SIMPOSIO V. SALIR DE LAS SOMBRAS. ASPECTOS SOCIALES Y JURÍDICOS ASPECTOS DE LAS EPILEPSIAS JURÍDICOS DE LAS EPILEPSIAS MEDICINA Y DERECHO. ASPECTOS JURÍDICOS DE LAS EPILEPSIAS Resumen. Se revisa en este artículo la relación entre epilepsia y derecho, y de forma más concreta en las facetas del derecho penal y civil. Tras la entrada en vigor del nuevo código penal español, en 1996, y sobre todo a la luz de los nuevos conocimientos médicos, es importante aunar esfuerzos entre juristas y médicos para que se pueda tener un lenguaje común entre ambos profesionales. Se incide especialmente en la comorbilidad psiquiátrica de la epilepsia y de forma especial en la asociación entre violencia y epilepsia, en el contexto de las alteraciones psicóticas en la epilepsia. Es un tema todavía no cerrado y en el que en un futuro deberá alcanzarse un consenso entre todos los profesionales afectados para la correcta praxis profesional en el manejo de la comorbilidad psiquiátrica de la epilepsia. [REV NEUROL 2002; 34: 551-5] Palabras clave. Epilepsia. Imputabilidad. Psicosis. Violencia. MEDICINA E DIREITO. ASPECTOS JURÍDICOS DAS EPILEPSIAS Resumo. Neste artigo é revista a relação entre epilepsia e direito, e de forma mais concreta nos dois aspectos do direito penal e civil. Após a entrada em vigor do novo código penal, em 1996, e sobre tudo à luz dos novos conhecimentos médicos, é importante juntar esforços entre juristas e médicos para que se possa ter uma linguagem comum entre ambos os profissionais. Incide-se especialmente na comorbilidade psiquiátrica da epilepsia e, de forma especial, na associação entre violência e epilepsia, no contexto das alterações psicóticas na epilepsia. No entanto, é um tema ainda em aberto, em que de futuro dever-se-á alcançar um consenso entre todos os profissionais afectados para a praxis profissional correcta no tratamento da comorbilidade psiquiátrica da epilepsia. [REV NEUROL 2002; 34: 551-5] Palavras chave. Epilepsia. Imputabilidade. Psicose. Violência. Aspectos jurídicos de las epilepsias F. Villanueva-Gómez LEGAL ASPECTS OF THE EPILEPSIES Summary. Introduction. Epilepsy has been considered by the Spanish courts of law to be a psychiatric disorder and many rulings have dealt with the supposedly violent attitude of epileptics. This has led to social and legal confusion. Development. We have considered various Supreme Court rulings and evidence given by expert witnesses which show the role of epileptic disorders in our institutions. Conclusions. We believe that epileptics are still considered to be potentially dangerous persons. Mental disorder is still considered to be a partial or complete defence, although in the new Penal Code this concept of static disorder has been superseded by a mixed biological-psychological formula when considering whether a person may be charged with an offence or not. [REV NEUROL 2002; 34: 555-62] Key words. Chargeability. Civil and criminal liability. Defence. Mental disorder. 2001, REVISTA DE NEUROLOGÍA alguno de los asistentes a los mismos constituía una advertencia de los dioses, que se comunicaban con el convulso mostrando su disconformidad y obligando a purificar el lugar antes de reanudar dichas asambleas. De ahí el nombre de ‘mal comicial’ con el que aún se conoce a la epilepsia. Su desmitificación como enfermedad sobrenatural se recoge enel Corpus Hippocraticum, en cuyo capítulo titulado ‘Sobre la enfermedad sagrada’ se dice que esta enfermedad no es más sagrada ni más divina que las demás, y se cura en tanto no se vuelva crónica [1]. Hipócrates hace referencia a la degradación social que conlleva el apelativo de ‘epiléptico’ y propone medidas terapéuticas de tipo natural, especialmente dietéticas, lo que supone un gran avance porque los remedios empleados hasta entonces eran –permítaseme la expresión– espeluznantes; así, al pobre epiléptico se le hizo ingerir, entre otras sustancias, heces de cocodrilo, sangre de tortuga de mar, bilis de foca, pelo de camello, hígado de gladiador o sangre de ajusticiado. Incluso durante la RevoluciónFrancesa los familiares de los epilépticos acudían a la guillotina para recoger la sangre caliente del decapitado [2]. La Edad Media se aleja nuevamente de los planteamientos científicos; es la época de la demonomanía con uso de amuletos y profusión de exorcismos, cuando era preciso perseguir a Satán y si no era suficiente expulsarlo del cuerpo donde moraba, el epiléptico, acusado y convicto de brujería, hechizo o magia, salía del calabozo para ir a la hoguera. Los enfermos se llamarán ‘demoníacos’ o ‘lunáticos’, y también ‘energúmenos’, esto es, poseídos de un mal espíritu. En ese tiempo, el tratamiento de los REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 555 En el drama de Eurípides Hércules o Heracles furioso, este semidiós confunde a sus hijos y a su esposa con los de su odiado hermano Euristeo, les da muerte y posteriormente, cuando se dispone a dar muerte a su propio padre, Anfitrión, Atenea, diosa de la locura, sume al héroe en un profundo sueño que pone fin a su crisis. Pues bien, para los psiquiatras, el comportamiento de Hércules se trataría sin duda –y así lo han expresado algunos de ellos– de un típico ‘estado crepuscular epiléptico’. Éste es sólo un ejemplo de cómo la epilepsia, entendida como un trastorno médico o psiquiátrico, ha gozado –y me atrevería a decir que aún goza– de mala fama en los tribunales de justicia, pues existe la idea errónea pero muy extendida de que la conducta violenta se da con especial frecuencia en pacientes epilépticos. La epilepsia se concebía como una enfermedad mágica y sobrenatural, hasta el punto de que provocaba la suspensión de los comicios romanos al considerarse que el ataque sufrido por Recibido: 02.10.01. Acepta dotrasrevisiónexternasinmodificaciones:05.11.01. Departamento de Neurofisiología Clínica. Hospital Central de Asturias. Oviedo, España. Correspondencia: Dr. Francisco Villanueva Gómez. Departamento de Neurofisiología Clínica. Hospital Central de Asturias. Celestino Villamil, s/n. E-33006 Oviedo. E-mail: fvillanueva@hcas.insalud.es Presentado en el I Congreso de la Liga Española contra la Epilepsia, celebrado en Bilbao del 14 al 17 de noviembre de 2001. F. VILLANUEVA-GÓMEZ enfermos mentales –entre los que se encontraban los epilépticos– corría a cargo de los clérigos en los monasterios. [3] Posteriormente, la escuela criminalista antropológica de Lombroso, Garófalo y Ferri describe el ‘tipo epiléptico’ –que es quien reúne de forma exagerada todos los caracteres físicos, biológicos y psíquicos del criminal nato, resultando clara su analogía con el delincuente y el loco moral– con la misión de redimir a la humanidad. Encuentra en estos enfermos todo tipo de malformaciones (Tonini decía que el epiléptico era producto de dos mitades de hombres distintos que estuvieran soldadas). Se conoce el pensamiento de Kraft-Ebing según el cual ‘todo crimen aparentemente inmotivado es de origen epiléptico aunque no tenga expresión clínica de tal’. Se ha ido conformando una opinión social e institucional sobre el epiléptico y aun hoy se habla del carácter glischroide o enequético de estos enfermos, es decir, que se les considera viscosos, adherentes, perseverantes, prolijos, que acaban aburriendo a quien los escucha, empalagosos hasta la saciedad... El epiléptico así considerado es un individuo que oscila entre dos polos: el de la lentitud viscosa (de mirada dulce con ‘ojos de perro de San Bernardo’) y el de la explosividad, con actos brutales, instantáneos, sin motivación, que sobrecogen el ánimo. El epiléptico es un ser peligroso en extremo, dicen algunos manuales de medicina legal. Todo ello configura la tan traída ‘personalidad epiléptica’ ligada de forma permanente a la literatura, la medicina, el derecho y, por ende, a la peligrosidad social del enfermo epiléptico. Éstos y otros apelativos, junto con el temor que un ataque epiléptico produce al observador, han influido a la hora de juzgar los posibles delitos que pudieran haber cometido estos enfermos; a ello ha contribuido en gran manera la consideración de la epilepsia como una enfermedad mental dentro de la psiquiatría, cuando en realidad se trata de una enfermedad neurológica que se acompaña o no de alteraciones psíquicas, al igual que puede ocurrir con otras dolencias, como arteriosclerosis, tumores, etc. Pero, ¿qué hay de cierto en lo dicho anteriormente? Es necesario definir, aunque sea muy brevemente, conceptos como capacidad de obrar y capacidad jurídica si pretendemos averiguar de qué forma afectan al epiléptico las decisiones judiciales y la ley en general, y qué grado de operatividad tiene este tipo de enfermos en el marco de nuestro ordenamiento jurídico y, en definitiva, dentro de la sociedad en la que le corresponde vivir . Toda persona, por el mero hecho de serlo, es titular de derechos y obligaciones y ello acontece desde el momento del nacimiento e incluso antes (caso del nasciturus o concebido y no nacido). A esta titularidad se la denomina capacidad jurídica. La capacidad para adquirir y ejercitar derechos y asumir obligaciones se denomina capacidad de obrar. Puede comprenderse que esta capacidad no corresponda por igual a todos quienes poseen capacidad jurídica, hasta el punto de que esta titularidad puede ser plena y facultar al individuo para realizar cualquier acto jurídico que afecte a su propia esfera; por el contrario, podremos hablar de una capacidad de obrar limitada o restringida cuando el sujeto no puede realizar por sí mismo, con plena eficacia, actos jurídicos. En este caso, dicha limitación de la capacidad ha de ser expresa y no puede inducirse ni presumirse [4]. Por tanto, la restricción para ejercitar derechos solamente se hará en los casos de incapacitación legal, pero no todos los declarados incapaces por sentencia judicial (única forma de declarar la incapacidad) lo son en igual extensión y límites, pues éstos los fijará el tribunal y para ello será de inestimable ayuda el informe 556 del perito médico, quien asesora al juez del estado psíquico del individuo en el caso concreto. Al respecto señalaré que el informe pericial médico de ninguna forma es vinculante para el juez, que es quien en definitiva declara la incapacidad, aunque para ser sinceros, los tribunales hacen bastante caso de los informes médicos bien fundados. Las causas de incapacidad se recogen en el artículo 200 de nuestro Código Civil: ‘Son causa de incapacitación las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o psíquico que impidan a la persona gobernarse por sí misma’. RESPONSABILIDAD CIVIL El epiléptico responde siempre civilmente o, en su defecto, al encontrarse incapacitado, responderán su tutor, sus padres si tienen prorrogada la patria potestad o la institución a la que se haya confiado su guarda. Para que exista responsabilidad debe de producirse un acto humano que cause un daño por acción o por omisión; la duda está en si, además, debe de tratarse de un acto ilícito o antijurídico. Por consiguiente, si el autor de un daño es considerado capaz, será él mismo u otra persona o entidad subsidiariamente quienes deberán resarcir el mal causado. ¿Qué ocurre cuando se es un incapaz? ¿Quién responde del daño producido? La respuesta nos la da el Código Civil en la responsabilidad por hecho ajeno, que es una responsabilidad indirecta surgida por un hecho de otra persona por la cual se debe responder. Es el caso de los padres ante los daños causados por los hijos que se encuentran bajo su guarda, o del tutor que debe hacerse responsable de los perjuicios causados por los menores e incapacitados que están bajo su autoridad y habitan en su compañía. Por tanto, la exención de responsabilidad criminal, como puede ser el caso de un epiléptico que comete un hecho delictivo durante un ataque, no lleva aparejada la exención de responsabilidad civil, respondiendo en este caso las personas que tienen bajo su guarda al enfermo, e incluso puede responder éste con sus bienes subsidiariamente. En principio, el epiléptico tiene capacidad para otorgar testamento, pero como es lógico, en controversias sobre herencias deberá determinarse cuál era el estado mental en el momento de testar y, muy significativamente, en los estados intercríticos cuando se trate de un epiléptico inveterado que haya llegado a una situación de demencia. Este caso se nos antoja hoy bastante improbable porque, llegada esta situación, lo razonable es que se haya incapacitado al enfermo previamente y, por tanto, se le haya enajenado de toda facultad para realizar actos jurídicos válidos. Ante un enfermo epiléptico cuya capacidad mental ofrezca dudas a la hora de testar, habrá que tener en cuenta los siguientes aspectos [5]: – Psicológico: una aptitud psíquica mínima para entender y querer el acto y sus eventuales resultados. – Temporal: cuando debe apreciarse la capacidad mental existente en el momento de la concesión. – Formal: o de comprobación de la capacidad por parte del notario y, además, la necesaria constancia en el testamento del juicio notarial sobre este extremo concreto. No obstante, el derecho protege en cierto sentido al incapaz en la esfera civil y fundamentalmente en los ámbitos familiar y patrimonial, confiriéndole lo que se ha dado en llamar ‘capacidades especiales’, de tal manera que la incapacidad no impide la validez REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 ASPECTOS JURÍDICOS DE LAS EPILEPSIAS y eficacia del acto favorable a su persona (por ejemplo, ser adoptado o aceptar donaciones). RESPONSABILIDAD PENAL Uno de los problemas más espinosos es determinar si el epiléptico es imputable o no, y si lo es en todos o en algunos casos, y en qué circunstancias. Partimos de la base de que debe rechazarse la peligrosidad de estos enfermos por un supuesto carácter y personalidad propios. Los estudios al respecto para acuñar tales alteraciones se realizaron en epilépticos recluidos en manicomios, enfermos inveterados en quienes no se consideraba la enfermedad de base causante –entre otros síntomas– de la epilepsia, ni el rechazo social que la enfermedad suscitaba, ni la terapéutica empleada –que tenía en ocasiones más efectos secundarios indeseados sobre el psiquismo que propiedades anticonvulsionantes– . Cuando se obtuvieron los datos en una población de extramuros, no solamente no se constató dicha personalidad, sino que los actos violentos supuestamente cometidos por epilépticos no diferían mucho de los cometidos por la población normal [6]. Para que exista responsabilidad resulta necesario, como requisito previo, que se sea imputable. La imputabilidad tiene múltiples definiciones, como la siguiente de Rodríguez-Devesa [7]: ‘Es imputable el que reúne aquellas características biopsíquicas que con arreglo a la legislación vigente le hacen ser responsable de sus propios actos’. Es decir, no sólo entender y querer, sino también una correcta dirección de la voluntad. Alteraciones en el sistema límbico pueden constituir génesis de agresividad. Esto ocurre en varias enfermedades y, entre ellas, en la epilepsia temporal con crisis parciales complejas con automatismos, en las que existe una alteración del campo y nivel de conciencia. Pero lo corriente es que se produzca un acto inmediato, breve, no elaborado; de producirse lesiones, éstas son por acciones hacia el personal que trata de sujetar al enfermo durante el episodio ictal, pero casi nunca son graves [8]. Se ha hablado de la psicosis epiléptica aguda para designar manifestaciones psicóticas que aparecen en un epiléptico independientemente de las crisis y de los estados confusionales críticos, pero no se ha encontrado la relación causal sugerida por la expresión ‘psicosis epiléptica aguda’, por lo que resulta preferible la expresión ‘episodio psicótico agudo en un epiléptico’. Respecto de la psicosis epiléptica crónica, que se ha definido como una psicosis alucinatoria crónica, especialmente en sujetos con crisis del lóbulo temporal con delirios religiosos o místicos, constituye una forma extremadamente rara y los casos descritos como tal psicosis muchas veces se han considerado como epilépticos cuando ni siquiera han tenido crisis. Entendemos mejor la expresión ‘psicosis crónica en un sujeto epiléptico’, que estaría desencadenada por factores orgánicos, fisiológicos (experiencias vividas en algunas crisis), sociológicos (rechazo por la sociedad, baja consideración social del epiléptico) y farmacológicos, con efectos sobre la psique [9]. Merecen un capítulo aparte los denominados ‘equivalentes epilépticos’, entre los que se incluyen términos como ‘distimias epilépticas’, ‘epilepsia larvada’, ‘estados confusionales’, ‘dipsomanía’, ‘poriomanía’, etc. Para la psiquiatría forense constituyen manifestaciones pasajeras de tipo psicomotor que sustituyen, por lo menos en parte, al ataque epiléptico. Se les da gran importancia médico-legal . Respecto de los ‘estados crepusculares’, la opinión general ha sido considerar estos episodios próximos al trastorno mental tran- REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 sitorio por existir durante los mismos una alteración de la conciencia, pero no una disminución de la claridad de la misma, alternando fases normales de interpretación de la vida psíquica con fases mal interpretadas. Creemos que estos estados crepusculares no son más que crisis epilépticas parciales complejas con automatismos. Por tanto, se acompañan de un trastorno de la conciencia, tanto del nivel de la misma como del campo, con una reducción o estrechamiento de éste [10]. Los ‘intervalos lúcidos’ han tenido gran importancia en las peritaciones. La medicina ha rechazado este concepto, ya que se entiende que en estos casos la enfermedad está curada o bien está controlada por la medicación. Ha desaparecido en nuestro Código Penal el concepto de enfermedad estática biológica como causa de inimputabilidad, y así, el artículo 8 de este código señalaba, como exentos de responsabilidad criminal, ‘el enajenado y el que se halla en estado de trastorno mental transitorio, a no ser que éste haya sido buscado de propósito para delinquir’. Con la redacción del nuevo texto de 25 de mayo de 1996, las eximentes se recogen en el artículo 20: ‘el que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cualquier anomalía o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión’. Este paso de una fórmula biológica pura a una mixta ha supuesto un avance en la consideración del epiléptico como persona; si decimos esto es porque la epilepsia ha sido –y aún se considera– una enfermedad mental de primer orden. Basta con hacer referencia a sentencias del Tribunal Supremo, como las de 7 de abril y 11 de mayo de 1974, 19 y 28 de mayo de 1975, 11 de mayo de 1981, 20 y 24 de septiembre de 1982, y otras posteriores, que dicen: ‘[...] bajo el nomen de epilepsia se cobijan una serie de psicosis de muy distinta morfología y entidad [...]. Cuando se habla de ‘gran mal’ o ataque comicial propio, con deterioro absoluto de la personalidad, el juzgador se encuentra de lleno con una eximente completa, y cuando sólo padece ‘pequeño mal’, como ataques incompletos, distimias, estados crepusculares o epilepsias larvadas, sin ataque comicial, existe una imputabilidad disminuida que desemboca en una atenuante o en una eximente incompleta [...]’. Esta sentencia admite una serie de precisiones a cada uno de sus apartados, ya que se aleja de los planteamientos médico-legales imperantes en la actualidad: Prescindiendo del análisis de connotaciones lingüísticas, el ‘nomen’ de epilepsia no cobija una serie de psicosis, sino una enfermedad neurológica más que tendrá o no alteraciones psíquicas, al igual que ocurre con otras enfermedades con repercusión en el sistema nervioso. Respecto a la clasificación de las epilepsias en genuinas y sintomáticas de etiología exógena y las provocadas por factores externos, ¿qué quiere decir el Tribunal Supremo?, ¿qué diferencias contempla entre externo y exógeno? Respecto del ‘gran mal’ y del ‘pequeño mal’, deriva la diferenciación de criterios cuantitativos. El ‘gran mal’ no es más grande que el ‘pequeño mal’, sino distinto en su manifestación clínica y electroencefalográfica. La alteración de la conciencia en ambos cuadros es de igual intensidad. Por tanto, si enajenación es sinónimo de locura y la epilepsia se engloba dentro de las psicosis, siguiendo el anterior Código Penal, el enfermo epiléptico no sólo era un loco por definición, sino que estaba exento de responsabilidad criminal atendiendo al sentido literal de la norma. Hay que señalar que la jurisprudencia 557 F. VILLANUEVA-GÓMEZ suavizó este extremo, pero la epilepsia sigue invocándose con profusión como eximente de responsabilidad criminal. Así, revisada la jurisprudencia de nuestro alto tribunal desde 1976 a 1995, se alega como posible motivo de enajenación completa en 39 sentencias, lo que supone un 12,8% del total, siendo la segunda causa alegada después de las psicopatías (24,3%), con el cajón de sastre que ello supone. Sin embargo, sólo hay una sentencia (2,9%) para el caso de enajenación incompleta [11]. Para el derecho penal, la relevancia reside en que las anomalías o alteraciones psíquicas impidan al sujeto que las padece, en el momento del hecho, comprender su ilicitud; por tanto, se reconoce como difícil que durante un ataque se dirija la acción automática o inconsciente para ocasionar un daño a otra persona y, en cualquier caso, demostrada la alteración manifiesta de la conciencia, no existiría imputabilidad y, por consiguiente, responsabilidad penal, con lo que se aplicaría la eximente completa. El conflicto surge cuando hay que demostrar si, fuera de los accesos, existe o no plena imputabilidad. Para hacernos una idea de si existe o no afectación de la conciencia en estos casos, Varela de Seijas, siguiendo a E. Walker, señala una serie de requisitos que deberá reunir el epiléptico para que, con cierta probabilidad, se le declare inimputable [12]: – Que el presente delincuente sea efectivamente epiléptico. – Que sus crisis habituales sean similares a las que ocasionaron el delito. – Que exista una relación directa entre el tipo de crisis y la alteración de la conciencia, hecho especialmente importante en las crisis temporales. – Que haya sufrido alteraciones de la conciencia similares en otras ocasiones y de igual duración crítica. – Que exista un estrechamiento efectivo de la conciencia que haga el acto inmotivado, innecesario y falto de premeditación. – Hallazgos en el EEG compatibles con la clínica. No hace falta señalar la importancia del informe pericial y para ello los forenses, que son los peritos que informan habitualmente al juez, deben de tener una formación acorde con los tiempos actuales. Decimos esto porque hoy se escriben libros o manuales como el patrocinado por el Ministerio del Interior en 1994, titulado Psiquiatría forense, que dice: ‘Es ésta [la epilepsia] una de las pocas enfermedades mentales a propósito de las cuales la jurisprudencia ha formado un cierto cuerpo de doctrina, que puede resumirse en los siguientes términos: normalmente, los tribunales consideran esta enfermedad como invalidante’. Posteriormente señala que dichos tribunales distinguen tres tipos de epilepsia [13]: – Moderada epilepsia: no produce pérdida total de conciencia o manifestaciones convulsivas violentas (a ella se asocia una incapacidad permanente no superior a la parcial). – Epilepsia con crisis leves y espaciadas: típicas del ‘pequeño mal’ (a ella se asocia la incapacidad permanente total). – Epilepsia con pérdida de conocimiento, contracciones tonicoclónicas con amnesia posterior y crisis frecuentes: típicas del ‘gran mal’ (a ella se asocia la incapacidad permanente total o la absoluta). Los peritos deben de tener una formación especializada. En ocasiones resulta difícil diferenciar una crisis epiléptica de una que no lo es, por ejemplo las crisis psicógenas; para ello contamos con métodos diagnósticos tan precisos como los registros vídeo-EEG, que deben conocerse. 558 Algunos peritajes se alejan claramente de los planteamientos científicos actuales y debemos preguntarnos si no será necesario insistir sobre el concepto y el conocimiento científico que actualmente se tiene de la enfermedad epiléptica. Como ejemplo de esto, revisemos algunos de estos peritajes. Una descripción de epilepsia secundaria o sintomática –a la que, por cierto, se achaca todo tipo de delitos y alteraciones de conducta, y poco o nada se atribuye a la lesión o enfermedad subyacente que en realidad causaba los ataques– en una peritación se recoge en la obra Tratado de psiquiatría (1954), de Vallejo-Nágera [14]: ‘J.H.G.: Un hermano, accesos de dipsomanía. A la edad de 13 años padeció meningitis aguda. Se presentan los primeros accesos convulsivos, con pérdida de conciencia, a la edad de 17 meses [...]; a la edad de 16 años realiza varias fugas del domicilio paterno, unas veces, al parecer, en estado de inconsciencia, y otras en estado de conciencia semilúcida, regresando espontáneamente al cabo de 20 días [...]; relaciones con prostitutas desde los 11 años. En la edad adulta llega a sentir tan pujante la exaltación de la libido [...] que para proporcionarse dinero con que sufragar sus vicios roba al padre, en diversas ocasiones, alhajas, ropas u objetos de valor. Siempre fue de carácter alegre, expansivo; pero ante pequeñas ofensas se muestra irritable, rencoroso y vengativo. En la actualidad padece cada mes de 15 a 20 accesos convulsivos, pierde el habla y, advertido de la inminencia del ataque, suele tener tiempo de evitar la caída echándose al suelo. La pérdida de la conciencia no es completa en todas las crisis; algunas veces oye, confusamente, como voces lejanas y también a las personas que lo rodean’. Posteriormente se hace referencia a la situación actual del paciente, en lo referente a sus sentimientos, en los siguientes términos: ‘Abordable, orientado, lúcido, coherente. Embotamiento afectivo, faltan los sentimientos ético-morales; afecto fundamental de despreocupación despectiva. Lentitud del curso del pensamiento. Déficit poco acusado de las funciones intelectivas. Retardo de los procesos psíquicos. Es ceremonioso, pegajoso y adulador [...]’. Tal parece como si se hubiera elegido un manual de epilepsia de la época y se hubiera copiado el capítulo del carácter y la personalidad del epiléptico. A la epilepsia se debe, según este informe, todos los males tanto físicos como espirituales o sentimentales que el enfermo presentaba, pero casi nada se dice de las lesiones atróficas que debió producir la meningitis sufrida en la lactancia y que dejó, a buen seguro, una atrofia cerebral con una disminución considerable de las funciones psíquicas superiores y que, a nuestro juicio, son la verdadera causa de sus alteraciones de carácter y de conducta. Otro ejemplo hace referencia a los estados crepusculares; Vallejo-Nágera cuenta cómo un soldado, después de recibir la reprimenda de un superior, presenta un episodio durante el cual ‘sale del cuartel, no recordando lo sucedido hasta encontrarse en una ciudad completamente desconocida. Desorientado en el tiempo y en el espacio, considerando incomprensible su situación, decide presentarse a la policía [...]’. Describe su forma de ser en estos términos: ‘Se presenta cortésmente, afectuoso, regularmente aseado; responde con voz chillona, amanerado. Lúcido, orientado en tiempo, lugar y persona. Afectividad sintónica con la situación. Domina la atención automática sobre la activa. Memoria de fijación disminuida. Amnesia lagunar total del episodio descrito. Percepción, identificación y comprensión disminuidas. Déficit en la capacidad de combinación y complementación. Curso del pensamiento prolijo con rica fabulación. Ríe por fútiles motivos. Amanerado [...], REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 ASPECTOS JURÍDICOS DE LAS EPILEPSIAS vanidoso, entrometido, de humor inestable, pendenciero e irritable. Cuando está alegre habla locuazmente y cuenta historias fantásticas’. En el hipotético caso de que el episodio de fuga sufrido por el soldado se debiera a una crisis parcial compleja (estado crepuscular epiléptico), no deja de resultar extraño que el inicio de la epilepsia fuera a la edad de unos 20 años (estaba prestando el servicio militar obligatorio en la época de dicho episodio), con una crisis de larga duración, y no se refiera ningún otro acceso con anterioridad. Por otra parte, también resulta improbable que la crisis se desencadenase por la reprimenda del oficial y, mucho más aún, que tuviera una duración de varias horas, deambulando por una ciudad desconocida a la que no se sabe cómo había llegado. Parece como si el caso fuera una reacción catastrófica ante una situación adversa, pero en el que poco o nada tiene que ver la epilepsia como causa, máxime cuando el sujeto había abandonado el domicilio paterno a los 19 años, según se dice en el informe, por desavenencias con sus padres. La descripción que de la forma de ser del sujeto se hace en el relato (‘pensamiento prolijo con rica fabulación, amanerado, vanidoso, entrometido, pendenciero e irritable’) nuevamente parece trascribir lo que en los libros se tiene por la ‘manera de ser del epiléptico’ y que, a nuestra forma de ver, es errónea porque no conocemos a epilépticos –y conocemos miles– que presenten alguno de estos rasgos tan definitorios. Por eso pensamos que una descripción ante el juez de estos ‘estigmas’ puede confundir al juzgador a la hora de emitir la sentencia. En cuanto a lo que se conoce por ‘delirio epiléptico’ (hoy ya no se usa este concepto), el propio Vallejo-Nágera relata el siguiente episodio de un muchacho, también en el ejército, que nunca había presentado ataques epilépticos con anterioridad y que un buen día, ‘sin motivo aparente, es presa de un estado de fuerte agitación psicomotora, con incoherencia y flujo de las ideas, ilusiones visuales, falsos recuerdos e impulsiones, que dura varios días [...]’. Es, según refleja la exploración clínica del enfermo, ‘descortés, con gesto despectivo. Bien orientado, coherente, lúcido, entra fácilmente en relación. Hipervaloración del yo, razonador, petulante, egocentrista. No se aprecian alteraciones en el curso del pensamiento [...]. Es vanidoso, entrometido e insolente’. Si es cierto que se trata de una crisis epiléptica –lo que ponemos en duda si nos atenemos a la sintomatología clínica–, debemos pensar en un estado de mal no convulsivo generalizado o parcial complejo; ello resulta altamente improbable porque un inicio con un status a esa edad, de tantos días de duración y sin enfermedad subyacente que lo ocasione, es prácticamente imposible. Por si fuera poco, se atribuyen todos los epítetos del carácter epiléptico a un enfermo que jamás sufrió un ataque hasta el supuesto estado confusional crepuscular referido, con lo que así parece afirmarse lo que tantas veces se dijo de que un individuo con tales características de personalidad era epiléptico aunque no hubiese tenido nunca crisis, y que se sospechase en tales casos la posibilidad de cometer los crímenes más horrendos. Marco-Ribé recoge el caso de un paciente ingresado en el sanatorio psiquiátrico de Sant Boi de Llobregat, ingresado desde hacía casi 40 años por haber matado a su padre, y cuyo relato del crimen podemos resumir en los siguientes términos: ‘El paciente, que nunca había sufrido ataques convulsivos, un día al volver a su casa, después de ingerir alcohol, nota que en su interior ‘pasaba algo’, sentía que había estallado la revolución o venía una catástrofe, llegó a su casa y despertó a su familia; REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 muy excitado, fue a la cocina y cogió un cuchillo con el que asestó varias puñaladas a su padre para después salir corriendo a la calle y gritar ‘acabo de hacer algo muy gordo’; cuando al cabo de unas horas lo encontró la policía, no ofreció resistencia y tenía un recuerdo muy vago de lo sucedido. Estos episodios de violencia y excitación se repitieron varias veces después de la ingestión de alcohol’ [15]. Los psiquiatras de la época coincidieron en que el caso reunía las características de los estados crepusculares o automatismos epilépticos. Posteriormente, los electroencefalogramas realizados al enfermo fueron normales. A nosotros no nos parecen automatismos epilépticos, ya que durante los mismos no se dan actos tan elaborados como los que se describen en este homicidio. El estrechamiento del campo de la conciencia durante una crisis parcial compleja, o inmediatamente después de la misma, no permite durante tanto tiempo elaborar ese entramado psíquico que lleve a la comisión de un acto repetitivo tan dirigido. Parece, por tanto, un brote psicótico agudo influido por el alcohol, pero no de etiología epiléptica, como sin duda consideraron los psiquiatras que analizaron el caso. Como sabemos, el hecho de que el EEG fuera normal no descarta que el sujeto padezca una epilepsia, y mucho menos si las crisis convulsivas se originan en una zona cerebral profunda de difícil exploración con electrodos de superficie. Sobre el caso relatado, Pons-Bartrán censó a los enfermos sometidos a procedimiento judicial en el sanatorio de Sant Boi de Llobregat y calculó un porcentaje de 3,6% de epilépticos, que no difiere del que se calcula entre la población total del sanatorio. Es también interesante el peritaje de un enfermo muerto en un enfrentamiento con la policía, cuya conducta se achacó a la epilepsia y no, en cambio, a la enfermedad subyacente que provocaba las crisis. El caso se refiere a la jurisdicción argentina: un hombre agitado es atendido por un médico que le aplica una inyección de Luminal y otra de Fenergán para intentar calmarlo, ya que el padre narró al médico el padecimiento de estos episodios considerados como epilépticos desde los 8 años de edad, si bien nunca con la agresividad manifestada entonces. El enfermo dijo que estaba bien y que se portaría correctamente si lo soltaban; así se hizo, de forma que el sujeto salió gritando ‘la tierra es mía’ y ‘salgan o llamo al escuadrón’. El médico declaró ante el juez que el cuadro no era típico de un ataque epiléptico. El enfermo entró posteriormente en la cocina y se armó de dos cuchillos, con los que se enfrentó a dos policías que habían sido llamados por los vecinos. Como arremetió contra ellos en varias ocasiones, llegando a herir a un policía, éstos se vieron obligados a disparar, primero, al aire, y luego, en tres ocasiones, al cuerpo del enfermo, que falleció a causa de los disparos tras intentar parapetarse detrás de una puerta que cerró con pestillo. La autopsia realizada a dicho enfermo evidenció la ruptura de un aneurisma arterial antiguo en la cerebral media, por lo que el cuadro se interpretó como causado por una epilepsia temporal profunda con implicación del asta de Ammón y uncus (sistema límbico), que tanta relación tienen con el comportamiento instintivo y la agresividad, y con la existencia de fenómenos alucinatorios y de desestructuración de la conciencia, con fases de despersonalización y desrealización. Bonnet, que recoge este caso en su tratado de psicopatología y psiquiatría, señala su desacuerdo con la idea que se tiene sobre la violencia y la agresividad del epiléptico [16]. Sobre el episodio relatado añade que, en otras ocasiones de agitación psicomotora, 559 F. VILLANUEVA-GÓMEZ al paciente lo calmaban sus familiares mediante persuasión o por anticonvulsionantes sin ningún problema. Es decir, el acto delictivo por el cual resultó muerto se debió a la alteración global de la conciencia que provocó la ruptura del aneurisma, lo que habría causado la muerte del sujeto sin lugar a dudas si antes no se hubiera producido ésta por los disparos de los agentes, pero no porque se produjera una alteración crítica de origen epiléptico de tipo crepuscular. Por esto decimos que, en situaciones similares a la descrita, nos parece más propio hablar de crisis parciales complejas con trastorno de la conciencia y automatismos deambulatorios o de otro tipo, que de estado crepuscular, al cual se puede llegar por muy diversas circunstancias y patologías que cursan con un estrechamiento o alteración más o menos profunda del nivel de conciencia, y en las que en algunas de estas enfermedades, la epilepsia sería un síntoma y no la enfermedad a la cual se atribuye de forma casi generalizada esta alteración del estado mental. En peritajes actuales, la concepción del epiléptico no ha sufrido variaciones y así, en el informe médico-legal que se hizo para el caso de un muchacho autor de un homicidio, se afirma que la epilepsia, aunque larvada, afectó levemente las facultades volitivas e intelectivas del encausado. El caso es el de un chico epiléptico, además consumidor de drogas y alcohol, que dio muerte a un camarero después de haber reñido con él; abandonó el local tras el altercado y regresó a continuación al mismo bar, armado de una navaja, con la que produciría posteriormente las heridas mortales a la víctima, acompañado de otros amigos provistos de palos y bates de béisbol. Los informes dicen: ‘Es cierto que el encausado padece de epilepsia y además es consumidor de drogas y alcohol, pero, sin embargo, a pesar de esa enfermedad, y según los propios informes, sólo afectó levemente sus facultades volitivas e intelectivas en el momento de la comisión de los hechos. De ahí que su deterioro mental, puesto en relación con el momento y la manera de actuar en el caso enjuiciado, sólo lo hace acreedor a esa atenuante analógica de referencia [...]’ (sentencia del 14 de junio de 1999, que resuelve un recurso de casación contra la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Vizcaya de fecha 23 de diciembre de 1996). En este caso, la defensa pedía eximente completa de enajenación mental (en esa fecha ya estaba en vigor el nuevo Código Penal, que no recoge la enajenación como eximente), aunque se apreció una leve alteración de la conciencia que hacía factible la atenuante analógica. Al parecer, el dato fundamental para esta apreciación fueron los informes periciales según los cuales existía una epilepsia larvada (se especifica en la calificación de los hechos que las drogas y el alcohol poco o nada habían influido en la psique del individuo para cometer el homicidio). Esta apreciación concuerda con la doctrina y así, en la sentencia del 29 de septiembre de 1996, respecto de la epilepsia, se dice: ‘La inimputabilidad se encuentra residenciada en las crisis paroxísticas de la enfermedad, en tanto la semiimputabilidad encuentra su apoyo en los períodos intercríticos o interparoxísticos’. Con anterioridad nos hemos referido a algunas características que, según numerosos forenses y especialistas en medicina legal, tendrían los delitos cometidos por epilépticos, las cuales se tienen muy en cuenta a la hora de calificar los hechos en los informes para el juicio correspondiente. Dentro de estas características se destaca la repetición casi fotográfica de las acciones. Relatamos los casos de apuñalamientos aparentemente automáticos en cuanto a la repetición casi idéntica de los golpes dados en la misma zona corporal y con idéntica fuerza, los cuales se prolongaban en 560 ocasiones en el tiempo, incluso con interrupciones en las acciones lesivas. Por este motivo, alertábamos en el sentido de que es bastante improbable que una crisis parcial compleja dure tanto tiempo y conlleve una elaboración mental tan compleja que le permita realizar esa acción punible. Lo mismo podemos decir de los delitos que realizan algunos epilépticos, que requieren una lenta elaboración y a los que se les aplican eximentes completas o incompletas por su enfermedad. En este sentido se pronuncia la sentencia de 20 de enero de 1993 del Tribunal Supremo: ‘[...] la incidencia del mal comicial o epiléptico en su relación con la imputabilidad se proyecta, en general, en los delitos de comisión mediante el llamado ‘dolo de ímpetu’, por lo que resulta muy difícilmente compaginable con los delitos o tipos de dinámica que requieren una lenta elaboración meditada [...]’. Por último, el caso que exponemos a continuación, recogido por García-Andrade y que es relativamente reciente, nos debe hacer reflexionar sobre la opinión y los conocimientos que los peritos forenses tienen de la epilepsia y sobrecómo plasman estos conocimientos en sus informes periciales [17]. Se trata de un enfermo de 29 años que había tenido convulsiones en la infancia, las cuales se le habían tratado de forma irregular. Sin antecedentes familiares o personales de otro tipo, había acudido a la escuela y había realizado el servicio militar sin contratiempos. Al morir su madre, fue educado por sus abuelos. Después del servicio militar, volvió a su tierra natal y se casó con una mujer del mismo pueblo que estaba embarazada. Se instaló en el garaje de sus suegros, ya que no tenía dinero, y comenzó a decir que ‘eran muy malos’ porque lo echaron al poco tiempo. Se marcharon del pueblo y él comenzó a decir que ‘la mujer no quería vivir conmigo [...], no me quería’, por lo que se separaron, yendo a vivir él con su padre, y ella, con los suyos. Al poco tiempo, el ayuntamiento le concedió una gratificación de 500.000 pesetas y un piso para vivir, por lo que su esposa regresó junto a él. En su interrogatorio, dijo: ‘ella no me quería y eso [...], y entonces yo no sé qué me pasó y la maté en casa, en el piso, ella se iba a acostar sola, en el piso, yo en otra habitación [...]. Comí con mi tía [...]. Yo le dije que por qué se fue con sus padres, yo la maté en la primera habitación, ella estaba acostada [...]’. Dio muerte a la mujer machacándole la cabeza y arrojándola por la ventana. El homicida se quedó quieto hasta que llegó la policía. Las exploraciones médicas arrojaron los siguientes datos: con anterioridad al crimen había ingresado en cuatro ocasiones en el sanatorio psiquiátrico por una ‘problemática familiar’ –neurosis de conversión–, sin poder comprobarse en ninguna de las ocasiones los episodios convulsivos. Al momento de la exploración presentaba gran lentitud del pensamiento, pobreza de contenidos, era reiterativo, pegajoso, limitado a lo concreto y actual, con adaptación superficial al pensamiento de la colectividad. Afectividad pobre e impulsiva. Descontento y con sentimiento de inferioridad. Test de Roscharch con ausencia de respuestas humanas de movimiento y de color, marcada perseverancia, reiteración y adherencia a alguno de los escasos temas que veía a lo largo de la prueba. Capacidad de relación interpersonal muy baja. Introvertido. El electroencefalograma mostraba signos de irritabilidad cortical difusa y signos de afectación focal irritativa en la zona mediotemporal izquierda. Era un sujeto de escasa inteligencia, con infantilismo psíquico y elementos sociales sobreañadidos. Terminaba diciendo el informe que la esposa, al percibir la anorma- REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 ASPECTOS JURÍDICOS DE LAS EPILEPSIAS lidad de su marido, trató de escapar puesto que éste era incapaz de controlar sus emociones y reacciones conductuales, que además muy posiblemente lo llevarían a un progresivo deterioro intelectual y afectivo. Pues bien, con estos datos el caso se califica como una reacción típica de violencia del epiléptico en ‘pleno cuadro distímico’. En primer lugar, está sin demostrar que el enfermo sea epiléptico, ya que las crisis no existen o no se han demostrado. Si por la electroencefalografía se llega al diagnóstico de epilepsia, ello constituye un error porque ese EEG puede darse en multitud de alteraciones de cualquier tipo. Recordemos, una vez más, que son necesarias crisis de repetición para que al enfermo se le considere epiléptico. Del abuso que de la epilepsia se hace en los alegatos de la defensa dan fe estos casos que relatamos a continuación. Un policía que había sido requerido para resolver una disputa conyugal en Nueva York, al regresar de su cometido, se encontró con un grupo de jóvenes; cuando uno de ellos preguntó al policía si había estado en una determinada dirección, éste contestó que sí y, sin más, le disparó un tiro en la cabeza ocasionándole la muerte. En el juicio, los peritos afirmaron que había padecido una crisis parcial compleja psicomotora en el momento de disparar. La realidad es que nunca había tenido crisis epilépticas de ningún tipo, ni tampoco alteraciones estructurales o electroencefalográficas [18]. El segundo caso es el de un joven que, a los 28 años, comenzó a mostrar signos de pérdida de contacto con la realidad, a veces acompañados de automatismos, y se pensó en crisis parciales complejas, aunque la TAC y el EEG fueron normales. Se volvió violento y agredía en ocasiones a su esposa e hija. Posteriormente acechó a una joven vecina y le dio muerte con un cuchillo de cocina. Alegó que había tenido una crisis convulsiva y que no recordaba nada de lo sucedido. La defensa alegó que la epilepsia volvía a la gente más violenta y que el hecho, por sí mismo, era congruente con la conducta que pudo haber ocurrido como resultado de la convulsión. En la resonancia magnética se apreció un angioma cavernoso. La parte acusadora arguyó que el comportamiento estaba demasiado organizado como para ser consecuencia de una convulsión. Respecto del carácter, que como hemos apreciado en todos los peritajes descritos tiene, por desgracia, la misma vigencia de hace cien años, no vamos a insistir. ¿Qué decir de las distimias que se dan en cualquier enfermedad crónica? Por supuesto, el propio García-Andrade señala al respecto: ‘Las distimias que padece el enfermo epiléptico en las fases intercríticas pueden acompañarse de cuadros de violencia’. De esta opinión participan también Ortiz-Valero y Ladrón de Guevara: ‘En el tiempo anterior y próximo a la crisis experimentan una sensación de malestar (distimia epiléptica) y esta situación facilita la comisión de actos delictivos (riñas, agresiones) y es fuente de conflictos en el medio familiar, laboral, etc.’ [19]. El Tribunal Supremo ha dictado una doctrina general sobre las epilepsias que puede resumirse en los puntos siguientes: – Durante el ataque o durante sus equivalentes, la inimputabilidad del agente es total y absoluta. – Durante las auras y los estados crepusculares aplica una eximente incompleta al estar parcialmente abolidas las facultades cognitivas y volitivas. – Para los periodos interictales, abstracción hecha de las auras y de los estados crepusculares, la imputabilidad es total a menos que exista un deterioro cerebral importante REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562 Considerar la epilepsia como una enfermedad mental ha originado gran confusión y ha llevado a un aislamiento secular de estos enfermos en todos los campos; se han ocupado de ella legislaciones canónicas, laborales, civiles, militares y penales, y todas ellas han sido excluyentes cuando no penalizadoras. Creemos que, cuando la mayoría de nuestros tribunales aplican la eximente completa de responsabilidad, lo hacen referida a los ‘ataques plenos’, entendiendo por ello los de ‘gran mal’ o epilepsia generalizada con crisis tonicoclónicas. Por el contrario, suelen considerar el ‘petit mal’ o epilepsia generalizada no convulsiva con ausencias como si fuera un ‘mal pequeño’, de menor importancia cuantitativa que el anterior, atribuyéndole sólo una eximente incompleta. Desde un punto de vista estrictamente fisiopatogénico, esta diferenciación difícilmente se sostiene. Ambos cuadros responden a crisis generalizadas que se inician al mismo tiempo en ambos hemisferios cerebrales. Solamente difieren en los síntomas que los acompañan: más floridos en el caso del ‘gran mal’ y caracterizados, sobre todo, por convulsiones, mordedura de lengua y relajación de esfínteres, en tanto que en el ‘petit mal’ prima la alteración de la conciencia, con algunas clonías palpebrales como fenómeno motor acompañante. Por tanto, desde un prisma puramente penal, estamos convencidos de que tan inimputable resulta uno como el otro, ya que en ambos tipos de epilepsia se produce una pérdida completa de la conciencia que, a nuestro juicio, debería influir de igual manera en la posible comisión de hechos punibles. Por otra parte, es frecuente que el Tribunal Supremo afirme en su doctrina sobre esta enfermedad que ‘durante las auras epilépticas, el sujeto tiene profundamente conturbadas, aunque no abolidas, sus facultades cognitivas o volitivas, por lo que sólo parcialmente es imputable, debiéndose aplicar la eximente incompleta [...]’. Como es natural, nos vemos obligados a disentir de este planteamiento ya que el aura no más que una crisis parcial simple y, por tanto, no conlleva trastorno alguno de la conciencia. Durante una crisis focal motora simple, el individuo puede estar moviendo una mano de forma involuntaria e incoercible y, al mismo tiempo, contarnos lo que le está sucediendo con perfecta conservación de la conciencia. Este síntoma puede quedar en esa única crisis o bien generalizarse de forma secundaria a una crisis convulsiva tonicoclónica e, incluso, a crisis parcial compleja. Creemos que sólo en estos casos deberá aplicarse una eximente, pero no incompleta sino completa, ya que se produce un trastorno total de la conciencia. Por el contrario, si durante el aura (crisis parcial simple) no se produce alteración de conciencia, la imputabilidad deberá considerarse como plena en los delitos intencionados. Si en la crisis parcial simple existe un movimiento involuntario de tipo motor que provoca un hecho punible, habrá inimputabilidad. A nuestro parecer, durante los estados intercríticos, el paciente epiléptico es perfectamente imputable y no deben existir atenuantes por el efecto de la enfermedad sobre el carácter o la personalidad. Otra cosa distinta es que, a causa del trastorno subyacente que motiva la epilepsia, se haya producido un deterioro psíquico del individuo que a conseje su incapacitación total o parcial. Es preciso insistir en que, en condiciones normales, el enfermo epiléptico conserva íntegras sus facultades mentales en los períodos intercríticos; lo anormal es que suceda lo contrario. Resulta improbable que haya comisión de delitos durante los episodios críticos; cuando esto ocurre, suelen ser delitos por omisión. Los delitos contra las personas ocasionados por un 561 F. VILLANUEVA-GÓMEZ acto reflejo motor en el transcurso de una crisis, o bien por la omisión de un deber, son también muy poco probables entre estos pacientes. Los asesinatos tan precisos de los que la literatura suele estar repleta, no se deben tampoco a la propia enfermedad epiléptica, sino más bien al trastorno mental que las enfermedades de base y el aislamiento provocan. En este sentido creemos que no puede atribuirse a la epilepsia ningún delito cometido en el transcurso de un estado intercrítico, a no ser que las facultades psíquicas del individuo se encuentren alteradas por otras causas. Después de tantos años dedicados al tratamiento de estos pacientes, estamos en condiciones de afirmar que continúa existiendo en la actualidad un verdadero aislamiento social del enfermo epiléptico. Los médicos hemos creído que controlando sus crisis y administrando aquellos fármacos que producían menos efectos adversos ya hemos resuelto su problema, pero solucionar la enfermedad no sólo requiere el control de sus síntomas. Un buen ejemplo de ello es lo que ocurre con la lepra o la tuberculosis. El epiléptico debe de sentirse integrado en la sociedad en que vive y considerar su enfermedad como cualquier otra de carácter crónico. Hace ya mucho tiempo que dejó de ser mágica o sobrenatural. No se trata de una enfermedad ‘vergonzante’, ni de un mal que menoscabe la inteligencia del ser humano. Por eso pensamos que, a ese respecto, deberían cambiar las leyes y las disposiciones de todas las ramas del derecho: las penales, porque la contemplan como una enfermedad psiquiátrica capaz de provocar los más horrendos crímenes; las canónicas, ya que establecen barreras para contraer matrimonio o recibir las órdenes sacerdotales; las laborales, en cuanto que establecen distinciones entre epilépticos y los demás trabajadores en relación con el reparto del trabajo; y las militares, que provocan el paso a la reserva activa de todos aquellos miembros que padecen la enfermedad. Creemos necesario que cambie el concepto de epilepsia en nuestras instituciones para que cambie también en la sociedad. Estamos seguros de que si logramos, de una vez por todas, desmitificar esta enfermedad, habremos conseguido una mayor integración social de los epilépticos. BIBLIOGRAFÍA 1. Hipócrates. Sobre la enfermedad sagrada. En García-Gual C, ed. Trata10. Villanueva-Gómez F. 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Creemos que en la actualidad todavía se considera al epiléptico como un sujeto peligroso, y aún se habla de enajenación mental como eximente completa o incompleta, a pesar de que en el nuevo código penal ha desaparecido este concepto de enfermedad estática para pasar a una fórmula mixta biológicopsicológica al tiempo de apreciar o no imputabilidad del agente. [REV NEUROL 2002; 34: 555-62] Palabras clave. Enajenación mental. Eximente. Imputabilidad. Responsabilidad civil y penal. 562 ASPECTOS JURÍDICOS DAS EPILEPSIAS Resumo. Introdução. A epilepsia tem sido considerada uma doença psiquiátrica pelos nossos tribunais de justiça e muitos dos erros judiciais fundamentaram-se na suposta atitude violenta dos epilépticos, o que criou grande confusão tanto social como jurídica. Desenvolvimento. Fizemos uma revisão de algumas sentenças do nosso Tribunal Supremo, assim como de peritagens que demonstram o papel que ocupa a doença epiléptica nas nossas instituições. Conclusões. Cremos que presentemente ainda se considera o epiléptico como um indivíduo perigoso, e ainda se fala de alienação mental como paliativo completo ou incompleto, apesar de no novo código penal ter desaparecido este conceito de doença estática para passar para uma fórmula mista biológicopsicológica ao tempo de apreciar a não imputabilidade do agente. [REV NEUROL 2002; 34: 555-62] Palavras chave. Alienação mental. Imputabilidade. Paliativo. Responsabilidade civil e penal. REV NEUROL 2002; 34 (6): 555-562