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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES
MAESTRÍA EN DERECHOS HUMANOS Y DEMOCRACIA-SCJN
V (Quinta) Promoción
2012-2014
LA OBLIGATORIEDAD PARA MÉXICO DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE
INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS.
Tesis para obtener el grado de Maestría en
Derechos Humanos y Democracia.
Presenta: Salvador Mondragón Reyes
Director de tesis: Juan Carlos Arjona Estévez
Línea de Investigación: “Estado, democracia y derechos humanos”
México, D.F. octubre de 2014
Agradezco a la Unidad de Igualdad de Género de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación la beca otorgada para la realización y culminación de la Maestría
DIPLOMADO CURSADO: ARGUMENTACIÓN JURÍDICA.
OCTUBRE 2014.
1
INTRODUCCIÓN (7)
CAPÍTULO I
MARCO TEÓRICO-JURÍDICO DE LA JURISPRUDENCIA
I.
ASPECTOS GENERALES (9).
1. La reforma constitucional mexicana de 2011 y su relación con la
jurisprudencia fijada por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. (9)
2. El Bloque de Constitucionalidad (14)
3. Control de Convencionalidad (16)
4. Control de Constitucionalidad (18)
5. Principio Pro Persona (19)
6. Jurisprudencia (20)
6.1.
Argumentos que rechazan la fuerza vinculante de la
jurisprudencia (24)
6.2.
Argumentos que aceptan la fuerza vinculante de la
jurisprudencia (25)
II. DOS EJEMPLOS DE LA JURISPRUDENCIA DE LOS
TRIBUNALES INTERNACIONALES (26)
1. Jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia (28)
2. Jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (34)
2
CAPÍTULO II
OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE
INTERAMERICAN DE DERECHOS HUMANOS
I.
ACERCA
JURISPRUDENCIA
DE
DE
LA
LA
OBLIGATORIEDAD
CORTE
DE
LA
INTERAMERICANA
DE
DERECHOS HUMANOS (39)
II. MARCO NORMATIVO DE LA OBLIGATORIEDAD DE LA
JURISPRUDENCIA
DE
LA
CORTE
INTERAMERICANA
DE
DERECHOS HUMANOS (42)
1. Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (43)
2. Convención Americana sobre Derechos Humanos (45)
3. Reglamento de la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos (49)
4. Sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (50)
4.1 En casos contenciosos (50)
4.1.1. Obligatoria para el estado que formó parte de la controversia
(50)
4.1.2. Obligatoria para los estados que no formaron parte de la
controversia pero no han aceptado la competencia contenciosa de la
corte (51)
5. El valor de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos para los tribunales nacionales latinoamericanos (52)
5.1 Estados que no aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos (53)
5.1.1 Venezuela (53)
6. Estados que aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (56)
6.1 Argentina (56)
6.2 Colombia (58)
3
6.3 Costa Rica (60)
6.4 Perú (60)
CAPÍTULO III
MÉXICO Y LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA
CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS
I. MARCO NORMATIVO INTERNO (62)
1. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (63)
2. Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso
Radilla Pacheco contra México (66)
3. 3. Expediente Varios 912/2010 (69)
4. 4. La evolución jurisprudencial (72)
5. 5. Contradicción de Tesis 293/2011 (75)
6. 6. Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación (78)
III.
EL
BLOQUE
JURISPRUDENCIA
DE
DE
LA
CONSTITUCIONALIDAD
CORTE
Y
LA
INTERAMERICANA
DE
DERECHOS HUMANOS (81).
CONCLUSIONES (84)
FUENTES DE INFORMACIÓN (86)
4
A Beny por su apoyo incondicional en cada paso que he dado
en mi formación académica; a Salvador y Mariana por entender el
sacrificio que implicó no estar a su lado mucho tiempo en este
camino.
A todos mis compañeros con los que compartí las clases en
FLACSO, siempre fue ilustrativo avanzar a su lado en los cursos.
A todos mis amigos y compañeros del Poder Judicial Federal
que no pudieron estar en el curso, pero que sí lo están en los campos
en que se dan las batallas para protegerlos.
A todas aquellas personas que hicieron posible mi ingreso a
FLACSO, a Adriana Ortega y en especial a Mónica Maccise Duayhe.
5
A la SCJN por su decidido apoyo para hacer posible estos
cursos.
A Yuria Saavedra por su guía invaluable durante un segmento
del curso.
En especial a Juan Carlos Arjona por su excelente
disposición para estar atento a las inquietudes de sus alumnos y en
particular de las mías, su cordura, su disciplina muchas veces no
entendida, pero necesaria, y siempre solícito a dedicarme un espacio
para ayudar a encontrar soluciones, por su crítica, guía y orientación
cada vez que fue necesaria.
A Sandra Serrano por su comprensión ante los obstáculos que
se presentaron durante la elaboración de este trabajo y su apoyo para
superarlos.
6
INTRODUCCIÓN.
La sentencia dictada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 23 de
noviembre de 2009 en el Caso Radilla Pacheco en contra del Estado mexicano, y
posteriormente la reforma constitucional en nuestro país publicada en 2011, vinieron a
convulsionar nuestro sistema jurídico, entre otros aspectos, en los parámetros de control en
materia de derechos humanos de los actos del Estado.
A partir de la citada reforma, el parámetro de control de los actos del Estado
encuentra un soporte constitucional más sólido, ya que para predicar la validez de los actos
estatales, deben observarse los derechos humanos previstos tanto en la Constitución, como
en los tratados internacionales.
Sin embargo, una de las preguntas que arroja esa afirmación, es si la jurisprudencia
que se emite por parte de los órganos de control en materia de derechos humanos de los
actos del Estado (como lo es la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre otros),
también es un parámetro de control de los actos estatales y, como consecuencia, de
observancia obligatoria para los Estados.
En el presente trabajo analizaré, en primer lugar, algunas características de la
institución jurídica denominada jurisprudencia, el porqué se predica de ella la
obligatoriedad, para después analizar la que corresponde a algunos tribunales
internacionales de derechos humanos, la forma en que los mismos y algunos tribunales
nacionales la han adoptando, no sólo como un diálogo jurisprudencial, sino con el carácter
obligatorio, mientras que otros han cuestionado esa característica; y por último, analizaré
cuál ha sido la postura que ha adoptado el Estado mexicano.
La obligatoriedad de la jurisprudencia que emite el citado tribunal interamericano ha
sido aceptada en algunos países como Costa Rica o Argentina, en otros como México, si
bien se ha aceptado por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación esa
obligatoriedad, lo cierto es que esa aceptación aún enfrenta algunas inconsistencias.
En efecto, los criterios recientes emitidos por el Máximo Tribunal, en el que no
obstante han aceptado la obligatoriedad de la jurisprudencia de la Corte Interamericana, aún
generan cierta problemática, porque también ha sostenido que si la Constitución establece
limitaciones, debemos preferir éstas por encima de cualquier otra regulación.
7
Esa conclusión genera confusión en la aplicación de la jurisprudencia de la Corte
Interamericana, pues si a través de esta institución se establecen estándares mínimos de
derechos humanos, pero rebasa las limitaciones a derechos humanos establecidos en la
Constitución, entonces la obligatoriedad de la jurisprudencia se ve derrotada por esas
limitaciones establecidas en la Constitución.
Esta problemática no es privativa del Estado mexicano, pues en general los Estados,
a través de sus tribunales constitucionales, paulatinamente han ido superando dudas
semejantes, y algunos han terminado por adoptar la obligatoriedad de la jurisprudencia
internacional de los derechos humanos. Me parece que el Estado mexicano se encuentra en
esa ruta.
En este trabajo sostengo que la jurisprudencia de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos es obligatoria, en particular, para los jueces de México.
La metodología utilizada para llegar a esa conclusión es la dogmática jurídica, en
tanto que atenderá a las normas, principios y conceptos jurídicos en abstracto, pero
contextualizados en particular a determinados espacios geográficos.
8
CAPÍTULO I.
MARCO TEÓRICO-JURÍDICO DE LA JURISPRUDENCIA.
I.
ASPECTOS GENERALES.
1. La reforma constitucional mexicana de 2011 y su relación con la
jurisprudencia fijada por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos.
La reforma constitucional en nuestro país en materia de derechos humanos de junio
de 2011, llegó con la pretensión de remover profundas prácticas formales o
procedimentales y sustanciales en materia de derechos humanos; dicha reforma confirma la
importancia que tienen -y que debieron tener siempre- las personas y los derechos
humanos.
La reforma constitucional y su impacto debe leerse junto con las sentencias de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante CorteIDH o tribunal
interamericano), en particular la dictada el 23 de noviembre de 2009 en el Caso Radilla
Pacheco contra el Estado mexicano, entre otras sentencias dictadas por el mencionado
tribunal interamericano (principalmente en las que el estado mexicano ha sido parte),1 que
Las sentencias de la CorteIDH en las que el Estado Mexicano ha sido parte son: Caso
Jorge Castañeda Gutman contra Estados Unidos Mexicanos. Excepciones Preliminares,
Fondo, Reparaciones y Costas (Sentencia de 6 de agosto de 2008); Caso González y
otras (Campo Algodonero) contra México. Excepción Preliminar, Fondo, reparaciones
y costas (Sentencia de 16 de noviembre de 2009); el ya mencionado Caso Radilla
Pacheco contra Estados Unidos Mexicanos. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas (Sentencia de 23 de Noviembre de 2009); Caso Fernández
Ortega y Otros contra México. Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas.
(Sentencia de 30 de agosto de 2010); y, Caso Cabrera García y Montiel contra México.
Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas (Sentencia de 26 de
1
9
han generado una forma diferente de entender y aplicar los mecanismos de control de los
actos del Estado.
Para este último propósito nuestra Carta Magna ha incluido expresamente principios
que se desarrollaron, principalmente, al abrigo del derecho internacional de los derechos
humanos, como lo son el de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y
progresividad, y principios hermenéuticos y de aplicación como lo es el pro persona, de
interpretación de las normas relativas a los derechos humanos conforme a la propia
Constitución y a los tratados internacionales en la materia de los que el Estado Mexicano
sea parte.
De esa manera todas las autoridades del País están obligadas a respetar los
estándares mínimos de derechos humanos desarrollados tanto en el ámbito nacional como
en el ámbito internacional. Si bien el “derecho internacional de los derechos humanos
establece pautas mínimas a las que los estados se obligan” ( Manili, 2005: 47), la pregunta
que surge aquí es si dentro de esos instrumentos o instituciones que establecen pautas
mínimas se encuentra la jurisprudencia de la CoIDH.
La pretensión en este trabajo no es referirme a todos los instrumentos o instituciones
que generan ese piso mínimo de derechos humanos que deben garantizar los Estados; me
centraré principalmente en analizar si la jurisprudencia de la CorteIDH en los casos
contenciosos, se traduce en una institución que genere estándares mínimos obligatorios para
los Estados, o puesto de otra manera, si la jurisprudencia que emite la CorteIDH,
específicamente en los casos contenciosos, es o no obligatoria para los Estados, y
concretamente para el Estado mexicano.
La jurisprudencia ha sido ampliamente estudiada a partir de un enfoque general
desde el ámbito interno, ya desde sede judicial o ya desde la teoría del derecho, y en menor
medida en el ámbito internacional, y no ha sido unánime en cuanto a la obligatoriedad de la
jurisprudencia que fija la CorteIDH en los casos contenciosos.
En este trabajo analizaré la institución denominada jurisprudencia de la CorteIDH
como referente obligatorio para resolver casos futuros.
noviembre de 2010); Caso Rosendo Cantú y Otra contra México. Excepción Preliminar,
Fondo, Reparaciones (Sentencia de 31 de agosto de 2010).
10
Para ello es importante establecer si la jurisprudencia mencionada forma parte del
Bloque de Constitucionalidad, y si por tanto, sirve de parámetro para realizar el Control de
Convencionalidad, y qué papel juega -si es que es así- en la aplicación del principio pro
persona.
En el caso de México, la reforma constitucional mencionada trajo consigo el
replanteamiento de los pilares que conforman el Bloque de Constitucionalidad, y con ello
los parámetros de control, ya que éstos no sólo están conformados por los derechos
humanos contenidos en las normas jurídicas de origen nacional, como lo son las leyes o
nuestra Constitución Nacional, sino también los contenidos en los tratados internacionales
de los que el Estado Mexicano sea parte, como se lee del artículo 1º, párrafo primero,
constitucional: “En los Estados Unidos Mexicanos, todas las personas gozarán de los
derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de
los que el Estado Mexicano sea parte…”.
Luego
entonces,
los
derechos
humanos
reconocidos
por
los
tratados
internacionales, al igual que los que se encuentran reconocidos por la Constitución, se
convierten expresamente en parámetros de control constitucional y convencional en materia
de derechos humanos que deben hacerse efectivos a la luz del principio pro persona (entre
otros principios).
La jurisprudencia de la CorteIDH como referente del control de convencionalidad y
de constitucionalidad, ha sido analizado en sede interna de nuestro país, pero es necesario
detectar los problemas que han enfrentado y enfrentan las conclusiones que se han dado al
respecto; problemas que derivan, aunque no todos, de los diversos pronunciamientos
hechos por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (en adelante SCJN). Por ejemplo, la
Primera Sala ha sostenido:
“Mediante reforma publicada en el Diario Oficial de la Federación el 10 de julio
de 2011, se modificó el artículo 1º de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos, rediseñándose la forma en la que los órganos del sistema
jurisdiccional mexicano deberán ejercer el control de constitucionalidad…Por
tanto, se concluye que en el sistema jurídico mexicano actual, los jueces nacionales
tanto federales como del
orden común, están
facultados
para
emitir
11
pronunciamiento en respeto y garantía de los derechos humanos reconocidos en la
Constitución y en los tratados internacionales…”.(Tesis 1ª/J.18/2012).
En esta tesis, la SCJN comienza por establecer que existe un rediseño de la forma
en la que los órganos jurisdiccionales nacionales deben ejercer el control de
convencionalidad.
Después la misma Primera Sala de la SCJN señaló:
“que todos los juzgadores deben preferir la observancia de los derechos humanos
contenidos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en los
tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, aun en los casos
donde existan disposiciones en contrario en cualquier norma inferior…” (Tesis 1ª.
CCCLIX/2013).
De este criterio se deriva el deber de los jueces de preferir la observancia de los
derechos humanos sin importar el origen de la norma (nacional o internacional).
Posteriormente, surgió la paradigmática tesis del Pleno de la SCJN derivada del
expediente Varios 910/2011, en la que sostuvo:
“De conformidad con lo dispuesto por el artículo 1º de la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos, todas las autoridades del país, dentro del ámbito de
sus competencias, se encuentran obligadas a velar no sólo por los derechos
humanos contenidos en la Constitución Federal, sino también por aquellos
contenidos en los instrumentos internacionales celebrados por el Estado Mexicano,
adoptando la interpretación más favorable al derecho humano de que se trate, lo
que se conoce en la doctrina como principio pro persona…”.(Tesis P.
LXVII/2011).
En relación con la fuerza vinculante de las sentencias de la CorteIDH, en la
sentencia (de la que derivan estas tesis) dictada en el expediente citado en el párrafo
anterior, se dijo que las resoluciones pronunciadas por aquella instancia internacional
son:
“…criterios vinculantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
establecidos en las sentencias en las que el Estado mexicano haya sido parte, y
criterios orientadores de la jurisprudencia y precedentes de la citada Corte,
cuando el Estado mexicano no haya sido parte…” (expediente Varios párr. 31).
12
Y por último, el Pleno de la SCJN al resolver la contradicción de tesis 293/2011
sostuvo que:
“la fuerza vinculante de la jurisprudencia de la Corte Interamericana se
desprende del propio mandato constitucional, pues el principio pro persona
obliga a los jueces nacionales a resolver atendiendo a la interpretación más
favorable a la persona…” lo anterior dijo la SCJN “…con independencia de que el
Estado mexicano haya sido parte en el litigio, toda vez que dotan de contenido a
los derechos humanos establecidos en la Convención Americana sobre Derechos
Humanos…” (C.T. 293/2011, 63).
De esta ejecutoria se desprende una evolución que va del criterio orientador a
fuerza vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH; sin embargo, en la misma
ejecutoria se sostuvo que “…la aplicación de dicha jurisprudencia deberá hacerse en
términos de colaboración y no contradicción con la jurisprudencia nacional…”
(C.T.293/2011, 64).
Esta consideración pretende resolver el problema acerca de la obligatoriedad
de la jurisprudencia de la CorteIDH, lo cierto es que sigue generando dudas sobre esa
afirmación; la pregunta que surge de la misma ejecutoria es qué pasa si existe
contradicción entre la jurisprudencia mencionada y la jurisprudencia nacional; y el
problema se agrava cuando de la misma ejecutoria se vislumbra la posible solución
que debe darse cuando la Constitución establezca una restricción al ejercicio de los
derechos humanos, que pudiera también restringir los estándares mínimos derivados
de la jurisprudencia de la CorteIDH, pues dice la ejecutoria en comento, en este caso
debe estarse a dichas restricciones establecidas en la Constitución, esto sin olvidar
que en nuestro sistema jurídico se ha incorporado a nivel constitucional el criterio
hermenéutico denominado principio pro persona.
Por tanto, el marco normativo de y para los derechos humanos que se reestructura a
partir de la mencionada reforma, constituye un nuevo paradigma que viene a resolver -o
pretende resolver- cierta problemática que debe quedar en el pasado, por ejemplo, acerca de
la jerarquía que tienen los tratados frente a la Constitución, o de los parámetros que se
utilizan para analizar la regularidad de los actos de la autoridad, que no sólo están
compuestos (los parámetros) por la ley, la constitución; sino también por los derechos
13
humanos reconocidos en los tratados internacionales; ahora, si la jurisprudencia de la
CorteIDH forma parte de esos parámetros y la intensidad del mismo, es el tema a
desarrollar en este trabajo.
Como se ve, el tema de la obligatoriedad de la jurisprudencia que fija la
CorteIDH en los casos contenciosos aun no queda completamente resuelto, es por ello
que este trabajo pretende dar cuenta de esa problemática, y asumir una postura al
respecto.
Para ello es necesario establecer qué se entiende por jurisprudencia desde de la
teoría del derecho; no sin antes referirme brevemente a los conceptos afines al tema, como
son: bloque de constitucionalidad que sirve de parámetro de control de la convencionalidad
de los actos del Estado, y que deben ejercerse a la luz del principio pro homine.
2. El bloque de constitucionalidad.
Los derechos humanos son el parámetro de control de los actos de los estados,
estos derechos se encuentran -no sólo- en la Constitución; los tratados internacionales
de derechos humanos también anidan esa clase de derechos que no se encuentran
expresamente señalados en la Constitución. Esta afirmación trae consigo las
preguntas: qué papel juegan éstos, y en qué nivel o cuál su lugar-si es que lo hay- se
encuentran en relación con los que se están expresamente previstos en la
Constitución.
La Constitución en la actualidad ya no puede pensarse “como centro del que
todo derivaba por irradiación a través de la soberanía del Estado en que se apoyaba,
sino como centro sobre el que todo debe converger; es decir, más bien como centro a
alcanzar que como centro del que partir” (Zagrebelsky, 1999: 14). Esta nueva visión de
Constitución, implica que “no puede ni deben contener normas de detalle “ (Carbonell,
2008: 10).
Ello no implica el abandono del concepto de supremacía constitucional, pues
ésta justifica “el deber que pesa sobre las instituciones de respetar los límites formales y
sustanciales que la Constitución establece”…”Que la Constitución es una norma suprema
significa sólo, y no es poco, que la Constitución no puede ser violada por los poderes
14
públicos. No dice nada acerca de cuál haya de ser su contenido normativo óptimo o más
razonable, ni tampoco acerca de cuándo y cómo puede o debe reformarse” (Prieto,
2009: 148-149).
Partiendo de esa base doctrinal que entiende a la Constitución como norma
suprema que es el centro a alcanzar, que no dice nada acerca de cuál debe ser su
contenido normativo y que contiene normas abiertas; es posible aceptar que las
normas constitucionales también se conforman por principios y valores2 “que no
figuran directamente en el texto constitucional, pero a los cuales, la propia Constitución
remite y que integran entonces el llamado ´Bloque de Constitucionalidad´”(Uprimny,
2008: 25). Estos valores y principios, luego, encuentran cabida tanto en la propia
Constitución como en normas de carácter internacional.
Los derechos humanos derivados del derecho surgen de instrumentos, normas
o instituciones que conforman el llamado Bloque de Constitucionalidad: “Estas normas
son esencialmente los estándares internacionales de derechos humanos” (Uprimny,
2008: 25).
Así esos principios constitucionales nos acercan a lo que debe entenderse como
bloque de constitucionalidad.
“El Bloque de Constitucionalidad hace referencia a la existencia de normas
constitucionales, o al menos supralegales, pero que no aparecen directamente en el texto
constitucional…una Constitución puede ser algo más que el propio texto constitucional”
(Uprimny, 2008: 31).
De esa forma cuando los estándares mínimos de derechos humanos no están
incorporados expresamente en la Constitución, pero sí por mandato de ésta “tienen
rango constitucional” (Uprimny,2008: 32), y conforman todas ellas en un plano de
igualdad el Bloque de Constitucionalidad; es decir, una vez que estos valores o
principios se encuentran expresa o implícitamente en la Constitución, no puede
hablarse de jerarquía entre los mismos:
“Los textos constitucionales son diferentes de cualquier otro texto jurídico por su
contenido normativo, ya que no se limitan a formular <<reglas>>, sino que
proclaman<<principios>> y/o proclaman <<valores>>>” (Guastini, 2008: 55).
2
15
“Dentro de esta institución del ´Bloque de Constitucionalidad´ no existe un
sistema jerárquico y cada uno de los elementos es considerado en un plano de
igualdad, lo que implica la necesidad de conciliar las distintas disposiciones y, por
tanto, obliga a avanzar en la coherencia del sistema” (Nash, 2013: 75-76).
Uprimny señala que el Bloque de Constitucionalidad tiene potencialidades y
riesgos. Entre las primeras encontramos elementos que permiten tener una
Constitución más dinámica y adaptable a los cambios históricos, porque los jueces
como garantes de los derechos humanos, pueden atender a valores y principios que
no están incluidos directamente en la Constitución; pero también implica riesgos,
pues se puede generar “inseguridad jurídica, arbitrariedad judicial y afectación al
principio democrático” (Uprimny, 2008: 36).
Sin embargo este último advierte la importancia de esos estándares
internacionales de derechos humanos, dado que el lenguaje de los derechos humanos
es abierto; por lo que es muy útil tener en cuenta la jurisprudencia que han
desarrollado instancias internacionales, y la respuesta a la pregunta si ésta es sólo un
criterio doctrinario o tiene fuerza vinculante (Uprimny, 2008: 88).
Volveré a esta pregunta más adelante, no sin antes señalar que no existe en la
doctrina ni en la jurisprudencia una respuesta unánime.
Aquí sólo resta señalar que este Bloque de Constitucionalidad es el instrumento
para realizar el control de convencionalidad y de constitucionalidad.
3. Control de Convencionalidad.
El control de convencionalidad es un concepto que ha surgido y se ha
desarrollado al abrigo de la jurisdiccional internacional, concretamente de la
CorteIDH:
“El Control de Convencionalidad es un mecanismo de protección personal que
ejerce la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el evento de que el
derecho interno (Constitución, ley, actos administrativos, jurisprudencia,
prácticas administrativas o judiciales, etc.), es incompatible con la Convención
Americana de Derechos Humanos u otros tratados –aplicables-, con el objeto de
16
aplicar la Convención u otro tratado, mediante un examen de confrontación
normativo (derecho interno con el tratado, en un caso concreto…” (Rey, 2008:
46).
El Control de Convencionalidad es de naturaleza instrumental y se traduce en
un mecanismo a través del cual se confronta al tratado internacional en general, y en
particular la Convención Americana de Derechos Humanos ( en adelante CADH) con el
acto u omisión del Estado.
Este mecanismo “tiene dos manifestaciones: una de carácter “concentrada” por
parte de la Corte Interamericana, en sede internacional, y otra de carácter “difusa” por
los jueces nacionales, en sede interna” (Ferrer, 2011: 368).
El ejercicio del Control de Convencionalidad implica utilizar como parámetro en principio pero no sólo- a la CADH;3 en sede interna, entre otros, ha dicho la
CorteIDH que:
“los jueces y órganos vinculados a la administración de justicia en todos los
niveles están en la obligación de ejercer ex officio un “control de
convencionalidad” entre las normas internas y la Convención Americana,
evidentemente en el marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones
procesales correspondientes. En esta tarea, los jueces y órganos vinculados a la
administración de justicia deben tener en cuenta no solamente el tratado, sino
también la interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana,
intérprete última de la Convención Americana” (Corte IDH. Caso Cabrera García
y Montiel contra México, párr. 225).
Este pronunciamiento realizado por la CorteIDH acerca del control de
convencionalidad en el ámbito interno, resulta muy importante para los efectos de
este trabajo, pues establece que el parámetro para ejercer dicho mecanismo no sólo es
el tratado internacional, sino que también se debe tener en cuenta la interpretación de
la CorteIDH, es decir la jurisprudencia que fija la misma.
También podría ser materia de control de convencionalidad algún otro tratado de
derechos humanos si el Estado cuya responsabilidad se acusa, lo ha ratificado. En ese
sentido también se ha sostenido por parte de la doctrina (Rey, 2008: 49)
3
17
El control de convencionalidad en sede interna frente a otro mecanismo
semejante -control de constitucionalidad- encuentra su diferencia, en cuanto a que el
primero de ellos atiende sí a los derechos humanos previstos en un tratado
internacional y, en su caso, a la jurisprudencia de la CorteIDH, y el control de
constitucionalidad atiende a un parámetro más amplio, pues además de esos
instrumentos, acude a normas internas.
Puesto de otra manera, el control de convencionalidad trae consigo un ejercicio
instrumental por parte de la CorteIDH o de los jueces domésticos,4 en el que el
parámetro bajo el cual se realiza el mismo es de contenido convencional, es decir,
derechos humanos previstos en los tratados internacionales e interpretados por la
jurisprudencia de la CorteIDH, aspecto éste último del que me ocuparé mas adelante.
4. Control de Constitucionalidad.
La Constitución, como toda norma, debe ser respetada y susceptible de ser
violentada, por lo cual necesita instrumentos que garanticen ese respeto y, en su caso,
su reparación en caso de transgresión; esos instrumentos dan contenido al Control de
Constitucionalidad. La aptitud del Control de Constitucionalidad es “garantizar las
normas constitucionales” (Sánchez, 2012: 55); “Garantías de la Constitución significa,
entonces, garantías de la regularidad de las normas inmediatamente subordinadas a la
Constitución” (Kelsen, 1974: 474).
A través del Control de Constitucionalidad se pretende garantizar las normas
constitucionales.
Este tipo de control es similar al de convencionalidad, en cuanto a que es de
carácter instrumental que garantiza cierta clase de normas, aunque a diferencia del
control de convencionalidad que se puede ejercer en sedes internacional
(concentrado) e interna (difuso), el Control de Constitucionalidad se ejerce sólo en
sede interna.
Sólo me referiré a los jueces domésticos aunque ese tipo de control lo deben ejercer
todos los órganos del estado, incluidos sus jueces (Corte IDH, Caso Gelman contra
Uruguay, párr. 193).
4
18
“El Control de Constitucionalidad es una función jurídica que debe ser adscrita al
orden constitucional y no a alguno de los dos órdenes inmediatamente
subordinados a la Constitución… Es materia de control de la constitucionalidad,
como veremos más adelante, todas las normas y actos, con alguna excepción,
tanto de la Federación como de los Estados locales…” (Schmill, 2000: 26).
Si el Control de Constitucionalidad garantiza la regularidad constitucional de los
actos estatales, entonces garantiza la regularidad de cualquier acto estatal con los
derechos humanos que se encuentren expresa o implícitamente en la Constitución..
5. Principio Pro Persona.
El principio pro persona (o pro homine) es un criterio hermenéutico o
interpretativo de los derechos humanos; se trata de un principio que converge y
transita por todo sistema que se lee en clave de derechos humanos.
“A la luz del principio pro homine, que informa todo el derecho de los derechos
humanos, debe acudirse a la norma más amplia, o a la interpretación extensiva,
cuando se trata de reconocer derechos protegidos, e, inversamente, a la norma o
a la interpretación más restringida cuando se trata de establecer restricciones
permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria” (Pinto,
1997: 81).
El principio pro persona como criterio hermenéutico de las normas que
contienen derechos humanos, conduce al operador jurídico a acudir a aquélla que da
una máxima protección cuando se trata de reconocer el alcance de un derecho, o bien
a aquélla que es más restringida o más restrictiva cuando se pretende establecer
restricciones a los derechos humanos.
Dicho principio presupone una pluralidad de normas o interpretaciones de las
mismas “el intérprete debe elegir aquélla norma que brinde una protección más
favorable para la persona humana, en el sentido de darle mayor extensión posible a las
que consagran derechos y el menor alcance posible a las que posibilitan restricciones,
limitaciones o suspensiones” (Manili, 2005: 220-221).
19
Puesto de otra manera, se trata de qué norma o interpretación debe preferir el
operador jurídico: si se trata de la extensión en el contenido y alcance de un derecho,
por la norma o interpretación que lo haga con mayor amplitud; si se trata de las
restricciones de un derecho, por la norma o interpretación que contenga menos
restricciones.
De esta manera, tenemos que el ejercicio del Control de Convencionalidad y
Constitucionalidad que se realizan a la luz del criterio hermenéutico de derechos
humanos denominado pro persona, entre otros, y bajo los parámetros contenidos en el
Bloque de Constitucionalidad, arrojan la interrogante de cuáles son los elementos que
integran éste último.
Al parecer existe consenso en que los derechos humanos contenidos en las
constituciones y tratados internacionales son elementos sólidos que conforman ese
bloque; un elemento que no es considerado tan sólido, pero que desde mi punto de
vista lo debe ser, es la jurisprudencia que fija la CorteIDH en los casos contenciosos.
Con ello no quiero decir que no pueda existir jurisprudencia emitida por otros
organismos internacionales de derechos humanos, que también deba integrar dicho
Bloque de Constitucionalidad, o bien la emitida por la citada CorteIDH en otros
mecanismos, como lo puede ser la que emite en las Opiniones Consultivas, o que
siempre y sin ninguna reserva, deba aplicarse sin más dicha jurisprudencia, no
obstante haya norma interna más favorable; sin embargo, el propósito de este trabajo
se encuentra limitado a la que es fijada por el citado Tribunal Interamericano en los
casos contenciosos.
6. Jurisprudencia.
El vocablo jurisprudencia tiene -por lo menos- dos acepciones “una de ellas
equivale a ciencia del derecho o teoría del orden jurídico positivo. En la otra, sirve para
designar el conjunto de principios y doctrinas contenidas en las decisiones de los
tribunales” (García, 1980: 68).
No me referiré en este trabajo a la primera de esas
acepciones, sino a aquélla que se identifica con los principios o doctrina judicial que emiten
los tribunales.
20
La jurisprudencia en una acepción amplia es “la doctrina o criterios de
interpretación del Derecho establecida por los tribunales, de cualquier clase o categoría,
al decidir las cuestiones que se les someten” (Xiol, 2009: 81).
La cuestión a debatir en esta parte del trabajo es si esa doctrina judicial o criterios de
interpretación tienen fuerza vinculante para casos futuros; es decir si se puede “emancipar”
del caso concreto (Laporta, 2009:16).
La concepción del juez como mero aplicador de la ley, es decir “la idea de que la
generalidad de las normas era prerrogativa del legislador y de que el juez era un mero
aplicador de ellas a casos concretos mediante normas particulares es algo subyacente a la
percepción común de la actividad judicial en nuestra cultura jurídica” (Laporta, 2009: 12).
En el ámbito forense cuando hablamos de jurisprudencia, por regla general, nos
referimos a la interpretación que de la norma jurídica hace el operador jurídico,
concretamente el juez, para aplicarla en futuros casos, con la condición que sean
semejantes, y en ocasiones, cuando el sistema jurídico así lo prevé, resulte obligatoria para
otros jueces cuando tengan resolver casos también semejantes.
La sentencia judicial en la que se realiza una interpretación y aplicación de la norma
jurídica contribuye a confeccionar la coherencia y certeza del derecho, ya que la
interpretación y aplicación de la norma jurídica en la sentencia judicial se convierte
obligatoria para las partes en conflicto dada la categoría de cosa juzgada (me refiero a una
sentencia inimpugnable); pero esa interpretación tiene efectos expansivos, pues una vez que
el órgano jurisdiccional facultado por el derecho, en ejercicio de su actividad jurisdiccional
interpreta el texto jurídico, el resultado de esta interpretación podría pasa a formar parte de
la norma interpretada, que es una norma universal.
La doctrina (Aguiló, 2000: 110) ha señalado que:
“Afirmar de una decisión que satisface el requisito de universalidad (esto es, que es
universalizable porque se funda en una norma universal) supone reconocer que esa
decisión tiene implicaciones hacia el futuro… La universalidad presupone el
compromiso de resolver del mismo modo todos los casos iguales al que se ha
decidido”.
Por lo que en casos subsecuentes y análogos (al caso del que emana la sentencia),
debe aplicarse la misma interpretación, en atención a ese requisito de universalidad
21
“como condición de posibilidad de igualdad formal en el ámbito normativo… La
igualdad formal supone que todos aquellos que se hallen en las mismas
circunstancias relevantes deben ser tratados de la misma manera. En este contexto,
pues, el compromiso que la universalidad supone hacia el futuro es el de la
igualdad de trato” (Aguiló, 2000: 110).
Así,
“en la medida en que el Derecho objetivo haya permanecido estable (no haya
cambiado) un juez que tiene que resolver un caso semejante a otro caso anterior ya
resuelto se encuentra, so pena de incurrir en irracionalidad o arbitrariedad,
exclusivamente ante las siguientes tres alternativas aceptables: a) Resolver el nuevo
caso de la misma forma que el caso anterior. b) Mostrar que el nuevo caso, a pesar
de sus semejanzas con el caso anterior, presenta alguna propiedad relevante que lo
hace diferente del anterior y que por tanto, requiere una solución distinta. c)
Mostrar que el caso anterior estuvo mal resuelto y que, en consecuencia, la norma
universal aplicable no es la que allí se estableció sino otra alternativa, lo que
supone resolver el nuevo caso de manera diferente” (Aguiló, 2000: 111).
Lo anterior nos lleva a afirmar que el juez está obligado a seguir sus precedentes, de
lo contrario se caería en la arbitrariedad o irracionalidad, pero ello no quiere decir que esa
interpretación se convierta en una regla pétrea, pero si el juez decide dar una interpretación
distinta a la norma jurídica, lo deberá justificar, y será esta nueva interpretación la que se
torna obligatoria.
Ello lleva a afirmar que
“las normas del Derecho objetivo (las que el juez tiene el deber de aplicar)
cambian una vez que el juez ha tenido que tomar decisiones para poder aplicarlas.
La nueva norma (la que es producto de las transformaciones realizadas) junto con
los criterios utilizados para justificarla, se incorporan al conjunto de normas que el
juez tiene el deber de aplicar, que no es otra cosa que el Derecho objetivo”
(Aguiló, 2000: 111).
Entonces, si esta nueva norma universal (que surge de la interpretación que -de
manera justificada- hace el juez del Derecho objetivo) tiene implicaciones hacia el futuro y
genera el compromiso de seguir idéntica decisión en casos similares; esta norma universal
22
producto de la interpretación hecha en un caso concreto, es lo que en el ámbito judicial se
denomina precedente o jurisprudencia, y es al concepto que me referiré en este trabajo.
En esta búsqueda de la justificación del valor vinculante de la doctrina judicial, es
inevitable asimilar a la jurisprudencia con la norma escrita (Xiol, 2009: 91).
Esa implicación hacia el futuro de la interpretación y aplicación de la norma jurídica
que vincula al propio tribunal que la realiza, también tiene efectos expansivos vinculantes
hacia los jueces que emiten sentencias en instancias, generalmente inferiores por razón de
grado, cuando el tribunal que emite la norma universal es el último intérprete de la misma.
La fuerza vinculante de la jurisprudencia de los tribunales parte de algunos
presupuestos: un sistema objetivo de selección de jueces, tomando en cuenta que éstos
tienen un poder que se basa en sus conocimientos y experiencia (Casas, 2006: 27), y una
necesaria argumentación en las sentencias; porque no se trata de atender sólo al aspecto
formal relativo a la facultad de emitir sentencias que constituyan jurisprudencia con
carácter vinculante, sino que sea debidamente justificada y persuasiva, que confiera una
solución eficaz a un problema social, para así tenerla en cuenta en futuros casos como
jurisprudencia vinculante para los tribunales inferiores (Ferreres, 2006: 80).
Entonces la actividad jurisdiccional en la que se deciden conflictos, utiliza como
vehículo la sentencia en la que justifica por qué arribó a esa conclusión, y esa justificación
o argumentación que contiene la ratio decidendi da origen a la jurisprudencia, vinculante
para casos subsecuentes y análogos.
No es tarea fácil referirse a la fuerza vinculante de la jurisprudencia, pues como
señala Bernal “La dificultad radica en las implicaciones filosóficas que le son relativas y
en sus conexiones con otros conceptos fundamentales para el derecho, tales como los de la
obligación jurídica, deber jurídico o validez jurídica” (Bernal, 2008: 207).
Cada Estado y cada sistema jurídico establecen reglas conforme a las cuales se
integra la jurisprudencia o si ésta es diferente al precedente judicial.
En el caso de México, por ejemplo, la jurisprudencia y el precedente judicial
(entendido como una sentencia aislada que no constituye jurisprudencia) son conceptos
distintos. La jurisprudencia es una institución obligatoria prevista en el artículo 94, párrafo
diez, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (en adelante CPEUM), y
deja al legislador ordinario su regulación; por su parte la Ley de Amparo (en adelante LA)
23
establece que la jurisprudencia se establece por reiteración de criterios (cinco sentencias no
interrumpidas, y con una votación calificada por la ley dependiendo el órgano que la
emite); por contradicción (se requiere una sola sentencia que dilucide criterios discrepantes
de otros órganos jurisdiccionales); y por sustitución ( de una jurisprudencia emitida por
reiteración o por contradicción, se requiere una sola resolución y con la votación
determinada por la ley) (LA, arts. 215 al 230).
Un precedente judicial, entonces, es la sentencia emitida por un órgano
jurisdiccional que no se encuentra en los casos antes mencionados, pero que se traduce en
una norma universal para el propio juez que la emite, y que debe aplicarse a casos
semejantes del que deriva el precedente.
El carácter vinculante u obligatorio de la jurisprudencia emitida por los tribunales
domésticos -en el caso de México- deriva de la propia norma constitucional; pero esta
regulación no encuentra el mismo tratamiento en el derecho internacional de los derechos
humanos, por lo que me ocuparé de explicar ese soporte teórico que, desde mi punto de
vista, justifica la fuerza vinculante de la jurisprudencia de los tribunales internacionales, en
particular de la CorteIDH.
6.1 Argumentos que rechazan la fuerza vinculante de la Jurisprudencia.
Rechazar la fuerza vinculante de la jurisprudencia no es nada nuevo, sólo me
referiré aquí a algunas de las objeciones a ello.
Francisco Laporta da cuenta de algunos de esos argumentos, como ya he
mencionado con antelación, y el punto de partida es considerar al juez como mero aplicador
de la ley y la idea formal de legalidad, es un argumento recurrente para ello. De esta
manera cierto sector de la doctrina negaba la calidad de fuente del derecho, ya que esta
denominación sólo podría darse a una reglamentación vinculante para todos; además
cuando “un tribunal interpreta la norma y produce una sentencia a través de esa
interpretación, está poniendo de manifiesto cuál es el verdadero significado de esa norma;
es decir no está añadiendo nada a la norma, sino revelando su auténtica significación”, y
si los jueces son la boca de la ley, no se crean ninguna norma nueva, y por ello no necesitan
tener fuerza vinculante (Laporta, 2009: pp.13, 21, 31, Ferreres, 2009: 67).
24
También Ferreres da cuenta de algunas de las objeciones que se dan a la fuerza
vinculante de la jurisprudencia. El primero de ellos es que ese carácter vinculante de la
jurisprudencia pertenece al sistema del common law y es ajeno al civil law (Ferreres, 2009:
57).
Otra objeción, todas éstas referidas por Ferreres, parte de la Constitución Española,
en la que se establece que los jueces están sometidos al imperio de la ley (respecto de la
cual también dio cuenta Laporta, como ya se ha visto), y la expresión ley no incluye
jurisprudencia (Ferreres, 2009: 57).
La independencia judicial es otra razón que se da para negar ese carácter de la
jurisprudencia, se ha dicho que “cada juez debe poder interpretar e integrar todos estos
materiales según su propio criterio, y no según el criterio fijado por los tribunales
superiores de la organización judicial, pues si el juez estuviera vinculado por la opinión de
éstos, dejaría de ser un juez independiente” (Ferreres, 2009: 60).
Otra razón para negar el carácter vinculante, de la que da cuenta el mismo autor, es
que si la tuviera (fuerza vinculante), y el juez se apartara de la misma, a sabiendas,
incurriría en imprudencia grave o ignorancia inexcusable y estaría dictando una sentencia
ilegal o injusta (e incurriría en prevaricato).
6.2. Argumentos que aceptan la fuerza vinculante de la Jurisprudencia.
Tal vez el argumento más recurrente para sostener esta postura es el argumento de
autoridad; con base en el cual los tribunales inferiores deben dejar de lado sus convicciones
personales acerca de la solución que merece un asunto, y se rijan por la opinión expresada
por los tribunales que le son superiores (Ferreres, 2009: 44).
Y en apoyo a ese argumento de autoridad:
“el carácter vinculante de la jurisprudencia empuja al tribunal supremo en una
dirección de imparcialidad y objetividad. En efecto, si el tribunal supremo,
enfrentado a determinado supuesto respecto del que existe discusión, sabe que su
decisión sienta jurisprudencia vinculante, tenderá a distanciarse de las
particularidades del caso para ver los problemas que éste desde una perspectiva
más general” (Ferreres, 2009: 46).
25
La fuerza vinculante de la jurisprudencia tiene la pretensión de unificar las
respuestas jurídicas por razones que atienden a valores importantes: seguridad jurídica,
igualdad (Ferreres, 2009: 45, 75; Xiol, 2009: 114; Aguiló, 2010: 110).
Además, si se acepta que los jueces añaden algo a la norma interpretada, esto es que
crean derecho y no descubren lo que la ley dice, entonces la jurisprudencia sí vincula
(Laporta, 2009: 32).
Estos son algunos de los argumentos que se han sostenido para negar o aceptar el
carácter vinculante de la jurisprudencia, veamos como se ha desarrollado esta institución en
los tribunales internacionales.
II. DOS EJEMPLOS DE LA JURISPRUDENCIA DE TRIBUNALES
INTERNACIONALES.
Por mucho tiempo los derechos humanos fueron de dominio exclusivo interno de
los Estados; sin embargo, “el desconocimiento y menosprecio de los derechos humanos
han originado actos de barbarie para la conciencia de la humanidad” (Preámbulo de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos), así surge:
“un sistema legal válido internacionalmente y con las Naciones Unidas como su
estructura institucional esencial… El nuevo régimen global de derechos humanos,
que se desarrolló a partir de la segunda guerra mundial y sigue haciéndolo desde
entonces, establece instancias y mecanismos en derecho internacional externos, o
mejor dicho, superiores, a los Estados individuales, los cuales deben controlar el
estado de los derechos humanos dentro de los respectivos Estados” (Menke y
Pollmann, 2010: 16-17).
Las conflagraciones mundiales del siglo pasado, los conflictos internos en los
Estados, las dictaduras, y en general la barbarie humana mostraron a la humanidad que la
reserva doméstica de los derechos humanos fue insuficiente. De esa manera surge la
necesidad de internacionalizar los derechos humanos y su protección. El tratado o
convención internacional de derechos humanos emerge, en principio, de esos conflictos que
exigen una protección internacional de las personas y de sus derechos humanos, aunque
también surgen convenciones internacionales más generales (Villán, 2002: 379).
26
Estos tratados incorporan mecanismos de protección que han sido clasificados como
no contenciosos, cuasi contenciosos y contenciosos, todos ellos, de carácter convencional, y
parten del respeto hacia los Estados y su jurisdicción interna (Carta de las Naciones Unidas,
Art. 2.7).
Los mecanismos contenciosos son instrumentos de protección judicial de carácter
universal, como la Corte Internacional de Justicia (en adelante CIJ), entre otros:
“son los medios más idóneos para reclamar a un Estado en el plano internacional
su responsabilidad por haber vulnerado una norma internacional de derechos
humanos que les sea oponible…el arreglo judicial permite la tutela más estricta de
los derechos lesionados, una interpretación autorizada de las normas jurídicas
internacionales aplicables (es decir, la creación de una >>’jurisprudencia<<)”
(Villán, 2002: 499).
La tutela judicial de un tribunal internacional podría abarca reclamaciones por la
responsabilidad internacional de un Estado al haber incurrido en una transgresión a una
norma internacional de derechos humanos; esta tutela judicial trae consigo la aplicación e
interpretación de normas internacionales de derechos humanos, que además de resolver el
conflicto que se somete a su consideración, genera la jurisprudencia internacional, y en la
práctica ha traído implicaciones hacia el futuro para el propio tribunal internacional y para
los Estados que vía convencional han signado el tratado que se interpreta, incluidos, desde
luego, los que han aceptado la competencia del tribunal internacional.
Para establecer la vinculación o no de la jurisprudencia de un tribunal internacional
en materia de derechos humanos, se debe partir de un conjunto de normas que sirven de
parámetro de corrección de los actos del Estado; la cuestión a dilucidar es si la
jurisprudencia que emiten dichos tribunales son o no parte de esos parámetros.
Me referiré a continuación a la CIJ. Cabe aclarar que “el sistema universal carece
de un tribunal de derechos humanos”, pero establece mecanismos en los que se ha
reclamado responsabilidad por transgredirse normas de derechos humanos, ésta es la parte
que interesa para los efectos de este trabajo.
27
1. Jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia.
La Carta de las Naciones Unidas (en adelante CNU) (Art. 7.1) y el Estatuto de la
Corte Internacional de Justicia (ECIJ, Art. 1) establecen que la CIJ será el órgano judicial
principal de las Naciones Unidas (ECIJ, Art. 92), que tiene competencia para conocer de
todos los litigios que las partes le sometan y a todos los asuntos previstos en la CNU o en
los tratados y convenciones vigentes (ECIJ, Art. 36.1), y está diseñado para resolver sólo
conflictos entre los Estados (ECIJ, Art. 34.1); para que la CIJ conozca de un litigio se
requiere, por parte del Estado, la aceptación voluntaria de la jurisdicción de la CIJ, que
podrá hacerse incondicionalmente o bajo condición de reciprocidad o por determinado
tiempo (ECIJ, Art. 36.3). Lo que quiere decir que la CIJ no puede intervenir en la solución
de conflictos ni decidir acerca de los derechos de un Estado si éste no ha otorgado su
consentimiento para ello.
La competencia de la CIJ no da cabida al individuo, y su jurisdicción contenciosa se
limita a las controversias entre Estados (Villán, 2002: 499).
La CIJ “no forma parte del sistema de derechos humanos de esta organización, por
carecer de competencia específica en la materia” pero ha hecho pronunciamientos en
materia de derechos humanos (O´Donell, 2007: 37).
El catálogo de fuentes de las que echa mano la CIJ son: las convenciones
internacionales, la costumbre internacional, los principios generales del derecho
reconocidos por las naciones civilizadas, las decisiones judiciales y las doctrinas de los
publicistas de mayor competencia de las distintas naciones (ECIJ, Art. 38); y la decisión de
la CIJ no es obligatoria sino para las partes en litigio y respecto del caso que ha decidido
(ECIJ, Art. 59).
El artículo 38.1.c) del ECIJ establece que ésta tiene la función de decidir conforme
al derecho internacional las controversias que le sean sometidas, para lo cual deberá de
aplicar, entre otras fuentes, las decisiones judiciales como medio auxiliar para la
determinación de las reglas de derecho; así lo ha leído la doctrina: “En la doctrina
tradicional del Derecho Internacional las fuentes son los tratados, la costumbre y los
principios generales del derecho. La doctrina de los publicistas y la jurisprudencia son
medios auxiliares para la determinación de la regla de derecho” (Travieso, 1998: 18).
28
Así tenemos que “jurisprudencia y doctrina tienen una función subsidiaria que se
cumple después de que se hayan considerado las normas de Derecho Internacional
positivo y únicamente con la finalidad de perfilar su sentido y de construirlo”, por ello
muchas de las sentencias tienen un valor muy coyuntural, pero “no ocurre lo mismo con
otras sentencias que pueden llegar a ejercer una importante influencia en el desarrollo del
Derecho Internacional” (Mariño, 2005: 422).
En efecto, no obstante esa categoría de medio auxiliar que tiene la jurisprudencia en
el ámbito internacional, me parece que en la práctica se ha redimensionado el valor y la
influencia que tiene la misma en el ámbito internacional e interno, pues como se verá más
adelante, particularmente los Estados han incorporado los estándares derivados de la
jurisprudencia internacional a casos domésticos, pues si “el Estado no asume que debe
acompañar la corriente del derecho internacional como lo prescriben las normas de ese
régimen, recibirá la sanción de ese mismo ordenamiento por medio de la responsabilidad
internacional del Estado” (Travieso, 2002: 26), y en esa corriente queda incluida la
jurisprudencia internacional.
Lo anterior sin desconocer su característica de medio auxiliar, o bien de subsidiaria,
pues cuando las fuentes principales son oscuras o imprecisas, la jurisprudencia “tiene como
función precisarlo, aclarar su contenido, o determinar su alcance, es decir, es una fuente
interpretativa o cognitiva” (Romero, 2011: 80), pues la jurisprudencia internacional es la
voz de los silencios, 5 la que da significado frente a las ambigüedades y vaguedades del
lenguaje contenido en las normas internacionales.
Del tratado internacional interpretado derivan estándares mínimos que se incorporan
al conjunto de normas objetivas que el tribunal internacional tiene el deber de aplicar en
casos subsecuentes y análogos.
Al respecto la CIJ al referirse a consecuencias jurídicas derivadas de una situación
de hecho determinada teniendo en cuenta los principios y normas de derecho internacional,
argumentó que:
“La Corte señala además que la falta de claridad en la redacción de una cuestión
no podría privar a la Corte de su jurisdicción. En todo caso, en razón de tal
“Sin duda, la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos es la voz
de los silencios de la Convención Interamericana de Derechos Humanos” (Travieso,
1998: 21).
5
29
incertidumbre la Corte deberá precisar la interpretación que debe darse respecto
de la cuestión, cosa que ha hecho con frecuencia. Por consiguiente, la Corte, como
lo ha hecho a menudo en el pasado, tendrá que determinar los principios y las
normas vigentes, interpretarlos y aplicarlos…, para dar así una respuesta con
fundamento jurídico respecto de la cuestión planteada” (CIJ. Caso No. 148, párr. 1
a 12).
Así, el primer elemento clave es el tratado o convenio internacional que vincula a
las partes que forman parte del mismo, y establece para el futuro normas de conducta
(Mariño, 2005: 291); y el segundo son los órganos internacionales facultados para
interpretarlos y aplicarlos; de la combinación de estos elementos surgen figuras como la
jurisprudencia que pretende acallar el silencio, la indeterminación, ambigüedad y vaguedad
de la norma internacional; veamos como se han comportado los tribunales internacionales
en cuanto a la obligatoriedad de la jurisprudencia internacional.
Las decisiones o sentencias judiciales son un medio auxiliar para la determinación
de las normas generales (Sorensen, 1994: 177).
Sin embargo, se trata de decisiones judiciales que sólo obliga a las partes en litigio
respecto del caso que ha decidido (ECIJ, Art. 59) (Torrecuadrada, 1997: 220-221), pero al
contener interpretaciones por parte del último intérprete como lo es la CIJ, se traduce en
una norma nueva y particular para el caso concreto, y como medio auxiliar o secundario
genera reglas de derecho que justifican una subsecuente y análoga decisión de la Corte.
En efecto, las decisiones de la CIJ tienen un efecto inter partes, efecto que deriva de
la parte resolutiva o dispositiva, que no genera mayor comentario, pues definitivamente esa
parte sólo puede obligar a las partes en conflicto; pero no puede interpretarse así en cuanto
a la parte de la decisión judicial que contiene la ratio decidendi, que es la parte de la
decisión judicial que debe aplicarse en casos sometidos a la CIJ (se entiende que son los
posteriores a dicha decisión), pues la propia CIJ le da un peso relevante a esa ratio
decidendi, al aplicar la jurisprudencia derivada de sus decisiones judiciales (que se han
pronunciado en el pasado) a los casos subsecuentes sometidos a la Corte.
Por ejemplo, en la causa relativa a las Plataformas Petroleras la CIJ justifica parte de
su decisión en jurisprudencia de la misma, al señalar que “Es algo bien establecido en la
jurisprudencia de la Corte que las Partes en una causa no pueden en el curso del
30
procedimiento ´transformar la controversia sometida a la Corte en una controversia que
sería de diferente naturaleza´” (CIJ. Caso 145, párr. 103 a 116).
En la causa relativa a Avena y otros nacionales mexicanos, la CIJ al referirse a la
tercera excepción de los Estados Unidos respecto de la competencia de la Corte, la CIJ
sostuvo que:
“la Corte recuerda a este respecto, como lo hizo en la causa LaGrand, que, cuando
existe competencia respecto de una controversia respecto de determinado asunto, no se
necesita una base separada de competencia para que la Corte considere la reparación que
una parte ha solicitado por la violación de la obligación (I.C.J. Reports 2001, pág. 485,
párr. 48)” (CIJ. Caso 147, párr. 26 a 35).
En la misma causa, la CIJ al referirse a la tercera conclusión final del Estado
mexicano y el argumento de los Estados Unidos en relación con esa conclusión, señala que
“La Corte observa que ya ha considerado la aplicación de la regla llamada de la
¨preclusión procesal¨ en la causa LeGrand, cuando la Corte abordó la cuestión de sus
consecuencias para la aplicación del párrafo 2 del artículo 36 de la Convención de
Viena”. (CIJ. Caso 147, párr. 107 a 114).
En una diversa causa la CIJ nuevamente invoca su jurisprudencia como línea
argumentativa para sustentar uno de sus fallos, como se lee de la siguiente transcripción:
“La Corte señala que en su jurisprudencia ha hecho referencia a ¨su libertad para
seleccionar el fundamento en que se basará su fallo¨” (CIJ. Caso 149, párr. 45 a 91).
La CIJ ha seguido su jurisprudencia emitida en casos precedentes, lo que me lleva a
afirmar que la interpretación que hace en los mismos ha tenido implicaciones hacia el
futuro y como ya he mencionado, genera el compromiso de seguir idéntica decisión en
casos similares.
Por otra parte, la competencia de la CIJ se extiende a los litigios que las partes le
sometan, y a todos los asuntos previstos en la CNU o en los tratados y convenciones
vigentes (ECIJ, Art. 36.1). Los Estados partes en el ECIJ podrán declarar, en cualquier
momento, que reconocen como obligatoria ipso facto y sin convenio especial, respecto a
cualquier otro Estado que acepte la misma obligación, la jurisdicción de la CIJ en las
controversias materia de su competencia (ECIJ, Art. 36.2).
31
La exigencia del consentimiento del Estado a someterse a la jurisdicción de la CIJ,
implica prima facie que también se está sometiendo a las interpretaciones que haga ésta de
las normas internacionales de las que también es parte, y por tanto son vinculantes para
dicho Estado, ya que un eventual conflicto ante la CIJ entre Estados que no hayan formado
parte del caso del que emana la jurisprudencia, si no hay razones de peso para cambiar de
criterio y el caso es semejante, arrojará seguramente el mismo criterio ya sustentado por la
Corte, lo que confirmaría que ya desde que fue emitida, es vinculante la jurisprudencia de
la misma; de tal manera “todas las sentencias de la Corte de la Haya tienen alguna
influencia en terceros Estados…De hecho, cuando la Corte dicta una decisión está
determinando el Derecho Internacional aplicable a esa cuestión, lo cual ya, de alguna
forma, repercute en terceros Estados y en toda la comunidad internacional” (Espaliú,
2000: 46).
La jurisprudencia que ha fijado la CIJ, como fuente auxiliar, ha tenido impacto en
otros tribunales internacionales y nacionales que han aplicado la jurisprudencia de la CIJ a
manera de diálogo jurisprudencial, sin cuestionar si es o no obligatoria. Por ejemplo la
CorteIDH en la OC-1/82 a propósito de la naturaleza de la competencia consultiva:
“La Corte interpreta, tal como lo ha hecho la Corte Internacional de Justicia, que
la competencia consultiva es de naturaleza permisiva y que comporta el poder de
apreciar si las circunstancias en que se basa la petición son tales que la lleven a no
dar una respuesta (Cfr. Interpretation of Peace Treaties, 1950 I.C.J)” (Corte IDH.
OC-1/82, párr. 28).
En relación a la naturaleza de los tratados sobre derechos humanos la CorteIDH
estableció que:
“La Corte debe enfatizar, sin embargo, que los tratados modernos sobre derechos
humanos, en general, y, en particular, la Convención Americana, no son tratados
multilaterales del tipo tradicional… Ideas similares acerca de la naturaleza de los
tratados humanitarios modernos han sido sustentados por la Corte Internacional de
Justicia…” (Corte IDH. OC-2/82, párr. 29, 30).
En la OC-3/83 la CIDH y en torno una petición de que se abstenga de ejercer su
competencia consultiva, sostuvo:
32
“Esta conclusión de la Corte coincide ampliamente con la jurisprudencia de la
Corte Internacional de Justicia la cual ha rechazado reiteradamente toda petición
de abstenerse de ejercer su competencia consultiva en situaciones en donde se
alegue que, por existir una controversia sobre el punto, lo que se está pidiendo a la
Corte es que se falle sobre un caso contencioso encubierto…) (Corte IDH. OC-3/83,
párr. 40).
O bien la misma CorteIDH al resolver un caso contra Perú se apoyó en la siguiente
línea argumentativa:
“ Al respecto, esta Corte ha señalado, en su Opinión Consultiva OC-2/82 de 24 de
septiembre de 1982 denominada El Efecto de las Reservas Sobre la Entrada en
Vigencia de la Convención Americana (artículos 74 y 75), que… 43. Dicho criterio
coincide con la jurisprudencia convergente de otros órganos jurisdiccionales
internacionales. Al respecto, la Corte Internacional de Justicia, en su Opinión
Consultiva relativa a Reservas a la Convención para la Prevención y Sanción del
Delito de Genocidio (1951), afirmó que ´en este tipo de tratados, los Estados
contratantes no tienen intereses propios; solamente tienen, por encima de todo, un
interés común: la consecución de los propósitos que son la razón de ser de la
Convención´”. (Corte IDH. Caso del Tribunal Constitucional contra Perú, párr. 42 y
43).
Otro ejemplo de diálogo jurisprudencial que acerca al tema de la vinculación de la
jurisprudencia internacional lo tenemos en la SCJN, que en apoyo de una línea
argumentativa sostenida en una de sus sentencias en torno a la asistencia consular, trajo a
colación la jurisprudencia de la CIJ en los siguientes términos:
“La importancia del derecho fundamental que venimos tratando ha sido reconocida
por diversos tribunales internacionales, específicamente por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos y por la Corte Internacional de Justicia, curiosamente, como
resultado de dos peticiones del gobierno de nuestro país… En esta misma línea, y
también a petición del gobierno mexicano, la Corte Internacional de Justicia, en el
llamado caso Avena, reconoció que el artículo 36 de la Convención de Viena sobre
Relaciones Consulares consagra un verdadero derecho fundamental para los
individuos detenidos en el extranjero y que los Estados deben propiciar todas las
33
medidas posibles que otorgue su ordenamiento a fin de reparar a los extranjeros las
violaciones a este derecho” (Amparo Directo en Revisión 517/2011, 83 y 85).
Es cierto que las referencias a la jurisprudencia de la CIJ no está referida en clave de
obligatoriedad, pero como antes mencioné, es un acercamiento a esa cualidad vinculante de
la jurisprudencia.
2. La jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
El TEDH es un tribunal internacional-regional en derechos humanos. El 4 de
noviembre de 1950 se adoptó en Roma el Convenio para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales y es “el más importante tratado internacional
sobre derechos humanos de ámbito regional europeo” (Díez-Picazo, 2013:158).
El citado Convenio también conocido como Convenio Europeo de Derechos
Humanos (CEDH) dota al sistema regional europeo de protección jurisdiccional a través del
TEDH, que desempeña el papel de “órgano jurisdiccional de salvaguardia de los derechos
reconocidos por el Convenio Europeo” (Díez-Picazo, 2013:160), y se instituye con el fin
de asegurar el respeto de los compromisos que resultan para las Altas Partes Contratantes
del CEDH y sus Protocolos (CEDH, Art. 19).
La competencia del TEDH deriva del CEDH, se extiende a todos los asuntos
relativos a la interpretación y aplicación del mismo y de sus Protocolos que le sean
sometidos; las sentencias que dicte el citado Tribunal serán motivadas, las Altas Partes
Contratantes se comprometen a acatar las sentencias definitivas del TEDH en los litigios en
que sean partes, y corresponde al Comité de Ministros velar por la ejecución de las
sentencias del TEDH (CEDH, Arts. 32.1, 45.1 y 46).
Entonces, en las sentencias del TEDH aplica el principio de la relatividad de la cosa
juzgada, me refiero a que las sentencias son vinculantes y deben ser acatadas por los
Estados que han sido declarados responsables por el TEDH; no me detendré en este tema,
sino en uno diverso: el de la obligatoriedad de la jurisprudencia del TEDH, tanto para el
tribunal mismo como para las Altas Partes Contratantes del citado Convenio que no
formaron parte del litigio del que deriva la misma.
34
La característica de obligatoriedad de la jurisprudencia del TEDH para el mismo
tribunal, se desprende de sus propias sentencias, que aunque no hacen alusión a esa
característica, al considerarse como principios que deben aplicarse, sugiere esa
característica (obligatoriedad).
Así, al conocer de una demanda específica en la que se afirmó que la intervención
de las comunicaciones telefónicas del demandante actualiza la violación al artículo 8 del
CEDH, el TEDH parte de los principios generales derivados de su jurisprudencia, para
aplicarlos en el caso concreto, como se ilustra con el siguiente segmento: “De la
jurisprudencia del Tribunal se derivan los siguientes principios, pertinentes en este caso…
b) Aplicación de estos principios en el presente caso…” (TEDH. Asunto Valenzuela
Contreras contra España, párr. 46 y 47), lo que denota la calidad de vinculante para el
propio tribunal de su jurisprudencia.
Al resolver una denuncia acerca de la negativa de las autoridades a calificar de
homicidio involuntario imputado a una persona, el ataque contra la vida del niño por nacer
que llevaba en su seno, el TEDH consideró:
“Recientemente, en circunstancias similares a las del asunto H. contra Noruega
anteriormente citado, a propósito de la decisión de una mujer de interrumpir su
embarazo y de la oposición del padre a tal acto, el Tribunal indicó <<que no tiene
que resolver si el feto puede beneficiarse de una protección respecto a la primera
frase del artículo 2 como ha sido interpretada>> por la jurisprudencia relativa a
las obligaciones positivas del deber de protección de la vida ya que <<incluso
suponiendo que en algunas circunstancias, el feto pueda ser considerado titular de
derechos protegidos por el artículo 2 del Convenio (…) en este asunto (…) la
interpretación del embarazo se efectuó conforme al artículo 5 de la Ley núm. 194
de 1978>>, y ésta establece un justo equilibrio entre los intereses de la mujer y la
necesidad de garantizar la protección del feto (Boso contra Italia núm. 50490/1999,
de 5 de septiembre de 2002). (TEDH. Asunto Vo contra Francia, párr. 79).
Es importante mencionar que dentro del desarrollo de la argumentación de la
sentencia referida, el TEDH analiza cuál es el estado de la jurisprudencia (párr. 75 a 80), es
decir, la misma es uno de los puntos de partida para analizar un caso, y por lo tanto, una
regla que el Tribunal sigue por estar vinculado a ella.
35
En un diverso asunto en el que el TEDH analiza acerca de la violación del artículo 6
del CEDH, también llama la atención que dedica una parte de la sentencia al análisis de los
principios generales establecidos por la jurisprudencia del Tribunal, y a lo largo de los
párrafos 96 a 102 los precisa; véase la siguiente transcripción a manera de ejemplo:
“No le corresponde al Tribunal determinar, como cuestión de principio, qué tipos
concretos de pruebas -por ejemplo, pruebas practicadas ilícitamente- pueden ser
admitidos o si un demandante es culpable o no. La pregunta a responder es si el
procedimiento en su conjunto, incluida la forma en que se obtuvo la prueba, fue
equitativo, lo que implica un examen de la <<ilegalidad>> en cuestión y, en lo
concerniente a la violación de otro derecho del Convenio, la naturaleza de la
misma (ver, concretamente, Sentencias Khan contra Reino Unido, ap. 34, P.G. y
J.H. contra Reino Unido, ap. 76, y Allan contra Reino Unido. (TEDH. Asunto
Jalloh contra Alemania, párr. 95 a 102).
Y aunque no siempre aglutina expresamente su jurisprudencia como sí lo hace en
los casos anteriores, el TEDH al emitir sentencia en un caso similar a uno anterior, sigue la
línea argumentativa del mismo, como sucedió en un caso en el que analizó un argumento
sobre la violación al artículo 2 del CEDH, en el que el TEDH señaló:
“Entre las disposiciones del Convenio que considera primordiales, el Tribunal, en
su jurisprudencia, concede preeminencia al artículo 2…El artículo 2 protege el
derecho a la vida, sin el cual el goce de ninguno de los demás derechos y libertades
garantizados por el Convenio sería ilusorio. Define las circunstancias limitadas en
la que está permitido infligir intencionadamente la muerte, y el Tribunal ha
aplicado un control estricto cada vez que dichas excepciones son invocadas por los
gobiernos demandados (Sentencia McCann y otros contra Reino Unido, op. cit.,
aps. 149-150). (TEDH. Asunto Pretty contra Reino Unido, párr. 37).6
El impacto de la jurisprudencia del TEDH va más allá de obligar a éste a seguirla en
los casos subsecuentes que sean similares a aquél donde se generó la misma, y de vincular
sólo a las partes que participaron en el litigio, pues:
Los textos en español de las sentencias antes invocadas, se pueden consultar en
Sarmiento, Mieres y Presno, 2007.
6
36
“La jurisprudencia emanada del convenio tiene, además, una influencia general
más allá del caso concreto. En efecto, aunque una Sentencia determinada haya sido
pronunciada en un supuesto concreto y afecte directamente sólo al Estado en
cuestión, la misma Sentencia sirve también como guía para que los demás Estados
estudien la compatibilidad de sus propios sistemas jurídicos con el Convenio. En
muchas ocasiones esto ha hecho que un Estado que no era parte en un caso
concreto, haya modificado sus leyes o su práctica judicial interna.” (Morte, 2004:
49).
El TEDH analizó un caso en el que se planteó la compatibilidad del CEDH con la
legislación de Irlanda del Norte, en relación con la pena a quien resultara responsable de
relaciones sexuales consensuales entre hombres adultos (Caso Dudgeon contra Reino
Unido e Irlanda del Norte). El impacto de la jurisprudencia del TEDH derivado de ese caso
fue más allá de las partes en el litigio pues “Irlanda del Norte (1982), Ucrania (1991),
Estonia (1992), Letonia (1992), Lituania (1993), Rusia (1993), Albania (1995), Moldavia
(1995) y Chipre (1998) modificaron sus legislaciones penales tras la condena del TEDH.”
(Borrillo, 2011: 7).
En las sentencias del Tribunal Constitucional de España (en adelante TCE) también
se ha visto el impacto de la jurisprudencia del TEDH. Así el TCE al analizar un caso
vinculado con el derecho a la libertad personal, señaló como fundamentos, además de los
constitucionales aplicables al caso, la jurisprudencia del TEDH como se lee a continuación:
“Ciertamente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, al interpretar los arts.
5.1 c) y 5.3 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y
de las Libertades Fundamentales establece que la detención comprende la
privación de libertad hasta el momento <<en que se ha decidido sobre el
fundamento de la acusación, aunque sea solamente en primera instancia>>… Lo
que sí obliga, por la vía que expresamente indica el art. 10.2 CE es a interpretar los
preceptos de la misma relativos a esta institución (arts. 17.1 y 17.4) conforme al
tenor de los citados artículos del Convenio y teniendo en cuenta los criterios
elaborados por el Tribunal Europeo en su aplicación”. (STC 128/95, Fundamentos
Jurídicos 2).
37
En un asunto diverso, en el que el TCE se enfrentó a la tarea de delimitar los
derechos a la libertad de información, al honor, y otros más, dicho tribunal español acudió
nuevamente a la jurisprudencia del TEDH para fundamentar su sentencia, como se ve de lo
siguiente:
“Ni siquiera de las circunstancias del caso podría deducirse que la información
publicada haya puesto en peligro la imparcialidad y el prestigio de los Tribunales.
Por ello seria aquí aplicable la afirmación del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos de que <<incluso si se hubiera podido conducir a ciertas personas a
formarse una opinión sobre el problema de la negligencia, ésta no hubiera tenido
consecuencias adversas para la “autoridad judicial” >> (TEDH, caso The Sunday
Times, sentencia 26 de abril de 1979, núm. 63). (STC 171/90, Fundamentos
Jurídicos 9).
De esa manera, Estados que no formaron parte del litigio del que emana han
aplicado la jurisprudencia del TEDH, han seguido líneas argumentativas expuestas por el
TEDH en su jurisprudencia, lo que lleva a sostener que existe una vinculación con la
misma.
En esta parte del trabajo he explicado el proceso de creación de la jurisprudencia, y
los elementos que son necesarios para darle a ésta fuerza vinculante, y cómo los Estados
que no han participado en el litigio del que emana la jurisprudencia de tribunales
internacionales de derechos humanos la han aplicado como guía y sustento de las
sentencias de sus tribunales, e incluso para la emisión de leyes, impacto que me parece
importante, porque de no observar la jurisprudencia del tribunal internacional respectivo, en
un hipotético caso en el futuro en el que fuera demandado ante el tribunal internacional que
la emite, le llevaría a una sentencia de responsabilidad dada la interpretación ya realizada
por el tribunal internacional en su jurisprudencia; en el capítulo siguiente me ocuparé
específicamente de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH.
38
CAPÍTULO II.
OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE
INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS.
I.
ACERCA DE LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA
DE LA CORTE INTERAMERICANA DERECHOS HUMANOS.
La pregunta de acerca de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH es
actual dado el impacto que ha tenido ésta en el los Estados, sumado a que no ha sido de
unánime respuesta.
Xiomara Lorena Romero Pérez se ha ocupado de analizar las razones dadas desde la
perspectiva del Derecho Internacional Público para sostener el carácter vinculante y no
vinculante de las resoluciones de la CorteIDH.
En
cuanto
al
carácter
no
vinculante
señala
que:
“en el ámbito internacional, los sujetos del derecho internacional sólo asumen como
vinculantes, y en algunas situaciones como obligatorias, las fuentes del Derecho
Internacional Público. Por consiguiente, si una norma no está contenida o no se deriva de
esas fuentes, ningún sujeto de derecho internacional, en especial los Estados, estaría
dispuesto a reconocer un efecto vinculante u obligatorio de esos mandatos jurídicos”
(Romero, 2011: 21); y el sustento es “la ausencia de una norma específica en la
Convención Americana de Derechos Humanos que regule expresamente los efectos
jurídicos de las sentencias de la Corte Interamericana respecto de los Estados
americanos…” (Romero, 2011: 27).
En cuanto a la costumbre internacional se argumenta que “no se ha consolidado una
práctica por parte de los Estados tendientes a reconocer que los juicios y las decisiones de
un tribunal internacional son vinculantes, más que en aquellos casos en los que el Estado
haya sido parte en un proceso contencioso (Romero, 2011: 30).
39
Por lo que se refiere a la aplicación del principio pacta sunt servanda se estima que
las resoluciones de la CorteIDH no tienen carácter vinculante a la generalidad de los
Estados americanos, porque sólo se sujetan a los compromisos que adquirieron, y en el caso
de la CADH no incluye el reconocimiento de efectos vinculantes de esas resoluciones
judiciales (Romero; 2011: 40-41); y si se tiene en cuenta que las sentencias de los
tribunales internacionales son doctrina, entonces constituyen una fuente auxiliar del
derecho internacional público, y por ello carecen de vinculación para los operadores
jurídicos (Romero 2011: 44).
Por último, como argumento específico la citada autora sostiene que las sentencias
de la CIDH tienen el efecto de cosa juzgada que sólo tienen un efecto inter partes (Romero,
2011: 45).
Como argumentos para establecer la vinculación de las resoluciones de la
CorteIDH establece que:
“las autoridades públicas de los Estados americanos partes en la Convención Americana,
deben aceptar el carácter vinculante de las resoluciones judiciales de la Corte
Interamericana, puesto que ello contribuiría a garantizar los derechos y las libertades de
ese tratado, debido a que en las resoluciones judiciales de ese tribunal internacional, se
determina el contenido mínimo de las disposiciones de la Convención Americana, así como
su interpretación y aplicación, en especial en lo relacionado con las prerrogativas que allí
se consagran” (Romero, 2011: 53).
Por lo que se refiere a la costumbre internacional menciona la autora mencionada
que algunas autoridades locales de los Estados americanos partes de la CADH, y en
especial sus tribunales, reconocen el carácter vinculante de las resoluciones del citado
tribunal interamericano, lo que podría considerarse como una costumbre internacional a
nivel regional por parte de los operadores o como un proceso inequívoco hacia la
consolidación de esa costumbre (Romero, 2011: 61).
Asimismo señala que una interpretación amplia del principio pacta sunt servanda
lleva a estimar que los operadores jurídicos de los Estados Americanos partes en la CADH,
no pueden limitarse a la literalidad de las disposiciones del tratado, sino que deben
considerar las pautas fijadas por la CorteIDH como criterios mínimos de interpretación y
aplicación de la misma (Romero, 2011: 74).
40
Amplitud que también debe atenderse de las sentencias de la CorteIDH como
doctrina pero no como fuente auxiliar, sino secundaria a la que deben acudir
necesariamente los operadores jurídicos cuando las fuentes principales del Derecho
Internacional Público sean oscuras e imprecisas (Romero, 2011: 82).
Como argumento específico señala la interpretación de una norma como lo es un
tratado internacional, no sólo tiene un efecto inter partes, sino erga omnes, debido a la
repercusión de casos futuros (Romero, 2011: 86).
Hitters por su parte sostiene que las resoluciones de la CorteIDH “son atrapantes”
no sólo para el caso juzgado, sino para casos similares, pues el incumplimiento de los
tratados y de directivas de los órganos de la CADH, puede generar a la postre, la
responsabilidad internacional del Estado (Hitters, 2008: 154-155).
Héctor Fix Zamudio ha señalado que los criterios de la CorteIDH no son vinculantes
para los jueces mexicanos, sino sólo orientadores, a menos que el Estado mexicano haya
sido condenado, por que en atención al principio pro persona, los jueces pueden adoptar
criterios más avanzados que los organismos internacionales (Fix Zamudio, 2013).
Esta afirmación no implica una negación del carácter vinculante de la jurisprudencia
de la CorteIDH, porque se podría traducir en que sí es orientadora, pero los jueces
domésticos le pueden dar una extensión mayor y más protector al derecho humano
interpretado que el que le haya dado la CorteIDH, o dicho de otra manera, los jueces
domésticos se encuentran orientados por la citada jurisprudencia, pero al arrojar ésta
estándares mínimos, los jueces domésticos les pueden dar un alcance más amplio o más
protector que el otorgado por el tribunal interamericano.
Aquí encontramos un importante punto de partida para advertir la gran importancia
que asume la actividad de los jueces domésticos en cuanto a la construcción de un eficaz
sistema de protección de los derechos humanos, pues esa responsabilidad no sólo
corresponde la CorteIDH, sino que también a los jueces domésticos; y así ambas
instituciones (la CorteIDH y los jueces domésticos) se nutren recíprocamente y se
involucran en un diálogo jurisprudencial en beneficio de ese sistema de protección, pues
“este movimiento, ha comenzado a impactar las jurisdicciones nacionales,
mediante la recepción de una jurisprudencia internacional más progresiva en
materia de derechos humanos. A su vez, en no pocos casos, la jurisprudencia más
41
progresiva emanada de las jurisdicciones constitucionales también ha sido
recepcionada por los órganos de protección internacional de los derechos
humanos” (Ayala, 2001: 605).
Pero no obstante que puede darse ese importante diálogo jurisprudencial, no elimina
el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, sino sólo que sus estándares
mínimos (obligatorios) pueden verse interpretados de una manera más amplia a favor de las
personas y sus derechos humanos.
II.
MARCO
NORMATIVO
DE
LA
OBLIGATORIEDAD
DE
LA
JURISPRUDENCIA DE LA CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS
HUMANOS.
Ya he mencionado con antelación que aunque el contenido de la jurisprudencia de
un tribunal no es pétreo, sí pretende el establecimiento “de reglas y pautas mínimamente
claras y con vocación de estabilidad para la resolución de controversias futuras” (Ferreres
2009: 78) que vinculan al propio tribunal que las emite, y a los tribunales jerárquicamente
inferiores; por lo que si aquél decide abandonar su jurisprudencia, debe dar razones que lo
justifiquen.
En el sistema interamericano de los derechos humanos, la jurisprudencia de los
organismos que lo componen forma parte del sistema de protección de los mismos, si
tomamos en cuenta que esa jurisprudencia conforma los estándares mínimos de los
derechos humanos; estos estándares mínimos adquieren una fuerza vinculante de una
intensidad mayor si la jurisprudencia emana del órgano judicial con el que cuenta el
sistema, pues “la vinculación indirecta “erga omnes” hacia todos los Estados Parte de la
Convención Americana implica aplicar el estándar interpretativo de efectividad de la
norma convencional” (Ferrer, 2013: 275).
El desarrollo de la jurisprudencia, en particular de los tribunales internacionales en
materia de derechos humanos y de su fuerza vinculante ha sido lento e inacabado por
naturaleza, pero ello no ha sido obstáculo para que el desarrollo de dicha institución se
encuentre en un plano progresivo, entendido éste como:
42
“fenómeno en virtud del cual el régimen de protección internacional de los
derechos humanos tiende a expandir su ámbito de modo continuado e irreversible,
tanto en lo que se refiere al número y contenido de los derechos protegidos, como
en lo que toca a la eficacia y el vigor de los procedimientos en virtud de los cuales
órganos de la comunidad internacional pueden afirmar y salvaguardar su
vigencia” (Nikken, 1987: 17-18).
Esta expansión continuada e irreversible de la jurisprudencia se ha desarrollado de
manera paulatina en diferentes ámbitos que involucran tanto a organismos nacionales como
internacionales, entre otros, a las cortes constitucionales de las diversas naciones, como a
los tribunales internacionales de derechos humanos.
A continuación me ocuparé del marco jurídico que contiene las premisas normativas
de la jurisprudencia de la CorteIDH.
1. Asamblea General de la Organización de Estados Americanos.
La Asamblea General de la OEA (en adelante la Asamblea) es el órgano supremo
que decide la acción y la política generales de la OEA (Carta de la OEA, Art. 54, inciso a),
y es uno de los órganos que sirven de conducto para que dicha organización realice sus
fines.
La CorteIDH es el organismo jurisdiccional de la OEA y somete a la Asamblea en
cada período de sesiones un informe sobre su labor en el año anterior(CADH, Art. 65) con
base en el cual la Asamblea emite observaciones y recomendaciones, respecto de las cuales
ha mostrado una constante preocupación en relación con la actividad de la CorteIDH;
observaciones y recomendaciones que van desde las contribuciones que hacen los
Gobiernos u organismos a esta última, a la importancia que en el Hemisferio tienen las
sentencias pronunciadas por la misma; así tenemos que la Asamblea ha recomendado que
debe exhortarse a los Estados miembros de la OEA, que aún no lo han hecho, para que de
manera expedita consideren la aceptación de la competencia contenciosa de la CorteIDH;
también la Asamblea recordó una regla que en su momento resultó un gran avance, y que se
refiere a la eficacia de las sentencias de la CorteIDH, al reiterar que los fallos del citado
tribunal interamericano son definitivas e inapelables, y que los Estados partes de la CADH
43
se comprometen a cumplir las decisiones de la referida Corte en los casos en que sean
parte; también reafirmó el valor esencial de las labores de la CorteIDH para el
perfeccionamiento de la promoción y defensa de los derechos humanos en el Hemisferio,
de igual manera resaltó la importancia de la función consultiva de dicho tribunal para el
desarrollo de la jurisprudencia interamericana; agregó que deben considerarse los medios
para el mejor cumplimiento de las sentencias de la CorteIDH por parte de los Estados
Miembros; y por último destacó la contribución e impacto que tiene la jurisprudencia
interamericana tanto a nivel regional como nacional, lo que ha propiciado un acercamiento
de la CorteIDH con las instituciones nacionales, la sociedad civil y otros actores sociales.7
En esta expansión continuada de la función y eficacia de la jurisprudencia de la
CorteIDH ha sido importante la Asamblea, que ha destacado el desarrollo progresivo de la
función y eficacia de las sentencias del citado tribunal interamericano, pues la Asamblea ha
participado desde exhortar a los Estados que no habían aceptado la competencia
contenciosa de la CorteIDH para que consideraran su aceptación, pasando por el
pronunciamiento de la obligatoriedad de las sentencias dictadas por el citado tribunal para
los Estados que son parte en una controversia, a la contribución e impacto de la
jurisprudencia tanto a nivel regional como nacional; lo que interpretado a la luz del artículo
3 de la Carta de la OEA en cuanto a que los Estados miembros deben cumplir de buena fe
sus obligaciones, nos muestran que para la Asamblea la jurisprudencia de la CorteIDH es
más que una sentencia obligatoria para el caso concreto en el que se dicta la misma, sino
que esa contribución e impacto significan, por lo menos, el diálogo jurisprudencial (Ayala,
2013: XIII)8 que tiene su punto de partida en la jurisprudencia del tribunal interamericano,
y en esa preocupación se desprende que la misma jurisprudencia representa para la
Asamblea un cierto grado de vinculación.
Se ha mencionado en relación con la Asamblea General de la ONU que las
resoluciones referidas a derechos humanos constituyen una interpretación auténtica de la
Observaciones y recomendaciones algunas que se han emitido desde 1995 y
reiterado cada año; como por ejemplo ver AG/RES. 1330 (XXV.O/95 aprobada el 9 de
junio de 1995) y AG/RES. (XLIII-0/2018 aprobada el 5 de julio de 2013).
8 Entendido éste como “la interacción jurisprudencial entre tribunales de distintas
jurisdicciones, con el resultado de un enriquecimiento mutuo en la construcción de
soluciones equivalentes acordes a los principios universales del derecho democrático.”
7
44
carta de la ONU, un complemento y una guía autorizada (Manili, 2005:61); por lo que
dadas las similitudes que guarda con la Asamblea de la OEA, también podemos decir que
las observaciones y recomendaciones de ésta son una interpretación auténtica de la Carta de
la OEA, un complemento y una guía autorizada para poder delinear una opinión acerca del
carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH.
Conforme a lo mencionado en este apartado, encontramos algunas premisas que nos
permiten comenzar a delinear el carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH;
entre ellas tenemos: la buena fe de los Estados parte para asumir su compromiso de respetar
sus obligaciones, y el impacto que han tenido en los Estados las decisiones de la CorteIDH.
2. Convención Americana sobre Derechos Humanos.
La CADH regula la organización y funcionamiento de la CorteIDH como órgano
judicial autónomo del sistema interamericano de protección de derechos humanos,
otorgándole competencia consultiva y competencia contenciosa.
La primera de esas competencias tiene como finalidad coadyuvar al cumplimiento
de los compromisos internacionales de los Estados de nuestro Continente en materia de
protección de derechos humanos, así como al cumplimiento de las funciones de los
distintos órganos de la OEA, y no puede desvincularse de los propósitos de la CADH; si la
solicitud de una opinión consultiva se apartara de este fin implicaría el debilitamiento de la
propia CADH y desnaturalizaría esta competencia de la CorteIDH. (Corte IDH, OC-1/82,
párr. 25).
Así lo ha dicho la CorteIDH:
“la Convención, al permitir a los Estados Miembros y a los órganos de la OEA
solicitar opiniones consultivas, crea un sistema paralelo al del artículo 62 y ofrece
un método judicial alterno de carácter consultivo, destinado a ayudar a los Estados
y órganos a cumplir y a aplicar tratados en materia de derechos humanos, sin
someterlos al formalismo y al sistema de sanciones que caracteriza el proceso
contencioso”. (Corte IDH, OC-3/83, párr. 43).
La opinión consultiva se traduce en la resolución o respuesta que emite la CorteIDH
a la correspondiente solicitud, y lo que me importa referir aquí son las consecuencias
45
jurídicas que trae consigo la interpretación que el citado tribunal realiza en la resolución y
su respectiva vinculación, que como sucede en otros casos, es obligatoria para el propio
tribunal y para los Estados parte de la CADH.
Es cierto que la CADH no hace referencia al carácter vinculante de las resoluciones
que se emiten en las opiniones consultivas (Malarino, 2011: 437), pero no parece lógico
que si un Estado solicitó una opinión consultiva, posteriormente pretenda ignorar la
interpretación que al respecto realizó la CorteIDH, pues de hacerlo seguramente
comprometería su responsabilidad internacional, o que la misma CorteIDH ignore la
vinculación de su precedente.
Así por ejemplo, los argumentos contenidos en la respuesta que da la CorteIDH a la
consulta que se somete a su jurisdicción, han servido de fundamento al propio tribunal
interamericano para emitir posteriores opiniones, como sucedió, por ejemplo, al considerar
que:
“El cumplimiento de los requisitos examinados no significa necesariamente que el
tribunal esté obligado a responder a la consulta. Al decidir si acepta o no una
solicitud de opinión consultiva, la Corte debe tener presente consideraciones que
trascienden los aspectos meramente formales y que se reflejan en los límites
genéricos que el Tribunal ha reconocido al ejercicio de su función consultiva.”
(CorteIDH, OC-16/99, párr. 31).
En este párrafo la CorteIDH invoca criterios sustentados en la OC-1/82 y OC15/97.
O bien al resolver un caso contencioso, como se ve en lo siguiente:
“Por otro lado, el derecho a que se proteja la familia y a vivir con ella, reconocido
en el artículo 17 de la Convención, conlleva que el Estado está obligado no sólo a
disponer y ejecutar directamente medidas de protección de los niños, sino también
a favorecer, de la manera más amplia, el desarrollo y la fortaleza del núcleo
familiar”. (Corte IDH. Caso Gelman contra Uruguay, párr. 125).
En este párrafo la CorteIDH invoca, entre otros, el criterio sostenido en la OC17/02, párr. 66.
46
Y esa misma tendencia se da en las sentencias de la CorteIDH cuando resuelve
casos contenciosos, en los que recurrentemente motiva sus sentencias en su jurisprudencia
emanada de otros casos contenciosos.
Un ejemplo: “En este caso, como en otros, el Tribunal admite el valor probatorio
de aquellos documentos presentados oportunamente por las partes que no fueron
controvertidos ni objetados, ni cuya autenticidad fue puesta en duda”. (Corte IDH, Caso
Radilla Pacheco contra Estados Unidos Mexicanos, párr. 70). En esta argumento la
CorteIDH sigue y cita la jurisprudencia sostenida en los casos contenciosos Velásquez
Rodríguez contra Honduras, párr. 140; Garibaldi contra Brasil, párr. 62; y Dacosta Cadogan
contra Barbados, párr. 34.
Por lo que respecta a Estados que no participaron en el procedimiento consultivo, no
puede decirse que se encuentran en aptitud de ignorar esos criterios, que aunque no tienen
para ellos un expreso efecto vinculante, no deja de ser una pauta al interpretar normas
internacionales de derechos humanos; pues de hacerlo, es decir ignorar esos criterios o
interpretar normas internacionales de derechos humanos en abierta contradicción con la
pauta derivada de las opiniones consultivas, se ubicarían en una situación de riesgo de
comprometer en el futuro su responsabilidad internacional.
La CorteIDH ha señalado que:
“en materia consultiva, la Corte no está llamada a resolver cuestiones de hecho
para verificar su existencia, sino a emitir su opinión sobre la interpretación de una
norma jurídica. La Corte, en este ámbito, cumple con una función asesora, de tal
modo que sus opiniones ´no tienen el mismo efecto vinculante que se reconoce para
sus sentencias en materia contenciosa” (Corte IDH. OC-3/83, párr. 32).
De esta manera tenemos que si bien no existe disposición expresa acerca del
carácter vinculante de la interpretación que hace la CorteIDH en las resoluciones emitidas
en las opiniones consultivas, y que la propia CorteIDH ha reconocido que no tienen el
mismo efecto vinculante, eso no quiere decir que lo niegue, simplemente ha señalado que
no es el mismo (efecto vinculante).
De lo contrario se rompería la calidad de generalidad que caracteriza a toda norma
jurídica, como lo es el tratado internacional, pues tendría un significado para unos Estados
(los que participaron en el proceso consultivo), y otra para los que no participaron en el
47
mismo, lo cual no es jurídicamente aceptable, ya que ello debilitaría el sistema jurídico
interamericano de derechos humanos.
En cuanto a la competencia contenciosa atribuida a la CorteIDH, la CADH faculta
al citado tribunal para resolver los casos que le sean sometidos sobre la interpretación y
aplicación de la misma; el grado de vinculación o de obligatoriedad de la jurisprudencia de
la CorteIDH puede analizarse desde una doble dimensión.
La primera de ellas parte del artículo 68.1 de la CADH cuando establece que los
Estados partes de la Convención se comprometen a cumplir la decisión de la Corte en todo
caso en que sean partes; especificación en la que, como lo mencioné en párrafos anteriores,
la Asamblea de la OEA ha puesto un énfasis especial, y ha sido un ingrediente que ha
contribuido a la progresividad en la eficacia de las sentencias que emite la CorteIDH.
Esta característica vinculante para los Estados parte de las sentencias de la
CorteIDH pronunciadas en los casos contenciosos, atiende a una característica de toda
sentencia judicial y deriva de una de sus principales cualidades, esto es, la sentencia es
obligatoria para las partes que intervinieron en el conflicto.
Una segunda dimensión de esta característica vinculante tiene que ver ya no con su
parte resolutiva, sino con la ratio decidendi que sustenta la sentencia que emite la CorteIDH
(que puede ser de responsabilidad o no del Estado); y la pregunta que de aquí surge es hasta
qué punto esta parte de la sentencia, que constituye una interpretación de una norma
internacional de derechos humanos es vinculante ya no sólo para los Estados que formaron
parte del proceso contencioso, sino para los Estados que no lo fueron.
Esa respuesta obliga a voltear hacia la regulación normativa del sistema
interamericano de derechos humanos, en cuanto predica que los Estados partes de la OEA
se comprometen a cumplir de buena fe sus obligaciones internacionales derivadas de los
compromisos que al efecto contraen, estas normas que son interpretadas por el máximo
intérprete jurisdiccional interamericano -CorteIDH-, y como resultado de la interpretación
la norma de derechos humanos tiene un significado, ese significado atribuido por el órgano
judicial autónomo de la OEA se torna obligatorio para los Estados que no formaron parte
del procesos contencioso, pues como se ha sostenido al inicio de este trabajo, este
significado forma parte de la norma interpretada, y el Estado de ninguna manera encuentra
48
autorización para incumplir con esas obligaciones derivadas de la norma internacional y de
su interpretación.
3. Reglamento de la Corte Interamericana sobre Derechos Humanos.
El Reglamento de la CorteIDH tiene por objeto regular la organización y
funcionamiento de la misma (Reglamento de la CorteIDH, Art. 1). En el capítulo sexto
regula el contenido de las sentencias.
Las sentencias que en general pronuncian los tribunales reúnen varios requisitos que
las normas jurídicas procesales se encargan de establecer. En el caso de las emitidas por la
CorteIDH deben reunir, entre otros: una relación de los actos del procedimiento, la
determinación de los hechos, los fundamentos de derecho y la decisión sobre el caso
(Reglamento de la CorteIDH, Art. 65.1. c, d, f (y) g). Los primeros dos requisitos son
importantes en el tema de la vinculación de la jurisprudencia, porque resultan útiles para
entender el contexto en el que se emite la decisión que de origen a dicha jurisprudencia.
Los fundamentos de derecho son las razones que justifican la decisión del caso; son
razones que se traducen en interpretaciones y argumentaciones que le dan contenido a la
ratio decidendi del caso. Esta parte de la sentencia en la que la CorteIDH justifica la
decisión del caso es la que puede resultar vinculante para Estados que no participaron en el
caso contencioso, si en ella se señala la interpretación que debe darse a
normas
internacionales de derechos humanos y establece estándares mínimos, ya que se trata de la
interpretación hecha por el órganos jurisdiccional que tiene las atribuciones de ser el
máximo intérprete de esas normas internacionales de derechos humanos.
La parte decisoria de la sentencia no puede vincular a Estados distintos a los que
formaron parte de la controversia, ya que en ella se contiene o una declaratoria de no
responsabilidad o una condena especifica en contra del Estado que fue hallado responsable,
por no cumplir con sus obligaciones derivadas de sus compromisos internacionales en
materia de derechos humanos en un contexto determinado y desde luego vincula a un
Estado si y sólo formó parte del proceso contencioso.
49
4.
Sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La CorteIDH puede emitir resoluciones o sentencias en medidas cautelares,
opiniones consultivas y de fondo en casos contenciosos; como se ha delimitado desde el
inicio de este trabajo, sólo me ocuparé de las sentencias de fondo dictadas en los casos
contenciosos.
4.1. En casos contenciosos.
Las sentencias en el caso contencioso deciden por regla general sobre la
responsabilidad; en ella se determina si están o no acreditados los hechos, se proporcionan
los fundamentos de derecho que son las razones que justifican la decisión; en ésta se
concluye, por regla general, si el Estado acusado ante la Corte es o no responsable de
transgredir derechos humanos, y, en su caso, el pronunciamiento de las reparaciones y
costas, si procede.
Puede suceder que la sentencia de fondo no contenga pronunciamiento de
reparaciones y costas, caso en el cual la Corte fijará la oportunidad para su posterior
decisión y determinará el procedimiento para ello (Reglamento de la CorteIDH, Art. 66.1).
La supervisión de las sentencias de la CorteIDH se realiza mediante la presentación
de informes estatales, pero la CorteIDH podrá requerir a otras fuentes que proporcionen
información relevante sobre el caso que permitan apreciar el cumplimiento; una vez que el
citado tribunal cuente con la información pertinente, determinará en qué estado de
cumplimiento de lo resuelto se encuentra el caso, y emitirá las resoluciones que estime
pertinentes (Reglamento de la CorteIDH, Art. 69).
4.1.1. Obligatoria para el estado que formó parte de la controversia.
La parte decisoria de la sentencia en la que se determina la responsabilidad del
Estado, la sentencia de reparaciones y la de supervisión se encuentran dirigidas a un
destinatario en específico, y por tanto, es la parte que, en su caso, sólo resulta obligatoria
para el Estado que formó parte de la controversia.
50
Ello es así porque en esas porciones de la sentencia se concluye acerca de si un
Estado en específico incumplió o no con sus obligaciones internacionales en materia de
derechos humanos, y su acatamiento por ese destinatario específico se encuentra
necesariamente vinculado por las mismas, sin que se puedan alegar razones políticas o
jurídicas de carácter interno para soslayar su cumplimiento; éste es una característica
inherente a la naturaleza de la sentencia judicial.
La CorteIDH al interpretar el artículo 63.1 ha señalado que “ninguna parte de este
artículo hace mención ni condiciona las disposiciones de la Corte a la eficacia de los
instrumentos de reparación existentes en el Derecho interno del Estado parte responsable de
la infracción, de manera que aquélla no se establece en función de los defectos,
imperfecciones o insuficiencias del Derecho nacional, sino con independencia del mismo”
(Corte IDH. Caso Velásquez Rodríguez contra Honduras, párr. 30).
De esa manera tenemos que sólo el Estado parte responsable de la infracción se
encuentra vinculado por estas partes de la sentencia.
4.1.2 Obligatoria para los estados que no formaron parte de la
controversia pero que han aceptado la competencia contenciosa de la
corte.
La parte que justifica la decisión se convierte en el segmento de la sentencia que
proporciona mayores elementos para sostener el carácter vinculante de la jurisprudencia,
pues es donde se atribuyen significados a la norma de derechos humanos y genera
estándares mínimos en la materia, que deben ser observados en casos domésticos por los
Estados que no formaron parte del caso contencioso, so riesgo de ver comprometida en el
futuro su responsabilidad internacional.
Admitir lo contrario sería admitir que la norma internacional de derechos humanos
tendría un significado determinado y estándares mínimos para el Estado parte en el caso
contencioso, y esa misma norma con significado y estándares mínimos diferentes para los
Estados que no fueron parte en ese caso contencioso, lo que trae consigo una transgresión al
principio de la generalidad de las normas jurídicas, al permitir se establecieran significados
51
y estándares mínimos diferentes para los Estados, lo que no pudiera transgredir la
coherencia del sistema.
La sentencia en principio vincula necesariamente al Estado que formó parte de la
controversia, ya que en ella se determina la forma y términos en que debe reparar la
violación cometida, aspecto que si bien en principio sólo incumbe al Estado que fue parte
en el caso contencioso y fue declarado responsable de una violación de las obligaciones de
carácter internacional en materia de derechos humanos, bien puede generar estándares
mínimos que debe observar la CorteIDH en casos posteriores, y los Estados que no
formaron parte del caso contencioso; ya que los jueces nacionales son los que ejercen el
control de convencionalidad a nivel doméstico, y cuando ejercen dicho control, y
determinan que hubo violaciones de derechos humanos, deberán resolver acerca de la
reparación del daño que haya producido el acto sometido a cualquiera de esos controles, y
en esa empresa si existe jurisprudencia de la CorteIDH que proporciona estándares
mínimos en materia de reparaciones, se convierten estándares mínimos vinculantes para los
Estados que no formaron parte del caso contencioso.
5. El valor de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos para los tribunales nacionales latinoamericanos.
El valor vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH ha sido asimilado en forma
distinta por los tribunales domésticos, la conducta asumida por los diversos Estados
depende en gran medida del bajo o alto nivel democrático que han alcanzado los mismos,
que se traduce en una condición importante para el desarrollo progresivo en el
cumplimiento de las obligaciones de los Estados de prevenir, investigar, sancionar y reparar
las violaciones a derechos humanos. Veamos a continuación algunas experiencias en cuanto
obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH.
52
5.1. Estados que no aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos.
5.1.1. Venezuela.
Los derechos humanos se han convertido en el pilar más importante que da sustento
a un sistema jurídico, político, económico y social que emana de un Estado democrático;
las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, y la interpretación que de
las mismas haga la CorteIDH contribuyen a establecer los estándares mínimos que todo
Estado debe observar en favor de las personas.
Sin embargo la afirmación anterior no ha dejado de tener sus contradictores, y ello
ha dado lugar a cuestionar la validez de dicha afirmación.
El caso venezolano resulta interesante en cuanto a la búsqueda de una teoría que
sustente la vinculación de las sentencias de la CorteIDH, pues en principio ha privilegiado
el derecho interno (concretamente el constitucional) frente al Derecho Internacional de los
Derechos Humanos, y como consecuencia frente a la jurisprudencia de la CorteIDH.
La Constitución venezolana en su artículo 23 señala que los tratados, pactos y
convenciones relativos a derechos humanos suscritos y ratificados por Venezuela, tienen
jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno, en la medida que contengan
normas más favorables a las establecidas en la propia Constitución.
No obstante la inclusión del principio pro persona en el numeral mencionado, ha
señalado el Tribunal Supremo de Justicia que en caso de antinomia o colisión entre un
tratado internacional de derechos humanos y la Constitución, deberá primar ésta, en cuanto
que aquellos tienen sentido en la medida que la Constitución los acoja (Sentencia 1505Exp. 00-00743).
En idéntico sentido se ha pronunciado la Sala Constitucional del Tribunal Supremo
de Justicia de la República Bolivariana de Venezuela (Sentencia 1942-Exp. 01-0415).
Al respecto, en ésta última se argumentó que en materia de derechos humanos los
Tratados, Pactos y Convenios relativos a derechos humanos suscritos y ratificados por
Venezuela que resulten más favorables a las establecidas en la Carta Magna o en las leyes
nacionales, adquieren rango constitucional, arrogándose la facultad de interpretar en qué
53
casos resulta más favorable esas normas; pero que si un organismo internacional (no se
refiere en particular a la CorteIDH) aceptado legalmente por la República amparara
violando derechos humanos de personas dentro del país, tal decisión tendría que ser
rechazada aunque emane de organismos internacionales protectores de derechos humanos,
ya que no hay nada (a menos que la Constitución lo autorice) por encima del Tribunal
Supremo, y aún en este supuesto, la decisión que se contradiga con las normas
constitucionales venezolanas, carece de aplicación en el país.
Además señaló en la sentencia referida, que la ejecución de los fallos de los
tribunales supranacionales no pueden menoscabar la soberanía del país, ni los derechos
fundamentales de la república, por lo que esos fallos tendrán que adaptarse a la
Constitución venezolana; que el respeto al derecho y jurisdicción internas son valores
constantes para que proceda la decisión de los órganos jurisdiccionales, supranacionales,
transnacionales o internacionales.
Como se advierte de las sentencias comentadas, la Sala Constitucional venezolana
considera que el derecho interno prima sobre el derecho internacional de derechos
humanos, e incluso que las sentencias que no respeten los parámetros constitucionales no
son ejecutables.
Así procedió el Estado venezolano en relación con la sentencia de la CorteIDH
dictada el 1 de septiembre de 2011, en la que declaró que el Estado venezolano violó
diversos derechos previstos por la CADH en favor de uno de sus nacionales.
En contra de esa sentencia que condenó al Estado venezolano, el Procurador
General de la República y otros funcionarios promovieron una acción innominada de
control constitucional, con los argumentos basados en el principio de supremacía
constitucional y efectividad de las normas y principios constitucionales.
La Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia de la República
Bolivariana de Venezuela dictó sentencia en el expediente 11-1130 en la que precisa que se
trata de un control innominado de constitucionalidad, por existir una aparente antinomia
entre la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y la CADH, la Convención
Americana contra la Corrupción y la Convención de las Naciones Unidas contra la
Corrupción, producto de la pretendida inejecución de la sentencia de la CorteIDH ya
mencionada.; y aunque reconoce la Sala Constitucional que no existe una disposición
54
expresa que contemple la modalidad del control concentrado de constitucionalidad,
consideró pertinente invocar la sentencia 1077/2000, la cual sí prevé esta razón de
procedencia de la interpretación constitucional, a los efectos de determinar el alcance e
inteligencia de la ejecución de una decisión dictada por un organismo internacional con
base en un tratado de jerarquía constitucional, ante la presunta antinomia entre la CADH y
la Constitución Nacional.
Para justificar esa decisión, la Sala Constitucional estableció que la Constitución
Nacional no otorga a los tratados internacionales sobre derechos humanos rango
“supraconstitucional”; que los estándares para dirimir un conflicto entre los principios y las
normas, deben ser compatibles con el proyecto político de la Constitución Nacional, y no
deben preferirse interpretaciones ideológicas que privilegien los derechos individuales a
ultranza, o que acojan la primacía del orden jurídico internacional sobre el derecho nacional
en detrimento de la soberanía del Estado, por lo que no puede ponerse un sistema de
principios supuestamente absoluto y supra histórico por encima de la Constitución, y que
no son aceptables las teorías que implican una limitación a la soberanía y a la
autodeterminación nacional, so pretexto de valideces universales.
Y concluyó la Sala Constitucional que es inejecutable el fallo de la CorteIDH de
fecha 1 de septiembre de 2011, aunque con esa declaratoria, sigue diciendo la Sala
Constitucional en su sentencia, no se trata de interpretar el contenido y alcance de la
sentencia de la CorteIDH, ni de desconocer la CADH, sino de aplicar un estándar mínimo
de adecuación del fallo al orden constitucional interno, en ejercicio de un control de
convencionalidad (que la Sala Constitucional asume está haciendo) respecto de normas
consagradas en otros tratados internacionales válidamente ratificados por Venezuela que no
fueron analizados por la sentencia de la CorteIDH del 1 de septiembre de 2011.
Como vemos en esta sentencia de la Sala Constitucional, el Estado venezolano
sostuvo que de conformidad con lo dispuesto por el artículo 68.1 se encuentra
comprometida a cumplir una decisión dictada en un caso en el que fue parte, pero revisa
(aunque dice que no lo hace) la sentencia de la CorteIDH y la declara inejecutable por
contradecir principios de su Constitución Nacional y otros tratados internacionales.
Esta ha sido la tendencia adoptada por la Sala Constitucional, (Sentencia 1939- Exp.
08-1572) que tiende a darle primacía al derecho interno frente al internacional, y como
55
consecuencia, no reconoce la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH, haya sido
parte o no el Estado venezolano en un caso contencioso.
6. Estados que aceptan el carácter vinculante de la jurisprudencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos.
6.1. Argentina.
“El orden jurídico vigente en la República se integra con normas jurídicas que
poseen distinta jerarquía y distintos ámbitos de validez…En este contexto, los tratados,
incluidos los relativos a los derechos humanos, siempre han gozado del carácter de ´ley
suprema de la Nación´” (Pinto 2007: 121). La Constitución de la Nación Argentina, en su
artículo 75 (punto 22) 9 establece las diversas Declaraciones, Convenciones y Pactos de
derechos humanos que tienen jerarquía constitucional, y las que requieren del cumplimiento
de requisitos formales para tener esa jerarquía.
Para Argentina “el Derecho Internacional de los Derechos Humanos supone que la
última instancia de que dispone el Estado, no el gobierno, para evitar su responsabilidad
internacional en la materia es el Poder Judicial” (Pinto 2007: 123).
“Artículo 75 – Corresponde al Congreso: … 22. … La Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de Derechos Humanos; la
Convención Americana sobre Derechos Humanos: el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y su Protocolo Facultativo; la Convención Sobre la Prevención y la Sanción
del Delito de Genocidio; la Convención Internacional Sobre la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación Racial; la Convención Internacional Sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer; la Convención Contra la Tortura
y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos y degradantes; la Convención Sobre los
Derechos del Niño; en las condiciones de su vigencia, tienen jerarquía constitucional,
no derogan artículo alguna de la primera parte de esta Constitución y deben
entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos. Sólo
podrán ser denunciados en su caso, por el Poder Ejecutivo Nacional, previa
aprobación de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de Cada Cámara.
Los demás tratados y convenciones sobre derechos humanos, luego de ser aprobados
por el Congreso, requerirán el voto de las dos terceras partes de la totalidad de los
miembros de cada Cámara para gozar de la jerarquía constitucional”.
9
56
A partir de esa jerarquía de las normas de derechos humanos mencionadas en el
artículo 75 constitucional, y el papel del poder judicial como último reducto para evitar la
responsabilidad internacional, el Estado argentino ha interpretado de manera progresiva el
tema de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH como medida para evitar la
responsabilidad del mismo ante la comunidad internacional. Veamos algunos casos
resueltos por la Corte Suprema Argentina (CSA) de los que se puede vislumbrar esta
evolución progresiva.
Un caso emblemático resuelto por la CSA es el Caso Ekmekdjian (7 de julio de
1992) en el que se resuelve acerca del derecho de réplica. 10 En esa ocasión la CSA
consideró que la CADH contempla el derecho de respuesta o rectificación, que al ser
ratificada por ese país resulta directamente operativa en el derecho interno; que el derecho
internacional tiene primacía sobre el derecho interno, así reconocido por este último, y que
la interpretación de la CADH (que haga la CSA) debe guiarse por la jurisprudencia de la
CorteIDH.
Posteriormente (A. 533. XXXVIII. Causa No. 259 C) la CSA estableció que “la
traslación de las conclusiones de la Corte Interamericana en “Barrios Altos” al caso
argentino resulta imperativa, si es que las decisiones del Tribunal internacional
mencionado han de ser interpretadas de buena fe como pautas jurisprudenciales”.
Así mismo, la CSA (S.1767. XXXVIII. Causa No. 17.768) sostuvo que tal como ha
sido reconocido por esa Corte en diferentes oportunidades, la jurisprudencia de la
CorteIDH, así como las directivas de la Comisión Interamericana, constituyen una
imprescindible pauta de interpretación de los deberes y obligaciones derivados de la
CADH.
Posteriormente la propia CSA (M. 2334.XLII) sostuvo que la interpretación de la
CADH debe guiarse por la jurisprudencia de la CorteIDH.
Esa pauta o guía a que se refiere la Corte Argentina, dada la forma en que han
quedado plasmadas en sus sentencias las sentencias pronunciadas por la CorteIDH, al
parecer han considerado de alta intensidad el grado de vinculación de la mencionada
jurisprudencia del tribunal interamericano, básicamente por que ello se traduce en una
Se trata de una sentencia dictada antes de la reforma constitucional (concretamente
del artículo 75 en la parte antes transcrita) de 1994, que otorga jerarquía
constitucional a diversos tratados internacionales de derechos humanos.
10
57
medida para evitar la responsabilidad del Estado argentino ante la comunidad internacional,
y porque las decisiones de un tribunal internacional han de interpretarse de buena fe como
pautas jurisprudenciales.
6.2 Colombia.
La Corte Constitucional Colombiana (CCC) también ha empleado una metodología
interesante para aplicar con la jurisprudencia de la CorteIDH.
En diversas sentencias de la citada CCC, se aplican los tratados internacionales de
derechos humanos como una norma más que establece estándares mínimos en materia de
derechos humanos, sin cuestionar -en principio- el nivel en el que se encuentran con
referencia a la Constitución Colombiana.
Así la CCC (S.T-568/99) estableció que los Estados que ratifican los instrumentos
internacionales de derechos humanos, deben asegurarse que la organización o la legislación
locales prevean mecanismos efectivos de protección de los derechos consagrados en los
instrumentos internacionales; que los Estados deben abstenerse de legislar internamente en
contra de los tratados ratificados en la materia, y apoya esta última afirmación en una
resolución de la CorteIDH, en la que si bien no señala el grado de vinculación de la misma ,
la utiliza como línea argumentativa de su sentencia.
En una diversa sentencia (S.T-1319/01) la propia CCC al analizar el respeto a los
derechos o a la reputación de los demás, o la protección de la seguridad nacional, el orden
público o la moral públicas, atiende a la interpretación hecha por la CorteIDH en una
opinión consultiva (OC- 5/85). Así mismo estableció que la Constitución dispone que la
incorporación de los tratados de derechos humanos ratificados por Colombia; que esa CCC
ha señalado que la jurisprudencia de las instancias internacionales de derechos humanos
constituye una pauta relevante para interpretar el alcance de esos tratados y de los propios
derechos constitucionales; para ello hizo referencia a una diversa sentencia de la propia
CCC (C-010/00) en la que se sostuvo que la CorteIDH es el órgano judicial autorizado para
interpretar autorizadamente la CADH, y concluye con una afirmación relevante para el
tema que nos ocupa, al señalar que:
58
“ha de entenderse que, para efectos del presente caso, el bloque de
constitucionalidad relativo a la libertad de expresión ha de estar integrado por las
normas internacionales, en particular el Pacto de San José y la Convención
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, junto con las interpretaciones que de
tales textos han presentado la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la
Corte Interamericana de Derechos Humanos y Comité de Derechos Humanos de
Naciones Unidas”.
Esta última calidad que la CCC atribuye a la CorteIDH (intérprete autorizada o
auténtica de la CADH) también se destaca, entre otras, en las Sentencia C-370/06, C936/10 y C-442/11.
En esta última sentencia la CCC reconoce que en distintas sentencias ha señalado el
carácter vinculante de su jurisprudencia como interpretación auténtica de la CADH, 11 pero
agrega que aunque el Caso Kimel contra Argentina que utilizan como fundamento los
demandantes:
“aunque constituye un precedente significativo en torno al alcance de la libertad de
expresión y del principio de legalidad en la tipificación de los delitos de injuria y
calumnia, esta decisión no puede ser trasplantada automáticamente al caso
colombiano en ejercicio de un control de convencionalidad que no tenga en cuenta
las particularidades del ordenamiento jurídico, especialmente la jurisprudencia
constitucional y de la Corte Suprema de Justicia que han precisado notablemente el
alcance de los elementos normativos de estos tipos penales…”.
En el caso la CCC no niega el carácter vinculante de la jurisprudencia de la
CorteIDH, pues previamente reconoce esa calidad de dichas jurisprudencia, pero agrega un
elemento importante en la aplicación de la jurisprudencia, consistente en el deber de tomar
en cuenta las particularidades del ordenamiento jurídico interno.
Como se ve de las referidas sentencias, se advierte un avance progresivo en la
doctrina constitucional acerca del carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH al
colocarla como columna integrante del bloque de constitucionalidad.
11
Página 57 (nota al pie número 54).
59
6.3. Costa Rica.
La Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de Costa Rica también ha
aportado elementos interesantes para analizar el carácter vinculante de la jurisprudencia de
la CorteIDH.
Así tenemos que la Sala Constitucional argumentó:
“No puede ocultarse que la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos,
en ocasiones parece distinguir entre los efectos de una opinión consultiva y una
sentencia propiamente tal… En otras palabras pareciera que la Corte no ha
querido otorgar a sus Opiniones la misma fuerza de una sentencia (producto de un
caso contencioso)… y sin necesidad de llegar a conclusiones generales, más allá
de lo que esta Sala tiene ahora para resolver, debe advertirse que si la Corte
Interamericana de Derechos Humanos es el órgano natural para interpretar la
Convención Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica),
la fuerza de su decisión al interpretar la convención y enjuiciar leyes nacionales a
la luz de esta normativa, ya sea en caso contencioso o en una mera consulta, tendrá
-de principio- el mismo valor de la norma interpretada”. (Sentencia 2313-95).
La sentencia antes referida hace alusión a una Opinión Consultiva generada por la
propia Costa Rica, pero lo interesante la sentencia de la Sala Constitucional es que
reconoce que la interpretación de la Convención tiene el mismo valor de la norma
interpretada, lo que equivale a decir que la interpretación (jurisprudencia) es vinculante
para el Estado de Costa Rica, y se debe entender que haya o no sido parte en el caso
contencioso, ya que tiene el mismo valor que la norma interpretada.
6.4. Perú.
El artículo 57, segundo párrafo, de la Constitución Política del Perú establece que
cuando el tratado afecte disposiciones constitucionales debe ser aprobado por el mismo
procedimiento que rige la reforma de la Constitución, antes de ser ratificado por el
Presidente de la república; y la cuarta disposición transitoria dispone que las normas
relativas a los derechos y a las libertades que la Constitución reconoce, se interpretan de
60
conformidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con los tratados de
derechos humanos ratificados por el Perú.
El Tribunal Constitucional de Perú con base en esa cláusula interpretativa conforme
al corpus iuris internacional de los derechos humanos, se ha ocupado del tema que aquí se
analiza.
Así el citado Tribunal Constitucional (S.Exp.0217-2002-HC-TC) estableció que la
Constitución debe interpretarse de conformidad con los tratados internacionales en materia
de derechos humanos de conformidad con los tratados internacionales en materia de
derechos humanos suscritos por el Estado Peruano. En el fundamento número 2 señaló:
“Tal interpretación, conforme con los tratados sobre derechos humanos, contiene,
implícitamente, una adhesión a la interpretación que, de los mismos, hayan
realizado los órganos supranacionales de protección de los atributos inherentes al
ser humano y, en particular, el realizado por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, guardián último de los derechos en la Región”.
La cláusula hermenéutica conforme a los tratados prevista en la Constitución
Peruana y con la interpretación que haya realizado, entre otros, la CorteIDH, se traduce en
la aceptación de la obligatoriedad de la jurisprudencia del citado tribunal interamericano,
independientemente de que el Perú haya o no formado parte del caso contencioso.
61
CAPÍTULO III.
MÉXICO Y LA OBLIGATORIEDAD DE LA JURISPRUDENCIA DE LA
CORTE INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS.
I.
MARCO NORMATIVO INTERNO.
En principio cabe señalar que el tránsito de un paradigma a otro en el contexto
jurídico mexicano, implica determinar si el bloque de constitucionalidad (no como vocablo
sino como concepto, independientemente del nombre que se le atribuya) se encuentra
aceptado en nuestro País. Lo que resulta relevante para establecer el grado de intensidad - si
es que lo hay en nuestro sistema jurídico- de la jurisprudencia de la CorteIDH como
parámetro de control de los actos del Estado, y si ello es necesario para cumplimentar de
manera eficaz las obligaciones del Estado de promover, respetar, proteger y garantizar los
derechos humanos, y construir de manera sólida un sistema jurídico acorde con el Estado
constitucional y democrático en que pretende erigirse nuestro país y “para desarrollar las
condiciones estructurales necesarias para la realización, mantenimiento y avance de los
derechos humanos” (Vázquez y Serrano 2012: 135).
Dentro de este contexto, en el nuevo paradigma constitucional o, puesto de otra
manera, el nuevo paradigma de los derechos humanos en el Estado mexicano, resulta
importante determinar la existencia del bloque de constitucionalidad, y si dentro del
contenido de éste queda incluida la jurisprudencia de la CorteIDH derivada de casos
contenciosos (sin referirme en este trabajo a otro tipo de sentencias) aun cuando no haya
sido parte en esos conflictos.
Pasaré ahora a examinar las normas jurídicas de carácter doméstico de nuestros País
que justifican la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH.
Para ello comenzaré con la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
(en adelante CPEUM o Constitución) como norma jurídica que establece, entre otras
62
instituciones, el catálogo de derechos humanos que dan cobertura a todas las personas que
habitamos en México, los principios hermenéuticos por medio de los cuales se deberán
interpretar los mismos, el procedimiento que debe seguirse para la celebración de los
tratados internacionales, entre ellos, los de derechos humanos y la jurisprudencia de la
SCJN.
1. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
La CPEUM en su artículo 1º incorpora los derechos humanos reconocidos en los
tratados internacionales de los que México sea parte; el 133 establece que la misma
Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y los Tratados que
estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la
República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de la Unión.
Así, la Constitución exige dos requisitos de validez de los tratados internacionales:
uno de fondo o sustancial (que estén de acuerdo con la Constitución), y uno de forma o
procedimental (que el tratado sea celebrado por el Presidente de la República, con
aprobación del Senado).
El requisito de fondo previsto por el propio artículo 133 constitucional debe
interpretarse sistemáticamente con el artículo 1º de la misma, que establece que todas las
personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los tratados
internacionales de los que el Estado mexicano sea parte; además, el principio pro persona
como criterio hermenéutico que incorpora el mencionado artículo, obliga al operador
jurídico preferir la protección más amplia, así al interpretar un derecho humano debe
preferir la norma de derechos humanos que de una mayor protección a la persona, pues a
través de dicho principio, junto con el de la interpretación conforme, el constituyente
estableció que el operador jurídico debe decantarse por preferir la norma más protectora, se
encuentre ya en la Constitución, ya en la norma internacional.
El requisito de forma atiende a que los tratados internacionales celebrados por el
Presidente de la República aprobados por el Senado. No me referiré a todos ellos, sino sólo
a la CADH que es la norma internacional que regula el funcionamiento y competencia de la
CorteIDH.
63
La CADH fue suscrita en San José de Costa Rica el 22 de noviembre de 1969 en la
Conferencia Especializada Interamericana sobre Derechos Humanos; México la ratificó el 2
de marzo de 1981. Asimismo es importante recordar que la competencia contenciosa de la
CorteIDH requiere aceptación expresa, y México la aceptó el 16 de febrero de 1998.
De esa manera tenemos que México ha signado, entre otros tratados, la CADH, y ha
aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH.
Por otra parte, el artículo 133 constitucional ha sido la fuente para justificar la
jerarquía normativa entre los ordenamientos normativos que rigen la vida social, política,
económica y cultural de nuestro País. En este aspecto, se ha colocado a la Constitución en
la cima de la pirámide normativa, y por debajo de ella todas las demás; la ubicación de los
tratados internacionales en general ha sido materia de constante debate inclusive en la
actualidad. La SCJN tiene su historia en ese debate.
En un primer momento estimó que las leyes federales y los tratados internacionales
tenían la misma jerarquía normativa, ambas desde luego ubicadas por debajo de la
Constitución (Tesis P.C/92); posteriormente, reubicó los tratados internacionales para
colocarlos por encima de las leyes federales y por debajo de la Constitución
(P.LXXVII/99). Cabe señalar que al emitir dichos criterios la SCJN no hizo ninguna
distinción respecto de los Tratados Internacionales en general y los que contienen normas
de derechos humanos.
La reforma al artículo 1º constitucional viene a minimizar ese debate en cuanto a la
jerarquía de los derechos humanos que contienen los tratados internacionales, al introducir
cláusulas hermenéuticas como el principio pro persona y el de interpretación conforme, éste
último que obliga a todas las autoridades del país a interpretar los derechos humanos de
conformidad con la propia Constitución y con los tratados internacionales de la materia; es
decir, sin sugerir siquiera una probable jerarquía entre éstos últimos cuerpos normativos,
propone un sistema que los integra en torno a los derechos humanos, pues ahora el citado
artículo 1º Constitucional “ha permitido el reconocimiento de los tratados internacionales
como normas de constitucionalidad” ( Caballero, 2013: 2 y 3).
La premisa de la que se parte en este trabajo es que los derechos humanos son el
núcleo en torno al cual gira el de bloque de constitucionalidad, y “el artículo 1º deja en
claro que el género único son los derechos humanos, los cuales se encuentran, por una
64
parte, en el texto constitucional y, por la otra, en tratados internacionales de los que el
Estado mexicano sea parte” (Carmona, 2011: 44).
De esta manera, los tratados internacionales (además de la Constitución) son uno de
los referentes que contienen derechos humanos, pero para tener el cuadro completo debo
referirme a los organismos que se encargan de interpretar éstos -concretamente me referiré
al producto de esa interpretación que hace la CorteIDH- que emiten jurisprudencia en la
que dan contenido a los derechos humanos previstos en los tratados, y se traducen en
estándares mínimos de derechos humanos que deben aplicar los jueces domésticos; de allí
tenemos que los derechos humanos se interpretan de conformidad con la Constitución y los
tratados internacionales de derechos humanos, que una vez que son interpretados, se genera
la jurisprudencia que tiene efectos expansivos (Caballero, 2013: 25) en todas las
autoridades domésticas del país. Al respecto se ha dicho que:
“la narrativa constitucional mexicana se armoniza por fin con el esquema completo
de vinculación con los tratados internacionales sobre derechos humanos en la
mayoría de los Estados constitucionales, y que se encuentra definido por la
siguiente ruta: la ratificación de los instrumentos; en su caso, la aceptación expresa
de la competencia contenciosa de los tribunales a cargo de su aplicación e
interpretación; la incorporación de los tratados al orden interno, a efecto de que
puedan ser aplicados por los operadores jurídicos, y que contribuye a la adopción
de disposiciones de derecho interno, como lo establece la Convención Americana
sobre Derechos Humanos…; y en definitiva, un reconocimiento de la incidencia
constitucional de estos tratados en razón de su contenido normativo, lo que se
precisa, entre otros diseños, mediante una cláusula de interpretación conforme.
Este criterio conlleva necesariamente al ejercicio hermenéutico, no sólo con
respecto a las normas sobre derechos humanos consignadas en los tratados, sino
con la jurisprudencia que se emite respecto de la interpretación de las mismas”
(Caballero, 2011: 113).
La jurisprudencia que emite la CorteIDH no aparece referida expresamente en el
artículo 1º Constitucional, ni en ningún otro pero, parafraseando a José Luis Caballero,
debe realizarse un ejercicio hermenéutico para llegar a esa conclusión, pues es incompleto
el bloque si sólo atendiéramos a lo que dice la Constitución y los derechos humanos
65
previstos en los tratados internacionales, sin atender a la jurisprudencia de los órganos
jurisdiccionales que son los intérpretes de los textos normativos contenidos en las mismas.
De ahí que el artículo primero al ubicar a los derechos humanos en el centro del
cuadro, se convierte en una premisa normativa fundamental que nos llevará a encontrar la
obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, si aceptamos la premisa de que ésta al
realizar interpretación al texto normativo establece estándares mínimos en materia de
derechos humanos.
2.
Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el
Caso Radilla Pacheco contra México.
La reforma constitucional de junio de 2011 aparece en un contexto en el que nuestro
País se ve envuelto en una situación en la que imperan la inseguridad pública, el
desempleo, un alto nivel de corrupción, el eminente retorno al poder del partido que ha
gobernado durante décadas, la denuncia de graves violaciones a derechos humanos, como
la tortura, las detenciones arbitrarias, el tortuoso camino para acceder a una justicia total y
efectiva, entre otras; todo ello dentro de un marco jurídico en que México ya había
aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH, y que ésta ya había dictado varias
sentencias contra México, en las que lo había encontrado responsable de incurrir en
violaciones de derechos humanos.12
De manera que dicha reforma constitucional debe leerse en conjunto con estos
eventos, y en particular con las sentencias de la CorteIDH dictadas contra México. No me
referiré aquí a todas ellas, que por sí contienen elementos que resultan de gran importancia
para entender la evolución que en nuestro País ha tenido la jurisprudencia del citado
tribunal internacional, sino sólo a la pronunciada en el Caso Radilla Pacheco por resultar
paradigmática en el tema de la vinculación de la jurisprudencia de la CorteIDH a los
A la fecha en que entró en vigor la reforma constitucional de 2011, la CoIDH había
emitido seis sentencias contra el Estado mexicano: 1. Caso Castañeda Gutman (6 de
agosto de 2008); 2. Caso González y Otras (“Campo Algodonero”) (16 de noviembre de
2009); 3. Caso Radilla Pacheco (23 de noviembre de 2009); 4. Caso Fernández Ortega
y Otros (30 de agosto de 2010); 5. Caso Rosendo Cantú y Otra (31 de agosto de 2010);
6. Caso Cabrera García y Montiel Flores (26 de noviembre de 2010).
12
66
órganos de nuestro País, dado que fue la primera sentencia de la CorteIDH que se sometió
al análisis por parte del Pleno de la SCJN, máxima autoridad judicial en nuestro País que
tiene la facultad legal de, a su vez, emitir jurisprudencia en el ámbito doméstico que es
obligatoria para todos los jueces nacionales; además, en el debate y sentencia que se emitió
al respecto la SCJN arribó a un primer acercamiento en relación con el grado de
vinculación que tienen la jurisprudencia de la CorteIDH.
En relación con el asunto mencionado, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (la Comisión) sometió a la CorteIDH una demanda contra México por la presunta
desaparición forzada del señor Rosendo Radilla Pacheco, que tuvo lugar el 25 de agosto de
1974 a manos de efectivos del Ejército en el Estado de Guerrero, México, por lo que
solicitó (la Comisión) a la CorteIDH declarar la responsabilidad internacional del Estado
mexicano por violación a diversos derechos consagrados en la CADH, entre otras
Convenciones Internacionales.
Entre las consideraciones jurídicas contenidas en la citada sentencia dictada por la
CorteIDH en el caso Radilla Pacheco en relación con el tema que nos ocupa en este trabajo,
el párrafo 339 señala lo siguiente:
“En relación con las prácticas judiciales, este Tribunal ha establecido en su
jurisprudencia que es consciente de que los jueces y tribunales internos
están sujetos al imperio de la ley y, por ello, están obligados a aplicar las
disposiciones vigentes en el ordenamiento jurídico. Pero cuando un Estado
ha ratificado un tratado internacional como la Convención Americana, sus
jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a ella,
lo que les obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la
Convención no se vean mermados por la aplicación de leyes contrarias a su
objeto y fin, que desde un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras
palabras, el Poder Judicial debe ejercer un “control de convencionalidad”
ex officio entre las normas internas y la Convención Americana,
evidentemente en el marco de sus respectivas competencias y de las
regulaciones procesales correspondientes. En esta tarea, el Poder Judicial
debe tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la
67
interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete
última de la Convención Americana.” (El resaltado es nuestro).
Además en el párrafo 340 señaló:
“De tal manera, es necesario que las interpretaciones constitucionales y
legislativos referidas a los criterios de competencia material y personal de
la jurisdicción militar en México se adecuen a los principios establecidos en
la jurisprudencia de este tribunal, los cuales han sido reiterados en el
presente caso.” (El resaltado es nuestro).
De los párrafos extraídos de la sentencia comentada podemos establecer que la
CorteIDH ha considerado:
o Que no desconoce que los jueces nacionales deben observar el principio de
legalidad (están sujetos al imperio de la ley), pero dentro de este principio de
legalidad deben ubicarse los tratados internacionales ratificados por los
Estados. Esto quiere decir que no se abandona el principio de legalidad, sólo
que su contenido es más extenso.
o Que dentro de esta extensión quedan comprendidos no sólo los tratados
internacionales, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la
CorteIDH.
o Que las interpretaciones constitucionales y legislativas (referidas en el caso a
criterios de competencia material y personal de la jurisdicción en México)
que hagan los jueces nacionales, se adecuen a la jurisprudencia de la
CorteIDH.
En estos dos últimos párrafos, la CorteIDH se decanta por dos criterios que son
importantes para el tema que nos ocupa: por un lado que los jueces deben tener en cuenta
no solamente el tratado sino la interpretación que la citada Corte hace del mismo; y desde
este párrafo ya puede advertirse que la CorteIDH pretende sugerir (aunque no lo refiere
expresamente) que su jurisprudencia es obligatoria para los jueces nacionales; por otro
lado, la CorteIDH sostiene que las interpretaciones constitucionales y legislativas que
hagan los jueces nacionales se deben adecuar a la jurisprudencia de la CorteIDH. Lo que
equivale a decir que se introduce una interpretación conforme a esta última; lo anterior, y
68
aunque la CorteIDH no lo señala, debe así entenderse si y sólo si ésta resultan más
favorables en la protección del derecho humano en cuestión.
Esta sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco constituye un importante
fundamento para entender la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, pues ésta
ha sostenido que los jueces nacionales deben tener en cuenta no sólo el tratado sino también
la jurisprudencia de la CorteIDH.
3. Expediente Varios 912/2010.
Las sentencias dictadas por la CorteIDH contra México han evidenciado por un
lado, que el Estado ha incumplido sus obligaciones contraídas en materia de derechos
humanos, y por otra, que la garantía y protección de los derechos humanos han dejado de
ser un tema exclusivo del ámbito interno, lo que nos lleva a dirigir la mirada en las
sentencias que emite el tribunal interamericano con la finalidad de encontrar la
interpretación que ha hecho de los tratados internacionales de derechos humanos aplicables
en la región, estableciendo estándares mínimos en la materia que deben observar todas las
autoridades del País.
La sentencia dictada por la SCJN en cumplimiento a la sentencia de la CorteIDH en
el caso Radilla Pacheco contra el Estado mexicano, implicó -entre otros temas- el análisis
acerca de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH.
Un primer debate que se dio en el Pleno de la SCJN giró en torno a una consulta a
trámite presentada por el entonces Presidente se ésta; en el Expediente Varios 489/2010 se
realizó una primera votación,13 en la que se decidió que la SCJN sí puede analizar si le
resultan obligaciones de la sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco; posteriormente14
se determinó que si la sentencia de la CorteIDH determina obligaciones directas y
específicas a cargo del Poder Judicial de la Federación (PJF), la SCJN motu proprio debe
proceder a su cumplimiento; que para determinar si en una sentencia de la CorteIDH
El 31 de agosto de 2010, se obtuvo una mayoría de 8 votos por 3 en contra.
En sesiones de 6 y 7 de septiembre de 2010, se obtuvo una mayoría de 7 votos por 4
en contra.
13
14
69
pudieran existir obligaciones directas y específicas al PJF, el análisis de dicha sentencia
debe realizarse atendiendo a la totalidad de la sentencia correspondiente.15
Los anteriores debates dieron lugar a la sentencia pronunciada el 14 de julio de 2011
por la SCJN en el Expediente Varios 912/2010 (en adelante 912/2010), 16 que se emitió
como reacción a la ya mencionada sentencia dictada en el caso Radilla Pacheco por el
tribunal interamericano y en cumplimiento de la misma.
En dicha sentencia de la SCJN se dijo que:
o Cuando el Estado mexicano ha sido parte en una controversia o litigio ante
la CorteIDH, la sentencia que en el caso se emita, junto con todas sus
consideraciones constituye cosa juzgada (párr. 15).
o La “firmeza” vinculante de las sentencias de la CorteIDH deriva de la propia
CADH (párr. 18).
o Las sentencias de la CorteIDH en los casos en que el Estado mexicano ha
figurado como parte, obligan a todos los órganos del Estado, al haber
figurado éste como parte en un litigio en concreto (párr. 19).
o La jurisprudencia de la CorteIDH que deriva de sentencias dictadas en los
casos en que México no ha figurado como parte, tendrán el carácter
orientador para todas las decisiones de los jueces mexicanos, siempre en
aquello que sea más favorecedor a la persona (párr. 20).
o Los jueces nacionales deben inicialmente observar los derechos humanos
establecidos en la Constitución y en los tratados internacionales (de derechos
humanos) de los que el estado mexicano sea parte, a los criterios emitidos
por el PJF al interpretarlos, y acudir a los criterios interpretativos de la
CorteIDH si es más favorecedor y procure una protección más amplia del
derecho que se pretende proteger (párr. 21).
Como se ve de los párrafos antes mencionados extraídos de la sentencia dictada en
el Expediente Varios 912/2010, la SCJN estableció las columnas sobre las que descansa el
bloque de constitucionalidad (este último vocablo no lo usó la Corte), o dicho de otra forma
En las mismas sesiones del punto anterior, se obtuvo una mayoría de 8 votos contra
3. Estos datos se obtuvieron de la sentencia pronunciada en el Expediente Varios
912/2010.
16 Publicada en el Diario Oficial de la Federación el 4 de octubre de 2011.
15
70
los parámetros que deben atender las autoridades del Estado mexicano, y entre ellas los
jueces nacionales al analizar la validez de un acto: los derechos humanos contenidos en la
Constitución y en los tratados internacionales en los que México ha sido parte; los criterios
emitidos por el PJF; y los criterios interpretativos de la CorteIDH, es decir, su
jurisprudencia, esta última en dos dimensiones.
Una primera se refiere a la emanada de los casos contenciosos en que México ha
sido parte; en estas circunstancias la jurisprudencia de la Corte IDH es obligatoria para
todas las autoridades del Estado mexicano. La segunda se refiere a la jurisprudencia que
emana de los casos contenciosos en los que el Estado mexicano no ha sido parte; en esta
dimensión, la jurisprudencia es orientadora para los jueces mexicanos si es más favorecedor
y de más amplia protección del derecho humano que se pretende proteger.
En cuanto a la primera dimensión la cuestión está zanjada, pues si el Estado
mexicano es parte, la jurisprudencia que se emite en el caso la vincula. No es tan clara la
situación cuando la SCJN argumenta que la jurisprudencia que emite la CorteIDH en casos
contenciosos en que México no ha sido parte, la misma es orientadora para los jueces
nacionales si es más favorecedora y protectora del derecho humano en cuestión, el vocablo
“orientador” viene a complicar la intensión de la vinculación de la jurisprudencia, ya que
es una palabra impregnada de vaguedad que deja a cada juez nacional la facultad de
determinar el grado o la intensión del carácter orientador que le produce la jurisprudencia.
No obstante este grado de vaguedad que coloca a la jurisprudencia en arenas movedizas en
el escenario judicial, constituyó un gran avance en su momento por parte de nuestra SCJN,
en el sentido de que la jurisprudencia de la CorteIDH sí es un parámetro para ejercer el
control de convencionalidad.
Sin embargo, me parece que esa vaguedad puede encontrar significado preciso en
palabras propias de la SCJN, pues como el propio tribunal constitucional lo ha referido, si
las sentencias de la CorteIDH dictadas contra el Estado mexicano son obligatorias y es uno
de los parámetros para ejercer el control de convencionalidad (912/2010, párr. 319), y si en
la sentencia pronunciada por la CorteIDH en el caso Radilla Pacheco en contra de México,
que es obligatoria y vinculante para México, el citado tribunal interamericano sostuvo que
los jueces nacionales no sólo deben atender a los tratados sino a su interpretación
(jurisprudencia) hecha por el propio tribunal internacional, entonces es obligatorio que los
71
jueces nacionales al ejercer el control de convencionalidad deben atender no sólo a la
normatividad interna, sino también a los tratados internacionales signados por México, y su
interpretación hecha por la CorteIDH; esta última es obligatoria como estándar mínimo de
control jurisdiccional (Silva, 2013: XXV).
Este pronunciamiento hecho por la SCJN debe leerse bajo el principio de
progresividad y no regresividad, lo que quiere decir que ya no hay marcha atrás.
4. La evolución jurisprudencial.
El cambio de paradigma y el abandono de criterios formalistas como obstáculos que
impidan un acceso efectivo a la tutela judicial efectiva, y apelar a criterios objetivos que
permitan construir una estructura jurídica sólida que genere certeza, por una parte, a la
persona para saber a qué atenerse en relación con sus derechos humanos, y por otra, al
Estado cumplir con sus obligaciones de promover, respetar, proteger y garantizar esos
derechos.
Esta situación implica que los jueces nacionales, para resolver casos concretos en
los que se encuentren involucrados derechos humanos, deben atender, a los previstos en la
Constitución, los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte.
Pero el camino hacia ese deseado sistema que de cobertura plena a las personas en
perspectiva de derechos humanos ha encontrado un primer escollo, y es la propia
jurisprudencia de la SCJN, que de conformidad con lo dispuesto por los artículos 217 de la
Ley de Amparo en relación con el 94, párrafo décimo, Constitucional, es obligatoria para
los jueces que se ubican, en el organigrama judicial, en un plano vertical descendente.
Ello es así porque a lo largo del trabajo jurisdiccional de la SCJN encontramos un
tribunal que por lo general se había mantenido en un camino conservador al justificar sus
sentencias y jurisprudencia, en las que encontramos escasas referencias a la jurisprudencia
emitida por organismos internacionales de derechos humanos, pero esa línea de
argumentación comenzó a cambiar radicalmente desde la novena época del Semanario
Judicial de la Federación, y con mayor énfasis en la decima época, en las que ya nos
encontramos más frecuentemente con sentencias que incorporan jurisprudencia no sólo de
la CorteIDH, sino de otros organismos internacionales de derechos humanos, e incluso
72
entablan un diálogo jurisprudencial con otras Cortes Constitucionales; esa incorporación en
las resoluciones jurisdiccionales reflejan una aceptación (no un reconocimiento expreso de
la vinculación) de la jurisprudencia de esos organismos internacionales, entre los que se
encuéntrala CoIDH, y de una apertura, no de vinculación, a criterios de Cortes extranjeras,
que al ser incorporadas adquieren el mismo valor que tiene la sentencia que los ha
incorporado, al formar parte de los fundamentos y motivos de la misma.
Así tenemos que la Primera Sala de la SCJN (A.D.R. 1624/2008) en la que resuelve
un tema vinculado con el derecho humano de la persona indígena a la autoadscripción, y el
derecho humano de tutela judicial efectiva, basa su argumentación, entre otros: en la
Recomendación General No. 23 del Comité para la Eliminación de la discriminación Racial
de las Naciones Unidas, resolución emitida en 1972 por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos sobre la “Protección Especial de las Poblaciones Indígenas, Acción
para Combatir el Racismo y la Discriminación Racial”,17 en jurisprudencia emitida por el
TEDH (Caso Connors vs. El Reino Unido, pág. 37)18, y por la CoIDH, respecto de la cual
señala que es “directamente relevante en nuestro ámbito jurídico, ha subrayado en
jurisprudencia constante...”;19 y a pie de página (nota 13, pág. 37) cita resoluciones de la
Comisión Africana, jurisprudencia de la Corte Suprema de Canadá y de la Corte
Constitucional de África del Sur.
La Primera Sala de la SCJN (A.R. 1780/2006, pág. 45), en la que analiza la
aplicación del mínimo vital y hace referencia a la forma en que el derecho mínimo
existencial o vital ha sido reconocido en otras latitudes, en la que expresamente alude a la
Corte Constitucional Colombiana al dictar la sentencia C-776/2003 el 9 de septiembre de
2003, Corte esta última que - dice la SCJN -a su vez hace referencia a tres resoluciones del
Tribunal Constitucional Alemán y a una decisión del Consejo Constitucional Francés.
La misma Primera Sala de la SCJN (C.T. 75/2004, pág. 159) al analizar el concepto
de domicilio hace referencia a la sentencia del Tribunal Constitucional Español (22/1984).
De esta forma advertimos un incipiente pero importante reconocimiento de la
jurisprudencia de la CorteIDH y otros organismos internacionales de derechos humanos y
Ambas en la pág. 36 de la sentencia referida.
En la que cita al TEDH.
19 Página 37, en la que cita varias sentencias del tribunal interamericano.
17
18
73
un diálogo con otras cortes constitucionales, en las sentencias del Máximo Tribunal de
nuestro País, y que generan -en la época en que se emitieron dichas sentencias- una
sensación que la jurisprudencia de los organismos internacionales, particularmente de la
CorteIDH, se puede convertir en un parámetro para analizar la convencionalidad de los
actos del Estado al ser parte del bloque de constitucionalidad.
Sin embargo, esa tendencia que parecía encaminada a reconocer, no sólo la
obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH, sino la de otros organismos
internacionales de derechos humanos, y a entablar una diálogo jurisprudencial con otras
cortes constitucionales, se vio opacada con una tesis aislada de la Segunda Sala de la SCJN
(Tesis 2a. LXXV/2012) en la que al analizar el principio de supremacía constitucional
señaló que la reforma constitucional de 2011 respeta el principio de supremacía
constitucional, lo que no trae por sí mismo problema alguno, pero al justificar esa decisión
el citado Cuerpo Colegiado argumentó que “las leyes y los tratados internacionales”
(nuevamente deja entrever que las leyes y tratados internacionales se encuentran en la
misma posición jerárquica) se encuentran en un plano jerárquicamente inferior al de la
Constitución.
Criterio que al ubicar a los tratados internacionales de derechos humanos por debajo
de la Constitución, también sugiere que la jurisprudencia de la CorteIDH que interpreta
esos tratados también tienen ese lugar, sin matizar incluso la existencia posible aplicación
del principio pro persona que permitía ya abandonar esa situación.
Esa temática también se dio entre diversos criterios sostenidos entre tribunales
colegiados de circuito, lo que originó la Contradicción de Tesis 293/2011 (en adelante CT
293/2011), que fue resuelta en sesión de 28 de agosto de 2011 por el Pleno de mismo
tribunal constitucional.
Sin embargo, de la sesión en la que se discutió la misma 20 se desprende que en
cuanto al posicionamiento de las normas sobre derechos humanos contenidos en los
tratados internacionales en relación con la Constitución, se argumentó que éstas normas
generales nacional e internacional no se leen ni se relacionan en términos de jerarquía, pero
se concluyó con la afirmación que es contraria con la primera conclusión, y esa afirmación
20
Al cual se tiene acceso en la página electrónica de la SCJN.
74
se refiere a que cuando la Constitución establezca una restricción expresa al ejercicio de los
derechos humanos, se deberá estar a lo que indica la norma constitucional.
Es decir en los debates la SCJN concluyó que no existe relación jerárquica entre
Constitución y tratados internacionales de derechos humanos, pero si la primera establece
restricciones entonces debe estarse a éstas (es decir que no hay relación jerárquica pero si la
hay, porque si la Constitución establece restricciones y los tratados internacionales no,
entonces sí hay relación jerárquica porque hay que estar a lo que establece la Constitución).
Y una segunda conclusión que deriva de los debates mencionados y que resulta
relevante para nuestro tema, es que la jurisprudencia emitida por la CorteIDH es vinculante
para todos los órganos jurisdiccionales, independientemente que el Estado mexicano haya
sido parte en el litigio ante dicho tribunal, pues constituyen una extensión de los tratados
internacionales que interpreta.
Esta decisión es fundamental pues implica el reconocimiento de la SCJN de ese
carácter vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, pero esta conclusión tiene que
enfrentarse a la diversa que señala que si la Constitución establece restricciones, entonces
debe estarse a éstas.
Desde mi punto de vista la SCJN tendrá que reflexionar sobre esta última
conclusión porque ello trae consigo un debilitamiento de la reforma constitucional de junio
de 2011 que obliga a todos los jueces del País a interpretar los derechos humanos conforme
a la Constitución y a los tratados internacionales de derechos humanos favoreciendo en
todo momento a las personas la protección más amplia, por lo que aún cuando el tratado
internacional y su interpretación por parte de la CorteIDH derivada de un caso contencioso,
establezca estándares mínimos más protectores para la persona que la Constitución, no debe
preferirse si ésta establece restricciones expresas, es decir, en este caso se debe preferir a
esta última no obstante que aquéllos sean más protectores; conclusión que no es acorde con
lo dispuesto por el artículo 1º constitucional, e implica una anulación de éste. Veamos
como quedó argumentada la sentencia respectiva.
5. Contradicción de tesis 293/2011.
75
Como ya se mencionó la SCJN nuevamente tuvo la oportunidad de pronunciarse de
manera directa, en relación con el tema de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la
CorteIDH, al resolver el 3 de septiembre de 2013 la denuncia de CT 293/2011.
En esta ocasión el expediente derivó de una contradicción de criterios sostenidos
por el Primer Tribunal Colegiado en Materias Administrativa y de Trabajo del Décimo
Primer Circuito (en adelante Primer Tribunal), y los sostenidos por el Séptimo Tribunal
Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito (en adelante Séptimo Tribunal).
El Séptimo Tribunal, entre otros criterios, siguió la postura adoptada en el
Expediente Varios 912/2010, al considerar que:
“las decisiones de la CorteIDH, misma que cuenta con competencia contenciosa,
sirven como criterios orientadores para la interpretación y cumplimiento de las
disposiciones protectoras de los derechos humanos” (CT 293/2013, 9).
De esta
postura emanó la tesis bajo el rubro “JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL. SU
UTILIDAD ORIENTADORA EN MATERIA DE DERECHOS HUMANOS”.
Por su parte el Primer Tribunal en relación con el tema concluyó, que “las
autoridades mexicanas quedan vinculadas a invocar la jurisprudencia de los tribunales
internacionales, cuando se trate de la interpretación y cumplimiento de las disposiciones
protectoras de los derechos humanos” (CT 293/2011, 12).
Derivado de esa contradicción de criterios, la SCJN estableció en la CT 293 que sí
existió contradicción de criterios en dos temas: “(i) la posición jerárquica de los tratados
internacionales en materia de derechos humanos en relación con la Constitución; y (ii) el
carácter de la jurisprudencia en materia de derechos humanos emitida por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos” (C.T. 293/2011, 18).
En cuanto al primer tema la SCJN concluyó:
“las normas de derechos humanos contenidas en tratados internacionales y en la
Constitución no se relacionan entre sí en términos jerárquicos. En efecto, una vez
que un tratado es incorporado al orden jurídico, las normas de derechos humanos
que éste contenga se integran al catálogo de derechos que funciona como un
parámetro de regularidad constitucional, de tal suerte que dichas normas no
pueden contravenir el principio de supremacía constitucional precisamente porque
76
forman parte del conjunto normativo respecto del cual se predica supremacía” (CT
293/2011, 51-52).
Sin embargo, no obstante que los derechos humanos gozan de supremacía
constitucional, se encuentren previstos ya en la Constitución, ya en un tratado internacional,
y que el artículo 1º constitucional prima la interpretación pro persona, la SCJN agregó que
“cuando en la Constitución haya una restricción expresa al ejercicio de los derechos
humanos, se deberá estar a lo que indica la norma constitucional” (CT 213/2011, 53).
Esta última interpretación resulta importante para entender también el carácter
vinculante de la jurisprudencia de la CorteIDH, volveré a esta afirmación más adelante.
En relación con el segundo tema (el valor de la jurisprudencia emitida por la
CorteIDH), la SCJN estableció:
“la jurisprudencia interamericana se integra en un sistema de precedentes, según
el cual todos los criterios interpretativos contenidos en una resolución dictada por
la Corte Interamericana con motivo de un asunto de naturaleza contenciosa gozan
de fuerza vinculante, sin necesidad que se siga un procedimiento formal distinto”
(CT 213/2011, 56).
Esa fuerza vinculante debe leerse en clave de progresividad -señaló la SCJN-, es
decir, “como un estándar mínimo que debe ser recibido por los Estados que hayan
reconocido la competencia contenciosa de la Corte Interamericana para ser aplicados
directamente, en forma armónica con la jurisprudencia nacional, o para ser desarrollados
o ampliados mediante jurisprudencia que resulte más favorecedora para las personas”,
fuerza vinculante que debe extenderse a las sentencias de la CorteIDH en los casos en los
que el Estado mexicano no haya sido parte (C.T. 213/2011, 56).
Para llegar a esa conclusión, la SCJN partió de las siguientes premisas:
o la jurisprudencia de la CorteIDH es una extensión de la CADH;
o la CorteIDH es el intérprete último de la CADH;
o la jurisprudencia de la CorteIDH se ha ido construyendo en una especie de
línea evolutiva formada por sentencias que se encuentran interconectadas,
por lo que la construcción de los derechos humanos reconocidos en la
CADH se basa en la construcción de estándares que resultan aplicables “en
todos los Estados de las Américas”.
77
La aplicación de la jurisprudencia de la CorteIDH debe atender al principio pro
persona concluyó la SCJN (CT 213/2011, 59).
Así tenemos que la SCJN pasó del carácter orientador al carácter vinculante de la
jurisprudencia de la CorteIDH, pero este criterio vinculante lo entendió no en un sentido
fuerte, sino que en atención al principio pro persona, el juez doméstico tiene que comparar
los estándares mínimos establecidos por la citada jurisprudencia y la doméstica, y aplicar el
más favorecedor a la persona.
El fundamento de la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH lo son los
artículos 94, décimo párrafo, 107, fracción XIII, de la Constitución, y 217, primer párrafo,
de la Ley de Amparo,21 ya que se trata de una regla emitida por el Pleno de la SCJN.
Luego entonces, la jurisprudencia de la CorteIDH sí resulta vinculante para los
jueces nacionales,
pero si esa jurisprudencia encuentra una restricción expresa en la
Constitución, entonces debe atenerse a ésta.
6. Jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y
la de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Artículo 94. … La ley fijará los términos en que sea obligatoria la jurisprudencia que
establezcan los Tribunales del Poder Judicial de la Federación y los Plenos de Circuito
sobre la interpretación de la Constitución y normas generales, así como los requisitos
para su interrupción y sustitución.
Artículo 107. Las controversias de que habla el artículo 103 de esta Constitución, con
excepción de aquellas en materia electoral, se sujetarán a los procedimientos que
determine la ley reglamentaria, de acuerdo con las bases siguientes:
…
Fracción XIII. … (último párrafo) Las resoluciones que pronuncien el Pleno o las Salas
de la Suprema Corte De Justicia de la Nación así como los Plenos de Circuito conforme
a los párrafos anteriores, sólo tendrán el efecto de fijar la jurisprudencia y no
afectarán las situaciones jurídicas concretas derivadas de las sentencias dictadas en
los juicios en que hubiese ocurrido la contradicción;
21
Artículo 217. La jurisprudencia que establezca la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, funcionando en Pleno o en Salas, es obligatoria para éstas tratándose de la que
decrete el pleno, y además para los Plenos de Circuito, los tribunales colegiados y
unitarios de circuito, los juzgados de distrito, tribunales militares y judiciales del
orden común de los Estados y del Distrito Federal, y tribunales administrativos y del
trabajo, locales o federales.
…
78
Como ya he mencionado, la jurisprudencia de la SCJN es obligatoria para todos los
tribunales del País en forma vertical descendente, y la jurisprudencia de la CorteIDH
también es obligatoria para todos los jueces del País como se vio en el punto anterior. Que
sucede si éstas son contradictorias entre sí; una primera conclusión es que debemos atender
a la que otorga mayor protección a la persona conforme al mandato contenido en el artículo
1º constitucional.
Esto quiere decir que si la jurisprudencia de la CorteIDH es más protectora de la
emitida por la SCJN los jueces nacionales deben atender a la primera. Pero esto no ha sido
entendido así por los tribunales nacionales.
La Segunda Sala de la SCJN (A.D.R. 2126/2012) al conocer un caso en que un
tribunal inferior desaplicó la jurisprudencia sostenida por dicha Segunda Sala por
contravenir el Convenio Relativo a la Discriminación en Materia de Empleo y Ocupación,
estableció que no se puede desaplicar la jurisprudencia de la SCJN por no estar autorizada
en ninguna disposición legal, nuevamente bajo el argumento de que si los derechos
humanos encuentran una restricción en la Constitución, se debe atender a ésta.
Este criterio es de singular importancia, porque si bien la SCJN no analizó la
confrontación entre jurisprudencias, no queda duda que se decantaría por sostener que no
puede preferirse la jurisprudencia de la CorteIDH frente a la de la SCJN, pues al sostener
que no se puede desaplicar su jurisprudencia, deja en claro que bajo ninguna hipótesis los
tribunales inferiores puedan preferir otra regla jurisprudencial distinta a la suya.
Me parece que en estos casos los tribunales inferiores que se encuentran obligados
por la jurisprudencia de la SCJN deben intentar la aplicación de la que resulte más
favorable a la protección de la persona.
La misma solución dada por la SCJN al resolver la CT 293/2011, es aplicable a este
apartado, ya que al no existir jerarquías entre la Constitución y los tratados internacionales
de derechos humanos, tampoco la debe haber entre las interpretaciones que los órganos
competentes hacen de ambos ordenamientos, y debe atenderse en su caso a la interpretación
que más favorezca a la persona, con la finalidad de hacer eficaz la reforma constitucional
de junio de 2011.
79
Desde luego que esta última afirmación también enfrentará la polémica conclusión a
la que llegó el Pleno de la SCJN al resolver la mencionada contradicción de tesis, en cuanto
a que si la Constitución establece restricciones a los derechos humanos, entonces debe
estarse a éstas; pero esa conclusión no puede subsistir, pues frente a la contradicción
evidente en que incurrió el tribunal constitucional, debe atenderse a la conclusión basada en
el artículo 1º constitucional, esto es, si hay restricciones en la Constitución y una protección
más amplia en los tratados internacionales y su jurisprudencia sostenida por la CorteIDH,
entonces debe estarse a ésta, insisto, ello con el propósito de lograr la eficacia de la norma
constitucional reformada, y tomando en cuenta lo que el legislador racional quiso amparar,
y desde mi punto de vista, pretendió darle la cobertura más amplia y protectora a la
persona, pues no cabe duda que lo que pretendió el legislador con esta reforma fue lograr
un mejoramiento de la vida humana, lo que se logra si damos a esta siempre la más amplia
protección, aspecto que también sin duda debe ponderar el juez nacional.
En un diverso debate que tuvo la SCJN al resolver la Contradicción de Tesis
299/2013, el Alto Tribunal del País analizó el tema de la jurisprudencia; en esta ocasión la
cuestión a dilucidar consistió en determinar si la jurisprudencia de la SCJN podría ser
objeto de control de constitucionalidad y convencionalidad ex officio a cargo de los jueces
nacionales.
La postura que prevaleció en las sesiones respectivas22 fue que los jueces nacionales
no tienen potestad para decidir si una jurisprudencia de la SCJN puede ser inaplicada
después de un análisis de convencionalidad, lo anterior con apoyo en los numerales que
establecen la obligatoriedad de la jurisprudencia de la citada SCJN; sumado a que la última
intérprete a nivel nacional lo es ésta última.
La opinión contraria que sostuvo el Ministro José Ramón Cossío Díaz aceptaba el
control constitucional y convencional ex officio de la jurisprudencia de la SCJN por parte
de los jueces nacionales, dada la obligación que imponen los artículos 1º y 133
constitucionales, ya que los jueces deben preferir los derechos humanos contenidos en la
Constitución a pesar de disposiciones en contrario, entre las que se encuentra la
jurisprudencia
22
A la fecha de elaboración de este trabajo aun no se publica la tesis respectiva.
80
II.
EL
BLOQUE
JURISPRUDENCIA
DE
DE
LA
CONSTITUCIONALIDAD
CORTE
Y
INTERAMERICANA
LA
DE
DERECHOS HUMANOS.
De esta manera, tenemos que afirmar en esta parte del trabajo que en México sí
existe un bloque de constitucionalidad, y que dentro de ese bloque tiene un lugar la
jurisprudencia de la CorteIDH, ello equivale a decir que la jurisprudencia de la CorteIDH sí
es obligatoria para todos los jueces del país.
En efecto, como se ha visto en otra parte de este trabajo, la SCJN discutió sobre la
existencia de dicho bloque de constitucionalidad, que prefirió no llamarlo así, pero sobre
todo a los largo de la CT 912/2010 aceptó implícitamente que el bloque de
constitucionalidad contiene normas que no aparecen directamente en el texto (Uprimny,
2008: 31); esas normas son concretamente además de las constitucionales, los tratados
internacionales y la interpretación que se hace de ellos por parte del último intérprete, que
en el caso lo es en el ámbito regional la CorteIDH.
Esa postura acerca de la existencia del bloque de constitucionalidad, aunque con
matices ya no lo ha abandonado la SCJN, y ello lleva a afirmar que expresamente esta
última instancia en nuestro país ha aceptado, aunque no en un sentido fuerte, la
obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH.
Me parece que es acertada la aceptación en un sentido no fuerte de la jurisprudencia
de la CorteIDH, pero no sólo en el sentido que lo entiende la SCJN, ya que si bien es cierto
que como lo refiere ésta, si la norma interna es más protectora que la jurisprudencia
interamericana, debe preferirse a la primera en atención al principio pro persona, me parece
que el no aceptar la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH cuando la CPEM
establezca una restricción (que se entiende es menos protectora que la jurisprudencia), y
que debe preferirse esta restricción, transgrede en primer lugar el mismo principio pro
persona, que también se encuentra ubicado a nivel constitucional, y en segundo lugar, no
puede invocar las disposiciones de su Derecho interno como justificación del
incumplimiento de un tratado,23 y si la jurisprudencia es una interpretación de ese tratado,
no se puede invocar la restricción prevista en el Derecho interno.
23
Artículo 27 de la Convención de Viena sobre el Derechos de los Tratados.
81
Visto de esa manera, se cumple con ese objetivo que se busca cuando el Estado
mexicano signó el tratado internacional, y más aún cuando aceptó la competencia
contenciosa de la CorteIDH, que es no dejar la protección de los derechos humanos
exclusivamente para controles domésticos.
Desde luego que no desconozco que la jurisprudencia ha sido catalogada como
fuente auxiliar con una función
subsidiaria (Mariño, 2005: 422); sin embargo, si la
CorteIDH ha interpretado un tratado internacional en materia de derechos humanos, con lo
cual ha establecido estándares mínimos de interpretación, un Estado que no atienda su
jurisprudencia, potencialmente se encuentra expuesto a ser declarado responsable de
violación de derechos humanos, si en un futuro llega como Estado responsable en un
proceso ante la Corte citada; pero más aún, en lo inmediato deja de aplicar los estándares
mínimos establecidos por el último intérprete del citado tratado
En abono a la anterior afirmación tenemos que si bien la CPEU en su artículo 1º
establece como norma hermenéutica de los derechos humanos a los tratados
internacionales, no podemos separar la interpretación que se haga del mismo vía
jurisprudencia, pues como lo señaló el Ministro Cossío Díaz en el debate de la CT
299/2013 (SCJN, 2014), la jurisprudencia no puede ser considerada como algo diferente a
la norma jurídica, ya que el significado de los enunciados normativos o disposiciones
jurídicas que derivan de ésta, tienen un carácter eminentemente normativo. De esa manera
se cumple con el estándar interpretativo de la norma convencional (Ferrer, 2013: 275).
También vale la pena recordar que países como Colombia han establecido en su
jurisprudencia (C-442/11) que la jurisprudencia de la CorteIDH no puede ser trasplantada
automáticamente al caso colombiano que no tenga en cuenta las particularidades del
ordenamiento jurídico.
Criterio de la Corte colombiana que me parece se encuentra acorde con la
metodología utilizada para aplicar una jurisprudencia, toda vez que una jurisprudencia
nunca podría aplicarse “a ciegas” sin tomar en cuenta el contexto y las peculiaridades del
caso.
Así tenemos que en el caso de México, este criterio no debilita la postura que he
sostenido a lo largo de este trabajo, pues la jurisprudencia de la CorteIDH que constituye un
soporte del Bloque de Constitucionalidad es obligatoria para todos los jueces nacionales,
82
pero esta obligatoriedad, que atiende al principio pro persona, lo que equivale a decir que si
y sólo sien el ámbito nacional existe una norma más benéfica, entonces debe preferirse ésta.
Y además, la jurisprudencia de la CorteIDH debe aplicarse atendiendo a las
características del caso concreto, lo que quiere decir que no pueden ignorarse las
diferencias relevantes que hagan inaplicable aquélla, lo que no elimina su calidad de
obligatoriedad.
83
CONCLUSIONES.
1. La reforma constitucional de 2011 generó en México un cambio de paradigma en
materia de derechos humanos; a partir de esa reforma, los medios de control a nivel
doméstico deben leerse desde una perspectiva de derechos humanos.
2. La lectura desde los derechos humanos que deben hacer las autoridades que
conforman el Estado mexicano, implica redimensionar los medios de control de los
actos estatales y los parámetros de regularidad a los que deben ser sometidos.
3. Esos parámetros de control se han redimensionado, ya que el artículo 1º
constitucional establece que los derechos humanos se interpretarán conforme a la
Constitución y a los tratados internacionales.
4. Esas normas que expresamente establece la Constitución se ven acompañadas por
normas implícitas, y el conjunto de todas ellas conforman el bloque de
constitucionalidad.
5. El bloque de constitucional está compuesto por la Constitución, los tratados
internacionales y la jurisprudencia del último intérprete de éstas.
6. No existe disposición expresa que disponga la obligatoriedad de la jurisprudencia de
la CorteIDH como máximo intérprete en la región de los tratados internacionales de
la materia, esta cualidad obedece a un criterio hermenéutico.
7. No todos los Estados que han aceptado la competencia contenciosa de la CorteIDH
aceptan que la jurisprudencia de ésta sea obligatoria, pues Estados como Venezuela
sostienen que lo que es obligatorio es el tratado internacional y no la interpretación
que se haga de éste.
8. Pero hay otros Estados como Argentina, Colombia, Costa Rica, y recientemente
México, que han aceptado la obligatoriedad de la jurisprudencia de la CorteIDH,
aunque en el caso mexicano, esta obligatoriedad es de una intensidad baja.
9. El artículo 1º de la Constitución y las propias interpretaciones de la SCJN arrojan
razones para sostener que la obligatoriedad de la jurisprudencia debe tener una
84
intensidad alta, y esa intensidad sólo puede ser derrotada por el principio pro
persona.
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