Michel Onfray: Antimanual de filosofía, Ed. Edaf (pag. 161, 162) “¿DEBÉIS NEGAROS A OBEDECER A VUESTRO JEFE DE ESTUDIOS CUANDO SUELTE TONTERÍAS? Si, si realmente os propone hacer una cosa que consideráis que no se aviene bien, o está en contradicción con vuestra idea de la justicia y la moral. Denunciar a alguien, dar el chivatazo, informar sobre la forma en la que una persona (alumno, profesor o empleado del centro) se comporta en el recinto del colegio, cooperar en planes disciplinarios, u otra táctica tal que vuestra conciencia crea indefendible, entonces sí, negaros a obedecer. Porque existe un derecho a rebelarse o desobedecer, que incluso se apoya en el deber de comportarse así: el derecho es siempre secundario, ya que proviene de una idea que le precede y supone una condición previa de humanidad, de igualdad, de equidad y moralidad. El derecho no puede obligarnos cuando la moral es retiene. No prefiráis la legalidad a la moralidad, no escojáis el derecho inmoral e injusto frente a la moral que lo contradice. Hablamos de la existencia de un derecho natural para caracterizar la ley no escrita, tácita, que rige la relación entre dos seres independientemente de toda convención y legislación, de todo contrato, desde el momento en que dos personas mantienen un vínculo, una relación. Al contrario que el derecho positivo que resulta de las leyes escritas y acuerdos anteriores entre partes contratantes, ese derecho natural se apoya en lo que a priori parece humano y se impone al margen de todo texto, tan pronto como tenemos una persona delante de nosotros: respetar su dignidad, asegurar su existencia o subsistencia alimentaria, concederle la elemental protección de su cuerpo y salud, de su identidad y subjetividad, otorgar a su cadáver los cuidados y atenciones convenientes, etc. Antes de toda legislación, e independientemente de ella, priman esas obligaciones éticas. Si el derecho positivo contradice al derecho natural, podéis plantearos legítimamente un desacato, una rebelión, una repulsa. Una mujer que dice no En la antigüedad, Antígona, la heroína de Sófocles (495-405 a. de C.), divulgó la potencia del derecho natural defendiendo ferozmente el derecho a la sepultura de su hermano. La historia es así: Creonte, rey de Tebas, da órdenes de prohibir el entierro de Polinices, el hermano de Antígona, culpable de haber combatido contra su patria. Esa noche, Antígona sale de la ciudad para cubrir el cuerpo amado con bastante polvo como para que no quedase expuesto a perros errantes y animales de paso. Los guardias la sorprenden y la hacen prisionera. En su celda se ahorca. Una cascada de muertes se sigue en el círculo familiar del rey Creonte. Esta historia nos da una lección: las leyes civiles, útiles para la sociedad, pueden muy bien existir por su lado, pero a los ojos de Antígona no es menos cierto que por encima de ellas existe una ley del corazón, sagrada e inviolable. La historia atraviesa los siglos y los lugares: todavía hoy, los filósofos del derecho se sirven de ella para reflexionar sobre la oposición entre las leyes jurídicas ciudadanas y las leyes éticas individuales, y establecer el tipo de relación que deben sostener derecho positivo (local, humano y fechado) y derecho natural (universal, trascendente -situado más allá- y fuera de la historia)”