Asociaciones empresariales, integración y Estado. Colombia y

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Nueva Sociedad Nro. 151 Septiembre-Octubre 1997, pp. 155-167
Asociaciones empresariales,
integración y Estado.
Colombia y Venezuela
Rita Giacalone
Rita Giacalone: historiadora venezolana, profesora titular del Posgrado y la Escuela de
Ciencia Política de la Universidad de los Andes, Mérida.
Palabras clave: integración, gremios empresariales, Venezuela, Colombia.
Resumen:
Las posiciones de las principales asociaciones empresariales de Colombia y
de Venezuela frente a los recientes acuerdos de integración regional sirven
para destacar los cambios experimentados en la relación Estadoasociaciones empresariales. La fragmentación interna de estas
organizaciones debilitó su influencia y permitió que grupos económicos
poderosos evadieran la acción de las asociaciones recurriendo a estrategias
informales. La concentración y trasnacionalización del capital fueron factores
fundamentales en este proceso junto con las ideas neoliberales y los
cambios en el mismo Estado.
Entre 1990 y 1994, el acelerado proceso de constitución de acuerdos orientados
hacia la integración regional en América Latina y el Caribe contribuyó a ponerde
relieve importantes cambios sociopolíticos de carácter interno producidos a lo
largo de los últimos años. Algunos de ellos habían permanecido ocultos por el
interés considerablemente mayor que generaban los efectos de la crisis de la
deuda externa en los 80, los reacomodos intra y extra regionales suscitados por
el fin de la Guerra Fría, y el proceso de globalización y regionalización de la
economía. Pero es tiempo de volver la mirada hacia procesos y actores internos
que habían sido dejados de lado por considerárselos ya comprendidos o de
poco interés desde la perspectiva de enfoques que han caído en descrédito. Sin
pretender hacer un estudio revisionista, tratamos de revalorizar en este trabajo
el estudio de los empresarios latinoamericanos y caribeños, enfocado a partir
de las asociaciones que los organizan, con la finalidad de mostrar qué cambios
se han producido en su relación con el Estado.
Por muchos años, los empresarios fueron ignorados como tema de análisis,
luego de un periodo en el cual resultaron etiquetados, desde las perspectivas
desarrollistas, como agentes del desarrollo económico afectados por su falta de
«mentalidad empresarial»,, desde los enfoques dependentistas como carentes
de autonomía frente al capital internacional, y desde los neomarxistas como
2
actores apolíticos determinados por factores estructurales (Bodemer, pp. 7-8).
Pero la literatura sobre los empresarios latinoamericanos y caribeños y su
accionar político ha crecido recientemente a partir de diversos trabajos1, que
tienen el méritode intentar articular factores políticos. económicos,
institucionales, e ideológicos para obtener un cuadro más completo de los
empresarios y sus actividades (Bodemer, p. 8)
Un factor que ha contribuido a promover el estudio de los empresarios, sus
asociaciones y sus formas de articulación con el Estado es el modelo
ideológico dominante entre los principales factores de poder de la economía
internacional, el neoliberalismo. que coloca al sector privado como eje central
del proceso económico. De acuerdo con esta visión, los empresarios
latinoamericanos y caribeños deben ser objeto de estudio preferencial a fin de
determinar su grado de preparación para asumir ese rol, su constitución interna,
los problemas que los aquejan y sus formas de vincularse en el ámbito
nacional e internacional.
Las asociaciones empresariales constituyen organizaciones y como tales
pueden ser abordadas desde tres perspectivas: como una maquinaria
burocrática, cuyo estudio permite acercarse a la comprensión de sus
estrategias; como un organismo cuyas ideas y/o interesesvan adaptándose a
cambiantes situaciones. lo cual conduce al análisis de sus objetivos; y la
perspectiva de la organización como parte de un sistema político en el cual
compite por recursos e influencia. competencia que explicita relaciones de
poder (Huff-Rousselle). En esta última perspectiva se ubica nuestro análisis de
los cambios en la relación Estadoa-sociaciones empresariales en Colombia y
Venezuela.
Asociaciones empresariales y Estado en América Latina
Los empresarios han mantenido una actitud ambigua frente al Estado
latinoamericano; por una parte. lo perciben como demasiado intervencionista, y
por otra. recurren a él para obtener reglas de juego favorables a sus intereses
(Caetano, p. 41). Esta doble actitud se observa también en la facilidad con que
los empresarios usan estrategias múltiples para alcanzar sus objetivos:
relaciones de partido. red de clientelas, influencia individual y representación
gremial (Lanzaro, pp. 54-55).
Un estudio co-auspiciado por la CEPAL y dos cámaras empresariales
venezolanas reconoce que antes de los ajustes de los años 80, las
asociaciones empresariales de América Latina eran más fuertes (León). Esto
concuerda con la apreciación de Haggard y Kaufman (p. 356), para quienes la
aplicación del paquete de reformas estructurales que se denomina «políticas de
ajuste» ha estado asociada en América Latina con una concentración de la
1
Entre los que destacan los de Viguera, Conaghan, Diniz y Boschi, Acuña, Caetano, Lanzaro,
Luna y Tirado, Payne y Heredia.
3
autoridad del Ejecutivo y una mayor independencia frente a los intereses
particulares. Para ellos. sin embargo, así como «ninguna reforma puede ser
introducida sin algún grado de autonomía en relación a las presiones de los
grupos... tampoco ninguna reforma puede tener éxito a no ser que ella apele a
–o bien cree– una nueva coalición de beneficiarios». La consolidación de las
reformas depende, por lo tanto, del apoyo político de distintos grupos de
beneficiarios del sector privado. Aunque el énfasis actual en la liberalización
puede debilitar la intervención directa del Estado en la economía, «ella no
cancela en modo alguno la necesidad de alianzas tácitas o explícitas entre las
elites políticas y burocráticas y las nuevas clientelas» (Haggard/Kaufman, pp.
363-364).
En cuanto a la multiplicidad de estrategias utilizadas por los empresarios
latinoamericanos, Lanzaro (p. 56) sugiere que la apertura de la economía y la
ampliación del escenario regional «podrían estar disminuyendo el impacto de
los relacionamientos personales y estrechando sus márgenes de maniobra»
en la medida en que el Estado posee menos recursos para redistribuir y ellos
se concentran en el poder central. Esto hace que sólo «un círculo de privilegio»
posea ahora la capacidad de incidir sobre el poder político. En América Latina, a
partir de la crisis de los años 80, el proceso de surgimiento y fortalecimiento de
grupos económicos
«concentrados,
dinámicos
y con
actividades
2
diversificadas», (Acuña, p. 165) ha creado las bases de ese círculo .
Estudios recientes sobre la participación de los empresarios en los procesos
de redemocratización de los años 80 y de la implementación de los programas
de ajuste estructural por una tecnoburocracia de orientación neoliberal, incluyen
observaciones sobre los cambios producidos en las relaciones Estadoempresarios en América Latina y sobre la influencia de las ideas en esos
cambios. Por ejemplo, Conaghan, Malloy y Abugattas establecen que la
diversidad en las estrategias aplicadas para implementar políticas neoliberales
y las consecuencias de esa aplicación se vinculan con el carácter de las
relaciones Estado-empresarios. Asimismo, las asociaciones empresariales
latinoamericanas han sido importantes en el proceso de diseminación del
discurso neoliberal, pero cuando éste se traduce en políticas públicas, los
empresarios industriales surgen como opositores de la aplicación estricta del
neoliberalismo. Viguera coincide en señalar que el énfasis del sector privado
latinoamericano en un discurso neoliberal oculta grandes desacuerdos internos
cuando se concreta en políticas. Según Viguera, en los años 90 la acción
empresarial sigue orientada hacia políticas específicas y, por lo tanto, la
movilización política empresarial es un fenómeno defensivo coyuntural.
Si lo anterior ubica la acción empresarial en el campo de las acciones
racionales, donde los intereses predominan sobre las ideas, debe destacarse
que la búsqueda del interés propio de un grupo en un momento histórico dado
2
Véase el ejemplo de las vinculaciones entre el Grupo Bunge y Born y el primer gobierno de
Carlos Menem en Argentina; Acuña, pp. 183-184.
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se efectúa en interacción con otros grupos y dentro de un clima ideológico que
constriñe la elección de preferencias de los actores (Norgaard, p. 42). Los
empresarios están sometidos a un proceso de socialización, por el cual
adoptan ideas que pueden provenir del exterior o del interior de la sociedad en
que se ubican, bajo la influencia de su experiencia y/o de la herencia cultural.
Esta socialización se acelera después de periodos de desorden y
restructuración internacional, acompañados de la fragmentación o pérdida de
legitimidad de las coaliciones de poder a nivel nacional (Ikenberry/Kupchan, pp.
284-285). Ideas nuevas se vuelven entonces aceptables para ciertos grupos si
contribuyen a que éstos alcancen sus objetivos de forma más efectiva o
permiten la constitución de nuevas coaliciones de intereses (Ikenberry/Kupchan,
p. 284). Aquí es donde adquiere sentido el discurso neoliberal de las
asociaciones empresariales latinoamericanas, aunque no todos los sectores
representados en ellas se beneficien de la aplicación práctica del
neoliberalismo a través de una política de apertura comercial.
Tanto la estrategia elegida por las asociaciones y los empresarios para evitar la
aplicación de políticas económicas concretas como la de los que apoyan esas
políticas, consiste en ejercer presión directa sobre el Poder Ejecutivo. Su
capacidad de ejercer influencia sobre el gobierno depende de su fuerza o
debilidad estructural dentro de la economía. Para Viguera, la centralidad del
Poder Ejecutivo en la toma de decisiones económicas es tal en América Latina
que determina que la acción política empresarial se dirija al campo burocráticoadministrativo, sin pasar por las asociaciones del sector.
Las observaciones precedentes confirman planteos de Gourevitch (pp. 20-22),
para quien, más allá de que las decisiones políticas se tomen en base a la
autoridad de las instituciones, su entrada en vigor exige la obtención o
conservación del apoyo de numerosos y/o importantes grupos sociales.
Gourevitch considera que ese apoyo está influido también «por la posición de
un país en el sistema estatal internacional de rivalidades político-militares». Sin
embargo, con respecto a este último punto, el autor señala que si la posición de
un país tiene importancia para su política económica, es por las consecuencias
que los cambios en la economía internacional tienen sobre sus actores
domésticos.
Son estos actores domésticos quienes se ven afectados por los cambios
ocurridos en las condiciones del mercado internacional y, por tanto, buscan
cambios de la política nacional. Por ello, si queremos comprender cómo
responden las naciones a los cambios de la economía internacional no
podemos simplemente tratar de correlacionar los atributos de un país en
conjunto con la conducta política. Antes bien, habremos de disgregarlos, para
ver quién propone una u otra interpretación de cómo debe responder el país
(Gourevitch, p. 276).
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Resulta interesante relacionar estos planteos con los de Frieden, quien al
estudiar el proceso de endeudamiento y las políticas económicas adoptadas
para hacer frente a la crisis de la deuda externa en cinco naciones
latinoamericanas (Argentina, Brasil, Chile. México y Venezuela), observó que
condiciones similares produjeron respuestas y resultados variados. Frieden
concluyó que un factor central para llegar a esta situación fue la capacidad de
presión de diferentes grupos de interés o actores sociales internos sobre sus
respectivos gobiernos.
Estos señalamientos teóricos destacan en general tres elementos: 1) las ideas
(o el clima ideológico) tienen importancia en la aceptación de decisiones
políticas; 2) quienes buscan promover esas decisiones necesitan construir
coaliciones domésticas que apoyen su causa; y 3) las estrategias que estas
coaliciones utilicen dependerán de la estructura de poder interno de cada
sociedad. Del primer elemento se desprende que las ideas sobre integración
regional en un momento histórico determinado pueden conformar un marco de
opinión aceptable, aun para sectores que se verán afectados en forma negativa
por su implementación. Del segundo derivan preguntas tales como quiénes
constituyen la coalición de apoyo doméstico para los nuevos acuerdos de
integración en Colombia y Venezuela, y por qué. Con respecto al tercer
elemento, las estrategias utilizadas por quienes apoyan la firma de los
acuerdos deben ser aquellas que el sistema político les permite ejercer con
mayor facilidad. Según esto, nuestro estudio de caso de la participación y/o
posición de dos asociaciones empresariales líderes de Colombia y Venezuela
frente a la conformación de acuerdos orientados hacia la integración regional,
intenta demostrar que esas posiciones se caracterizaron por una aceptación
general de la integración, a nivel ideológico, y un rechazo sectorial a nivel
práctico; que, por lo tanto, no fueron estas asociaciones fragmentadas
internamente sino otros sectores económicos nuevos quienes brindaron apoyo
a esos acuerdos; y, finalmente, que para lograrlo evadieron la acción de las
asociaciones empresariales y recurrieron a estrategias informales propias de
los sistemas políticos en los que operan.
Fedecárnaras y ANDI frente a la integración regional (1989-1994)
La estructura económica de Venezuela ha estado signada por un fuerte carácter
rentista durante la mayor parte de este siglo (Aranda). Dentro de esta estructura,
la principal asociación empresarial, Federación de Cámaras de Comercio y
Producción (Fedecámaras), surgida en 1944, incluía para 1960 las cámaras de
comercio y el sector industrial, además de sectores de la banca, seguros,
construcción e industria petrolera; poco después incluiría también a los
ganaderos. Fedecámaras se organizó en forma piramidal con niveles
sectoriales y regionales, caracterizándose por agrupar tanto federaciones como
cámaras y consejos, algunos de los cuales exigen a sus miembros afiliarse
automáticamente a Fedecámaras (Urriza, pp. 22-24). Posee. por lo tanto, una
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constitución heterogénea que incluye empresarios grandes y medianos, del
centro e interior del país.
Fedecámarasfue influyente en especial en las décadas de 1960y 1970, pero con
el boom de los precios internacionales del petróleo después de 1973 se volvió
más dependiente de los recursos financieros del Estado (Abente, p. 13). La
vinculación Estado-sector privado había quedado establecida con la
participación activa de dirigentes de Fedecámaras en las negociaciones con los
partidos políticos y el sector obrero que marcaron el inicio de la nueva era
democrática en 1958. Al exigir que los ministerios y las agencias estatales
adquirieran sus insumos en el mercado nacional, el programa «compre
venezolano» convirtió al Estado en el mejor cliente de las industrias creadas
para sustituir importaciones. Pero el boom petrolero afectó en forma negativa
este proceso de industrialización, pues hizo más rentables actividades como la
construcción, los servicios y el comercio frente a la avalancha de importaciones
más baratas que la producción nacional (Jongkind. pp. 67-69).
Por su parte, la ANDI (Asociación Nacional de Industriales), también fundada en
los años 40, agrupa a empresarios industriales y a representantes de sectores
financieros, comerciales y de la agroindustria. Desde su creación, esta
asociación ha jugado un rol importante en la política colombiana. Sáenz Rovner
ha analizado cómo, a poco tiempo de su constitución, diversos políticos, entre
los cuales destaca Carlos Lleras Restrepo, consolidaron sus carreras políticas
a partir de su trabajo para la ANDI. Igualmente, en los años 70 Kline (pp.
274-300) estudió los lazos entre varios grupos de interés y el Congreso
colombiano, y concluyó que ANDI no se mostraba activa en sus relaciones con
el Congreso porque prefería trabajar mediante sus vínculos directos con los dos
partidos políticos principales, el Conservador y el Liberal, o sus contactos
informales con la elite política.
El gobierno colombiano impulsó, a partir de 1967, una política de promoción de
las exportaciones no cafetaleras, o «exportaciones menores» (industrias
manufactureras) (Juárez Anaya, p. 27). Entre 1968 y 1974, el sector industrial
colombiano se fortaleció gracias a la expansión y diversificación de su
producción, tanto hacia adentro como hacia afuera de la economía colombiana
(Kalmanovitz, p. 501-502). A comienzos de los años 80 este sector se vio
afectado en forma negativa por la recesión internacional, la competencia de
textiles baratos provenientes del sudeste asiático y la revaluación del peso
colombiano (Ocampo Gaviria/Villar Gómez, p. 151), ésta última asociada con las
exportaciones de café, productos mineros (níquel, carbón y petróleo) y drogas
ilegales (marihuana y cocaína) (Kalmanovitz, p. 510).
La posición de Fedecámaras frente al proceso de integración regional puede
observarse con claridad frente a la constitución del Pacto Andino en 1969.
Desde el comienzo de las discusiones, la asociación consideró inconveniente
la firma de este acuerdo por cuanto las industrias venezolanas no podían
7
competir por su moneda fuerte y su mano de obra más cara que la del resto de
la subregión andina (Urriza, pp. 39-40)3. Además, la asociación consideraba
necesaria la presencia de capital extranjero, algo que el acuerdo intentaba
limitar. Durante la discusión del Acuerdo de Cartagena, que estableció el Pacto
Andino, Fedecámaras estuvo en una posición fuerte debido al apoyo brindado a
la campaña presidencial de Rafael Caldera, del Partido Democristiano Copei
(1969-1974) por parte de algunos sectores empresariales (Bohemia Nº 454, 612/12/71, p. 5 y ss., citado en Urriza, p. 66). Existió un alto nivel de consulta con
el gobierno y de participación empresarial en las negociaciones que terminaron
con la constitución del Pacto Andino sin Venezuela. En 1972, una división entre
las fracciones industrial y comercial de Fedecámaras permitió que el gobierno
venezolano ingresara al Pacto Andino al año siguiente (Frambes-Buxeda 19901991, p. 59). Esta decisión fue acompañada de la aprobación por el Congreso
de una ley de incentivo y un fondo de financiamiento para las exportaciones y
una serie de reformas aduanales para simplificar algunos trámites (Urriza, p.
96), medidas que pueden interpretarse como manifestación de la necesidad de
apaciguar a Fedecámaras. Gil Yépez señala además que la decisión le costó el
apoyo del sector empresarial al candidato presidencial de Copei en 1973.
En los años siguientes, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez
(Acción Democrática, 1974-1979) y el boom de los precios internacionales del
petróleo, se iniciaron cambios en la relación Fedecámaras-gobierno al
acrecentarse dos tendencias: por un lado, el fraccionamiento del sector privado
venezolano con el surgimiento de nuevos grupos económicos ligados a la
burocracia estatal y a la burguesía internacional (Purroy, p. 275 y ss.); y por otro.
la mayor dependencia del sector privado frente al Estado, cuyos recursos
petroleros lo convirtieron en el mejor cliente de la industria. Ambas tendencias
contribuyeron a debilitar al sector privado organizado frente al Estado.
En cuanto a la ANDI, los análisis acerca de su posición frente al Pacto Andino
concuerdan en que en la medida en que éste permitió un crecimiento acelerado
de las exportaciones industriales de Colombia entre 1972 y 1974 contó con el
apoyo empresarial (Berry/Díaz Alejandro, p. 154-155). Según Mytelka, los
empresarios colombianos apoyaron la integración, pues el gobierno desarrolló
paralelamente un programa de subsidios y créditos, junto con la creación de
una agencia estatal, Proexpo, para impulsar las exportaciones no tradicionales.
El gobierno empleó las rentas generadas por su intervención en la economía
para controlar a los posibles oponentes de su política de integración regional
(Mares, p. 460). Asimismo, la fragmentación interna de la ANDI impidió que
existiera una oposición organizada, en especial a aquellos aspectos del Pacto
3
Fedecámaras se había opuesto previamente al ingreso de Venezuela en la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio, Alalc; v. Gil Yépez, pp. 182-183.
8
Andino que los empresarios percibían como negativos, tales como la
programación industrial (Urrutia citado en Mace, p. 19)4.
A pesar de subsistir la confrontación interna entre el sector industrial
manufacturero venezolano, representado por Conindustria (Consejo Nacional
de la Industria) y el sector comercial (Consecomercio, Consejo Nacional de
Comercio y Servicios), entre 1981 y 1984 Fedecámaras logró articular una
posición unificada frente a la integración. En el documento «Algunas
sugerencias correctivas de implementación a corto plazo dentro del Area
Andina» que el organismo llevó a una reunión empresarial subregional en
Bolivia en febrero de 1983, abogó por la incorporación del sector empresarial a
la evaluación del Pacto, la realización de diagnósticos sectoriales para cada
país miembro y la definición de prioridades de desarrollo (Urriza, pp. 159-161),
todo lo cual implicaba que los empresarios admitían que Venezuela no se
retiraría del Pacto Andino.
En la segunda mitad de los 80, frente a la reactivación del Pacto Andino, el
venezolano Frank de Armas, presidente de la Confederación de Cámaras de
Comercio del Grupo Andino (Confecámaras), destacó la insuficiencia de las
declaraciones de voluntad política de los gobiernos para asegurar una
integración efectiva en la subregión. Según él, era necesario que se crearan
procesos más participativos, en los cuales se incorporara a los empresarios.
Las organizaciones empresariales andinas debían exigir que sus respectivos
gobiernos siguieran el ejemplo de Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile, Argentina y
México, en donde se llevaban a cabo negociaciones conjuntas gobiernoempresarios (de Armas, p. 2-3).
En el caso colombiano, el sector empresarial aceptó la reactivación del Pacto
Andino a partir de 1987, aunque destacando el peligro del incumplimiento de las
normas por otros países así como los problemas de transporte y comunicación
y de una política monetaria que estimulaba la inflación. La participación
colombiana en el Pacto seguía ofreciendo un espacio comercial interesante,
además de la posibilidad de negociar en forma conjunta con otros esquemas
regionales o subregionales (Revista ANDI Nº 140, 5-6/1996, p. 17). Esta actitud
empresarial positiva puede vincularse con el hecho de que los sectores
exportadores colombianos estaban experimentando un crecimiento sostenido
frente a la disminución del poder adquisitivo en el mercado interno y frente a los
problemas de violencia e inestabilidad social (Latin America Regional
Reports-Andean Group Nº 1, 2/1990, pp. 6-7; Nº 2, 8/1990, p. 7). En este
contexto, en 1990 el presidente César Gaviria presentó el Programa de
Modernización e Internacionalización de la Economía Colombiana (Juárez
Anaya, p. 33), que establecía que el apoyo del Estado a la iniciativa privada
mediante la creación de instituciones como el Banco de Comercio Exterior y las
4
Puyana presenta una visión diferente, por cuanto para ella los empresarios colombianos no
estaban interesados en el mercado subregional andino pues estaban satisfechos con el
mercado interno de Colombia.
9
representaciones colombianas en el exterior, en sus esfuerzos por penetrar los
mercados internacionales (Jaramillo Correa, p. 24). El gobierno colombiano
manifestaba así su voluntad de establecer una vinculación con los empresarios
similar a la que de Armas demandaba en su discurso.
La apertura comercial entre Venezuela y Colombia en 1992 recibió el apoyo de
las asociaciones empresariales de ambas naciones (véase Torres y Jaramillo
Rojas). Este apoyo se manifestó en la constitución de 32 organizaciones
empresariales binacionales entre 1992 y 1994, y en numerosas asociaciones
estratégicas entre empresas venezolanas y colombianas (Córdova, pp. 21, 3136; Dinero 15/3/1995, pp. 10-13). Torres recoge numerosas declaraciones
favorables a la integración binacional, e igualmente destaca el cambio sufrido
por los representantes del sector industrial venezolano (Conindustria), que
pasaron de rechazarla en 1989 a aceptarla en 1992, una vez que suscribieron
un convenio con la ANDI para la creación de grupos de trabajo binacionales.
A su vez, el acuerdo de libre comercio que mayor oposición despertó en
sectores de ANDI y Fedecámaras fue el establecido por el Grupo de los Tres
(G-3), conformado en 1994 por Colombia, México y Venezuela. En Fedecámaras
se produjeron dos documentos sobre el G-3, el primero planteando su
importancia y el segundo solicitando al gobierno su ratificación (Fedecámaras
1994, 1995). Ambos destacaban la participación del sector privado en las
negociaciones, a través de Conindustria. y señalaban que lo que atraía el
interés empresarial hacia México era el tamaño de su mercado y la posibilidad
de participar en inversiones conjuntas en turismo, petróleo y gas, minería,
agroindustria, telecomunicaciones y finanzas. Además, en el segundo,
Fedecámaras consideraba que Venezuela no podía quedar aislada del sistema
económico global y que la ratificación del G-3 le permitiría obtener más
beneficios que perjuicios. Esta posición favorable de Fedecámaras no excluyó,
sin embargo, la presencia de conflictos internos al respecto, centrados en que
el acuerdo no preveía medidas para contrarrestar el menor desarrollo relativo de
las industrias venezolanas y colombianas frente a las mexicanas.
A principios de 1994, luego del nombramiento de Alberto Poletto, importante
representante de Conindustria, como director del Instituto de Comercio Exterior
(ICE), los empresarios industriales lograron incluir en el acuerdo del G-3
algunas objeciones técnicas. Por ejemplo, se dejó en suspenso por dos años
la apertura del área textil y se rebajó en un 32% las tarifas mexicanas frente a
una rebaja del 21-22% de las colombianas y venezolanas (véase Giacalone
1995).
Los empresarios colombianos aplaudieron la iniciativa de establecer un
acuerdo con Venezuela y México, pero criticaron lo acelerado del proceso de
negociación (Revista ANDI Nº 126, 1-2/1994, p. 16; Clase Empresarial Nº 9,
1994, p. 24). Finalmente, la ANDI solicitó públicamente al presidente Gaviria que
el acuerdo no se firmara en los términos en que se estaba discutiendo (Serbin,
10
p. 35; Garay, pp. 202-203; Puyo Falla 1996, p. 91). Esto, sin embargo, no
significaba que la ANDI no había participado en las negociaciones, como el
presidente Gaviria lo señaló en su respuesta a la asociación publicada en la
Revista ANDI Nº 128, 5-6/1994). A pesar de esta oposición, el gobierno
colombiano firmó el acuerdo de libre comercio del G-3 basado en su interés por
acercarse al mercado norteamericano a través de México, miembro del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte junto con Estados Unidos y Canadá
(Ramírez Vargas). También hubo sectores dentro de la ANDI que no vieron el
acuerdo del G-3 con malos ojos: 24 estudios sectoriales llevados a cabo en
1992 destacaron su capacidad de adaptación al libre comercio con México, y la
Asociación Colombiana de Industrias Plásticas (Acoplásticos) se consideró
beneficiada en las negociaciones (León).
En resumen, ni Fedecámaras ni ANDI fueron factores determinantes en la toma
de decisiones de sus respectivos gobiernos con respecto a integración regional
entre 1989 y 1994. Ambos gobiernos recabaron sus opiniones durante las
negociaciones, pero el motor de las mismas fueron los gobiernos, y no las
asociaciones empresariales. Estas consiguieron que algunas de sus
objeciones de carácter técnico fueran incluidas en las discusiones pero, en
general, demostraron una capacidad de influencia disminuida. En especial
Fedecámaras no mostró la fuerza que había tenido en 1969 cuando logró
postergar el ingreso de Venezuela al Pacto Andino hasta 1973. Veamos a
continuación qué cambios sociopolíticos, externos o internos, llevaron a esta
situación.
Asociaciones empresariales y Estado en Colombia y Venezuela
Según Gómez (pp. 103-104), en Venezuela el sector privado pasó en los años
80 de una racionalidad económica, dominada por el concepto de sacar el mayor
provecho posible de la economía rentista petrolera, a otra racionalidad que
denomina global, en la cual los empresarios determinarían sus propios fines y
las estrategias para lograrlos. Esto podría llevar al empresariado venezolano a
adquirir mayor cohesión, en oposición a la excesiva fragmentación interna que
lo ha caracterizado históricamente. Para Gómez dicha cohesión puede
producirse «por un fortalecimiento y desarrollo de sus organizaciones
representativas o por un acuerdo directo entre los grupos empresariales más
poderosos». Aunque ambas opciones resultan plausibles, observa que las
asociaciones empresariales venezolanas son débiles pues necesitan conciliar
una gran cantidad de intereses internos contrapuestos (pp. 108-109). Esta
apreciación coincide con la de Naim (1993, p. 136), para quien las principales
debilidades de Fedecámaras derivan de un liderazgo dividido y je la escasa
relación entre miembros y dirigentes.
El proceso de concentración y trasnacionalización del capital que se ha
producido en Venezuela y Colombia contribuye, a su vez, a debilitar las
asociaciones que aspiran a representar los intereses del sector privado. Este
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proceso se aceleró en Venezuela a partir de la devaluación monetaria de 1983
(Gómez, pp. 124-125, 127) pero, en general, el capital venezolano siempre
favoreció la vinculación con el capital extranjero (Story, p. 116), y la rápida
diversificación de las empresas llevó a la formación de grupos empresariales
con actividades en diferentes ramas de la economía. La mayor parte de ellos
concentra su propiedad en un pequeño número de accionistas y la toma de
decisiones en las manos de un individuo o grupo familiar (Naim 1989, pp. 30,
35-37). En Colombia, la concentración del capital se vinculó con la política
exportadora, particularmente con las exportaciones orientadas hacia los
mercados regionales, pues éstas requerían de más mano de obra calificada,
tecnología y capital (Ocampo Gaviria/Villar Gómez). Estos factores hicieron
necesarias tanto la concentración industrial como las asociaciones con capital
no colombiano (trasnacionalización). En el caso colombiano ha surgido además
una poderosa fracción de capital asociada a la producción y exportación de
drogas ilegales (Kalmanovitz, pp. 508-509). El mismo proceso de regionalismo
influye sobre la trasnacionalización y la concentración de las empresas
latinoamericanas, favoreciendo el surgimiento, la consolidación y la
combinación entre ellos de grupos económicos como los de Santo Domingo,
Sindicato Antioqueño y Ardila Lule en Colombia, y Grupos Cisneros, Polar y
Mendoza en Venezuela (di Filippo).
Aunque pueda parecer contradictorio, para estos grupos económicos altamente
concentrados y tras nacionalizados resulta importante el incidir sobre sus
respectivos gobiernos, por cuanto de éstos dependen políticas
macroeconómicas fundamentales para sus intereses, como la monetaria y la
cambiaría (Gómez, p. 135). Los grupos económicos ven en la integración
regional un mecanismo defensivo que permite que los empresarios más
grandes transfieran a los más débiles parte del costo de su inserción en la
economía global (Ramírez Vargas). Otra ventaja es que los acuerdos de
integración regional aseguran que las reformas estructurales logradas en el
ámbito nacional se tornen irreversibles al quedar incorporadas en acuerdos
internacionales (Grinspun/Kreklewich 1993, citados en Moncayo, p. 24).
Un factor adicional que influye en el debilitamiento de las asociaciones
empresariales es el predominio del modelo económico neoliberal. Este
modelo, al fomentar la producción para mercados externos, elimina parte de los
resquemores y divisiones tradicionales entre comercio e industria, con lo cual
podría obtenerse una mayor cohesión interna en las asociaciones
empresariales; pero paralelamente agudiza las contradicciones entre
pequeños, medianos y grandes empresarios. A esto se suma que el modelo
neoliberal promueve una posición central para el sector privado en la economía,
incitando a este sector a ejercer su poder en forma directa, y no mediada por
asociaciones empresariales que deben hacer frente a diversos intereses
sectoriales y que, al tratar de ser totalmente incluyentes, diluyen la influencia que
pueden ejercer los grandes grupos económicos (Gómez, pp. 128-130). Son
éstos últimos los que tienden a evadir con éxito la función mediadora de las
12
asociaciones empresariales, situación que se refleja en una política económica
específica como la de integración regional.
Dada la situación anterior, Hirst (pp. 31-32) se pregunta si los empresarios
están realmente interesados en institucionalizar su representación en los
esquemas de integración, por cuanto los canales informales de presión les
brindan buenos resultados. La misma autora diferencia al empresariado
latinoamericano en tres sectores: el de las empresas trasnacionales, que gozan
de autonomía y pueden adoptar estrategias regionales sin recurrir a ningún
acuerdo de integración; el de los grandes grupos económicos nacionales, que
recurren a la influencia política directa para aprovechar las ventajas derivadas de
las reformas estructurales y de los mercados regionales; y, por último, el de las
empresas medianas y pequeñas, que tratan de vincularse con alguno de los
otros dos grupos mediante un proceso de tercerización o subcontratación
industrial. De esta forma, para el segundo grupo no sería necesaria la
participación abierta y oficial en las negociaciones y en los mecanismos de
implementación de acuerdos de integración, como sí podría serio para las
asociaciones empresariales.
Del análisis de los casos estudiados destaca que en Venezuela y Colombia, al
igual que en el resto de América Latina, han surgido y se han expandido grupos
económicos con alto nivel de concentración y trasnacionalización de capital así
como de diversificación de sus actividades productivas. Estos grupos se hallan
en una posición privilegiada para ejercer influencia directa sobre las políticas
económicas del Poder Ejecutivo, incluyendo la política de integración regional,
pues por su poder no necesitan de la mediación de las asociaciones
empresariales. Ellos son además los que pueden beneficiarse de las opciones
que ofrecen los mercados subregionales. Por otra parte, el fraccionamiento
interno de las asociaciones empresariales contribuye a promover esta
situación, al agudizar su debilidad para ejercer una acción coherente y articulada
frente al Estado. De esta forma la alternativa que señalaba Gómez (p. 108),
según la cual la cohesión del sector privado podría originarse a partir del
fortalecimiento de las organizaciones empresariales o de acuerdos entre los
grupos económicos más poderosos, parece inclinarse hacia la segunda
opción.
En conclusión, nuestro análisis contribuye a demostrar que, si bien el sector
privado latinoamericano no es un actor unitario y homogéneo, dentro de la
globalización de la economía es aún posible que sus intereses puedan
expresarse y tener repercusión sobre sus gobiernos. La política de integración
regional provee un espacio de acción para maniobrar con cierta independencia
a segmentos del sector privado latinoamericano con diferentes orientaciones
externas, intereses y capacidades. Las ideas neoliberales contribuyen a crear
un clima favorable para lograr la aceptación ideológica de muchos de los
planteos a favor de la integración regional. No obstante, a nivel de su
implementación los intereses sectoriales se sobreponen a las ideas como
13
factor decisivo para la toma de posición frente a una integración concreta. En
esta coyuntura las asociaciones empresariales cúpula de Venezuela y
Colombia no parecen constituir la mejor alternativa de expresión de intereses y
de influencia política, frente al surgimiento de nuevos grupos económicos
poderosos que utilizan con éxito estrategias informales directas permitidas por
el carácter centralizado y elitesco de los sistemas políticos en que actúan.
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La ilustración acompañó al presente artículo en la edición impresa de la revista
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