ENCUENTROS ENCUENTROS N. 3. Agosto, 2011 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung. ¿Habitantes de un Mundo Ideal o de un Inconsciente Colectivo? Arquetipos son Forma; Ideas son Contenido El Demonio y la Sombra. Reflexiones psicológicas en torno al problema del Mal Adolescencia y Narcisismo en la Psicopatología Simbólica Sobre el concepto de neurosis en la teoría de Jung Integración de distintas nociones de los esquemas de relación en la comprensión de la depresión ISNN: 0718-9133 Encuentros. N. 3. Agosto, 2011 Artículos Revista Latinoamericana de Psicología Analítica Número 3. Agosto, 2011 Revista Latinoamérica de Psicología Analítica ENCUENTROS Número 3 Santiago de Chile, Agosto del 2011 Editores N. 3 Mariana Arancibia B. Alejandro Dabovic T. Paula Durán H. Alejandro Igor O. Macarena Ureta V. Patricia Vargas Z. La Revista Encuentros ofrece un espacio para promover ideas e investigaciones en el ámbito de la Psicología Analítica. La intención es estimular el intercambio académico, científico y cultural entre la comunidad Junguiana de Latinoamérica, así como alentar el diálogo con corrientes o disciplinas afines a la psicología analítica. Editores de números anteriores Álvaro Carrasco G. Haydée Domic T. Arlette Gillet J. Javiera Sánchez K. André Sassenfeld J. Susana Toloza G. http://revista.cgjung.cl Reconocimiento 2.0 Chile de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by/2.0/cl/ ISNN: 0718-9133 Contenidos Editorial ……………………………………………………..…………………………………………………… Pág. 5 Artículos ML Paula Durán H. Ideas de Platón y Arquetipos de Jung. ¿Habitantes de un Mundo Ideal o de un Inconsciente Colectivo? Arquetipos son Forma; Ideas son Contenido……………… Pág. 7 Camilo Barrionuevo D. El Demonio y la Sombra. Reflexiones psicológicas en torno al problema del Mal………………………………………… Pág. 45 Consuelo Martínez V. Adolescencia y Narcisismo en la Psicopatología Simbólica…….......................................................... Pág. 64 André Sassenfeld J. Sobre el concepto de neurosis en la teoría de Jung…………………………………………….…………………………….. Pág. 80 Álvaro Carrasco G. Integración de distintas nociones de los esquemas de relación en la comprensión de la depresión……………….. Pág. 91 Información para los autores 1. Algunos tipos de trabajo a considerar y criterios con que se evaluarán los trabajos son: • Trabajos que se refieran al campo de la psicología analítica o áreas afines relevantes. • Que estén redactados con claridad y organizados para facilitar la lectura y el entendimiento por parte del lector. • Que presenten de forma ordenada, resumida y/o simplificada trabajos de autores junguianos importantes para lectores que se inician en psicología analítica. • Que presenten de forma creativa u original trabajos de autores junguianos importantes para quienes se estén formando en psicología analítica. • Que se elaboren - de forma coherente, consistente y fundada en la teoría reconocida - ideas propias sobre la psicología analítica. • Que no se expresen implícita o explícitamente valores que vayan en contra de la dignidad de las personas. Investigaciones relacionadas con las ideas de la psicología analítica. 2. La revista considerará, preferentemente, artículos originales, no publicados con anterioridad. El formato es tamaño carta, letra Calibri 11 con 1,15 espacio de separación entre líneas. La extensión es libre. Se sugiere no exceder las 20 páginas. Los trabajos deben ser enviados sólo en forma electrónica a: revista@cgjung.cl Se confirmará la recepción del trabajo antes de pasados 10 días de haber sido recibido. 3. Las colaboraciones pueden tener la forma de artículo tradicional, ensayos, cartas en respuesta a artículos, revisiones críticas y comentarios relevantes al pensamiento junguiano y la cultura, incluyendo la ciencia y las artes. Son apreciados los artículos que faciliten un acercamiento introductorio a la teoría junguiana y de interés para el público general 4. Los trabajos basados en otros escritos o ideas deben referirlas, preferentemente, según el formato de la American Psychological Association (APA). Las referencias deben ser solo aquellas que se citan en el texto. En el caso de otro tipo de colaboraciones (como ensayos o comentarios) las referencias (de haberlas) y las notas pueden ir al pie de página con numeración correlativa, respetando la diferencia entre libro y artículo. 5. En el caso de los artículos, deben iniciar con un resumen. Además se solicita que los autores sugieran palabras claves que faciliten la descripción y búsqueda del artículo según las temáticas que aborda. 6. Todos los artículos que se publiquen serán sometidos a una doble evaluación ciega por pares. 7. Los editores se comunicarán vía correo electrónico con los autores a efectos de cualquier sugerencia, y se reservan el derecho de rechazar una colaboración. Editorial Queridos amigos, El Directorio de la Fundación Chilena de Psicología Analítica, me he solicitado hacer esta editorial, misión que recibo con agrado. Debo decir, sin embargo, que posiblemente tenga una perspectiva filosófico analítica. No será esta la primera vez que la filosofía haga algún aporte a la psicología. En efecto, la Revista inicia su expresión justamente con un intento por buscar paralelos entre conceptos centrales de ambas disciplinas, la filosofía y la psicología. “Ideas de Platón y Arquetipos de Jung”, es una segunda síntesis de un trabajo presentado por la suscrita1, que analiza y compara dos términos medulares, uno de la psicología junguiana, otro de la filosofía platónica. Dos conceptos –arquetipo e idea-, nacidos en diferentes disciplinas y aparentemente distanciados por 25 siglos, vienen a retroalimentarse mutuamente con sus significados. Lo que se consigue finalmente es iluminar de una forma distinta los campos conceptuales que abarcan cada uno de ellos en sus respectivas áreas de conocimiento. Ambas entelequias constituyen instancias que conectan el alma con espacios vitales para su realización: el arquetipo contacta con el Inconsciente Colectivo; la idea contacta con el Mundo de las Ideas que, para efectos junguianos, es lo que Jung denominó totalidad. Pero nada puede mantenerse en la luz demasiado tiempo sin caer en el sinsentido, por lo que viene a su rescate “El Demonio y la Sombra”, elaborado por Camilo Barrionuevo; un trabajo que gira en torno a la naturaleza del mal, su procedencia y formas de manifestación en el individuo y en la humanidad. Su reflexión nos pasea, primero, por distintos pensamientos respecto de lo que es o podría ser el mal, para luego conducirnos por los caminos de la sombra, como arquetipo de lo inconsciente rechazado. Sin embargo, como según nos dice “la malignidad siempre implica tratar a otras personas sin respeto o consideración por su humanidad”, en el transcurso de su análisis nos deja planteada la hipótesis respecto de si habrá o no relación entre la capacidad de hacer mal con el nivel de narcisismo psicológico personal. La reflexión de Camilo nos lleva paso a paso hacia estratos más profundos, pasando por la personalización y el amor, hasta llevarnos a vislumbrar la viabilidad de expulsar el mal y a los seres demoníacos de la Tierra para siempre. Es entonces cuando Consuelo Martínez nos devuelve al mundo terrenal y nos da herramientas que nos sirvan para el aquí y el ahora. Su artículo “Adolescencia y Narcisismo”, nos interna en las características de esta temprana etapa del ciclo vital, describiéndola en términos de un proceso biológico- psicológico-social, a la luz de la psicología simbólica arquetípica. Su trabajo teórico está basado principalmente en los textos de Byington, Montellano, Schwartz-Salant y Lamonte, entre otros, y es con ellos con quienes fundamenta el análisis de un caso clínico. Revisa las nociones de 1 “Inconsciente colectivo de Jung y Mundo de las ideas de Platón”, título de la primera síntesis, publicada en Revista Encuentros Nº2 5 adolescencia, desarrollo de identidad, y trastorno narcisista, en el contexto de la visión analítica y la Psicología Simbólica, desde el postulado base de que “todo ser humano es normal, creativo y enfermo de muchas diferentes maneras“ (Byington) y de la concepción del trastorno narcisista como un problema en el desarrollo ego-self , cuyas elevadas defensas constituyen la respuesta a una autoimagen y un sentimiento de identidad muy pobre, históricamente vulnerado y un intento de la psique –aunque desajustado- por expresarse. André Sassenfeld nos hace reflexionar “Sobre el concepto de neurosis en la teoría de Jung”, entregando diferentes puntos de vista al respecto. Enfatiza la relación entre el desarrollo de la personalidad y el concepto de neurosis, subrayando la vinculación entre los síntomas neuróticos y el proceso de individuación. No siempre el proceso neurótico es incompatible con la normalidad, nos dice, y con frecuencia, es una manifestación de actitudes inconscientes que no pueden ser resueltas y que requieren ser atendidas por la conciencia. El autor hace una breve reseña respecto de que la neurosis no puede ser reducida a una problemática únicamente personal, en virtud de que tienden a poner de manifiesto problemas y situaciones humanas más generales, que se han repetido en el curso de la evolución de la humanidad. Finalmente, Álvaro Carrasco nos presenta una aplicación general de un constructo teórico – esquema relacional- al entendimiento de la depresión. Su artículo se titula “Integración de distintas nociones de los esquemas de relación en la comprensión de la depresión”. Resume los elementos centrales respecto de los esquemas relacionales, representaciones y complejos propuestos por tres enfoques psicológicos. Incluye el esfuerzo integrativo hecho por Zcelc (2009) y resalta algunos aportes derivados de sus reflexiones desde la perspectiva analítica. Busca construir puentes entre distintos cuerpos teórico y este trabajo encuentra, en los esquemas de relación, un fenómeno psicológico para el cual los tres enfoques aquí revisados ofrecen descripciones y explicaciones semejantes. El autor logra una apretada síntesis en un tema directamente complejo. Dejo en sus manos este nuevo ejemplar de la Revista Encuentros; una revista dirigida a todo aquel que participe o simpatice con las ideas que abriga la psicología analítica. Como podrán apreciar, este Número incluye artículos que interesan a la comunidad junguiana en general y a la comunidad latinoamericana en particular. Les saluda afectuosamente, Paula Durán H. Santiago, Agosto 2011 6 Revista Encuentros. N.3 2011. Págs. 7 - 44 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung. ¿Habitantes de un Mundo Ideal o de un Inconsciente Colectivo? Arquetipos son Forma; Ideas son Contenido1 ML Paula Durán Hurtado 2 El artículo es análisis descriptivo de los conceptos Arquetipos e Ideas, de Jung y Platón, respectivamente, que luego se comparan en el contexto de sus teorías –Psicología Analítica y Filosofía Platónica-. Las reflexiones se basan esencialmente en textos originales de los pensadores involucrados, buscando establecer semejanzas y diferencias entre ambos conceptos. Una contextualización más amplia podrá consultarse en el texto original desde el cual se ha extraído lo central de este capítulo. Palabras claves: Arquetipo, Idea Introducción Jung, estudioso de la psicología profunda, pensó que el estudio del alma era fundamental, porque el futuro del hombre dependía de la psique (Jung, 2001). Fue discípulo de Freud, descubridor del inconsciente personal; develó un espacio psíquico, que estaba más allá de esa zona individual, al que llamó Inconsciente Colectivo. Dijo que ese espacio estaba poblado por entidades colectivas, entre las que se encontraban los Arquetipos. Este descubrimiento es un gran aporte a la Psicología Analítica. Platón, filósofo griego del siglo V a.C, es un hito singular en la historia del pensamiento occidental; culmina a los presocráticos y los supera todos. Su aspiración a la unidad le llevó a desarrollar un concepto que le valió el reconocimiento de la Filosofía. Postuló la existencia de dos mundos: uno 1 “Inconsciente Colectivo de Jung y Mundo de las Ideas de Platón. Un Diálogo entre Psicología Analítica y Filosofía”, ML Paula Durán Hurtado. Tesina para optar al grado Mg Psicología Clínica, Facultad de Psicología, Biblioteca Postgrado, Universidad Adolfo Ibáñez. El trabajo original incluye antecedentes que justifican el planteamiento de este problema como uno que atañe a la Psicología junguiana; incluye factores biográficos de Jung y de Platón; analiza las ideas generales y específicas de ambas teorías. La comparación de conceptos se hace en dos capítulos: uno relativo al Mundo Ideal -de la filosofía platónicacomparado con el Inconsciente Colectivo -de la psicología jungiana-; otra, relativa a sus contenidos, Ideas y Arquetipos, de Platón y Jung, respectivamente. 2 Profesora de Filosofía, Licenciada en Educación, Mg en Educación con mención en Administración, Mg en Psicología Clínica Analítica. 7 Paula Durán H. sensible y otro inteligible. El primero, propio del cuerpo y de la materia; el segundo, propio del Alma. El Mundo de las Ideas, mundo del Alma, es un espacio poblado por entidades absolutas, universales, independientes y eternas, a las que llamó Ideas. Analistas Junguianos y comentaristas de su psicología3 comparan –y asimilan, muchas veces- el término Arquetipo, con el que Platón describió como Ideas, sin que parezca haber un acuerdo definitivo, respecto de la identidad o desigualdad de sus significados. Incluso Jung (2002, 73), cuando se refiere al arquetipo de la madre dice “arquetipo no es otra cosa que una expresión que ya existió en la Antigüedad clásica y que es sinónimo de idea en el sentido Platónico”. Estos antecedentes ameritan un análisis más exhaustivo de los términos Arquetipo e Ideas, a fin de definir si estas comparaciones son o no acertadas y por qué. El hecho que se trate de conceptos nacidos en diferentes disciplinas, que buscaron responder a fenómenos distintos, desde desiguales paradigmas, hará que el ejercicio intelectual adquiera características especiales. Muchas veces, podrá ser necesario interpretar el sentido de un término, a fin de llevarlo desde el significado que tiene en una disciplina hacia el que podría adquirir en una segunda; una forma de acercarse al conocimiento que implica suspender la aplicación de estructuras cognitivas automatizadas para dar paso a estilos cognitivos menos familiares. Otras veces, la perspectiva que pueda entregar un determinado concepto en una disciplina podrá no encontrase suficientemente desarrollada en la otra, pero hacerse necesaria y posible de precisarse, a la luz de las reflexiones. El trabajo es una exploración teórica basada en los textos originales de los autores. El artículo debió centrarse en la comparación de conceptos, omitiendo antecedentes que pudieran ser importantes para quien no esté familiarizado con las teorías de uno o de ambos pensadores. El aporte central, está dado por la recopilación de citas en las cuales Platón y Jung hacen referencia a sus conceptos Idea y Arquetipo, las cuales sirven para elaborar una comparación de los conceptos. Este examen se acotó a la respuesta de tres preguntas: qué son los arquetipos e ideas para cada uno de los autores; cuál es el sentido que tienen, dentro de sus respectivos pensamientos; cómo se produce su relación con el hombre y en qué circunstancias. A través de estas reflexiones el lector podrá evaluar si las identificaciones y analogías que se han hecho son o no adecuadas y por qué. I. Carl Gustav Jung. Conceptos de su Psicología Relacionados con los Arquetipos. I.A. Factores Generales en la Psicología de Jung El psicoanálisis se debe al menos a dos prestigiosos médicos: Freud y Jung. El primero, descubridor del inconsciente personal; el segundo, del Inconsciente Colectivo. Su objetivo, hacer concientes los 3 Una exposición mas detallada podrá encontrarse en la Tesina aludida. 8 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung contenidos inconscientes de la psique (Jung, 2004); un proceso de maduración personal que Jung llamó individuación. I.A.1) ESTRUCTURA DE LA PSIQUE. Jung (2007, 334) distingue dos tipos de contenidos dentro del material psicológico, los concientes y los inconscientes; éstos podrán ser personales o colectivos. Son personales, cuando su universalidad no les está reconocida y, colectivos, en caso contrario. Igualmente podrá suceder con los contenidos inconscientes: serán personales, si alguna vez estuvieron relativamente concientes y su universalidad, no reconocida; y serán impersonales, cuando sean materiales que no puede demostrarse que alguna vez hayan sido concientes ni siquiera relativamente- (Jung, 2007, 335). Una parte del proceso de individuación se relaciona con el inconsciente personal; es decir, aquella parte de la psique que contiene experiencias que no pueden ser aceptadas por el Yo en su rol de enfrentar al mundo exterior y sus propias necesidades internas (De Castro, 2006). Esos contenidos, a los que se llama complejos, deben su existencia a la experiencia personal de cada individuo y se van conformando de material psíquico reprimido; son una forma necesaria de organización de la personalidad; una forma de reunir los recuerdos y redirigir la conducta (Young – Eisendrath, 1998). Su calidad es ontogenética. Según dice Jung (2004, 41) una segunda parte del proceso de individuación, se relaciona con el Inconsciente Colectivo; un estrato más profundo que contiene patrones conductuales que nunca han estado en la conciencia personal ni han sido adquiridos por el individuo. Estos contenidos, que Jung (1986, 41) denomina arquetipos, son imágenes generales existentes desde todos los tiempos; descansan en lo común para todos los hombres, son difundidos universalmente. Su calidad es filogenética, heredada y común a la humanidad. Jung (2007, 200) dirá que los procesos inconscientes contienen los elementos necesarios para la autorregulación de la psique global. A nivel personal, esos elementos –representados por motivos personales- son los responsables del grado de participación conciente individual en el universo objetivo (Jung, 2007, 200). A nivel impersonal, esos contenidos4 están representados por motivos preinfantiles, restos de vida de los antepasados (Jung, 2007, 87). Y así como las imágenes mnémicas del estrato personal están “llenas” por tratarse de imágenes vividas; los arquetipos del estrato colectivo, por no haber sido vividos por el individuo, están “vacíos” (2007, 89). Jung pensaba que, la razón por la cual los pacientes solicitaban su ayuda profesional era porque sus recursos concientes eran inadecuados; incluso, reflejaban que los intentos de resolución a esos problemas provenían del inconsciente. Esto quedó expresado en una de sus conferencias: 4 Siguiendo el mismo raciocinio hecho para el inconsciente personal, a nivel colectivo esos contenidos debieran compensar a la conciencia colectiva. Esto parece ser importante, ya que Jung decía que la evolución de la humanidad dependía de la posibilidad de acceder a los contenidos inconscientes; contenidos que se han alejado de la conciencia colectiva, porque se han privilegiado las formas y las estructuras, distanciándolas del sentido profundo que les dieran origen. 9 Paula Durán H. [Freud] deduce el inconsciente del conciente… Yo lo expresaría al revés: yo diría que lo que primero aparece es evidentemente el inconsciente;… en la primera infancia somos inconscientes, las funciones más importantes de la naturaleza instintiva son inconscientes, y la conciencia es más bien producto del inconsciente (Jung, 1968, 8) En el trasfondo de su psicología está la idea que “todo inconsciente busca manifestarse, y la personalidad también desea evolucionar de sus condiciones inconscientes y experimentarse a sí misma como una totalidad” (Jung, 1965, 34). Von Franz (1975, 32) dice que, él pensaba que “los hechos de la naturaleza eran la base de todo conocimiento…. y que la naturaleza no estaba solamente en el exterior, sino también en el interior”. I.A.2) PROCESO DE INDIVIDUACIÓN. La individuación es un proceso de diferenciación que tiene por meta el desarrollo de la personalidad individual; lleva al individuo a establecer una relación colectiva más intensa y universal (Jung, 2007, 175). Individuarse, continuará, es una exigencia psicológica absolutamente indispensable, no sólo para que el sujeto exprese su singularidad, sino para que pueda aportar al desarrollo de la sociedad (2007, 336). Se trata de un proceso de autoconocimiento ética y moralmente necesario (Jung, 2007, 155), basado en el supuesto que el hombre es sanable y capaz de individuarse (2007, 128); es decir, de fusionar su personalidad conciente e inconsciente (2002, 163) y alcanzar la totalidad de la psique. En este proceso, participan los dos estratos psíquicos: el conciente, que nos es conocido, y el inconsciente, que nos es desconocido. Participan, en consecuencia, los centros que conectan al individuo con lo colectivo: el yo, que conecta con lo colectivo conciente y, el si mismo, que conecta con lo colectivo inconsciente. El primero, un complejo; el segundo, un arquetipo. El alma5 -psique- para Jung (2004, 141) es un reflejo del mundo y del hombre. Su diversidad es tan amplia, que se la puede mirar y juzgar desde diferentes puntos de vista. Es la imagen que uno se hace del mundo y, el mundo personal, la imagen de la propia alma; porque, cada cual hace su propia imagen del mundo y construye para ese mundo particular un sistema privado. Esto significa que, “la realidad del mundo tiene la dimensión de la conciencia” (Jung, 2004, 344); piensa que “posiblemente hay, en el mundo de la realidad objetiva, tanto desconocimiento como contenidos inconscientes hay en la psique” (2004, 344). “El alma, es la única manifestación directa del mundo...*…+…la condición indispensable para la experiencia… *porque+… lo único directamente experimentable del mundo, son los contenidos de la conciencia…” (Jung, 2004, 141). La forma cómo se organizan esos contenidos del mundo, también, se vincula a las condiciones del entorno personal (Jung, 2004, 154). 5 Para la psicología puede resultar obvio que alma y psique son lo mismo; para la filosofía, no es así. En Platón, el alma es una instancia ontológicamente diferente, proviene de otra realidad y se encuentra, provisoriamente, encarcelada en el cuerpo. 10 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Describe la conciencia, como la relación que se da entre un contenido psíquico y el Yo (Jung, 2007, 265) y también, aquella porción de la psique en la que se encuentran los pensamientos, recuerdos y sentimientos (Stein, 2007, 287); “la parte del alma…*…+…limitada a los acontecimientos momentáneos” (Jung, 2004, 154). Su función, es registrar y reconocer el mundo exterior a través de los sentidos e interpretar creativamente el mundo interior para verterlo al exterior6 (Jung, 2004, 160). Robertson (1998, 184) dirá que todo lo que llega al conciente ha estado antes en el inconsciente, descargado de la energía psíquica suficiente para salir. Contiene todo aquello que es conocido. La conciencia7 tiene un punto focal, que es el yo, que porta el autoconocimiento y el sentimiento de identidad personal; “organiza pensamientos, intuiciones, sentimientos y sensaciones” *concientes+ (Stevens, 1999, 41). Surge del si mismo en las primeras fases del desarrollo; “percibe significados y evalúa valores” (Stevens, 1999, 42). La inconsciencia contiene lo desconocido psíquico; todo aquello que se supone que, si llegara a la conciencia, no se diferenciaría en nada de los contenidos psíquicos ya conocidos”; “… *…+…lo que se sabe, pero momentáneamente no se piensa;...*…+…lo que en otro tiempo fue conciente, pero se ha olvidado;...*…+…lo que es percibido por los sentidos pero no reparado por la conciencia; ...*…+… lo que se siente, piensa y recuerda, sin saber...*…+…lo que se quiere y se hace sin intención y sin atender…; ...*…+…todo lo futuro que se va preparando dentro de uno y que no llegará a la conciencia hasta más tarde” (Jung, 2004, 186-188). Algunos contenidos inconscientes se relacionan con la historia personal y otros, con la historia de la humanidad; los últimos, son colectivos (Jung, 2002, 133). El Inconsciente Colectivo tiene un arquetipo central que se llama si mismo (Jung, 2002, 133), desde el cual “nacen todas las estructuras psíquicas: la sombra, el yo, la persona, el animus, el anima” (Stevens, 1999, 53). Se trata de una totalidad anímica -y al mismo tiempo un centro que incluye al yo (Jung, 2002, 133)- de orden superior al yo en la que se complementa la psique conciente e inconsciente; una personalidad, que también somos -pero de la que nunca podremos ser enteramente conciente- (Jung, 2007, 200). El sí mismo es el arquetipo de la orientación y el sentido (Stevens, 1999, 53), que se va diferenciando a medida de la individuación (Jung, 2007, 196). Para Jung (1965, 206), es el “hombre interior”, manifestado como sabio y respetable; una imagen de Dios, que posee carácter de resultado y meta conquistada; la meta de la vida (Jung, 2007, 265); un elevado ideal (2007, 250); lo mejor que uno puede hacer (Jung, 2007, 250), convertirse en lo que uno siempre ha sido (Jung, 2002, 39). 6 7 También es la conciencia la que vuelve concientes las dificultades de ambos mundos (Jung, 2004, 159) La persona es otro complejo funcional, dirá Jung (1943, 555); la parte de la personalidad que permite al individuo adaptarse a la sociedad (1943, 555); la cara con que el hombre se relaciona con los demás, 7 nacida de la necesidad de ajustarse a las expectativas de los padres, profesores y sociedad y constituida 7 de aquellas características que se consideró mejores (Stevens, 1999, 54). Las otras, quedaron en el inconsciente. 11 Paula Durán H. I.B. Factores específicos en la psicología de Jung. Él observó que había contenidos inconscientes que se presentaban con mucha frecuencia en sus pacientes; contenidos que también había notado, aunque proyectados en un objeto conciente, en los sueños y mitologías de todos los pueblos y religiones (Jung, 2007, 336). A partir de este descubrimiento, constató que la psique era subjetiva y personal en parte; pero, mayormente, objetiva y común (Jung, 2004, 292). Encontró “patrones conductuales que nunca habían estado en la conciencia personal y nunca habían sido adquiridos *ni desarrollados+ por el individuo” (Jung, 2004, 41); eran aspectos que el hombre compartía con su especie8. Denominó como arquetipos a la fuente de las fuerzas anímicas impulsoras y formas o categorías que regulaban esas fuerzas (2004, 160), a los que se remontan las ideas y representaciones más poderosas de la humanidad. I.B.1.) LOS ARQUETIPOS SON LOS CONTENIDOS DE LO INCONSCIENTE COLECTIVO. Se trata de un concepto que va evolucionando en Jung junto con su teoría, por lo que se hace recomendable indicar que las diferentes descripciones que Jung hizo del concepto, no son contradictorias, sino más bien complementarias ya que, a medida que va profundizando en su significado, también va enriqueciendo y ampliando su alcance y contenido. En los textos, el término adquiere los siguientes significados, características y acepciones9: I.B.1.1) Los arquetipos son las formas en que se manifiestan los instintos. Dice Junq (2004, 206) que “los arquetipos se comportan como instintos cuando intervienen en la configuración de los contenidos concientes regulándolos, modificándolos y motivándolos”. También dice que todo emana de lo inconsciente, por lo que este estrato psíquico no sólo es un apriori gigantesco, sino también, fuente de los instintos y de todo lo creativo (Jung, 2004, 159). Los arquetipos contienen la experiencia humana desde la eternidad, constituyéndose en sistemas vivos de reacción y disposición que, por medios invisibles y por tanto más eficaces, determinan la vida individual (2004, 159). El hombre tiene a priori tipos de instintos que constituyen causa y modelo de sus actividades, por lo que instinto y modo arcaico coinciden en la noción biológica de patrón de conducta (2004, 202). Jung (2004, 202) dice que, la dinámica del arquetipo se manifiesta principalmente en su determinación de forma inconsciente del comportamiento del ser humano por medio de instintos que operan como patrones de conducta -representando así un caso psíquico especializado del pattern of behaviour. El individuo se ve constreñido en su accionar, sensación, que se acompaña de un fuerte componente emocional (Jung, 2004, 202) 8 9 La individualidad descansa en una estructura colectiva –filogenética-. La enumeración responde básicamente a una metodología a la que se recurre a fin de facilitar la ubicación del texto al momento de iniciar las comparaciones entre teorías Junguianas y Platónicas. Por lo tanto, no necesariamente implica el desarrollo de una idea completamente diferente de la anterior. Tampoco implica jerarquía. 12 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung I.B.1.2) “La aparición de los arquetipos tiene un marcado carácter numinoso que no puede sino calificarse como espiritual”; entregan un sentido verdadero y profundo a la vivencia humana; y cuando se presentan en la vida individual, el alma se conmueve (Jung, 2004, 206). El arquetipo se empeña de tal forma en lograr su objetivo y con tal pasión y coherencia implacable, que consigue que el sujeto sucumba a su hechizo del que, pese a poner una desesperada resistencia, no puede desprenderse. Hasta que finalmente, ya… *tampoco+… quiere desprenderse de él, porque esa vivencia le ha deparado una plenitud de sentido hasta entonces inimaginable (Jung, 2004, 207). I.B.1.3) El arquetipo es un espíritu rector del intelecto. El arquetipo viene a ser la presencia del espíritu, el soplo divino en la vida humana, la herencia más hermosa que va dejando el hombre en su historia evolutiva al hombre del mañana, porque “el arquetipo representa el verdadero elemento del espíritu, un espíritu que no es idéntico al intelecto…*…+…, sino que mas bien constituye un espíritu rector10…” (Jung, 2004, 207). “El arquetipo es y no es espíritu”, dirá Jung (2004, 207), y lo que acabe resultando depende casi siempre del nivel de conciencia, de quien lo percibe. Podrá presentarse en la encrucijada –apareciendo como sincronía-, cuando debe tomarse una decisión vital (Jung, 2007, 117). “Se presenta en la psique individual como constelación que orienta la libido, por su numinosidad…*…+…es la autorrepresentación del instinto y se manifiesta como símbolo y mito en un proceso de psiquificación” (Jung, 2004, XVII). I.B.1.4) El arquetipo tiene propiedades paradojales. “Una particularidad esencial de las figuras psíquicas, es el hecho de que sean dobles y oscilen entre un significado positivo y negativo; son paradójicos, como sucede con el espíritu” (Jung, 2002, 38). Dirá, que “el arquetipo y el instinto constituyen los mayores opuestos que se pueda imaginar11…” (2004, 207) Al respecto, nos dice: Los opuestos son propiedades extremas de un estado, en virtud de las cuales éste puede ser percibido como real al formar un potencial. El opuesto espíritu/instinto12 representa sólo una de las formulaciones más generales, con ventaja de reducir a un común denominador el mayor número posible de los procesos psíquicos mas importantes y más complicados.…*…+…. Desde este punto de vista los procesos psíquicos aparecen como compensaciones energéticas entre el espíritu y el instinto” (Jung, 2004, 208). I.B.1.5) El arquetipo es de naturaleza pura y no falsificada (Jung, 2004, 211)… y es la naturaleza, la que hace que el hombre –sin pensarlo- diga palabras y realice acciones de cuyo sentido es 10 Jung dirá que “el contenido esencial de las mitologías y de todas las religiones es de naturaleza arquetípica” (2004, 207). 11 En lenguaje personal, podría decirse que el arquetipo es la espiritualización del instinto; es el mismo instinto, pero humanizado en su nivel más sublime; la máxima subjetivización de lo objetivo. 12 El plano instintivo del impulso y el plano de las imágenes de la conciencia son así uno y el mismo pese a su aparente oposición, porque “la persona se encuentra como mínimo consigo misma como algo que siente impulsos y a la vez como algo que se representa cosas” y el arquetipo “en efecto, lejos de ser simple imagen, es también y simultáneamente dinámica” (Jung, 2004) 13 Paula Durán H. inconsciente. Probablemente, dice “se trate de restos de una Edad de Oro en la que unos iniciados13 enseñaron su sabiduría a los pueblos… *…+ …después se habrían olvidado y quedarían ahora sólo imitaciones mecánicas…” (2004, 211). Si así fuera, continúa, “no cabría duda de que existen arquetipos preconscientes que nunca han sido concientes y que sólo pueden ser *conocidos+ a través de sus repercusiones en los contenidos concientes” (2004, 211). Ejemplifica con las funciones psíquicas -hoy concientes- que pudieron haber estado alguna vez inconscientes, produciendo entonces los mismos efectos que hoy; más, en su actuar inconscientes, haber quedado anónimas (2004, 211). I.B.1.6) El arquetipo llama a la individuación, a la ética personal. Para efectos del proceso de individuación –nos dice Jung (2004, 210)- “la confrontación con el arquetipo o con el instinto supone un problema ético…*…+… cuya urgencia percibe quien debe decidirse a favor de la integración de su personalidad14. En este sentido, el arquetipo tiene un valor sentimental, porque determina el modo y el desarrollo de la creación con una aparente presciencia o mediante la posesión a priori del fin, circunscrito por el proceso de centrado” (Jung, 2004, 210). El “arquetipo, visto como imagen del instinto, es psicológicamente un objetivo espiritual hacia el que se siente impulsada la naturaleza del hombre …*…+… el premio que obtiene el héroe por su lucha con el dragón” (Jung, 2004, 214); es decir, se presenta como la actualización de la potencialidad intrínseca contenida en el instinto. I.B.1.7) El arquetipo es trascendente. Jung (2004, 214) explica que “el arquetipo como un factor psicoide15 –trascendente- (que, por decir así, pertenece a la parte invisible del espectro psíquico) no está capacitado para acceder a la conciencia”. Este arquetipo no debe confundirse con las representaciones arquetípicas –fenoménicas- que entrega el inconsciente –y que pueden hacerse concientes a través de los mitologemas- (Jung, 2004, 215); ”…el arquetipo es una forma básica en sí misma irrepresentable –inconsciente y desconocida-16” (2004, 214) La explicación del aspecto psicoide del arquetipo probablemente surgiera en Jung cuando ya había establecido comunicaciones con el físico Pauli, porque dice que: 13 Se entiende por iniciado aquel que ha nacido dos veces. En términos Junguianos, se dirá que está en totalidad; accede al conocimiento universal. 14 La sombra es un arquetipo y Jung dice que “la unilateralidad condicionada -de la conciencia- puede ser eliminada mediante la realización de la sombra, es decir la interiorización de la parte inferior de la personalidad” (2004, 209) 15 Stein (2004, 133) dice que para Jung “psicoide es el término que describe los procesos que son como psíquicos o cuasi psíquicos pero no propiamente psíquicos. Lo utiliza para distinguir las funciones psíquicas de aquellas que son vitales. Los procesos psicoides se encuentran entre la energía vital somática y los procesos corporales por un lado y los procesos propiamente psíquicos, por otro” 16 Alude Jung en este caso a lo que Neumann (2009, 23) distinguirá como “arquetipo originario” y “arquetipo en si”; se vuelve sobre esta clasificación en el punto b.8) y b.12) de este capítulo. 14 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung la psicología sólo puede insinuar una relación de la psique con la materia, pero sin declarar lo más mínimo acerca de su naturaleza…*sin embargo+… existe alguna probabilidad de que materia y psique sean dos aspectos diferentes de una misma cosa….”17(Jung, 2004, 216). Luego, agrega que, de ser así, la naturaleza psicoide de los arquetipos, sería el puente entre la psique y la materia (Jung, 2004, 217) I.B.1.8) Hay tantos arquetipos como situaciones típicas de vida (Jung, 2004, 7). Jung no estableció la existencia de un número determinado de arquetipos al interior del Inconsciente Colectivo. Dice que “…una repetición interminable graba esas experiencias en nuestra constitución psíquica, no en forma de imágenes llenas de contenido, sino al principio casi únicamente como formas sin contenido, que representan una posibilidad de cierto tipo de percepción y de acción” 18 (2004, 7) I.B.1.9) Algunos arquetipos se presentan más frecuentemente. Jung (2002, 174) observó que había imágenes que se presentaban con mayor frecuencia e intensidad sobre su Yo y sobre la identidad de pacientes. Estos eran la Sombra, el Anima –para el hombre-, el Animus –para la mujer- y el Sí mismo. Denominó como motivos a aquellos tipos de situaciones y figuras que se repiten con un sentido análogo. Ejemplificó al viejo, al niño, a la madre, como figuras humanas; algunos motivos, el nacimiento/muerte, unión/separación; algunas relaciones, madre/hijo, suegra/nuera, alumno/maestro (Jung, 2002, 170). I.B.10) “El arquetipo tiende un puente entre la conciencia del presente, que corre peligro de desarraigo, y la totalidad natural, inconsciente-instintiva, de los tiempos primitivos” (Jung, 2002, 162). Más adelante, dirá que: el progreso y la evolución son ideales innegables; pero pierden su sentido si el hombre llega al nuevo estado sólo como fragmento de sí mismo…*…+… y una conciencia disociada de sus fundamentos…*…+… recae fácilmente en una situación peor de la que esa innovación quería eliminar….” (Jung, 2002, 162) Su predicado, respecto de lo particular, se aplica también respecto de lo universal o colectivo, ya que dice que: 17 De alguna forma esta afirmación se avalaba inicialmente con las conversaciones que sostenía con Pauli a fines de su vida. 18 Neumann (2009, 23) entregaría mayor claridad a esta idea, cuando distingue entre lo que denomina “arquetipo originario” y “arquetipo en si”. Dice que el arquetipo originario es un fenómeno nuclear, trascendente a la conciencia, cuya presencia eterna es inintuible, una disposición que empieza a operar en un determinado momento del desarrollo del espíritu humano, ordenando el material inconsciente en figuras concretas; el arquetipo en si aparece después, con la evolución de la conciencia, atravesando su carácter paradójico, modelando la manifestación inconsciente, desembocando en arquetipos distinguibles unos de otros. Dice, que en la historia de la conciencia, pudiera producirse una disociación de los arquetipos y entonces darse origen a grupos arquetípicos homogéneos. 15 Paula Durán H. todo lo que ha superado y dejado atrás el progreso va hundiéndose más y más en lo inconsciente, de lo que a la postre vuelve a surgir en estado primitivo de identificación con la masa (Jung, 2002, 163). La autonomía es una propiedad bastante general de lo inconsciente; una tendencia que “se hace evidente sobre todo en los estados afectivos…*…+…cuando el yo queda substituido por lo inconsciente” (Jung, 2002, 260). La autonomía del inconsciente, dirá, empieza ahí donde surgen emociones (Jung 2002, 260). I.B.1.11) El arquetipo describe cómo vive el alma el hecho físico. Jung reconocía que el inconsciente no estaba disponible para la conciencia y que sólo podía observársele a través de sus productos secundarios, las proyecciones (Robertson, 1998, 173). Decía, que los arquetipos aparecen “en el individuo como manifestaciones involuntarias de procesos inconscientes…*y que+…lo que habla desde su inconsciente no es el mundo tal como lo conocemos, sino el mundo desconocido de la psique” (Jung, 2002, 141), que reproduce parcialmente el mundo empírico y lo configura, conforme al condicionamiento psíquico. Esto indica, que el arquetipo no resulta de hechos físicos; describe cómo vive el alma el hecho físico (Jung, 2002, 142) I.B.1.12) La representación arquetípica básica es el símbolo. El plano de las imágenes en el que el arquetipo se torna visible para la conciencia es el símbolo, en el cual se manifiesta la actividad de lo inconsciente susceptible de tornarse conciente. Por lo que el pensamiento simbólico -vivir en la imagen y de la imagen- y el estudio de los símbolos se vuelve indispensable para quien desee comprender los fenómenos inconscientes19 (Jung, 2002, 23). I.B.1.13) Los arquetipos surgen por el empobrecimiento de los símbolos. Dice Jung (2002, 23) que “el simbolismo sufrió tal empobrecimiento, que los dioses debieron ser redescubiertos como factores psíquicos, como arquetipos de lo inconsciente”; lo cual habría vuelto necesario el nacimiento de la psicología y la búsqueda de formas de relacionarse con el inconsciente. “Nuestro inconsciente esconde agua viva –espíritu convertido en naturaleza- un espíritu por cuya causa está agitado lo inconsciente”, por lo que ocuparnos de él es para nosotros una cuestión vital. Se trata de ser o no ser espiritualmente (Jung, 2002, 23) II. Platón. Conceptos de su Filosofía relacionados con el Mundo de las Ideas. II.A. Factores generales en la Filosofía de Platón En filosofía, lo más importante es la búsqueda de la verdad y, en Platón, esa verdad se encuentra en el interior del hombre, en su alma, que es de naturaleza divina. El alma Platónica es un “ser” que, antes de encarnar en un cuerpo, circulaba por los cielos, llegando cada cierto tiempo a los 19 Los símbolos –complementará Neumann (2009, 23)- poseen un componente semántico y uno dinámico y, al igual que el arquetipo, se apoderan de la totalidad de la personalidad que es por ellos estimulada y fascinada y atraen hacia sí la conciencia, que trata de interpretarlos. 16 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung confines del Universo, desde donde podía contemplar las Ideas. El cuerpo es su vehículo, con el que mantiene una perfecta armonía y equilibrio. Platón elabora su pensamiento en torno a un eje compuesto de tres elementos: el ser, el saber y el obrar. Se trata de “saber” respecto del “ser” para saber “obrar”. En su filosofía estas tres áreas van desarrollándose casi paralelamente, dependiendo una de la otra y afectándose también mutuamente. II.A.1) RESPECTO DEL SER. En Platón, el Ser es una entidad con realidad ontológica. Vive en un mundo propio que es el Mundo del Ser (Platón, 1991, 617), el Mundo de las Ideas. En Fedón, el diálogo en el cual Platón interactúa respecto de lo que es el alma, afirma que hay dos mundos, uno visible y uno invisible; a cada uno de estos dos mundos pertenecen distintas clases de seres, con caracteres opuestos (Platón, 1991, 626). Las entidades del mundo invisible son eternas, divinas, inmutables, inteligibles, simples, uniformes, indisolubles e inopinables (Platón, 1991, 629); son la verdadera causa de todas las cosas (Platón, 1991, 641). Las esencias pertenecen al Mundo del Ser y tienen toda cuanta realidad es posible tener (Platón, 1991, 625); es decir, contienen todo el Ser. Lo que se define como “el ser” o “lo existente” son las esencias mismas (Platón, 1991, 635). En Platón, “ser”, “existir” y “esencia”, son equivalentes. Si el alma conoce esas realidades –dirá en ese mismo diálogo- entonces, conoce verdaderamente el ser (Platón, 1991, 617). Su filosofía no hace referencia a un sólo ser, sino a una gran cantidad de seres, que se encuentran jerarquizados y viven en el Mundo de las Ideas-. Al grado supremo del Ser se corresponde el grado supremo de las Ideas, el Bien. A diferencia del Mundo Ideal, existe otra realidad que es el Mundo visible, mudable; un Mundo que pertenece, no a la verdad sino, a la opinión (Platón, 1991, 640). En él, el hombre se encuentra como en tinieblas (Platón, 1991, 640). Todo cuanto tiene de “ser” este Mundo Sensible, lo recibe por participación de las realidades del mundo superior (Platón, 1991, 641), a las cuales es semejante (Platón, 1991, 623). En Fedro, dirá que el mundo material es un mundo cósmico, en movimiento y en continuo hacerse; es el Mundo del “Hacer Ser” (Platón, 1991, 865). En el mismo diálogo, dirá que la relación entre el Mundo de las Ideas y el Mundo Sensible se expresa en términos de imitación. Las cosas del mundo físico son semejantes, imágenes, imitaciones de las realidades verdaderas del mundo superior (Platón, 1991, 866-867). II.A.2) RESPECTO DEL SABER. Así como plantea la existencia de dos Mundos, uno subordinado al otro, plantea también dos tipos de conocimientos, uno sobre verdades eternas y otro sobre apariencias. El primero, conduce al saber; el otro, a la opinión. Sobre el primero se ocupará la Dialéctica; sobre el segundo, la Retórica. La ciencia –tal como la entenderíamos hoy- podría hacerse respecto de los seres del mundo físico -percibidos por los sentidos-, caracterizados por su relatividad, contingencia, materialidad y mutabilidad; pero, según dice en Filebo, los objetos sensibles dan origen a un saber inestable, a “un saber que se aplica a lo que está llegando y nunca llega a ser”; es decir, se trata de una ciencia de grado inferior que conduce a un saber también inferior (Platón, 1991, 1257). Hay otra ciencia, dice en La República, cuyo conocimiento es más apetecible al alma, una ciencia cuyo objeto de estudio es el ser y que alcanza el último límite de lo inteligible -el Ser 17 Paula Durán H. puro de las Ideas-: la Dialéctica, una ciencia que aspira a la verdad20 (Platón, 1991, 789). Habría aún otros conocimientos –dice en Fedón y Filebo- a los cuales no podría accederse tampoco por esta vía, porque sus objetos de estudio, están en un mundo inteligible, inmanente e ideal (Platón, 1991, 1256). Para Platón, el más alto grado del saber está constituido por el conocimiento del ser, de la realidad verdadera y perpetuamente idéntica por naturaleza. Este ser, objeto del conocimiento superior, no corresponde a una realidad terrenal, sino a seres abstractos, inmateriales, inmutables, permanentes, necesarios y fijos, que conducen a un conocimiento igualmente trascendente. Su filosofía es ontológica. El conocimiento sólo puede hacerse sobre “el ser”. Sobre el “no ser”, no puede haberlo, ya que nada puede decirse acerca de lo que no existe. El objeto del conocimiento es el SER, que puede ser de dos tipos, el que “ya es” y el que está “camino a ser”. A su vez, el conocimiento podrá adquirirse respecto de lo concreto o de lo abstracto. Al grado supremo del Ser -las Ideas- le corresponde el grado supremo del conocimiento –la Dialéctica-. Todas las ciencias y artes se subordinan a ésta, propia de los filósofos. En términos Platónicos, sólo se hablará de entendimiento y sabiduría si el conocimiento se aplica al verdadero ser21, así lo dice en La República (Platón, 1991, 1258). Y sólo podrá darse verdadera ciencia, según dice en Filebo, acerca de las realidades puras y sin mezcla -las esencias-, siempre firmes e idénticas (1991, 790). II.A.3) RESPECTO DEL OBRAR. Según nos dice en la República, la Dialéctica es la actividad más noble; con ella, la inteligencia se remonta hasta los últimos límites de lo inteligible y alcanza la cumbre más alta a que puede aspirar el conocimiento humano en esta vida. A través de ella, la inteligencia puede ir ascendiendo de lo múltiple y mundano a lo uno y celestial, de lo contingente a lo necesario, de lo particular a lo general, de lo móvil a lo inmutable, de las imágenes a la verdad, de lo aparente a la realidad (Platón, 1991, 782; 789; 791). Este “ascenso” no sólo se hace desde el punto de vista lógico, sino también desde el punto de vista ontológico22. Platón piensa que, además del conocimiento, el amor23 y la virtud son medios que -siguen ese mismo proceso ascensional y- constituyen otro camino para trascender la relatividad de lo sensible 20 Lo dice en contraposición a la retórica, utilizada por los sofistas, que es el arte de persuadir y de la sugestión. 21 Platón y Sócrates no son sofistas –que practican el arte de la persuasión- por lo que Platón lo que está haciendo aquí es aclarar la diferencia entre el sofista y el filósofo: el primero se ocupa del no-ser; el segundo se esfuerza por conocer el ser (Platón, 1991, 1032-1033) 22 Es interesante hacer notar que este concepto Platónico es análogo al concepto Junguiano del análisis, que permite hacer concientes contenidos inconscientes; es también el camino de la individuación, realización del ser. 23 En El Banquete (Platón 1991, 584) dice que el amor es un intermediario entre los dos mundos –ideal y sensible-, entre los dioses y los mortales; un daimon (demonio). La condición de los daimones es servir de 18 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung y llegar a lo absoluto (Fraile, 1971, 317). Su filosofía adquiere un profundo sentido moral, con la cual va orientando el sentido práctico de la vida humana, cuyo fin es el mismo que el de la de la virtud. Él no aspira sólo al conocimiento racional, sino volver a ese estado en que el alma se encontraba libre del cuerpo, llegar a la contemplación del mundo superior -estado en el cual concibe la felicidad24 suprema del hombre-. Piensa que eso no es posible en el Mundo Sensible, por lo que, la mayor felicidad será recordar lo contemplado antes: despertar al alma, con la reminiscencia25, y librarla del indefinido ciclo de transmigraciones. Lo expresa en Fedón del siguiente modo: Es preciso liberar el alma, desprendiéndola de las adherencias materiales que la ligan al cuerpo y a las entidades ficticias del mundo físico, las cuales le impiden elevarse a la contemplación de las verdaderas realidades del mundo superior (Platón, 1991, 626). Y continúa: purificarse es separar lo más posible el alma del cuerpo, acostumbrar al alma a dejar esa envoltura, para concentrarse en sí misma, a solas consigo;…*…+…¿no se razona mejor cuando no la perturban ni el oído ni la vista ni el dolor ni el placer, sino que encerrándose en sí misma….*…+ tiende a lo que es en sí? (Platón, 1991, 618) II.A.4) DEL CAMINO A LA VERDAD. En el Libro Séptimo de La República, Platón (1991, 778-795) expone, a través de la alegoría de la caverna, cómo se hace el camino al alma. La caverna representa el mundo físico visible e intermedio entre el ser y el no-ser; una cavidad que consta de cuatro espacios26 a ser transitados –por el conocimiento, el amor y la virtud-, para des-encubrir –del cuerpo o la materia- el conocimiento –que tiene el alma-; proceso que él llama reminiscencia. El conocimiento va surgiendo poco a poco de la iluminación exterior -el Bien- porque la liberación – de la ignorancia- no se sigue del mero desprenderse de las ligaduras –opiniones y creencias- y del caminar fuera de las sombras –conjeturas-, tampoco del desenfreno –la pasión-, sino del dominar lo verdadero –las ideas-, lo cual sólo puede hacerse en la madurez, cuando se han superado todas las pruebas –que duran 15 años-, porque: a los cincuenta años, quienes hayan superado todos los obstáculos y descollado extraordinariamente tanto en la ciencia como en la práctica, habrá que inclinarlos a que enlace y comunicación entre los dioses y los hombres, llenando así el vacío que, en su defecto, habría entre ellos, contribuyendo de este modo a la unidad del todo de la realidad. 24 De la alegría, Platón dice que es un placer vinculado a las acciones del sabio. Aristóteles sintetizó lo que Platón entendía por felicidad, en la Etica Nicomaquea (I, 4 y 8) y dice que es, un bien compuesto de todos los bienes; recursos plenamente suficientes para vivir bien; perfección en la virtud; para un ser vivo, tener lo que le es preciso para bastarse a sí mismo. 25 La reminiscencia Platónica es análoga a la anamnesis Junguiana. 26 Los cuatro espacios que va citando Platón constituyen los hitos en el camino a la sabiduría, que también son los estadios de maduración humana. A los cincuenta años podrá dirigir su mirada al alma, con serenidad y humildad. (Platón, 1991, 793-794) 19 Paula Durán H. dirijan la mirada de su alma al ser que proporciona la luz a todos, pues así, viendo el bien mismo, se servirán de él como modelo (Platón, 1991, 794). El alma Platónica es un “ser” que, antes de encarnar en un cuerpo, contempló las Ideas. El Mito del Carro descrito en Fedro, dice que el alma va en su carro alado, gobernado por un cochero –la razón-, y tirado por dos caballos: uno blanco, bueno y noble –los afectos-; otro negro e indómito – los apetitos-; este último la hace caer de su estado feliz y ser castigada a encarnarse en un cuerpo material (Platón, 1991, 864). El alma tendría así tres funciones, según nos dice en Timeo: racional – con la cual el hombre se pone en comunicación con el Mundo Ideal-, irascible –fuente de pasiones nobles y generosas- y concupiscible –de ella provienen los apetitos groseros- (Platón, 1991, 11411142; 1161). En Fedro dirá que esta doble composición del alma –racional e irracional- es lo que hace difícil su conducción (Platón, 1991, 864) El alma Platónica es inmaterial, invisible, intangible; imperceptible a los sentidos pero visible a la inteligencia (Platón, 1991, 865); inmortal27, según dice en Fedro, argumentando que todo lo que se mueve a sí mismo –sin necesidad de ser movido por otro- es inmortal, y en eso consiste la esencia del alma (1991, 864); porque el alma es el principio del movimiento, un principio que no ha tenido ni principio ni fin (1991, 864). Las almas, que son la fuente y el origen del movimiento, existen bajo el Mundo de las Ideas y dentro del mundo cósmico (Platón, 1991, 1122). En Timeo, nos dice que las hay de varias clases (1991, 1123). El alma para Platón no es la tabula rasa de Aristóteles, por lo que aprender –dirá en Menón- no es adquirir nuevos conocimientos, sino tan sólo recordar lo que el alma ya conoció en su existencia anterior (Platón, 1991, 446). Eso es lo que hace la Dialéctica -el arte de despertar en el alma el recuerdo de la ciencia poseída con anterioridad a su unión con el cuerpo- y también las impresiones que los sentidos reciben de los objetos del mundo corpóreo, los cuales son copias o imitaciones de las realidades del mundo superior invisible28 (Platón, 1991, 439-441). En el mismo Diálogo dirá que: el alma, inmortal y diversas veces renacida, al haber contemplado todas las cosas, tanto en la tierra como en el Hades, no puede menos que haberlo aprendido todo. No es sorprendente que de la virtud y de todo lo demás tenga recuerdos… *…+… Nada impide que un solo recuerdo, que los hombres llaman saber, le haga encontrar de nuevo todos los demás… *…+… la investigación y el saber no son … sino reminiscencias (Platón, 1991, 446) Para Platón la reminiscencia es la prueba fundamental de la inmortalidad del alma y de la existencia de las Ideas, así lo expresa en Fedro y en Fedón, cuando dice a Cebes que si aprender no 27 En el mismo párrafo, Platón dice que el alma es “ingénita”; es decir, innata. Sin embargo, en Timeo (Platón, 1991, 1122) –diálogo posterior- dirá que el Alma no es eterna aunque sí inmortal. Esa aseveración indica que el alma no es “ingénita” sino generada: tiene principio aunque no tiene fin. 28 Los fragmentos dispersos del conocimiento anterior –traídos al presente por la reminiscencia- constituyen las opiniones verdaderas y rectas y la ciencia consiste en ordenarlos, reconstruyendo la visión completa de la realidad tal como el alma la contemplaba en su existencia anterior. 20 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung es sino recordar, es necesario haber aprendido en un tiempo anterior lo que se recuerda hoy, lo cual sería imposible, si no fuera porque nuestra alma existió en alguna parte antes de llegar a nosotros (Platón, 1991, 621). Tanto el alma como las Ideas existen a priori, porque ¿si no, cómo pudo conocerlas el alma? Lo propio de las almas, dirá en Fedro, es permanecer en contacto con las realidades superiores –a través del pensamiento, con el cual se pone en relación con las realidades inteligibles, las ideas- y no preocuparse de las necesidades vulgares de la vida (Platón, 1991, 872). El filósofo, continúa, se aparta de los objetos a que tiende el interés de los hombres y se adhiere a lo divino; en realidad están poseídos del dios29; sólo ellos tienen alas en su pensamiento y esto les hace despreciar las cosas de aquí abajo y mirar hacia arriba, a la manera de los pájaros (Platón, 1991, 866). El alma impulsada por la fuerza del dios-amor, y mediante la reminiscencia30 despertada por la Dialéctica [que distingue y separa las Ideas entre sí, según dice en Sofista (Platón, 1991, 1037)], tiende a recuperar sus alas y retornar a su estado celeste, cuando en una vida anterior contemplaba el Mundo de las Ideas (Platón, 1991, 870). El concepto de alma, en cuanto a su origen, su naturaleza, su simplicidad, el motivo de su unión con el cuerpo y su inmortalidad, tiene una evolución notable en Platón, nos dice Fraile (1972, 371) apoyándose en los diálogos Fedón, República, Fedro y Timeo; incluso, Platón dice en Alcibíades (1991, 257) que el hombre es su alma. La causa de su encarnación parece ser un pecado, aunque no dice cuál podría haber sido esa falta, continúa Fraile (1972, 371) y no volvería a su estado de entelequia –porque pertenece al mundo celeste y no al terrestre- sino hasta haber expiado esas culpas, dice en La Republica (Platón, 1991, 764) El número de almas no aumenta ni disminuye, según dice en La República: no creo que haya duda para ti respecto de la existencia inalterable de las mismas almas. Su número no podrá disminuir por la sencilla razón de que ninguna perece, y tampoco podrá aumentar, porque si algo más se añadiese a los seres inmortales, está claro que procedería de lo que es mortal, con lo que todo terminaría siendo inmortal (Platón, 1991, 837) II.B. Factores específicos en la Filosofía de Platón. Con la teoría de las ideas Platón busca dar respuesta a los grandes problemas del ser, de la ciencia y la verdad, salvando la multiplicidad real de las cosas y la realidad del movimiento; pero, buscando a la vez el fundamento del ser, de la verdad y de la ciencia en objetos fijos, estables y 29 30 Se refiere a Dios como viviente inmortal, que se basta a sí mismo para ser feliz; causa del Bien. 30 En Teeteto, dice que la reminiscencia se distingue de la memoria en que ésta consiste en la conservación 30 de las sensaciones que quedan impresas en los sentidos, mientras que aquélla es el despertar del conocimiento que el alma poseía antes de venir a este mundo por haber disfrutado de la contemplación del mundo superior de las Ideas (Platón, 1991, 927) 21 Paula Durán H. absolutos por encima de la impermanencia y la contingencia de las cosas del mundo que perciban los sentidos (Fraile, 1971, 324); aunque también es una forma de orientar el sentido práctico de la vida humana. Platón vio que la existencia de seres múltiples, contingentes, mudables y relativos, postula necesariamente la de una realidad fija, estable y absoluta. En Parménides puede observarse cómo él cree hallar la solución del problema atribuyendo a esos conceptos, no sólo el valor mental, lógico, abstracto, basado en la realidad, sino también, valor ontológico, considerándolos como entidades reales, subsistentes, situadas en un mundo superior al físico que perciben los sentidos (Platón, 1991, 957-990). De esta manera, la realidad quedará dividida en dos mundos distintos y contrapuestos: por una parte, el mundo superior, invisible, eterno e inmutable de las Ideas subsistentes, y por otra, el universo físico, visible, material, sujeto al cambio y a la mutación. Estos mundos se contraponen –no como abstracto y concreto- sino como perfecto e imperfecto en el orden ontológico. El Mundo Ideal es el reino de lo concreto y lo definido, de la realidad fija y estable; el mundo físico es el de lo indefinido, la génesis y la mutación. La idea de Hombre, es un ser particular y más real que los individuos que de ella participan (Platón, 1991, 961) III.B.1) LAS IDEAS. La palabra Platónica “ideas” viene del griego “eidos” que significa “especie”; el plural, es “eide”. Se refiere al aspecto o figura que ofrece algo al verlo. “La idea es lo que se ve de una cosa cuando se contempla cierto aspecto de ella”, dice la Enciclopedia Libre Universal: Eidos es la noción de "aspecto" (species) que ofrece una realidad cuando se la ve en lo que la constituye como tal realidad. El eidos es el tipo de realidad a que pertenece, o que es, una cosa dada. Ese tipo de realidad es "visible", o conceptualmente aprehensible mediante alguna operación intelectual. Es pues, un aspecto esencial de la realidad” (http://enciclopedia.us.es/) La acepción que le dio Platón a “idea” alude a las “formas específicas que se refieren a las cosas singulares sensibles, tales como "belleza", "justicia", línea recta", "círculo"... Tales ideas "son", mas no existen (como tal, en el sentido de realidad material; no es posible “verlas”); son independientes y separadas con respecto a las cosas sensibles individuales: estas sí existen -las cosas- y de ellas participan. Por ejemplo, la justicia, se encuentra separada de los actos justos. Las cosas del Mundo Sensible, son además de captables sensorialmente, individuales. Las ideas, son formas, que se caracterizan por ser puras, eternas, y universales. Las cosas del Mundo Sensible, son imitaciones o copias de esas ideas o arquetipos”. Siguiendo a Fraile (1972, 347), diremos que al igual que el término arquetipo de Jung, el concepto de Idea habría evolucionado en Platón; además, se le han dado múltiples interpretaciones, lo cual se hace más difícil rescatar su concepción original. Aristóteles, su discípulo, las interpretó como entidades ontológicas, reales subsistentes, distintas y separadas de las cosas sensibles; así nos lo platea en su Metafísica. Plotino y neo-Platónicos las consideran existentes en la Inteligencia –nous- procedente del Uno. San Agustín, las entiende como arquetipos ejemplares de las cosas existentes en la mente divina. 22 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Hegel, en sentido idealista. Hartmann le niega todo sentido ontológico y las considera –como Kantcomo formas a priori de la mente. Otros31, les dan un sentido dinámico de fuerzas o causas eficientes. Igualmente, Lutoslawksi, en su libro “El origen y desarrollo de la Lógica Platónica”, dice que el concepto habría evolucionado desde “formas inmanentes en seres sensibles, a formas trascendentes; luego modelo de las cosas y, finalmente, conceptos inherentes en la mente humana, correspondientes a los arquetipos existentes en el pensamiento divino” (Fraile, 1972, 348). También hay quien –Rodier, citado por Fraile (1972, 348)- indica que esto no sería efectivo y que el término nunca sufrió modificación alguna en Platón. Al respecto, rescatamos lo siguiente: II.B.1.1) En El Banquete, dice que las ideas son realidades permanentes, inmutables y siempre idénticas, ontológicamente contenidas en este Mundo Invisible (Platón, 1991, 595); fuente del Ser y de la esencia de las cosas –complementará en Fedón- (Platón, 1991, 645). II.B.1.2) Las ideas son realidades suprasensibles, y su contemplación directa es imposible mientras el alma se mantenga unida al cuerpo material; pero, al hombre le es posible accederlas por: reminiscencia, es decir, la acción de despertar el conocimiento que el alma poseía antes de encarnar, fruto de su contemplación del Mundo Superior de las Ideas, según nos dice Menón (Platón, 1991, 450); y por purificación que -dice en Fedón- es el acto de desprender las adherencias materiales del alma que la ligan al mundo corpóreo y le impiden liberarse de él (Platón, 1991, 638). II.B.1.3) En Fedro, volverá sobre esta idea diciendo que el Ser no es uno, sino múltiple y está representado principalmente por las Ideas, que son entidades estables, simplísimas, sin color ni figura, intangibles y puramente inteligibles. Son ser realísimo, causa y fuente del ser de todas las cosas (Platón, 1991, 865). II.B.1.4) En El Sofista, dirá que las Ideas son muchas y distintas. Todas participan del Ser, pero no se identifican con el Ser…. *…+… en cada una de las Ideas hay mucho ser e infinita cantidad de no-ser. Cada una de ellas tiene su propia naturaleza individual: teniendo identidad e inmutabilidad, tienen vida, pensamiento y movimiento (Platón, 1991, pgs.1029 y 1033-1035) II.B.1.5) Las ideas son entidades reales, subsistentes, perfectísimas, puras, inmateriales, eternas e inmutables, inmóviles, invisibles a los ojos del cuerpo y solamente perceptibles por la inteligencia, dirá en La República (Platón, 1991, 784-790). No son simples conceptos abstractos, sino entidades reales. En Timeo, dirá que son las razones objetivas y los modelos de todas las cosas, el fundamento de toda verdad y de la certeza absoluta (Platón, 1991, 1146). II.B.1.6) El número de Ideas debería ser igual al de especies de cosas existentes en el Mundo Sensible y a cada cosa debería corresponder una Idea determinada, dice en Parménides (Platón, 31 Se nombran genéricamente; pero, se refiere a Zeller, Gomperz, Windelband, Ueberwerg, Stallbaum, Peipes, Ritter y Bury. (Fraile, 1972, 348) 23 Paula Durán H. 1991, 962). Sin embargo, las ideas serían incognoscibles para los hombres del Mundo Sensible (Platón, 1991, 963) e incomunicables, ya que “todo el que admita que a cada cosa corresponde una esencia en sí debe admitir que ninguna de esas esencia existe en nosotros” (Platón, 1991, 976). Ejemplifica diciendo que “puede conocerse algo pequeño, pero no la pequeñez”. En este mismo diálogo, se resiste a admitir que haya ideas de objetos tan groseros como “pelo”, “suciedad” y otras, no obstante, extiende el número de Ideas a toda clase de cosas, de forma que a cada cosa distinta corresponde una idea determinada (1991, 962). Otras Ideas son: Uno y Múltiple, Movimiento y Quietud, Semejanza y Desemejanza, Generación y Corrupción, Ser y NoSer (Platón, 1991, 958). En Teeteto, habla de los “comunes” y agrega Bien y Mal, Identidad y Diversidad, Par e Impar, Belleza y Fealdad; indicando que el alma se aplica sólo y directamente al estudio de los seres (Platón, 1991, 923). En Timeo añade las Ideas de Sustancia eterna y las Figuras Geométricas elementales (Platón, 1991, 1135-1145). Filebo, distingue la Mónada y la Díada, la Relación, el Dónde, Cómo, Cuándo, Ser, Acción y Pasión (Platón, 1991, 1222-1239-1251). II.B.1.7) En Fedón, aumenta el número de Ideas y precisa más sus caracteres. Aparece la Justicia, Santidad32, Grande y Pequeña, Igual y Desigual, Díada y algunos números (Platón, 1991, 642); aparece ya algún tipo de orden jerárquico, destacándose la idea del Bien y luego la Justicia y la Belleza (Platón, 1991, 641). Del Bien33 y la Belleza34, como ideas subsistentes, se refiere en Cratilo (Platón, 1991, 430). Sin embargo, no determinó con precisión el número de entidades que componen su Mundo Ideal. II.B.1.8) Platón también asigna a cada Idea un contenido: se trata de la Idea de belleza o de igualdad y así sucesivamente. Hay un contenido primario y fundamental de la Idea Platónica (Vial, 2009, 21). Platón dice que la Idea apunta a lo real; a la realidad e todas las cosas; a lo que cada una realmente es; a eso llama ousía. II.B.1.9) El Bien –como idea- se consolida en Fedón; pero, ya en La República dice que es la idea de las ideas, la causa, el fin y la razón última del ser, de la verdad y la fuente del conocimiento de todas las cosas (Platón, 1991, 776). Es el más excelente de todos los seres (Platón, 1991, 789), la cumbre del ser y de la inteligibilidad, el término último de todo proceso intelectivo (Platón, 1991, 780); la parte más brillante del ser (Platón, 1991, 780). Lo más feliz de cuanto existe (Platón, 1991, 785). No tiene esencia, pues está más allá de la esencia (Platón, 1991, 776). Es el objeto más sublime de conocimiento… asociado a la Justicia y demás virtudes. Es el sol del Mundo de las Ideas, que está presente en todos los inteligibles, pero que los trasciende a todos, permaneciendo distinto y separado de ellos. Lo que proporciona la verdad a los objetos del conocimiento y la 32 Por Santidad entiende Platón el estado vigilante en evitar las faltas contra los dioses; culto conforme a la naturaleza en honor de los dioses. 33 El Bien, dirá Platón, es lo que no tiene otro fin que sí mismo. Lo Bueno, la causa de conservación de los seres; el fin hacia que tiende todo, de donde deriva lo que hay que escoger. Benevolencia, realización voluntaria de beneficios; acción de dar el bien. Es Honesto, quien es perfectamente Bueno; quien posee la virtud que le es propia (Jung diría “el que es lo que es; el individuado”) 34 Lo Bello es Bueno, dirá Platón 24 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung facultad de conocer al cognoscente es la Idea de Bien, a la cual se debe concebir como objeto de conocimiento y la verdad (1991, 776) II.B.1.10) En El Banquete, dice que lo bello en sí es la Idea (Platón, 1991, 580). En ese diálogo, se refiere al Amor, diciendo “…la posesión perpetua del Bien y el deseo de inmortalidad se enlazan necesariamente, por lo que el objeto del amor es también la Inmortalidad…*…+… para llegar a lo Bello mismo el camino es la iniciación…”, pues las cosas superiores del amor son un misterio: 1ero el amor al cuerpo bello; 2ndo el amor a la belleza de otras almas; 3ero amor a los conocimientos (se desprende del ser humano concreto); 4to amor a lo bello en si, la Idea (1991, 588). II.B.1.11) En Timeo, dice que el Demiurgo –causa eficiente- es quien enlaza los mundos opuestos, porque en él existe el orden35 del Mundo; pero, lo piensa, porque contempla las Ideas (Platón, 1991, 1121). Así, las ideas son inteligibles, pero no inteligentes; inmóviles y trascendentes, pero no personales y agentes directas del mundo natural. Demiurgo e Ideas son inseparables y necesarios; pero distintos: ni las ideas son pensamientos del Demiurgo ni el Demiurgo se identifica con las Ideas concebidas como inteligencias; existe lo Inteligible y existe la Inteligencia Divina, las Ideas y Dios. Es la Bondad del Demiurgo lo que hace que esa Idea de Mundo que él tiene, pase desde ser mera posibilidad a ser realidad, con lo cual la Idea –que era perfecta- al hacerse realidad en la existencia y contingencia, se imperfecciona36. Es Dios en su infinita Bondad quien hace realidad la Idea. II.B.1.12) En Fedón, dirá que las ideas son eternas, divinas, inteligibles, simples, uniformes, indisolubles, inopinables (Platón, 1991, 642); la verdadera causa de todas las demás cosas; es el mundo del ser purísimo (1991, 616) las esencias que a él pertenecen tienen toda la realidad que es posible tener (1991, 625); son lo que son; son las esencias mismas que definimos como existentes (1991, 625); conociendo esas realidades, el alma conoce verdaderamente el ser (1991, 617) II.B.1.13) En Timeo, dirá que las entidades eternas que integran el Mundo Ideal, subsistentes, perfectísimas, hermosísimas, sirven de prototipo para la obra del Demiurgo, el cual modela los seres del Mundo Sensible a imagen y semejanza de las Ideas (Platón, 1991, 1134). En La República, habla de la existencia de dos seres, uno eterno que no ha nacido ni ha sido engendrado y otro, que siempre nace, cambia y muere y nunca permanece ni llega a existir perfectamente (1991, 775). En Timeo, dirá que el primero es percibido por la intelección y el raciocinio; el segundo, por la opinión unida a la sensación no razonada (Platón, 1991, 1133). Las ideas no están en ningún lugar, porque el lugar en sentido Platónico, implica limitación y no-ser. Tampoco están en la mente 35 36 Ese orden, armonía y proporciones del Mundo, Platón, las expresa en términos matemáticos. En Parménides, Platón había superado el movilismo de Heráclito diciendo que “el ser existe y el no ser no existe” (Platón, 1991, 957); pero en Sofista busca darle alguna realidad al Mundo Sensible y no dejarlo en pura ilusión. Concluirá que el Mundo Sensible es el hacerse, la multiplicidad y el movimiento, a diferencia del ideal, invisible, el Ser, la unidad y la quietud; en Sofista (Platón, 1991, 1027) dirá que “el no-ser no es lo contrario del ser, sino sólo lo diverso del ser”. 25 Paula Durán H. divina, porque en él, las Ideas son superiores al Demiurgo y a los dioses; entidades que pertenecen a un orden inferior (Fraile, 1972, 348) II.B.1.14) En El Fedón, dice que el alma aprehende las ideas en el acto en el que sabe de sí (Platón, 1991, 616). Este acto, es el ejercicio del logos, por el cual el “alma busca estar a solas en ella misma” y encontrarse “al máximo en sí misma” (Platón, 1991, 616). Este es el proceso de “adquisición de la sabiduría –filosofía-, en el que “el alma discierne las Ideas que son en sí -justo en el ser que el alma es en sí- mediante el discurso de la filosofía” (Vial, 2009, 21). III. Comparación entre Conceptos III.A) El Alma Platónica y la Psique Junguiana. Para iniciar una posible comparación entre Mundo de las Ideas e Inconsciente Colectivo, Ideas y Arquetipos, es necesario abordar la descripción de un concepto importantísimo, cuya acepción en las teorías de uno y otro pensador es diferente. El concepto de Alma en Platón, tiene un significado y una estructura diferente al que adquiere en la psicología analítica Junguiana, motivo por el cual se hace necesario hacer las mínimas distinciones, a fin de posibilitar la tarea que se desea iniciar. III.A.1) LA ESTRUCTURA DEL ALMA, SEGÚN LOS PENSAMIENTOS DE JUNG Y PLATÓN De acuerdo al modelo presentado por Stevens (1994, 39), Jung distingue -en la psique- dos espacios, uno conciente y otro inconsciente; ambos tienen un punto focal que, en el conciente es el yo y en el inconsciente, es el sí mismo. En el inconsciente también distingue dos espacios, uno personal y otro colectivo. El inconsciente personal está conformado por unidades funcionales llamadas complejos; el Inconsciente Colectivo, por unidades funcionales llamadas arquetipos. Platón no denomina en estos términos su concepción del alma; sin embargo, en la Alegoría del Carro Alado, distingue sus partes y funciones. Platón reconoce en el alma una parte racional; la representa con un cochero y distingue en ella una función del conocimiento. También, reconoce una parte irrascible; la representa con un caballo blanco, noble y obediente; en quien destaca la fuerza y el honor. Un tercer elemento, es la parte concupiscible del alma; la representa con un caballo negro, caprichoso y desobediente; en quien asigna características de pasión y deseo. Si acordamos llamar “estructura del alma” lo que nos propone Platón en el Mito del Carro, podremos observar que existen algunas diferencias entre lo que uno y otro pensador quiso significar con ese concepto. Jung distinguirá dos grandes espacios: uno conciente y otro inconsciente; Platón, distinguirá dos tipos de elementos: uno racional –el cochero- y otro irracional –los caballos-. Para efectos de este Trabajo, interesa particularmente destacar que, en Jung, el Inconsciente Colectivo es parte de la estructura de la psique, no así en Platón, para quien el Mundo Ideal se encuentra en un espacio ontológico diferente del alma. 26 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Esta diferencia es importante, ya que afectará los conceptos que interesa comparar. El alma Platónica es la Idea en si, que gira alrededor del Mundo Ideal –antes de encarnar- y que “cae” al Mundo Sensible, producto del desequilibrio de sus partes: la razón no ha podido conducir armónicamente a la parte irracional del alma. III.B). Comparación entre conceptos: Arquetipo e Ideas III.B.1) ARQUETIPOS E IDEAS. ¿QUÉ SON? De acuerdo a lo que indican los respectivos autores, los Arquetipos son contenidos del Inconsciente Colectivo (Jung, 2007, 336), así como las Ideas, lo son del Mundo de las Ideas (Platón, 1991, 595). Otras afirmaciones de uno y otro concepto son: III.B.1.1) DE SU ORIGEN. Las Ideas platónicas existen desde siempre ya que son una realidad fija, estable y absoluta, que vive en un mundo eterno, anterior al hombre y al demiurgo. En ese sentido, a diferencia de los Arquetipos Junguianos, no son resultado de experiencia alguna, ya que son anteriores a toda realidad sensible; incluso, las cosas y los objetos son meros reflejos o apariencias de la esencia. Los Arquetipos Junguianos constituyen un compendio de las experiencias humanas de todos los tiempos y los hombres heredan el aspecto psíquico de éstos en su estructura cerebral (Jung, OC 6, 684); reúnen la experiencia humana de millones de años. Emergen de la base arquetípica de la personalidad, del Inconsciente Colectivo. Esto queda expresado, por sus respectivos autores, del modo siguiente: Los Arquetipos junguianos “son el resultado del funcionamiento psíquico de la línea genealógica; en su conjunto son una imagen natural del mundo, compuesta por la fusión y la concentración de una experiencia de millones de años” (Jung, 2004, 738) Las Ideas platónicas existen a priori (1991, 621), en contacto con las realidades superiores. A través del pensamiento, es posible establecer relación con esas realidades inteligibles y poder distinguir su esencia en las cosas sensibles (Platón, 1991, 872). III.B.1.2) DE SU DINÁMICA. El Arquetipo tiene una dinámica y una de sus manifestaciones es determinar en forma inconsciente –de acuerdo a leyes y en forma independiente al individuo- el comportamiento del ser humano; es decir, representa un patrón de conducta psíquico especializado37 (Neumann, 2009, 20). El Arquetipo junguiano es un esqueleto que precisa de la experiencia personal para encarnarse; es una forma sin contenido, representa una posibilidad de cierto tipo de percepción y acción (Jung, 2004, 214) Se ejemplifica, como un agujero negro en el espacio, del que sólo se sabe por cómo 37 En el capítulo denominado “cuál es la utilidad del Arquetipo” se volverá sobre su calidad de patrón de conducta y la forma cómo opera en el individuo. 27 Paula Durán H. atrae materia y luz hacia sí mismo. El significado que asigna Jung a los arquetipos es psicológico, dinámico y activo; continentes a ser ocupados por contenidos personales. La Idea platónica es intelectual, inmanente, estática, opera como modelo de las cosas del mundo terrenal; no ejerce el tipo de poder, que ejerce el arquetipo, sobre la conducta del hombre y en ese sentido es un “ideal” hacia el cual debe tender el alma. El alma va hacia la Idea y el hombre tiende al ideal platónico; el Arquetipo, se hace presente en la vida del hombre para guiarla. Platón da a sus modelos un valor de Ideas metafísicas, paradigmas que habitan en un mundo ontológico y trascendente, siendo las cosas del mundo sensible sólo copias mal logradas de esas abstracciones eternas. Las Ideas de Platón tienen un significado de representación mental en los individuos y se ubican en un mundo externo al sensible; no son definiciones, sino esencias que habitan en un lugar diferente del objeto. Las Ideas son formas específicas que se refieren a las cosas singulares sensibles, tales como “belleza”; no existen como tal, (Platón, 1991, 865), pero sí existen ontológicamente. Las cosas particulares se hacen inteligibles porque conocemos su concepto, la Idea. Los autores involucrados lo expresan así: Los Arquetipos son sistemas de aptitud para la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones; sistemas vivos de reacción y disposición que determinan la vida individual (Jung, 2004, 159). Cada uno tiene tipos de instintos que son causa y modelo de las actividades (2004, 202). Las Ideas de Platón son las esencias mismas (1991, 625), al conocerlas, se conoce el ser (1991, 617). Son, el modelo de todas las cosas, fundamento de toda verdad (1991, 1146); el verdadero ser, que sirve de modelo al Demiurgo para crear el Mundo Sensible (Platón, 1991, 1121). Las ideas platónicas -que pueden ser imágenes, ideas o conceptos- no interesan a Jung, en virtud de que comprometen a una de las cuatro funciones psíquicas, lo que resulta insuficiente para acceder a la totalidad, objetivo del proceso de individuación. Dice Jung (2007, 137) que “una psicología que se limite a ser satisfactoria para el intelecto nunca podrá ser práctica, porque la totalidad del alma no puede ser abarcada por el intelecto por sí solo.” Se vuelve sobre esta idea más adelante. III.B.1.3) DE SU CALIDAD. III.B.1.3.1) Aunque de naturaleza diferente, los conceptos Arquetipo e Idea, son puros y originales, no contaminados ni corrompidos en forma alguna. En ese sentido son, como dice Jung (2004, 211), restos de una edad de oro, de naturaleza pura y no falsificada. Pero ¿qué se entiende por edad de oro? ¿no es ésa, a la que se refiere Hesíodo, anterior a la humanidad; un estado ideal y utópico, en el que el hombre es inmortal y puro? ¿no es aquélla que antecede al pecado y a la caída? Siendo así, se trata de un hecho análogo al que habló Platón, quien consideró sus prototipos como Ideas divinas, puras, eternas, universales; permanentes, indisolubles (Platón, 1991,642). Su Idea no está referida a lo sensible; por el contrario, las cosas del Mundo Material deben su existencia a ese otro Mundo, en el cual habitan estos seres a los que él llamó Ideas. Estos seres inmutables y 28 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung no corrompibles; estos seres que dan su nombre a lo sensible, cuando esas otras cosas aparentes, participan de ese ser eterno y fijo. Hay semejanza, en consecuencia, cuando los autores dicen: Respecto de los Arquetipos: “Tal vez se trate de restos de una edad de oro en la que unos iniciados enseñaron su sabiduría a los pueblos…*…+ después se habrían olvidado y quedarían ahora sólo imitaciones mecánicas (Jung, 2004, 211) Respecto de las Ideas. Cada una de ellas tiene su propia naturaleza individual: siempre idéntica (Platón, 1991, 595), e inmutable. Cada una de ellas tiene vida, pensamiento y movimiento (Platón, 1991, pgs. 1029 y 10331035); Esta originalidad del Arquetipo y la Idea permite reconocer a la base de la experiencia cognitiva, algunos fundamentos originales, existentes con anterioridad al conocimiento mismo. Jung querría asentar sus Arquetipos en un unus mundus; y, en ese sentido, lo mismo quiso hacer Platón con sus Ideas, habitarlas en un espacio real –en contraposición al Mundo Aparente en el cual se encuentra el hombreIII.B.1.3.2) La Idea Platónica está a la base de todo lo percibido, de forma que el intelecto puede des-cubrir el objeto observado, de sus apariencias, para encontrar la verdad del ser. La Idea platónica tiene sustancia. Puede presentarse sola, independiente y abstraída de toda materialidad. Es decir, se puede tener una idea respecto de algo abstracto, como por ejemplo la Justicia, y calificar diferentes hechos como justos o no justos en la medida en que participen o no de esa idea abstracta que se ha denominado Justicia. También puede tenerse una idea respecto de algo concreto, una mesa, por ejemplo, de tal forma de reconocer a un objeto como mesa en la medida en que participa de la Idea de mesa. Este es uno de los argumentos que da Platón para probar que la Idea es innata; es decir, que no proviene del mundo sensible intervenido por el intelecto, sino que existe a priori. Pero, la Idea, es también el concepto que contiene un significado y que opera como vehículo de la información que contiene -el objeto específico al que se refiere-; la Idea se refiere a algo específico, que no requiere de nuestra interpretación ni de nuestra intervención. Se retoma esta idea más adelante. El Arquetipo, en su dimensión simbólica, sólo puede ser aproximado por analogía -nunca en la verdad de su ser, como sí lo es la Idea-. Una expresión de esto, hecha por los autores es: Los Arquetipos son imágenes míticas y por ello simbólicas, pues expresan la concordancia entre sujeto experimentador con el objeto experimentado (Jung, 2004, 738) Las Ideas son seres abstractos, inmateriales, inmutables, necesarios y fijos, que conducen a un conocimiento también trascendente (Platón, 1991, 1256) El Arquetipo, debe hacerse presente la situación específica en la cual se desencadena la actividad; necesita encarnarse. El Arquetipo no nace del esfuerzo ni del intento del yo, sino que aparece 29 Paula Durán H. espontáneamente desde el inconsciente, cuando más se lo requiere; es un organizador de la libido. El símbolo es la mejor designación o expresión posible de algo que resulta o esencialmente incognoscible o aún no cognoscible. Las interpretaciones de símbolos son intentos de traducir el significado o sentido del símbolo a un vocabulario más comprensible; pero, el símbolo sigue siendo la mejor expresión del significado que este comunica. Los símbolos introducen a la razón en un mundo que para la razón es aún inalcanzable; hablan el idioma arquetípico por excelencia. Se originan en el estrato arcaico de la psique, donde pueden ser, en potencia, curativos o destructivos. III.B.1.3.3) Neumann (2009, 20) indica que, no el arquetipo sino la imagen arquetípica, sí tiene un componente material, que es el contenido semántico que la conciencia ha de aprehender en el mismo. Por tanto, en este concepto hay también una distinción: El Arquetipo no es un hecho físico, describe cómo vive el alma ese hecho (Jung, 2002, 142) Las Ideas son las esencias mismas; al conocerlas, se conoce el ser (Platón, 1991, 1256) Es importante hacer la distinción entre el arquetipo y la imagen que éste adopta para presentarse y hacérsenos conciente. Los arquetipos son principios eternos que residen en la psique humana (Robertson, 1998, 225) e integran nuestras experiencias y memorias personales alrededor de él. Un ejemplo de ello puede graficarse con la sombra. La sombra es un Arquetipo; pero sus contenidos no existen mientras no aglutine a su alrededor nuestros propios contenidos psíquicos inconscientes. Una vez hecho eso, aquellos elementos rechazados por nuestro yo podrán sernos más perceptibles y así trasladados a nuestra conciencia (Robertson, 1998, 225). Tampoco la Idea platónica es un hecho físico, sino la sustancia que contiene en sí lo propio de aquello a lo que se refiere. No es descriptible en sí misma, por ser eterna -la razón limita al objeto que define-. Se la reconoce sí, cuando está presente en las cosas del Mundo Sensible, porque todo lo existente participa más o menos del ser. Platón ejemplifica con la belleza, diciendo que no es posible definir qué es bello, pero sí es posible decir que algo es o no bello, en la medida en que participa más o menos de la Idea de belleza. También los conceptos matemáticos son esencias, Ideas; y no es posible, conocer la Unidad sino al estar representada en un objeto, ya sea concreto o abstracto. Cualquier otro objeto constituye un ejemplo: la Idea mesa no es la mesa física, así como la mesa física no es la idea de mesa, pero sí la representa y es posible para el individuo reconocer en ese objeto, esa idea. III.B.1.4) DE SU CANTIDAD. Ambos autores, Jung y Platón, expresaron su pensamiento indicando que el número de Arquetipos e Ideas, respectivamente, eran muchas, pero limitadas. Esto se expresa del modo siguiente: Hay tantos, como situaciones típicas de la vida (Jung, 2004, 7). 30 Su número debería ser igual al de especie de cosas existentes en el Mundo Sensible (Platón, 1991, 963) Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Sin embargo, Jung estableció una clara distinción teórica entre el arquetipo como tal, profundamente inconsciente, y las imágenes, ideas y comportamientos arquetípicos, a las que el arquetipo da origen. Se hereda el arquetipo como tal, es decir la predisposición a tener una determinada experiencia, no la experiencia. Los arquetipos predisponen a enfocar la vida y a vivirla de determinadas maneras, de acuerdo a pautas previamente dispuestas en la psique. También, organizan las percepciones y las experiencias para ajustarlas a la pauta. A esto se refiere, al decir que hay tantos arquetipos como situaciones típicas en la vida. Podría decirse que existe algún tipo de jerarquía entre los Arquetipos, determinada por su grado de numinosidad. Sainz (1983) dice que la intensidad de esos grados estaría en función de la “distancia” entre conciente e inconsciente. De tal forma que a mayor distancia, mayor intensidad y mayor autonomía del poder energético del inconsciente arquetípico. En principio, Jung (2002, 174), dice que algunos Arquetipos se presentan e influyen más frecuentemente que otros, por ejemplo, el anima/animus, la sombra el sí mismo. Esto último les daría también algún tipo de jerarquía, ya sea por el orden que asumen en el proceso de individuación, ya sea por la frecuencia con que se presentan. Por otra parte, Platón (1991, 430), dijo que las ideas son múltiples y distintas, destacando entre ellas, el Bien, la Justicia y la Belleza. Las hay de diversas clases, de lo abstracto y lo concreto, simples y compuestas, de lo valórico y lo mundano. Todas participan del Ser, pero no se identifican con él, ya que en cada una de ellas hay mucho ser e infinita cantidad de no-ser (Platón, 1991,1029) Platón jerarquiza sus Ideas (Platón, 1991, pgs. 1029 y 1033-1035) según la cantidad de Ser que ellas tengan. III.B.2) ARQUETIPOS E IDEAS. ¿PARA QUÉ SON? A continuación se dan algunos argumentos que harían importante el estudio de los Arquetipos e Ideas en el contexto de las teorías de Jung y Platón, respectivamente: III.B.2.1) DE LA FORMA. En el pensamiento Junguiano, la existencia del hombre estará más o menos lograda en la medida en que éste haga concientes los contenidos inconscientes de la psique. El inconsciente colectivo es para Jung la fuente de las pulsiones e instintos; pero, también el origen de las formas básicas del pensar y sentir humanos: impulso creador y Arquetipos colectivos, que contienen la materia prima y la herencia humanitaria de aquellas situaciones típicamente humanas. En el pensamiento platónico, las Ideas son la realidad misma, contienen todo el ser que es posible tener. El alma es la instancia que puede acceder a esa verdad, el Ser. Platón decía que las Ideas eran justamente el objetivo del saber y vivir del filósofo, ya que al conocer las formas eternas podía instruir a los demás en ese conocimiento. Es importante recordar que en Platón, el conocimiento sólo es posible de las formas inmutables y universales, que poseen entidad propia y eterna; lo otro es especulación, opinión o creencia. 31 Paula Durán H. Por tanto, los Arquetipos e Ideas, son conceptos fundamentales en ambos pensadores. Los Arquetipos son las formas en las que se manifiestan los instintos (Jung, 2004, 206) y lo creativo (Jung, 2004, 159) Las Ideas son ser realísimo, causa y fuente del ser de todas las cosas (Platón, 1991, 865). La idea es la existencia. Los arquetipos se comportan como instintos cuando intervienen en la configuración de los contenidos concientes, para regularlos, modificarlos y motivarlos (Jung, 2004, 206). Dotados de autonomía, influyen en nuestro pensamientos, afectos y acciones. Dice Jung (2004, 211) que también las esencias deben presentarse cubiertas de forma – refiriéndose a los Arquetipos- e incluso podría haber Arquetipos pre-concientes que nunca han sido conocidos y que pueden serlo a través de sus repercusiones en los contenidos concientes. Ahora bien, si a través de la observación de lo que sucede a los individuos, pudiera eventualmente, distinguirse nuevos Arquetipos que, aunque existentes desde antes, no hubiesen sido suficientemente observados, bien puede aplicarse el mismo raciocinio a las Ideas de Platón, en el sentido, que uno pudiera ir descubriendo o develando Ideas que, aunque existentes a priori, no hubieren sido resaltadas adecuadamente. Sainz (1983, 340) busca explicar las raíces del Arquetipo en el instinto, diciendo que a lo que se refiere –Jung- es a la existencia de pautas que representan -por ejemplo- las diferentes edades del hombre, nacimiento, muerte y otros. Dice que, diferentes tipos de situaciones que son típicas, se representan por algún tipo de forma innata al individuo, que lo fuerza a conducirse de un modo específicamente humano. El instinto, en ese caso, toma una forma específica y esa forma es el Arquetipo. El Arquetipo, específicamente, es un proceso interno y no imágenes de objetos –que serían imágenes arquetípicas- De acuerdo a lo expresado por Sainz (1983, 345) Jung dijo que eran centros de energía, campos magnéticos que subyacen a la transformación de los procesos psíquicos en imágenes. En este punto de la exposición, el método con el cual se ha llevado a cabo la comparación entre Arquetipo e Idea, se vuelve definitivamente poco práctico. Ello, en virtud de que la forma de la Idea, es fondo. Es menester, para continuar, profundizar en el concepto al que se estaba refiriendo Platón cuando habló de Idea. Una primera aproximación se hace en la comparación siguiente: Los arquetipos son factores y motivos que ordenan los elementos psíquicos en ciertas imágenes, caracterizadas como arquetípicas, pero de tal forma que sólo se pueden reconocer por los efectos que producen, en los sueños, mitos, cuentos de hadas, folklore, delirios, fantasías, comportamientos y demás manifestaciones del ser humano (Jung, OC 11, 222) 32 La Idea es la ousía, la realidad de todas las cosas, lo que cada una de las cosas es. A través de la Idea se llega a saber lo que la cosa es o puede ser en sí misma. Las Ideas, como formas del alma, tienen cifradas en sí la realidad de las cosas. La existencia verdadera, la realidad misma, se descubre, a la par de la existencia real del alma y en ella misma, en su vida, no en otro lugar u otra forma (Vial, 2009, 18) Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Vial (2009, 18) dice que “el de Sócrates y Platón es un idealismo absolutamente realista” y lo explica diciendo que las cosas son en sí. Es decir, las cosas son lo que son y no son una cosa distinta; es decir, la Idea, es en sí y por sí misma lo que es. La Idea es ella y su sustancia, una sola y misma cosa38. Volviendo al ejemplo de la mesa dado antes, podrá decirse que: cuando uno dice “mesa”, no se refiere a esta ni a esa mesa –a no ser que diga “esta mesa”-, se refiere a “otra mesa” a una “única mesa” que constituye la esencia de lo que es una mesa; cuando uno dice “mesa”, nada hay en el mundo sensible que sea equivalente a esa expresión; todo lo que pueda encontrarse en el mundo sensible que responda a esa Idea, será porque tiene en sí características que le hacen participar de la Idea de “mesa” –de ahí, entonces, que Platón hable del mundo sensible como el mundo de “la apariencia”-. La “mesa” en sí, a la cual aludimos al expresar el vocablo, existe y es a priori; está en el Mundo ontológico, en el trascendente. Ese mundo trascendente es justamente el que estudia la Metafísica, una ciencia cuyo objeto de estudio es el SER. La Metafísica es la Ciencia del Ser; Filosofía primera, la llamó Aristóteles. El pensamiento platónico dice que cuando se está en el conocimiento del SER, se está en el conocimiento de la VERDAD, se está en SABIDURÍA, en el conocimiento del Alma (Vial, 2009, 18-19). A lo que se está refiriendo Platón a través de Vial, en este última expresión, es el mismo estado al que Jung denominó totalidad. III.B.2.2) DE LA DINÁMICA. Dice Jung (OC 11, 222) que los Arquetipos serían motivos o imágenes primordiales en conexión con disposiciones, que comienzan a funcionar en un momento del desarrollo de la mente humana y ordena el material de la conciencia hacia pautas definidas. En rigor, los Arquetipos designarían solamente los contenidos psíquicos que aún no han sido sometidos a elaboración conciente. Es esencialmente un contenido inconsciente que es alterado al hacerse conciente y ser percibido y que adquiere sus características propias de la conciencia individual en la que aparece. La dinámica del Arquetipo determina en forma inconsciente el comportamiento del ser humano –y lo dirige como campo magnético de fuerza, dice Neumann (2009, 20)- por medio de instintos que operan como patrones de conducta (Jung, 2004, 202). El Arquetipo tiene una dinámica extraordinariamente útil para la vida del hombre; dinámica que no pareciera tener la Idea platónica, según estas citas clarificadoras: Entregan un sentido verdadero y profundo a la vivencia humana (Jung, 2004, 206) Espíritu rector del intelecto (Jung, 2004, 207) Las razones objetivas y los modelos de todas las cosas, el fundamento de toda verdad y de la certeza absoluta (Platón, 1991, 1146) “El componente dinámico de lo inconsciente -dirá Neumann (2009, 20)- posee para el individuo que se ve dirigido por él un carácter constrictivo y está acompañado en todos los casos por un 38 Se utilizó el argumento de Robertson –psicólogo, mago y escritor- en el capítulo anterior, para demostrar que la Idea no tenía materia. Vial –abogado, filósofo y profesor- utiliza palabras muy parecidas para demostrar lo contrario, que la Idea sí tiene materia. Vial es especialista en el pensamiento de Platón, Aristóteles y Kant y se le reconocer ser "el filósofo chileno ”. contemporáneo más reconocido en el extranjero 33 Paula Durán H. intenso componente emocional”. La constelación del arquetipo está irremisiblemente vinculada con una profunda conmoción bíopsíquica, que puede manifestarse en cualquiera de sus niveles. Es decir, puede expresarse por la alteración en los instintos, la pasión, la afectividad o en un tono afectivo más elevado. Cuando el contenido que opera sobre ese influjo inconsciente, es percibido, sale al paso de la conciencia en la figura simbólica de una imagen (Neumann, 2009, 21) En los Arquetipos confluyen elementos del espíritu y del instinto, de la imagen y del impulso. La experiencia del símbolo une al cuerpo y la mente con un poderoso y persuasivo sentimiento de totalidad. El símbolo tiene esta importancia por su capacidad para transformar la energía natural en formas culturales y espirituales (Jung, 2004) Cuando la libido encuentra una analogía espiritual, una idea o una imagen, se dirige hacia allá porque esa es su meta, no porque sea un sustituto para la satisfacción sexual. Para Jung esta es una transformación de la libido y la cultura es lo que emerge de semejantes transformaciones. La cultura es la satisfacción de un deseo, no la obstrucción del mismo. Jung está convencido de que la naturaleza del ser humano conduce hacia la formación de cultura, hacia la creación de símbolos, hacia la contención de la energía de forma tal que pueda influir hacia esos contenidos mentales y espirituales (Jung, 2004) Es la razón por la cual se califica la aparición de los arquetipos como espiritual, porque dan un sentido a la vivencia humana (Jung, 2004, 207) Estas características del Arquetipo, no las tendría la Idea, de acuerdo a Jung (2002, 73) ya que la idea sería meramente intelectual. Sin embargo, debe recordarse que la idea es indicadora de conocimiento y el conocimiento no es un mero reflejo ni una copia de la realidad; el conocimiento es una síntesis creativa de una forma, que construye un mundo realizado en el lenguaje y en el arte. Es decir, si pueden tenerse imágenes espirituales del universo en nuestro conocimiento es porque son espejos vivientes del universo, según la expresión de Leibniz; son actos del espíritu más que recepciones pasivas. Dichas imágenes no proceden del objeto, sino por el contrario, llevan hacia él, porque lo constituyen como una posibilidad. Humbold dice que “la diferencia de lenguas no proviene de la diferencia de sonidos y de signos, sino de las concepciones del mundo” (Cassirer, 1972, 21), por lo que el uso de determinadas palabras y de un lenguaje específico no nace sino de la imagen que un objeto engendra en el alma. Cassirer (1972, 22) dice que comprender un lenguaje, una idea, una palabra, es buscar su ley interna y eso es un trabajo del espíritu y no del intelecto. Se trata de caminar desde el producto verbal al proceso verbal.39 En el verbo hay un simbolismo y no sólo un signo. Es el nombre el que representa a un objeto, el que lo consolida; es el signo hecho vocablo el que se apropia de la idea y es de ahí que el hombre deriva su simbolismo. Kant dice que, uno conoce al objeto, cuando ha realizado una unidad sintética de la 39 Es lo que sucede, también, de alguna forma cuando se está frente a un trabajo escrito desde un lenguaje no científico -o desde un lenguaje proveniente de otra ciencia- mediante el cual se desea transmitir esa ley interna. Esta intención que da la ley interna también hace posible que transmita o no su mensaje que, aunque utilice las mismas palabras, sea diferente. Ej.: Sísifo empuja una piedra por toda la eternidad es también decir que Sísifo empuja una piedra interminable. En ambos casos hay una descripción; pero, la primera expresión es intelectual; la segunda, tiene una carga afectiva y espiritual. 34 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung diversidad de la intuición (Cassirer, 1972, 28). Es decir, el conocimiento –que es la apropiación de la idea- abarcaría a la intuición. Mas aún, el lenguaje expresa con una palabra una multiplicidad de impresiones y representaciones, proceso en el cual la individualidad del objeto queda extraviada. A través de ese proceso, el lenguaje hace la sinopsis intelectual de lo múltiple y alcanza la esencia, condición de la contemplación de las Ideas de Platón (Cassirer, 1972, 28). La unidad del nombre – que da un signo común a una multiplicidad de impresiones- cristaliza diferentes representaciones en un sólo fenómeno que se vuelve homogéneo y semejante por su relación con un centro común (Cassirer, 1972, 28). En Platón, el lenguaje es importante por esta síntesis que se cristaliza en el signo; pero va más allá del lenguaje escrito, a través del cual se logra ya expresar ese proceso sinóptico, va hacia toda forma de lenguaje. Platón, como seguidor de Sócrates, postula la importancia de que se produzca interrelación entre quienes establecen una comunicación, desde la cual se extraerán verdades. Dirá que “el lenguaje se eleva a su más alta forma intelectual, cuando pasa del estadio de la simple “comunicación” al de la “proposición”, de la “representación” propiamente dicha” (Cassirer, 1972, 34), lo cual se produce cuando “la actividad de los sentidos se une sintéticamente al acto interno del espíritu”. La razón debe ser incorporada al lenguaje, porque si la pasión se expresa, entonces se somete. Este es el motivo por el cual la conversación oral y la mayéutica son tan importantes: es el método a través del cual se hace hablar a la conciencia. Porque, es a través del lenguaje40 que el hombre se empodera no sólo de las cosas y de los otros, sino también de sí, ya que ejerce, a través de la palabra, una toma de conciencia con lo cual adquiere un poder nuevo sobre sí mismo (Cassirer, 1972, 34). La conciencia va aprehendiendo al ser a través de un proceso dialéctico, en el cual va separándose del objeto o del sujeto, para tomar una nueva perspectiva y no logra dominarlos sino hasta que los designa simbólicamente, lo que sólo puede hacerse por un acto puro de mediación espiritual (Cassirer, 1972, 35). Cassirer explica la necesaria intervención del símbolo, es decir, del espíritu, del siguiente modo: El lenguaje opone invariablemente otra dirección, afectada de signo contrario, a la tendencia, al apetito, a la pasión que van derecho a las cosas. En él coexisten siempre atracción y rechazo, que permanecen en una suerte de equilibrio ideal, pues a la necesidad de atraer inmediatamente las cosas a sí e incorporarlas simplemente a la esfera del yo, opónese aquí otra necesidad, la de alejarlas del yo, ponerlas fuera de él, al sólo fin de hacérselas representables y de convertirlas en objetos, por el acto mismo que las pone fuera de él. La fuerza de atracción es equilibrada por la fuerza de la abstracción. La convergencia hacia las cosas que tiene lugar en el lenguaje es al mismo tiempo una manera de desviarse de ellas. Tal vez debiera decirse con mayor justicia que así como el Arquetipo junguiano entrega un sentido verdadero y profundo a la vivencia humana (Jung, 2004, 206), así también, la Idea platónica despierta en el hombre la necesidad de buscar en su interior su propio sentido, uno que no viene 40 Recordar la importancia de la Dialéctica, en Platón. 35 Paula Durán H. “del dentro hacia el fuera” como el que expresa Jung, sino uno que viene “del fuera hacia el dentro” -como presionamos41 las palabras de Platón- para que ingresen al sistema y al vocabulario conciliatorio que vamos descubriendo. Lo dicho implica que, tanto el Arquetipo junguiano como la Idea platónica tienen un rol importante a favor del desarrollo de una vida humana con sentido. Así puede también deducirse de las citas siguientes: El Arquetipo llama a la individuación y a la ética personal. “La confrontación con el arquetipo o con el instinto supone un problema ético…*…+cuya urgencia percibe quien debe decidirse a favor de la integración de su personalidad” (Jung, 2004, 214) Para orientar el sentido práctico de la vida humana (Fraile, 1971, 324) Contemplación del mundo superior –las ideas- es el estado de felicidad suprema del hombre y como ello no es posible, la mayor felicidad será recordar lo contemplado antes. (Platón, 1991, 626) III.B.2.3) DE SU FUNCIÓN UNITIVA. III.B.2.3.1) En el período en que Jung desarrollaba la idea del número como arquetipo del orden y la estructura, mantenía correspondencia con Pauli, un físico que, a su vez, buscaba un lenguaje neutral que pudiera fundamentar los mundos físico y psicológico (Robertson, 1998, 316). Jung y Pauli concluyeron que existían dos clases de principios de conexión en la naturaleza. El primero era la causalidad lineal y el segundo, la conexión acausal; a esta última la llamaron sincronicidad: puente entre un hecho físico externo y un hecho psicológico interno. Jung pudo verificar que tanto los Arquetipos como los instintos eran factores psicoides, vale decir, contenían un aspecto que no puede ser descrito como meramente psíquico. El físico en el intertanto, comprobaba que materia y espíritu podrían ser dos aspectos de lo mismo. En tal caso, la naturaleza psicoide de los arquetipos sería el puente entre la psique y la materia (Jung, 2004, 217). El argumento del Mundo de las ideas de Platón sería, de acuerdo a Robertson, un buen intento, pero incompleto, respecto de lo que Jung estaba proponiendo, en relación a este aspecto, para el arquetipo. Todo lo que vemos, oímos y tocamos en el mundo que nos rodea es sólo la sombra de un objeto ideal existente en un mudo ideal. Aunque se trata sin duda de un intento temprano de describir la naturaleza arquetípica de la realidad, es aún muy incompleto. El mundo ideal de Platón, queda, como las visiones primitivas de Dios y del cielo, totalmente alejado de nosotros y de nuestra experiencia (Robertson, 1998, 323) 41 Y también digo “presionamos”, porque la postura platónica al respecto no es como se está forzando en el argumento, ya que el “hombre es su alma” y el alma es una idea apresada en esta cárcel material, de la que hay que ir liberándose para acceder a la verdad. Decimos del “fuera hacia el dentro” dado que el Mundo de las Ideas es uno diferente del Mundo Sensible, en el cual se encuentra este hombre que busca. 36 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Sin embargo, Robertson podría no haber hecho una buena interpretación de las palabras de Platón, ya que Vial indica que la Idea platónica no es vacía, ni incomunicada ni abstracta; la Idea platónica es una intuición entre la relación existente entre la sensibilidad y el intelecto. Es decir, la Idea platónica es la instancia que vincula al cuerpo con el alma. Vial42 nos sugiere que, la Idea forja la unión entre el alma y la materia, ya que ni la idea es un ente abstracto, incomunicado y vacía, ni la percepción sensible un dato ajeno que deja una huella en el cuerpo. La percepción sensible no es sólo aprehensión de un dato externo que imprime su presencia en los sentidos del cuerpo. El dato que el ojo, la mano, el oído captan no sólo lleva consigo color, sonido o resistencia. Si digo ver dos maderos semejantes, en los que hay color, sonido, resistencia, hay también dos y hay semejanza. Pero en la semejanza hay la Idea de igualdad y lo que es más inmediato: una carencia de lo que es en sí la igualdad; hay sólo una semejanza. Así la intuición del logos forja el complejo del conocimiento. (Vial, 2009, 31) Tampoco en la Idea hay una paloma que pretenda volar sin aire, un ente abstracto, una contemplación vacía. Por el contrario, hay la más íntima fuerza del alma que concurre en esa forja. Esta experiencia esencial del alma se proyecta, más allá de los cuerpos de la naturaleza, más allá de los puros conceptos abstractos de la razón, más allá del mito. Se proyecta como un saber universal ligado a la esencia del alma, que se abre como vía de la verdad (Vial, 2009, 31) Por lo tanto, lo que ha hecho Platón en el Fedón es proponer una lógica de la intuición fruto de una viva relación entre sensibilidad e inteligencia; es decir, entre cuerpo y el alma. Ni la sensibilidad en el cuerpo es ciega, ni la inteligencia del alma está vacía (Vial, 2009, 31) De estas expresiones –Cassirer y Vial; Jung y Robertson- podemos colegir que el Arquetipo junguiano y la Idea platónica tienen un aspecto fundamental en común. El más relevante, a mi juicio, parece ser este recién descrito: el rol que ambos ejercen, en cuanto relacionar al espíritu con la materia, establecer un puente entre el alma y el cuerpo. Esto lo expresan Jung y Platón, éste último a través de Vial, de la siguiente forma: Tienden un puente entre la conciencia del presente que corre peligro de desarraigo y la totalidad natural inconsciente-instintiva de los tiempos primitivos (Jung, 2002, 162) 42 La Idea forja la unión entre el alma y la materia; la idea no es un ente abstracto, incomunicado y vacía, ni la percepción sensible un dato ajeno que deja una huella en el cuerpo (Vial, 2009, 31) Especialista en el pensamiento de Platón, Aristóteles, Descartes y Kant, Se le reconoce ser "el filósofo chileno contemporáneo más reconocido en el extranjero", según el Ranking: Los intelectuales públicos más influyentes en Revista Qué Pasa. Miembro de la Academia de Ciencias. (Wikipedia) 37 Paula Durán H. III.B.2.3.2) Withmont (1982) dice que la falta de conexión con la dimensión arquetípica genera un empobrecimiento espiritual y la sensación vital de falta de sentido.43 Jung y Wilhelm (s/a, 30), se refieren a lo mismo cuando dicen que cuando una conciencia amplia surge sólo de lo foráneo y se inclina a la autonomía, se rebela contra los viejos dioses, de tal forma que no tiene más que ser castigada en el Cáucaso por lo inconsciente. Lo cual indica que la identidad personal se va desarrollando de la mano de un prototipo colectivo. Un lenguaje diferente utilizará Platón para referirse a las consecuencias, que tendría para el individuo, el no ocuparse de los prototipos originales. La reminiscencia es el acto que descubre al alma de su oscuridad, mediante el cual puede ésta recobrar su estado original de felicidad y liberarse de estar atada a la cárcel del cuerpo, en el cual sólo accede a la apariencia. En este aspecto, también los conceptos Junguiano y Platónico comparten algún grado de semejanza, ya que para ambos autores, este proceso el es que posibilita Ser en su mejor y mayor dimensión. Así queda expresado en las siguientes citas: Ocuparnos de él es para nosotros una cosa vital. Se trata de ser o no ser espiritualmente (Jung, 2002, 23). Despertar al alma con la reminiscencia y librarla del indefinido ciclo de transmigraciones (Platón, 1991, 626) Aún más, recordemos que Robertson (1998, 219) se refiere algunos Arquetipos –la sombra, el anima / animus, el self- como Arquetipos de desarrollo. Y es que los Arquetipos, especialmente estos, contienen en sí las herramientas que harán posible que el individuo se avenga consigo mismo, a través del reconocimiento y la vinculación con el mundo humano original. Como se dijo antes, el sentido que Platón da a las Ideas y al alma es diferente, inicialmente, porque piensa que el hombre es su alma y ésta, siendo originalmente libre en contemplación de las Ideas, comete algún tipo de desequilibrio –que Platón nunca define- por el cual es castigada a encarnarse en un cuerpo; es decir, a hacerse prisionera de él. En ese estado, el alma pierde su sabiduría, la cual sólo puede ir siendo recuperada a través de la reminiscencia. El alma platónica mantendrá su estado de oscuridad hasta que le sea posible volver a contemplar el Mundo Ideal, las esencias, las ousías. Es decir, origen y realidad de todas las cosas. Por eso dice que “al grado supremo del ser –Ideas- le corresponde el grado supremo del conocimiento –Dialéctica-“ (Platón, 1991, 789) Y luego, que sólo podrá darse ciencia acerca de realidades puras y sin mezcla (1991, 790). En ambos autores, Jung y Platón, hacer el camino del alma es lo deseado. En Platón, será recuperar, a través del conocimiento, lo que ya se tenía, descubrir lo que la cosa es, la verdad, la ousía; en Jung, permitir la realización, manifestación y participación del self en el mundo conciente. Porque, en Jung, los Arquetipos “contienen la experiencia humana desde la eternidad, 43 Lo arquetípico, para ser sanador y conectar al sujeto con su inconsciente, debe estar anclado y encarnado en el terreno personal, es decir, debe descubrirse su significado en la experiencia concreta de las dificultades cotidianas y no tratar de comprenderse su significado a través de especulaciones teóricas. 38 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung constituyéndose en sistemas vivos de reacción y disposición que, por medios invisibles, determinan la vida individual” (Jung, 2004, 159); bosquejan nuestra relación con el mundo y, al ser elementos impersonales, colectivos y objetivos presentes en la psique, reflejan temas universales, que sirven para salvar la brecha sujeto/objeto. III.C) ARQUETIPOS E IDEAS. ¿CÓMO SE ACCEDE A ELLOS? III.C.1) DE SU TRASCENDENCIA. Tanto los Arquetipos como las Ideas están más allá de lo sensible y de lo meramente perceptible, por lo tanto, en principio, no son accesibles. Así lo indican los respectivos autores. El Arquetipo es trascendente. No puede acceder a la conciencia. Una forma básica en sí misma irrepresentable (Jung, 2004, 21). Mientras tengamos el cuerpo y esté nuestra alma mezclada con semejante mal, jamás alcanzaremos de manera suficiente lo que deseamos; es decir la verdad. (Platón, 1991, 616) Sin embargo, Platón, a través del relato que hace del Mito de la Caverna, dice el mundo inteligible sólo puede ser accedido en la última instancia del conocimiento, cuando el alma ha ascendido a ese mundo y está contemplando las cosas que en él hay, las Ideas. (Platón, 1991, 778). La idea de Bien es la última percibida, la causa de todo lo recto y hermoso que existe en todas las cosas. (Platón, 1991, 780) Jung, en relación análoga a este punto, distingue entre imagen arquetípica y arquetipo, indicando que el arquetipo es per se; es decir, tiene una forma básica irrepresentable. Ese arquetipo per se no parece ser posible que acceda a la conciencia, es trascendente. Jung lo calificó de psicoide, indicando que cuando se habla de arquetipos, lo que se hace es referirse a sus visualizaciones a sus concretizaciones propias del área conciente. Pre-existen a la experiencia primera, son dominantes preformados anteriores a toda experiencia. El mito circunscribe e interpreta un núcleo de significado que será el arquetipo. El significado último de ese núcleo no es ni será conciente. El Arquetipo, al igual que la Idea, es una entidad metafísica porque trasciende a la conciencia. III.C.2) DE CÓMO CONTACTARLOS. No obstante ser trascendentes, sus efectos los hacen de existencia indudable. Una de las diferencias más evidentes, en relación a este punto, es el hecho de que el Arquetipo se presenta ante nosotros en determinadas circunstancias, a diferencia de la Idea, que está quieta e inmóvil a la espera de ser conquistada por el conocimiento. La veracidad del Arquetipo está en su propia numinosidad; es decir, en la emocionalidad que nos provoque su fuerza atrapante e invasora. Esto queda expresado en los siguientes textos: Se presenta en la psique individual como constelación que orienta la libido …*…+… es la autorepresentación del instinto y se manifiesta como símbolo y mito en un proceso de psiquificación (Jung, 2004, XVII) Reminiscencia que hace surgir poco a poco la iluminación exterior –el Bien-; del dominio de lo verdadero –las ideas-, lo cual sólo puede hacerse una vez que se ha llegado a la madurez -50 años- (Platón, 1991, 794). A través del alma, que las contempló antes de encarnar (Platón, 1991, 864) 39 Paula Durán H. Neumann (2009, 22) se refiere a este punto diciendo que “el individuo se ve constreñido en su accionar, porque el Arquetipo se manifiesta en la conciencia como un pattern of vision que ordena el material psíquico en imágenes simbólicas”. Sensación –dirá Jung (2004, 202)-, que se acompaña de un fuerte componente emocional. Por otra parte, el alma platónica aprehende -las Ideas- en el acto en el que sabe de sí, el ejercicio del logos, por el cual el alma busca estar a solas en ella misma y encontrarse al máximo en sí misma. Se trata del proceso de adquisición de sabiduría; es decir, la filosofía- (Platón, 1991, 616); un proceso introvertido y lento. III.C.3) DE CÓMO PERCIBIRLOS. Tanto los Arquetipos como las Ideas pueden ser percibidas en un estado especial del ser, ya que en ambos casos se trata de elementos que están disponibles para el alma en el momento en que ésta lo ansía. En Jung, esta necesidad es inconsciente y no se busca, sino que se “encuentra”, porque el desarrollo vital del individuo lo demanda. En Platón, este encuentro es largamente buscado y ansiado. Los autores lo expresan así: Su representación básica es el símbolo (Jung, 2002, 23); y surgen por el empobrecimiento de éstos (Jung, 2002, 23). El alma, concibe las ideas, en su plenitud, en su perfección, en el máximo de sí (Platón, 1991, 616); es decir, liberada de todo estímulo proveniente de la materia. Es curioso cómo los autores plantean esta necesidad. Platón lo concibe en el escalón más alto del ejercicio del pensamiento, cuando éste, liberado de toda necesidad material, accede a la contemplación. El hombre Platónico llega a su meta, después de un arduo camino, a la contemplación de las Ideas, del Ser. El Arquetipo junguiano, de alguna forma, está más atento y más presente en el desarrollo evolutivo y de conciencia personal. El Arquetipo junguiano acompaña al hombre en su desarrollo, mostrándole su camino de verdad –expresado en términos platónicos- cuando este hombre está empobrecido de espiritualidad o de signos espirituales. La aparición del Arquetipo junguiano y el encuentro con la Idea Platónica, en los respectivos esquemas de pensamiento, son entonces un signo -para el hombre-: el Arquetipo le indica cómo encaminarse en la ruta correcta de evolución y desarrollo personal y espiritual; la Idea, le certifica que su alma está contactada con su mundo real. En ambos casos, aunque la expresión sea junguiana, su aparición /contemplación tiene un carácter numinoso que debe calificarse de espiritual Jung (2004, 435) dirá que se presentan como ideas e imágenes, al igual que todo lo que se convierte en contenido consciente. Neumann (2009, 22) complementa, que el contenido consciente de un arquetipo se manifiesta en la figura simbólica de una imagen dinámica que actúa como un espíritu guía que orienta al yo y sus funciones. Reconocerlos, incluyendo la personalización por parte de la psique de motivos arquetípicos simbólicos, es una parte vital del proceso junguiano. 40 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Conclusiones El Informe ha resultado tener consecuencias inusitadas y no previstas, entre ellas, verse en la necesidad de entrar en materias que pudieran parecer tangenciales y que, sin embargo, resultaron ser indispensables al momento de querer comparar términos que provienen de disciplinas diferentes. También influyó el que el término “arquetipo” haya sido analizado por diferentes pensadores de distintas disciplinas, como también sucede con el concepto “idea”, cuya acepción Platónica no es exactamente lo que parte de filólogos o filósofos del lenguaje han enunciado. Probablemente esta aparente inexactitud ha llevado a que ambos términos pudieran ser continuamente comparados o evocados al referirse a uno de ambos. Finalmente, se opta por tender un puente entre ambos conceptos, dado que a medida que avanzó la reflexión, tomaba conciencia de que lo que animaba a uno y otro pensador era en definitiva lo mismo. Tanto Platón como Jung eran dos idealistas que aspiraban alcanzar la perfección: Platón la obtendría en el conocimiento puro de las ideas, abstracción pura y propia del espíritu; Jung la obtendría en la totalidad de la psique, también una abstracción pura de un alma realizada completamente. En ambos casos se trata de un ideal a alcanzar. Un ideal que, en el caso de Platón, se obtendría retirándose de la vida ordinaria para volverse hacia el espíritu, dominando las funciones irracionales del alma, recordando lo que ella ya conocía: la verdad. En el caso de Jung dicho ideal se lograría a través del espíritu, recorriendo el camino que permite realizar la totalidad del alma: la conciencia, a través de la integración –o el equilibrio- de las funciones psíquicas. Platón, con una intuición sorprendente, llega a la misma conclusión que llega Jung miles de años después. Hay dos conceptos que, a mi juicio, son vitales para comprender los parecidos y las diferencias entre las teorías: el concepto de alma y el concepto de espíritu. Platón pensaba que el tránsito entre el Mundo de las Ideas y el Mundo Sensible se hacia a través del Logos/conocimiento y el Eros/amor. Los textos iniciales de Jung hablaban de Eros y Logos, en lugar de sentimiento y pensamiento (Robertson, 1998, 239). Posteriormente, habría pensado que dichos términos no reflejaban la experiencia arquetípica, porque lo que en rigor sucedía, según su experiencia, era que el hombre tenía gran dificultad para reconocer sus sentimientos; la mujer, por el contrario, requería integrar el pensamiento lógico y la iluminación espiritual (Robertson, 1998, 240). Fue el conocimiento de la alquimia y sus símbolos lo que a Jung le hizo tomar conciencia de que, para acceder a la totalidad, el hombre debía hacer un camino interno; la mujer, uno hacia el exterior (Robertson, 1998, 230-241). Esas funciones, análogas pero diferentes para el hombre y la mujer, fueron las que Jung distinguió como anima/alma –para lo femenino en el hombre- y animus/espíritu –para lo masculino en la mujer-; esa pareja sagrada, que en Jung, están custodiando la puerta de la individuación. El alma y el espíritu cumplen esa misma función: conectan con lo transpersonal. En el caso de Platón, con el Mundo Ideal; en el caso de Jung, con el Inconsciente Colectivo. Tanto Jung como Platón, entienden la necesidad de volver a conectarse con la trascendencia y recrear los lazos del hombre con su origen. El camino recorrido por uno y otro resuenan ser 41 Paula Durán H. parecidos. Esto se va haciendo muy patente al profundizar en sus teorías. ¿Qué son si no la reminiscencia Platónica -a través de la mayéutica socrática-, respecto de hacer concientes contenidos inconscientes -a través del análisis Junguiano-? ¿Cuál es la diferencia final entre totalidad psíquica Junguiana e iluminación Platónica, encontrada en las afueras de su Caverna mitológica? ¿No son ambas teorías una búsqueda de caminos que conduzcan hacia la trascendencia, donde el hombre pueda encontrar su verdadera felicidad? ¿No está, la verdad, en ambos pensadores, de alguna forma “cubierta” por una realidad engañosa? ¿No son las ideas anteriores a los hombres y completamente independiente de ellos; y los arquetipos, un repertorio pregrabado en nuestros genes; y en tal sentido, ambos, innatos? ¿no tienen arquetipo e idea una naturaleza pura y no falsificada; inaprensibles para la mente humana si no fuese por la imagen – símbolo, en términos Junguianos-? ¿no se comportan ambos de tal forma que su significado sólo es aprehensible por la mente del hombre en su calidad sintética; y de ahí su “parecido” con el concepto de infinito de Cantor? La idea Platónica, sin embargo, es un concepto mucho más idealizado que el término Junguiano de arquetipo, al que hay que “ir a buscar” a diferencia del arquetipo, que nos posee y se “adueña” de nuestras conductas y ¿de nuestra vida? Idea Platónica y Arquetipo Junguiano, términos que siguen emulando ser “parecidos”, porque ambos tienen la función de conectar al hombre con otras dimensiones: EL ARQUETIPO, QUE ES VACÍO, CONECTA CON EL INCONSCIENTE COLECTIVO; LA IDEA, QUE ESTÁ LLENA, CONTACTA CON EL MUNDO DE LAS IDEAS. El término “arquetipo” no era –como debió suponerse- una palabra surgida de un universo no nacido; estaba ahí, alimentado por las reflexiones de todos los tiempos, madurando, haciéndose ser en el Inconsciente Colectivo, que lo cobijaba en su silencio desde hacía muchos siglos, al menos 2500 años, desde la intuición Platónica. 42 Ideas de Platón y Arquetipos de Jung Bibliografía BACHINO, M. (s/a) Una Breve Introducción a la Psicología Analítica de C.G.Jung. DELACROIX, CASSIRER, Goldstein y otros (1972) “Psicología del Lenguaje”. Paidós. Bs.Aires. FRAILE, (1971) Historia de la Filosofía. Antigua, Grecia y Roma. TOMO I. BAC; Madrid JUNG, C.G. (1943) Tipos Psicológicos. Buenos Aires: Sudamericana JUNG, C.G. (1968) Analytic Psychology: Its Theory and Practice. Nueva York, Vintage Books, pg.8 JUNG, C.G. (1965) Memories, Dreams, Reflections. Nueva York, Vintage Books/Random House JUNG, C.G. (2001) Los Complejos y el Inconsciente. Madrid: Alianza Editorial, S.A. JUNG, C.G. (1916/2007) Obras Completas, Tomo 7. España, Trotta JUNG, C.G. (2004) Obras Completas, Tomo 8. España, Trotta JUNG, C.G. (2002) Obras Completas, Tomo 9. España, Trotta JUNG, C.G. (xxx) Obras Completas, Tomo 18 Symbols and the interpretations of dreams. xxxx JUNG, C.G., wilhelm, R (s/a) “El Secreto de la Flor de Oro”. Colombia: Edit. Solar Ltda.. JUNG, C.G. (1997) “El Hombre y sus Símbolos”. España: Biblioteca Universal Contemporánea PLATÓN. (1991) Obras Completas. 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Para ello se realiza un breve y esquemático recorrido teórico que involucra reflexionar sobre la noción de complejos y el rol del personificar en el proceso de “hacer alma” en la psicología analítica. Posteriormente se realizan distinciones estructurales dinámicas en torno a la noción de Sombra, para finalmente abordar la problemática del mal arquetípico desde un análisis imaginal de la figura del Demonio. Se cierra el presente trabajo con reflexiones alrededor del proceso de integración de la mal, a través de viñetas clínicas de experiencias de estados amplificados de consciencia. Palabras Clave: Mal, Sombra, Arquetipo, Demonio Introducción “El mal de nuestro tiempo consiste en la pérdida de la conciencia del mal” Krishnamurti El presente ensayo versa acerca de una pregunta que parece no pasar de moda ni terminar de responderse satisfactoriamente. Es una pregunta que desafía a cada época en forma distinta, enrostrándole una dimensión de la existencia humana difícil de comprender y de integrar. Se trata de la delicada cuestión sobre el Mal, su naturaleza (o su no-naturaleza) y la forma en que lo “maligno” se manifiesta en lo humano. De hecho, es interesante notar ya cómo al empezar a reflexionar sobre este tema se comienzan a “colar” y manifestar en el lenguaje los significados y a prioris socio-históricos de los que somos herederos: ¿Tiene pues el mal una naturaleza en sí mismo?, ¿hay algo así como una especie de realidad ontológica de la “malignidad” a la que referirnos?, ¿es algo aparte de lo humano que se “manifiesta” en él?, ¿forma parte de su ser o es una alejamiento y deformación de éste?, y yendo más allá del difícil debate metafísico: ¿Qué nos dicen acerca de la psique las imágenes anímicas de lo demoníaco como experiencias universales humanas presentes en todas las culturas y en todos los tiempos? ¿A qué relatos y comprensiones sobre el mal podemos recurrir hoy, y como estos podrían ayudarnos a discernir el ineludible dilema ético al que nos enfrentamos en nuestra sociedad?. 45 Camilo Barrionuevo D. Claramente son preguntas demasiado grandes como para abordarlas por completo en esta breve reflexión. Sin embargo, consideramos importante poder tenerlas como trasfondo en el recorrido teórico y reflexivo que aquí emprenderemos, ya que constituirán el hilo de Ariadna que dirigirá las siguientes páginas. Estas preguntas se enmarcan en una reflexión colectiva contemporánea que pretende darle urgencia al tema. Distintos autores han elevado las voces de alarma, pues pareciera ser que frente a la forma de desplegarse lo maligno en el siglo pasado y el presente nos hemos quedado atónitos colectivamente y sin respuesta: “Estamos frente al mal y no sólo ignoramos lo que se haya ante nosotros sino que tampoco tenemos la menor idea de cómo debemos reaccionar (…) Efectivamente, no tenemos imaginación para el mal porque es el mal el que nos tiene a nosotros. Unos quieren permanecer ignorantes mientras otros están identificados con el mal. Esta es la situación psicológica del mundo actual” (Jung, 2000, pp. 244 y 245, cursivas del original). Como reza el tango Cambalache pareciera ser que nuestra época se ha caracterizado por un despliegue de “maldad insolente”, no sólo en los conocidos y terribles acontecimientos de las guerras mundiales, el nazismo, el comunismo y las dictaduras latinoamericanas, por mencionar algunos breves ejemplos, sino también en el eje mismo de funcionamiento de nuestra forma de sociedad: abusos y explotaciones sistemáticas a grandes masas de trabajadores, desigualdad espeluznante en la repartición de los recursos del planeta, hambruna, violencia y muerte por las condiciones infrahumanas de existencia de cientos de miles de personas y la posibilidad de un colapso ecológico dada la voracidad y uso indiscriminado que hemos dado a nuestro delicado medio ambiente. ¿Quién podría dudar entonces que es el Demonio –como principal personificación anímica del mal- quien rige el destino de nuestra colectividad planetaria? Si bien la idea que el mundo es un creación del Demonio y no de Dios, o que el mundo está bajo su reinado, es antiquísima (idea que retomaremos más adelante), pareciera ser que hay ciertas condiciones anímicas y tecnológicocientíficas en nuestra civilización que han posibilitado un despliegue de nuestro potencial destructivo como nunca antes habíamos presenciado. Sea que pensemos que esto se debe a una tendencia natural del hombre de olvidar los aspectos negativos de eras anteriores y, por lo mismo, a tener una visión romántica idealizada del pasado (estilo paraíso perdido de ‘todo tiempo pasado fue mejor’) o que efectivamente el grado de maldad evidente de nuestra época sea considerablemente superior a las que nos precedieron; el problema en su dimensión práctica sigue no resuelto y urgen formas de abordaje creativas y profundas sobre cómo salir de la encrucijada histórico-política en que nos encontramos como humanidad. Este trabajo tendrá como columna vertebral algunos importantes hitos de la visión de la psique del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung: su teoría de los complejos y la comprensión de la estructura de la personalidad. Esto nos servirá como soporte para reflexionar sobre el problema del mal desde su concepto de sombra. Asimismo, trataremos de acercarnos a una definición del mal y revisar algunos hitos importantes en la noción religiosa de la relación Demonio-Dios. Daremos un breve 46 El Demonio y la Sombra vistazo a las discusiones en torno al mal en la teoría humanista y concluiremos con algunas reflexiones prácticas sobre el trabajo de integración de la sombra. Sobre la teoría de los complejos y el personificar “La psicodinámica se convierte así en psicodrama; nuestra vida no es tanto el resultado de fuerzas y presiones como la representación de argumentos míticos” (Hillman, 1999) Antes de comenzar valga una advertencia. Para reflexionar desde Jung y ser coherentes con el desarrollo metodológico de su teorizar, resulta crucial realizar una significativa distinción. Jung mismo es insistente en esta distinción y advertencia, pues hace alusión a ella en prácticamente cada obra que escribió: se trata de la necesidad de separar entre el dominio estrictamente científico de lo psicológico y el plano metafísico propiamente tal (Jung, 1928, 1938, 1944, 1951, 1952, 1954). Desde esta perspectiva, cuando Jung se refiere de manera específica a fenómenos anímicos, como lo demoníaco o las imágenes demoníacas, deja en claro que no está haciendo ningún tipo de afirmación sobre la realidad ontológica de dichas figuras; únicamente se encuentra dando cuenta de su inevitable e innegable realidad como hecho psíquico. Esto es válido también para cada aspecto de su teoría de la personalidad. Dada la similitud entre los hechos psicológicos a los que se vio enfrentado como terapeuta y los postulados religiosos de distintas tradiciones espirituales, debió “protegerse” constantemente de una mala interpretación de sus teorías sobre las posibles implicancias teológicas de ellas: “La psicología como ciencia del alma debe ceñirse a su objeto, cuidándose de no ir más allá de sus propios confines con afirmaciones metafísicas u otras profesiones de fe. Si postulase a un dios, aun cuando sólo como causa hipotética, implícitamente establecería la posibilidad de una demostración de Dios, rebasando así en forma ilícita los límites de su competencia. La ciencia sólo puede ser ciencia; no hay profesiones de fe “científicas” ni similares contradictiones in adiecto. Simplemente no sabemos en última instancia de donde proviene el arquetipo, del mismo modo que ignoramos cual es el origen del alma” (Jung, 1944, p. 17). De esta forma, aunque nos resulte tentadora la reflexión y discusión teológica metafísica respecto a la naturaleza del Demonio y la realidad ontológica del Mal y del Bien (o del Demonio y de Dios, si se prefiere), delimitaremos en principio nuestra reflexión al ámbito exclusivamente de lo psíquico y su fenomenología, siguiendo en esto los planteamientos de Jung. En este sentido, destaca y llama la atención un fenómeno psicológico universal: la creencia en espíritus, y dentro de ello, lo que nos resulta de particular interés, en espíritus demoníacos o malignos. Hasta hace no mucho tiempo gente bastante culta y civilizada creía en ‘presencias’, demonios, brujos, fantasmas, dioses o agentes psíquicos capaces de influir en nuestras vidas. Se reconocía abiertamente que ellos tenían algún grado de poder y voluntad de afectar al hombre, por lo que éste debía cuidar el delicado espacio relacional con el mundo de lo no-visible (Jung, 1938). Es interesante desde este lugar el hecho que estudios recientes hayan mostrado que hoy al 47 Camilo Barrionuevo D. menos dos de cada tres norteamericanos creen en la existencia concreta del demonio (Goldberg, 1999). Pues bien, ¿a qué se refieren entonces esta arraigada y popular creencia sobre los espíritus? Jung elabora su respuesta en torno a uno de los hitos centrales de su pensamiento, a saber, su teoría de los complejos. Ella se basa en dos premisas centrales: la conciencia (y el yo como representante de ella) no es el centro del funcionamiento psíquico total (Jung, 1938) y existen en el dominio del alma una serie de innumerables entidades autónomas, poseedoras de un tono afectivo y un núcleo organizador, capaces de afectar total o parcialmente al yo (Jung, 1928). Jung se refiere entonces a los complejos como “complicados sistemas anímicos parciales que, cuanto más complicados son, tanto más carácter de personalidad tienen. Son también precisamente constituyentes de la personalidad psíquica y en consecuencia deben tener carácter de personalidad” (Jung & Wilhelm, 1929, pp. 55-56). Es interesante en este punto complementar lo dicho con la perspectiva del postjunguiano nortemaricano James Hillman, principal representante de la escuela arquetipal (Samuels, 1999). Hillman sostiene que los postulados sobre la teoría de los complejos son tan controvertidos para nuestra racionalidad y cultura moderna porque atacan y cuestionan directamente una de las ideas centrales de nuestra civilización: la noción de individuo como ente racional, dueño de sí, único e indivisible. (Hillman, 1999). La teoría de los complejos, al proponer la normalidad de la pluralidad de la psique y sus ‘personalidades parciales’, asusta al lego en materias psicológicas que se piensa e imagina como único dueño y soberano de la casa en que habita. En su fundamentación Hillman distingue dos fuentes centrales de nuestra cultura actual, que se encontrarían, según él, en pugna frente a las formas de imaginar la conciencia y lo divino: la tradición hebraica y la helénica. Su tesis es entonces que la concepción de la psique esta directamente ligada a la forma de imaginar lo religioso. De esta forma, la tradición hebraica al ser monoteísta por definición presenta una visión de la conciencia única y unificada, a imagen y semejanza de un único Dios rector. Los valores centrales de esta visión, de la que la modernidad es heredera, tienen relación con la voluntad de un heroísmo egoico racional no-divisible, donde el tema del control y el “poder sobre” son centrales. Hillman señala que hoy esta concepción se manifiesta en las distintas corrientes psicológicas que, ante una crisis del alma, buscan “reformar” y fortalecer al ego (Hillman, 1999) La otra vertiente de nuestra cultura es la griega clásica. Para Hillman, Grecia se constituye como un referente indiscutido de riqueza en cuanto a imágenes psíquicas del alma. La opción helénica concibe a la psycké como una multiplicidad de personas o partes que habitan y coexisten en menor o mayor armonía. El panteón griego, afirma Hillman, se despliega como metáfora del alma, ilustrando de manera deslumbrante y hermosa la situación relacional interna: la complejidad politeísta griega habla del politeísmo de la psique, de nuestras complicadas y desconocidas circunstancias anímicas internas (Hillman, 1999). Aquí encontramos que el dominio del ego-héroe cede y aparecen otras formas de conciencia que habitan en la complejidad imaginal: reside aquí un Hades como soberano de las sombras del inframundo, una Atenea competente, combativa e 48 El Demonio y la Sombra inteligente (imagen tan vigente en la mujer moderna), un Ares furioso y destructivo, un ágil e inteligente Hermes, un Hefesto resentido por su fealdad y por el rechazo de su madre, un Odiseo héroe capaz de tomar contacto con su vasto mundo interno en busca su Itaca añorada (metáfora indiscutida del proceso de individuación) entre otras miles de posibilidades de manifestación de la psique. “Grecia se convierte en un espejo de aumento múltiple en el que la psique puede reorganizar sus personas y procesos en configuraciones que son más grandes que la vida pero que afectan a la vida de nuestras personalidades secundarias” (Hillman, 1999, p. 120). Es interesante lo aquí señalado por Hillman al relacionarlo con la profundidad de la teoría de los complejos a la que hacíamos alusión hace un momento. En torno a ella, Jung es bastante enfático en la insistencia de tratar a los complejos como si fueran personas o de manera personificada. En realidad subrayamos el “como sí” por puro pudor moderno, ya que en estricto rigor éste no existe: se trata efectivamente de que los complejos tienen una realidad autónoma e independiente y operativamente hablando son personas apartes del complejo del yo (Jung, 1928, 1951, 1954). Sobre esta aparición personificada de los complejos es importante señalar que no es la conciencia la que personifica y da vida, sino que lo anímico por si mismo se muestra y aparece a la conciencia como dotado de una identidad personal definida. De ahí que podamos entender la apasionada protesta de Hillman (1999) cuando señala que, pensar que el mundo “esta muerto ahí afuera” y nosotros lo personificamos, es tener ya el implícito, como trasfondo hermenéutico, de un modelo de realidad basado en la tradición cartesiana-newtoniana (un mundo-objetos-inertes). Cuando se habla de animismo, personificación o antropomorfismo de manera despectiva, como actividades propias de los primitivos no-civilizados, se está conceptualizando que son formas de pensamiento mediante las que se dotaría al mundo externo de fenómenos y sucesos que son básicamente internos (proporcionando al mundo un alma que no poseería). Como decíamos, en esta acción se puede apreciar claramente que la forma de interpretar dichos sucesos supone de por sí una violencia evidente, en cuanto impone el paradigma naturaleza-cosa-sin-alma frente a la realidad imaginal de los pueblos precivilizados. Para estos últimos en cambio, el personificar no significa dotar de alma al mundo, por el contrario, supone un reconocimiento de ésta en el mundo como anterior a la actividad de reconocimiento y, por tanto, independiente de la actividad humana de lograr aprehenderla. (Hillman, 1999). Pese a esto y más allá del hecho que pensemos el mundo-maquina al estilo moderno, o el mundoanímico al modo de los pueblos primitivos, el hecho psíquico innegable es la multiplicidad de la psique y la experiencia de ella de manera personificada. La validez del personificar se ha abierto camino no sin dificultad y se ha redescubierto sólo gracias a los revolucionarios aportes de estos dos grandes pensadores de la psicología profunda que fueron Sigmund Freud y Carl Gustav Jung. Esto se logró únicamente gracias al estudio detallado y completo que ambos hicieron de la psicopatología, pues en nuestra cultura, es en la psicopatología –en las personalidades múltiples, en las disociaciones histéricas, en las alucinaciones- donde mayor se aprecia la capacidad del alma para personificar (Hillman, J., 1999). Lo que finalmente ocurrió para Hillman, es que Freud creó otra mitología nueva ante la falta y descrédito de las antiguas. El papel de la personificación en su teoría se nos hace muy evidente, si bien se disfraza levemente con un barniz cientificista. La 49 Camilo Barrionuevo D. imagen emerge por su valor personificado: el Censor, el Súper Ego, la Escena Primordial, el Inconsciente, el Complejo de Edipo, Eros, Tánatos, la Castración, todas aquellas personas que pueblan el universo de la psique y que ejercen sus influencias de un modo muy similar a como los antiguos “daimones” la ejercían sobre el pueblo griego. De hecho, gran parte de ellas están haciendo directa alusión a la mitología helénica (sabemos de la fascinación de Freud por Grecia). Por otra parte, términos como proyección, sublimación, condensación se encuentran ya presentes en la psicología de la alquimia (Hillman, 1999). La historia de Freud acerca del alma es una genial instancia donde el personificar pudo tener un espacio privilegiado, frente a las limitaciones a las que había estado sometida en la cultura patriarcal heroica (Hillman, 1999). Los aportes de Jung en este sentido, como veníamos aventurando, son todavía más radicales. Hacen alusión mucho más directa a personas, que era como él las consideraba en su teoría de los complejos: el Viejo Sabio, la Sombra, la Gran Madre, Ánima y Ánimus, el Ego, etc. La riqueza de las imágenes encarnadas es mucho mayor: “el hecho de que el inconsciente personifique de manera espontánea (...) es la razón por la que he incorporado estas personificaciones a mi terminología y las he formulado como nombres” (Jung, 1944). Cuando estos complejos tienen influencia directa en la conciencia decimos que el complejo se ha constelado. Supone entonces todo un problema difícil de lidiar para el yo, que se puede ver directamente sobrepasado y dominado por la fuerza y potencia de ellos: “Por cada constelación del complejo hay un estado alterado de conciencia. La unidad de la conciencia se rompe, la intención de la voluntad queda más o menos dificultada o incluso imposibilitada. También la memoria se ve substancialmente afectada, como hemos visto (…) un complejo activo nos reduce momentáneamente a un estado de falta de libertad. (Jung, 1928, p. 101). Desde este desarrollo teórico es que no resulta difícil volver al punto inicial respecto a la creencia en espíritus (y en dioses en el sentido amplio) y como estos afectaban el destino humano, pues son el antecedente mitológico premoderno del desarrollo de la psicología profunda contemporánea. Ahora bien, desde este marco conceptual de la teoría de los complejos y del personificar, es que antes de continuar resulta necesario hacer unas especificaciones esquemáticas sobre las principales partes dentro de la estructura de la personalidad según Jung. Teniendo presente el objetivo de este ensayo, sólo nos referiremos brevemente aquí a la polaridad Yo-Self y al complejo de la sombra. Retomando lo ya señalado, podemos concebir al yo como el centro de la personalidad conciente, mas no de la totalidad del psiquismo de la que sólo es una ínfima (aunque crucial) parte (Jung, 1951). El yo tiene una continuidad temporal y un sentido de identidad personal. El yo es el que se relaciona con los contenidos de la psique: en la medida que hay una relación decimos que es un proceso conciente y si es que dichos contenidos no están en relación al yo son inconscientes (Jung, 1951). Se contrapone en la estructura total de la personalidad con el Self o si mismo. Por este último entendemos un paradójico concepto que refiere al mismo tiempo a la totalidad del 50 El Demonio y la Sombra individuo como al centro de la personalidad (Jung, 1951). El mismo Jung señala respecto al sí mismo: “denomino Self a este centro, entendiendo con esta noción la totalidad de lo psíquico en general. El Self no es sólo el punto central sino que además comprende la extensión de la conciencia y del inconsciente; es el centro de la totalidad así como el yo es el centro de la personalidad” (Jung, 1944, p. 57). En cuanto a las imágenes internas que se relacionan con la manifestación del si mismo en la conciencia, Jung hace énfasis tanto en la figura del mandala como en el simbolismo de la cuaternidad (Jung, 1951). La Sombra y problema del Mal “El terror y la resistencia que cada ser humano natural experimenta cuando trata de ahondar profundamente en si mismo es, en el fondo, el miedo a viajar al Hades” (Jung, 1944, p. 361) Una vez enunciados estos aspectos teóricos en relación a la personalidad, nos encontramos en suelo fértil para poder acercarnos a una comprensión del complejo de la sombra y, a través de él, entrar en la problemática del mal. Jung entendía a la sombra como los aspectos oscuros de la personalidad, específicamente los contenidos del inconsciente personal (o sea, aquellos propios de la vida del sujeto) que han sido rechazados, negados o reprimidos de la psique conciente por ser difíciles de reconocer para el sentido de identidad y autoimagen del yo (Jung, 1951). Muchos de estos contenidos son asimilables por el yo con un poco de esfuerzo, flexibilidad y voluntad introspectiva, aunque sabemos que ciertos aspectos de la sombra son tremendamente resistentes de ser integrados y que son constantemente expulsados de la identidad personal mediante el mecanismo de la proyección (Jung, 1951). Es un hecho psicológico innegable que tendemos a ver los defectos personales (proyectados) en los otros cuando no los podemos asumir en nosotros mismos, de esta forma la noción de sombra se emparenta con el antiguo: “¿y por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en un ojo sino eres capaz de ser conciente de la viga que tienes en el tuyo? *…+ Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad” (Lucas 6, 41:42). Para poder ver con claridad, es necesario primero retirar las proyecciones de la sombra personal de los prójimos y el mundo. La sombra proyectada en el mundo nos aísla del mismo, en la medida que el sujeto queda relacionándose con una realidad ilusoria teñida por sus contenidos personales. Esto mismo, desgraciadamente, acrecienta el replegarse sobre si y un “sentimiento de incompletez” en la medida que el sujeto empieza a defenderse de un mundo cargado de malignidad externa, dando pie a un círculo vicioso relacional muy difícil de cambiar (Jung, 1951). Los contenidos de la sombra son variables dependiendo de la cultura y de los individuos. Incluso se puede encontrar el anómalo caso donde el yo conciente está identificado con aspectos negativos de sí y en su sombra se encuentran las características positivas (Jung, 1951). Aunque, por lo general, encontramos en la sombra todas las características que socialmente son repudiables como el egoísmo, la pereza mental, la agresividad, la glotonería (en su sentido amplio), la 51 Camilo Barrionuevo D. cobardía, codicia, etc. (Von Franz, 1984). “Por lo general la sombra tiene una cualidad inmoral o al menos despreciable, que contiene las características de la naturaleza de un individuo que son contrarias a las costumbres y convenciones morales de la sociedad. La sombra es el lado inconsciente de las operaciones del yo en cuanto a intención, voluntad y defensa. Es el otro lado del yo por así decir” (Stein, 2009, p. 146). Aunque la sombra no constituye la totalidad del inconsciente (Von Franz, 1984), es un hito crucial en el conocimiento del yo respecto la totalidad psíquica. Es el primer gran escollo que debe atravesar el yo en el proceso de individuación, enfrentando al sujeto con el problema del mal no a nivel teórico abstracto, sino en el reconocimiento de “lo maligno” dentro de sí, a través de la relación que establecemos con la personificación de la sombra (Recuero, 2007). Sabemos de esta forma que el complejo de la sombra por lo común emerge a la conciencia como una figura sombría, siniestra y malvada, con la que entrar en disensión implica fatalidad (Neumann, 2001). La sombra suele aparecer con mayor facilidad cuando entablamos relación con una persona del mismo sexo (ya que su personificación toma el mismo género de la persona), donde la proyección puede concretarse más fácilmente. En sueños y mitos es frecuente que se manifieste como un alter ego oscuro amenazante y grotesco (Von Franz, 1984). Como señala el postjunguiano Erich Neumann en relación a la manera de aparecer culturalmente de la sombra: “Las figuras mitológicas de los hermanos enemigos: Osiris-Set, Baldur-Loki, Abel-Caín, Jacob-Esaú, y las de la contraparte hostil: Sigfrido-Hagen y también Fausto-Mefistófeles, el doctor Jekyll-Mister Hyde, así como el ‘Doble’ de las consejas y la literatura, son proyecciones de esa relación de oposición entre el Yo y la Sombra. Ya la aparición de tales figuras en la mitología demuestra que estamos en presencia de un problema humano general, el cual trasciende al marco de la problemática del individuo” (Neumann, 2001, p. 162). Podemos entender el desarrollo de la sombra como un resultante natural del proceso de crecimiento de la claridad de la conciencia. Este proceso conlleva e implica un oscurecimiento del lado menos claro, lo que desemboca en que tarde o temprano se produzca una grieta en el sistema psíquico. (Jung, en Neumann, 2001) Al no reconocer esta grieta el proceso deviene en externalización del conflicto, como señalábamos recientemente, poniendo al mal allá afuera. El hombre moderno aprende naturalmente a identificarse por completo con el Yo como centro de la conciencia y con los valores morales colectivos, reprimiendo y proyectando los desvalores (Neumann, 2001). Esto conlleva implicancias político sociales muy relevantes ya que bajo esta psicología de chivo expiatorio, es fácil caer en miradas parciales e inauténticas respecto a la satanización de los otros: ya sean los ‘come guaguas’ marxistas o los crueles capitalistas, el conflicto político deviene inevitable, alimentado por la constante proyección y negación de la propia sombra: “La agitación política en todos los países está llena de tales proyecciones, en gran parte parecidas a las cotillerías de vecindad entre grupos pequeños e individuos. Las proyecciones de todo tipo oscurecen nuestra visión respecto al prójimo, destruyen su objetividad, y de ese modo destruyen también toda posibilidad de auténticas relaciones humanas” (Von Franz, 1984, p. 175). De ahí que el trabajo terapéutico de asumir la propia sombra sea, además de un punto central en el proceso de crecimiento del individuo, una labor que debemos emprender a nivel 52 El Demonio y la Sombra social y comunitario dada la vigencia de los conflictos, llenos de proyecciones y cegueras psicológicas, entre los distintos grupos religiosos, políticos, étnicos, etc. de nuestra época histórica. En ese sentido, podemos discernir que la sombra tiene además una dimensión que trasciende al individuo, ya que muchas veces en ella encontramos factores colectivos más allá de la vida personal (Von Franz, 1984). Existirían así las llamadas sombras colectivas o sociales que guardan relación con lo que una colectividad o grupo determinado de gente rechaza y proyecta de común acuerdo, sobre, por ejemplo, ciertas minorías marginales (como fueron en su momento los negros, las mujeres, los enfermos de VIH y homosexuales, entre otros). Por otra parte, la sombra además de ser el lado oscuro del Yo, puede manifestarse como sombra de otros complejos del inconsciente personal e incluso puede aparecer como sombra de los distintos arquetipos del inconsciente colectivo. En general, cualquier arquetipo luminoso tiene su aspecto sombrío como contraparte (Recuero, 2007). Esta definición conceptual nos acerca al problema del mal absoluto, o dicho en otros términos, al problema de la figura arquetípica del Demonio. En términos psicológicos podríamos decir entonces que la imagen anímica de lo demoniaco se entrecruza con la noción de la sombra del Self. Así como la sombra suele relacionarse con el mal personal de la propia historia de vida, la sombra del Sí mismo se vincula con el Demonio como personificación del mal en términos absolutos. Aunque claramente la experiencia del lado oscuro del arquetipo, la experiencia ominosa de la malignidad pura, es por lo demás sumamente escasa e inusual dentro de la vida de las personas, más no por ello inexistente (Jung, 1951). Dado este contexto general en torno al problema psicológico de la sombra y lo demoniaco, ¿Qué entendemos finalmente por el Mal? Innumerables han sido los intentos en nuestra tradición occidental de definir acotadamente que es el Mal y varios de ellos han sido acusados de estrechos, dogmáticos y orientados a fines de control político social. Sin embargo, seguiremos aquí un esquema conceptual, sencillo y claro, del psiquiatra norteamericano Carl Goldberg, quien tiene el mérito no menor de haber trabajado durante décadas con pacientes responsables de asesinatos y otros hechos delictuales destructivos y perversos. Goldberg postula funcionalmente que “la malignidad siempre implica tratar a otras personas sin respeto o consideración por su humanidad” (Goldberg, 1999, p. 5). Además, estas acciones malignas están basadas en la creencia que, a) la otra persona es tan débil o estúpida que puede ser tratada como una cosa, o b) que la otra persona es tan amenazadora para la propia seguridad que cualquier tipo de acción destructiva esta justificada (Goldberg, 1999). De esta forma entendemos que para ser capaces de actuar malignamente debe existir conciencia de ello y de las consecuencias de los propios actos. Esta forma de pensar la malignidad es propia de occidente, donde suele distinguirse grados de maldad en la medida que la razón interviene en el proceso de la conducta maligna. Damos por lugar común el exculpar (incluso de responsabilidad penal) a quienes han hecho mal sin conciencia de sus actos o sin estar en plena posesión de sus facultades mentales. 53 Camilo Barrionuevo D. Dentro de los mitos occidentales que enfrentan esta problemática, resalta La divina comedia de Dante Alighieri, por tratarse de una de las metáforas anímicas más completas y mejor logradas para hablar del dilema ético humano. Siendo congruente con lo aquí planteado, Dante imagina el orden del infierno según el tipo de gravedad de los pecados (siguiendo los planteamientos de Aristóteles al respecto). Estos irían desde la incontinencia de las pasiones, a la violencia y finamente la malicia. Esta última es entendida como el obrar hacia el mal de manera racional y deliberada, mientras que un grado menor de malignidad se debe a la simple dificultad del yo para regular sus instintos básicos. En la metáfora dantesca, los habitantes de los primeros círculos infernales, y por tanto los de pecados menos graves, son los lujuriosos. En cambio, los máximos exponentes del mal son los que han obrado usando la razón para lograr este objetivo, es decir, los que han hecho iniquidad fraudulenta y los traidores (Alighieri, 2001). Estas conceptualizaciones giran en torno a una noción de malignidad que tiene un implícito que nos parece sumamente interesante. Pareciera ser que hay una relación directa entre el grado de centramiento del sujeto en el propio goce (narcisismo es el término clínico apropiado), que conjuntamente niega la dimensión humana de la alteridad rebajándola al estatus de cosa, con el grado de maldad que podemos discernir en esa persona. Esto es, pareciera ser que a mayor narcisismo psicológico, mayor potencial para el mal tiene el sujeto. Estas nociones nos parecen congruentes con los descubrimientos de la psicología moderna al abordar el desafío que implica clínicamente sujetos psicopáticos y perversos. El narcisismo y la personalidad perversa como entidades clínicas límite, abordan sujetos con una alta vinculación a conductas malignas y destructivas. Los datos científicos al respecto apoyan la tesis de que estos sujetos no experimentan a los otros como personas separadas (como “objetos” totales separados) con sus propios deseos y derechos, sino como meras extensiones del self exhibicionista-grandioso, que sirven únicamente para la satisfacción de las propias necesidades (Kohut, 1971). Esta relación entre el narcisismo y el mal, podemos conceptualizarla desde el punto de vista de la psicología analítica con un concepto que toca, a la vez que difiere, de lo recién señalado. Nos referimos al concepto de inflación del yo y la referencia al mito de la Hybris. Por éste entendemos el peligroso estado del yo cuando no logra diferenciarse adecuadamente de otros contenidos autónomos de lo inconsciente, por ejemplo, del Self. En esta situación particular, el yo puede identificarse con el self o darse el caso (dramático) de que el self invada al yo. En términos prácticos el resultado es similar. El yo se infla dándose el peligroso estado psicológico de apropiación de contenidos que por definición le son ajenos al yo (Jung, 1951). La semejanza referida a lo anterior tiene que ver con el estado psicólogico interno de “deificación” del yo, motivo tan común en la mitología clásica referido a la imagen del héroe orgulloso que presa de su éxito resolutivo en el mundo, llega a considerarse igual o superior a los dioses (momento en el cuál, constelado el motivo de la hybris, ineludiblemente le sobreviene la tragedia compensatoria). Es así necesario que el yo adopte una actitud crítica constructiva identificando que los contenidos inconscientes que puede integrar “no son él”, resguardando así un saludable tamaño a la vez que reconociendo la independencia y autonomía de lo inconsciente (Jung, 1951). Por otra parte, este 54 El Demonio y la Sombra concepto difiere de los ejemplos de la psicología ortodoxa en torno al estado de narcisismo debido a que el estado psicológico de inflación yoica nada tiene que ver con “un estado de arrogancia conciente. No siempre, ni con mucho, se trata de eso…[ya que+… en general uno no es directamente conciente de tal estado, sino que, en el mejor de los casos, puede inferir su existencia a partir de síntomas indirectos. (Jung, 1951, p 37) Desde esta perspectiva es que nos parece interesante mirar el mito cristiano de la caída de Lucifer y, por tanto, el núcleo duro de la problemática del mal, tal como está implícito en occidente. Como sabemos, Lucifer era el favorito de Dios y, según la biblia judía, ayudante y encargado de perseguir a los humanos por sus pecados contra su padre (Goldberg, 1999). Sumamente sugerente nos resulta, desde el punto de vista psicológico, que Lucifer originariamente haya tenido esta cualidad benéfica y tan luminosa. Como señala el significado original de su nombre, “portador de la luz de la mañana”, sus cualidades en extremo luminosas y grandiosas fueron las que constituyeron su desgracia. Pasó de ser, este portador de la luz, desde el más sabio, bello y poderoso de los ángeles, a convertirse en Satanás, el demonio, cuyo nombre ahora hace alusión a la idea de “enemigo”, “adversario” (Goldberg, 1999) Así le canta el antiguo testamento a la caída en desgracia de este ángel rebelde: “¿Cómo caíste del cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo tú, el vencedor de las naciones, has sido derribado por tierra? En tu corazón decías: ‘Subiré hasta el cielo, y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios, me sentaré en la montaña donde se reúnen los dioses, allá donde el norte termina; subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo’. Mas ¡ay! has caído en las honduras del infierno, al fondo del sepulcro. Y todos los que te vean, te despreciarán” (Isaías 14:12) Como señalan estos versos del evangelio parte central del gran pecado de Lucifer fue su pretensión de ser igual o superior a Dios. Todas las virtudes, todas las descollantes características de su personalidad al atribuírselas a sí mismo e inflarse de vanidad y orgullo constituyeron su ruina. Fenómeno no poco usual en aquellos que adolecen (¡adolecen!) de un exceso de belleza, inteligencia, fuerza, u otras características con las que el yo puede identificarse y vanagloriarse para su propia desgracia. ¡Grande fue el pago de Odiseo al vanagloriarse ante Poseidón de su astucia luego de la conquista de Troya gracias a su (¿su?) idea del caballo y no reconocer la intervención y ayuda divina en ello!. La literatura y mitología universal nos llena de ejemplos y lecciones de psicología al narrar estas historias de desafortunados héroes víctima de hybris que un precio en extremo alto debieron pagar ante su arrebato de narcisismo, vanidad y soberbia. No por nada la sabiduría cristiana insiste reiteradamente en el “nada de lo que aquí habita me pertenece” y afirma que todas las virtudes y ‘dones’ provienen del padre y son sólo prestadas temporalmente. Podemos colegir entonces cómo se constela el núcleo de la malignidad en torno a la dimensión del narcisismo, en la medida que implica vanidad, egoísmo y soberbia. El encuentro con la sombra (y sobretodo con el mal en términos arquetípicos) implica entonces una difícil cuestión para el ego en la medida que llega a conocer, diferenciar, integrar y discernir 55 Camilo Barrionuevo D. qué actitudes tomar respecto a estos aspectos de su psiquismo. No es poco frecuente entonces que este encuentro aparezca, psicológicamente hablando, en términos de tentación por el lado oscuro, ya que cuando el yo se hace cargo de sus anteriores proyecciones del mal en el exterior y se enfrenta a estos aspectos dentro de sí, aparece la posibilidad tentadora de rendirse ante la fuerza del arquetipo oscuro. La malignidad supone una lógica en sí misma, se presenta como un camino posible e implica un posicionamiento ético (ya no externo-normativo, sino internoexperiencial) del yo frente a estos contenidos, constituyéndose como un peligroso hito en el camino del autoconocimiento. Una de las grandes metáforas anímicas colectivas sobre el camino de individuación en nuestra época, sobre todo en lo respecto del encuentro del yo-héroe frente a la problemática del mal, la constituye sin duda la trilogía de guerra de las galaxias. El hecho que el llamado arquetípico de Darth Vader a Skywalker de “¡Únete al lado oscuro de la fuerza!”, sea tan masivamente fascinador y atrayente para el contemporáneo neófito, deriva de que en él se constituye un motivo arquetipal, y por tanto numinoso, tan antiguo como el hombre, sobre la tentación inevitable que en algún momento de la vida enfrentamos en el camino de descubrimiento personal. Volvemos aquí entonces a la delicada cuestión planteada ya en el mito de la caída de Lucifer, el tema del poder. La tentación que supone para el yo el contacto con la fuerza arquetípica de lo inconciente (en cuanto puede llegar a identificarse con ella) puede ser arrolladora. Ilustrando este motivo, tomemos como ejemplo una viñeta clínica tomada de experiencias en estados modificados de conciencia, por ser dramática y simbólicamente ilustrativa de este tipo de vivencia humana: “(…) Después empezaron a aparecer y materializarse presencias oscuras por la sala, sentí que eran brujos y criaturas oscuras que estaban interfiriendo con los cantos, molestando a los curanderos. Sentía sus voces a mi lado, a veces inteligibles y otras no. Me empezaron a tratar de seducir con el tema del poder y la posibilidad de ser curandero “imagínate que harías con la fuerza que tienes si la usas en este sentido”, sentí mi capacidad destructiva y de influir sobre la gente de mala forma, para mi propio goce, y me asuste porque en algún lugar mío algo le atrajo esa idea. Me daba vértigo enfrentar la posibilidad de aprender de curandero y me daba cuenta de que era algo que mentalmente había estado desechando hace tiempo pero que tenía el deseo de manera latente y se estaba manifestando. En un momento sentí que me pude desmarcar de esa voz que me estaba tratando de seducir elogiándome o hablándome de lo genial y fuerte que era y VI una criatura oscura que me estaba parasitando y que al verse descubierta se enojó y empezó a retorcerse sobre todo cuando me puse a rezar encomendándome… ahí vino una oleada desde lo bajo y empecé a vomitar de una forma que nunca lo había hecho, fue con violencia, con contorsiones y con mucho ruido, tenía ganas de gritarle a esa cosa que se fuera, que me dejara en paz, y vomité con enojo, con repulsión y a parte del vomito salía otra cosa que no era material”. No es difícil apreciar el motivo arquetípico de esta vivencia cuando la comparamos con la de Cristo en el desierto tentado por el Demonio mismo: 56 El Demonio y la Sombra Jesús fue conducido del Espíritu de Dios al desierto, para que fuese tentado allí por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, tuvo hambre. Entonces, acercándose el tentador, le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en panes’. Más Jesús le respondió:’ Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’. Después de esto le transportó el diablo a la santa ciudad de Jerusalén, y le puso sobre lo alto del templo y le dijo: ‘Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues está escrito: Que te ha encomendado a sus Ángeles, los cuales te tomaran en las palmas de sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra’. Replicole Jesús:’También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios’. Todavía le subió el diablo a un monumento muy encumbrado y mostrole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Y le dijo: ‘Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras’. Respondiole entonces Jesús: ‘Apártate de ahí Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor Dios tuyo, y a él sólo servirás’ Con esto le dejó el diablo; y he aquí que se acercaron los Ángeles y le servían (Mateo 4, 1:11) La metáfora anímica cristiana se relaciona directamente con la experiencia de la tentación, por la lógica del lado oscuro, de inflar y seducir al yo con sucedáneos espirituales de poder, vanidad y gloria. En nuestro primer ejemplo también existe una invitación de hacer un pacto, donde esta en juego el motivo de la venta del Alma al Diablo. Satanás mismo invita a Cristo a un contrato: si le adora inmediatamente tendrá dominio sobre todos los reinos del mundo. En la medida que el yo se subordina y acata la lógica del Mal gana en ‘poder sobre’ satisfaciendo las fantasías narcisísticas de omnipotencia y megalomanía, como nos relata la trágica historia de perdición de Anakin Skywalker. Este mismo motivo anímico es frecuente en la Amazonía, donde abundan los “brujos” y “chamanes negros” que, en su camino en la maestría de los estados alterados de conciencia, acaban “torciéndose” y usando su poder en beneficio de satisfacciones personales egoístas (como se ilustra gráficamente en el relato presentado). La paradoja de Dios El desarrollo aquí realizado sobre la problemática del mal nos acerca a una difícil cuestión de tintes metafísicos ¿Existe entonces una naturaleza, una realidad substancial en si misma del Mal? y de ser así, ¿Qué relación tiene esta con Dios? Este delicado tema ha sido abordado prolíficamente en occidente por la teología y el mismo Jung ha escrito mucho al respecto desde su lugar de científico del Alma. Como no podemos abarcar en este artículo, con la profundidad que merece, las preguntas enunciadas, nos bastará una breve referencia esquemática de lo planteado por Jung. Jung (1951) dirige una incisiva crítica a la concepción cristiana, enunciada desde Orígenes en adelante, de la reducción del mal a una mera privatio bonni , lo que redunda en una pérdida de substancialidad del mal considerado ahora como, simplemente, un bien disminuido (Jung, 1951). Existiría entonces toda una línea teológica que, en aras de escapar de la Escila del dualismo 57 Camilo Barrionuevo D. maniqueo, cayó en la Caribdis de una contradicción lógica insalvable con la negación substancial del mal superpuesta a la realidad dogmática del diablo (Jung, 1951). La declaración de principios metafísica de la iglesia de que el mal no existe substancialmente se encuentra en un línea que va desde Orígenes, pasa por San Basilio el grande y por Dionisio Areopagita, y encuentra su punto culmine en la teología de San Agustín. Dice San Basilio al respecto: “No has de tener a Dios por el causante de la existencia del mal, ni has de engañarte creyendo que existe una sustancia propia del mal… *…+… el mal es una negación del bien (San Basilio en Jung, 1951, p 59) y en el mismo sentido señala San Agustín: “Aquellas cosas que se dicen malas o bien son vicios de cosas buenas, los cuales de ningún modo pueden existir de por sí en ninguna parte de las cosas buenas… Pero también estos vicios mismos dan testimonio de la bondad de la naturaleza. Pues lo que es malo por vicio, precisamente es bueno por naturaleza *…+ El mal no es sino la privación del bien *…+ y por eso puede haber cosas buenas sin mal, como el propio Dios y algunas entidades celestes superiores; pero no cosas malas sin bien” (San Agustín en Jung, 1951, p. 62) Jung para ilustrar la absurdidad del principio de la privatio bonni en términos psicológicos, analoga el argumento metafísico sobre la privación de sustancia del mal con el del calor en relación al frío extremo. De igual forma que se puede señalar que en el frío del ártico de varios grados bajo cero existe algún grado de calor (en la medida que está bien lejos del cero absoluto), es que podemos referirnos a que en el mal encontramos una privación de bondad, aunque quede como una petición de principios eufemística: “Como nosotros, pese a un calor de 230 grados sobre el cero absoluto nos congelamos miserablemente, así también hay hombres y cosas que, siendo creados por Dios, son mínimamente buenos y por ende máximamente malos” (Jung, 1951, p. 64). De esta forma Jung vuelve a hacer énfasis en acotar sus intervenciones en el dominio estrictamente de lo psicológico donde el Mal claramente tiene una realidad anímica en si misma y dista mucho de concebirse como una simple falta de bondad. Pese a esto, Jung ironiza polémico a quien tache su psicología de maniqueísta sobre las contradicciones metafísicas católicas en torno a la reflexión sobre el mal, de las que no alcanza a hacerse cargo: “¿Qué pasa con la eternidad del infierno, de la condenación y del diablo? Teóricamente todo esto debiera consistir en nada, pero ¿cómo se relaciona con el dogma de la condenación eterna? Y, si consiste en algo, difícilmente podría ser un en bien. Entonces ¿dónde está el peligro del dualismo?” (Jung, 1951, p. 72) La respuesta psicológica a esta temática la presenta Jung con el concepto de Self. Al ser este la imagen arquetípica de la totalidad psíquica incluye dentro de sí tanto los aspectos luminosos como oscuros de lo trascendente. Dicha concepción imaginal la podemos rastrear en las distintas concepciones religiosas de “las dos caras de Dios” presentes tanto en el judaísmo, como en las religiones orientales. Dios como paradoja es impensable para el cristiano clásico quien proyecta en la imago dei solamente los aspectos luminosos benévolos del arquetipo. A esta problemática del Alma intentaron dar respuesta diversas sectas del cristianismos primitivo, quienes concibieron la idea (anímica) del anticristo y también de Satanás como hermano mayor de Cristo como forma de ilustrar la realidad arquetipal del Si mismo (Jung, 1951). Dado que el Self representa esta paradoja arquetípica, donde se da la coniunctio opositorum es que cobran sentido las imagines mitológicas de la relación Dios-Demonio presentes, por ejemplo, en el Libro de Job. En este relato, como en otros similares del antiguo testamento, encontramos a un inquietante e irracional Yahvé que 58 El Demonio y la Sombra muchas veces es caracterizado con un fiero temperamento, inmoderado en sus pasiones, inundado por furias y celos de origen incomprensibles, que coexisten con sus aspectos luminosos de bondad y misericordias infinitas (Goldberg, 1999) El Diablo entonces, se constituye como la contrapartida anímica necesaria para la totalidad del símbolo del Self y lo completa en cuanto se opone a la trinidad católica formando la natural representación cuaternaria a que nos tienen acostumbrado los símbolos de la totalidad: “El diablo tiene una personalidad autónoma, libertad y eternidad, y posee estas propiedades metafísicas en común con la divinidad, en tal forma que hasta puede existir contra Dios. Según ello, no es posible negar ya que sea católica la idea de la relación del diablo con la trinidad y aún su pertenencia (negativa) a ésta” (Jung, 1938, p. 100) Reflexiones al Cierre El trabajo de integración de la Sombra “Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno” Terencio Antes de terminar este artículo con algunas reflexiones en torno al “trabajo terapéutico de la sombra”, nos gustaría ilustrar brevemente cómo esta problemática de índole metafísico en torno a la substancialidad o no substancialidad del mal ha desembocado en dilemas teórico-prácticos al interior del humanismo existencial como corriente psicológica. La discusión clásica la ilustraron explícitamente Carl Rogers y Rollo May en un intercambio abierto publicado en la revista de psicología humanista de Estados Unidos en 1982. En dicha discusión Rogers replica a May afirmando que el problema de la malignidad se origina a partir de la naturaleza esencialmente buena del hombre, pervertida por experiencias dolorosas en la temprana infancia (Rogers, 1982). Vemos evidentemente aquí presentes rastros de la doctrina del mal como privatio bonni a la que hacíamos alusión hace unos momentos: la naturaleza humana es originalmente buena y el mal es una ausencia o privación del bien. Por su parte, May concibe al mal como inherente a la naturaleza humana, que tiene la potencialidad tanto para el bien como para el mal, y su manifestación depende de cómo encause la fuerza originaria vital, que es neutra en términos valóricos (May, 1982). Importante señalar a este respecto que la teoría del mal como resultado de experiencias traumáticas y dolorosas en la temprana infancia no alcanza a dar cuenta de la variabilidad individual de esta regla, y cómo es que personas expuestas a grandes abusos no desembocan en conductas destructivas y cómo otras, con experiencias calificables dentro de la normalidad, terminan siendo agentes de actos de crueldad y malignidad espeluznantes (Goldberg, 1999). El trabajo de integración de la sombra es conocido metafóricamente en relación a la imagen del descenso al inframundo y el motivo de la lucha/aceptación del personaje oscuro que encarna el alter ego sombrío. Como primera parte entonces el yo debe poder asumir e integrar dentro de sí los aspectos negativos oscuros anteriormente proyectados en sus prójimos y el mundo. De una u 59 Camilo Barrionuevo D. otra forma, la imagen que se nos devuelve es la de un yo que asume y se reconcilia con sus faltas, con sus “pecados”, lo cual por ningún caso debiera confundirse con el entregarse a sus pecados (dejarse poseer por el complejo de la sombra) o “vivir” en ellos (Neumann, 2001). El primer paso entonces es conocer. Y aquí retornamos a la importancia del personificar en el proceso de relación con lo inconsciente, específicamente ahora aplicado al trabajo de integración de la sombra. Para conocerla debemos nombrarla, y permitir su emergencia en lo conciente de manera personificada. “El personificar no sólo nos ayuda a distinguir sino también nos da la posibilidad de Amar, para imaginar las cosas de manera personal, para que podamos acceder a ellas con el corazón” (Hillman, 1999, p 203). Todo aquello que logramos conocer mediante el personificar nos permite hacerlo inteligible y por tanto amarlo. De ahí la relación arquetípica que se da entre el conocimiento y el amor. Ya que sólo puedo relacionarme amorosamente con aquello que me es conocido. Por el contrario, el desconocimiento es suelo fértil para todo tipo de proyecciones odiosas respecto a un objeto que ahora aparece hostil y amenazante. Esta ley psicológica no es sólo aplicable a las relaciones políticas entre grupos humanos disímiles, como veíamos en un comienzo, sino que también es válida para el dominio de lo intrapersonal. En la medida que la luz del conocimiento ilumina para poder re-conocer la sombra, el calor del amor permite relacionarse amistosamente con ella. “Que la sombra se convierta en nuestro amigo o en nuestro enemigo depende en gran parte de nosotros mismos *…+ La sombra sólo se hace hostil cuando es desdeñada o mal comprendida” (Von Franz, 1984, p. 175). No por nada la pareja arquetípica de Eros es Psique y la experiencia de la autoaceptación deviene del autoreconocimiento interno. La sombra conocida, es la sombra personalizada y amada interiormente. Como señala Unamuno en relación a este crucial aspecto del conocimiento a través de figuras imaginales de lo inconsciente: “Para amarlo todo, para compadecerlo todo, humano y extrahumano, viviente y no viviente, es menester que lo sientas todo dentro de ti mismo, que lo personalices todo. Porque el amor personaliza todo cuanto ama, todo cuanto compadece *…+ sólo amamos lo que nos es semejante” (Unamuno, en Hillman, 1999, p. 206). Pertinente aquí es ilustrar este aspecto con otra viñeta clínica del trabajo fenomenológico en primera persona, bajo un estado ampliado de conciencia: Luego de un tiempo de estar en ese estado, empiezo a sentir la presencia en mí de una energía oscura. Empiezo a verme desde fuera en distintos ángulos, y en distintas ocasiones vitales. Era como tomar conciencia de cada una de las partes de mi dark side. Apareció la impulsividad y el sadismo, apareció la lujuria, la vanidad y van como alumbrando distintas partes de un alter ego que empiezo a ver de frente y luego de perfil. Tenía el pelo largo y una expresión maliciosa en el rostro. Era espeluznante. Aparece el egocentrismo y el orgullo y este alter ego oscuro se hace cada vez más notorio como si saliera de las sombras. Veo entonces el rostro de un chico de mi universidad, compañero de carrera, del que no recuerdo su nombre pero que curiosamente tenía estas mismas características que mi yo oscuro. 60 El Demonio y la Sombra Mi actitud ante él había sido primero de sorpresa y luego de curiosidad, aunque esta vez me sentía curiosamente tranquilo, pese a lo inquietante de él. De pronto siento un impulso interno como: “¡Ah! ¡Pelotudo… ven acá y déjame darte un abrazo!”. Y en ese acto de que algo en mi más grande viniera y abrazara y aceptara a ese alter ego oscuro algo en mi interior se desinfla y libera. Y viene como una risa de “y bueno, ¡claro que es así!”. Y estaba todo bien con que fuera de esa forma. Sentía que aparecían unos brazos capaces de contener esto, de abrazar y amar todo lo que ahí viviera… y eso supuso un cambio de foco espontáneo abismal y remecedor. Desde este lugar es que se nos hace inteligible el ferviente llamado que hace Neumann (2001), apenas concluida la segunda guerra mundial, a hacernos responsables de nuestros aspectos oscuros para así pasar de una antigua ética centrada en la exclusión y proyección del mal-demonio fuera de los límites del individuo, al paso a una nueva ética centrada en el concepto de sombra como clave resolutiva para enfrentar el problema ético en cada ser humano. “La transformación de la actitud hacia la sombra, que es necesaria para curar al enfermo, *…+ no tiene, por consiguiente, nada que ver con el megalómano estar ‘más allá del bien y del mal’. Al contrario, precisamente, el profundo y humilde reconocimiento de la insuperable condición creatural del hombre, *…+ lleva a asumir la propia personalidad aún en lo que tiene de Sombra y de oscuro. En contraste con la dominación del hombre por su Sombra o de la eliminación de la Sombra por medio de la proyección, en el proceso de ‘asunción de la Sombra’ se pone fin al carácter inconsciente de ésta. Y precisamente por eso es benéfico. (Neumann, 2001, p.168) Para cerrar esta breve reflexión volveremos al punto de partida sobre nuestra condición actual como humanidad frente a la problemática del mal, de la mano del recorrido hasta aquí realizado. Pero esta vez no lo haremos desde una reflexión teórica, sino permitiéndonos compartir imágenes de tinte arquetipal, producidas espontáneamente por lo inconsciente, mientras llevaba a cabo la redacción de este ensayo. Quede este sueño espontáneo, co-ayudante de la escritura consciente de estas líneas, a modo de pregunta y de epigrama final: Luego llegamos a una base central de operaciones, hay una gran conmoción general y estamos en estado de emergencia planetaria. Hablo con las personas que están organizando la operación a nivel mundial y hay un tipo mostrándonos imágenes satelitales de la tierra. Él nos cuenta de lo que ha pasado: sucede que como humanidad tratamos de expulsar al mal de la tierra, encerrando en una capsula a todos los demonios, espíritus malignos y destructivos, todos los seres demoniacos, para arrojarla al espacio. Pero la operación por algún motivo había fallado y esta capsula quedó muy cerca de la tierra, orbitando en torno a ella. Ahora tenía tal poder que amenazaba con tragársela entera y podía llegar a destruirla. Veía imágenes de una constelación en el cielo a modo de una tormenta gigante, circular, girando sobre la tierra. La fuerza y potencialidad destructiva que tenía era enorme, y estar ante su presencia era realmente ominoso. Hacía que se nos estremecieran hasta los pelos más pequeños del cuerpo y la carne se ponía de gallina. Salían rayos y energía condensada 61 Camilo Barrionuevo D. en torno a esta constelación maligna girando sobre nosotros. Realmente era impactante contemplar el ojo de esta tormenta gigante que se cernía sobre la tierra. Veía a gente unida alrededor del mundo, conmocionada y tratando de ver qué iban a hacer frente a esto. Aparecía la casa blanca y el presidente de Estados unidos con su familia y la casa blanca llena de gente mirando hacia el cielo donde estaba esta constelación maligna. El presidente parece que iba a tomar alguna resolución respecto de cómo íbamos a enfrentar esta situación. Creo que su decisión implicaba alguna forma de autosacrificio. 62 El Demonio y la Sombra Bibliografía ALIGHIERI, D. (2001) La divina comedia. Madrid, Edición Íntegra. GOLDBERG, C. 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Editorial Verbo Divino. Madrid. MAY, R. (1982) “The problem of evil”. Journal of Humanistic Psychology 22, Nº3, pp 10-21. NEUMANN, E. (2001) Psicología profunda y nueva ética. Madrid, Alianza editorial. RECUERO, M. (2007) Los modelos terapéuticos de Carl Jung y de Carl Rogers. Una comparación en la perspectiva de la integración. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile. ROGERS, C. (1982) “Respuesta a la carta de Rollo May”. Journal of Humanistic Psychology 22, Nº4, pp 85-92. SAMUELS, A (1999). Introducción a Jung. Capitulo: Introducción a Jung y los postjunguianos, pp 3954. Cambridge. STEIN, M. (2009) El mapa del alma según Jung. Luciérnaga. VON FRANZ, M. (1984) El proceso de individuación. Jung, C. El hombre y sus símbolos (pp. 157228). Barcelona, Buc Carlat. 63 Revista Encuentros. N.3 2011. Págs. 64 - 80 Adolescencia y Narcisismo en la Psicopatología Simbólica Consuelo Martínez V.1 La adolescencia es una etapa crítica, en la que el adolescente habrá de realizar un viaje heroico, guiado por la emergente fuerza diferenciadora del arquetipo de Alteridad, para hacer el camino de construcción de una nueva identidad. El presenta artículo revisa el trabajo heroico de la individuación adolescente, a la luz los planteamientos de la psicología Simbólica Junguiana sobre la polaridad narcisismo-ecoismo, en sus dimensiones creativas y defensivas. Se detiene particularmente a examinar el trastorno del desarrollo de la personalidad narcisista, entendiéndolo como un problema en el desarrollo de la relación ego-Self, producto de una cronificación de la defensa ante un sentimiento de identidad muy débil del joven, precariamente construido desde la falta de reflejo empático en los vínculos tempranos, y la propia debilidad de identidad de las figuras parentales. Se ilustra con una viñeta clínica, en la que se aplican los conceptos señalados. Palabras claves: adolescencia, identidad, psicología simbólica Junguiana, polaridad narcisismo-ecoismo, desarrollo de la personalidad. Introducción Asociar narcisismo a adolescencia es un tópico recurrente en el hablar cotidiano. Esto parece normal desde algunas de las características que, si bien son en parte propias de la etapa, en aquel contexto se les añade cierta carga peyorativa: los adolescentes son egocéntricos, desconsiderados, omnipotentes, se sienten invulnerables, son vanidosos o demasiado atentos a los atributos de belleza corporal, etc. Y no resulta extraño que ocurra esta asociación, en cuanto el narcisismo es primero un problema en la identidad, identidad que será el tema central y la finalidad de todo el proceso adolescente. Ahora bien, tratándose la adolescencia de una etapa normal y necesaria, se hace importante discriminar entre los aspectos narcisistas que podemos detectar o reconocer en el desarrollo normal de un joven, y que estarían en el ámbito creativo de la polaridad normalidad/ patología, 1 Psicóloga Universidad Católica. Magíster en Psicología Analítica Junguiana 64 Adolescencia y Narcisismo versus un trastorno del desarrollo de la personalidad, tipo narcisista, que pudiera estarse desarrollando en otro adolescente. Este trabajo pretende revisar en conjunto los conceptos de adolescencia, psicopatología simbólica y la polaridad narcisismo-ecoismo. Adolescencia Es a la vez una etapa de la vida y un conjunto de procesos bio-psico-sociales, que comienza con los cambios biológicos asociados a la maduración sexual y termina con el logro de la independencia psicológica, social, afectiva y económica. Como proceso, implica una gran cantidad de cambios y transformaciones, las que conmueven profundamente las estructuras biológicas, psicológicas (cognitivas, afectivas, morales y espirituales) y los asentamientos psicosociales, es decir, la vida de relación del individuo. El advenimiento del pensamiento hipotético-deductivo --que permite reflexionar sobre el mundo y sobre sí mismo como objeto de auto-examen--, los cambios morfológicos y fisiológicos que experimenta el cuerpo --que exigen una nueva adaptación tanto a sí mismo y a su nueva imagen corporal (no pocas veces generadora de tensiones y ansiedades), así como también una redefinición en la relación con los demás--, las transformaciones afectivas del experimentar sentimientos y emociones nuevos e inesperados, la necesidad de conocer, integrar y aprender a expresar constructivamente nuevos impulsos y motivaciones, sumado todo ello a los cambios en las reacciones y los modos de relacionamiento que el mundo externo empieza a tener hacia ellos, todo esto determina profundos movimientos en todas las capas del ser. La meta de la etapa será la definición de la identidad personal y la formulación de un plan de vida, basado este en una definición de su rol en la sociedad y en sus concepciones del mundo y de sí mismo (Kimelman, en Almonte 2003). Esta nueva identidad pasará, entre otras cosas, por redefinir sus relaciones no solo consigo mismo, sino de modo importante con la familia: aceptar los vínculos familiares y, a la vez, vivir con autonomía de ellos. Esto supone según Stevens (1994) una cierta atenuación del vínculo parental, la que es posible gracias a que los arquetipos parentales parecen -en este período- perder su preeminencia; los jóvenes retiran de sus padres las proyecciones arquetípicas, con lo cual se tornan más objetivos en la percepción de aquellos. En la relación, esto generalmente cruza por una serie más o menos intensas de tensiones oposicionistas, vividas en el plano ideativo y/o conductual, que hacen parte del proceso de diferenciación de la identidad juvenil. Adolescencia como tiempo de crisis Distintos autores miran con mayor o menor alarma los riesgos de tantas de estas vivencias. M. Kimelman (en Almonte, 2003, pág 35), por ejemplo, señala: “Lo habitual es una disminución de la autoestima, una labilidad emocional y conductual y una gran capacidad de ensoñación”. 65 Consuelo Martínez V. Montellano, por su parte, plantea que “la adolescencia es una de las fases más peligrosas de la vida…puesto que la carga emocional que el Yo debe soportar en la separación de la familia y en el encuentro con el mundo, puede desencadenar cuadros psicopatológicos graves” (1996, pág 89) Para Stevens (1994, p.148) “en la adolescencia se libra una batalla en dos frentes: en uno de ellos se lucha por establecer un sentido de identidad y de competencia social como personalidad con derecho propio, y en el otro se lucha por superar los deseos regresivos hacia la madre y el pasado. Nadie escapa a este conflicto” Byington (2002, pag 96-97) desde la perspectiva de la Psicología Simbólica, también analiza el impacto transformador del proceso. “La crisis de la adolescencia somete las identificaciones insulares y parentales y los complejos (del joven), a una nueva presión transformadora, en función de la entrada en escena del arquetipo de la Alteridad (Anima, Animus), el que lanzará en la personalidad la semilla de la convocación para la campaña de construcción de la identidad única y profunda”…De este modo, “la identidad del Ego y del Otro y de toda la personalidad entran en crisis en la adolescencia, porque el llamado para la construcción de la identidad individual profunda, entra en choque con las identificaciones primarias y parentales establecidas durante la infancia”… En este proceso, “el arquetipo de la Alteridad actuará como guía para diferenciar al joven de su familia y de su identidad infantil”. Esta diferenciación no siempre es fácil. En los mitos, la figura del héroe va a representar justamente ese impulso humano, vivido tan propiamente en la adolescencia, que lleva a abandonar la seguridad cálida y acogedora de la familia, para aventurarse en territorios nuevos, desconocidos, a veces peligrosos y tantas veces amenazantes. El héroe va a mostrar al joven cómo, para descubrirse a sí mismo, ha de pasar a través del peligro y/o la adversidad. Ahora bien en este punto, Byington (2002, pag 97)subraya otro hecho central a la vivencia de la adolescencia como crisis: la adolescencia ‘le ocurre’ al joven, es algo que ‘le pasa’, de modo que este se ve obligado a experimentarla en todo su presión transformadora, sin posibilidad de opción, ni de graduar la intensidad de los fenómenos que experimenta: “La adolescencia experimentará el predominio del Arquetipo de la Alteridad en actitud pasiva, porque el joven, sin percibirlo, se verá envuelto por una dimensión social heroica, sexual, tentadora, desafiante y fascinante que él no escogió”. Constelar el héroe será entonces ardua tarea. En tal sentido, Montellano añade que las conductas de riesgo del adolescente pueden ser comprendidas como el desequilibrio del Yo ante la enorme carga heroica que se le impone con la constelación del arquetipo del Anima y el Animus. En su visión de la crisis adolescente, Byington (2002) agrega a esto, la presión ejercida en esta etapa por el predominio de la posición dialéctica en la relación Ego-Otro, que implica un patrón cuaternario, en el que todos los opuestos pueden descomponerse en nuevas polaridades, cuyo encuentro o desencuentro genera altos niveles de tensión, por cuanto demanda un mayor grado 66 Adolescencia y Narcisismo de abstracción y tienta incluso los límites de la lógica profunda de la paradoja, con los que el adolescente, por su desarrollo cognitivo, probablemente recién está empezando a contactar. No es de extrañar entonces que tantos cuadros psicopatológicos inicien en medio de esta época. Irribarne -por su parte- va a señalar que, si bien el proceso adolescente cursa con momentos de desorganización y otros de mayor organización, a consecuencia de los abundantes cambios que deben de ser integrados en una imagen coherente de sí mismo, “el grado en que estos cambios afecten a la vida personal y social del joven, dependen de las habilidades y experiencias adquiridas durante la infancia y de las actitudes de quienes lo rodean en ese momento” (en Almonte, 2003, pag 37). Ello nos invita a considerar no solo el tiempo presente de los cambios de un joven adolescente y el contexto en que se producen, sino también los inicios de su desarrollo. ¿Qué eventos o situaciones en la vida, han facilitado que un joven curse su adolescencia y construya su identidad creativamente, en relativa armonía, o defensivamente, en profundo sufrimiento? Psicopatología y Psicología Simbólica. Jung declaró en varios de sus escritos que consideraba que “la enfermedad es una variación de lo normal” (Jung, CW 18, #1738), o bien una perturbación de procesos normales. Más tarde C. Byington, al desarrollar su Psicología Simbólica, profundizó esta concepción, en un esfuerzo tanto por separar con claridad lo normal de lo patológico (confundidos o entremezclados en el psicoanálisis), como por “situar la psicopatología como una variante del desarrollo simbólicoarquetípico normal” (en Saiz, 2006,p.15) La Psicología Simbólica constituye un marco teórico-práctico, desarrollado como una ampliación de los conceptos formulados por el Psicoanálisis y por la Psicología Analítica, buscando preservar y reunir coherentemente los aportes de cada uno de ellos. Propone mantener en mente las nociones interactuantes de identidad óntica (identidad del ser en su particular expresión, la personalidad en sus aspectos más propios) y ontológica (la identidad en sus aspectos propiamente humanos, no particulares); con lo cual, desde esta perspectiva simbólica, la psicopatología es considerada una variante de lo normal: “un esfuerzo de desarrollo del ser, diferente, pero paralelo al desarrollo normal” (Byington,1987, pag 6). La patología, en esta visión, resulta del ser heridos por ciertas experiencias ónticas, de modo tal, que el proceso ontológico queda irremediablemente fijado y mutilado por esos acontecimientos. Para Byington, “toda cultura y todo ser humano es normal, creativo y enfermo de muchas diferentes maneras, en función de la inmensa malla de símbolos, en los más variados grados de elaboración, entre funciones estructurantes normales y defensivas. Cuando enfocamos así la patología, nos damos cuenta de que cada función estructurante normal, tiene su variante patológica. Por eso, delante un cuadro patológico, es más importante descubrir la función del 67 Consuelo Martínez V. símbolo en cuestión, en el proceso simbólico de desarrollo de la conciencia individual y colectiva, no importa a través de qué defensa esté siendo expresado. Solamente a partir de allí podremos realmente comprender su patología”. (Byington, 1987, pag 3) Para la Psicología Simbólica, “todo en la psique es simbólico y el símbolo se vuelve esencialmente el factor esencial estructurante de la Conciencia” (Byington 1987, pag 6). Desde esta mirada, la totalidad de la actividad psíquica está centrada en el proceso de elaboración simbólica: toda y cualquier vivencia existencial será sometida -en mayor o menor grado a la elaboración simbólicaya que, a través de esta, el significado de los símbolos se integra a la Conciencia y de este modo se forma y transforma en ella la identidad del Ego y del Otro. Para ello, los símbolos estructurantes y funciones psíquicas estructurantes, son coordinadas por los arquetipos regentes: matriarcal, patriarcal, de alteridad (Anima/Animus) y de totalidad, operando todos ellos alrededor del arquetipo central. (Byington, 2002, 2005) Describe 5 posiciones Ego-Otro, por las cuales pasa –en menor o mayor grado- la elaboración simbólica. Serían las posiciones indiferenciada, insular, polarizada, dialéctica y contemplativa. Ahora bien, cuando sucede una fijación en el proceso de elaboración simbólica, los mismos símbolos, funciones y sistemas estructurantes dejan de operar creativamente y su funcionamiento se torna defensivo: se fijan, el poder prospectivo de los símbolos queda reducido, literalizándose o limitando su elaboración a uno o poco más significados específicos, con lo cual impiden el acceso a la elaboración de esos símbolos en la Conciencia, y mantienen dicho proceso de elaboración bajo el dominio inconsciente de la Sombra y de la compulsión a la repetición. Los símbolos así resultantes expresan una elaboración simbólica defectuosa, incompleta o existencialmente inadecuada de la Conciencia. (Byington, 2002) La fijación los ha patologizado, llevándolos a formar parte de la Sombra y del inconsciente reprimido. Así, la Sombra es concebida por este autor, como la gran responsable de la conducta inconsciente, por cuanto ella expresa de un modo fijo e indiscriminado, los símbolos que no pudieron ser elaborados directamente por la conciencia (Byington, 1987, p.14). La describe entonces como el conjunto de todas las funciones estructurantes defensivas que mantienen símbolos en ella, impidiendo su acceso a la conciencia. Incluye también la polaridad Yo-Otro fijada en los varios estadios del desarrollo simbólico. Todo ello resulta en una elaboración simbólica defectuosa: los símbolos son expresados, con diversos grados de adecuación (es decir, de preservación de la persona) pero de un modo fijo, y no acceden a la elaboración simbólica. ¿De qué modo esa expresión es defectuosa?, Byington señala que “la psicodinámica de la Sombra de un individuo…solo puede ser comprendida dentro de la historia de distorsiones y fijaciones del proceso de elaboración simbólica de esta persona” (2002, p. 70) Acuña los términos de Sombra Circunstancial y Sombra Cronificada, si bien ambas patológicas porque en las dos la realidad se encuentra deformada por defensas, la primera sería transitoria, la segunda “una reacción defensiva a un contexto pasado, después del cual las estructuras 68 Adolescencia y Narcisismo defensivas se tornaron crónicas y empedernidas, inconscientemente atrincheradas y que en el presente ofrecen gran resistencia para ser confrontadas por el Ego de la Conciencia” (2002, p. 70) Sin embargo, según Byington, “la existencia de la sombra puede ser vista como una imperfección humana estructurada (constitucional y arquetípica), pero también puede ser vista como un esfuerzo de la psique para expresarse, aunque sea de forma inadecuada, esto es, imperfecta. Este hecho trae grandes problemas para la adaptación y para la convivencia existencial, pues condena a los otros a convivir con nuestras inadecuaciones. Lo máximo que podemos hacer es permanecer creativamente abiertos a nuestra actuación de los símbolos sombríos, para continuar su elaboración buscando su adecuación. Se inicia la psicopatología cuando las defensas impiden esa actividad” (Byington, 1987,p. 14) La polaridad Narcisismo-Ecoismo : aspectos defensivos y creativos Narcisismo y Ecoismo refieren a Narciso y Eco, personajes de la mitología griega: ella una ninfa enamorada que no puede hablar, salvo para repetir lo que otro diga, y él un adolescente que desprecia el amor de ella, para más tarde sucumbir enamorado de su propio reflejo en el agua de un estanque. Desde un punto de vista analítico y simbólico, Eco es la imagen de la extroversión, del volcarse hacia fuera; ella concentra toda su atención y energía psíquica en otro; Narciso sólo lo hace en él mismo, introversivamente. R. Montellano señala al respecto: “Narciso y Eco están en una relación dialéctica de opuestos complementarios, no solo de lo femenino y lo masculino, sino también como símbolos de aquel que permanece en sí mismo y aquel que permanece en el otro” (1996,p.90). Para ella, el mito representa la paralización del proceso de individuación en dos jóvenes adolescentes, de modo tal que quedan separados y fijados, fuera del encuentro Ego-Otro, detenidos en su camino hacia la alteridad. En ese sentido, habla de fijación defensiva. “Eco expresa en su patología la fijación inicialmente neurótica de la función ecoista: Solo se puede expresar a través de otro” (Montellano,1996, p.88) del que es dependiente. Tal fijación puede avanzar en su patologización, configurando una conducta seriamente masoquista, hasta llegar incluso a una dimensión defensiva psicótica. Esta misma autora interpreta simbólicamente a Narciso, mirando en el estanque la imagen no de su ego, sino la imagen del Self. De la numinosidad de este se desprende el poder y la fascinación con que tal imagen atrae y mantiene a Narciso defensivamente fijado, “entre la reverencia, el espanto y el gozo(...)el miedo de ser sumergido por las energías arquetípicas y de ser tomado por una voluntad mayor que la del ego derrotado(…), el miedo al abandono: ‘seré poderoso y todos me evitarán’ (…),el miedo de 69 Consuelo Martínez V. asumir el control de las energías del Si mismo, porque son tan atrayentes y bellas, que tenemos la certeza que nos volveremos objeto de envidia” de los demás (Schwartz-Salant, 1988, p4) . Miedo, poder, envidia, deseo, son algunas de las funciones estructurantes que participan, y que en la dimensión narcisista patológica, actúan defensivamente y se fijan, distorsionando la elaboración simbólica. De este modo, “el querer (compulsiva y repetitivamente) tocar la imagen del Self como si fuese real y concreta, es decir el intento de literalizar lo simbólico, es lo que lleva a Narciso a una patologización progresiva, llegando a la defensa psicótica, la angustia delirante y el ataque a su propio cuerpo ” (Montellano, 1996, p.90) Ahora bien, la misma autora plantea también una dimensión creativa para la polaridad narcisistaecoista. En ella, “el desarrollo creativo de la polaridad narcisista posibilitará la formación de una imagen del yo integrada, una autoestima positiva, autónoma, capaz de expresar su individualidad en la lucha por la realización de sus ideales. La polaridad ecoista, en su funcionamiento creativo, permitirá la imagen integrada del otro, sentimientos de empatía y compasión y capacidad para reconocer la necesidad y la importancia del otro” (Montellano, en Saiz, 2006, p.192). La polaridad Narcisismo-Ecoismo y el desarrollo humano De acuerdo a Neumann, el desarrollo humano comienza a evolucionar a partir de un período inicial de indiferenciación sujeto-objeto, psique-cuerpo, yo-tu. La diferenciación se va construyendo progresivamente desde la díada madre-hijo. Inicialmente en esta, la dimensión narcisista-ecoista está polarizada: el polo narcisista está predominantemente en el niño, el ecoista ha de ser actuado particularmente por la madre, quien será la encargada de dar el apropiado reflejo empático y comprensivo, imprescindible para el desarrollo. Schwartz-Salant señala al respecto que “la estabilidad del ego depende de un sentimiento interno de ser reflejado por el Si Mismo” (1988, p. 25) En la historia personal, la madre es, justamente, el primer portador de la imagen arquetípica del Si Mismo, y por ello su reflejo apropiado será capaz de equilibrar las vivencias placenteras y displacenteras, de absorber la ansiedad que inunda al niño ante el desconcierto y el temor que resulta de la experiencia de su conciencia emergente, diferenciándose del mundo. Esa necesidad de reflejo se expresará –en el desarrollo- como la necesidad del niño de “mírenme a mi”: es la necesidad de ser visto y oído, para poder verse y oírse en el otro. Ese exhibicionismo responde entonces básicamente a una profunda y saludable necesidad, cuya satisfacción permitirá que se forme una relación ego-Self flexible y sólida. Más tarde, ser reflejado será una necesidad parcial, pero de toda la vida. El reflejo del otro completa, acompaña el crecimiento, por cuanto externaliza una realidad psíquica, interna, y permite verla fuera para luego interiorizarla, reconocerla dentro. Necesitamos el reflejo empático 70 Adolescencia y Narcisismo en cada nuevo desafío que encontramos en la vida. El nos ayuda a constelar –como realidad interna- un Sí Mismo positivo. En el desarrollo, a medida que nuestras necesidades más básicas de reflejo se ven satisfechas, el polo ecoista de la polaridad narcisista-ecoista, se va activando y desplegando. Especialmente en la adolescencia, probablemente por la plasticidad y amplitud de transformaciones que experimentan los jóvenes, se observa fácilmente en ellos una inestabilidad y alternancia de ambos aspectos de la polaridad (Montellano, en Saiz 2006), alternancia que no necesariamente cae fuera de la normalidad, en tanto no se fije el proceso de elaboración simbólica. Así, desde la dimensión narcisista normal, los adolescentes se pueden mostrar autoconfiados, marcados por la fe en sí mismos (se sienten héroes, conquistadores o expertos), lejos del alcance de las heridas o los accidentes, audaces y arrojados, ambiciosos en la búsqueda de metas, entusiastas y líderes. Tienen un sentimiento de grandeza personal y desde él pueden buscar, y disfrutar, el ser vistos por los demás, se dejan ir en fantasías de poder, éxito, belleza o inteligencia ilimitados; se sienten únicos y especiales. A veces de sobrevaloran y desde allí esperan que se les reconozca y se les trate con respeto, o se irritan cuando son contrariados. Viven desde sí mismos y de sus necesidades, y pueden pasan sin darse cuenta de que están pisando al del lado. Desde la dimensión ecoista normal, muestran preocupación por el otro, capacidad de compromiso y solidaridad; se entusiasman por ayudar en tanto reconocen y empatizan con la necesidad del otro. Vulnerables al otro, se dejan guiar por aquellos a quienes admiran. Si se insegurizan, les cuesta dar su propia opinión, de modo que repiten como Eco, lo que otros dicen. Se enamoran perdidamente, ahogándose en el otro, quien –por un tiempo- pasa a ser el todo, de cuya mirada sienten que depende completamente su felicidad. Trastorno de personalidad versus trastorno del desarrollo de la personalidad Se hace relevante en este punto incluir un breve comentario al respecto. Tal como señala Almonte (2003), no existen acuerdos definitivos, desde el punto de vista nosográfico, respecto al concepto de trastorno de la personalidad en edad evolutiva. Ya que la personalidad es una organización dinámica y evolutiva, especialmente en movimiento durante el período adolescente, el acuerdo generalizado es hablar de “trastornos del desarrollo de la personalidad, para referirse a rasgos, o grupos de rasgos, que no evolucionan en forma adaptativa con relación a la edad, repercutiendo en la relación del individuo consigo mismo, y con los demás. El desarrollo de la personalidad puede perturbarse cuando los factores biológicos, psicológicos y sociales, o la integración de estos, no sigue un curso adaptativo. En estos casos, el destino del rasgo o del grupo de rasgos, podrá ser la fijación o la acentuación, lo que se expresará en el adulto como un trastorno de la personalidad” (Almonte, 2003, p.324). 71 Consuelo Martínez V. Este acuerdo busca proteger a niños y adolescentes, de modo de no catalogar externamente, ni fijar diagnósticamente, conductas y/o procesos que pueden ser experimentales, que se hallan en evolución y por tanto son sujetos de cambio y transformación. Esto, desde otro ángulo, se afirma en reconocer la plasticidad del desarrollo y la noción de que pueden darse en él distintos grados de elaboración, o de fijación defensiva. Refiere también a los conceptos de Sombra Circuntancial o Cronificada, tal como Byington las describe, dependiendo del grado de fijación y la persistencia de la misma. Desde esta óptica, en un adolescente el interés ansioso por la figura o el atractivo físico, puede ser transitorio o claramente contextualizado, limitado en el tiempo y finalmente corregido (circunstancialmente sombrío) o puede fijarse en un trastorno dismórfico corporal o bien en un trastorno alimentario (sombra cronificada). Narcisismo-ecoismo defensivo- patológico El narcisismo en cuanto trastorno de la personalidad, durante mucho tiempo ha sido considerado grave y de mal pronóstico, visto como un modo de amor propio patológico, resguardado por una fuerte defensa y por tanto terapéuticamente impenetrable. En tanto trastorno de personalidad, sería una categoría aplicable a mayores de 18 años, desde los criterios DSM IV y similares. En tanto trastorno del desarrollo de la personalidad, se puede preanunciar en diversos grados en un adolescente. Desde la descripción psicoanalítica, Kernberg (en Schwartz –Salant, 1988) presenta en el narcisismo un si mismo autoreferente, con enormes necesidades de ser amado y admirado, dependiente del tributo externo, hambriento y voraz, al que no le queda espacio para la empatía, incapaz de experimentar tristeza o pesar y que por tanto lleva una vida emocional hueca, desasosegada, presa del vacío y el aburrimiento; capturado por la envidia de lo que no tiene y siente que le quitaron, se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza y control sobre el otro. En él la grandiosidad sirve como defensa: desvalorizando al otro, aplasta la envidia y así los objetos ya no le aparecen investidos de enormes y amenazantes poderes. Kernberg, presenta así la pobreza, el vacío y la voraz necesidad que determinan un ego precario: la estructura de si mismo del carácter narcisista, una regresión fusional marcada por distorsiones patológicas, donde el Ego es inflado, grandioso, exhibicionista y frágil. Ahora bien, desde la particular óptica analítica, marcada profundamente por el sentido prospectivo de la enfermedad y de los síntomas, es posible ver que “todo el complejo sistema de defensas narcisistas-ecoistas busca mantener algún equilibrio en la personalidad. Defiende al individuo contra intensos sentimientos de inferioridad, impotencia, vacío y falta de significado. Principalmente, en el espectro más grave de la patología, busca prevenir la pérdida de las ilusiones y la angustia de aniquilamiento. Es como si el individuo no confiase en la posibilidad de una vivencia integrada de identidad y de relaciones creativas” (Montellano, en Saiz, 2006, p.195) 72 Adolescencia y Narcisismo En ese sentido, “la actitud defensiva especial del desorden de carácter narcisista constituye una defensa contra los daños a un sentimiento de identidad ya muy pobre”. (Schwartz-Salant (1988, p 10) Esa pobreza en el sentimiento de identidad tiene su historia en la persona que sufre el trastorno. De acuerdo a este autor, la envidia juega un rol muy importante en la patología narcisista: estas personalidades carecerían crónicamente de reflejo empático adecuado, esto a consecuencia de la envidia de los padres. Ellos, por su propia identidad frágil, no habrían reflejado apropiadamente al niño, por el contrario habrían esperado que él les reforzara la propia autoestima, que los hiciera sentir valiosos o bien que a través de él se haga evidente el valor de ellos. En este panorama, es el niño es quien ha de dar seguridad a sus padres y hacerlos sentir competentes. Si no logra crearles la identidad que les hace falta, experimentará el afecto negativo de sus padres, y este odio será su odio. El desarrollo quedará bloqueado en una estructura defensiva urobórica: una estructura de fusión que, aunque contiene las semillas para el crecimiento de la personalidad, está encerrada y fijada en un caparazón protector –la defensa narcisista- que niega las necesidades, en vez de procurar su atención y satisfacción. Para este autor, la rabia y la envidia son cruciales. La envidia “se configura como el lado sombrío del narcisista”, y es una de las experiencias que más le cuesta experimentar e integrar, tanto por la ‘humillación’ que le significa reconocerla, como porque lo hace contactar con la experiencia de haber sido objeto de la envidia (rabia/odio) de los propios padres. Recuperar este hecho, atemorizante y doloroso, es esencial en el análisis -según Schwartz-Salant (1988)- para que las emociones negativas salgan de la represión, se vean las necesidades a la bases y la grandiosidad pueda transformar su carácter defensivo. Byington (2205) aporta en la misma dirección: Por ser una función estructurante, la envidia podría ser usada creativa o defensivamente, en la polaridad narcisista-ecoista. En el trastorno de personalidad narcisista, la envidia fijada en la Sombra, no elaborada simbólicamente, se ha tornado destructiva. Así, para este autor, la envidia que más profundo sufrimiento causa, sería justamente la que más claramente intenta expresar aquello que le resulta imprescindible al envidioso. En la personalidad sana, la envidia se expresa creativamente, porque es atendida, no negada ni patriarcalmente considerada indebida ni expulsada represivamente a la Sombra; gracias a ello, puede ser elaborada dentro del mecanismo creativo, normal, y de este modo el deseo por lo que el otro tiene se hace admiración, receptividad a su influencia, reconocimiento y colaboración. En cuanto a la polaridad ecoista, cuando la personalidad se fija en ella, muestra rasgos dependientes y/o masoquistas, los que se expresarán en diversos grados de psicopatología, según sea defensiva en dimensiones neuróticas, psicopáticas, borderline o psicóticas (Byington, 2005). 73 Consuelo Martínez V. Montellano (en Saiz, 2006) describe al respecto: una excesiva dependencia del amor y la aceptación del otro, al que idealizan; son personas a las que les cuesta expresar sus sentimientos, sus ideas, y las proyectan en otros. No aceptan sentir rabias, y si no pueden evitarlas, los viven con culpa, o depresivamente, o bien la dirigen hacia sí mismos, en crítica, en exigencia o en agresión abierta. Siempre disponibles, se terminan sintiendo maltratados, y martirizando a otros con reproches o sentimientos de culpa, más o menos indirectos. Aplicación clínica. Presentación de un caso. Miguel tiene 12 años al momento de consultar, es el segundo de tres hombres. Es un chico alto, de presencia agradable y un contacto apropiado, aunque cruzado por un alerta fácil y defensivo. Por dificultades económicas la familia hubo cambiarse de ciudad. Los padres consultan preocupados porque consideran que no se interesa por hacer amigos en este nuevo contexto y porque tuvieron conocimiento de que intentó involucrar a una prima preescolar en un juego sexual, al que esta se resistió. Miguel no quiere hablar de ello, pero manifiesta preocupación por lo que dice es su dificultad para manejar sus impulsos. Los padres lo señalan autoexigente, perfeccionista, brillante, pero consideran que de poco esfuerzo, entienden que su rendimiento no está acorde a su capacidad. Lo describen muy introvertido, malgenio, y señalan que tiende a aislarse, oposicionista y enrabiadamente. El hermano mayor ha tenido históricamente problemas de salud; los padres, para cuidar que esto no afectase su autoestima, han sumado desde pequeño a Miguel en todas las actividades terapéuticas a las que el mayor ha asistido, aún cuando Miguel no las necesitase. Frente a ello, Miguel experimenta sentimientos ambivalentes: quiere proteger al hermano y siente mucha rabia. El hermano que le sigue manifiesta un comportamiento disruptivo en la casa, y también demanda bastante atención sin que los padres logren manejarlo adecuadamente. Miguel se siente muy irritado con él. Aunque se siente movido a ayudar en casa y cuidar de sus padres y hermanos, al momento de consultar Miguel casi no reconoce en ellos nada positivo. Sus comentarios trasmiten una visión aguda, crítica, descarnada y desencantada de la dinámica familiar. Se siente sobre exigido y a la vez carente. No reconocido, usado por sus padres y nada considerado por el resto de la familia, a quienes acusa de solo querer a interesarse por los otros dos. Experimenta una profunda envidia y un hondo sentimiento de haber sido dejado solo, a merced de sus propios recursos, por los que además se le exige responder exitosamente, sin considerar que esto pudiera costarle. Evaluado con Rorschach, entre otros elementos este observa una actitud desconfiada y vigilante al enfrentar situaciones afectivas. El contacto con otros es paranoide, con sentimientos de resultar herido o dañado en las interacciones, y en su representación de lo humano predominan los 74 Adolescencia y Narcisismo aspectos parciales e irreales, por lo que le cuesta establecer vínculos y realizar interacciones humanas complementarias. En el plano del desarrollo de la identidad, Miguel lucha por tener una identidad clara y por ser reconocido. Sin embargo, tiene dificultad para mostrarse genuinamente; su autoconcepto – en parte como se espera a su edad- incluye elementos diversos aún no ordenados; se siente distinto a quienes lo rodean y experimenta mucha necesidad de defenderse del medio externo. Su representación sexual es normal; se acentúa la necesidad de contacto. Las representación materna es infantil y volcada en sí misma, muy poco contenedora; la paterna tiene atributos agresivos, algo primitivos, asociados con el poder; si bien es representado como una persona narcisista, distante y dañino, y provoca mucha rabia, Miguel lo admira en algunos aspectos y percibe cierta similitud con él, especialmente respecto al manejo de impulsos. Dada la ambivalencia de sus sentimientos hacia él, la tarea de construir identidad se le hace muy conflictiva. Análisis del caso Miguel llega a consultar cuando su maduración gonadal ejerce una fuerte presión sexual que el no logra manejar. La presión transformadora del arquetipo de Alteridad lo empuja –aunque él no quisiera- hacia la diferenciación tanto de su familia como de su identidad infantil. Sin embargo se encuentra con las resistencias provocadas por los condicionamientos en las identificaciones primarias y parentales, además de con dinámicas familiares actuales disfuncionales, que hacen difícil los trabajos de diferenciación. Los procesos ontológicos del devenir adolescente, las tareas arquetípicas vinculadas con él, se encuentran con las dimensiones ónticas de los particulares vicisitudes de la vida de Miguel. En su historia, cabe particularmente la descripción que Schwartz-Salant hace de la falta de reflejo empático en su infancia. Los padres, ambos con una identidad frágil, sensibilizada en sus propias necesidades de validación y reconocimiento, (amenazadas estas además por la fragilidad de salud del mayor, vivida como herida narcisista), no lograron ‘ver’ a Miguel en su particularidad. Por una parte, lo supeditaron constantemente a las necesidades consideradas preeminentes del mayor, de modo que se vulneraron las necesidades de Miguel, forzándolo a recibir cosas que no necesitaba, porque su identidad quedaba -para ellos- difuminada y confundida con la de su hermano. El intento de involucrar a la prima en su juego sexual, puede ser entendido desde ahí como actuado desde la indiferenciación Ego-Otro, por la cual es permitido forzar al otro a recibir cosas, aunque no las quiera. Por otra parte, pudieron ver algunas de sus capacidades (intelectuales, especialmente) y las sobredimensionaron, exigiendo un rendimiento que no dejaba espacio a dificultades o limitaciones. Al momento de la consulta, no se plantean siquiera la posibilidad de que Miguel 75 Consuelo Martínez V. tenga los amigos que necesita (es un chico de predominio introversivo), sino que le exigen comportarse como si fuese el extravertido exitoso que ellos quisieran. En suma, Miguel debía nutrir narcisistamente a sus padres con sus logros intelectuales y sociales, y sostener la identidad y autoestima de su hermano, borrándose a sí mismo y a sus necesidades. Miguel no vale por él mismo, sino en tanto construye a los otros. Si, de este modo, su identidad no ha podido irse clarificando en su infancia, sumido en una indiferenciación con las necesidades de su hermano y sus padres, ¿cómo podría enfrentar exitosamente las presiones que la dinámica adolescente le imponen para diferenciarse de sus padres y de su propia identidad infantil, tan pobremente construida? Al momento de recibirlo en consulta, me parece que para intentar hacerlo, Miguel ha ido haciendo un uso no creativo de las defensas narcisistas, y está configurando un trastorno del desarrollo de su personalidad, de tipo narcisista. Vemos así que su desarrollo se ha ido fijando defensivamente en varios aspectos. La función estructurante de la confianza, confianza en sí mismo y en otros, ha sido vulnerada repetidamente, lo suficiente como para que sombríamente se constele una actitud defensiva, cada vez más crítica, distante y paranoide, que –sumada a su predominio introversivo- impiden que Miguel se acerque a las relaciones interpersonales con la suficiente apertura como para ser sanado en el establecimiento de nuevos vínculos. La función estructurante de la envidia, ha sido también vivida defensivamente, de modo que lo que pudo ser circunstancial, se presenta hoy como una sombra en proceso de cronificarse, con una defensa cristalizada. Miguel, envuelto en un medio fuertemente patriarcal y moralista, no puede sentir envidia, menos del afecto brindado a su hermano enfermo. Entonces la envidia no puede ser reconocida, y es expulsada a la expresión conductual sombría, al menos parcialmente inconsciente. Es como si la polaridad salud/enfermedad fuese vivida tan patriarcal y polarizadamente en el contexto de Miguel, que la dimensión de la enfermedad hubiese estado totalmente ocupada por el hermano, quedándole a Miguel como única posibilidad, ser el totalmente sano: evidentemente ello deja fuera de sí una gran cantidad de aspectos de su personalidad total que no son integrados, sino expulsados de la conciencia personal y del Self familiar y vividos sombríamente. Así, Miguel no puede tampoco encontrar caminos que le permitan ser cómodamente él mismo, es decir incluyendo sus aspectos ‘no positivos’ normales; tiene que ser como esperan que sea, de modo que la fuerza creativa que podría movilizar la envidia, es paralizada y sus símbolos confinados al inconciente y a la sombra. Esta pasa a dominar los dominios de su intencionalidad, y a expresarse en el malgenio, los ensimismamientos enrabiados, oposicionistas y la crítica ácida a su medio familiar. El odio encubierto en esa crítica, usado creativamente, podría ayudarlo a 76 Adolescencia y Narcisismo aumentar su comprensión de sí mismo y de los demás, pero elaborado en un dinamismo patriarcal que lo estigmatiza y rechaza, es vivido defensivamente, distorsionado. Por otra parte, ya que no se lo ha mirado a él, ni nutrido sus sanas necesidades infantiles de exhibirse ante el otro y ser reconocido, estas se hallan fijadas y actúan de modo inadecuado. Visto solo en sus éxitos, tiende a defensivamente a negar sus necesidades o, por la confianza herida, a no acercarse a otros para satisfacerlas. La grandiosidad y el ego inflado hacen que las funciones estructurantes de la agresión y la rabia también operan defensivamente: en cuanto no son aceptadas por el medio, pasan a actuar desde la sombra, distorsionadamente. El afecto depresivo, producto de la rabia ante las exigencias y la frustración constante de sus esfuerzos por mostrarse y ser reconocido, empieza a permear su ánimo. Desde una óptica analítico simbólica, podemos ver como las defensas narcisistas que Miguel usa, están buscando mantener algún equilibrio en su personalidad en proceso de formación, tratando de defenderlo contra intensos sentimientos de inferioridad, impotencia y vacío que resultan de la falta de adecuado reflejo parental. El trabajo terapéutico aparece arduo, no solo por las estructuras defensivas actuantes en Miguel, sino principalmente por el conjunto de dinámicas disfuncionales y estructuras defensivas cristalizadas tanto en los padres como en el Self Familiar, que han formado una abundante y poderosa Sombra. Conclusiones Hemos tratado de revisar en conjunto las nociones de adolescencia, desarrollo de identidad, y trastorno narcisista, en el contexto de la visión analítica y la Psicología Simbólica, desde el postulado base de que “todo ser humano es normal, creativo y enfermo de muchas diferentes maneras “ (Byington) y de la concepción del trastorno narcisista como un problema en el desarrollo ego-self , cuyas elevadas defensas constituyen la respuesta a una autoimagen y un sentimiento de identidad muy pobre, históricamente vulnerado y un intento de la psique –aunque desajustado- por expresarse. Todo adolescente en algún momento se mira a sí mismo como Narciso en el estanque. Esta acción se entiende en el contexto del proceso de identidad, por el cual el joven intenta mirar su Self, saber quien es él en sus profundidades, contactar con lo esencial de sí que, en la numinosidad del Self, a él le resulta tan poderosamente atrayente y “que prospectivamente –a través del potencial arquetípico con el cual nacemos- matizará nuestro destino” (Montellano, 1996, p.89). Ahora bien, justamente cuando ocurre un “querer (compulsiva y repetitivamente) tocar la imagen del Self como si fuese real y concreta”, es decir cuando el joven intenta literalizar lo simbólico, es que el proceso de patologiza. (Montellano, 1996, p.90) 77 Consuelo Martínez V. En el desarrollo adolescente alterado desde la defensa narcisista históricamente construida y sostenida por la falta de reflejo parental empático apropiado, lo normal resulta distorsionado, y los símbolos se literalizan. La normal autoconfianza y fe en sí mismos se expresa en los polos grandiosidad e inflación/autodevaluación y autorrechazo, y en la acción concreta pueden dar cabida a graves accidentes, o ‘incomprensibles’ fracasos, que alimentan una autoestima oscilante y sufrida. El normal egocentrismo evolutivo se expresa en desconsideración por el otro y a la vez enorme dependencia de su mirada y reconocimiento. Esto acentúa la conciencia de los propios límites, pero en vez de resultar en una fuerza creativa, es vivido como humillación y envidia, de modo que se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza o de control sobre el otro, El oposicionismo necesario para alejarse de las identificaciones infantiles se actúa, pero no logra cumplir su función, porque fijados en una dimensión Ego Otro poco diferenciada, los símbolos no llegan a pasar a la elaboración conciente. En el desarrollo normal, en cambio, hay tiempos en que el Ego ha de ponerse en una posición narcisista y hacer frente u oposición al Otro. Hay tiempos en que el mismo Ego debe abajarse, ceder su lugar y poner al Otro primero. El ejercicio de la alternancia es el ejercicio al que llama el Arquetipo de la alteridad, constelado en esta etapa de la vida, para la propiciar la diferenciación del Ego y el encuentro pleno entre el Ego y el Otro. Los adolescentes transitan estos procesos, con mayor o menor éxito, mediado, favorecido o dificultado esto por sus propias características ónticas, es decir, su particular desarrollo y características individuales, su historia, los modelos parentales y las dinámicas familiares y culturales en que ha crecido. 78 Adolescencia y Narcisismo Bibliografía. BYINGTON, C. (1987) “Arquetipo e Patología: Introducâo à Sicopatología Simbólica” Junguiana 5: 79-126. Traducción al español BYINGTON, C. 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En especial, después de detallar algunos puntos de vista generales respecto de la neurosis en la conceptualización jungiana, se enfatiza la relación entre el desarrollo de la personalidad y el concepto de neurosis. En ese marco, se subraya entre otras cosas la vinculación entre los síntomas neuróticos y el proceso de individuación. Se concluye con algunas ideas sobre la continuación de la relación conceptual entre neurosis y desarrollo de la personalidad en la obra de Carlos Byington. Palabras claves: neurosis, desarrollo de la personalidad, síntoma neurótico, individuación Jung, en su calidad de psiquiatra y de psicoterapeuta, trató con un dilatado espectro de condiciones y estados psíquicos disímiles a lo largo de su extensa carrera profesional. Aunque no dejaba de señalar la a menudo ignorada unicidad de cada caso individual que se enfrenta en la práctica clínica, reconocía la necesidad de distinguir al menos entre dos categorías psicopatológicas generales, en las cuales el factor propiamente psicológico es de relevancia bien en términos descriptivos bien en términos etiológicos: el grupo de las neurosis y el grupo de las psicosis. La diferencia más fundamental entre estas dos categorías, sin embargo, debe buscarse en el ámbito de la dimensión cuantitativa más que en el ámbito de la dimensión cualitativa, aún cuando las diferencias de orden cualitativo existen. “Al igual que la neurosis, una condición psicótica se debe a la actividad de complejos inconscientes y al fenómeno de splitting [esto es, el fenómeno de la escisión o disociación de la personalidad]. En la neurosis, los complejos son sólo relativamente autónomos. En la psicosis, están completamente desconectados de la consciencia” (Sharp, 1994, pp. 160-161). De acuerdo a Jacobi (1957), la neurosis se encuentra de un lado y la psicosis del otro lado de la línea divisoria trazada por la fuerza de la consciencia y del ego para resistir la irrupción de contenidos inconscientes. El mismo Jung (1952) añade que cuanto más se “acentúe el abismo entre la consciencia y el inconsciente, tanto más se aproxima la disociación de la personalidad, que en las personas neuróticamente predispuestas lleva a la neurosis y, en las propensas a la psicosis, *conduce+ a la descomposición de la personalidad” (p. 439); es decir, la mayoría de los trastornos 80 Neurosis en la teoría de Jung psicológicos consisten en afecciones que corresponden a una irrupción más o menos acentuada de lo inconsciente y el simultáneo desbordamiento más o menos pronunciado de la consciencia. En este trabajo, revisaremos las ideas fundamentales de Jung en torno al concepto de neurosis, tanto en términos generales como en términos del desarrollo de la personalidad. Concluiremos con algunas reflexiones sobre las contribuciones de Byington acerca de esta temática. El concepto de neurosis en Jung Para Jung (1935a), en general, la neurosis es más un fenómeno psicosocial que una enfermedad en sentido estricto. La neurosis nos obliga a ampliar el concepto de la ´enfermedad´ más allá de la idea de un cuerpo individual perturbado en sus funciones y a contemplar al ser humano neurótico como un sistema relacional social que se ha enfermado. (p. 36) Frente a este trasfondo, la extensa obra escrita de Jung nos ofrece diferentes perspectivas complementarias para acercarnos a la comprensión psicológica de la neurosis, ya que Jung no llegó a sostener una definición única de las condiciones neuróticas (Samuels, 1985). Jung estaba fundamentalmente interesado en la personalidad humana como totalidad y la concebía, en efecto, como fenómeno psíquico global de gran complejidad. No creía que podía ser aprehendida, de manera adecuada, sin hacer referencia al lugar concreto que cada uno de sus componentes ocupa en la estructura más amplia del psiquismo. La neurosis puede ser visualizada como circunstancia que afecta inevitablemente a la personalidad en su conjunto. Tal como asevera Frey-Rohn (1969), Jung afirmaba “que no había sólo enfermedades, sino también enfermos, y que el objeto de la psicoterapia no era la ficción de la neurosis, sino la totalidad perturbada de un ser humano” (p. 209, cursivas del original). La neurosis no es un elemento ajeno a la personalidad que la trastorna al invadirla “desde afuera”, sino que está fundamentada e implicada en las diversas facetas de su funcionamiento. Cuando se manifiesta, lo hace, “desde adentro”, como parte de la psique total. En efecto, las condiciones neuróticas “no son males localizados, estrechamente circunscriptos, sino síntomas de cierta disposición falsa de la personalidad total” (Jung, 1931, p. 31). Así, para Jung, la neurosis y los síntomas neuróticos deben ser colocados en el contexto dinámico de la personalidad global del individuo para poder llegar a ser comprendidos. Implícita en las consideraciones previas se encuentra, para la psicología jungiana, la idea de que la neurosis contiene o encierra un sentido específico cuando es contemplada desde el punto de vista del contexto de la vida de una persona. Jung, de hecho, estaba más interesado en poner al descubierto el sentido de la neurosis en el marco de la personalidad individual que en formular conceptualmente cuadros clínicos definidos. Esta perspectiva puede denominarse, siguiendo a Fordham (1953) y Frey-Rohn (1969), finalista-prospectiva en cuanto supone que los síntomas neuróticos apuntan hacia una determinada finalidad, en última instancia constructiva, que yace 81 André Sassenfeld J. oculta en ellos. Dicho de otro modo, Jung prefirió enfatizar la interrogante acerca del para qué de la neurosis en vez de insistir en la interrogante acerca del por qué que había sido explorada con detalle por Freud. Desde este punto de vista, la condición neurótica representa, en términos generales, un intento particular de solución en relación a una problemática vital hasta entonces insoluble (Frey-Rohn, 1969). Constituye, cuando es enfrentada y entendida de modo oportuno, un estímulo potencialmente positivo para transformar las actitudes insatisfactorias y desadaptativas frente a la vida en actitudes más plenas, satisfactorias y saludables. Jung (1943) pensaba que los síntomas neuróticos son “tentativas de una nueva síntesis de la vida tentativas infructuosas [...], pero tentativas de todas formas, con un núcleo de valor y significado” (p. 56). Una neurosis equivale, así, a un intento de compensación de actitudes unilaterales frente a la propia existencia. De aquí que Jung vea en la neurosis no sólo algo negativo, una enfermedad fastidiosa, sino algo positivo, un factor curativo, un motor formativo de la personalidad. [...] Una neurosis puede, por tanto, actuar también como grito de socorro, proferido por una instancia interna superior, para llamarnos la atención acerca de la urgente necesidad en que nos hallamos de ampliar nuestra personalidad, lo que podremos lograr si abordamos exactamente nuestra neurosis. (Jacobi, 1940, p. 136, cursiva del original) Jung consideraba que la psique es un fenómeno humano que, en un inicio, es unitario e integrado; es decir, el individuo nace, en términos psicológicos, como totalidad (Sassenfeld, 2004). Sin embargo, de acuerdo a él, el psiquismo manifiesta una tendencia marcada hacia la disociación o escisión cuando la experiencia en el mundo comienza a enfrentar a la persona con las ineludibles y dolorosas frustraciones que forman parte intrínseca de la existencia. De hecho, Jung creía que la neurosis, en cierto sentido, es el sufrimiento de un individuo que aún no ha comprendido el sentido de sus vivencias o, también, que consiste en la incapacidad o el rechazo de contener y soportar sufrimientos legítimos una especie de negativa, en gran parte inconsciente, a experimentar los afectos asociados a pérdidas, separaciones y conflictos. En vez de ello, los sentimientos dolorosos o alguna representación psíquica de ellos “se escinde de la consciencia y la totalidad inicial el Self primordial se quiebra” (Sandner & Beebe, 1995, p. 301). En última instancia, los procesos de disociación y escisión derivan de la aparente imposibilidad inherente al ser humano de afirmar la totalidad de su propia naturaleza. Por lo tanto, estos procesos psicológicos no deben ser entendidos, en lo fundamental, como fenómenos psicopatológicos; la psicología jungiana piensa que son, en gran medida, fenómenos normales característicos de la formación y el desarrollo de la estructura de la personalidad humana como tal. Más allá, tal como indican Sandner & Beebe (1995), la disociación o escisión del psiquismo es un hecho psíquico sin el cual la consciencia no puede desarrollarse y, al mismo tiempo, es el proceso interno que posibilita la integración de la personalidad al encargarse de diferenciar aspectos de la personalidad que puedan ser posteriormente integrados. 82 Neurosis en la teoría de Jung Recién cuando la disociación se vuelve demasiado amplia y profunda y, en consecuencia, imposibilita el contacto o la interacción entre los aspectos disociados, y recién cuando el conflicto que se produce entre las partes escindidas se torna demasiado intenso e insostenible, es factible hablar de una neurosis manifiesta. Una neurosis manifiesta es, de este modo, una expresión específica de tensiones de contradicción más generales e inmanentes a la vida (Frey-Rohn, 1969). Así, los afectos dolorosos pueden conducir, por medio del mecanismo de la escisión, a la aparición de síntomas neuróticos. Resulta evidente, a partir de estas ideas, la cercanía fundamental que parece existir entre la normalidad y la neurosis. Tanto el funcionamiento psicológico normal como el funcionamiento psicológico neurótico se basan en las escisiones naturales de la personalidad; su diferencia más relevante resulta ser, más bien, de grado en el sentido de la amplitud de la disociación psíquica. Según Fordham (1953), todos los seres humanos sufren de algunas manifestaciones, por imperceptibles y poco llamativas que sean, de una disociación que se ha vuelto neurótica. Desde el punto de vista de Jung, la característica central de la neurosis es la presencia consciente o inconsciente de un conflicto psíquico o, dicho de otra manera, una personalidad en discordia consigo misma. La condición neurótica representa la expresión de contradicciones interiores más o menos conscientes que no han sido resueltas. El proceso de disociación es, en este sentido, el fundamento de toda condición neurótica ya que, como vimos, genera la existencia de partes separadas de la personalidad que pueden entablar una disputa o lucha (Fordham, 1953; FreyRohn, 1969; Jung, 1951a, 1952; Samuels, 1985). En diferentes escritos, Jung describe el contenido del conflicto neurótico de distintas maneras. Sin embargo, en la mayoría de sus contribuciones destaca su énfasis sobre la observación clínica de que los conflictos intrapsíquicos propios de la neurosis no son, invariablemente, conflictos pulsionales como aquellos caracterizados por la psicología psicoanalítica. Sandner y Beebe (1995) señalan que los procesos de escisión de la personalidad, resultado de la exposición a circunstancias ambientales frustrantes, tienen lugar inconscientemente y que asumen distintas formas en diferentes individuos dependiendo de factores cardinales como las variaciones de la estructura psíquica ya formada, las debilidades estructurales relacionadas con la predisposición y la disposición temperamental básica. No obstante, la disociación como tal muestra una tendencia pronunciada hacia la diferenciación polar, pero complementaria, de opuestos psicológicos y, con ello, crea un cierto desequilibrio psíquico y una tensión psicodinámica latente. En términos generales, esto significa que se diferencian dos aspectos de la personalidad que son mantenidos separados y sin contacto o intercambio por medio de la intervención de inhibiciones poderosas de la afectividad (Frey-Rohn, 1969). Tomados en conjunto, estos aspectos o partes de la personalidad conforman una totalidad significativa que la neurosis fractura. La manera más común de describir los contenidos del conflicto neurótico es afirmando que dos tendencias o actitudes psicológicas, una de las cuales tiende a ser consciente y la otra de las cuales muchas veces es inconsciente, se encuentran en un estado de discrepancia y contraposición recíproca. A veces, se trata de una división entre motivaciones relativamente primitivas o arcaicas 83 André Sassenfeld J. y motivaciones más elevadas, o también de un conflicto entre una exigencia instintiva y alguna convicción propia. Otras veces, se da el caso de una oposición entre requerimientos colectivos y predisposiciones o preferencias de naturaleza personal. Son frecuentes los antagonismos entre una actitud que ha permanecido infantil e inconsciente y una actitud más madura y consciente, así como el desarrollo de modos conductuales o funciones psicológicas contrapuestas por una aparente incompatibilidad (Fordham, 1953; Frey-Rohn, 1969; Sandner & Beebe, 1995). Desde la perspectiva jungiana, la aparición de sintomatología neurótica puede, para muchas personas, constituir una situación potencialmente valiosa que, si se lleva a cabo el intento de entender su sentido profundo, puede revelar las directrices significativas para un desarrollo y enriquecimiento continuados de la personalidad que contiene de modo implícito. Dado que Jung creía que la finalidad última de la vida humana está ligada al logro de la experiencia viva de la totalidad psicológica, la neurosis puede ser vista como un intento del organismo de acercar a la consciencia aquellos aspectos de la personalidad que han permanecido inconscientes, no reconocidos y en un estado embrionario. La condición neurótica parece ser una fuerza que “llama la atención hacia una vertiente de la personalidad que o ha sido desatendida o reprimida” (Fordham, 1953, p. 95). Por lo tanto, la neurosis puede ser descrita como afección que se debe a la irrupción más o menos acentuada de aspectos o contenidos inconscientes del psiquismo, portadores de la posibilidad de la integración de aquellas facetas de la personalidad que se encuentran disociadas (Jung, 1952; Sassenfeld, 2004). Para Sandner y Beebe (1995), la neurosis no corresponde a una desafortunada interrupción del estado de bienestar del individuo, sino que la persona la manifiesta y soporta para curarse en el sentido de continuar su crecimiento: sus síntomas neuróticos encierran las semillas de la totalidad y, en ese sentido, la dirección de la continuación de su desarrollo psicológico. La condición neurótica, cuando sus contenidos son enfrentados y asimilados de manera consciente, es capaz de proporcionar una renovada orientación a la vida del individuo. Así, como indica Jung (1935b), la “neurosis es, en realidad, un intento de autosanación. [...] Es un intento del sistema psíquico autorregulador por restablecer el equilibrio *...+” (p. 185) y compensar la unilateralidad que atraviesa la diferenciación de la personalidad en el proceso del desarrollo psicológico. Aparte de ampliar la noción de que el conflicto neurótico es exclusivamente de naturaleza pulsional, Jung introdujo la idea de que, en el fondo, el desplazamiento de la etiología de la neurosis a determinados acontecimientos de la infancia del individuo afectado puede explicar sólo en parte lo que está ocurriendo en el presente. Aunque toda neurosis parece tener sus orígenes o raíces en experiencias vividas en el pasado, la persona neurótica sufre de un conflicto actual que determina su realidad inmediata. Desde este punto de vista, la neurosis representa una reacción desadaptativa a un conflicto actual que culmina, muchas veces, en una evasión fóbica del mundo externo a través de un retiro esporádico hacia el mundo interno de la fantasía (Frey-Rohn, 1969). De este modo, el individuo puede evitar hacer frente a las exigencias de adaptación de la realidad exterior y establecerse en una especie de nostalgia retrospectiva. 84 Neurosis en la teoría de Jung Es de relevancia mencionar que Jung consideraba que la neurosis no puede ser reducida, sin más, a una problemática únicamente personal. Toda neurosis tiende a poner de manifiesto problemas y situaciones humanas más generales, que se han repetido una y otra vez a lo largo de la historia y la evolución de la humanidad. Desde esta perspectiva, el individuo se neurotiza cuando su tentativa de solucionar tal problemática de carácter arquetípico en el sentido de algo que se repite y expresa en diversos contextos y en diversas épocas puede ser entendida como resolución fallida e insatisfactoria. Neurosis y desarrollo de la personalidad Jung consideraba que era necesario entender la neurosis en relación al contexto evolutivo que enmarca a la persona involucrada. Desde el punto de vista de la psicología jungiana, una condición neurótica puede ser visualizada como resultado de un impedimento o una interrupción del crecimiento natural de la personalidad o, en términos más propiamente junguianos, como efecto de un proceso desencaminado o distorsionado de individuación (Brookes, 1996; Frey-Rohn, 1969; Sassenfeld, 2004; Stevens, 1990). La gran variedad de los síntomas psicológicos, psicosomáticos y somáticos que caracterizan a una neurosis manifiesta pueden ser comprendidos como “sustitutos de un paso necesario para la individuación que el paciente ha tratado de evitar” (Hall, 1986, p. 53). Esta perspectiva era de tanta importancia en el pensamiento de Jung (1934, 1935b), que en sus escritos aseveró, en repetidas ocasiones, que la neurosis típica es, en esencia, una perturbación del desarrollo de la personalidad. Toda condición neurótica se fundamenta en una unilateralidad primordial del crecimiento psíquico. Según esta perspectiva, las neurosis son, “las más de las veces, desarrollos desviados que se han estructurado a través de muchos años” (Jung, 1935a, p. 36); las “neurosis típicas son, en el sentido verdadero, trastornos del desarrollo” (p. 35, cursiva del original), “la neurosis *es+ una perturbación del desarrollo de la personalidad” (1934, p. 197). En ellas, “se trata siempre de un desarrollo desviado del individuo que, como regla, se remonta a la infancia” (1935a, p. 39). Sin embargo, paradójicamente, tal como ya mencionamos las fuerzas psicológicas que sustentan un estado neurótico no pertenecen y no pueden ser encontradas, en definitiva, en el pasado de una persona: Así, se produce la apariencia (que, dicho sea de paso, se adapta perfectamente al neurótico) de que la causa eficiente de las neurosis se encuentra en un pasado muy remoto. En realidad, la neurosis se fabrica de nuevo todos los días y precisamente a base de una falsa actitud que consiste en que el neurótico piensa y siente como lo hace y justifica con su teoría de la neurosis. (Jung, 1952, p. 417) La actitud incorrecta puede tener su origen, en cierto modo, hace mucho tiempo, pero no existiría hoy si no existiesen causas inmediatas y propósitos inmediatos que la mantienen viva. Las definiciones conceptuales de la neurosis que han sido planteadas en el marco de la teoría del crecimiento de la personalidad de Jung son múltiples. Por un lado, la condición neurótica ha sido 85 André Sassenfeld J. visualizada como sinónimo de la unilateralidad de la personalidad que surge en el transcurso de la primera mitad de la vida como situación psicológica normativa; con el término neurosis, Jung “se refirió, generalmente, a un ´desarrollo unilateral´” (Samuels, 1985, p. 176). Esta concepción está ligada, de manera íntima, a los puntos de vista de Jung (1934) acerca de que la neurosis constituye una protección contra la actividad objetiva interior de la psique y acerca de que la disociación de la personalidad es el fundamento de toda neurosis (1951a) es decir, la neurosis corresponde al producto del indispensable proceso evolutivo de la separación de la consciencia y el inconsciente colectivo. Por lo tanto, esta aproximación teórica concibe los trastornos neuróticos como secuelas de la desconexión del sistema psíquico consciente y la capacidad natural de adaptación de los instintos. Desde esta perspectiva, la neurosis debe ser vista como aspecto y hecho común e inevitable del crecimiento de la personalidad. No obstante, siguiendo estas mismas reflexiones, también es posible adoptar una postura que afirma que, puesto que la polarización del psiquismo es un suceso ineludible del desarrollo de la consciencia, la neurosis se relaciona, antes que nada, con un individuo que ha rehuido volver a establecer contacto con la psique colectiva una vez que ha emergido de ella como ego individual. Por otro lado, en base a la teoría jungiana del ciclo vital y las etapas de la vida, la neurosis también se puede entender como secuela del incumplimiento de algunas de las tareas evolutivas que cada etapa del desarrollo plantea al ser humano: Cada etapa de la vida tiene su propio deber y quien no cumple estos deberes específicos, esto es, quien no vive y atraviesa esa fase particular, no ha experimentado un aspecto de la vida y el precio de esta negativa es o embrutecimiento y entumecimiento o una neurosis. (Adler, 1948, pp. 135-136) Stevens (1990) ha llamado a esta circunstancia de incumplimiento frustración de la intención arquetípica, una circunstancia que lleva a que “el sistema arquetípico correspondiente *a una tarea evolutiva que no es cumplida] permanece latente en el inconsciente y, en consecuencia, el desarrollo del individuo queda detenido o se ve forzado a seguir un curso distorsionado o anómalo” (pp. 73-74). En la misma línea, Wellings (2000) agrega que esta frustración de la expresión de nuestras posibilidades innatas puede ser visualizada como causa del rango y la profundidad entera de los problemas psicológicos [neuróticos] y añade otro nivel al entendimiento de las heridas [o trastornos psíquicos], adicional a que éstas se forman alrededor de traumas específicos y discretos. (p. 80) En la historia biográfica de cada individuo habrá, de modo inevitable, cierta distorsión de las intenciones arquetípicas primarias. El alcance de esta frustración será, en última instancia, aquel 86 Neurosis en la teoría de Jung factor determinante que condicionará la aparición de una condición neurótica manifiesta o, en otras palabras, de una condición más o menos neurótica. Desde este punto de vista, Jung distinguía entre distintos tipos de neurosis en relación al momento del crecimiento de la personalidad en el cual se producen (Jung, 1935c, 1951b; Sassenfeld, 2004). Le pareció de gran importancia diferenciar entre las condiciones neuróticas que hacen aparición en la primera mitad de la vida, en la cual la adaptación del individuo se refiere a las circunstancias externas, y aquellas neurosis que tienden a aparecer alrededor de la transición hacia la segunda mitad de la vida, aproximadamente entre los 35 y los 45 años de edad. En este último estadio evolutivo, la adaptación que el ciclo vital exige a la persona se vincula con las circunstancias internas que han sido ignoradas hasta ese instante y con la necesidad de descubrir y encarar, de manera explícita, el sentido de la propia existencia. Para dar cuenta de este segundo tipo de neurosis, Jung creó el concepto de la crisis de la edad media. Reflexiones finales Como hemos visto, la concepción que Jung tiene de la neurosis está marcada por ideas como la presencia de una disociación consciente-inconsciente, un punto de vista prospectivo-finalista, la inserción de la neurosis en la totalidad de la personalidad, la relevancia de los conflictos actuales por encima de los conflictos infantiles, y también la relación de la neurosis con el sufrimiento humano. Por otro lado, hemos destacado que Jung formuló una perspectiva significativa que articula el fenómeno de la neurosis en el contexto de los procesos de desarrollo de la personalidad. Examinamos, en este sentido, la noción de la frustración de la intención arquetípica y, además, la vinculación del síntoma neurótico con el proceso de individuación. Para concluir, agregaremos algunas reflexiones en torno a la forma en la que esta última relación conceptual entre neurosis y desarrollo ha sido continuada en la psicología analítica post-jungiana. El intento de vincular con claridad los procesos del desarrollo de la consciencia y de la personalidad con la psicopatología y la neurosis, una tarea que como hemos podido constatar fue en gran medida iniciada por el mismo Jung, ha ocupado a diversos teóricos post-jungianos, incluyendo a investigadores destacados como Erich Neumann, Michael Fordham y otros. Esta línea de conceptualización ha corrido, en efecto, paralela a un movimiento similar en el psicoanálisis, donde por ejemplo la teoría del apego ha podido establecer incluso empíricamente la realidad de las conexiones entre desarrollo y psicopatología. En América Latina, Byington ha sido uno de los pensadores principales que ha hecho algunas contribuciones a esta temática. Byington (2006a, 2006b) enfatiza la importancia de diferenciar con claridad entre normalidad y psicopatología, criticando las ideas que describimos acerca de normalidad y patología como un continuo. Considera que la difuminación del límites entre ambos estados es una noción que la psicología analítica ha heredado del psicoanálisis, en el cual la noción de que “todos somos neuróticos” es un lugar común que no se cuestiona mayormente. Haciendo alusión al concepto jungiano de la sombra, afirma que no es “por casualidad que la obra de la Escuela Jungiana es tan pequeña e insatisfactoria con respecto a la psicopatología, pues Jung formuló el concepto de 87 André Sassenfeld J. Sombra de modo ambiguo, frecuentemente englobando lo normal y lo patológico de manera indiscriminada” (2006a, p. 25). Byington piensa que, sin embargo, Jung a menudo conceptualizó la sombra como disfunción del desarrollo normal, sentando las bases para una diferenciación indudable entre lo normal y lo psicopatológico: “De hecho, si la Consciencia es concebida como la realización del potencial arquetípico, su Sombra expresaría su disfunción” (p. 25). Byington, por su parte, elabora y complejiza el intento original pero incompleto de Neumann por insertar y vincular el espectro psicopatológico con disfunciones y problemáticas específicas propias del desarrollo de la personalidad. En este sentido, Byington busca situar la psicopatología como variante de lo que denomina desarrollo simbólico-arquetípico normal, que para él pasa por una posición indiferenciada dominada por el arquetipo central1, una posición matriarcal dominada por el arquetipo materno, una posición patriarcal dominada por el arquetipo paterno, una posición dialéctica dominada por el arquetipo de alteridad y una posición contemplativa dominada por el arquetipo de totalidad. Con ello, formula un esquema conceptual que llena una laguna dejada por Jung: Jung sólo esbozó un esquema arquetípico de las etapas del proceso de individuación en la segunda mitad de la vida y no de los procesos de desarrollo de la personalidad a lo largo de todo el ciclo vital. Aunque en esto no difiere demasiado de los aportes de Neumann, sí lo hace en cuanto Byington propone relaciones sistemáticas entre determinados cuadros psicopatológicos y posiciones específicas del desarrollo simbólico-arquetípico (patologías de predominio matriarcal, patriarcal, etc.). Para Byington (2006a), los conceptos clave que hacen posible una diferenciación clara entre normalidad y psicopatología son los conceptos de defensa y fijación, cuyos orígenes son psicoanalíticos y que Jung por diferentes razones no enfatizó de modo específico. Desde mi punto de vista, el acento de Byington es interesante, pero pasa por alto que efectivamente los límites entre lo “normal” y lo “psicopatológico”, en especial en el caso de la neurosis, son difusos. El funcionamiento neurótico se caracteriza, a mi parecer, en particular por la convivencia de mecanismos psíquicos neuróticos y mecanismos psíquicos normales o sanos. Más allá, opino que la utilización de defensas no puede ser atribuido sin mayores dificultades a la psicopatología. Situaciones extremas, por poner un solo ejemplo, exigen a un individuo sano el uso de defensas a veces masivas. Para concluir, mencionaremos la siguiente cita de Jung (1934): Tras el desplazamiento neurótico queda el destino, el futuro y la formación de la personalidad, la realización total de la voluntad de vivir innata al individuo. El hombre sin amor fati: he aquí el neurótico, el que se desatiende a sí mismo y que nunca puede decir, 1 Dada la imprecisión conceptual que Jung mantuvo respecto del concepto del self, Byington (2006a) distingue entre el self (la totalidad consciente-inconsciente) y el arquetipo central (arquetipo principal que coordina el proceso de individuación en el transcurso del ciclo vital). 88 Neurosis en la teoría de Jung con Nietzsche: ´El hombre nunca se eleva a mayor altura que cuando ignora hacia dónde puede llevarle todavía su destino´. (p. 196, cursiva del original) 89 André Sassenfeld J. Referencias ADLER, G. (1948). The ego and the cycle of life. En G. Adler, Studies in Analytical Psychology (pp. 120-153). New York: Norton. BROOKES, C. (1996). A Jungian view of transpersonal events in psychotherapy. En S. Boorstein (Ed.), Transpersonal Psychotherapy (pp. 75-100). New York: State University of New York Press. BYINGTON, C. (2006a). Psicopatología simbólica jungiana. En M. Saiz (Ed.), Psicopatología psicodinámica simbólico-arquetípica: Una perspectiva jungiana de integración en psicopatología y clínica analítica (pp. 15-45). Montevideo: Prensa Médica Latinoamericana. BYINGTON C. (2006b). Apuntes de clases. Seminario “Psicopatologís simbólica arquetípica”, Programa de Magíster en Psicología Clínica Jungiana, Escuela de Psicología, Universidad Adolfo Ibáñez. Santiago de Chile. FORDHAM, F. (1953). Introducción a la psicología de Jung. Madrid: Morata. FREY-ROHN, L. (1969). De Freud a Jung. 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En este trabajo se identifica que tanto la perspectiva cognitivo conductual (con su concepto de esquemas), el psicoanálisis (con su entendimiento de los objetos internos, modelos internos de trabajo y representaciones que han sido generalizadas), así como la psicología analítica (con su teoría de los complejos) han hecho observaciones y formulaciones teóricas que refieren a un fenómeno psíquico común. El concepto de esquema relacional hace referencia, en última instancia, a un dinamismo arquetípico que organiza las experiencias interpersonales de cada individuo generando un patrón de relacionamiento. A partir de este reconocimiento se hace una aplicación general de este constructo al entendimiento de la depresión, se presenta una propuesta teórica integrativa, destacándose la particularidad del aporte de la psicología analítica y se ofrece una breve ilustración clínica. Palabras claves: Esquemas, complejos, psicoanálisis, integración, depresión Autores de distintas corrientes describen, aunque con distintas denominaciones, la presencia de patrones relacionales o esquemas que surgen en la infancia y que se encuentran en la base de muchas dificultades y trastornos psicológicos (ver Zvelc, p. 22-23; Benecke, Peham y BänningerHuber, 2005, p. 83). La motivación de este trabajo surge de la lectura del texto de Luyten, Blatt y Corveleyn (2005) en donde se plantea que los constructos de representaciones mentales -del psicoanálisis- y los esquemas cognitivo-afectivos - de la perspectiva cognitivo conductual- ofrecen un punto de encuentro en los intentos teóricos y psicoterapéuticos de estas corrientes en el tratamiento de la depresión. En la revisión de la literatura llevada a cabo para hacer este texto se encontró a varios autores que han escrito en la línea de integrar estos conceptos (Luyten y otros, 2005; Knox, 1997, 1999, 2001; Horowitz, 1994; Zvelc, 2009). En este trabajo se presentan de forma resumida los elementos centrales respecto a los esquemas, representaciones y complejos propuestos por tres enfoques psicológicos. Finalmente se presenta el esfuerzo integrativo de Zvelc (2009) y se resaltan un par de aportes derivados de reflexiones desde la psicología analítica. 1 Este trabajo fue realizado como parte de los estudios de autor en el Doctorado en Investigación en Psicoterapia de la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica de Chile. El autor agradece a Juan Pablo Jiménez PhD el estímulo para generar este trabajo. 92 Nociones de los esquemas de relación Memoria En tanto que en este trabajo se hablará sobre constructos que se construyen sobre la facultad de la memoria, se presentan muy brevemente algunos elementos de un entendimiento contemporáneo al respecto. Según varias investigaciones en este campo existirían dos tipos de memoria: implícita/procesual o explicita/declarativa. La memoria declarativa hace referencia a la facultad cognitiva que nos permite recordar conscientemente episodios y hacerlos explícitos verbalmente. Existe además la memoria implícita o procesual, que permite que información pasada se haga presente sin un esfuerzo y sin ser el sujeto consciente de este proceso. La memoria implícita almacena secuencia de acciones y reglas generales de cómo se hacen las cosas y también información respecto a patrones de acción y relación formados en el tiempo. Además cuando la memoria implícita es activada, comportamientos, emociones e imágenes son simultáneamente activados. De acuerdo a Siegel (1999, citado por Zvelc, p. 28), la memoria implícita incluye al cuerpo, o como se ha llamado la “memoria somatosensorial”. La investigación ha mostrado que estos dos tipos de memorias se encuentran vinculados a zonas distintas del cerebro. Esquemas en el enfoque cognitivo-conductual En un ámbito de investigación estrictamente cognitivo, Mandler y Johnson (Johnson, 1987, citado por Knox, 1997, p. 661-662) sugieren la existencia de los esquemas imagen (image schemas). Estos serían “construcciones inconscientes que organizan nuestra experiencia y comprensión y tienen la forma de patrones dinámicos de naturaleza no-proposicional” (Johnson, 1997). Mandler (1992) sugiere que tales esquemas forman un conjunto de significados primitivos al proveer bosquejos estructurados espaciales de lo que el infante percibe, agregando que los niños tienen una predisposición innata para formar cierto tipo de esquemas. Estos esquemas son parte del sistema nervioso central, formando un ordenamiento de estructuras fisiológicas y procesos; ellos organizan nuestras representaciones mentales a un nivel más general y abstracto que en el cual formamos las imágenes mentales particulares. Evidencia experimental muestra que los niños tienen una capacidad innata para reconocer la estructura general de los rostros; capacidad que radicaría en un mecanismo que contiene información estructural primaria acerca de las características generales del rostro humano (Johnson y Morton, 1991, citados por Knox, p. 662). Este esquema imagen sería un mecanismo que simplemente orienta la atención preferentemente hacia cualquier rostro que aparece en el campo visual del infante y de esta forma asegura que los rostros tengan considerablemente más exposición que otros estímulos. En el espectro más clínico de la corriente cognitivo-conductual, la comprensión e interpretación de eventos, depende de nuestros esquemas, los cuales constituyen los elementos básicos de la personalidad (Alford y Beck, 1997 en Zvelc, 2009). Cuando se activan, las personas interpretan los eventos de acuerdo a los lentes de estos esquemas. Sirven para seleccionar y categorizar la experiencia. Las personas se focalizan en la información que confirma un esquema y rechazar la información que lo mina. De esta forma, un esquema puede ser conservado, aun si es equivocado o disfuncional. Estos esquemas pueden ser más o menos accesibles a la conciencia, dependiendo si encuentran su raíz en la memoria implícita o explícita. De acuerdo a Young (1990, en Brewin, 1996), el nivel más profundo de cognición involucra "esquemas tempranos maldaptativos", que son estables y duraderos. Estos son creencias 93 Álvaro Carrasco G. incondicionales, implícitas acerca de uno mismo en relación con el ambiente. Ellos se desarrollan en la base de la interacción entre el temperamento del niño y experiencias disfuncionales con los padres, hermanos y pares en los primeros años de la vida. Los esquemas tempranos maladapatativos son activados en ambientes específicos y pueden llevar a distorsiones cognitivas, reacciones emocionales intensas, y comportamiento problemático. Depresión según el Enfoque Congnitivo-Conductual En condiciones como la depresión, se considera que las representaciones subyacentes contienen información más global que otros trastornos, por ejemplo, las fobias. La depresión no puede ser atribuida directamente a pensamientos equivocados, sino más bien, frecuentemente grupos complejos de pensamientos negativos acerca del sí mismo o el mundo externo que son activados en una variedad de situaciones. En el caso de las depresiones, se plantea que estas representaciones consisten en la suma de numerosas experiencias aversivas, producidas por computaciones inconscientes complejas diseñadas para abstraer significados comunes de experiencias repetidas (Brewin, 1996, pg. 22). Diversos autores cognitivos conductuales proponen distintos énfasis en relación a las intervenciones para la depresión. Un grupo enfatizan las intervenciones dirigidas a las representaciones conscientes, corrigiendo creencias equivocadas circunscritas y enseñando destrezas para lidiar con estas creencias (Brewin, 1996). Beck y otros (1979 citados por Brewin), se enfocan en el contenido de asunciones o creencias subyacentes que, aunque no necesariamente disponibles inmediatamente a la conciencia, son en principios conocibles. Otros (Brewin, 1989; Teasdale & Barnard, 1993 citados en Brewin) explícitamente identifican la importancia de desactivar o cambiar representaciones inconscientes. A pesar de estas diferencia de énfasis, parece haber acuerdo en los teóricos cognitivo-conductuales que los terapeutas principalmente trabajan con cogniciones disponibles en la conciencia, aun si el objetivo es hipotetizar acerca, desactivar o enmendar cogniciones subyacentes (Brewin, pg. 29). Psicoanálisis En términos históricos, Melanie Klein fue una de las primeras psicoanalistas que puso el concepto de objetos internos en el corazón del psicoanálisis. Para ella estos objetos internos derivaban principalmente de fuerzas instintivas. Diferentemente, otros teóricos como Anna Freud, Jacobson, y Mahler (citados en Blatt y Auerbach, 2000) vieron las representaciones u objetos internos desarrollándose primariamente en una matriz interpersonal, e investigadores psicoanalistas comenzaron a estudiar el impacto de la relación padres-niños (en términos psicoanalíticos “relaciones objetales”) en el desarrollo de la personalidad. Los trabajos de otros analistas británicos de las relaciones objetales (tales como Winnicott, Bowlby y Fairbairn mencionados por Blatt y Auerbach) reforzaron este entendimiento del efecto de las relaciones padres-niños en el funcionamiento representacional. Investigadores comenzaron a explorar estructuras representacionales o esquemas afectivos-cognitivos como una expresión de la cualidad de la interacción padres-niños y el nivel cognitivo del infante. Knox (1997, p. 657) resumiendo algunos elementos del trabajo de Perlow (1995) refiere que uno de los significados de los objetos mentales o internos es el de representaciones o esquemas. Estos conceptos denotan patrones para la interacción futura; son formados de la amalgama de memorias acerca de un objeto, y organizan la experiencia, proveyendo un contexto para la 94 Nociones de los esquemas de relación percepción presente, la imaginería y recuperación de los recuerdos. De esta forma estas representaciones tienen una función organizadora y orientadora, no pueden ser experimentadas directamente, sino solo mediante sus efectos en los contenidos mentales. Bowlby (mencionado en Knox, 1999, p. 520) elaboró el concepto de “modelos internos de trabajo”, definiéndolos como construcciones a partir de la repetición de patrones de experiencia interpersonal. Un niño con apego seguro construirá un modelo interno de trabajo de un cuidador confiable y de un self que es merecedor de amor y atención y llevará estas premisas en sus relaciones futuras. Estos patrones se establecen en la vida temprana y son difíciles de cambiar posteriormente, quedan almacenados en la memoria implícita y, por lo tanto, no están fácilmente disponibles a la conciencia. Este modelo es también compatible con el trabajo del Daniel Stern, y su conceptos de “representaciones que han sido generalizadas” (Stern, 1985 referido por Knox, p. 520). Psicología analítica En 1959, en el prólogo del libro de Jacobi (pp. ix-x), Jung escribía: Ahora, exactamente hace 50 años que yo aprendí, gracias al experimento de asociación, el rol que los complejos juegan en nuestra vida consciente. Lo que más me impresionó fue la peculiar autonomía que muestran los complejos comparados con otros contenidos de la conciencia. Mientras los últimos están bajo el control de la voluntad, viniendo y yéndose a su comando, los complejos bien se fuerzan ellos mismo en nuestra conciencia mediante la ruptura de sus efectos inhibitorios, o, de la misma forma repentina, ellos obstinadamente resisten nuestra intención para reproducirlos. …..No fue difícil ver que los complejos deben su relativa autonomía a su naturaleza emocional, su expresión es siempre dependiente de una red de asociaciones agrupadas alrededor de un centro con afecto. La emoción central probó generalmente ser adquirida individualmente, y por lo tanto de una naturaleza exclusivamente personal. La experiencia acumulada mostró, sin embargo, que los complejos no son infinitamente variables, sino que mayoritariamente pertenecen a categorías definitivas, que pronto comenzaron a adquirir sus populares, y ahora trilladas designaciones – complejo de inferioridad, complejo de poder, complejo paterno, complejo materno, complejo de ansiedad,, y todo el resto. Este hecho, que hay tipos de complejos característicos y fácilmente reconocibles, sugieren que descansan en fundamentos igualmente típicos [ arquetipos]. En estos párrafos están varias de las ideas fundamentales para comprender la noción de complejos, parte del paralelo junguiano de los esquemas y representaciones vistos hasta aquí. Los arquetipos se manifiestan solo a través de su habilidad de organizar imágenes e ideas (Jung 1954, para 440, citado por Knox1997). La estructura del complejo consiste de un elemento nuclear, un arquetipo, y de una serie de asociaciones (imágenes e ideas) orbitales que se conforman a partir de la experiencia personal. Esta relación es central en la teoría Junguiana, en tanto que permite vincular componentes personales y arquetípicos en la experiencia de un sujeto (Samuels y otros, 1986, pg. 34; Knox, 1999, 2001). Sin este concepto sería difícil expresar como la experiencia es construida, la vida psicológica sería una serie de incidentes desconectados. 95 Álvaro Carrasco G. Los complejos también afectan la memoria. El “complejo del padre” no solo tiene una imagen arquetípica del padre sino también un agregado de todas las interacciones del padre en el tiempo. Por lo tanto, el complejo del padre colorea el recuerdo de las experiencias tempranas con el padre real (Samuels, 1986, pg. 34). De lo dicho anteriormente, vale la pena destacar que los complejos se encuentran más allá de la esfera del yo, son inconscientes desde su núcleo mismo y lo observable son sus efectos en la conciencia y el cuerpo. A esto, en parte, se refiere Jung con la autonomía del complejo, es decir, su activación no depende de una acción voluntaria del yo. Una cierta señal ambiental o situacional puede activar un complejo que desata un proceso psíquico en el cual ciertos contenidos se agrupan y se preparan para la acción (Dieckmann, 1991/1999, p. 12) Jung, inicialmente, identificó este fenómeno en el experimento del uso del Test de Asociación de palabras (Samuels, p.34). En este experimento el observó que los complejos están conectados con el cuerpo y se expresan somáticamente, debido, en parte, al vínculo con las emociones. Es importante notar que en la psicología analítica el término complejo, aunque pueda en un primer momento parecer lo contrario, no tiene una connotación negativa o patológica. Los complejos son factores estructurantes de la personalidad y solo son patológicos cuando su acción permanece inconsciente, actuando así de forma automática, rígida y compulsiva. Esta autonomía solo disminuye cuando sus contenidos han sido hechos conscientes y elaborados racional y emocionalmente (Jacobi, 1959/1974, p. 11). Las técnicas que los junguianos proponen para trabajar los complejos son variadas y pueden incluir procedimientos para alcanzar dinamismos inconscientes, intervenciones en los contenidos de la conciencia y, de un modo importante, la experiencia “transformativa” de la transferencia-contratransferencia. Se plantea que en la relación terapéutica el paciente va desarrollando lentamente un cambio en los patrones de funcionamientos asociados al complejo. Ilustración clínica Refiero, de forma resumida, aquí un caso de una paciente depresiva, presentado por Knox (2001, p. 624), como una ilustración de cómo los complejos, esquemas o modelos internos de trabajo pueden aparecer en forma disfuncional. Una paciente describió el hecho que cuando ella era una niña pequeña su madre fue hospitalizada, lo cual ella recordó como experiencia de abandono. Su padre era emocionalmente incapaz e indispuesto para proveerle del cuidado que ella necesitaba pero un tío que vivía con ella le ofrecía cuidado y atención; sin embargo, luego de más o menos un año, este tío comenzó a abusar sexualmente cuando la cuidaba. En la adultez ella se casó con un hombre cuyo trabajo le hacía ausentarse por largos períodos de la casa y ella se sintió profundamente abandonada hasta el punto que desarrollo una depresión. Luego ella conoció a un hombre que le daba atención y cuidado con quién comenzó a tener relaciones sexuales. Prontamente esta relación se tornó abusiva. En este caso vemos como la reedición de una experiencia de abandonó hace reemerger los sentimientos de tristeza experimentados en la situación originaria, sin que existan mecanismo internos de regulación emocional apropiados, desencadenándose una depresión. Probablemente esta mujer tampoco disponía de recursos internos y relacionales que le permitieran explorar 96 Nociones de los esquemas de relación formas adaptativas para enfrentar el sentimiento de abandono que sintió cuando su esposo se ausentaba. La respuesta la busca luego externamente en un hombre que “coincidentemente”, al igual que en su infancia, abusa de ella. Integración Zvelc (2009) ofrece una exhaustiva, sintética e integradora propuesta respecto a los patrones de relacionamiento. Este autor, retomando el planteamiento previo de varios teóricos propone el concepto de esquema relacional; el cual puede ser entendido como el esquema de la experiencia subjetiva de una relación por parte de un individuo(2009, p. 23). Los esquemas se originan en la infancia temprana por la repetición de patrones de relación pero son revisados y reformulados a lo largo de la vida. Los esquemas relacionales no pueden ser observados o medidos directamente, pero su activación puede ser vista en diferentes patrones de experiencia subjetiva y comportamientos en los estados del ego. El término “estados del ego” refiere a patrones de emoción, pensamiento, comportamiento, y/o reacciones fisiológicas (Berne 1972, referido por Zvelc, pg. 31). Stern (1985, citado por Zvelc, p. 26) menciona que los niños forman esquemas muy tempranamente, antes del desarrollo del lenguaje; estos serían aspectos no verbales de los esquemas. Con el desarrollo del lenguaje, los niños comienzan a verbalizar y nombrar sus experiencias; estos serían los elementos verbales de los esquemas. Además de esta distinción entre elementos verbales y no verbales, Zvelc, también reconoce que los esquemas relacionales pueden contener elementos explícitos y/o implícitos (p. 28) Los esquemas relacionales según Zvelc (p. 25) tendrían dos funciones principales: a) Estructurar y organizar la experiencia. Estas disposiciones son una simplificación adaptativa del mundo, que nos ayudan a orientarnos y a reaccionar. b) Regulación de procesos internos y desarrollo de un sentido del self. Para desarrollarse, los niños necesitan relaciones interpersonales de forma de realizar funciones que no pueden desempeñar por si mismo, por ejemplo, la regulación de los estados somáticos y emocionales. Mediante la experiencia repetida con otros significativos, los niños desarrollan los esquemas relacionales que les permiten, más tarde, regular su propia experiencia (p. 25). Cada vez que un esquema es activado, es activado bajo circunstancias levemente diferentes. Esto hace el cambio de esquemas posible. Los esquemas están abiertos al cambio en un proceso constante de asimilación y acomodación (Piaget & Inhelder, 1966/1990, citado en Zvelc, p. 32) Si una nueva experiencia es radicalmente nueva, el esquema mismo es cambiado en un proceso de acomodación. Sin embargo, si la nueva experiencia y el estado del ego relacionado son suficientemente similares a las experiencias pasadas, un proceso de asimilación ocurre, y la estructura del esquema es preservada (Zvelc p. 33). En psicoterapia, el cambio de los esquemas relacionales desadaptativos puede ocurrir, por ejemplo, en la oportunidad de reconstrucción que implica la transferencia (p. 35-36). En cualquier caso, es necesario que las intervenciones apunten no solo a los aspectos verbales o comportamentales, sino también a los implícitos, no verbales y corporales (p. 36). 97 Álvaro Carrasco G. Finalmente, según Zvelc, los disturbios en el desarrollo de los esquemas relacionales pueden ser de dos tipos: a) Carencia de esquemas relacionales adaptativos. Carencias de este tipo implican que los niños son dejados solos, abandonados, lo que significa que vivieron intensos estados emocionales que no pudieron regular y peor aún, que no aprendieron a regular. El resultado es un subdesarrollado del sentido del self; algo importante falta en la organización psicológica del individuo. Más tarde en su vida, estos individuos pueden tener grandes problemas en regular sus propias emociones. b) Desarrollo de esquemas defensivos. Experimentar deprivación y/o trauma lleva a procesos defensivos del niño y la repetición a esquemas defensivos (retraimiento, negación, represión, etc). Si bien en el momento inicial los mecanismos defensivos son adaptativos, al instituirse como un esquema relacional con frecuencia conllevan en la vida futura dificultades psicológicas. Además estos esquemas muestran rigidez en tanto que se bloquen aspectos de la experiencia subjetiva e interpersonal necesarios para una vida saludable en términos psicológicos (p. 34). Como ya se dijo el planteamiento de Zvelc resume muy bien los tres enfoques planteado aquí. Sin embargo, hay un par de puntos que parece no incluir en su modelo. El primero tiene relación con que estos esquemas, si bien se van constituyendo con base a las relaciones interpersonales de cada sujeto, tienen su fundamento en predisposiciones innatas de naturaleza arquetípica. Los arquetipos cumplen la función de organizar la experiencia en patrones típicos; al principio de este trabajo, desde la ciencias cognitivas y en relación a los “esquemas imágenes” se ofrece un ejemplo pertinente. El segundo punto es que de la revisión de los estudios de los esquemas uno puede inferir que el sistema psíquico es un sistema autoorganizativo. La constitución de la vida mental en el ser humano no requiere de una dirección centralizada. Los dinamismos psíquicos organizadores están activos antes de la formación del yo e incluso lo constituyen. Arquetipos y esquemas pueden ser entendidos como patrones dinámicos que emergen de la complejidad de los sistemas psíquicos (Carrasco, 2008; Knox, 2001; Saunders y Skar, 2001). Comentarios Tratando de construir puentes entre distintos cuerpos teóricos, este trabajo encuentra en los esquemas de relación un fenómeno psicológico para el cual los tres enfoques aquí revisados ofrecen descripciones y explicaciones semejantes. La investigación en psicoterapia ha demostrado que las diferencias teóricas pueden explicar poco cuando se obtienen buenos resultados clínicos. Existen espacios para que las distintas tipologías se expresen y desarrollen distintos enfoques en psicología y, a la vez, es de crítica importancia para el desarrollo de esta práctica encontrar las intersecciones que permitan focalizar las intervenciones y la investigación. La depresión es uno de los problemas de salud mental de mayor prevalencia en la población, por lo que resulta de especial relevancia encontrar, más allá de las diferencias teóricas, entendimientos sobre su origen y tratamiento. El trastorno depresivo tiene múltiples determinantes, desde factores genéticos, pasando por variables contextuales y factores interpersonales. Respecto a este último factor, resulta de importancia el reconocimiento de la injerencia de los modos recurrentes de relacionamiento interpersonal, especialmente en las etapas tempranas del desarrollo. Cuando las relaciones fallan en cumplir las necesidades de 98 Nociones de los esquemas de relación seguridad y de oportunidades de autonomía de los infantes se propician esquemas relacionales disfuncionales. En las etapas posteriores del desarrollo estos esquemas disfuncionales se encuentran a la base de dificultades de relacionamiento y se constituyen en un factor de riesgo en los trastornos depresivos. Desde hace tiempo queda claro como la noción de esquema relacional resulta conveniente para las recomendaciones relacionadas con la crianza de los niños/as. Sería deseable que este entendimiento teórico se viera reflejado más allá del trabajo clínico con individuos y se aplicara a programas educativos y preventivos de mayor alcance. En el área clínica resulta importante el aporte de cada teoría a la comprensión de la complejidad de los esquemas relacionales y a la forma amplia en que se debe intervenir para afectarlo y modificarlo. La comprensión racional, la reestructuración cognitiva, la reactivación emocional, la expresión corporal, la manifestación conductual y su impacto en las relaciones interpersonales son los distintos ámbitos en los que se debe intervenir para tratar de modificar un esquema relacional disfuncional. Para la psicología analítica resulta importante el reconocimiento histórico de que Jung fue uno de los primeros psicólogos en notar el fenómeno, describirlo y elaborarlo de manera detallada. También resulta valioso para la psicología analítica atender al modo en que Jung accedió a las observaciones sobre los complejos: en una investigación, y más aún, en una indagación experimental. Además la psicología Junguiana ofrece un valioso entendimiento para la construcción de la personalidad al explicar la raíz de los esquemas relacionales vinculándolos a los arquetipos. Tratando nuevamente de integrar distintos enfoques, la psicología arquetípica proporciona fundamentos para entender los mecanismos auto-organizativos que intervienen en el desarrollo de la psique. 99 Álvaro Carrasco G. Referencias bibliográficas. ALFORD, B. & Beck, A. (1997). The integrative power of cognitive therapy. New York: Guilford Press. BENECKE, C.; Peham, D; Bänninger-Huber, E. (2005). Nonverbal relationship regulation in psychotherapy. Psychotherapy Research, January, 2005, 15 (1-2); pp. 81-90. BERNE, E. (1972). What do you say after you say hello? The psychology of human destiny. New York: Grove Press. 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