viómetro colocado debajo de ramaje llega a recoger en ocasiones cantidades de agua veinte veces mayores que otro situado al descubierto, a un metro de distancia. Fuera de Canarias, en localidades de características análogas, como son los alrededores del monte Table, de la región de E l Cabo, se han realizado observaciones, que constituyen y a un clásico ejemplo, de la iimportancia de esta precipitación, la cual ha llegado a ser, en un período de ocho semanas, de 125 litros por metro cuadrado en un pluviómetro al descubierto, y de 2.000 en otro situado junto a él, bajo follaje. A p a r t e este tipo especial de precipitaciones, ocurren también en el monteverde lluvias de carácter general, originadas por la invasión de los vientos fríos del Norte, inherentes al régimen ciclónico que suele establecerse sobre el Atlántico en los meses invernales. Este hecho, junto con la evolución tér-> mica estacional, ponen de manifiesto que el Archipiélago no está sometido a u n régimen climático tropical, sino que corresponde y a a zonas de tipo tem­ plado, cuyos caracteres son dulcificados por la altitud. Por encima del mar de nubes aparecería zona seca que indicábamos en el esquema general; la temperatura aumenta bruscamente, pudiendo suponer la diferencia hasta 1 2 C. Este calentamiento resulta aún más acusado para nuestro organismo, por la fuerte y grata sensación que se experimenta al pasar desde las brumas a un ambiente más seco y recibir directamente la caricia del sol, en contraste con el aire fresco y húmedo que en la zona an-> terior nos producía un enfriamiento, no perceptible por los termómetros, pero realmente sentido por nosotros de un modo indudable. Esto se debe a que el agua conduce el calor mejor que el aire, por lo que nuestro cuerpo, mantenido a temperatura constante, cede más calor al aire externo, satu­ rado, que al seco, aunque se encuentre a la misma temperatura, fenómeno que no registra el termómetro, porque su masa adquiere la temperatura del medio. Si el tiempo es ventoso, este enfriamiento por conducción es todavía mayor; de aquí la desapacible sensación que se siente en zona de niebla (típico caso de L a Laguna), aunque en ella no se registren temperaturas demasiado bajas. . ^; E n las alturas a que ahora nos referimos, la acción del alisio superior del Noroeste, es reforzada por la radiación de la ladera, y a que el aire, desprovisto^ de humedad y partículas de polvo, resulta de tal diafanidad, que es atrave­ sado, casi sin pérdida, por las radiaciones solares, que inciden plenamente sobre el suelo. Por esta misma causa, el enfriamiento nocturno es también m u y c o n s i - : derable, por lo que la oscilación diaria resulta elevadísima en la superficie del terreno, no siéndolo tanto en el aire separado y a del suelo, pues en esta zona de ladera, además de hallarse en continuo movimiento, a causa de las; brisas, las variaciones de calor quedan amortiguadas por la escasa capacidad o