w TERCERA MESA DE DEBATE: LOS SISTEMAS Y PLANES DE INCLUSIÓN Documentos de trabajo Europa y la Estrategia 2020 Si bien la organización y la financiación de los sistemas de protección social son competencia de los Estados miembros, la UE desempeña un papel específico a través de su legislación de coordinación de los regímenes nacionales de seguridad social, principalmente en lo que toca a la movilidad dentro del espacio comunitario. En la Estrategia de Lisboa del 2000, se estableció el proceso de conciliación voluntaria de los objetivos y políticas en materia de protección social. Dicho proceso, si bien no llega a romperse totalmente con la Estrategia 2020, si se matiza en gran parte. La Estrategia Europa 2020 para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador establece metas para sacar por lo menos a veinte millones de personas de la pobreza y la exclusión social y aumentar al 75% la tasa de empleo del grupo de personas con edades comprendidas entre 20 y 64 años. A través del Paquete de Inversión Social, la Comisión ofrece orientaciones a los Estados miembros para la modernización de sus sistemas de protección social con el objetivo de la inversión social a lo largo de la vida. Como las políticas sociales forman parte de la Estrategia Europa 2020, la Comisión también apoya los esfuerzos de los países de la UE para superar los retos sociales a través de las medidas previstas en la Plataforma contra la Pobreza y la Exclusión Social y el Paquete de Inversión Social y los fondos de la UE, en particular el Fondo Social Europeo. La Comisión trabaja mano a mano con los países de la UE a través del Comité de Protección Social recurriendo al Método Abierto de Coordinación (MAC), ya creado en la Estrategia de Lisboa, en los ámbitos de la inclusión social, la asistencia sanitaria y la asistencia a los enfermos crónicos, y las pensiones (MAC social). La antigua Estrategia Europea por la Inclusión Social permitió desarrollar en los diferentes Estados miembro los Planes Nacionales de Acción para la inclusión social, constituyendo en el caso de España verdaderos elementos para aumentar las oportunidades de las personas en situación de pobreza y exclusión social. El descenso de la estrategia al plano autonómico y local supuso la puesta en marcha de todo un entramado basado en la cooperación y coordinación entre los diferentes actores. Pero, en este momento, con un PNAin recientemente aprobado, hemos de preguntarnos si estos han dado los frutos esperados y qué nuevos retos han de superar en el contexto actual. w Los sistemas de protección social El sistema de protección social trataría de reducir los riesgos y necesidades del conjunto de la población ante situaciones relacionadas con el derecho a la salud, o derivadas de procesos vitales o de desarrollo que puedan suponer riesgo de exclusión social. En España, nos estamos refiriendo a riesgos y necesidades, fundamentalmente relacionados con: - El tratamiento de enfermedades y mantenimiento de la salud. Prestaciones económicas y servicios relacionados con situaciones de desempleo. Prestaciones y servicios relacionados con la discapacidad El sistema de pensiones (jubilación, pensiones no contibutivas, viuedad, etc..) El sistema de servicios sociales, con sus prestaciones y servicios. Así, los sistemas de protección social garantizan, entre otras cosas, ingresos a las personas en dificultad, permitiéndoles, al mismo tiempo, adaptarse a la evolución económica y social. Otros De ese modo, favorecen a la vez la cohesión social y el dinamismo económico. Los gastos de protección social representan (datos 2011 publicados en 2014) el 25,6 % del producto interior bruto (PIB). Tres puntos por debajo de la EU-15 y 2 puntos por debajo de la UE-27. Según el PNAin 2013-2016 la acción reductora de la pobreza como consecuencia del efecto protector del conjunto de las transferencias sociales, incluyendo las pensiones de jubilación y supervivencia, es superior en la Unión Europea que en España. Efectivamente, la tasa de riesgo de pobreza antes de todas las transferencias sociales, en 2011, sería del 44,0% en la Unión Europea, lo que significaría una reducción de 27 puntos porcentuales (hasta el 16,9%) en dicha tasa por efecto de las transferencias, esto es, cuatro puntos más que en España. Los sistemas de protección social se enfrentan actualmente a una serie de retos comunes considerables, que requieren la necesidad de adaptarse a un mundo de trabajo en cambio, a las nuevas estructuras familiares y a las convulsiones demográficas de los próximos decenios. Los sistemas de protección en la actualidad El compromiso de la UE en fomentar una colaboración más estrecha entre los Estados miembros en lo relativo a la modernización de los sistemas de protección social, que se enfrentan a retos similares en toda la Comunidad se quiebra en esta nueva etapa, priorizando otros elementos. Hoy día todo esto está en entredicho. Como consecuencia de la situación de crisis económica, las líneas marcadas por la UE han sido seguidas sin la menor vacilación en la mayoría de los casos por los Estados miembros. Esto ha provocado una batería de ajustes y recortes que han incidido en una mayor exclusión y pobreza provocada, en gran medida, por la rebaja de los sistemas de protección social. En España, la profunda crisis económica que estamos sufriendo, está minando las bases de nuestro Estado de bienestar, agudizando las diferencias sociales y poniendo en cuestión derechos laborales y sociales que, hasta ahora, creíamos consolidados. w Esto nos hace preguntarnos sobre la verdadera naturaleza de nuestro modelo de desarrollo social. Un modelo que ha permitido, de manera vertiginosa, altos niveles de desigualdad salarial, una limitada capacidad redistributiva del sistema de impuestos y un sistema de prestaciones reducido, poco protector en el tiempo y que no se adecua a las necesidades de las personas y de las familias. Observamos cómo se ha marcado el crecimiento económico como motor sobre el que habría de configurarse el desarrollo social pero hemos constatado durante los últimos años que esto no era así. Un modelo basado en criterios puramente economicistas no garantiza el desarrollo como sociedad y, por tanto, el desarrollo social y personal. Toma, por tanto, cada vez mayor sentido la protección de los derechos de las personas como elemento básico a la hora de hablar de los modelos sociales y los sistemas de protección. Unos sistemas de protección social que son fundamentales para el progreso económico, social y personal. Y que, como citábamos antes, han sido parte del modelo bandera de la Unión Europea. Sistemas de protección social que, en situaciones de crisis, son más necesarios que nunca. Tal y como, recientemente, se ha constatado en el VII Informe FOESSA, al analizar los efectos de las políticas de austeridad tanto en España como en el conjunto de la Unión Europea, se confirma que los recortes en servicios sociales y bienestar son incompatibles con la consecución del objetivo de reducción de la pobreza recogido en la Estrategia Europea 2020. Al mismo tiempo, otros derechos, como sanidad, educación, protección social y apoyo a la dependencia presentan condiciones de acceso cada vez más restrictivas. Consecuencias de la situación actual de los sistemas de protección Siguiendo también las conclusiones del informe FOESSA 2014, la conclusión es clara: las reformas en el sistema de bienestar social en España, especialmente las desarrolladas a partir de mayo de 2010, han supuesto una regresión en las políticas sociales. Se ha producido un aumento de la exclusión social. Esto significa que la población excluida en España asciende ya al 25% y afecta a más de 11.746.000 personas, afectando en mayor medida a los grupos más vulnerables como son la juventud, la infancia o las personas mayores. La precariedad también afecta a ámbitos como la vivienda y la salud. De los 11,7 millones de excluidos, el 77,1% sufren exclusión del empleo, el 61,7% exclusión de la vivienda y el 46% exclusión de la salud. En definitiva, son muchas las personas y las familias sin ningún tipo de ingresos. Además, existe una mayor demanda de atención sanitaria y una necesidad de respuesta de los servicios sociales. Por ello, es crucial mantener las prestaciones y los servicios necesarios para responder en esta situación. w El efecto amortiguador de las políticas sociales en España se está erosionando. En este sentido, la austeridad no es neutral en términos distributivos, pues se calcula que la inversión que realizamos en gastos en especie en sanidad, educación, vivienda… reduce en aproximadamente un 20% la desigualdad en nuestro país. Una de las características de nuestro modelo de distribución de la renta no reduce sustancialmente la desigualdad en épocas de bonanza y, por el contrario, hace que ésta aumente en períodos recesivos. La experiencia de recesiones anteriores muestra que sin una alta inversión en recursos sociales, los aumentos de la pobreza que suceden a los cambios de ciclo pueden convertirse en estructurales y además, no tener vuelta atrás en el corto plazo Sistema público de Servicios Sociales En este sentido, es necesario detenerse en el Sistema Público de Servicios Sociales que es el gran desconocido de los sistemas de protección social, el que se asocia a la atención exclusiva a los/as ciudadanos/as en situación de exclusión social, pobreza, marginación, etc. Por este desconocimiento, se trata del sistema de bienestar social más vulnerable ante la precarización y el desmantelamiento de los servicios públicos, incluso con riesgo de producirse un retroceso hacia la España preconstitucional al vincular sus prestaciones a la beneficiencia, que fue el sistema de acción social anterior a la democracia en nuestro país. Podemos decir que el sistema público de Servicios Sociales está constituido por el conjunto integrado y coordinado de programas, recursos, prestaciones, actividades y equipamientos destinados a la atención social de la población y gestionados por las Administraciones Autonómica y Local. En los diferentes territorios, las Consejerías y las Concejalías han utilizado el término “Servicios Sociales” de modos muy diversos y en muchas ocasiones, su contenido ha quedado oculto tras un nombre que abarca más servicios. Tampoco existe una única denominación para hablar de los servicios sociales prestados por las entidades locales, ya que a éstos se les conoce como servicios sociales generales, básicos, comunitarios o de atención primaria. Al día de hoy, muchas personas no tienen una idea clara de lo que son los Servicios Sociales. El problema es que tampoco los políticos se atreven a nombrarlos, lo que supone, en un contexto de grave crisis económica y la aplicación de políticas, un riesgo para su invisibilización y posterior desmantelamiento, a pesar de ser ahora especialmente necesarios y de que el gasto que conllevan se encuentra muy por debajo de la media europea. Además, las nuevas reformas, como la de la Ley de racionalidad y sostenibilidad de la administración local, que afectan a la línea de flotabilidad de los servicios sociales en los municipios, que son los espacios más cercanos al ciudadano, hacen que sean más escasos, de peor calidad y con un acceso más difícil. Si a todo esto le unimos la ausencia de una ley marco estatal que garantice derechos básicos en todo el territorio nacional la situación se hace más preocupante; provocando además diferencias en las prestaciones y cobertura en relación a los servicios sociales entre las diferentes comunidades autónomas. w Al mismo tiempo, deberíamos asegurar que en España generamos ingresos suficientes para mantener una protección social adecuada. La reducción de los ingresos tributarios y el incremento de las necesidades de protección se agudizan en estas situaciones de crisis, produciendo tensiones entre ingresos y gastos. Al margen de esta crisis, los sistemas de protección social requieren una revisión y evaluación constante para responder a los cambios producidos y corregir los efectos que pudieran ponerlos en riesgo. El Estado de bienestar se ha configurado como la alternativa más eficaz de todas aquellas que las sociedades modernas han articulado para dar respuesta a las necesidades de sus ciudadanos. Y dentro de éste, el sistema de protección social se configura como uno de sus principales ejes vertebradores. Los Estados de bienestar son, en esencia, un instrumento de acción colectiva por el que los poderes públicos ofrecen, mediante políticas laborales, sociales, económicas y fiscales específicas, una serie de servicios públicos y prestaciones sociales consideradas básicas, con las que se conforman una red de protección suficiente, al tiempo que garantizan la igualdad en el acceso a determinados bienes y servicios considerados estratégicos para el bienestar de las personas. La actual crisis económica, como ha ocurrido en otras tantas anteriores, ha abierto el debate sobre qué destino deben tener los recursos públicos y cómo debe organizarse la sociedad para afrontar los retos y necesidades que tienen sus ciudadanos. Pese a que es el Estado quien tiene las competencias en estas materias y las Entidades Sociales del Tercer Sector somos agentes que apoyan esta labor, si es cierto, que han supuesto una malla de protección para las personas más vulnerables. Papel que también ha tenido consecuencias negativas ya que se ha entendido en ocasiones que eran meras prestadoras de servicios, y donde se ha criticado en ocasiones, la suplencia del papel del Estado por parte de las Entidades sociales. Hacia dónde queremos ir La discusión, por tanto, se centra en la posibilidad de mantener los instrumentos de acción colectiva que caracterizan a los Estados de bienestar o, por el contrario, es mejor articular otras respuestas marcadas por la capacidad de ingresos y el gasto individual de los/as ciudadanos/as. ¿Debemos sostener un modelo social basado en los derechos sociales universales y garantizados, u orientarlo más a un escenario de beneficios sociales como red de protección sólo para los casos más extremos de exclusión? Y en este marco, ¿Qué papel debe tener el Tercer Sector? ¿En qué contexto debe darse? ¿Qué papel puede jugar como actor orientado a la satisfacción de nuevos riesgos sociales, a la innovación social y a la participación? w Las reformas a las que asistimos en los últimos años tienen como consecuencia más evidente una minoración de la cobertura que ofrece el sistema de protección social y en algunos casos de la suficiencia de muchas de sus prestaciones. Sin embargo, también debemos ser conscientes de que el mantenimiento de las figuras de bienestar y protección social exige de medidas que lo hagan posible. Esto es, un nivel de ingresos suficientes y una asignación de recursos eficiente, de forma que se garanticen tanto un nivel de protección adecuado como su sostenibilidad en el largo plazo. Es necesario recordar que los Estados de bienestar se han basado en la articulación de un modelo productivo capaz de generar bienes y servicios de calidad, que, a su vez, fuese garante de un empleo digno y con derechos, capaz de asegurar salarios suficientes que permitan financiar cotizaciones sociales que sostengan pensiones adecuadas, e impuestos con los que financiar las políticas públicas realmente eficaces y necesarias. Así, el empleo y su calidad es uno de los elementos nucleares del debate. Así mismo, también es necesaria que la redistribución de la riqueza que realiza el Estado de bienestar tenga una doble articulación: mediante las políticas de gasto y a través de las políticas aseguren la capacidad de actuación. Todo ello no debe obviar la necesidad del análisis, la evaluación y la reflexión de las estructuras sobre las que hemos desarrollado los instrumentos de bienestar y protección social. Hemos de analizar su eficacia y eficiencia y cómo debemos adaptarlas a una nueva realidad cambiante de forma constante. Esto exigirá actuaciones para garantizar sus fuentes de financiación, su sostenibilidad y la ampliación, extensión de sus ámbitos de cobertura. Hemos de debatir de ideas y medidas, de la necesidad de reformas y, en su caso, de cuáles serían las necesarias para garantizar el mantenimiento del Estado de bienestar y de su sistema de protección social. Medidas que den respuestas a las necesidades de la sociedad y en las que intervengan todos las partes de la sociedad y, de forma muy especial, la ciudadanía.