Doctor Álvaro Uribe Vélez Ex-presidente de Colombia y Senador de la República Estimado ex-presidente: Lo conozco como un líder abierto al diálogo, con sensibilidad social, comprometido con la búsqueda de la paz para nuestra nación. Desde mi vinculación a la campaña presidencial del 2001, tuve claro que su propuesta de seguridad democrática tenía como horizonte una salida dialogada con aquellos que habían tomado el camino de la violencia, se tratara de guerrilleros o paramilitares. Como Alto Comisionado para la Paz durante sus dos gobiernos, conté con su apoyo para desmovilizar a los grupos de autodefensas y buscar acercamientos con las FARC y el ELN. El desarme de 33.000 miembros de las autodefensas y 18.000 guerrilleros fue complementado con la ley de justicia y paz, que ha permitido el conocimiento de la verdad y la reparación a las víctimas, con penas de cárcel para los responsables. En el caso de las FARC encontramos el grave problema de decenas de secuestrados que dicho grupo pretendía canjear por guerrilleros presos, exigiendo como requisito previo que se despejara una parte del territorio nacional en el que ellos tendrían control absoluto. Aunque recurrimos a muchos facilitadores nacionales e internacionales, todos los caminos parecían cerrados. De allí que me concentrara en construir un canal confiable de comunicación con ese grupo guerrillero, lo que se logró a través del empresario Henry Acosta. Protegimos su vida y abrimos un camino que el actual gobierno retomó para poner en marcha su proyecto de diálogos. En el caso del ELN, adelantamos en Cuba conversaciones exploratorias entre 2005 y 2007, que dejaron un borrador de Acuerdo Base, listo para la firma. Si el gobierno hubiera partido de lo ya alcanzado, tal vez el acercamiento con esa guerrilla habría sido más exitoso. Lamentablemente, en vez de contar con mi experiencia en tan largo y difícil proceso, funcionarios apoyados en delincuentes lanzaron una oprobiosa persecución en mi contra, que me obligó a salir del país y buscar asilo político en compañía de mi familia. Desde el exilio, pedí en 2013 a los precandidatos del Centro Democrático que manifestaran su disposición a continuar los diálogos que se iniciaban en La Habana, sin que ello implicara un apoyo al gobierno o silenciar las críticas al modelo de negociación en marcha. Manifesté de manera pública, a finales de 2014, que se debía intervenir activamente ante la declaración de un cese unilateral de hostilidades por parte de las FARC, sugiriendo de manera interna un mecanismo de verificación con acompañamiento del CICR para que fuera propuesto por voceros del partido. Desde finales del año paso, he insistido en que el Centro Democrático debe anunciar que está dispuesto a continuar los esfuerzos de paz bajo cinco criterios: a) amnistía amplia al final de las hostilidades; b) justicia transicional para los responsables de delitos no indultables; c) paz con enfoque territorial; d) someter transformaciones constitucionales a un mecanismo transparente de voto popular; e) los grandes beneficiarios de la paz deben ser los ciudadanos, no las élites políticas ni los grupos que dejan las armas. He destacado su propuesta de buscar un "alto consenso nacional" y sus reflexiones sobre la convocatoria a una constituyente de elección popular para tratar el tema de los acuerdos de paz. Se dio un paso adelante el pasado 17 de diciembre en el Foro “Reflexiones para una paz estable y duradera”, cuando el presidente del partido abrió el debate sobre la constituyente, con la consigna de “transitar de una paz del gobierno a una paz popular”. Considero sin embargo necesario un paso adicional: aceptar de manera pública que es mejor culminar con un acuerdo el proceso en marcha, que exponernos a una ruptura que podría desatar nuevas dinámicas de violencia. Si el CD espera representar a las mayorías nacionales y ganar la presidencia en el 2018, debe reorientar el debate dejando sin argumento a quienes pretenden dividir al país entre pacifistas y guerreristas. El CD debe complementar sus críticas válidas con una propuesta para manejar la continuidad del proceso de diálogo, tendiendo puentes hacia un sector importante de la ciudadanía que de buena fe quiere la paz. Manteniendo la distancia frente al gobierno y su política de paz, se puede asumir una posición de apoyo a la salida negociada, apostando a que el proceso sea irreversible sin que ello implique adherirse a los acuerdos de La Habana. La paz no está a la vuelta de la esquina. Lo que se ha logrado hasta ahora es cambiar el escenario de la guerra, pactando en la mesa acuerdos que generarán nuevas luchas por el poder, las que debemos mantener dentro del curso de la democracia. Se vienen muchos años de conflictos bajo el chantaje de la paz. Es nuestra responsabilidad hacer esfuerzos para tramitarlos dentro de la civilidad, convocando a la ciudadanía en la defensa de una democracia con libertades que descarta para Colombia modelos con sesgo totalitario. Comparto su pedagogía sobre la inconveniencia del plebiscito, que considero un distractor. El gobierno es hábil al momento de hacer propuestas que mantienen ocupada a la oposición. Fue lo que sucedió con el referendo aprobado por el Congreso y nunca convocado. Más que la refrendación popular de los acuerdos a través de un proceso deliberante, lo que se busca es un efecto político que sirva de carambola para justificar la entrega al ejecutivo de facultades legislativas. Sería grave que por esta vía se termine afectando la institucionalidad democrática. El verdadero plebiscito por la paz será el cambio de gobierno en el 2018. Lo que se viene es una confrontación política por sostener a Colombia como un país soberano, pacifista, con un Estado capaz de defender la dignidad de hasta el más desvalido de sus ciudadanos. Dejando claro que el CD no apuesta al fracaso de la mesa de La Habana, sus líderes deben advertir con claridad a quienes pacten con el actual gobierno un sistema de repartición de privilegios, que el acuerdo de paz no puede tener cláusulas pétreas. Si se pretende perdonar a los guerrilleros sus graves delitos por haber querido cambiar el Estado, no se puede censurar a los ciudadanos por querer cambiarlo con los instrumentos legales a su alcance. El Centro Democrático no es enemigo de la paz. Busca como legado para las futuras generaciones una paz forjada por los ciudadanos, una paz del pueblo que apuesta por la reconstrucción del país dentro de los marcos de la justicia, la libertad, la transparencia, el emprendimiento, la generación de riqueza, y políticas de equidad e inclusión social que permitan el pleno goce de derechos por parte de todos los colombianos. Nueva política de paz que tiene como eje vertebral recurrir al voto ciudadano para obtener el mandato que permita reorientar, de manera equilibrada y sostenible, sostenible los acuerdos que se anuncian desde La Habana. Propuesta que no es contra las FARC, sino para incluirlas como opositor dentro de la civilidad, pero sin privilegios que pongan en peligro el libre juego democrático. Atentamente, Luis Carlos Restrepo R. Febrero 18 de 2016