La genealogía del Trabajo Social contemporáneo “Complejidad del objeto de investigación/ intervención disciplinar”16 Víctor R. Yáñez Pereira17 Resumen En esta ponencia se parte de la base que la realidad se va formando como una trama que urde cosas con palabras (Foucault, 1995), configurando a nivel de la conciencia y del lenguaje una densa trama discursiva, que posibilita develar el contenido de aquellas vivencias y experiencias a través de las cuales se hacen presentes extraordinarios insumos para que la razón trasparente códigos referentes y expresivos sobre la realidad. Aludimos a puntos de emergencia desde los cuales comienza la formulación de la realidad como un constructo social tangible, emanado de complejas distinciones que, mediante una observación que supera el nivel basal, se compromete con el momento y las consecuencias en que lo exterior, los fenómenos, son aprehendidos, esto es, fecundados como objetos/imágenes en nuestra interioridad. En este marco, la racionalidad hermenéutica – crítica, en toda su proyección como eje de discernimiento del pensamiento y deliberación de un discurso sustantivo, traduce la lógica en una experiencia de razonamiento que procura rebasar sus propios límites, poniendo en tensión la totalización impositiva de esos cánones ideologizantes y deterministas de un conocimiento heredado desde la tradición viejo europea del siglo VII. Asentado en esta composición de la mirada disciplinar, Trabajo Social se hace portador de una comprensión y un entendimiento que nace mediado por el cuestionamiento de la realidad como movimiento socio-histórico, y no sólo como objetivación per se, ya que es en la crítica donde nuestro objeto de investigación/intervención emerge como construcción temporalizada, o sea, como devenir, pues el mismo siempre se encontrará en itinerantica, en realización e impugnación. Afirmamos que nuestro objeto es dialéctico por definición, ya que se erige en la contradicción contingente y dinamizante de las contemporáneas relaciones sociales y su conflictiva polivocidad. De ahí que junto a Walter Benjamín le concibamos 16 Esta Ponencia recoge algunos planteamientos desarrollados con mayor profundidad en: Yáñez Pereira, Víctor R. (2013). Trabajo Social en Contextos de Alta Complejidad: reflexiones sobre el pensum disciplinar. Editorial espacio, Buenos Aires, Argentina. vyanezp@uautonoma.cl 17 Asistente Social y Licenciado en Servicio Social de la Universidad de Concepción. Diplomado en Mediación e Intervención Familiar en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Trabajo Social y Políticas Sociales en la Universidad de Concepción. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad de Sevilla, España. Actualmente es Profesor Asociado y Director de la Carrera de Trabajo Social en la Universidad Autónoma de Chile, Sede Talca. Además, es Director del Programa de Magíster en Trabajo Social con mención en Intervención Social y Director del Centro de Estudios y Gestión Social del Maule, en la misma Casa de Estudios Superiores. Ha oficiado como profesor Invitado en Programas de Pre y Post Grado a nivel nacional e internacional. Reflexionando las disciplinas 107 como “imágenes que piensan” (Benjamín, 2012, pp. 179-186), es decir, como el producto de unas semánticas que entrelazan el potencial enunciativo con el acto proposicional de los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales, trayendo como resultante nuestra capacidad de nombrar aquello que da sentido a las oportunidades de cambio o transformación social. De allí parte nuestra responsabilidad y promesa ético – política por articular observaciones y discursos de segunda generación, que nos permitan problematizar asuntos situados en el mundo fenoménico, en atención a ciertas condiciones y circunstancias que cualifican los atributos y pertinencias de investigación/ intervención en los contemporáneos y complejos escenarios sociales. Palabras clave: Trabajo social contemporáneo, genealogía, investigación/ intervención, praxiología, observación de segunda generación, campo discursivo, objeto/imágenes. Presentación Trabajo Social reclama de un cambio de lógica que nace mediada por la expresión dialéctica y dialógica de lo contemporáneo, esto es, aquello que ofrece el fundamento contenido y expresado en nuestra cosmología disciplinar, develando que las líneas de base en que edificamos zonas de realidad, sistemas de relación y marcos de representación recaen en eso que llamamos lo social, en tanto espacio asentado en la pluralidad y diversidad manifiestas como modus vivendi, es decir, como el producto de tramas y textos que enlazan modos de ver y actuar divergentes, convergentes y acoplables, donde se borra la antigua y absoluta frontera entre lo público y lo privado. Lo anterior, promueve la mudanza del Trabajo Social en lo contemporáneo, haciendo aparecer el logos como prueba para dinamizar y sustentar nuestras problematizaciones, argumentaciones y propuestas, invitándonos a auto-observarnos en el correr de la época, en tanto seres tempóreos en los cuales las marcas del pasado van unidas a la contingencia del presente, bifurcando nuestros estar en realización, como un proyecto orientado hacia el por – venir, que emana en el instante de la historicidad y no como pura actualidad. Concomitantemente, es en nuestro estado contemporáneo donde recuperamos eso que para Bergson se reconoce como elan vital (Ciudad, 1969, p. 32), la fuerza interior que nos guía hacia la emancipación disciplinar, visibilizándonos en aquellas cuestiones que se construyen como un juego de representaciones ávidas de léxicos y elocuciones. Entonces, pensar en la genealogía del Trabajo Social contemporáneo reclama de una postura crítica que nos posibilite cuestionar y reinventar nuestra capacidad de traducir las relaciones sociales en imágenes con contenido decidor, asumiendo en ellas el punto de fuga desde el cual nuestra investigación/intervención adquiere el vigor de los nuevos comienzos, esto es, un sentido histórico disruptivo y discontinuo, donde las observaciones, conceptualizaciones, discursos y praxis se tornan contingentes y flexibles, pues recuperan la contradicción y el conflicto como motor del cambio y la 108 Reflexionando las disciplinas transformación social. Dicha genealogía deja a la luz que la investigación/ intervención representa un campo de poder, compuesto por relaciones de fuerza y de lucha que actúan como oposición o contra-historia, desde donde pueden emanar respuestas más pertinentes a las demandas sociales y a la producción de categorías de entendimiento que posibilitan traducir tales objetivaciones genéricas y vacías, en objetos/imágenes particulares donde encontrarnos el fundamento silenciado de aquellas exigibilidades de derechos propios de la condición humana que, al menos, aparentan carecer de historia. La genealogía nos aproxima hacia aquello que la historia oficial y lo instituido por dominación hegemónica ha dejado en los márgenes de lo cotidiano, pretendiendo mostrar en plural lo que ha sido realizado y dicho en el espacio del silencio, en tanto contradicción a lo que se instaura como “la verdad”. Es una invitación a descubrir y revelar, a exaltar la crítica como dialéctica negativa, o sea, como rescate de lo inconcluso, lo relativo y lo cuestionable, propio de una arqueología del saber (Foucault, 2003), que se desarrolla en la coetáneidad epocal en que los objetos/imágenes se encuentran en emergencia y donde la observación captura su singular acometida, pudiendo hacerlo texto y discurso, por lo tanto, fundamento expresable. Es por el encuentro con su genealogía que Trabajo Social requiere revisar su vinculación con los procesos de cambio que han enfrentado y enfrentan los actuales escenarios sociales, esos que surgen a consecuencia de las contrastes y ambivalencias entre las cuales se movilizan las relaciones sociales como discursos y praxis, en cuyo seno se manifiesta el caos que, desde el siglo XX, acuñan los rostros del Mundo Moderno, esas fisonomías duras de la modernización que no se repliegan sólo a la pobreza, sino a todas las formas de exclusión y desigualdad. Ello nos obliga a resituarnos, buscar los lugares tanto empíricos como no empíricos desde los cuales podamos comenzar a movernos en esos complejos escenarios contemporáneos, que logramos concebir como una expresión de la disipativa organización de la vida moderna, dinamizando de otra manera el horizonte temporal y espacial del presente, al reemplazar el ficticio equilibrio de lo social, por la explicita asimetría e inestabilidad estructural de su realidad (Prigogine y Stengers, 1994, p. 202). Es allí, en dicha gradiente de complejidad, donde se erige la crítica como discernimiento razonado y razonable, o sea, como interpelación fundamentada sobre aquello que se presume verdadero, lo que no implica disentimiento gratuito, sino un replanteo en el entendido que la verdad no es la realidad, lo absoluto o la totalidad, es simplemente un error rectificado, que no ha sido nuevamente refutado. De ahí que la verosimilitud sea consecuencia de una lógica instrumental y analítica, que pone a la razón como vencedora ante la falacia o la ficción (Nietzsche, 2001, p. 171), ocultando la dialéctica que sostiene a la verdad como correlato del error y viceversa, lo que nos exige a los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales reelaborar la conexión de lo abstracto con lo concreto, lo epistémico con lo metodológico, lo científico con lo común, lo profesional con lo cotidiano, logrando efectuar una re-lectura sobre Reflexionando las disciplinas 109 nuestras denominaciones y fuentes, así como sobre los datos que intentan dar cuenta de la compleja eventualidad de lo social; pero, que por sí solos jamás lo logran, pues requieren en todo momento de juicios, explicaciones e interpretaciones. En consecuencia, debemos re-aprender a trabajar con los objetos/imágenes desde los cuales aprehendemos la realidad e intentamos afectarla, para darles un significado y una argumentación trascendente, para escuchar los sonidos del silencio, así como para conocer las oportunidades de igualdad, justicia y libertad desde dentro, desde la propia disciplina en su compromiso ético – político y teórico – metodológico con lo social. Dicha capacidad de traducción nos posibilita, como Trabajadores Sociales, tomar una posición de incidencia respecto de aquello que acontece históricamente en nuestra realidad, ya que las demandas sociales siempre operan como irritaciones de lo otro (los entornos y contextos) sobre el Trabajo Social, por lo cual hemos de asumir criterios de distinción que releven categorías de entendimiento aptas para contrastar las áreas de verdad construidas como situaciones concretas pensadas contra el error. Únicamente desde ese quebrantamiento podremos posicionarnos en aquellos escenarios sociales complejos, que implican des-regular, primeramente, el espejismo de un orden social predefinido que, junto a Durkheim, vimos manifiesto en una suerte de estructura instalada por sobre los comportamientos individuales. Es una ruptura traída por lo contemporáneo que es la manifestación de esa “[…] desaparición de las utopías centradas […], en general, en la idea misma de la <<sociedad buena>>” (Bauman, 2006, p. 21), en tanto premisas rectoras que ofician como dispositivos de poder y verdad (Foucault, 1992, p. 24) que, por el aprendizaje de la repetición y de la procedencia, sólo pueden conducir a la petrificación del discurso instituido sobre el discurso instituyente. Parte Primera. Notas preliminares sobre el contexto de referencia: hacia la ruptura y las nuevas lógicas en el Trabajo Social Para ningún participante activo del desarrollo de las ciencias sociales es desconocido el hecho de que el propio impacto de la modernidad sobre las formas de vida en sociedad ha conducido a una cada vez más elevada complejidad social, la cual sólo puede ser comprendida y atendida estableciendo mediaciones cognitivas entre lo global y lo local, entre lo general y lo específico, entre lo teórico y lo empírico. Mediaciones que nos ofrecen la posibilidad de abrir nuestro conocimiento hacia nuevos escenarios geográficos, sociales, económicos, políticos, institucionales y culturales que han venido a transformar, ostensiblemente, las bases en que se cimientan las actuales formas de relación social, y que, sin lugar a dudas, entorpecen las predicciones sobre los fenómenos, sucesos y/o hechos que definen a la sociedad contemporánea, dejándonos en actitud de expectación y perplejidad en cuanto a su significación y sobre todo a su re-significación. 110 Reflexionando las disciplinas Esto es así, pues dicha complejidad comporta una ascendente densidad, variabilidad y difusidad en el entramado de conexiones y contradicciones que son constituyentes de lo social, cuya inconmensurable universalidad hace perder la cardinalidad de los puntos que proyectan la posición de la persona en el mundo, trayendo consigo los lados oscuros en los procesos actuales del conocimiento humano. Aludimos, a la incertidumbre en la esfera de un entendimiento que nos acerca hacia un “algo” cada vez más desconocido, hacia un fenómeno procesual que pone en tensión la cultura intelectual, la cultura de la lógica, la cultura del lenguaje, exigiéndonos una apertura hacia lo que hasta aquí se nos ha hecho incomprensible e improbable, pues nos hemos encerrado en un cuerpo de conocimiento determinista y funcional, cuya matriz radica en ese discurso cartesiano naciente en el advenimiento del moderno mundo occidental, el cual se nos fue heredado como el fundamento absoluto del saber y que, a la vez, nosotros mismos nos hemos encargado de dejar como herencia y no como proposición a las nuevas generaciones. En este sentido, reconocemos la existencia de una emergente crisis que impacta fuertemente el progreso del conocimiento y el saber en contextos contemporáneos, la cual radica en esa tendencia que le ha hecho devenir cada vez más objetivo y menos reflexivo, como si fuese un producto que contiene mucho de ciencia y poco de filosofía. Restricción que trae consigo un debilitamiento en las posibilidades de apertura hacia un máximo indeterminismo en sus campos de movimiento, como si se desconociera que el inacabamiento del saber para conocer es cada vez más desbordante en cuanto a su ritmo y más acelerado en cuanto a su frecuencia. Hablamos, así, de una crisis que se engendra en esa búsqueda animista de un conocimiento científico-analítico que encuentra su seno en la certidumbre, en esa esfera intelectual que da cuenta de un entendimiento que se cree capaz de conocer la “cosa en sí”, pero que en realidad llega solo hasta el nivel de las evidencias y, por consiguiente, de lo que se presenta como aparente. Dicha cuestión, sin lugar a dudas, nos ha hecho enfrentar lo que aquí llamaremos las “crisis de los fundamentos del Trabajo Social”, la cual en general no escapa a la crisis propia de las ciencias sociales. No podemos olvidar que fue la búsqueda de la certidumbre lo que nos condujo a privilegiar la indiscriminada recogida y asunción de cartografías extranjeras de entendimiento, transmutadas, estas, desde las diversas disciplinas de las ciencias sociales y humanas, a cuyos fundamentos les atribuimos seguridad, fiabilidad y confianza; pero, desatendiendo las salvaguardas que vienen a poner en vigilancia nuestra irregular adaptación de tal conocimiento a los requerimientos y rendimientos de nuestros método, objeto/imagen e investigación/intervención. Más bien, nos hemos dedicado a huir, escapar, de la oportunidad de conocer, de descubrir lo que nos parece incierto, para cobijarnos en la certeza de un saber a mano, un saber que está allí antes de nosotros, por sobre nosotros y con prescindencia de nosotros, pero “no en busca de un cultivo del alma, del cultivo que corresponda al propio destino, al peculiar modo de ser y a la seria y Reflexionando las disciplinas 111 objetiva cultura [social y científica] de la época, sino en busca de muy otra cosa: de un amo que [nos] prescriba lo que hay que pensar, hacer y omitir” (Scheler, 1960, p. 13). Motivo por el cual, como contrapartida, hemos visto limitadas nuestras posibilidades para construir, de-construir, y reconstruir estructuras de conocimiento teórico y matrices conceptuales robustas, adoleciendo, por lo mismo, de la inexistencia de una teoría del Trabajo Social, pues nada conocemos hoy día cómo algo que podamos llamar así, porque ese algo aún no existe. Tal asunto, es el germen que ha dado vida a la mencionada crisis de nuestros fundamentos, la que nos invita a comenzar desde ahí, donde aún nada existe, a reconfigurar la tradición disciplinaria, esa cosmología histórica, simbólica y original que debemos asumir como punto de partida, siempre irruptor, para un profundo cuestionamiento que nos permita relativizar y renovar, permanentemente, el acervo de conocimiento disponible en el Trabajo Social. Ese mismo conocimiento que nos ha hecho incapaces de ver que en la propia realidad de lo real lo incierto se instala tras nuestras certidumbres locales, para por el contrario haber construido una clase de saber práctico-operativo, que binariamente se separa de la razón abstracta, dificultándonos desarrollar observaciones, conceptualizaciones, discursos y proposiciones que hagan proliferar concretos pensados desde racionalidades más complejas, capaces de urdir la reflexión con la crítica y a estas con el lenguaje y la praxis. Desde ahí que actualmente enfrentemos una necesidad vital de re-interrogar, revisitar y resituar nuestro pensum disciplinar, para revalidad las condiciones, posibilidades y límites de nuestras propias cualidades de comprensión, integrando la explicación a la interpretación, así como el entendimiento con la aprehensión, para conseguir participar en la construcción de la realidad social mediante la producción de un conocimiento de y para la investigación/ intervención en la praxis. Asunto que nos obliga a reconocer que los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales, en cuanto agentes cognoscentes, desarrollamos aptitudes intelectuales y campos de racionalidad que nos permiten pensar las materialidades como ideas, traducir los fenómenos en lenguajes, aproximarnos a verdades contextuales y discernir razonadamente sobre la realidad en la cual, también, estamos inmersos, expresando aquello que observamos como gramáticas y semánticas contenidas en nuestras investigaciones/intervenciones. Es acá donde entra en el juego la disposición de los y las profesionales por instaurar una cultura disciplinar orientada hacia la permanente ruptura con el error, en la medida de una oportunidad en la generación de un conocimiento con valor teórico-metodológico, que basado en el espíritu de la ciencia, asuma atributo de perfectibilidad, pues se hace capaz de cambiar y desarrollarse desde simples nociones hasta representaciones con mayor poder explicativo e interpretativo, que nos permitan una más densa comprensión sobre la realidad social. Toda ruptura trae como resultado un proceso de teorización, con base epistémica, que comporta la síntesis tras la elaboración, organización y sistematización del conocimiento, posibilitándonos la formación de estructuras conceptuales que, posteriormente, serán sometidas a conjetura 112 Reflexionando las disciplinas y refutación “para constituir la lógica del descubrimiento de la verdad como polémica contra el error y como esfuerzo para someter las verdades próximas a la ciencia y los métodos que utiliza a una rectificación metódica y permanente” (Bourdieu, 1999, p. 14). En esta perspectiva, hay que concebir en el “error” la posibilidad para hacer despertar una curiosidad intelectual que se proyecte más allá de las necesidades del saber inmediato, a partir de un proceso reflexivo que arrastre al Trabajo Social hacia una actitud científica, capaz de descubrir y producir una estructura de saber integrado sometida a constantes quiebres, reconstrucciones y exámenes de validez. Tal instancia de ruptura debe estar mediada por nuestros propios procesos de investigación/intervención que, concomitantemente, revelan el riesgo de conocer para actuar, esto es, lo eventual de la condición praxiológica de la disciplina que, en la experiencia teórico-práctica, tensiona las relaciones construidas respecto de las relaciones aparentes, complejizando el potencial de significación, entendimiento y argumentación. Parte Segunda. Pistas para Reposicionar la Complejidad Praxiológica del Trabajo Social: patrimonio de la experiencia teórico-práctica de la disciplina La configuración y contenido praxiológico de nuestra disciplina implica resituar la conjunción teoría – práctica, en cuanto a la complejidad que orienta y define los procesos de investigación/intervención de Trabajo Social, y que hemos de comprender como aquello desde donde se funda la razón disciplinar. Nos referimos a un capital, a una riqueza capaz de ser revelada, atrapada y vuelta a liberar a través de experiencias puntualizadas como imágenes, que el Trabajador o la Trabajadora Social transfieren a las cosas, convirtiéndolas en objetos de sus discursos, es decir, en construcciones derivadas de la densidad que comporta la acción de su logos, que también es vivo, es movimiento y conflicto. Es así que la trama praxiológica de Trabajo Social, en cuanto texto y expresividad, pone en relación al episteme, la axiología y la ontología, para erigir una razón teorética derivada de su praxis que, a su vez, es creada por y creadora de una razón situada conceptualmente, o sea, de un contexto de sentido para el entendimiento sobre algo actuoso. De esta manera, no debemos detenernos, en revisitar las pretéritas concepciones binarias que localizan a teoría v/s práctica, como una especie de polos disjuntos, ni atender a las premisas intermedias que intentan revitalizar su tensión, debido a que esa entidad emana como resultante de la experiencia de una dialógica e indisoluble contradicción contenida en la articulación de argumentación y realidad, o sea, entre palabras y materialidades, entre conceptos y cosas. Por lo mismo, dicha experiencia no puede ser restringida a la noción de práxis empírica, ya que ello sería más bien degradarla en la evidenciable polarización moderna entre teoría y práctica (Adorno, 1973, p. 173), lo cual expresa su fuerte incidencia en los modos de ver y concebir los procesos y las lógicas Reflexionando las disciplinas 113 de investigación/intervención, y que no pueden seguir haciéndose análogas a un asunto de implementación, aplicación o interacción, por medio de metodologías o procedimientos tipificados como un hacer operativo. En la fusión teoría – práctica se impulsan saberes integrados, desde los cuales emanan enclaves y aperturas a diversificadas constelaciones sobre la realidad, quebrantando perspectivas positivistas que distancian la acción práctica de la acción teórica. Entonces, bajar la valoración y el importe de la experiencia teórico-práctica de Trabajo Social nos vuelve mudos en el campo de batalla, el de la investigación/ intervención, el del mundo social fenoménico y de la vida cotidiana, pues perdemos la capacidad de lenguaje público y de comunicabilidad, como ya lo adelantó Benjamin (2002) y Bauman (2009), cada cual a su manera. En este escenario entendemos que los objetos/imágenes por sí solos son marcas frías, representaciones mecánicas, que reclaman interpretaciones y explicaciones, observaciones y sistematizaciones, de modo de hacerlas surgir a partir de nuestra criticidad sobre los datos y evidencias, para desde allí conceptuar el mundo social fenoménico con una noción de experiencia realizada sobre un área sustantiva, validando supuestos emergentes o proposiciones que se plantean como consecuencia del compromiso conceptual, las potencialidades de lenguaje y argumentación, así como en la capacidad de nombrar al otro y lo otro como realidad. Por consiguiente, consideramos que el cúmulo de experiencias y el aporte de Trabajo Social a la des-construcción y abordaje de las actuales demandas sociales pasa por su capacidad de erigir debates e investigaciones sobre los fenómenos y su potencial de transformación y cambio. Sin embargo, en el lugar de los debates hemos instaurado la técnica y en el sitio de la investigación, la replicación de descripciones uniformes, lo cual refleja nuestro enorme adeudo con la categoría de experiencia y la pobreza en la vitalización de la complejidad teoría – práctica, tan característica de la hibridez de concepciones imperantes en la época que corre, la que siempre busca el nuevo rostro, intentando comenzar desde el principio como tabula rasa; pero, alcanzando finalmente reduccionismos, fragmentaciones, sin lograr hacer ruinas las hegemonías que nos alejan de la incansable lucha por reflexionar y conocer para transformar la realidad (Benjamin, 1989). Esto nos hace recordar que es mediante nuestros modelos de comprensión que sacamos a la luz las desoladoras manifestaciones de la modernización, a saber: la exclusión, desigualdad e injusticia que no son solo económicas y que por lo mismo reclaman una observación contextual; pero sin separar explicación de interpretación ni estas de la intervención, en tanto expresión de un trabajo conceptual traducido en discurso. Lo mismo, representa un hondo esfuerzo de traducción comprensiva y criticidad emancipadora, pues inspira una autorregulación en la producción del conocimiento y la aperturidad del saber, a través de la consciente exposición -transponible, articular y difundiblede la experiencia como lenguaje, pensamiento y acción, poniendo en dialéctica negativa la fundamentación única, como prioridad del pensamiento concreto (Adorno, 1984, p. 7), así como rebasando lo dado por supuesto, al aprehender que las realidades se edifican y comprometen socio-históricamente. 114 Reflexionando las disciplinas Por consiguiente, modificar el modo en que concebimos la investigación/ intervención como teoría o práctica, exige transitar hacia su articulación en el “y”, que propone Beck (1999, pp. 9–21), llevándonos a entender que dicho ensamble interpela la conciencia mediante las experiencias allí producidas, revelando diferencias entre objetos/imágenes mentales anteriores y nuevos conceptos, los cuales por referencia adquieren dinamismo en la vita activa, mutando su estética para cuestionar y poner en mediación las ideas con la intuición, a esta con lo azaroso de la empirí y a ella con la balanza de lo razonado y lo razonable. Parte Tercera. En la ruta de las Observaciones y Discursos de Segunda Generación: la configuración de imágenes/objetos que piensan Observar implica asumir decisiones y efectuar selecciones, fruto de una voluntad de verdad capaz de crear el presente como futuro, no supone capturar la realidad en como tal, ni en un instante precario, sino un cauce de comprensión sobre lo que acontece y constituye un abismo de posibilidades para el conocimiento. Cuando observamos volvemos a insertarnos una y otra vez en la realidad, rompiendo con el sentido de continuo y sucesión, ya que la observación misma se desarrolla como un proceso de imbricación iluminadora, lo cual no se repliega a puras categorías de entendimiento preconcebidas, al contrario, inspira el sentido en la búsqueda, siempre renovable, de unos fundamentos que se alimentan de lo contemporáneo. Por lo mismo, advertimos que al comprender no generamos una forma particular de conocimiento, sino un modo de ser que se reconoce comprometido como cruce entre un espacio lleno de significación y una vida del espíritu capaz de encadenar, coherentemente, tales contenidos conceptuales. Enfatizamos que “comprender es transportarse a otra vida” (Ricoeur, 2008, p. 11), en el entendido que la observación refleja aquella relación crítica y hermenéutica que se produce entre la fuerza interpretativa y explicativa de la razón, en el sentido ingenioso de la conciencia, así como en las cualidades articuladoras del lenguaje. De ahí que la realidad se construya mediante imágenes/objetos que piensan, es decir, como figuraciones derivadas del “uso del lenguaje” (Wittgenstein, 1989), en nuestro caso del lenguaje significante del Trabajo Social, haciéndonos pertenecer a una trama argumentativa que, a la vez, podemos des-construir y reconstruir al momento en que nos planteamos sobre fenómenos, respecto de los cuales formulamos propuestas de abordaje derivadas de nuestra cualidad de indagación y deliberación. Ahora bien, formamos un espacio de des-construcción cuando surgen “preguntas que enfatizan la significación ético-política [de nuestras observaciones, debates y discursos]” (Berrios y Rodríguez, 2005, p. 54), que es donde se hace fecundo aprehender lo misterioso de la realidad, a través de la runa y la objetivación que hacemos de esos fenómenos que la constituyen, atrapándolos en la escena de nuestra investigación/intervención. Reflexionando las disciplinas 115 Los objetos/imágenes piensan en la medida que ponen en tensión al observador/conceptualizador con aquello que se observa/conceptúa, es decir, al autor del texto y al campo discursivo en que las materialidades se urden con los actos de habla (Searle, 1980, pp. 26–27), posibilitándonos formular enunciados, plantear preguntas, erigir promesas, nombrar, etc., en base a determinadas reglas de uso lingüístico o gramaticalidades, que nos encaminan no sólo a querer decir, sino que efectivamente a decir algo, esto es, a proyectar los objetos/imágenes como semánticas. Acá, la pericia desconstructiva de los y las Trabajadores y Trabajadoras Sociales opera desde un adentro de lo que se observa y debate, rodeando los conceptos que guían y definen los escenarios de ocurrencia y su puesta en desarrollo, a través de proposiciones que designan su pertinencia, ya que “[se despliegan] de forma inmanente, interna, habitando las estructuras en las que actúa” (Berrios y Rodríguez, 2005, p. 49). En rigor para que los objetos/imágenes piensen es fundamental que él y la Trabajador y Trabajadora Social efectúen las oportunas mediaciones dialécticas que posibiliten “integrar a cada cosa en conexiones sociales que estén vivas” (Benjamín, 2012, p. 91), lo que de inmediato arma un complejo juego de lenguaje, donde hablantes y oyentes, autores y textualidades, han de enfrentar las controversias históricas, contextuales, epistemológicas, teóricas, metodológicas, éticas, etc., que van interpelando nuestros procesos de investigación/ intervención en los contemporáneos escenarios sociales. Dicho proceso exige que, en los diversos campos discursivos, las categorías de entendimiento sean determinadas por reglas enunciativas y proposicionales, mediante las cuales se puedan relevar y visibilizar las propiedades y atributos de la realidad observada, así como el uso que de ellas sea posible realizar, legitimándolas como medios de demarcación del escenario y los modelos de escenificación que orienta la investigación/ intervención. Ahora bien, la escenificación es la instancia que posibilita poner en acto público el proceso de inserción del y la Trabajador y Trabajadora Social en la realidad, a través de la construcción de objetos/imágenes en que se contrapone la comprensión con las condiciones socio-culturales, políticas, económicas, institucionales, etc., que componen la trama de nuestras investigaciones/ intervenciones, en tanto espacio de observación y argumentación que correlaciona el conocimiento y la praxis con el contexto en que las mismas están inmersas. Los modelos de escenificación, no son tipos ideales pre-establecidos, a la inversa suponen referenciales del orden factual, una especie de ligaduras entre atributos materiales y simbólicos, que definen el contenido del campo discursivo, actuando como marcas o huellas de sentido inscriptas en la conciencia y memoria de los agentes de investigación/intervención circunscritos en un determinado tiempo y espacio. Por consiguiente, el texto y la trama del campo discursivo que fundamenta nuestras observaciones, conceptualizaciones, debates y acciones, se contrasta 116 Reflexionando las disciplinas con la estructura de lo real contenido en la singularidad y heterogeneidad de cada situación social, donde se desarrolla una serie compleja e inestable de articulaciones entre historicidad, espacialidad, relaciones y sentido, configurando un contenido que puede ser revisado desde regímenes de la mirada y traducido por codificación de la palabra, creando objetos/imágenes que piensan y representan lo social. De esta manera, es en el hallazgo de los fundamentos y argumentos que componen el campo discursivo, que los objetos/imágenes dejan discurrir su sentido, generando desplazamientos y contradicciones, muchas veces en forma de sombras desde las cuales es posible hablar (Adorno, 1992, p. 297), una vez que son ubicadas e inventadas dentro de un cierto repertorio temático, que nos permite expresar lo que se piensa en la observación. Así pues, el sentido (phenomena) nos refiere a la sensibilidad con que la conciencia es capaz de encontrar y otorgar significatividad en y ante aquello que se encuentra frente a nosotros y que aparece implicado tanto en las obras como en los discursos humanos, lo cual podrá dejarse ver por medio de una interpretación y explicación que inquiere a la realidad vivida y pensada por nosotros mismos. Es así como el sentido disciplinar nos permite des-construir y volver a construir el rostro de la realidad social, con miras a la reconciliación, la rebelión o la resignación (Arendt, 2010, p. 17) de los potenciales objetos/ imágenes que inspiran nuestra incesante inserción en el mundo fenoménico, el cual actúa como resistencia exterior, o sea, como contendiente masivo y temporal que se hace aprehensible y decible en el nivel reflexivo y lingüístico, donde nos propuso Karl Jaspers “<<importa ser del todo presente>> […] <<no abandonarse a lo pasado ni a lo futuro>>” (Arendt, 2010, p. 15). Allí se liberan los asuntos hermenéutico – críticos de la razón, conforme a los cuales los Trabajadores Sociales podemos pensar desde parámetros teórico-metodológicos y juzgar desde dimensiones ético-políticas objetos/ imágenes que hacemos emerger como patrimonio del mundo fenoménico, para convertirlos en contenidos discursivos que sustentan nuestras observaciones, en tanto unidades de comprensión que hemos de llamar de segunda generación (Yáñez, 2007, pp. 198–210). Dichas observaciones incluyen y sobrepasan los umbrales de las miradas inmediatas, propias de la actitud natural, son especies de observaciones análogas, una suerte de observación de observaciones, las cuales traspasan el nivel aparente que imponen los nichos de conocimiento cerrados en sí mismos, pues se desarrollan como una especie de “[…] ser objeto de creación por parte del querer” (Vattimo, 2002, p. 53). Eso supone que nuestra observación siempre se formule incluyéndose en ella misma, lo que nos indica que no puede librarse de lo que cada profesional y el Trabajo Social, en su globalidad, es e implica; pero, siempre en su relación de diferencia con aquellas innumerables experiencias que enfrentamos cuando construimos los objetos/imágenes de investigación/ intervención, inmersos una pluralidad de escenarios sociales. De aquí que debamos entender que complejizar nuestras observaciones es, más bien, Reflexionando las disciplinas 117 una alternativa de racionalidad hermenéutica – crítica que nos ofrece el pensamiento comprensivo y deliberativo, para desatarnos de la tradición pragmática – empirista y del determinismo funcionalista tan arraigado en nuestras tradiciones profesionales, recuperando “las coyunturas conceptuales de que depende el sentido nuevo […]” (Cordua, 1999, p. 11). La complejidad de nuestras observaciones comporta la fusión entre lo teórico y lo práctico, formando un saber praxiológico que nos posiciona en la premisa de que conocer implica “pasar de la marca visible a lo que se dice a través de ella y que, sin ella, permanecería como la palabra muda adormecida entre las cosas” (Foucault, 1995, p. 40), logrando trascender esa falsa supremacía de la teoría sobre la práctica o de esta última sobre las conjeturas y refutaciones. Esta construcción de la observación de segunda generación escapa del sujetamiento a la noción de verdad como objetividad, ayudándonos a “[…] distinguir entre lo que en ella es fundamental e irremediable y lo que, por el contrario, se puede todavía corregir […]” (Vattimo, 2002, p. 99), pues lo que se propone es rescatar la sensible racionalidad del discurso, no sobre cómo pensar en Trabajo Social, sino sobre qué pensar, o sea, sobre lo que acontece como objeto/imagen que piensa. Parte Cuarta. Apuntes sobre la coyuntural construcción del Objeto de investigación/ intervención: débitos y apuestas del Trabajo Social Como antes lo bosquejamos, la miopía epistémica, reflexiva y crítica del Trabajo Social nos ha llevado a un reduccionismo que lacera la complejidad de la realidad, poniéndola como algo adicional que unimos sólo ulteriormente a objetos/imágenes que se cree son carentes de interrelaciones, apareciendo aislados, uniformes y sin movimiento, como si los mismos se encontraran inmersos en una situación de reposo. Por lo mismo, dejamos de reconocer que la esfera de lo social implica una convergencia, siempre dinámica, de los ámbitos socio-políticos, socio-económicos, socio-jurídicos, socio-históricos, etc., instaurando como idea rectora, de la clásica tradición disciplinaria del Trabajador Social, que cualquier cambio observable es posible de entenderse, simplemente, como el efecto de una causa inerte y parasitaria, descuidando el hecho de que un movimiento es explicable sólo por un movimiento, como, a su vez, un cambio emerge sólo a partir de un cambio. Hablamos de una lógica del reduccionismo que, en el caso de la profesión, ha venido a disociar incluso la organización de sus más esenciales componentes disciplinarios, partiendo por dividir los procesos de investigación respecto de los de intervención, lo que fragmenta, al mismo tiempo, el pensamiento y la acción, como si se tratase de procesos que comportan una existencia sin conexiones. Tal simplificación es la que conduce a una inherente ceguera cognitiva remitida a la pesquisa de aquella evidencia inmediata, que da cuenta de esos denominados objetos/imágenes aislados y que acoplamos a una determinada situación, también, separada de su contexto, para 118 Reflexionando las disciplinas operar, entonces, sobre cuestiones aparentes que nos impiden interpelar la complejidad de dicho espacio del habitar de una serie de fenómenos sociales. Hemos de hacer despertar nuestras solidaridades con el universo del cual formamos parte -este universo es el de las ciencias sociales-, toda vez que logremos erigir un campo de pensamiento que nos permita concebir lo social, a través de una observación capaz de formar conexiones intelectuales que globalicen los diversos componentes de la realidad, situándonos en una realidad de realidades, mediante la relación conceptual entre problematizaciones y discursos. Ello traerá consigo el descubrimiento de objetos/imágenes no triviales (Morin, 2001, p. 148), entrando de frente contra el amenazante riesgo de la cosificación, que nos ha tentado a asumir la falsa complextud de objetos/imágenes absolutos, olvidando que los mismos son creados y re-creados, una y otra vez, por la fuerza de la reflexión crítica y el discurso deliberativo sobre un “algo” que le provee de sentido a la disciplina. Tal asunto da debida cuenta de que el objeto/imagen no es plenamente autosuficiente, sino que debe ser visto como un producto praxiológico que comporta un atributo de doble faz, a saber: el de la autonomía y el de la dependencia entre aquello que es en sí fundamental/fenoménico y abstracto/ concreto. Se torna fundamental que el Trabajo Social logre significar y representar aquellos atributos propios del objeto/imagen en situación y de la situación en contexto, para desarrollar un patrón de asimilación de sus propiedades fácticas, inspiradoras de un proceso de ruptura que haga posible su permanente reelaboración como encuentro de la razón teórica en la razón práctica y viceversa. Cuestión que nos permitiría discriminar entre un proceso real de objetualización y una mera imposición de lo material o la cosificación de la evidencia, ya que su construcción exige ir estableciendo nuevas relaciones entre los aspectos y las esencias de los fenómenos, con nuestros mundos más subjetivos y los principios de refutación científicos. No olvidemos que la formulación del objeto/imagen en Trabajo Social reclama de una constante apertura de nuestros puntos de vista, esos mismos que lo crean al posicionamos desde racionalidades dialógicas y críticas que pongan en relación los modos de ver y las realidades que ahí se traducen en afirmación y negatividad, es decir, en cuestionamiento y apertura a lo inconcluso (Adorno, 1984, p. 52). Ello implica una reinvención en nuestros primitivos regímenes de mirada y de conocimiento, en tanto posibilidades y constricciones de un principio de <<omnijetividad>> que nos conduzca hacia la producción de un fundamento que no sea ni pura objetividad, ni pura subjetividad, sino que ambas a la vez, lo cual nos brindará la posibilidad de concebir la configuración objetivada de los fenómenos, incluido el tratamiento objetivado de sí mismo, pero a partir y en función de un interés subjetivo. Reflexionando las disciplinas 119 Dicho asunto, conlleva la necesidad de cambiar la posición del observador objetivo que impone al objeto sus propias reglas de elaboración, para convocar a un observador crítico dispuesto a comprender la hermenéutica de la facticidad y la fenomenología de la acción, de modo que la práctica de investigación/ intervención del Trabajo Social nos conduzca hacia una asociación entre sujeto y objeto, desde la cual se emplace el pensar nuestra praxis, como constructum de un lenguaje disciplinario capaz de concebir en su propio logos una praxiología. La identidad del punto de vista capturará conceptualmente una realidad como objeto/imagen en préstamo, que al mismo tiempo, interpelará empíricamente la identidad del punto de vista, para dar, debida cuenta, del límite en la verdad de la relación observador-observado, una relación que, implícita en los fundamentos de una teoría de la práctica, transforma a ambos, pues valora la correlación entre las condiciones socio-políticas y la actitud científica, trayendo consigo una “ruptura insuperable con la acción y el mundo” (Bourdieu, 1997, p. 60). Se trata de una intelectualización activa, que desde el sentido y la razón situada, nos posibilita comprender la construcción del objeto/imagen como una mediación cognitiva con la realidad, superando nuestra pura relación práctica con la práctica, en tanto compromiso y reconciliación del y la Trabajador y Trabajadora Social con lo que observa, por cuanto también forma parte de ello, provocando una suerte de vínculo inmanente con el mundo social fenoménico, poniendo en reciproca contingencia los cursos de pensamiento y acción del Trabajo Social con la existencia temporal de sus objetos/imágenes. La invitación es a provocar una conciencia crítica ante la mirada cotidiana, consiguiendo introducir en la teoría de la práctica la interface entre las razones vividas y las razones objetivadas, otorgando una alta incidencia a la correlación de conocimiento e interés, al exponer la presencia de una existencia subjetiva contenida en la objetivación, para reintroducir en nuestra definición total del objeto/imagen sus primarias representaciones inmediatas; pero de-construyéndolas para relevar un contenido que no sólo se constituye por lo que es, sino, además, por el ser que desde el punto de vista del observador le ha sido atribuido simbólicamente. Tengamos en consideración que el objeto/imagen es una forma de adecuación entre el pensamiento y lo que se piensa, el conocimiento y lo que se conoce, lo cual comporta una asimilación que impide a la comprensión, al entendimiento y al lenguaje salir de sí, como a su vez encontrar algo que esté fuera de ellos. Así queda establecida la unión que existen entre el punto de vista del y la profesional con la oscilación de un objeto/imagen que pretenden construir en sus procesos de investigación/intervención, explicitando la dependencia relativa que se produce y re-produce entre las conceptualizaciones y argumentaciones del campo discursivo que como observadores crean para explicar e interpretar la realidad, así como la incertidumbre que esta misma comporta18. Pues bien, en tanto constructo disciplinario nuestros objetos/imágenes asumen una especie de movimiento de ida y vuelta, que integra la experiencia 18 Producto de su recorrido por complejos itinerarios fractales los discursos sustantivos sufren una desorganizan en su estructura lógica, pues dichas trayectorias interfieren en el modo de pensamiento que se expresa en el “ahí” de una práctica situada. 120 Reflexionando las disciplinas con la teoría y viceversa, ya que los mismos “por más parciales y parcelarios que sean, no pueden ser definidos y construidos sino en función de una problemática teórica que permite someter a un sistemático examen todos los aspectos de la realidad puestos en relación por las situaciones que les son [propicias de observar, problematizar, tematizar y argumentar]” (Bourdieu, 1999, p. 54), pues de lo que se trata es de reconocer un estatuto intelectual y no de atribuir al objeto/imagen una estatus ontológico. Ahora bien, es indispensable plantear que el objeto/imagen universal del Trabajo Social se concibe habitando entre las contemporáneas relaciones sociales y sus contradicciones, presentes entre agentes, colectivos y clases que, en su propia reproducción del mundo social fenoménico, objetivado en la vida cotidiana, forman una determinada organización relevada como estructuras de saber integrado y modelos de autorregulación social. Reconocemos que en la hondura de las relaciones sociales, parafraseando a Habermas (2001), se entrecruzan tanto “actos instrumentales” y/o “actos comunicativos”, los primeros entendidos como movimientos con que una persona interviene en el mundo, causando cambios causalmente relevantes y, los segundos, concebidos como expresividades de lenguaje, a través de las cuales se representa un significado, produciendo cambios semánticamente relevantes, a través de los que se va configurando y re-configurando, una y otra vez, la propia realidad de nuestro objeto/imagen universal. Las relaciones sociales trascienden la condición de agente particular, existen en la experiencia y en la expresión de las diferencias, son contradictorias y complejas, pues no paran de encontrarse y de multiplicarse con y en el ethos de la vida colectiva, en las maneras de ser y de comportarse de las personas, cuyas acciones se hacen visibles, a los ojos de los otros, así como concertadas, en el margen de la libertad y de la determinación. Recordemos que es en dicho espacio social donde emerge la pluralidad y la alteridad en contraposición con la singularidad y la identidad, esto es, lo que en Arendt podemos apercibir como el asunto más definitorio en las cuestiones humanas, o sea, la base intersubjetiva y culturalmente simbólica del “hecho de que no un hombre, sino muchos hombres viven sobre la tierra”, la cual es conditio perquam de una vida política emancipadora (Arendt, 1993, pp. 21–22). En tal sentido, rescatar el verdadero valor de nuestro objeto/imagen universal implica resituar las posibilidades de emancipar el potencial humano en los diversos dominios de la vida social, cuestión factible, únicamente, al desinstrumentalizar los procesos de investigación/intervención, redefiniéndolos en la hondura de una racionalidad hermenéutico-crítica que, en la base de la argumentación y la dialéctica, lleve a los agentes a consensuar sus modus vivendi, dejando con ello de otorgarle una orientación estratégica que le restringe al plano de la interacción y coordinación funcional. Cabe señalar que la propia complejidad del objeto/imagen universal del Trabajo Social, exige llevar a cabo un continuo proceso teórico-metodológico para su depuración y singularización, esto es, para construirlo en sus particulares representaciones y específicas interconexiones como objetos/imágenes particulares y operantes, que son cualificados al interior de la lucha y unidad de las propias relaciones sociales. Reflexionando las disciplinas 121 Entonces bien, tales particularizaciones del objeto/imagen universal son producto de una precisa demarcación, sobre aquellos aspectos a través de los cuales se desarrollan instancias de selección, focalización y objetivación, tras problematizaciones, tematizaciones y argumentaciones que, en su formulación, hacen más operacionalizable y operativa la diversidad incorporada en su contenido. Hablamos de formulaciones intelectuales derivadas de distinciones críticas que, en sus propias diferencias, nos permiten una específica apropiación intelectual hacia las potenciales articulaciones que se generan entre cada contexto y sistema de acción, mediante las cuales se escenifican nuestros procesos de investigación/ intervención, en conformidad al grado y nivel de inserción que logremos en la realidad, pues sólo así se supera aquel concepto animista de observación que opera sobre cosas en vez de hacerlo sobre relaciones conceptuales y discursivas asentadas en realidades vivas, instaurando una comprensión que insta a conocer más allá de la simple identificación y descripción de lo evidenciable (Bachelard, 1993, p. 11), alcanzando una reconciliación con realidades concretas, cruzadas por el sentido, las razones y los significados con que visibilizamos objetos/imágenes situados. Reflexiones finales: a modo de cierre preliminar de esta textualidad Lo que antecede quiebra el curso unidireccional que va del ego cogitans a la res-extensa, y que determina una mono-causalidad en nuestros procesos de investigación/ intervención, exigiéndonos emprender la penetrante necesidad de crear una praxis que devenga tanto conjetural como auto-refutable, apoderándonos de la eventualidad, de lo efectual de la experiencia vivida y de la comprensión experimentada, cuyos productos han de ser sometidos a la indagación e indignación del pensamiento y la acción. Entonces bien, el proceso de construcción de objetos/imágenes de investigación/intervención ha de venir mediado por la capacidad de interrogar, pero, no con el fin último de buscar respuestas que se acomoden a nuestras propias preguntas, sino que más bien para rescatar la riqueza del despliegue en las contestaciones, ya que cada pregunta en medida alguna conduce hacia un único agregado de respuestas coherentes y alineadas, sino que nos encaminan hacia la dialéctica y conversacional verdad oculta, en cuanto espacio irónico y provocador de cambios y bifurcaciones en nuestros modos de ver y aludir la realidad. En consecuencia, la eventualidad de la observación y el discurso que se gesta desde la segunda generación, va unida a la voluntad que es creadora, ya que redefine, reorganiza y reconfigura, emancipadoramente, lo que está vigente, trayendo una nueva necesidad de conocimiento, al reducir el mero carácter cíclico y reproductor de lo aprendido como supuestamente verdadero. La segunda generación de la observación y el discurso “al menos, afianza el interés cognoscitivo emancipatorio a constelaciones históricas azarosas y, con ello, la autorreflexión toma relativistamente la posibilidad de 122 Reflexionando las disciplinas una fundamentación de su pretensión de validez [circunscrita a un contexto, unos agentes y unas situaciones]” (Habermas, 1998, p. 25). Este es un intento de elucidación que nos llama a reconocer el talento que debemos desarrollar no solo para notificar lo que vemos, sino ante todo para explicar interpretando, al ofrecer un transitivo significado a aquello que pensamos y expresamos mediante nuestro lenguaje y acción, efectuando un permanente esfuerzo por descifrar y traducir el fundamento discursivo con que los demás y nosotros nos damos a conocer, nos ponemos en presencia, en definitiva a través de los cuales unos ante otros nos presentamos en la esfera política de la comunalidad. Ello representa un potencial de significación y explinación que mediante “el uso de signos, que no son cosas, sino que valen por cosas […] en la interlocución […]” (Ricoeur, 2009, p. 33), van produciéndose como semánticas inscriptas y organizadas en la zona de las gramáticas de nuestra investigación/ intervención, lo cual posibilita a nuestra congregación disciplinar hacer frente a aquella tendencia que nos induce a seguir respondiendo a las demandas de lo social a través de códigos, medios y operaciones que, pese a nombrar de manera diferente, no han evolucionado y aún se encuentran rígidamente rutinizadas en nuestras lexis y praxis. Lo importante es re-aprender a situarnos en el interior de aquello que nombramos, penetrando en el discurrir de la verdad situada de su contenido, lo cual no implica mera nominación o notificación de algo, sino que exige un brío de reconciliación y de pertenencia con lo que queremos decir cuando expresamos algo. Es un intento por pensar sin límites sobre lo que, realmente, estamos diciendo cuando referimos a objetos/imágenes de investigación/ intervención, capturándolos con un nombre y no con otro, ya que al nombrar preñamos las cosas de manifestaciones lingüísticas, de una carga simbólica, respecto de un determinado estado de situación temática y de densos procesos argumentativos que van configurando el campo discursivo mediante el cual se cualifica la escenificación de nuestras observaciones, debates y propuestas de cambio y transformación social. El acto de nombrar lo reconocemos mediado por un complejo proceso de interacción comunicativa, donde se van estableciendo diálogos entre lo de adentro de la connotación y lo de afuera de la denotación, creándose lazos sígnicos de subjetivaciones y objetivaciones, dadas dentro de ciertas zonas de experiencia y contextos de realización, gramaticales y semánticos, particularizados en el escenario de nuestras investigaciones/ intervenciones. Es allí donde tomamos las nuevas experiencias por medio de las palabras que desencadenan nombres, los cuales, a su vez, albergan ideas, nociones, conceptos y concepciones previas y por lo tanto conectan lo emergente con lo previamente conocido, a través de una allanamiento y esclarecimiento comprensivo, en torno al proceso de nombrar la realidad, así como respecto de la congruencia y consistencia de nuestras observaciones sobre los objetos/imágenes que nos posibilitan capturar la realidad desde un particular régimen de mirada e interpelación. Reflexionando las disciplinas 123 En definitiva, es en los contemporáneos escenarios sociales del mundo fenoménico donde la observación disciplinar erige y desarrolla construcciones polémicas y polifónicos de objetos/imágenes móviles y dinámicos, en honor a los cuales se configuran cuerpos elásticos de expresiones y códigos lingüísticos cuyas urdiembres persiguen incorporar concepciones que nos involucran con la realidad, dentro de un horizonte simbólico sobre el que las palabras cumplen su labor de nombrar en narrativas, bien sean hiladas como textos y/o como relatos temporalizados en torno a nuestras propuestas de investigación/intervención en lo social. Ello nos relaciona con los propósitos incorporados en nivel eidético, ahora, expuesto por actos de habla, lo que de una u otra manera nos lleva a un conflicto de interpretaciones y explicaciones, permitiéndonos captar la densa conexión y lazo de identidad entre el pensamiento y la realidad, en función de un mundo donde las cosas existen en alianza con sus propias características, en cuanto creaciones ex nihilo, donde tutela un discurso que se nutre no sólo de oficialidad, sino que, además, de cotidianidades marginadas (Castoriadis, 1989). Bibliografía Adorno, T. (1973). Consignas. Buenos Aires, Argentina: Editorial Amorrortu. ________. (1984). Dialéctica negativa. La jerga de la autenticidad. Madrid, España: Ediciones Taurus. ________. (1992). Teoría Estética. Madrid, España: Editorial Taurus. Arendt, H. (1993). La Condición Humana. Barcelona, España: Editorial Paidós Ibérica S.A. ________. (2010). Lo que quiero es comprender: sobre mi vida y mi obra. 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