Diario de campaña: Notas desde un hospital en Haití Una enfermera se ocupa de un niño herido durante el terremoto en un hospital de campaña cerca del principal aeropuerto de Puerto Príncipe. La enfermera es una haitiana expatriada que regresó para apoyar las actividades de recuperación. Por Tamar Hahn PORT-AU-PRINCE, Haití, 19 de enero de 2010 - Esta mañana fui a visitar un hospital de campaña situado en la Base Logística de la MINUSTAH. El hospital está compuesto por dos tiendas de campaña enormes, abarrotadas de haitianos heridos durante el terremoto. Las condiciones son deplorables: casi no hay alimentos ni agua para los médicos ni los pacientes, ni tampoco saneamiento, lo que significa que la orina y las heces se descargan detrás de las tiendas de campaña del hospital y los miembros amputados terminan en la basura. Tampoco hay una morgue, así que los cuerpos se apilan a un lado de la tienda de campaña. Hoy han montado una sala de operaciones donde se realizan sobre todo amputaciones, ya que las heridas que sufrieron la mayoría de las víctimas se están infectando y amenazan sus vidas. No tienen capacidad para realizar otras operaciones y hay escasez de todo tipo de materiales. Niños en crisis En medio de la cacofonía de quejidos y llantos de dolor, hay cinco niños y niñas solos en sus cunas, sin ningún familiar que les dé de comer, que les limpie o que les sostenga la mano. Una niña de dos años con parálisis cerebral, que llegó aquí después del terremoto deshidratada y en estado de choque, yace tumbada en una cuna, llorando sola. No tiene heridas graves y está lista para regresar a casa, pero nadie sabe su nombre –un pedazo de papel colocado en el pie dice Niña Pequeña– ni dónde se puede comenzar a buscar a su familia. Lo mismo le ocurre a Sean, un niño de 7 años que llegó aquí y estuvo llamando a gritos a sus padres en una posición fetal durante 12 horas. De lo poco que ha dicho desde entonces, las enfermeras han llegado a la conclusión de que vio morir a los dos. Sean tiene pequeños rasguños y camina de una lado a otro hablando con los otros pacientes, pero los médicos no quieren darle de alta sin saber dónde irá o quién se va a ocupar de él. Hay potencialmente cientos o incluso miles de otros niños y niñas en la misma situación en Puerto Príncipe, en hospitales o deambulando por las calles sin acceso a agua, alimentos ni protección contra la violencia y los malos tratos. Incluso a pesar de que estos niños y niñas no hayan sufrido heridas físicas, padecen graves traumas psicológicos que les marcarán para toda la vida. Les amenaza la desnutrición y corren el riesgo de contraer enfermedades, y son vulnerables a la explotación sexual y a la trata. UNICEF está buscando un lugar donde instalar dos refugios para albergar a 200 niños como Sean y Niña Pequeña. Los refugios les servirán de albergue y allí se comenzarán a abordar algunas de sus necesidades más apremiantes mientras se rastrea a sus familias. Para todos aquellos a quienes no sea posible reunirles con sus familias, será preciso buscar soluciones alternativas. Distribución de agua Por la tarde acompañé a nuestro funcionario de agua y saneamiento a evaluar las actividades de distribución de agua que comenzaron ayer. Los haitianos han dejado de dormir en sus casas. Incluso aquellos cuyas casas no sufrieron daños durante el terremoto han ocupado las calles y han levantado tiendas de campaña utilizando cualquier pedazo de tela disponible. Están hacinados en las pocas plazas de la ciudad e incluso en la casa del primer ministro, una propiedad rodeada por una verja con un gran patio al frente que se ha convertido en un campamento improvisado. Quienes no están en las plazas ni en los patios bloquean las calles con losas de cemento y duermen directamente sobre el suelo. No hay letrinas y he visto a mujeres arrodilladas frente a chorros de agua, desnudas en la calle, lavándose. Al no haber letrinas disponibles, la gente resuelve sus necesidades corporales en las aceras. Pilas de basura se acumulan por todas partes y cuando la noche desciende sobre Puerto Príncipe, estos miles de personas se hacinan unos encima de los otros en una completa oscuridad. Cuando llegamos a la residencia del primer ministro, un tanque de agua portátil distribuía 5.000 litros de agua, que resuelven las necesidades diarias de 1.000 personas. La fila se mantenía en orden y la gente esperaba con paciencia su turno, con bidones en la mano. Justo detrás de ellos se había formado una larga fila para obtener botiquines de higiene distribuidos por USAID. Cuatro niñas pequeñas se acercaron a saludarnos. Cuando les preguntamos cómo estaban, sonrieron y dijeron que todo iba bien. Entonces Stania, una niña de 17 años, les escuchó. “¿Bien? ¿Qué quieren decir con que todo va bien?”, dijo. “Esto no está bien, esto es terrible y no podemos seguir así por mucho tiempo”. Cansados y traumatizados Ha sido alentador ver que la asistencia comienza a llegar a la gente, a pesar de las terribles condiciones en las que están viviendo. Pero cuando regresé a la base donde UNICEF ha establecido sus operaciones después de la destrucción de su oficina en Haití, recibí la noticia de que el hijo de uno de los conductores había muerto debido a las heridas que sufrió durante el terremoto. Es el tercer hijo que este hombre, haitiano, ha perdido. Su hija y otro hijo murieron en el acto cuando su casa se derrumbó. La tragedia del terremoto no solamente afecta a quienes se encuentran fuera de esta base; afecta a todos y cada uno de los miembros del personal de UNICEF sobre el terreno. Varios empleados han perdido todas sus pertenencias y lo único que les queda es la ropa que tienen puesta. Todos están cansados y traumatizados, asustados de quedarse solos en casa y nerviosos debido a las réplicas que todavía se sienten todos los días. La oficial de educación ha acampado en las ruinas de las oficinas de la MINUSTAH durante cinco días, esperando a que saquen a su marido de los escombros. Está vivo y le ha enviado mensajes de texto, pero todavía no lo han rescatado.