Domingo 2º de Pascua.’14 Según una antigua tradición este es el Domingo “in albis”, de blanco. El papa Juan Pablo quiso que se celebre la fiesta de la Misericordia Divina. Seguimos respirando el clima pascual: Alegría inmensa por la presencia de Jesús resucitado. Los discípulos viven horas de turbación, encerrados en la oscuridad y atenazados por el miedo; sus corazones están cerrados por la duda. Puertas cerradas, miedo, cobardía, oscuridad - ”al anochecer...”, sin fuerza para la misión. La presencia de Jesús lo cambia todo: les arranca el miedo del corazón y los inunda de paz y alegría. Jesús se convierte en fuente de vida. El apóstol Tomás experimenta esta misericordia de Dios, en el rostro concreto de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere tocar y meter su mano en la señal de los clavos y del costado. La reacción de Jesús es la paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da tiempo, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce la pobreza de su poca fe: «Señor mío y Dios mío»; se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente. Tomás somos cada uno. Con él tenemos que agradecer a Dios la paciencia y la misericordia que tiene con nosotros. La paciencia de Dios hace que nosotros tengamos la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo dice: «A través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal (cf. Dt 32,13), es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor» «Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia (Rm 5,20)» Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. Su Cuerpo entregado, martirizado, glorioso es el lugar donde Cristo nos acoge. Dios es un Dios herido. Él permitió que su corazón fuera traspasado, abierto por una lanza, para que, en cierto sentido, pudiéramos entrar en Él, para darnos este corazón suyo. El sitio que Jesús nos ha preparado está en su corazón. (Vanhoye). “Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor para los demás” (Papa Francisco). En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús se presenta con las manos llenas. Viene cargado con los mejores dones pascuales; bienes que nosotros sus testigos hemos de anunciar y contagiar al mundo: la paz, la alegría, el perdón de los pecados, signo de la misericordia de Dios y el don primero, que es el Espíritu Santo. Hoy, damos gracias a Dios con toda la Iglesia y muchas personas de buena voluntad, por la canonización de los Btos. Juan XXIII y Juan Pablo II. Juan XXIII, el “papa bueno”, que conquistó los corazones por su bondad y mansedumbre, por su sonrisa y buen humor. Escribió la Pacen in terris y consiguió frutos de paz. Convocó el Concilio Vaticano II, "un acontecimiento providencial”. Juan Pablo II: “No temáis. Abrid de par en par las puertas a Cristo”, fue su tarjeta de presentación al mundo. Místico, hombre de oración, maestro, atleta de Dios y profeta itinerante. “Fue el impulsor de las JMJ, y se convertirá en su gran patrón, y continuará siendo para todos los jóvenes del mundo, un padre y un amigo"(Papa Francisco). Nos acogemos a su intercesión.