ir a dar en la desdicha en que la mitología nos dice que cayó el rey Midas, quien suplicó a la divinidad que todo cuanto tocara se convirtiese en oro; su ruego fue escuchado, y el vino que bebía trocose en oro, lo mismo que el pan que comía, el lecho en que reposaba, su camisa y sus vestiduras; de suerte que se vio agobiado baj o el goce que le procuró la realización de sus deseos, y sumido en una dicha insoportable, siéndole necesario rogar de nuevo para quitársela de encima: Attonitus novitati mali, divesque, mi serque effugere optat opes, et, quae modo voverat, odit. 8 1 8 De mí mismo diré que habiendo soli citado de la fortuna, cuando j oven, como el mayor de sus favores, la orden de San Miguel , que era entonces el mayor y más singular honor de la nobleza francesa, me fue dado disfrutar de tal distinción, ¡ pero de qué modo! En vez de realzarme y elevarme del lugar que antes ocupaba, merced a tan honorifi ca posesión, aquélla me trató de suerte diferente, pues la humilló hasta el nivel de mis hombros y aun más baj o todavía. Cleobi s y Bitón, Trofonio y Agamedes rogaron, los primeros a su diosa y los últimos a su dios, que les concediera una recompensa digna de la piedad que albergaban en sus pechos, y el presente que recibieron fue la muerte: ¡ de tal modo los j uicios celestes difieren de los nuestros en punto al conocimiento de nuestras necesidades! 8 1 6 ¿Cuál es la razón de nuestros temores o de nuestros deseos? ¿Tuviste acaso la fortuna de concebir algo de que más tarde no te arrepientas, aun siéndote el éxito favorable? JUVENAL, Sat., X, 4. (N. del T.) 8 1 7 Pedimos mujer y deseamos descendencia, mas sólo los dioses saben quién será nuestra esposa, quiénes nuestros hijos. JUVENAL, Sat., X, 352. (N. del T.) 8 1 8 Atormentado por tan e:\1raño suplicio, desea librarse de estas riquezas que le reducen a la indigencia más extremada y odia lo que antes apeteciera, OVIDIO, Metam., XI, 1 28. (N. del T.) Podría Dios otorgarnos las riquezas, los honores, la vida y la salud mi sma, en ocasiones en peij uicio nuestro; pues no nos es saludable todo lo que nos es grato. Si en lugar 5 1 3 de la curación nos envía la muerte o el empeoramiento de nuestros males, virga tua, el baculus llms, ipsa me consolata sunt 8 19, hácelo por razones de su providencia, la cual considera con mi rada infalible lo que nos conviene, y nosotros carecemos de capacidad para saberlo. Aceptémoslo buenamente como todo lo que emana de una mano sapientí sima y amiga: - - Si consilium vi s: permittes ipsis expendere numinibus, quid conveniat nobis, rebusque sit utile nostrí s. Caríor est illis horno quam sibi &20 : pues solicitar de los dioses honores y cargos, es pedir que nos lancen en un combate, en medio de los azares, o de cualquiera otra complicación, cuya salida es i ncierta y dudoso el fruto. Ninguna lucha tan empeñada ni ruda como la que sostienen los fil ósofos sobre la cuestión de conocer cuál sea el soberano bien del hombre. Varrón calcula que de tal pendencia nacieron doscientas ochenta l cinco sectas. Qui autem de summo bono dissentit, de tola philosophiae ratione disputat 82 : Tres mihi convivae prope di ssentire videntur, poscentes varío multum diversa patato: Quid dem?, quid nom dem? Renuis tu, quod j ubet alter; quod peti s, id sane est invi sum acidumque duobus. &22 Así debía responder la naturaleza a tantas cuestiones y debates. Los unos dicen que nuestro bien reside en la virtud; los otros en el placer; algunos en no contrariar ni violentar las propias inclinaciones; quién asegura que en la ciencia; quien que en la carencia de dolor; quién en no dej arse llevar por las apariencias. A esta opinión se asemeja la sentencia de Pitágoras : Nil admirarí , prope res est una, Numici, C" . so1 aque, quae posstt tecere et servare beatum &23 , 819 Tu vara y tu báculo han sido mi consuelo. Salmo XXII, 4. (N. del T.) He aqtÚ mi consejo: deja que los dioses nos den lo que nos convenga, lo que ellos saben que es para nosotros provechoso . . . Los dioses aman al hombre más que él se ama a sí mismo. JUVENAL, Sat., X, 3 16. (N. del T.) 821 Disintiendo acerca de lo que sea el sumo bien del hombre se cae en forzoso desacuerdo sobre la totalidad de la doctrina filosófica. CICERÓN de Finibus, V, 5. (N. del T.) 822 Tengo a mi mesa tres convidados, cada cual con gusto diferente, cada cual deseoso de comer cosas distintas. ¿Qué les daré?, ¿qué no les daré? Tú rechazas lo que otro apetece; lo que tú deseas es desagradable para los otros dos. HORACIO, Epís., 11, 2, 6 1 . (N. del T.) 823 No admiramos de nada, amigo Numicio, es acaso el medio único y solo que puede damos y conservamos la felicidad. HORACIO, Epís. , 1, 6, l . (N. del T.) 820 que es el ideal de la secta pirroniana. Atribuye Ari stóteles a magnanimidad el no admirar nada, y Arquesilas decía que el fundamento de la rectitud e inflexibilidad del j uicio eran los vicios y los males. Verdad es que en lo que sentaba como axioma apartábase de los pirronianos, los cuales -5 1 4- cuando dicen que el bien supremo reside en la ataraxia, que es la quietud absoluta del j uicio, no pretenden dignificarle de una manera afirmativa; pero el movimiento mismo del alma; que les hace huir de los precipicios y ponerse a cubierto del sereno, muéstrales tal idea y les hace rechazar otra. Cuan vivamente desearía yo, mientras me encuentro en esta vida, que algún sabio, Justo Lipsio 824, por ej emplo, que es el hombre más docto que nos queda, y cuyo espíritu culto y mesurado guarda analogía tan grande con el de Tumebo, tuviera voluntad, salud y reposo suficientes para ordenar en un registro, según sus divi siones y sus clases, con curiosidad y buena fe, las opiniones todas de la antigua filosofia sobre nuestro ser y nuestras costumbres y controversias; el crédito de que gozaron todas estas ideas; si los filósofos practi caron las máximas que enseñaron, y en fin, todo lo memorable y ej empl ar, digno siempre de ser consignado. No cabe duda que tal libro sería útil y hermoso. En suma, si con las luces de nuestro propio espíritu pretendemos reglamentar nuestras costumbres, ¿ a cuántas confusiones n o nos lanzamos? L o que nuestra razón nos aconsej a d e más cuerdo es que cada cual obedezca las leyes de su país, como recomi endan los preceptos de Sócrates, inspirados, dice, por la sabiduría divina, con lo cual manifiesta que nuestros deberes no tienen otra pauta que la fortuita. La verdad debe tener un carácter idnético y universal . Si el hombre conociese la verdadera esencia de la rectitud y la j usticia, no las supondría inherentes a las costumbres de esta o aquella regi ón, ni supondría tampoco que residen en las costumbres de los persas o en las de los indios. Nada como las leyes está suj eto a más continua mutación; desde que yo vine al mundo he vi sto cambiar hasta tres o cuatro veces las de los ingl eses 825 , nuestros vecinos, y no ya sólo las políticas, lo cual sería menos peregrino, sino las que tocan a lo más importante que pueda existir sobre la tierra, a la religión, cosa que me avergüenza y desconsuela por tratarse de una nación con la que mi familia tuvo unión íntima de parentesco; en mi casa se guardan todavía testi monios de ello. En nuestro propio paí s he vi sto tal causa que nos exponía a la pena capital convertirse en legítima; nosotros, que mantenemos otras, estamos abocados, según la incertidumbre de la fortuna guerrera, a ser un día criminales de lesa maj estad humana y divina, si nuestra j usticia cae en manos de la inj usti cia, y en el espacio de pocos años -5 1 5- l as cosas mudan por compl eto. ¿ Cómo podía aquel , dios de la anti güedad 826acusar en la mente humana la ignorancia del ser divino y enseñar a los hombres que la religión no era sino invención, terrena, propia a unir los unos a los otros, declarando a los que consultaban sus luces que el verdadero culto de cada uno era el que veía observado por la costumbre en el lugar en que había nacido?, ¡ Oh Dios! ¡ qué reconocimiento tan grande es el que debemos a la benignidad de nuestro Criador soberano por haber libertado nuestras creencias de esas devociones vagabundas y arbitrarias; por haberl as llevado al eterno fundamento de la palabra santa ! ¿ Qué nos responderá a esto la filosofia? «Que sigamos las leyes de nuestro paí s», es decir, ese flotante mar de las opiniones de un pueblo o de un príncipe, que me pintarán la j usticia con colores tan diversos y la modi ficarán de tantos modos como cambios haya en sus pasiones respectivas. Mi j uicio no puede ser tan flexible ni acomodaticio. ¿Qué clase de bondad es la que ayer gozaba de predicamento y mañana se 824 Justo Lipsio, que sostuvo con Montaigne relaciones por correspondencia, ha cumplido, a lo menos en parte, este deseo en su obra sobre el estoicismo, titulada Manuductio ad stoicam philosophiam. Este trabajo no vio la luz hasta 160 1 , doce años después de muerto Montaigne, y es probable que no hubiera dejado a éste muy - satisfecho. (J. V. L.) 825 En efecto, de 1 534 a 1 558 Montaigne pudo ver a los ingleses, o más bien a la corte de Inglaterra, cambiar cuatro veces de religión. (N. del T.) 826 Apolo. (N. del T.) desacredita, ni la que el curso de un río convierte en crimen? ¿ Qué verdad la que esas montañas li mitan y que se trueca en mentira para los que viven más allá? &27 No dejan de ser graciosos cuando para imprimir a las leyes alguna certidumbre aseguran que las hay firmes, perpetuas e inmutables, y que éstas se llaman naturales por estar selladas en el género humano, por la condición peculiar de la propia esencia de éste; de éstas quien fij a el número en tres, quien en cuatro, unos más y otros menos, prueba evidente de que en ello hay igual incertidumbre como en todo lo demás. En verdad son infortunados los que así se expresan, pues no puedo escribir otro nombre al consi derar que de un número tan infinito de leyes no se encuentre ni una siquiera que el azar o la casualidad hayan hecho aceptar universalmente por general aquiescencia de todas las naciones. Así que, la única prueba verosímil por la cual puedan imponer algunas naturales es la universalidad de su aprobación, pues aquello que la naturaleza nos hubiera recomendado practicaríamoslo 5 1 6 por general consenti miento, y no sól o cada pueblo en general, sino también cada individuo en particular, advertirían la violencia y la fuerza que les produciría quien pretendiera desviarlos de esa l ey. Muéstrenme para que la vea una sola en que se emplean esas condiciones. Protágoras y Arístón no suponían otro fundamento en la justicia de las leyes que el parecer y autoridad del legislador, y consideraban que si se prescindía de esta circunstancia, hasta la bondad y la honradez perdían sus méritos respectivos, quedando reducidas a nombres huecos y a cosas indiferentes. Trasímaco en - - Platón entiende que no hay más derecho que la ventaj a del superior. No hay cosa sobre la tierra en que mayor variedad se encuentre que en las costumbres y en las leyes; lo que aquí es abominable considérase allá como digno de encomio; como por ej emplo en Lacedemonia la sutileza en el robar. Los matrimonios entre parientes se prohíben rígorosamente entre nosotros; en otras partes se honran tales uniones: Gentes esse feruntur, in quibus et nato genitrix, et nata parenti . . . . amore &2& ; J. ungttur, et ptetas gemmato cresctt los parricidios, la cesión de las muj eres, los tráficos, robos y licencias; toda suerte de voluptuosidades, toda clase de extravíos, nada hay, en suma, por loco, insensato u horrible que no se encuentre recibido por el uso de alguna nación. Creíble es que exi stan leyes naturales como se ve entre las demás criaturas, pero entre nosotros se perdieron . Esta hermosa razón humana, ingiriéndose en todo como señora y soberana, enturbió y confundió el aspecto de las cosas conforme a su vanidad e inconstancia: nihil itaque amplius nostrum est; quod nostrum dico, artis est 829. Todas las 82 7 En verdad si el hombre la conociera (la justicia), no habría sentado esta máxima, la más general de todas las existentes entre los mortales, de que cada cual siga las costumbres de su país: el resplandor de la verdadera equidad habría sujetado a todos los miembros, y los legisladores no hubieran tornado por modelo en lugar de esta justicia constante, las fantasías y caprichos de los persas y de los alemanes. Veríamosla asentada en todos los Estados del mundo y en todos los tiempos, mientras no vemos casi nada justo o injusto que no cambie de calidad al mudar de clima. Tres grados de elevación sobre el polo echan por tierra toda la jurisprudencia. Un meridiano decide de la verdad; en contados años de vigor las leyes fundamentales cambian; el derecho tiene sus épocas. La entrada de Saturno en el signo del león nos señala el origen de tal crimen. ¡ Singular justicia la que el curso de un río limita! verdad aquende los Pirineos, error allende. PASCAL. (N. del T.) 828 Pueblos hay en que las madres se unen con sus hijos y las hijas con sus padres: en ellos el amor familiar se acrecienta con estos nuevos vínculos. OVIDIO, Metam., X, 33 1 . (N. del T.) 829 Nada es nuestro de un modo absoluto: lo que yo digo que es nuestro es una pertenencia del arte. (N. del T.) cosas ofrecen matices di versos y se prestan a consideraciones varias, lo cual engendra la diversidad de opiniones: una nación l as examina por un lado, detiénese en él, y otra por otro. Nada tan horrible de imaginar como el comerse a su propio padre. Los pueblos que antiguamente practicaron esta costumbre tomáronla, sin embargo, como testimonio de piedad y afección intensas, buscando con ella conceder a sus progenitores la más digna y honrosa sepultura, aloj ando en sí mismos y como en su misma médula el cuerpo y las reliquias de sus padres, vivificándoles en algún modo y regenerándolos por la trasmutación en su carne viva por medio de la digestión y la nutrición. Fácil es considerar 5 1 7 lo abominable y cruel que hubiera sido a los oj os de estos hombres, acostumbrados y empapados en superstición semej ante, el arroj ar en la ti erra los despoj os de los que los engendraran para que se corrompieran y fueran devorados por los gusanos. Licurgo no ve en el robo más que la vivacidad, diligencia, arroj o y destreza que supone el apoderarse de algo que pertenezca al prójimo, y la utilidad pública que se sigue de que cada cual mire con interés mayor aquello que le pertenece, estimando que de ambas cosas (ataque y defensa) se alcanzaba gran provecho para la disciplina militar, que era la principal virtud y la ciencia primordial a que quería encaminar y habituar a su nación; méritos que su entender aventaj aban al desorden e inj usticia de prevalecerse de los aj enos bienes. Dionisio el tirano ofreció a Platón una túnica a la moda persa, larga, adamascada y perfumada; Platón la rechazó diciendo que como había nacido hombre, por nada del mundo se vestiría de muj er; pero Aristipo la aceptó fundamentándose en esta otra razón : «Que ningún atavío podía corromper un valor sano y vigoroso. » Censuraban sus amigos su cobardía por haber tolerado que el tirano le escupiera en el rostro, y el filósofo respondió: «También los pescadores sufren de buen grado que las ondas del mar bañen su cuerpo de los pies a la cabeza por atrapar un mi serable pececillo.» Diógenes estaba lavando sus berzas, y viendo pasar a Aristipo, le dij o: «Si supieras vivir con coles no serías el cortesano de un tirano»; a lo cual Aristipo repuso: «Y si tú supieras vivir entre los hombres no estarías ahí lavando coles.» He aquí cómo la razón procura argumentos para probarlo todo: es un j arro con dos asas que puede cogerse del lado derecho lo mismo que del izquierdo: - - Bellum, o terra hospita, portas : bello armantur equi ; bellum haec armenta minantur. Sed tamen idem olim curru succedere sueti quadrupedes, et frena j ugo concordia ferre, S O spes est pacts. J · Recomendábase a Solón que no vertiera lágrimas impotentes e inútiles por la muerte de su hijo: «Por eso precisamente las derramo, contestó, porque son impotentes o inútiles. » La muj er de Sócrates agravaba, su pesar porque l os j ueces le hacían morir inj ustamente, a lo cual su marido repuso: «Pues qué, ¿desearías más bien que me hicieran morir j ustamente?» Nosotros llevamos las orej as aguj ereadas; los griegos consideraban esta costumbre como testimonio de esclavitud y servidumbre; nos ocultamos para -5 1 8- gozar de las muj eres : los indios las di sfrutan públicamente. Los escitas inmolaban a los extranjeros en sus templos: en otras partes los templos eran lugar seguro de franquicia: 830 ¡Oh tierra hospitalaria ! ¿Acaso te preparas para la guerra? Equipados están tus corceles, y estos fogosos animales son como el presagio de próximos combates. Mas a veces los caballos que uncidos a un carro lo arrastran obedientes al blando yugo son esperanza de paz. VIRGILIO, Eneida, III 539. (N. del T.) Inde furor vulgi ; quod numina vicinorum odit quisque locus, quum solos credat habendos S esse deos, ques tpse co) tt 3 1 : · " He oído hablar de un j uez, que, cuando encontraba algún conflicto dificil de resolver entre Bartolo y Baldo 83 2, escribía en la margen de su libro: «Cuestión para el amigo»; con lo cual quería significar que la verdad estaba tan embrollada y debatida en el pasaj e, que si se terciaba una causa análoga podria favorecer a quien mejor se le antoj ara. Sólo por falta de destreza podía dej ar de adoptar en todo igual criterio. Los abogados y j ueces de nuestra época encuentran en todas las causas razones de sobra para resolverlas conforme a su capricho. En una ciencia tan complicada, que depende de la autoridad de tantas opiniones, y de un asunto tan arbitrario, no puede acontecer que no nazca una peregri na confusión de j uicios. De suerte que por claro que aparezca un proceso los pareceres sobre el mismo se diversifican; lo que uno entiende de un modo, otro lo entiende de otro, y a veces uno mismo de di stintos modos en di stintas ocasiones. De lo cual vemos ej emplos a diari o merced a licenci a semej ante, que mancha la ceremoniosa autoridad y brillo de nuestra j usticia, al no fijar concretamente el sentido de las leyes y al correr de unos a otros j ueces para decidir de una misma causa. Cuanto a la libertad de las opiniones filosóficas en punto a la virtud y al vicio, entre ellas se encuentran muchas mej or para calladas que para escritas, a fin de evitar el contagio de los espíritus floj os. Arcesilao decía que en la luj uria no había que considerar por qué lugar se pecaba: Et obscaenas voluptates, si natura reguirit, non genere, aut loco, aut ordine, sedforma, aetate, figura, metiendas Epicuras putat. . . Ne amores quidem sanetos a sapiente alienos esse arbitrantur. . . Quaeramus, ad quam usque aetatem juvenes amandi sint 833. Estos dos últimos lugares 5 1 9 estoicos sobre el amor de los j óvenes y l a censura - - de Dicaerco a Platón mismo, prueban que la filosofia más sana cae en las licencias del uso común . Las leyes adquieren autoridad con el uso y el arraigo. Es peligroso referirlas al punto de donde emanaron . Ennoblécense rodando, como los ríos; seguid el curso de éstas en dirección contraria a la corriente hasta llegar al lugar donde nacen, y no veréis más que una fuentecilla apenas perceptible, que al envej ecer se enorgullece y fortifica. Ved as antiguas razones que imprimieron el primer impulso a ese famoso torrente, lleno de dignidad, que al par inspira reverencia y horror, y las encontraréi s tan ligeras, tan deleznables, que las gentes que lo aquilatan todo, y todo lo examinan con las luces de la razón, y que nada admiten por autoridad ni a crédito, no es maravilla que juzguen a veces de un modo que se alej a de los pareceres comunes. Son éstas gentes que toman por patrón la imagen primordial de la naturaleza, y no es por tanto extraordinario que en la mayor parte de sus ideas se extravíen del camino trillado. Pocos de entre ellos hubieran aprobado las 831 De aqtÚ el furor con que las gentes de cada país odian las divinidades de los países vecinos, creyendo sin duda que no debe haber más dioses que los que ellos solos veneran. JUVENAL, XV, 37. (N. del T.) 832 Bartolo, uno de los mas célebres jurisconsultos de los tiempos modernos: nació en Sasso-Ferrato, ciudad de la Umbría, hacia el año 1 3 1 3 y murió en Perusa en 1 356. -Baldo (Bernardino), abad de Guastala, nació en Urbino en 1 553, murió en 1 6 1 7 y fue uno de los hombres más sabios de su tiempo. (N. del T.) 833 En cuanto a los placeres obscenos, supuesto que nuestra naturaleza los reclama, cree Epicuro que no se debe atender al nacimiento, a la posición, o al rango social, sino a la forma, a la edad o a la figura. CICERÓN, Tusc. quaest., V, 33. -Los estoicos opinan que no debe privarse al sabio de los placeres honestos del amor. CICERÓN, de Finibus bonorum et malorurn, III, 90. -Investiguemos, dicen los estoicos, hasta qué edad es lícito amar a las jóvenes. SÉNECA, Epíst. 1 23 . (N. del T.) formalidades impuestas a nuestros matrimonios; la mayor parte prefirieron tener muj eres comunes a varios, sin obligación para con ellas, y rechazaron toda suerte de ceremonias, análogas a las nuestras. Decía Crisipo que un fil ósofo puede dar una docena de volteretas, hasta cuando va sin calzones por unas cuantas aceitunas. Este filósofo no hubiera aprobado la conducta de Clistenes, que se negó a conceder la mano de su hij a Agari sta a Hipodóclides, por haberle visto hacer equilibrios infantiles sobra una mesa. Metroclo dej ó escapar un pedo un tanto indi scretamente en una di sputa, hallándose delante de sus discípulos; luego, de vergüenza, se metió en su casa sin querer sali r, hasta que Crates le fue a ver, y añadiendo a sus consolaciones y razones el ejemplo de su cinismo se puso a expeler ventosidades en competencia con él, y le purgó de escrúpulos; además llevola a su secta estoi ca, que era más franca, haciéndole abandonar la peripatética, mucho más urbana, y que hasta entonces había seguido. Lo que nosotros ll amamos decoro, lo que nos impide hacer al descubierto aquello que debe practicarse privadamente, los estoicos lo llamaban tontería; añadían que es alardear de melindroso el no reconocer lo que la naturaleza, la costumbre y nuestras propias, inclinaciones pregonan y proclaman. Estimábanlo vicio, j uzgando que era denigrar el valor de los mi sterios de Venus el apartarlos del santuario de su templo para exponerlos a la vi sta del pueblo. Creían que descorrer el velo que ocultaba estos j uegos era envilecerles; que la vergüenza, el recelo, la circunspección y la reserva en el goce de los placeres del amor, constituyen una parte de la estima en que los tenemos; y que la voluptuosidad se ocultaba muy ingeniosamente 5 20 baj o la máscara de la virtud para no ser prostituida en medio de las encrucij adas, pi soteada y menospreciada a los oj os del pueblo, echando de menos el decoro y ventaj as de sus acostumbrados recintos. Por eso algunos aseguran que acabar con los burdeles públicos es no solamente extender por todas partes la luj uria que se cobij a en esos lugares, sino además aguij onear en los hombres el mismo vicio a causa de la dificultad de sati sfacerlo: - - Moechus es Aufidiae, qui vir, Scaevine, fui sti : rivali s fuerat qui tuus, ille vir est. Cur aliena placet tibi, quae tua non placet uxor? &34 numqut" d securus non potes arngere?. . Experiencia semej ante se comprueba con mil ej emplos análogos: Nullus in urbe fuit tota, qui tangere vellet uxorem grati s, Caeciliane, tuam, dum l icuit: sed nunc, positi s custodibus, in�ens turba fututoruni est. Ingeniosus horno es. s 5 Preguntaron lo que hacía a un filósofo a quien sorprendieron en el momento mismo en que se hallaba practi cando el acto amoroso, y respondió sin inmutarse: «Estoy plantando 834 Tú que fuiste esposo de Aufidia, Scevino, eres ahora su cortejo� el que antes fue tu rival es ahora su esposo. ¿Por qué te agrada como mujer de otro la misma que no te agradaba cuando era tu propia mujer? ¿Es que al estar seguro de su posesión no te inspiraba ningún deseo? MARCIAL, III, 70. (N. del T.) 835 Cuando todo el mundo podía acercarse libremente a tu mujer, Ceciliano, en toda la ciudad no se hallaba un hombre que la quisiera ni gratis; pero ahora que has llenado tu casa de guardianes acuden los pretendientes en tropel. MARCIAL, 1, 74. (N. del T.) un hombre»; ni más ni menos que si se le hubiera vi sto plantar aj os, m se avergonzó stqutera. Sin duda a causa del respeto un padre de la Iglesia &J6 considera que ese acto debe necesariamente ocultarse, y efectuarse pudorosamente, puesto que en la licencia de las uniones cíni cas no podía suponer que la faena tuviera fin, sino que se complacían en los movimi entos lascivos para mantener el descaro de que la secta hacía gala, y que para lanzar al exterior todo cuanto la vergüenza guardaba reprimido y oculto tenían luego necesidad de buscar la sombra. No penetró el santo suficientemente toda la magnitud de la licencia, pues Diógenes, ej erciendo en público su masturbación, formulaba en presencia de las gentes que le veían el deseo «de poder saciar su vientre restregándolo» . Preguntado por qué no buscaba otro lugar más conveniente para comer que las calles y las plazas, respondió que también sentía el hambre en plena calle. Las muj eres que se agregaban a la secta de los cínicos uníanse también a sus personas en cualquier lugar y sin miramiento alguno. Hiparquia fue recibida en la sociedad de Crates con -52 1 - la condición de seguir en todas las cosas los preceptos de la regl a de éste. Estos filósofos concedían a la virtud elevado precio y rechazaban todas las demás disciplinas de la moral , de suerte que en todas sus acciones reconocían la autoridad soberana en su conciencia colocándola por cima de las leyes, no imponiendo otra barrera a la sati sfacción de los deseos que la moderación propia y el respeto de la l ibertad aj ena. Heráclito y Protágoras, por aquello de que las personas enfermas encuentran el vino amargo y las que están sanas agradable; porque el remo parece torcido cuando está dentro del agua y derecho cuando está fuera, y otros fenómenos análogos que los objetos muestran, argumentaron que todas las cosas ll evan en sí mi smas las causas de las particularidades que presentan; que en el vino hay algo de amargo que se asimila el paladar del enfermo; en el remo cierta condición de curvatura que ve el que lo mira en el agua, y así de lo demás. Todo lo cual viene a significar, que todo está en todas las cosas y por consiguiente nada en ninguna, porque nada hay donde todo se encuentra. Este principio trae a mi memoria la experiencia que todos tenemos, o sea que no hay sentido ni interpretación, derecho o torcido, amarga o dulce, que el espíritu humano dej e de hallar en los escritos que regi stra. De la palabra más terminante, pura y perfecta, ¿cuánta fal sedad e impostura no se hace nacer? ¿Qué herejía dej ó de hallar testimonios y fundamentos sobrados para encontrar crédito? Por eso los que pregonan el error j amás prescinden del auxilio que les presta la interpretación de las palabras. Queriendo probarme un hombre digno de respeto por medio de testimonios verídicos la investigación de la piedra filosofal, en cuyo inquirimiento está sumergido, mostrome poco ha cinco o sei s pasaj es de la Biblia en los cuales me decía que se fundamentaba para descargo de su conciencia, pues la persona a que aludo es un eclesiástico. Y a decir verdad, la razón que encontró acomodábase no mal a la defensa de aquella hermosa ciencia. Por semej antes medios ganan crédito los adivinos. No hay pronosticador, con tal de que posea autoridad bastante para que se examine lo que dice, y se busquen con interés todos los escondrijos y matices de sus palabras, a quien no se haga decir con verosimilitud todo cuanto se quiera, como a las Sibilas. Hay tantí simos medios de interpretación que es bien dificil que un espíritu ingenioso no encuentre, a tuertas o a derechas, en todas las cosas, lo que se proponga hallar. Por eso vemos un estilo nebuloso y ambiguo en al gunos escritos con tanta frecuencia, el cual tan de antiguo gozó de predicamento. Que un autor cualquiera acierte a interesar y a dar quehacer a la posteridad, cosa que a veces se consigue más por la casualidad que por el talento; -522- que por fineza de espíritu o por torpeza se muestre algo obscuro o contradictorio, y no haya cuidado, los comentadores le achacarán lo que dij o y lo que no dij o. Esto es lo que dio crédito a muchos engendros insignificantes 836 SAN AGUSTÍN, de Civil. Dei, XIV, 20. (N. del T.) y a muchos escritos, y lo que recargó de consideraciones diversas una misma idea y un mismo si stema. ¿ Es posible que Homero haya querido decir todo cuanto se le ha hecho decir, y que se haya prestado a tan opuestas interpretaciones que los teólogos, los legisladores, los capitanes, los filósofos y toda suerte de gentes, cuya misión es tratar de l as ciencias, por diversa y contrariamente que las traten, se apoyen en él, y por él quieran demostrar algunos de sus aciertos? Maestro competente en todas las artes, en todas las obras y en todos los oficios, y general consej ero en todas las empresas, quienquiera que haya tenido necesidad de oráculos y predicciones los encontró siempre en el poeta. Un amigo mío, hombre doctí simo, ha acertado a ver en Homero admirables cosas en pro de nuestra religión; y no hay quien le saque de su idea: Homero quiso decir cabalí simamente cuanto él encuentra. El autor de la Iliada le es tan familiar como al que más; pero lo que mi amigo encuentra en favor de nuestras creencias muchos antiguos lo vieron en beneficio de las suyas. Ved cómo se comenta a Platón : todos se enaltecen aplicándose sus doctrinas a sí mi smos, y las llevan del lado que se les antoj a; se le pasea y se le mezcla en todas las nuevas opiniones que el mundo recibe; se le pone en oposición con él mismo, conforme al diferente curso de las cosas; se le hace que desapruebe las costumbres lícitas de su siglo cuanto que son ilícitas en el nuestro. Y todo con viveza y energí a, según que poseo ambas cuali dades el espíritu del intérprete. Sobre el principio de Heráclito de que todas las cosas encierran en sí mismas las apariencias que muestran, Demócrito sacaba una conclusión enteramente contraria, a saber: que los obj etos no tenían ninguno de los aspectos que nosotros encontramos en ellos; y del hecho que la miel sea dulce al paladar de los unos y amarga para el de los otros, deducía que no era ni dulce ni amarga. Los pirroni anos dirían que no saben si es dulce o si es amarga, o ni lo uno ni lo otro, o las dos cosas a la vez, pues siempre van a dar al punto más elevado de la duda. Los cirenaicos creían que nada había perceptible exteriormente, y que sólo somos capaces de advertir las cosas interiores, como el dolor y el placer, no reconoci endo ni el color ni el tono de los mi smos, sino solamente ciertas afecciones que se nos presentan; y aseguraban que el hombre no podía ej ercitar su juicio en otra parte. Protágoras opinaba que para cada cual es verdadero lo que tal cree. Los epicúreos colocan en los sentidos el fundamento de todo j uicio, en el conocimiento de las cosas y en la voluptuosidad. Platón quiere 523 que el conocimiento de la verdad y la verdad misma, alej ados de las opiniones y de los sentidos, pertenezcan exclusivamente a espíritu y a la cogitación. Este principio me lleva a hablar de nuestros sentidos, en los cuales yace el principal fundamento y la más palmaria prueba de nuestra ignorancia. Todo cuanto se conoce llega sin duda a nosotros por la facultad de conocer, pues como el j uicio proviene de la operación del que juzga, natural es que esta operación la lleve a cabo por los medios y voluntad de que di spone, y no por impulso aj eno, como acontecería si llegáramos al conocimiento de las cosas por la fuerza y conforme a la ley de su esencia misma. Así pues, toda noción llega a nosotros por conducto de los sentidos, que son nuestros dueños soberanos: - - Via qua munita fidei · e · pectus, temp1 aque mentt· s. 83 7 proxtma tert humanum m 837 Son los caminos por los que la luz del conocimiento penetra en el alma del hombre, en el santuario de su inteligencia. LUCRECIO, V, 103. (N. del T.) Por ellos comienza la ciencia y en ellos se resuelve. Después de todo no sabriamos más que una piedra si no tuviéramos noticia de que exi sten el sonido, el olor, la luz, el sabor, la medida, el peso, la blandura, la dureza, la aspereza, el color, la suavidad, la anchura, la profundidad; ellos forman el plan y los principios de todo el edifi cio de nuestra ciencia, y según algunos el término ciencia equivale al de sentimiento. Quien me llevara a negar el poder de los sentidos me dej aria indefenso; no podría hacerme obj eción más capital : son el principio y el fin del humano conocimiento: Invenies primis ab sensibus esse creatam notitiam veri, neque sensus posse refelli . . . Quid ma ore fide porro, quam sensus, haberi debet? 83 t Aminórese cuanto se quiera su poderío, siempre habrá de concederse que por su mediación se alcanza toda la instrucción que poseemos. Dice Cicerón que Crisipo, habiendo intentado echar por tierra la virtud y fortaleza de los sentidos, llegó a imaginar argumentos acomodados a su tesi s, pero que no pudo llegar a explicarla. Cameades, que sostenía la opinión contraria, repúsole: « ¡ Ah desdichado, tu propia fuerza te ha perdido! » A nuestro entender no hay absurdos mayores que los de sostener que el fuego no calienta y que la luz no alumbra; que en el hierro no hay pesantez ni resi stencia; y que todas ésas son nociones que los sentidos nos comunican; ni creencia o ciencia humanas, que puedan compararse en certidumbre a las citadas. 524 - - La primera consideración que viene a mi mente en punto a nuestros órganos es la de poner en duda que el hombre se encuentre provi sto de todos los naturales. Yo veo muchos animales que viven exi stencia cabal y perfecta, los unos sin vi sta, los otros sin oído. ¿Quién sabe si a nosotros nos faltan también uno, dos, tres o varios sentidos? Caso que de alguno estemos desposeídos, nuestra razón no es capaz de advertir la falta. Privilegio es de nuestros órganos el ser el último límite de las cosas que percibimos. Nada hay más allá de ellos que nos pueda servir a descubrirlo, y a veces ni siquiera uno de nuestros sentidos puede llegar a descubrir el otro: An poterunt oculos aures reprehendere?, an aures tactus?, an hunc porro tactum sapor arguet ori s?, S . an contiutabunt nares, ocul tve revmcen?. 3 9 · Todos ellos son el límite extremo de nuestra facultad. Seorsum cuique potestas S . est, sua vt s cmque est. 40 dtvtsa · · · 838 El conocimiento de la verdad nos es suministrado en primer término por los sentidos a los cuales no es posible negar eficacia. ¿Hay algo que sea más digno que ellos de inspirarnos confianza absoluta? LUCRECIO, IV, 479,483. (N. del T.) 839 ¿Podrá el oído corregir las sensaciones de la vista, o el tacto las del oído? ¿el gusto, preservar de las ilusiones del tacto, o ser éste contradicho por el olfato o por la vista? LUCRECIO, IV, 487. (N. del T.) Es imposible convencer a un ciego de nacimiento de que no ve, e igualmente imposible hacerl e desear la vi sta ni que lamente la falta de tal órgano; por eso no debemos servirnos del fundamento de que nuestra alma esté contenta y sati sfecha con los que tenemos, en atención a que en ese punto es incapaz de echar de ver su enfermedad e imperfección, en el caso de que ambas cosas fueran un hecho. Imposible es también decir nada al ciego de que hablo que pueda hacer llegar a su imaginación las ideas de luz, color y vi sta. Nada es capaz de ll evar sus sentidos a l a evidencia. Los ciegos de nacimiento, a quienes vemos desear la vista, realmente i gnoran lo que piden : nos oyeron decir que les falta algo de lo que nosotros tenemos, lo cual nombran acertadamente, lo mismo que sus efectos y consecuencias, pero sin embargo no saben lo que es, ni siquiera de una manera aproximada. He conocido a un caballero, de buena casa, nacido ciego, o que quedó sin vi sta de edad tan tierna que i gnora qué cosa sea ver. Está tan poco noticioso de lo que le falta, que usa y emplea como nosotros las palabras que designan el fenómeno de la visión, y las aplica de un modo que por entero le pertenece. Presentándole un niño de quien era padrino, cogiole en sus brazos y exclamó: « ¡ Hermosa criatura! ¡ da gusto verla! ¡ qué oj os tan alegres ! » Como cualquiera de nosotros, dirá: «Esta sala es agradable; hoy está sereno; hace un sol espléndido. » Más todavía: como sabe que nuestros 525 ej ercicios acostumbrados son la caza, el j uego de pelota y el tiro al blanco, por haberlo oído decir, tomó cariño a tales di stracciones y cree ej ercer en ellas idénti ca parte que los demás; anímase y complácese, sin que la vi sta a ello le ayude, con el grito de «Ahí va una liebre», cuando se encuentra en alguna gran explanada en que puede cazarse; luego se le dice que la liebre fue atrapada, y hétemelo tan orgulloso de su presa como oye decir que los demás están . Coge la pelota con la mano izquierda y la lanza con la pala con todas sus fuerzas; di spara el arcabuz y se da por sati sfecho cuando los que le acompañan le dicen que apuntó alto, o que tocó cerca del blanco. ¿ Quién sabe si el género humano comete una torpeza análoga a falta de algún sentido, y si merced a esta circunstancia lo principal del aspecto de las cosas permanece oculto para nosotros? ¿ Quién sabe si las obscuridades que encontramos en muchas obras de la naturaleza provienen también de igual causa, y si muchos fenómenos que vemos en los animales, que superan nuestras facultades, proceden también de igual origen, y si algunos de entre ellos gozan vida más plena que la nuestra? Cuando cogemos una manzana nos servimos casi de todos nuestros sentidos; advertimos en ella el color roj o, la pulidez, el olor y la dulzura; a más de estas propiedades dicho fruto puede tener otras que nosotros no echamos de ver por carecer de sentidos que las adviertan . En las propi edades que llamamos ocultas en muchas cosas, como la del imán de atraer al acero, ¿no es verosímil que en la naturaleza haya facultades sensitivas propias para juzgarlas y advertirlas y que la carencia de las mismas nos acarree la ignorancia de la esencia verdadera de tales causas? Acaso es cierto sentido particular lo que descubre a los gallos la hora de la mañana y la de la media noche, y los mueve a cantar; lo que enseña a las gallinas antes de que nadie se lo diga a temer al gavilán, y no al pato ni al pavo, que son de mayor tamaño; lo que advierte a los pollos de la naturaleza hostil del gato contra ellos, y a no temer al perro; a prevenirse contra el maullido, que es en cierto modo cariñoso, y no contra los ladridos, que son rudos y pendencieros; a los abej orros, hormi gas y ratones a escoger el mej or queso y las peras mej ores antes de haberlos gustado, y lo que encamina al ciervo, al elefante y a la serpiente al conocimiento de cierta hierba propia para su curación. No hay sentido cuyo influj o no sea grande y que por su mediación no procure un número infinito de conocimientos. Si nos encontráramos privados de la inteligencia de los sonidos, de la armonía y de la voz, esta - - 84° Cada sentido tiene su poder peculiar, su propia esfera de acción, lbid., v. 490. (N. del T.) circunstancia procuraríamos una confusión inimaginable en todos nuestros otros conocimientos; pues además de la misi ón propia de cada órgano, ¿cuántos argumentos, consecuencias y conclusiones -526- no deducimos para otras cosas por la comparación de unos senti dos con otros? Que un hombre inteligente imagine la naturaleza humana nacida sin el sentido de la vi sta, y calcule el desorden e ignorancia que acompañaría a tal ausencia, y cuantas tinieblas y ceguera en nuestra alma. Por donde puede verse de cuánta trascendencia sea para el conocimiento de la verdad; la privación de un sentido, o de dos, o de tres; dado que en nosotros exi sta. Hemos formado una verdad con el apoyo y concurso de los cinco que tenemos, pero acaso fuese necesario el acuerdo de ocho o diez, y su concurso, para advertirla de un modo cierto y en su esencia. Las sectas que combaten la ciencia del hombre apóyanse principalmente en la debilidad e incertidumbre de nuestros sentidos. Como todo conocimiento llega a nosotros por su mediación, si no son exactos en las nociones que nos comunican, si corrompen o alteran lo que del exterior nos transmiten, si la luz que por conducto de ellos corre a nuestra alma se obscurece durante el pasaj e, nuestro conocimiento no tiene fundamento alguno. De esta duda nacieron las siguientes ideas: «Que cada obj eto encierra en sí mismo cuanto en él encontramos»; «que nada es real de lo que creemos ver en él», y la opinión de los epicúreos, según la cual «el sol no es más grande de lo que nuestra vi sta lo j uzga: Quidquid id est, nihilo fertur maj ore figura, quam, nostris oculi s quam cernimus, esse videtur: que las apariencias que hacen ver un cuerpo grande a quien está cercano a el, y más pequeño a quien está lejos, son ambas verdaderas : Nec tamen hic oculos fall i concedimus hitum . . . Proinde animi vitium hoc oculi s adfingere noli &4 1 : afirman otros de una manera absoluta que los sentidos nos transmiten fielmente los obj etos; que precisa suj etarse a lo que nos manifiestan, y alej ar razones di stintas para explicar la diferencia y contradicción que en ellos encontramos, y, hasta inventar cualquier patraña cuando razones no encontramos; hasta, tal extremo llegaron algunos, antes que acusar a aquéllos.» Timágoras j uraba que por oprimirse o estirarse los párpados nunca vio convertirse una luz en dos; y añadía que semej ante apariencia radicaba en la errónea opinión no en el órgano vi sual . De todos los absurdos imaginables, el mayor para los epicúreos es el rechazar la fuerza y efecto de los sentidos: -527- Proinde, quod in quoque est his vi sum tempore, verum est. Et, si non poterit ratio di ssolvere causam, cur ea, quae fuerint j uxtim quadrata. procul sint visa rotunda; tamens praestat rationis egentem reddere mendose causas utriusque figurae, 84 1 Mas en este caso no deberemos decir que los ojos se engañan, ni achacarles un defecto que realmente tiene su asiento en nuestro espíritu. LUCRECIO, IV, 380, 387. (N. del T.) quam manibus manifesta suis emittere quaequam, et vi olare fidem primam, et convellere tota fundamenta, quibus nixatur vita, salusque: non modo enim ratio ruat omnis, vita quoque ipsa concidat extemplo, nisi credere sensibus ausi s praecipitesque locos vitare, et cetera, quae sint, . genere hoc e: . da 1. S42 m tugten Semej ante recomendación, tan desesperada y poco filosófica, n o declara cosa di stinta, sino que la ciencia humana no puede sustentarse más que por medio de razones irrazonables, locas y descabelladas; pero que sin embargo es preferible que el hombre, para acreditar su autoridad, se sirva de ellas y de cualquiera otro remedio, por quimérico que sea, antes que reconocer su torpeza irremediable, verdad que tan poco le favorece. No puede rechazar que los sentidos no sean los soberanos dueños de la ciencia que posee; pero el hecho es que son inciertos, y propenden al error en cualquier circunstancia. Contra esta aseveración evidente se levanta en contradicción, y si las fuerzas legítimas le faltan, como sucede en realidad, va derecho, a la testarudez, a la temeridad y al cinismo para encontrar en ellos armas. Si lo que los epicúreos afirman fuese cierto, a saber, «que carecemos de todo conocimiento, si son falsas las representaciones de los sentidos»; y si fuera verdad lo que los estoicos afirman, «que las representaciones de los sentidos son tan falsas que no pueden dar lugar a ciencia alguna», podemos concluir, fundamentándonos en esas dos grandes escuelas dogmáticas, que la ciencia no existe. En punto al error e incertidumbre de las operaciones de los sentidos pueden procurarse tantos ej emplos como les plazca: tan frecuentes son los errores a que nos conducen . Cuando el eco le repercute en un valle el sonido de una trompeta que suena una legua detrás de nosotros semeja precedemos : Exstantesque procul medio de gurgite montes, classibus inter quos liber patet exitus: iidem apparent, et longe divolsi licet, ingens insula, conjunctis tamen ex his una videtur. . . - 528 - Et fugere ad puppim colles campique videntur, quos agimus praeter navim, veli sque volamus . . . Ubi i n medio nobis equias acer obhaesit tlumine, equi corpus transversum ferre videtur . et m . adversum fl umen contrudere rapttm . . S43 vts, 842 Así pues, lo que los sentidos nos enseñan es verdad ahora y siempre. Si la razón no puede descubrir la causa de que los objetos que de cerca son cuadrados de lejos parezcan redondos, preferible es explicar esta doble apariencia mediante un razonamiento falaz que supla la falta de positivas razones a dejar que se escape de nuestras manos la verdad revelada por los sentidos, que pierda el conocimiento su apoyo más firme y que se destruyan los cimientos sobre que descansa nuestra vida y nuestra conservación; porque no es sólo la razón la que se hunde, es la vida entera, que descansa también sobre el testimonio de los sentidos, pues que sin ellos no podria el hombre librarse de caer en los precipicios que halla a su paso ni evitar otros muchos peligros que le rodean. LUCRECIO, IV, 500. (N. del T.) Cuando con el dedo índice se toca un balín de arcabuz, estando el del corazón entrelazado por la parte superior de aquél , precisa hacerse violencia para reconocer que no hay más que uno; de tal modo los sentidos nos representan dos. Que éstos sean muchas veces dueños del raciocinio y le obliguen a recibir impresiones que conoce y j uzga falsas, vese a cada momento. Dej ando a un lado el del tacto, cuyas funciones son más cercanas, vivas y substanciales, el cual tantas veces da en tierra, por los efectos dolorosos que comunica a nuestro cuerpo, con las más estoicas resoluciones, y obliga a exhalar alaridos a quien implantó heroicamente en su alma; «que el cólico como cualesquiera otra enfermedad y dolor es cosa indiferente que carece de fuerzas para aminorar en nada la dicha soberana y la bienandanza en que el filósofo se coloca por vi rtud del vigor de su espíritu», no hay ánimo por floj o que sea, a quien el redoblar de los tambores y el sonido de las trompetas dej e de alentar, ni tan duro que no se sienta despertado y acariciado por los dulces acordes de la música. Ninguna alma hay tan ruda que no se sienta movida a reverencia al considerar el vasto recinto de nuestras iglesias, rodeado de mi sterio; la diversidad de los ornamentos y el orden de las ceremonias; al oír la santa armonía de los órganos, y el timbre religioso y tranquilo de l as voces del coro; hasta los que trasponen con indiferencia los umbrales de nuestros templos experimentan como un temblor en sus pechos, algún temor que los hace desconfiar de la eficacia de sus ideas. Por lo que a mí toca, en modo alguno me siento suficientemente fuerte para escuchar con fri aldad los versos de Horacio o de Catulo cantados por una garganta armoniosa y una boca j oven y linda; Zenón decía bien cuando sentaba que la voz constituye la esencia de la belleza. Han querido hacerme creer que un hombre a quien todos los franceses conocemos me obligó a aceptar como buenos, recitándomelos, unos versos que había compuesto; que no eran lo mismo en el papel que en el aire, y que mis oj os juzgaron de diverso modo que mis oídos; de tal suerte la pronunciación realza y avalora las obras que 529 de ella dependen . Por lo cual Filoxeno no montó en cólera al oír entonar malamente una de sus composiciones, sino, que pateó e hizo añicos unos ladrillos que pertenecían al recitador, diciéndole: «Rompo lo que es tuyo, como tú corrompes lo que es mío.» ¿ Por qué hasta los mismos que recibieron la muerte con ánimo varonil apartaron la faz para no ver el golpe que soportaban? Los que para el cuidado de su salud desean y solicitan que se les ampute o cauterice, ¿por qué son incapaces de resistir la vi sta de los aprestos, utensilios y la operación del ciruj ano, puesto que los oj os no tienen participación ninguna en el dolor? ¿No son estos ej emplos buena prueba del predominio que los sentidos ej ercen sobre la razón? Inútil es que sepamos que esas trenzas recibiéronse prestadas de la cabeza de un paj e o de un lacayo, que ese carmín vino de España, y esa blancura y pulidez del mar - - Océano; la vista nos fuerza a encontrar a la dama más linda y apetitosa contra todo viso de razón, pues todos esos atractivos son pegados : Auferimur cultu; gemmi s, aurorque teguntur crimina: pars minima est ipsa puella sui . Saepe, ubi sit quod ames, inter tam multa requiras: 843 Montañas que surgen en medio del mar, por entre las cuales podrían cruzar grandes navíos, parecen vistas de lejos una masa compacta; corno si las diversas prominencias aproximándose y confundiéndose formasen una gran isla. Asimismo, al navegar con velas desplegadas, sin apartarnos de la costa, nos parece que las llanuras y los valles corren en dirección opuesta . . . Si nuestro caballo se detiene en medio de un río, se nos figura que una fuerza e:\1raña se apodera de su cuerpo y le hace marchar contra la corriente. LUCRECIO, IV, 398 399, 42 1 . (N. del T.) decipit hac oculos aegide dives amor. 844 ¡ Cuánto conceden al empuj e de los sentidos los poetas que representan a Narciso perdido de amor por su sombra, Cunetaque miratur, quibus est mirabillis ipse; se cupit imprudens; et, qui probat, ipse probatur; . petttur; . . " et ardet 845 ; d umque pettt, panterque accendtt, y el cerebro de Pigmalión, tan trastornado se vio por la impresión de la vi sta de su estatua de marfil que le inspiró deseos, suponiéndola animada por el soplo de la vida! Oscula dat, reddique putat: sequiturque, tenetque, et credit tacas digitos insidere membri s; . pressos vemat . ne )"tvor m . artus. 846 et metutt, Colóquese a un fi lósofo en una j aula de alambres delgados, y puestos a distancia, suspendida en lo alto de las torres de Nuestra Señora de Pari s : nuestro hombre verá evidentemente que la caída es imposible; mas sin embargo 5 30 no podrá evitar (caso de no estar habituado al oficio de pizarrero) que la contemplación de altura tan extraordinaria no le espante y atemorice; de resistencia sobrada damos muestras con mantenemos seguros en las galerías de los campanarios, cuando éstos tienen aberturas y antepechos; personas hay que no resisten ni siquiera que les pase por la cabeza la idea de encontrarse a una altura tan considerable. Colóquese una viga entre dos torres del mismo templo 847 de un grosor y anchura suficientes a que podamos andar sobre ella; no hay prudencia filosófica, por firme que sea, que nos aliente a recorrerla como la recorreríamos si estuviera en el suelo. Con frecuencia he experimentado hallándome en las alturas de las montañas que están más allá de mi paí s (soy, sin embargo, de los que se espantan poco de tales cosas), que no podía resistir la vi sta de la profundidad infinita que divi saba sin horror y temblor de corvas y muslos, eso que no me aproximó demasiado, ni tampoco la caída hubiera sido posible a no haberme arroj ado voluntariamente. He advertido también que cualquiera que sea la elevación del precipicio ante el cual estemos colocados, siempre y cuando que en la pendiente haya un árbol o una roca para detener algún tanto nuestra vi sta y compartir su - - 844 Nos seduce la apariencia; los defectos se ocultan con el oro y las piedras preciosas; lo que menos importa en una doncella es la doncella misma. Con frecuencia ocurre preguntar viendo tan extraordinario artificio dónde está el objeto amado; el amor nos deslumbra vistiéndose con galas espléndidas. Ovidio, de Remed. amor., 1, 343. (N. del T.) 845 Se embelesa en la contemplación de su bella figura y su insensatez le lleva hasta apasionarse de sí mismo; a echarse requiebros y a solicitar sus propios favores, a abrazarse en las llamas que él mismo se inspira. OVIDIO, Metam., III 424. (N. del T.) 846 La besa y cree que la estatua le devuelve los besos; se acerca más, y la abraza, y se imagina que sus dedos se hunden cual si tocaran un cuerpo vivo no se atreve a estrecharla por temor de ahogarla entre sus brazos. OVIDIO, X, 256. (N. del T.) 847 Colocad al filósofo mayor del mundo sobre una tabla más ancha y resistente de lo que haya menester para que le soporte, y si tiene bajo sus plantas un precipicio, aun cuando su razón le convenza de que está seguro, la imaginación prevalecerá. Muchos no podrían pensar en tal situación sin trasudar y palidecer. PASCAL. (N. del T.) atención, semej ante circunstancia nos alivia, y tranquiliza, cual si fuera cosa de que en la caída pudiésemos recibir socorro; pero los abismos cortados, sin prominencias, ni siquiera podemos mirarlos sin que el vérti go nos gane instantáneamente, lo cual es una evidente impostura de la vista: ut despici sine vertigine simul oculorum animique non possit 848 . Por eso el gran Demócrito se saltó los ojos para descargar su alma de los desórdenes que con ellos recibía, y poder así filosofar con libertad mayor. Mas siguiendo iguales miras debió también ponerse estopa en los oídos, los cuales al decir de Teofrasto constituyen el instrumento más peligroso de que di sponemos para recibir impresiones violentas, que nos trastornan y modifican; y debió privarse de todos los demás sentidos, o lo que es lo mismo, de su ser y de su vida, pues en todos ellos reside el poderio de avasallar nuestra razón y nuestra alma. Fit etiam saepe specie quadam, saepe vocum gravita/e el cantibus, ut pellantur animi vehementius; saepe etiam cura el timore 849. Aseguran los médicos 5 3 1 que ciertos temperamentos se agitan hasta el furor oyendo determinados sonidos musicales. He visto alguien que no podía sentir que royeran un hueso baj o su mesa sin perder al punto la paciencia, y apenas hay hombre que no se estremezca ante el ruido áspero e intenso que produce la lima al aplicarla contra el hierro; al oír mascar de cerca; el escuchar a alguien que tenga en la garganta o en la nariz algún obstáculo, muchos se incomodan hasta la cólera o el odio. El flauti sta templador de Graco, que ablandaba, vigorizaba y acomodaba el diapasón requerido por la voz de su amo cuando éste arengaba en Roma, ¿qué servicio prestaba si el movimiento e índole del sonido no era capaz de conmover ni alterar el j uicio de los oyentes? ¡ En verdad hay razón para enorgullecerse de la seguri dad de nuestros lindos órganos, que se modifican y cambian merced a un viento tan sutil y ligero! Idéntica ilusión que los senti dos llevan al entendimiento recíbenla ellos a su vez; frecuentemente nuestra alma se desquita de igual modo. Diríase que los unos y la otra se engañan a competencia. Lo que vemos y oímos cuando estamos agitados por la cólera no lo vemos ni lo oímos tal y conforme es en realidad: - - Et solem geminum, et duplices se ostendere Thebas &50 : aquello que amamos nos parece más hermoso de lo que en el fondo es : Multimodis igitur pravas turpesque videmus esse in deliciis, summoque in honore vigere &5 1 ; y más feo lo que nos di sgusta; para un hombre desesperado y afligido la claridad del día es obscura y tenebrosa. Nuestros sentidos no sólo se ven trastornados, sino también entorpecidos por completo a causa de l as pasiones del alma; ¿cuántas cosas ven nuestros oj os que nuestro espíritu no admite cuando otras cosas le preocupan? 848 No es posible asomarse a ellos sin que el vértigo se apodere de todo nuestro ser. TITO LIVIO, XLIV, 6. (N. del T.) 849 Sucede también que el espíritu es impresionado con más viveza unas veces por ciertos espectáculos, otras por la vibración de una voz extraña o por la melodía de ciertas canciones; otras, en fin, por la inquietud o por el temor. CICERÓN, de Divinal., I, 37. (N. del T.) 850 Entonces se ven (como aconteció a Penteo) dos soles y dos Tebas. VIRGILIO, Eneida, IV, 470. (N. del T.) 85 1 No es raro ver la maldad y la bajeza atraerse todas las voluntades y reinar con imperio absoluto en los corazones. LUCRECIO, IV, 1 1 52. (N. del T.) In rebus quoque apertis nosecre possi s, si non advortas animum, proinde esse, quasi omni &52 . 1 ongeque remotae : Tempore semotae e: tuennt, Diríase que el alma, recogida interiormente, encuéntrase preocupada por las representaciones de los sentidos. De todo esto podemos concluir que el hombre, así interior como exteriormente, háll ase repleto de debilidad y mentira. Los que compararon nuestra exi stencia a un sueño, quizás tuvieron más razón de lo que pensaron . Cuando soñamos, 5 3 2 nuestra alma vive, obra y ej ercita todas sus facultades, ni más ni menos que cuando velamos; y si bien lo hace de una manera más blanda y borrosa, no es hasta el extremo que la diferenci a sea como la que va de la noche a una claridad viva, sino más bien como la que exi ste entre la noche y la sombra. Cuando soñamos, el alma duerme; cuando estamos despiertos, dormita; más o menos intensas, en las tinieblas se encuentra siempre, en las tinieblas cimerianas. Velamos dormidos, y velando dormimos. Yo no veo con tanta claridad en el sueño; mas por lo que toca al vel ar, j amás lo contemplo puro y sin nubes. El sueño en su profundidad adormece a veces los sueños mi smos, pero nuestro velar no es nunca tan despierto que disipe y purgue los ensueños, que son los sueños de los que velan, o peor aún . Reconociendo nuestra razón y nuestra alma las quimeras e ideas que engendramos en el sueño, acertándolas lo mismo que los actos que realizamos cuando despiertos, ¿por qué no ponemos en duda si nuestro pensar y nuestro obrar son otro sueño, y nuestro velar alguna manera de dormir? Si los sentidos son nuestros primeros j ueces, no son sin embargo los que exclusi vamente debemos llamar a consej o, pues en tal facultad los animales tienen tanto o más derecho que nosotros. Es evidente que algunos tienen el oído más agudo que el hombre, otros la vi sta, otros la sensibilidad, y otros el tacto o el gusto. Decía Demócrito que los dioses y las bestias estaban dotados de facultades sensitivas mucho más perfectas que el hombre. Ahora bien, entre los efectos de los sentidos de aquéllas y los nuestros la diferencia es extrema; nuestra saliva limpia y seca nuestras llagas, pero mata a la serpiente: - - Tantaque in bi s rebus di stantia, differitasque est, ut quod aliis cibus est, aliis fuat acre venenum, saepe etenim serpens, hominis contacta saliva, &53 . . . ac sese mandeado confitctt tpsa : dt. spent, ¿ cuál será, pues, la cuali dad que aplicaremos a la saliva? ¿ según las propiedades que en nosotros produce, o conforme al resultado en la serpiente? ¿ por cuál de los dos casos fijaremos la verdadera esencia que buscamos? Plinio afirma que en l as Indias hay ciertas liebres marinas cuya carne es para el hombre venenosa, y el hombre es a su vez veneno para ellas, pues con el sol o contacto las mata; ¿quién será en este caso el verdadero veneno, 852 Aun las cosas que tienes delante de los ojos, si no fijas en ellas la atención, serán para ti tan desconocidas como aquellas otras que siempre estuvieron ocultas y colocadas a inmensa distancia. LUCRECIO, IV, 8 1 2. (N. del T.) 853 La diversidad y aun la oposición en este punto es tal, que a veces lo que para unos sirve de alimento obra en los otros como activa ponzoña; la serpiente, por ejemplo, al contacto de la saliva del hombre muere destrozándose ella misma. LUCRECIO, IV, 633. (N. del T.) el hombre o el pez?, ¿a quién habremos de dar crédito de eficacia destructora, al pez, que es veneno para hombre, o al hombre, que es veneno para pez? Ciertos miasmas dañan al hombre que no perj udican al buey; otros dañan al buey y dej an libre al hombre; 533 ¿ cuál de los dos miasmas será de naturaleza pesti lente? Los que padecen de ictericia ven todas las cosas amarillentas y más pálidas que los que no sufren esta enfermedad : - - Lurida preaterea fiunt, queacumque tuentur 854 arquatt. . Los que tienen el mal que los médicos llaman hyposphagma, que consiste en el esparcimiento de la sangre baj o la piel, ven todas las cosas roj as y sangrientas. Estos humores que así cambian las propiedades de nuestra vi sta, ¿qué sabemos si predominan en los animales y les son normales? Porque, en efecto, vemos unos que tienen los oj os amarillos, como nuestros enfermos de ictericia; otros que los tienen encamados y sangrientos. Es verosímil que para ambos el color de los obj etos difiera de como nosotros los vemos; ¿ cuál será, por tanto, el verdadero? Porque no está palmariamente demostrado que la esencia de las cosas se manifieste exclusivamente al hombre: la dureza blancura, profundidad, agrior y demás cualidades de las mismas tocan al servicio y conocimiento de los animales, de la propia suerte que a los nuestros; dioles la naturaleza la facultad de advertirlas como a nosotros. Cuando estiramos hacia baj o el párpado inferior, los obj etos que se muestran a nuestra vi sta los vemos alargados y extendidos; algunos animales tienen los ojos así conformados. ¡ Quién sabe si este alargamiento es la verdadera forma de los cuerpos no la ordinaria con que ante nuestra vista se muestran ! Si levantamos el mismo párpado inferior, los obj etos nos aparecen dobles : Bina lucernarum fl agrantia lumina flammis . . . 855 • C" . . " Et dupl tces hommum tactes, et corpora bma. . Si tenemos alguna dificultad en los oídos u obstruido el conducto de ellos, advertimos los sonidos de manera di stinta a la ordinaria; por lo mismo los animales que tienen las orej as peludas, o cuyo conducto auditivo es muy pequeño, no oyen como nosotros y acogen el sonido de di stinto modo. En las fiestas y en los teatros vemos que colocando ante la luz de las antorchas un cri stal de un color cualquiera, todo cuanto recibe la luz del mismo nos aparece verde, amarillo o violeta: Et volgo faciunt id tutea russaque vela, Et ferrugina, quum, magnis intenta theatris Per malos volgata trabesque, trementia pendent: Namque ibi consessum caveai subter, et omnem Scenai , speciem, patrum, matrumque, deorumque 1 856 . . 1n titcmnt, coguntque suo fl uttare co ore. 854 Los enfermos de ictericia todo lo ven pajizo. LUCRECIO, IV, 333. (N. del T.) 855 Nos parece ver en una lámpara dos focos de luz y en un hombre dos rostros y dos cuerpos. LUCRECIO, IV, 45 1 . (N. del T.) -534Verosímil es que los oj os de los animales, que reconocemos ser de color diferente a los nuestros, les hagan ver los cuerpos del color que aquéllos. Para darnos cuenta exacta de la operación que nuestros sentidos ej ecutan sería pues menester primeramente que estuviéramos de acuerdo con los animales y luego con nosotros mi smos lo cual está muy lej os de acontecer, pues debatimos constantemente lo que otro dice, ve o gusta; e igualmente que sobre todo lo demás, de l a diversidad de imágenes que por medio de los sentidos formamos. Por virtud de la regla ordinaria de la naturaleza, oye y ve y gusta de di stinto modo un niño que un hombre de treinta años; y éste diversamente que un sexagenario: son los sentidos más obscuros y opacos para los unos, y más abiertos y agudos para los otros. Recibimos las cosas di stintas según nuestro estado y lo que las mi smas se nos antoj an; así que, siendo nuestra apreciación tan incierta y controvertible, no es raro que se nos diga que podemos reconocer que la nieve nos aparece blanca, pero que el sentar que por su esencia sea así en realidad sobrepasa nuestros alcances; de suerte que, permaneciendo sin dilucidar este principio, toda la frágil ciencia humana se la lleva el viento necesariamente. ¿En qué no dej an de contradecirse unos sentidos a otros? Una pintura parece de reli eve a la vi sta, y al tacto sin ninguna prominencia; ¿podremos decir del almizcle que es agradable, o ingrato, puesto que sati sface al olfato y di sgusta al paladar? Exi sten hierbas y ungüentos adecuados para una parte del cuerpo que aplicados a otra la hieren; la miel es grata al paladar y desagradable a la vi sta: en esas sortij as que están escopleadas en forma de plumas, a que llaman Pennes sans fin, no hay oj o por avizor que sea que pueda di scernir la anchura verdadera, ni que acierte a librarse de la ilusión que nos las muestra ensanchándose de un lado y adelgazándose y estrechándose del otro, hasta cuando se las hace dar vueltas alrededor del dedo. Sin embargo, al tacto se nos presentan iguales en anchura por todos lados. Las personas que por aumentar su deleite se servían en lo antiguo de espej os propios para abultar y agrandar el obj eto que ante ellos presentaban, a fin de que los órganos de que se iban a servir las placieran mej or merced a ese abultamiento ocular, ¿a cuál de los dos sentidos complacían, a la vi sta, que les representaba los órganos gruesos y grandes cuanto querian, o al tacto, que se los mostraba pequeños o insignificantes? El pan que comemos, es simplemente, pan, pero nuestro organi smo lo transforma en huesos, sangre, carne, pelos y uñas: Ut cibus in membra atque artus quum diditur omnes, . atque a) tam naturam suffitctt . ex se &57 ; dt. spent, " -53 5- la substancia, que chupa la raíz de un árbol se cambia en tronco, hoj as y fruto; y el aire, siendo idéntico, truécase por la aplicación a una trompeta, diverso en mil suertes de sonidos; así que yo me pregunto: ¿ son nuestros sentidos los que modifican de igual modo 856 Este mismo efecto producen los toldos amarillos, rojos y grises que para cubrir los grandes circos es costumbre colocar entre travesaños de madera, formando como un techo flotante: nótase que cuanto queda debajo, las figuras que aparecen en escena, hombres, mujeres y dioses, todo cambia de aspecto y parece teñido del color mismo de la tela. LUCRECIO, IV, 73 (N. del T.) 857 Como el alimento que se distribuye por todas las partes del cuerpo desaparece transformándose en una nueva sustancia. LUCRECIO, III, 728. (N. del T.) las cuali dades diversas de los obj etos? ¿o son éstos los que así las tienen? Mayormente, puesto que los accidentes de las enfermedades, de las quimeras o del sueño, nos hacen ver las cosas diferentes de como se muestran a los sanos, a los cuerdos y a l os que velan, ¿ no es verosímil que nuestra postura y nuestro temperamento naturales tengan también el poder de desfigurar las cosas acomodándolas a su condición, de igual suerte que las naturalezas trastornadas? ¿Por qué no ha de comunicar la templanza a los obj etos alguna forma peculiar suya y lo propio la cualidad contraria? El paladar del inapetente aumenta la insipidez del vino, el del sano el sabor, el del sediento la exquisitez. Por consiguiente, acomodando nuestro estado las cosas a sí mismo y transformándolas al mismo tenor, desconocemos cómo son en esencia, pues todo llega a nosotros alterado y falsificado por los senti dos. Donde el compás, la escuadra y la regla no son exactos, todas las proporciones que de ellos se deduzcan, todos los edifi cios que se erij an según la medida de los mismos, serán también necesariamente imperfectos y defectuosos. La incertidumbre de nuestros sentidos trueca en dudoso todo cuanto nos reflej an : Denique ut in fabrica, si prava est regula prima, normaque si fall ax recti s regionibus exit, et l ibella aliqua si ex parti claudicat hilum; omnia mendose fieri, atque obstipa necessum est, prava, cubentia, prona, supina, atque absona tecta : j am ruere ut quaedam videantur velle, ruantque prodita j udiciis fallacibus omnia primis: sic igitur ratio tibi rerum prava necesse est, falsaque sit, falsi s quaecumque ab sensibus orta est. 858 Y esto demostrado, ¿ quién será apto para aquilatar este error? De la propia suerte que al contravertir sobre cosas de religión hemos menester de un hombre que no esté ligado al uno ni al otro bando, que esté libre de toda afección e inclinación, lo cual no acontece entre los cristianos, lo mismo sucede aquí , pues si el j uez es viej o, no puede hacerse cargo de la vej ez, siendo él mismo parte interesada en el debate; si es j oven, acontece de igual modo; y lo -536- mi smo si es sano o enfermo, si duerme o vela. Preci saríamos uno exento de todas esas condiciones, a fin de que libre de prej uici os, juzgara de las cosas como siéndole indiferentes. Un j uez cuya exi stencia es imposible. Para aquilatar las apariencias fenomenales de las cosas preci sariamos un instrumento que las midiera; para comprobar las operaciones de los instrumentos hemos menester una demostración, y para convencernos de si ésta es exacta tendriamos que echar mano de otro instrumento, con lo cual hétenos ya en el límite a que nuestras invenciones pueden llegar. Puesto que nuestros sentidos no son capaces de detener nuestra di sputa, encontrándose como se encuentran llenos de incertidumbre, menester es que la detenga la razón; ninguna podrá sentarse sin el concurso de otra, y hétenos de nuevo metidos en un círculo vicioso, que ll egaría al infinito. Nuestra fantasía no obra sobre las cosas que le son aj enas, sino que recibe el concurso de los sentidos; éstos tampoco alcanzan las cosas que les son extrañas, 858 Si al construir un edificio nos ajustamos a un plano mal trazado y nos servimos de una escuadra irregular que no marca a dirección perpendicular que deben seguir los muros� y de un nivel que tampoco señala tal línea horizontal, toda la construcción será viciosa y por necesidad insegura; todo estará inclinado, torcido y en desorden, desde los cimientos hasta el tejado: algunas partes del edificio parecerá que se están cayendo y otras se derrumbarán a causa de su mala construcción; así el conocimiento de las cosas necesariamente falso, si son falsas las sensaciones que le sirven de fundamento. LUCRECIO, IV, 5 1 4. (N. del T.) sino solamente sus pasiones peculiares; de modo que la fantasía es sólo apariencia sin ser obj eto y sólo contiene la pasión de los sentidos; aquella facultad y los obj etos son cosa di stinta, por lo cual , quien se dej a llevar por l as apariencias, j uzga en presencia de cosa di stinta. Decir que le los sentidos llevan al alma las cualidades de los obj etos extraños por semej anza, no es posible, porque ni el alma ni el entendimiento pueden certifi carse de tal semej anza, careciendo como carecen de todo comercio con los obj etos extraños. De igual modo que quien no conoce a Sócrates no puede decir al ver su retrato si se le asemeja. Así que, quien a pesar de todo quisiera j uzgar por las apariencias, si quiere hacerse cargo de todas es imposible, pues se presentan en oposición las unas a las otras por sus contrariedades y di screpancias, como la experiencia nos lo acredita; ¿tendremos motivos para conj eturar que por virtud de algunas podremos colocar otras en su verdadero lugar? Para ello habria que comprobar la elección con otra elección; la segunda por la tercera, y así nunca acabaríamos. Finalmente, ninguna hay que sea constante en nuestro ser ni en los obj etos; nosotros, nuestro j uicio y todas las cosas mortales van rodando y corriendo sin cesar, de suerte que nada cierto puede sentarse de lo primero ni de las otras, estando el j uez la cosa j uzgada en continuos mutación y movimiento 859 . -537- Comunicación con el ser no tenemos ninguna porque toda humana naturaleza está constantemente en el punto medio, entre el nacer y el morir; y no da de sí misma sino una apariencia obscura y sombria, y una idea débil e incierta; y si por acaso fij áis vuestro pensamiento en querer que conozca su ser, haréi s lo propio que si pretendierais coger un puñado de agua: a medida que la mano vaya apretando y oprimiendo lo que por naturaleza se escapa por todas partes, más irá perdiendo lo que quiere retener y asir. Así que, en vi sta de que todas l as cosas están suj etas a pasar de un estado a otro, la razón, que en ellas busca una esencia real , se ve chasqueada constantemente, no pudiendo al canzar nada de subsi stente, porque todo o comienza a recibir forma o principia a morir antes de que sea nacido. Platón decía que los cuerpos j amás tenían exi stencia, y sí nacimiento, considerando que Homero hizo al Océano padre de los dioses, y a Theti s la madre, por estar en fluxión, transformación y variación perpetuos. Esta idea fue común a todos los fil ósofos anteriores a aquél, a excepción de Parménides, que consideraba las cosas como privadas de movimi ento a l a fuerza del cual da suma importancia. Pitágoras sentaba que toda materia está sujeta a modificación y es caduca; los estoicos, que el tiempo presente no exi ste, y que lo que llamamos presente no es sino la j untura de venidero y lo pasado, Heráclito creía que nunca un hombre había entrado dos veces en el mismo río; Epicarmes, que quien pidió dinero prestado no lo debe ya después; y que quien la ví spera fue invitado a almorzar al día siguiente ya no está convidado, en atención a que no son las mismas personas; cambiaron ya 860, «y que una substancia mortal no podía hallarse dos veces en estado idéntico, pues a causa de la rapidez y li gereza del cambio, ya se disipa, ya se une, viene o va; de manera que lo que comienza a nacer no al canza nunca la perfección del ser, en atención a que ese mismo nacer nunca acaba y nunca se detiene como habiendo llegado al fin, sino que a partir de la semilla va constantemente cambiándose y mudándose de un estado a otro; como de la semilla humana se hace primero en el vientre de la madre un fruto informe, 859 Bogamos en un vasto elemento, siempre inciertos y flotantes, empujados de un e:\1remo al opuesto. Cualesquiera que sea el ténnino donde pensemos asimos y afirmarnos, al punto se tambalea y nos abandona: y si le seguimos, escapa a nuestras acometidas, se nos desliza y huye eternamente. Nada se detiene para nosotros. Este es nuestro estado natural, y sin embargo el más contrario a nuestra inclinación: ardemos en deseos por encontrar una postura firme y una última base constante, para sobre ella edificar una torre que se eleve al Infinito: pero todo nuestro fundamento cruje, y la tierra se abre hasta los abismos. PASCAL. (N. del T.) 860 Todo este pasaje, a excepción de los versos de Lucrecio, lo transcribe Montaigne al pie de la letra de la traducción de Plutarco, de Amyot. (Sobre la palabra El, c. 1 2.) (N. del T.) luego un niño ya formado, luego, fuera del seno, un niño que se cría mamando, después un muchacho, luego un j oven, después un hombre cumplido, más tarde un viej o y al fin un anciano decrépito; de suerte que la edad y generación subsiguientes van constantemente deshaciendo y estropeando la que precedió: Mutat enim mundi naturam totius aetas, ex alioque alius status excipere omnia debet; -53 8nec manet ulla sui similis res : omnia migrant, . 86 1 Om m. a communat natura, et vertere cogtt. Neciamente tememos una sola espacie de muerte, puesto que hemos pasado y estamos pasando por tantas otras; pues, no solamente, como Heráclito decía, la muerte del fuego engendra el aire y la del aire engendra el agua, sino que con evidencia mayor podemos ver cosa idéntica en nosotros mismos; la flor de la edad muere y pasa cuando la vej ez sobreviene, y la j uventud acaba en lo mej or de la edad del hombre hecho; la infancia en la j uventud, y la primera edad muere en l a infancia, y el día de ayer en el de hoy y el de hoy morirá en el de mañana, y nada hay que permanezca ni que sea siempre uno. Que así acontezca, en efecto, pruébalo el que si nos mantuviéramos los mi smos y unos no nos regocij aríamos ahora con una cosa y luego con otra. ¿De dónde proviene que estimemos cosas contrarias o las odiemos, que las alabemos o las censuremos? ¿Cómo sentimos afecciones diversas y j amás pensamos de igual modo? Porque no es verosímil que sin mudanza adoptemos pasiones diferentes; y aquello que experimenta cambio no permanece uno mi smo, y no siendo un mismo cambia nuestra esencia pasando de un estado a otro. Por consiguiente nuestros sentidos se engañan y mienten, tomando aquello que les aparece por lo que es en realidad a falta de bien conocer lo que realmente es. Todo lo cual considerado, ¿qué podremos decir que sea la verdad? Aquello que es eterno, es decir, lo que j amás tuvo nacimiento ni tendrá tampoco fin; aquello a que el tiempo no procura mutación ninguna, pues es el tiempo cosa movible y que aparece como en sombra con la materia que se agita y flota constantemente, sin permanecer nunca estable ni permanente, aquello a que pertenecen estas palabras : antes y después, ha sido y será; las cuales desde luego muestran evidentemente que no es nada que exi sta, pues sería solemne torpeza y fal sedad palmaria decir que subsi ste lo que aun está por nacer o que ya dej ó de subsistir. Y en cuanto a estas palabras : presente, instante, ahora, por las cuales parece que sostenemos y fundamentamos la inteligencia del tiempo, al descubrirlo la razón destrúyelo instantáneamente, pues lo di suelve al momento, y el futuro y el pasado, como queriéndolos ver necesariamente divididos en dos. Lo propio acontece a la naturaleza, que es medida como al tiempo que la mide, pues nada hay tampoco en ella que permanezca ni subsi sta, sino que todas las cosas o son nacidas o nacientes, o encuéntranse -539- ya en el acabar. Por todo lo cual sería pecado decir de Dios, que es lo único que exi ste, que fue o que será 862, pues estos térmi nos 861 Todo en el universo cambia en la sucesión del tiempo; todas las cosas deben pasar por estados diferentes; nada se conserva perpetuamente idéntico a sí mismo. Todo pasa, todo cambia de constitución, todo está sujeto a metamorfosis. LUCRECIO, V, 826. (N. del T.) 862 Aquí Plutarco no hace sino trnnscribir y desarrollar estas palabrns del Timeo: «Nos engañamos al decir, hablando de la eterna esencia, Fue o Será; estas formas del tiempo no convienen a la eternidad. Es: he aquí su son decli naciones, vicisitudes o transformaciones de aquello que no puede durar ni permanecer en su ser, por donde precisa conclui r que Dios sólo existe, y no conforme a ninguna medida del tiempo, sino según una eternidad inmutable o inmóvil, no medida por tiempo ni suj eta a declinación alguna; ante el cual nada exi ste, ni exi stirá después, ni será más nuevo o más reciente; sino que es un Ser naturalmente exi stente que por un sólo ahora llena la eternidad, y nada hay, que sea verdaderamente más que él solo, sin que pueda decirse ha sido o será; que no tiene principio ni tendrá fin». A esta tan religiosa conclusión de un hombre pagano quiero añadir solamente las palabras siguientes de otro de igual condición &63 , para cerrar este l argo y engorroso di scurso, que me procuraría materia sin culto: «Cosa abyecta y desdicha es el hombre, dice, si no eleva su espíritu por cima de la humanidad. » Concepto hermoso y deseo laudable, mas tan absurdo como lo uno y lo otro; pues pretender hacer el puñado más grande que el puño, la brazada mayor que los brazos, y esperar dar una zancada mayor de lo que permite la longitud de nuestras piernas es imposible y monstruoso; y lo mismo que el hombre se coloque por cima de sí mismo y de la humanidad, pues no puede ver más que con sus oj os ni coger más que con sus manos. Elevarase si milagrosamente Dios le tiende las suyas, renunciando y abandonando sus propios medios, dej ándose alzar y realzar por los que son puramente celestes. Incumbe sólo a nuestra fe cristiana y no a nuestra resi stencia estoica el aspirar a esa divina y mil agrosa metamorfosi s. atributo. Nuestro pasado y nuestro porvenir son dos movimientos, y lo inmutable no puede ser de la víspera ni del día siguiente; no puede decirse que fue ni que será. Los accidentes de las criaturas sensibles no se hicieron para lo que no cambia y los instantes que se calculan no son sino un vano simulacro de lo que es siempre.)) (J. V. L.) 863 De SÉNECA, Natur, quaest., 1, in Praefatione. (N. del T.)