La Función Pública en la República Argentina: Impresiones de una historia reciente de avances y retrocesos. El caso del Cuerpo de Administradores Gubernamentales (1) (*) Sergio Ernesto Negri (**) "Incluso en las áreas del mundo más desarrolladas, todos los individuos, grupos y comunidades están bajo una presión constante e implacable para que se reconstruyan; si se detienen a descansar, a ser lo que son, son barridos del mapa." ("Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad", Berman, 1988). I – Comentario preliminar. La presente ponencia es el resultado de la reflexión sobre la base de la experiencia en diversos roles de gestión de la cosa pública desde el año 1980, en diversas posiciones técnicas, tanto de conducción como de operación, y en el ejercicio de responsabilidades de índole política, de quien actualmente preside la Asociación de Administradores Gubernamentales. Dicha Asociación constituye un espacio institucional no estatal que nuclea a los integrantes del Cuerpo de Administradores Gubernamentales, siendo necesario destacar que en forma reciente el Gobierno Nacional ha anunciado un proceso de reestructuración del mismo. Reflexionar y emitir opiniones respecto de un proceso reciente y del cual se forma parte tiene, entre otras, el sesgo de profundizar una perspectiva subjetiva pudiendo implicar que el foco de atención se vea empañado por el acercamiento excesivo del observador al fenómeno analizado. Contrariamente, no emitir opinión en el momento en que los hechos están ocurriendo, puede implicar la emisión de juicios que, en el mejor de los casos, expliquen lo ya acontecido sin contribuir a un marco de decisiones concretas en el que puede y debe influirse. Este trabajo constituye, al mismo tiempo, un recorrido por la evolución reciente del Estado Argentino en cuanto a las políticas en materia de función pública, donde se pretende reflejar, a partir del estudio de caso del Cuerpo de Administradores Gubernamentales, una secuencia de avances y retrocesos que permiten concluir en la necesidad de adoptar planes y programas más permanentes que contribuyan a la consagración de una política de Estado en dicha materia. II – La Función Pública en la Argentina – Algunos apuntes del contexto histórico. La tradición europea occidental y norteamericana en lo atinente a la función pública exhibe una evolución que, más allá de sus particularidades, diferencias y matices, permite apreciar su importante grado de estabilidad y aceptación social, registrándose criterios racionales para el acceso y la permanencia en la carrera administrativa y una apropiada diferenciación entre los estamentos políticos y los técnicos que devienen de experiencias que, en algunos casos, se remontan al siglo XIX. En nuestro país, con la excepción de las carreras diplomática y militar se exhiben, en cambio, escasos antecedentes a lo largo de su historia en materia de carrera administrativa que pudieran ser comparables respecto de aquel paradigma. Excepcionalmente, y tras el advenimiento de la democracia definitivamente recuperada en 1983, se han dado algunos pasos, con diverso grado de expectativa y de éxito, habiéndose de destinar el próximo capítulo a evaluar algunas de estas experiencias. Previamente, se evocarán ciertos apuntes del escenario nacional, en cuyo contexto deben interpretarse los avances y retrocesos específicos que el presente documento procura reflejar en lo concerniente a la problemática de la función pública. II – 1. Discontinuidad institucional. Uno de los signos más destacados de la Argentina del siglo XX, está dado por la alarmante discontinuidad institucional que explica, de alguna manera, su decadencia económica y social. Tomando como punto de partida los inicios del referido siglo, baste recordar sendas dimensiones en las que nuestro país, en la comparación internacional, fuera un estandarte de vanguardia. En el plano político, el establecimiento del sufragio universal en los años 20 (con la excepción de las mujeres que, a nivel nacional, comenzaron a votar en la década del 50). En el plano económico, la razonable expectativa de que se estaba en presencia de un país en pleno proceso de desarrollo ya en los años 20 cuando las actuales potencias mundiales Canadá y Australia aparecían como meras competidoras dadas sus similitudes derivadas de la naturaleza (en la apropiación del espacio geográfico y en la disposición de recursos) y de la cultura (poblaciones originadas en importantes procesos de inmigración, bajo nivel de conflictos interraciales, étnicos y religiosos; escasa población, acceso generalizado a la educación pública). Los años 30 marcaron, por imperio de las consecuencias de la depresión económica mundial, el comienzo del fin de las expectativas que, vistas hoy en perspectiva, parecen desmesuradas. Pero, lo que resultaría significativamente más pernicioso para nuestro país, fue la retahíla de golpes militares caracterizados por una creciente violencia estatal, ausencia de libertades cívicas, desconfianza de todo proyecto que surgiera desde la sociedad civil, inseguridad jurídica, inviabilidad de la política pública y un fluctuante alineamiento internacional. Este lamentable período histórico culminó en 1982 cuando la dictadura militar de turno -en busca de una desesperada legitimación- declara la guerra a una potencia mundial, apoyada, además, por el país más influyente del concierto internacional, amparándose en una justa causa (la de Malvinas), pero haciendo uso y abuso de un ejercicio de poder que, de alguna manera, cabría calificar de primitivo y retrógrado. A lo largo del siglo, los limitados períodos democráticos quedaron, entonces, tutelados por el poder militar el cual, sería injusto no expresarlo, contó, en alguna medida antes de asumir pero mucho más en los inicios de sus respectivas gestiones, con el asentimiento o la indiferencia de importantes sectores de la sociedad. Considerándola globalmente, por esta y otras razones entre las que cabría mencionar la puja distributiva entre los sectores agropecuarios e industrial por la preeminencia económica y la consecuente búesqueda de cooptación del Estado, la situación de la Argentina tornó inviable los proyectos de largo plazo, dado que el nivel de interpelación entre los distintos sectores sociales impidió que se conforme un ideario predominante. Esto es así porque los diferentes actores, al tiempo de no haber podido acumular el peso suficiente para imponer un proyecto propio, sí en cambio resultaron eficientes para impugnar el proyecto ajeno con lo cual se dio un juego de suma negativa reflejado en la discontinuidad institucional. II – 2. La recuperación de la democracia. Prioridad de agenda pública. A los efectos de intentar conceptualizar lo acaecido desde la recuperación de la democracia en 1983, se puede inferir que se ha producido una secuencia de prioridades de agenda pública, a partir de la verificación de la sucesiva preeminencia de las siguientes cuestiones: l l l La cuestión de las libertades La cuestión económica La emergente cuestión social La cuestión de las libertades, fue asumida en el mandato del Presidente Alfonsín (1983-1989). La cuestión económica, prevaleció en la agenda del Presidente Menem (1989-1999), con particular énfasis en el primer mandato (1989-1995). La cuestión social, aparece como una demanda abierta en la actual agenda pública, siendo concebible y esperable que el Presidente De La Rúa (1999-2003) aborde la misma desde el aparato estatal a través de políticas, programas y acciones concretas. Un hecho que es importante recalcar reside en que los avances evidenciados en la atención de las aristas más destacadas de las mencionadas agendas, se fueron consolidando en forma aditiva, fueron procesados e incorporados por la sociedad, dejando el lugar a la aparición de nuevas demandas. A título ejemplificativo, resultaría inconcebible hoy, o ayer durante la Presidencia Menem, que se hubieran retrotraído progresos verificados durante la Presidencia Alfonsín en materia de libertades públicas. Igualmente, la mera posibilidad de contradecir la ley de convertibilidad monetaria que estableció en el mandato Menem la paridad entre el peso argentino y el dólar estadounidense, provoca en la actualidad innumerables rechazos, cierto escozor y, en todo caso, la necesidad de buscar soluciones superadoras que eviten replantear, en el imaginario colectivo, las funestas consecuencias de los procesos hiperinflacionarios vividos. Avanzando por partes, puede aseverarse que en el rescate de la denominada cuestión de las libertades, tras la postrera dictadura militar, se advirtió el vital resurgimiento y la imperiosa necesidad de la consolidación de la democracia, la plena vigencia de las libertades (entre ellas puede destacarse la libertad de expresión), la conceptualización y el respeto de los derechos humanos, la necesidad de vivir en el marco del Estado de derecho. Una vez que se abordara y diera respuesta a la cuestión de las libertades, cobró protagonismo (y aún fuertemente predomina), la cuestión económica. En este contexto, se promueve la ley de convertibilidad de la moneda que aparece como una respuesta que desde la política se le da a los procesos hiperinflacionarios de fines de los 80. También adquiere relevancia el mercado, al influjo del agotamiento del modelo de un Estado omnipresente que es compelido a abandonar su rol de productor de bienes y servicios. Esto derivó, entre otras consecuencias, en la generación de un escenario más estimulante a los factores de producción del sector privado. Por otra parte, la Argentina no ha quedado al margen del influjo del proceso de globalización que recrea fuertemente las relaciones entre países y regiones del mundo. Las recientes crisis económicas con orígenes geográficos determinados (Sudeste Asiático, Rusia, Brasil) y su inmediata repercusión mundial, pueden ser vislumbradas como un amenazante contexto que limita el accionar "per se" de los Estados Nacionales sometiéndolos a vaivenes que no los tienen ciertamente de protagonistas (salvo en algunas de sus perniciosas consecuencias). No obstante, la inevitabilidad de este proceso hace pensar que, muy lejos de oponer una candorosa y seguramente ineficaz resistencia, deben generarse las condiciones protectivas y de complementariedad entre los países como para convertir a esta globalización en lo que Sorman denomina "mundialización". Se trata de que a un modelo unidireccional que centrado en lo económico parece imponerse uniformando y disciplinando las pautas de conducta, se lo confronte desde la recreación de un más vasto contexto de cooperación e intercambio de experiencias entre los países en cuyo marco la dimensión económica, sin restarle la importancia que adquiere, quede subordinada a las necesidades sociales y a la diversidad cultural de la Humanidad en su conjunto. Por otra parte, no pueden dejar de mencionarse los cambios trascendentes que se observan en lo atinente a los conceptos de riqueza y de producción, con su innegable implicancia en el mercado laboral. Pierden relevancia relativa los bienes de la naturaleza y de la industria, adquiriendo preeminencia los servicios y los bienes que derivan de la innovación tecnológica, del conocimiento y de la información. Las preocupantes tasas de desocupación y subocupación, la emergente necesidad de reconvertir conocimientos y pautas de conducta asentadas, la recreación del concepto de ocio, en fin, la relevancia que adquieren las dimensiones de la educación, la cultura y el trabajo, están planteando desafíos que exceden largamente a respuestas que emerjan de los países individualmente considerados. Debe asimismo destacarse las consecuencias de esta aceleración de los cambios que generan escenarios en muchos casos amenazantes en el plano personal, por lo que adquiere una inusitada importancia la constitución de redes de contención social. En este campo predominante de la economía, otro importante instrumento normativo dictado en la Argentina está constituido por la ley de convertibilidad fiscal que establece la drástica reducción del déficit presupuestario, previéndose su total eliminación para el año 2003. Una vez más, tras el aspecto monetario de la agenda económica, se incorpora un elemento adicional, en este caso referido a la disciplina fiscal. Consecuentemente, ya no sólo se abandona la posibilidad de acudir al impuesto inflacionario como motor o como corrector de los precios relativos de la economía –y ante la adopción de un sistema de tipo de cambio fijo y convertibilidad de la moneda, la factibilidad de utilizar la herramienta de alteraciones al tipo de cambio-, sino que se limita la capacidad de gasto del sector público al límite de su propio financiamiento. De esta forma, se redobla la apuesta establecida en los acuerdos vigentes en Europa derivados del Tratado de Maastricht, los que toleran un acotado porcentual de déficit público. Es probable que, en esta materia, el ejemplo que se pretenda seguir es el norteamericano, habida cuenta que en este país, no por razones normativas sino por el peso de la propia economía, exhibe una inédita situación de superávit de las cuentas públicas. Con la ley de referencia, en la Argentina y a partir del año 2003, la consigna será que por cada peso que decida gastarse deberá existir el simétrico ingreso de un peso en carácter de recaudación. II – 3. El nuevo perfil del Estado. En un marco tan restrictivo, se vislumbra la existencia de un Estado, que se perfila cada vez más pequeño en su tamaño, con menores grados de libertad en su acción, y con un grado de diversificación también cada vez menor. Con todo, resulta concebible y esperable que el rol que le cabe al Estado sea bien importante y estratégico anticipándose y dando respuestas a una realidad que se presenta en su creciente complejidad e incertidumbre. Por un lado, debe ejercer plenamente sus indelegables funciones más tradicionales, las que les son dadas desde la propia conformación de los Estados Nacionales. Esas funciones abarcan a segmentos tan críticos como el de la seguridad personal –en procura de preservar la cada vez más relevante problemática de la integridad física de los ciudadanos- y el de la seguridad jurídica –incorporándose, por ejemplo, la necesidad de dotar de regulación legal a la introducción de las nuevas tecnologías y la defensa de los derechos de los usuarios de servicios privatizados-; la defensa, las relaciones internacionales, la salud, la educación. Pero el terreno al que, sin ninguna duda, el Estado debe (y deberá) aplicar más fuertemente todas sus energías, es el social. Y esta conceptualización es admisible con independencia del abordaje ideológico desde el que se parta. Algunos pensadores, desde posturas más liberales, afirman que el Estado, frente a la globalización y el aumento de la participación civil, ha perdido autoridad. En esta línea de análisis se observa como positivo el aumento de los espacios de libertad individuales siendo negativo que se recorte el margen de acción del Estado, cuyo cometido debe orientarse a la defensa de los excluidos y desprotegidos. En esta interpretación, igualmente, se le asigna al Estado el prioritario abordaje de la cuestión social, atento a la necesidad de intervenir donde el mercado no llega, no sólo por razones éticas, sino también económicas, ya que se debe posibilitar que nuevos ciudadanos (¿consumidores?, a tenor de esta concepción) sean incorporados al mercado. Otras posturas, que abrevan en perspectivas más humanistas, adjudican al Estado un mayor protagonismo, en línea de combatir la pobreza y la exclusión, revirtiendo la inequidad social que el mercado de por sí no atiende (y que incluso genera), cuestionando la teoría del eventual "derrame" que produciría el crecimiento económico, al comprobarse que éste, al ser insuficientemente procesado desde la política, más que producir una mayor equidad, agudiza las distancias sociales preexistentes. En este enfoque se afirma que, frente a la globalización, aparece la necesidad de instrumentar políticas sociales muchas veces descentralizadas (delegándose funciones desde el Estado central a otros niveles de gobierno –regionales, provinciales y locales- alentándose, además, la participación de la sociedad civil) orientadas a combatir la pobreza y generar una mayor equidad social. Unos y otros, pese a sus diametralmente opuestas concepciones, destacan que el Estado es prioritario para atender la problemática social. Aparecen, incluso, inéditas posturas de los Organismos Internacionales, con la notable inclusión de los de carácter financiero, que observan con preocupación la inviabilidad de los modelos y los países que no atienden adecuadamente la cuestión de la inequidad. En números, y en la Argentina, se observa una tendencia al estancamiento del gasto público total –debido a, por un lado, la limitación al gasto impuesta por el régimen de convertibilidad fiscal y, por el otro, a la retracción en la recaudación impositiva originada en la caída del producto y en la imposibilidad de combatir eficazmente la evasión- pero un aumento en la participación del gasto público social respecto del global superando la relación el 50%. Para dimensionar los alcances de los desafíos en materia social, existen dramáticos estudios que demuestran que en América Latina casi el 50% de la población es pobre, y que si se compara esta situación con el nivel de desarrollo de la región, los pobres deben caer, en cuanto a su número, a la mitad. Esta inequidad afecta, como no puede ser de otra manera, la gobernabilidad de las Naciones y la posibilidad de generar capital social. Inversamente, reducir las desigualdades crea condiciones propicias para aumentar significativamente la inversión destinada a formar capital humano e impactan favorablemente en las tasas de ahorro nacional y en el desarrollo tecnológico. Mucho podría decirse en el terreno de lo social, en el proceso de retrogradación colectiva que registra nuestro país que evidencia alarmantes indicadores de pauperización estructural y sobreviniente. Baste con pensar en las tasas de desocupación y de subocupación. Baste con pensar en una persona concreta de carne y hueso que no consigue trabajo, en los daños psicológicos que de eso se derivan, en la pérdida de la autoestima, en la paradojal reducción de las motivaciones para trabajar, en la disrupción de las relaciones familiares y sociales. Baste con pensar en este caso, y extrapolarlo a todos los que están en esta situación (o en otras aún peores), para no dudar cuán profunda es la agenda pendiente que el Estado y la sociedad tienen con sus conciudadanos menos favorecidos. Sí, como quedó reflejado previamente, desde cualquier vertiente de pensamiento crítico se acepta la responsabilidad estatal en el abordaje de la cuestión social, es necesario no desconocer los esfuerzos y potencialidades de la sociedad civil, articulando acciones que aumenten la sinergia. La respuesta no surge necesariamente desde el retorno de una mayor regulación sino desde el concreto ejercicio de una capacidad de gestión de los necesarios acuerdos, convirtiéndose el Estado, tanto en un actor con peso propio como en un gran mediador social, con un permanente ejercicio de esos roles. Va de suyo que con estos supuestos se torna imprescindible la generación de una masa critica de operadores de esta realidad que actúen, desde el Estado, en los terrenos políticos y técnicos. Los representantes políticos, que por definición acceden a sus funciones en forma transitoria deben, cada vez con mayor calidad y esclarecimiento, interpretar los crecientes y heterogéneos intereses, a veces complementarios y muchas veces contradictorios, de los diversos actores sociales. Los operadores técnicos, cuyo marco de desempeño es por antonomasia más permanente con relación al espacio temporal de los políticos deben contribuir, a partir de una mayor profesionalización, a la traducción en acciones concretas de la voluntad social mediada por la clase política. Esta profesionalización, a la que se hará referencia más específicamente en el próximo acápite, debe abarcar a todos los niveles de la administración, tanto a quienes deben asumir roles de gerencia publica como a los niveles de conducción intermedia y de operación los cuales, muchas veces, constituyen la cara visible del Estado frente a los ciudadanos, en una relación que debe cuidarse y recrear. II – 4. La necesidad de la profesionalización. Se ha dicho que el Estado no sólo debe legislar sino tiene que actuar "per se" o transaccionalmente generando condiciones que favorezcan la acción de la sociedad. En ambos supuestos se necesita una gran capacidad de gerenciamiento. Coherente con este planteo, es que exista un Estado fortalecido (aun revirtiendo los resabios de un discurso que le es adverso), en línea de, en palabras de Touraine, dotarlo de la máxima capacidad de generación de políticas públicas y de gestión que le permitan diferenciarse y tener una relativa autonomía de los factores de poder predominantes y de sectores influyentes de la propia sociedad. Se vuelve entonces a destacar la necesidad de que los cuadros políticos y técnicos estén debidamente formados –en sus respectivas esferas de acción, unos como prioritariamente generadores de políticas y, los otros, principalmente como gestionadores de dichas políticas-, teniendo espacios de interacción diferenciados en lo estructural pero complementarios en lo funcional. Esta diferenciación no debe obstar a la necesidad de que, al momento de formularse la política pública, debe incorporarse en el análisis la dimensión de la racionalidad técnica. Desde la conducción del aparato del Estado la esfera de la política pública no puede ni debe ser confundida con la partidización, entendida ésta en el sentido de clientelismo y de subordinación de los intereses generales a los fines partidarios. Si la acción política tiene sesgo partidario, produce una captura de lo público en función de intereses que no necesariamente son colectivos. Los cargos públicos son sostenidos con el aporte de toda la población. Esos cargos no son sólo de la conducción política elegida para un momento determinado. Si no se resuelve esta tensión, y se despartidiza el accionar estatal, debilitaremos el Estado al relegar los intereses de la comunidad a los intereses de un equipo gobernante de turno. Por ello, hoy existe el imperio de orientar el Estado a la ciudadanía, debiéndose lograr empatía entre el funcionario y el ciudadano. Desde la administración, la respuesta a ello es la profesionalización, la generación de masas críticas, la permanente búsqueda de prestigiar, a partir de realizaciones, a la función pública. Este marco de consideraciones apuntan a una suerte de "deber ser" en materia de función pública. En el próximo capítulo se dará cuenta del "ser", o mejor del "ha sido", al retratarse una historia reciente de avances y retrocesos en esta problemática. III – La Función Pública desde la recuperación de la democracia. III – 1. Creación de la Secretaría de la Función Pública y del Cuerpo de Administradores Gubernamentales. En 1983, con el Gobierno del Presidente Alfonsín, se crea la Secretaría de la Función Pública en la esfera de la Presidencia de la Nación. La concepción de las autoridades nacionales de entonces partía de la correcta premisa de que era preciso reconstruir el Estado, que tras años de oscurantismo debía recuperar su rol frente a la sociedad, que era preciso comenzar a delinearse una carrera administrativa. La creación de una Secretaría Presidencial fue una forma de reflejar la relevancia que se le dio a los temas vinculados con el Estado, máxime si se considera que por imperio de restricciones constitucionales, sólo era posible la existencia de ocho Ministerios y que la forma de jerarquizar un área era establecer su dependencia directa del titular del Poder Ejecutivo Nacional. Otra decisión relevante que se tomó es la creación del Cuerpo de Administradores Gubernamentales, en el año 1984. El concepto fue tomado en sus líneas fundamentales del rol jugado en Francia por la Escuela Nacional de Administración (ENA) teniendo en cuenta que sus egresados son considerados una pieza básica del funcionamiento del estado francés. El objetivo de desarrollar un proyecto similar en nuestro país radicaba en producir una reestructuración del aparato estatal argentino, como parte de un proceso de transformación integral, orientado a implantar y consolidar el régimen democrático-constitucional en nuestro país La estrategia, como se advierte, fue focalizada dado que no se atacó la problemática de la función pública en su conjunto sino que se previó que en forma gradual, las sucesivas promociones de Administradores Gubernamentales pasarían a integrar las áreas críticas de Gobierno en la gestión de las políticas públicas (aunque sin excluir la posibilidad de participar en funciones de investigación, asesoramiento y coordinación) y que, inversamente, los funcionarios directivos de las estructuras organizativas preestablecidas debían, para legitimarse en la función, pasar por el programa de formación en aras de integrar la masa crítica de recursos calificados que se postulaba generar. Claro que los tiempos son los tiempos. La primera promoción culminó sus estudios a fines de 1987 y, el entonces Presidente Alfonsín al conferir los diplomas a los egresados, expresó su alegría de que los mismos fueran a contribuir, principalmente, a la gestión de los gobiernos que lo sucedieran. Al finalizar su mandato, dos promociones finalizaron sus respectivos cursos y una tercera estaba convocada. Si bien no se conocen evaluaciones sistemáticas de las políticas de función pública de este período, podrían destacarse como fortalezas el ajuste a legalidad de los procesos administrativos, una mayor orientación del accionar a la ciudadanía, un más libre acceso a la información y, como debilidad, la impresión de que no se logró fortalecer como se pretendía al Estado. La presencia de fuertes y generalizadas críticas a los servicios públicos (que preludiaron las privatizaciones de las empresas estatales de los 90) y, en lo específicamente atinente a la función pública, la carencia de una política global que trascendiera la coyuntura, forman parte de las aludidas debilidades. Podría sintetizarse que hubo un énfasis mayor en los aspectos normativos y cualitativos en desmedro de la adopción de un enfoque que abordara la problemática en su conjunto. Durante la Presidencia del Dr. Menem (1989-1999), se pasó de una estrategia puntual a una de índole global materializada en la adopción del Sistema Nacional de la Profesión Administrativa (SINAPA). Es importante resaltar que en su diseño e implementación, fue activa la participación de integrantes del Cuerpo de Administradores Gubernamentales. Se tomaron, a este fin, decisiones que tendieran a la disminución de los escalafones de la Administración Pública, trasvasándose los puestos de trabajo y el personal de los regímenes anteriores al nuevo, generándose un sistema que pretendió ser único estableciéndose requisitos y vías concursivas para acceder a la función pública. Por otro lado, y desde un punto de vista institucional más general, tras una primera Presidencia en la que adquirió un protagonismo excluyente el responsable del Ministerio de Economía de la Nación, con la reforma de la Constitución se crea la figura del Jefe de Gabinete de Ministros que comienza a prestar funciones en el segundo mandato del Presidente Menem. Al Presidente se le reserva ahora la responsabilidad política de la Administración, siendo el Jefe de Gabinete el responsable directo de la gestión pública y pasando la Secretaría de la Función Pública a depender del mismo. En el caso del Programa de Formación de Administradores Gubernamentales, y pese a que el mandato presidencial alcanzó al decenio, se concretó el egreso de exclusivamente dos promociones. Simplificando, y sin entrar a analizar la problemática de las privatizaciones, la transferencia de servicios públicos desde la esfera nacional a la subnacional y la sólo aparente reducción del gasto estatal, podría afirmarse que durante este período predominó un enfoque cuantitativo respecto de una estrategia cualitativa, invirtiéndose las prioridades respecto del período presidencial anterior. Nuevamente y a pesar de transcurrir un período presidencial prolongado que alcanzó a un decenio, no se promovió ni consolidó una política de función pública que trascendiera un mandato de gobierno evidenciándose políticas públicas no necesariamente complementarias al no actuar en forma acumulada. En 1999 se produce un recambio en la conducción del Poder Ejecutivo Nacional. Es éste el cuarto desde el retorno a la democracia, no estuvo cargado del dramatismo que la crisis hiperinflacionaria le imprimiera al primer gran traspaso, significó el advenimiento al gobierno de una alianza política de características nuevas y adquieren relevancia renovada la transparencia pública y la cuestión social. En cuanto a la importancia relativa otorgada a la función pública, se produce no sólo un cambio de nombre – Gestión Pública- que podría implicar un mayor énfasis en el hacer que en el pensar y el decidir, sino, en el marco generalizado de disminución de los cargos políticos, se desjerarquiza el área pasando de Secretaría a Subsecretaría. Paralelamente, se crea en el ámbito de la Vicepresidencia de la Nación la Secretaría para la Modernización del Estado con lo que se desdoblan las áreas centrales con competencia en la temática, en la esfera del Poder Ejecutivo Nacional. Por otra parte, a tres meses del recambio y en un escenario de déficit fiscal heredado, restricción presupuestaria y ajuste del sector público, se produjo el inesperado cierre de la Escuela de Economistas de Gobierno creada en el ámbito del Ministerio de Economía y se anunció la reestructuración del Instituto Nacional de la Administración Pública y del Cuerpo de Administradores Gubernamentales. En tales anuncios, imperaron criterios económicos –a punto tal que las medidas emanaron del titular del Ministerio de Economía de la Nación-, se dispuso un nuevo retiro voluntario, y se previó, en el caso del Cuerpo de Administradores Gubernamentales y como respuesta funcional a la reestructuración, un proyecto normativo que posibilita que sus integrantes asuman cargos de conducción en los organismos públicos, sin necesidad de que se instrumenten los concursos contemplados en el SINAPA. Esta "solución" normativa, que aún no ha sido aprobada y que seguramente será objeto de concienzuda revisión, opera en el contexto de una modificación de las distintas estructuras organizativas y la necesidad de ocupar los cargos directivos que las mismas contemplan con funcionarios experimentados que acrediten antecedentes en la gestión de la cosa pública. Las estructuras vigentes, es preciso señalarlo, han sido materia de observación y cambio poniéndose en tela de juicio, implícitamente, la designación de funcionarios –en particular en los cargos de conducción-, que ocuparon sus respectivas posiciones a través de los mecanismos establecidos por el SINAPA. Los principales cuestionamientos, que exponen en el escenario la necesidad de designar a funcionarios de confianza de la nueva gestión política, derivan de las designaciones de "último minuto", producidos antes de operar el recambio gubernamental. Como una crítica más profunda, se imputan debilidades de los procesos concursivos teniendo en cuenta que los comités de selección actuantes –elegidos por el propio poder administrador- determinaron una terna de aspirantes entre los cuales el responsable político del organismo seleccionó a quien efectivamente habría de pasar a cumplir la función. Este procedimiento es observado, en sus consecuencias, como un lastre de funcionarios heredados y se verifica en el contexto de una presión de los referentes técnicos de un nuevo gobierno por ocupar cargos de conducción agudizada por el achicamiento general de los puestos de libre designación política y de los contratos de servicios personales. Por otro lado, opera el plano de la necesidad de evitar, de parte de estos funcionarios "heredados", los clientelismos, obstruccionismos, deslealtades y, bajo esta perspectiva en el mejor de los casos, excesivos burocratismos que podrían entrar en colisión con los alcances de las nuevas modalidades de políticas públicas que se pretenden impulsar. Un análisis que sólo tangencialmente ha aparecido, y que debería ser objeto de una profunda reflexión, es el caso de las Unidades de Auditoría Interna de los Organismos cuyos titulares, por aplicación de la normativa vigente, son susceptibles de ser nombrados por los máximos responsables de los mismos, violentándose elementales principios de independencia que deben imperar entre el controlador y el controlado. Esos fenómenos de avances y retrocesos, cuando no inmovilismos, ocurre, entre otros motivos, por una falta de explicitación en la conceptualización de los cargos de conducción directiva que, en forma oscilante, son ocupados con criterios de designación donde imperan, no homogéneamente, aspectos más técnicos o más políticos. La necesidad de una adecuada delimitación de esta cuestión, dada su trascendencia, debe ser objeto de acuerdos políticos marcos que excedan la voluntad de las conducciones gobernantes de turno. IV - El Cuerpo de Administradores Gubernamentales. En el año 1984 se concreta el lanzamiento del Programa de Formación de Administradores Gubernamentales (PROFAG), como paso previo a la conformación del Cuerpo de Administradores Gubernamentales, el que se puso en funcionamiento mediante el Decreto N° 3687/84. Las restantes convocatorias se realizaron en los años 1986, 1988 y 1993, habiéndose producido cuatro en total, hasta el momento. La normativa que rige la estructura y funcionamiento del Cuerpo fue dictada mediante el Decreto N° 2098/87. Durante el año 1988 se constituyó efectivamente el Cuerpo de Administradores Gubernamentalesa partir de la puesta en funciones de los graduados de la primera promoción del PROFAG. IV – 1. Requisitos y Proceso de Selección. El ingreso al Cuerpo de Administradores Gubernamentales estuvo reservado a personas provenientes de los sectores público y privado graduados de carreras universitarias de duración no inferior a cuatro años. La edad máxima de los aspirantes fue establecida en 35 años (en algunos casos se permitió la excepción hasta 40 años) entre los no funcionarios, y de menos de 45 entre los funcionarios. En las dos primeras convocatorias se seleccionaron inicialmente un conjunto de 180 aspirantes, mediante exámenes de información general, comprensión de textos y capacidad de resolución de problemas. A posteriori se pusieron en juego mecanismos de selección más complejos (cursos preparatorios, entrevistas de distinto carácter, etc.) a los fines de escoger 60 cursantes del PROFAG. La modalidad recibió algunas modificaciones, incorporándose en el cuarto programa un número de 30 participantes. El curso tuvo una duración de entre 24 y 30 meses comportó una dedicación "full-time" y se caracterizó por un programa intensivo de actividades. Entre las cuatro convocatorias hubo 9153 aspirantes presentados, de los cuales se seleccionaron un total de 207 administradores. El PROFAG se desarrolló en el Instituto Nacional de la Administración Pública, con una coordinación específica a cargo del Programa, con asignaturas y programas de estudio que fueron diseñados especialmente para este caso, contratándose los docentes que dictarían las mismas. Los cursos incluyeron temas de Políticas Públicas, Finanzas Públicas, Presupuesto, Contabilidad Pública, Macroeconomía, Microeconomía, Geografía de los Problemas Argentinos; Derecho Administrativo, Historia del Estado Argentino, Derecho Constitucional, Epistemología, Etica, Metodología del Estudio y la Investigación, Matemáticas, Estadística General y Aplicada, Teoría Política; Estado y Actores Sociales, Gestión Pública y Privada, Principios de Administración; Estudio de casos de Administración Pública, Análisis del Discurso General y Administrativo, Teoría de las Organizaciones. Los docentes provenían en parte de la Universidad de Buenos Aires u otras universidades nacionales, también hubo funcionarios públicos de distintos organismos nacionales y expertos provenientes de institutos particulares y del sector privado. Como parte de los distintos Programas de Formación se efectuaron pasantías de 120 a 180 días de duración, en organismos de la Administración Pública Nacional, en los que se desarrollaron experiencias en el ejercicio de funciones con un doble propósito: por un lado, completar el perfeccionamiento de los cursantes; por el otro, contribuir efectivamente en los procesos de gestión de los Organismos en los que se cumplimentaron los "stage". IV – 2. Asignación de destinos. La asignación de destinos se produce como resultado de demandas de diferentes organismos de la Administración Pública, resolviendo la Subsecretaría de la Gestión Pública (ex Secretaría de la Función Pública) a partir del dictado de una resolución. La asignación tiene un tiempo máximo de tres años, pudiendo prorrogarse por común acuerdo de las partes, por un lapso de dos años adicionales. Las funciones que se encomiendan son de conducción, asesoramiento y coordinación de políticas y programas públicos de elevado impacto organizacional. IV – 3. Desempeño. Los Administradores Gubernamentales se desempeñan en los más variados organismos de la Administración Pública. Principalmente se desenvuelven en órbita del Poder Ejecutivo Nacional, aunque existe un número de ellos que se desempeña en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, así como en el Congreso Nacional, y ha habido ocasionales destinos en Provincias, Universidades Nacionales, Municipalidades y otros organismos. Eel aspecto más diferencial del Cuerpo está dado por la movilidad de sus integrantes, con lo que se produce que los mismos cuenten con un conocimiento general de la problemática estatal, con la posibilidad de intercambiar experiencias y generando una red transversal del Estado. Otra potencialidad del Cuerpo se da en función de los múltiples perfiles y actividades que asumen sus miembros en materia de planeamiento, asesoramiento, organización, conducción y coordinación, lo que le permite convertirse en una herramienta central en toda política pública. Los Administradores son concebidos como agentes de cambio, como reservorios –no exclusivos pero sí protagónicos- de la memoria institucional de los Organismos Públicos y, ante todo, como actores de las transiciones entre gestiones. Transiciones que se verifican tanto en lo macro, como las que se derivan de un recambio político, cuanto en las transiciones micro que se producen por cambios puntuales en las conducciones durante el transcurso de una misma gestión de Gobierno. El Cuerpo de Administradores Gubernamentales fue concebido para atender la necesidad de contar con funcionarios debidamente capacitados. Empero, y como no puede ser de otra manera, no constituye un fin en sí mismo. Debe ser (y ha sido) un instrumento idóneo para llevar adelante las estrategias y los lineamientos que se deriven de la conducción política. Su creación, de alguna manera, creó la tensión necesaria para ir generando modificaciones en el resto de los escalafones que tendieran a establecer pautas de mayores exigencias. La instrumentación del Sistema Nacional de la Administración Pública (SINAPA), con la particularidad de que implicó una estrategia de abordaje más global, significó un avance en este sentido. Los Administradores Gubernamentales han ocupado (y ocupan por estos días) relevantes posiciones de conducción, asesoramiento a funcionarios políticos, coordinación de programas institucionales y, ante todo, están preparados para abordar problemáticas de carácter interjurisdiccional. Quizás, en la línea de pensamiento que inspirara al Prof. Roulet cuando propiciara su creación, su principal misión es ejercer el rol de nexo entre la política y la administración. Sin embargo se evidencian cambios adaptativos ya que puede afirmarse que en el ciclo de las políticas públicas recientes, cada una de sus fases ha impregnado, en el respectivo entramado histórico que la desencadena, al necesidad de redefiniciones. Así, los primeros programas de formación hicieron foco en las políticas públicas democratizadoras para revertir la herencia del Estado dictatorial y sus prácticas autoritarias, mientras que los últimos procesos de formación, ya en vías de consolidación de la participación de la sociedad civil argentina en los temas públicos, comenzaron a atender prioritariamente las políticas de modernización y las políticas sectoriales orientadas a la atención de problemáticas sociales para las cuales la profesionalización de la función pública constituye un eje fundamental. Los procesos de descentralización, de transparencia en los marcos jurídicos, de atención de la problemática del empleo y de la educación, de integración al Mercosur, de mejoramiento en los sistemas de gestión y control, y de la calidad de la relación organización pública – ciudadanía estuvieron en la agenda, tanto de los esquemas de formación, como en los destinos profesionales de los miembros del Cuerpo de Administradores Gubernamentales. En ese sentido puede aseverarse que de alguna manera, los Administradores Gubernamentales comparten con los políticos la transitoriedad –en un Organismo determinado-, y los hermana en cambio a los técnicos en el grado de permanencia en la carrera pública. En el presente año se ha anunciado una "reestructuración" del Cuerpo. Convencionalmente, las reestructuraciones han sido inspiradas en la necesidad de limitar la expansión del gasto público y en la disminución del número de empleados de la Administración. Hoy, al estar pendientes definiciones políticas en la materia, puede ser prematuro hacer un análisis de las probables motivaciones del referido anuncio. Sin embargo, se procurará esbozar algunas. Una primera evaluación radica en que, al haberse exacerbado fuertemente en la agenda pública las necesidades que derivan de la agenda económica, se puede estar priorizando desde la política criterios eficientistas de reducción del gasto frente a la indubitable necesidad de contar con cuerpos formados que fortifiquen el accionar del Estado, fundamentalmente en el terreno social. Es así que se superponen visiones contrapuestas de corto y de largo plazo, de las demandas que se derivan de un estricto enfoque presupuestario y el de la paralela indiscutible necesidad de respetar la profesionalización. Otra interpretación posible apunta a evaluar que, en todas las transiciones de Gobierno, se reflota periódicamente la necesidad de delimitar puntualmente los espacios que se le asignan a los funcionarios políticos y a los de carrera, por lo que surge la debilidad ante la indefinición de estos espacios en el marco de macroacuerdos que constituyan políticas de Estado con continuidad. Por ello reaparecen escenarios de superposiciones y equívocas confrontaciones por la ocupación de ámbitos que pueden resultar, en una visión incorrecta, de índole competitiva. Obviamente que el criterio que viene sosteniendo la Asociación de Administradores Gubernamentales, es concebir a la reestructuración como una punta de lanza de un salto cualitativo en procura de que los integrantes del Cuerpo participen más centralmente en las políticas públicas propiciadas desde el Gobierno Nacional, en el contexto de la atención desde el Estado de la agenda de cuestiones que se deben encarar. En este orden, se destaca que se ha registrado una alentadora iniciativa parlamentaria por parte de diputados representantes de los partidos políticos mayoritarios de la esfera nacional, en el sentido de consagrar por ley al Cuerpo de Administradores Gubernamentales. Restaría estructurar, más adecuadamente, su inserción, en el contexto de la ulterior aparición del SINAPA y de los postulados de función pública que son el ideario de las nuevas autoridades políticas, en orden a promover su utilización por parte de un Estado más funcional a las necesidades que plantea la agenda pública nacional e internacional en lo relativo a su accionar. V – Algunas consideraciones finales. Teniendo en cuenta que en la actualidad en la Argentina, junto a la emergente cuestión social predominan en la agenda pública las cuestiones vinculadas a la ética y a la transparencia estatal, resulta conveniente finalizar esta ponencia con algunas consideraciones que apuntan a exponer la hipótesis de los riesgos que la designación discrecional de funcionarios con un plazo limitado de permanencia en el cargo, pueda redundar en un incentivo para la proliferación de actos de corrupción. En realidad, y tal cual se sostiene desde cierta perspectiva de la teoría económica, las personas no pueden ser calificadas como intrínsecamente honestas o deshonestas, sino que podría caracterizarse que se comportan "como si fueran honestas" o "como si fueran deshonestas". Para decidir si realiza actos de corrupción o no, el funcionario puede comparar la utilidad que le reporta el ingreso que percibe por desempeñarse en su cargo (o, mejor, el flujo de ingresos futuros que cree percibirá mientras permanezca en su puesto, netos del esfuerzo necesario para obtenerlos) con la que obtendría si aceptara recibir sobornos. También los funcionarios podrían implícitamente realizar algún tipo de evaluación tanto de la probabilidad de ser descubiertos como del castigo que recibirán en el caso de seguir conductas deshonestas. Si la probabilidad de ser encontrados en prácticas incorrectas y/o la penalidad ante el descubrimiento de esas inconductas aumentaran, es más probable que el funcionario tenga un comportamiento honesto, y viceversa. Asimismo, el funcionario tiene en cuenta los costos en que incurriría por adoptar prácticas deshonestas. Estos costos pueden ser de tipo moral (sanciones que pudiera llegar a recibir el funcionario, que podrían llegar a incluir la prisión, problemas morales, etc.) y económicos (multas, pérdida de ingresos, abandono del cargo, etc). Tomando como válidos estos supuestos, cuanto mayor sea el plazo que el funcionario espere permanecer en su cargo, menor será el incentivo para incurrir en prácticas deshonestas (adoptando decisiones que no buscan el interés general a cambio de algún beneficio personal o para una organización o sector en particular), porque sus flujos de ingresos son más altos y, por lo tanto, la utilidad esperada de su cargo será mayor. Será, entonces, superior el valor que le da al cargo y, por lo tanto, menor la posibilidad de que acepte seguir conductas que se aparten de la ley. Por el contrario si el "horizonte de vida útil" de su cargo es limitado, se incrementa la probabilidad de que, a base de una evaluación estrictamente económica, el funcionario acepte dádivas. Con este planteo que pone el acento no ya en la orientación del funcionario como servidor público orientado a atender las demandas de la sociedad, sino en la necesidad de que los mismos no caigan en prácticas corruptas que atentan contra el prestigio de la función pública, alteran la seguridad jurídica de las Naciones, generan ineficiencias e injusticias que es preciso minimizar y combatir, se plantea la necesidad de que es preciso: 1. Reducir al mínimo las designaciones de funcionarios sin estabilidad. 2. Reducir la posibildad de que estos funcionarios puedan realizar designaciones masivas de personal. 3. Si fuera inevitable que los funcionarios sin estabilidad tengan que designar personal a cargo, minimizar su discrecionalidad para realizar la selección. Una última consideración. En materia de política educativa, política social, política económica, política de desarrollo regional e integración y política internacional, se está generando un atinado debate en aras de que las mismas se conviertan en Políticas de Estado. Se pretende darle continuidad a los grandes lineamientos concertados por la sociedad, a través de los representantes de los partidos políticos mayoritarios, que los mismos surjan de debates que apunten a los máximos niveles de consenso posibles, que tales consensos se consagren en acuerdos macropolíticos que se reflejen ulteriormente en leyes nacionales, provinciales y locales, es que, en definitiva, los respectivos ejecutores de las políticas públicas diseñadas tengan un marco de acción que, en lo fundamental, guarden una relativa estabilidad y una máxima coherencia, sin perjuicio de los ajustes, los matices y las correcciones que deban introducirse. Es claro que en lo atinente a políticas de función pública, y a la luz de las experiencias puntuales que se reflejan en el presente trabajo, hay un vasto campo para recorrer. Por lo pronto, es imprescindible que se vaya generando consciencia de que, en materia de función pública, es posible y necesario que la misma forme parte de acuerdos globales que constituyan una auténtica política de Estado. En este campo deberían definirse, entre otras las siguientes cuestiones: l l l Delimitación de los espacios que corresponden a la política y a la administración. Establecimiento de mecanismos de acceso a la función pública incontrovertibles. Fijación de programas de actualización y capacitación de vastos alcances. l Generación de mecanismos de evaluación de desempeño estrictos con sistemas que balanceen los premios y castigos que se deriven del accionar de los servidores públicos. l Contribución al prestigio de la función pública. l Orientación del accionar del funcionarato de carrera a contribuir en el diseño de políticas públicas, además de su incuestionable rol en materia de gestión y evaluación de las mismas. Por supuesto que el desafío central que subyace a este planteo es el de recuperar y recrear el espacio de lo público, estableciendo una alianza estratégica entre el Estado y la Sociedad Civil orientando el accionar a las centrales cuestiones de la realidad social que, proceso de globalización mediante, está planteando desafíos que pueden desligitimar a las democracias frente a las distorsiones y desatenciones que exhibe el comportamiento de un capitalismo del que es preciso recuperar el rostro (y el espíritu) de lo humano. A este respecto, parece oportuno reflejar las conclusiones, a guisa de interrogantes, que se plantearon en el Foro sobre el Estado del Mundo, contemporáneo a la Cumbre del Milenio que recientemente se realizara en New York, resaltándose algunos de los dilemas que se plantean los "futurólogos". Ellos son: 1. ¿ Cómo alcanzar el desarrollo sustentable de todos? 2. ¿ Cómo lograr que se utilicen perspectivas globales de largo plazo en la formulación de políticas en cada país? 3. ¿ Cómo lograr que la globalización y la convergencia de la información beneficie a todos? 4. ¿ Cómo mejorar la capacidad de tomar decisiones correctas cuando está en cambio la naturaleza del trabajo y de las instituciones? 5. ¿ Cuáles son los caminos más efectivos para acelerar la aplicación del avance científico y tecnológico hacia un mejoramiento de la condición humana? 6. ¿ Cómo lograr que consideraciones éticas se incorporen rutinariamente a decisiones globales? Queda claro que, para abordar las problemáticas planteadas en este crucial cuestionario, se necesita un sostenido esfuerzo de concertación global. En ese contexto, los Estados Nacionales y la Sociedad Civil tienen un decisivo rol que desempeñar. Y, en lo que respecta a la esfera estatal, el papel que le corresponde a la clase dirigente y a los funcionarios gubernamentales es fundamental para encontrar las respuestas y articular las soluciones, evitando que los riesgos emergentes de la globalización sean mayores que las ventajas que las transformaciones comporten a los ciudadanos del mundo. 1) Deseo expresar el profundo reconocimiento a los colegas Administradores Gubernamentales que han participado de la elaboración del presente documento. Mi gratitud a Marisa Bechara, Daniel Campione, Mariano Fernández Landoni, Dolores March, Ana María Pérez Luzuriaga, Noemí Pulido y Leticia Sarabia. (*) Trabajo presentado al V Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y la Administración Pública, octubre del año 2.000. (**) Presidente de la Asociación de Administradores Gubernamentales.