Entrevista a Guillermo Gadola y María del Carmen Rodríguez Ambos son contadores, tienen 46 años y están casados hace 23. Pertenecen a la CVX desde 2010. Forman parte de la comunidad Lucas XV e integraron el grupo que coordinó las mesas de trabajo de la jornada del la familia. ¿Qué significa en sus vidas la CVX? G. Para mí, toda la experiencia CVX representa un espacio de formación y crecimiento. Un tiempo de profundizar en la fe y en uno mismo, de trabajar la relación con Dios, de volver a poner temas sobre la mesa y darles una nueva aproximación. También ha representado una forma de acercarnos a la espiritualidad ignaciana y así poder compartir más la experiencia de fe con nuestros hijos. Tenemos dos hijos, ambos fueron al Colegio Seminario toda la vida, y como forma de poderlos acompañar en su proceso de fe, nos fuimos vinculando progresivamente a la espiritualidad ignaciana. MC. La CVX representa una búsqueda de una espiritualidad en una etapa madura de nuestras vidas. Nos ha enriquecido mucho con herramientas y visiones propias del carisma CVX, que nosotros no traíamos ya que fuimos formados bajo otros carismas. Tiene el plus, además, de que compartimos en casa la espiritualidad ignaciana con nuestros hijos. Eso nos ayuda no solo a compartir un lenguaje, sino además a desarrollarnos todos en un mismo estilo de vida. ¿Qué es lo más importante a tomar en cuenta a la hora de querer constituir un matrimonio cristiano? G. Cuando tomamos la decisión de vivir una vida matrimonial, lo hicimos como una opción de vida sacramental. Eso para mí significa seguir a Dios viviendo mi vida en un matrimonio, criando hijos, inserto en la sociedad. Cuando decidimos casarnos, Dios tenía que estar presente. Nosotros hemos elegido algunas veces a la triple alianza para representar nuestra pareja: nosotros dos y Dios. Esto no significa que lo hemos logrado siempre, pero era nuestro desafío y nuestro deseo. Éramos conscientes de que Dios nos había puesto en el camino del otro y que había un camino que queríamos recorrer juntos. En los momentos difíciles, muchas veces recurríamos al motivo que nos unió. MC. Para mí lo importante es tener claro que queremos construir juntos un camino donde Dios es parte del mismo. Es un proyecto que va más allá de nosotros. Involucra a Dios no solo como testigo de ese momento, sino que Él nos regala la gracia del sacramento. Cuando en la ceremonia de nuestro casamiento nos comprometimos a intentar ser una familia cristiana comprometida, estábamos eligiendo una forma de vivir, una opción sacramental donde se hace palpable la presencia de Dios a lo largo del camino, compartiendo la alegría de los momento felices y también algunos momentos de tempestades en los que Dios se convierte en el timonel de nuestro barco. ¿Qué es lo más desafiante que se presenta en un matrimonio cristiano en la sociedad de hoy? G. Yo primero veo las dificultades en el matrimonio en general. Sin querer parecer demasiado viejo, creo que muchas veces se privilegia el resultado “ya”, y falta un poco de paciencia, de entrega. En el matrimonio cristiano se debería priorizar nuestra capacidad de entrega, nuestra vocación de servicio, el “empezar por casa”, como decía mi madre. En lo cotidiano muchas veces nos olvidamos de esto y no vemos a Jesús en nuestro cónyuge. No pretendo con esto hacer un comentario muy teológico; por el contrario, bien práctico. Muchas veces uno tiene que hacer algo por el otro, aunque no quiera, solo por amor, por entrega. Y eso implica hacerlo sin esperar nada a cambio, con buena cara, con alegría, con desinterés, sin “guardarlo” en la memoria para recordarlo en el medio de una discusión. Eso es entrega y servicio, y a veces la convivencia hace que sea muy difícil mantenerlo “siempre”. MC. Quizás lo más duro hoy sea el compromiso por siempre. Esas dos palabritas son bastante anticulturales, porque en la era de lo descartable el miedo al compromiso es muy grande. Además, en el matrimonio cristiano uno se compromete con el otro, con Dios y con el prójimo. Esto implica generosidad y entrega a lo largo de toda la vida. ¿En qué aporta la CVX a su matrimonio y familia? G. Nosotros llegamos a la decisión de unirnos a la CVX en forma personal, luego de procesos de fe que fueron distintos, tanto en su origen como a lo largo de todo nuestro camino juntos. Para mí es una alegría muy grande que compartamos este espacio y nuestro compromiso hoy es respetar nuestro espacio individual de pertenencia, porque cada uno llegó por sí mismo y no debemos confundirnos. Pero por supuesto que participar de una misma experiencia nos da la posibilidad de conversar muchos temas con una aproximación semejante, acompañarnos en nuestros procesos desde otro lugar, entendiéndonos más. MC. Como decía anteriormente, la CVX tanto como matrimonio al igual que como familia nos ha unido en un carisma común. Nos costó mucho tiempo, aunque parezca algo tonto, reconocer que los caminos de fe son distintos. Al principio queríamos vivir una fe de pareja, pero también en eso somos dos individualidades que se encuentran en un proyecto en común. La CVX nos ayuda a recordar a todos los miembros de nuestra familia la importancia de pertenecer a una comunidad, de vivir una vida sencilla y de ser sensibles a las necesidades de los otros. ¿Qué significó para ustedes preparar juntos el día de la familia CVX? G. Un desafío grande, por supuesto. Hace muchos años que venimos trabajando en temas de familia y nos parecía muy importante poder aportar algo a este espacio que se estaba generando. La “familia” como institución está pasando momentos complicados y todo esfuerzo que se haga es poco. Tuvimos que aprender cómo se ven, discuten y coordinan las cosas en un movimiento, que para nosotros es nuevo; participar de conversaciones bien interesantes, elaborar un punto de acuerdo, etc. Poder dar nuestro testimonio en uno de los talleres implicaba el desafío común de preparar algo para compartir con otros. Se sumó que muchos de los participantes conocen a nuestros hijos y eso genera una presión adicional. MC. Una gran responsabilidad y un enorme desafío. La familia es algo que nos preocupa hace mucho tiempo y que intentamos desde donde podemos no solo preocuparnos, sino ocuparnos. ¿Cómo vieron luego la actividad en sí? G. La actividad estuvo muy buena, con una excelente participación. El espacio de oración nos pareció particularmente rico. También que hubiera talleres con distintos intereses. MC. Nos sorprendió la convocatoria. En el equipo teníamos temores sobre este punto en virtud de experiencias anteriores. El momento de oración nos pareció precioso, la charla de los panelistas fue súper interesante, la participación en los talleres nos pareció muy buena. Nos hubiera gustado tener más tiempo para hacer un mejor cierre de la jornada. ¿Qué cosas no deben faltar a la hora de armar un proyecto de familia cristiana? Tener un proyecto en común, claro, explícito, rezado. La familia tiene que tener un proyecto en sí mismo, distinto a los proyectos de los individuos que la integran pero compatible entre sí. Darle un espacio a cada uno para su crecimiento y desarrollo. Darle un espacio a la pareja como tal, reconocer a la pareja como un “ser vivo” que necesita atención. Darle un espacio a Dios, reconocerlo como nuestro timonel, saber que camina siempre a nuestro lado. Darle un espacio a la familia y a la comunidad. Ese proyecto es dinámico (al igual que la familia) y debe ir adaptándose a la realidad que es cambiante. La comunicación es la herramienta clave para lograrlo: explicitar las cosas, compartir los modelos de familia que traemos y que queremos, no dejar cosas por sobreentendidas o temas para adelante con ilusión de que por sí solos se solucionarán. Valores como la generosidad, la empatía, la escucha atenta y la humildad enriquecen este proceso de construcción de un proyecto que dura toda la vida. ¿Cómo fue evolucionando el proyecto de familia que tenían al comienzo? G. Con los años fuimos descubriendo que muchas veces le pusimos muchas energías, esfuerzo y discusión a temas que se fueron solucionando “solos” con los años, o que Dios se fue encargando de ellos. Quizás vimos muchas veces que nos fuimos apartando y eso nos pareció muy grave, cuando quizás eso no lo fue tanto. A la luz de los años, el proyecto en grandes líneas se ha mantenido, se ha ido cumpliendo, y eso es un regalo de Dios. MC. Fue evolucionado con nosotros, con la vida misma. Porque al principio uno empieza con mucha ilusión y luego vienen épocas de hacer retoques. La familia aumenta y con ella las responsabilidades. El camino de la fe tiene también sus altibajos; siempre existen batallas que no deberían haber sido libradas, pero cuando uno revisa se da cuenta que todo eso es aprendizaje adquirido, que el camino recorrido ha tenido algunas oscilaciones pero que la meta no ha se ha perdido. Que Dios tiene sus caminos para nosotros y que siempre nos está esperando.