Alimentos transgénicos: 20 años de controversia

Anuncio
Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad
El Escorial, julio 2004
Página 1 de 4
Alimentos transgénicos: 20 años de controversia
Carlos Sentís Castaño
Se han cumplido 20 años de la obtención de la primera planta a la que se le habían
introducido genes procedentes de otros organismos -la primera planta transgénica- y el
desarrollo científico e industrial que ha experimentado desde entonces esta tecnología no
tiene precedentes conocidos. Esto ha sido así en gran medida porque los Organismos
Modificados Genéticamente (OMGs) u Organismos Transgénicos, al incorporar genes de
otras especies, presentan características nuevas, que nunca se hubieran podido producir
mediante los mecanismos naturales. Estas nuevas propiedades son susceptibles de
aprovechamiento en distintos campos aplicados, desde la biomedicina hasta la ganadería
y agricultura, y es en este último sector donde se observa un desarrollo más rápido de los
OMGs, ya que se están produciendo masivamente para la alimentación animal y humana,
por lo que popularmente se les conoce con el nombre de alimentos transgénicos.
Sin embargo, la Ingeniería Genética utilizada para la creación de estos organismos
transgénicos se basa en presupuestos teóricos de los años 60 y 70, que han quedado
desbordados por los conocimientos experimentales obtenidos en los últimos quince años
y se han demostrado como excesivamente simplistas y poco acordes con la realidad
observable. En general se pretende hacer que un organismo incorpore características
útiles que no le son propias mediante la incorporación de un gen de otra especie que sí
presenta ese carácter y esto se fundamenta en dos pilares teóricos: los genes tienen una
función en sí mismos y determinan linealmente los caracteres, de modo independiente de
cualquier otro factor interno o externo al organismo. Muy al contrario, lo que nos
demuestran los recientes estudios en Genética, Biología Celular, Fisiología Vegetal o
Microbiología es la extraordinaria complejidad de los seres vivos y su interdependencia
del ambiente en que se desarrollan, pero sobre todo, que nuestro conocimiento es muy
limitado e incompleto. De hecho, ahora que ya hemos desentrañado varios genomas
completos, incluido el propio genoma humano, seguimos muy lejos de entender cómo
funcionan en la organización de la vida. No conocemos los intrincados niveles de
interrelación entre los genes, ni entre los genes y el resto del genoma -la fracción no
génica que es mayoritaria en todos los organismos superiores-, ni, desde luego, cómo
consiguen los seres vivos mantener la constancia de los caracteres que los definen a la
vez que muestran una permanente adaptación a los continuos cambios en las condiciones
ambientales.
Lo que sí está cada vez más claro es que los genes tienen por lo general más de una
función, y ellos y sus productos están interconectados formando un entramado -una red
genética y metabólica- que actúa y da un resultado determinado, el fenotipo, en un
contexto concreto, es decir en un organismo que, a su vez, está en comunicación
permanente con el ambiente en el que se desarrolla, con el que intercambia
permanentemente materia, energía e información. Está claro que la respuesta de un
organismo a las distintas condiciones ambientales no es simplemente la suma de las
respuestas de genes independientes, sino el resultado de una acción conjunta y
concertada de los distintos componentes de las células, que, a su vez, están comunicadas
entre sí y proporcionan la respuesta observable.
Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad
El Escorial, julio 2004
Página 2 de 4
Si los genes actúan en interconexión con otros, parece obvio que la introducción de un
elemento nuevo, en este caso de un gen extraño en un organismo, puede afectar no sólo
al carácter que deseamos obtener, sino a otros caracteres, a menudo insospechados. A
su vez, el propio gen introducido, al cambiar de contexto, puede adquirir funciones
inesperadas. De hecho, ya existen datos que apuntan en ambos sentidos, detectándose,
por ejemplo, disminución en la viabilidad de algunas plantas transgénicas y su peor
respuesta a los cambios en las condiciones ambientales, así como cambios en los niveles
de algunos productos propios de la planta no relacionados -aparentemente- con el
carácter introducido.
La consideración de los seres vivos como sistemas complejos implica que cualquier
cambio en uno de sus componentes tendrá unos efectos inherentemente impredecibles y,
por tanto, la pretensión de que las técnicas de Ingeniería Genética son una metodología
precisa cuyas consecuencias son perfectamente conocidas y previsibles no se sostienen
cuando se aplican a organismos complejos.
Siendo esto así a nivel de organismo, ¿qué decir cuando sacamos los OGMs del
laboratorio y los ponemos en contacto con el medio ambiente y, más aún, cuando los
introducimos en la cadena alimentaria humana, sea de manera directa o indirecta,
mediante piensos animales? Desconocemos los efectos de liberar al medio ambiente
estas nuevas formas vivas y los que pueda tener sobre el organismo humano. En este
último aspecto, excepto que los efectos sean obvios e inmediatos, su posible incidencia
negativa sobre la salud pasará desapercibida, pero eso no significa que no sean
perjudiciales a medio o largo plazo, sino simplemente que hace falta más tiempo de
observación experimental, ya que muchos de ellos pueden ser acumulativos. No sería
desde luego el primer caso en el que las consecuencias perjudiciales de una sustancia se
han demostrado decenas de años después de ser introducida en el mercado, bien por
falta de conocimientos precisos o por falta de las adecuadas evaluaciones de salud
pública.
Si nuestro nivel actual de conocimiento es aún muy insuficiente y las consecuencias son
impredecibles -ya que si no sabemos cuáles pueden ser los riesgos no los podemos
medir-, ¿cómo damos el gran salto hacia adelante y los utilizamos directamente para el
consumo humano? Podría pensarse que existen mecanismos de control y se han hecho
las suficientes pruebas y experimentaciones para asegurar la inocuidad y demostrar los
posibles efectos de los alimentos transgénicos sobre la salud humana y el medio
ambiente, pero la realidad dista mucho de ser así. Las empresas que se dedican a la
elaboración de OMGs aseguran que son inocuos, pero no hacen públicos sus estudios, y
las administraciones que aprueban la liberación y el consumo de estos alimentos tampoco
parecen estar realizando una tarea exhaustiva de control y reproducción de los datos
aportados por las empresas. Por otro lado, es alarmante el bajísimo número de trabajos
experimentales independientes que se han publicado en revistas científicas sobre el
posible impacto de los cultivos transgénicos para alimentación, aunque abundan los
comentarios y opiniones. De una manera u otra hay una ausencia escandalosa de datos
objetivos que puedan ser discutidos, evaluados y contrastados científicamente. En estas
condiciones de cierto oscurantismo no es de extrañar el rechazo creciente de los
consumidores a este tipo de alimentos, y las críticas desde los sectores científicos
independientes que exigen la identificación de los productos que contienen ingredientes
Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad
El Escorial, julio 2004
Página 3 de 4
transgénicos para poder realizar un seguimiento y una evaluación mínimas de las posibles
consecuencias, tanto desde el punto de vista ecológico, como epidemiológico. Es decir,
se impone mucha más investigación y un tiempo de observación suficiente dentro de los
laboratorios antes de que los alimentos transgénicos produzcan efectos -sean los que
sean- que debieran haberse evitado.
Carlos Sentís Castaño es Dr. en CC Biológicas y Profesor Titular de Universidad del área de
Genética en la Universidad Autónoma de Madrid.
Los transgénicos y el sector agrario
María Ramos
Desde la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG)
opinamos que la autorización y la liberalización de transgénicos puede suponer la
industrialización de la agricultura en detrimento del modelo de producción en el que se
basa la explotación familiar orientado a la calidad, la seguridad alimentaria y el respeto del
medio ambiente.
Creemos que es innecesario el uso de variedades transgénicas las cuales presentan unos
riesgos asociados que a largo plazo van a afectar a la biodiversidad, la libertad de
productores y consumidores y que plantean serias dudas sobre su efecto en la salud del
consumidor.
Existe un interés económico y político que ha movido el juego de las compañías
biotecnológicas y la manipulación sufrida por agricultores, ganaderos y consumidores.
Actualmente hay en el mercado 16 variedades de maíz genéticamente modificadas
disponibles para su siembra en campos de cereal del Estado Español. A continuación se
exponen una serie de razones por las cuales COAG invita a evitar la compra y siembra de
estas variedades:
1. Ninguna de las variedades de maíz genéticamente modificadas disponibles
garantiza mayores rendimientos en tus cosechas que las variedades convencionales
o ecológicas. En la escasa utilización en el Estado Español de variedades de maíz
transgénico ha habido experiencias de todo tipo. En todo caso, la persona que
siembra variedades genéticamente modificadas luego no puede reclamar a la
empresa suministradora de semilla si su cosecha sea menor de lo esperado.
2. Ninguna de las variedades de maíz genéticamente modificadas disponibles
garantiza un ahorro económico mediante un menor uso de productos químicos. Una
vez más la experiencia es muy variada a pesar de que la principal modificación
genética del maíz es supuestamente incidir en el taladro sin recurrir a productos
químicos.
3. El agricultor o agricultora que emplea variedades genéticamente modificadas es el
responsable legal ante cualquier daño que dicha semilla, cultivo o cosecha ocasione,
según la legislación vigente. La información científica que poco a poco va
acumulando en cuanto los daños documentados de estas variedades identifica como
Ciencia, Tecnología y Sustentabilidad
El Escorial, julio 2004
Página 4 de 4
ejemplos la contaminación de cultivos no genéticamente modificadas o de
variedades silvestres de los cultivos, cambios en los ciclos vitales de insectos, etc.
Tanto la falta de información, como la amplitud de posibles daños implica, a su vez,
que las casas de seguros no quieren emitir pólizas para este tipo de cultivos. Si el
agricultor emplea estas variedades tiene que asumir plenas responsabilidades
legales sin, por otro lado, tener garantizado una adecuada cobertura de seguros.
4. No hay garantizas de conseguir una comercialización legal de cosechas de maíz
genéticamente modificadas debido al gran rechazo de los alimentos que contienen
elementos genéticamente modificados entre la población consumidora y, por ende,
en la industria agro-alimentaria.
5. El agricultor o agricultora que siembra maíz genéticamente modificado puede
influir muy negativamente en los cultivos de sus vecinos agricultores/as, por
problemas de contaminación fundamentalmente. Ya hay casos documentados de
cultivos ecológicos contaminados por polen de maíz genéticamente modificados,
contaminación que causa un fuerte prejuicio económico a la explotación ecológica ya
que ésta no permite el empleo de variedades genéticamente modificadas y al
contaminar un cultivo ecológico no se puede vender como tal. La situación de
nuestro sector es lo suficientemente grave como para ser los propios agricultores el
causante de problemas para sus vecinos.
Comprando las semillas genéticamente modificadas se contribuye a
reforzar el dominio absoluto de estas empresas en el mercado, algo que
en absoluto favorece a los agricultores.
María Ramos es responsable de medio ambiente de COAG.
Fuente: página web de Greenpeace
http://archivo.greenpeace.org/toursoja/expertos.htm, consultada el 20 de mayo de 2004.
Descargar