CAPÍTULO 1. Aisha estaba paseando por los jardines de palacio. Siempre le había gustado pasear, le ayudaba a olvidarse de las muchas responsabilidades que conlleva el ser la hija del rey. De vez en cuando, salía de la Alhambra con un libro en la mano y se sentaba a leer a la sombra de algún árbol en al medio del campo. Después de que su padre, el rey Bishr, tomara posesión de la Península Ibérica se fueron a vivir allí. Ambos se sorprendieron del buen estado en el que se conservaba aquello. A Aisha no le gustaba su padre, era un hombre demasiado ambicioso. Había llegado hasta tal punto que quiso reconquistar España y Portugal. De hecho lo consiguió, pero como todo, eso había tenido un precio. La muerte de su madre. Almenos murió con dignidad, combatiendo-. Pensaba Aisha. Esto supuso un duro golpe para ella, estaban muy unidas. Quizá algo más de lo que suele ser normal entre madre e hija. Una lágrima resbaló por su mejilla al recordarla, y odió con más fuerza al rey por haber contemplado impasible cómo ella moría sin hacer nada por ayudarla. De pronto, un ruido interrumpió sus pensamientos y la hizo mirar a su alrededor, buscando de dónde había salido. Venía de aquella arboleda que había al fondo del jardín, pero pensando que había sido algún pájaro revoltoso continuó su camino sin darle mucha importancia. Poco después lo volvió a escuchar y curiosa, fue a ver qué era. Le sonaba demasiado extraño; para que fuera un pájaro tendría que haber sido enorme. Ya estaba más o menos en el centro de la arboleda cuando algo saltó tras ella, y antes de que le diera tiempo ni siquiera a pestañear alguien le había inmovilizado los brazos y tapado la boca para que no chillara. Pero ¿Quién se había atrevido a algo semejante? «Sea quien sea, es rápido.» Pensó ella, lejos de estar asustada. Siempre había sido demasiado curiosa, y eso le había traído problemas en bastantes ocasiones. Aisha se revolvió, intentando liberarse. Como vio que no podía, lo primero que se le ocurrió fue soltar una patada hacia atrás. Así lo hizo, pero con una fuerza que le sorprendió a ella misma. La otra persona, pillada por sorpresa, no pudo evitar soltar a la princesa en un movimiento reflejo que le llevó a agarrarse la espinilla derecha. Aisha, sin dudarlo un momento echó a correr en busca de un guardia. -¡Espera, no llames a nadie por favor!- una voz dulce le había hablado por la espalda, y ella no pudo evitar girarse. Vio a un chico de su edad, con el pelo más o menos largo, moreno. Sus ojos eran de un color azul muy oscuro y tenía una mirada tan profunda como el mar. No parecía mal chico. Tras unos segundos de observación mutua, Aisha se decidió a hablar. -¿Quién eres? Él se había quedado hipnotizado por la belleza de la princesa. Sus rasgos arábigos, su tez ligeramente morena, el pelo marrón oscuro y por debajo de los hombros recogido en una media coleta hecha con dos pequeñas trenzas y sus ojos marrones de mirada alegre ahora con gesto serio por las circunstancias. Tardó un poco en contestar. -Yo… lo siento, perdona, no tenía intención de atacarte, pero esque tuve miedo de que me descubrieran y… bueno, da igual. Me llamo Ángel ¿Y tú?- Mientras hablaba, se había ido acercando hasta quedar frente a ella. -Yo soy Aisha-. Dijo, dando un paso atrás, aún desconfiada. -¿Eres la princesa?- Se sorprendió- no esperaba que fueras tan guapa… Automáticamente se arrepintió de lo que había dicho, pero ella no pareció tomárselo muy mal. Sonrió y le respondió. -Ni yo que tú fueras tan atrevido. Te veo interesado en quedarte aquí en palacio. Si no, no habrías saltado este muro tan alto, ¿No? Puedes presentarte a las pruebas para guardia que se hacen dentro de tres días. Por lo visto nos falta personal. -Bueno, yo…- no sabía qué contestar, y Aisha se dio cuenta de ello. -Ven, vamos a hablar con mi padre. Puedes quedarte aquí hasta que se celebren las pruebas, se te proporcionará una habitación y comida. De todas formas, tienes tres días para decidir si te quedas o no. Si al final decides no presentarte te tendrás que ir. -¿Y tu crees que tengo probabilidades para pasar las pruebas? Nunca fui muy bueno en el deporte. -Depende…- Aisha sonrió enigmáticamente y le hizo un gesto para que la siguiera. Condujo a Ángel por arcos, hermosos patios y muchos pasillos. Todo estaba decorado con yeserías y frases del Corán, al estilo islámico; todo tal y como lo dejaron los árabes antes de irse de la Península Ibérica. Era bonito, a su manera. Al fin y al cabo eran otra cultura y otra religión. Pensaba Ángel. La verdad, le tenía miedo al padre de la princesa por los rumores que circulaban fuera del castillo. Además de miedo, le había empezado a coger asco cuando supo que todo el que quisiera trabajar para él debía de ser musulmán. Él, siendo cristiano, estaba dispuesto a mentir y hacerse pasar por musulmán con tal de que no lo obligaran a convertirse. Si, sabía de sobra que iba a hacer un pecado muy grande, y eso lo inquietaba. Su familia siempre había sido muy religiosa, y aunque él no tenía una fe plena sí que le preocupaba cometer un pecado de tal magnitud. Quizás esa sería la prueba más difícil de las que se sometería en un tiempo. Se dio cuenta de que Aisha le había dirigido una fugaz mirada. Sus ojos se habían encontrado unos segundos, unos segundos que a Ángel le hicieron sentir un agradable cosquilleo en las tripas. ¿Acaso se estaba enamorando de ella? Nunca había sentido algo así. Se había ruborizado, y esperó que ella no se hubiera dado cuenta. Pero Aisha, perspicaz, sí que lo había hecho. Apenas había sido un momento, pero lo había visto, y se dio cuenta de que lo que él le había dicho unos minutos atrás, entre los árboles, no había sido un simple cumplido. Realmente él pensaba que era guapa… No, aún no-.Pensó la princesa. Tan sólo tenía dieciséis años y aún una larga vida por delante. Ya habría tiempo para enamorarse. Aisha nunca había sido como las demás chicas de su edad. A ella no le interesaba el amor, pero si embargo estaba muy comprometida con temas ecológicos y solidarios. Su mayor deseo, su sueño imposible era la paz mundial. Sabía que eso era muy difícil, algo casi imposible. Pero cuando ella sucediera a su padre en el trono lucharía por establecer la paz y la igualdad entre su pueblo, lucharía por lo imposible hasta hacerlo realidad. Y lo conseguiría, sería querida por todos y bajo su mandato nacería un reino que estaría unido durante muchas décadas. Pero eso no podía saberlo, todavía faltaba bastante para que ocupase su lugar como soberana. Lo que más le preocupaba ahora era la reacción que tuviera su padre al ver que traía a alguien para presentarse a las pruebas. Desde que empezó a organizar todo esto él sólo estaba mucho más nervioso de lo normal, y tenía unos cambios de humor muy bruscos, demasiado bruscos para su edad. Aisha sabía que su padre estaba enfermo y que la causante de esta enfermedad había sido su codicia. No se fiaba de nadie y había perdido a todos sus amigos. Se había vuelto loco con la obsesión por el dinero y la creciente preocupación por el ya acostumbrado desprecio con el que lo trataba su hija. Con el tiempo se había vuelto un viejo ermitaño a quien no le gustaba nadie y sin el apoyo de su única hija. Tenía miedo de morir solo. En estos pensamientos andaba Aisha cuando miró casi inconscientemente a Ángel hacía apenas unos segundos. Cuando se percató de lo que estaba haciendo quiso apartar sus ojos. Pero él ya se había dado cuenta y la miraba fijamente, incluso después de que ella apartara su mirada. Por supuesto, ella no imaginaba lo que a su nuevo amigo se le pasaba por la cabeza, sus preocupaciones por sus creencias y sus pensamientos en un nuevo sentimiento que comenzaba a germinar con fuerza dentro de él. Quizás con demasiada fuerza.