Rincón Guapo Infancia compartida a través de la palabra Soy Jaime, uno de los quince hijos de Gabriel Eligio, el homeópata, y el octavo de Luisa Santiaga. Como ven pertenezco a una prole numerosa de todos los colores, no solo el de la piel sino el de las ideas, actitudes y comportamientos que cada uno asume ante cualquier hecho de la vida cotidiana. Esta singular marca familiar arrastro siempre una pesada carga emocional y, aunque fuimos y somos iguales de modo diferente, Úrsula, perdón, Luisa, con su sentido práctico de todas las horas, resolvió esta dificultad con una decisión muy sencilla: adopto a un psiquiatra sobrino de mi padre, que resulto más loco que todos. Estoy con Uds., gracias al empuje arrollador e insistente de Margarita, mi marida, ante el cual no caben excusas ni pretextos. La alegría de encontrarme en mi Buenosairesquerido, mitiga un poco el terror de siete horas de vuelo, pero no la angustia de mi irredimible timidez ante un público, que al decir de los entendidos, es un monstruo de mil cabezas. La culpa de esto la tiene mi padrino que se le ocurrió escribir y publicar una novela que se vendió como salchichas en todo el mundo y, treinta y tres años después, terminó cambiando mi oficio de ingeniero civil, por el de ingeniero cultural, titulo que me otorgó sin ceremonia mi hija Patricia Alejandra, de siete años en el 2000, cuando asumí el cargo de subdirector ejecutivo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Un año largo después, me cambiaron el nombre de pila por el de El hermano de Gabito, nombre que heredé de mi hermano menor Eligio excelente periodista y escritor, de quien también tuve la fortuna de heredar a sus amigos, con sus afectos incluidos, entre ellos a Fiori, como le decimos a Heriberto Fiorillo, el experto en La Cueva, aquí presente. Nací el día de Santa Rita , en Sucre, pequeña población situada al suroeste del departamento de Bolívar -hoy departamento de Sucre-, a orillas del caño de la Mojana, que comunica a los ríos Cauca y San Jorge, afluentes del rió Grande de la Magdalena, en la costa caribe colombiana. La región de la Mojana es un vasto territorio donde la desmesura y la leyenda se confunden para servir de escenario propicio al fabulador de Macondo y su realismo mágico y así recrear a la Marquesita de la Sierpe en su entorno, lleno de poderes sobrenaturales y riquezas fabulosas, custodiado por seres mitológicos en el inmenso territorio de la mamá grande. Vine al mundo sietemesino, del tamaño de un renacuajo, y sobreviví gracias a la intuición formidable de mi madre, quien para darme la temperatura adecuada construyo, amanera de una incubadora, un nicho con las motas de algodón de un árbol de un patio vecino. Mi hermano Gustavo dice que ese nicho era la gaveta de su maquina de coser desde la cual me tenia vigilado. Solo a los siete años logré coger el paso normal de la niñez, tras superar todas las enfermedades endémicas de la región. En Vivir para contarla, el autor -con una contabilidad que solo él manejadice que soy seismesino, por que de no ser así, no seria hijo de mi padre, afirmación que no debo refutar para preservar el honor de mi madre. Cuando, el 13 de septiembre de 1947, el mayor de la prole apareció en el periódico El Espectador, a raíz de la publicación de su primer cuento titulado La primera resignación, yo, que no sabía leer, pensé que se había metido a cantante, acostumbrado a verlo en las vacaciones, practicando serenatas todo el día con mi hermano Luis Enrique, interpretando melodías de moda, sobre todo los tangos de Gardel que también mi madre se aprendía y tarareaba, mientras mis hermanas no paraban de contar las experiencias de su largo año de internado y los sustos que sufrían en los viajes de ida y regreso en unas avionetas que más parecían libélulas galopantes. Episodios como estos incubaron en nosotros el terror a los aviones y la manía de contarlo todo en familia, lo cual dio origen a los famosos rincones guapos que dan título a esta nota y que no son más que recordar las historias con nostalgia, mejor dicho: hablar de lo mismo, como lo estoy haciendo ahora. En febrero de 1951 llega a Cartagena de Indias, Gabriel Elogio con su tribu ya completa, buscando meter a todos sus integrantes en una sola carpa, que le permitiera facilitar su largo y difícil proceso educativo. El astrolabio, el imán, el sextante, la brújula y el violín que tocaba en la iglesia, y con el que conquistó a Luisa, quedaron atrás, tan atrás como la sorpresa de haber conocido el hielo. Atrás quedaba también los sucreños, conmocionados por una tragedia que involucró a dos familias muy cercanas a nuestros afectos y que dio origen a la Crónica de una muerte anunciada. A propósito, me contó Gabito, que la primera versión oral de esta novela la dio él mismo, a ritmo de película de vaqueros, durante su primera y única visita a Bueno Aires en 1967, cuando fue recibido por aquella mujer que lo besó con permiso de Mercedes, por supuesto, y le encimó de ñapa un pescadito de oro, igual a los fabricados por el coronel Aureliano Buendía. Para esa época, el interés que despertaban los argentinos Diestefano, Pedernera, Rossi, Cossi, Pontoni y muchos otros deportistas que recrearon el fútbol profesional colombiano, fue cambiado por la afición al béisbol y la natación, deporté este último que abandoné por culpa de mi entrenador, un argentino que me cambió el estilo, lo único bueno que tenía, y que había adquirido viendo nadar en el río a un joven sureño que ostentaba el título nacional de natación y quien fuera mi primer entrenador. El ajedrez fue un buen pretexto para retirarme de la natación, cuando los tiempos de las pruebas comenzaron a empeorar, yo tenia la certeza que la culpa de todo la tenían los meses que me hicieron falta para tener un nacimiento normal. El legendario Miguel Nadjorf, Raúl Sanguinetti y Oscar Panno, promesa éste del ajedrez argentino empeñado en recuperar el título mundial para América Latina, crearon en mi respeto y admiración por el pueblo argentino, sentimiento que se consolidó con Walter Denis, nombre artístico de un cantante argentino que llegó con una orquesta a Cartagena, formó allí una familia, y con mis hermanos una sólida amistad que se fortaleció con reuniones musicales, que me permitió gozar en vivo y en directo los tangos del pasado que escuchaba con fruición cuando era niño. Y cómo no recordar la gallarda actitud de Monzón con nuestro ídolo del boxeo Rocky Valdés; y a Sábato con El Túnel y el tenebroso informe de ciegos de Sobre Héroes y Tumbas; y a Borges con su Aleph, a quien tuve la oportunidad de estrecharle la mano cuando fue a dictar una conferencia a la universidad de Cartagena donde yo estudiaba por entonces, no olvidaré su voz profunda y nostálgica al referirse a Martín Fierro y a Lugones. Cuando le conté sobre este encuentro a Gabito, me declamó por teléfono desde México el hermoso poema sobre el ajedrez de Borges; al terminar -tal vez para halagarlo- le dije que no solamente se sabía todo el diccionario sino todas las poesías del mundo. Me contestó, como siempre mamando gallo, que no le creyera a la gente y menos a los periodistas. Mucho tiempo después, Heriberto Fiorillo me regaló una copia de este hermoso poema que me transporta a las interminables noches de partidas de ajedrez hablado con el escritor, pintor y poeta Colombiano HÉCTOR ROJAS HERAZO, catalogado por la prensa nuestra como el mejor conversador del país, y uno de los culpables de que yo me hubiera convertido en un conversador compulsivo. Hoy son tantos los motivos que me ligan a la Argentina, que la palabra destino no es suficiente para explicar todo lo bueno que me ha sucedido con este país, incluyendo el cinco a cero que la selección de Fútbol de Colombia le propinó en su propio Palacio de Cristal a la selección Argentina. Si me atrevo a hacer este mal ejemplo de madera de gallo, es porque Walter me dijo, que lo Argentinos también son mamadores de gallo. Los amigos Tomás Eloy, Gabriela Esquívala, Daniel Santoro, Myriam de Paoli, Horacio Verbitsky y su esposa Mónica Muller y mucho otros que omito para terminar esta tediosa presentación, saben que todo lo que he dicho y otras cosas que no recuerdo por culpa de la peste del insomnio, me indican que desde mucho tiempo antes de la Guerra de las Malvinas, los latinoamericanos ya llevamos a un argentino en nuestro corazón. Muchas Gracias